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La enfermedad
del beso
REBECA MURGA VICENS
(La Habana, 1973)
Narradora y crítica literaria. Es coordinadora del taller literario «Carlos Loveira». Ha obtenido los reconocimientos: Premio Internacional de Relatos
Policiacos de la Semana Negra de Gijón, España, 2004; y 2003 (accésit);
Premio Ciudad del Che, 2001; y 2003;
y Premio Revista Videncia, 2003. Ha
publicado los libros: Historias al margen
(Editorial EDAF, España, 2005); Quemar las naves, jóvenes cuentistas cubanos
(Educat, Brasil, 2002); Desnudo de mujer (Sed de Belleza, 1998); y, en coautoría
con Lorenzo Lunar, Un hombre de vasos
capilares (Editorial Capiro, 2006).
Cuentos suyos aparecen en antologías
en Cuba y el extranjero. Ha publicado
relatos, artículos y reseñas en diferentes
revistas literarias, entre las que se destaca la revista especializada en literatura
negra La Gangsterera, de España.
La enfermedad
del beso
Rebeca Murga
Edición: Yoansy García Díaz
Perfil de colección y diseño: Leonardo Orozco
Ilustración de cubierta: Venus, de Botticelli
Mecacopia: Milagros Cabello
© Rebeca Murga Vicens, 2006
© Sobre la presente edición:
Editorial Capiro, 2006
ISBN: 959-265-120-5
Editorial Capiro:
Gaveta Postal 19, Santa Clara 1, Cuba, CP: 50100
E-mail: [email protected] / www.cubaliteraria.com
Este libro ha sido procesado en la Empresa Gráfica de Villa Clara y en el
Taller Gráfico del Centro Provincial del Libro y la Literatura, en Santa
Clara, en el mes de octubre de 2006, la edición consta de 600 ejemplares.
A Lorenzo, siempre.
La abolición del velo femenino es un asunto
delicado. No se producirá de un día
para otro. Todos tenemos miedo de lo que
encontraremos detrás de ese velo.
ANAÏS NIN
Triste parábola de la alegría
Mi memoria está hecha de cristales rotos y cuellos
cortados, de historia aprendida de los libros de texto
y olvidada en las calles del centro de la ciudad, de
negros y negras, de perros que no muerden y asesinos, de una tercera guerra mundial nacida en nuestras manos. Mi recuerdo es esta gran mentira que
me invento cada día para levantarme, caminar y
decir que trabajo en serio y me pagan el sudor de mi
trabajo. Es el miedo a que un día esta mentira ya no
sea más y no haya nada. Es el miedo a fabricar esta
caja de Pandora donde todos hallarán más miedo.
Son los hospitales, las sábanas amarillas y los
muertos que han dormido en ellas, los antibióticos,
los sueros y la infección, la muerte de mi Nana con
sus últimos olores, las malas palabras, lo trágico de
José Ángel Buesa y el romanticismo en Shakespeare.
El desempleado, el músico sin concierto, el amigo
de mi esposo que molesta siempre, el amigo que no
se debe nada y piensa en mí para contar las mismas
penas que lo irritan hasta llorar.
Mis recuerdos son las viejas tradiciones, el retorno a la iglesia de miles de personas, los tambores y
los chivos, el señor (blanco) y el joven (negro) que
hablan del fin del mundo, el Papa con sus brazos
extendidos y la paz de sus palabras contra el ruido
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REBECA MURGA
de la droga. Mi memoria es la familia y sus homosexuales, el odio, la soledad de los niños cuando
nadie los entiende, el cuchillo que te clavan en la
espalda a cambio de un poema necesario. Mi recuerdo es la muchacha de la saya corta que no sabe
de católicos y protestantes dividiéndose el mundo.
...es el miedo de mis padres con sus buenas intenciones para quererme hasta el dolor, la idea de
convertirme en un regalo de los dioses, el pedacito
de carne húmeda a que se reducía mi cuerpo cuando
me educaban con sus obsesiones de llegar a ser lo
que ellos nunca fueron.
...es el miedo al fuego desde que supe cuánto era
capaz de hacer por un hombre una mujer enamorada
y pude ver cómo se queman los recuerdos y solo queda un olor agrio en el lugar que antes me preparaba el
chocolate para dormir. Las fotos, los labios pintados,
mis primeros collares de perlas, mis dientes arreglados
por unas manos cariñosas... mi tía... y con su fuego la
separación de aquel que era su hijo y mi hermano de
crianza hasta que descubrió el sabor de una familia
importada de la que yo no formo parte. ¿Qué ha hecho
Dios con la familia? ¿Qué hemos hecho con Dios?
¿Cómo estar en paz con nuestros muertos?
...es el miedo al rayo, a la velocidad, a los cables eléctricos cuando se pegan... a la oscuridad, la
altura, los gritos, los desiertos... a la guerra... las
mentiras convertidas en chismes, las decisiones, el
tumulto, la mala conciencia, el cáncer...
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
La crueldad de las niñas cuando juegan a decirme fea y me voltean la palma de la mano para
asegurar con miedo que nunca he de casarme y
tendré apenas un hijo, acaso un hijo doloroso, triste como yo. Mi recuerdo es esta barriga creciendo
maliciosa, las soluciones de mi madre y la amenaza
de mi padre de matar a alguien. Es la prudencia de
callar y decir que ya no hay tiempo (aunque lo hay)
para romper las ataduras. Mi barriga crece y yo tendré ese hijo doloroso para evitarle su dolor, beberé
de su tristeza para hacer su nacimiento en las montañas. Solos, felices mientras otras niñas juegan.
Ahora yo también vivo mi juego cruel salpicado de memorias.
...es la locura, la necesidad de una explicación
cuando no es necesaria, el vicio del café cuando me
falta, un vaso que se rompe, el adiós de mi madre, el
seguro de la puerta, el timbre del teléfono cuando
estoy escribiendo y la llamada anónima o equivocada, los personajillos grises de la vida cotidiana.
El encuentro con viejas amigas de la escuela
lamentando sus inmediateces, estancadas como el
más prosaico de los días en que perdíamos el tiempo y cuando las dejé para salir a caminar. Mi memoria es el hambre de todas cuando volvemos a
vernos y les cuento sobre un primo que ha curado
enfermos en Guatemala.
Mi recuerdo es la tacita de porcelana verde
para tomar la leche, la mantequilla, el temblor en
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REBECA MURGA
las manos de mi Nana haciéndome feliz, la lotería
que sin dinero no era lotería, nacer de siete meses.
El último novio que se convirtió en amante, la
servidumbre en los labios de Magdalena, la voluntad de obedecer en todo a un hombre libre. El egocéntrico placer de la felicidad.
El deseo de no ser la misma y morir de amor como
mi Nana. De seguir creyendo en Dios. De que Dios la
tenga en la Gloria y me despoje de esta lágrima.
Los reproches, la soledad de mi madre y las
andanzas de mi padre. El hombre que fue a la guerra
y le escribían largas cartas de amor que un día regresaron, a Dios gracias con el hombre. La mentira. Ver cómo se enreda la madeja.
La locura del maestro que no pudo más y
aprendió a hablar inglés.
Jugar con las palabras amor, guerra y patria en
el poema interminable de los trece años. La desconfianza de mi madre y la próxima hoja en blanco,
la mezcla de palabras otra vez cuando ni yo sabía
cómo lo había hecho antes. El plagio descarado para
acabar con las dudas.
La decisión de los adultos, los jueces y los políticos.
Los tiburones y el windows . El cielo azul, los
dientes de leche y los ancianos. La oscuridad del
minotauro en su silla de ruedas.
...es el miedo a despertar y que mi hija no esté
entre los límites de su egoísmo, para mortificarme y
decir que me quiere del tamaño del sol... a tener
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
un nuevo hijo aunque lo necesite... a amar demasiado a un hombre que también me ama.
...es la certeza de que mis miedos, como cualquier otro, tuvieron un origen, y que dependen todos de mi memoria y sus secretos.
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Eva’s
A mi padre, cantor excelente que no espera
ser reconocido.
En el tronco de un árbol una amante grabó su nombre herida de placer. Entro a mi casa y compruebo el
cansancio de toda una vida en mis costillas. Los pies
me duelen. Camino a la cama, me siento en su borde y me descalzo. No tengo llagas, pero mis pies están rojos. Me desvisto... Y el árbol conmovido allá
en su seno a la amante una flor dejó caer. El techo es
azul a la manera de un capricho sobre mí en los bajos
fondos. Ahora estoy desnuda mirando al techo. Si
supieras cuánto estoy sufriendo, por mis venas llorarías también. Cierro los ojos y no hay techo, solo
música y millones de estrellitas que vienen y se alejan como el Big-Bang. Ahora pienso que no tengo
pies y cesa el dolor, solo la música. Si las cosas que
uno quiere se pudieran alcanzar... También reniego
de mis brazos, de mi cabeza, de mi cerebro, de mi
corazón. De todas las estrellas, de su origen, de mí.
Solo la música. Lejos...
I
Soy rubia y me llamo Anne... Pero todos me dicen
Ninon. Tengo en el rostro la sonrisa de quien ya no
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REBECA MURGA
tiene nada que perder y se arriesga una vez más,
aunque solo sea para el bien ajeno. Ahora estoy
durmiendo y sueño... veo casas y un enorme árbol
de muchas ramas... hay otro, de ramas secas y con
el tronco hueco, junto al árbol una muchacha: soy
yo. Los hombres insisten en cortar el árbol frondoso
para darme fuerzas, piensan que agradezco los rayos de sol que se filtran por los tallos recién cortados y llegan como una bendición hasta mis raíces...
Veo niños que juegan tomados de las manos... De
pronto comienza a llover con gotas pequeñas y muy
frías. Los hombres apuran su labor y los niños su
ronda. Todos temen a la lluvia. Hay mucha muerte, el agua trae el castigo en sus finas gotas... Llueve... La risa de los niños es ahora una mueca pegada al llamado de los padres. Nadie quiere irse a
casa, el hambre los corroe y la sed los ha convertido en viciosos del vino. Todos temen a la muerte y
la muerte está en todos los rincones que habitan,
así que deciden irse a casa y cambiar la ropa sucia
por otra más sucia aún, pero seca. La lluvia ya es
aguacero y arrastra parte de la tierra que cubre mis
raíces... Veo ahora el primer día de aguacero, después de meses de dura sequía. Todos están de fiesta, cantan y bailan a mi alrededor para rendirme
culto. Yo los he acompañado siempre, ellos me adoran y gracias a mí se acabó la tristeza. Me gusta
este olor a tierra infértil mojada por la lluvia. El
agua corre por mi tronco sin mayor dificultad que
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
llenar los espacios vacíos, no puedo absorberla, pero
calmo mi sed y cobro vida... Vuelvo a sentir frío, el
aire es más intenso cada lluvia que pasa, cómo deseo un poquito del sol que hace un rato me ofrecieran los hombres. Ya no siento sed, más bien una
sensación de ahogo interminable, un vínculo naciente entre la tierra y yo... Hay alguien más... un
hombre. Los otros han hecho todo lo posible porque abandonara su labor y corriera con ellos a refugiarse de la muerte. Él no ha querido. Dice que si
muero él morirá también. Dice que soy la luz y la
esperanza y que si muero todo está perdido. Los
demás lo dejan solo y huyen asustados como si los
dominara el fuego... Veo fuego, pero no los quema.
El fuego simplemente los ha dejado atrás; separa
nuestras vidas. Hemos quedado en la combinación
perfecta: el agua y yo, la tierra y él que ahora toma
nuevamente el hacha para salvarse. No es un hacha, es una espada... El hombre la levanta firmemente sobre su cuerpo mojado y llora, sabe que mi
sufrimiento lo acompaña y no le importa ya que lo
vea llorar. Me habla... Pide que lo salve si en verdad soy poderosa. Arrastra hacia mí sus pies descalzos y me enseña los dañados calcañales, ¿es esto la
vida?, pregunta y yo no sé qué pensar. Dice que nos
vamos juntos y su rostro se me vuelve familiar, aunque
está un poco deformado por el llanto... Pobrecito, es
él, ya no tengo dudas... Veo a mi hijo, ha querido
hacerme el amor y no lo he permitido. Pero él no es
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REBECA MURGA
culpable, le he dicho que su madre es la mujer de
quien se ha enamorado. Yo lo he entrenado durante
algún tiempo en el arte del amor y ahora siente vergüenza, se lamenta por haber nacido de mi vientre...
Levanta la espada, sus manos no necesitan la fuerza
para derribarme. Yo no puedo con el peso de mis
años. Con cada movimiento de sus manos y en el
intento de arrancarse la vida caen mis últimas hojas
y agonizo mis últimos minutos... Presiento que ya
nada podrá separarnos y viene hacia nosotros una
luz que nos atrae... Es la paz, el amor...
II
Camino lentamente. Voy a morir. Llevo los pies sangrantes de tantos golpes con las rocas que se hallan
a lo largo del lugar, donde estoy con las manos atadas a la espalda. Hay personas llorando, pero son
más las que gritan invocando a la muerte. Una mujer
alza los brazos y sostiene a un niño... es mi hijo más
pequeño y la señora se quedará con él...Yo he matado a su hija, pero no fue mi culpa, fue ella quien
se lanzó sobre mí sin darme tiempo a bajar el cuchillo que tenía en mi mano izquierda. La señora lleva
puesto un largo vestido negro y baja con fuerza el
brazo extendido de mi hijo, quien ha comenzado a
llorar y me llama insistentemente. Les digo que es
un error, pero nadie me escucha... La verdad no es
esa, realmente soy la amante del esposo de la señora
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
vestida de negro... Él está escondido entre la muchedumbre, permanece en silencio y baja la cabeza
cuando lo miro... Me asustan las piedras. La señora
del vestido negro ha comenzado a tirar. No sé de
dónde salen las demás, pero son muchas... ¡Que
muera, que muera!... El dolor es inmenso y no puedo cubrirme. Me he tirado al piso, pero siempre me
atacan. No puedo, no puedo, me van a matar... Ya
vienen, son muchos y gritan muerte, muerte... Ya no
puedo más, veo una luz y termina la angustia... Aún
puedo ver sus rostros descompuestos por la ira, siguen lanzando piedras sobre mi cuerpo inerte... Ya
no tengo dolor... Una paz muy dulce me rodea.
III
Me llamo Celeste. Llevo unas sandalias de cuero,
un largo vestido gris y el pelo recogido a modo de
trenza y bien cuidado. Soy hermosa, ahora todo
parece tranquilo. Un hombre obeso y con dinero
quiere hacerme su esposa, yo no quiero. Escapo de
mi casa y paso la noche a la intemperie. Conozco a
un joven que me dice palabras bonitas, es apuesto
y pintor. Duermo con él toda la noche y cuando
despierto ya se fue. Él nunca lo sabrá, pero tuve un
hijo suyo. Regreso a mi casa, nadie me espera. Hay
una mujer trigueña y vieja que atiza el fuego con
dificultad. Es mi madre. La veo ahora envuelta en
las llamas de un gran fuego por mi culpa. Me he
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REBECA MURGA
quedado sola...Veo otra casa, más lujosa y con gente que entra y sale. Llevo las mismas sandalias, pero
me han cambiado el peinado y mi ropa es oscura.
Hay algún dinero y una señora vestida de negro
sale a recibirme. Veo la alegría del que pierde todo
y luego encuentra algo, veo mi sonrisa y mi hijo
naciendo todo mío. No estoy sola, somos muchas
hembras en busca del dinero. La gente no nos quiere, o mejor, alguna gente no nos quiere. Los hombres sí, y les digo que el amor se encuentra entre
nosotras... La señora del vestido negro se me acerca, me entrega unos centavos y se marcha. Hay
algunas llorando y otras no, yo no estoy llorando,
más bien parezco resignada... Ahora es otro día y se
me acerca el hombre obeso, viene con la señora del
vestido negro y conversan animadamente, veo una
trampa y a mí preparada para caer en ella. Me estoy desnudando y digo algo mientras el hombre obeso
solo mira. Eres algo mágico, dice, y me hace el amor.
Lo veo desesperado y se hace mío durante unos instantes. Grita, empuja, toca, muerde hasta vomitar
en mí sus ansias y ya parece más tranquilo. El hombre obeso dice que me ama y que me vaya a vivir con
él a un lugar nuevo, donde nadie sepa quiénes somos. Dice que tiene todo el dinero para pagar por
mí, y por mi hijito que le costará más caro. Las muchachas quieren que me vaya y empiece una vida
nueva... Estoy caminando junto a él y llevo a mi hijito entre los brazos. Las muchachas están llorando y
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
la señora del vestido negro las manda a trabajar.
Cuenta otra vez el dinero que le dimos y sonríe
satisfecha. El hombre obeso repite que me ama...
Yo pienso en mi madre... Nos acercamos a la verja
que divide la casona del resto del camino. Miro a
mi hijito y a los ojos del hombre obeso, a sus labios,
su dinero y pienso en mis días futuros. Ya no tengo
miedo. Veo a mi hijito en los brazos de aquel hombre que pudo ser su padre... Les digo adiós y que
aprendan a vivir sin mí... Digo adiós a la casona.
Por primera vez en mucho tiempo estoy llorando.
Al final del camino hay una luz que me acoge dulcemente. Voy hacia ella...
Te levantas con las mismas dudas de siempre que
tendrán todo el calor de un beso. Vas al baño. La
ducha es tibia... Te preguntas qué has hecho de tu
pobre flor, recuerdas tu nombre y lo repites varias
veces para que las gardenias de tu amor no mueran. El agua se desliza entre los labios y arrastra tu
nombre junto con las lágrimas y tu saliva, porque si
te ves llorando el calor de otro querer puedes morir.
Eres solo una niña rasgando el tronco equivocado.
El agua tibia reconforta. Los pies ya no te duelen
tanto, son un pedazo del alma que se guarda por
piedad. Te vistes... La calle espera tus limosnas.
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Serenata para Rabindranath
La acera, un pasillo de cemento y la entrada principal. Todo deteriorado por las pisadas de la gente,
semejante a estatuillas del más cercano infierno, o
de este lugar, que sería decir lo mismo. Estatuillas
de barro, moldeadas para el disfrute del más lírico
arrebato, ese que viene cuando el otro, médula
consciente de sus quince años, reflejo para el resto
de su vida, se va así: como vino.
Estatuillas de barro, con cabezas deformes y serenas, justo lo que necesita para su reposo: torcer
ligeramente, vena a vena sentirlos como ella. La acera, un pasillo de cemento y la entrada principal.
Debe haberlos caminado alguna vez. Sí, claro.
Los primeros meses, cuando se mezclaba con toda
esa piojera y estaba tan lejos de pensar en los días
que aguardaban. ¿Por qué, si yo no lo busqué? Virgen insensible, no tendría experiencia para eso.
Inocente, si cuando sus amigas usaban la saya tipo
mini, se extraviaba en la inmensidad azul del régimen escolar, en las libretas y los lápices. Él le hizo
levantar la vista, elevar sus inquietudes, alzar el
dobladillo primero y la saya después. Se supone que
entre, así hacen estos esqueletos vivientes después
de que dejan atrás la acera, un pasillo de cemento
y la entrada principal.
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REBECA MURGA
Él sí debe conocerlos bien. Los recorría diariamente a la hora de salida, como si nada fuera a
ocurrir, en la bicicleta que le dieron como estímulo
al entrenador más destacado del año anterior. En
esa bicicleta en la que no será ella quien lo acompañe más tarde, juntos al círculo infantil y seguir
rodando: los mandados, los encargos para mantener la casa, y así un millón de cosas divertidas y
comprometedoras además. De otra forma hubiera
preferido lo que ella le daba. Sus salidas, no como
él por la entrada principal, no a su lado pero sí a su
encuentro, fueron el aliento de las mañanas, el espíritu del mediodía, y de las tardes su realización
absoluta. Hasta el otro día juraba que para él sería
lo mismo. Se buscaban y nada era prohibido cuando tizas, registro y tablero de ajedrez quedaban lejos. Libros y uniforme escolar también. Pecadores
las reuniones, actas y escarmientos. La disciplina,
el orden. Él, un hombre. Ella, las alas del ángel que
su constancia mató. Y así sentir-vivir-gozar cada uno
cosas nuevas. Él volando con las alas por el cuerpo
terrenal en sus debilidades. La salida después del
sueño. Siempre después.
Esta escalera tan ancha, tan sola a pesar de la
cantidad infinita que se agolpa, unos contra otros,
queriendo subir primero para alcanzar puestos en
la última fila. Para no atender al profesor de Matemáticas, con su mal aliento, ni a la de Física, que
quiere imponer respeto a base de gritos, esas son
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
puterías, comentan los varones y ella no los oye porque si no la arma. Por eso, para poder hablar de todo
y de todos, corren para llegar al aula. Los otros, los
más pausados, son hembras en su mayoría. Se pavonean por los escalones con las caras pintarrajeadas,
el pelo recién teñido, y si ven, aunque sea de refilón, al causante de tanto artificio, entonces sí hay
que correr. Y casi siempre es el profesor de Literatura, pero ese no hace caso, yo soy un hombre, me
gustan las niñas —dice— vamos para la cátedra.
Él, que lejos de ser un pajarraco como todos los
profe de Literatura, sabe más de la cuenta y ellas se
quedan rezagadas, porque de primeras en la fila o
incrustadas en el buró se pasarán la mañana contándose las nuevas. Hoy se van a joder porque no
me voy a apurar, hoy no hay para nadie y mucho
menos para las que se fijan en un profesor de Literatura como este. Segunda escalera, los ojos se mueven a su derecha aunque los obligue a mirar en
línea recta. Salón cerrado, ¿qué pasará?, ya debía
de estar aquí. Pero eso no le importa, sigue subiendo. Hoy no quiere ir a clases.
Y pasaba por el aula como quien no quiere las
cosas. Siempre había un recado para alguno que
nunca fue ella, porque sospecharían por el nerviosismo que le daba a esa hora en que lo veía tan
lindo, con tanto sexapil que solo ella podía manejar, explotar a sus anchas. Las muchachas lo miraban, se miraban, sonreían bajo y ella soportando
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REBECA MURGA
todo aquello. Tan ridículas —protesté cuando nadie
nos veía— y su risa, ¡ay, Dios mío!, era la risa que me
acostumbraba. De hombre tierno, enamorado como
sé que aún está, con su risa alborotando uno por uno
mis sentidos y, aunque orgullosa, tenía que flaquear.
Entonces terminaba por besar mis poros, que ya tienen su olor a sal. Sal que a poco fue calcinando la ira
de niñita primeriza brotando de mis manos, mis ojos y
mis caderas. Tagore, es un regalo; léelo.
La puerta. Lejos de su vista con todo lo que hay
dentro del aula. Ocho minutos de retraso, primera
tardanza. Qué pasa, que ya es tarde y entro sin saludar, con esa cara. Nada, respondo. Y ya está sentada, el profesor preguntándole por la tarea evaluativa
y su primer deficiente en el semestre. No le importa,
no le interesa ninguno de ellos.
Así se han ido los primeros cuarenticinco minutos. Receso. Tiempo para ir al baño, sacar punta
al lápiz, todas esas cosas que no va a hacer. Mira a
la segunda planta. Salón cerrado. Toca el timbre
de entrada al próximo turno, el de Literatura, y
llega con su mueca provocativa a flor de labios,
habla de no sé qué cosas y pregunta. Tagore —responde inconsciente—. ¿Qué? Tagore —se da cuenta y ya no puede volver atrás—. ¿Quién? La risa de
los del fondo que lo acompleja y ya la han expulsado.
Mejor, si ya no lo resisto. Tagore, R-a-b-i-n-d-r-an-a-t-h. ¡Y se hace el sabiondo!, con su cara de
mulata clueca.
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
Me gustó. Me gustó mucho. Y le gusta él también, lo mismo cuando suda frente al tablero o cuando lo hace entre su cuerpo menudo, incipiente,
marcado. Lo guardaré siempre, y guardará en su
vientre el olor de su sexo fogoso, incontenible. Apetitoso, como diría aquella cartomántica, mujer de
buenos sentimientos que habló también del engaño de su esposa y ella tuvo esperanzas de que él lo
supiera y fuera el fin y el comienzo de lo que no
habría de acabar. Primer amor, cuando llega es el
comienzo y nunca el fin. Con un hombre rubio y un
largo viaje. ¡Que sea bien largo, Dios de mi vida!
Gritaba, lujuriosa hasta lloraba, todo lo que él le
había enseñado porque cuando uno quiere nada
de lo que se haga es malo y la mujer en la vida
debe ser decente, pero en la cama una loca que lo
lleve a uno al cielo, a ultratumba, al más allá —decía— y le besaba la tibieza de la piel. Con palabras
suaves. Con miradas tristes.
¡Qué pasillo tan largo, no termina nunca! No
sé, tiene algo que me resulta extraño y no puedo
percatarme. Y es que lo camina sola, aunque otras
veces también pudo caminarlo sola, pero no con la
premura de los días en que salía a verlo trabajar y
él sin poder mirarle, pero queriéndola. Se hace eco
de un susurro que le baja por el pecho, y desvía su
atención hacia todo lo que le devuelva la armonía:
las cátedras llenas de profesores que conversan, estudiantes impacientes en las aulas, la sub directora
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REBECA MURGA
que corre a organizar reuniones y todo sigue su curso
normal. Los envidia a todos: a Ana Julia y a Lalita,
hechas para acostarse con cualquiera, sin remordimientos. A Leticia, a Marilín, a Carmen y Mirita,
que pueden sentirse complacidas con un hombre
como el profesor de Literatura, cariñoso y amable como sabe ser. Tan dulce como él para llevarlas a la
cama porque él es más sincero y ellas van conscientes de la última vez. ¡La cama!, ¿qué va a ser
de mí? Su madre le había aconsejado que esperara,
mamá que sí es buena, porque todas las muchachitas se enamoran alguna vez de un profesor y luego
pasa, pero ella no pudo resistirse y ahora cómo le
digo lo mal que me estoy sintiendo ¡ay, mamita!,
ayúdame a salir de esto. Además, parece amor pero
no lo es, de este te gustan los ojos, de aquel su
cuerpo, del otro la forma de hablar y es que estás
madurando, hijita, no te preocupes. Ahora, cómo
va a decirle que ya no es su hijita, ni le gusta que
la llame así porque está aprendiendo a ser mujer y
de mujer sabe tener preocupaciones como qué va a
ser, insegura de gustarle a alguien, ni siquiera a sus
amigas, y se siente sola, en ridículo delante de todos, que tras la apariencia del que nada sabe estaban a la espera de la decisión de un hombre acomodado, insatisfecho, incomprendido; un incapaz
y para ella, al flujo de sus quince años, el único.
Qué decepción adivinar que es solo el primero en
una cuenta incalculable, sería como dijo su madre,
una necesidad biológica, algo parecido a lo que
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
ocurre con sus amigas de la escuela. Pero no puede
ser así, conmigo no. No a ella que dejó caer confiada
los mejores peones de la partida.
Se va, primer día que sale temprano del docente. Mira como por primera vez los ventanales, las
paredes, el color que tanto influye en la tranquilidad de los alumnos, como hizo saber la metodóloga,
única responsable de su tardanza unos minutos después de firmada la salida, él actualizando los papeles
muy molesto y ella gracias, inspectora, aunque nadie entiende nada. Comprende el porqué de Mal
en la evaluación: no se cumple el reglamento de la
higiene escolar. Antes eso no era lo importante,
piensa y sonríe. Su primera sonrisa. La gente camina ansiosa hacia el comedor. No le interesa la gente, ni los largos pasillos y mucho menos la entrada
principal. Los alumnos apuran a los profesores que
apuran al que está de guardia que toca el timbre
cinco minutos antes. Desliza bajo la puerta del conocido salón una nota y se marcha. Llegará tarde a
su casa, un día entre semana, con una noche triste, motivos suficientes para alarmar a la madre que
tanto cuida de ella y a la que prometerá obediencia sobre todos sus impulsos. Piensa en la mujer de
buenos sentimientos y en sus palabras sobre otra
mujer: rubia, madre de familia. Recuerda lo escrito en la nota mientras se escurre por su entrada, la
que un tiempo le sirviera de salida. En la nota, un
nombre. Solo falta que lo haya escrito bien.
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Destino: una canción cursi
Cuando conocí a Ramón supe que nunca era decir
jamás.
Y cuando conocí a Braudilio
Y cuando conocí a José
A Puchi, a Leo, a Santi
Mario, Carlos, Abel
Enrique, Tony
Y a Luis, Noel, Gustavo, Fredo
Camilo
Cuando conocí a Manuel supe que nunca era
decir jamás. Era algo diferente ver llegar a este Manuel lleno de pecas, con los espejuelos cabalgándole
por una nariz perdida en las constantes risotadas
de excelente dentadura. Por esos días salía con
Ramón, pero no había nada serio entre nosotros y
gustaba de traer siempre alguna flor para su «niña»,
sin saber cuándo vendrá, ni si es la que está buscando porque para él era lo mismo una rubia o una
morena, una gorda o una flaca, pero eso sí: que
fuera linda y yo lo era. En eso Fernando me recuerda a Ramón, no conciben la idea de decir lo de
una flor para otra flor y que ni ellos mismos se lo
crean. Era muy sincero, y todavía lo es cuando me
pide otra experiencia como en aquel tiempo, mientras advierte que no le recuerde a su esposa. Está
31
REBECA MURGA
perdidamente enamorado de ella y me lo dijo así
mismo cuando nos conocimos, que tenía novia pero
yo le había gustado, y que si para mí no era impedimento podríamos «experimentar juntos sensaciones buenísimas» y de verdad así fue. Hasta que llegó Manuel, que vivía para ser enciclopedia y coger
la universidad. ¡Ah!, y la pesca submarina, el fuerte para la arrancada en la conquista. Comencé regalándole el libro Viaje de un naturalista, sin contar
que era buena la ocasión para sacarle partido. Le
preguntaría si le gustó, si él lee mucho y sabe de
pescados, porque esos deben de ser libros muy buenos. Yo quisiera aprender a seleccionar la lectura, y
poco a poco seleccionar algo mejor, digamos hombres, y verlo así, como se pone chiquitico de la pena,
sin saber qué va a ser y no hace nada, y es que
Manuel no parece haber tenido novia y yo podría
ser la primera si Ramón me deja, que se ha vuelto
insoportable para decir cosas como: ¿desde cuándo
te gusta pescar?, y lo nuestro no se va a quedar así
porque yo sé bien en lo que andas, y qué lindos los
espejuelitos, voy a comprarme unos para verte mejor. Y Manuel se hace el que no entiende, para evitar problemas, eso es lo que decía, pero era por miedo, y hay cosas de los hombres que pueden
perdonarse, pero no la cobardía, símbolo de debilidad, porque así es Manuel, débil como la chicharra
o el pez-luna de aquel libro raro que le gustaba leer
al lado mío, para hablar de algo que sí conocía muy
bien. Ya lo estaba endulzando, mostrándole que el
32
LA ENFERMEDAD DEL BESO
sexo existe y para eso tiene lo que Dios le puso muy
bien puesto, porque se le nota cuando camina con
los pantalones apretados, y a mí también Dios me
había dado algo, diferente pero con el mismo fin,
hechos el uno para el otro y si no me cree que le
pregunte a sus compañeros de aula, conmigo no
hay problemas. Ya lo estaba endulzando digo, cuando dejé de verlo primero una semana y todo el curso
luego por culpa de Ramón. Con Manuel no le sería
difícil, lo haría rodar por las escaleras, qué fracaso,
pero antes qué bien me hacía sentir aquello:
Fue por su culpa, está volviendo
locos
a los varones;
qué será lo que tiene, y Ramón está así
medio loco;
ahorita ni su novia le hace caso, entonces sí se
vuelve
loco;
total, si yo creo que le gusta más esta que su
novia;
y un millón de cosas que me convertían en la
más importante de todas, llamativa, la mejor. Me
sentía bien con eso, pero con Manuel pasaba algo
diferente. Si hubiera sido Santi, o Tony, o el mismo
Puchi que no le aguanta una a Ramón, me hubiera
sentido complacida. Pero no era con ellos.
Se fue Manuel y apareció Braudilio, y Ramón
otra vez, Luis, Noel, Gustavo, Jaime.
33
REBECA MURGA
Y llegan las pruebas finales y no está Manuel.
Todos siguen su camino, serán universitarios, o técnicos, o lo que puedan ser. Todos menos Manuel, y
se va todo, hasta Manuel.
Y Víctor, Papito, Alexander
Frank... ...
...
Veintiocho años con Miguel, treinta con Lalo,
y recién cumplo treinta y dos con Kike, que se aparece en su camión para llevarnos al campamento
militar los fines de semana, y empezó con el machete, si no tenía filo, si era un abuso traer mujeres
aquí, que esto es para los hombres. Hombres dotados de sutil sensualidad, a los que conocía padres
de familia. Y una nada, es que no estoy para esas
cosas que ya sé, y no por experiencia, pero Kike
tiene sus encantos, nada de mujer, y un camión no
sabe manejarlo todo el mundo y le queda muy bien
eso de estar frente al timón, mirar por el retrovisor,
sabe que lo estoy mirando y veo su lengua retratada, mi risa, y ya es un hecho que esa tarde no se
baja del camión para «hacernos el amor». Se ríe y
me recuerda a Manuel, ni siquiera sé si está casado, o tiene hijos y es feliz. Que me miraba sin entender las cosas mías de mujeres y de hombres, no
estoy para eso de hacer el amor y atravesar los corazones por no sé qué rayos, chica, lo que quiero es
ayudarte. Manuel, Manuel, aprende de la vida. Si
pudiera conversar con él, qué digo conversar si ya
34
LA ENFERMEDAD DEL BESO
tengo a Gonzalo apretando mis costillas, las nalgas,
diciendo qué bueno, no me dejes nunca y me deja
en los brazos de Raúl, que dice lo mismo de cuando tenía doce años, y aunque Manuel no esté, otros
van a hacer lo que no hizo. Abrir los ojos para ver
casadas a mis amigas, tener hijos, seguro que con
Martín tengo más suerte, nada. Con Orlando, Félix.
Julio, me quiero casar, José. Y mi Manuel, un hombre como Manuel para hacer las cosas de Manuel,
y vivir como Manuel, pero Manuel es mi amigo y
entonces para qué pensar en él. Quizás no lo merezca, pero es bueno tener un amigo como Manuel.
Y por qué no lo escuché, mi único amigo que una
vez pudo decirme la verdad para volver a repetirla
ahora. Quizás pueda arrepentirse como yo quizás
me hubiera arrepentido de decírselo algún día, pero
no puedo hacerlo ni por él porque ya me he acostumbrado a esto que nadie encuentra cómo llamar.
Solo Manuel que nunca tuvo reservas para decirlo:
—Siento lástima de ti.
35
Ecos de cristal en noche se supone
matrimonial
Ella también trabaja. Ella también está cansada y
lo que lleva dentro se le torna cada día más agudo.
¿Desde cuándo no están solos? ¿Hasta cuándo tendría que esperar para sentirse en familia nuevamente? Era su noche porque así ella lo quería y habría
de pedírselo así mismo. Ella pidiéndole su noche.
Acariciar la espalda y sonreír. Ella tiene paciencia para todo porque es la mujer de la casa.
Paciencia hasta para sonreír. Lo intenta de nuevo
—sobrada paciencia— y manosea su sexo dormido. Lo nombra bajito y consigue un gesto: dos brazos la buscan desde un sueño que la incita a recuperar a su hombre, la prenda que descubrió hace
trece años, o menos, ya no sabe.
La próxima semana será el legrado de mamá.
Tendré que ir a verla, ausentarme unos días del
trabajo, ahora que iba alante con los puntos en la
emulación y pensaba comprarle a Danielito los tenis de la escuela. Ingresaré con ella y le harán todas las pruebas en mi compañía. Es mejor, así no se
sentirá tan sola. Y ella tiene tanto miedo.
Pero eso será la próxima semana. Ahora es esto:
Deshacer suavemente los amarres que la mantenían inerte. Ana Julia y Mirita le habían dicho
que excitar a un hombre era muy sencillo, siempre
37
REBECA MURGA
que usara un refajo negro con muchos encajes y no
se pusiera blumers. Así lo hizo algún tiempo, antes y
después de Danielito, y le dio buen resultado. Estaba convencida de que Ana Julia y Mirita hicieron lo
mismo los primeros meses de casadas. Hace ya quince años que no ve a Ana Julia y Mirita y se zafa el
ropón en silencio. Rueda por la sábana sintiendo un
ligero temblor. Ella reclamándole su noche.
Danielito no quiere comer, tendré que ir a la
escuela a ver si tiene algún problema. ¿Y si se molesta? Quizás se ha enamorado y no le hacen caso y
...bah, mi hijo es muy lindo y bueno además, igual
a su padre. Aunque este... Será mejor averiguar.
Pero eso será en otro momento. Ahora es esto:
Sentarse sobre sus muslos, el punto débil de
tantos años, y nada. Incorporarlos a las ligeras ondulaciones de los suyos, morder cuidadosamente
las tetillas, regodear con su lengua los hombros, la
nuca, el vegetante cuello, y nada, a excepción de
inconscientes movimientos que van atorando su
noche. Nada de nada. Cree que no podrá sacrificar su ánimo de nuevo. El miedo, la angustia, el
desencanto...
Es terrible. La comida, los cigarros, hasta la
cuenta del teléfono es motivo de preocupación. El
jabón, pasta de dientes, la cuchilla de afeitar. El fogón de luz brillante que ya no puede encender por
aquello del trauma y todo es taciturnamente caro.
Mala, más que mala, malísima. Debes comprenderlo
38
LA ENFERMEDAD DEL BESO
un poco más, cuidarlo, apoyarlo, SENTIRTE ORGULLOSA DE ÉL.
Pero eso será en otro momento. Ahora es esto:
Bajar perseverante hasta los pies. Lamer una
vez más los infantiles dedos, el grueso calcañal, las
piernas hermosas a diferencia de las suyas, llenas
de várices a consecuencia del trabajo y largas horas de pie. Siente. Se entusiasma. Rápida se encima y lo disfruta, penerecto, suavecito y sensual. Las
caricias y un gesto. La nariz. La quijada. El cuello.
Un gesto. Cuello-quijada-nariz-quijada-cuello: un
gesto. Deja de oír la sudorosa respiración y oye. Palabras. No distingue, pero entiende. Se estremece. Se
congela. Se avergüenza y arrepiente.
Danielito... el legrado... la escuela... mamá...
Ana Julia-strip-teaser-Mirita... y este hombre...
Evoco mi pasado, mis días uno a uno. ¡Si pudiera
ser una niña otra vez! Me pondría las sayitas cortas
y a nadie llamaría la atención con mis nalguitas
empinadas. A los mayores, quiero decir, porque los
otros hubieran dejado de jugar y tocando sus
pichiparaditas saldrían corriendo a los bajos de la
escalera. Al menos ellos se la hicieron, este ya ni
eso. Antes de hacerlo debí pensarlo mejor, a mí que
mucho más que eso de las muñecas y las tacitas de
café me gustaba eso de las pajitas. Claro, esos tiempos pasan, pero a veces es bueno recordarlos.
Mi hermana y yo nos fuimos de vacaciones para
la finca del abuelo Enrique y conocimos a Miguel,
39
REBECA MURGA
«El Buchito», como él mismo se hacía llamar para
nosotras. La verdad es que él no se fijó mucho en
mí —no se fijaba mucho en ninguna— pero así y
todo nos íbamos para la mata de mango. No digo yo
si había que nombrarlo por su apodo: El Buchón,
en serio que sí. Aquellos eran días buenos, qué
manera de pasarla bien. Después conocí a Ana Julia y a Mirita con aquello de ropones, bailes eróticos y todo lo que no entendía, pero parecía bueno.
¿Cómo estarán ahora? Ya no deben de hacer ninguna
de esas cosas porque si de jóvenes parecían flecos,
ahora sí que deben serlo. Y no es que sean tan viejas, pero es que cuando una ha andado mucho se
le asoman los pellejos como tripas de carnero. Ya
seguro ni lo hacen, y si tienen un marido como este,
menos. Un marido como este lo tengo solamente
yo. Bueno, cariñoso y trabajador, pero a la hora de
los mameyes... Ni siquiera recuerdo exactamente
cuándo fue que nos casamos, porque eso en realidad no me importaba mucho. Contar aniversarios
no es mi fuerte y mucho menos cuando no hay nada
que celebrar, a no ser Danielito, que ese sí que es
un encanto, lo único bueno que me trajo el matrimonio. Lo demás ha sido trabajar y aprender a tener
calma en las noches como esta. Mis noches. Las
mil y una noches. Si hay leyes para todo, demasiadas diría yo, debiera existir una que prohibiera a
los maridos hacerlo menos de siete veces por semana. ¡Qué distinto todo cuando era una niña! Allá
40
LA ENFERMEDAD DEL BESO
en la finca del abuelo Enrique. ¡Así sí valía la pena!
Así, sin pensar en nada, mirando a Miguel, desde
el copo de una mata de mango, bañándose en la
cañada. Desnudo. Sin ropas. Lindo. Así sí valía la
pena, sin hogar, matrimonio ni familia. Todo fresquito y sabroso. Así... Dormilón, si pudieras verme
ahora. Así. Así... palpando. Así...aAAAH... ¡Así!
41
Para eso son las amigas
I
La erección a que se ha ido acostumbrando poco a
poco esta vez le repugna. Lo ve abalanzarse y reclamar su derecho a ser bien atendido, muy bien sacudido, como ella misma decía sonriente. Pero
ahora no ríe y esto le parece algo bastante serio. Si
hubiera sido lo de siempre, las cosas tendrían otro
nombre, si no para los otros, al menos para ella que
intentará, mientras pueda, recordar a Mariela y
hacer esas cosas con la misma resignación y el valor de Mariela, que para eso sí que se necesita valor
(porque no puede ser permitir) que le disparen a
una la baba de cañón insatisfecho de este hombre
que se vuelve y la mira esperando, porque ha pagado bien y espera cobrarlo mejor, y sabe que es difícil, pero no tan asfixiante. Prepararse psicológicamente, esto es lo que había dicho Mariela, y ella
que sí, claro que estaba preparada, esto no era nuevo, y sí que era muy nuevo y penoso además para
ella, que puede acostarse con cualquiera o con casi
todos, siempre que puedan merecerla. Y ya lo tiene
arriba y siente que aún no está psicológicamente
preparada, pero dale, que mientras más rápido pase
mejor será, y la acarician, no es tan malo como lo
pinta la gente, la besan, la gente que no puede
43
REBECA MURGA
darse la vida que me doy, no me falta nada, la desnudan y va pensando en esto mientras siente. Y no
siente nada.
II
Todo es muy fácil. Es cuestión de cerrar los ojos y
tratar de olvidar, recordar algo bueno, uno de los
tipos que realmente te hizo sentir en aquellos tiempos en que se podía sentir y comer, de esos que te
enseñan con placer el placer que hoy cuesta a los
demás. Piensa en ella, su única amiga que ahora
está en lo mismo o quizás ya terminó. Es mejor que
olvide un poco a esta muchacha que no resuelve
mi problema, y mi problema me está pidiendo un
beso y que lo sienta, grave problema porque yo no
siento nada, pero tengo que sentir porque esto es
con el alma, y si no, nada de plata. Ella, que siempre
ha estado preparada psicológicamente, capaz de abstraerse al punto de vivir el momento y cobrarlo para
después volver a vivir y volver a cobrar, que puede
con toda decisión decir a su amiga lo que significa
estar preparada psicológicamente, sabe que no lo
está por primera vez y se preocupa al saber tanto
cuando eso no importa aquí, y se mueve. Lo estimula con cosas nuevas para él, cosas que lo enloquecen, mitad furia, mitad pena, extrovertida bestia
sexual, capaz de ser amada sin amar, por lo menos
en un instante.
44
LA ENFERMEDAD DEL BESO
III
La pegajosa lengua ha saturado los poros que a modo
de secreción devuelven la saliva al ídolo en que
debe convertirse y que inconsciente disfruta el
momento de sentirse hombre, de hacer y deshacer
sin el temor de quedarse vacío como ella, que quiere
que la tierra se abra y se lo trague completo, como
está haciendo él con su cuerpo. Solo puede contar
con Mariela, la única que puede ayudarme si me
quita a este hombre de arriba, y la gruesa cabeza la
siente rodar entre sus piernas, sumergirse un poco
más allá de su tiempo y de su espacio; con las manos registrando sus senos que se escapan en un
pudor bien fingido. Recuerda a Mariela, cuando
dijo de un cambio para bien y pensó que sería fácil,
estaba segura, ya lo había hecho, con pequeñas diferencias. Pero no estaba hablando, ni Mariela la
escuchaba, quería gritar que no es lo mismo, y es
que no solo se grita de placer, porque es una mujer
y tiene miedo de este sapo que intenta seducirla
con las manos. Si pudiera terminar. ¡Ah! Si pudiera... Pero le falta y sabe que no puede hacer otra
cosa que resignarse, igual a su amiga Mariela, su
amiga que la comprende, a ella, cuando parecía
que nadie pudiera comprenderla por ser una
inadaptada social, no solo la comprende sino que
la ayuda a ser igual, porque Mariela es una amiga a
todas y cuando este hombre le pague, se tomarán
un trago juntas y le dirá que es muy valiente, pero
45
REBECA MURGA
ella no, y esto no puede hacerlo más porque le duele
malgastar su tiempo. No ha podido disfrutar nada,
solo siente el dolor que le riega por los huesos de
tantas vueltas sin sentido, aprisionada por la barriga que cae sobre su espalda y la domina. La barriga
que aborrece y la hace sentir mal. Mariela, ¿qué
estará haciendo ahora? ¿Cómo podrá hacer lo que
seguro está haciendo? Si pudiera ser como Mariela.
Si pudiera cerrar los ojos y que todo caiga por su
propio peso. Intenta no abrir los ojos, y puede, claro
que puede, si no es tan difícil recordar cuando
menos al hombre de ayer, con quien pasó un rato
mejor que este, no como si fuera el hombre de su
vida, porque está muy lejos de encontrar al hombre
de su vida, pero parecía más corto el tiempo. Si
pudiera adelantar las horas y verse con Mariela, su
única salida, escucharla para que le diga que también a ella le suceden esas cosas porque una no
puede elegir, sino dar gracias a cualquiera que la
elija. Dentro de quince minutos será distinto, otra
cosa y no lo que es quince minutos antes. Si pudiera tantas cosas. ¡Ah!, si pudiera...
IV
Y ha podido, al fin, satisfacer a su hombre. Siente
que quiere a su amiga, como algo suyo se le hace
imprescindible, quiere verla aquí, a su lado. Si hubiera sido otra, le habría dicho que aprendiera en
46
LA ENFERMEDAD DEL BESO
el camino, pero era su amiga, quizás porque simplemente era agradable esta muchacha de continuidad y consuelo que se le acercaba pidiéndole
un remedio para su ambición de inadaptada. Y va,
mirando cómo su vida se repite en las pupilas de las
otras que como ella saldrán corriendo con las manos llenas, y algo más.
No importan los medios, solo el fin. El fin que
para todas es el mismo. Se demora, pero ya llegará
y ella la espera porque es una buena amiga para su
primera amiga. Se marcharán juntas hasta que vuelvan a verse, la amistad es lo más bello que existe.
Sobre todo para quienes tienen algo nuevo en qué
pensar cuando no quieran pensar en nada. ¿Por qué
entonces no puede comprender lo que le pasa? Si
todo lo que ha hecho es decir lo que para su bien
podía hacer, lo mismo que ella hace para mantenerse como Dios manda, y se lo dijo sin celos ni
reservas. Es que soy sentimental, debió de pensar y
continuar tranquila. Pero: ¿qué es esto, madre mía?
¿qué es?
IV a
Esta escena de puchipapilindo me repugna. Creía
no poder repetirlo y aquí estoy de nuevo, tentada
por la miseria. La miseria de la que quiero escapar
para volver a ella, espantada por una miseria incluso
mayor: mi propia miseria.
47
REBECA MURGA
Se asfixia respirando en un vacío de eres mi amor
y qué bien lo haces y qué movimiento el tuyo, esas
cosas que la tornan impotente hasta hacerla pequeñita en las manos que la tocan hoy y la tocarán mañana. Siempre que alguien desee jugar con su cuerpo hecho para el consumo de unos pocos (pocos),
entre las sábanas, con los ojos en un punto fijo, donde nadie los pueda mirar, donde pueda estar Mariela
diciéndole que aguante, que no sea mala con este
hombre, quién sabe y pueda darle mucho más que
este mal rato y podrá estar contenta y vivir, vivir, que
eso es lo que da la vida, total, si no somos eternas,
mejor hoy que estamos completas y no cuando tengamos lástima de nosotras mismas. Y aparece y desaparece entre las sábanas, la hacen descubrir cosas muy
nuevas, cosas extrañas sin atreverse a disfrutarlas, pero
necesarias a su oficio, a las que se acostumbrará y
llegará a dominar y será reina de todo, manoseará el
sexo ajeno con la facilidad con que toca una muñeca,
o un videocasete, y ya no necesitará pensar tanto en
Mariela, que no se le va de la cabeza, no entiende
cómo puede con esto. Sigue ahí, finge que lo quiere
y es querida, como debe hacer Mariela. Y siente más,
debe terminar porque no le dan las fuerzas, puede
vomitar de la fatiga a que este hombre la ha llevado
y tiene que poder, mueve sus caderas de mujer bonita y las mueve, las mueve, las mueve mucho hasta
que la sueltan lentamente. Sonríe. Se levanta.
48
LA ENFERMEDAD DEL BESO
V
Lo mismo de siempre. Intenta hacerlo diferente y
juega con sus manos a algo nunca pensado, a cualquier cosa, siempre que lo entretenga. Se le arrima
con suavidad, con lo húmedo de su cuerpo de mujer, porque es bueno a veces recordar que es una
mujer y aprovecha a este que no es tan como los
otros y, además, habla muy bien. Le ha tocado lo
mejor y piensa que su amiga puede tener la misma
suerte, pero este hombre va a hacerle olvidar todo
y trata de portarse lo mejor que puede, luce sus
encantos, se excita excitándolo a él que le pide
más y es que ella, cuando quiere, sabe cómo enternecer a un hombre, lo seduce con miradas provocativas, él las siente, la conserva fierecilla, le toma
las manos pidiéndole, ella no sabe qué hacer, él le
recuerda y se excita, la quiere excitar. Ya no hay
para más. Las manos resbalan por la velluda espalda y el mayor de sus dedos de mujer encantadora,
bonita, sensual, es condenado a penetrar en aquel
abismo que pensaba poderosamente masculino. En
su retorcida vagina cae el semen como pequeñas
gotas de grasa, en segundos convertida en blanca y
fina manteca.
¡Era esto lo que esperaba para su amiga! La
pobre, si se encuentra con esto hasta ahí llega su
amor. Otra vez con lo mismo, hace tiempo que la
protege y tanto cuida de ella que hasta busca sus
compromisos, pero cómo no va a cuidarla si le había
49
REBECA MURGA
dicho: «Mariela, pienso en esto, en nuestra amistad, así todo es más fácil». Es que ella, Mariela sin
apellidos, tiene una amiga. Una excelente amiga.
Siente que la miran, es su amiga. Ve a Mariela mirándola y ella la vuelve a mirar. Se miran. Necesita
un trago. Mariela necesita un trago, la invita. Se
van. Tiene necesidad de conversar. Sabe que
Mariela quiere conversar y la escucha. Conversan.
Quiere sentirse un ser humano. Hace a Mariela un
ser humano. Y son seres humanos. Se le salen las
lágrimas. Y la consuela sin verter sus lágrimas. Lloran juntas. Sabe que mañana será lo mismo. Es verdad, mañana tiene que ser lo mismo. Tendrá que
ser mañana. Pero así se hace dinero. Es verdad, se
hace dinero. Loado sea el dinero. Sin pensar en la
salida. Eso, sin pensar en la salida. Y piensan, como
fieras, en la salida. No les faltará nada, lo que la
gente no tiene. ¡Qué estúpida es la gente! Por eso
no cree en la gente. Sabe que Mariela no cree en
la gente y ella tampoco cree. Se vuelven ateas a la
gente. Y solo cree en ella, su amiga. Entiende que
Mariela cree en ella, porque la considera su amiga.
Y cree en ella como amiga de Mariela. Le pide que
nunca la olvide. Sabe que Mariela habla en serio, y
no la olvida. Para eso son las amigas.
50
Reflexiones en do mayor
Con Ernesto Martí, poeta y amigo.
La Virgen sabe perdonar, no puede ser de otra manera cuando no encuentro el camino y estoy llena
de culpas. De no ser por esta soledad pudiera asegurar que soy una porción pequeña de toda la miseria y que mi existencia se ha convertido en la
cuota de humildad que repartida toca a menos,
quizás por eso no puedo retener en la mente de los
hombres mi presencia. Es entonces cuando se hace
una luz muy breve y ahí está la Virgen, descalza
para ella. Ahora todo en mí se ha hecho cenizas,
hasta el cántaro que un día me hizo llorar sobre la
fuente. El azul en el agua para dar a luz el primer
güije, la última ventana mirando al precipicio, la
moneda que siempre ha sido deuda, el azar de volver los ojos al vacío: Así soy yo y con eso basta para
pronunciar mi voz. Harasay se pierde entre los hombres porque ellos son su único apetito. Del amor sé
lo suficiente como para no soñarlo más, pero estoy
de cacería en cacería. Harasay riega su amor sobre
el pecho de los hombres, y los hombres otra vez se
alejan. La culpa ya no es de la Virgen, que me hizo
a su imagen, pero no a su semejanza. La soledad es
apenas una gota de agua, entre tanto mar de labios
51
REBECA MURGA
pulposos y sedientos de la caricia traída a nuestras
manos en un acto de vulgar desnudez de lo infinito.
Sola quedo entre mis manos para volver a comenzar,
estoy midiendo la bestia, así ha sido siempre. Harasay
en cacería midiendo la bestia, solo eso.
Eduardo llegó tan alto como lo había imaginado, con aquellos ojos que al mirar querían conquistar el mundo. Él lo sabía y por eso me miraba así tan
hombre mientras pretendía un trago detenido en
cada gesto. Estoy al centro de la diana midiendo la
bestia, parecía decirme con aquellos ojazos que de
tan pequeños miraban así tan fuerte y me volvían
nada entre sus brazos. Pero ahora no soy la mueca
después de cada encuentro; ahora soy tuya otra vez,
tan distinta, tan nueva como quería mi Juan según
su tinte de la vida. Y antes eras tú con una estrategia de cacería, y en cacería para fecundar la luz en
el pecho de Harasay, con los mismos ojos que parecen repetirse. Y hoy es hoy al calor de una ráfaga
de flautas, como antes. Qué más puede el cazador
con una lanza musical. Así es Eduardo, así ha sido
siempre, estéril en su evolución.
La Virgen y yo nunca seremos buenas en el
arte del amor, tal vez algún día cambiemos por nostalgia estas manos que recorren la carne con desconsuelo y sin olvido, porque somos inevitables como
el aire es de los hombres. Estoy presintiendo el camino, mi pequeño Juan me enseñó el qué, pero no me
dijo el cómo. Estoy ya sin llegar a equivocarme,
52
LA ENFERMEDAD DEL BESO
cuánta sensación ajena debo sentir mía para ganarme el derecho a ser feliz. Pero la bestia y el sol
permanecen rivales, la lucha es una sola y solamente
mía. Pide demasiado quien lo ha dejado todo para
poder amar, de ahí los colmillos de la noche íntegra
y sus cortinas de estrellas en el viento que se rompen quizás buscando una manzana. Es muy largo el
camino y le temo a la noche. La bestia, el sol, la
diana... todo cuenta, cada minuto es uno en su afán
repetido y los hijos del sol, hermanos míos. Todo se
pierde, hasta el último trayecto por los hombres. La
culpa no es de la Virgen, ella no sabe poseerlos desde
lo más profundo, desde la propia carne que en un
prematuro instante yo puedo convertir en hilachas
de la vejez. Ella no sabe que esa puede ser nuestra
única venganza.
Víctor ingenuo, Víctor listo pareciendo ingenuo. Harasay atrapada en las redes de un Víctor,
sin saber a ciencia cierta dónde encontrar lo mejor
para su vida. Parece poco este besar entre dos sábanas, incesante lujuria sobre los viejos recuerdos.
Estoy contigo, amor, otra vez estoy contigo y tú lo
vuelves a sentir, como ayer vuelves a amarme y
como ayer me estás huyendo, víctima de tu propia
rutina. Estoy despierto ya, no hay pared. Si tú lo
quieres puedo hacerte hombre entre estas cuatro
paredes. Dejadme la flauta en mi bolso de amar;
me pides y no sé si pueda complacerte. Piénsalo,
Víctor, es lo mejor para los dos, abre tu bolso para
53
REBECA MURGA
que veas cómo escapa de él mi nombre y va a encontrarse con tu boca, tan desamparada. Y dices
que hemos perdido tanto tiempo. Todo lo que no
avergüence dejadlo eterno, pero ese es el problema, Víctor, yo no siento vergüenza sino ganas de vivir. Hace poco he roto mis cadenas, intenta romper
las tuyas o la vergüenza no será más que la sombra
de tus años. Invocas a la tierra para que dé a luz un
hijo de pecho en pecho hijo de todas las madres. Si
Dios me hubiera regalado el don de comprenderte
todo sería más fácil, a veces pienso que eres loco, lo
llamas hijo y padre de todos los hijos infinitos, o que
aún soy demasiado tonta. ¿Lo ves? no estamos solos.
No somos totalmente imprescindibles.
Es difícil aprender a robar en la diana de los
hombres su elegante punto rojo para atrapar el ritmo de sus compasiones, y la Virgen ocupaba todos
mis espacios con su arrítmico nombre. Siempre ardiente sobre mi cuerpo, siempre lista. Si mi Juan
hubiera sido más paciente no estaría ahora arrepentida, pero la culpa tampoco ha sido mía, yo soy
solo una ráfaga de estrellas, otro cazador de la noche con un puente donde busco uno a uno mis desvelos. Pobre de mi Juan, era tan bueno y tenía tanto que aprender. En qué lugar estarás ahora si ya
no tienes parte de mi puente por donde pasen las
culebras hasta el fuego.
Ricardo siempre fue la viva estampa de la rebeldía, y eso era precisamente lo que llamaba mi
54
LA ENFERMEDAD DEL BESO
atención. Después de haber hecho el amor supe
que no era ni siquiera un hombre, pero su fuerza la
necesitaba y cada día lo hice mío. Una noche le
dije que yo no lo quería, pidió un poco más de tiempo y se hizo todo sonrisas. Fue entonces cuando
noté que no sabía sonreír. Estoy alerta en mí con la
cicuta, me dijo mientras tejía mi cintura llenándola de besos. Pobre Ricardo, era una estatua y quería ser Dios. Soy el alba tal vez, la mueca de una
catedral que rechaza la sombra en sus tejados, decía y yo no sé, para mí fue la nostalgia de un amor
que pudo ser bueno y se hizo de fracasos. Y sentí
miedo, porque su rebeldía no causó más que daños
en su fiebre de ser mío. Huir, siempre el escape, el
juego a los escondidos donde yo era la presa, con
su insoportable sonrisa persiguiéndome hasta el
cansancio. De bien nacido me quedan las auroras,
esta lanza. Ricardo era un camino, los caminos que
dejan los cuadros en la luz.
Mi Juan era distinto, hecho de flor y mansedumbre. No puedo comprender que con él llegara
el odio. Qué decir, me queda tanto por decir, pero
él no dijo voy sino jamás, pero no dijo nunca sino
estoy. Qué decir: te necesito, yo soy tuya, por favor. Mi Juan sabía que faltaba mucho por decir y
dijo: purísimo naranjo, tambor de cáscara rojiza,
allá voy. Y yo en la angustia de la espera, tejiendo
simplemente una ilusión marcada por los astros. Mi
pequeño lejos, mi pequeño ausente, mi pequeño
55
REBECA MURGA
en mí y en mi alma haciéndome el amor de siempre
y de cartas apuradas, quién sabe si rendidos al final
de tantas ganas de dar y recibir. Mi hombre entre
tantos otros en marcha acompasada, y escribe en
pocas líneas el sol, sin más reflejos que este para
alumbrar al mundo de un insulto. Y el insulto de
Harasay naciéndole en el vientre, por eso la Virgen
no podría perdonarla si quería ser la única dueña de
aquel cuenco lujurioso y profano. Mi Juan entre neblinas, poniendo en claro: ROJO TAMBOR entre
la pólvora y la noche. Y en negro, TAMBOR ROJO.
Punto mínimo de luz y todo abriéndose a su paso,
mi Juan convertido en amasijo de ramas y selva africana. Harasay recordando dos cuerpos desnudos
sobre la hierba que crece infinita. Hasta dónde,
pequeño, crecerá mi agonía. Aunque la luz parezca un punto breve, pero si ya tú eres mi luz, no te
hace falta más. Mi Juan se pierde, se borra de todos
los pechos ajenos al mío. Las cartas no dicen, más
bien manifiestan. Mi Juan inconstante con su luz
aquí en mis manos, dispuesto a merced de otra religión. No te vuelvas polvo y nube, aún te necesito.
Recorre con mis manos todo lo que te haga sentir
hombre, yo espero al centro de la diana. Mi Juan
agitado tras el olor a bala, como un sol ante los ojos
de la bestia. Y ahora era aquel fruto, tan blando
entre sus dedos huesudos, quien robaba su olor sobre los otros. Las caricias, el llanto, el roce tímido
56
LA ENFERMEDAD DEL BESO
de los dos cuerpos que se conocen aún antes de la
luz y no pueden vivir sin tocarse, sin amarse en el
silencio absurdo de la mudez. Eran el hijo, la madre y la sombra de la Virgen entre los dos. Harasay
debiéndole a La Virgen una cuota del placer.
Estoy llena de culpas, pero la vida es tan linda
que bastaría una mirada con tus ojos para tenerme
a tus pies pecando nuevamente. Harasay hecha de
cacería y llamas, desnuda en plena muerte mientras hace el amor. Es suficiente una promesa de amor
eterno y mi cuerpo sería tuyo cuando es muy corto
el tiempo. Harasay ya es libre y le crecerá un olivo
en sus pezones. Tú verás cómo eres mío cuando
alguien se pregunte por qué guardé los sueños.
Harasay hace suyos todos nuestros muertos para
ajustar las cuentas ante el único Dios. Nadie sabe
dónde escondo la inocencia para vivirte descalzo,
hambriento, con unas ganas enormes de hacerme
el amor, a veces sin prisa porque contigo no se pierde el tiempo, estoy segura. Ya no puedo amar hecha de mañana íntima y azote, pero en su muerte
el alma toma el color del amor. Harasay se marcha
con todas nuestras culpas, le nacerá una estrella
que alumbre los ojos profundos de los muertos. Y sé
que estás hambriento tanto como yo, con unas ganas enormes de decirte tantas cosas para luego volverme nada adormecida sobre ti. Harasay se muere
y a mitad de su grito le crecerá el brazo largo de la
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REBECA MURGA
voz para evitarle a Cristo su mandíbula floja. Que
La Virgen me perdone si he llegado a creer en su
olor y en su sonrisa, ¿no ve que soy tan frágil porque soy muy suya? Desnuda. Repartiendo el amor
mientras llueva el azul encima de las piedras y en
la saliva de los niños.
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La enfermedad del beso
A veces tengo ganas de ser cursi.
NICOLÁS GUILLÉN
La sensación de creerse abandonada es tan fuerte
que apenas si una se da cuenta de cuándo está
llorando. Él es el hombre más amado de mi vida, el
que me convierte en la mujer más cursi y por momentos en la más feliz. Apenas si una se da cuenta
de cuándo está llorando como una niña cualquiera, implorando compañía en las noches desnudas
como esta. Tengo miedo de la oscuridad, de dormir
sola aunque no apague las luces. Si pudiera estar
de nuevo junto a mis padres, llegar hasta su cama y
decirles tengo miedo y pedir que me protejan con
sus brazos, estoy mordiéndome otra vez las uñas,
mami. Ay, Señor, por qué mi hija no es como las
demás. ¿Te duele mucho? No tengas miedo, pasará.
Y sí, dolía más que cualquier otro dolor. Yo quería
estar de nuevo junto a mis padres, donde hubiera
luz y no esta oscuridad terrible. Aun así me gustaron
sus besos al tomar mis manos para alzarme con cuidado de escultor, y limpié sin prisa el adiós de aquello que corría por mis muslos. Ya era una mujer y
supe que es perfecto todo lo que surge al unir el
movimiento de caderas, los brazos y las piernas al
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REBECA MURGA
compás de un beso de amor. La inocencia de mi
carne maduraba en cada cita. Mi amor era el más
grande y mi vida la más sensible a las pasiones desbordadas por aquel hombre en cada gesto, cada roce,
cada promesa de amarme toda y para siempre antes
de marcharse así, sin saber nada más de él.
Es cierto que los buenos amantes llegan cuando una menos los espera. Ahí está él, lleno de mil
amores para darme. Somos él y yo de espaldas a la
vida, o quizás los dos viviendo la mejor de las vidas
posibles. Llega y me quiere sin temores, me dice
que soy la mujer más bella y yo soy suya porque no
existe otro si sus labios no tienen su sabor. Mi rebeldía fue domada entre sus piernas y su fuerza invencible ante mis ojos. Su boca era precisa en el arte
del amor. Su boca que no cesa de repetirse ante
otros besos, perdida en el deseo de amarlo todavía.
Hombre repartido en tantos otros, te necesito. La
vida es tan extraña y los momentos contigo tan fugaces, que tu mirada vuelve a mí como una perdición. Mirada llena de fugas eventuales.
Entonces fue acudir a la caza de los segundos
y sentir el mundo solo para mí. Y tú también lo eres
aunque tu nombre acostumbre a flotar de boca en
boca. Ahora bésame y no rechaces este amor que
te propongo, mientras mi boca recorre todo tu cuerpo repleto de mis olores. Y digo quiero más y tú lo
sabes y soy la reina cabalgando con frenética dulzura. Mi garganta se abre a otros sabores tras la
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
música que ha dejado se ser clásica. Mi garganta
seca. Mi lengua más rápida tras la música más fuerte. La danza satánica y el estertor me llega desde
lejos, donde la lengua no puede alcanzar. Lengua
que se contrae, garganta que se cierra, jugos mezclados con otras sustancias también acumuladas en
mí. Mi hombre, mi amor, solo tú sabes lo que siento
cuando estoy contigo. Solo tú conoces la parte más
oculta de mi juego cuando eres todo un hombre.
Y el juego, como todo, también tiene su final.
Una en la cama y tú de pie, ante mis ojos que acaparan cada detalle de la escena, porque sé, estoy
segura de que es el final, el mismo final de siempre.
Raúl se perdió en la guerra; y el miembro fláccido
que pendula con cada uno de tus movimientos. Y
Alejandro en el mar. En calzoncillos frente al espejo, el peine cortando cuidadosamente la raya y el
pelo brilloso por la grasa que tan bien te sienta. Y
Arsenio entre el dulzor de los cañaverales para
nunca más volver como este hombre, macho y dentadura perfecta que me sonríe con el último cigarrillo en la comisura de los labios y la cajetilla que se
estruja entre sus manos: Ahora vuelvo, voy a comprar más.
Apenas si una se da cuenta de cuándo está
llorando, en la habitación de un hotel y ante una
galería de recuerdos. En la cama, amando a un
hombre perdido en la distancia y que, torpe mujer,
crees multiplicado en la muchedumbre. Otro más.
61
REBECA MURGA
Primero fue un cómo te llamas y yo como me
llamo, y él cómo se llama y responde mientras suena en mi mejilla el primer beso. Después cosas
banales para rodearme con sus brazos sin promesas
ni más nada.
Hombre repartido en tantos otros, ¿cómo decir
que ver la aurora para mí ya no es lo mismo? En la
partida es una eternidad el tiempo y vuelan las arrugas sobre la desnudez que palpo sin aromas. No sabría explicar la forma en que bendigo y desapruebo
tu mirada, solo depende del punto de vista y el instante. Solo depende del olor de la camisa que aún
tengo guardada. La virtud de un segundo entre las
sábanas me hace enloquecer de angustia. He sido
obligada a olvidar las cosas esencialmente invisibles a los ojos, pero no he podido sacármelas del
corazón. Soy hembra en celo, perra vieja y estéril.
Cuando estos deseos de sabores prohibidos se resisten como barco a la deriva en busca de las ilusiones de antaño, quisiera tener una manzana, pero
solo tengo el olor de una camisa. Apenas si una se
da cuenta de cuándo está llorando como una niña
cualquiera, implorando compañía en las noches
desnudas como esta. Hombre repartido en tantos
otros, qué terrible puede ser la soledad. Ahora comprendo tu afán por no estar solo. A veces pienso en
no haber sido tan hermosa para que alguien reconstruya algún espejo con mi imagen. Hombre repartido en tantos otros, encuentra en mí tu sepultura de
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
inútiles esfuerzos. Trae hasta mí tus miradas de fugas eventuales. Hazlas eternas en cada beso de amor
robado a lo que pueda quedarme de inocencia en
este cuerpo hecho a tu medida. Róbame hasta el
tiempo cuando no haya que robar. Después de todo,
¿dónde guardo los segundos que me sobran? Hombre repartido en tantos otros, siente sobre tus rodillas el peso de mis años y mis huesos, sin más límite
que el marcado por nosotros. Pero no prometas nada,
protégeme con tu mirada y no con tu silencio. Descarna de mi boca el sabor que me ha quedado sin
mayores pretensiones que tu beso. Ya no tengo citas, ni corre-corre descalzados, ni promesas lanzadas al mar. Solo una camisa. ¿Por qué no soy igual a
las demás? Tienes razón, mamita, iré sola para mi
cama. Hombre repartido en tantos otros, soy tuya
una vez más. La vida es tan extraña y los momentos
contigo tan fugaces, que tu mirada vuelve a mí
como una perdición. Mirada llena de fugas eventuales...
63
Desnudo para uno
Frente al espejo una imagen: el sexo. Pudor saborizado
con gelatinosos reflejos carnales, margen temporal al
pensamiento nulo-obtuso-inservible pensamiento de
hoy, librado de la locura solamente por él: ingenio de
sexo retraído en las sayas de mujer cristianamente
acomodada para estos fines.
Resulta que cuando el sexo aparece, mágico y
consolador como hace siempre, es para una la salvación del alma; un compañero a quien ayudar en
los peores momentos, preparar el desayuno a diario
y llevárselo a la cama, lavar los calzoncillos y toda
esa serie de cosas que nos hacen absolutamente
necesarias. Sexo clásico.
Por otra parte, y no soy menos sincera, cuando
la aparición es por síntesis, reducida a un par de
paseos en carro, par de noches en el hotel y otro
par de viajes a la cama, es incluso más evidente la
salvación del alma. Solo que de esto me percato
ahora que ya no hay salvación posible.
¿El sexo? ¿Frente al espejo?
El anillo dando vueltas entre los dedos. El anillo
que otra vez me hace viajar al pasado. El funeral,
el traspaso de propiedades: la casa a mi nombre,
con muebles, libros extraños que siempre quise y
espejos, muchos, muchísimos y brillantes espejos,
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REBECA MURGA
ecos resplandecientes de una antigua historia infantil, de esas que no terminan con la recogida del
tesoro porque la bruja se ha enamorado y quiere
más, algo más que cosas y entonces, plaff, entrega
su fortuna a los pobres y se marcha y quedan todos
muy felices. Así.
Yo nunca fui una bruja, a pesar de las tantas
veces que la gente dijo lo contrario, cuando salía
con él. O mejor, fui una bruja a medias, porque
empecé la historia con el juego que debía ponerle
fin. Casa, muebles, libros extraños y ¡hasta los espejos!, los hubiera acomodado y al diablo con todo.
Pero me gustó más la cama, colchón esponjoso y almohadón de excitante olor masculino. Sí, porque el
olor del hombre no guarda relación con su fisonomía
ni edad, y cuando una siente ese olor, creo yo, siempre resulta agradable. Yo me vuelvo una bruja.
Y ahora... divisar los restos de la noche en mi
cama ya no es tan difícil. Colillas de cigarros, un
libro arrugado y un simple refajo para dormir se recogen en un instante. Lo demás se hace por inercia. Cinco minutos. Me lavo los dientes, el rostro
saturado de humo calentico y sensual y ya no se
hace necesario permanecer en el baño para asearme nada más. Es suficiente para vivir.
Vuelvo al cuarto. Lo interesante es que a esta
altura una imagine diferente su vida, la que puede
quedarle, porque la otra ya tuvo un momento para
ser imaginada. Es algo así como que se tropieza con
66
LA ENFERMEDAD DEL BESO
la misma (única) piedra y cuando vas a apartarla
del camino las manos son aún muy pequeñas y no
puedes hacer nada. Continúa una en ese ir y venir
de tropiezos, y cuando llega la hora de apartarlos
definitivamente tampoco se puede hacer nada, porque las manos se ocupan de una acción romántica
y adolescente que marcará para siempre el
existencial sentido de la vida. Pero ahí está de nuevo... masoquista y real para demostrar que no son
manos, que simplemente no son o que pudieran ser
el material altamente calificado para los quehaceres domésticos de
años
y
años.
Los conflictos aumentaban con el paso del
tiempo. Claro, siempre en nuestro cuarto, sin testigos aparentes y bajito, a no ser el día en que no
encontré el collar y me dio por pensar que tenía
otra mujer. Cosa esta que después sería falsa, como
suele ocurrir siempre, pero ya se pensaba en mujeres. Por lo demás lo quería. A sus salidas al mercado se les unía mi ansiedad porque volviera, los sábados serían destinados a viajar al campo y la
nostalgia por su falta era mayor cuando caía la tarde y él no estaba. El domingo era el día del dominó
y no lo extra-amaba tanto. Enorme era mi felicidad
cuando traía del mercado papas, zanahorias, un
pedazo de carnero y tomates, o cuando los sábados
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REBECA MURGA
veía descargar de la camioneta los sacos de arroz y
de frijoles para consumir en algún período de tiempo que él más o menos calculaba para realizar entonces la misma operación. Luego yo lo acomodaba
todo y, por último, los besos. Los domingos...
Eran diferentes. Arrugados, gastados, maltratados por las horas van y vienen debajo de la blusa
como quien no quiere las cosas, pero alertas. Se
debaten entre la miseria de carne que aún albergan y la grasa que se ha acumulado en ellos. Las
grietas, sobre todo en el invierno, muestran un color violáceo similar al de las arterias nacidas por el
deterioro de las paredes de la iglesia. Los pezones,
ajados y casi ojerosos, contrastan sutilmente con el
resto de la masa y a su vez con la inflamada barriga
que se encima. Que se oculta en la apretada faja y
quién sabe si algún día será acomodada a fuerza de
costumbre. Que se atora con trozos de tiempo comprimido en los milímetros de cristal.
Donar sus propiedades fue la causa del desengaño. Solo nos quedó la porción delantera de la finca y
una casa en la ciudad. Cierto es que era la más linda
de la manzana, como él comentaba orgulloso, pero
era una casa —nada más— y no se daba cuenta.
Las continuas salidas en carro, unidas al deseo
de beber y la suerte de poseer derechos hasta ese
momentos limitados para mí, me hicieron pensar
en una forma de vida muy distinta a la que arrastraría por más de treinta años.
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LA ENFERMEDAD DEL BESO
¡Treinta años y ahí está! Tan masoquista y real
como siempre, unas veces para anularme y otras
para recordarme que aún existo. Corro al baño y el
agua tibia se desliza por mi cuerpo entero, por cada
porción de mis tejidos, me incita a permanecer allí
mucho tiempo más y celosamente restregarme el
pubis todavía algo abundante. Se ríe. Piensa que a
mis años ya no tengo solución y que estoy loca. Me
aprieto cuanto puedo la faja, ya no a fuerza de costumbre y lo miro. Sí. Estoy loca. Loca por sentir de
nuevo en mi interior la presencia de un hombre,
poder al menos tener su olor que en realidad sí se
ajusta a su fisonomía y mucho más a su edad, pero
eso no importa ahora. ¡Ah, un hombre! Tibia célula de semen... Vuelve a reírse, miro mis senos
entalcados, mis labios embadurnados de creyón iridiscente y continúa riendo. Intento alcanzarlo...
¡Ah, un hombre!... No puedo, mis manecitas no
alcanzan. ¡Qué tiernas! Pruebo de nuevo. ¡Ah, un
hombre! En el lugar de los senos aparecen dos puntos rosados y sobre ellos, esparcida, una sombra de
talco que se extiende a lo largo del menudo cuerpo.
¡Ah, u n h o m b r eaaahhh...
69
Índice
9
Triste parábola de la alegría
15
Eva’s
23
Serenata para Rabindranath
31
Destino: una canción cursi
37
Ecos de cristal en noche se supone matrimonial
43
Para eso son las amigas
51
Reflexiones en do mayor
59
La enfermedad del beso
65
Desnudo para uno
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