La enfermedad del beso REBECA MURGA VICENS (La Habana, 1973) Narradora y crítica literaria. Es coordinadora del taller literario «Carlos Loveira». Ha obtenido los reconocimientos: Premio Internacional de Relatos Policiacos de la Semana Negra de Gijón, España, 2004; y 2003 (accésit); Premio Ciudad del Che, 2001; y 2003; y Premio Revista Videncia, 2003. Ha publicado los libros: Historias al margen (Editorial EDAF, España, 2005); Quemar las naves, jóvenes cuentistas cubanos (Educat, Brasil, 2002); Desnudo de mujer (Sed de Belleza, 1998); y, en coautoría con Lorenzo Lunar, Un hombre de vasos capilares (Editorial Capiro, 2006). Cuentos suyos aparecen en antologías en Cuba y el extranjero. Ha publicado relatos, artículos y reseñas en diferentes revistas literarias, entre las que se destaca la revista especializada en literatura negra La Gangsterera, de España. La enfermedad del beso Rebeca Murga Edición: Yoansy García Díaz Perfil de colección y diseño: Leonardo Orozco Ilustración de cubierta: Venus, de Botticelli Mecacopia: Milagros Cabello © Rebeca Murga Vicens, 2006 © Sobre la presente edición: Editorial Capiro, 2006 ISBN: 959-265-120-5 Editorial Capiro: Gaveta Postal 19, Santa Clara 1, Cuba, CP: 50100 E-mail: [email protected] / www.cubaliteraria.com Este libro ha sido procesado en la Empresa Gráfica de Villa Clara y en el Taller Gráfico del Centro Provincial del Libro y la Literatura, en Santa Clara, en el mes de octubre de 2006, la edición consta de 600 ejemplares. A Lorenzo, siempre. La abolición del velo femenino es un asunto delicado. No se producirá de un día para otro. Todos tenemos miedo de lo que encontraremos detrás de ese velo. ANAÏS NIN Triste parábola de la alegría Mi memoria está hecha de cristales rotos y cuellos cortados, de historia aprendida de los libros de texto y olvidada en las calles del centro de la ciudad, de negros y negras, de perros que no muerden y asesinos, de una tercera guerra mundial nacida en nuestras manos. Mi recuerdo es esta gran mentira que me invento cada día para levantarme, caminar y decir que trabajo en serio y me pagan el sudor de mi trabajo. Es el miedo a que un día esta mentira ya no sea más y no haya nada. Es el miedo a fabricar esta caja de Pandora donde todos hallarán más miedo. Son los hospitales, las sábanas amarillas y los muertos que han dormido en ellas, los antibióticos, los sueros y la infección, la muerte de mi Nana con sus últimos olores, las malas palabras, lo trágico de José Ángel Buesa y el romanticismo en Shakespeare. El desempleado, el músico sin concierto, el amigo de mi esposo que molesta siempre, el amigo que no se debe nada y piensa en mí para contar las mismas penas que lo irritan hasta llorar. Mis recuerdos son las viejas tradiciones, el retorno a la iglesia de miles de personas, los tambores y los chivos, el señor (blanco) y el joven (negro) que hablan del fin del mundo, el Papa con sus brazos extendidos y la paz de sus palabras contra el ruido 9 REBECA MURGA de la droga. Mi memoria es la familia y sus homosexuales, el odio, la soledad de los niños cuando nadie los entiende, el cuchillo que te clavan en la espalda a cambio de un poema necesario. Mi recuerdo es la muchacha de la saya corta que no sabe de católicos y protestantes dividiéndose el mundo. ...es el miedo de mis padres con sus buenas intenciones para quererme hasta el dolor, la idea de convertirme en un regalo de los dioses, el pedacito de carne húmeda a que se reducía mi cuerpo cuando me educaban con sus obsesiones de llegar a ser lo que ellos nunca fueron. ...es el miedo al fuego desde que supe cuánto era capaz de hacer por un hombre una mujer enamorada y pude ver cómo se queman los recuerdos y solo queda un olor agrio en el lugar que antes me preparaba el chocolate para dormir. Las fotos, los labios pintados, mis primeros collares de perlas, mis dientes arreglados por unas manos cariñosas... mi tía... y con su fuego la separación de aquel que era su hijo y mi hermano de crianza hasta que descubrió el sabor de una familia importada de la que yo no formo parte. ¿Qué ha hecho Dios con la familia? ¿Qué hemos hecho con Dios? ¿Cómo estar en paz con nuestros muertos? ...es el miedo al rayo, a la velocidad, a los cables eléctricos cuando se pegan... a la oscuridad, la altura, los gritos, los desiertos... a la guerra... las mentiras convertidas en chismes, las decisiones, el tumulto, la mala conciencia, el cáncer... 10 LA ENFERMEDAD DEL BESO La crueldad de las niñas cuando juegan a decirme fea y me voltean la palma de la mano para asegurar con miedo que nunca he de casarme y tendré apenas un hijo, acaso un hijo doloroso, triste como yo. Mi recuerdo es esta barriga creciendo maliciosa, las soluciones de mi madre y la amenaza de mi padre de matar a alguien. Es la prudencia de callar y decir que ya no hay tiempo (aunque lo hay) para romper las ataduras. Mi barriga crece y yo tendré ese hijo doloroso para evitarle su dolor, beberé de su tristeza para hacer su nacimiento en las montañas. Solos, felices mientras otras niñas juegan. Ahora yo también vivo mi juego cruel salpicado de memorias. ...es la locura, la necesidad de una explicación cuando no es necesaria, el vicio del café cuando me falta, un vaso que se rompe, el adiós de mi madre, el seguro de la puerta, el timbre del teléfono cuando estoy escribiendo y la llamada anónima o equivocada, los personajillos grises de la vida cotidiana. El encuentro con viejas amigas de la escuela lamentando sus inmediateces, estancadas como el más prosaico de los días en que perdíamos el tiempo y cuando las dejé para salir a caminar. Mi memoria es el hambre de todas cuando volvemos a vernos y les cuento sobre un primo que ha curado enfermos en Guatemala. Mi recuerdo es la tacita de porcelana verde para tomar la leche, la mantequilla, el temblor en 11 REBECA MURGA las manos de mi Nana haciéndome feliz, la lotería que sin dinero no era lotería, nacer de siete meses. El último novio que se convirtió en amante, la servidumbre en los labios de Magdalena, la voluntad de obedecer en todo a un hombre libre. El egocéntrico placer de la felicidad. El deseo de no ser la misma y morir de amor como mi Nana. De seguir creyendo en Dios. De que Dios la tenga en la Gloria y me despoje de esta lágrima. Los reproches, la soledad de mi madre y las andanzas de mi padre. El hombre que fue a la guerra y le escribían largas cartas de amor que un día regresaron, a Dios gracias con el hombre. La mentira. Ver cómo se enreda la madeja. La locura del maestro que no pudo más y aprendió a hablar inglés. Jugar con las palabras amor, guerra y patria en el poema interminable de los trece años. La desconfianza de mi madre y la próxima hoja en blanco, la mezcla de palabras otra vez cuando ni yo sabía cómo lo había hecho antes. El plagio descarado para acabar con las dudas. La decisión de los adultos, los jueces y los políticos. Los tiburones y el windows . El cielo azul, los dientes de leche y los ancianos. La oscuridad del minotauro en su silla de ruedas. ...es el miedo a despertar y que mi hija no esté entre los límites de su egoísmo, para mortificarme y decir que me quiere del tamaño del sol... a tener 12 LA ENFERMEDAD DEL BESO un nuevo hijo aunque lo necesite... a amar demasiado a un hombre que también me ama. ...es la certeza de que mis miedos, como cualquier otro, tuvieron un origen, y que dependen todos de mi memoria y sus secretos. 13 Eva’s A mi padre, cantor excelente que no espera ser reconocido. En el tronco de un árbol una amante grabó su nombre herida de placer. Entro a mi casa y compruebo el cansancio de toda una vida en mis costillas. Los pies me duelen. Camino a la cama, me siento en su borde y me descalzo. No tengo llagas, pero mis pies están rojos. Me desvisto... Y el árbol conmovido allá en su seno a la amante una flor dejó caer. El techo es azul a la manera de un capricho sobre mí en los bajos fondos. Ahora estoy desnuda mirando al techo. Si supieras cuánto estoy sufriendo, por mis venas llorarías también. Cierro los ojos y no hay techo, solo música y millones de estrellitas que vienen y se alejan como el Big-Bang. Ahora pienso que no tengo pies y cesa el dolor, solo la música. Si las cosas que uno quiere se pudieran alcanzar... También reniego de mis brazos, de mi cabeza, de mi cerebro, de mi corazón. De todas las estrellas, de su origen, de mí. Solo la música. Lejos... I Soy rubia y me llamo Anne... Pero todos me dicen Ninon. Tengo en el rostro la sonrisa de quien ya no 15 REBECA MURGA tiene nada que perder y se arriesga una vez más, aunque solo sea para el bien ajeno. Ahora estoy durmiendo y sueño... veo casas y un enorme árbol de muchas ramas... hay otro, de ramas secas y con el tronco hueco, junto al árbol una muchacha: soy yo. Los hombres insisten en cortar el árbol frondoso para darme fuerzas, piensan que agradezco los rayos de sol que se filtran por los tallos recién cortados y llegan como una bendición hasta mis raíces... Veo niños que juegan tomados de las manos... De pronto comienza a llover con gotas pequeñas y muy frías. Los hombres apuran su labor y los niños su ronda. Todos temen a la lluvia. Hay mucha muerte, el agua trae el castigo en sus finas gotas... Llueve... La risa de los niños es ahora una mueca pegada al llamado de los padres. Nadie quiere irse a casa, el hambre los corroe y la sed los ha convertido en viciosos del vino. Todos temen a la muerte y la muerte está en todos los rincones que habitan, así que deciden irse a casa y cambiar la ropa sucia por otra más sucia aún, pero seca. La lluvia ya es aguacero y arrastra parte de la tierra que cubre mis raíces... Veo ahora el primer día de aguacero, después de meses de dura sequía. Todos están de fiesta, cantan y bailan a mi alrededor para rendirme culto. Yo los he acompañado siempre, ellos me adoran y gracias a mí se acabó la tristeza. Me gusta este olor a tierra infértil mojada por la lluvia. El agua corre por mi tronco sin mayor dificultad que 16 LA ENFERMEDAD DEL BESO llenar los espacios vacíos, no puedo absorberla, pero calmo mi sed y cobro vida... Vuelvo a sentir frío, el aire es más intenso cada lluvia que pasa, cómo deseo un poquito del sol que hace un rato me ofrecieran los hombres. Ya no siento sed, más bien una sensación de ahogo interminable, un vínculo naciente entre la tierra y yo... Hay alguien más... un hombre. Los otros han hecho todo lo posible porque abandonara su labor y corriera con ellos a refugiarse de la muerte. Él no ha querido. Dice que si muero él morirá también. Dice que soy la luz y la esperanza y que si muero todo está perdido. Los demás lo dejan solo y huyen asustados como si los dominara el fuego... Veo fuego, pero no los quema. El fuego simplemente los ha dejado atrás; separa nuestras vidas. Hemos quedado en la combinación perfecta: el agua y yo, la tierra y él que ahora toma nuevamente el hacha para salvarse. No es un hacha, es una espada... El hombre la levanta firmemente sobre su cuerpo mojado y llora, sabe que mi sufrimiento lo acompaña y no le importa ya que lo vea llorar. Me habla... Pide que lo salve si en verdad soy poderosa. Arrastra hacia mí sus pies descalzos y me enseña los dañados calcañales, ¿es esto la vida?, pregunta y yo no sé qué pensar. Dice que nos vamos juntos y su rostro se me vuelve familiar, aunque está un poco deformado por el llanto... Pobrecito, es él, ya no tengo dudas... Veo a mi hijo, ha querido hacerme el amor y no lo he permitido. Pero él no es 17 REBECA MURGA culpable, le he dicho que su madre es la mujer de quien se ha enamorado. Yo lo he entrenado durante algún tiempo en el arte del amor y ahora siente vergüenza, se lamenta por haber nacido de mi vientre... Levanta la espada, sus manos no necesitan la fuerza para derribarme. Yo no puedo con el peso de mis años. Con cada movimiento de sus manos y en el intento de arrancarse la vida caen mis últimas hojas y agonizo mis últimos minutos... Presiento que ya nada podrá separarnos y viene hacia nosotros una luz que nos atrae... Es la paz, el amor... II Camino lentamente. Voy a morir. Llevo los pies sangrantes de tantos golpes con las rocas que se hallan a lo largo del lugar, donde estoy con las manos atadas a la espalda. Hay personas llorando, pero son más las que gritan invocando a la muerte. Una mujer alza los brazos y sostiene a un niño... es mi hijo más pequeño y la señora se quedará con él...Yo he matado a su hija, pero no fue mi culpa, fue ella quien se lanzó sobre mí sin darme tiempo a bajar el cuchillo que tenía en mi mano izquierda. La señora lleva puesto un largo vestido negro y baja con fuerza el brazo extendido de mi hijo, quien ha comenzado a llorar y me llama insistentemente. Les digo que es un error, pero nadie me escucha... La verdad no es esa, realmente soy la amante del esposo de la señora 18 LA ENFERMEDAD DEL BESO vestida de negro... Él está escondido entre la muchedumbre, permanece en silencio y baja la cabeza cuando lo miro... Me asustan las piedras. La señora del vestido negro ha comenzado a tirar. No sé de dónde salen las demás, pero son muchas... ¡Que muera, que muera!... El dolor es inmenso y no puedo cubrirme. Me he tirado al piso, pero siempre me atacan. No puedo, no puedo, me van a matar... Ya vienen, son muchos y gritan muerte, muerte... Ya no puedo más, veo una luz y termina la angustia... Aún puedo ver sus rostros descompuestos por la ira, siguen lanzando piedras sobre mi cuerpo inerte... Ya no tengo dolor... Una paz muy dulce me rodea. III Me llamo Celeste. Llevo unas sandalias de cuero, un largo vestido gris y el pelo recogido a modo de trenza y bien cuidado. Soy hermosa, ahora todo parece tranquilo. Un hombre obeso y con dinero quiere hacerme su esposa, yo no quiero. Escapo de mi casa y paso la noche a la intemperie. Conozco a un joven que me dice palabras bonitas, es apuesto y pintor. Duermo con él toda la noche y cuando despierto ya se fue. Él nunca lo sabrá, pero tuve un hijo suyo. Regreso a mi casa, nadie me espera. Hay una mujer trigueña y vieja que atiza el fuego con dificultad. Es mi madre. La veo ahora envuelta en las llamas de un gran fuego por mi culpa. Me he 19 REBECA MURGA quedado sola...Veo otra casa, más lujosa y con gente que entra y sale. Llevo las mismas sandalias, pero me han cambiado el peinado y mi ropa es oscura. Hay algún dinero y una señora vestida de negro sale a recibirme. Veo la alegría del que pierde todo y luego encuentra algo, veo mi sonrisa y mi hijo naciendo todo mío. No estoy sola, somos muchas hembras en busca del dinero. La gente no nos quiere, o mejor, alguna gente no nos quiere. Los hombres sí, y les digo que el amor se encuentra entre nosotras... La señora del vestido negro se me acerca, me entrega unos centavos y se marcha. Hay algunas llorando y otras no, yo no estoy llorando, más bien parezco resignada... Ahora es otro día y se me acerca el hombre obeso, viene con la señora del vestido negro y conversan animadamente, veo una trampa y a mí preparada para caer en ella. Me estoy desnudando y digo algo mientras el hombre obeso solo mira. Eres algo mágico, dice, y me hace el amor. Lo veo desesperado y se hace mío durante unos instantes. Grita, empuja, toca, muerde hasta vomitar en mí sus ansias y ya parece más tranquilo. El hombre obeso dice que me ama y que me vaya a vivir con él a un lugar nuevo, donde nadie sepa quiénes somos. Dice que tiene todo el dinero para pagar por mí, y por mi hijito que le costará más caro. Las muchachas quieren que me vaya y empiece una vida nueva... Estoy caminando junto a él y llevo a mi hijito entre los brazos. Las muchachas están llorando y 20 LA ENFERMEDAD DEL BESO la señora del vestido negro las manda a trabajar. Cuenta otra vez el dinero que le dimos y sonríe satisfecha. El hombre obeso repite que me ama... Yo pienso en mi madre... Nos acercamos a la verja que divide la casona del resto del camino. Miro a mi hijito y a los ojos del hombre obeso, a sus labios, su dinero y pienso en mis días futuros. Ya no tengo miedo. Veo a mi hijito en los brazos de aquel hombre que pudo ser su padre... Les digo adiós y que aprendan a vivir sin mí... Digo adiós a la casona. Por primera vez en mucho tiempo estoy llorando. Al final del camino hay una luz que me acoge dulcemente. Voy hacia ella... Te levantas con las mismas dudas de siempre que tendrán todo el calor de un beso. Vas al baño. La ducha es tibia... Te preguntas qué has hecho de tu pobre flor, recuerdas tu nombre y lo repites varias veces para que las gardenias de tu amor no mueran. El agua se desliza entre los labios y arrastra tu nombre junto con las lágrimas y tu saliva, porque si te ves llorando el calor de otro querer puedes morir. Eres solo una niña rasgando el tronco equivocado. El agua tibia reconforta. Los pies ya no te duelen tanto, son un pedazo del alma que se guarda por piedad. Te vistes... La calle espera tus limosnas. 21 Serenata para Rabindranath La acera, un pasillo de cemento y la entrada principal. Todo deteriorado por las pisadas de la gente, semejante a estatuillas del más cercano infierno, o de este lugar, que sería decir lo mismo. Estatuillas de barro, moldeadas para el disfrute del más lírico arrebato, ese que viene cuando el otro, médula consciente de sus quince años, reflejo para el resto de su vida, se va así: como vino. Estatuillas de barro, con cabezas deformes y serenas, justo lo que necesita para su reposo: torcer ligeramente, vena a vena sentirlos como ella. La acera, un pasillo de cemento y la entrada principal. Debe haberlos caminado alguna vez. Sí, claro. Los primeros meses, cuando se mezclaba con toda esa piojera y estaba tan lejos de pensar en los días que aguardaban. ¿Por qué, si yo no lo busqué? Virgen insensible, no tendría experiencia para eso. Inocente, si cuando sus amigas usaban la saya tipo mini, se extraviaba en la inmensidad azul del régimen escolar, en las libretas y los lápices. Él le hizo levantar la vista, elevar sus inquietudes, alzar el dobladillo primero y la saya después. Se supone que entre, así hacen estos esqueletos vivientes después de que dejan atrás la acera, un pasillo de cemento y la entrada principal. 23 REBECA MURGA Él sí debe conocerlos bien. Los recorría diariamente a la hora de salida, como si nada fuera a ocurrir, en la bicicleta que le dieron como estímulo al entrenador más destacado del año anterior. En esa bicicleta en la que no será ella quien lo acompañe más tarde, juntos al círculo infantil y seguir rodando: los mandados, los encargos para mantener la casa, y así un millón de cosas divertidas y comprometedoras además. De otra forma hubiera preferido lo que ella le daba. Sus salidas, no como él por la entrada principal, no a su lado pero sí a su encuentro, fueron el aliento de las mañanas, el espíritu del mediodía, y de las tardes su realización absoluta. Hasta el otro día juraba que para él sería lo mismo. Se buscaban y nada era prohibido cuando tizas, registro y tablero de ajedrez quedaban lejos. Libros y uniforme escolar también. Pecadores las reuniones, actas y escarmientos. La disciplina, el orden. Él, un hombre. Ella, las alas del ángel que su constancia mató. Y así sentir-vivir-gozar cada uno cosas nuevas. Él volando con las alas por el cuerpo terrenal en sus debilidades. La salida después del sueño. Siempre después. Esta escalera tan ancha, tan sola a pesar de la cantidad infinita que se agolpa, unos contra otros, queriendo subir primero para alcanzar puestos en la última fila. Para no atender al profesor de Matemáticas, con su mal aliento, ni a la de Física, que quiere imponer respeto a base de gritos, esas son 24 LA ENFERMEDAD DEL BESO puterías, comentan los varones y ella no los oye porque si no la arma. Por eso, para poder hablar de todo y de todos, corren para llegar al aula. Los otros, los más pausados, son hembras en su mayoría. Se pavonean por los escalones con las caras pintarrajeadas, el pelo recién teñido, y si ven, aunque sea de refilón, al causante de tanto artificio, entonces sí hay que correr. Y casi siempre es el profesor de Literatura, pero ese no hace caso, yo soy un hombre, me gustan las niñas —dice— vamos para la cátedra. Él, que lejos de ser un pajarraco como todos los profe de Literatura, sabe más de la cuenta y ellas se quedan rezagadas, porque de primeras en la fila o incrustadas en el buró se pasarán la mañana contándose las nuevas. Hoy se van a joder porque no me voy a apurar, hoy no hay para nadie y mucho menos para las que se fijan en un profesor de Literatura como este. Segunda escalera, los ojos se mueven a su derecha aunque los obligue a mirar en línea recta. Salón cerrado, ¿qué pasará?, ya debía de estar aquí. Pero eso no le importa, sigue subiendo. Hoy no quiere ir a clases. Y pasaba por el aula como quien no quiere las cosas. Siempre había un recado para alguno que nunca fue ella, porque sospecharían por el nerviosismo que le daba a esa hora en que lo veía tan lindo, con tanto sexapil que solo ella podía manejar, explotar a sus anchas. Las muchachas lo miraban, se miraban, sonreían bajo y ella soportando 25 REBECA MURGA todo aquello. Tan ridículas —protesté cuando nadie nos veía— y su risa, ¡ay, Dios mío!, era la risa que me acostumbraba. De hombre tierno, enamorado como sé que aún está, con su risa alborotando uno por uno mis sentidos y, aunque orgullosa, tenía que flaquear. Entonces terminaba por besar mis poros, que ya tienen su olor a sal. Sal que a poco fue calcinando la ira de niñita primeriza brotando de mis manos, mis ojos y mis caderas. Tagore, es un regalo; léelo. La puerta. Lejos de su vista con todo lo que hay dentro del aula. Ocho minutos de retraso, primera tardanza. Qué pasa, que ya es tarde y entro sin saludar, con esa cara. Nada, respondo. Y ya está sentada, el profesor preguntándole por la tarea evaluativa y su primer deficiente en el semestre. No le importa, no le interesa ninguno de ellos. Así se han ido los primeros cuarenticinco minutos. Receso. Tiempo para ir al baño, sacar punta al lápiz, todas esas cosas que no va a hacer. Mira a la segunda planta. Salón cerrado. Toca el timbre de entrada al próximo turno, el de Literatura, y llega con su mueca provocativa a flor de labios, habla de no sé qué cosas y pregunta. Tagore —responde inconsciente—. ¿Qué? Tagore —se da cuenta y ya no puede volver atrás—. ¿Quién? La risa de los del fondo que lo acompleja y ya la han expulsado. Mejor, si ya no lo resisto. Tagore, R-a-b-i-n-d-r-an-a-t-h. ¡Y se hace el sabiondo!, con su cara de mulata clueca. 26 LA ENFERMEDAD DEL BESO Me gustó. Me gustó mucho. Y le gusta él también, lo mismo cuando suda frente al tablero o cuando lo hace entre su cuerpo menudo, incipiente, marcado. Lo guardaré siempre, y guardará en su vientre el olor de su sexo fogoso, incontenible. Apetitoso, como diría aquella cartomántica, mujer de buenos sentimientos que habló también del engaño de su esposa y ella tuvo esperanzas de que él lo supiera y fuera el fin y el comienzo de lo que no habría de acabar. Primer amor, cuando llega es el comienzo y nunca el fin. Con un hombre rubio y un largo viaje. ¡Que sea bien largo, Dios de mi vida! Gritaba, lujuriosa hasta lloraba, todo lo que él le había enseñado porque cuando uno quiere nada de lo que se haga es malo y la mujer en la vida debe ser decente, pero en la cama una loca que lo lleve a uno al cielo, a ultratumba, al más allá —decía— y le besaba la tibieza de la piel. Con palabras suaves. Con miradas tristes. ¡Qué pasillo tan largo, no termina nunca! No sé, tiene algo que me resulta extraño y no puedo percatarme. Y es que lo camina sola, aunque otras veces también pudo caminarlo sola, pero no con la premura de los días en que salía a verlo trabajar y él sin poder mirarle, pero queriéndola. Se hace eco de un susurro que le baja por el pecho, y desvía su atención hacia todo lo que le devuelva la armonía: las cátedras llenas de profesores que conversan, estudiantes impacientes en las aulas, la sub directora 27 REBECA MURGA que corre a organizar reuniones y todo sigue su curso normal. Los envidia a todos: a Ana Julia y a Lalita, hechas para acostarse con cualquiera, sin remordimientos. A Leticia, a Marilín, a Carmen y Mirita, que pueden sentirse complacidas con un hombre como el profesor de Literatura, cariñoso y amable como sabe ser. Tan dulce como él para llevarlas a la cama porque él es más sincero y ellas van conscientes de la última vez. ¡La cama!, ¿qué va a ser de mí? Su madre le había aconsejado que esperara, mamá que sí es buena, porque todas las muchachitas se enamoran alguna vez de un profesor y luego pasa, pero ella no pudo resistirse y ahora cómo le digo lo mal que me estoy sintiendo ¡ay, mamita!, ayúdame a salir de esto. Además, parece amor pero no lo es, de este te gustan los ojos, de aquel su cuerpo, del otro la forma de hablar y es que estás madurando, hijita, no te preocupes. Ahora, cómo va a decirle que ya no es su hijita, ni le gusta que la llame así porque está aprendiendo a ser mujer y de mujer sabe tener preocupaciones como qué va a ser, insegura de gustarle a alguien, ni siquiera a sus amigas, y se siente sola, en ridículo delante de todos, que tras la apariencia del que nada sabe estaban a la espera de la decisión de un hombre acomodado, insatisfecho, incomprendido; un incapaz y para ella, al flujo de sus quince años, el único. Qué decepción adivinar que es solo el primero en una cuenta incalculable, sería como dijo su madre, una necesidad biológica, algo parecido a lo que 28 LA ENFERMEDAD DEL BESO ocurre con sus amigas de la escuela. Pero no puede ser así, conmigo no. No a ella que dejó caer confiada los mejores peones de la partida. Se va, primer día que sale temprano del docente. Mira como por primera vez los ventanales, las paredes, el color que tanto influye en la tranquilidad de los alumnos, como hizo saber la metodóloga, única responsable de su tardanza unos minutos después de firmada la salida, él actualizando los papeles muy molesto y ella gracias, inspectora, aunque nadie entiende nada. Comprende el porqué de Mal en la evaluación: no se cumple el reglamento de la higiene escolar. Antes eso no era lo importante, piensa y sonríe. Su primera sonrisa. La gente camina ansiosa hacia el comedor. No le interesa la gente, ni los largos pasillos y mucho menos la entrada principal. Los alumnos apuran a los profesores que apuran al que está de guardia que toca el timbre cinco minutos antes. Desliza bajo la puerta del conocido salón una nota y se marcha. Llegará tarde a su casa, un día entre semana, con una noche triste, motivos suficientes para alarmar a la madre que tanto cuida de ella y a la que prometerá obediencia sobre todos sus impulsos. Piensa en la mujer de buenos sentimientos y en sus palabras sobre otra mujer: rubia, madre de familia. Recuerda lo escrito en la nota mientras se escurre por su entrada, la que un tiempo le sirviera de salida. En la nota, un nombre. Solo falta que lo haya escrito bien. 29 Destino: una canción cursi Cuando conocí a Ramón supe que nunca era decir jamás. Y cuando conocí a Braudilio Y cuando conocí a José A Puchi, a Leo, a Santi Mario, Carlos, Abel Enrique, Tony Y a Luis, Noel, Gustavo, Fredo Camilo Cuando conocí a Manuel supe que nunca era decir jamás. Era algo diferente ver llegar a este Manuel lleno de pecas, con los espejuelos cabalgándole por una nariz perdida en las constantes risotadas de excelente dentadura. Por esos días salía con Ramón, pero no había nada serio entre nosotros y gustaba de traer siempre alguna flor para su «niña», sin saber cuándo vendrá, ni si es la que está buscando porque para él era lo mismo una rubia o una morena, una gorda o una flaca, pero eso sí: que fuera linda y yo lo era. En eso Fernando me recuerda a Ramón, no conciben la idea de decir lo de una flor para otra flor y que ni ellos mismos se lo crean. Era muy sincero, y todavía lo es cuando me pide otra experiencia como en aquel tiempo, mientras advierte que no le recuerde a su esposa. Está 31 REBECA MURGA perdidamente enamorado de ella y me lo dijo así mismo cuando nos conocimos, que tenía novia pero yo le había gustado, y que si para mí no era impedimento podríamos «experimentar juntos sensaciones buenísimas» y de verdad así fue. Hasta que llegó Manuel, que vivía para ser enciclopedia y coger la universidad. ¡Ah!, y la pesca submarina, el fuerte para la arrancada en la conquista. Comencé regalándole el libro Viaje de un naturalista, sin contar que era buena la ocasión para sacarle partido. Le preguntaría si le gustó, si él lee mucho y sabe de pescados, porque esos deben de ser libros muy buenos. Yo quisiera aprender a seleccionar la lectura, y poco a poco seleccionar algo mejor, digamos hombres, y verlo así, como se pone chiquitico de la pena, sin saber qué va a ser y no hace nada, y es que Manuel no parece haber tenido novia y yo podría ser la primera si Ramón me deja, que se ha vuelto insoportable para decir cosas como: ¿desde cuándo te gusta pescar?, y lo nuestro no se va a quedar así porque yo sé bien en lo que andas, y qué lindos los espejuelitos, voy a comprarme unos para verte mejor. Y Manuel se hace el que no entiende, para evitar problemas, eso es lo que decía, pero era por miedo, y hay cosas de los hombres que pueden perdonarse, pero no la cobardía, símbolo de debilidad, porque así es Manuel, débil como la chicharra o el pez-luna de aquel libro raro que le gustaba leer al lado mío, para hablar de algo que sí conocía muy bien. Ya lo estaba endulzando, mostrándole que el 32 LA ENFERMEDAD DEL BESO sexo existe y para eso tiene lo que Dios le puso muy bien puesto, porque se le nota cuando camina con los pantalones apretados, y a mí también Dios me había dado algo, diferente pero con el mismo fin, hechos el uno para el otro y si no me cree que le pregunte a sus compañeros de aula, conmigo no hay problemas. Ya lo estaba endulzando digo, cuando dejé de verlo primero una semana y todo el curso luego por culpa de Ramón. Con Manuel no le sería difícil, lo haría rodar por las escaleras, qué fracaso, pero antes qué bien me hacía sentir aquello: Fue por su culpa, está volviendo locos a los varones; qué será lo que tiene, y Ramón está así medio loco; ahorita ni su novia le hace caso, entonces sí se vuelve loco; total, si yo creo que le gusta más esta que su novia; y un millón de cosas que me convertían en la más importante de todas, llamativa, la mejor. Me sentía bien con eso, pero con Manuel pasaba algo diferente. Si hubiera sido Santi, o Tony, o el mismo Puchi que no le aguanta una a Ramón, me hubiera sentido complacida. Pero no era con ellos. Se fue Manuel y apareció Braudilio, y Ramón otra vez, Luis, Noel, Gustavo, Jaime. 33 REBECA MURGA Y llegan las pruebas finales y no está Manuel. Todos siguen su camino, serán universitarios, o técnicos, o lo que puedan ser. Todos menos Manuel, y se va todo, hasta Manuel. Y Víctor, Papito, Alexander Frank... ... ... Veintiocho años con Miguel, treinta con Lalo, y recién cumplo treinta y dos con Kike, que se aparece en su camión para llevarnos al campamento militar los fines de semana, y empezó con el machete, si no tenía filo, si era un abuso traer mujeres aquí, que esto es para los hombres. Hombres dotados de sutil sensualidad, a los que conocía padres de familia. Y una nada, es que no estoy para esas cosas que ya sé, y no por experiencia, pero Kike tiene sus encantos, nada de mujer, y un camión no sabe manejarlo todo el mundo y le queda muy bien eso de estar frente al timón, mirar por el retrovisor, sabe que lo estoy mirando y veo su lengua retratada, mi risa, y ya es un hecho que esa tarde no se baja del camión para «hacernos el amor». Se ríe y me recuerda a Manuel, ni siquiera sé si está casado, o tiene hijos y es feliz. Que me miraba sin entender las cosas mías de mujeres y de hombres, no estoy para eso de hacer el amor y atravesar los corazones por no sé qué rayos, chica, lo que quiero es ayudarte. Manuel, Manuel, aprende de la vida. Si pudiera conversar con él, qué digo conversar si ya 34 LA ENFERMEDAD DEL BESO tengo a Gonzalo apretando mis costillas, las nalgas, diciendo qué bueno, no me dejes nunca y me deja en los brazos de Raúl, que dice lo mismo de cuando tenía doce años, y aunque Manuel no esté, otros van a hacer lo que no hizo. Abrir los ojos para ver casadas a mis amigas, tener hijos, seguro que con Martín tengo más suerte, nada. Con Orlando, Félix. Julio, me quiero casar, José. Y mi Manuel, un hombre como Manuel para hacer las cosas de Manuel, y vivir como Manuel, pero Manuel es mi amigo y entonces para qué pensar en él. Quizás no lo merezca, pero es bueno tener un amigo como Manuel. Y por qué no lo escuché, mi único amigo que una vez pudo decirme la verdad para volver a repetirla ahora. Quizás pueda arrepentirse como yo quizás me hubiera arrepentido de decírselo algún día, pero no puedo hacerlo ni por él porque ya me he acostumbrado a esto que nadie encuentra cómo llamar. Solo Manuel que nunca tuvo reservas para decirlo: —Siento lástima de ti. 35 Ecos de cristal en noche se supone matrimonial Ella también trabaja. Ella también está cansada y lo que lleva dentro se le torna cada día más agudo. ¿Desde cuándo no están solos? ¿Hasta cuándo tendría que esperar para sentirse en familia nuevamente? Era su noche porque así ella lo quería y habría de pedírselo así mismo. Ella pidiéndole su noche. Acariciar la espalda y sonreír. Ella tiene paciencia para todo porque es la mujer de la casa. Paciencia hasta para sonreír. Lo intenta de nuevo —sobrada paciencia— y manosea su sexo dormido. Lo nombra bajito y consigue un gesto: dos brazos la buscan desde un sueño que la incita a recuperar a su hombre, la prenda que descubrió hace trece años, o menos, ya no sabe. La próxima semana será el legrado de mamá. Tendré que ir a verla, ausentarme unos días del trabajo, ahora que iba alante con los puntos en la emulación y pensaba comprarle a Danielito los tenis de la escuela. Ingresaré con ella y le harán todas las pruebas en mi compañía. Es mejor, así no se sentirá tan sola. Y ella tiene tanto miedo. Pero eso será la próxima semana. Ahora es esto: Deshacer suavemente los amarres que la mantenían inerte. Ana Julia y Mirita le habían dicho que excitar a un hombre era muy sencillo, siempre 37 REBECA MURGA que usara un refajo negro con muchos encajes y no se pusiera blumers. Así lo hizo algún tiempo, antes y después de Danielito, y le dio buen resultado. Estaba convencida de que Ana Julia y Mirita hicieron lo mismo los primeros meses de casadas. Hace ya quince años que no ve a Ana Julia y Mirita y se zafa el ropón en silencio. Rueda por la sábana sintiendo un ligero temblor. Ella reclamándole su noche. Danielito no quiere comer, tendré que ir a la escuela a ver si tiene algún problema. ¿Y si se molesta? Quizás se ha enamorado y no le hacen caso y ...bah, mi hijo es muy lindo y bueno además, igual a su padre. Aunque este... Será mejor averiguar. Pero eso será en otro momento. Ahora es esto: Sentarse sobre sus muslos, el punto débil de tantos años, y nada. Incorporarlos a las ligeras ondulaciones de los suyos, morder cuidadosamente las tetillas, regodear con su lengua los hombros, la nuca, el vegetante cuello, y nada, a excepción de inconscientes movimientos que van atorando su noche. Nada de nada. Cree que no podrá sacrificar su ánimo de nuevo. El miedo, la angustia, el desencanto... Es terrible. La comida, los cigarros, hasta la cuenta del teléfono es motivo de preocupación. El jabón, pasta de dientes, la cuchilla de afeitar. El fogón de luz brillante que ya no puede encender por aquello del trauma y todo es taciturnamente caro. Mala, más que mala, malísima. Debes comprenderlo 38 LA ENFERMEDAD DEL BESO un poco más, cuidarlo, apoyarlo, SENTIRTE ORGULLOSA DE ÉL. Pero eso será en otro momento. Ahora es esto: Bajar perseverante hasta los pies. Lamer una vez más los infantiles dedos, el grueso calcañal, las piernas hermosas a diferencia de las suyas, llenas de várices a consecuencia del trabajo y largas horas de pie. Siente. Se entusiasma. Rápida se encima y lo disfruta, penerecto, suavecito y sensual. Las caricias y un gesto. La nariz. La quijada. El cuello. Un gesto. Cuello-quijada-nariz-quijada-cuello: un gesto. Deja de oír la sudorosa respiración y oye. Palabras. No distingue, pero entiende. Se estremece. Se congela. Se avergüenza y arrepiente. Danielito... el legrado... la escuela... mamá... Ana Julia-strip-teaser-Mirita... y este hombre... Evoco mi pasado, mis días uno a uno. ¡Si pudiera ser una niña otra vez! Me pondría las sayitas cortas y a nadie llamaría la atención con mis nalguitas empinadas. A los mayores, quiero decir, porque los otros hubieran dejado de jugar y tocando sus pichiparaditas saldrían corriendo a los bajos de la escalera. Al menos ellos se la hicieron, este ya ni eso. Antes de hacerlo debí pensarlo mejor, a mí que mucho más que eso de las muñecas y las tacitas de café me gustaba eso de las pajitas. Claro, esos tiempos pasan, pero a veces es bueno recordarlos. Mi hermana y yo nos fuimos de vacaciones para la finca del abuelo Enrique y conocimos a Miguel, 39 REBECA MURGA «El Buchito», como él mismo se hacía llamar para nosotras. La verdad es que él no se fijó mucho en mí —no se fijaba mucho en ninguna— pero así y todo nos íbamos para la mata de mango. No digo yo si había que nombrarlo por su apodo: El Buchón, en serio que sí. Aquellos eran días buenos, qué manera de pasarla bien. Después conocí a Ana Julia y a Mirita con aquello de ropones, bailes eróticos y todo lo que no entendía, pero parecía bueno. ¿Cómo estarán ahora? Ya no deben de hacer ninguna de esas cosas porque si de jóvenes parecían flecos, ahora sí que deben serlo. Y no es que sean tan viejas, pero es que cuando una ha andado mucho se le asoman los pellejos como tripas de carnero. Ya seguro ni lo hacen, y si tienen un marido como este, menos. Un marido como este lo tengo solamente yo. Bueno, cariñoso y trabajador, pero a la hora de los mameyes... Ni siquiera recuerdo exactamente cuándo fue que nos casamos, porque eso en realidad no me importaba mucho. Contar aniversarios no es mi fuerte y mucho menos cuando no hay nada que celebrar, a no ser Danielito, que ese sí que es un encanto, lo único bueno que me trajo el matrimonio. Lo demás ha sido trabajar y aprender a tener calma en las noches como esta. Mis noches. Las mil y una noches. Si hay leyes para todo, demasiadas diría yo, debiera existir una que prohibiera a los maridos hacerlo menos de siete veces por semana. ¡Qué distinto todo cuando era una niña! Allá 40 LA ENFERMEDAD DEL BESO en la finca del abuelo Enrique. ¡Así sí valía la pena! Así, sin pensar en nada, mirando a Miguel, desde el copo de una mata de mango, bañándose en la cañada. Desnudo. Sin ropas. Lindo. Así sí valía la pena, sin hogar, matrimonio ni familia. Todo fresquito y sabroso. Así... Dormilón, si pudieras verme ahora. Así. Así... palpando. Así...aAAAH... ¡Así! 41 Para eso son las amigas I La erección a que se ha ido acostumbrando poco a poco esta vez le repugna. Lo ve abalanzarse y reclamar su derecho a ser bien atendido, muy bien sacudido, como ella misma decía sonriente. Pero ahora no ríe y esto le parece algo bastante serio. Si hubiera sido lo de siempre, las cosas tendrían otro nombre, si no para los otros, al menos para ella que intentará, mientras pueda, recordar a Mariela y hacer esas cosas con la misma resignación y el valor de Mariela, que para eso sí que se necesita valor (porque no puede ser permitir) que le disparen a una la baba de cañón insatisfecho de este hombre que se vuelve y la mira esperando, porque ha pagado bien y espera cobrarlo mejor, y sabe que es difícil, pero no tan asfixiante. Prepararse psicológicamente, esto es lo que había dicho Mariela, y ella que sí, claro que estaba preparada, esto no era nuevo, y sí que era muy nuevo y penoso además para ella, que puede acostarse con cualquiera o con casi todos, siempre que puedan merecerla. Y ya lo tiene arriba y siente que aún no está psicológicamente preparada, pero dale, que mientras más rápido pase mejor será, y la acarician, no es tan malo como lo pinta la gente, la besan, la gente que no puede 43 REBECA MURGA darse la vida que me doy, no me falta nada, la desnudan y va pensando en esto mientras siente. Y no siente nada. II Todo es muy fácil. Es cuestión de cerrar los ojos y tratar de olvidar, recordar algo bueno, uno de los tipos que realmente te hizo sentir en aquellos tiempos en que se podía sentir y comer, de esos que te enseñan con placer el placer que hoy cuesta a los demás. Piensa en ella, su única amiga que ahora está en lo mismo o quizás ya terminó. Es mejor que olvide un poco a esta muchacha que no resuelve mi problema, y mi problema me está pidiendo un beso y que lo sienta, grave problema porque yo no siento nada, pero tengo que sentir porque esto es con el alma, y si no, nada de plata. Ella, que siempre ha estado preparada psicológicamente, capaz de abstraerse al punto de vivir el momento y cobrarlo para después volver a vivir y volver a cobrar, que puede con toda decisión decir a su amiga lo que significa estar preparada psicológicamente, sabe que no lo está por primera vez y se preocupa al saber tanto cuando eso no importa aquí, y se mueve. Lo estimula con cosas nuevas para él, cosas que lo enloquecen, mitad furia, mitad pena, extrovertida bestia sexual, capaz de ser amada sin amar, por lo menos en un instante. 44 LA ENFERMEDAD DEL BESO III La pegajosa lengua ha saturado los poros que a modo de secreción devuelven la saliva al ídolo en que debe convertirse y que inconsciente disfruta el momento de sentirse hombre, de hacer y deshacer sin el temor de quedarse vacío como ella, que quiere que la tierra se abra y se lo trague completo, como está haciendo él con su cuerpo. Solo puede contar con Mariela, la única que puede ayudarme si me quita a este hombre de arriba, y la gruesa cabeza la siente rodar entre sus piernas, sumergirse un poco más allá de su tiempo y de su espacio; con las manos registrando sus senos que se escapan en un pudor bien fingido. Recuerda a Mariela, cuando dijo de un cambio para bien y pensó que sería fácil, estaba segura, ya lo había hecho, con pequeñas diferencias. Pero no estaba hablando, ni Mariela la escuchaba, quería gritar que no es lo mismo, y es que no solo se grita de placer, porque es una mujer y tiene miedo de este sapo que intenta seducirla con las manos. Si pudiera terminar. ¡Ah! Si pudiera... Pero le falta y sabe que no puede hacer otra cosa que resignarse, igual a su amiga Mariela, su amiga que la comprende, a ella, cuando parecía que nadie pudiera comprenderla por ser una inadaptada social, no solo la comprende sino que la ayuda a ser igual, porque Mariela es una amiga a todas y cuando este hombre le pague, se tomarán un trago juntas y le dirá que es muy valiente, pero 45 REBECA MURGA ella no, y esto no puede hacerlo más porque le duele malgastar su tiempo. No ha podido disfrutar nada, solo siente el dolor que le riega por los huesos de tantas vueltas sin sentido, aprisionada por la barriga que cae sobre su espalda y la domina. La barriga que aborrece y la hace sentir mal. Mariela, ¿qué estará haciendo ahora? ¿Cómo podrá hacer lo que seguro está haciendo? Si pudiera ser como Mariela. Si pudiera cerrar los ojos y que todo caiga por su propio peso. Intenta no abrir los ojos, y puede, claro que puede, si no es tan difícil recordar cuando menos al hombre de ayer, con quien pasó un rato mejor que este, no como si fuera el hombre de su vida, porque está muy lejos de encontrar al hombre de su vida, pero parecía más corto el tiempo. Si pudiera adelantar las horas y verse con Mariela, su única salida, escucharla para que le diga que también a ella le suceden esas cosas porque una no puede elegir, sino dar gracias a cualquiera que la elija. Dentro de quince minutos será distinto, otra cosa y no lo que es quince minutos antes. Si pudiera tantas cosas. ¡Ah!, si pudiera... IV Y ha podido, al fin, satisfacer a su hombre. Siente que quiere a su amiga, como algo suyo se le hace imprescindible, quiere verla aquí, a su lado. Si hubiera sido otra, le habría dicho que aprendiera en 46 LA ENFERMEDAD DEL BESO el camino, pero era su amiga, quizás porque simplemente era agradable esta muchacha de continuidad y consuelo que se le acercaba pidiéndole un remedio para su ambición de inadaptada. Y va, mirando cómo su vida se repite en las pupilas de las otras que como ella saldrán corriendo con las manos llenas, y algo más. No importan los medios, solo el fin. El fin que para todas es el mismo. Se demora, pero ya llegará y ella la espera porque es una buena amiga para su primera amiga. Se marcharán juntas hasta que vuelvan a verse, la amistad es lo más bello que existe. Sobre todo para quienes tienen algo nuevo en qué pensar cuando no quieran pensar en nada. ¿Por qué entonces no puede comprender lo que le pasa? Si todo lo que ha hecho es decir lo que para su bien podía hacer, lo mismo que ella hace para mantenerse como Dios manda, y se lo dijo sin celos ni reservas. Es que soy sentimental, debió de pensar y continuar tranquila. Pero: ¿qué es esto, madre mía? ¿qué es? IV a Esta escena de puchipapilindo me repugna. Creía no poder repetirlo y aquí estoy de nuevo, tentada por la miseria. La miseria de la que quiero escapar para volver a ella, espantada por una miseria incluso mayor: mi propia miseria. 47 REBECA MURGA Se asfixia respirando en un vacío de eres mi amor y qué bien lo haces y qué movimiento el tuyo, esas cosas que la tornan impotente hasta hacerla pequeñita en las manos que la tocan hoy y la tocarán mañana. Siempre que alguien desee jugar con su cuerpo hecho para el consumo de unos pocos (pocos), entre las sábanas, con los ojos en un punto fijo, donde nadie los pueda mirar, donde pueda estar Mariela diciéndole que aguante, que no sea mala con este hombre, quién sabe y pueda darle mucho más que este mal rato y podrá estar contenta y vivir, vivir, que eso es lo que da la vida, total, si no somos eternas, mejor hoy que estamos completas y no cuando tengamos lástima de nosotras mismas. Y aparece y desaparece entre las sábanas, la hacen descubrir cosas muy nuevas, cosas extrañas sin atreverse a disfrutarlas, pero necesarias a su oficio, a las que se acostumbrará y llegará a dominar y será reina de todo, manoseará el sexo ajeno con la facilidad con que toca una muñeca, o un videocasete, y ya no necesitará pensar tanto en Mariela, que no se le va de la cabeza, no entiende cómo puede con esto. Sigue ahí, finge que lo quiere y es querida, como debe hacer Mariela. Y siente más, debe terminar porque no le dan las fuerzas, puede vomitar de la fatiga a que este hombre la ha llevado y tiene que poder, mueve sus caderas de mujer bonita y las mueve, las mueve, las mueve mucho hasta que la sueltan lentamente. Sonríe. Se levanta. 48 LA ENFERMEDAD DEL BESO V Lo mismo de siempre. Intenta hacerlo diferente y juega con sus manos a algo nunca pensado, a cualquier cosa, siempre que lo entretenga. Se le arrima con suavidad, con lo húmedo de su cuerpo de mujer, porque es bueno a veces recordar que es una mujer y aprovecha a este que no es tan como los otros y, además, habla muy bien. Le ha tocado lo mejor y piensa que su amiga puede tener la misma suerte, pero este hombre va a hacerle olvidar todo y trata de portarse lo mejor que puede, luce sus encantos, se excita excitándolo a él que le pide más y es que ella, cuando quiere, sabe cómo enternecer a un hombre, lo seduce con miradas provocativas, él las siente, la conserva fierecilla, le toma las manos pidiéndole, ella no sabe qué hacer, él le recuerda y se excita, la quiere excitar. Ya no hay para más. Las manos resbalan por la velluda espalda y el mayor de sus dedos de mujer encantadora, bonita, sensual, es condenado a penetrar en aquel abismo que pensaba poderosamente masculino. En su retorcida vagina cae el semen como pequeñas gotas de grasa, en segundos convertida en blanca y fina manteca. ¡Era esto lo que esperaba para su amiga! La pobre, si se encuentra con esto hasta ahí llega su amor. Otra vez con lo mismo, hace tiempo que la protege y tanto cuida de ella que hasta busca sus compromisos, pero cómo no va a cuidarla si le había 49 REBECA MURGA dicho: «Mariela, pienso en esto, en nuestra amistad, así todo es más fácil». Es que ella, Mariela sin apellidos, tiene una amiga. Una excelente amiga. Siente que la miran, es su amiga. Ve a Mariela mirándola y ella la vuelve a mirar. Se miran. Necesita un trago. Mariela necesita un trago, la invita. Se van. Tiene necesidad de conversar. Sabe que Mariela quiere conversar y la escucha. Conversan. Quiere sentirse un ser humano. Hace a Mariela un ser humano. Y son seres humanos. Se le salen las lágrimas. Y la consuela sin verter sus lágrimas. Lloran juntas. Sabe que mañana será lo mismo. Es verdad, mañana tiene que ser lo mismo. Tendrá que ser mañana. Pero así se hace dinero. Es verdad, se hace dinero. Loado sea el dinero. Sin pensar en la salida. Eso, sin pensar en la salida. Y piensan, como fieras, en la salida. No les faltará nada, lo que la gente no tiene. ¡Qué estúpida es la gente! Por eso no cree en la gente. Sabe que Mariela no cree en la gente y ella tampoco cree. Se vuelven ateas a la gente. Y solo cree en ella, su amiga. Entiende que Mariela cree en ella, porque la considera su amiga. Y cree en ella como amiga de Mariela. Le pide que nunca la olvide. Sabe que Mariela habla en serio, y no la olvida. Para eso son las amigas. 50 Reflexiones en do mayor Con Ernesto Martí, poeta y amigo. La Virgen sabe perdonar, no puede ser de otra manera cuando no encuentro el camino y estoy llena de culpas. De no ser por esta soledad pudiera asegurar que soy una porción pequeña de toda la miseria y que mi existencia se ha convertido en la cuota de humildad que repartida toca a menos, quizás por eso no puedo retener en la mente de los hombres mi presencia. Es entonces cuando se hace una luz muy breve y ahí está la Virgen, descalza para ella. Ahora todo en mí se ha hecho cenizas, hasta el cántaro que un día me hizo llorar sobre la fuente. El azul en el agua para dar a luz el primer güije, la última ventana mirando al precipicio, la moneda que siempre ha sido deuda, el azar de volver los ojos al vacío: Así soy yo y con eso basta para pronunciar mi voz. Harasay se pierde entre los hombres porque ellos son su único apetito. Del amor sé lo suficiente como para no soñarlo más, pero estoy de cacería en cacería. Harasay riega su amor sobre el pecho de los hombres, y los hombres otra vez se alejan. La culpa ya no es de la Virgen, que me hizo a su imagen, pero no a su semejanza. La soledad es apenas una gota de agua, entre tanto mar de labios 51 REBECA MURGA pulposos y sedientos de la caricia traída a nuestras manos en un acto de vulgar desnudez de lo infinito. Sola quedo entre mis manos para volver a comenzar, estoy midiendo la bestia, así ha sido siempre. Harasay en cacería midiendo la bestia, solo eso. Eduardo llegó tan alto como lo había imaginado, con aquellos ojos que al mirar querían conquistar el mundo. Él lo sabía y por eso me miraba así tan hombre mientras pretendía un trago detenido en cada gesto. Estoy al centro de la diana midiendo la bestia, parecía decirme con aquellos ojazos que de tan pequeños miraban así tan fuerte y me volvían nada entre sus brazos. Pero ahora no soy la mueca después de cada encuentro; ahora soy tuya otra vez, tan distinta, tan nueva como quería mi Juan según su tinte de la vida. Y antes eras tú con una estrategia de cacería, y en cacería para fecundar la luz en el pecho de Harasay, con los mismos ojos que parecen repetirse. Y hoy es hoy al calor de una ráfaga de flautas, como antes. Qué más puede el cazador con una lanza musical. Así es Eduardo, así ha sido siempre, estéril en su evolución. La Virgen y yo nunca seremos buenas en el arte del amor, tal vez algún día cambiemos por nostalgia estas manos que recorren la carne con desconsuelo y sin olvido, porque somos inevitables como el aire es de los hombres. Estoy presintiendo el camino, mi pequeño Juan me enseñó el qué, pero no me dijo el cómo. Estoy ya sin llegar a equivocarme, 52 LA ENFERMEDAD DEL BESO cuánta sensación ajena debo sentir mía para ganarme el derecho a ser feliz. Pero la bestia y el sol permanecen rivales, la lucha es una sola y solamente mía. Pide demasiado quien lo ha dejado todo para poder amar, de ahí los colmillos de la noche íntegra y sus cortinas de estrellas en el viento que se rompen quizás buscando una manzana. Es muy largo el camino y le temo a la noche. La bestia, el sol, la diana... todo cuenta, cada minuto es uno en su afán repetido y los hijos del sol, hermanos míos. Todo se pierde, hasta el último trayecto por los hombres. La culpa no es de la Virgen, ella no sabe poseerlos desde lo más profundo, desde la propia carne que en un prematuro instante yo puedo convertir en hilachas de la vejez. Ella no sabe que esa puede ser nuestra única venganza. Víctor ingenuo, Víctor listo pareciendo ingenuo. Harasay atrapada en las redes de un Víctor, sin saber a ciencia cierta dónde encontrar lo mejor para su vida. Parece poco este besar entre dos sábanas, incesante lujuria sobre los viejos recuerdos. Estoy contigo, amor, otra vez estoy contigo y tú lo vuelves a sentir, como ayer vuelves a amarme y como ayer me estás huyendo, víctima de tu propia rutina. Estoy despierto ya, no hay pared. Si tú lo quieres puedo hacerte hombre entre estas cuatro paredes. Dejadme la flauta en mi bolso de amar; me pides y no sé si pueda complacerte. Piénsalo, Víctor, es lo mejor para los dos, abre tu bolso para 53 REBECA MURGA que veas cómo escapa de él mi nombre y va a encontrarse con tu boca, tan desamparada. Y dices que hemos perdido tanto tiempo. Todo lo que no avergüence dejadlo eterno, pero ese es el problema, Víctor, yo no siento vergüenza sino ganas de vivir. Hace poco he roto mis cadenas, intenta romper las tuyas o la vergüenza no será más que la sombra de tus años. Invocas a la tierra para que dé a luz un hijo de pecho en pecho hijo de todas las madres. Si Dios me hubiera regalado el don de comprenderte todo sería más fácil, a veces pienso que eres loco, lo llamas hijo y padre de todos los hijos infinitos, o que aún soy demasiado tonta. ¿Lo ves? no estamos solos. No somos totalmente imprescindibles. Es difícil aprender a robar en la diana de los hombres su elegante punto rojo para atrapar el ritmo de sus compasiones, y la Virgen ocupaba todos mis espacios con su arrítmico nombre. Siempre ardiente sobre mi cuerpo, siempre lista. Si mi Juan hubiera sido más paciente no estaría ahora arrepentida, pero la culpa tampoco ha sido mía, yo soy solo una ráfaga de estrellas, otro cazador de la noche con un puente donde busco uno a uno mis desvelos. Pobre de mi Juan, era tan bueno y tenía tanto que aprender. En qué lugar estarás ahora si ya no tienes parte de mi puente por donde pasen las culebras hasta el fuego. Ricardo siempre fue la viva estampa de la rebeldía, y eso era precisamente lo que llamaba mi 54 LA ENFERMEDAD DEL BESO atención. Después de haber hecho el amor supe que no era ni siquiera un hombre, pero su fuerza la necesitaba y cada día lo hice mío. Una noche le dije que yo no lo quería, pidió un poco más de tiempo y se hizo todo sonrisas. Fue entonces cuando noté que no sabía sonreír. Estoy alerta en mí con la cicuta, me dijo mientras tejía mi cintura llenándola de besos. Pobre Ricardo, era una estatua y quería ser Dios. Soy el alba tal vez, la mueca de una catedral que rechaza la sombra en sus tejados, decía y yo no sé, para mí fue la nostalgia de un amor que pudo ser bueno y se hizo de fracasos. Y sentí miedo, porque su rebeldía no causó más que daños en su fiebre de ser mío. Huir, siempre el escape, el juego a los escondidos donde yo era la presa, con su insoportable sonrisa persiguiéndome hasta el cansancio. De bien nacido me quedan las auroras, esta lanza. Ricardo era un camino, los caminos que dejan los cuadros en la luz. Mi Juan era distinto, hecho de flor y mansedumbre. No puedo comprender que con él llegara el odio. Qué decir, me queda tanto por decir, pero él no dijo voy sino jamás, pero no dijo nunca sino estoy. Qué decir: te necesito, yo soy tuya, por favor. Mi Juan sabía que faltaba mucho por decir y dijo: purísimo naranjo, tambor de cáscara rojiza, allá voy. Y yo en la angustia de la espera, tejiendo simplemente una ilusión marcada por los astros. Mi pequeño lejos, mi pequeño ausente, mi pequeño 55 REBECA MURGA en mí y en mi alma haciéndome el amor de siempre y de cartas apuradas, quién sabe si rendidos al final de tantas ganas de dar y recibir. Mi hombre entre tantos otros en marcha acompasada, y escribe en pocas líneas el sol, sin más reflejos que este para alumbrar al mundo de un insulto. Y el insulto de Harasay naciéndole en el vientre, por eso la Virgen no podría perdonarla si quería ser la única dueña de aquel cuenco lujurioso y profano. Mi Juan entre neblinas, poniendo en claro: ROJO TAMBOR entre la pólvora y la noche. Y en negro, TAMBOR ROJO. Punto mínimo de luz y todo abriéndose a su paso, mi Juan convertido en amasijo de ramas y selva africana. Harasay recordando dos cuerpos desnudos sobre la hierba que crece infinita. Hasta dónde, pequeño, crecerá mi agonía. Aunque la luz parezca un punto breve, pero si ya tú eres mi luz, no te hace falta más. Mi Juan se pierde, se borra de todos los pechos ajenos al mío. Las cartas no dicen, más bien manifiestan. Mi Juan inconstante con su luz aquí en mis manos, dispuesto a merced de otra religión. No te vuelvas polvo y nube, aún te necesito. Recorre con mis manos todo lo que te haga sentir hombre, yo espero al centro de la diana. Mi Juan agitado tras el olor a bala, como un sol ante los ojos de la bestia. Y ahora era aquel fruto, tan blando entre sus dedos huesudos, quien robaba su olor sobre los otros. Las caricias, el llanto, el roce tímido 56 LA ENFERMEDAD DEL BESO de los dos cuerpos que se conocen aún antes de la luz y no pueden vivir sin tocarse, sin amarse en el silencio absurdo de la mudez. Eran el hijo, la madre y la sombra de la Virgen entre los dos. Harasay debiéndole a La Virgen una cuota del placer. Estoy llena de culpas, pero la vida es tan linda que bastaría una mirada con tus ojos para tenerme a tus pies pecando nuevamente. Harasay hecha de cacería y llamas, desnuda en plena muerte mientras hace el amor. Es suficiente una promesa de amor eterno y mi cuerpo sería tuyo cuando es muy corto el tiempo. Harasay ya es libre y le crecerá un olivo en sus pezones. Tú verás cómo eres mío cuando alguien se pregunte por qué guardé los sueños. Harasay hace suyos todos nuestros muertos para ajustar las cuentas ante el único Dios. Nadie sabe dónde escondo la inocencia para vivirte descalzo, hambriento, con unas ganas enormes de hacerme el amor, a veces sin prisa porque contigo no se pierde el tiempo, estoy segura. Ya no puedo amar hecha de mañana íntima y azote, pero en su muerte el alma toma el color del amor. Harasay se marcha con todas nuestras culpas, le nacerá una estrella que alumbre los ojos profundos de los muertos. Y sé que estás hambriento tanto como yo, con unas ganas enormes de decirte tantas cosas para luego volverme nada adormecida sobre ti. Harasay se muere y a mitad de su grito le crecerá el brazo largo de la 57 REBECA MURGA voz para evitarle a Cristo su mandíbula floja. Que La Virgen me perdone si he llegado a creer en su olor y en su sonrisa, ¿no ve que soy tan frágil porque soy muy suya? Desnuda. Repartiendo el amor mientras llueva el azul encima de las piedras y en la saliva de los niños. 58 La enfermedad del beso A veces tengo ganas de ser cursi. NICOLÁS GUILLÉN La sensación de creerse abandonada es tan fuerte que apenas si una se da cuenta de cuándo está llorando. Él es el hombre más amado de mi vida, el que me convierte en la mujer más cursi y por momentos en la más feliz. Apenas si una se da cuenta de cuándo está llorando como una niña cualquiera, implorando compañía en las noches desnudas como esta. Tengo miedo de la oscuridad, de dormir sola aunque no apague las luces. Si pudiera estar de nuevo junto a mis padres, llegar hasta su cama y decirles tengo miedo y pedir que me protejan con sus brazos, estoy mordiéndome otra vez las uñas, mami. Ay, Señor, por qué mi hija no es como las demás. ¿Te duele mucho? No tengas miedo, pasará. Y sí, dolía más que cualquier otro dolor. Yo quería estar de nuevo junto a mis padres, donde hubiera luz y no esta oscuridad terrible. Aun así me gustaron sus besos al tomar mis manos para alzarme con cuidado de escultor, y limpié sin prisa el adiós de aquello que corría por mis muslos. Ya era una mujer y supe que es perfecto todo lo que surge al unir el movimiento de caderas, los brazos y las piernas al 59 REBECA MURGA compás de un beso de amor. La inocencia de mi carne maduraba en cada cita. Mi amor era el más grande y mi vida la más sensible a las pasiones desbordadas por aquel hombre en cada gesto, cada roce, cada promesa de amarme toda y para siempre antes de marcharse así, sin saber nada más de él. Es cierto que los buenos amantes llegan cuando una menos los espera. Ahí está él, lleno de mil amores para darme. Somos él y yo de espaldas a la vida, o quizás los dos viviendo la mejor de las vidas posibles. Llega y me quiere sin temores, me dice que soy la mujer más bella y yo soy suya porque no existe otro si sus labios no tienen su sabor. Mi rebeldía fue domada entre sus piernas y su fuerza invencible ante mis ojos. Su boca era precisa en el arte del amor. Su boca que no cesa de repetirse ante otros besos, perdida en el deseo de amarlo todavía. Hombre repartido en tantos otros, te necesito. La vida es tan extraña y los momentos contigo tan fugaces, que tu mirada vuelve a mí como una perdición. Mirada llena de fugas eventuales. Entonces fue acudir a la caza de los segundos y sentir el mundo solo para mí. Y tú también lo eres aunque tu nombre acostumbre a flotar de boca en boca. Ahora bésame y no rechaces este amor que te propongo, mientras mi boca recorre todo tu cuerpo repleto de mis olores. Y digo quiero más y tú lo sabes y soy la reina cabalgando con frenética dulzura. Mi garganta se abre a otros sabores tras la 60 LA ENFERMEDAD DEL BESO música que ha dejado se ser clásica. Mi garganta seca. Mi lengua más rápida tras la música más fuerte. La danza satánica y el estertor me llega desde lejos, donde la lengua no puede alcanzar. Lengua que se contrae, garganta que se cierra, jugos mezclados con otras sustancias también acumuladas en mí. Mi hombre, mi amor, solo tú sabes lo que siento cuando estoy contigo. Solo tú conoces la parte más oculta de mi juego cuando eres todo un hombre. Y el juego, como todo, también tiene su final. Una en la cama y tú de pie, ante mis ojos que acaparan cada detalle de la escena, porque sé, estoy segura de que es el final, el mismo final de siempre. Raúl se perdió en la guerra; y el miembro fláccido que pendula con cada uno de tus movimientos. Y Alejandro en el mar. En calzoncillos frente al espejo, el peine cortando cuidadosamente la raya y el pelo brilloso por la grasa que tan bien te sienta. Y Arsenio entre el dulzor de los cañaverales para nunca más volver como este hombre, macho y dentadura perfecta que me sonríe con el último cigarrillo en la comisura de los labios y la cajetilla que se estruja entre sus manos: Ahora vuelvo, voy a comprar más. Apenas si una se da cuenta de cuándo está llorando, en la habitación de un hotel y ante una galería de recuerdos. En la cama, amando a un hombre perdido en la distancia y que, torpe mujer, crees multiplicado en la muchedumbre. Otro más. 61 REBECA MURGA Primero fue un cómo te llamas y yo como me llamo, y él cómo se llama y responde mientras suena en mi mejilla el primer beso. Después cosas banales para rodearme con sus brazos sin promesas ni más nada. Hombre repartido en tantos otros, ¿cómo decir que ver la aurora para mí ya no es lo mismo? En la partida es una eternidad el tiempo y vuelan las arrugas sobre la desnudez que palpo sin aromas. No sabría explicar la forma en que bendigo y desapruebo tu mirada, solo depende del punto de vista y el instante. Solo depende del olor de la camisa que aún tengo guardada. La virtud de un segundo entre las sábanas me hace enloquecer de angustia. He sido obligada a olvidar las cosas esencialmente invisibles a los ojos, pero no he podido sacármelas del corazón. Soy hembra en celo, perra vieja y estéril. Cuando estos deseos de sabores prohibidos se resisten como barco a la deriva en busca de las ilusiones de antaño, quisiera tener una manzana, pero solo tengo el olor de una camisa. Apenas si una se da cuenta de cuándo está llorando como una niña cualquiera, implorando compañía en las noches desnudas como esta. Hombre repartido en tantos otros, qué terrible puede ser la soledad. Ahora comprendo tu afán por no estar solo. A veces pienso en no haber sido tan hermosa para que alguien reconstruya algún espejo con mi imagen. Hombre repartido en tantos otros, encuentra en mí tu sepultura de 62 LA ENFERMEDAD DEL BESO inútiles esfuerzos. Trae hasta mí tus miradas de fugas eventuales. Hazlas eternas en cada beso de amor robado a lo que pueda quedarme de inocencia en este cuerpo hecho a tu medida. Róbame hasta el tiempo cuando no haya que robar. Después de todo, ¿dónde guardo los segundos que me sobran? Hombre repartido en tantos otros, siente sobre tus rodillas el peso de mis años y mis huesos, sin más límite que el marcado por nosotros. Pero no prometas nada, protégeme con tu mirada y no con tu silencio. Descarna de mi boca el sabor que me ha quedado sin mayores pretensiones que tu beso. Ya no tengo citas, ni corre-corre descalzados, ni promesas lanzadas al mar. Solo una camisa. ¿Por qué no soy igual a las demás? Tienes razón, mamita, iré sola para mi cama. Hombre repartido en tantos otros, soy tuya una vez más. La vida es tan extraña y los momentos contigo tan fugaces, que tu mirada vuelve a mí como una perdición. Mirada llena de fugas eventuales... 63 Desnudo para uno Frente al espejo una imagen: el sexo. Pudor saborizado con gelatinosos reflejos carnales, margen temporal al pensamiento nulo-obtuso-inservible pensamiento de hoy, librado de la locura solamente por él: ingenio de sexo retraído en las sayas de mujer cristianamente acomodada para estos fines. Resulta que cuando el sexo aparece, mágico y consolador como hace siempre, es para una la salvación del alma; un compañero a quien ayudar en los peores momentos, preparar el desayuno a diario y llevárselo a la cama, lavar los calzoncillos y toda esa serie de cosas que nos hacen absolutamente necesarias. Sexo clásico. Por otra parte, y no soy menos sincera, cuando la aparición es por síntesis, reducida a un par de paseos en carro, par de noches en el hotel y otro par de viajes a la cama, es incluso más evidente la salvación del alma. Solo que de esto me percato ahora que ya no hay salvación posible. ¿El sexo? ¿Frente al espejo? El anillo dando vueltas entre los dedos. El anillo que otra vez me hace viajar al pasado. El funeral, el traspaso de propiedades: la casa a mi nombre, con muebles, libros extraños que siempre quise y espejos, muchos, muchísimos y brillantes espejos, 65 REBECA MURGA ecos resplandecientes de una antigua historia infantil, de esas que no terminan con la recogida del tesoro porque la bruja se ha enamorado y quiere más, algo más que cosas y entonces, plaff, entrega su fortuna a los pobres y se marcha y quedan todos muy felices. Así. Yo nunca fui una bruja, a pesar de las tantas veces que la gente dijo lo contrario, cuando salía con él. O mejor, fui una bruja a medias, porque empecé la historia con el juego que debía ponerle fin. Casa, muebles, libros extraños y ¡hasta los espejos!, los hubiera acomodado y al diablo con todo. Pero me gustó más la cama, colchón esponjoso y almohadón de excitante olor masculino. Sí, porque el olor del hombre no guarda relación con su fisonomía ni edad, y cuando una siente ese olor, creo yo, siempre resulta agradable. Yo me vuelvo una bruja. Y ahora... divisar los restos de la noche en mi cama ya no es tan difícil. Colillas de cigarros, un libro arrugado y un simple refajo para dormir se recogen en un instante. Lo demás se hace por inercia. Cinco minutos. Me lavo los dientes, el rostro saturado de humo calentico y sensual y ya no se hace necesario permanecer en el baño para asearme nada más. Es suficiente para vivir. Vuelvo al cuarto. Lo interesante es que a esta altura una imagine diferente su vida, la que puede quedarle, porque la otra ya tuvo un momento para ser imaginada. Es algo así como que se tropieza con 66 LA ENFERMEDAD DEL BESO la misma (única) piedra y cuando vas a apartarla del camino las manos son aún muy pequeñas y no puedes hacer nada. Continúa una en ese ir y venir de tropiezos, y cuando llega la hora de apartarlos definitivamente tampoco se puede hacer nada, porque las manos se ocupan de una acción romántica y adolescente que marcará para siempre el existencial sentido de la vida. Pero ahí está de nuevo... masoquista y real para demostrar que no son manos, que simplemente no son o que pudieran ser el material altamente calificado para los quehaceres domésticos de años y años. Los conflictos aumentaban con el paso del tiempo. Claro, siempre en nuestro cuarto, sin testigos aparentes y bajito, a no ser el día en que no encontré el collar y me dio por pensar que tenía otra mujer. Cosa esta que después sería falsa, como suele ocurrir siempre, pero ya se pensaba en mujeres. Por lo demás lo quería. A sus salidas al mercado se les unía mi ansiedad porque volviera, los sábados serían destinados a viajar al campo y la nostalgia por su falta era mayor cuando caía la tarde y él no estaba. El domingo era el día del dominó y no lo extra-amaba tanto. Enorme era mi felicidad cuando traía del mercado papas, zanahorias, un pedazo de carnero y tomates, o cuando los sábados 67 REBECA MURGA veía descargar de la camioneta los sacos de arroz y de frijoles para consumir en algún período de tiempo que él más o menos calculaba para realizar entonces la misma operación. Luego yo lo acomodaba todo y, por último, los besos. Los domingos... Eran diferentes. Arrugados, gastados, maltratados por las horas van y vienen debajo de la blusa como quien no quiere las cosas, pero alertas. Se debaten entre la miseria de carne que aún albergan y la grasa que se ha acumulado en ellos. Las grietas, sobre todo en el invierno, muestran un color violáceo similar al de las arterias nacidas por el deterioro de las paredes de la iglesia. Los pezones, ajados y casi ojerosos, contrastan sutilmente con el resto de la masa y a su vez con la inflamada barriga que se encima. Que se oculta en la apretada faja y quién sabe si algún día será acomodada a fuerza de costumbre. Que se atora con trozos de tiempo comprimido en los milímetros de cristal. Donar sus propiedades fue la causa del desengaño. Solo nos quedó la porción delantera de la finca y una casa en la ciudad. Cierto es que era la más linda de la manzana, como él comentaba orgulloso, pero era una casa —nada más— y no se daba cuenta. Las continuas salidas en carro, unidas al deseo de beber y la suerte de poseer derechos hasta ese momentos limitados para mí, me hicieron pensar en una forma de vida muy distinta a la que arrastraría por más de treinta años. 68 LA ENFERMEDAD DEL BESO ¡Treinta años y ahí está! Tan masoquista y real como siempre, unas veces para anularme y otras para recordarme que aún existo. Corro al baño y el agua tibia se desliza por mi cuerpo entero, por cada porción de mis tejidos, me incita a permanecer allí mucho tiempo más y celosamente restregarme el pubis todavía algo abundante. Se ríe. Piensa que a mis años ya no tengo solución y que estoy loca. Me aprieto cuanto puedo la faja, ya no a fuerza de costumbre y lo miro. Sí. Estoy loca. Loca por sentir de nuevo en mi interior la presencia de un hombre, poder al menos tener su olor que en realidad sí se ajusta a su fisonomía y mucho más a su edad, pero eso no importa ahora. ¡Ah, un hombre! Tibia célula de semen... Vuelve a reírse, miro mis senos entalcados, mis labios embadurnados de creyón iridiscente y continúa riendo. Intento alcanzarlo... ¡Ah, un hombre!... No puedo, mis manecitas no alcanzan. ¡Qué tiernas! Pruebo de nuevo. ¡Ah, un hombre! En el lugar de los senos aparecen dos puntos rosados y sobre ellos, esparcida, una sombra de talco que se extiende a lo largo del menudo cuerpo. ¡Ah, u n h o m b r eaaahhh... 69 Índice 9 Triste parábola de la alegría 15 Eva’s 23 Serenata para Rabindranath 31 Destino: una canción cursi 37 Ecos de cristal en noche se supone matrimonial 43 Para eso son las amigas 51 Reflexiones en do mayor 59 La enfermedad del beso 65 Desnudo para uno