EL PROPÓSITO DE LA VIDA Más allá de la Tradición, que remonta los orígenes de la Cábala o los tiempos de Abraham, los mekubalim, los cabalistas de toda la historia, han expresado su saber en base a varias premisas. Una de ellas, sin la menor duda, es la conocida “como abajo es arriba”. Y así, a través de una profunda observación de la vida y el Universo, y del estudio y el debate, han alcanzado certeros insights, que mchos años después han sido confirmados por la ciencia moderna. No veo ningún inconveniente en llamar “revelación” a este tipo de insights. Después de todo una revelación no tiene por qué ser una especie de relámpago repentino y deslumbrante, o manifestarse en un estado alterado de conciencia o durante una meditación; puede ocurrir en un proceso más o menos lento donde la información adquirida y la respectiva reflexión van formando paso a paso una idea, o más bien, una nueva explicación proporcionada por un conjunto de cosas aparentemente aisladas. Otra premisa de los cabalistas es la de aportar los productos de sus reflexiones y así ir completando en un eterno proceso de discusión los diferentes puntos de vista o las diferentes ideas sobre algo, que normalmente es lo que llamamos Dios, y que en la Cábala recibe varios nombres dependiendo del tipo de manifestación. El más alto, el verdaderamente incognoscible e inalcanzable, es el Ein Sof, o, como a menudo es llamado, HaShem, desconocido o innombrable. Esta dinámica de discusión de los cabalistas a lo largo de la historia la caracteriza de tal forma que pude considerarse que está más próxima a un debate filosófico que a una religión, aun cuando los diferentes cabalistas a lo largo y ancho de la historia han introducido escuelas y prácticas bastante diversas entre sí. Pues bien, en la diversidad y el debate intepretativo se avanza hacia una inalcanzable unificación del conocimiento y de la conceptualización. Y más aún, del resultado de ese estudio, del debate y de la reflexión, surgen nuevos insights, nuevos conocimientos que serán a su tiempo aportados. Y además, la práctica. El cabalista no concibe la elaboración teórica sin una práctica, y seguramente ninguno de ellos ha expresado sus conocimientos, teorías y metodologías sin antes haberlos experimentado por sí mismos; voluntaria o involuntariamente. Gran parte de la conceptualización alcanzada se basa en la propuesta de uno de los más grandes cabalistas de la historia; Isaac Luria, el Ari, (1534-1572). Pues bien, según mi punto de vista –y todo punto de vista de un cabalista es válido de acuerdo a la dinámica mencionada- Luria, a través de sus reflexiones, entiende que Dios (llamémoslo así simplemente por comodidad, aunque es de considerar que el término reduce el alcance del concepto), ha entregado todo de sí mismo: la energía, la vida, la materia, el espacio y el tiempo. De allí Luria concluye que la mecánica de la Creación implica el “dar”. Y por lo tanto, “abajo” tendría que ser aplicado lo mismo que “arriba”: dar. Pero por la propia concepción de Dios, su “dar” era infinitamente grande y potente, por lo que los receptores de su luz-energía, “vasijas”, como les llama Luria, se fragmentaron, se rompieron en infinitos pedazos cada uno de ellos consevando las características de su origen. Cada fragmento pasó a tener su propio ser y no comprendió que, en realidad, es parte de un Todo. El gran camino de cada fragmento es reconocer la unidad y reintegrarse, religarse. La pregunta es. ¿Y esto, para qué? Continuemos con los conceptos de la Cábala... y alguna cosa más. Tanto la Cábala, como el Hermetismo (que seguramente son parte de la misma Tradición), conciben una totalidad; un Todo, en términos herméticos, el Ein Sof según la Cábala. Y otras doctrinas o religiones no dudan en dar un sentido similar a “Eso”. Ese Todo, por definición, y por imposibilidad de una reflexión más abarcante, es total, eterno, infinito. Y aun así, los términos hacen muy difícil, sino imposible, la comprensión. ¡No podemos ser tan soberbios de definirlo en tres palabras! Pero pensemos que “Eso” lo ocupa todo, sin tiempo ni espacio, sin otra cosa que sí mismo, hasta el infinito y desde siempre. Por lo tanto, es imposible que tenga una dinámica, un movimiento, nada, ninguna otra posibilidad que la de Ser en Sí Mismo. Pero seguramente, tiene conciencia de sí mismo. O algo parecido a la conciencia. Y tiene voluntad, de otra manera no hubiera podido hacer nada. Otra observación de los cabalistas viendo el mundo “de abajo”, es la existencia del deseo, algo inherente a la vida, a la dinámica de la materia misma. Y llevándolo al humano, el deseo se multiplica y se hace tan acuciante y complejo que cada fragmentación –cada uno de nosotros- se convence de su existencia independiente y pretende de alguna manera asegurarla o acrecentarla, tanto en la obtención de bienes materiales como seguridad o aun poseyendo “verdades” de orden científico o espiritual. Olvidando que son parte de un Ein Sof, de un Todo incognoscible. De allí surgen instintos tales como la conservación de la vida, o aun de la especie… y el consiguiente miedo a la muerte. Sin embargo... todo parece haber sido necesario para el Ein Sof. ¿Por qué? Pues bien, si ese “deseo” es una caracterítica tan definida en la vida, hecha “a su imagen y semejanza”, debe existir desde siempre en el Todo. ¿Cuál sería el deseo de una totalidad que todo lo es y nada necesita? Aparentemente sería saber que “Es”, conocerse desde su mismo... digamos, “punto de vista”. Y así es que en base a eso que llamamos voluntad, Crea. Según la Cábala –y también (tal vez) con la dinámica de “como es abajo es arriba”, el proceso según el cual el Todo ha implementado su Creación, su primer “hijo” para este Universo, es a partir de la creación de un vacío en sí mismo que posteriormente será “fecundado” por un rayo de luz, el “kav”. Lógicamente, si es un “Todo”, un espacio se debe crear para que exista algo nuevo. Permítaseme de esta manera expresar en pocas líneas algo sobre lo cual los cabalistas han escrito libros enteros, muchas veces repletos de reiteraciones. Ese vacío, llamado tzimtzum, que evidentemente remite al útero materno, es creado por el Ein Sof en un proceso de retracción de sí mismo. Podemos suponer que allí haya comenzado el tiempo para lo que sería a posteriori nuestro Universo, o bien, la Creación que nos compete, pues existe un antes y un después de ese vacío. Lo que nunca sabremos, según dicen algunos cabalistas, es si en su eternidad y en su infinito, el mismo proceso ha sido realizado antes o está siendo realizado. Pues bien, ese rayo de luz se manifiesta en un punto dentro del vacío que con toda la potencia del Todo, estalla y se fragmenta infinitamente hasta llenar al vacío por completo. Ha nacido el espacio. Esas fragmentaciones, que seguramente en un inicio eran pura energía, fueron las que hoy conocemos como mundos, vidas, materia, etc. Fragmentaciones que conservan los principios iniciales de “dar” y “recibir”. Pero como expresábamos, a medida que se complejizan y se condensan, el deseo de recibir prevalece sobre el de dar. Y el fragmento se disocia. Después veremos esto en más detalle. Veamos algo que nos permitirá comprender mejor el proceso de esta abstracción. Curiosamente, aproximadamente cuatrocientos años después de Luria, un genio de la ciencia, Stephen Hawking, propone la teoría según la cual el Universo –digamos nuestro Universo- tiene su origen en una singularidad. Un punto infinitamente pequeño, al que llama “agujero negro”, donde el tiempo y el espacio no existen. Por alguna razón el punto estalla en un llamado “Big Bang”, y allí todo se crea. La energía que se expande violentamente en fracciones de tiempo infinitesimales comienza a enfriarse, su energía disminuye y se va condensando en nebulosas, en galaxias, en estrellas, y en planetas. Es decir, en fragmentaciones materiales tan alejadas de su centro que, para un observador situado en una de ellas, son una singularidad independiente, con su propia energía. Sin percibir las leyes que hacen que eso sea un Todo, por ejemplo la gravedad que mantiene ese sistema en un equilibrio dinámico, el electromagnetismo, y las complejas fuerzas que operan sobre los fragmentos más pequeños de ese Universo que se ha creado a partir del estallido de un punto donde se condensaba la luz, el espacio y el tiempo. ¡Sorprendentemente similar! No creo que Hawking se halla inspirado en la Cábala. Como todo saber de corte científico, se encuentra fuertemente fragmentado, quiero decir, consolidado en sí mismo. Sin embargo, desde hace pocos años algunos científicos comienzan a vislumbrar las coincidencias entre los planteamientos científicos y los muy antiguos conocimientos y doctrinas esotéricas u ocultas. Pero la ciencia, al igual que la religión, está tan fuertemente atrapada en su propio paradigma que difícilmente llega a concepciones más integradoras que permitan comprender la totalidad a la cual pertenecemos. No obstante, en la medida que quien participa de ello no deje de hacerse preguntas y deje a un lado los dogmas, tanto la ciencia como la religión, son un Camino. Sigamos con la Creación cabalística. A partir de la creación del vacío y del rayo de luz que crea el punto de estallido, tenemos el inicio de los grandes principios de lo femenino y de lo masculino, siendo el vacío lo receptivo-femenino, y la luz lo fecudante masculino. Muchísimo tiempo después, seguramente miles de millones de años, el humano comienza a hacer las oposiciones: luz-masculino-positivo-yang, etc., oscuridad-femenino-negativo-ying, etc. Podríamos decir... Dios Padre y Dios Madre. Es decir, aparece la dualidad, uno de los grandes principios que nos rigen y que determinan, entre otras cosas, nuestra forma de pensar y nuestra conciencia. Pero vayamos a un instante antes, a cuando Dios decidió crear. ¿Cómo fue que lo hizo? Con una parte de Sí Mismo, con una retracción de Sí Mismo y con un rayo de Su luz. No había aquí ni masculino ni femenino, eso es imposible en una totalidad. Veamos ahora cómo es que aparece la vida, por lo menos en la Tierra. Apenas se dan las condiciones para la existencia de la vida, sea por la creación y fermentación del “caldo cósmico”, o bien por el efecto de la panspermia, “polinización” por intermedio de asteroides o meteoritos vagantes, aparecen las cadenas de ARN (ácido ribonucleico, no confundir con ADN), las primeras moléculas y finalmente las primeras células. Vale mencionar que son varias las teorías en este sentido, y difieren bastante unas de otras. El punto en común sería que cuando se crean las células, tal como las conocemos, ellas se reproducen. ¿Cómo? Duplicándose a sí mismas, creando otras células “a su imagen y semejanza”. ¡Bueno!, podríamos suponer que “en el comienzo”, que la Cábala llama bereshit, tampoco existía el masculino y el femenino. Y la vida, al comenzar, se creó a partir de sí misma... tal como hizo el Ein Sof que a partir de sí mismo se contrajo y creó un vacío. No tardaría mucho en crearse la dualidad en la reproducción, porque además es una forma de enriquecer la diversidad de la vida, al compartir ambos sexos –que vienen desde los grandes principios- los genes de uno y otro en forma aleatoria, produciendo así seres únicos y diferenciados. Es de destacar que aun hoy en día existe la reproducción a partir de un solo sexo, la partenogénesis. Esto se produce en ejemplares femeninos que dan lugar a la existencia de otros ejemplares femeninos en su inmensa mayoría, tal como las abejas. El par de cromosomas XX tiene una especie de prioridad sobre el XY para conformar un organismo viviente de carácter múltiple. Pero también podría ser por una estrategia de sobrevivencia, tal como adoptaron ciertas serpientes de la Isla Queimada, y otras especies de insectos, peces, etc.; o bien... una mutación, un experimento más para crear vida. En este caso a partir de Dios Madre. Volvamos ahora a aquellos fragmentos producto de la rotura de lass “vasijas” según Luria, que han perdido la noción de integridad de ser Uno, y uno en el Ein Sof. Esos fragmentos eran en primera instancia –acompañando el pensamiento de Hawking- porciones de energía que se fueron solidificando al apartarse de la fuente generadora. En términos cabalísticos, no sabemos si eso que Hawking –y todos nosotros- llamamos energía, pueda corresponder a esa definición. Pero supongamos algo similar, una esencia, una potencia, que conforma el Todo, el Ein Sof, que se fue condensando a medida que se separaba de su fuente. Llega un momento en que esa condensación se transforma en lo que hoy llamamos materia. Y no podemos dudar que conserva en sí, algo de aquella esencia-energía de la cual proviene. Recordemos que masa y energía difieren solamente por el estado de vibración de cada una. En ese pequeño “todo” entonces, existe una gradación continua desde la esenciaenergía hasta la solidez de la materia. Cuando la materia, tal vez por influjo de esa energía, se hace más y más compleja, aparece la vida, que es también un “todo” de masa y energía, pero con una característica: comienza a interactuar en sí misma. Ya no es la totalidad estática del Ein Sof, ahora cada fragmento dotado de vida tiene algo y alguien con quien interactuar, recibir y dar, y así va adquiriendo información cada vez más compleja hasta que se desarrolla algo que hoy llamamos “mente” y en un estadio superior, “conciencia”. Y esa mente conciencia produce nueva información que a su vez produce cosas nuevas. Podríamos decir que “se crean” nuevas energías. El problema aparece cuando los implacables requerimientos de interacción de la materia comienzan a ser tan fuertes –y lo son cada vez más- que se prescinde de la parte de esencia energética de la que proviene. A esta altura, mirando todo esto en la especie humana que es la que ha adquirido el mayor grado de complejidad de mente y de conciencia, podemos fácilmente afirmar que muchos de los humanos han prescindido, o bien, se han olvidado... del alma. Esa parte del fragmento, del pequeño “todo” que sería la energía-esencia, es llamada así, por la mayoría de las personas en occidente. Otras culturas lo fragmentan, como los judíos que le llaman ruaj, nepesh, y neshamá, estableciendo un orden creciente en base al alejamiento de la parte correspondiente a la condensación de la energía, es decir de la materia. Otros como los jíbaros ecuatorianos o los callawayas del Perú, dividen esa esesncia en dos o tres partes, lo hemos mencionado en artículos anteriores. Otros los separan en diferentes “cuerpos”, como astral, etérico, mental, etc. O bien lo dividen en dos: personalidad e individualidad. Son todas herramientas conceptuales que nos permiten estudiar y comprender esto. Tal como la Cábala divide la Creación en cinco mundos. Pero no existe límite o división alguna en ello. Sea en los mundos de la Creación como en el cuerpo y alma del humano todo es un “todo” en el Ein Sof. Tenemos entonces los elementos para suponer cuál es el propósito de la vida: elevar el punto de conciencia desde el requerimiento de la materia hasta niveles superiores de la energía para, por causa de las interacciones y aumento de complejidad, proporcionar energía-información al Todo del cual proviene. Se debe establecer –o reestablecer- esa conexión desde un nivel superior de la conciencia para que esa transferencia se haga posible. Y para ser consciente de que a su vez se está “recibiendo”. Dicho de otra manera, es la única forma en la cual un Todo se pueda expandir. Es casi un contrasentido que un infinito se pueda expandir, o aun, en su totalidad, aprender. Pero con el aumento de la complejidad, como es inherente a la vida, algo así debe estar sucediendo. Por lo menos a partir de aquellos fragmentos que han elevado el punto de conciencia hasta reconocerse en la Totalidad. Digámoslo en términos más simples: Dios necesita aprender, y ha creado la vida para hacerlo. Pero entonces, ese Divino Proyecto, ese Plan, podrá ser cumplido en la medida que los fragmentos tengan –tengamos- la conciencia de la integración con la esencia energética y de nuestro papel dentro de todo ello. Allí entonces podremos “dar” aportar a Dios y al sistema, regresar a la Esencia, religare. Y no menos importante: darle una impronta de individuación distintiva a nuestra alma, que, en otros términos significa trascender la muerte. Si así no lo hacemos, si mantenemos nuestra conciencia en los requerimientos de la vida, es decir, si permanecemos en la actitud de “recibir”, simplemente se agotará la reserva energética correspondiente a la materia y esta se transformará pasando a ser parte constitutiva de la materia general del Universo. La muerte, tal como la conocemos en su forma más simple. ¿Y qué sucede con esa alma que no pudo adquirir la impronta de individualidad? Simplemente se integra al Todo para generar nuevas unidades energéticas, nuevos “vacíos” donde se crearán a parir de las dualidades de la vida, nuevas oportunidades, nuevas vidas. Es decir, reencarnan. Pero cuando la esencia energética retorna con su impronta de individuación, producto de la información-energía adquirida, ese es el momento en que el Todo “recibe”... lo que “dio”. Y la dinámica del Todo se manifiesta una vez más. Nada se pierde en el Universo. Por lo menos en este. ¿Y si el experimento no tiene éxito? ¿Si no son suficientes las unidades energéticas conscientes para hacer crecer la complejidad del Universo, para aumentar la energía que permanentemente pierde en su expansión y en la concentración en sí mismo de cada uno de los fragmentos? Pienso que esto es altamente improbable, dada la diversidad y complejidad creciente de la vida. Sin embargo, Hawking propuso un “final”. La muerte del Universo, el “big crunch”, una compresión total y violenta de un sistema de materia y energía que agotó sus capacidades de expansión y una inmediata retracción en sí mismo convirtiéndose nuevamente en un agujero negro, una singularidad que lo contenga todo, de la cual – tal vez- pueda nacer otra oportunidad.