Terreno social y producción discursiva: Siglos XIX y XX

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Terreno social y producción discursiva: Siglos XIX y XX
Trabajo presentado en el XIX Congreso Argentino de Psiquiatría, APSA, Mar del Plata, 2003
Dr. Norberto Aldo Conti
1. Introducción:
La psiquiatría entendida como la disciplina médica moderna encargada de la
delimitación, fragmentación, interpretación y tratamiento de la locura ha presentado en su ya
bicentenaria historia diferentes modelos teóricos que han resultado exitosos a la hora de generar
consenso y legitimación internacional tanto en grupos académicos como en el entramado de la
cultura.
La epistemología es un vocablo que, a inicios del siglo XXI, puede generar las
más diversas interpretaciones acerca de sus alcances y fines. En efecto, se trata de una disciplina
filosófica que se ha diferenciado como discurso disciplinar a fines del siglo XIX tomando como
núcleo de su trabajo intelectual la reflexión, análisis y crítica de la producción científica en todos
los ámbitos del conocimiento.
En una primera etapa, que abarca la primera mitad del siglo XX, se ocupó de los
productos científicos, determinando, taxativamente, los métodos lógicos de su producción y los
procedimientos de validación y/o confiabilidad (lo que podríamos denominar el control de calidad
). Durante este período, y aún dominada por un racionalismo cuantificante e instrumental,
identificó a la ciencia con la interpretación físico-matemática del mundo y la naturaleza,
sancionando como científica solo a la metodología axiomática y las formas de contrastación
empírica propias de dicha interpretación. De esta manera toda interpretación acerca de lo social
para alcanzar pertinencia científica debe encuadrarse en una lógica axiomática de construcción
intelectual y de contrastación empírica marcadamente asimétrica respecto a los objetos e intereses
propios del campo de los estudios sociales. De aquí surge la tan conocida como equívoca
diferenciación entre ciencias duras y ciencias blandas.
En una segunda etapa, iniciada a comienzo de los años sesenta, el centro de la
reflexión se desplaza del producto terminado, es decir las teorías científicas, a los procesos de
producción abriendo un enorme abanico de problemas, antes escotomizados, que incluyen desde
las motivaciones subjetivas concientes e inconscientes del investigador, hasta los eventos políticos,
económicos y sociales que sirven de marco histórico-cultural al desarrollo de la investigación
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científica. Este movimiento renovador en el interior de la disciplina produce un verdadero giro
copernicano en la forma de pensar la ciencia y habilita una apertura de diálogo con otras
disciplinas, antes ignoradas, como son la historia social de la ciencia, la sociología del
conocimiento científico e inclusive la hermenéutica. De esta manera, a principios del siglo XXI,
ningún análisis crítico de una disciplina científica que pretenda estar debidamente fundado puede
obviar el contexto de producción histórico-social en el cual el discurso de dicha disciplina surge, se
estabiliza y legitima como tampoco las incidencias prácticas que genera sobre ese mismo contexto
social y económico en el cual se cristaliza.
Desde esta perspectiva es intención de este trabajo realizar un análisis crítico de
dos momentos fundamentales en el desarrollo del discurso psiquiátrico moderno, me refiero a los
dos segmentos finiseculares de los siglos XIX y XX.
2. El Siglo XIX:
La situación en que se encuentra la cultura europea occidental en el período final
del siglo XIX debe ser comprendida en el contexto del desarrollo del pensamiento moderno del
cual constituye su punto culminante. En efecto, dicho desarrollo comienza en la segunda mitad del
siglo XVII con una profunda crisis política, económica, religiosa, demográfica y militar. El fin de
la guerra de los treinta años, determinado por la Paz de Westfalia de 1648, cierra esa crisis
promoviendo nuevas formas de vida y pensamiento en Europa y estableciendo al capitalismo
preindustrial sostenido por el desarrollo de las artesanías regionales con epicentro en los Países
Bajos, cuna de la burguesía pujante e ilustrada que motoriza el avance de la democracia, el libre
pensamiento y la vida secular modificando los ideales heroicos en pos de la cultura del trabajo y el
progreso.
Este
pensamiento,
siguiendo
una
lógica
inexorable
de
secularización
e
instrumentalización dará origen a la teoría económica moderna iniciada con la publicación, en
1776, de "La riqueza de las naciones" de Adam Smith, quien asegura que los hombres actúan
siguiendo sus intereses individuales y que, el desarrollo de dicho proceso, puede comprenderse
mediante leyes impersonales, similares a las que permiten comprender a la naturaleza, la cual ya
había perdido su carácter holístico y enigmático para ser reducida a meros procesos mecánicos a
través de las leyes del movimiento de Newton.
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A partir de este momento (1760-1790) se desarrolla en Europa, con epicentro en
Inglaterra, la revolución industrial que provocará la mayor transformación en las formas de vida
humana desde las épocas de la revolución neolítica ocurrida 9.000 años antes. Este proceso
extremadamente duro para la población, recientemente reconvertida de campesinos a obreros, no
aportará mejoras sociales hasta bien entrado el siglo XIX. Baste recordar el "Ensayo sobre la
población", publicado por Malthus en 1798, en el cual aseguraba, con implacable asepsia
matemática, que mientras la población aumenta en forma geométrica el alimento lo hace en forma
aritmética, concluyendo que nacen más individuos que los que pueden ser alimentados. Semejante
dureza provocará una feroz competencia emprendida en forma individual por hombres, mujeres y
niños necesitados de ser operarios. De aquí en más lo que identifica al individuo es su capacidad
productiva expresada como fuerza de trabajo, esta le confiere derechos y obligaciones, y también
lo introduce en un orden legal y formal de transacciones y consumo. Como contrapartida quien
queda fuera del trabajo queda también fuera de ese orden adoptando formas de vida marginales de
las que nos ocuparemos mas adelante.
La segunda mitad del siglo XIX permite observar al capitalismo industrial ya
afianzado habiendo resuelto buena parte del costo social inicial, en efecto, mientras que los
reclamos obreros hacia 1780 eran resueltos enviando a los díscolos a cárceles australianas sin
retorno a la metrópoli hacia 1830 existían sindicatos formalmente autorizados con reglamentación
gubernamental del trabajo diferenciado para hombres, mujeres y niños, prohibiéndose el trabajo a
los niños menores de siete años. Por esa misma época (1831) se produce la abolición de la
esclavitud, quedando bien en claro que para la nueva economía industrial la lógica obrero-salarioconsumo desplaza al ya ineficaz y obsoleto modelo económico esclavista.
En el plano de las ideas surge por entonces en Francia un modelo de interpretación de
la realidad que ocupará por mucho tiempo un lugar hegemónico tanto en el discurso filosófico
como en el científico, me refiero al positivismo. Iniciado por Augusto Comte, quien lo presenta en
un pequeño opúsculo de 1822 titulado "Sistema de política positiva", este pensamiento cobra
importancia en el contexto de las ideas europeas en la segunda mitad del siglo XIX , en efecto,
Comte desarrolla su sistema maduro a lo largo de doce años entre 1830 y 1842 fechas del inicio y
final de la publicación de los cinco volúmenes de su "Curso de filosofía positiva". Para él la
filosofía positiva es la historia real del espíritu humano, verdadera historia de la evolución natural
del hombre expresada en la "ley de los tres estadíos", teológico, metafísico y positivo que marca el
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progreso de la conciencia humana desde un pensamiento mítico inicial hasta el racionalismo
moderno capaz de ordenar, conocer y dominar a la naturaleza a partir de la formalización
matemática y la contrastación empírica instrumental. Esta ley lo lleva a estructurar una
clasificación de las ciencias ordenadas de los más simple y seguro a lo más complejo e incierto; en
la cual el nivel inferior se integra en el superior y es su condición de posibilidad. Queda así el
siguiente ordenamiento: matemática, física, química, fisiología y física social o sociología. De esta
manera la dinámica social se entiende científicamente a partir del análisis de las evidencias
empíricas de interacción social interpretadas a la luz de sus propias leyes pero siempre sobre el
fundamento sucesivo de la fisiología, la química, la física y, en última instancia, la matemática.
Queda así ordenado todo el universo de conocimiento humano en función de leyes, ora conocidas,
ora por conocer, nos dice el mismo Comte al respecto:
" .... Vemos que el carácter fundamental de la filosofía positiva
es el de mirar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y reducción al
menor número posible constituyen el objeto de todos nuestros
esfuerzos...."
Sobre el surco del pensamiento de Comte se desarrolla, en la segunda mitad del siglo
XIX el pensamiento científico, político y social. Tres pensadores de este período destacan por su
importancia. Por un lado Claude Bernard calibra una metodología de contrastación empírica de los
procesos de salud y enfermedad que por los exitosos resultados obtenidos se transforma en poco
tiempo en el método experimental
propio del abordaje médico moderno, quedando aquellas
prácticas que no lo utilizan muy desprestigiadas y virtualmente fuera del campo de la medicina,
devenida ahora "medicina científica". Por otro lado Charles Darwin corona, con la presentación de
1858, un titánico trabajo empírico e intelectual iniciado más de un cuarto de siglo antes cuando
comenzó sus investigaciones sobre la naturaleza alrededor del mundo embarcado en la nave
británica Beagle. Esta presentación dio origen al desarrollo de la teoría de la evolución, sumamente
resistida en sus inicios pero que en pocos años alcanzó prestigio científico para transformarse,
hacia 1880, en el nuevo catecismo científico occidental, al desplazar las interpretaciones bíblicas
acerca de la creación. La teoría denominada "evolución de las especies por selección natural"
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afirma, en líneas generales, que todas las formas de vida se desarrollan a través del tiempo a partir
de permanentes ajustes adaptativos a los cambios ambientales, cambios que pueden favorecer a
algunas especies y perjudicar a otras generando así una tendencia general a la supervivencia de los
individuos más aptos; esta tendencia constituye el proceso de selección natural. Aceptar que la
evolución se produce por el mecanismo de selección natural implica aceptar, en mayor o menor
medida, la existencia de un necesario estado de beligerancia permanente entre especies por el
control adaptativo del ambiente y del alimento. No podemos olvidar aquí que el ensayo de Malthus
sobre la población fue inspirador de las ideas de Darwin. Pero será Herbert Spencer quien calibrará
el pensamiento evolucionista en clave social. En efecto, Spencer desarrolla los postulados de una
interpretación de la vida social y de la historia humana que será conocida como positivismo
evolucionista; en ella afirma, a grandes rasgos, que la especie humana ha evolucionado desde sus
orígenes a través de mecanismos de selección natural con la necesaria y aceptable supervivencia de
los individuos mas aptos, a mayor evolución mayor adaptación, en el plano social la adaptación
ambiental debe medirse como éxito económico, acceso a la educación, mejor calidad de vida, etc.
de esta manera las desigualdades sociales no son más que la expresión de este proceso natural
científicamente interpretado y tan inexorable como la rotación de los astros. Se interpretan así las
desigualdades internas y externas al proceso industrial occidental. Las desigualdades internas, que
corresponden a un cúmulo de individuos excluidos del proceso económico fundamental e integrado
por desocupados, enfermos, insanos, niños abandonados y delincuentes, este conjunto al que
podemos llamar marginalidad es particularmente numeroso en las calles de Londres hacia 18801890, paradójicamente, momento de mayor brillo de la cultura victoriana. Las desigualdades
externas corresponden a todas las culturas extrañas a Europa, estas son interpretadas como
primitivas, entendiendo que poseen actualmente un grado de desarrollo muy anterior en el proceso
de la cultura occidental, lo cual amerita su colonización para ofrecerles formas de vida más
evolucionadas; esto ocurre justo en un momento en el cual es vital para el sostenimiento del
proceso industrial a gran escala la creación permanente de mercado donde colocar sus
manufacturas.
Que la teoría de la evolución pasara, en solo 25 años, de conjetura herética a verdad
consagrada, tal vez se pueda comprender mejor al observar el grado de funcionalidad que provee al
interior del proceso de industrialización. En efecto, el tipo de relación que el hombre entabla con
sus congéneres y con el resto de la naturaleza en este proceso no puede ser mejor legitimado que
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con los presupuestos racionalistas subyacentes al naturalismo cientificista y al positivismo
evolucionista.
En este contexto intelectual se inscribe el pensamiento psiquiátrico de fin del siglo
XIX. La medicina, en tanto científica, aplica el método experimental y toda interpretación de la
nosología se fundamenta en los hallazgos anatomopatológicos; los tempranos trabajos de Bayle
(1822) sobre la PGP. son tomados, en la segunda mitad del siglo, como modelo a seguir en la
investigación y conocimiento de los trastornos mentales, el alienismo de la primera mitad del siglo
se transforma en psiquiatría abandonando el tratamiento moral pineleano y adoptando teorías y
prácticas acordes con el resto de las disciplinas médicas a las cuales desea integrarse.
A partir de aquí las Enfermedades Mentales son interpretadas como entidades clínicoevolutivas que se diferencian a través del detalle clínico y las formas terminales,
enfermedades que se producen por un trastorno o lesión cerebral que, si bien se desconoce,
en el futuro será identificado.
Se introduce así el concepto de evolución en un doble sentido: por un lado la evolución de la
enfermedad en el ciclo vital del individuo que la porta introduce nociones como formas de
comienzo, edad de comienzo, período de estado, remisión o defecto, formas terminales, etc. Tiende
a abandonarse el criterio de curación, muy extendido en la epidemiología alienista de la primera
mitad del siglo, y ser suplantado por el de cronicidad con la consiguiente internación prolongada
(destino final de quien no puede retornar a la población económicamente activa). Por otro lado
aparece la interpretación evolutiva de las patologías mentales entendidas como formas de
comportamiento arcaico filogenéticamente emparentadas con los pueblos primitivos y
ontogenéticamente emparentadas con los niños; sobre fin del siglo XIX esta impronta está presente
en las concepciones neurocientíficas de H. Jackson, en Inglaterra, en la exitosa teoría de la
degeneración y su correspondiente nosografía de V. Magnan, en Francia y también en el
pensamiento del máximo referente de la psiquiatría científica a fines del siglo XIX, me refiero a
Emil Kraepelin. Su pensamiento se desarrolló en un extenso segmento que va de la primera edición
de su tratado en 1883 hasta su muerte en 1926; construyó su modelo sobre las bases científicas de
su época apoyándose en la psicología experimental de Wundt, la clínica observacional del detalle
semiológico, el reconocimiento de la evolución diferencial de los cuadros psiquiátricos y, por
supuesto, la anatomía patológica, de la que siempre espero más de lo que obtuvo. Quedaron fuera
de su interés las observaciones sobre el contexto social y familiar de los enfermos, relatadas por los
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alienistas de la primera mitad del siglo, como así también el discurso del paciente a ser observado,
llegando a decir, quizás debido a su experiencia como catedrático de psiquiatría en la ciudad rusoparlante de Dorpat, que:
" en medicina mental el desconocimiento de la lengua del
paciente es una excelente condición de observación."
Con esta metodología construyó una nosografía con el convencimiento de que
los trastornos morbosos que describía no eran construcciones teóricas sino descubrimientos
de entidades naturales reconocibles por su conformación sintomatológica y su curso clínico
evolutivo. De esta concepción nace una diferenciación de cuadros clínicos en torno a la
cual se organizan la mayoría de las discusiones psiquiátricas del siglo XX, me refiero a la
dicotomía entre Demencia Precoz y Locura Maníaco-Depresiva. Respecto a la primera de
estas dos categorías, entre la 4ta. y 5ta. edición (1893-1896) se produce una mutación
fundamental, Kraepelin construye un grupo de los trastornos delirantes que, a diferencia de
la verrucktheit primitiva, ahora devenida paranoia , cursan con un compromiso importante
de la personalidad, la cual se deteriora con el paso del tiempo. Fue justamente Kahlbaum
quien preparó esta concepción evolutiva, el consideraba que es el estado terminal lo que
define a una enfermedad y que dicho estado puede preverse desde el inicio conociendo los
pequeños signos que la caracterizan. En la 4ta. edición, de 1893, el grupo en cuestión
aparece como procesos psíquicos degenerativos, que incluyen: 1. Demencia Precoz, 2.
Catatonía y 3. Demencia Paranoide. En la 5ta. edición, de 1896, el grupo toma el nombre
de procesos demenciales verblodung processe ; con respecto a la paranoia la misma se
encuentra entre las enfermedades congénitas y engloba al delirio de querulancia y al
DCES. De Magnan.
En la 6ta. edición, de 1899, el término Demencia Precoz es utilizado ya para
englobar la totalidad de los verblodung processe, a partir de aquí la hebefrenia, la catatonía
y la demencia paranoide pasan a ser formas clínicas de la demencia precoz, a las cuales se
agrega, en 1903, la forma simple para dejar establecidas las cuatro formas clásicas que
atraviesan todo el siglo XX.
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El concepto de Demencia Precoz kraepelineana se transforma así en el mejor
exponente del concepto de enfermedad mental, en efecto, se trata de un proceso iniciado a
temprana edad que evoluciona a través del tiempo hasta alcanzar las formas terminales con
diferente afectación de la personalidad; pudiendo y debiendo reconocerse desde un
principio los pequeños síntomas semiológicos que pre-anuncian las posibles evoluciones.
Sobre esta conformación dicotómica de los trastornos delirantes integrada por aquellos que
defectúan hasta la demencia (demencia precoz) y aquellos que no defectúan (paranoia)
sobrevendrán muchas críticas que llevarán a Kraepelin a incluir en la 8va. edición, de 19091913, un grupo intermedio, constitutivo también de los verblodung processe al cual llamó
Parafrenias y que caracterizó como de aparición más tardía y evolución menos grave.
Respecto a la segunda categoría en la 5ta. edición, de 1896, asistimos a un reordenamiento
fundamental, Kraepelin engloba aquí todos los cuadros afectivos en el círculo de la locura
periódica, la cual puede presentar la forma de manía, de melancolía o circular; solo queda
fuera la melancolía involutiva, entidad que debuta en la senectud. En la 6ta. edición, de
1899, mantiene la misma concepción pero da un paso adelante en su conceptualización al
introducir el término Locura Maníacodepresiva para todo el conjunto, interpretando que
todo trastorno afectivo es la expresión, con mayor o menor penetrancia, de un trastorno
endógeno, genético, del cual la locura maníacodepresiva propiamente dicha es su forma
más grave. Finalmente en la 8va. edición, de 1909-1913, aceptará las críticas, en particular
de Dreyffus, e incluirá también en el círculo de la Locura Maníacodepresiva a la
melancolía involutiva.
En líneas generales podemos decir que el edificio maduro de las psicosis endógenas como las
piensa Kraepelin queda delimitado entre la 6ta. y 8va. ed. del Tratado con la diferenciación entre
verblodung processe que evolucionan hacia el deterioro y periodische irresein que no evolucionan
hacia el deterioro. En todos los casos estas entidades son procesos morbosos de naturaleza
endógena cuyo riesgo de aparición e intensidad de la presentación dependen de la vulnerabilidad
genética de cada individuo. Queda así reducido el núcleo esencial de la clínica psiquiátrica a
alteraciones orgánicas estructuralmente idénticas a las enfermedades heredodegenerativas de
sistemas neurológicos.
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3. El siglo XX:
La interpretación de la realidad que cristaliza en Europa a lo largo de toda
la modernidad y que tiene su expresión más acabada en el positivismo evolucionista antes
descrito entra en crisis a principios del siglo XX, el reconocimiento de las formas de
sufrimiento instituidas por el mundo industrializado y del vaciamiento ético que acompaña
al desarrollo tecnológico generan una crítica intelectual que denuncia el malestar de la
cultura europea
de la cual "El hombre sin atributos" de Robert Musil constituye,
probablemente, la expresión más temprana y acabada en el campo de la literatura. El
asesinato del archiduque de Austria, Francisco Fernando, en junio de 1914, que precipitó el
inicio de la primera guerra mundial, marca el momento en que esta crisis se objetiva a gran
escala, la misma continúa durante los próximos treinta años en los cuales se destacan la
gran crisis del capitalismo de 1930 y la segunda guerra mundial. En este terreno histórico
social surge un verdadero movimiento de crítica al cientificismo representado por
pensadores como Husserl, Heidegger, Sartre, Merleau Ponty, quienes desde diferentes
posiciones proponen interpretaciones válidas de la realidad alejadas de los postulados de
aquella corriente hegemónica.
Todo ello ocurre en un marco cultural en el cual la
preocupación por la existencia y la historicidad permiten una revalorización de las ciencias
sociales haciendo posible nuevamente su pertinencia científica. Durante este período el
campo psiquiátrico se organiza en torno fundamentalmente a la escucha bajo las formas
teóricas y técnicas de las psicoterapias, entendidas estas como el trabajo con la historicidad
individual, familiar y social del sujeto que padece; sin perder de vista los aspectos
biológicos pero colocados estos en una posición más excéntrica bajo el rótulo de
organicidad.
Los desarrollos nosográficos en torno a esta concepción comienzan con los
trabajos de la Escuela de Zurich en la cual entra el psicoanálisis de la mano de Carl Jung
influenciando a su principal representante
Eugen
Bleuler. En 1906 Jung publica
Psicología de la Demencia Precoz y Bleuler Afectividad, sugestionabilidad y paranoia, en
ambas obras se desarrolló la teoría de los complejos afectivos como explicación
psicodinámica del enfermar delirante. Bleuler afirma, ya en ese momento, que:
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“... la investigación psicológica de la génesis del delirio en la paranoia y en las
afecciones paranoides ha comprobado, con toda seguridad, la influencia patológica que
ejercen sobre el pensamiento los complejos representativos cargados de afecto que
signifiquen, de algún modo, un conflicto interno.”
En los años siguientes se dedica al estudio psicopatológico de la Demencia Precoz
publicando sus investigaciones, y sentando una firme posición hacia el futuro, en 1911 en
su monumental monografía titulada La demencia precoz ó el grupo de las esquizofrenias.
Aquí la Demencia Precoz no es, para Bleuler, el término que define mejor a la afección ya
que no siempre comienza en edad temprana y no siempre evoluciona inexorablemente
hacia la demencia. Para él lo esencial de esta afección es la escisión del yo o spaltung que
está a la base de todos los fenómenos clínicos observables que a su vez se producen por el
desarrollo de complejos afectivos, al igual que en la paranoia, pero que alteran en forma
mucho más profunda el desarrollo de la vida psíquica.
En 1913 aparece la Psicopatología General de Karl Jaspers. En ella se introduce una
nueva mirada sobre el problema del enfermar psíquico, respecto de la misma nos dice
Jaspers en la introducción:
“...en lugar de presentar resultados que tienen una pretensión dogmática, este libro
ensaya familiarizar al lector con los problemas, las preguntas que se plantean y los
métodos; en lugar de plantear un sistema teórico particular, querría aportar una
clasificación fundada en la reflexión metodológica.”
Esa reflexión metodológica lo lleva a rechazar el concepto de enfermedad mental en el
sentido, entendido por el como dogmatizante, que toma en Kraepelin. En efecto, para Jaspers, al
lado de los procesos cerebrales orgánicos existen una gran variedad de cuadros que se definen por
su estructura psicopatológica sin que quede establecida ninguna relación necesaria entre lo cerebral
orgánico y lo psicopatológico.
En los sesenta años que van de los trabajos de Bleuler y de Jaspers aquí reseñados hasta el
resurgimiento en los años setenta de las corrientes fuertemente científico-naturalistas en psiquiatría
se desarrolla una fecunda tarea en dos diferentes direcciones teóricas: la de la psicopatología
psicoanalítica y la de la psicopatología fenomenológica ambas fijan su atención en aquello que
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Kraepelin trataba de poner entre paréntesis, la lengua del paciente, lengua en la cual se expresa la
historia del sufrimiento, individual y único, que será entendida como patobiografía. Este
descentramiento de la preocupación por el clasificar lleva a una simplificación de las nosografías
que se organizan alrededor de los términos psicosis y neurosis entendidos desde una perspectiva
estructural.
El resurgimiento del modelo científico-naturalista en psiquiatría tiene un crecimiento arrollador
desde principios del la década del 80 que coincide con un cambio en las formas de gestión pública
de las necesidades y derechos sociales instauradas desde principios de la postguerra. Me refiero a
la crisis y caída del modelo de estado benefactor precipitada por la crisis económica mundial del
petróleo de 1973, la salida de dicha crisis instaura, en los países centrales, desde principios de los
80 el modelo de neoliberalización política y económica, el cual genera una importante
modificación en la gestión de salud de la población; me refiero al recorte presupuestario y la
privatización de las prestaciones, lo cual trae aparejada una importante y creciente exclusión social
de los sistemas de cobertura, en especial de aquellos que se encuentran fuera del aparato
productivo, es decir desempleados, discapacitados, ancianos los cuales vuelven a generar bolsones
de marginalidad como la victoriana de fines del siglo XIX. En este proceso económico y social se
produce una transformación de la representación social de la locura que vuelve a ser interpretada
como fenómeno biológico individual, este proceso se ve motorizado por los espectaculares avances
tecnológicos que permiten, por un lado, el incesante aumento del conocimiento científico de las
estructuras y funciones cerebrales y, por otro lado, los avances en el desciframiento del genoma
humano con su pretendida determinación del origen de todas las enfermedades. En este terreno
fértil, abonado por la permanente asignación de recursos económicos para la investigación por
parte de la industria farmacéutica, renace una concepción de la locura, con pretensiones
hegemónicas, cercana a los postulados básicos de las enfermedades mentales tal cual las pensó
Kraepelin cien años atrás.
Un primer análisis crítico, sólidamente fundamentado, acerca de esta nueva perspectiva fue
realizado por Juan Carlos Stagnaro en un trabajo leído en el marco de las X Jornadas de la
Asociación de Psiquiatras de Córdoba en 1996 titulado "Estudio crítico de la crisis paradigmática
actual en psiquiatría" de el quisiera tomar aquello que, a mi juicio, constituye el núcleo duro de
esta propuesta:
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1. Identificación objetiva de los trastornos mentales por vía de una descripción ateórica.
2. Progresiva correlación biunívoca entre cada trastorno y su fisiopatología cerebral.
3. Correlación entre dicha fisiopatología y su corrección farmacológica.
Para terminar diré que, el grado de coherencia interna y sustentabilidad de esta propuesta no es
tema de esta presentación, si lo ha sido el intentar demostrar que el terreno histórico-social de fines
del siglo XIX y el de fines del siglo XX comparten una serie de variables que son condición de
posibilidad para la aparición de una determinada interpretación de la realidad en general que
legitima el desarrollo y probable
éxito de una determinada interpretación del hecho
psicopatológico.
Buenos Aires, Abril de 2003.-
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