El infierno no existe, el cielo sí. Si de algo estoy seguro es que todos vamos para el cielo. Se han estado presentando acontecimientos que necesariamente nos invitan a reflexionar sobre la muerte y lo que sucede después de ella. No hace mucho tiempo se predicaba que quienes no cumplieran con los mandatos divinos serian hervidos en calderas, pero más preocupante aun es que casi todo lo que hiciera el ser humano era pecado, puesto que si usted solamente lo pensaba ya caía en él. Este dogma otrora fue bastante naturalizado en el crecimiento espiritual de las personas, pero hoy en día se proponen algunas perspectivas más enfocadas al amor y direccionadas a ver a nuestro Dios como nuestro amigo más amado. Siempre me había puesto a pensar sobre si yo iba para el cielo o para el otro lado – aun me cuesta decir esa palabra, será porque crecí en el tiempo donde le metían las calderas por la piel- entonces, reflexionaba sobre las tantas cosas buenas o malas que había hecho, sumaba, restaba, multiplicaba y dividía y parecía que las cosas buenas no alcanzaban aun cuando me esforzaba por hacer más de estas últimas. Así que llegue a otra fórmula que me dio la razón de que “Si de algo estoy seguro es que todos vamos para el cielo” y es que no se justifica que uno viva 90 años, por decir algo, y tenga que pasar la vida eterna, que son miles y miles de años pagando por lo que hizo en tan poco tiempo. En otros términos, es como si uno se portara mal en una clase de grado primero y lo dejaran sin descanso todos los demás años hasta en la universidad, pero ésta pena potenciada a la mil. Ahora bien, supongamos que usted es el padre de una persona que durante su vida fue mala, terrible, pero usted lo ama y le pusieran la condición de decidir si esta persona se va para el cielo o para el infierno, pero antes lo invitan a dar un paseo por las calderas del tártaro, allí usted observa como las personas se retuercen, lloran de arrepentimiento, sufren desmedidamente, se les desgarra la piel por efectos del fuego y de los ácidos, tienen un cuerpo con pedazos de carne y huesos que se notan a simple vista, luego lo llevan al cielo donde usted ve personas que observan lo que pudieron hacer bien en la tierra, que oran para que las personas aquí tomen buenas decisiones, que reciben con felicidad a las nuevas personas que van llegando, que viven tranquilos sin la zozobra de la tierra, ya con este recorrido lo devuelven frente a su hijo y le piden que tome la decisión. ¿Usted que decidiría? Seguramente por más malo que fuera su hijo, usted creerá que merece una oportunidad de ver el lado bueno de las cosas, y ciertamente desde allí cambiara esa persona. Así las cosas, si el amor de un padre terrenal, imperfecto es tan grande, cuan grande es el amor de Dios que es perfecto. No hay manera de ir a ningún infierno, siempre habrá la posibilidad de ver las cosas que hicimos desde el lado del amor y la paz, es decir el cielo. No obstante, habrá muchos que leerán esto y dirán entonces que hay que corromper al mundo y no pasa nada. ¡NO! La cuestión ahora es de conciencia, es de sentir que este mundo vive mejor con personas que hacemos el bien, y que no hay manera distinta de sentirse feliz que haciendo el bien y obrar de manera correcta. Así vayamos para el cielo, ¿no sería mejor que cuando lleguemos allá al cielo y miremos hacia la tierra nos sintamos reconfortados por lo que hicimos allí? La invitación es pues, a vivir la vida con alegría, con amor hacia el prójimo, con entrega a lo bueno y de la mano de nuestro amado Dios, quien nos ama infinitamente. El Papa dijo “A través de la humildad, la introspección y la contemplación orante hemos adquirido una nueva comprensión de ciertos dogmas. La iglesia ya no cree en un infierno literal, donde la gente sufre. Esta doctrina es incompatible con el amor infinito de Dios. Dios no es un juez, sino un amigo y un amante de la humanidad. Dios busca no para condenar sino para abrazar. Al igual que la fábula de Adán y Eva, vemos el infierno como un recurso literario. El infierno no es más que una metáfora del alma aislada, que al igual que todas las almas en última instancia, están unidos en amor con Dios”. ¿Se imaginan cómo es el cielo? Lic. Ángel Diomar Quiceno Marín