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ARTÍFICES
25
HISTORIAS
ARTESANÍAS EMBLEMÁTICAS COLOMBIANAS
Artífices: 25 Historias: Artesanías emblemáticas colombianas /
Artesanías de Colombia. -- Bogotá: Artesanías de Colombia, 2014-.
-- No. 1 (2014)-No. 5 (2015).
Volúmenes: ilustraciones; 27 cm.
Semestral
ISSN: 2357-5352
1. Artesanías - Investigaciones - Colombia - Publicaciones seriadas
2. Artesanos – Colombia – Publicaciones seriadas 3. Desarrollo
artesanal - – Colombia – Publicaciones seriadas 4. Oficios
artesanales – Colombia - Publicaciones seriadas I. Colombia.
Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Artesanías de
Colombia S. A.
745.5–dc23
JMCH/CENDAR
OBJETOS
QUE HABLAN
Artesanías de Colombia y Corferias han llegado a la versión
Número 25 de EXPOARTESANÍAS, el escenario comercial de
artesanías más grande del país. Pero este aniversario no es solo
reflejo de un esfuerzo institucional, sino también del trabajo de
manos de miles de artesanos que han generado, en este tiempo,
millones de piezas de inconmensurable belleza; objetos que con
maestría plasman la identidad, el conocimiento y la tradición de
sus pueblos. Por ello, para esta edición de la Revista Artífices, escogimos 25 historias provenientes de distintos territorios del país,
como parte de una exploración íntima acerca de la creatividad y el
ingenio de nuestros artesanos.
Las historias hacen que los objetos hablen más a allá de su uso
y nos recuerdan que hacen parte de nuestro acervo cultural. Las
historias de bisabuelos y nietos que se iniciaron en el oficio a los 4,
a los 12 o los 32 años. De la tradición de una familia o de la ruptura
de la tradición de un pueblo. De crisis económicas, de vocación,
de artistas. Relatos sobre los 1.095 días de encierro para una niña
Wayúu que teje una mochila y de los novios que se conocieron elaborando un mismo sombrero en Caldas; sobre pueblos en donde
solo queda un artesano y otros en los que el 90% de la población
se dedica a la misma artesanía. Historias sobre la necesidad de
aprender inglés para negociar en dólares y de re-aprender embera
chamí para volver a la selva.
En consecuencia, hay cosas que solo comprenderemos a través
de la artesanía, como la forma de la madre cósmica a través de la
mochila cilíndrica, el universo femenino de las molas y el masculino
del carriel e, incluso, hay otras que solo conoceremos a través de
la artesanía, como al casi extinto manatí tallado en el palo sangre.
En la artesanía se manifiesta la identidad, cuando el artesano
abstrae la naturaleza en símbolos que plasma en sus jarrones de
Wérregue; la creencia, que hace que los motivos geométricos del
Balay purifiquen los alimentos; y las técnicas que convierte al árbol silvestre de Mopa Mopa en objetos de gran belleza.
Adquirir una artesanía, más que tener un objeto de uso o decoración; es tener la prueba patente de la identidad, la tradición y la
vida de nuestros pueblos; es conservar el legado de una tradición
enigmática; es poder llevar consigo el recuerdo de la selva, la
montaña, el llano, el río y el mar.
ANA MARÍA FRÍES MARTÍNEZ
GERENTE GENERAL
ARTESANÍAS DE COLOMBIA
2 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
ARTÍFICES No. 5
ARTESANÍAS DE COLOMBIA
Gerente General
Ana María Fríes Martínez
Asesora de planeación e
Información
Andrea García Orjuela
Asesora de Comunicaciones
Diana Briceño Aguirre
Gestión del conocimiento
Camilo Rodríguez Villamil
Comité editorial
Ana María Fríes Martínez
Diana Briceño Aguirre
Leila Marcela Molina
Camilo Rodríguez Villamil
Coordinación editorial y textos
María Alexandra Cabrera
CARMEN PALMAR
Uribia (Guajira)
Etnia Wayuu
Mochila y Chinchorro
Página 18
ALIRIO LIBERATO
ROSMERY URIBE
PATROCINIA PIMIENTO
DIEGO RAMIREZ
JULIA CASTILLO
DAMARIS BUELVAS
MARCIAL MONTALVO
GLADYS BELLO
Macedonia (Amazonas)
Etnia Cocama
Talla Palo Sangre
Página 48
Darién (Antioquia)
Etnia Guna Dule
Mola
Página 24
Curití (Santander)
Tejeduría en fique
Página 36
Aguadas (Caldas)
Sobrero Aguadeño
Página 30
Diseño editorial
Laura de Gamboa
Fotografía objetos
Iván Ortiz
Fotografía artesanos
Mónica Barreneche, Erik Bauer y
archivo de Artesanías de Colombia
Preprensa:
Finaltouch
© ARTESANÍAS DE COLOMBIA
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación
puede ser reproducida, almacenada
en sistema recuperable o transmitida
en forma alguna o por ningún medio
electrónico, mecánico, fotocopia,
grabación u otros, sin el previo permiso
escrito de Artesanías de Colombia.
Calle 74 No. 11-91
www.artesaniasdecolombia.com.co
ELSA BONILLA
Mitú (Vaupés)
Etnia Cubeo
Balay
Página 54
Guaduas
(Cundinamarca)
Gallinitas
Página 34
San Jacinto (Bolívar)
Hamaca
Página 12
Tuchín (Cordoba)
Etnia Zenú
Sombrero Vueltiao
Página 10
El Carmen de Viboral (Antioquia)
Cerámica
Página 20
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 5
BARRANQUILLA / ATLÁNTICO
01.
DETRÁS DE LAS
MÁSCARAS DEL
CARNAVAL
Luis Carlos Asis nació en Barranquilla un sábado
de carnaval. La fiesta folclórica más importante de
Colombia se convirtió desde ese día en parte de su
destino. A los 14 años, durante una capacitación de
talla de madera a la que asistió sin el consentimiento
de sus padres, entendió que el carnaval lo había elegido. Dedicarse a tallar máscaras de madera significaba
romper con una tradición familiar que esperaba convertirlo en ebanista, como su abuelo y su padre. Pero
Luis Carlos no flaqueó. Motivado por la posibilidad de
preservar una tradición cultural, consiguió el apoyo de
sus padres y de sus cuatro hermanos. A los 15 años se
lanzó como artesano independiente y hace tres demostró que no se había equivocado. Con el propósito de
difundir su técnica y generar empleo, creó la fundación
Manos Transformadoras, la cual capacita a jóvenes
de escasos recursos y a madres cabeza de familia del
municipio de Soledad, Atlántico.
Aunque las máscaras más representativas son las
del torito, el tigre y el burro, Luis Carlos se dio a la
tarea de rescatar otros animales que hace 150 años
eran muy populares. Gracias a su trabajo, las máscaras de chivos, perros amarillos y azules, micos y
cebras, que representaban parte del legado africano
que llegó al Caribe, han ido recuperando un lugar en
el carnaval.
A los 42 años, es uno de los talladores más rápidos
de la región. En menos de hora y media es capaz de
sacar la cara de un animal de un bloque de ceiba roja.
Diariamente talla seis máscaras de las que jamás
hace bosquejos. Confía en que la madera le susurre
la forma. Cuando la máscara está lista la sumerge
veinticuatro horas en un tanque de agua, una técnica
6 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
que elimina los brotes del material. Cada pieza se seca
durante dos días, luego se pule con lijas de agua, se le
pasa un delicado empaste de arcilla y una base con
sellador. El diseño se dibuja a lápiz para luego pintarlo
con esmaltes y pinceles.
En el barrio Simón Bolívar se encuentra su pequeña
casa taller. En el patio hay dos sierras, en la sala está la
zona de tallado y en el segundo piso el área de pintura.
Para poder trabajar recurre a su fuente de inspiración:
la música de Rafael Orozco. Oyendo vallenatos talla de
ocho de la mañana a cinco de la tarde.
Ahora se prepara para la gran temporada de fiestas.
Entre noviembre y febrero puede llegar a hacer más
de 500 máscaras de madera y cientos de antifaces y
máscaras de papel mache. Gracias a sus creaciones
ha podido preservar una tradición cultural que se había extinguido. Luis Carlos supo escuchar el llamado
del carnaval.
GRACIAS A SU TRABAJO, LAS
MÁSCARAS DE CHIVOS, PERROS
AMARILLOS Y AZULES, MICOS Y
CEBRAS, QUE REPRESENTABAN
PARTE DEL LEGADO AFRICANO
QUE LLEGÓ AL CARIBE, HAN
IDO RECUPERANDO UN LUGAR
EN EL CARNAVAL.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 7
MOMPOX / BOLÍVAR
02.
CUANDO LA
FILIGRANA SE
HACE POESÍA
A Luis Herrera le gustaba sentarse en la mesa y
observar a su padre trabajar. Desde los ocho años
veía como fabricaba decenas de figuras en filigrana
y le daba vida a pescaditos de oro de dieciocho quilates que luego lucían las señoritas de alcurnia por
las calles de Mompox. Los pescaditos de oro, esos
que Aureliano Buendía fabricaba con devoción en
Cien años de soledad, lo cautivaron desde niño y lo
empujaron a continuar la tradición.
A los 16 años conocía el proceso, la técnica y la dedicación que exige la joyería en filigrana. Sabía cómo
realizar con finísimos hilos de oro o plata dijes, anillos, prendedores, gargantillas, aretes, collares, pulseras y rosarios. Su padre le entregó el conocimiento
de una técnica que tiene raíces coloniales y conserva
formas ornamentales heredadas de los españoles, los
árabes, los franceses y los ingleses.
Si quería ser joyero necesitaba agilidad en las manos, precisión, paciencia y concentración. Luis lo tenía
todo. Muy pronto demostró que podía hacer las 14 piezas de oro que se necesitan para formar un pescadito
y, al poco tiempo, empezó a crear joyas geométricas y
diferentes tipos de pájaros e insectos hechos con hilos
de plata. Su diseño preferido es la mariposa. Asegura
que es tan perfecta que solo le falta volar.
En 2010, la poesía se convirtió en otra de sus pasiones. Con timidez dice tener más de 450 poemas
de amor que algún día espera publicar. Sin embargo,
hoy el maestro confiesa que un cáncer de próstata
que le diagnosticaron hace dos años le arrebató la
inspiración. Se alejó de la poesía y dejó a un lado la
costumbre de trabajar desde las seis de la mañana y
desayunar al mediodía.
8 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
A los 77 años, se dedica a revisar el proceso, dar
indicaciones y arreglar las composiciones que hacen
los nueve empleados de su taller, un lugar que hace
quince años bautizó con el nombre Joyería Artesanal
Santa Cruz. Gracias a la joyería pudo darles educación
a sus cuatro hijos y, aunque los dos varones no aprendieron la filigrana, sus dos hijas conocen el oficio y
permanecen a cargo del negocio. Luis está tranquilo.
Confía en que sus hijas mantengan vivo su legado.
SI QUERÍA SER JOYERO NECESITABA AGILIDAD
EN LAS MANOS, PRECISIÓN, PACIENCIA Y
CONCENTRACIÓN. LUIS LO TENÍA TODO. MUY
PRONTO DEMOSTRÓ QUE PODÍA HACER LAS 14
PIEZAS DE ORO QUE SE NECESITAN PARA FORMAR
UN PESCADITO Y, AL POCO TIEMPO, EMPEZÓ A
CREAR JOYAS GEOMÉTRICAS Y DIFERENTES TIPOS DE
PÁJAROS E INSECTOS HECHOS CON HILOS DE PLATA.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 9
03.
EL MAESTRO
DEL SOMBRERO
VUELTIAO
EL SOMBRERO VUELTIAO
ALCANZÓ TANTA FAMA
QUE HOY EN DÍA EL 90%
DE LOS HABITANTES DE
TUCHÍN SE DEDICA AL
CULTIVO, PROCESAMIENTO Y
CONFECCIÓN DE SOMBREROS
Y PRODUCTOS DERIVADOS DE
LA CAÑA FLECHA. LA MAYORÍA,
COMO MONTALVO, APRENDEN
MIRANDO CON SIGILO, IMITANDO
EL MOVIMIENTO DE LOS DEDOS
DE LOS QUE SABEN.
10 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
TUCHÍN / CÓRDOBA
Los sombreros vueltiaos de Marcial Montalvo han
encantado a artistas y políticos de todo el mundo. Este descendiente de la etnia Zenú, galardonado
en 2013 con la Medalla de Maestro de Maestros,
cuenta con orgullo sus encuentros con Fidel Castro,
Bill Clinton, César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro
Uribe. El año pasado conoció al príncipe Carlos en
Cartagena. El encuentro quedó inmortalizado en una
foto en la que ambos esbozan una prudente sonrisa.
Montalvo afirma que jamás imaginó que el sombrero vueltiao, utilizado por los campesinos para protegerse del inclemente sol, se convirtiera en un símbolo
cultural de la nación. Su popularidad comenzó en
1987, cuando Artesanías de Colombia invitó a varios
diseñadores a capacitar a artesanos de Córdoba en el
uso de la caña flecha.
Decenas de artesanos aprendieron que con la planta,
que crece en todos los cultivos de la zona, podían tejer
carteras, cojines, zapatos y pulseras. Sin embargo, el
sombrero mantuvo su hegemonía. Músicos como Alejo
Durán y personajes como el “Happy” Lora y Gabriel
García Márquez se dieron a la tarea de enseñárselo
al mundo. De repente el municipio de Tuchín, en Córdoba, se hizo visible en un país que lo tenía olvidado.
El sombrero vueltiao alcanzó tanta fama que hoy
en día el 90% de los habitantes de Tuchín se dedica
al cultivo, procesamiento y confección de sombreros
y productos derivados de la caña flecha. La mayoría,
como Montalvo, aprenden mirando con sigilo, imitando el movimiento de los dedos de los que saben.
Sin embargo, el maestro está preocupado. Se pregunta quién se ocupará de preservar la tradición cuando él
no esté. Sus seis hijos son profesionales y, aunque saben tejer, no se dedican al oficio. Durante muchos años
han sido él y sus creaciones quienes se han encargado
de recordarle al mundo una tradición ancestral.
Con una voz afable, confiesa que a los 66 años su
ritmo de trabajo ha disminuido. Antes se levantaba
a las tres de la mañana y tejía cinco horas seguidas
con la ayuda de una lámpara de gas que le permitía
iluminar el tejido. Pero hoy, luego de ser operado de
cataratas en dos ocasiones, se ha dedicado a coser a
máquina. Lo hace durante dos o tres horas diarias porque asegura que es el mejor antídoto contra los malos
pensamientos. Al terminar, luego de cuatro o diez días
de trabajo, se planta frente al espejo, se pone el sombrero y observa. Si le gusta, lo exhibe en la entrada de
su casa y espera a que aparezca un cliente que lo luzca
con orgullo. Su tarea está cumplida.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 11
SAN JACINTO / BOLÍVAR
04.
AL VAIVÉN DE
UNA HAMACA
Damaris Buelvas tenía 14 años cuando se enfrentó al
primer reto de su vida: deshilvanar una madeja de hilo.
No fue fácil. Tenía que sentir el algodón crudo, peinarlo y dejarlo listo para pasar al telar. Entonces entendió
que para ser tejedora hay que tener paciencia. Poco a
poco se entregó al material y dejó que los dedos aprendieran a moverse. Veinticuatro horas después la tarea
estaba lista. Ese día su abuela, quien se encargó de
cuidarla desde pequeña, la inició en una tradición que
por décadas han seguido las mujeres de su familia.
Luego aprendió a armar el telar de acuerdo a la medida de la hamaca y a trabajar la urdimbre, ese conjunto de hilos que longitudinalmente se mantienen
en tensión sobre la máquina. Las manos de Damaris,
imparables y veloces, lograban tejer cada día 10 centímetros más que el anterior. A los 45 años, teje un
metro diario con facilidad. Confiesa que no resiste el
desorden, que si ve su casa sucia no puede concentrarse en el tejido y que, si no la distrajeron las tareas
domésticas, terminaría una hamaca en tres días.
A las nueve de la mañana, cuando ha limpiado la
sala, la cocina, los dos baños y las dos habitaciones,
se dirige al taller, ubicado en otra habitación de la
vivienda. El lugar tiene techo de palma, ideal para el
calor, paredes de concreto, y tres telares de madera
rústica que les compra a agricultores de la zona y que
debe cambiar cada dos años cuando las polillas y el
comején ya no dan más tregua. Al mediodía hace el
almuerzo para su esposo, su hija y su nieta de siete
años, y de dos a cuatro de la tarde vuelve al telar.
Damaris teje con amor. Teje con la convicción de
saber que las personas que se entregan al vaivén de
una hamaca son más felices. Sus creaciones representan los colores y la calidez de la costa Caribe, y
hacen parte de una tradición que ha logrado poner la
mirada del país sobre su hogar: San Jacinto, Bolívar.
Para hacer una hamaca necesita veintiuna madejas
de hilo, que pesan 400 gramos, y que una fábrica de
12 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
Barranquilla deja directamente en su casa. Antes, al
igual que decenas de tejedoras del municipio, ella
misma se encargaba de teñir el material. Pero la falta
de acueducto y la contaminación que producían los
químicos, generó cambios en el oficio que han beneficiado esta labor ancestral.
Recibir la fibra tinturada directamente de la fábrica
permitió que Damaris se abriera con más pasión al
color. Algunos de sus diseños, que evocan un extenso
arcoíris, han llegado a tener hasta 16 colores.
Otros han jugado con diferentes gamas de azules, verdes, negros y cafés. El año pasado una
fundación la escogió para capacitar durante ocho
meses a 60 jóvenes de San Jacinto en los secretos del tejido. Damaris habla de la experiencia
con orgullo. Sabe que transmitir la tradición es
el único camino para mantener la herencia de su
pueblo con vida.
DAMARIS TEJE CON LA CONVICCIÓN
DE SABER QUE LAS PERSONAS QUE
SE ENTREGAN AL VAIVÉN DE UNA
HAMACA SON MÁS FELICES. SUS
CREACIONES HACEN PARTE DE
UNA TRADICIÓN QUE HA LOGRADO
PONER LA MIRADA DEL PAÍS SOBRE
SU HOGAR: SAN JACINTO, BOLÍVAR.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 13
PUERTO BELLO / CESAR
05.
HERRAMIENTAS
DE PODER
Diana Liliana Coronado llegó a la casa de su abuela
con apenas cuatro años. Su madre y su padrastro
decidieron enviarla con ella a la comunidad arhuaca
de Simonorowa, en el municipio de Puerto Bello,
Cesar, para que pudiera ingresar a una escuela rural.
Al lado de su abuela, se enamoró de un oficio que
ha convertido a las mochilas arhuacas en una de las
artesanías más importantes de Colombia.
Su abuela le enseñó la mejor manera de motilar
los ovejos, le indicó cómo lavar, secar y escarmenar
el material. Le mostró cómo abrir los mechones,
retirar las impurezas, ordenar las fibras en una misma dirección y corchar la lana. Diana Liliana veía
como las manos de su abuela tejían pacientemente
mochilas con hilos blancos, beiges, grises, marrones
y negros. Después de seis años de enseñanza dejó
de ser aprendiz para empezar a tejer sus propias
mochilas, que luego vendía para comprar zapatos y
útiles escolares.
A los 15 años, cuando se casó, ya era una Wati
(mujer arhuaca) que conocía el significado de los
diferentes dibujos de animales y de la cosmogonía
arhuaca que se plasma en las mochilas. Sabía que la
rana es símbolo de fertilidad y la serpiente cascabel
del tiempo y el espacio. Que hay un tejido que representa el pensamiento del hombre y otro que simboliza el de la mujer. Que existe un diseño para evocar
las cuatro esquinas del mundo y otro para recordar al
padre creador de la sagrada Sierra Nevada de Santa
Marta. Era consciente de que las mochilas son herramientas de poder que los arhuacos utilizan en la vida
cotidiana. No se trata de un objeto exclusivamente
funcional. La simbología de cada diseño protege y da
poder a la persona que la carga.
Diana Liliana asegura que las múltiples labores
del hogar y el cuidado de sus cinco hijos le impiden
dedicarse de lleno a una artesanía que, desde 2013,
14 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
se convirtió oficialmente en marca registrada. No le
gusta trabajar con las madejas de fibra industrial que
llegan desde Bogotá y Boyacá, y prefiere esperar por
las 20 libras de lana virgen que un indígena de la Sierra Nevada le vende esporádicamente. A los 32 años,
teje todos los días de nueve a once de la mañana, y se
tarda un mes en tener lista una mochila. Trabaja con
la paciencia que heredó de su abuela y la convicción
de inmortalizar en el tejido la profunda sabiduría de
su pueblo.
DIANA LILIANA ES
CONSCIENTE DE
QUE LAS MOCHILAS
SON HERRAMIENTAS
DE PODER QUE
LOS ARHUACOS
UTILIZAN EN LA VIDA
COTIDIANA. NO SE
TRATA DE UN OBJETO
EXCLUSIVAMENTE
FUNCIONAL. LA
SIMBOLOGÍA DE CADA
DISEÑO PROTEGE Y DA
PODER A LA PERSONA
QUE LA CARGA.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 15
ANTÁQUEZ / CESAR
06.
EL ORIGEN
DEL MUNDO
A Judith Pacheco la inspira la cercanía con las
sagradas montañas de la Sierra Nevada de Santa
Marta. Vive en una comunidad llamada Guatapurí, al norte de Valledupar, una de las doce que
componen el resguardo indígena Kankuamo, un
territorio de veinticuatro mil hectáreas que el estado colombiano reconoció legalmente en 2003.
Como lo han hecho durante siglos cientos de mujeres de la etnia kankuama, Judith teje mochilas para
representar el origen del mundo. Tiene 53 años y,
desde los cinco, aprendió que la estructura cilíndrica de la mochila es un símbolo de la feminidad y
la fertilidad. Representa a la gran madre cósmica.
Su madre le enseñó a hilar, a tejer el fique y
la lana, y a diseñar. Este último paso es el más
complejo, ya que pone a prueba la destreza de
la tejedora y el entendimiento de una sabiduría
ancestral. Aprenden con el diseño del cerro, que
evoca los cerros de la Sierra, y cuando están
preparadas pasan al caracol, insignia del pensamiento de la mujer; la cocada, emblema del pensamiento del hombre; el camino, que representa
el sagrado camino hacia la Sierra Nevada, y el
canguro, un meticuloso diseño que simboliza la
madre tierra. Los kankuamos deben tejer sintiendo el significado del símbolo para impregnar con
sus pensamientos cada mochila.
Judith es una de las nueve mujeres de su comunidad que tiene permitido tejer en un lugar
sagrado. Lo hace por invitación del Mamo cuando es necesario hacer una ofrenda a la madre
tierra y pedirle que el agua no se acabe. Según
la tradición, las mujeres deben tejer mochilas
de fique blanco, con el diseño del canguro, que
luego entregan al Mamo para que él se encargue
de hacer el pagamento. La mochila también está
16 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
JUDITH ES UNA DE LAS
NUEVE MUJERES DE SU
COMUNIDAD QUE TIENE
PERMITIDO TEJER EN UN
LUGAR SAGRADO. LO
HACE POR INVITACIÓN
DEL MAMO CUANDO ES
NECESARIO HACER UNA
OFRENDA A LA MADRE
TIERRA Y PEDIRLE QUE
EL AGUA NO SE ACABE.
presente en los ritos que marcan un cambio de ciclo:
el bautizo, la pubertad, el matrimonio, la curación y
la muerte.
El color lo usan únicamente para las mochilas que
ponen a la venta. Para tinturar utilizan plantas naturales como el dividivi, el coco, el eucalipto, el morito y
la flor violeta de la batatilla. El proceso, que consiste
en moler las plantas y ponerlas a hervir en un caldero
toda la noche, debe hacerse bajo el dominio de la luna
creciente. Solo así, cuenta Judith, el color se adhiere
al material.
Diariamente teje un par de horas en compañía de
sus dos hijas y algunas mujeres de la comunidad. Lo
hace con fique porque asegura que la lana le calienta
las manos y agrava un problema de circulación que
padece desde hace unos años. Su día lo divide entre
las funciones del hogar, el tejido, la preparación de cocadas, arequipe, papas rellenas y patacones que vende
por la región, un curso de innovación que empezó hace
poco y la visita a diferentes comunidades kankuamas
en el Cesar. Judith vive feliz, sabe que con cada mochila que termina honra a sus ancestros.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 17
MAICAO / GUAJIRA
07.
CHINCHORROS,
MOCHILAS Y
ENCIERRO
A los 12 años, la vida de Carmen Palmar cambió
para siempre. Con la llegada de la primera menstruación también llegó el inicio de un largo periodo
de encierro. En el municipio de Uribia, en La Guajira,
vivió tres años bajo los cuidados de su abuela en una
casa hecha de barro y madera yotojoro. Fueron 1.095
días sin ver el sol, 1.095 días dedicados a aprender la
sabiduría del tejido wayúu y a entender que su reclusión haría de ella una mujer digna y respetada, capaz
de conformar una familia.
Acostumbrarse a una exigente rutina de enseñanza y
a una alimentación a base de chicha de maíz y ahuyama, no fue fácil. Intentó escapar varias veces, pero no
tuvo éxito. Con el tiempo, y gracias a la paciencia de
su abuela, entendió el porqué de su aislamiento. Como
toda mujer wayúu, Carmen se convirtió en una discípula más de Wale’ Kerü (la araña), ese ser mitológico que
le regaló los secretos del tejido a su pueblo.
Era vital que en el encierro dominara el arte de
tejer chinchorros con hilaza de algodón. Lograrlo
garantizaba que en un futuro podría tejerlos para
su marido y sus hijos. Hacer mochilas era un complemento de sus virtudes como artesana y recurría
a ellas como una manera de descansar después de
los cuatro meses de gestación que, como mínimo,
necesita un chinchorro.
A los 15 años, volvió a sentir el sol en la piel canela.
Estaba lista para casarse, pero tuvo que esperar hasta
los 25 para encontrar un esposo que pudiera pagar
con chivos, mulas o caballos la dote que su padre
exigía. Alberto Mesa lo consiguió. Del matrimonio,
que duró ocho años, quedaron cinco hijos –cuatro
hombres y una mujer– que aun viven con ella en una
ranchería en La Guajira.
Carmen tiene 47 años y casi no duerme. Dice que
su único vicio es el café, que la ayuda a mantenerse
18 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
activa 19 horas continuas. Se levanta de madrugada,
se baña, se viste con alguna de sus mantas de colores
y prepara el desayuno para sus hijos: mazamorra de
maíz con leche de chivo, arepas de queso y huevos de
sus gallinas. Luego teje hasta el mediodía. Lo hace
sola y en silencio, con la convicción de plasmar en el
tejido la alegría y la tristeza de la mujer wayúu, esa
que la acompaña a ella desde que su abuela murió.
Cuando hace kaanás (arte de tejer dibujo) sabe
que el propósito es transmitir la vida que se asentó
en La Guajira. Cada diseño, realizado con una com-
posición geométrica, simboliza un pedazo de su
cultura. Hay kaanás que representan la abuela de
los animales, las constelaciones de estrellas, el
caparazón de las tortugas, los genitales del asno,
el rastro de la serpiente o el ojo de un pescado.
Carmen ha viajado desde Barrancas hasta Punta
Gallinas para enseñarles a diferentes comunidades del departamento el arte de hacer chinchorros
y mochilas. Compartir el conocimiento que recibió
de su abuela la ha convertido en una genuina embajadora wayúu.
CADA DISEÑO, REALIZADO CON
UNA COMPOSICIÓN GEOMÉTRICA,
SIMBOLIZA UN PEDAZO DE SU
CULTURA. HAY KAANÁS QUE
REPRESENTAN LA ABUELA DE LOS
ANIMALES, LAS CONSTELACIONES
DE ESTRELLAS, EL CAPARAZÓN DE
LAS TORTUGAS, LOS GENITALES DEL
ASNO, EL RASTRO DE LA SERPIENTE
O EL OJO DE UN PESCADO.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 19
EL CARMEN DE VIBORAL / ANTIOQUIA
08.
EL ENCANTO
DE LAS VAJILLAS
DEL CARMEN
A Gladys Bello le fascinaba ver a su padre moldear
la arcilla. Como si fuera un acto de magia, él movía estratégicamente las manos dentro del material y creaba
figuras de animales que atrapaban su atención.
Pedro Antonio Bello fue un pionero de la cerámica
en El Carmen de Viboral, Antioquia, una región rica
en feldespato y cuarzo, minerales necesarios para la
fabricación de piezas de cerámica. En 1966, después
de hacer una especialización en pastas de porcelana
en Argentina, sintió que estaba listo para dar el último
paso: crear su propia microempresa. La llamó Artesanías El Dorado y la instaló en el patio trasero de su
antigua casa en El Carmen.
Por las tardes, cuando llegaban del colegio, sus
nueve hijos –4 mujeres y 5 hombres– corrían a verlo
trabajar. Observando, aprendieron las técnicas del
colado y el vaciado –con las que se hacen platos soperos, salseros, tazas y pocillos– y la elaboración de
platos por el sistema de torno. También entendieron
la importancia de la quema de bizcocho, que dura 24
horas y deja la pieza lista para ser pintada.
20 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
De los nueve, solo Gladys y Oscar se dedicaron a la
empresa. Gladys tenía 25 años y estaba estudiando
Administración Turística en Bogotá, cuando comprendió que su misión estaba al lado de su padre. A fines
de los 80 disminuyó la producción de las 22 microempresas que existían en el municipio. La inseguridad y
la violencia alejaron a los turistas y muchas fábricas
tuvieron que cerrar. Pero los Bello no decayeron. Se
pusieron como meta ir a ferias y a eventos, y sacar
adelante un sueño familiar.
La perseverancia dio resultado. Artesanías El Dorado
hoy tiene diez empleados y hace más de 4000 piezas
de cerámica al mes. Sus productos se encuentran en
diferentes almacenes e importantes restaurantes. El
más conocido es Andrés Carnes de Res, donde Gladys
ha vendido decenas de platos típicos, bandejas, pocillos,
coquitas para la ensalada y platos para la mantequilla.
A la entrada del pueblo tienen un punto de venta en
donde se consiguen los 15 diseños de vajillas que han
creado hasta el momento. Lo que más cautiva a los
clientes es la última fase del proceso: la tradicional
pincelada viboral, que desde hace 215 años se realiza a mano con esmalte y pinceles de pelo o esponja.
Inspirados en la naturaleza han creado hortensias,
girasoles, margaritas y tréboles que han plasmado en
azul cobalto, amarillo, palo de rosa, verde, café y vino
tinto. Cada pieza es única.
A los 52 años Gladys confiesa que no le gusta madrugar. A las nueve de la mañana, antes de comenzar
las labores, se echa la bendición y piensa en su padre.
Luego repite en silencio la frase que se ha convertido
en su mantra: “este día me va a ir súper bien”. Así ha
sido y así será.
INSPIRADOS EN LA
NATURALEZA HAN
CREADO HORTENSIAS,
GIRASOLES,
MARGARITAS Y
TRÉBOLES QUE HAN
PLASMADO EN AZUL
COBALTO, AMARILLO,
PALO DE ROSA, VERDE,
CAFÉ Y VINO TINTO.
CADA PIEZA ES ÚNICA.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 21
JERICÓ / ANTIOQUIA
09.
EL CARÁCTER
DEL CARRIEL
Luis Javier Osorio se enamoró de los carrieles a los
32 años. A diferencia de muchos artesanos, no heredó una tradición familiar ni fue discípulo de su padre.
Aunque nació en Jericó, un municipio conocido por
sus carrieles, aprendió el oficio en el taller de un amigo
en Envigado. Osorio, que había trabajado toda la vida
en el sector público y en ese momento era concejal del
municipio, se escapaba por las noches y algunos fines
de semana para aprender la técnica de la talabartería.
Lo seducía la posibilidad de hacer esas famosas
carteras de cuero que, desde los tiempos de la colonia,
han usado los hombres en Antioquia. Durante un año
guardó el secreto y, cuando se sintió preparado, dejó
una promisoria carrera en la política y montó un taller.
Según Osorio, la elaboración del primer carriel representa el gran desafío del oficio. Los artesanos tienen
que enfrentarse a ribetes mal hechos y costuras torcidas, además de poner a prueba su paciencia y amor
por el trabajo. Si logran terminar el objeto, todo lo que
sigue es ganancia.
El proceso, que consta de 160 pasos, es largo y
dispendioso. Primero debe seleccionar el cuero, que
consigue en curtimbres artesanales de La Ceja, Jericó
o Jardín, cortar las piezas que necesita y ensamblarlas
una a una antes de coser. Cada pieza lleva otras más
pequeñas, como los llamados secretos o compartimientos, portabolígrafos y numerosos bolsillos (hay
carrieles que tienen hasta 16). Lo más difícil es mantener la precisión para ribetear y ensamblar la tapa
del objeto.
En las paredes de su taller exhibe carrieles con
diferentes diseños y colores. A las seis de la mañana
enciende el radio –oye baladas y salsa– y comienza
una rutina que termina a las siete u ocho de la noche.
A los 58 años, hace un carriel en diez o doce horas
de trabajo continuo. Lo inspira la satisfacción de ha-
22 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
cer bien su trabajo y de crear diseños diferentes que
sorprendan a los clientes. En la Feria de las Flores y
la temporada decembrina ha llegado a venderles más
de 150 carrieles a extranjeros que se fascinan con la
delicadeza y belleza de sus piezas.
Osorio trabaja con su esposa, no tiene hijos y, aunque ha intentando en varias ocasiones capacitar aprendices, su propuesta no ha tenido eco en la comunidad.
La apatía de los jóvenes le preocupa porque amenaza
la supervivencia del oficio. Pero aún no pierde la fe.
Todavía queda tiempo para que aparezca ese discípulo
que tanto anhela.
EL PROCESO, QUE CONSTA DE 160
PASOS, ES LARGO Y DISPENDIOSO.
PRIMERO DEBE SELECCIONAR EL CUERO,
CORTAR LAS PIEZAS Y ENSAMBLARLAS
UNA A UNA ANTES DE COSER. CADA
PIEZA LLEVA OTRAS MÁS PEQUEÑAS,
COMO LOS LLAMADOS SECRETOS O
COMPARTIMIENTOS, PORTABOLÍGRAFOS
Y NUMEROSOS BOLSILLOS.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 23
DARIÉN / ANTIOQUIA
10.
LAS MOLAS:
UN UNIVERSO
FEMENINO
Rosmery Uribe asegura que todo lo que sabe sobre
las molas lo aprendió mirando. Desde los seis años
se sentaba a observar en silencio el proceso. Veía a su
madre bordar con destreza sobre el algodón animales
y figuras geométricas repletas de color. En ese entonces ya sabía que una mola es un elemento del universo
femenino que las mujeres de la étnia gunadule –asentada en el departamento de Antioquia– exhiben en
sus vestidos. También sabía que solo podría empezar
a tejer con la llegada de la primera menstruación. La
sangre marcaría su ingreso a una tradición ancestral.
Sucedió a los 12 años. Y a los 12 años, Rosmery
tejió. Lo hizo sin ayuda de nadie. Cortó la tela, trazó
con un lápiz el diseño, enhebró el hilo y empezó. Bordó un pescado, su animal preferido, el mismo que por
costumbre deben comer durante un mes las mujeres
gunadules después de parir. Dedicarse a los molas
también significó el fin de su educación formal. Cursó
hasta quinto de primaria en una escuela de su comunidad y tuvo que renunciar a hacer el bachillerato en el
pueblo más cercano.
La creencia que tienen los gunadules acerca de las
mujeres que dejan su comunidad por el estudio, la
detuvo. Si partía tendría por marido a un blanco, un
vaticinio que aterraba a su familia. Su padre no lo
permitió. Al fin y al acabo ya era una señorita y debía
aprender a cocinar, a servir en el hogar y a consolidar
su bordado.
A los 17 años se casó y hoy tiene seis hijos. Cuenta
que se ha dedicado a hacer diseños con animales
como el loro, el mico, la tortuga y el cangrejo. A cada
animal lo ubica en un ambiente selvático lleno de árboles, agua, luz y flores. Hace cuatro años empezó a
bordar diseños geométricos y a entender el profundo
24 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
significado de protección de las figuras. De los más
de 400 diseños que existen ya conoce 100. Aprendió
viendo y sin necesidad de tomar apuntes. Confía en
su memoria.
A los 36 años, Rosmery es la presidenta de la Asociación de Mujeres Artesanas de su comunidad, la cual
se formó hace ocho años con el propósito de vender
y dar a conocer los productos en diferentes ferias de
artesanías del país. Además de vestidos, con las molas
hacen bolsos, zapatos, carteras, cojines y balacas.
Rosmery les vende a diseñadoras de Cali y Bogotá, y
a un francés que se ha convertido en uno de sus clientes
más fieles. Una vez al mes tiene que viajar al municipio
de Turbo, Antioquia, para enviar pedidos y adelantar
trámites administrativos de la asociación. Para lograrlo
debe montar a caballo durante tres horas hasta llegar a
la vereda Manuel Cuello, donde toma un carro que en
30 minutos la deja en su destino. Del duro regreso, la
consuela la promesa de volver a internarse en la selva,
de sentir de nuevo el aroma de su hogar.
HACE CUATRO AÑOS ROSMERY
EMPEZÓ A BORDAR DISEÑOS
GEOMÉTRICOS Y A ENTENDER
EL PROFUNDO SIGNIFICADO DE
PROTECCIÓN DE LAS FIGURAS. DE
LOS MÁS DE 400 DISEÑOS QUE
EXISTEN YA CONOCE 100. APRENDIÓ
VIENDO Y SIN NECESIDAD DE TOMAR
APUNTES. CONFÍA EN SU MEMORIA.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 25
GUACAMAYAS / BOYACÁ
11.
EL DESPERTAR
DE UNA
TRADICIÓN
Elvira Gómez creció viendo a su padre tejer alpargatas de fique para sus hijos, fruteros, cestas, canecas y
bandejas para el hogar. Él le tejió la mochila en la que
guardaba sus útiles escolares y otra más grande que
Elvira utilizaba para llevar el trigo al molino y hacer
el mercado. Desde pequeña lo observaba en silencio
enrollar la paja para luego envolverla con hilos de fique
en forma de espiral.
Sin embargo, nunca le pidió que le enseñara. Ni
siquiera pensó que un día se dedicaría a un oficio que
había sido una tradición en el municipio de Guacamayas, Boyacá, donde antiguamente los indios Laches
y Tunebos elaboraban artesanías de paja y fique para
ceremonias sagradas y la recolección de alimentos.
Hasta los 30 años Elvira trabajó preparando el almuerzo que diariamente les vendía a los obreros de
la región, y ayudando a su marido en los cultivos de
trigo, alverja y maíz. Su vida, que seguía milimétricamente una rutina, cambió a fines de los años 70. Elvira
recuerda que en esa época empezaron a motivar a las
artesanas de Guacamayas a retomar una tradición
que parecía olvidada. Entendió que eso que hacía su
padre tenía valor y que, además, podría convertirse en
una importante fuente de ingresos. La primera vez que
estuvo en contacto con el fique todo fluyó. Su memoria
despertó y, al poco tiempo, estaba haciendo canastos,
portacazuelas, individuales, bandejas y fruteros de llamativos colores. Hoy, Elvira es una de las 250 artesanas
de Guacamayas que se dedica a la cestería de fique.
A los 72 años, teje entre dos y tres horas diarias. El
cansancio en los ojos y el dolor de espalda que la aqueja le avisan cuando debe parar. Hace cinco años vivía
en el campo y tejía oyendo el rugir del viento y el canto
de los pájaros, pero ahora se trasladó a una casa en
26 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
el centro de Guacamayas en donde vive sola desde
que murió su marido. La acompañan dos arrobas de
fique y un televisor en el que escucha novelas mientras teje sus productos. Las últimas semanas se ha
dedicado a tejer unos discos de 40 centímetros de
vuelo que se usan como centro de mesa o base para
poner recipientes calientes.
Elvira se encargó de transmitirles su conocimiento
a su hija y a sus cuatro nietos, y hoy vive feliz. Asegura que no hay mayor bendición que el gozo que le
produce su trabajo.
LA PRIMERA VEZ QUE ESTUVO
EN CONTACTO CON EL FIQUE
TODO FLUYÓ. SU MEMORIA
DESPERTÓ Y, AL POCO TIEMPO,
ESTABA HACIENDO CANASTOS,
PORTACAZUELAS, INDIVIDUALES,
BANDEJAS Y FRUTEROS DE
LLAMATIVOS COLORES. HOY,
ELVIRA ES UNA DE LAS 250
ARTESANAS DE GUACAMAYAS
QUE SE DEDICA A LA CESTERÍA
DE FIQUE.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 27
RÁQUIRA / BOYACÁ
12.
CAMPESINOS
DE ARCILLA
En una de las diez casas que rodeaban al
monasterio de La Candelaria, en el municipio de Ráquira, nació Javier Sierra hace 40
años. En sus recuerdos de infancia siempre
está presente la arcilla. Lo estuvo cuando
veía a su abuela hacer chorotes, múcuras,
ollas y cazuelas. Cuando observaba las marranitas y los platos de cerámica que creaba
su madre. Cuando acompañaba a sus padres
hasta las minas de arcilla sentado en el lomo
de un burro y regresaba con una bota de
fique repleta del material que sería suyo. La
arcilla era su tesoro, la anhelada promesa de
la diversión. Con sus manos creó animales,
buses y carritos, y le dio vida al Chavo del 8,
su personaje favorito.
En cuarto de primaria el talento que tenía
para el dibujo se hizo evidente cuando se
encargó de hacer un mural para la escuela
de su vereda. En bachillerato comenzó a
diseñar productos de arcilla que les vendía a
artesanos del municipio. Javier afirma tener
150 diseños de marranitas y haber creado
1800 diseños más en líneas de vajillas, alcancías, jardinería, esmaltado y decoración.
Pero su verdadera pasión es la escultura.
Aunque de su familia heredó el conocimiento
del manejo de la arcilla, asegura que su vocación artística nació de un proceso empírico.
Sus obras reflejan un marcado interés por el
tema costumbrista y las ganas de plasmar la
vida de los artesanos boyacenses.
A los 18 años creó su primera obra, La
ceramista, la cual permanece expuesta en el
parque central de Ráquira, Boyacá. Y desde
hace tres años está gestando la que será su
gran hazaña artística: una escultura de la
28 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
virgen del monasterio de La Candelaria
que mide 2,15 metros de alto. En 2014
sus ganas de seguir adelante se afianzaron
cuando la Unesco le otorgó el Reconocimiento a la Excelencia Artesanal por la escultura Momento glorioso, en la que captó
el instante en el que un jornalero descansa
mientras se refresca con un guarapo.
Sus obras las han comprado alemanes, franceses, italianos, españoles y
ecuatorianos. Sin embargo, su cliente
más ilustre ha sido la primera dama de
la nación, María Clemencia Rodríguez
de Santos. El año pasado viajó a Ráquira
para conocerlo y pedirle que le restaurara una escultura de un angelito campesino que Javier hizo hace tres años.
No sabe cómo llegó una pieza suya a la
presidencia y tampoco le interesa hablar
de su obra. Confía en que sean sus campesinos y artesanos de arcilla los que
cautiven al espectador.
AUNQUE DE SU FAMILIA
HEREDÓ EL CONOCIMIENTO
DEL MANEJO DE LA
ARCILLA, ASEGURA QUE SU
VOCACIÓN ARTÍSTICA NACIÓ
DE UN PROCESO EMPÍRICO.
SUS OBRAS REFLEJAN UN
MARCADO INTERÉS POR
EL TEMA COSTUMBRISTA Y
LAS GANAS DE PLASMAR LA
VIDA DE LOS ARTESANOS
BOYACENSES.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 29
AGUADAS / CALDAS
13.
EL AGUADEÑO:
UN SOMBRERO
PARA TODOS
Diego Ramírez vive rodeado de sombreros aguadeños.
En la Cooperativa Artesanal de Aguadas, Caldas, trabaja doce horas diarias moldeando esa prenda de color
crema, delicadamente tejida a mano, que lo acompaña
desde los siete años. Viene de un linaje de artesanos y
hoy es el único de su familia que se dedica a este oficio.
Intentó ser tejedor, pero asegura que sus manos son
muy gruesas y no producen el calor ni la fuerza que se
necesita para manejar la fibra.
A inicios del siglo XX, tanto los hombres como las
mujeres de Aguadas se dedicaban al tejido. Incluso se
acostumbraba que, durante la visita oficial, los novios
se sentaran a tejer un sombrero. De esa manera se
conocían y descubrían qué tan compatibles eran. Pero
con el auge del café los hombres tuvieron que dedicarse
a la caficultura y olvidarse del oficio. El último hombre
que tejió en Aguadas fue Benjamín Duque, quien murió
hace 15 años. Diego lo intentó, pero no se le dio. Lo que
sí logró fue convertirse en un experto en el proceso de
acabado y decorado, y en un conocedor de la venta y comercialización del que hoy es un símbolo de su región.
Todo empieza con el ripeador, quien extrae del cogollo
de la palma de iraca fibras de tres a seis milímetros que
luego pasan por un proceso de cocción, blanqueado y
estufado. Con la fibra seleccionada comienza el tejido,
en el que se realizan diferentes tipos de puntadas como
las tres pasadas, las cuatro pasadas, el mimbre, el ojito de
perdiz, la flor bordada y la flor estrella de mar. Las artesanas terminan con la copa y el ala del sombrero y luego
lo llevan a la cooperativa. Allá les pagan la mano de obra
y califican el producto según la calidad del tejido. Hay
sombreros corrientes, finos, extrafinos y tipo exportación.
Es entonces cuando aparece la experiencia de Diego, quien se encarga de desflechar –quitarle las fibras
sobrantes al sombrero– y moldear el producto con una
horma caliente. Él es el responsable de crear tallas
30 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
y tamaños, y de definir estilos como el gardeleano, el
ganadero, el ranchero o el llanero. Finalmente pone la
tradicional cinta negra que le aporta ese carácter clásico
al sombrero. Por su frescura y elegancia el aguadeño
es conocido en Asia, África y Norteamérica, y ha sido
usado por personalidades como el papa Juan Pablo II,
el periodista Gay Talese y el expresidente Álvaro Uribe,
uno de los promotores más entusiastas del sombrero.
En los ratos libres Diego se dedica a otra de sus
pasiones: el dibujo de paisajes y figuras humanas.
Aprendió al lado de su tío, Sandy Arcila, y luego
hizo una especialización en dibujo técnico. Cuando
está en la cooperativa se inspira en el trabajo de
las 900 artesanas del municipio. Recuerda que a
los 48 años está preservando una tradición. Respetando un legado.
POR SU FRESCURA Y ELEGANCIA EL
AGUADEÑO ES CONOCIDO EN ASIA,
ÁFRICA Y NORTEAMÉRICA, Y HA
SIDO USADO POR PERSONALIDADES
COMO EL PAPA JUAN PABLO II,
EL PERIODISTA GAY TALESE Y EL
EXPRESIDENTE ÁLVARO URIBE.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 31
LA CHAMBA / TOLIMA
14.
VAJILLAS ALQUÍMICAS
Rosa Magnolia Salazar se inició en el oficio de las vajillas de barro brillando cazuelas pequeñas. A los ocho
años se sentaba a observar a su abuela moldear diferentes piezas mientras ella frotaba un ágata redonda para
que el objeto se iluminara. Cuando terminó primero de
bachillerato le comunicó a su familia que no quería continuar sus estudios. Darle espera a una vocación que le
pedía dedicarse a las vajillas de barro negro y rojo que,
desde hace 300 años hacen en La Chamba, Tolima, no
era una opción. Aunque su madre trató de convencerla,
el amor por la artesanía fue más fuerte. A los 15 años,
32 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
aprendió a fabricar objetos lisos como bandejas y
platos, y luego comenzó a hacer jarras, cazuelas, floreros, pocillos y ollas con tapa, su especialidad.
En un zaguán de su casa trabaja con su esposo,
sus cinco hijos y la compañía de dos perros: Scott
y Meleador. Allí tiene una mesa, una torneta y una
butaca en la que se sienta para dar forma a las vajillas. A los 38 años, dice tener manos mágicas que
le ayudan a ser pulida y rápida en el oficio. A pesar
de los callos y de tener algunos dedos arqueados,
diariamente se sumerge en una larga jornada de tra-
bajo que inicia a las siete de la mañana y termina a
las seis de la tarde.
Para llegar a las minas de arcilla Rosa Magnolia
debe cruzar el río Magdalena en canoa y luego subir,
durante una hora, una empinada montaña. Compra
un galón de arcilla arenosa que baja en el lomo de
un caballo. La pone al sol y, cuando está seca, la lleva a un molino para que quede hecha polvo y pueda
mezclarse con una arcilla lisa. De la unión de ambos
barros nace el material con el que crean las vajillas.
La base de los objetos redondos se consigue con
unos moldes y luego la mano se encarga de terminar el proceso. Con una brocha se aplica el barniz,
otro tipo de arcilla de color rojo, y se deja secar. De
ahí pasa al proceso de brillado, el cual debe hacerse
meticulosamente con ágatas amarillas, aguamarinas y rojas –de diferentes tamaños– que las artesanas van frotando sobre el objeto.
Cuando está seco se introduce en unas canecas
dentro de un gran horno de leña a 500 grados centígrados. Algunos platos, vasijas y ollas se dejan rojas,
que es el color natural, y otras pasan por un proceso
de ahumado que las convierte en singulares piezas
negras. Con la muñiga de la vaca, que se recoge
seca y se machaca para convertirla en polvo, cubren
las vajillas y las introducen diez minutos más en el
fuego. El resultado es un negro brillante y profundo.
Un negro alquímico que ha hecho famosos a los productos de La Chamba en Colombia y en el mundo.
EN UN ZAGUÁN DE SU CASA
TRABAJA CON SU ESPOSO, SUS
CINCO HIJOS Y LA COMPAÑÍA
DE DOS PERROS: SCOTT Y
MELEADOR. ALLÍ TIENE UNA
MESA, UNA TORNETA Y UNA
BUTACA EN LA QUE SE SIENTA
PARA DAR FORMA A LAS VAJILLAS.
A LOS 38 AÑOS, DICE TENER
MANOS MÁGICAS QUE LE
AYUDAN A SER PULIDA Y RÁPIDA
EN EL OFICIO.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 33
GUADUAS / CUNDINAMARCA
15.
LA EMBAJADORA
DE LAS GALLINAS
En medio de una crisis económica, Julia Castillo
descubrió su amor por la artesanía. Empezaban los
años 60 y había dejado el municipio de Guaduas,
Cundinamarca, para trasladarse a la capital en busca
de nuevas oportunidades. Su primer trabajo fue en
una fábrica de ropa interior y luego pasó por Candilejas, donde descubrió que tenía un don para el tejido.
Aunque nadie le enseñó el oficio –su madre vendía
fritanga y su padre se dedicaba a la agricultura– las
manos de Julia aprendieron a moverse. Después se
empleó dos años en Café Sello Rojo. Trabajó como
empacadora hasta que un altercado con una compañera la obligó a renunciar.
En ese entonces tenía 20 años y vivía con una
hermana en el barrio Acapulco, en Bogotá. Un día,
en medio de la angustia económica, se le ocurrió
tejer un pajarito. Cuando lo tuvo listo lo colgó de
un palo y salió a caminar por la Avenida 68. Dejó
que el viento acariciara su creación y esperó. Al
poco tiempo, una muchacha le preguntó dónde podía conseguir uno igual. De esa manera vendió su
primera obra. Ganó 500 pesos, con los que compró
más lana y se dedicó a tejer. Todas las noches hacia
docenas de toches, azulejos, cardenales y alondras.
El negocio creció y creció hasta que Julia contempló
otro camino. Luego de un curso de cerámica que
realizó a fines de los años 70, se dedicó a explorar
las posibilidades de la arcilla.
En 1979 regresó a Guaduas para montar un taller
de alfarería. Comenzó haciendo vajillas miniatura –cada pieza era del tamaño de una uña– que se
volvieron tan populares como los pajaritos. Una mañana, mientras moldeaba unos frascos que le había
encargado un cliente italiano, una gallina kika se
postró a sus pies. Observándola sintió el impulso de
inmortalizarla en el barro. El resultado le gustó tanto
34 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
que comenzó a fabricar gallinas de inmediato. Hizo
perfumeros, saleros, aceiteras, vinagreras, soperas,
teteras, portahuevos, recipientes para la miel de abejas, las alcaparras y la crema de leche, y varias piezas
decorativas. Sus gallinas, que desde hace unos años
tienen una llamativa colita de mimbre, han fascinado
a primeras damas, gobernadores y diputados, y han
estado en países como Italia, Inglaterra, Alemania,
Estados Unidos y Ecuador.
Aunque Guaduas tiene tradición artesanal, en estos
momentos la única artesana vigente del municipio es
Julia Castillo, quien este año recibió la Medalla a la
Maestría Artesanal. Ante la preocupante situación la
maestra decidió actuar. Junto a su hijo Carlos –quien
ahora se encarga del negocio–, está buscando la
ayuda de entidades departamentales y gubernamentales para capacitar en el oficio a 20 artesanas de la
comunidad, madres cabeza de familia, que puedan
continuar con su legado.
A los 75 años, Julia mantiene su sencillez y entusiasmo. Dice que todas sus creaciones las ha inspirado Dios y que, su mayor gozo, es ver a las personas
satisfechas con su trabajo. Es la alegría de los clientes la que la impulsa a ser mejor cada día.
JULIA ES LA ÚNICA ARTESANA
VIGENTE DEL MUNICIPIO. ANTE
LA PREOCUPANTE SITUACIÓN
LA MAESTRA ESTÁ BUSCANDO
LA AYUDA DE ENTIDADES
DEPARTAMENTALES Y
GUBERNAMENTALES PARA
CAPACITAR A 20 ARTESANAS
QUE PUEDAN CONTINUAR
CON SU LEGADO.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 35
CURITÍ / SANTANDER
16.
EL OTRO
CAMINO
DEL FIQUE
Patrocinia Pimiento tenía 31 años cuando conoció
todas las posibilidades que le ofrecía el fique. Ese
material que tuvo por primera vez en las manos a los
cinco años, empezó a mostrarle un estilo de vida que
no había contemplado. Creció en una familia que,
por tradición, se había dedicado a tejer costales. Para
asimilar el trabajo la sentaban al lado de su madre a
hilvanar los hilos de fique. Tocando y percibiendo la
textura del material, aprendió a distinguir la calidad
y el grosor de la materia prima. Luego dio el paso
al tejido y pronto adquirió el ritmo de su madre. En
20 minutos tenía listo un costal que luego vendía en
Curití, Santander, a 150 o 300 pesos.
Patrocinia estudió hasta primero de primaria y luego
se dedicó a tejer costales. Pero a mediados de los años
80 algo cambió. Una amiga le habló de una capacitación que Artesanías de Colombia y la Asociación
Alemana iban a dictar en Aratoca, Santander. Junto
con otras cuatro mujeres del municipio viajó y se inscribió. Así aprendió a transformar el fique. Entendió
que además de costales podía crear cortinas, bolsos,
individuales y tapetes. Su primer producto fueron unas
cortinas de tres metros de largo, tejidas con un fique
muy delgado, que le vendió a un alemán por veinte mil
pesos. Con ese dinero pagó una deuda que atormentaba a su madre. Hoy asegura que ese momento se
convirtió en una especie de epifanía. La vida le estaba
mostrando otro camino y Patrocinia lo tomó.
A los 61 años, tiene con su hermano, Hugo Pimiento, y sus cuatro sobrinos, el taller A de agua. Allí hace
bolsos, alfombras y cortinas, y sus famosos tapetes
de mota con el fique moreno –ese color natural que
toma la fibra cuando madura en la mata–. También
teje a dos agujas individuales que una señora le com36 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
pra para exportar y le vende a Hechizoo, un taller de
producción y creación textil en Bogotá, el fique que
ella misma procesa.
De los casi 12.000 habitantes que tiene Curití, 7.500
se dedican actualmente a trabajar el fique. Patrocinia
fue una de las pioneras. Abrió un camino para su pueblo y está agradecida. Cuando recuerda cómo ha cambiado su vida se le hace un nudo en la garganta. “Todo
se lo debo al fique”, dice mientras se le quiebra la voz.
DE LOS CASI 12.000 HABITANTES QUE TIENE CURITÍ,
7.500 SE DEDICAN ACTUALMENTE A TRABAJAR EL
FIQUE. PATROCINIA FUE UNA DE LAS PIONERAS. ABRIÓ
UN CAMINO PARA SU PUEBLO Y ESTÁ AGRADECIDA.
CUANDO RECUERDA CÓMO HA CAMBIADO SU VIDA
SE LE HACE UN NUDO EN LA GARGANTA. “TODO SE LO
DEBO AL FIQUE”, DICE MIENTRAS SE LE QUIEBRA LA VOZ.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 37
BOGOTÁ / CUNDINAMARCA
17.
LOS ESPÍRITUS
DEL FUEGO
Ricardo Cabrera creció creyendo que la veterinaria
era su camino. Su padre fue ganadero y le enseñó,
desde muy pequeño, a herrar los caballos y amar a
los animales. Pero en tercero de bachillerato la vocación por el arte se hizo evidente. En 1989 ingresó a
la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Jorge
Tadeo Lozano, donde exploró la pintura figurativa y
abstracta, y la escultura en bronce. La necesidad que
tenía como escultor de conocer las técnicas de los
metales, lo llevó a la forja. Ricardo se conectó con un
oficio milenario. Encontró su lenguaje.
En Colombia no había, sin embargo, casi nada
escrito sobre el asunto. La primera forja la hizo por
intuición. Sudando y con las manos llenas de sangre
entendió que tenía que hallar a los que conocían el
oficio. Hizo un curso de fundición y metalurgia en
el Sena, y luego se dedicó a viajar para recolectar
información.
Como parte de su investigación visitó más de 100
herrerías de 50 ciudades del mundo. Buscó al herrero que hacía azadones, al de las picas, las palas
y los punteros, al de las hachas y las herraduras.
Visitó a maestros de Boyacá, Meta, Tolima, Popayán,
Mompox, Cartagena y Bogotá. Luego viajó a Ecuador,
Perú, Bolivia, México, España, Inglaterra y Estados
Unidos. Se quedaba unos días, un par de semanas o
un mes, y después regresaba a su taller a poner en
práctica lo aprendido.
Así fue conociendo y resucitando una técnica que
se estaba muriendo. A los 47 años, hace talla en
madera, talla en piedra, grabado y serigrafía, pero es
la forja la que más lo apasiona. Asegura que trabajar
con el hierro, a 1.400 grados centígrados, es una acción espiritual que lo mantiene en el presente.
Antes de comenzar sus labores, invoca y agradece
a los espíritus del fuego. Según ritos muy antiguos
38 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
del oficio, bautiza las herramientas que va a utilizar
para conferirle a cada objeto una propiedad intelectual y espiritual. Contemplando el fuego hace todo lo
que haría un herrero de la Edad Media: herraduras,
frenos de caballos, candados, lámparas, rejas, candelabros, hachas, cuchillos y espadas, así como esculturas y cuadros. Ricardo –condecorado en 2001 con
la Medalla a la Maestría Artesanal– dice que todas
sus obras tienen el mismo lenguaje. Todas nacen del
mismo gesto e intención.
Hace 20 años fundó en el barrio La Candelaria,
en Bogotá, La Forja Galería, un taller por donde han
pasado unos 800 estudiantes de Colombia, Alemania,
Francia, Bélgica, Estados Unidos y Argentina. Lo han
buscado para aprender el oficio y la fabricación de
objetos de hierro que, hoy en día, se elaboran únicamente en su taller.
En 2016 empezará el ambicioso proyecto de crear
–en Bogotá, Tenjo, Sopó o Subachoque– una escuela de oficios que, con el tiempo, pueda convertirse
en una universidad con carreras profesionales. La
diferencia entre arte y artesanía le molesta. Por eso
sueña con darles a los oficios el nivel de arte que muchos de ellos merecen.
ANTES DE COMENZAR SUS
LABORES, INVOCA Y AGRADECE A
LOS ESPÍRITUS DEL FUEGO. SEGÚN
RITOS MUY ANTIGUOS DEL OFICIO,
BAUTIZA LAS HERRAMIENTAS QUE
VA A UTILIZAR PARA CONFERIRLE
A CADA OBJETO UNA PROPIEDAD
INTELECTUAL Y ESPIRITUAL.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 39
CHIGORODÓ / ANTIOQUIA
18.
FUERZA
EMBERA
A los ocho años María Libia Bailarín se desprendió
de su madre. Dejó la selva, el trinar de los pájaros y el
murmullo del río. Ella, la séptima de ocho hermanos,
se convirtió en la primera en acceder al estudio. Su
madre decidió internarla en un colegio de monjas, pertenecientes a la congregación de la madre Laura, en
el municipio de Frontino, Antioquia. Quería darle una
oportunidad que ella nunca tuvo y decir con orgullo
que su hija sabía leer y escribir. La visitaba cada tres
meses mientras María Libia, en la soledad, luchaba
por aprender una lengua que no era suya. Aunque la
enseñanza era estricta, cuenta que las monjas le permitían usar okamas (camino que recorre el cuello) que
le recordaban cuál era su origen. En medio de una rutina de rezos y plegarias estaba ella: una embera chamí.
Cada junio llegaban las vacaciones y con ellas la posibilidad de estar en la selva de nuevo. Allá pensaba en
un padre que nunca conoció y que le decían era flautista. También observaba a su madre tejer esterillas que
luego vendía de casa en casa para tener con que comprar sal, panela y el petróleo con el que iluminaban las
noches. Sus hermanos mayores y tías se dedicaban a
tejer chaquiras. Viéndolos, empezó a interesarse por
las manillas, collares y aretes de chaquiras de colores.
También se enamoró del tradicional okama, un collar
de uso femenino muy preciado por las mujeres de su
pueblo que es un complemento del otapa, el collar
rectangular que usan los hombres.
Con sus hermanos aprendió a tejer con finas hebras que se sacaban de fibras naturales y que hoy
han remplazado por el hilo y el nailon. Con el tiempo
entendió el significado de los diseños. Supo que una
espiral simboliza un camino, que el rombo representa
las cuatro estaciones, que el círculo significa la unión
de la comunidad y que las líneas geométricas hablan
de los sentimientos hacia la madre tierra. Los colores
40 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
son reflejo de la naturaleza, la sangre, el oro, el sol, el
mar y las nubes.
María Libia tiene 48 años y vive en Chigorodó, Antioquia. Ha quedado viuda en dos ocasiones. A su
primer esposo lo mató la guerrilla y al segundo los
paramilitares. Hace unos años volvió a confiar en el
amor, y ahora vive en pareja con un niño de nueve años
fruto de esa unión. Diariamente apoya y revisa el tejido
de chaquiras que hacen sus dos hijas y sobrinas, y se
dedica a la enseñanza, una profesión que ejerce desde
1994. En la Institución Rural Indígena de Polines, en
medio de un bosque natural de cinco mil hectáreas, enseña ciencias sociales, la historia y la lengua embera, y
algo de matemáticas. Por las mañanas, antes de salir
de la casa, cubre el cuello con okamas y adorna los
brazos con manillas que la llenan de color. La tradición
embera vibra en todo su cuerpo. Solo entonces, María
Libia está lista para comenzar el día.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 41
19.
EL DESAFÍO
DEL WÉRREGUE
MARCELA COMPRENDIÓ QUE
PLASMAR LA TRADICIÓN DE SU
PUEBLO EN LOS JARRONES Y
CANASTOS DE WÉRREGUE ERA
UNA MANERA DE COMPARTIR,
CON QUIENES COMPRAN LAS
ARTESANÍAS, LAS CREENCIAS Y
LAS TRADICIONES DE SU ETNIA.
42 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
LITORAL DE SAN JUAN / CHOCÓ
Marcela Mémbora se acercó al tejido gracias a la
palma del chocolatillo. Al igual que la mayoría de los
niños del Litoral de San Juan, en Chocó, aprendió observando a sus mayores. A los nueve años elaboraba
objetos decorativos como maceteros, revisteros, cántaros, petacas y canastos. Sabía que cuando dominara la
fibra flexible del chocolatillo y las manos adquirieran
agilidad, podría enfrentarse al desafío que representa
la palma de wérregue para las artesanas de la comunidad indígena wounaan. La solidez de la fibra exige
precisión y dominio en el manejo de la aguja, así como
un profundo conocimiento de la tradición cultural.
A los 13 años, se sintió preparada para asumir el
reto. Para lograrlo, recurrió de nuevo a la observación. En una especie de meditación contemplaba a su
abuela dominar el wérregue y plasmar el pensamiento
indígena en diferentes diseños geométricos que simbolizan la cosmovisión wounnan. Uno de los dibujos
que más atrapaban su atención era el de una figura
con dos cabezas que representa al Jaibaná, una autoridad mágica y religiosa que, a través de invocaciones,
cantos y rezos, se comunica con los espíritus para
ayudar a la gente a mejorar las cosechas.
Marcela comprendió que plasmar la tradición de su
pueblo en los jarrones y canastos de wérregue era una
manera de compartir, con quienes compran las artesanías, las creencias y las tradiciones de su etnia. Ensayando y equivocándose aprendió a dominar el material
y hacer diseños que evocan la vida en la selva. También
supo crear al Jaibaná, a los behunas (chamanes) y al
tambo, un lugar ceremonial de estructura circular y
techo cónico.
Para poder trabajar la artesanía su esposo se interna
en la selva. Él se encarga de sacar el cogollo de la palma
de wérregue y entregárselo a Marcela, quien se dedica a
secar la fibra para luego separarla en tiras que se tinturan con plantas naturales, cáscaras y frutas. Cuando la
fibra está seca y se ha convertido en un delgado hilo, comienza a tejer. En los jarrones pequeños se demora una
semana, y en los más grandes entre dos y cinco meses.
Incluso ha hecho jarrones de un metro que teje durante
todo un año. Además de hacer cántaros, jarrones y platos
de wérregue, a los 39 años crea aretes, pulseras, correas
y collares en chaquiras de colores.
Su rutina comienza temprano. Hace el desayuno para
sus cinco hijos, los alista para la escuela y, de ocho a doce,
se dedica al tejido. Después hace el almuerzo y retoma sus
labores hasta las diez de la noche, cuando la planta que le
da luz a la comunidad de Papayo, en el Litoral de San Juan,
deja de funcionar. Entonces Marcela espera a que comience un nuevo día. Las ganas de mantener viva la identidad
cultural de su pueblo le dan fuerzas para continuar.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 43
PASTO / NARIÑO
20.
LA TRANSFORMACIÓN
DEL TAMO
Miguel de la Cruz aprendió la técnica del enchapado
en tamo de trigo a los 30 años. Después de trabajar
la talla de madera en Muebles Bima, en Bogotá, y de
tener una empresa de repujado de cuero con uno de
sus cinco hermanos, tuvo la certeza de que el tamo
era la suyo. Empezó comercializándolo y pronto
entendió que debía arriesgarse y formar empresa.
Miguel quería innovar la técnica, crear nuevas líneas
de decoración y experimentar con los colores.
Aprendió empíricamente con los artesanos de Pasto a quienes les compraba el producto y, gracias a
la experiencia que tenía con la madera, todo se le
facilitó. Asimiló con destreza el uso del tamo, que es
el tallo del trigo que se recoge como rastrojo después
de las cosechas. Supo que, una vez seleccionados,
los tallos secos debían abrirse con delicadeza para
luego aplanarlos utilizando una piedra hasta dejarlos
como una fina lámina de papel. Los hilos se cortan
uno a uno y se adhieren sobre el objeto. Para darles
color se usan tintes naturales en un proceso de cocción y secado que tarda un mes.
Miguel comenzó haciendo lo que la tradición señalaba: bomboneras, cofres y portaesferos en los que
daba vida a flores y a escenas de la vida campesina
en Nariño. Con el tiempo creó una línea de iluminación con lámparas de piso, mesa y techo en las que
mezcla el color natural del tamo con tonos naranjas
que resaltan la calidez del diseño. También ideó la
línea Lava, con imágenes que hacen referencia al
volcán Galeras; la línea Caracol, que representa escenas del Carnaval de Negros y Blancos, y una línea
comercial con centros de mesa, accesorios, salseras,
bomboneras y jarrones.
Otra de sus especialidades es la réplica en tamo de
reconocidas obras de arte como El grito, del noruego Edvard Munch, y algunas obras de Vincent Van
44 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
Gogh. Con la técnica del tamo ha diseñado muebles
y algunas de las neveras de la línea Exuberante de
Haceb, la cual salió al mercado en 2012 en alianza
con Artesanías de Colombia.
En el barrio Mijitayo, en Pasto, fundó hace 20
años la empresa Miguel de la Cruz Artesanías. En el
primer piso está el taller, donde trabajan dos de sus
tres hijos y otros 10 empleados que han aprendido
la técnica con él. El segundo y el tercer piso están
destinados para la vida en familia. En 2006 recibió
la Medalla a la Maestría Artesanal y hoy, a los 51
años, confiesa que su trabajo se vende en Bogotá,
Estados Unidos, Francia y Alemania. Miguel cumplió un sueño. Siguió su instinto y le demostró al
mundo las múltiples posibilidades que ofrece esta
técnica ancestral.
MIGUEL ASIMILÓ CON
DESTREZA EL USO DEL
TAMO. SUPO QUE, UNA
VEZ SELECCIONADOS, LOS
TALLOS SECOS DEBÍAN
ABRIRSE CON DELICADEZA
PARA LUEGO APLANARLOS
UTILIZANDO UNA PIEDRA
HASTA DEJARLOS COMO
UNA FINA LÁMINA DE
PAPEL. LOS HILOS SE
CORTAN UNO A UNO
Y SE ADHIEREN SOBRE
EL OBJETO.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 45
PASTO / NARIÑO
21.
LA SINGULARIDAD
DEL MOPA-MOPA
José María Obando tenía 14 años cuando su padre
murió. Fue entonces cuando entendió que debía crecer antes de tiempo. Para ayudar a su madre y a sus
tres hermanos menores sabía que debía entregarse
a un oficio que conocía desde los seis años, cuando
su padre, Modesto Obando, lo inició en la técnica del
barniz de Pasto.
Desde entonces no ha parado. En su taller, en el
barrio El Calvario, en Pasto, trabaja desde las siete de
la mañana hasta las ocho o nueve de la noche en compañía de su esposa, seis hijos, dos sobrinos y un nieto.
Aunque el trabajo es arduo y minucioso, los mueve la
alegría de trabajar unidos por una artesanía que es
única en el mundo. Una tradición que, desde 1750,
han desarrollado varias generaciones de su familia.
El proceso comienza con la obtención de la materia prima. El barniz, que sale del árbol silvestre del
Mopa-Mopa –el cual crece en un área muy pequeña
de la selva del Putumayo–, lo consigue con recolectores que se encargan de recoger las hojas y las
pepas del árbol durante los meses de mayo y junio,
y noviembre y diciembre. El maestro utiliza 40 kilos
de barniz al año con los que le da vida a 50 productos diferentes, entre los que se destacan cofres,
platos, bomboneras, jarrones, portacubiertos, mesas
de té, bandejas y servilleteros.
Preparar la materia prima es toda una ciencia en la
que el vegetal se transforma a base de cocimiento. Siguiendo un proceso que los indígenas utilizaban hace
cientos de años, las hojas y las pepas del Mopa Mopa
se sumergen en agua hirviendo. Con el calor el barniz se ablanda y se pone sobre un yunque donde se
golpea con un martillo para extraerle las impurezas y
nervaduras. Este proceso se repite decenas de veces.
Cuando el material está listo, se muele para obtener
una pasta dura y homogénea de color verdoso. Luego
46 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
se cuece de nuevo, se tiñe con anilinas vegetales, se
sumerge en agua hirviendo, se amasa y se templa
para formar finas láminas de consistencia elástica.
Solo en ese momento el barniz puede aplicarse sobre objetos de pino o cedro que garantizan la calidad
de la artesanía. El paso siguiente es la decoración,
que exige precisión y paciencia. Con el cuchillo, que
hace las veces de pincel, se van creando las formas.
Obando sostiene que para decorar los objetos hay
que tener firmeza, buen ojo y pulso de cirujano. Los
diseños tradicionales presentan imágenes de ramos,
flores y animales, pero los más buscados por los turistas son los diseños precolombinos y los que evocan
la cultura nariñense.
A los 74 años, el maestro confiesa que sigue trabajando con la misma energía con la que empezó y que
su única distracción es el deporte. Practicó atletismo,
boxeo y ciclismo, y ahora su pasión es el Deportivo
Pasto, de quien se declara fiel hincha. En 2012 le
otorgaron el galardón Maestro de Maestros y hoy
está haciendo gestiones, junto con otros artesanos
de la región, para que la Unesco reconozca el trabajo
del barniz de Pasto como un patrimonio inmaterial
de Colombia. Sueña con ser uno de los artífices de
ese gran legado.
OBANDO SOSTIENE QUE PARA
DECORAR LOS OBJETOS HAY
QUE TENER FIRMEZA, BUEN OJO
Y PULSO DE CIRUJANO. LOS
DISEÑOS MÁS BUSCADOS SON
LOS PRECOLOMBINOS Y LOS QUE
EVOCAN LA CULTURA NARIÑENSE.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 47
MACEDONIA / AMAZONAS
22.
LA TRAVESÍA
DEL PALO
SANGRE
Alirio Liberato se interna en la selva una vez a la
semana. Junto con otros cinco artesanos de la comunidad indígena Macedonia, en el Amazonas, emprende caminatas de cuatro horas por la extensa jungla.
Van en busca del palo sangre, una madera con la que
más de 700 artesanos de su comunidad hacen piezas
decorativas y representan a los animales de la región. Deben encontrar troncos muy viejos que estén
caídos, esos que tienen el corazón rojo y le dan más
brillo a las artesanías. Si les va bien, cada uno carga
sobre los hombros un metro de palo sangre que les
alcanza para tallar 30 piezas de 15 centímetros.
Con la ayuda de una motosierra corta el pedazo de
madera que va a trabajar. Luego, con formones de
diferentes tamaños, cuchillos, machetes y bisturíes,
va creando la forma. Todo el proceso es manual. No
recurre a tornos ni a moldes, tampoco usa laca o barniz artificial. El brillo lo consigue con lijas y una cera
de abejas preparada con agua mineral que se aplica
en las piezas decorativas y utensilios de cocina.
Inspirado en las exóticas hojas del árbol de pan y
en frutas del Amazonas como el copoazú, el macambo y la carambola, Alirio da vida a fruteros y ensaladeras. Con el palo sangre también crea animales
de la selva como chigüiros, loros, armadillos, tigres,
venados, micos, mantas y delfines rosados. Dice que
el manatí, que está en vía de extinción, ahora solo
puede conocerse a través de la artesanía.
Gracias a la insistente observación de los animales
pudo perfeccionar su trabajo. Pasó varios meses esperando con paciencia, al lado del río, la aparición del
delfín rosado. Contempló los micos, los chigüiros, los
armadillos y los loros. Así fue conociendo a los seres
48 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
de su entorno. Analizó los rasgos y los movimientos
de cada animal para luego tallarlos, con todos los
detalles, en la madera.
Alirio tiene 32 años. Su madre murió cuando tenía
cinco años y a su padre nunca lo conoció. Creció al
lado de sus abuelos, quienes se dedicaban a la siembra
de yuca y plátano. Pero la agricultura nunca le interesó. A los diez años se inició en el oficio de la talla de
madera lijando las piezas que creaban artesanos de la
comunidad. Después de estar varios años observando
el proceso, a los catorce se lanzó a tallar. Luego hizo
una capacitación de mejoramiento y calidad en el
Sena, y varios talleres con Artesanías de Colombia.
Su rutina comienza a las seis de la mañana y
termina a las tres de la tarde. Pero en los últimos
meses ha tenido que extenderla hasta las diez de
la noche para poder terminar las 300 piezas que
presentará en Expoartesanías. Exhibirá morteros,
variedad de figuras decorativas, platos, fruteros,
cucharitas, tacitas para el ají, utensilios de cocina
y los tradicionales animales de madera. Trabaja
con otro artesano y la ayuda de su hijo de ocho
años, quien con las lijas más delgadas les da brillo
a las figuras. Entre todos se preparan para traer a
la capital una parte de la cultura de su pueblo. Un
pedazo de la selva.
INSPIRADO EN LAS EXÓTICAS
HOJAS DEL ÁRBOL DE PAN Y EN
FRUTAS DEL AMAZONAS COMO
EL COPOAZÚ, EL MACAMBO Y LA
CARAMBOLA, ALIRIO DA VIDA A
FRUTEROS Y ENSALADERAS. CON
EL PALO SANGRE TAMBIÉN CREA
ANIMALES DE LA SELVA COMO
CHIGÜIROS, LOROS, ARMADILLOS,
TIGRES, VENADOS, MICOS, MANTAS
Y DELFINES ROSADOS.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 49
SIBUNDOY / PUTUMAYO
23.
LA REBELIÓN DE
LAS MÁSCARAS
Luis Alfredo Chindoy nació en una familia de artesanos. En el municipio de Sibundoy, Putumayo, creció
viendo a sus padres tejer con lana ruanas, bolsos y
cinturones. Sin embargo, la lana no era lo suyo. A los
19 años conoció a su esposa y, gracias a la familia
de ella, descubrió la madera, sintió el llamado del
material. Sus padres lo apoyaron. En una ceremonia
de yagé, su padre le pidió a la planta sagrada que
iluminara el trabajo de su hijo. Y así fue.
Luis Alfredo aprendió solo, guiado por el instinto
y la habilidad para manipular la madera. Conoció
los cuatro tipos de sauce y comprendió que el sauce
blanco es el mejor aliado de su oficio. Talló animales,
hizo camas, bancos, bateas, repisas y comedores,
pero su compromiso lo selló con las máscaras. Las
mismas que, durante siglos, han hecho parte de las
tradiciones más importantes de su pueblo.
Para la comunidad indígena Kamentsá, a la que
pertenece, existen cuatro tipos de máscaras, también llamadas etapas de evolución. Las primeras
son las máscaras ancestrales, que son alargadas y
con fisionomías deformes. Luego están las máscaras
tradicionales, que representan a los indígenas con
caras redondas y ovaladas. Le siguen las máscaras
ceremoniales, que se relacionan con el Carnaval
del Perdón, un encuentro festivo entre los pueblos
Inga y Kamentsá para perdonar lo malo del año que
concluye con la celebración católica del miércoles de
ceniza. Estas máscaras simbolizan el inconformismo
de los indígenas, quienes les hacían muecas a los españoles como muestra de rebeldía. Finalmente están
las máscaras rituales, las cuales se relacionan con la
medicina del yagé y los chamanes. Son objetos con
muchos detalles. La mayoría enseñan la cara de un
chamán en compañía de tigres, guacamayas, lobos,
tucanes o mariposas.
50 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
En varias tomas de la planta Luis Alfredo ha visto
deformaciones y gamas de colores que luego plasma
en máscaras en las que muestra cómo va cambiando
la fisionomía de un chamán. Tiene 31 años y dice
que tardó siete en perfeccionar la artesanía. Gracias
a su experiencia, los dos muchachos que trabajan
con él han dominado en pocos meses la técnica y se
han instruido en proporciones, significados, mitos y
leyendas de su pueblo.
Para concentrarse asegura que necesita trabajar
durante nueve horas con el radio encendido. Con
22 formoles diferentes talla una máscara de 40
centímetros en una hora y media, luego lija y fija
la madera para poder pintar. Sus dos hijos aún no
demuestran interés por la artesanía, pero a Luis
Alfredo el tema no lo inquieta. Sabe que su oficio es
un tema de vocación.
LUIS ALFREDO APRENDIÓ SOLO,
GUIADO POR EL INSTINTO Y LA
HABILIDAD PARA MANIPULAR LA
MADERA. CONOCIÓ LOS CUATRO
TIPOS DE SAUCE Y COMPRENDIÓ
QUE EL SAUCE BLANCO ES EL
MEJOR ALIADO DE SU OFICIO. TALLÓ
ANIMALES, HIZO CAMAS, BANCOS,
BATEAS, REPISAS Y COMEDORES,
PERO SU COMPROMISO LO SELLÓ
CON LAS MÁSCARAS.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 51
INÍRIDA / GUAINÍA
24.
UNIÓN
ARTESANAL
Nancy Torcuato heredó el conocimiento de dos importantes oficios artesanales. De la familia de su madre recibió el tejido de cestería con la fibra de la palma
de chiqui chiqui, y del linaje de su padre la alfarería de
platos como el budare, en el que tradicionalmente las
comunidades indígenas del Guainía tuestan la masa
de la yuca brava para hacer el casabe y el mañoco.
Sus padres se dedicaban al cultivo de yuca, plátano
y cacao para mantenerla a ella y a sus cinco hermanos, y en los ratos libres su madre le enseñaba a
tejer canastos y sombreros de chiqui chiqui. La fascinación por el barro se la transmitió su tatarabuela
paterna. Fue ella quien le enseñó la manera correcta
de amasar y remojar el barro, y la guió en la fabricación de los primeros platos y tinajas.
Pero fue hasta los 19 años que comprendió la relevancia de ambos oficios. En una capacitación que
Artesanías de Colombia realizó en 1999 con un grupo de indígenas de Puerto Inírida, Guainía, aprendió
que podía combinar el trabajo de la cerámica con el
tejido en chiqui chiqui. El resultado eran piezas de
una belleza singular que le permitían honrar ambas
tradiciones artesanales.
Entre diciembre y enero Nancy consigue, a orillas
del río Inírida, el barro de color negro y terracota
con el que fabrica ollas, platos, vasijas y tinajas. El
barro blanco, que se usa para piezas más delicadas
como fruteros y jarrones de cuello alto, lo encuentra
en algunos caños de Coco Viejo, la comunidad en
donde vive. Con 20 bultos de materia prima organiza
la producción de todo el año.
En el taller que tiene en su casa y que comparte con
sus hermanas, sus cuñadas, su mamá y su hija de 16
años, pone a secar el barro durante dos o tres días.
Cuando está listo lo muele en una trilladora hasta
que queda un polvo fino que luego revuelve con la ceniza de la corteza de un árbol conocido como Cabe.
52 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
Con esa mezcla crea manualmente vajillas que terminan de formarse en un proceso de cocción dentro de
un horno de leña. Cuando están listas comienza a tejer
sobre cada pieza con fibras de chiqui chiqui y cumare
que les compra a indígenas de comunidades vecinas.
A los 35 años, dedica las primeras horas del día a las
labores del hogar y al cuidado de su hijo de tres años.
A las diez de la mañana se consagra a la artesanía. A
pesar de las ampollas en los dedos que se forman por
la textura áspera del chiqui chiqui, en un mes logra
hacer 50 piezas diferentes que vende en Bogotá, Villavicencio y Puerto Carreño. Pero sus compradores más
asiduos son los capitanes y generales de un batallón
que queda cerca de su casa, quienes en varias ocasiones le han encargado decenas de jarrones y floreros.
Nancy sonríe. Recuerda que, gracias a su oficio, ha
podido enaltecer una herencia familiar.
EN UNA CAPACITACIÓN QUE
ARTESANÍAS DE COLOMBIA
REALIZÓ EN 1999 CON UN
GRUPO DE INDÍGENAS DE
PUERTO INÍRIDA, GUAINÍA,
APRENDIÓ QUE PODÍA
COMBINAR EL TRABAJO
DE LA CERÁMICA CON EL
TEJIDO EN CHIQUI CHIQUI.
EL RESULTADO ERAN PIEZAS
DE UNA BELLEZA SINGULAR
QUE LE PERMITÍAN HONRAR
AMBAS TRADICIONES
ARTESANALES.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 53
MITÚ / VAUPÉS
25.
UN CANASTO
LLAMADO BALAY
Elsa Bonilla comprendió que había llegado el momento de convertirse en artesana cuando cumplió
cinco años. Nació en un resguardo de indígenas
cubeos en Mitú, Vaupés, donde su madre la inició en
el arte de la cerámica y su padrastro le transmitió la
simbología contenida en el tejido del balay, un canasto plano que encierra la sabiduría de su pueblo.
Según las tradiciones de su etnia, antes de consagrarse al oficio de la artesanía debía aprender a
respetarse a ella misma. Solo así podría cultivar el
respeto por su familia y su comunidad. El sentido
de la lección lo entendió a los 10 años, cuando su
madre quiso entregarla como esposa a un primo que
se acercaba a los 40. Con el pequeño dedo índice
metido en un atrapaindias –un objeto tejido que utilizaban los hombres para escoger esposa– peleó con
furia por su libertad. Ese día cortó con una práctica
ancestral de la que no se escaparon su abuela y su
madre. Elsa se defendió y ganó.
Al poco tiempo se dedicó a hacer lo que le correspondía como mujer: vajillas de barro y grandes canastos elaborados con la fibra del bejuco yaré, los cuales
se utilizan para cargar ropa, hamacas, comida y elementos de aseo. Aunque no podía tejer balayes, por
ser un oficio exclusivo de los hombres, sí tenía permitido conocer los misterios ancestrales que custodia
su tejido. Gracias a su padrastro, entendió que los
símbolos geométricos representan las visiones que
tiene el chamán o payé durante las tomas de yagé.
De ahí salen nombres como cara de tigre, camino de
hormiga, cola de mono, estrella del Vaupés y alas de
mariposa, un diseño que les recuerda a los cubeos la
felicidad y la belleza que deben hallar en la vida.
Una de las imágenes preferidas de Elsa es el camino de hormiga, que simboliza protección. El contacto con esta simbología lo tuvo el día de su primera
menstruación, cuando en una especie de bautismo
54 | ARTÍFICES | 25 HISTORIAS
Balay comunidad de Villamaría y Puerto Tolima (Vaupés).
recibió sobre su cabeza el agua que caía de un balay
tejido con este diseño. En ese momento entendió que
era un símbolo que la protegería de enfermedades,
envidias, mordeduras de culebras y malos entendidos. Otros diseños relevantes son el Komúro, que
representa el útero femenino, y el llamado corazón
de piña, que evoca el clítoris. Según las creencias, el
bejuco del marco del balay simboliza el cordón umbilical de cada ser humano al nacer mientras el tejido
inicial, en forma de cruz, alude a la primera maloca.
En noviembre de 1998, semanas después de la
llamada Toma de Mitú efectuada por las Farc, Elsa
tuvo que dejar su comunidad, junto con su esposo
y sus cuatro hijos, y trasladarse a un resguardo
indígena en San José del Guaviare. Allí se dedica
al tejido de bolsos, manillas y canastos de cumare.
A sus 48 años, también dicta talleres para mantener vigente la simbología de su etnia. Para Elsa,
es fundamental que los jóvenes comprendan que
el balay no solo es un recipiente en el que se sirven tortas de fariña y casabe. Ese canasto plano,
cargado de significados, encarna una espada de
protección que acompaña a los cubeos durante su
paso por la vida.
EL BALAY NO SOLO ES UN
RECIPIENTE EN EL QUE SE
SIRVEN TORTAS DE FARIÑA
Y CASABE. ESE CANASTO
PLANO, CARGADO
DE SIGNIFICADOS,
ENCARNA UNA ESPADA
DE PROTECCIÓN QUE
ACOMPAÑA A LOS
CUBEOS DURANTE SU
PASO POR LA VIDA.
25 HISTORIAS | ARTÍFICES | 55
MAICAO
BARRANQUILLA
ATÁNQUEZ
PUERTO BELLO
MOMPOX
TUCHÍN
SAN JACINTO
CHIGORODÓ
DARIEN
CURITÍ
JERICÓ
EL CARMEN
DE VIBORAL
GUACAMAYAS
RÁQUIRA
AGUADAS
GUADUAS
LITORAL DE
SAN JUAN
LA CHAMBA
INÍRIDA
BOGOTÁ
PASTO
MITÚ
SIBUNDOY
MACEDONIA
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