Presentación, prólogo e introducción

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ALDEANUEVA
DE EBRO
histórica
José Luis Gómez Urdáñez
(director)
Universidad de La Rioja - Ayuntamiento de Aldeanueva de Ebro
2015
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TÍTULO: ALDEANUEVA DE EBRO histórica
DIRECTOR: JOSÉ LUIS GÓMEZ URDÁÑEZ
EDITA: GRUPO EDITORIAL 7, S.L.
EDICIONES CAPITOLIO, S.L.
Avda. Portugal, 7-6º
●
26001 LOGROÑO
[email protected]
AUTORES: Marie Hélène Buisine-Soubeyroux, Sara Bustos, Miguel Ángel de Prado,
Ianire Galilea Salvador, José Luis Gómez Urdáñez, Carmen Herreros González, Mapi Gutiérrez, Pedro Luis Lorenzo Cadarso, Manuel Orta Simón,
Roberto Pastor Cristóbal, María del Carmen Santapau Pastor,
ISBN: 978-84-939114-2-3
DEPÓSITO LEGAL: LR-1282-2015
Este libro es el resultado de un convenio OTRI, suscrito entre el Excmo. Sr. Rector de la Universidad de
La Rioja, don José Arnáez Vadillo, y el Ilmo. Sr. Alcalde del Ayuntamiento de Aldeanueva de Ebro, don
Ángel Fernández Calvo, el 29 de enero de 2013.
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PRESENTACIÓN
Ángel Fernández Calvo
Alcalde de Aldeanueva de Ebro
Conocer la historia del lugar donde has nacido, o que te ha acogido, donde trabajas y quieres que sigan viviendo tus hijos y tus nietos, recordar a tus abuelos y a
los abuelos de tus abuelos, es una forma de amar lo que tenemos más cerca, pues
nos permite comprender lo que nos ha pasado juntos desde hace siglos.
Fuimos al principio solo una pequeña aldea de pastores que se reunieron en
torno a una fuente, al lado de los pastos y de tierras ricas que pronto cultivaron.
Aunque dependientes de Calahorra, nuestros antepasados tuvieron una organización inspirada en los concejos abiertos –todos decidiendo lo que convenía en medio
de la plaza-, mientras ese primer núcleo, que es fácil intuir en el entorno de la iglesia, se iba haciendo más atractivo y llegaban nuevos pobladores que hacían aumentar el primitivo caserío. Pronto pidieron al rey permiso para plantar la viña,
que ya estaba entonces regulada.
Crecieron en medios y en hombres y, al fin, lograron independizarse de Calahorra tres siglos después, en 1664. No fue tarea fácil, como sabemos bien los aldeanos, pues antes hubo que vencer los intentos de los poderosos por doblegar al
pueblo y someterlo a un señor de Arnedo que quería comprarlo, al pueblo y a sus
vecinos. El pueblo se hubiera llamado Arnedo de Ebro, pero fue orgullosamente la
villa de Aldeanueva de Ebro.
Porque nos levantamos el 26 de mayo de 1663, todos juntos tras el alcalde, y
echamos del pueblo a los que querían doblegarlo. Nuestro alcalde era Martín Roldán, alcalde ordinario, el líder de los hombres del común. Ese 26 de mayo y el
nombre de ese primer alcalde deberemos recordarlo como el origen heroico de
nuestro pueblo, el día en que por primera vez, gracias a la unión de todos, conseguimos un gran avance en la conquista de las libertades: a partir de entonces, los
aldeanos se gobernarían por sí mismos, según decía el rey en la escritura de concesión del villazgo.
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Pero lo que ocurrió luego fue que casi nunca pudo ser así, pues en el pueblo aumentaron las diferencias sociales, la distancia entre ricos y pobres. Sin embargo, en
nuestro pueblo, nunca se apagó la antorcha de la libertad. En pleno auge del caciquismo decimonónico, un aldeano, Sixto Cámara, introducía en España ideas utópicas.
Rebrotó la libertad con la Primera República en 1873 y también con la Segunda
República, en 1931, ésta última en coincidencia con la gran depresión en América
y Europa. Eran tiempos de unión entre todos con el fin de conseguir superar la situación. La República, siempre falta de dinero, no pudo ni levantar el edificio de la
escuela, que era la gran ilusión. Al final, fue aniquilada por el golpe de Estado en
el verano de 1936. Tras la guerra civil, con sus horrores, todos tuvimos que soportar una larga dictadura.
Pero de nuevo llegó la libertad y la Constitución, que votamos masivamente los
aldeanos el 6 de diciembre de 1978; también llegó, el 3 de abril de 1979, el primer
alcalde elegido democráticamente desde 1933. De nuevo, con errores y aciertos, los
aldeanos hemos recobrado nuestra plena capacidad para gobernarnos. Hemos
hecho mandar a las urnas, en las que los votos valen todos igual. El ayuntamiento
es la casa de todos. Y vuestro alcalde, como ya lo sabéis desde hace años, es el primer servidor del pueblo.
Con este libro, escrito por los mejores profesionales, quiero ratificar nuestro compromiso con la libertad y el bienestar, nuestra obligación de conocer nuestras raíces y de contribuir a la difusión de la cultura. Entre los autores de este libro hay
profesores, pero también hay jóvenes licenciados y masters. Todos ellos han colaborado en este proyecto que un día firmamos con el rector de la Universidad de
La Rioja, José Arnáez Vadillo, al que quedamos sinceramente agradecidos. Con ello
hemos contribuido a fortalecer nuestra Universidad y a abrir camino a nuestros jóvenes investigadores.
Por último, agradezco la colaboración de los vecinos de Aldeanueva que han
participado en este trabajo.
A todos ellos, muchas gracias.
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PRÓLOGO
José Arnáez Vadillo
Rector de la Universidad de La Rioja
La Universidad siempre ha logrado dar respuesta a las exigencias de su tiempo.
De las elitistas universidades medievales a la universidad de masas del siglo XX, de
las universidades del trivium y quadrivium a las actuales universidades del conocimiento intensivo, estas instituciones han tenido una influencia decisiva en los
avances de la sociedad.
La universidad de nuestros días apuesta por una educación superior de calidad
y una investigación avanzada, convencida de que, en el nuevo escenario global, el
conocimiento es el principal valor para el crecimiento de los países. Así pues, las
universidades son en gran parte responsables del progreso de la ciencia y la tecnología en el mundo actual. Pero nos equivocaríamos si pensásemos que la institución universitaria pivota exclusivamente sobre estos objetivos. Una universidad
del siglo XXI tiene que estar estrechamente vinculada a su espacio geográfico, a su
entorno social, a su territorio. Y, además, sus respuestas deben abarcar el mundo
de las ideas y de la cultura. Una universidad que quiere liderar el cambio no puede
ser ajena a la conciencia crítica y libre.
Es en este marco en el que se inscribe el libro que tengo el honor de prologar,
un libro que es producto de la investigación de varios profesores, becarios y egresados de la Universidad de La Rioja que, además de buscar entre viejos documentos y aplicar métodos científicos para reconstruir el pasado, han sabido divulgarlo,
hacerlo asequible a cuantos estamos interesados por la historia de los riojanos. La
Historia es maestra de la vida y testigo de los tiempos, dijo Cicerón.
Este libro se une a otros que han tratado la historia de diversas localidades riojanas (Pradejón, Quel y Autol) y tiene el mismo objetivo: primero, el análisis en la
localidad del impacto de los grandes procesos históricos; después, una síntesis que
añada explicaciones coherentes al conjunto.
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Como los anteriores, dirigidos por el profesor José Luis Gómez Urdáñez, comienza describiendo el contexto geográfico donde se han desarrollado los diferentes acontecimientos históricos de Aldeanueva de Ebro. A partir de aquí vemos
desfilar a los primeros hombres, los nómadas de tribus que dejaron los primeros restos, la huella de la civilización de Roma, las primeras tradiciones cristianas en torno
a la gran ciudad de los mártires, Calagurris; más tarde, la aparición del primer núcleo de población, los primeros pastores que decidieron quedarse en la aldea
nueva, todavía dependiente de Calahorra, de la que se separó en 1664 tras un motín
popular que imprime un fuerte carácter en la memoria de los vecinos, pues decidieron ser del rey y no de un señor.
No podía faltar el catastro de Ensenada, la invasión napoleónica, el desarrollo del
estado liberal, la preocupación por la enseñanza o los orígenes de la viticultura en
un pueblo que hoy tiene en el vino una de sus fuentes principales de riqueza. Todo
ello va conformando, a lo largo de los siglos XIX y XX, un espacio de desarrollo
que permite comprender la Aldeanueva de hoy, que es con todo merecimiento un
núcleo industrial, con una fuerte tasa de creatividad, rico y esperanzado en su futuro.
Comenzaba subrayando la importancia de las universidades en lo local y en lo
global. La Universidad de La Rioja es consciente de esta realidad y por ello amplía
sus horizontes articulando alianzas con otras universidades (Campus Iberus) o participando en foros de creación de ciencia para una proyección internacional necesaria. Pero, a la vez, está atenta al espacio regional que la sostiene y es su razón de
ser. Así pues, es muy satisfactorio para nuestra institución universitaria constatar
que profesores y discípulos se suman para compartir un proyecto de investigación
que explica nuestro pasado y que, en definitiva, lleva la cultura a toda la región.
La Universidad de La Rioja agradece, pues, la iniciativa del Ayuntamiento de Aldeanueva de Ebro al impulsar este trabajo y su colaboración constante para la buena
marcha del proyecto. Este libro ha sido posible gracias a un convenio suscrito a través de la Oficina de Transferencia de la Investigación (OTRI) y el Ayuntamiento de
Aldeanueva de Ebro, y es un ejemplo más de las amplias posibilidades de cooperación entre las instituciones riojanas y su Universidad.
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INTRODUCCIÓN
José Luis Gómez Urdáñez, director
Hay dos grandes diferencias entre este libro
y los anteriores Pradejón histórico (2004), Quel
histórico (2006) y Autol histórico (2010): la primera es que Aldeanueva histórica ha sufrido
durante el proceso de investigación los recortes
y la falta de ánimo, provocados en los universitarios por la política de los gobiernos, nacional
y regional, en el ámbito de la enseñanza pública
y la investigación. Nuestro equipo de trabajo inicial ha sufrido la rescisión de contrato en la UR
de dos profesores incialmente integrantes, Jesús
Javier Alonso Castroviejo y Emma Juaneda
Ayensa, a los que queremos agradecer su colaboración a pesar de las circunstancias. La segunda diferencia con aquellas obras históricas
colectivas, realizadas en la UR en tiempos de
bonanza y éxito internacional de la universidad
española –a pesar de que sobre ellos se pretenda el total desprestigio-, es por el contrario,
muy halagüeña: Aldeanueva de Ebro cuenta con
un archivo municipal que con toda seguridad es
el mejor conservado y catalogado de los pueblos riojanos de su tamaño. Esta labor la debemos a Miguel Ángel del Prado, que realizó un magnífico trabajo de catalogación, iniciado
en 1991, publicado luego por el Instituto de Estudios Riojanos en dos gruesos volúmenes,
gracias a una beca y al apoyo entusiasta de la corporación presidida por el alcalde Félix Minguillón. La misma labor realizó en el archivo parroquial.
Del Prado publicó también, entre otras obras, un artículo, en 1993, en la revista Berceo,
sobre La documentación municipal de Aldeanueva de Ebro, y desde hace años viene manteniendo un blog, “Chirigol de ideas”, donde va desarrollando un sinfín de temas que han
sido fundamentales para los estudiosos de la historia del pueblo. En Miguel Ángel del Prado,
aunque ahora se dedique a otras labores, hemos encontrado un gran historiador y un experto archivero y paleógrafo que ha dejado en este libro importante huella. Sin él todo sería
más flaco, en correspondencia con los tiempos de calamidad pública que vivimos.
Como es de rigor, continuamos los agradecimientos, antes de nada, con otro de los grandes colaboradores, responsable de que La Rioja tenga los dos mejores estudios de las provincias españolas en lo relativo a la represión perpetrada por los rebeldes fascistas del 18
de julio de 1936 en adelante, y también en el terreno de la tragedia de la guerra civil, en
los frentes donde cayeron los riojanos del bando nacional, que ha estudiado con la misma
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minuciosidad y objetividad. Nos referimos, obviamente, a Jesús Vicente Aguirre, el responsable de que, al fin, si no en la realidad sí en el papel, todas las víctimas, unos y otros
–todos desgraciados en el matapobres que fue España-, estén en dos libros magistrales:
Aquí nunca pasó nada, publicado en 2007, y Al fin de la batalla y muerto el combatiente…,
en 2014. En esas dos obras, caídos y tumbados están en pie de igualdad, ya para siempre
–scripta manent-; quizás sea el mejor homenaje que puedan recibir, a la vista de la política
torpe y ciega que no ha sido capaz de lograr que reciban sepultura aquellos cuyos cuerpos
yacen en el campo (y el de aquellos que fueron llevados a un panteón por el ordeno y
mando y la necesidad de justificar una presunta paz propagandística inexistente). Ni en los
peores tiempos los cristianos permitieron que la gente no tuviera una digna sepultura, siquiera por caridad, como hubieran dicho nuestros ancestros.
Notará el lector que conozca la trayectoria de estos libros históricos de los pueblos riojanos un tono muy distinto en éste, más dolorido, y no solo porque la vejez no depara muchas alegrías –y menos a la vista de la situación de miseria moral en la que vivimos los
españoles-, sino porque muchos años después de aquellos comienzos notamos lo poco
que hemos avanzado en el terreno de la historia regional. Todo empezó con Cenicero histórico, allá por 1987, que en el fondo estaba inspirado por aquel decimonónico Logroño histórico (1895) de Francisco Javier Gómez, hijo de otro cronista, Antero Gómez, también
historiador, que lamentaba en su Logroño y sus alrededores (1857) no haberse dedicado a
los sports y haber perdido el tiempo intentando desasnar a sus paisanos desentrañando su
historia. No es del todo nuestro sentimiento con ese dudoso mens sana in corpore sano,
pero sí creemos que nuestra sociedad debió haber apoyado más la cultura, la universidad,
la investigación, la difusión del conocimiento, las letras. Y, sin embargo, se ha quedado
muy corta. Han pasado 23 años desde que tenemos universidad en La Rioja y, así y todo,
la historiografía regional está todavía atrasada en muchas facetas. Por esa razón es más de
agradecer que un ayuntamiento haya vuelto a intentar una historia de su pueblo, más en
estos tiempos en que no parece haber otro estímulo que el lucro y el ocio baboso televisado. Vaya, pues, y en lugar destacado nuestro agradecimiento al ayuntamiento de Aldeanueva de Ebro, a su alcalde don Ángel Fernández Calvo en primer lugar, y a la corporación,
así como al personal de administración que siempre nos atendió con trato exquisito.
Un último lugar para la gratitud y los reconocimientos: gracias a todos aquellos que habéis hecho posible a través de las redes sociales, en especial en Facebook, que este libro
sea único, como dice mi amigo el editor José Luis Ibáñez Salas, que desde Madrid ha colaborado difundiendo el trabajo magnífico de Pedro Luis Lorenzo Cadarso y dándonos un
apoyo constante entre miles de seguidores: visibilidad en la red, se llama hoy. Es único
este libro porque en la red hemos encontrado colaboradores de suma importancia, que han
hecho de la redacción de los textos y de la selección de fotografías y documentos ocupación suya motu proprio, nunca mejor dicho por amor al arte, por amor a la historia. Destacamos a Manuel Ruiz de Bucesta y Álvarez, miembro de una familia ya presente en la aldea
antes de ser villa, cuando desde el entorno señorial de Jubera, llegaron algunos pastores en
busca de las yerbas del valle huyendo seguramente de los hielos invernales de las montuosas y frías aldeas como Bucesta. Manuel Ruiz de Bucesta, que preside una prestigiosa asociación para el estudio de la genealogía, conserva el valioso archivo documental de la
familia, que no solo ha puesto a nuestra disposición, sino que amablemente ha estudiado
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él para seleccionar y transcribir documentos de gran interés, añadiendo además, en beneficio del libro, las descripciones de armas y escudos de las familias del viejo estado noble
de Aldeanueva.
Facebook ha sido el lugar de encuentro de numerosos aldeanos, o descendientes, que
nunca pensaron que iban a estar en el laboratorio donde se construía la historia del pueblo de sus abuelos, como por ejemplo Luis Javier Miranda y sus hijas, que han podido leer
los numerosos documentos “subidos” a la red sobre sus ancestros, que entre otros son, en
este caso, el alcalde republicano José Calvo Miranda, asesinado el 3 de septiembre de 1936,
a quien rendimos aquí el homenaje que nunca ha tenido. Del mismo modo, gracias a internet el esqueleto del libro ha ido tomando cuerpo con fotos enviadas por Enrique Martínez-Salanova, o por el gran artista Nobilis Bellator.
Así pues, este libro es ya el producto de una nueva época, quizás tan rupturista con la
anterior como la que llegó tras la difusión de la imprenta a finales del siglo XV. Después de
aquella invención la humanidad ya no pudo volver atrás y el desarrollo del individualismo,
la conciencia, el afán por la libertad y las conquistas sociales llegaron a cualquier rincón del
mundo en los libros impresos. Hoy, lo hacen a través de la red (no nos descuidemos en esto,
pues los liberticidas acechan). Este libro ha sido escrito en la red y ahí seguirá, fabricando
lectores virtuales en cualquier lugar del mundo y provocando adendas de quien quiera mejorar, o corregir, o ampliar. Es algo impensable solo hace veinte años.
Pero a estas alturas, ¿qué interés puede tener, fuera de la curiosidad de los naturales, de
los aldeanos, una historia de un pueblo en medio de la aldea global? La historia local ha
sido desdeñada por los historiadores profesionales incluso cuando al calor del desarrollo autonómico se intentó en España impulsar la historia de las regiones. Sucedió un fenómeno
curioso: los mismos que se dedicaban a la historia de Cataluña, Euskadi, Galicia, Aragón,
Andalucía o Valencia, que son sin duda las historiografías más nutridas en los últimos cuarenta años, miraban con dudas a La Rioja y a su potencial para superar lo que llamaban localismo. No era localista cualquier estudio en cualquier
localidad de esas “nacionalidades históricas” –que contaban con universidades arraigadas y prestigiosas-, pero
un estudio sobre un tema en Soria o en Logroño despertaba todos los prejuicios. Desgraciadamente, esto
sigue así. Sin embargo, la historia regional ha proporcionado una nueva manera de entender España más allá
de los campos de Castilla y las grandes ciudades motores del progreso de la periferia, y ha demostrado a los
historiadores que hay muchos documentos en los archivos locales, en el desconocido mundo rural, sin los que
es difícil construir una historia coherente.
Aunque solo fuera por abonar la historia de una España diversa, ya sería importante escribir una historia de
un pueblo. Pero hay más: es en el ámbito local donde
se entienden muchos sentimientos, muchas tragedias, a
ras de suelo, en contacto con la gente en vez de con los
números fríos que producen las estadísticas. Es en un
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pueblo donde se ve a la gente morir de hambre, a los
niños perecer por “atrepsia”, a los médicos huir
cuando va a llegar la peste o el cólera, a las víctimas
de los asesinos y a éstos en el contexto de los dramas
a veces viejos, larvados entre los odios cainitas, en las
cuitas de las familias; pero también, producto de la
ciega violencia política, como ocurrió en 1936. No fueron en este caso odios familiares o venganzas, como
la propaganda franquista quiso inculcar en cada español, sino selección premeditada de las víctimas entre
los cargos políticos, los líderes sindicales, aquellos que
estaban predestinados ya en el bando de Emilio Mola
Vidal, que sabía lo que importaba provocar temor y
desarbolar cualquier intento de resistencia ante la
enorme crueldad desatada por él y sus tropas y sus
apoyos de jóvenes falangistas y carlistas. Eso hay que
verlo en cada pueblo, víctima por víctima, pues individualizar a cada uno de los que padecieron la tragedia es una obligación moral del historiador,
inexcusable, pero también es la única forma de oponer la historia a la propaganda, la verdad a la falsificación consentida por casi todos. En la
lista de los asesinados en el trágico verano de 1936 no hay odios familiares, sino miembros
de CNT, UGT e Izquierda Republicana, las fuerzas políticas que sostenían el régimen republicano en el pueblo y que se reconocen en procesos políticos anteriores, el progresismo
liberal ligado a Salustiano de Olózaga, heredado por Sagasta, o el republicanismo que encarnó Pi y Margall, al que un nutrido grupo de republicanos de Aldeanueva consiguió que
el alcalde de la dictadura de Primo de Rivera, Hipólito Calvo, le dedicara un calle ¡en 1924!
(con la oposición obviamente de Antonio Vergara, que iba a ser alcalde franquista más de
veinte años después). Por supuesto, las raíces del socialismo son igualmente reconocibles,
aunque los socialistas fueron siempre una minoría.
Así pues, este libro no es la historia de un pueblo más, una historia local, ni menos localista; antes al contrario, es el producto del estudio en un laboratorio reducido –para poder
abarcar todo: la vieja aspiración a la historia total-, con un método propio de análisis, sin
que haya que recurrir al subterfugio de llamarlo microhistoria, pues al final toda la historia
lo es: la historia es tiempo y lugar. En esas coordenadas espacio-temporales se desarrolla la
vida de los hombres. Durante siglos, muchos apenas salieron de su pueblo: allí nacieron,
allí se casaron, procrearon y murieron. No dejaron más huella que las partidas que el cura
levantó en los libros parroquiales. Eso después de que lo obligara el concilio de Trento;
antes, nada. Hombres y mujeres anónimos, expuestos a la enfermedad, a la muerte temprana
de sus hijos, muchas veces al hambre; siempre mirando al cielo, tras un santo en andas implorando agua de lluvia, o el fin de una plaga de langosta; pero aun así, risueños en la
fiesta, sobre todo en la juventud, cuando había que elegir pareja o se celebraba un primer
nacimiento. Había niños, había alegría. No mucho más en apariencia, aunque en el fondo
nadie olvidaba que pertenecía a un estamento, al de “hombres buenos”, “labradores honrados”, es decir, plebeyos, “pecheros”; o al de los hijosdalgo, el estado noble, los privile13
15 de agosto de 1972. Los hermanos Fulgencia, Isabel, Trinidad y
Emiliano León Matute sonríen juntos recordando la represión política
de su familia. Tan sólo siete años después pudieron recuperar los restos de sus familiares asesinados en el verano 1936, desde entonces
dispersos por las cunetas y tapias de los cementerios de pueblos cercanos a Aldeanueva de Ebro. Demetrio y Domingo León Matute, 28 y
39 años, hermanos de los anteriores. Timoteo León Pérez, 40 años,
primo hermano de los hermanos León Matute. Ezequiel Álvarez Milagro, 38 años, marido de Fulgencia. Florencio Marrodán Alfaro, 34
años, marido de Isabel. Hermenegildo Marrodán Alfaro, 38 años, hermano de Florencio. Manuel Marrodán Bea, 63 años, padre de Florencio y Hermenegildo, suegro por tanto de Isabel. Mateo Alfaro Calvo,
25 años, primo hermano de Florencio y Hermenegildo.
Foto y texto: José Antonio Martínez Martínez,
bisnieto de Isabel y Florencio.
giados que tenían su padrón aparte y estaban eximidos de muchas cargas e impuestos. Siempre
hubo una violencia latente, que sin embargo, salvo
raras excepciones, se apagaba o se amortiguaba
mediante cualquiera de los mecanismos artificiosos
construidos para hacer estables las fórmulas de convivencia, aunque estuvieran basadas en
la más flagrante injusticia: la religión aquietaba, el rey padre de sus súbditos era fuente de
justicia (solo que le engañaban los malos ministros, los malos consejeros), la confianza en
la pertenencia al estamento y su representación en el poder local confería esperanzas, aunque no se cumplieran en vida…
En Aldeanueva, la brecha entre ambos estamentos, hidalgos y pecheros, se venía haciendo muy amplia desde principios del siglo XVII, cuando el rey perpetuó los regimientos –es decir, los hizo hereditarios a cambio de dinero-; pero se hizo insalvable cuando el
apoyo de los hidalgos del pueblo a Juan Manuel Íñiguez de Arnedo, que quería comprar
la “Villanueva de Arnedo” –así pretendía denominarla tras separarla de Calahorra- y someterla a señorío, provocó el gran motín de 1663. Con el alcalde del estado general a la cabeza, Martín Roldán, los aldeanos rompieron escudos y puertas de las casas de los hidalgos
hasta echarlos de la aldea, impidiendo por la fuerza ser sometidos a señorío. Eso no lo olvidaron nunca. Quizás de esa rebeldía proviene la que luego veremos tras las Cortes de
Cádiz, durante el Trienio Liberal o en la Primera República, o a lo largo de la Restauración,
con el recuerdo del triunfo del republicanismo federal y su rescoldo, que se mantendrá a
la espera hasta la Segunda República. Esto es, aparentemente, una rendición ante el historicismo –y el autor es consciente-, pero en la comarca todo el mundo dice que los de la
aldea son diferentes. Son diferentes a los de Rincón de Soto, a los que sí sometieron a señorío –en el mismo momento en que Aldeanueva se rebeló-, y desde luego, muy diferentes a los de Calahorra, la ciudad bimilenaria sometida al obispo, que tan a regañadientes
cedió la jurisdicción de su aldea, tanto que aún un siglo después quería mangonear en la
villa independiente, que ya no aldea, mantenida en una permanente vigilancia para no ser
de nuevo sometida, con mucho orgullo del concejo de los antiguos aldeanos.
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Así pues, en ese tiempo y espacio reducido
centramos nuestro estudio; desde ese observatorio-laboratorio vamos viendo pasar la
vida, las expectativas, los sueños, en definitiva, la vuelta a empezar de la nueva generación que mantiene las esperanzas, a pesar del
derrotismo de la que va desapareciendo: tejer
y destejer, subir la piedra hasta la cima por
más que se tenga la seguridad de que volverá
a caer. En eso consiste la historia y la labor
del historiador, en recoger cuantas huellas
pueda para comprobar y hacer comprensible
la existencia en común de individuos sociales, necesitados, gregarios, colaboradores, organizados, que han de superar la tragedia de
vivir. Cómo olvidar entonces la fiesta, las manifestaciones de alegría, las creencias religiosas –la religión para el consuelo-, las
tradiciones y las costumbres en común, el sentimiento de pertenencia y de ser y vivir juntos
desde muchos siglos atrás.
Son por eso muy importantes las huellas
previas a la escritura, que nos demuestran el
paso de aquellos primeros hombres por estas
tierras y que conoceremos por el excelente artículo de las profesoras Carmen Herreros
González y Mª Carmen Santapau Pastor; luego
los primeros escritos, el más antiguo conservado, nada menos que de 1419, año al que
alude el voluminoso documento, una copia
de todas las actuaciones que se siguieron
desde ese año hasta 1562 en el proceso judicial que enfrentó a la ciudad de Calahorra y
sus aldeas con la limítrofe villa de Autol para
fijar los derechos de pastos y aprovechamiento de leña. Este largo pleito era la continuación de las desavenencias, estudiadas por
Pedro Pérez Carazo en el artículo “Mancomunidad de pasto y monte entre el Concejo de
Calahorra y sus aldeas y el de la villa de Autol
del año 1381”. Miguel Ángel del Prado lo describe así: “El documento, escrito con una enrevesada letra procesal, se extiende en 112
hojas de un alto valor informativo, y gracias a
la campaña de digitalización y difusión de los
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Documentos como éste, conservados y catalogados en el
magnífico archivo de Aldeanueva, permiten hacer una historia veraz y contrastable.
documentos medievales conservados en los archivos municipales riojanos, llevada a cabo por el Gobierno de La Rioja en el año 2011, es posible
consultarlo íntegramente desde la sede web del Gobierno riojano.
Sin embargo, en belleza, el documento más sobresaliente es el que está firmado por los Reyes Católicos en 1502. También nos asombra su contenido,
pues demuestra que ya entonces los aldeanos se
oponían a la ciudad de la que
eran aldea, Calahorra, y llegaron
a conseguir del
rey que les dejara reunir entre
todos los vecinos
la
suma
de
10.000 maravedíes para pagar
los gastos de los
pleitos que tenían con Calahorra, con el fin de
evitar el pago de
tributos por las
tierras que labraban. Como diríamos hoy,
…ya empezamos.
El siguiente documento
es igualmente vistoso: se
trata de una licencia, concedida en 1536 por el provisor y vicario general del
obispado de Calahorra a los
de Aldeanueva, para construir una ermita. El pueblo
crecía. Pronto, los siguientes
documentos, de mano de Felipe II, tendrán que ver con
las nuevas tierras puestas en
cultivo, los derechos de pastos para el ganado, la plantación de viñas, pues el mundo
Aldeanueva pide plantar viñas
y olivares tan tempranamente como 1564.
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de la vid y el vino pronto estuvo regulado y
sometido a todo tipo de privilegios. Plantar
viña ya era entonces un “derecho” que había
que obtener o que pagar.
Pero además de vistosos documentos y un
archivo perfectamente organizado, Aldeanueva también se diferencia de los pueblos estudiados antes por disponer de varias
publicaciones de gran interés, entre ellas, dos
libros: el primero cronológicamente es Boceto
Histórico de Aldeanueva de Ebro, obra de
Francisco Gutiérrez Lasanta, publicado en
1945, que tras una descripción histórica basada en los documentos más importantes del
archivo local, se enfrenta, solo quince años
después de los hechos, a la rebelión del 18 de
julio de 1936 y sus trágicas consecuencias. Sorprenden sus reflexiones: “los más destacados
proselitistas del Frente Popular huyeron, otros
fueron detenidos, y algunos murieron, lamentando nosotros este resultado, como después
lamentaremos a los soldados que también cayeron en el frente. Y hoy, después de quince años, lamentamos más unas y otras muertes
por el poco fruto que de ellas se ha sacado”. Gutiérrez Lasanta afirma con valentía “que
no debió haber muerto nadie, y por lo mismo condenamos todo atropello, abuso e injusticia allí donde se dio, sea cualquiera el matiz y signo que lo realizara. Porque la violencia
debe condenarse; pero la historia obliga a consignar las cosas que han sucedido, agraden
o no agraden y con entera imparcialidad”.
Pero paradójicamente, ahí termina la pretendida imparcialidad del autor, pues después
solo cita los “caídos”; nada dice, ni un nombre ni un dato, de los asesinados en su pueblo
y alrededores en 1936, nada menos que medio centenar de hombres. “En todas las guerras
–concluye- hasta el que gana, pierde. En los tres años de nuestra Guerra, también murieron varios de ellos. Que si no la hubieran empezado, no hubieran muerto. Quince perdieron la vida en los distintos frentes de batalla”.
Pero nuestra crítica debe ser mensurada. Sin duda, el autor sabía a lo que se exponía si
hubiera contado algo sobre los asesinatos, pues la legislación franquista protegió con un arsenal de decretos el silencio sobre los “desaparecidos”. Lo único que un secretario de ayuntamiento podía certificar sobre un asesinado era la fecha de la “desaparición”, por más que
se supiera por todos cómo había perdido la vida. Las viudas tenían problemas para volverse
a casar; los huérfanos, para que les fuera concedida alguna ayuda; pero las circulares que
se enviaban a los ayuntamientos recalcaban la norma: ante todo, el silencio. Por eso el libro
de Jesús Vicente Aguirre se titula Aquí nunca pasó nada.
Aprovechamos aquí el recuerdo de la triste realidad del olvido obligatorio, que llegó a
provocar el silencio en las familias durante cuarenta años, para dejar sobre el papel lo que
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ya hemos hecho constar en la versión digital del libro
Autol histórico, y que es un desagravio a la familia del
secretario de ese pueblo vecino, don Luis Martínez, que
puede hacerse extensivo a tantos otros funcionarios locales que tuvieron que callar, incluso ocultar sus ideas,
y servir el cargo bajo la presión de un gobierno de formas cuarteleras que les impuso una normativa asfixiante.
(Véase
http://gomezurdanez.com/autol/addenda.pdf).
El silencio se impuso en todos los órdenes de la vida.
Muchos sabían quiénes habían sido los asesinos, pero
no todos. Algunos lo supieron tarde y, entonces, estallaron. No es frecuente que quede constancia documental de casos así, pero hay uno en Aldeanueva que
queremos traer a esta introducción. Se trata del hallazgo en plena calle de una hoja con un texto escrito
a bolígrafo en el que un vecino se dirige a otro tras
saber que había sido uno de los asesinos. Las expresiones de ira, los deseos de venganza dan idea del
dolor del autor aun muchos años después de la tragedia. Fue publicado por Miguel Ángel del Prado y se
puede ver en el capítulo escrito por dos masters de
nuestra universidad, Roberto Pascual y Manuel Orta.
No suscitó reacciones que sepamos; todavía todo el
mundo callaba.
El otro libro sobre Aldeanueva es el de Javier Vicuña
Ruiz, una tesina defendida en la Universidad de Zaragoza, donde el autor estudió la carrera de Geografía e
Historia allá por los años sesenta. Es muy interesante
constatar en el trabajo de Vicuña que el motivo primero
que tuvo para interesarse por su pueblo fue el acto más
emblemático de la historia de la Aldea: el motín de
1663 y la obtención del villazgo de manos regias en
1664, el hecho fundacional. Él lo cuenta así: “creí oportuno sacar a la luz un documento del archivo municipal
de Aldeanueva de Ebro, mi pueblo natal, en el cual se
reflejaba un hecho trascendental de su pequeña historia:
su separación de la ciudad de Calahorra y subsiguiente
elevación a la categoría de villa. El documento en cuestión me lo habían enseñado, en mi niñez, mi abuelo D.
Sebastián Ruiz Fernández, alcalde muchos años antes, y
un sobrino suyo, D. Antonio Ruiz Rubio que, hasta su fallecimiento, había sido eficiente funcionario administrativo del municipio y quien, luego, sería para mí de gran
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ayuda por sus extensos conocimientos sobre datos, cifras, costumbres y personas de Aldeanueva”.
La explicación de Vicuña demuestra hasta qué punto la historia seguía viva en la memoria
más de trescientos años después. Pertrechado de una buena selección bibliográfica, el autor
se lanzó al estudio de los documentos y escribió una muy benemérita historia de su pueblo,
que obtuvo como trabajo académico la máxima calificación. Todavía hemos podido agradecerle su trabajo personalmente y aquí volvemos a dejar constancia de nuestra gratitud, pues
nos ha atendido cordialmente y ha puesto su trabajo en nuestras manos. El texto de Vicuña
condensa la historia del pueblo, añade un buen capítulo sobre el arte y otro, que nos parece
de enorme interés, sobre la Etnografía. Tanto es así que lo reproducimos al final de este libro.
Con suma humildad, Vicuña dedica este párrafo a la tragedia civil:
“Toda España hierve en 1934, pero el chispazo más violento se produce en la minera Asturias; allí encuentra la muerte el soldado de Aldeanueva Gonzalo Martínez. Será el primero
de una triste serie, más triste por ser producto del rencor y el resentimiento, que llegará con
el estallido de la guerra. Ésta será feroz, más, incluso, en la retaguardia que en el frente.
Cuantos hemos tenido la suerte de no conocerla, vivimos sus estragos en nuestras familias
y en nuestros pueblos. Las heridas causadas fueron profundas, sangrantes; sus huellas dolorosas permanecen aún a flor de piel. Por eso, ahora que asistimos a la feliz realidad de
Escudo de Aldeanueva
Díaz de Rada
Escudo en el balcón de
los Ruiz de Bucesta
Díaz de Rada
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Fachada de los Ruiz de Bucesta
García del Moral
una Aldeanueva en franco engrandecimiento, es el momento de augurar un futuro venturoso, contemplar un presente
próspero y olvidar un pasado amargo”.
El trabajo de Vicuña aún contiene otra
grata sorpresa. Se trata de los dibujos de los
blasones del pueblo, de buena traza como
demuestran los que aquí se reproducen, comenzando por el escudo de Aldeanueva.
Calle de la Fuente
Vicente Ruiz
Con los tres grandes pilares –las obras de
Gutiérrez Lasanta, Vicuña y Del Prado- este libro podía haber sido solo una continuación.
Para los que piensan que la historia es una acumulación de conocimientos, solo era necesario acopiar nuevos datos, novedades: lo nuevo es lo bueno. Sin embargo, no es ése el objetivo de la historia. Cada generación está obligada a escribir su visión del pasado, pues una
sociedad desarrollada está presidida siempre por las reflexiones que permite la suma de las
experiencias de los hombres y esas experiencias solo son aprehensibles partiendo de la
constancia de las vidas vividas. Así pues, todo es pasado, pero es pasado interpretado.
¿Como quiera cada historiador? No. Como pueda comprobarlo. El que afirma, prueba: éste
es el mandamiento supremo al que se debe el historiador.
Por otra parte, el método histórico, más desarrollado hoy, y la profesionalización de la historia, permiten aportar nuevos conocimientos, nuevas interpretaciones. Sabemos más del
motín de 1663, por ejemplo, porque a la documentación local hemos sumado la procedente de archivos nacionales, pero también porque el autor del capítulo correspondiente,
el profesor Pedro Luis Lorenzo Cadarso, parte de una nueva teoría de la historia, como ha
puesto de relieve en varias obras suyas (Véase, por ejemplo, Fundamentos teóricos del conflicto social, Madrid, Siglo XXI, 2001). Lo mismo ocurre con las aportaciones de Sara Bustos Torres, la última doctora en Historia por la UR con una espléndida tesis (2014) sobre las
consecuencias de la peste de 1599: sus trabajos, que salpican todo el libro y están recogidos con amplitud en la web, provienen de la fragua de la gran historia, el archivo, la transcripción exacta, el rigor histórico. Su trabajo es paciente y callado, pero brillante a los ojos
del experto. Ella ha vaciado el Archivo Histórico Provincial de La Rioja, dándonos los documentos que faltaban y contribuyendo a que conozcamos mucho mejor los siglos XVI al
XVIII. Sin la labor de estos paleógrafos, la historia sería mucho menos científica.
Otra razón explica otra característica de este libro: la mayor presencia concedida al siglo
XX, que es, sin duda, la que relaciona historia y democracia, historia y libertades; en suma,
la que devuelve a la historia su valor como derecho: el derecho a saber la verdad. No le
hubiera resultado ajena esta reflexión a Sixto Cámara, el personaje más singular del siglo
XIX en relación con Aldeanueva y el más conocido, pues sus libros y su peripecia vital le
han abierto hueco en la historia general de las ideas liberales avanzadas. Se ha atrevido con
él otra de las jóvenes realidades –que no promesas- de nuestra universidad, Roberto Pastor
Cristóbal, que ha bordado una preciosa biografía del gran personaje (también coautor del
trabajo sobre el franquismo, un estudio realmente memorable, gracias también a la colaboración del ya citado Jesús Vicente Aguirre y de Manuel Orta Simón, otro joven egresado
brillante, procedente de nuestra universidad).
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Menos conocido es el diputado a Cortes, en 1834, Joaquín Francisco Ruiz de Bucesta, que
había sido alcalde liberal en el Trienio, del que poco podemos aportar aquí salvo la invitación a algún estudioso que a partir de ahora se interese por él (lo que ocurrirá en breve
en el laboratorio de la UR). Cuenta con algunos documentos sobre él y su entorno familiar
y, además, con un retrato al óleo, todo ello conservado por Manuel Ruiz de Bucesta y Álvarez, su descendiente. Solo diremos que aquellos viejos hidalgos del siglo XVI, presentes
en la gran hazaña de 1663 como víctimas del motín, afrontaron de distinta manera la revolución liberal, engrosando las filas de los doceañistas, los conservadores, los exaltados, los
moderados: de todo hubo y con frecuencia, no siempre se decidieron por la misma opción
a lo largo de la vida. Recordemos que los heterodoxos de ayer suelen ser los ortodoxos del
mañana. En fin, con menos espacio, Ruiz de Bucesta y con mucho más Sixto Cámara, ahí
están los grandes personajes decimonónicos de Aldeanueva.
Nos queda solo descubrir los vacíos del libro, pues la generación que un día lo continuará debe saber que fuimos conscientes de algunos. No hemos hecho un exhaustivo análisis socio-económico partiendo de la demografía y la producción, pero hay datos
suficientes, los quinque libri y los diezmos, los libros de tazmías. A estas alturas nos parece muy mecánico entrar en esas prácticas que un día fueron iniciáticas y que hoy miramos con horror: cómo pudimos emplear tantas horas en contar muertos y fanegas. Hay,
sin embargo, una larga exposición sobre la vid y el vino en Aldeanueva, pues queremos
que esta historia sea historia aplicada y sirva de apoyo a una de las actividades que hoy
permite crear riqueza –y mantener toda una cultura- a los vecinos: la vitivinicultura. Además, en muchos momentos fue el distintivo con las aldeas cerealeras castellanas. No en
vano se dice “quien tiene viñas, tiene dinero”. Las decenas de bodegas familiares que proliferaron a partir del siglo XVIII fueron más aún a partir de 1860, cuando toda La Rioja se convirtió en una inmensa viña a causa de la destrucción del viñedo francés por la filoxera;
después de la gran prosperidad que produjo la venta de vino a los negociantes franceses,
los aldeanos se arruinaron, pues aquí también llegó a partir de 1902 Philoxera Vastatrix, que
seguía devorando viñas en 1910 y enviando a la miseria –y a la emigración- a decenas de
familias, un fenómeno bien estudiado por Mercedes Lázaro y Pedro Gurrea en el excelente
libro Tener un tío en América
http://www.vallenajerilla.com/emigracionriojana.htm
Los años veinte volvieron a ver el resurgir del viñedo y tras la guerra civil –y el consiguiente descepe de muchos campos para producir trigo a causa del hambre-, de nuevo volvió la ilusión del vino, esta vez ligado a la Cooperativa, que facilitó de nuevo la expansión
de la vid: luego, se volvió a la bodega familiar, gracias a la capacidad de emprender de los
aldeanos, aunque hoy las más de treinta bodegas que hay censadas en la localidad poco
tengan que ver con aquellas de tinos y lagos, de vinificación por maceración carbónica, y
sean por el contrario modernas instalaciones industriales donde se cría el vino hasta llevarlo
a esa madurez de los crianzas y reservas que hacen a Aldeanueva un pueblo conocido en
el mundo. Miguel Ángel del Prado conoce bien este proceso y lo ha narrado sintéticamente
con elegancia.
La historia total que pretendemos nos lleva naturalmente a interesarnos por las manifestaciones artísticas de la villa, como hemos hecho siempre. Por eso hay un capítulo dedicado
a Miguel Ángel, el gran artista de Aldeanueva cuya temprana muerte nos privó de ver su
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genio en la madurez creativa que prometían sus
obras y que no llegó por
causa de una muerte cruelmente adelantada. Nadie
mejor para trazar una semblanza y adentrarse en el
conocimiento profundo
del artista que la que continúa con su taller, trabajando tras sus pasos, Mapi
Gutiérrez. Esperamos que
en esto también este libro
sea historia aplicada y sirva
para dar a conocer a este
artista ya inmortal y su
obra, repartida en muchos espacios públicos. También la autora desgrana lo más importante
del arte del pueblo, iglesia, ermita, edificios civiles.
Y por esa misma razón, la historia total, hay un capítulo dedicado a los maestros, a la enseñanza en el pueblo, labor abnegada que nos pone en contacto con aquellos primeros
maestros –y, ¡ay!, maestras- que llegaron al pueblo en medio de la pobreza y la desconsideración. Contamos para ello con dos grandes profesionales, Marie Hélène Buisine y Jacques Soubeyroux, que ya trabajaron en La Rioja para La historia de la ciudad de Logroño,
escribiendo textos espléndidos sobre la alfabetización en la Edad Moderna. Siempre han estado presentes desde entonces (1990), pues el libro de Marie Hélène sobre las instituciones
de enseñanza logroñesas en el XIX y el que en breve publicará el IER sobre los maestros
del regeneracionismo nos han acompañado siempre en nuestro trabajo cotidiano como
guías y modelos de investigación. En Autol desarrollamos más este capítulo; en Pradejón dedicamos una calle a la primera maestra; quizás en un futuro, Aldeanueva tenga aún más desarrollo, pues la documentación lo permite. Y la historia de la educación en La Rioja está en
mantillas, así que habrá que seguir en la brecha.
Al final del trabajo, el
libro es el producto y a la
vez el premio. En Cenicero,
Pradejón, Quel y Autol dijimos: al fin, tienen historia. En Aldeanueva, sin
embargo, debemos decir:
al fin, tienen más historia.
Porque aquí había mucho
hecho. Pero aun así, queda
mucho por hacer, pues
nosotros ni siquiera hemos
visto todo el archivo;
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hemos seleccionado documentos y épocas a sabiendas de que hacer una historia con todo
lo que hay es imposible. Ésta es otra de las razones que motivarán a las siguientes generaciones a completar aspectos de la historia, quizás una tesina –hoy se llaman Trabajo Fin
de Grado, o Fin de Máster-; quizás una gran tesis doctoral, ¿por qué no, de una vez, una
nueva historia de La Rioja sumando todo lo que ya tenemos? No depende de nosotros, sino
de lo que demande la sociedad. Según nuestro criterio, una sociedad democrática y socialmente cohesionada debería tener por fundamento la historia, ciencia social, pero no parece
que estos tiempos nos den la razón. Habrá que esperar. Nosotros hemos hecho esta historia desde el profundo convencimiento de que es una obligación moral, servicio público, y
así lo dejamos, a la espera del juicio de los lectores de hoy y de los que vengan detrás.
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