gran medida segregada. En el Village Theater del

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gran medida segregada. En el Village
Theater del paseo entablado, los negros de todas las edades, incluidos los
estudiantes, se sentaban en la galería
mientras los blancos se reunían en la
platea. Recuerdo haber visto a grupos
de miembros del Klan (KKK) cubiertos con sábanas teniendo reuniones
de vez en cuando en nuestros lugares
de campamento, a pocas cuadras del
distrito de negocios, donde mi padre
católico de origen italiano manejaba
una sastrería de su propiedad. Cuando
yo pasé a formar parte del campus exclusivamente blanco de la Universidad
de Alabama en 1949, no vi nada muy
diferente de lo que había observado
durante mi infancia en Nueva Jersey.
En junio de 1963, como reportero
de The New York Times, tuve una entrevista en Nueva York con el gobernador
de Alabama George C. Wallace, quien
había viajado hasta ahí para presentarse en Meet the Press, de la NBC. Él se
alojó en una gran suite en el hotel Pierre en la Quinta Avenida, donde tuvo
lugar nuestra conversación.
La entrevista había transcurrido bien
durante los primeros 10 minutos, pero
luego el gobernador Wallace se paró de
repente de su silla, me tomó por el brazo y me llevó hasta una de las ventanas
que daba al Central Park y la hilera de
edificios caros en la Quinta Avenida.
“Aquí tenemos la ciudadela de la
hipocresía en Estados Unidos”, dijo
mientras apuntaba hacia la calle y declaraba que difícilmente las personas
negras, incluso aquellas que tenían
los recursos económicos suficientes,
podían esperar compartir un espacio
habitacional con los blancos en esta
área, o en los alrededores, debido a las
viejas prácticas, aunque no reconocidas,
de segregación inmobiliaria en Nueva
York y otras ciudades nortinas.
Lo cité con todo detalle en el periódico del día siguiente, pero salí de
la entrevista sin mencionar al gobernador Wallace que yo mismo tenía
un departamento a unas cuadras del
hotel Pierre; y no tenía entonces, ni
tengo hasta ahora, un vecino afroamericano en mi edificio.
Asimismo, la historia de Selma se
resiste a dar vuelta la página. En 1990,
asistí al matrimonio interracial de una
mujer rubia de ojos azules, 38 años, lla-
mada Betty Ramsey con un hombre
negro de Selma, de 51 años, llamado
Randall Miller, quien era propietario
de una próspera funeraria que atendía
principalmente a negros. Igualmente él
se desempeñaba en ese entonces como
director de personal bajo el perdurable alcalde blanco de la ciudad Joseph
T. Smitherman, quien fue elegido en
1965 y cuyos modales simples y agradables convencieron a un sinnúmero
de votantes negros, lo cual contribuyó a
mantenerlo en el cargo por 35 años.
Randall y Betty Miller viven en una
casa de ladrillos de ocho habitaciones
y un patio espacioso que está rodeado de poco más de una hectárea y
media de césped que parece una cancha de golf. Él solía jugar golf regularmente, pero ya no lo hace debido
a la demanda que tiene su negocio
funerario, una de las pocas empresas
en una economía deprimida que continúa llena de vitalidad. Algo típico
de los individuos ricos sin importar si
son negros o blancos, él reconoce con
renuencia que es millonario.
Este empresario es también uno de
los hombres negros más socialmente activos en Selma. Mantiene muy buenas
relaciones con políticos locales como
George P. Evans, el alcalde negro que
reemplazó al edil de igual raza que a su
vez reemplazó a Joe Smitherman, quien
murió en 2005. Es amigo además de figuras de la clase dirigente blanca como
Joseph Knight, de 82 años, cuyo abuelo
fue alcalde de Selma durante la Guerra
Civil; el banquero y propietario de una
mansión Catesby Jones, cuyo bisabuelo
fue un distinguido oficial naval confederado; el abogado Leopold Blum Babin,
quien como judío lamenta que se vayan
tantos comerciantes judíos de Selma (la
sinagoga local no tiene desde hace tiempo un rabino a tiempo completo); y el
presidente del Centro para el Comercio
del Condado de Dallas y Selma, Wayne
Vardaman, cuyo deseo es que la localidad supiera cómo mejorar su imagen,
la que ahora parece eternamente atada
a los hechos de 1965.
“Memphis no conmemora el tiroteo” del reverendo Dr. Martin Luther
King Jr., precisó Vardaman, “pero Selma conmemora el Bloody Sunday”.
Es una frase común en un lugar donde las personas quieren avanzar, pero
a menudo no saben cómo. El actual
alguacil del condado de Dallas, Harris
Huffman, es un agradable oficial de
61 años, blanco y de cabello canoso.
A él le preocupa que tantos residentes,
tanto blancos como negros, continúen
pegados en el pasado. “Yo trato a la
gente en la forma que yo quiero que
me traten”, dijo. Pero agregó: “Hay
algunas personas en Selma que viven
en la década de 1960, y hay otras que
viven en la década de 1860”.
Incluso en 2015 puede ser difícil decir
en qué año estamos. El Selma Country
Club, donde vi cómo los miembros proferían expresiones despreciativas en la
televisión en 1965, aún no tiene socios
negros. La Selma High School, la que
tenía alrededor de un tercio de estudiantes blancos durante el aniversario
25, tiene ahora un alumnado totalmente negro. Hay un póster del filme Selma
puesto en el hall de entrada afuera de la
oficina del rector, pero el Walton Theater de la localidad está cerrado.
Como el filme presentaba varias vistas escénicas del puente Edmund Pettus, algunas en su cruento esplendor y
otras de una serena quietud digna de
un folleto turístico, la localidad ha sido
invadida últimamente por un sinnúmero de narcisistas con cámaras que pasan
mucho tiempo en el puente tomándose
selfies. La cantidad de ellos seguramente
va a aumentar abruptamente este fin
de semana cuando el Presidente Obama y miles de visitantes, tanto negros
como blancos, produzcan una gran
congestión en la carretera para volver
a experimentar la historia.
Sin embargo, lo que vemos en Selma, como en una mayoría de sitios en
Estados Unidos, es un proceso que todavía se está desarrollando penosamente. La personalidad más sobresaliente
en Selma es Rose Sanders, abogada
de Harvard, quien ha sido desde hace
tiempo el rostro del movimiento de los
derechos civiles de la ciudad.
Una gran cantidad de blancos en
Selma la acusó de destruir el sistema
de escuelas públicas e instar a que el
alumnado blanco escapara en masa
hacia las escuelas privadas debido a la
campaña de la década de 1990 que ella
encabezó, y que incluyó manifestaciones en la Selma High School y boicots
a empresas de blancos después de que
el consejo escolar mayoritariamente
blanco se negó a recontratar al primer
superintendente negro del distrito. El
resultado fue el debate y una severa
animosidad entre los padres de ambas
razas, y la sensación de malestar ha
continuado por décadas sin tregua.
“No pueden culparme por la fuga
blanca”, dijo Sanders. “Échenles la
culpa a los racistas”. Ella ha tratado
de librarse de su “nombre de esclava” en favor de Faya Rose Touré,
y sentada al piano destinó mucho
tiempo a ayudar a un grupo musical afroamericano joven a ensayar
para un concierto al que va a asistir
el Presidente Obama.
Es difícil observar Selma y no desear más. La población, que ascendía
a 28.400 habitantes con 50 por ciento
aproximadamente de negros en 1960,
ahora llega a menos de 20 mil con 80
por ciento de negros. El índice de desempleo supera el 10 por ciento, casi el
doble del promedio del estado. El telón de fondo para la conmemoración
este año, con el desmantelamiento de
la Ley de Derechos Electorales después de un fallo de la Corte Suprema
de Estados Unidos, de 2013, en cierta
forma no podría ser más sombrío.
Y aun así, la vida en el lugar avanza y retrocede a su modo. Los Miller
recuerdan con asombro el mundo
incluso hace 25 años, cuando Betty
sentía que ni las mujeres blancas ni
negras la aceptarían y Randall se encontró pensando en Emmett Till, “a
quien golpearon y lanzaron al río Tallahatchie porque tenía una mirada
temeraria”. Sin embargo, ellos han
prosperado de alguna manera.
Después de nuestra conversación, recorrimos el patio y los terrenos en torno a su propiedad. Había un fotógrafo
cerca y sacó una serie de fotografías que
espero tener listas para dárselas como
regalo para sus bodas de plata.
En algunas fotos, Randall tenía
sus brazos alrededor de Betty y la
besaba suavemente. Por un momento, él se detuvo a pensar.
“Usted bien lo sabe”, dijo, “si yo
hubiera estado haciendo esto a una
mujer blanca aquí hace 50 años, me
podrían haber linchado”.
© THE NEW YORK TIMES
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