El espacio jesuitico de Baltasar Gracian

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Институт международных исследований МГИМО–Университет
Prost G.
(HEC, Francia)
El espacio jesuítico de Baltasar Gracián
Fue en París, en Montmartre, donde Ignacio de Loyola, aunque naciera en el País
Vasco español, pronunció en 1534 con siete compañeros el voto solemne que se considera como el acto de creación de la Compañía de Jesús. Los Ejercicios Espirituales,
redactados anteriormente, formarían sus principios fundadores.
¿De qué se trata? De ejercicios diseñados para realizarse en un retiro por un periodo
de unos 30 días bajo la vigilancia de un director espiritual. El libro se divide en cuatro
semanas durante las cuales el ejercitante se dedica a la meditación, la primera semana
sobre el pecado, y luego las tres siguientes sobre los episodios de la vida de Cristo:
desde la Natividad hasta el domingo de Ramos, la Pasión y por fin la Resurrección
y la Ascensión. Oraciones, ejercicios mentales y reglas de vida completan el manual.
Los Ejercicios han sido escritos con la intención de fomentar la experiencia personal
de la fe como lo define el mismo Ignacio:
“Porque así como el pasear, caminar y correr, son ejercicios corporales, por la misma manera se llama Ejercicios espirituales a todo modo de preparar y disponer
el ánima a quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y, después de quitadas,
para buscar y hallar la voluntad de Dios en la disposición de su vida, para la salud
del alma.”1
Cabe señalar que la aparición y desarrollo de la Compañía de Jesús fue un hecho
histórico poco común en el proceso social. Fundada por el excapitán Loyola y a diferencia de otras órdenes religiosas, era organizada conforme a una estructura militar. Era
un ejército disciplinado, rígido, ordenado, lo que obedecía a una razón fundamental:
la necesidad de enfrentar una fuerza monolítica contra la Reforma protestante que
amenazaba el mundo católico. Se requería entonces la entrega total de cada uno de
sus miembros olvidando su propia personalidad y plegándose a los objetivos dictados
por la Iglesia.
De hecho, la obra de Loyola hace numerosas referencias a la creencia que el propósito más alto del hombre es glorificar y someterse a Dios y no a sí mismo. Sin embargo,
si esta renuncia de la voluntad suele ser el punto de partida de todas las experiencias
místicas, el camino ignaciano, en cambio, no supone una espera pasiva de los favores
divinos sino un vehemente deseo de actuar según la voluntad divina. Esta diferencia
de actitud tiene que ver con una nueva interpretación de la concepción determinista:
1
Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, Anotación 1.
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Axiomas y paradojas de la mundivisión iberoamericana
para Loyola y los jesuitas, el hombre no es un sujeto esclavizado al destino divino,
sino que existe un margen de propia libertad que le permite buscar, con sus propios
medios, su identificación con Dios.
Un siglo después, el jesuita Baltasar Gracián describió con mucha precisión esta
doctrina al publicar la ficción moral de El Criticón que no se aleja del ignaciano “negocio de la salvación”. Las tres partes de la novela, publicadas a lo largo de siete años
en Zaragoza (1651), Huesca (1653) y Madrid (1657), narran de un modo alegórico
el periplo de la vida humana efectuado por dos protagonistas, concebidos como dos
peregrinos como lo precisa el autor en el prefacio “A quien leyere” de la 1ª parte:
“Esta filosofía cortesana, el curso de tu vida en un discurso, te presento hoy, letor
juicioso, no malicioso…”1
Gracián divide cada parte en capítulos llamados “crisis”, término de origen griego
que en El Criticón significa “juicio”, siendo la novela un conjunto de juicios. También
son muy significativos los nombres de ambos viajeros: Andrenio personifica al hombre
individual e ingenuo en su tosco estado natural, con sus capacidades y sus limitaciones. Su acompañante Critilo — hombre de gran discernimiento y juicio — conduce a
Andrenio por el mundo como guía inteligente y agudo. En cuanto Andrenio aprenda
a hacer uso de su ingenio, comenzará a perfeccionar su propia naturaleza. El tema del
“hombre” y de sus relaciones con el mundo de la naturaleza constituye el argumento
central de El Criticón. Así, las tres fases del proceso de madurez de Andrenio, tres
etapas necesarias en el viaje alegórico, práctico y filosófico de su vida, se articulan
según el modelo de la naturaleza en tres estaciones como lo indican los títulos de las
tres partes: En la primavera de la niñez y en el estío de la juventud; Juiciosa cortesana
filosofía en el otoño de la varonil edad; En el invierno de la vejez.
Dada la enorme complejidad de la obra, solo analizaremos algunos temas o conceptos que se relacionan con la doctrina jesuítica. En efecto, no hay ningún rasgo del
pensamiento ignaciano, de su espiritualidad y de la teología moral de los jesuitas que
no haya dejado huellas en Gracián. El optimismo de Loyola, su fe en la pedagogía y
en el perfeccionamiento humano están totalmente presentes en su obra. Oponiéndose
a la temible predestinación jansenista, según la cual todo estaría programado de antemano, Gracián nos habla de libertad. El ser humano, según él, tiene una esencia o
naturaleza, pero el hecho de carecer de determinación le deja un margen de maniobra,
de indeterminación, que no borra su naturaleza sino que le permite modelarse libre
y voluntariamente: puede cambiar, cambiarse, transformarse, construirse. El objetivo
es dominar o vencer los malos instintos mientras se cultiven o perfeccionen los buenos. “Para ser dueño de sí mismo es preciso andar con cien ojos”, indica, definiendo
1
Baltazar Gracián, Obras Completas, El Criticón, Aguilar, Madrid, 1967, p. 521a.
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así el primer medio de perfeccionamiento del hombre. La primera regla del jesuita
consiste en conocerse a sí mismo mediante la introspección: medir de manera lúcida
sus fuerzas y debilidades, lo que supone un inventario de sus capacidades para hacer
más eficientes sus cualidades antes de actuar.
La concepción graciana de la naturaleza y del hombre habrá de ser considerada
desde la perspectiva ascendente y dinámica del trabajo sobre sí mismo como respuesta
a las necesidades. El ingenio, potencia humana que surge de la naturaleza, desempeña
un papel primordial ya que instruye, favorece el discernimiento y la elección de la
conducta que se ha de adoptar: “mirada de lince sobre sí mismo y sobre el mundo”.
Es lo que subraya Emilio Hidalgo-Serna en su ensayo El pensamiento ingenioso en
Baltasar Gracián:
“Gracián nos indica que el ingenio es la facultad capaz de desvelar la verdad, ya sea
en la naturaleza como en el interior del propio hombre. Este ingenio es la causa
principal y la fuente esplendorosa que ilumina, discierne y descifra la verdad.”1
Gracián no odia la naturaleza. En la crisi III de la 1ª parte, señala cómo en “La
hermosa naturaleza” se presentan asimismo oposiciones y contradicciones. Igualmente
en el hombre se dan ambas cosas:
“No hay cosa que no tenga su contrario con quien pelee, ya con victoria, ya con
rendimiento: todo es hacer y padecer; si hay acción, hay repasión [reacción].”2
En estos mismos términos se refiere a la reacción entre la naturaleza y la moral. Este
arte del comportamiento personal — la moral — es necesario, pues todo hombre tiene
por naturaleza su rival y aun la propia naturaleza humana es adversaria de sí misma.
Según esta concepción graciana del mundo, ni la naturaleza ni el arte han alcanzado
su colmo de perfección. Tanto la vida del hombre como su ingenio adquieren su más
profundo sentido a partir de lo inacabado e incompleto:
“¡Bueno estuviera el mundo, si ya los ingenios hubieran agotado la industria, la
invención y la sabiduría!”3
Cada día va perfeccionándose más el hombre y con él el mundo que lo rodea. Este
optimismo del autor de El Criticón respecto al futuro del ser humano contradice categóricamente la opinión de quienes calificaron su filosofía moral de pesimista. Dado
que la moral graciana deriva del conocimiento ingenioso del hombre, El Criticón no
representa un grito de desesperación y de pesimismo, sino un reconocimiento de la
confianza en las posibilidades de la naturaleza del hombre que tenía su autor.
Emilio Hidalgo-Serna, El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, Anthropos Editorial, 1993, p. 102.
2
Baltazar Gracián, Ibid., El Criticón, Parte I, Cr. III, p. 538ab.
3
Ibid., Parte III, Cr. V, p. 898b.
1
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Axiomas y paradojas de la mundivisión iberoamericana
Para explicar cómo el hombre accede al conocimiento hemos de recurrir a los conceptos de mundo “cifrado” y “descifrado”. Gracián se acoge a la metáfora del mundo como
libro y lo concibe como un libro cerrado y en clave. ¿Cómo es posible leer y descifrar en
él lo que está escrito en cifra? En la crisi IV de la 3ª parte, “El mundo descifrado”, el Descifrador que acompaña a Andrenio y Critilo se dirige a ellos con las siguientes palabras:
“[…] advertid que va grande diferencia del ver al mirar, que quien no entiende
no atiende: poco importa ver mucho con los ojos, si con el entendimiento nada,
ni vale el ver sin el notar. Discurrió bien quien dijo que el mejor libro del mundo
era el mismo mundo, cerrado cuando más abierto”.1
Por consiguiente, una parte de la verdad del mundo permanece oculta al hombre.
En lo más íntimo de la naturaleza todo aparece cifrado y ella misma resulta ininteligible
para el ser humano. Además, el hombre ha de advertir que también él se halla cifrado:
“Fáciles son de entender esos brillantes caracteres, por más que algunos los llamen
dificultosos enigmas. La dificultad la hallo yo en leer y entender lo que está de las
tejas abajo, porque como todo ande en cifra y los humanos corazones estén tan
sellados y inescrutables, asegúroos que el mejor letor se pierde”.2
Así, el hombre se dispone a ordenar ingeniosamente la realidad descifrándola para
conocerla y este trabajo de búsqueda de la verdad es lento y difícil. La dificultad estriba
en la naturaleza del propio hombre porque el universo no engaña, pero sí lo hace el
ser humano:
“De modo que es menester ser muy buen letor para no leerlo todo al revés…”3
El Gracián de los tratados presentaba un mundo cambiante, pero no como en El
Criticón, un “mundo al revés” en el que, sistemáticamente, “la Virtud y la Maldad
andan trocadas”. La general malicia del mundo de la que parte la obra es la que dicta
aquella actitud del entendimiento y la solución propuesta se desarrolla en dos etapas:
primero, es necesario adquirir la condición de un hombre recto en un mundo torcido.
Es lo que Critilo pretende hacer con Andrenio. Pero esto lleva aparejada una segunda
e inevitable modificación intelectual: las personas así transformadas al derecho en un
contexto que no lo ha sido deberán entender al revés las apariencias de este mundo, si
es que desean mantenerse a salvo de sus engaños y tentaciones. Gracián sugiere repetidas veces en su novela que Dios dejó al mundo “concertado” y que fue la maldad del
hombre que “lo trastornó de alto a bajo como hoy lo vemos”. Sobre este presupuesto
teológico, diseña su estrategia moral de desengaño, donde el expediente formal de
un “mirar al revés” — es decir priorizando el ser y no el parecer — permite llegar a la
1
2
3
Ibid., Parte III, Cr. IV, p. 879a.
Ibid., Parte III, Cr. IV, p. 879b.
Ibid., Parte III, Cr. IV, p. 881a.
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Verdad. Es esta estrategia que explicitan diversos guías de la 3ª parte: el Descifrador,
el Adevino, el Zahorí.
Mediante figuras alegóricas y simbólicas, el autor describe el largo camino de Andrenio y Critilo quienes, tras descubrir por azar que son hijo y padre, tienen el firme
propósito de encontrar a Felisinda, su respectiva madre y esposa. El autor acude a un
esquema mítico que representa el proceso de un héroe en busca de la felicidad, a través
de un viaje iniciático lleno de pruebas y dificultades. Ambos peregrinos se enfrentan
a veces a las potencias del mal, las que el hombre lleva en sí, sus “enemigos domésticos”, otras veces son guiados por seres fabulosos, dotados de luz, que les aconsejan
juiciosamente. El hombre nunca está solo en el laberinto de la vida, abandonado en
las tinieblas. No hay en El Criticón ninguna fatalidad ligada al error: a la caída sucede
la salvación que concede a los peregrinos algún guía providencial. El fundamento de
esta doctrina jesuítica está claro: Dios otorga los medios de la salvación, los auxiliares
necesarios — los sentidos, la voluntad, la libertad — y manda avisos del cielo que
encaminan por el buen camino.
Estos avisos pueden ser de diferente índole según los obstáculos y las pruebas.
Por ejemplo, al principio de la novela, los peregrinos llegan “a aquella tan famosa
encrucijada donde se divide el camino y se diferencia el vivir: estación célebre por la
dificultad que hay, no tanto de parte del saber cuanto del querer, sobre qué senda y a
qué mano se ha de echar.”1
Todo sería muy sencillo si solo se tratara de elegir entre dos caminos posibles: el de la
derecha o del bien, muy cuesta arriba y dificultoso; fácil y lleno de falsos encantos el de
la izquierda o del mal. La dificultad entonces se halla en la presencia de tres sendas que
provocan la duda hasta encontrar una columna con este letrero: “Medio hay en las cosas;
tú no vayas por los extremos”.2 La continuación de la alegoría nos ayuda a comprender
que la elección acertada es la de la tercera vía, la senda del medio, como lo explica Critilo:
“Todos, al fin, verás que van por extremos, errando el camino de la vida de medio
en medio. Echemos nosotros por el más seguro, aunque no tan plausible, que es
el de una prudente y feliz medianía, no tan dificultoso como el de los extremos,
por contenerse siempre en un buen medio.”3
Por otra parte, también es interesante analizar la presentación formal de la obra:
se ha señalado y estudiado la repartición desigual de las crisis en las tres partes de
la novela: las dos primeras constan de 13 crisis; la tercera solo incluye doce. Según
Benito Pelegrín, el hecho de que el relato termine en la crisi duodécima, “La isla de la
1
2
3
Ibid., Parte I, Cr. V, p. 557b.
Ibid., Parte I, Cr. V, p. 558b.
Ibid., Parte I, Cr. V, p. 561a.
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Axiomas y paradojas de la mundivisión iberoamericana
inmortalidad”, parece obedecer al designio de separación funcional entre lo profano
y lo religioso que el autor mantiene en toda su obra. Los peregrinos no llegan al “cielo
religioso”, sino al recinto inmortal de los hombres insignes que han conseguido la
Fama por su heroísmo, su sabiduría o su virtud. En este sentido, la isla graciana de la
inmortalidad vendría a ser una suerte de “antecámara del cielo”.1
El Criticón no es una obra de teología. Sin embargo, podemos considerarla desde una
óptica puramente jesuítica para vislumbrar en ella lo que Gracián valoraba sobre manera:
el triunfo del libre albedrío, de la voluntad, del anhelo de perfeccionamiento ilustrado
a lo largo de un itinerario que termina tras haber vencido todas las trampas de la vida.
Armados de Saber y de Valor, coronados por la Virtud, los dos peregrinos llegan a Roma,
“entrada católica del cielo”, ciudad que les ofrece en la crisi IX de la 3ª parte, “Felisinda
descubierta”, la clave de la novela con la revelación que el Cortesano les proporciona:
“En vano, ¡oh peregrinos del mundo, pasajeros de la vida!, os cansáis en buscar
desde la cuna a la tumba esta vuestra imaginada Felisinda, que el uno llama esposa,
el otro madre; ya murió para el mundo y vive para el cielo. Hallarla heis allá, si la
supiéredes merecer en la tierra.”2
El hombre, lo mismo que la naturaleza, se desarrolla y muere, pero puede en cierto
modo permanecer. La certeza de este seguir existiendo del hombre en la historia —
que Gracián denomina “inmortalidad” — radica en el trabajo como lo indica el paso
de los peregrinos por el templo del Trabajo antes de llegar a la isla de la inmortalidad”
donde reciben el último aviso:
“Advierte que está en tu mano el vivir eternamente. Procura tú ser famoso, obrando hazañosamente, trabaja por ser insigne, ya en las armas, ya en las letras, en
el gobierno; y lo que es sobre todo, sé eminente en la virtud, sé heroico y serás
eterno, vive a la fama y serás inmortal.”3
Se acabó el viaje. Todo transcurre en este mundo. Pero uno puede seguir soñando,
querer ir más allá o volar más alto…
Literatura
Baltazar Gracián, Obras Completas, El Criticón, Aguilar, Madrid, 1967.
Benito Pelegrín, Ethique et esthétique du baroque, Actes Sud, 1985.
Emilio Hidalgo-Serna, El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, Anthropos
Editorial, 1993.
4. Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, Anotación 1.
1.
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3.
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2
3
Benito Pelegrín, Ethique et esthétique du baroque, Actes Sud, 1985.
Ibid. Parte III, Cr. IX, p. 962ab.
Ibid., Parte III, Cr. XII, p. 1.000a.
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