Nicolás Rueda, ganador I Concurso Cuento "Mi barrio"

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Nicolás Rueda, ganador I Concurso Cuento "Mi barrio"
Nicolás Felipe Rueda, resultó ganador del segundo puesto del I Concurso de Cuento Corto "Mi
Barrio", convocado por Barriosdegota.com, librosyletras.com y Periodismosinafan.com.
Cuento: Villa Mayor Antigua
Esta tarde cuando pasamos con mi papá por el lugar en el que hace tiempo estaba ese potrero,
me di cuenta de que no ha pasado mucho desde que toda la zona estaba sin construir. Era
extraño que en todos estos años no me percatara del asunto de la construcción, pero es que
siempre me quedaba poco tiempo entre tanto juego y estudio como para ver lo que sucedía
con unos ladrillos y unas mallas verdes. Pienso que es mejor tomar distancia y esperar a que
las cosas tomen forma, que no vaya uno, por curioso, y haga enfadar a los maestros obreros y
estos se lleven sus remodelaciones a otro lugar. Aunque mi hermano no me ha hablado de
potreros en otros barrios, debe haber uno que otro sitio libre que nos pueda dañar la felicidad
de un centro comercial. Y es que Camilo me dijo que no deberíamos permitir que se llevaran la
construcción a ningún otro lugar porque si no su abuela, la que está en silla de ruedas, le haría
caminar kilómetros y kilómetros para encontrar una zona llena de gente arrugadísima igual que
ella, y aunque no sé muy bien qué tan lejos llega un kilómetro, según Camilo, no tendríamos
ninguna posibilidad de perfeccionar el arte de la bicicleta.
Desde que vivo en este barrio no hay nada que me sorprenda más que no saber a ciencia
cierta cuántos años tiene el lugar, la vez que le pregunte a mi mamá que qué tan viejo era este
barrio, ella me dijo que estaba aquí antes de que llegara, pero que antes había más potreros.
La vez que le pregunte a Camilo me dijo que si caminábamos hasta los muros del fondo
podríamos descubrir las cuevas de los que antes vivían en el barrio, y que había leído en un
libro de su papa, que en las pinturas rupestres estaban las historias de todas las cosas, y si
descubríamos el origen del barrio, de seguro Omar y René nos darían un buen lugar en la
Rueda, yo quería hacerme junto a Paula para poder sujetarla por si se caía de nuevo. Así que
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decidimos que haríamos el viaje hasta los muros.
Como yo no podía salir sino hasta después de que ayudara a hacer el oficio a mi mamá, a
Camilo le tocó esperarme hasta las 3:30, cuando acabe de secar los platos. Él llevaba algunas
cosas en un canguro y en un bolsillo de su pesquero. Su papa siempre le había comprado ese
tipo de cosas que usan los aventureros de Discovery, y es que así y todo si parecía un
aventurero profesional. Rayó las instrucciones en el suelo con una tiza que le había dado
Felipe a cambio de dos polillas pequeñas y tres piquis; y me dijo que era mejor que consiguiese
un palo de esos de caminar. Le pregunte que por qué, y me dijo que posiblemente habría osos
de anteojos que nos verían a lo lejos, y que si no llevábamos palos nos atacarían, como en los
videos de internet. Sentí un temor horrible y pensé que era mejor no saber de dónde venía el
barrio y dejarlo todo así, pero Camilo me tranquilizó contándome la historia de cómo había
acabado con dos osos de anteojos usando solo un palo, y es que Camilo era un aventurero de
los grandes.
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La verdad es que tenía miedo, no por el viaje hasta los muros, sino porque nunca me había
planteado la idea de tener que pelear contra un oso, y menos de anteojos. Un oso que usara
lentes tendría que estar enterado de algo que yo no. Mientras más caminábamos más crecía la
sensación de inseguridad, pero Camilo se detenía a cada instante a revisar el equipo y eso era
algo que me tranquilizaba. Una vez que pasamos la cancha de fútbol del Parque Grande solo
quedaba atravesar el abundante pasto y llegaríamos al muro. Gracias a Dios ninguna novedad
peluda. De repente, como un relámpago en la noche, saltó ante nosotros un perro negro
mostrándonos enterititos todos los dientes, y juro que nos hubiera merendado de un solo
mordisco si no es porque Camilo le entrega rápidamente un mojicón a manera de ofrenda.
Después me explicó que era un ritual normal, que se lo había visto hacer una vez al señor
Jones. Al mismo tiempo me lanzó una mirada de seguridad y pudimos seguir hacia los muros.
Todavía no sé muy bien lo que había detrás de aquellos muros pero la clave del nombre del
barrio estaba ahí.
Aunque solo veíamos colores llamativos en figuras abombadas y confusas que no se
parecían en nada a las figuras rupestres del libro del papá de Camilo, él me explicó que en
América los antiguos tenían más colores porque estaban en el trópico, que cambiaban las
pinturas por oro y esmeraldas, igual que las láminas del mundial, y que por eso el rosado y el
verde fluorescente eran comunes en nuestras pinturas rupestres. De pronto en un rojo intenso,
encontramos lo que buscábamos, el arte rupestre de nuestros antepasados: una serie de
figuras humanas amenazantes que se colocaban sobre lo que parecía eran otros nombres más
pequeños, otras villas que estaban debajo de ella, bordadas en color blanco se leían las letras:
Villa Mayor Street.
Yo en verdad no entendía muy bien la última palabra pero no quería preguntar por no
parecer un desentendido, sin embargo Camilo pareció leer mi cara de desconcierto. Es sencillo
me dijo, es un lenguaje olvidado, pero mi papá me enseñó un método y estoy seguro de lo que
dice, es por asociación, lo primero que puedes ver es que hay una villa que se impone a todas,
claramente es la de nosotros, somos la mayor de las villas, parece que esa parte no ha
cambiado nadita, estos olvidados muros están acá desde el principio de los días, sencillo, lo
hacemos por asociación, como dijo mi padre, nuestro nombre es: Villa Mayor Antigua.
Fotos: Tatiana Melo.
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