3.La confesión y el perdón

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Plática 3 para Señores
La confesión y el perdón
Para la primera parte de ésta plática, vamos a usar el folleto sobre la Confesión de “Conozcamos Nuestra Fe Católica”. Lo escrito aquí es sólo un complemento. Para la segunda parte de la plática,
vamos a usar el folleto “Del Resentimiento al Perdón”. Estos dos temas deben de darse el mismo
día. Se les regalan los 2 folletos.
Objetivos
 Hacer conciencia de que Dios me ama muchísimo y que me perdona siempre que me
confiese arrepentido.
 Hacer una buena confesión.
 Perdonar con la ayuda de Dios, el daño que otros me hayan hecho.
No hay pecado, por mas grande que sea, que no pueda ser perdonado si nos acercamos a Dios con
un corazón arrepentido y humillado, pues ningún mal es más poderoso que la infinita misericordia de
Dios.
La confesión es un encuentro personal con Dios, es un encuentro de amistad, en donde Él nos dice
lo mucho que nos ama y por ello quiere perdonarnos y vernos felices, y nosotros le decimos lo que
nos pesa haberlo ofendido y el deseo que tenemos de no ofenderlo más.
A través del sacramento de la confesión, Jesús nos manifiesta su amor y su misericordia. Dios, a
través del Sacerdote nos perdona nuestras faltas y nos llena de su amor, nos libera de la angustia y
el rencor que estábamos cargando. Cristo como es el que mejor nos conoce, sabe que todos
tenemos necesidad de hablar de lo que hay en nuestro corazón, sobre todo si es algo que estuvo
mal y lastimó a alguien, sabe que necesitamos desahogarnos. Al confesarnos, como que dejamos
nuestras preocupaciones y frustraciones en manos de Dios y salimos con el corazón ligero, lleno de
gozo y del amor de Dios, lleno de fortaleza que nos ayuda a no volver a pecar.
Cristo, en la persona del sacerdote, escucha con gran amor las dolencias que venimos cargando,
escucha lo que aflige a nuestro corazón, y lo sana para poder alcanzar la paz y la felicidad.
La confesión es la medicina espiritual que fortalece a la vez que sana. La seguridad de haber sido
perdonados, alivia en nosotros los sentimientos de culpabilidad que nos inquietan y angustian.
Cristo, conociendo la debilidad humana, sabía que muchas veces nos alejaríamos de Él por causa
del pecado. Por ello, nos dejó el sacramento de la confesión que nos permite la reconciliación con
Dios.
Él mismo lo instituyó después de la Resurrección, se les apareció los apóstoles y les dijo: “La paz sea con vosotros. Como el Padre me envío, también yo los envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedaran perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. (Jn. 20, 21-23) Cristo les otorga a los apóstoles y a
los sacerdotes que les seguirán, el poder de perdonar los pecados. Pero para que ellos puedan
hacerlo, es necesario que el pecador se los diga.
Para hacer una buena confesión, nos ayudará seguir 5 pasos:
1. Examen de conciencia.
Es el esfuerzo sincero por recordar todos los pecados cometidos después de mi última confesión.
Debemos de empezar con una oración pidiendo al Espíritu Santo que nos ilumine para reconocer
nuestros pecados, confesarlos con claridad y arrepentirnos de corazón.
Espíritu Santo, ilumíname para que sepa ver con claridad mis pecados y reconocer que con ellos no
sólo he ofendido a otras personas, si no a Dios mismo que tanto me ama. Ayúdame a tener un
verdadero dolor de corazón
por haberle fallado a Dios, que es mi Padre amoroso y dame fuerza para que sinceramente trate de
no volver a pecar. Amén.
Podemos reflexionar sobre los mandamientos, por ejemplo:
 El Primero: Si por supuesto que amo a Dios sobre todas las cosas, pero ¿qué pasa con mi
pereza para rezar, con mi falta de confianza en Dios, con mi falta de aceptación de la pena
que tengo?
 El Quinto: No he matado a nadie, no, pero ¿qué pasa con los pleitos en casa cuando
empiezo a gritar y dejo a todos enojados? ¿qué con el rencor que le guardo a mi suegra? ¿y
con la esperanza secreta que tengo de que mi cuñado reciba su merecido?
 El Sexto: No he cometido adulterio o fornicación, no, pero qué pasa con esa imaginación
que vuela ¿cuando veo pasar a mi vecina? ¿qué con ésos ojos que se me van en el escote
de Adela?
 El Octavo: ¡ah, sí! , dije una mentirita piadosa. ¿Y que de todo lo que conté de Juan?
Para examinarnos bien, debemos de repasar los mandamientos un poco más a fondo. Los 10
mandamientos son las 10 reglas para ser felices.
Un científico muy sabio inventó un carro muy especial, tan especial que no tiene ruedas, no camina
sobre el pavimento si no que flota a medio metro del suelo, no usa gasolina ni aceite, si no que se le
tiene que poner en el tanque agua destilada, no se prende con una lleve, tiene un botón que se
apriete tres veces para que encienda así, tiene muchas especialidades de las que hay que cuidar.
Entonces el científico decidió hacer una lista con las 10 instrucciones que hacen que el carro
funcione muy bien y no tenga problemas. El científico es el que mejor conoce el funcionamiento del
carro, pues él es el que lo inventó.
Así Dios escribió para nosotros 10 instrucciones o reglas para ser felices, Él es el que mejor nos
conoce, el que más sabe cómo vamos a funcionar mejor para poder ser muy felices, estas reglas o
instrucciones son los 10 mandamientos. Veamos por ejemplo una de las reglas, “No mentirás”. Cuando mentimos nos sentimos intranquilos, ya sea porque nos da miedo que nos cachen, ya sea
porque nos sentimos mal de haber engañado. El caso es que perdemos la paz del alma y eso no
nos deja ser felices.
Cuando faltamos a los 10 mandamientos, además de ofender o hacer daño a alguien, ofendemos a
Dios. Si Marisela ve a su hijo Juan hacerse una greca en el brazo con un clavo, aunque a Marisela
no le duela en su cuerpo lo que Juan está haciendo, si le duele en su alma ver que su hijo se está
haciendo daño. A Dios que es nuestro Padre y que nos ama inmensamente, también le duele
cuando ve que nos estamos haciendo daño.
2. La contrición
Es el dolor que sentimos por haber ofendido a Dios, por haberle fallado, es el arrepentimiento de
corazón sincero y profundo. Yo puedo no estar muy arrepentida de haber criticado a mi cuñada,
pues en realidad me cae muy mal y creo que se lo merecía, pero el dolor que siento no es nada mas
por haberla ofendido a ella, si no por haber ofendido a Dios, por haberlo decepcionado, por haberle
fallado.
3. El propósito de enmienda
Pongamos que ofendí a mi cuñada porque la critique, y queriendo recuperar su amistad, le digo
“Siento mucho lo que hice Armando, pero si me da la gana, volveré a criticarte”. No hace falta ser un experto en psicología para saber que Armando seguirá ofendida y con razón. Si de verdad siento
haberla ofendido, seguramente me voy a proponer no volverlo a hacer.
Igual sucede con las ofensas a Dios, el arrepentimiento no es verdadero si no va acompañado del
propósito de enmienda, que es el propósito de evitar el pecado en el futuro y por lo tanto evitar
ponerme en peligro de pecado. Por ejemplo, si yo busco a Jacinto, que ya sé que le encanta la
baraja, seguramente voy a acabar en la cantina otra vez. Ponerme en ocasión de pecado, puede ser
también ver películas obscenas que me traerán malos pensamientos, o beber que ya sé que me
pone violento.
Sin éste propósito de enmienda, no puede haber perdón de los pecados, pues no se puede perdonar
algo de lo que no se está arrepentido.
4. Decir los pecados al sacerdote
Jesús le dio el poder a los apóstoles (y a los sacerdotes) de perdonar los pecados diciéndoles: “A quienes les perdonen los pecados, les quedaran perdonados, y a quienes se los retengan les serán
retenidos” (Juan 20,23).
Estas palabras no tendrían sentido si el pecador no dice sus pecados, pues ¿cómo podrían los
apóstoles y los sacerdotes saber qué pecados perdonar y qué pecados no perdonar si no supieran
de qué pecados se trata? y ¿Cómo podrían saber estos pecados si no se los dijera el mismo
pecador?
Debemos decir nuestros pecados con sencillez y claridad, sin intención de ocultar o embellecer
alguno. Debemos decir nuestros pecados, los nuestros, no los de la nuera, la vecina etc. Al decir
nuestros pecados al Sacerdote, nos desahogamos, es como si nos liberáramos de un costal de
piedras que habíamos estado cargando. Jesús es el mejor psicólogo, Él sabe que tenemos
necesidad de hablar sobre lo que hay en nuestro corazón.
5. Cumplir la penitencia
La penitencia que el Sacerdote nos pide que hagamos, paga de alguna manera el daño hecho por la
ofensa a Dios. La penitencia varía según el Sacerdote y la gravedad de nuestro pecado. Algunos
ejemplos: rezar dos Avemarías, rezar por la persona que ofendimos, leer un pedacito del Evangelio y
reflexionarlo etc.
Dios nos abraza, nos dice que nos ama y nos perdona. Con este perdón, no sólo se borran nuestros
pecados, sino que Dios nos regala su GRACIA. Al perdonarnos, nos fortalece para no volver a pecar
“tan fácilmente”. Pero cuando nos sentimos perdonados con tanto amor, nuestro corazón se llena de amor. Y ese amor, que no es nuestro, sino de Dios mismo, nos transforma, nos limpia y nos
salva.
Pero no es como cuando nosotros trapeamos la entrada de la casa y sabemos que al rato se vuelve
a ensuciar, al ser perdonados por Dios, nuestro corazón también se dispone al perdón. Y aunque no
nos demos cuenta, nos hace crecer en el amor a los demás, a preocuparnos por ellos, a comprender
y saber perdonar. El nos ayuda para poder cumplir lo que nos pidió en el Padre Nuestro “Perdona nuestros pecados así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, y en el evangelio, en
donde nos pide que perdonemos hasta 70 veces 7, o sea todas las veces que sea necesario.
Dios transforma nuestro corazón a través de la confesión y nos hace inmensamente más felices, nos
regala un pedacito de cielo en el presente. Y así, con paz en el alma, podremos acercarnos a la
Comunión con más frecuencia.
Ahora hablaremos del perdón al prójimo, pues Cristo nos pide que perdonemos cuando nos ofenden.
Ésta parte de la plática, se hace con el folleto “Del Resentimiento al Perdón”
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