20 de Mayo dle 1 - Hemeroteca Digital

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2 0 de Mayo dle 1
(In aáo: España, • ptas.—Painag de la unión postal, un año ttt ptas.- Las suscriciones empiezan el 1.* de Noviembre.
Núnaroa sueltos: España, •<• cents, loa de i págs. y • • los de 16.—Anuncios á * • oénts. linea corta.Al año se publican 10 núnris. de S pigs. J It da IS.
D.
C . Í R L O S (T. V l D l E L L A .
m
LA ILUSTRACIÓN.
SXT3kCJ¡kR.IO:
TEXTO:
El estilo ee el hombre, por Z). José N'akens.—Fibula del Quijote, III
(continuación), por D. Amenodoro
Urdaneta.—Variedades.—Nuestros grabados.—Contrastes, poesía por D Eduardo Diaz Lecuna.—
Lecho nupcial, poesía por Z>. Aureliano J. Pereira.—La hermana
de la Caridad, novela original por D. Manuil Ibo Ai/aro.—Problema
de ajedrez.—Anuncios.
•
GRABADOS:
D. Carlos G. Vidiella.—La desheredada.—Croquis militares por D. J. Cusachs.
EL ESTILO ES EL HOMBRE.
«Y á la luz de la luna misteriosa
vagar por la enramada,
aspirando el aroma de tu aliento,
mientras el dulce y apacible viento
acaricia tu crencha perfumada.
Y al despuntar la aurora
que las sombras ahuyenta
la celeste bóveda colora,
e amor el alma y de placer sedienta,
beber en tus mejillas
las gotas de rocío
que ruedan de tu aurífero cabello,
y pintarte el afán del pecho mío,
en tanto que las tiernas avecillas,
del astro rey al fúlgido destello,
alegran con su canto las orillas
del sonoroso río...»
I
Estos artificiosos versos causaron la desgracia de Clotilde,
hermosa joven de quince años, que tuvo la imprevisión de
leerlos una poética mañana del mes de las flores, al pié de
un árbol cuyas ramas caían sobre un claro arroyuelo jue
murmuraba dulcemente.
Desde aquel día soñó con una existencia tranquila y pastoril, y enamoróse del poeta, á quien no conocía, pero cuya
alma candida y pura adivinaba en aquellos versos tan sencillos como llenos de sentimiento y pasión.
Siendo hermosa y además rica, veíase solicitada por multitud de jóvenes, cuyas pretensiones desoía, fiio siempre el
pensamiento en el ausente desconocido. ¡Qué aiferencia entre él y los que aspiraban á su mano! En tanto que ellos se
afanalian por la vida material, y veían en la mujer su compañera y la madre de sus probables hijos, él, despreciando
mezquindades de la realidad, veía en la mujer la eterna
amante, y pedía á la naturaleza recursos para embellecer sus
horas.
La casualidad hizo que al medio año conociera al autor de
la poesía, y su contento rayó en delirio al verse desde luego
obsequiada por él y preferida á las jóvenes que la acompañaban, contento que traspasó los límites de la locura, al recibir
la declaración amorosa que le hizo el ideal de sus sueños. Al
poco tiempo, y vencida la resistencia de su familia, Clotilde
unióse en lazo eterno con el poeta.
Los días siguientes á la boda se deslizaron en la mayor
alegría, esmerándose él en complacer á su esposa, y ella en
adivinar los deseos de su esposo para anticiparse á cum,pl¡rlos.
Una noche,—apenas habrían trascurrido dos meses desde
su casamiento,—Clotilde, buscando en su imaginación de
mujer enamorada recursos para halagar á su esposo, recordó
la primer estrofa de los versos que tanto admiraba, y le propuso vagar por la enramada á la luz de la luna misteriosa, que
en aquel instante eclipsaba con su brillo el de las estrellas
que tachonaban la bóveda azul. El poeta, entre irónico y
burlón, contestóle que tales paseos eran más propios de n i ñas cursis y cadetes de segundo año, que de personas formales y serias; que la luz de la luna era poco higiénica, y que
además, él se encontraba entonces haciendo la digestión y
no quería molestarse por acceder á deseo tan ridículo y pueril. Clotilde lo escuchó espantada, no le replicó, y lloró amargamente en cuanto se vio sola. Rrn su primera decepción.
Como la persona que ama disculpa siempre á la persona
amada, Clotilde atribuyó la respuesta de su esposo á un acceso de muí humor, le perdonó de todas veras, y otra noche
viéndole alegre y satisfecho, le propuso una excursión por la
orilla del rio. en cuanlo despuntase la aurora del siguiente
día, para ver las flores cubiertas de rocío, presenciar la salida del astro re//, y escuchar los dulces cánticos de las tiernas aeecillas.
Con ínarcado acento de disgusto, lo preguntó el poeta que
de dónde sacaba ideas tan extravagantes, añadiendo «que las
orillas del río eran buenas para los patos, los pescadores de
caña y las lavanderas; que dejaba íntegro á los serenos y á
los pastores el derecho de ver despuntar la aurora, espectáculo jamás presenciado por él, que había preferido siempre
estar á esa hora roncando como un bienaventurado; que el
rocío deslustra las botas y constipa; que el sol, al salir, no
calienta en invierno y sofoca en verano; que los avecillas
son más tiernas en la cazuela que cantando, y, en fin, que la
mujer ha nacido para cuidar de la casa y la ropa, y no para
corretear por el campo.»
Esto dijo el autor ae aquellos versos que tanto entusiasmaron á Clotilde, y quela hicieron enamorarse locamente de él,
despreciando á zafios y vulgares adoradores: versos que tantas veces recitó en sus sueños de joven enamorada, por
creerlos nacidos del fondo de un alma elevada y poética.
Desde entonces, en lugar de recitarlos, se pregunta melancólicamente á cada instante:
«¿Pero por qué dirán que el estilo es el hombre?»
JOSÉ NAKENS.
FÁBULA DEL QUIJOTE.
(CONTINUACIÓN).
Era constante que los caballeros se creyeran exentos de
las leyes y que podían cubrir con su protección á los malvados, y hé aquí esta creencia reflejada en la libertad de los galeotes (p. 1.' c. XXII) que ridiculiza á los autores de aqueílos
libros en que estas hazañas se contaban, máxime en lo real de
la sociedad, donde es de mayor uso este hecho inmoral; donde
el poderoso creía, cree y creerá ser inviolable y que le son
permitidos aún los más grandes desafueros, con tal que los
cubra con el escudo del poder, de la nobleza ó del dinero
¿Qué resolvió á don Quijote á acometer la aventura de soltar
los encadenados? En primer lugar la imitación de los caballeros, de quienes era remedo fiel; y en segundo, el parecerle
que no debía dejar pasar la oportunidad de ejercer su oficio
en pro de los oprimidos, pues como Sancho le dijese: «No
digo eso, sino que es gente que por sus delitos va condenada
á servir al rey en galeras de por fuerza,» el contestó: «Pues
de esa manera, aquí encaja la ejecución de mi oficio, deshacer fuerzas y socorrer y acudir á los miserables.» —En el primer punto imitó á Amadis, cuando dio libertad á los caballeros y doncellas que llevaba presos el gigante Jamongodaman
para sacrificarlos á su ídolo; ó recordó Cercantes alguna
idéntica escena pasada cerca de Seoilla durante el tiempo
que allí estuoo, según sospecha Fernandez Guerra.
Nada más risible que esas cualidades extraordinarias que
suceden en apoyo de alguna aventura guardada para el caballero del libro y debe suceder como traída á posta. De aquí
esas barcas que lo esperaban y conducían con Duen tiempo y
mejor fortuna á la torre donde un gigante debía ser vencido,
una doncella rescatada y una dueña regocijada al presentarse el andante. Así pasó á D. Galaor cuando lo llevó una barca desconocida & la ínsula Gravisanda; así pasó á Amadis
cuando se embarcó con üarolieta en una barca casual, y fué
á acabar una aventura desconocida que debió esperarlo en la
ínsula del gigante Patán; así pasó á Orlando cuando al bajar/
á la orilla del río divisorio de la NormandíA y el Bretón «vio
una barca y una doncella,» que lo convidó á embarcarse y
acabar la aventura de Vireno (canto 9) y Cimosco; tal pasó al
caballero del Febo para ir á la ínsula Solitaria, según se lee
en un romance de Lúeas Rodríguez; tal pasó á Rugero para
ir al país de Lojistila; á D. Olivante de Laura y Darisi9 cuando vino á buscarlos una doncella andante, y vieron lejos una
barca que con una cadena de un árbol estaba atada, ¡/ apeándose la doncella de su palafrén, voleióndose á D. Olivante, le
dijo: «Caballero, es menester que en esta barca os metáis »
(1. II c. I); y finalmente tal pasó á Persiles en la barca «que
sin duda le deparó el cielo.» Viendo, pues, á D. Quijote en la
barca del río Ebro, dominando á todo lo dicho atrás, y lo demás contado en esa inumeralidad de libros ¿no vemos la sátira más graciosa de esas barcas y de esas descripciones pedantescas que á cada paso arrojan por los codos los autores?
De exageraciones en exageraciones se iba, de manera aue
eran sin escrúpulo sancionadas en los Estatutos de la óraen
pizmienta de !a caballería. Así la regla 9.' del «Tesoro» de
Marques dice: «Que ningún caballero se queje de ninguna
herida que tenga.» Por esto D. Quijote apuró dicha extravagancia hasta el punto de no dolerse por más tempestades de
alos, puños y candilazos que sobre él llovían; y siempre haaba salida á su desdicha, ya en no habérselas con caballeros, ya en que cambiaría pronto el rigor de las estrellas, ó ya
en los encantamientos; con lo que consolaba al desconsolado
escudero. Volviendo á la presente ridiculez, fué por esto que
D. Quijote, después que los gigantes se le trocaron en moli-
r.
lA ÍLÜStkACiÓN.
nos de mentó y lo molieron á su manera, como Sancho le pidiern que se enderezase un poco, porque «parece que va de
medio ludo, y debe de ser del molimiento de la caída,» él respondió: «Así es la verdad
y si no me quejo del dolor, es
]Dorque no es dado á los caballeros andantes quejarse de h e rida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.» ¿No se
vó en esto último el chiste de la exageración? ¿Y no revienta
aquí la risa al recordar á esos fatuos caballeros contrariar
una ley de la naturaleza humana que pide quejas al dolor?
La risible costumbre con que un caballero no podía e m prender aventura, por grave que fuese, hasta no acabar y
llevar é remate la que hubiese emprendido, como se ve en el
juramento de Rodomonte y Mandricardo de «no comenzar
empresa hasta no auxiliar á Agramante,» lo que les impidió
castigar á Rugero que los insultaba
¿no se ve en mil punios del Quijote chistosamente aludida, especialmente en las
graciosas escenas de la Princesa Micomicona y en el recuerdo
del juramento del Duque de Mantua?
Llenas están las historias caballerescas de los combates de
los caballeros con grifos, endriagos, leones cíe. Amadis venció al Endriago, horrible mnóstruo que nadie vencía; Palmerin de Oliva mataba leones como si fueran corderos; y su hijo
Priraaleon ni les hacia caso. Palmerin de Inglaterra combatió solo contra dos leones y los venció. Perion, padre de Amadis, amenazó á un león, y estese fuá, después voleió encima del
rey // este lo mató f riéndole por la barriga etc., etc. En la
misma historia se encuentran estas escenas locas, hijas del
vano espíritu andantesco, como la del caballero D. Manuel
Ponce (1|; la del Cid que se lee en sus romances; la de Guzman el Bueno, que peleó con un león y una serpiente, igual
en la descripción que hace de ella la tradición al endriago
con que se combatió Amadis. ¿Y estas imprudentes y quijotescas hazañas no se ven parodiadas en la de los leones que
desafió D. Quijote?
(Se continuará.)
AMENODORO URDANETA.
Los Hugonotes, Rigoletto y Lohengrin han sido las tres
obras cantadas el 10, 13 y 14 del corriente en el Liceo, y de
las que ya dimos cuenta á nuestros favorecedores en números
pasados. Masini y la Theodorini en la primera, y el célebre
tenor en la segunda han continuado siendo los favorecidos
por el público, como en la tercera prodiga este sus aplausos
merecidamente al maestro Goula, á los coros y su maestro
Albiñana.
En el Principal el martes 8 se puso por vez primera en escena La/uílcion rfe mi pueblo, el 9 se estrenóla Cabezada
chorlito, traducción hecha por Eusebio Blasco de la obra
francesa Tete de linoíte. Esta última á pesar de resentirse de
su procedencia, debió á la brillante interpretación que obtuvo que el público la acogiese favorablemente, prodigando sus
aplausos á'los actores, que fueron llamados á la escena varias veces, y con especialidad á los Sres. Murió y Romea.
Las Memorias de Juan García, obra segunda representada
de las del inolvidable Bretón de los Herreros, atrajo al teatro
numerosa y escogida concurrencia, que aplaudió con justicia
al Sr. Mario y á la Sra. Tubau.
En sus últimas funciones el teatro Romea, vese concurrido muy especialmente los días dedicados á varios beneficios
que se han dado. El martes 8 tuvo lugar el del acreditado autor Sr. Molas y Casas, que fué llamado á la escena, presentándole varios regalos de valor.
Próximos á la estación de verano, comienzan nuestros teatros del Ensanche á organizar sus compañías, que prometen
este año dar espectáculos atractivos. Abiertas las puertas del
Circo Ecuestre, que ha presentado ya varios artistas,anuncia
el Español su brillante compañía de declamación dirigida por
el inteligente actor D. Rafael Calvo.
V-A.R,IHJID-A.IDE1S.
Hoy que las ciencias y las artes han llegado á un grado tal
de adelanto que es sumamente difícil crear nada que llame la
(i) Durante la guerra de Granada vino un emir africano con varios
presentes para los Reyes Católicos, entre otros unos leones. Junto con los
reyes y la corte estaban las d'amas; y una de ellas, é quien servía Ponce,
dejó caer un guante al lugaren que estaban los íeones. D. Manuel saca
su espada, penetra en el recinto de aquellos animales y toma bizarraniente el guante caído. Desde entonces fué llamado León, segundo apellido que le agregó la Reina y con el cual es conocida ]a descendencia
de aquel caballero.
í?5
atención, se ha inventado un nuevo mecanismo destinado á
obrar un cambio en el mundo del arte. Nos referimos al
«Pianista,» aparato debido al ingeniero Forneaux y que hemos tenido el gusto de examinar en el grandioso almacén de
D. Rómulo Maristany, sito en la plaza de Cataluña, n.° 14. En
un magnífico piano de Boisselot ejecutó el «Pianista», automáticamente, por la rotación de un manubrio, una bellísima
fantasía sobre motivos del gran Bellini, con precisión y sentimiento, pues el aparato es susceptible de expresarlos al ser
guiado por la manó del hombre, que puede imprimir en él su
pasión y su genio. Plácemes merece el Sr. Maristany por
haber introducido este gran adelanto en nuestra capital.
En el Centro industrial de Cataluña presentó el 10 del corriente el joven Sr. Sauri un pectueño aparato mecánico germen de una grande idea. Está destinado á cubrir, torcer y
retorcer automáticamente, logrando con esto gran ventaja
sobre las máquinas usuales y produciéndose con él cordones
y torcidos de clases varias. El mecanismo presentado parecía
ser de sencillez por su poco volumen, y de desear sería que
esta idea fuese llevada al terreno de la práctica y ofreciese
las ventajas que la teoría del Sr. Sauri parece indicar.
Se ha constituido en Viena una comisión de la que forman
parte varios gremios farmacéuticos, para tratar de los medios
más convenientes al objeto de celebrar una exposición internacional de Farmacia en aquella capital, á la cual serán invitados los farmacéuticos extrangeros. La mencionada exposición estará abierta en Viena desde el día 11 hasta el 27 del
mes de agosto del corriente año, y serán admitidos los instrumpntos, aparatos, máquinas, drogas, productos y preparados
químicos destinados á la farmacia, con excepción de los remedios llamados especiales y secretos.
En una correspondencia de Villadoma, Méjico, á un diario
americano hallamos lo siguente: «Desde mi llegada á este país
he vivido examinando todo atentamente. El domingo pasado
he tenido ocasión de ver en el parque de Villadoma algunas
de las más hermosas mujeres de aquí. Paseaban al son de la
música y lucían trajes y sombreros verdaderamente hermosos que las hacían aparecer ventajosamente. Pero el vestido
de las señoras y señoritas es menos atractivo que sus rostros.
En efecto, por lo que yo he visto, las mujeres de Méjico son
de las más hermosas áe\ mundo, especialmente las de pura
sangre castellana, aquellas que descienden de los antiguos
españoles. Los oscuros ojos de las señoritas, lánguidos y sin
embargo llenos de fuego y de pasión, la negra, larga y ondulante cabellera, las facciones y el cuello y hombros magníficamente formados, constituyen un hermoso retrato. La mujer
inglesa es generalmente gruesa é insípida, la francesa frivola,
falsa la italiana y la americana fría ó altiva, pero está r e s e r vado para la castellana de Méjico evitar todos estos defectos
y ser, como lo es, un ser divino lleno de amor y de verdad.»
Tomamos los siguentes interesantes datos de un periódico
inglés:—«Tantos cuentos se han referido respecto del ojo de
Mr. Gambetta que se hace necesario establecer la verdad d e l '
caso. La versión más popular es la de que Mr. Gambetta,
siendo niño, se arrancase un ojo porque su padre rehusaba
sacarle de la escuela; y esto se refiere como una prueba de
su carácter decidido. Esta historia tiene sin embargo la desventaja de ser absolutamente falsa. Todo fué efectb de un accidente. Una herramienta escapada de las manos de un tornero dio á Gambetta en la cara, hiriéndole uno de los ojos.
Gambetta era entonces un niño. Con el trascurso del tiempo
la parte anterior del globo ocular se dilató gradualmente á
punto de no poder cerrar los párpados. En 1867 Gambetta fué
presentado por su amigo el Dr. Fienzal al célebre oculista
Dr. Wecker, quien declaró que el ojo herido debía ser eriucleado. Wecker describe la operación que llevó á cabo en la
Gazette Hebdomadaire de Chirurgie. Gambetta, que vivía
entonces en una modestísima casa en la calle Bonaparte, desplegó gran valor. Se le administró éter, el cual obró con excepcional rapidez, y la operación fué llevada á cabo pronta y felizmente. El ojo, asemejándose en la forma á una pera, había
crecido hasta el doble de su tamaño normal, y su diámetro
antero-posterior medía cinco centímetros próximamente. A
los tres días Gambetta abandonó la cama, y estuvo muy pronto completamente curado. "Wecker guardó el ojo, pero últimamente concediólo al renombrado histologista profesor Iwanoff,
observando al mismo tiempo que era el ojo de un hombre
destinado, estoba seguro, á desempeñar un papel importante
en la historia de su país. Hace dos años que el profesor Iwanoff falleció en Mentón, conservando aún en su poder el ojo
de Gambetta. Esta reliquia, juntamente con la colección del
profesor Iwanoíf, fué legado á su más dedicado discípulo el
LA ILUSTRACIÓN.
i^é
Dibujo de D. R. Escüler,
Cuadro de D. A. de Ferrer.
LA DESHEREDADA.
CROQUIS MILITARES POR D . J . C U S A C H S .
Primero de mes.
Fin de mes.
278
L A ÍLÜSTkAClON.
••-• 'í rt-^iViii'tm^nftlI
duque Cár.'os de Baoicra, hermano de la emperatriz de Austria y de \n ex-reinn He Nópolps. De csln manera el 0/0 del
hombre de obtado y del pulr-iota que, como dictador, contribuyó más que nadie á levantar el ejército y resistir á la invasión
germánica, está ahora en poder de un principe aloman!»
NÜESTOS GRABADOS.
del distinguido pintor Sr. Ferrer, reproducido al lápiz por
nuestro colaborador Sr. Escaler, reprenla un tipo de segundona en el momenlo de d.ir de comer á las aves en el corral.
No queremos entraren detalles ni estamparlas consideraciones que se nos ocurren frente al cuadro que tan hábil artista
ha concebido, y dejamos á nuestros lectores que las hagan éi
su gusto, porestar hoy con la unificación de códigos esa cuestión sobre el tapete.
CARLOS G . VIDIELLA.
CONTRASTES.
No será desconocido para la mayoría de nuestros lectores
el nombre del pianista catalán Carlos G. Vidiella.
Sus continuadiis triunfos en cuantos conciertos ha tomado
parte, le han dado extensa fama, bien digna, por cierto, de su
privilegiado talento. Adolescente aun, era ya celebrado y
aplaudido, hasta el punto que varios entusiastas admiradores
suyos resolvieron crearle una pensión para que fuera á estudiar en Francia y Alemania, figurando al pié de las listas los
artistas más distinguidos de Barcelona.
Volvió Vidiella al cobo de un año y dio á conocer en seguida
que había colmado los halagüeños augurios que, dada su gran
disposición, se hacían todos.
Sus conciertos en el Ateneo y en el teatro del Circo, quedarán siempre como grato recuerdo en la memoria de los
que tuvieron entonces el placer de oir al insigne pianista. La
2.' Rapsodia Húngara de Liszt, salía tan sonora y tan magistral de sus manos, que los espectadores se levantaban á m e nudo de sus asientos, electrizados por la magia y el encanto
del artista. Y si como ejecutante y mecanista ipermitásenos la
frase) llevaba tras sí la admiración, como artista delicado y
de sentimiento embelesaba. 'EX Canto de Amor, la Berceuse
de Chopin y tantas otras páginas apasionados de la música de
piano eran, tocadas por Vidiella, incomparables y sublimes.
Vidiella es, más que otra cosa, el pianista del sentimiento y
de la distinción, y sin embargo, lo reviste de tal espontaneidad, que el público en masa le aprecia y lo entiende. ¡Cosa
rara! el pianista que podríamos Humar aristócrata, es popular
y admirado de todos.
Rubinstein, Sarasote, Monasterio, y otras eminencias del
arte le han aplaudido y tratado como un igual suyo, y F. Hi11er le cita, en sus cartas de España. A su lado poco representa nuestro humilde aplauso, que con entusiasmo le damos por
su reciente triunfo en el Teatro Principal.
LA DESHEREDADA.
Arraigada está en la tradición y usos montañeses en el
)rincipado de Cataluña, la costumbre, establecida ya como
ey desde tiempo inmemorial, de nombrar hereus á los hijos
primogénitos en menoscabo de los demás, que no por haber
nacido después son menos acreedores al cariño y atención
paternales. De esto proviene que veamos en algunas de nuestras masías y entre fas familias aldeanos, algunos tipos verdaderamente dignos de lástima, pues mientras el normano
(1' liereu) ó hermana {la pubilLa] gozan de todas las comodidades que le proporcionan los bienes de sus mayores, se ven
poco menos que reducidos á servir de criados, empleándolos
en las faenas y trabajos más rudos de la ca»a. Al contraer
matrimonio dos jóvenes, muchas veces más por interesadas
miras de los padres que por el amor que puedan sentir los
novios, se celebran los capítulos consignando ya en ellos la
cláusula que concede al primer hijo que nazca la supremacía
sobre los que pueden venir después. Laudable hasta cierto
punto es esta disposición, que asegura á la descendencia la
posesión de los bienes siempre en aumento, pues deber del
neredero es conservarlos y cuidarlos con ahinco tanto por el
egoísmo del interés como por la sagrada conservación del
nombre de la familia. De eso'i-esultaque los hijos segundones
(los externs) se ven algunas veces relegados al olvido ó á la
indiferencia de sus hermanos, pues si bien mientras el primogénito conserva su estado de soltero todos pueden refugiarse
en la casa payral, desde el momento que éste toma estado n a turalmente procura más por sus hijos y ve con malos ojos la
permanencia de sus hermanos á su lado, que aunque trahajen
por la casa, cualquier gasto que le causen le parece que ha
de ser motivo de ruina. Los padres consignan ya en los capítulos," ya en el testamento, la posesión de todos sus bienes al
nereu, señalando á los demás hijos una parte en metálico, y
cuidándose sólo de darles un oficio ó una carrera, según los
medios de que disponen. Si los hijos que nacen después del
primero resultan hembras, como difícilmente puede darse en
9I campo oficio ó carrera a u n a muchacha, quedan desde el
tnomento relegadas á los servicios propios de una marilornes,
<f cuando llegan á la edad de contraer matrimonio, ó hacen ca-
f
lamientos muy humildes ó quedan al servicio de sus propios
jermanos.
¿ a desheredada, que hoy publicamos, copia de un cuadro
A LA SEÑORITA G
JUGANDO CARNAVAL.
Ingratos burlas tc inspira
Tu roro ingenio, de suerte
Que el juego que en tí se advierte.
No es juego, si bien se miro;
Pues si el burlor es mentira
Con disfraz de ingenuidad
¿Hay burlai' con propiedad
En (juc ol jugor mires luego.
Bien que, en fin, mires de juego
Si el mal que haces, es verdad?
Decídete por jugar,
O decídete por ver,
A menos que quieras ser
Mentirosa en el burlar,
Pues si insistes en mirar
Lo mismo que estás burlando,
¿A qué sigues arrojando
Florecillas y grajeas,
Si tan sólo con que veas
¡Oh niño! burlas matando?
Y si en ver hay seriedad,
Y en jugar hay devaneo,
O tú juegos sin deseo,
O miras sin voluntad;
O es que tienes la crueldad,
—Pues quitas al contendor,
Cuando juegos, el valor,
Y cuando miras, la calma,—
De vencerle en cuerpo y alma
Con las burlas y el amor.
Y esto no tiene de ser
Otro más claro razón.
Que el estor en desazón
Tu gusto con tu querer;
Y así, debes escoger.
Por lo que á tu bien allega,
O aquello que al querer llega,
O aquello que al gusto inspira:
Si el querer quisieres, mira,
Si quieres el gusto, juego.
EDUARDO DÍAZ LECÜNA.
LECHO NUPCIAL.
Zumbaba irritando el viento;
sordas los olas mugían;
pardas nubes encubrían
de la luna el resplandor;
montañas de agua y espuma
hasta la playa llegaban
y en la arena se estrellaban
con Ímpetu aterrador.
Flotando al aire el cabello,
puesta en tierra la rodilla,
en la vacilante orilla,
como implorando piedad,
una mujer bello y joven
inmóvil allí se vía
que sus miradas tendía
del mar por la inmensidad.
/Ven, nén! clamaba su labio;
¡cén, vén! repetía el eco;
y allá en el mar, bronco y seco,
escuchábase /oén, tsén!
De pronto un airado rayo
LA ILUSTRACIÓN.
rosgó el oscuro celaje,
rugió aún más el oleaje,
tembló la playa también;
Y á la luz cárdena vióse
ola gigante y bravia
que en sus entrañas traía
un cuerpo qiie allí dejó.
Y la infeliz que aguardaba
al amante cariñoso,
del elemento furioso
un cadáver recibió.
Entonces la pobre niña
arrojó un grito de muerte,
y cayó su cuerpo inerte
en el húmedo arenal;
y vino luego una ola
que envuelta en pesada bruma,
cubrió con su blanca espuma
el triste lecho nupcial.
AURELIANO J.' P E R E I R A .
LA HERMANA DE LA CARIDAD
NOVELA ORIGINAL
POR D. MANUEL IBO ALFARO. (1)
—¿Y no los ha renovado?
—Pensé haberlos renovado mañana.
—Dios premia los importantes servicios que V. ha prestado en las batallas.
—¿Va V. á visitar á Antonio?
—Ahora mismo, contestó el padre capellán- ¡qué profundas
reflexiones despierta la historia de la hermana Serafina!
EL CAPELLÁN Y EL HERIDO.
Cuando el padre capellán del regimiento entró en la habitación del oficial herido, se encontraba este sentado en una
silla de anea con el codo derecho apoyado sobre la mesa de
pino, y la cabeza reclinada sobre la mano derecha.
La frente seguía perfectamente vendada y su rostro pálido.
Como el balcón estaba entornado, y corrida una cortina de
percal azul, hacía un estar agradable en aquel modestísimo
aposento, que alumbraba una luz tenue y simpática.
—Buenos días, mi teniente, dijo el capellán al entrar.
—Padre capellán
V. por aquí
exclamó Antonio, animándose su rostro.
—Quieto, quieto, exclamó el capellán, poniéndole la mano
derecha sobre el hombro izquierdo para que no se levantase,
y tomando una silla, se sentó frente y muy próximo á él.
—¿A qué debo la honra de tener conmigo al padre capellán
de mi regimiento? preguntó Antonio.
—Pues es muy sencillo, contestó el capellán: me he propuesto visitar á todos los oficiales heridos en la acción del
otro día, y hoy le ha tocado á V.
—Muchas gracias
—f.Y qué tal le cuida á V la patrona?
—Bastante bien.
—¿Y la hermana Serafina, que tan buenos servicios ha
prestado en esta accjon, le ha ayudado á V. algo?
—bicen que me asistió en los primeros momentos.
—¿V. no lo sabe?
—Yo vi en aquellos instantes vagar por esta habitación una
mujer alta, una sombra vestida de blanco y azul, que yo después me he figurado serían delirios de la calentura, pero me
han asegurado que era la hermana Serafina. Dios se lo pague.
—/.Y después no ha vuelto por aquí?
—No, señor.
— ¡ N i volverá!
—¿Por qué?
—¿No sabe V. nada de lo que sucede?
—Absolutamente nada.
—Pues aseguran que en esta acción ha encontrado su novio, que hace tiempo creía muerto.
—Eso será una de tantas invenciones como vienen atribuyendo á esa hermana de la Caridad.
— N o , señor; es muy cierto.
—¿A V. le consta?
—Oiga V. su historia tal como por ahí se cuenta.
Antonio se sonrió con incredulidad.
—Dicen que la hermana Serafina nació en una aldea, no
(Ij Víaielos numeres til y siguientta.
279
sé de qué provincia; que desde sus primeros días ainaba con
vehemencia á un joven, vecino suyo, que también la amaba á
ella con delirio, y que cuando más dulces eran para los dos
aquellos amores, el joven cayó soldado.
—¿Cómo se llamaba el joven? preguntó Antonio con indiferencia.
—No sé, respondió el capellán.
Antonio escuchaba distraído.
—Dícese también, que la misma tarde del día en que cayó
quinto su novio, formó ella con cintas de diferentes colores
una escarapela, que después de regarla con sus lagrimas ó
imprimir en ella un beso, entregó á su novio.
—¿Qué dice V.? exclamó Antonio saliendo de su estado de
indiferencia y poniéndose pálido como la muerte. ¡Qué coincidencia tan singular!
—¿Q'ué es eso
se siente V. mal? exclamó el capellán con
fingida sorpresa, dejaremos la historia de la hermana Serafina.
—No, no, continúe V.
—Yo se la refería á V. por distraerlo un rato; pero como
ha palidecido V. de repente
—No importa, siga V.
—Sola en el pueblo la hermana Serafina, pues había muerto
su madre, contaba los momentos, que faltaban para que r e gresara su novio.
^
^ ¿ Y cómo se llamaba su novio?
—Podía saberlo; pero no me he cuidado de ello.
—Continúe V., padre capellán.
—La hermana Serafina
no, el cura de su pueblo recibió
una carta del ejército del Norte, rogándole dijera á la que
nosotros nombramos hoy hermana Serafina, que una bala
enemiga había quitado la vida á su novio. Descorazonada la
hermana Serafina, no queriendo vivir ella, muerto el objeto de
su amor, y no pudiendo soportar la presencia de aquellos lugares, que durante los bellos días de su juventud con él había
frecuentado, se fué á Madrid, tomó el velo de hermana de la
Caridad, con el nombre de hermana Serafina, y arrojándose
desde entonces en medio de los combates como el más valeroso soldado, curando heridos, consolando moribundos, ha
conquistado un renombre, que se ha extendido por todo el
ejército español.
—Bien
pero ¿qué es lo que le ha sucedido en la acción
del otro día?
—Que ha encontrado el premio de sus servicios: que Dios,
que nunca abandona á los suyos, la ha conducido por el camino de la caridad, al logro de sus deseos.
—No entiendo, padre capellán.
—Lo creo, porque parece milagro lo que ha sucedido.
Curando heridos durante el fuego en esta última acción,
encontró uno, creo que teniente, el cual estaba espirando; y
seguramente hubiera muerto, á no acercarse á él la hermana
Serafina; porque la hermana Serafina contúvola sangre, que
brotaba á torrentes de su herida, y dispuso que lo trajeran al
pueblo. Después
y aquí entra la parte novelesca, visitando
más tarde á aquel herido, le preguntó si á su muerte tenía
algún encargo que hacerle; y por los que el moribundo le
hizo, comprendió que aquel era el joven que había amado
desde su infancia.
—¿Pues no había muerto hacía tiempo ese joven?
—Eso decía una carta; pero esa carta ha resultado falsa.
—Me vuelve V. loco con su relato, pudre capellán; exclamó
Antonio pálido y casi convulso.
— Pues lo cortaremos
—No; quiero seguirlo hasta el fin; quiero conocer á ese
afortunado mortal, puya historia en su parle triste se parece
tanto á la mía.
—Si su historia de V. se parece tanto en su parte triste á
la de ese afortunado mortal, como V, le llama, ¿por qué no se
ha de parecer también en su parte alegre?
—Porque no puede ser, padre capellán; porque la joven
á quien con delirio he amado yo toda mi vida, murió hace
tiempo.
—También el feliz herido en la acción del otro día estaba
seguro de que la joven á quien él amaba había muerto, y
ahora salimos con que vive.
—Esas peripecias novelescas, sino son siempre inventadas,
que será lo más probable en este caso, suceden una vez en
muchos siglos.
—Otro incidente, que se rae olvidaba referir á V.: el oficial
novio, recibió también en el servicio de las armas una carta
noticiándole la muerte de su novia.
—¡Yo estoy desvanecido! exclamó Antonio; dígame V., padre capellán, ¿dónde viven esos venturosos mortales, que
quiero conocerlos?.... Ejercen tal influencia sobre mi alma...,
— Si ellos aun no se han reconocido entre sí
—¿Cómo?.... exclamó Antonio atónito.
El capellán, que iba temiendo por la salud|del herido, al observar los síntomas de intranquilidad que por momentos pre-
t8o
LA ILUSTRACIÓN
sentaba, trató de dar pronto fin á aquella violenta situación,
y dijo:
—¿Vamos, amigo Suarez, se siente V. con fuerzas para r e cibir una honda emoción?
Antonio fijó en el capellán sus inmóviles pupilas.
—¿Está V. sereno?
—Sí, señor.
—Pues bien, la hermana Serafina reconoció al herido; pero
él herido, en su gravísimo estado, no conoció á la hermana
Serafina, y ésta, prudente por demás, se ha acercado á mi,
rogándome que yo prepare al herido para evitar las consecuencias de una repentina é inesperada inípresion.
—Es decir
exclamó Antonio.
—Es decir
interrumpió el capellán, que fueron falsas
las cartas que recibieron uno y otro; y que ni murió la novia,
como escribieron al novio, ni murió el novio, como escribieron á la novia; todos viven, y yo he sido el elegido por la Providencia para unirlos.
{Se continuará).
A.J'E¡T>-R'E1Z
PROBLEMA NÜI. 9.
compuesto por D. Juan Carbó y Batlle.
ITeg-ra.s
ADNERTENCIA AL PROBLEMA N.o 8.
El P 4 R debe ser negro.
El C 2 R debe colocarse en la casilla de 2.' A D.
Se publican
las
TD CD AD
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Las blancas juegan y dan mate en dos jugadas
La solución en el próximo
número.
soluciones.
S E o o i o i ^ IDE jí^isrTJisraiosI J - A . BOPtlD-A-IDOI^-A-
EL NIHILISWO Y LA POÜTICA RUSA
p o r J. Bru.0-a,rolas.
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