Agustina Maslup

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Miradas
Nuestro padre era cazador, en una de sus salidas nos trajo un zorro de regalo, pero
no como todos creen. Él había visto algo en los ojos negros y profundos del
animalillo, y pensó que a mi hermana y a mí nos gustaría.
Así que lo apodamos Rojo, y lo observábamos todas las tardes luego de las
lecciones de piano. Él, al igual que nosotras, nos observaba con atención, no nos
quitaba la vista y luego cuando caía el sol en el horizonte nuevamente se ocultaba
en los arbustos de nuestro patio.
Una tarde notamos que ya no se encontraba en su lugar como sabia hacerlo, atento
a nuestra llegada junto al ventanal. Por lo que decidimos hacer un plan con mi
hermana y buscar a ese ser era especial, lo apreciábamos mucho y por algo se
había ido de nuestra casa.
Cuando cayó el sol ya teníamos el plan resuelto pero en un principio nos faltaba la
valentía de sobrepasar los límites de nuestros padres, nada más ni nada menos.
Reunimos el valor y mi hermana mayor me mando por la “soga” de sábanas, que
salía atada desde la pata de su cama hacia el balcón y tocaba el piso del jardín.
Respiré profundo, no miré hacia abajo y comenzó a deslizarme lentamente por las
sabanas de colores. Toqué el tierno pasto y el vértigo se detuvo.
Ya cruzando el paredón de mi casa miré hacia la ventana de nuestros padres, su
luz ya no brillaba, estaban dormidos. Corrimos por el bosque donde la oscuridad
predominaba, se escuchaban ruidos y las hojas de los árboles danzaban
lentamente. Mi hermana murmuraba el nombre del animal, y yo miraba hacia los
costados con un miedo profundo.
Encontramos un río, y lo bordeamos unos metros. Veíamos la silueta de un animal
de lejos. En ese momento recordé mi sueño del día anterior a la desaparición de
Rojo.
Soñé que todos mis papeles de color blanco en los cuales dibujaba de vez en
cuando, ya no estaban en mi escritorio, y al despertar vi que no se encontraban en
su lugar, pero no me molesté en buscarlos.
Así vimos en el puente a Rojo, había un barco de papel inmenso, de color blanco.
En ese momento nos dimos cuenta de que nuestra mascota realmente no era feliz
en nuestro jardín por más grande que fuera.
Rojo oyó nuestros pasos cuidadosos y muy silenciosos, dejó de observar el barquito
y nos miró, así entendimos que partiría, que no lo veríamos más, y que en realidad
sería feliz en libertad.
Con lágrimas en los ojos nos despedimos moviendo suavemente la mano en el aire
frío. Rojo nos dejó de mirar y se abalanzó al barquito de papel. Esa fue la primera
vez que perdimos algo que nos importaba en la vida, sentimos el frio del bosque en
el corazón, el cual se sanó con el tiempo.
Agustina Maslup
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