José María Gatti - El extraño mundo del director de cine italiano

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José María Gatti
El extraño mundo del director de cine italiano
que quería suicidarse como Hemingway
De Víctimas inocentes, Tahiel Ediciones, Buenos Aires, 2012.
"Il faut (d’abord) durer"
Hace cuatro años conocí a Giuliano Rezzia. Tres meses antes había
dejado la cárcel de Regina Coeli de Roma, después de cumplir una
condena de 12 años por estafa reiterada. Durante su permanencia en el
centro penitenciario se dedicó a leer la obra de Ernest Hemingway y a
contactarse con personas que conocieran la vida del escritor. Así fue
como nos vinculamos, por correo electrónico.
Rezzia es un mentiroso patológico sumamente inteligente, habla hasta
por los codos y nunca escucha a su interlocutor. Mide un metro sesenta y cinco centímetros, lleva una barba descuidada y luce una cabellera
canosa desprolija. Viste generalmente de negro y vale darse cuenta de
su falta de aseo porque sobre los hombros de su saco siempre persiste
una llovizna de caspa. Giuliano tiene un aliento alcohólico tan pesado
que si uno encienda una cerilla puede llegar a volar por el aire. Debido
a su inconducta higiénica, cualquiera advierte que no se ducha con
regularidad. Seguramente este hábito lo carga desde su paso por la
vida oscura sufrida en la reclusión carcelaria.
Rezzia dice ser periodista, redactor publicitario, guionista, escritor y
cineasta. Se jacta de haber hablado en Italia con Jorge Luis Borges y
relacionarse con Alberto Moravia, Italo Calvino y Jean Paul Sartre.
Asegura que su mejor amigo, Gianni Vattimo, lo estimuló sinceramente cuando leyó algunas crónicas realizadas en aquellos tristes días
de encierro. Giuliano me aseguró que Bernardo Bertolucci, también
quedó impactado cuando conoció a través de sus escritos, la historia
de su violación cometida por un grupo de internos. Rezzia relata en
esos textos desgarradores, que fue sometido reiteradas veces con todo
tipo de objetos y recuerda que un sublevado mientras se desarrollaba
el aberrante acto, gritaba: “¿Por quién doblan las campanas?”.
Nos encontramos en la cafetería del Centro Cultural MALBA, en Buenos Aires. Él estaba en tránsito hacía Uruguay. Me llenó de elogios.
Quedé sorprendido porque no era necesaria tanta estima. En el transcurso de la conversación me dijo que en dos semanas comenzaba a
filmar una película sobre Hemingway y que quería incorporarme a su
equipo de guionistas. Me mostró contratos, fotos de artistas, lugares
donde transcurrirían las escenas principales y una lista de auspiciantes.
Entre sus estrellas estaba la argentina Lola Ponce, quien cantaría el
tema principal en el film. Me habló de una retribución en euros y de
ser su invitado en España, Italia y Francia.
No salía de mi asombro y debo reconocer mi ingenuidad. Giuliano es
un psicópata y yo un vanidoso. Combinación perfecta para un final
deplorable.
Con la estrategia armada por este embaucador, me fui enredando paulatinamente en su banal proyecto. El programa de actividades que se
proponía, revelaba que Rezzia estaba dispuesto a realizar una película
que sería la envidia del propio Woody Allen. En el terreno de su locura llegó a solicitar la exhumación de los restos de Hemingway del
Cementario de Sun Valley para trasladarlos al de Tarragona. Hasta
hizo levantar una lápida con su nombre y recrear un funeral patético.
Pero la historia no terminaba allí. Al elenco le dijo que su obra estaba
seleccionada para participar en el Festival Internacional de Cannes y
que todos estaban escogidos para asistir a la gala. Durante 3 días junto
a una investigadora peruana y a un grupo de técnicos, Rezzia nos hizo
vivir una aventura adolescente. Sin darnos cuenta estábamos saltando
de una ciudad a otra, almorzando en restoranes famosos, hablando con
editores de libros y cantando tangos hasta la madrugada. Desperté.
Giuliano Rezzia es un farsante, un típico vendedor de sueños, un ladrón audaz y sin escrúpulos que había jugado con las emociones, el
tiempo y el dinero de todos nosotros. Giuliano Rezzia es un film mal
titulado, una porción de celuloide, un video espantoso, un láser en una
mesa de saldos. Cuando la verdad tomó cuerpo ya era demasiado tarde
para las lágrimas. Los bolsillos nuestros estaban vacíos y las promesas
de reintegro formaban parte del guión inacabado.
El director de cine cayó en una aguda depresión. Fue repentino, inmediato. Hasta diría que Rezzia le robó a Hemingway la bipolaridad. De
la euforia a la angustia en un instante. Todo se había derrumbado como la torre de naipes sobre la mesa. Nuevamente el fantasma de la
estafa giraba a su alrededor. Sin dinero, solo y desesperado, quiso
tomar una decisión heroica: suicidarse. Fracasó. El miedo y la cobardía le borraron la trascendencia. La que sería su última jugada terminó
en estupidez. Ni la muerte voluntaria lo acompañó. La mano que apretaba el arma que dispararía el tiro final, se desvió repentinamente. La
bala, en lugar de ingresar por su boca, le perforó un ojo. A Giuliano
los paramédicos lo encontraron tirado en el piso, boca abajo, en medio
de un mar de sangre, cuarenta minutos después que una voz desesperada había llamado a la urgencia médica.
Reconozco que la noticia nos impactó. El héroe maquillador de historias hasta nos había resultado simpático y seductor. Inmediatamente
los participantes de esta locura cinematográfica comenzamos a comunicarnos por mail. A todos nos había herido. No perdonó a nadie. Con
su charlatanería y las promesas que nunca cumpliría nos vació la
cuenta bancaria. Pero ahora estaba en juego su vida. El dinero sólo
sirve para cosas pequeñas. Yo recordé en medio de la tragedia, aquella
historia entre Dos Passos y Hemingway, cuando por un accidente automovilístico el autor de Manhattan Transfer perdió un ojo. Ernest al
conocer el drama, espetó: “Dos Passos es un bastardo y tuerto portugués con sangre negra en las venas”.
Los convidados a este juego desleal comenzamos a pensar si estábamos en presencia de una nueva situación armada, en el estreno de un
excelente manejo emocional que Rezzia ponía en pantalla. La victimización suele ser una característica en este tipo de enfermos y los beneficios que a la larga obtienen superan cualquier cálculo especulativo.
Giuliano estaba en su peor momento y ni el agua bendita lo redimía.
Rezzia, como era de esperar, salvó su frustración con un parche en el
ojo. Mi amiga peruana fue sumamente aguda al definirlo: “Rezzia
quiere parecerse a John Ford”. Excelente mirada, aplastante conclusión. Giuliano ahora había pasado de la cobardía a la heroicidad sin
medalla al mérito.
La última vez que supe de Rezzia fue en Roma, cuando visité la Comunidad de Sant’Egidio. Allí Giuliano estaba internado. El psiquiatra
que lo atiende me había citado para certificar algunos datos imprecisos
de su paciente. Al doctor Margot le llamaba la atención que Rezzia
siempre cantara una canción que decía: Tutti mi chiamano bionda, ma
bionda io non soro: porto i capella neri. Le expliqué que ese tema lo
corearon Mary Welsh y Ernest Hemingway la noche anterior al suicidio del novelista. Margot también me consultó sobre una tal Adriana y
Valerie. Le dije que se trataba de dos mujeres que en la vida de
Hemingway tuvieron enorme importancia. También quiso saber algo
más sobre eso de derrotado y destruido. Le sugerí que leyera El viejo y
el mar.
No pude verlo. El psiquiatra me persuadió. No era oportuno en este
momento. Le pregunté si otros lo visitaban y me dijo que dos actores
españoles estuvieron la última semana y que una señora austriaca venía regularmente. Hablamos bastante, caminando por el pasillo principal de la Comunidad, el doctor Margot se permitió reflexionar: “Estos
pacientes siempre tratan de echarle la culpa de su frustración a los
demás, depositan todo afuera de su persona. Es como la bolsa de residuos que usted saca a la calle. Siempre lo niegan o lo subliman. Es la
forma práctica de ver su pequeño mundo. La vida es un rompecabezas
y uno debe aceptar las cosas como son. Rezzia termina siendo una
víctima y su única salida es escaparse. En esa fuga puede estar la
muerte que nos enseña que nada nos pertenece, porque las cosas, a
pesar de nosotros mismos, seguirán. No hay otra alternativa que aceptar, que reconocer…”
Antes de despedirme del doctor Margot, me acerqué hasta el ventanal
desde donde se veía todo el jardín. El parque solitario, rigurosamente
cuidado, estaba lleno de bancos blancos vacíos. De repente me sorprendió un sonido irritante y latoso, un chirrido molesto y agudo que
imponía respeto. Miré hacia el amplio pasillo y observé a un enfermero quien trasladaba en silla de ruedas a un paciente. A medida que los
protagonistas avanzaban la imagen de sus cuerpos resultaba reveladora. Ya cercanos a mí, me enfrenté con la cruda realidad, con la escena
que cualquier director desea filmar. Doblado, casi hecho un nudo
humano, una suerte de despojo con un parche en el ojo, pasó a mi lado
como una ráfaga de viento delincuente. Era el final de un relato de
suspenso, el fin de un fracaso. Margot me tomó del brazo. Nuestras
miradas se cruzaron. Un interminable silencio nos cortó el aliento.
Caminé pausadamente hasta la salida. En el trayecto una voluntaria se
acercó con una alcancía. Me pidió ayuda para estas pobres almas.
Colaboré con 50 euros.
Afuera la tarde comenzaba a despedirse como la foto instantánea de
una película sin terminar.
Giuliano Rezzia todavía permanece internado en la Comunidad
Sant’Egidio.
El doctor Emile Margot dejó la clínica y actualmente se dedica a la
atención de enfermos bipolares.
El film del director italiano aún está inconcluso.
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