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JOSÉ ALBERTO MAROTO CENTENO / DAVID MAROTO CENTENO
FACULTAD
DE
CIENCIAS
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PSICOLOGÍA Y EDUCACIÓN
CIENCIAS
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Centro Asociado de la provincia de Jaén “ANDRÉS DE VANDELVIRA”
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JOSÉ ALBERTO MAROTO CENTENO / DAVID MAROTO CENTENO
CIENCIAS
EL
LEGADO DE LA MITOLOGÍA
GRIEGA EN LA TERMINOLOGÍA
CIENTÍFICA MODERNA
PSICOLOGÍA Y EDUCACIÓN
JOSÉ ALBERTO MAROTO CENTENO *
DAVID MAROTO CENTENO **
RESUMEN
ABSTRACT
PRÉCIS
En este trabajo se estudia la huella que ha dejado la
mitología griega en la terminología científica moderna. Distinguiendo entre las diversas ramas de la ciencia que se tratan,
esto es, Ciencias Físicas, Ciencias
Químicas, Astronomía, Zoología
y Botánica, se comprobará que
muchos de los términos
mitológicos fueron seleccionados en su momento con gran
acierto, pues de alguna manera
guardan un paralelismo o una
similitud evidente con el objeto
o fenómeno científico al que designan. Así, el estudio de este
legado mitológico se convierte
en un tema apasionante para el
científico interesado en conocer
la procedencia de una gran variedad de términos que utiliza
habitualmente durante su actividad profesional.
In this paper we study
the mark left by Greek
mythology in modern scientific
terminology. Many mythological terms were rightly chosen
to be employed in the different
fields of Science (Physics,
Chemistry, Astronomy, Zoology
and Botanics), as they show
evident similarity and/or
parallelism with the scientific
object or phenomenon referred
to. Thus, the study of this
mythological
inheritance
becomes of great interest for the
scientist who is consequently
able to know the origins of a
great number of terms often
used in his/her professional
work.
Dans ce qui suit on
étudie les vestiges que de la
Mythologie Grecque se conservent dans le lexique scientifique
moderne. On essaie de vérifier,
au moyen de l’opposition entre
les différentes branches de la
Science qu’on étudie ( Sciences
Physiques, Chimiques, Astronomie, Zoologie et Botanique ) que
beaucoup de ces mots mythologiques furent sélectionnés avec
de bon sens, puisqu’en quelque
sorte ils ont une similitude avec
l’objet ou le phénomène scientifique qu’ils désignent. De cette
façon, l’étude de ce legat mythologique devient un thème
passionnant pour le scientifique
qui a de l’interêt pour connaître
l’origine d’un grand nombre de
termes qu’il emploie d’habitude
au cours de son activité profesionnelle.
INTRODUCCIÓN
Se da el nombre de mitología griega al conjunto de relatos maravillosos y de
leyendas de toda índole cuyos textos y monumentos representados nos muestran
que circularon en los países de lengua griega, entre los siglos IX u VIII antes de nuestra era, época a la cual nos remiten los poemas homéricos, y el fin del paganismo, tres
o cuatro siglos después de Jesucristo [1]. Sabemos que durante este amplio intervalo
* Profesor Titular de Escuela Universitaria Politécnica de Linares. U.J.A.
Doctor en Ciencias Físicas. Profesor-Tutor de la U.N.E.D. en la provincia de Jaén.
** Licenciado en Filología Hispánica.
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temporal los personajes y episodios de la mitología se hallaban perfectamente integrados en la sociedad griega, sirviendo, por un lado, como inspiración a músicos,
poetas y artistas en general por los que el mundo griego ha alcanzado una merecida
fama; proporcionando, por otro, una reserva inagotable de ejemplos, no simplemente de conductas buenas y malas para instruir a los jóvenes, sino también de las actuaciones del hado y de los misterios de la vida, para que fueran objeto de reflexión; y,
finalmente, conformando una intrincada red de cultos cuya observancia era tan importante para la estructura social griega.
Pero la mitología griega, al igual que la civilización griega, fundamento de la
sociedad occidental, logró sobrevivir a su tiempo y ha llegado hasta nosotros [2].
Efectivamente: los romanos abrieron el camino adaptando el panteón griego sólo
muy ligeramente para acomodar unas cuantas divinidades itálicas locales y reproduciendo sin fin los mitos griegos en su literatura y arte. En el caso del cristianismo,
tras una comprensible fuerte oposición inicial al paganismo en su afán por afianzarse, no afectó en absoluto a la popularidad de los mitos, que continuaron reciclándose
en el arte, la música y la literatura. Y, al fin, en el Renacimiento, con el redescubrimiento
de la Antigüedad clásica, los mitos alcanzaron su máxima difusión y casi adoración,
complaciéndose artistas como Botticelli en plasmar temas de la mitología pagana
como “El Nacimiento de Venus” o “Palas y el Centauro” junto con madonnas y anunciaciones de evidente inspiración cristiana. Y desde entonces hasta ahora, pues no es
nuestro objetivo la recapitulación de la influencia de la mitología griega a través del
tiempo.
Es a partir del Renacimiento cuando las diversas ciencias viven su edad dorada y donde se suceden descubrimientos y hallazgos de todo tipo. Y en esta época y
aun durante mucho tiempo, el latín será la lengua de la erudición en la que se escribirán los libros y se impartirán las clases en las primeras universidades. Por ello, el
universo mitológico griego siempre estuvo presente en la mente de los hombres de
ciencia gracias a las obras de Ovidio, Virgilio y otros, y no dudaron, ante tanta belleza, en hacer uso de los nombres de sus dioses, gigantes, titanes, ninfas, héroes, etc,
siempre que la naturaleza de sus hallazgos les evocaba, siquiera vagamente, alguno
de sus rasgos peculiares.
Como consecuencia, la terminología científica moderna, fruto de una continua adición de términos a lo largo de siglos, se halla plagada de términos mitológicos
de muy diverso tipo, que son los que nos proponemos analizar en las siguientes
líneas, diferenciando entre las distintas ramas científicas.
LA MITOLOGÍA GRIEGA EN LAS CIENCIAS FÍSICAS
En el caso de las Ciencias Físicas, merece comentar el caso del planeta Vulcano
así como el del elemento helio. Para el primero, hay que remitirse al año 1845, en el
que Leverrier razonaba sobre la leve irregularidad observada en el perihelio de la
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órbita del planeta Mercurio en su movimiento alrededor del Sol, inexplicable con la
simple aplicación de la Ley de la Gravitación Universal. Leverrier pensó en la posibilidad de que un planeta más cercano al Sol que el propio Mercurio, ejerciera una
atracción gravitatoria causante de las anomalías observadas [3]. Como el resto de
planetas habían sido bautizados con nombres de dioses olímpicos, decidió bautizar
al nuevo planeta con el nombre de Vulcano (del latín Volcanus, adaptación a su vez
del griego Hefesto, esto es, “Hφαιστoς). El nombre venía más que a propósito, ya que
Vulcano era el dios del fuego y de la forja, y el nuevo planeta estaría poco menos que
al rojo vivo dada su extraordinaria cercanía al Sol. Sin embargo, faltaba la confirmación experimental, y, pesar de que los astrónomos estuvieron buscando a Vulcano
con gran entusiasmo durante años, ésta no llegaba. Al fin, en 1915, Albert Einstein
presentó su Teoría General de la Relatividad, que venía a explicar perfectamente la
irregularidad del recorrido de Mercurio en función de una fuerza complementaria
proporcional al cuadrado de la velocidad angular del planeta [4 ], que descartaba
definitivamente la posible existencia del largamente buscado Vulcano.
En cuanto al helio, es necesario remontarse al año 1868, en el que el astrónomo francés Pierre Jules César Janssen estaba en la India realizando el análisis espectral de la corona solar aprovechando un eclipse total de Sol. Tras su análisis, detectó
líneas que no podía identificar, es decir, que no se correspondían con las de ningún
elemento conocido, por lo que decidió enviar los datos al británico Joseph Norman
Lockyer, un experto en espectroscopia. Lockyer estuvo de acuerdo con la sugestión
de Janssen de que las líneas representaban un elemento desconocido al que denominó “helio” en honor al dios griego del Sol, ``Hλιoς. Y, durante veintisiete años, el
helio pareció ser lo que se podría llamar un “elemento aristotélico”, es decir, uno que
se encuentra en los astros y no en la Tierra. Sin embargo, en 1895, un químico británico, William Ramsay, se enteró de que en Estados Unidos se había obtenido un gas a
partir de un mineral de uranio, y al analizar su espectro comprobó, estupefacto, que
coincidía plenamente con el del helio, lo que evidenciaba que este elemento no era
exclusivo del Sol. Pero ya no hubo vuelta atrás y ha perdurado el nombre de helio
para este elemento, siendo así como aparece actualmente referenciado en la tabla
periódica.
Otro término físico de origen mitológico es el de aurora (del latín Aurora y
del griego `Hως)
´ , aunque dejamos a los lectores interesados la tarea de su análisis
([5], [6]).
LA MITOLOGÍA GRIEGA EN LAS CIENCIAS QUÍMICAS
La influencia de la mitología griega en el campo de las Ciencias Químicas es
muy amplia, incluyendo un buen número de elementos, sustancias procesos químicos.
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En cuanto a los elementos, podemos reseñar el iridio y el tantalio. Para abordar el primero de ellos digamos que en 1830, un químico inglés llamado Smithson
Tennant descubrió un nuevo elemento que podía combinarse con otros para formar
sustancias de varios colores, bautizándolo con el nombre de iridio precisamente en
honor a estos colores. Para entenderlo, habría que recordar que en tiempos de los
griegos existía una diosa más bien secundaria denominada Iris (“Iρις), quien, al igual
que Hermes, aunque a un nivel inferior, servía de mensajera de los dioses. Estaba
especializada en llevar mensajes de los dioses a los seres humanos y, para cumplir
esta tarea, tenía que descender frecuentemente del cielo hasta la Tierra. La escalera
que lógicamente utilizaba era el multicolor arco iris, que sirvió de evocación a Smithson
Tennant.
Vayamos con el tantalio: en este caso obraremos al revés y comenzaremos
hablando de Tántalo (del latín Tantalus
un hijo mortal de
´
˘ y del griego Tαυταλος),
Zeus y gran favorito de su padre y de los restantes dioses: tanto, que se le permitía
asistir a los banquetes del dios y comer ambrosía y beber néctar, que eran los manjares de los dioses. El problema de Tántalo es que se sintió tan engreído con la amistad
de los dioses que actuó como si el alimento y la bebida le perteneciesen, y llevó un
poco de ellos a la Tierra para darlos a sus amigos, alardeando además de ello. Como
fruto de sus actos tuvo que sufrir la cólera de su padre, Zeus, que le dio muerte y lo
condenó a permanecer en el Tártaro, sometido a una tortura muy especial relacionada con alimentos y bebida. Se le obligó a estar eternamente con agua hasta el cuello.
Cada vez que se inclinaba hacia adelante para beber agua, ésta bajaba de nivel, pero
si él volvía a enderezarse, el agua subía de nuevo hasta el cuello. Al mismo tiempo,
frutos deliciosos pendían sobre su cabeza, pero cuando él intentaba conseguirlos, el
viento los apartaba. De este modo, ante la constante presencia de alimentos y bebida,
tuvo que sufrir hambre y sed eternos.
El caso es que en 1814, Tántalo entró a formar parte de la lista de elementos.
Doce años antes, un químico sueco de nombre Anders Gustaf Eckeberg descubrió un
nuevo metal. Los ácidos más fuertes no lo atacaban. Podía soportar un ácido fuerte
sin beberlo, es decir, sin reaccionar con él y sin absorberlo. Por ello, en 1814, el químico sueco Berzelio concluyó que se parecía a Tántalo sumergido en agua, pero sin
poder beberla. Dio el nombre de tantalio al nuevo elemento, que es como lo conocemos en la actualidad.
No son estos dos elementos los únicos cuyo nombre tiene origen mitológico.
A efectos de ejemplificación, la tabla I muestra el listado completo acompañado de
algunos datos de interés, en los que interesa resaltar que las fechas que aparecen
corresponden al momento de la nominación, momento que no se corresponde necesariamente con el del descubrimiento.
Hablemos ahora de una sustancia química: la atropina. Existe una planta
denominada “belladona” (palabra italiana que significa “mujer bella”), de cuyo jugo
se obtienen unas gotas para los ojos. Estas gotas producen la dilatación de las pupi-
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las. Las mujeres que las utilizaban consideraban que sus ojos adquirían un aspecto
oscuro de gran belleza y de ahí que la planta recibiese tal nombre. Sin embargo, si se
ingiere, el jugo de belladona es muy venenoso. Por ello, cuando el botánico sueco,
Carlos Linneo, clasificó las plantas hacia finales del siglo XVIII, dio el nombre de
Átropa a la belladona. Posteriormente, en 1831, el componente venenoso de la
belladona fue descubierto y recibió el nombre de atropina. Para comprender el motivo de este proceder, hay que recordar que según la mitología griega existían tres
hermanas, denominadas Moiras, que controlaban el curso del universo, y que tenían
por nombre Cloto (del latín Clotho y del griego Kλωθω),
Láquesis (del latín Lachesis
˘ y
´
del griego Λαχεσις)
y
Átropo
(del
latín
Atropus
y
del
griego
Λτροπς.
Si
a
la
primera
´
˘
se le representaba hilando la vida de todos los individuos, la segunda controlaba la
naturaleza de ese destino, guiando y midiendo la longitud del hilo tejido por Cloto.
Finalmente, cuando Láquesis lo indicaba, Átropo, a la que normalmente se la representa con unas tijeras, cortaba el hilo. Era la muerte, y de ahí la inspiración para
nombrar la atropina.
Otra sustancia química cuyo nombre es de origen mitológico es la morfina, y
un proceso químico designado por el mismo procedimiento es la vulcanización.
LA MITOLOGÍA GRIEGA EN LA ASTRONOMÍA
Sin lugar a dudas, es en Astronomía donde la mitología griega brilla en todo
su esplendor, pues fue usada sistemáticamente por los propios griegos para nombrar
las estrellas del firmamento y todos los planetas por ellos conocidos. Posteriormente,
los astrónomos encontraron cierta utilidad en la parcelación del firmamento en constelaciones ideada por los griegos, al facilitar la nomenclatura y la asimilación de las
miles de estrellas conocidas [7]; y no solo eso, sino que ya en los tiempos modernos
decidieron seguir la tradición griega y continuaron nombrando los nuevos planetas
y satélites que se iban descubriendo, así como los asteroides más señalados que se
detectaron entre las órbitas de Marte y Júpiter, con nombres de evocación mitológica
griega. Es tanta la abundancia de nombres que lo que sigue no puede ser más que
una breve selección de algunos casos que descollan, a nuestro juicio, bien por la belleza de la leyenda mitológica que los sustenta o bien por el destacado acierto del
término elegido para su designación.
Comencemos: existía en el panteón griego un héroe llamado Perseo (del latín Perseus y del griego ΙΙερσευς),
´ hijo de Zeus y Danae. Él y su madre se habían
refugiado en la corte de un rey que intentaba casar a ésta contra su voluntad. Para
salvar a su madre, Perseo ofreció rescatarla trayendo la cabeza de la terrible górgona,
Medusa, la cual no se podía mirar sin quedar convertido en piedra. A la vista está
que se trataba de una ardua empresa, pero Perseo era muy apreciado por los dioses y
éstos decidieron ayudarle: Atenea le entregó un escudo bruñido como un espejo con
el que podía ver a Medusa reflejada en éste, sin el peligro de quedar convertido en
roca. Hermes le entregó una hoz mágica y Hades le dio un casco que, una vez puesto,
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le hacía invisible. Perseo consiguió también unas sandalias aladas y un zurrón especial para poner en él la cabeza de Medusa. Todo esto se lo entregaron unas ninfas tras
varias aventuras.
Perseo encontró a Medusa y sus hermanas durmiendo y, sigilosamente, bajó
volando con las sandalias e invisible gracias al casco. Empleando el escudo bruñido
de Atenea, pudo al fin vislumbrar a Medusa y, arremetiendo contra ella con la hoz,
le cortó la cabeza, que depositó en el zurrón. Las hermanas de Medusa despertaron
al instante y siguieron a Perseo, lanzando horribles gritos, pero éste huyó volando.
Todavía le aguardaban más aventuras a Perseo, pues en su viaje de regreso,
paso por un reino del sur donde se desarrollaba otro drama. El rey de aquellas tierras
era Cefeo (del latín Cepheus y del griego Κηφευς)
´ y la reina, Casiopea (del latín Cassiopea
y del griego Κασσιεπεια). Tenían una hermosa hija llamada Andrómeda (del latín
Andromeda
Casiopea era tan vanidosa que proclamó que
˘ y del griego ´Ανδροµεδα).
´
tanto ella como su hija eran más bellas que las Nereidas, las ninfas del mar. En respuesta a esta afrenta, Poseidón, el dios del mar, para vengar el honor mancillado de
las Nereidas, envió un monstruo marino para que asolara las costas del país. Los
oráculos vaticinaron que la única manera de alejar al monstruo era sacrificando a
Andrómeda. Y así, Andrómeda fue encadenada a una roca junto al mar, mientras sus
padres permanecían a su lado llorando amargamente. Perseo llegó volando justo en
el momento en que el monstruo se acercaba a Andrómeda. Bajando rápidamente,
sacó del zurrón la cabeza de Medusa y la mostró al monstruo, que quedó convertido
en roca. Perseo se casó con la doncella y se la llevó donde se hallaba su madre, que lo
seguía esperando. Traía consigo la cabeza de Medusa, pero cuando lo anunció, tanto
el rey como sus cortesanos rieron sarcásticamente, y le dijeron que era una bravuconada. Para demostrar la veracidad de sus palabras, Perseo sacó la cabeza y todos
quedaron transformados en piedras.
Finalmente, Perseo entregó la cabeza de Medusa a Atenea, quien la colocó
en el centro del escudo, con lo que éste se convirtió en una protección perfecta.
La historia de Perseo fue muy popular entre los griegos, quienes llenaron el
cielo de constelaciones que representaban los diversos personajes que intervienen en
ella. Y de ahí que hoy día encontremos referenciadas en los libros de Astronomía las
constelaciones de Perseo, Cefeo, Casiopea y Andrómeda [7]. Pero hay más: la segunda estrella en brillo de la constelación de Perseo, “beta Perseo”, presenta la curiosa
propiedad (observada por los griegos) de perder súbitamente todo su brillo por un
período de cinco horas, al cabo de las cuales vuelve a recobrarlo en otras cinco horas.
Sabemos que ello se debe a una estrella compañera más oscura, que da vueltas en
torno a ésta apantallándola. Pero para los griegos, que evidentemente desconocían
todo esto, la pérdida de brillo representaba un hecho notable y antinatural, que sólo
podía explicarse aduciendo que esa monstruosa estrella simbolizaba la cabeza de
terrible górgona Medusa. Incluso, se piensa que esta estrella bien pudo ser la causa
de situar a Perseo dentro de esta constelación [5]. Para terminar con ella, digamos
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que siglos después los árabes siguieron reparando en ella y la denominaron “Ras-alGhol”, es decir, “cabeza del ogro”, nombre que ha llegado hasta nuestros días en la
forma de “Algol”.
La constelación de Cefeo también presenta una singularidad: su cuarta estrella en magnitud, “delta Cefeo”, enclavada en la pierna derecha de Cefeo también
cambia de brillo regularmente, aunque por una razón distinta a la de Algol. En efecto, según descubrieron los astrónomos, esta estrella aumenta y disminuye de tamaño, siguiendo un ritmo regular. Y no solo eso, sino que localizaron en el firmamento
un cierto número de estrellas de ese mismo tipo, que terminaron llamándose
“Cefeidas” en honor a la primera de ellas. Las Cefeidas han mostrado su utilidad
cuando en 1912, una astrónoma americana, Henrietta Leavitt, encontró la manera de
utilizarlas para calcular la distancia entre objetos muy alejados en el espacio, cuando
se carece de otro método para hacerlo.
Dejemos a un lado las constelaciones y centrémonos ahora con un planetoide
o asteroide especialmente interesante: Ícaro. El relato que nos describe a este héroe
nos traslada a un reino cretense regido por Minos. Hasta él viajó el ateniense Dédalo
(del latín Daedalus
que era una especie de Edison mítico ca˘ y del griego ∆αιδαλος),
´
paz de toda clase de ingeniosos inventos. Dédalo fue a Creta, donde construyó un
gran laberinto para Minos. Quien penetraba en él, no era capaz de encontrar jamás la
salida. Si embargo, con la construcción del laberinto, Dédalo no consiguió nada favorable ya que se enemistó con Minos, que terminó encarcelandolo junto con su hijo
˘ y del griego ´´Ικαρος) . Dédalo, que temía ser ejecutado, anhelaÍcaro (del latín Icarus
ba escapar de Creta, pero las naves de Minos controlaban todo el mar que rodea a la
isla. La única forma de escapar sin ser capturado era a través del aire.
Tras reflexionar, el inteligente Dédalo se construyó unas alas con plumas de
ave que iba pegando con cera sobre una estructura muy ligera. Entregó dos alas a
Ícaro, y se reservó para sí otras dos. Las ataron a los brazos y, levantando el vuelo,
huyeron de la isla.
Dédalo advirtió a Ícaro que no volara muy alto, pero éste, llevado por la
alegría del vuelo y la impresión de poder que experimentaba, no pudo resistir el
impulso de demostrar su dominio, levantando el vuelo más y más, tanto, que llegó
muy cerca del Sol. Como sonsecuencia, el calor que éste irradia fundió la cera que
mantenía unidas las plumas, provocando el desprendimiento de las alas y la caída de
Ícaro al mar, en un punto situado, según el relato mitológico, justo en la parte sudoeste de la actual Turquía. Este es todavía el “mar de Ícaro”.
El recuerdo de este primer vuelo por los aires ha quedado fijado en el nombre de un planetoide muy extraño descubierto en 1948 por el astrónomo americano
Walter Baade. Este planetoide describe una órbita que en algunos puntos se aleja del
Sol incluso más que la órbita de Marte. Pero entonces, al igual que Ícaro, el planetoide
empieza a aproximarse al Sol hasta llegar a diecisiete millones de millas de él, es
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decir, mucho más cerca que el propio Mercurio. Se le acerca más que cualquier otro
objeto conocido (excepto algún cometa ocasional), motivo por el cual el planetoide
ha recibido el nombre de Ícaro.
LA MITOLOGÍA GRIEGA EN ZOOLOGÍA Y BOTÁNICA.
También en estos dos campos hay ejemplos dignos de mención que evidencian la considerable influencia de la mitología griega en la terminología científica
actual.
´
Comencemos por la Zoología. Aracne (del latín Arachne y del griego ´Αραχνη)
era una doncella del reino de Lidia (en el oeste de Asia Menor) que tenía una gran
reputación en el arte de tejer. Estaba tan orgullosa de su destreza que llegó a alardear
de ella ante Atenea (la diosa de las artes plásticas, incluida la de tejer), y la desafió a
competir. Atenea aceptó el desafío, y ambas tejieron tapices. Atenea compuso toda
clase de temas evocadores de la majestad de los dioses, mientras Aracne tejió temas
que no les alagaban demasiado. La obra de Aracne era preciosa, pero la de Atenea
era perfecta. Atenea, airada ante el tema elegido por Aracne, destrozó el tapiz de
ésta, quien, ultrajada, se ahorcó. Pero Atenea, que no era una diosa cruel, no deseaba
un desenlace tan trágico, por lo que aflojó la cuerda que ahorcaba a Aracne y transformó a ésta en araña, que, desde ese momento seguirá tejiendo bellas composiciones colgada de un hilo, como si persistiera en su afán de ahorcarse.
En zoología, el nombre de aquella doncella se utiliza para denominar a las
arañas y sus semejantes: son los “arácnidos”. Y, puesto que la tela de araña se caracteriza por su extrema sutilidad y delicadeza, también ha encontrado eco la historia de
Aracne en anatomía. Efectivamente: el cerebro y la médula espinal del ser humano
están envueltos con una membrana doble que los protege, de manera que entre medias existe una tercera membrana extremadamente delgada que lleva el nombre de
“membrana aracnoides”.
Otros ejemplos del mundo de la zoología son la pulga cíclope, el faisán de
Argo, la serpiente pitón y el lince [5].
Para la botánica, evocaremos la bella historia de Eco (del latín Echo y del
griego ´Ηχω,
´ que significa “sonido”) y Narciso (del latín Narcissus y del griego
Ναρκισσος).
Eco era una ninfa de los montes que con su lengua parlanchina había
´
ofendido a Hera, por lo que había sido condenada a un silencio casi absoluto, siendo
únicamente capaz de repetir las últimas palabras de lo que le decían.
Eco se enamoró de un apuesto joven llamado Narciso, pero no le era posible
manifestarle sus sentimientos porque sólo podía repetir las últimas palabras de su
amado. Narciso la trataba con cruel aspereza y se burlaba de ella. No obstante, el
ufano Narciso un día contempló su propia cara reflejada en el agua. Nunca había
tenido ocasión de verse y, ahora, ni siquiera se dio cuenta de que era él mismo a
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quien veía, enamorándose inmediatamente del rostro que se proyectaba en las aguas.
Naturalmente, ello no le produjo ningún beneficio pues nunca terminaba de alcanzar el objeto de su amor y se sentía rechazado. Por ello, empezó a languidecer hasta
que, finalmente, murió, transformándose en una flor que aún lleva por nombre “narciso” en honor suyo. En cuanto a Eco, también comenzó a adelgazar, hasta que sólo
quedó de ella la voz, todavía audible en las montañas donde vivía la ninfa. A esa voz
seguimos denominándola “eco”.
Y concluimos ya, recordando que con lo expuesto aquí no hemos pretendido
realizar un estudio extensivo de los innumerables términos científicos de origen mitológico, sino sólo un breve repaso, debiendo consultar la bibliografía que referimos
más abajo aquellos que deseen obtener un conocimiento más profundo de este atractivo y valioso legado linguístico.
BIBLIOGRAFÍA.
[1] - Grimal, P., La Mitología Griega, Ediciones Paidos, Barcelona (1998).
[2] - Burn, L., Mitos Griegos, Ediciones Akal, Madrid (1992).
[3] - Asimov, I., Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología, Alianza Editorial, Madrid (1987).
[4] - Ortega, M.R., Lecciones de Física , Vol. 3, Edición del Autor, Córdoba (1992).
[5] - Asimov, I., Las Palabras y los Mitos, Editorial Laia, Barcelona (1974).
[6] - Ruiz de Elvira, A., Mitología Clásica, Editorial Gredos, Madrid (1975).
[7] - El Universo. Enciclopedia Sarpe de la Astronomía. Ed. Sarpe, Madrid (1982).
Palabras Clave: Mitología Griega, Terminología Científica.
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Tabla I: Elementos de la tabla periódica cuya denominación fue inspirada por
la mitología griega.
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