San Enrique Morse Este jesuita, a pesar de ser tan perseguido, se

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San Enrique Morse
Este jesuita, a pesar de ser tan perseguido, se transforma en el héroe de católicos y anglicanos,
en la ciudad de Londres. Son los días terribles de la peste de 1636. Esta condición no le permite
eximirse del martirio en Tyburn.
Nacimiento
Enrique nace, en 1595, en la casa de su madre, Margaret Collinson, en Broome, una pequeña
localidad de Suffolk, Inglaterra. Es hijo de Robert Morse, de Tivetshall, un hombre con
suficientes rentas y tierras para dejar a cada uno de sus catorce hijos una buena herencia.
Enrique es el séptimo entre diez varones.
No sabemos exactamente si Enrique recibe su primera educación en casa, o en la escuela de
Norwich, donde su padre arrienda varias propiedades.
En la Universidad
A los quince años de edad, Enrique es matriculado en el Corpus Christi College, en la ciudad de
Cambridge. Es un colegio protestante, con una gran biblioteca, y es el más importante de la
Universidad. Tiene doce académicos y treinta y siete profesores para 150 alumnos. El rector es
el doctor John Capcot, un verdadero erudito en lenguas clásicas.
A los diecisiete años, Enrique comienza sus estudios de derecho en Barnard's Inn. Aparecen,
entonces, sus dudas religiosas. Él asiste a los servicios anglicanos con cierta regularidad, pero
jamás recibe los sacramentos protestantes.
En julio de 1613, muere Robert Morse, su padre. Aunque no existe una clara evidencia de que
muere como católico, sus simpatías siempre fueron para la antigua fe. Más de una vez, fue
acusado ante el obispo de Norwich de ser refractario a la fe anglicana, de haber escuchado misa
y asilado al sacerdote Monfort Scott, después detenido y ejecutado. Monfort Scott está hoy
beatificado.
En el continente
Al año siguiente, Enrique cruza al continente, vía Gravesend. Viaja, sin necesidad de ocultarse,
con una licencia obtenida en el Consejo Privado del reino.
Desde Dunkerque, pasa al Seminario inglés de Douai. Los recuerdos de Enrique son claros:
"Sucedió que siendo yo protestante y estudiante en las Inns de la Corte de Londres, sentí dudas
acerca de la verdadera religión y decidí trasladarme a Bélgica".
En los archivos del Colegio de Doaui, se conserva el registro de su llegada, el 5 de junio de
1614. Enrique escribe: "Habiendo conocido la verdad cierta de la fe católica, con plena
convicción, renuncié a mis antiguos errores y fui recibido en la Iglesia católica romana, la
madre de todas las Iglesias". En la Capilla del Colegio, recibe el sacramento de la
Confirmación.
El regreso a Inglaterra y primera detención
Enrique decide abrazar el sacerdocio católico. Pero antes de iniciar los estudios, determina
viajar nuevamente a Inglaterra y arreglar sus asuntos económicos. Así podrá despedirse de su
familia y, siempre escaso de dinero, volver con lo necesario para costear su permanencia en el
Seminario.
Al llegar a Inglaterra, el 15 de agosto de 1614, es arrestado. Se le pide prestar el Juramento de
Fidelidad, a lo cual él rehusa con valentía. Esto sucede en el mismo puerto de Dover. Enrique
tiene su pasaporte en regla, pero no conoce los cambios sucedidos en su ausencia.
"Al regresar, poco después, a Inglaterra, me presentaron los Juramentos de Supremacía y de
Fidelidad. Yo los rechacé, por ir contra mi conciencia. Entonces, fui llevado a prisión".
Esta primera prisión de Enrique dura cuatro años. Todos ellos los pasa en la nueva cárcel de
Southwark. No conocemos las condiciones de esa prisión. Pero tenemos un juicio del P. Richard
Blount, el Superior de los jesuitas de entonces: "Todos los días detienen a sacerdotes. Muchos
están en peligro de morir de hambre. Para vivir los obligan a pagar una pensión de 18
peniques a la semana. En Southwark, donde hay nueve sacerdotes, incapaces de pagar, el
carcelero los ha dejado todo el invierno en la prisión común, sin fuego, sin camas ni frazadas,
encadenados. Uno ya murió, otro agoniza y los demás están muy enfermos". Y ciertamente,
Richard Blount tiene fama de no exagerar.
Los biógrafos de Enrique Morse no dicen nada acerca de esos cuatro años. Unicamente, que
sufrió por mantener la fe. Debió ser un tiempo muy angustioso. En 1616, varios sacerdotes
diocesanos son ejecutados en York, en Lancaster, en Tyburn y en Norwich. Otros ceden, con
gran dolor de los católicos, ante los apremios y las promesas de libertad.
En el último año de prisión, por el posible matrimonio del príncipe Carlos con una infanta de
España, el odio contra los católicos se incrementa. "Jamás se ha torturado tanto como ahora.
Los puritanos desean hacer fracasar ese proyecto". En Newcastle, el sacerdote diocesano
William Southern, hoy beatificado, es ejecutado en el mes de abril.
Al mes siguiente, Richard Blount describe la persecución: "Es tan dura, en el norte de
Inglaterra, que los católicos han debido abandonar sus hogares y vivir en los bosques para
escapar de la ira de las autoridades". Con tristeza agrega: "Esto nos da poca esperanza de
lograr el matrimonio con la infanta española".
España pone condiciones exigentes: los hijos de los reyes deberán ser educados por la madre
como católicos, y las leyes penales contra los católicos deberán suspenderse en Inglaterra.
Por razones de estado, el rey Jacobo mantiene las conversaciones y decide dar muestras de una
mayor tolerancia. En el verano, como una muestra de su buena voluntad, decreta cambiar, por
exilio, la prisión de cien sacerdotes. Enrique Morse también cae bajo esa amnistía. "Aunque yo
no era sacerdote, fui también enviado al destierro".
De nuevo en Douai
Enrique llega al Colegio inglés el 9 de agosto de 1618. En los registros queda incorporado con
el nombre de Enrique Ward, por razones de seguridad.
Enrique debía adoptar el apellido de su madre, como era la costumbre, para despistar a los
espías ingleses del continente. Pero su hermano William ya está en Douai y es conocido con el
nombre de Collinson. William había sido ordenado sacerdote durante el tiempo de prisión de
Enrique. Ahora espera el momento propicio para trasladarse a Inglaterra.
Con la llegada de los exiliados, el Colegio queda colmado. Enrique aloja fuera, toma sus
comidas en el Colegio y paga todos sus gastos.
Como hay muchos jóvenes, se hace necesario enviar a varios a los Colegios ingleses de Roma y
España. Como Enrique debe comenzar sus estudios, es escogido para salir al exterior. Él solicita
ir a Roma en vez de España. "La razón para elegir Roma es la de beber en sus fuentes la fe
recibida fuera de ella".
Roma
La salida de Enrique queda registrada en Douai con fecha 14 de septiembre de 1618. En
diciembre, llega a la ciudad eterna y es admitido en el Colegio Inglés, el día 27, con el
seudónimo de Enrique Claxton, nombre por el cual va a ser conocido el resto de su vida. Tiene
33 años. Su rector es el jesuita Tomás Fitzherbert.
Tomás Fitzherbert es un hombre excelente. En sus años de joven adulto, conoció a los PP.
Roberto Persons y Edmundo Campion a quienes sus padres hospedaron en Swynnerton. Él
estaba recién casado. Siete años después, al quedar viudo, decide emigrar al continente para
tener libertad en el ejercicio de su fe. Recibe el sacerdocio en 1602, y durante diez años es el
agente, en Roma, de los sacerdotes diocesanos de Inglaterra. En 1613, ingresa a la Compañía de
Jesús. Los Superiores lo pusieron al frente del Colegio Inglés por su experiencia, por sus
relaciones con el clero diocesano de Inglaterra y por el buen conocimiento que tienen de él las
cortes de Francia, España y Flandes.
En el Colegio Inglés de Roma
Los estudios romanos de Enrique duran seis años. Sus compañeros ingleses son más de
cincuenta. Asiste a clases en el vecino Colegio Romano, hoy Universidad Gregoriana. Vive en
el Colegio Inglés, con cuatro o seis seminaristas en el mismo cuarto. Cada uno tiene una mesa,
una silla y una cama. Se levantan todos, al son de la campana, a las cinco y media de la mañana.
Arreglan su ropa y, a las seis, comienzan una media hora de oración. A continuación, tienen un
corto período de estudio, antes de ir a Misa. Después, todavía en silencio, toman el desayuno:
un pan grande de trigo y un buen vaso de vino romano. Las clases ocupan el resto de la mañana.
A mediodía regresan para almorzar. Por turnos, dos estudiantes sirven a la mesa. La atención de
la casa está asegurada por los Hermanos jesuitas, y asimismo la ropa, las compras y las otras
necesidades de la comunidad. Después de almuerzo, todos comparten, alegres, por espacio de
una hora. Regresan a sus cuartos y preparan las clases de la tarde.
Al toque de la campana, nuevamente van al Colegio Romano. Después, al regresar, se dirigen al
comedor y cada uno recibe nuevamente un vaso de vino y otro pan. Luego, todos estudian en
sus cuartos hasta la hora de cenar. Terminada la cena, comparten con la comunidad jesuita y
juntos rezan, en latín, las letanías de los santos.
Entre los compañeros de Enrique hay un buen número que, después, será muy notable: el P.
Manuel Lobb será el que llevará a Jacobo, el duque de York y heredero de la corona, al
catolicismo; Tomás Rogers pasará más de treinta años atendiendo a los católicos pobres de
Cumberland; John Robinson será el compañero de prisión de Enrique durante cuatro años,
primero en Newcastle y después en Londres; Edmundo Downes morirá, en 1637, víctima de la
peste, en la casa del noviciado de los jesuitas, en la misma fecha en que Enrique contrae la
infección.
Años más tarde, después de la ejecución de Enrique, el P. Felipe Alegambe, su profesor de
metafísica, atestigua:
"En 1620 tuve el privilegio de tener a Enrique Morse como alumno. Era eminente en
sinceridad. Fervoroso. Era el centro de todas las reuniones. Jamás dejó de hacer las tareas
domésticas, como servir a la mesa. Se levantó siempre al toque de la campana y dedicó todo el
tiempo señalado al estudio y a la oración. Con extraordinaria caridad, una y otra vez, hizo de
guía de muchos viajeros ingleses que visitaron Roma y querían conocer la ciudad. Fue
extraordinariamente leal con los Superiores. En las disensiones, entre escolares y las
autoridades, siempre defendió el parecer y las determinaciones de la autoridad".
Un buen conciliador
Sin duda, en el último párrafo de su testimonio, el P. Felipe Alegambe se refiere a una enconada
lucha sostenida en 1623, el último año de Enrique en el Colegio Inglés.
Una buena parte del clero diocesano de Inglaterra no mira con buenos ojos que la formación de
sus sacerdotes esté bajo la dirección de la Compañía de Jesús. Esa lucha sorda se arrastra
durante años.
En 1623, la contienda llega a su clímax. Un estudiante sacerdote, Tomás Longeville, en un
exabrupto de temperamento, ofende al P. Rector. Es enviado a su aposento para que se
tranquilice. De inmediato, su amigo Peter Fitton hace correr el rumor de que ha sido expulsado.
Peter Fitton acude a la Santa Sede y deja en manos del secretario una lista de cargos en contra
del gobierno del P. Tomás Fitzherbert. Los jesuitas han transformado el Colegio en una especie
de Noviciado y hacen presión a los estudiantes ingleses para que ingresen a la Compañía de
Jesús. En los últimos cinco años, nueve alumnos se habían hecho jesuitas. Fitton acusa a los
jesuitas de haber colocado el nombre de "bienaventurado" bajo el retrato del P. Enrique Garnet,
el provincial inglés recientemente ejecutado, y de celebrar el día de la fundación del Colegio
para el aniversario de la muerte del P. Roberto Persons, con un panegírico en su honor.
Cuando en el Colegio Inglés se conoce esta acusación, una parte de los estudiantes, encabezada
por el sacerdote Enrique Claxton, seudónimo de Enrique Morse, toma el partido de los jesuitas.
El nombre de Enrique encabeza el escrito que veinticinco seminaristas elevan al papa Gregorio
XV. La oposición, dirigida por el estudiante Peter Fitton, la forman quince alumnos.
Durante tres meses la contienda continúa, con altos y con bajos. La solución queda postergada
por la muerte del papa Gregorio. En septiembre, el nuevo papa, Urbano VIII, adelanta la fecha
de la visita papal al Colegio. Seis estudiantes, incluido Peter Fitton, son expulsados. Al P.
Tomás Longeville y a otros dos sacerdotes se les pone la penitencia de decir una Misa por la paz
del Colegio. Cinco jóvenes deben hacer la visita a las Siete Iglesias de Roma.
Sin embargo, Peter Fitton permanece en la ciudad. A través de la Congregación de Propaganda,
obtiene una segunda visita al Colegio Inglés. Esta termina con un decreto que prohibe a los
estudiantes ingleses entrar en la Compañía de Jesús, sin una especial licencia de la Santa Sede.
La postulación a la Compañía
Antes de abandonar Roma, Enrique solicita el permiso del P. Mucio Vitelleschi, general de la
Compañía de Jesús, para ser incorporado a la Provincia inglesa. Enrique es examinado y
aprobado, pero, conforme al reciente decreto, no puede ser admitido.
El 13 de julio de 1624, el Padre General escribe al provincial de Inglaterra indicándole que
Enrique Morse podría ser admitido si, después de un tiempo de trabajo apostólico en la patria, él
persevera en la decisión. El noviciado deberá hacerlo en el país de Flandes.
Con cartas de su rector, el P. Tomás Fitzherbert, dirigidas al nuncio en Bruselas, Enrique sale de
la ciudad eterna en compañía de dos sacerdotes y un estudiante del Colegio Inglés.
Al llegar a Bruselas, dirige unas letras a su amigo el P. Fitzherbert: "Nuestro viaje ha sido
bastante difícil. En algunos sitios debimos tomar una escolta armada. Así, con bastante temor,
pudimos evitar el caer en manos de los ladrones que esperaban en el cruce de los caminos. Nos
resultó bastante caro, especialmente en Suiza y Alemania. Las guerras religiosas han desolado
al Palatinado alemán. Este país más parece un desierto que tierra habitada. La tierra no se
cultiva, los pastos crecen hasta secarse de nuevo. No se ve ganado en los campos. Los
habitantes se muestran agresivos.
Con esta carta deseo agradecerle, una vez más, todo lo que Ud. ha hecho por mí. Todos los
días rezo al Señor, quien es el único que puede retribuirle. Algún día, así lo espero, procuraré
demostrar, yo también, mi más profundo agradecimiento por sus infinitos favores. Pienso ir
esta noche a Watten (el Noviciado inglés). Espero permanecer allí una semana. Un mayor
tiempo, Ud. lo sabe, no me está permitido. Me encomiendo de veras. Enrique Claxton".
De nuevo en la patria
La localidad de Watten queda a seis kilómetros de Saint Omer y equidistante de los tres puertos
de Dunkerque, Boulogne y Calais. Pasa días de amistad y de oración.
Sin prisa, Enrique consigue un pasaje para Inglaterra. Se embarca de noche. Viaja con un disfraz
de comerciante flamenco que apenas dice unas pocas frases en inglés. Su propósito es hacer
negocios.
No tiene problemas. Desde Dover va Gravesend, y desde ahí a Londres, por el río.
La Compañía de Jesús en Inglaterra
El P. Richard Blount es el Provincial de la Compañía de Jesús en Inglaterra. Su vida está llena
de aventuras. Él volvió a la patria, en 1591, como sacerdote diocesano. Su disfraz, aconsejado
por un almirante español que canjeaba prisioneros capturados en Cádiz, no ocasionó problemas.
A la Compañía de Jesús entró en 1596. Fue designado Superior de la Misión, después
Viceprovincial, y finalmente Provincial.
Richard Blount vivió siempre en Londres. Su domicilio fue conocido solamente por George
Abbot, el obispo anglicano de Londres, quien guardó, honorablemente, el secreto, debido a la
antigua amistad desde los tiempos de Oxford.
Para salvaguardar su residencia, Richard permanecía el mayor tiempo en casa. Aunque recibió
muchas cartas y visitas, su identidad no la conocieron ni siquiera los criados. Cuando era
necesario, salía de noche y regresaba antes de la aurora. Vestía con ropa costosa y elegante. Ese
era su mejor disfraz. En casa, usaba un traje raído.
Cuando Richard Blount pronuncia los votos de la Compañía de Jesús, en 1598, ante de Enrique
Garnet, en Inglaterra hay quince jesuitas en libertad y cuatro en las cárceles. En 1606, a pesar
del Complot de la Pólvora, el número llega a cuarenta y cinco. Se hizo necesario establecer un
Noviciado en el continente, en Lovaina.
En 1614, en el año en que Enrique Morse va a Douai y es allí confirmado, los jesuitas en
Inglaterra son 59 y un grupo más numeroso se prepara en el continente.
Cinco años después, la Misión es elevada al rango de Viceprovincia, con un centenar en el país
y algo más que ese número en el extranjero.
Finalmente, dos años antes del arribo de Enrique Morse, el P. Richard Blount es nombrado
como el primer Provincial. Diez años después, la Provincia tiene trescientos cuarenta jesuitas.
El ministerio de los jesuitas ingleses
El trabajo de los jesuitas, a la llegada de Enrique Morse, ha cambiado muy poco, desde los
tiempos de Garnet. La organización es la misma, aunque más extendida. La mayor parte de los
misioneros ejerce el ministerio en forma individual y viviendo en las casas de campo. Algunos
cumplen su apostolado en las grandes ciudades, alojando en posadas o en casas arrendadas. En
cada área hay un Superior local y un administrador de bienes. Las reuniones espirituales las
tienen con extremada prudencia. Los reconciliados con la fe católica son unos dos mil
seiscientos cada año.
Los católicos tienen ahora, por fin, un obispo: Guillermo Bishop, titular de la diócesis de
Calcedonia. Por primera vez, desde los tiempos de la reina Isabel, se administra el sacramento
de la Confirmación en Inglaterra.
El noviciado de Enrique Morse
El primer Noviciado de la Compañía de Jesús, en la isla, se funda el año 1624 en la pequeña
ciudad de Edmonton. Los primeros novicios son veinticuatro, incluyendo a Enrique Morse.
Solamente doce pueden vivir en la casa. Los demás quedan repartidos en el campo.
Enrique es enviado al norte, a St. Anthony. Allí su Maestro de novicios será el famoso P.
Richard Holtby, antiguo Superior de la Misión inglesa.
La casa pertenece a Mrs. Dorothy Lawson y queda a tres millas de Newcastle. Tiene una capilla,
una biblioteca, entradas secretas y, por supuesto, escondites. Queda junto al río Tyne y desde las
ventanas, ubicadas al sur, se pueden ver los barcos que llevan carbón a los diferentes países de
Europa.
Allí vive Enrique. Es el capellán de la dueña de casa. Atiende a los mineros de Newcastle y a
los marineros. Celebra diariamente su Misa. Cuando regresa, en la tarde, de sus visitas a los
católicos del distrito, canta Completas en la capilla. Después de la cena, recita las Letanías de
los santos con los demás jesuitas. En los días de fiesta da una instrucción catequética. Las
confesiones son, por cierto, ministerio frecuente.
El P. Richard Holtby, el fundador del distrito del norte, vive habitualmente en St. Anthony.
Tiene setenta y dos años. Al igual que Morse, es un graduado de Cambridge. Se ordenó de
sacerdote en 1578, en Cambrai, y llegó a Inglaterra al año siguiente.
Poco después de la muerte de Campion, Richard Holtby decidió incorporarse a la Compañía.
Viajó al continente, estuvo allí unos años y regresó a Inglaterra en 1589. Desde entonces está en
la patria. Son ya treinta y cinco años. En todo el condado de York, hasta la frontera escocesa, es
"el padre de todas las iglesias". Con la ayuda del jesuita Nicolás Owen - mecánico, carpintero y
albañil- ha construido todos los lugares secretos de la región.
La peste en Newcastle
Cuando la peste llega a Newcastle, Enrique Morse se multiplica. Dentro y fuera de las murallas
de la ciudad del carbón, hay lugares infectados. Existe mucha pobreza, a pesar de la industria.
Siguiendo los pasos de Richard Holtby, Enrique visita las casas, cuida enfermos y ayuda a
muchos a bien morir. Su caridad lo hacer ser conocido, aun por los que persiguen a los
sacerdotes católicos.
Una detención desafortunada
En la mañana del 31 de marzo de 1626, un barco trae carga y pasajeros: un flamenco, un inglés
y dos jóvenes que regresan después de estudiar en el continente. El capitán les permite
desembarcar en St. Anthony, pero retiene un gran baúl exigiendo un mayor pago. Se produce un
altercado. Vienen las autoridades y entran en sospechas, porque el baúl viene consignado a Mr.
North, el seudónimo utilizado por el P. Richard Holtby. Al abrir el baúl queda demostrado el
contrabando de 82 libros para la biblioteca de los sacerdotes de St. Anthony: Santo Tomás, San
Ambrosio, cuatro volúmenes de San Cipriano, las obras del cardenal Cayetano, manuales para
confesores y predicadores, una concordancia de la Biblia, libros litúrgicos y un Misal. Además
se encuentran rosarios, reliquias y cartas. El pasajero flamenco es arrestado. El barco carga
carbón y retorna a Dunkerque.
El P. Holtby decide, de inmediato, que Enrique se traslade al continente. Enrique lleva
dieciocho meses en Inglaterra, es novicio y no ha hecho el mes de Ejercicios. Arregla todo para
que salga en el "Caballo del mar" que deberá traer de regreso al P. John Robinson en su
reemplazo.
El 12 de abril, sale Enrique Morse acompañado de un muchacho, John Berry, quien viaja
también al extranjero. En la travesía del Canal es detenido. En su bolsillo encuentran un rosario
y cuatro libras esterlinas. Le piden prestar el Juramento de fidelidad. Enrique rehusa. Es llevado,
entonces, a la prisión de Newgate.
Diecisiete días después, llega en un velero el P. John Robinson. Su disfraz es el de un
comerciante flamenco que viene a cobrar unos dineros. En las pesquisas le descubren unos
libros de teología. Rehusa prestar el Juramento de fidelidad. El 1 de mayo queda, también,
detenido en la prisión de Newgate.
Las cárceles de York
La salud de Enrique Morse no ha sido nunca buena: así aparece en los informes de la Provincia.
Su condición, en la prisión, es aminorada gracias a los buenos servicios de Mrs. Dorothy
Lawson: "Anteponiendo su propia seguridad, ella lo visita en Newgate y le lleva todos los
elementos para que pueda celebrar Misa. Se preocupa de su ropa y alimento y trata de que
goce de cierta libertad, por su salud".
Poco después, Morse y Robinson son transferidos a la prisión de York, una de las peores de
Inglaterra. Las celdas no tienen luz ni ventilación. Cuando el río sube, la inundación cubre los
pisos. Muchos católicos han muerto de fiebre y peste. Además, el carcelero, Samuel Hales, ha
impuesto un cobro de veinte chelines semanales a los sacerdotes. Toda devoción religiosa
privada está prohibida. Los domingos deben escuchar el sermón del ministro anglicano. No está
permitido recibir alimentos. Si los detenidos desean adquirir algo, están obligados a comprar a
los carceleros, a un precio tres veces más alto.
Sin embargo, Morse y Robinson se las ingenian para organizar su apostolado. La tarea les
resulta muy difícil. Obtienen limosnas y administran los sacramentos. Pero logran mantener
oculta su condición sacerdotal. Los dos se las arreglan para celebrar la Misa diariamente. Jamás
hablan con los carceleros en inglés, siempre en italiano. Los detenidos que van a ser ejecutados,
siempre reciben la atención espiritual de Enrique y John.
El mes de Ejercicios en la prisión
El P. Richard Holtby se preocupa. Nombra a John Robinson en el cargo de maestro de novicios.
Bajo su dirección, Enrique empieza los treinta días de Ejercicios. Es un extraño mes de
Ejercicios, pero lleno de consolaciones.
Después, continúa su apostolado carcelario. En esta tarea permanece tres años.
En marzo de 1630, Enrique es dejado en libertad. No se ha podido probar su carácter sacerdotal.
No obstante, se le condena al destierro, de por vida.
John Robinson es sentenciado a morir en la horca. Pero la ejecución no se realiza. Robinson va
a permanecer otros once años en la cárcel de York.
De nuevo en Flandes
En el verano de 1630, Enrique Morse llega a la casa del Noviciado inglés, en Watten, muy cerca
de la ciudad de Saint Omer.
El P. Felipe Alegambe escribe: "Después de cambiar la prisión por el destierro, cruzó el Canal
nuevamente y en Bélgica vivió por un tiempo en el Noviciado de Watten, dando especial
ejemplo a sus compañeros".
Muy pronto, es destinado a los trabajos apostólicos. Watten está situado en la frontera de las
provincias españolas y flamencas. La ciudad sirve de base al ejército español que defiende sus
posiciones.
Capellán militar
La actividad principal de Enrique pasa a ser la de atender a los numerosos soldados mercenarios
- irlandeses e ingleses - incorporados al ejército.
Ese invierno de 1630 es especialmente duro, ya que, por la tregua de la guerra, las tropas están
acantonadas en todas las aldeas cercanas a Watten. Enrique visita, catequiza y administra los
sacramentos. Su preocupación especial está dirigida a los enfermos en los improvisados
hospitales militares. Trabaja sin descanso, hasta agotarse.
Muy cerca de la localidad de Cassel, cae gravemente enfermo. Los jesuitas flamencos lo llevan
a su Colegio y lo cuidan con verdadero esmero. La comunidad lo encomienda diariamente a San
Francisco Javier, patrono del Colegio.
En el Noviciado de Watten
En mayo de 1631, se reinicia la lucha entre holandeses y españoles. Sin embargo, Enrique es
relevado, por razones de salud, de su apostolado como capellán militar. En la casa del
Noviciado debe desempeñar el cargo de Ministro.
Su tarea principal es proveer a las necesidades temporales de la comunidad. Al mismo tiempo,
es el encargado de velar por el cuidado de la salud de los Padres y de los 34 novicios. También
es el responsable de los servicios religiosos en la iglesia.
Con tesón, Enrique estudia el difícil idioma flamenco. Cada domingo, hace el esfuerzo de
predicar y oír confesiones en las capillas cercanas. A caballo, recorre las quince aldeas para
enseñar catecismo a los niños. Ellos gozan oyendo hablar flamenco a ese inglés tan cariñoso. En
una ocasión se atreve a dirigir, en lengua flamenca, los Ejercicios a los sacerdotes de la diócesis.
Otra vez organiza, con gran éxito, la representación de un drama acerca de la Pasión. Los
actores son sus niños y los que aplauden son los padres.
Lieja
A finales de 1633, Enrique es trasladado al Colegio inglés de Lieja, con el mismo cargo de
Ministro. En Lieja está la casa donde los jóvenes jesuitas ingleses hacen sus estudios de
filosofía y teología.
Es un Colegio enorme, ubicado en un hermoso sitio de ocho hectáreas, en el extremo de la
ciudad. La comunidad la forman 10 profesores, 15 escritores y operarios, 42 estudiantes de
filosofía y 24 de teología. El ambiente es muy inglés. Los edificios y el paisaje recuerdan a la
patria.
Más allá del río Meuse, están las Ardenas. Allí, los jesuitas ingleses tienen una casa de campo
donde los estudiantes descansan cada jueves. El pequeño parque, de estilo inglés por supuesto,
es muy atrayente.
La iglesia de los jesuitas de Lieja, sin duda, es la más concurrida de la ciudad. Las liturgias
puntuales y ordenadas, el acopio de los confesores, las predicaciones bien preparadas y la buena
acogida inglesa la hacen ser la preferida.
En ese ambiente tan agradable, Enrique recupera la salud y las fuerzas. Entonces el P. Richard
Blount lo hace regresar a Inglaterra.
Otra vez en Inglaterra
El 22 de noviembre de 1633, el Provincial inglés determina que el P. Andrés White se embarque
secretamente, desde la isla de Wight, con los primeros colonos que parten a Maryland, en la
lejana América. Es la avanzada misionera de una Provincia que es perseguida. Para
reemplazarlo, Richard Blount llama al P. Enrique Morse.
Enrique es destinado a un suburbio de Londres, el de St. Giles. Es un barrio pobre, donde vive
un gran número de católicos. También es un lugar seguro para los sacerdotes perseguidos. Hay
un pequeño y disimulado Colegio que prepara niños para Douai y Saint Omer. En la capilla de
la Reina, en Somerset House, los fieles se reúnen para escuchar misa, mientras un grupo vigila a
la puerta. De noche, Enrique recorre las calles sucias, visita enfermos y da los sacramentos.
La peste en la ciudad de Londres
En junio de 1635, la terrible peste bubónica aparece en Europa. En agosto está en Dunkerque.
Alemania, Francia y Flandes son los países más afectados.
Las autoridades inglesas pretenden cerrarle el paso con cuarentenas. Pero es inútil: el primer
caso aparece en Londres en el mes de septiembre. Y es en el barrio de St. Giles, donde todos la
esperaban y temían.
En los meses de invierno, de diciembre a marzo, las muertes son relativamente escasas. Enrique
continúa, imperturbable, con sus acostumbradas giras sacerdotales.
En el mes de abril de 1636, con los calores primaverales, la infección recrudece. Entonces
Londres pone en práctica toda clase de rigores. Las muertes están llegando al número de mil
personas a la semana. St. Giles es el peor foco de la peste.
Por orden de las autoridades, las casas infectadas son bloqueadas y selladas. Los apestados,
aunque sean adinerados, deben ser abandonados. No se proporcionan alimentos ni medicinas,
excepto los comprados por los oficiales de la parroquia. Como los nombres de los anglicanos
son los únicos que figuran en los registros parroquiales, los católicos son excluidos.
Hacia el fin del mes de abril, el Superior de los jesuitas de Londres toma contacto con el clero
diocesano. Juntos deciden nombrar a dos responsables de toda la organización de ayuda: John
Southworth, sacerdote diocesano, y el jesuita Enrique Morse.
Enrique no es un voluntario, pero acepta y obedece.
El sacerdote de la peste
Enrique se prepara con los Ejercicios anuales y la renovación de sus votos. Después, se da por
entero a su misión. La gente tiene pánico, él no.
Entra a las habitaciones donde el aire pestilente impide respirar. Se sienta junto a las camas de
los enfermos, en medio de una suciedad repulsiva y contagiosa. Oye las confesiones y
administra los últimos sacramentos a la gente que va a morir. Al igual que los oficiales que
visitan las casas, él lleva una vara blanca en la mano, como para advertir a los otros que deben
alejarse de su compañía.
Además de dar ayuda espiritual, Enrique hace un llamado público para obtener limosnas. Así
puede entregar alimentos y medicinas a los atacados por la peste, sin hacer distinción religiosa.
La reina, que es católica, también ayuda.
Enrique se contagia con la peste. El 8 de septiembre de 1636, al regresar de su gira apostólica,
siente fiebre, fatiga, escalofríos y vahídos. El médico católico, Tomás Turner, que lo conoce
bien y trabaja con él, le prescribe transpirar de noche. Con sus propias manos, el doctor extrae el
pus de los terribles furúnculos. Diariamente lo acompaña, no sabemos cuántos días, hasta la
crisis. En el peor momento, Enrique comienza a recuperarse.
"Débil y a medias", reasume su tarea de caridad entre los pobres.
Las detenciones
En ese tiempo angustioso de la peste, las leyes penales contra los sacerdotes, vigentes en los
estatutos, estaban suspendidas en la práctica. Excepto en los casos en que un informante
obligara a las autoridades a entrar en acción. Esto es lo que sucede con John Southworth, a
finales del mes de octubre. John es detenido.
Entonces, Enrique continúa, solitario, su triste ministerio. Siempre es él quien lava las llagas,
quien soporta los terribles hedores, el que escucha las confesiones del enfermo y aspira el
aliento del moribundo. A menudo está sentado junto al que muere. Cierra, entonces, los ojos y
la boca que la muerte ha dejado abiertos. Amortaja al cadáver y lo bendice antes de ser echado a
la fosa. Muchas veces, debe tomar, entre las suyas, las manos que tiemblan y sostener la cara de
los que gritan en delirio. A menudo siente que sus ojos se llenan de lágrimas, impotente, frente a
tanto dolor humano.
En el mes de noviembre, una ayudante de enfermera, Mrs. Frances Hall, acusa a Enrique de
haber convertido a la fe católica a un matrimonio de ancianos protestantes. Ella es testigo y está
dispuesta a dar su testimonio. Al día siguiente, Enrique es detenido cuando lleva la comunión a
un católico moribundo.
Enrique se las arregla muy bien. Sí, él ha estado en las casas de los apestados. Lo ha hecho a la
vista de todos. Ha ido a repartir las limosnas que ha entregado la reina. La ha sido arrestado en
la tarde. Jamás un sacerdote dice misa a esa hora. Entrega una moneda de oro y queda en
libertad.
Poco después de Navidad, casi debe interrumpir, nuevamente, su trabajo. Al salir de una casa, al
anochecer, es detenido repentinamente. Enrique reconoce al captor: es John Cook, un espía. Sin
vacilar, le coloca en la mano las pocas monedas que trae en el bolsillo. Cook acepta, pero
propone que entregue una cantidad mayor para así tener perpetua inmunidad. Enrique no
promete nada y queda nuevamente libre.
El día lunes 27 de febrero de 1637 es arrestado. "Yo acababa de visitar a una mujer atacada por
la peste. Casi sin darme cuenta, fui atacado por dos perseguidores: John Cook y Francis
Newton. No perdí la calma. Exigí ver la autorización. Ellos se burlaron de mí y me esposaron.
Me llevaron a la posada Fetter Lane. Allí, me mostraron una autorización fechada en 1632. Yo
alegué que no valía, por estar fuera de plazo. Se molestaron. Traté de comprarlos con el poco
dinero que llevaba, pero ellos lo rechazaron. En un bote me trasladaron a Westminster, a la
posada Broad Sanctuary. Allí me registraron, pero sólo encontraron unas llaves y una medalla
de San Ignacio y de San Francisco Javier. Las tomaron como pruebas".
La narración de Enrique continúa: "Al día siguiente, John Cook vino a verme y me ofreció, en
nombre de Newton, un arreglo económico para dejarme libre. Mientras discutíamos el monto,
el empleado de mi casa llegó a la puerta de la posada. El se había angustiado mucho porque yo
no había regresado y temía que hubiera sido asaltado. Con un amigo, me habían buscado toda
esa noche. Así pudieron dar con la posada. No lo dejaron hablar conmigo, pero yo reconocí su
voz. En voz alta, para que él me escuchara, dije que yo iba a recurrir a la reina. Mi único
propósito era asustarlos para negociar mi libertad a menor precio. Pero mi empleado lo tomó
en serio y decidió poner por obra lo dicho por mí. A través de un amigo, obtuvo del confesor de
la reina una promesa, siempre que un jesuita enviara todos los detalles de la detención".
Tiempo después, John Cook, al romper con Newton, escribió su propio informe: "Después de
discutir mucho, llegamos a la conclusión de que Mr. Morse pagaría a Francis Newton cinco
libras para quedar en libertad. La condición puesta por Newton fue que Mr. Morse a nadie
informaría de esto. Si los Lores del Consejo llegaran a tener noticias de este asunto, y Newton
fuera interrogado, él podría nuevamente detenerlo".
Enrique acepta pagar para obtener su inmunidad. Su gente enferma ha estado, veinticuatro
horas, sin atención y él está impaciente por continuar con su trabajo.
Al día siguiente, es de nuevo arrestado. Newton ha conseguido que sea interrogado por Sir John
Coke, el secretario del rey.
Los interrogatorios
El 5 de marzo, Enrique es conducido ante el Consejo privado. Se le acusa de haber convertido a
muchos protestantes al catolicismo. El 26 del mismo mes, es confinado en la prisión de
Newgate. Son los días de la cuaresma, un buen tiempo para orar.
"Hace pocos días, Newton y Cook interrumpieron mi retiro. Con vehemencia me presionaron
para que yo cancelara, como honorarios por sus trabajos, diez libras esterlinas. Si rehusaba,
sería tratado con gran dureza. Yo les dije que el juicio estaba siendo llevado en forma muy
arbitraria. Por lo tanto, nada bueno podría obtener de ellos y afirmé que no tenía miedo".
Enrique permanece allí en condiciones muy miserables. Catequiza a los detenidos. Pero tiene
especial cuidado de no administrar los sacramentos. Nadie ha podido probar su sacerdocio, y los
Superiores jesuitas le han pedido mucha cautela.
El 22 de abril es llevado al tribunal. Además de los Jueces, hay mucho público.
Enrique recuerda: "Se presentaron dos acusaciones. La primera, de que yo había sido ordenado
por la Sede Romana, lo cual es contrario a las leyes del reino. La segunda, de que yo había
seducido a súbditos de Su Majestad separándolos de su fe. A la pregunta: ¿culpable o no
culpable?, yo dije que de ninguna manera era culpable. Siguiendo la costumbre de la Corte,
confié mi defensa a Dios y al país.
Llamaron a los testigos y se me ordenó permanecer en silencio. Por el lado opuesto, se
acercaron dos perseguidores, Newton y Gray. A ellos se juntaron un vigilante, llamado Pope, y
una persona, a quien yo no conocía, llamado Bailey. También tres mujeres pobres.
Con voz clara y sin miedo, Newton juró que yo era sacerdote y que de hecho yo se lo había
dicho. Dijo que me había preguntado si yo era jesuita y que yo lo había negado. Que me había
presionado a contestar si yo era sacerdote o no, y yo no lo habría negado.
Con vehemencia, yo protesté contra el procedimiento. Dije que no se podía dar crédito a las
palabras de cualquier persona.
Es verdad, contestó el Juez. Puede ser un cualquiera. Pero es posible que Ud. sea ahorcado por
este testimonio. Díganos, ahora: ¿Es Ud. sacerdote?
Yo contesté que no era digno de ese oficio. Él me repitió la pregunta. Yo contesté: Su Señoría,
de ninguna manera soy digno de ese oficio. Sí, dijo el Juez: Existen hombres indignos y son
sacerdotes. Jure Ud. que no es sacerdote. Yo repliqué: Las leyes del reino no permiten pedir ese
juramento a una persona acusada. El Juez insistió: Si Ud. se rehusa a jurar, queda claro que
Ud. es culpable. Yo contesté: Pero también queda claro que no hay pruebas.
Entonces el Juez pasó a otro punto. Dijo que yo era sacerdote porque había sido llevado a
prisión, con esa acusación, por el Consejo de Su Majestad. Yo contesté: Eso no prueba nada, a
no ser que quieran dar crédito a las afirmaciones de Newton. No hay ninguna prueba, afirmé.
Entonces Newton dijo que él había escuchado a tres sacerdotes papistas de que yo era jesuita, y
que uno había hablado de mí con desprecio. Afirmó Newton que yo era un hombre muy
peligroso, un consultor entre los jesuitas, y que Canterbury le había encargado especialmente
detenerme. Hizo así una referencia al arzobispo.
Las mujeres fueron también interrogadas. Una dijo que yo había atendido a una enferma
usando, como estola, un paño rojo en el cuello. Yo contesté: A esa mujer le puse un remedio
que yo guardaba en una caja envuelta en tela roja.
Gray dijo que él había visto a un hombre arrodillado, confesándose conmigo. Hall afirmó que
una moribunda le había dicho que yo la había confesado.
Cuando los testimonios terminaron, el Juez me preguntó si yo era católico. Yo admití que lo
era. ¿Católico romano?, me insistió. Yo dije: Por supuesto, católico romano. ¿Qué otra clase
de católicos puede haber en el mundo?".
La defensa de Enrique Morse
Otro de los Jueces, Sir William Jones, un antiguo profesor de Enrique en Barnard's Inn, afirma
que no debe declararse culpable a un acusado sin claras evidencias.
"Entonces el Juez presidente me permite formular mi defensa. Este es el resumen de lo que dije:
Los testimonios en mi contra no tienen peso. La señora Hall ha hablado con gran ignorancia de
lo que es una confesión. Yo convencí y ayudé a una moribunda a que examinara su conciencia,
así ella pudo tener menor dificultad para conocer sus pecados. El Juez me interrumpió: ¿Quién
le dio poder para hacer esa tarea? Yo contesté: Todos nosotros estamos autorizados para
ayudar al prójimo en sus necesidades. En cuanto al testimonio de Gray, respecto al hombre que
él vio arrodillado a mis pies, puedo decir que ese caballero prefirió esa postura porque le
ocasionaba alivio ante el sufrimiento que tenía. Si hizo o no confesión, eso no lo puede saber el
señor Gray, porque la confesión es un asunto del más estricto secreto.
Dije que ningún testimonio ha podido confirmar los cargos en mi contra. El de Newton no es
digno de crédito. La ha dicho, con juramento, que yo admití ser sacerdote. En esto no hay el
menor fundamento. Por lo demás, ¿qué me habría inducido a hacer confidencias a un espía y a
mi peor enemigo? ¿Podría yo haberle dicho algo que, según las leyes del reino, es un delito? Y
si yo hubiera negado ser jesuita, que es una ofensa menor, ¿me habría expuesto al peligro
mayor, confesando ser sacerdote?
En conclusión, sostengo que es un insulto si a mi palabra se le otorga menor crédito que a la de
él, aunque Newton la sostenga con juramento".
El veredicto del jurado
Después de una corta ausencia, el jurado regresa a la corte y pronuncia sentencia: culpable de
ser sacerdote e inocente respecto a los otros cargos.
Al Juez, Enrique le dice: "Mi Lord, le agradezco con todo el corazón".
El nuevo provincial de los jesuitas, P. Mateo Wilson, está presente en la corte, desconocido por
todos. Queda muy impresionado. En la misma noche, escribe al P. General de la Compañía
dando los detalles y comunicándole que ha decidido dar los últimos votos al P. Enrique Morse.
El 23 de abril de 1637, Enrique pronuncia, en la cárcel, su profesión solemne ante el P. Eduardo
Lusher quien lo visita con ese fin.
La libertad
El 24 de abril, Enrique es convocado a la corte de Old Bailey. Ese día deben pronunciarse las
sentencias.
"Se habían hecho diversos pronósticos acerca de mi futuro. Algunos decían que la sentencia
estaba lista, otros que se daría a conocer en la audiencia. No sé si fue un error, pero fui
convocado. Me encomendé a Dios para ser valiente. Pero el Juez no pronunció la sentencia.
Me ordenó regresar a la cárcel. Dijo algunas expresiones de honor y respeto porque el rey
habría dado instrucciones para diferir mi sentencia. Dijo que el rey estaba molesto porque
había sido mal informado. Se le había hecho creer que si él daba autorización para que yo
fuera llevado a la corte, iba a quedar establecido, con evidencias, que yo no sólo era sacerdote,
sino que le había sustraído súbditos de su obediencia".
Bien aconsejado, Enrique eleva, entonces, una súplica de clemencia a Carlos I. Hace un
recuento de su detención, de su debilidad por la enfermedad de la peste, de su lealtad sincera
hacia el rey.
El 17 de junio de 1637, queda en libertad. El perdón del rey se otorga "a petición de la reina, su
querida esposa".
En ese momento la peste parece estar superada. La vida de la ciudad es casi normal. Los
Superiores, entonces, destinan a Enrique, por un tiempo, a Devon y Cornwall. Su salud no está
bien y allí puede recuperar las fuerzas. Van a ser dos años de buen ministerio.
Una cuarta detención
En abril de 1640, Enrique regresa a Londres, muy recuperado. Pero el 17 de junio es
nuevamente detenido.
Esta vez, Francis Newton se ha asociado con el sacerdote anglicano Tomás Longeville, el
antiguo compañero de Enrique en el Colegio Inglés de Roma.
"El día 18, ellos me llevaron ante el Arzobispo de Canterbury y otros miembros de su corte. Allí
yo alegué que mi libertad estaba garantizada por la propia mano del Rey y por la protección de
mil libras que se dieron en mi nombre. Y como yo no había cometido ofensa alguna contra el
Rey, esperaba que el Lord Arzobispo de Canterbury y su corte me garantizaran el favor
otorgado por el Rey. El Arzobispo me contestó que él no estaba obligado a actuar en esa línea.
Yo protesté diciendo que había sido dejado en libertad por Su Majestad, y que tenía su
protección. Pero el Arzobispo contestó que ése era un asunto de otra corte y que a él no le
correspondía. Entonces ordenó que fuera conducido nuevamente a Newgate".
El 3 de julio, Enrique es puesto nuevamente en libertad. Esta vez, gracias a los buenos oficios
de Lady Cornwallis, gran amiga de la reina.
Los Superiores, entonces, deciden que Enrique abandone Inglaterra. Es imposible para él
trabajar en paz. Además, el Parlamento puritano ha conseguido una Proclamación real por la
cual se destierra a los jesuitas y a los sacerdotes diocesanos, bajo pena de muerte si no cumplen.
De regreso al continente
En el mes de enero de 1641, Enrique se encuentra en Flandes. Muy pronto se hace capellán del
regimiento inglés, de Henry Gage, que pelea por España contra los holandeses.
Durante ese invierno, organiza varios retiros para los soldados, en la casa de los jesuitas
ingleses, en Gantes. Produce gran fruto, pues 59 soldados protestantes son recibidos en la
Iglesia católica.
Cuando Henry Gage licencia a su regimiento, el P. Morse da retiros a las religiosas inglesas de
Gantes y Amberes, pero él suspira por volver a Inglaterra.
En el año 1643, los Superiores le cumplen sus deseos. Él, lleno de alegría, dice a quien lo quiera
oír: "Estas son las mejores noticias del mundo".
De nuevo en Inglaterra
A su regreso a Inglaterra, Enrique es destinado para ejercer ministerios en Cumberland. Él
conoce bien esa zona, desde los tiempos en St. Anthony. Son las tierras del P. Richard Holtby y
de sus primeros años como jesuita. Allí podrá trabajar en paz.
Enrique queda encargado de la parte occidental del distrito, la más pobre de todas. La guerra
civil, entre el Parlamento y el Rey, es una pesadilla que acrecienta la pobreza.
El último arresto
Una noche, a horas muy avanzadas, cuando acude a un llamado urgente de un enfermo, Enrique
cae accidentalmente en poder de un piquete de tropas del Parlamento. Es arrestado bajo la
sospecha de ser sacerdote. A esas horas nadie camina en la oscuridad, sin escolta y desarmado.
Es llevado a la casa del juez de policía local. El juez está ausente, pero su mujer, católica, se
hace cargo de Enrique Morse. Sin tomar en cuenta los riesgos que corre, a medianoche, ella lo
conduce, por unos pasadizos poco frecuentados, a un lugar donde otros católicos están
preparando la huida. Todos logran escapar.
Pero, seis semanas después, toda el área queda bloqueada por las tropas del Parlamento. Enrique
Morse es recapturado. Es llevado nuevamente a Newcastle, en barco. Es el 19 de noviembre de
1644.
La condena
Los procedimientos se acortan. No se hace un juicio formal. Al Juez se le presenta la sentencia
de hace siete años, que fue remitida por el Rey. Eso basta, el cargo no ha sido borrado.
Enrique reclama: "El testimonio, en ese entonces, no fue probado". El Juez contesta: "Ud. ha
sido condenado como sacerdote. ¿Afirma Ud. que la anterior sentencia no tiene valor?".
Con dignidad, Enrique responde: "Todo queda en sus manos, Señoría".
Entonces, el Juez dicta la sentencia de muerte.
Las visitas
En los días previos a la ejecución, acude mucha gente a pedir su bendición sacerdotal. Él es
conocido, es el héroe de la peste. Cada visitante cancela un honorario al carcelero.
Entre la multitud, también acuden jesuitas: su hermano William Morse y su amigo Thomas
Harvey. Los embajadores de España y Francia envían representantes. El embajador del Sacro
Imperio está fuera de Londres, pero acude el secretario.
La muerte
El 1 de febrero de 1645, Enrique se levanta a las 4 de la mañana. Celebra la misa votiva de la
Santísima Trinidad, rodeado por sus amigos, incluyendo al secretario del embajador imperial.
Todos reciben la sagrada comunión. Después, recita su breviario. Hecho esto, visita a todos los
condenados. A cada uno les dice unas palabras amables.
A las 9 de la mañana, es maniatado en la carreta. Es conducido, a través de Holborn, flanqueado
por 50 jinetes montados. Junto a la iglesia parroquial de St. Giles le ofrecen algo de beber. Allí
él reza por todos aquellos a quienes ayudó a bien morir en los días de la peste.
Ha caído una lluvia incesante, durante un día y una noche, sobre Londres. La multitud
congregada en Tyburn puede ser de cincuenta mil personas. De pie en el cadalso, el sheriff le
dice: "Si Ud. sabe de alguna traición contra el Rey o el Parlamento, dígala ahora, en el
momento de su muerte".
Morse contesta: "Yo tengo un secreto que concierne en gran manera al Rey y al Parlamento".
Se hizo un gran silencio en la multitud. "Señores, Inglaterra jamás será bendecida por Dios
mientras no regrese a la fe católica y sus súbditos no se unan bajo el obispo de Roma".
Después, dice su oración: "Dios eterno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, humildemente pido
perdón por mis pecados. Me arrepiento con todo el corazón. Perdono a todos los que me han
hecho mal, especialmente a los que ahora manchan sus manos con mi sangre. Pido perdón a
todos los que he ofendido. Ruego por Alemania, España y Francia y por todos los reinos del
mundo cristiano. Especialmente ruego por Inglaterra, mi país tan amado. En tus manos, Señor,
encomiendo mi alma".
Quitan el carro, y Enrique queda en el aire.
La glorificación
Se le deja morir en la horca, aunque la sentencia dice que debe ser descolgado vivo. Se reparten
las ropas. El capitán, entonces, invita al embajador de Francia a presenciar el descuartizamiento.
El embajador de España también se acerca.
Cuando el verdugo termina su tarea, los embajadores hacen empapar sus pañuelos en la sangre
de Enrique.
San Enrique Morse fue canonizado el 25 de octubre de 1970 conjuntamente con nueve jesuitas
de su querida Provincia inglesa
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