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Asociación Pro Derechos Humanos de España
Conclusiones de la jornada “LA APLICACIÓN DE LA PENA DE
MUERTE EN EL SIGLO XXI: ESTRATEGIAS PARA LA ABOLICIÓN”
Organizada por APDHE con el apoyo del Ministerio de
Asuntos Exteriores y Cooperación
Miembro Afiliado
Federación Internacional de Derechos Humanos
Calle Santísima Trinidad nº 30, 2º 2 28010 Madrid Tel: (+34) 91 402 23 12 – Fax: (+34) 91 402 84 99 [email protected] –
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Con el apoyo del Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, la Asociación Pro
Derechos Humanos de España decidió realizar una jornada sobre la pena de
muerte, ya que si bien se han producido avances importantes en la abolición de la
pena capital, es preocupante que todavía queden estados donde se sigan
ejecutando personas.
La APDHE desea compartir con tod@s vosotros, la ciudadanía, la sociedad civil, los
expertos y los políticos el siguiente documento, en el que se exponen las
conclusiones de la jornada “LA APLICACIÓN DE LA PENA DE MUERTE EN EL SIGLO XXI:
ESTRATEGIAS PARA LA ABOLICIÓN”, que tuvo lugar el 8 de mayo de 2013 en la
Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense de
Madrid.
La APDHE agradece la participación a los expertos que colaboraron en la
jornada:
-
Carlos de las Heras, responsable del Área de Países y Pena de Muerte de
Amnistía Internacional.
-
Luis Arroyo Zapatero, director del Instituto de Derecho Penal Europeo e
Internacional de la Universidad de Castilla La Mancha. Quién también
intervino en representación de la Comisión Internacional contra la Pena de
Muerte.
-
Esteban Mestre, Catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Alcalá
de Henares.
-
Manuel Ollé Sesé, moderador de la jornada, Profesor de Derecho Penal de
la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
ASOCIACIÓN PRO DERECHOS HUMANOS DE ESPAÑA. JUNIO 2013
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¿POR QUÉ ESTAMOS EN CONTRA DE LA PENA DE MUERTE?
Se preguntarán ustedes ¿por qué hablar sobre Pena de Muerte, si en España no se
aplica?
Porque métodos como el garrote vil se aplicaron durante muchos años en nuestro
país, y porque la ciudadanía es sensible a lo que le ocurre a las personas más allá
de nuestras fronteras. La pena de muerte es una preocupación mundial, es objeto
de regulación en el derecho internacional, y todos nosotros podemos participar en
que se consigan cada vez más avances en su abolición.
La pena capital es un homicidio premeditado de un ser humano a manos del Estado
y en nombre de la justicia. Con independencia de la naturaleza y las circunstancias
del delito, una ejecución es la negación más extrema de los Derechos Humanos.
Uno de los argumentos más importantes contra la pena de muerte, es que el riesgo
de ejecutar a una persona inocente es extremadamente alto, puesto que no existe
ningún sistema de justicia penal en el mundo que sea perfecto. La pena de muerte
es irreversible, lo que obliga a todos a concienciarnos sobre las implicaciones que
acarrea apoyar un sistema deficiente que puede conducir a la muerte de alguien
inocente Además, el empeño de los Estados por escoger los delitos “más abyectos”
y a los “peores” delincuentes de entre los miles de asesinatos perpetrados cada
año es una fuente irremediable de fallos. Por ejemplo, en Estados Unidos, desde la
reinstauración de la pena de muerte en 1976, más de 130 personas han sido
exoneradas de la pena capital tras ser demostrada su inocencia, y por tanto, han
sido liberadas.
Asimismo, la aplicación de la pena de muerte es arbitraria y discriminatoria,
porque a menudo se impone de forma desproporcionada a personas
económicamente desfavorecidas, minorías y miembros de comunidades raciales,
étnicas o religiosas concretas. En algunos países se utiliza como medida represiva
para silenciar a la oposición política.
A los errores existentes durante los procesos judiciales y a la discriminación, se unen
habitualmente la conducta inapropiada del Ministerio Fiscal y la incorrecta
formación de la asistencia letrada.
Por otra parte, ningún estudio ha podido ofrecer pruebas convincentes que
demuestren que la aplicación de la pena de muerte trae consigo un efecto
disuasorio frente al crimen.
Por tanto, la pena de muerte es un castigo que fomenta respuestas simplistas ante
problemas humanos complejos, en lugar de buscar explicaciones que puedan dar
forma a estrategias positivas. Los excesivos recursos que se utilizan para la
aplicación de la pena capital podrían emplearse de manera adecuada para
combatir la delincuencia violenta y prestar asistencia a quienes sufren sus efectos.
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La pena de muerte es un acto de agresión que focaliza el odio de un ser humano
contra otro, con el fin de hacerle sufrir. Históricamente, la pena de muerte siempre
ha llevado aparejada una ejecución pública, un efecto de difamación general de
la víctima y de prevención ejemplarizante, siempre ha tenido una parte de
espectáculo, de crueldad y de salvajismo. Por citar algunos ejemplos, el Código
Penal Español de 1870 disponía que se diera publicidad de las ejecuciones a
garrote, y éstas se realizaban en el lugar público donde se cumplían las penas de
vergüenza pública, como las plazas mayores. En España, la pena capital estuvo
vigente prácticamente hasta su supresión en 1978, a excepción de los periodos de
la Primera y Segunda República, en que sólo se aplicaba para los delitos de la
jurisdicción militar. Al finalizar la guerra civil, 19 delitos tenían prevista la pena de
muerte.
Pero en el derecho penal contemporáneo, civilizado y democrático, las penas no
se aplican para generar sufrimiento ni con ánimo de venganza, sino que tienen que
ir orientadas a la resocialización del delincuente. Y éste es precisamente el
elemento que distingue al Estado de las bandas de delincuentes, que el Estado
debe cumplir la legalidad y tratar humanamente a las personas. El Estado de
derecho está legitimado en su lucha contra el crimen, en cuanto respeta los
derechos de los demás.
Esta reflexión no es nueva, sino que ya la expresó Concepción Arenal con su frase
“Odia el delito y compadece al delincuente", cuando transmitió la preocupación de
los científicos en derecho penal, y entendió que ésta también debía hacerse
extensible al legislador.
LA PENA CAPITAL EN EL DERECHO INTERNACIONAL
Sea cual sea la forma que adopte: electrocución, ahorcamiento, cámara de gas,
decapitación, lapidación, fusilamiento o inyección letal, la pena de muerte es el
castigo más atroz.
La aplicación de la pena de muerte supone la vulneración del derecho a la vida y
el derecho a no ser víctima de tratos inhumanos o degradantes, contemplados en la
Declaración Universal de Derechos Humanos.
El debate sobre la pena de muerte ha sido un referente, tanto en Naciones Unidas
como en los sistemas regionales. Cada cinco años el Secretario General de
Naciones Unidas emitía un informe sobre la pena de muerte, con el objeto de
llamar la atención de los países que aplicaban la pena capital, y presionar para
su abolición.
Aunque el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966 permitió a
los Estados que no hubieran abolido la pena capital que la mantuvieran para los
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delitos más graves, ya se contemplaba una tendencia hacia la abolición absoluta
de la pena capital. En 1989, con la adopción del Segundo Protocolo Facultativo al
Pacto, se establecía la abolición absoluta de la pena de muerte.
En el ámbito europeo, el Convenio Europeo para la protección de los Derechos
Humanos de 1950 permitía la aplicación de la pena de muerte, cuando estuviera
respaldada por las leyes. Pero desde entonces se ha producido un cambio
sustancial, ya que los Protocolos Adicionales nº 6 y nº 13 del Convenio prohibieron
de forma absoluta e incondicionada la pena de muerte. Ello ha supuesto que
cualquier estado que desee ingresar en el Consejo de Europa tenga que declarar,
o bien la abolición de la pena de muerte en su legislación, o bien su abolición de
facto.
Pero a pesar del desarrollo progresivo del derecho internacional tendente a la
abolición mundial de la pena de muerte, lo cierto es que aún existen reticencias por
parte de muchos Estados, por lo que en 2007 la Asamblea General de Naciones
Unidas decidió votar una resolución a favor de una moratoria sobre el uso de la
pena de muerte en el mundo. Desde entonces, se han dictado ya cuatro
Resoluciones en este sentido, la última en diciembre de 2012, en la que votaron a
favor 111 Estados, 41 en contra y 34 abstenciones. Aunque la votación de la
Asamblea General no es jurídicamente vinculante, reafirma la tendencia mundial
contra el uso de la pena de muerte.
España viene desempeñando un papel relevante en la lucha contra la pena de
muerte, impulsando desde 2007 una alianza de países que derivó en la creación
de una Comisión Internacional contra la Pena de Muerte, cuya presidencia se
encargó a Federico Mayor Zaragoza.
Por invitación del Gobierno Español y con el patrocinio de los gobiernos noruego,
suizo y francés, entre el 12 y el 15 de junio de 2013 se celebrará en Madrid el 5º
Congreso Mundial contra la Pena de Muerte, que reunirá a políticos, juristas,
personalidades del mundo de la cultura, periodistas y sociedad civil.
EL CORREDOR DE LA MUERTE COMO TORTURA
El dolor físico causado por la acción de matar a un ser humano y el sufrimiento
mental de saber de antemano que se va a morir a manos del Estado no puede
cuantificarse.
La angustia que supone estar esperando a ser ejecutado ha sido calificada en
ciertas circunstancias por Tribunales y Órganos Internacionales y Regionales como
una pena cruel, inhumana y degradante, y por tanto, como una forma de tortura.
Concretamente, esta evolución jurisprudencial se evidencia en varias sentencias del
Tribunal Europeo de Derechos Humanos, como el caso Soering contra el Reino
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Unido, de 1989, en que el Tribunal manifestó que las condiciones de la pena de
muerte afectan a la dignidad de la persona, y por tanto hay que analizar la
forma en que se imponen, las circunstancias personales del condenado, y los
efectos que genera la angustia de esperar en el corrdedor de la muerte.
Posteriormente el Tribunal dio un paso más, expresando en otros casos contra el
Reino Unido que la angustia en espera de la muerte podría ser en sí misma una
forma de tortura, y que la violencia institucionalizada quebraba los principios del
Convenio Europeo. Pero la sentencia más relevante fue la dictada en el caso de
Ocalan contra Turquía, de 12/5/2005, en que el Tribunal manifestó que la pena
capital constituye en sí misma un tratamiento inhumano y degradante. Sin embargo,
a pesar de estos avances el debate sobre la pena de muerte es recurrente.
Dentro de este tipo de trato inhumano, también se incluye el no comunicar al
condenado a muerte ni a su familia la fecha de la ejecución, o la imposibilidad de
visitar por última vez al condenado antes de la ejecución.
Por tanto, mientras que el panorama del proceso de la abolición de la pena de
muerte presenta un argumento consolidado en el ámbito del derecho a la vida
pero de efectos limitados, se viene desarrollando en los últimos años un argumento
con alcance mucho más amplio y definitivo, a partir de la proscripción de las penas
y los tratos crueles, inhumanos y degradantes. A diferencia de la formulación del
derecho a la vida, este principio de exclusión de las penas crueles no admite
excepción alguna y tampoco en los procesos en los que se impone la pena de
muerte. Pero el principio conduce precisamente en países con Estado de Derecho y
con un sistema reforzado de recursos judiciales y de sucesivas instancias a los
condenados a largas estancias, que en los Estados Unidos de América llegan a
superar los 15 años, y que generan el síndrome del “corredor de la muerte”, lo
que convierte a la capital en una pena cruel e inhumana. Además, la generalidad
de los mecanismos y sistemas de ejecución se verifican en condiciones de manifiesta
crueldad, incluido el que se reputó como más humano y menos doloroso, como fue
la inyección letal. La competencia por “la humanidad” entre la horca, el garrote, la
descarga eléctrica, la inyección letal es propia de mentes tan bárbaras como las
que ejecutan la pena de muerte a espada o mediante el hacha. La guillotina se
demostró también que solo era fruto de una razón bárbara, tanto como la
pragmática ejecución extrajudicial. Toda esta materia debe ser enriquecida en la
discusión próxima, para apoyar el desarrollo de lo que Juan Méndez, actual
Relator Especial contra la Tortura, llama un estándar en evolución que prepara la
abolición universal de la pena capital.
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AVANCES Y RETROCESOS EN LA ABOLICIÓN
La pena de muerte está en retroceso, ya que cada vez son menos los países que
aplican la pena de muerte. Los últimos diez años han sido especialmente
significativos en la lucha contra la pena de muerte, lo que resulta bastante positivo
teniendo en cuenta el ataque contra los Derechos humanos que se desencadenó
tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Mientras que
en 1977 tan solo había 16 países abolicionistas, en la actualidad son 140 los que,
en la ley o en la práctica, están en contra. Esto supone que dos tercios del mundo
hoy dicen no a la pena de muerte.
Pero no hay que dejar de señalar que todavía existen 58 países retencionistas,
que aplican la pena de muerte para delitos comunes, y que en sus corredores de la
muerte hay aproximadamente 23.000 personas condenadas a pena capital.
Durante el último año, aproximadamente 20 países han llevado a cabo
ejecuciones. De estos países, preocupa especialmente China, por ser el responsable
de la mayoría de las ejecuciones, seguido de Irán, Arabia Saudí, Irak, Yemen o
Estados Unidos
En China la pena de muerte se aplica como castigo a más de 55 delitos, muchos de
ellos de carácter no violento, por lo que se originan miles de condenas cada año.
Sin embargo, la pena de muerte se sigue aplicando en China tras un muro de
incógnita, ya que la información sobre el número de ejecuciones tiene carácter de
secreto de estado. Si bien las autoridades chinas afirman tener como objetivo
reducir el uso de la pena de muerte, continúan utilizando las ejecuciones para
demostrar que las actividades consideradas dañinas para la estabilidad social se
tratarán con mano dura. Por otra parte, el proceso de revisión de las condenas a
muerte ante el Tribunal Supremo no es transparente, y una vez agotadas todas sus
posibilidades de apelación ante los tribunales, los presos condenados no cuentan
con ningún procedimiento de petición de indulto.
En el caso de Oriente Medio, a pesar del optimismo suscitado por la primavera
árabe, ninguno de los 22 Estados de la región ha abolido la pena de muerte. Y en
muchos de estos estados la pena capital está prevista para delitos que no son los
más graves, vulnerándose las normas internacionales, que establecen que esta
condena debe limitarse a delitos que consistan en causar la muerte
intencionadamente.
Concretamente, Irán es el segundo país del mundo en el que más se aplica la pena
de muerte, y el primero en la región de Oriente Medio. Los delitos castigados con
pena de muerte van desde el asesinato hasta el adulterio, la sodomía, o delitos tan
vagamente definidos como “la enemistad con Dios” o “corrupción en la tierra”.
Aunque las estadísticas tampoco son oficiales, existen indicios de que se llevan a
cabo muchas ejecuciones de manera secreta, y que durante 2012 se ejecutó al
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menos a 4 menores de 18 años en el momento del presunto delito.
En Arabia Saudita se castiga con pena de muerte delitos relacionados con el
tráfico de drogas, la apostasía o la brujería, el número de ejecuciones se triplicó en
2011 respecto de 2010, y las personas procesadas rara vez disponen de la
asistencia de un abogado, y pueden permanecer semanas incomunicadas. Por otra
parte, las condenas suelen basarse en confesiones obtenidas bajo malos tratos,
torturas, coacción y engaño.
También se han producido retrocesos significativos, ya que países que llevaban
meses, e incluso años sin aplicar la pena de muerte, reanudaron ejecuciones
durante 2012. Ha sido el caso de India, Pakistán, Gambia o Japón. En la mayoría
de los supuestos, a los presos se les notifió la ejecución con tan sólo unas horas de
preaviso, y sus familiares no recibieron ninguna clase de información. Por ello, es
importante recordar que la única forma de poner fin a la pena de muerte es
abolirla en la legislación.
En Estados Unidos, más de la tercera parte de los estados del país han abolido ya
la pena de muerte. En 2012, se condenó a muerte a 77 personas, en 18 de los 33
estados que aún mantienen la pena capital en su legislación. Esta es la cifra más
baja desde que la Corte Suprema de Estados Unidos aprobara en 1976 la
revisión de las leyes sobre la pena capital. Otro indicador que demuestra que el
apoyo público a la pena capital es cada día menor fueron los resultados del
referéndum sobre la abolición que se realizaron en California en noviembre,
ganando los abolicionistas. Sin embargo, preocupan algunos estados como Texas,
que en menos de 12 años ha ejecutado a más del doble de presos que cualquier
otro estado de EEUU en tres décadas y media.
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