Una antigüedad para dominar: Asiriología y Orientalismo

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“Una antigüedad para dominar: Asiriología y Orientalismo”
Prof. Matías Alderete
IHAO-UBA
[email protected]
“Hammurabi […] He was the sort of benevolent
despot whom Carlyle on one occasion
clamoured vainly for--not an Oriental despot in
the commonly accepted sense of the term. As a
German writer puts it, his despotism was a form
of Patriarchal Absolutism […]”
Donald Mackenzie, Myths from Babylon and
Assyria (2004 [1915]).
1. Asiriología, Orientalismo y el poder imperial
Aquellas palabras expresadas sobre Hammurabi por Donald Mackenzie visualizan los
estereotipos y las nociones construidas, durante las primeras décadas del siglo XX, sobre
las sociedades del Antiguo Iraq1, pero también sobre el Oriente mismo. La tipicidad del
déspota oriental no se encuentra en lo absoluta justificada o desarrollada, sino más bien
implícita, en los análisis de lo que un rey oriental es o debe ser por antonomasia. Estas
nociones se había construido de una manera tan sólida que Thorkild Jacobsen (1929: 62-74)
1
Recurrimos a las expresiones como Antiguo Iraq y Asia Occidental para designar lo que conocemos
generalmente como Mesopotamia y Cercano Oriente. La deconstrucción de las denominaciones de estas
zonas geográficas es necesario para superar la diferencia epistemológica que se crea a partir de la mentalidad
occidental. Cuando hacemos referencia a esta zona como Medio Oriente o Cercano Oriente, no tenemos en
cuenta que este tipo de acepciones encierran una posición política funcional al orientalismo (¿Por qué no
Medio Occidente?). Con respecto al vocablo “Mesopotamia”, Susana Murphy señala que “el vocablo
Mesopotamia de raigambre griega es una construcción intelectual del Occidente moderno y colonial europeo
del siglo XIX que responde al poder y autoridad de la política del imperialismo. El uso del nombre
Mesopotamia enmascara numerosas implicaciones políticas, en primer lugar es preciso destacar que algunos
investigadores consideran que fue a partir de la etapa post-otomana que surge el nombre Iraq, sin embargo
olvidan que el vocablo se registra a partir de los siglos VII y VIII precisamente en obras de geógrafos árabes
como Yakut al Rumi, o bien en las descripciones de Ibn Hawqal y en el mapa del mundo conocido por alIdrisi en el que claramente se designa a la región como al- Iraq (…)Así al reemplazar el nombre de Iraq por el
de Mesopotamia se evita el compromiso historiográfico por el claro carácter “apolítico” que encierra el
vocablo que incluso produce un distanciamiento lo que provoca en un sentido imaginario la idea de mundos
diferentes preservando y legitimando nuevamente las ideas del colonialismo europeo de libertad, civilización
y progreso frente al descubrimiento de un mundo salvaje, despótico e inerte (…)”, vid. Murphy, 2007: 2
1
no dudo en sugerir que Gilgamesh, rey de Uruk en tiempos prístinos y subsecuente
protagonista de la Epopeya de Gilgamesh, un ser humano con atributos divinos y de una
naturaleza hiperbólica en cuanto a su aspecto físico y capacidades, somete a los habitantes
de Uruk y demanda no sólo tributos del tipo económico, sino también sexuales; es decir:
existe una necesidad del déspota oriental de calmar las ansias y caprichos a través del
contacto sexual,
Décadas antes, y como si se tratara de un festejo, la memorabilia que D. G Lyon escribía,
en honor a la media centuria de estudios asiriológicos expresaba de manera coherente cual
era el horizonte que motivaba a estos eruditos a profundizar el estudio de las sociedades
antiguas de Asia Occidental. Lyon veía que, de alguna manera, Occidente tenía una suerte
de deuda con el Oriente, de donde provenía la luz de la civilización, donde habían surgido
las religiones dominantes en el mundo, pero particularmente por ser el hogar primigenio de
la raza humana (Lyon, 1896: 124). La gran labor de los pioneros asiriologos había sido
codificar el “misterio” de la escritura cuneiforme, particularmente Rawlinson y Edward
Hincks.
Parecía ser que Asiriología servía mucho más a Occidente, sujeto estudiante, que a Oriente,
objeto de estudio pasible de ser analizado, cotejado, clasificado y valuado. En este sentido,
las raíces de la Asiriología se encuentran profundamente enraizadas a lo que Edward Said
ha llamado orientalismo (2006). Tomando elementos de diferentes tradiciones teóricas,
Said realiza un minucioso análisis del proceso discursivo de construcción de lo oriental;
proceso que, a su vez, se ve ocultado para concluir conformando a una esencia inmutable
oriental.
En este sentido, Said brindará tres ejes para comprender esta categoría. En primer lugar, es
el modo de relacionarse con Oriente, y el lugar especial que ocupa este en la experiencia
europea. En este sentido, debemos entenderlo como la historia, la experiencia de Europa y
sus encuentros con Oriente, que permitieron la acepción de una imagen que no
necesariamente se corresponde con la realidad. El orientalismo es, en este sentido,
ideológico, porque no responde a la realidad sino más bien a una deformación de la misma
(Said, 2006: 19-20; Ricoeur, 1994: 97).
2
La segunda forma del orientalismo es el orientalismo “científico”. En el siglo XIX surgirá
una tradición académica, donde el orientalismo se transformará en una ciencia para estudiar
sistemáticamente Oriente, apareciendo la figura del orientalista profesional. La ciencia
orientalista produjo conocimiento para justificar la expansión colonialista (e imperialista a
fin de siglo) sobre el Oriente retrasado, despótico e inmóvil (Said, 2006: 20-1).
La tercera definición de orientalismo es la fundamental, y de cierta manera comprende a las
otras dos, pues “el orientalismo es un estilo occidental que pretende dominar, reestructurar
y tener autoridad sobre Oriente” (Said, 1996: 21). Con esta última definición presentada por
Said, el termino orientalismo se ha convertido en un término negativo, ya que la
manipulación de Oriente por parte de Europa desde diferentes ámbitos, sean económicos,
culturales o políticos, crean un imaginario, haciendo del oriental un “otro” frente a
Occidente. Said entiende al orientalismo como un discurso en el sentido foucaultiano,
aludiendo un orden simbólico que permite a todos los miembros que fueron socializados
bajo su autoridad, hablar (pensar) y actuar juntos. En este sentido, “el orientalista, poeta o
erudito, hace hablar a Oriente, lo describe y ofrece abiertamente sus misterios a Occidente,
porque oriente solo le preocupa en tanto que causa primera de lo que expone” (Said, 2006:
78). El Orientalismo se yergue como un dispositivo de poder, performador de identidades,
producto de la historia, creador de imágenes de identidades falsas que sirven más como
legitimadoras que como discurso verídico sobre “lo oriental”. En otras palabras,
concluyendo conjuntamente con Said:
“El conocimiento de Oriente, porque nació de la fuerza, crea en cierto sentido a
Oriente, al oriental y a su mundo... el oriental es descrito como algo que se juzga
(como en un tribunal), que se estudia y examina (como en un currículum), que se
corrige (como en una escuela o en una prisión) y que se ilustra (como en un manual
de zoología). En cada uno de estos caso, el oriental es contenido y representado por
las estructuras dominantes...” (Said, 2006: 63).
Sin embargo, los estudios más tradicionales sobre el orientalismo han quedado anclados en
las construcciones estereotípicas del Oriente moderno y sus habitantes, cuando en realidad
las implicancias que esta estructura discursiva hegemónica tuvo para el estudio de la
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Antigüedad perviven, de manera más o menos laxa, hasta la actualidad. Es más: durante la
segunda mitad del siglo XIX, los descubrimientos sobre Asiria y Babilonia fueron
esenciales para reproducir una diferencia colonial, racial y epistemológica con Occidente.
El presente trabajo pretende delinear algunas de estas cuestiones, advirtiendo las
mutaciones que tomo el orientalismo en la consolidación de esta disciplina.
2. Francia, Inglaterra y Alemania
Las construcciones europeas sobre la antigüedad oriental deben ser tomadas en cuenta,
como sugiere Zainab Bahrani (2001: 16) a partir de los intereses geopolíticos en la zona.
Hacia el año 1844, arrancarían las excavaciones en la zona de Mosul, Iraq, de mano de Sir
Austin Henry Layard. Apenas un año antes, el cónsul francés Paul Botta había encontrado
lo que creía eran las ruinas de Nínive, antigua capital del reino asiria; en realidad, lo que
Botta logró excavar eran las ruinas de Khorsabad, capital asiria durante el reinado de
Assarhadon que fue abandonada hacia el año 705. a.C. Siguiendo la agenda de
descubrimientos estruendosos, corría el año 1846 cuando Layard encontró en Mosul, en el
marco de aquellas excavaciones, un enorme obelisco negro, hecho de alabastro.
Conmocionado por el descubrimiento, Layard tomará las precauciones necesarias y el
monumento será cuidadosamente protegido para ser enviado a Baghdad y, eventualmente, a
Londres, teniendo como destino final el British Museum hasta el día de hoy. En 1849,
Edward Hincks, reverendo presbisterano escocés, publicaría el primer artículo dedicado a la
mitología asirio-babilónica; las aproximaciones vertidas en este texto están extraídas, en
gran parte, del primer intento de desciframiento del aquel monumento encontrado,
posteriormente denominado Obelisco de Salamanasar III (858-824 a.C) (Trolle Larsen,
1996: 20-39; 115-24).
En este sentido, se vuelve necesaria una aclaración: tanto Layard como Botta eran altos
funcionarios de los gobiernos inglés y francés respectivamente. Es paradójico como, hasta
el día de hoy, los inicios de la Asiriología siguen siendo entendidos como fruto de esta
búsqueda desinteresada del conocimiento del origen de la civilización, la curiosidad o la
pasión individual de estos sujetos, con elementos fuertes de azar y casualidad (cf. Trolle
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Larsen, 1996: 20-39). Este razonamiento, que podría tener cierto asidero, desconecta el
surgimiento de la Asiriología como disciplina especializada del proceso histórico. El
imperialismo y el colonialismo no serían otra cosa que epifenómenos muy lejanamente
relacionados, aunque con
una relación directa bastante inconclusa. Así, los primeros
decenios de la disciplina parecerían desarrollarse en un mundo académico con ansias de
conocimiento, neutral políticamente y alejado de los intereses imperiales de las potencias.
En Alemania, el desarrollo de la Asiriología se hace algo tardíamente: recién hacia 1875,
Friedrich Delitzsch va a transformarse el primero en poseer una habilitación para impartir
clases de Asiriología hacia 1875 en la Universidad de Leipzig. Especialista en lenguas
semitas y exégesis del Antiguo Testamento, Delitzsch es pionero en un proceso de
institucionalización que se realiza de manera inversa que en Inglaterra y Francia. Allí, las
primeras excavaciones que se realizan hacia el interior del Imperio Otomano se
materializan debido a las complicaciones que se encontraron para excavar en Grecia
(Wokoeck, 2009: 153-9). No es casual que el despliegue de la Asiriología se materialice
durante el período en el cual Otto von Bismarck, toma las riendas del estado prusiano entre
1871 y 1890, que tiene una política abiertamente imperialista, pensada para competir y
contrarrestar el apogeo inglés y francés. No solamente empiezan las excavaciones en
territorio otomano, sino que también la presencia alemana en el occidente asiático empieza
a ser más fuerte. Por ejemplo, hacia 1888, banqueros capitalistas germanos invertirán en la
construcción de un ferrocarril que una Ankara con Istanbul; hacia 1903, uniría también
Baghdad. Alemania también intenta incluir en su esfera de influencia a Palestina,
Marruecos y parte de Egipto. Bismarck había logrado, al final, establecer una estrecha
relación con el Imperio Otomano, que le permitirá seguir sin muchos problemas las
excavaciones durante los próximos cuarenta años (Wokoeck, 2009: 147-9)
3. Religión, romanticismo y Asiriología.
Es realmente problemático pensar de manera lineal los orígenes de la Asiriología; lo que sí
es cierto es que, generalmente, se atribuye a un interés cuyo motor parecieron ser las
sagradas escrituras y la imagen concebida por el romanticismo del Oriente. Sobre este
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último aspecto, se ha resaltado como el romanticismo hegemónico en Europa brindo un
soplido de frescura a la relación de la intelectualidad con la religión. Así, la contemplación
estética y emocional pasa a un primer plano, promoviendo a la religión como un
cohesionador social necesario del cuerpo social. Oriente y lo oriental ocupan un lugar
privilegiado en este aspecto, ya que se lo pensaba como un lugar primigenio de la
religiosidad y de la naturaleza, donde se hundían esos inicios misteriosos y extásicos de la
humanidad.
En este sentido, los viajes a Oriente se vuelven una obligación para la alta burguesía, que
veían en esta peregrinación y estancia no solamente una manera de conectar su persona con
una verdad trascendental. El viajero romántico de este época había renunciado a la
concepción del viaje Ilustrado, que era exhaustivamente descriptivo, ávido de conocimiento
y clasificador de la alteridad partiendo de una supuesta objetividad, para pasar a convertirse
en un portador de la palabra y la emoción que tenía que ver con las sensaciones y las
vivencias del viajero durante el viaje, su encuentro con el exotismo, que se constituye como
esa atracción misteriosa por la alteridad; en otras palabras, implica una poética del viaje
(Soriano Nieto, 2009: 147-8). Sin embargo, el viaje romántico también permite se genera y
visualiza como un elemento distintivo de la élite romántica. En este sentido, ¿no podrían
haber sido la curiosidad y el amor por Oriente y sus civilizaciones de Botta y Layard
expresiones de su subjetividad mediada por esta condición? ¿Es posible que su pasión
responda al romanticismo imperante en la alta cultura occidental?
Sobre la importancia del Antiguo Testamento, Sabine Mangold (2004) y Ludmila Hanisch
(2003) coinciden en la influencia que tuvo el interés teológico para despertar el incentivo en
el estudio científico del Oriente, que de alguna manera representaría el punto de vista
tradicional. De hecho, los descubrimientos asirios corroboraban la existencia histórica de
hechos y personajes nombrados en las Sagradas Escrituras, que llevó a los eruditos a tratar
de descifrar la escritura cuneiforme (Frahm, 2007: 78); sin embargo, también generó fuertes
protestas, como las de parte de la Iglesia Anglicana al alarmarse, hacia 1847, por los
hallazgos de Layard que podrían llegar a contradecir la historia sacra fijada (Trollen
Larsen, 1996: 164).
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En este contexto, el año 1873 marcaría un hito con el descubrimiento, durante excavaciones
británicas, de relatos mitológicos sobre la creación, que tuvo una importante difusión en los
medios ingleses. La historia refleja la progresiva institucionalización del orientalismo:
hacia 1872, George Smith, autodidacta en el área y trabajador del British Museum como
personal de mantenimiento de las tablillas, encuentra en la tablilla K 63 referencias, en
teoría, hacia la creación del mundo; conjuntamente con otras tablillas que se encontraban en
el museo, Smith logra reconstruir parte del texto. Envalentonado por el descubrimiento que
parecía ser central para la comprensión de los orígenes de cristianismo, y luego de exponer
sus conclusiones provisorias en la Society of Biblical Archeology, los propietarios del
London Daily Telegraph ofrecen costear una excavación hacia Iraq en busca del resto de las
tablillas. Le empresa demuestra ser exitosa: hacia 1876, Smith publicara The Chaldean
account of Genesis, en donde recoge distintos relatos de creación, entre ellos el diluviano
Atra-Hasis y la primera aproximación a Enūma eliš, la contienda entre Marduk y Tiamat
(Smith, 1880 [1876]: 1-12).
El propio Delitzsch, simpatizante de esta empresa, publicaría, ocho años más tarde, Wo lag
das Paradise?, en el cual teorizaría sobre la ubicación geográfica del Edén- que sería, nada
más y nada menos, que en Babilonia; ya a principios del siglo XX, Delitzsch dictaría dos
conferencias que luego se transformarían en el reconocido artículo Babel und die Bibel.
Planteaba, de alguna manera, la necesidad de comprender históricamente los pueblos
antiguos de Asia Occidental para sacar de ese lugar supremo las Sagradas Escrituras, que
tendrían una influencia demasiado grande de antiguas tradiciones para considerarla como
una obra original y suprema; el interés en el trabajo de Delitzsch era tan alto que incluso en
Kaiser Guillermo II se encontraba presente en las disertaciones de 1902 y 1903.La posición
de radical Delitzsch sacudió el ámbito orientalista alemán en particular y europeo en
general; Guillermo II, en un principio simpatizante de la propuesta de Delitzsch, tuvo que
desligarse públicamente de las ideas propuesta por el asiriólogo (Marchand, 2009: 244-9).
Ciertamente, es innegable encontrar interés teológico como pivote de las investigaciones
prístinas, pero al enfocarnos sólo en el mismo se soslayan factores trascendentales: ya
Ursula Wocoeck ha llamado la atención sobre esta cuestión, alertando que el surgimiento y
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establecimiento de la disciplina no puede reducirse solamente, desnudando las fuertes
disputas académicas que se dieron en Alemania para conseguir plazas universitarias. La
Asiriología empieza a tomar impulso debido a las complicaciones que surgieron, como se
ha explicitado anteriormente, con las excavaciones griegas, cuestión fuertemente vinculada
con el apogeo de los museos y la construcción y consolidación de nacionalismos fuertes.
Muchos eruditos dedicados a la Historia Clásica terminaron volcando sus esfuerzos en la
Historia del Antiguo Iraq, vislumbrando un futuro un poco más estable y prometedor
(Wocoeck, 2009: 151-3; 155-9).
En este sentido, es imperativo subrayar que la traslación de parte de las reliquias
encontradas hacia Inglaterra formaba parte de un proceso de construcción de la identidad
occidental: por un lado, se veía en estos restos materiales parte de la misma, a la vez que
hacían presente ese mundo bíblico. Los viajes hacia las Tierras Santas eran inmortalizados
en memorias o libros ilustrados, convirtiéndose no solamente en un testimonio del paseo,
sino también brindando un registro visual de la geografía y los habitantes de Asia
Occidental. Este registro visual se transformó en un archivo oriental, un corpus de trabajo
que, como creían los orientalistas, les permitía acercarse a un conocimiento holístico,
objetivo y científico de Oriente (Holloway, 2004: 243-5).
Sin embargo, y como su fuese una respuesta al colonialismo arqueológico, a la par de los
descubrimientos asirios por parte de Europa, la academia norteamericana empezaba su
derrotero en el área. Ya desde 1830, grupos de fervientes protestantes ideaban una
minuciosa búsqueda por Palestina con excavaciones controladas, situación que se llevó a
cabo de hecho hacia 1842 de la mano de Edward Robinson con ningún resultado
destacable. Sin embargo, la academia norteamericana empezó a fijar, simultáneamente,
atención en su propia tierra, emprendiendo excavaciones en el Valle Missisipi,
desenterrando una crasa mitología que era, de manera continua, comparada con los tiempos
pretéritos europeos y orientales. La identidad nacional norteamericana, al revés que la
identidad europea, veía en los nativos americanos sus antecesores, y no a los fenicios o
griegos. Y exceptuando el empeño de Robinson, estrictamente ligado a Palestina, la
Asiriología pudo calar recién luego de la década de 1880 en las universidades
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norteamericanas: en 1882, Lyon presentaría la primera asignatura oficial de Asiriología en
Harvard, mientras que recién a finales de la década, en 1888 para ser más precisos, se
realizaría la primera expedición norteamericana hacia las tierras iraquíes. La misión
conocida como Babylonian Exploration Fund excavaría la antigua ciudad de Nippur los
próximos doce años, cuyo primer envío que se encontraban drigidas por William Hayes
Ward, clérigo y estudioso de las Sagradas Escrituras: nuevamente, es ineludible la relación
de la Asiriología con el estudio religioso (Holloway, 2004: 246-7)
4. Historia en reversa
Ciertamente, la Asiriología permitió indagar acerca de sociedades conocidas anteriormente
solamente a partir de las percepciones fragmentarias de Heródoto y del Antiguo
Testamento, que ponían tanto a Asiria como Babilonia en un lugar de abyección, violencia
e inmoralidad. Las primeras representaciones occidentales sobre este mundo lejano venían
de la mano de estos viajeros que ilustraban y comentaban su viaje oriental; los folletos de
viaje se hicieron muy populares durante este período. Por ejemplo, el diplomático John
Lloyd Stephens viajo durante la década de 1830 por el corridor siropalestino, Arabia y el
norte de Egipto; de este peregrinaje surge Incidents of Travels in Egypt, Arabia Petraea,
and the Holy Land, originalmente publicado en 1837, vendiendo 21.000 unidades durante
los primeros dos años y continuando en reimpresión hasta 1882 (Holloway, 2004: 246). En
Inglaterra, hacia 1849 el British Museum organizaba la primera exposición de antigüedades
orientales que, para los especialistas, empalidecían al lado de las obras maestras de la
antigüedad clásica, pero su exotismo y magnanimidad le permitía focalizar el poder
imperial inglés; dos años antes, el Louvre hizo lo mismo con presencia del mismísimo rey
Luis Felipe I (Holloway, 2004: 248-9). Layard, pieza central del despliegue inglés en la
disciplina, se disponía casi simultáneamente a publicar sus vivencias en una serie de
folletos de viajes; ese mismo año, sale a la luz el famoso Remains of Nineveh. Layard
publicaría más de diez obras de este tipo, entra las que se encuentran Monuments of
Nineveh (1949-53), Discoveries in the Ruins of Nineveh and Babylon (1953) y A second
series of the Monuments of Nineveh (1954). Las imágenes mostraban una ansiedad
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occidental, en donde la seducción por el oriente cumplió el mismo papel de alejamiento de
la realidad que el historicismo medievalista. Oriente sería un lugar donde se vivían
aventuras que no se vivían en el propio país, era un paraíso exótico lleno de misterios.
Además, la ubicación cualquier escena en esta localización del mundo permitía aflorar sus
deseos ocultos o ilícitos, como prácticas eróticas mal vistas en Occidente.
Lo interesante es que estas descripciones visuales terminaron transformándose en un canon
de verdad con respecto a lo que se esperaba de Oriente y sus civilizaciones antiguas,
presentándolas como documentos científicos para la investigación histórica. Esta distorsión
historiográfica, ideológica e incluso arquitectónica transformaba estos lugares antiguos,
locus históricos, en dominio ficticios, que en realidad deben analizarse no para comprender
cabalmente las sociedades antiguas del Oriente, sino el imaginario orientalista
que
reconstruyó la historia antigua bajo un manto de neutralidad (Bahrani, 2001: 16). De alguna
manera, la evidencia histórica se metamorfoseaba con el romanticismo de pintores y
escultores europeos. En esta reconstrucción histórica a la inversa (Bahrani, 2001: 18),
cualquier nuevo hallazgo arqueológico tendría, por delante, un modelo que lo permite
clasificar, analizar y asimilar.
La evocación visual intenta representar la realidad, incluso forzándola, al dar la apariencia
de “estar ahí” (Bahrani: 2001: 18). Gran parte de las ilustraciones en las obras de Layard no
solamente representaban monumentos
y ruinas a medio descubrir, o lujosas
reimaginaciones de palacios, sino también mostraban la poca pericia de los habitantes, que
recibían ordenes de Layard mismo como administrador y razonador europeo; otras veces,
directamente las imágenes los mostraban poco predispuestos al trabajo, ayudando a
consolidar el estereotipo del oriental holgazán.
Esta construcción histórica inversa no solamente tuvo un impacto en el ámbito de la
arqueología, sino el desciframiento y traducción del cuneiforme se vieron plagados de
cuestiones similares. En ese mismo artículo que Hincks logra traducir del Obelisco de
Salmanasar, también nombrará por primera vez una deidad que será el objeto de
minuciosos estudios en el campo de la Asiriología: Ishtar.
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Hincks no había logrado decodificar de manera exacta el significado de esta palabra;
dudaba si hacía referencia a una deidad específica o era una palabra que designaría el
vocablo diosa. Creyó, aparte, identificar otras divinidades conjuntamente a Ishtar. El
desenterramiento de la Historia del Antiguo Iraq trajo consigo una crasa mitología, rica y
diversa. Lo que resulta verdaderamente interesante de esta operación intelectual es que
aquellos primeros asiriólogos intentaron amoldar parte de este nuevo descubrimiento del
imaginario con la mitología clásica; así es como el reverendo Edward Hincks logró resaltar
algunas de las cualidades numinosas de Ishtar, suponiéndola esposa de Asshur y protectora
del cielo y la Tierra. Le resultó, sin embargo, algo problemático la existencia de tantas
atribuciones diferentes, y hasta contradictorias, hacia la deidad, motivo por el cual termina
justificando esta situación a la existencia de diversas divinidades (Hincks, 1849: 416-422).
La exégesis realizada durante los próximos decenios sobre los registros visuales y escritos
encontrados de Ishtar fue problemática: George Barton, por ejemplo, no podía comprender
la complejidad de la deidad a partir de los cánones religiosos clásicos, llegando a tomar sus
aparentemente contradictorios atributos como indicativos de androginia, debido a la
inestabilidad de los rasgos femeninos y masculinos; el erudito también aclara que no es el
único caso, sugiriendo que Enlil, que intentaron asimilarlo a Zeus, compartía esta inhabitual
característica (Barton, 1900: 185-87). Este tipo de preceder interpretativo refleja, al menos,
dos operaciones intelectuales: por un lado, se generan explicaciones especulativas y ad-hoc,
propias de la epistemología orientalista que se configuró durante los primeros decenios del
surgimiento de la disciplina; por otro lado, la sexualidad oriental se comprende a partir del
exotismo, tipificando una diferencia colonial, introduciendo la androginia para la
comprensión de una situación excepcional en la religión oriental incapaz de ser equiparada
a la experiencia clásica.
5. Orientalismo, museos y nación
Paralelamente a la presencia imperialista occidental, afloran contradicciones y conflictos
por la hegemonía. Si por un lado, la recepción europea del conocimiento asirio-babilónico
permite la tipificación de otro oriental, por otro lado formaba parte de una lucha de poderes
imperiales, especialmente Inglaterra y Francia. La circulación de reliquias orientales data
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de, aproximadamente, veinte años antes de las primeras excavaciones: hacia 1822, Claude
James Rich, un diplomático inglés residente en Baghdad para controlar la esfera de
influencia inglesa ante Francia, dona al British Museum una colección de quince tablillas
conseguidas de manera no precisada hasta el día de hoy; esta modesta colección es la
primera poseída por un país occidental (Holloway, 2004: 247). La arqueología del Tigris y
Éufrates se iría transformando en un espacio de lucha entre las potencias: hacia 1841,
Francia establecerá un consulado en Baghdad, que será tomado por Paul Botta hacia 1842 y
empezará excavando inmediatamente (y, vale aclarar, sin permiso oficial del Estado
otomano) hacia 1843 en Khorsabad, haciendo espectaculares descubrimientos del palacio
Dur Shurrukin. En los años posteriores, estos fueron muy populares en los ambientes
intelectuales de Francia e Inglaterra. Botta publicaría en el Journal Asiatique una minuciosa
descripción de sus descubrimientos; su formación naturalista lo llevaba a hacer
tipificaciones del material encontrado (Bohrer, 1998: 352-3).
Layard, envalentonado por la facilidad que con la cual Botta pudo hacerse con material
valiosos, arrancaría hacia 1845 sus excavaciones. Comparte con el cónsul francés no
solamente un interés particular por la carrera oriental de su país respectivo, sino una
preocupación y clasificación estética del arte oriental: en comparación con el arte clásica,
Layard sostendrá que “the Nineveh marbles are not valuable as works of art [...] Can a
mere admirer of the beautiful view them with pleasure? Certainly not, and in this respect
they are in the same category with the paintings and sculptures of Egypt and India […]”
(Waterfield, 1963: 147-8); Botta, en cambio, ve algún tipo de influencia de una sobre otra,
alabando el detalle de las esculturas, motivo por el cual incluso dudaría de su origen.
El British Museum y el Louvre, por otro lado, funcionan como medidores en esta contienda
imperial, ya que son indicativos del poder imperial conseguido por cada nación. Los
museos públicos son un fenómeno propio del siglo XIX: previamente, las colecciones
estaban en manos privadas de familias acaudaladas. La arqueología y el imperialismo
fueron dos elementos que permitieron a los estados consolidar una identidad nacional desde
lo particular, como franceses, ingleses o alemanes, y lo general, como reproductores de la
herencia cultural europea. El museo conjugaría estos elementos, visualizándolo para un
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amplio público. Prusia, debido a su particular contexto político y tardío empeño imperial,
recién hacia finales de la década de 1890 empezaría a adquirir material exótico para el
Königlichen Museen in Berlin y competir con Inglaterra y Francia (Bohrer, 1998: 342-2).
El Oriente contemporáneo a la Europa imperial no era capaz, de ninguna manera, de
mantener su memoria cultural intacta. El orientalismo permea una lucha entre el progreso y
la barbarie, considerando que Occidente tenía la misión insoslayable de defender los
hallazgos arqueológicos contra un grupo local que no lo sabría valorar. De esta forman, no
solo infinidad de objetos hicieron un viaje sin retorno a las vitrinas de museos europeos,
sino que esta misión de rescate y resguardo pasó a legitimar el ejercicio del poder colonial.
Las tempranas excavaciones en Iraq fueron hechas con el objetivo central de llevar hacia
Inglaterra y Francia las reliquias orientales; la competición entre los museos insignias de
ambas potencias, British Museum y Louvre, era una muestra de la disputa del poder
imperial (Trollen Larsen, 1996: 21). Lo que queda claro es que el aquellas esculturas,
grabados, imágenes no eran valuada por sus atractivo estético, sino más bien por su
relevancia para hacer presente estos mundos antiguos, pero también para mostrarlos como
un elemento (estanco) en la historia del arte, que permitía afianzar la herencia occidental
que estos países poseían.
6. Conclusión
Ciertamente, la aparición de la Asiriología como disciplina a mediados del siglo XIX tuvo
fuertes implicaciones históricas, epistemológicas y éticas. A partir de los estudios de
eruditos fue posible, paso a paso, ir conociendo más sobre antiguos mundos que se volvían
nuevos, otrora desconocidos o malconocidos a partir del Antiguo Testamento o los relatos
de autores clásicos como Heródoto. La idea de Babilonia era vaga y resultaba más una
evocación poética de un mundo imaginado en un pasado lejano, casi mítico, en vez de una
sociedad pasible de contextualizar y ubicar histórica y geográficamente. La Asiriología
intentaba, en este sentido, abandonar los esfuerzos de la imaginación europea de proyectar
y especular sobre estas sociedades y, a partir del desciframiento de las lenguas del Iraq
Antiguo, emprender una campaña para su conocimiento científico.
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Sin embargo, los primeros asiriólogos, fundadores de la disciplina, tuvieron una función
esencial como agentes del dominio imperial. La Asiriología, verdaderamente, fue una
ciencia colonial. En este período, la labor de la disciplina fue llevada a cabo a partir de
difusas intersecciones entre la búsqueda de una reconstrucción del pasado histórico, las
necesidades de los estados europeos centrales de categorizar y cosificar a los orientales, las
ansias místicas de los especialistas en las religiones, y la necesidad de la confirmación
empírica de la narración bíblica. Las antigüedades asirio-babilónicas tuvieron un fortísimo
impacto en la imaginación popular y de élite y las representaciones de Oriente durante el
siglo XIX. La literatura, la pintura decimonónica y los folletos de viaje hacia el Oriente
imaginario, muchas veces inspirado en la Biblia o en los autores clásicos, permearon
muchos de las primeras investigaciones asiriológicas.
Hay una multiplicidad de facetas que van desde el rol de las universidades, la construcción
de una identidad nacional competitiva y la performación de características propias de los
habitantes de Oriente tuvieron injerencia en la formación de la Asiriología como disciplina;
el imperialismo se encuentran como nexo conector de todas ellas. El orientalismo, en este
sentido, no funcionó como un bloque estático y homogéneo, sino que logró
metamorfosearse con cada uno de estos aspectos, permeándolos, funcionando como nexo
relacional entre ellos y, de manera oculta, otorgando coherencia a elementos disconectos.
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