¿Quién es tu maestro? Tomoko Matsuoka A muchos niños les encanta el cuento de Aladino. ¿Cómo no habría de gustarles? Aventuras a montón, los buenos contra los malos, anillo mágico, lámpara maravillosa, constante triunfo del bien contra el mal, y la máxima historia de éxito de un niño pordiosero a quien el genio de la lámpara acaba por convertir en príncipe. Aladino y la lámpara maravillosa es una historia en que los niños ven cumplidos sus sueños, así como lo es La Cenicienta para las niñas. ¿Qué es lo que hace que cuentos de hadas como el de Aladino se vuelvan tan famosos? Pues yo supongo que porque en lugar de tener que ser disciplinado y trabajar duro para alcanzar el éxito, Aladino se sirve de la magia para acortar camino, gracias a los genios que habitan en la lámpara y el anillo. En la vida real, no obstante, para quien quiere alcanzar sus sueños las cosas son muy distintas. En lugar de encontrarse con genios en lámparas o que se le aparezcan a uno hadas madrinas, es otra cosa la que hace que se den esos «milagros». No se trata de nada glamoroso ni tampoco sucede de la noche a la mañana. Y, sí, entiendo que no se ve muy bien que digamos si se lo compara con un genio, unas palabras mágicas o polvo estelar de un hada. En la vida real, ciertas cosas como pasar un examen, adquirir una habilidad digna de admiración o alcanzar una meta que valga la pena, se dan como resultado de la maestría en el empleo de un solo objeto. Y ese objeto es tu propia persona. Stephen Covey, autor de Los siete hábitos de las personas altamente efectivas, escribió: «Quien no sabe disciplinarse se vuelve esclavo de sus estados de ánimo, de sus apetitos y sus pasiones». Con solo echar un vistazo a estos últimos días me basta para convencerme de la veracidad de esa frase. Me encanta creerme que soy una persona autónoma, que controla por completo sus emociones y deseos, pero si recuerdo las últimas dos veces en que no hice ejercicio «porque el clima no era favorable», o cuando sin darme cuenta (es decir, a propósito) comencé a ver el último episodio de Más que baile, cuando en realidad debía haberme puesto a estudiar o a terminar este artículo, no me queda más remedio que admitir que no siempre estoy tan encima de las cosas como me gustaría. ¿Por qué es tan importante el auto control? Pues en mi caso al menos, de no ser por la fuerza de voluntad, el dominio propio o el auto control, esta mañana, por ejemplo, hubiese escogido dormir hasta tarde ya que anoche me quedé hasta tarde viendo una película. Probablemente me habría levantado a las tres de la tarde, y casi seguro habría decidido que no tenía ganas de trabajar. Es posible que luego me dirigiera a alguna tienda para consentirme con un paquete de papas fritas, de esas riquísimas que acabo de descubrir. Ya de vuelta en casa, dudo mucho que me quedaran fuerzas para trabajar teniendo en cuenta cómo se me había acortado el día para entonces, y posiblemente hubiese decidido que seguir en plan de descanso era lo que correspondía… La realidad de las cosas es que incluso en medio del más profundo efecto de un estado comatoso logrado a conciencia a punta de una sobredosis de películas, e inclusive las veces en que decido saltarme mi rutina de ejercicios, está presente en mi interior un deseo pugnaz de no convertirme en esas personas que se pasan el día tiradas en el sofá viendo televisión. Quiero hacer más con mi vida que convertirme en esclava de mis estados de ánimo o mis impulsos. Quiero viajar; quiero lanzar mi propia empresa; quiero escribir un libro; tarde o temprano quiero llegar a ser una anciana que a los noventa años se encuentre en forma y pueda disfrutar de cada día de la vida que le quede por delante. La dificultad estriba en postergar mi deseo de alcanzar una gratificación inmediata a fin de obtener una ganancia en el largo plazo. Dicho de otro modo: Tengo que aprender a controlarme en el presente a fin de obtener ese futuro que deseo. ¿Has pensado alguna vez en cómo quieres que sea tu futuro? ¿Qué elementos contiene? ¿Qué te ves haciendo en ese futuro? ¿Cómo te sientes en ese futuro deseado? ¿Qué harás hoy para llegar a ese lugar? ¿De qué te hace falta deshacerte para lograr ese futuro? Ahí entra en juego la forma en que te gestionas a ti mismo. El otro día leí algo que muchos ya conocen como «la regla de las diez mil horas». El escritor Malcolm Gladwell la explica en su libro Outliers (Casos atípicos). Por lo visto, según varios estudios, «la clave del éxito en cualquier campo tiene poco que ver con el talento. Con lo que sí tiene que ver es con la práctica: diez mil horas, ni más ni menos, veinte horas por semana durante diez años» 1. Por una parte, ¡qué buena noticia! ¿Quién no ha soñado con ser campeón de sable? ¿O con destacar en nado sincronizado? Por otra parte, veinte horas por semana durante diez años no es poca cosa. Veinte horas por semana vendrían a ser 2,8 horas al día. ¿Qué cosas haces todos los días durante 2,8 horas? Una película dura más o menos eso; en mi caso, soy capaz de pasarme fácilmente una hora seguida jugando Spider. Imagínate: dentro de diez años podrías ser un experto en solitario Spider, un experto en ver películas, o… ¿o qué? ¿A qué más aspiras en la vida? (Permítanme hacer una aclaración; no es que tenga nada en contra de ver películas o jugar juegos de computadora. La realidad es que ambas cosas me encantan. A menudo, si lo quiero pasar aún mejor, hago las dos cosas al mismo tiempo. Pero también he aprendido que aquello que alimento, crece. Si alimento mi deseo de ver películas en exceso, esa actividad desplazará otras cosas importantes a las que también deseo dar lugar en mi vida. Una regla sencilla que me da muy buenos resultados es la siguiente: forzarme a hacer las otras cosas que están en mi lista de tareas pendientes antes de sentarme a acometer las actividades que considero complementarias.) Si dejamos de lado esto de la regla de las diez mil horas, entiendo que a lo mejor convertirte en campeón mundial de sable no sea exactamente lo que sueñas. Lo entiendo. Lo que quiero recalcar es, ¿sientes que controlas tu vida? Ser dueño de tus pensamientos, emociones e impulsos vale más que adquirir habilidades a las locas. Cuando aprendes a controlar tus impulsos adquieres la capacidad de llevar una vida productiva. Te conviertes en el tipo de persona que los demás quieren conocer. Las personas que son dueñas de sí mismas… Tienen mejores relaciones con los demás porque han aprendido a controlar su carácter y sus sentimientos de fastidio por las nimiedades. Por lo general tienen mejor salud física, producto de hacer ejercicio y alimentarse sanamente. Han aprendido a disciplinar la mente, lo que los hace buenos alumnos; y han aprendido a utilizar el conocimiento como elemento para alcanzar el éxito. Rebosan de una sana y equilibrada sensación de valía, porque se valoran demasiado como para permitirse caer en hábitos autodestructivos o negativos. Son por lo general más felices, porque obtienen de la vida lo que quieren. Por el contrario, quien no es dueño de sí mismo se refleja bien en el siguiente pasaje de los Proverbios: «Como ciudad sin defensas y sin muralla es quien no sabe dominarse»2. Aprender a dominar los impulsos y deseos propios es una habilidad que te ayudará a alcanzar el éxito en el campo que desees en la vida. Podrás desear algo muy intensamente, pero no hacer nada para obtenerlo. La parte de la obtención es justamente la que requiere trabajo arduo, horas de dedicación, hacer de tripas corazón, decir que no a otras cosas que pretenden distraerte. En pocas palabras: dominio propio. ¿Me permiten dejarles una reflexión? En la vida la mayor clave para obtener lo que quieras —como también el mayor obstáculo— serás tú mismo. Notas a pie de página 1 Lev Grossman, “Outliers: Malcolm Gladwell’s Success Story” (Casos atípicos: La historia del éxito), TIME, 13 de nov., 2008. 2 Proverbios 25:28 NVI. Traducción: Quiti y Antonia López © La Familia Internacional, 2012 Categorías: autodisciplina, éxito