UNA DEClArACIoN SoBrE loS DEBErES HUMANoS Todos conocemos la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1948, incorporada como anexo al final de esta obra para su conocimiento y consulta. La realidad social de aquellos años dista mucho de la actual y, aún así, la Declaración de los Derechos Humanos no sólo tiene plena vigencia y actualidad, sino que los países que en su día la adoptaron se la reclaman y la exigen a aquellos que todavía ignoran su contenido. Gracias a esta Declaración, los seres humanos dimos un gran paso hacia la consecución de nuestra dignidad, y, gracias a ello, muchas naciones evolucionaron hacia lo que es hoy en día nuestra sociedad. Una sociedad, la de los países más avanzados, que es plenamente consciente del contenido de ese texto, sirviendo así de guía para aquellas ocasiones en que gobiernos, entidades o individuos pretenden ignorarla. La mayoría de las constituciones de los países más avanzados recogen muchos de sus principios y también sirvió de inspiración para el Estado del Bienestar que, con mayor o menor implantación, disfruta hoy un gran número de países, entre los que se encuentra el nuestro. Sin embargo, como decía, las circunstancias mundiales que inspiraron esta Declaración en los países del primer mundo no 9 eran las mismas que las actuales. Entre algunas de esas circunstancias cabe destacar, por ejemplo, la pobreza o economía de subsistencia en amplias capas de la población, la escasa asistencia sanitaria, las diferencias sustanciales entre ricos y pobres, la clase media todavía en desarrollo, un poder ejecutivo con amplias facultades que le servían para quedar impune frente a diversos atropellos a los ciudadanos, un analfabetismo en proporciones muy elevadas, la alta mortalidad infantil, la inseguridad frente a la vejez y el desempleo, etc. En muchas naciones estas circunstancias se han ido erradicando o reduciendo hasta llegar en la actualidad a unos niveles muy bajos en comparación con los años en los que se gestó y aprobó la Declaración de los Derechos Humanos. Si nos situamos en aquella época, resultaba lógico que la prioridad fueran los derechos a los que se aspiraba y que la mayoría de los ciudadanos no tenía. En aquellos momentos, el ser humano tenía más deberes que derechos y, por tanto, era perentorio fijarse en estos últimos para desarrollarlos y generalizarlos en la medida de lo posible. Aquellos deberes estaban muy claros para una población que sobrevivía, y vivía, gracias a ellos y, por consiguiente, no resultaba necesario recordárselos a nadie. Aquellos deberes dimanaban directamente de la educación, de los usos sociales y de la necesidad. Tan arraigados estaban estos deberes en la sociedad de aquel momento que la Declaración Universal de los Derechos Humanos sólo consideró necesario mencionarlos en su artículo 29 y de una manera muy breve, diciendo en su punto primero: «Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad». Sin embargo, en ocasiones la defensa de unos intereses tan claros para el ser humano como son los expresados en la Declaración en forma de derechos fundamentales se ven empañados 10