ñ a sp lcero E EL CLERO ESPAÑOL en 1838. M A D R ID , octubre -1858. IMPRENTA DE D. MIGUEL DE BURGOS, ' donde se hallará. Ut prudentibus loquo r , vos ipsi j udicatc quod dico. E p. 1.a a d Cor. c. 10. v. 15. E l C le ro español se halla en el dia en una situación des­ ag ra d a ble, sumamente del icada, y aun puede decirse tam­ bién bastante peligrosa. Lamentarse de ella altam ente, q u e ­ jarse sin cesar de los pa decim ientos, cierta irritación y exaltación contra y manifestarse con los verdaderos ó su­ puestos autores de los males, por mas que no sea de extra­ ñ a r , ni es lo con ve nie nte para remediarlos, ni es tampoco lo que pu ede y debe exigirse de personas de ju icio, de só­ lida ilustración, y de sentimientos verdaderamente religiosos. L o que importa y lo que hay dere cho de esperar de h om ­ bres prud entes y sensatos es el examen d e t e n id o , reflexivo é imparcial de las causas de semejante estado de cosas, y una v e z halladas habrá ya m uch o adelantado para conoce r los medios de co nte ne r los, progresos de la_enfermedad, y acaso también para curarla de raiz. E sto es lo que me pr o­ p o n g o , sin des co noc er la dificultad de la emp resa, ni la c o r ­ tedad de mis fu erz as ; mas como en ello puede interesar el bien c o m u n , y m u y especialmente el de la respetable clase de que se trata, reuniré las observaciones que me vayan o cu rr ie n d o en la m at eria, y que acaso podrán excitar á que sugetos mas ilustrados expongan las suyas sobre puntos que por su importancia en la crisis actua l no desmerecen la atención de los bu en os y de los sabios. Las eminentes virtudes del Clero ca tólico en los primeros tiempos de la Iglesia , los inmensos beneficios que hizo á las naciones q u e abrazaron el cristianismo, lo m u c h o que con­ trib u y ó á la mejora de las cost u m b res, y á la cultura y prosperidad de los p u e b lo s , y el respeto y alto aprecio q u e supo adq uirir á fu erz a de ca rid ad , c e l o , desinteres y pai : ( 4 ) ciencia, si bien son cosas cu ya exposición podía edificarnos y ocuparnos la rg a m e n te , son por otra parte tan notorias que no hay para qué repetirlas don de no es desconocida la buena f e , ni de todo punto ignorada la historia civil y e cle ­ siástica general y la particular de nuestro pais. Ta mbié n es demasiado conoc id o el efecto inmediato y las ulteriores c o n ­ secuencias que pr od ujo en este punto la cesación de las p e r ­ secuciones gentílicas, y la paz dada á la Iglesia por los e m ­ peradores. Con su especial p r o t e c c i ó n , con la facultad de adquirir toda clase de bienes, y con el rápido y prodigioso aum ento de los que sin cesar se apresuraban á abrazar la verdadera cree ncia cambió en gran manera la situación de muc hos estados y la posicion del mismo Clero. F u e crecien­ do notablemente la solemnidad y aparato del cu lto pú blic o, se facilitó la comun ica ció n de los prelados entre sí y con el sumo Pontífice, ce ntro de la u n id a d , h u b o libertad para reu nirse en Co ncil io s; y co ndenando e r r o r e s , los puntos de doctrina sobre que se declarando suscitaban d u d a s, y arregla ndo la disciplina según lo exigian las circunstancias, a un q u e sin separarse jamas del espíritu p rim itiv o, llegó a fijarse en el orden religioso una or ganización q u e , de a cu e r­ do con la del estado civ il, en cuanto lo permitian los fines de ambas so cie dad es, ofrecía las mas lisonjeras esperanzas de que la conco rd ia y la mas perfecta armonía entre el sa­ cerdocio y el im perio con tribuirían eficazmente á q u e , v i­ v ien do los h om b re s en la tierra en paz y en el mayor grado de prosperidad pos ible, se preparasen del modo conven iente para la eterna bienaventura nza en el cielo. Sin e m b a rgo , no puede negarse que despues este mismo estado pacífico, tros del altar , la con sideración adquirida por los minis­ y los bienes concedidos para su decorosa subsistencia y demas usos piadosos á q ue siempre han estado destinados, con trib u yero n a que se fuese resfriando el an­ tigu o fe rv o r, y á que se pudiese decir con algún motivo, q ue lo que se habia ganado en riqueza y seguridad se habia perdido en v ir tu d: y en e fe c t o , aun que es m uy sensible que asi fue se, ni es de adm irar, ni son desconocidas las causas para el atento ob se rv ad or; porqu e si solo el celo y una (5) verdadera vocacion podian con duc ir al ministerio eclesiás­ tico cuando sin ventaja alguna temporal traía consigo in­ menso trabajo, persecuciones y continuos peligros, 110 deb e causar extrañeza q u e , cambiada la e sce n a, y siendo el sa­ cerd oc io un medio de vivir con h o n o r y des ah og o, viniesen á é l , con m uch os m uy d ig n o s , algunos mas bien excitados por motiv os terrenos y de conveniencia individual que por la gloria del Señor y poF la salud de las almas. Mas con t o d o , por largos años no era esto tan frecuente que pudiera mirarse de otro modo que como una exc epción dolorosa y com batida sin cesar por los insignes varones que a b u n ­ daban en toda la Iglesia, y m uy particularmente en la de E s p a ñ a , d o n d e , asi en las persecuciones de los gentiles, de los a rria n o s ^ ~ d e los á ra b e s, com o en los tiempos de p a z, se veían ob is pos, presbíteros y ministros que fueron y serán siempre modelos de sa bi du ría, constancia y santidad. Y á la v e r d a d , ¿quié n deja de oir todavía con el mas profu nd o respeto y adm iración , entre ot ro s, los ilustres nombre s de los V i c e n t e s , V a le r i o s , E u g e n io s, Cecilios y F erm ines, y los de los L e a n d r o s, Fu lg e n cio s, E u lo g io s , Braulios é Isi­ doros ? P e ro com o las naciones y las clases de que se com po ­ nen 110 pueden sustraerse á la influencia del espíritu del s ig l o , ni evitar q ue las causas pr oduzcan sus naturales efe c­ t o s , los grandes acontecimientos y los vicios que dieron lu ga r á la ruina del imperio de oc cid e n te , y las ruidosas re ­ volucion es que en seguida trastornaron en Eu ropa el orden estab le cid o, dando lu ga r á que con el estrépito de las armas y con los estragos de las conquistas se extendiesen por to ­ das partes la ignorancia, la inmoralidad y el olvid o de las mas santas máximas, prod ujeron en el Clero lo que no po­ dian dejar de p r o d u c ir , esto e s, la relajación casi total de la disciplina y el mas lamentable desorden. En fuerza de él se vier on con frecuencia abandonadas las iglesias por sus pro­ pios pastores y entregadas á otros mercenarios; se vieron ocupa dos y dilapidados sus bienes por los poderosos; y se v ió á los prelados cambiar el báculo por la espada, y o st e n ­ tar mas el título y maneras de señores temporales que las propias de padres y Los beneficios y (6) directores espir ítuales de sus diócesis. cargos eclesiásticos solian mirarse com o patrimonio de famil ia, y 110 se reparaba en reunir m uch os en un mismo in d iv id u o , q u e , consumiendo sus r e n t a s e n la disipación lejos del lugar en que debia* desempeñar sus fu n­ c i o n e s , las desatendía del todo ó las encomen daba á un mi­ sera ble á quien pagaba mezquinam ente. Destruían los que debian edificar; en los estudios se prescindía por lo com ú n del principal ob je to, se desatendían las fuentes mas saluda­ b le s , y succediendo á la solidez y al buen gusto las suti­ lezas y la rusticidad, en lu gar de la sana doctrina so b re los verdaderos medios de salud vez se extravió y re c o n c ili a c ió n , mas de una lastimosamente la opinion de los fieles, ins­ pirándoles errores y confianzas vanas para ob tener lo q ue solo es consecuencia de la observancia de las leyes y de la pr áctica de los pr eceptos y consejos eva ngélicos. La Iglesia, no ob stan te , jamas vió sin d o lo r estos y otros e xt rav ío s; y si bien á v e c e s , con oc ie ndo las profunda s raíces de ciertos males, se lim it ab a , como madre prud ente y piadosa, á re m e ­ diar los mas graves, dejando para mejores tiempos la cura de los dem a s, siempre manifestó el mismo esp íritu, y no ap ro­ b ó nunca en los ministros sino lo q u e , según las miras de su divino F u n d a d o r , se dirígia á la felicidad de los hom bre s hacién dolos mas instruidos y mejores. P o s te r io rm e n t e , bastante restablecido ya el ord en y la tranquilidad con la consolidacion de los go b ie rn os, tenien­ d o parte en ello circunstancias que no son de este lu ga r, y en que se ve el dedo de la P r o v id e n c ia , se fueron re st able­ cie ndo también los b uen os estudios y mejorándose la ins­ t ru cci ón , que co n trib u y ó m uch o al conocim iento de las antiguas regias, y á q u e , si no tan completamente com o era de d es ear, se advirtiesen á lo menos notables progresos en las costumbres é ilustración del C l e r o , y en el desempeño de sus importantísimas y sagradas funciones. El de España, q u e , aun que acaso menos que el de otras partes, pasó tam­ bién por las mismas vicisitudes, puede gloriarse de no hab er cedido á ningún otro en la prontitud con que recog ió y c o ­ municó á los pueblos el fruto de esta prodigiosa restaura* (7) c i o n ; y , entre los mil testimonios q ue lo manifiestan, es sin duda uno de los mas visibles el lugar que ocupaba en el mun d o cu lto en el siglo X V I , y la brillante muestra que die­ ron de su sa be r, virtudes y fortaleza los obispos y demas eclesiásticos españoles que asistieron al Co ncilio de Tr ento. Los quebrantos y desgracias q ue exp erimentamos en el siglo siguiente no podian dejar de afectar al Clero en varios sentidos; pero también es cierto q u e , influyendo para ello una parte de este mismo C l e r o , acaso en ningún estado se han h e ch o mayores y mas bien dirigidos esfuerzos para p r e ­ parar una justa y pr ud en te reforma que los que hicieron nuestros reyes en el siglo X V I I I , y principalmente el señor D. C a rlos I I I , cuyas leyes sobre personas y asuntos e cle ­ siásticos hon rarán perpet uamente su memoria. Con su m u e r­ te vinieron sobre nosotros nuevas calam idades , que empe­ zando por cosas é individuos que no es necesario m en cio ­ nar ahora , se aumentaron despues con motivo de la r e v o ­ lu ció n de F rancia, que tanto ha influido en toda la Europa , exten diend o sus consecuencias á las instituciones políticas y religiosas. De este gran de acontecimiento se ha hablado dem asia do, y su histori a , cu ya perfección acaso está reser­ vada para otra g e n e ra ció n , ha sido hasta aquí el almacén de que los ho mbres de todos partidos y de todas opiniones han tomado hecho s sobre que han recaído mas ó menos exactas, mas ó menos importantes reflexiones; y nuestro Clero no es segu ramente el que menos ha d eb id o ocuparse de ellas, po r­ q u e , a un que sea cierto que es m u y notable la diferencia entre la F ra nci a de 789 y la España de 8 3 8 , no puede sin embargo negarse que en ciertos puntos es bastante la seme­ jan za, y que algunas de las causas que concu rriero n á aque­ llos terribles sacudimientos no son tan extrañas para nos­ otros ni tan propias de aqu el suelo que n o merezcan consi­ derarse mas acá de los Pirineos. El abuso de la imprenta, por e je m p lo , el tono atrevido con que se h ab ló de religión y con que se atacaron las creencias, los institutos y las prác­ ticas religiosas, los raros sucesos que fue ron rebajando el prestigio de la co r t e , los empeños del erario y el des arreglo de la Hacienda pú b lica , el fu ro r de proyectos econ óm ico s (8) mal digeridos y p e or aplicados, los deslices y falta de tino de algunos privilegiados en medio del calor con q u e se ata­ caban sus prerogativas , y otras cosas de esta cla se , ¿ so n tan agenas y distan tanto de nuestra situación que podamos leerlas y mirarlas co m o las rev olucio nes de las antiguas re­ pú b li ca s de G r ecia ? No por cierto. P o r lo mismo, sin desconocer la diferencia de tiempos, de paises y de carácter de ambos p u e b lo s, sin q ue y o pre­ tenda tam po co que haya sido del todo perdida para nosotros la exp eriencia de los resultados de la re volución de nues­ tros v ec inos, y fijándome princi palmente en que varias de las cosas que se intenta ron y llevaron á c a bo entre ellos tam ­ bién se han intentado y realizado a q u í, al C le ro español en una situación qu ie ro figurarme semejante hasta cierto pu n to á la en q u e se hallaba en 789 el Cl ero de F r a n c i a , y p r e g u n t a r " ¿ q u é deberá h ac er aque l por su parte para con»jura r la te m pe sta d , para llenar su d e b e r , y para evitar que, w cu al qu ie ra que sea el éxito de los su ceso s, se le cu lp e de « d é b il, de im prudente y de in c o n s id e ra d o ? ” P o r lo q u e á mí h a c e , si se me dirigiese esta pr egunta ob li gá n d o m e á res­ pon der pr onto y / en pocas pa labras , diria : " q u e el Cl ero «es pañol debe r e co n o ce r que tiene tiempo ha enemigos po»deros os, hacerse cargo de los ataques q ue le d ir ig e n , y «proc ura r de todos m odos que no tengan ra z ó n .” Q u e el C le ro tiene tiempo ha enem igos poderosos es un h e c h o evid ente , q u e no es posible d es con oc er sino cerra ndo entera m en te los ojos, é ignorando hasta un pu n to in d iscu l­ pable la historia de todas las é po ca s, y m uy pa rticu la rmen ­ te la de la nues tra, en q u e se ha manifestado con mas cla­ ridad y decisión esta animosidad y acti tud hostil de n o p o ­ cos; y lo tínico q ue pu ede h ab er que exami nar es quiénes s o n , y cuántas clases h ay d e e n e m ig o s , p orqu e ni todos son igualmente te m ib le s, ni á todos anima un mismo es­ píritu , ni á todos se satisface del mismo modo. Sin duda seria m u y difícil hacer una exacta enumera ción de los di­ versos motiv os q ue influyen en los distintos individuos para un m ay or ó m en or grado de a v e rsió n , y para que se ad ­ vierta esta tan marcada diferencia de modos de ver que ( 9 ) obse rvamos respecto á la materia; pero no lo será tanto si nos limitamos á los principales q u e , teniendo en su objeto diferente tendencia, no pueden ni deben confundirse sin g r a ­ ves inconvenientes. Hay por desgracia algunos opuestos al Cl ero por oposicion al ca to lic is m o, y aun á toda idea reli­ gi o s a ; otros que con mas ó menos en cono desacreditan y se manifiestan irreconcil iables con toda la clase p o r la c o n ­ ducta y extrav íos de uno ú otro de sus in divid uos , y por abusos que ni se niegan ni jamas han dejado de reprobarse y mirarse co n dolo r por la misma I g le s ia ; y otros en fin q u e , demasiado fogosos y faltos de exp erie ncia, y al mismó tiemp o animados de los mas vehementes deseos de p r o cu r a r la felicidad de nuestro país, m ejorando sus instituciones p o ­ líticas y la administración in t e r io r , creen sin razón ver en el C l e r o un obst ác u lo á tan loables miras; y exage rando unas veces la resistencia, y des con ociendo otras los moti­ v o s en q ue se fu n d a , se pro po nen rem ove r ó disminuir el e st or bo des ac re ditan do, d eb ilitan do, y (si es posible) aca­ b an do con la influencia de la clase de que procede. Sie ndo esto asi, claro es que el C l e r o , objeto de una contradicción apoy ad á en causas tan distintas, debe tratar de vencerla c o n prudencia y c ir c u n s p e c c ió n , y por aquellos recursos justos y adecuados que para cada caso Je suministran la r e ­ ligión , el con ocim iento de los h o m b re s, y la historia de todos los tiempos. En una p alab ra, debe saber y tener siem­ pre á la vista en toda su con d u cía lo que despues de las mas santas y sabias prev en ciones decia San Pablo á su discí­ pu lo T i t o : : : : : Ut i s , qu i ex adverso e s t , v ereatu r, n ih il habens malum dicere de n o lis. La aversión de los opuestos al catolicismo y aun á toda idea relig iosa, bien sea por ig n o ra n cia , por ligereza ó por la fuerz a de los malos eje m plos, es sin duda una co nse ­ cu enci a necesaria de tan funesto p r in cip io , po rqu e no p u e ­ de concebirse có m o el que desprecia una relig ión ha de aprecia r á sus ministros mientras no se le saque del error. E s pues indispensable que el Cle ro, si ha de co rresponder dignam ente á su sublim e m is ió n , cu ando se halle en casos semejantes, armándose de' ver da de ro y discreto c e l o , y de a aquel espíritu de ca ridad , man sedum bre é indul gencia que recomienda el E va n ge li o, y pr oc uran d o con oce r á fondo lo q u e , según el tiempo y circunstancias , influya pr inci­ palmente en la incredulidad , se empeñe en demostrar la verda d de nuestra sacrosanta r e l i g i ó n , en destruir las pr e­ ven cion es que la malignidad y el erro r han esparcido contra e l l a , en presentarla com o medio único de felicidad , y tan hermosa y amable co m o es en sus d og m as, en sus misterios, en su moral y en su culto. A veces también será preciso que repela el Cle ro con energía la falsa y calumniosa aserción de que el catolicismo se op on e á la justa libertad y á la verdadera ilustración de las n acio n e s, y q u e , desafiando á los adversarios á que p r e ­ senten un libro en que los derechos y debere s de los h o m ­ bres esten tan bien expuestos como en el N u e v o Testamento, en q ue se en cuentra n ademas revestidos de una sanción di­ vina , á que citen máximas tan eficaces para refrenar el des­ potismo com o las del E v a n g e lio , y á q ue ofr ezcan doc tri­ nas tan consoladoras con tra toda clase de opres ion y tan favorables á una racional igua ldad co m o las que se e n c u e n ­ tran en las cartas de los Apóstoles y en los m onu m ent os de los mas bellos tiempos de la I g le sia , demuestre com pleta ­ mente la gran de influencia que ha tenido de h e c h o la reli­ gión cristiana en esa misma libertad política y civil con la que tan malamente se la su pone en oposicion. Po drá aña­ dirse igualmente en ocasion opo rtun a que si no mas justos, eran á lo menos mas sagaces y mejores razonad ores muc hos de los gentiles de los primeros si gl os, cu ando acaso mas que en ninguna otra cosa fundaban su resistencia á la pro pa ga­ ción del Eva n ge li o en el no in fundado recelo de q u e , ca ­ yen do su poder bajo de los escombros de la id o la tr ía , iba á succeder un n u ev o ord en de cosas mas co n fo rm e á los derechos y mas adecuado á las necesidades del género h u ­ mano. F u é asi en efecto: por de pr onto se a um entó y ge n e ­ ra liz ó el saber de los pu e b lo s, y apenas hay ya quien ig n o­ re q ue despues en los grandes trastornos y en la asombrosa ignorancia q ue su cce d ió á la ruina del im p e r io , el cristian ismo fu é e l q ue impidió la diso lu ció n de la E u r o p a , y el ( 1 1 ) Cl ero el q u e , si no pu do preservarla enteramente de la b ar­ b a r ie , pu d o á lo menos con servar muc hos restos de la an­ tigua civ ilizació n, co n tri b u yend o á ello no poco esas c o r ­ porac io n es, que desde el sepu lcro en que se las ha hundido están re cla mando con justicia la pública gratitud por este y otros beneficios. —" S i , entrando en todas las demostraciones y desenvolvi­ mientos que exige este trabajo, pr oc ur an ademas los buenos ministros ganar la confianza de los que les e sc uchan , oir ap aciblem ente sus argumentos y observaciones, y e xp on er con la claridad, sencillez y extensión con veniente las o p o r­ tunas contestaciones, añadiendo á la fuerza de la palabra la eficacia dél eje mpl o, seguros pueden estar casi siempre de la v icto ria; y si alguna v ez no la co n sig u e n , aun que siempre deban lamentar la insuficiencia ' de sus esfuerzos, pod rá al cabo tranquilizarlos la consideración de que han c u m p li d o con la principal ob ligación de su sagrado minis­ terio. P e r o , es necesario decirlo to d o: para sufrir estos ata­ ques y h ac er co nven ientemente la defensa, en que h oy es preciso com prometerse con mas frecuencia que en otro tiempo,' no basta el celo ni los bu en os deseos. Se necesita ademas una sólida instrucción en la ciencia de la religión, un exact o conocimiento de la historia y disciplina de la Iglesia, y una noticia puntual de las herejías de todas las e dad es , y de los argumentos victoriosos con que las destru ­ ye ro n los mas célebres apologistas. Con estos m ed io s, y te­ niendo despues presente que por el carácter del siglo se han dado últimamente nuevas formas á los errores antig u os,f aña diendo también otros que antes n o se presentaron, no es posible dejar de con ve nce rse de que quien no se encuen tre suficientemente prep ara d o, p orqu e no estuvo en su man o dirigir á estos objetos sus estudios con tanta amplitud y so­ lidez com o era de d e s e a r, debe ya converti r á ellos toda su ate n ció n , y , conoc ie ndo con perfección las armas de que se valen los co n tra ri os, provee rse de las con ducentes para o b ­ tener una corona q u e no se con cede sino a l que pelea le­ gítimamente., es d e c ir, por la buena ca usa, con constancia y con armas bien templadas. A los prelados y á los q u e están 2 : * (12) al frente del g o b ie rn o corres po nde hacer á la Iglesia y al Estado este im po rtante servicio de dar pr onto pr onto una acertada dirección á los estudios del C le ro , haciendo que las sutilezas, la aridez y la superficialidad, de que aun q u e ­ dan ciertos residuos , desaparezcan del t o d o , y cedan á la ilustración y á las verdaderas necesidades religiosas del siglo die z y nueve. El erro r ó la indiferencia en punto tan capital jamas podrá dejar de traer las mas funestas consecuencias, y seria cierta mente una m engua que los maestros de la ver­ dadera doctrina cediesen en moralidad , en cultura ni en nada que pueda tener con exio n con su m ision santa á los que por cu alquiera motivo se empeña n en combatirla ó de­ jan de recon oc erla . Sepan estos de una vez que la relig ión, lejos de esquivar las lu ce s, solo teme la ig n o ra n cia , p orqu e es imposible con oc erla co m o e s , y dejar de amarla y abr a­ zarla. Co nózca nlo asi cuantos se interesan por su c a u sa , y n o se desentiendan de que por no hab e rl o tenido presente com o co n ve n ia , sufrió la Europa católica tres siglos ha c o n ­ vulsiones y tra sto rnos, cuyas consecuencias duran y durarán m u ch o tiem p o: y por ú lt im o , no dé lugar el C le ro á q u e , si tuviese algo de cierta ó aparente la incu lpació n que se le h ace respecto á los males del d ia , pu eda repetirse en lo succesivo ni con visos siquiera de razón. E studie, enseñe, exhorte, trabaje sin ce sa r; sea m od elo de p e rs ev era ncia , de mod era ­ ción y de todas las v ir t u d e s, y su triunfo será tan segu ro co m o lo es y ha sido siempre el de la verdad sobre la m e n ­ tira , y el de la religión del Crucificado sobre la im piedad y ;la superstición. He d icho que h ay también m u c h o s que con mas ó m e ­ nos en cono desacreditan y se muestran irr econciliable s con el Cle ro por la conduc ta y extravíos de uno ú otro de sus in d iv id u o s, y por abusos q u e , ni se niegan en teramente, ni jamás han dejado de lamentarse y repr ob arse por la Ig le ­ sia ; pero s i hemos de ser inge nuos é imparciales , es pre­ ciso confesar q ue ni la buena l ó g i c a , ni el c on ocim ie nto délos h o m b r e s , ni la buena fe permiten q u er er m a l , m i ­ ra r con desprecio , ni hostilizar á toda u na clase por las faltas de un ciert o n úmero de sus m ie m b ro s ; pues, so b re se r la m ayor in ju stic ia , seria al propio tiempo lo mas opue sto al o rd e n y á la tranquilidad de los pueblos. P or qu e á la v e r d a d , ¿ q u é estado ni profesion hay en ellos en que to­ dos los individuos cumplan exactamente con su d e b e r , y nada haya que echarles en cara? ¿Son tan justos como de­ bían todos los m ag istra dos, tan fieles y decididos como era de desear todos los m il it a r e s , tan sabios y celosos como conve nia todos los maestros p ú b lic o s , y tan francos y h o n ­ rados co m o exige su profesion todos los co m er cia n te s? Y sin e m b a r g o , ¿ h a y q u i e n , sin quererse e xp on er á la nota de injusto y n e cio , se atreva á acusar en masa á estas respe­ tables clases por los vicios de algunos que á ellas pertene­ cen ? P o r otra pa rt e , cu ando se hace mérito de las distrac­ ciones de alguno s clé rig o s, de la poca instrucción de otros, de la mala inversión de las rentas de este ó de a q u e l , y del abuso que en tal ó cual ocasion han podid o hacer de su influjo y ascendiente sobre los p u e b lo s , j u st o , justísimo era también no olvidarse de los muc hos mas que en todos tiem­ pos c on tri b u ye ro n con su doct rina y conduc ta á mejor ar las costu mb res pública s, a adelantar la instrucción general c on sus lu ce s, á prop orcio nar auxilios permanentes á la h u ­ manidad c o r sus ren tas , y á mantener la paz con sus c o n ­ sejos é influencia. Y ciertamente q u e , si se busca con a lg ú n c u id a d o , en pocos paises se hallará tanto de esto como en el n u es tr o , pues apenas hay provincia ni pu e b lo notable en la m onarqu ía en que no se encuentren rasgos diversos de la caridad y munificencia del Cl ero en establecimientos de instrucc ión , de bien entendida piedad , y de discreta benefi­ cencia. Preg ún tese si se quiere á quién m ultitu d de h ospit a le s, co le g io s , deben su origen universidades, casas de misericordia y otras piadosas fun daciones para so cor ro de hu érfa n os , educación com ún , y auxilio de toda clase de n e ­ cesitados, y es bien seguro que la respuesta de cu antos res­ peten la verdad y la justicia no dejará de hacer h on or á nuestros eclesiásticos. ¡ Ojalá q ue en el destino que se ha dado ó se prepara á m uc h os de sus bienes sean tan útiles á la sociedad co m o han solido serlo hasta ahora ! ¡Ojalá que co n una inversión j u s t a , c o m p le t a , fiel y desinteresada en ( 14) beneficio p ú b l i c o , pudiésemos l i b r a r á nuestra época de la odiosa nota que en otro caso seria consiguiente á la pérdida ó dilapidación de tan preciosos intereses. P e r o , si es cierto que no hay justicia ni razón alguna pa­ ra h a c e r recaer sobre una clase entera bastante numerosa las faltas y abusos de algunos de sus individuos , también l o e s , y merece la m ayo r a te n c ió n , el q u e , si por desgracia se fuese aum entando el número de extrav iados en el Clero, seria enteramente inevitable que al mismo paso fuese per­ diendo terreno en la opin ion toda la cla s e , y acreditándose y hallando eco las invectivas y acriminaciones de sus c o n ­ trarios. Asi ha sido s i e m p r e , y asi es preciso q u e suceda; y por eso se ha dicho siglos ha , y se ha repetido despues, q ue el mal ejemplo de uno solo cu n de mas q ue las virtu ­ des de m u c h o s , p o r q u e , co m o observa un respetable apo­ logista m o d e r n o , " el vicio es d escarad o, y m uy lu e go se »da á c o n o c e r ; pero la virtu d es modesta é ig n o r a d a , y po r »lo mismo un solo sacerdote vicioso hace q ue injustamente »se piense del propio m odo de otros m uch os q u e n o lo »son.” Asi ha sido sie m p re , r e p i t o , y este ha deb id o ser constantemente el motivo mas podero so por qué los h o m ­ bres de co razon re ct o y bu ena v oluntad hayan pr oc ur ad o con esmero evitar á la sociedad el daño impo nde ra ble y el funestísimo efecto de los m alos ejemp los; pero h o y es t o ­ davía mas indispensable no perd er de vista esta con sidera ­ ción , por qu e el espíritu de exámen y de censura pr op io del siglo se extiende á todo , se com place en desentenderse del prestigio de la antigüedad y del respeto adquirido por méritos y servicios de otros tiempos , no perdona la influen­ cia pasada , y don de quiera que en el dia halla algo que r e p r e n d e r , lo p u b lic a , lo e x a g e ra , le atr ib uy e el mal que h i z o , y aun el que nace de otras causas , y se com place en v er derrocado lo que la imprevisión y la poca cordura creían d e todo punto indestructible. ¿ Y c ó m o podrá remediarse t o d o e sto? Como dije antes, procu ran d o que los censores no tengan r a z ó n , op on iendo á la acrimonia la d u l z u r a , la calma á la li ge rez a, el ju icio á la in con si d e ra ció n, la cari­ dad á la mal disfrazada in t o le r a n c i a , y re sp ondiendo á las _( i 5) mas virulentas recrim inaciones con la práctica de todas las v irtudes. Este es el único medio infalible , y el qué a c o n ­ sejan de com ún a cu erd o la r a z ó n , la religión y el Ínteres social é individual bien entendido. Pe ro , no nos engañe­ m o s : no es el Cl ero solo el que debe co n cu rr ir á esta re­ forma e x a m in a n d o , y en lo que sea necesario variando de conducta . T o d o s hemos tenido parte en el m a l , y es pre­ ciso q ue todos nos apresuremos á busca r el remedio. E m ­ piece el gob ie rn o recordando y ju zg an d o con imparcialidad el uso que se ha h e ch o en varias épocas de la importan­ tísima regalía del pa tronato u n i v e r s a l , de esta preciosa re- ^ galía que tantos esfuerzos y sacrificios costó á la nación , y con que se puso en su mano el medio mas seguro de evi­ tar influencias ex trañ as, y proc ur ar á un mismo tiempo el bien de la Iglesia y del Est ad o; y si hallase en este dete­ nido examen que alguna ó muchas veces se usó de tan ex­ tensa prerogativa con menos a c i e r t o , dando al favor , á la intriga ó á la co rr up ción el lu gar que se debia á la virtud , al celo y al merecim ie nto ; si llegase á creer que esta falta ha po­ dido influir no poco en los graves males que han afligido á la p a t r ia , y aun á los que la están afligiendo todavía, re co n ózca ­ lo francamente, varíe de ru m bo en un punto tan capital de ad­ ministración , busq ue con buena volu ntad los medios de acer tar, y , adoptándolos con ilustrada firmeza é inalterable co n st an cia , tendrá pr onto en las prelacias y en cipales destinos eclesiásticos sugetos los prin­ beneméritos , que con su ejemplo y doctrina dirigirán al pueblo haciéndole mejor y mas instruido en lo que debe se rl o , po tendrán los g o b e r n a n t e s , nó y al mismo tiem­ co m o quiera un apoyo ficticio y m e z q u in o , pr od u cto de débil contemplación y de interesada con d es cen d e n cia , sino el verdadero y eficaz, que, consistiendo en la identidad de ideas acerca del or ig en y fin de todos los g o b i e r n o s , y en uniformidad de miras so bre la felicidad de los g o b e r n a d o s , se auxiliarán m utua­ mente cumplie ndo unos y otros con sus sagrados deberes» y la l i g a , que ha sido objeto de tantas declamaciones v e ­ he m e n tes, y de tantos y tan repetidos sarcasmos y censu­ ras malig na s, será en realidad un vínculo racional y salu- ( 16) dable , y un principio seguro de orden , de paz y de j u s ­ ticia en los pueblos. Es de esperar que esto y muc ho mas conozcan el go bie rn o actual y los que le su c c e d a n , y que, altam ente con ve ncid os de que las primeras víctimas de cie r­ tos errores graves son los mismos que los com ete n , no q uerrán perder la ocasion de sentar con solidez una de las primeras bases de la prosperidad pública , ni privarse d e la gloria de trazar el verdadero camino de realizar las reformas justas, útiles y juiciosas con que se impiden las i n ­ ju stas, violentas, imprudentes y desorganizadoras. Los prelados eclesiásticos también deberán entrar en el misino exa men hasta donde alcance su vista , y les puedan auxiliar los anales de sus propias iglesias y de ot ra s; y si encuentran que en los nombramientos para mas ó menos importantes beneficios no siempre se tu vieron presentes las respetables reglas ca nó nica s, influyendo á veces mas de lo justo el pa re n tesco, la fa miliatu ra, el empeño y el gusto d e la arbitrariedad que tanto suele seducir á los que man­ dan ; si encuentran que las malas elecciones han co n t r i­ b u id o á pervertir en algunas partes las costumbres , la opinion y el espíritu de los fieles; y si en cuentra n p o r fin q u e la falta de re ct it u d , de celo y de energía para co rr e­ gir los vicios y prom ov e r la observancia de las le y e s, h an sido en algún tiempo causa de muc hos males, y entre ellos del descrédito del C l e r o , preciso será q u e , con ocie n do la enfermedad , no desdeñen la medicina , y q u e , apoyándose en las santas disposiciones eclesiásticas y civiles que fijan sus d eb e re s, y en los venerables ejemplos de tantos ilus­ tres pred ece so re s, hagan lo posible para ponerse á cubie rt o d e toda clase de inculpaciones , y por salvar la opinion y el respeto debid o á sus súbditos por medio de la regulari­ dad y cumplimiento de las l e y e s , que es el arbitrio mas á propósito y poderoso para mantener el prestigio y el apre­ cio que tanto necesitan los maestros de la moral de los es­ pañoles. Los clérigos particu lares, pectiva clase y p o s ic io n , cualquiera que sea su res­ tampoco pueden desentenderse de mirar atras para observar lo que haya pod id o hab er has­ ( 17 ) ta aquí menos confor me al principal objeto de su misión, y adelante para comparar unos tiempos con otros , c o n o ­ cer la tendencia y exigencias del nues tro, y desmentir las acusaciones con hecho s que no pueda poner en duda la ma­ lignidad y la calumnia. Para esto tienen la ventaja que aca­ so no hay en otras pa rte s, de que el pueblo español es p o r lo com ún cu erd o y sensato, y si alguna vez puede de­ jarse llevar á extremos por fuertes y apasionadas declamacio­ nes, especialmente si hay la desgracia de que aparezcan al­ gú n tanto acreditadas con uno ú otro defecto , no está en manera alguna tan extraviado y pervertido que se niegue á la evidencia, y tenga por enemigos á los que le instruyen, le dirigen , le consuelan y le socorren. Mas fácil es que ceda á la irresistible fuerza de estos conve ncim ie nt os , y que mas ó menos pronto llegue á con oc er á quien debe creer, quien pro mu eve sus verdaderos intereses , y quien le pier­ de y precipita aparentando salvarle. P o r ú l t i m o , este mismo p u e b lo , principalmente intere ­ sado en que vaya perfeccionándose nuestra organización so ­ cial , y en que todas las instituciones correspondan á su o b ­ j e t o , y en especial las clases mas influyentes y mas capaces de j u z g a r , pueden y deben advertir que también está en su mano hasta cierto punto el bien ó el mal en la mate» ria de que se tra ta, y , respetando debidamente á los minis­ tros del cu lto que cumplan co n sus deberes , y distinguién­ dolos en todas ocasiones de los que hagan lo contra rio , al paso que harán justicia ofrecerán estímulos poderosos á la v ir t u d , y motivos eficaces para retraer del vicio. Y aun hay m a s , po r q u e , aunque hoy no sea tan inmediata como en ot ro tiempo la influencia de los fieles en la elección é inau­ gu ra ción de los sacerd o te s, todavía se cuenta con su tes­ timonio cuando se trata de or denar lo s, y se exige que por medio de ayunos y oraciones se procure obtener del Señor el don de a cie r t o , y el incomparable beneficio de conseguir buenos pastores. Culpa nuestra será si , desentendiéndonos de tan santas y sabias disposiciones, miramos como form ula rio lo que tiene un objeto tan ese n cia l, y mucho mas culpables y reprensibles seremos todavía s i , negándonos á co ope rar ( 18) al b i e n , caemos en la notable inconsecuencia ele censurar y clamar contra los desaciertos que no hemos querido evitar. S i , p u e s , según lo indicado hasta a h o r a , en la parte que sean ciertas las faltas del C le ro que sirven de motivo ó de pretexto á algunos de sus adversarios, todos hemos in­ fluido mas ó menos , razón es que seamos mas indulgentes, no para transigir con el error y el desorden , sino para abs­ tenernos de exagerar los defectos de que en cierto m odo nos hemos h ech o có m plices, y para facilitar la re fo r m a , que no será completa mientras que el g o b i e r n o , los pr elad os , el resto del Clero y el común de los fieles no cumplan con su deber. To da la sociedad está sobremanera interesada en ello: pero es necesario confesar que lo está mas que nadie el mis­ mo Clero , cuya mejor y mas sólida vindicación ( importa re­ pe tir lo) será su co n d uct a , como lo ha sido en casos semejan­ tes en todos los siglos y en todos los paises. T e n g o demasia­ do ventajosa opinion de esta clase en general , aun para du ­ dar siquiera que deje de conoc er estas ver da de s; mas si me es permitido dirigirme á sus individuos en el estado de an­ siedad en que los han colocado las circunstancias, ó mas bien los altos juicios de la Provi d en ci a, les diré únicamente qu e , sin dejar de reclamar con sumisión y decoro los dere­ chos que les concede la naturaleza , la Constitución y las le­ yes de este pais eminentemente c a tó l ic o , y guardándose de extender sus pretensiones fuera de lo ju s t o , confien el éxito de su causa á un porte digno de su ministerio , y á la cor­ dura y religiosidad de la nación española. Otro de los motivos que han hech o á algunos mirar al Clero con mas ó menos pr even ció n, y aun á veces con aver­ sión , ha sido el haberle con siderado opuesto á la justa cau­ sa de Isabel II y á las actuales instituciones , y como un obs­ táculo al progreso y á las reformas que está reclamando la situación del pais; y á esta imputación se ha dado mayor ó m enor fuerza según el diverso modo de v e r , y la varia y succesiva posicion de los partidos políticos que por desgra­ cia nos dividen. Punto es este sumamente delicado , y en que acaso mas que en ningún otro es indispensable fijar con cuidado los h e c h o s , examinar sus causas, y advertir á to­ ( 19 ) dos lo que deben h a c e r , si estiman en algo la justicia y el verdadero Ínteres nacional. Pr et en d er que en las dos cu es­ tiones que se ventilan simultáneamente en España , cuales son la de succesion y la de nu eva org anización política con todas sus c o n se cu e n cias, principalmente durando tanto la l u c h a , no hubiese mas que una opinion en el C l e r o , y que ni uno solo se alístase en el band o del Pr étendiente y en el de la oposicíon á las nove dad es, era ciertamente querer demasiado , supuesto que los clérigos , considerados indivi­ dualmente por su carácter , educación , opiniones y posicion so cia l, se encuentran en circunstancias tan varias com o las otras clases, en que tampoco ha existido esa uniformidad de op in ion , q ue es mas para deseada que para esperada por quien con oce los hombres y los ne gocio s, y no desconoce ademas la índole y marcha regular de las rev olucio nes; pero ) al mismo tiempo es preciso confesar en obse quio de la ver- s, dad q u e , mientras no se dejó ver mas que el punto de la succesion d ir e c t a , apenas h u b o un eclesiástico fuera del país en que se di ó el prime r grito de insurrección que disin­ tie se , y m uch o menos q u e se negase á rec on oc er y ju ra r obediencia á la augusta Niña llamada á oc u par el trono de su difunto Padre. An u n ció se despues una nueva ley funda­ mental , ó mas bien el restablecimiento de las antiguas del pais acomodadas al estado del siglo , y entonces fué cuando la ignorancia , la falta de preparación , los recu erd os de otras épocas , y el terror inspirado por ciertos funestos a c o n ­ tecimientos que coincidieron por fatalidad con aquel anu n ­ cio , exaltaron á u n o s, entibiaron á o t r o s , llenaron á va­ rios de descon fianza, y precipitaron á algunos en indiscre­ c io n e s , en c o m p r o m is o s , y aun en verdaderas defecciones, que contristaron sobremanera á los demas , asi porqu e r e c o ­ nocían en ello un punib le extrav ío , como porque no podian dejar de presagiar tristes consecuencias para la tranquilidad pública y para el Clero en general. Pro longada la guerra con tantas vic is it u de s, era consiguiente que se multiplicasen las im pru d en ci as, los temores y las desgraciadas combinaciones, aumentando los com promisos y las resoluciones inconsidera­ das; y en e f e c t o , este torre n te , que ninguna clase ha pod i­ ( 20 ) do resistir , ha ido también llevando tras de sí á algunos mas eclesiásticos. No quiera Dios que yo disculpe á los individuos que tan mal entienden sus sagrados deberes como ciudadanos y como ministros del altar, ni tampoco que acuda para excusar es­ ta conducta al mas ó menos fundado recelo de in co m od i­ d a d e s , ó de pérdida de ventajas temporales é intereses ma­ teriales; pues no pudiera cierta hacerl o sin a g r a v io , y aun sin especie de profanación de una religión sacrosanta q u e , inculcando incesantemente á todos los fieles como un deber de conciencia el de obedecer á los gobiernos y á las autoridades constituidas, exige también d e sús ministros que en esto , c o mo en todo lo bueno , amonesten y den saluda­ bles ejemplos, siendo modelo y dechado de mansedumbre, deferencia y sumisión á los que mandan , no menos que de desinteres y sufrimiento. Lamento y lamentaré toda mi vida la parte que bajo este punto de vista hayan podido tener al­ gunos clérigos en los horribles estragos de una guerra ci­ vil q u e , por su d u r a c ió n , por el furor con que se h a c e , y p o r todo cuanto la a co m p a ñ a, está arruinando lastimosa­ mente este hermoso re in o , y acabando con su riqueza , su poblacion , sus cos tu m b res , y con cuanto hay apreciable entre los hombres. Seria necesario un corazon de piedra para no afectarse extraordinariamente con tan fúneb re imagen; pero seamos ju stos, y en medio de nuestro sentimiento no nos desentendamos de lo que tenemos á la vista : con sidere­ mos los hechos como son , y discurramos según los dictáme­ nes de la razón y de la filosofía, que debe siempre tener pre­ sentes todo juez prudente é im p ar cia l, y m u y principalmente el h ombre público, para conoce r las causas de los males y sus remedios. Bajo de este supuesto , atendido el número de eclesiás­ ticos de la m on arq uía, y los sucesos que han afectado en ciertas ocasiones á la seguridad de las pers onas, y á los in ­ tereses de las corporaciones y de los individuos, ¿s on tantos los que se han comprometido , y han dado pruebas positivas de desafección á la justa causa del trono legítimo y del régi­ men re pres en tativ o, que pueda asegurarse q ue el Clero es­ pañol en la actual crisis política se ha adherido al a bsoluti s­ mo favoreciendo al Pretendiente y oponiéndose al sistema co nstitucion al? ¿ E s cierto que se le pueda considerar com o un fuerte obstáculo para las reformas ú tile s, y para cuanto exija la verdadera prosperidad de la nació n? N o , no segu­ ramente. El número de los que han faltado á su deber ad­ hiriéndose á la mala causa , es bien poco con siderable res­ pecto á los que han permanecido y permanecen fieles, á pesar del menosprecio con que se les ha tratado á veces, y á pe­ sar de las privaciones y peligros á que se han visto expues­ tos en algunas oca siones; y si se le compara con el de los empleados y no empleados seglares que se han unido á las filas enemigas, vendrá á ser bien insignificante aun que nun-ca sea disculpable. Es verdad que en esta perseverancia , y en esta fidelidad con que ha continuado la gran mayoría de nuestro Clero sin hacer una resistencia de que la historia nos ofrece ejemplos no m u y antiguos en otras p a rt e s, y sin buscar alianzas con las demas clases agraviadas, no ha he­ cho mas que cump lir con las obligaciones de su estado, q ue exige de él en alto grado la paciencia , la constancia y la abnegación de sus intereses cu ando se trata de otro superior, que es el bienestar , la paz y la felicidad de los pueblos. M a s , aun que asi s e a , ¿es acaso tan com ún y de tan poco valor este desprendimiento , que no merezca cierta consi­ deración y miramiento ? Cuando la miseria y extraordina­ rias escaseces del tie m p o , ó s e a también si se quiere altas miras de política y de administración bien ó mal calculadas, han hecho llevar las cosas hasta el extremo de ocupar sus pr opie dad es , y abolir los medios en que tantos siglos ha libraba su su bsistencia , ¿ no será un mérito en el Clero aho ga r todo resen timien to, manifestar con fo rm id ad , y con ­ tinuar dirigiendo á los hombres en paz y caridad, co n t e ­ niendo á veces la impaciencia general por la prolongacion de los padecimientos, por las no cumplidas promesas, y por las esperanzas fallidas? Lo es efectivam en te , y un proce­ d er semejante, cual es sin duda el de la mayor y mas sana parte de los eclesiásticos en el d ia , merece tanta mas c o n ­ sideración cuanto mas distantes se les quiera suponer por su ( 22) educación y principios de los que han presidido y servido de fun damento para tan importantes y trascendentales me­ didas, pues siempre ha sido y será un sacrificio m uy c o s ­ toso el de la propia o p i n i o n , principalmente si se lleva has­ ta el pu n to de renunciar á ella del todo , y de coa dy u v ar e influir con franqueza y lealtad para la debida obediencia y cump limiento de lo mandado. Calcúlese, p u e s , con calma, con ju ic io y sin pasión la suma importancia de este auxilio: calcúlese también cuál seria la influencia de una con d uct a op u est a , y del empeño decidido de con trariar en todo al g o ­ bierno por medios que no siempre están al alcance de su poder , y estoy seguro de que solo este examen detenido y filosófico, a un que se quiera prescindir por un mome nto de otras miras , nos llevará al conven cim iento de que en esto como en todo está de acuerdo la justicia con la verdadera política y con la bien entendida conveniencia pública , y de que las tres de con suno están reclamando para el Cle ro de parte de los que gobiernan una atención m uy particular y medidas sabias, q u e , fijando su suerte hon rosamente en la sociedad , sacándole de la incertidum bre y ansiedad q u e le aqueja , y asegurándole una decorosa subsisten­ c i a , destruyan en él la prevención que haya podido ins­ pirarle lo pa sa d o, y se interesen eficazmente por el a c­ tual orden de cosa s, para que del com ún a c u e r d o , y de la uniforme tendencia al bien , nazca el vigor y la fu er­ z a , que en vano se esperan del t e m o r , de la desunión y de la desconfianza. Incalculables serian por cierto para la Iglesia y el Estado las consecuencias de semejante c o n d u c t a , que podria con ­ t ribuir en gran manera á fijar entre nosotros la marcha del sistema político adoptado , y cu ya con solidacion desean to­ dos los buenos y sensatos ; pero para esto también el Clero tiene que entrar en gravísimas consideraciones , y no desen­ tenderse de lo q ue respecto al go bie rn o y á las institucio­ nes de su país exige de él la re li g ió n , la ju sticia , y hasta su propio Ínteres bien entendido. Para ello no intento dete­ nerme á recordarle con extensión la verdadera doctrina de q ue la religión católica apostólica romana que profesan los . ( 2 3 ) españ oles, no exc lu ye ni se opon e á ninguna determinada forma de go bie rn o , ni á que por medios legítimos se hagan en los que existen las reformas y modificaciones convenien­ t e s , porque no siendo todos ellos sino modos de conseguir los ho mbres reunidos en sociedad el mayor grado de feli­ cidad que les sea posible disfrutar en la tierra , y dependien­ d o esto en gran manera del tiempo, de los lu ga re s, de las costumbres , del carácter , y de otras muchas combinaciones, q ue no pueden ser iguales en todas pa rte s, claro es que la conveniencia y aun la necesidad exigen á veces las diferen­ cias que observamos continuamente en las naciones mas cu l­ tas , corres pondiendo solo á los particulares la obligación de respetar el régimen est ab le ci d o, y á los ministros del altar el recomendar é inculcar sin cesar co m o un deber religioso la sumisión y obediencia á las potestades, fijando asi la op i­ nion y la vo lu ntad de los pueblos para que las buenas insti­ tuciones adquieran la fuerza del h áb ito, y el prestigio del tiemp o y de la antigüedad , que es una de sus mas poderosas garantías. T o d o esto es tan ob vi o y tan con forme á los primeros elemen tos de or ganización s o c i a l , que ni creo tenga ya eco en ninguna parte el absu rd o de que nuestra Constitución y las leyes que de ella emanan se oponen á la religión , ni m u ch o menos que haya un sacerdote digno de este n om ­ b re q u e , oyen do semejante d es va rí o, deje de impugnarlo inmediatamente como el mas opuesto al orden , y el mas pe­ ligroso para la tranquilidad y prosperidad , que son el fin pr incipal de toda asociación política. Mas al paso que este con cepto con que ju zg o hacer justicia á la sensatez del pue­ b l o , y á la instrucción y rectitud de intenciones del Clero e s p a ñ o l , me excusa de entrar en explicaciones doctrinales, q u e , si alguna vez fuesen necesarias ó con v e n ie n t e s, no dejarían de ocupar la atención de nuestros dignos prelados, ten go por o portun o decir algo sobre las re fo rm a s, pr inci­ palmente en materias eclesiásticas, p o r q u e , siendo este el o b ­ jeto sobre que se han propues to muchas , y se han adopta­ do ya ciertas re so lucio ne s, y sobre el que con mas ó m e ­ nos ju icio y con ocim iento de causa se usa frecuentemente un lenguaje que pudiera o fe n d e r , h e r i r la susceptibilidad, é inspirar fundados recelos á muchos eclesiásticos celosos y bien intencio na dos, justo es fijar las ideas con exactitud, para que en su c o n d u c t a , como ministros, ni se manifies­ ten indiferentes respecto á lo que deben guardar y defender, ni injustos é imprudentes negando al poder civil sus atri­ bucio nes , ú oponiéndose á medidas y variaciones que en circunstancias dadas no pueden impugnarse ni resistirse sin exponerse á un conflicto pe li g ro so , y á que se fom ente y dé cuerpo á la injusta imputación ya in d ic a d a , de que el C le ro , por su adhesión al absolutismo y contrariedad á t o ­ da re fo rm a , es un obstáculo poderoso para las mejoras im ­ portantes que necesita y está reclamando con ahinco nues­ tra pa tri a : imputación infundada, repito , q u e , como he d i­ cho antes , da lugar á la aversión contra la clase en ge ne­ ral de parte de ciertos genios fogosos y vehementemente agitados del deseo de conseguir al mome nto todas las ven ­ tajas que se prometen en su imaginación ; é imputación en fin que de ningún modo puede repelerse y desacreditarse me­ jor que manifestando con h e c h o s , que el Clero de Espa­ ña en 1838 ni favorece al absolu tism o, ni se opone á la justa libertad que reco noc e como medio eficaz de prosperi* dad de las nacio nes, ni resiste en manera alguna las m ejo­ ras y reformas que esten suficientemente indicadas y r e c o ­ mendadas á un tiempo por la ra z ó n , por el espíritu del si­ glo y por los legítimos intereses nacionales. Cuando se examinan estos puntos con buena f e , con un corazon puro y con deseos del b ie n , al instante se advie r­ te que existe un cierto cúmulo de verdades y de preceptos q u e , siendo inspirados por el Divino autor de la I glesia, y propuestos por esta para la creencia y conducta de los fieles, exigen y merecen absolutamente nuestra completa adhesión y conformidad , sin que en e l l o s , eternos é invariables c o ­ mo la fuente de que proceden , quepa jamás la mas leve al­ teración ni modificación en un ápice siquiera. Este sagrado depósito es el que está confiado á los ministros del Señor co n la mas estrecha resp onsabilidad, de que no pueden exi­ mirlos ni las sugestiones, ni las amenazas, ni los mandatos de ninguna autoridad ele la tie rra ; y si alguna de ellas se obstinase en exigir obediencia en contradicción de la debida al que no puede engañarse ni en ga ñ arn os , en el E va n ge­ lio está el m odo con que debería resistirse, y la respuesta mas enérgica y ade cuada, poniendo en comparación el d i­ verso grado de sumisión que se debe á la voluntad de Dios y á la de los hombres. V ienen despues otras reglas con que los apóstoles y sus succesores , guiados por el Divino espíritu, y en uso de la potestad recibida , han tratado siempre de facilitar la obser­ vancia de los primeros prece p to s , y de regularizar cuanto corresponde á las personas y cosas de la sociedad eclesiásti­ ca , para que todo se haga en ella con el orden c on ve n ie n ­ t e , habida consideración al santo fin á que se d ir ig e n , y á las circunstancias del tiempo y de los lugares. Ta mbién en estas materias corresponde á la Iglesia establecer leyes y ha­ cerlas ejecutar en virtud del poder legislativo y coe rcitivo, que co m o sociedad perfecta recibió de su f u n d a d o r; pero es necesario ya entrar respecto á ellas en otras con sideracio­ nes , p o r q u e , pudiendo afectar mas ó menos al orden p ú b li ­ co según el estado de la sociedad c i v i l , en todas pa rt es, y m uy especialmente donde por ser única la religión católica son unos mismos los individuos de las dos soc ie d ad es, es preciso tener presentes tan íntimas rela cio n e s, y contar fr e­ cuentem ente con la aquiescencia del poder se cu la r, prestar la debida deferencia á sus reclamaciones, no esquivar su intervención en asuntos que , bajo diversos c o n c e p t o s , com ­ prenden al fiel y al c iu d a d a n o , y estar prontos á terminar con fácil y respetuosa conformidad cualquiera diferencia á que pueda dar lugar la com plicación de los n e go cio s, y las distintas situaciones de las personas. Asi es como se re ­ con oc e de h ech o el obsequio racional debido á las autorida­ des del siglo , como se recomienda también la inmensa im ­ portancia de la con cordia entre el sacerdocio y el imperio, c o m o , sin perjuicio de la independencia de las dos potestades, se sostienen en su justo nivel los derechos de la temporal, y corno por este franco recon ocim ie nto se consigue la gran de ventaja de que los gobiern os cumplan con el deber de pr o- ( 26 ) teger á la Iglesia , prom ov er la observancia de los cánones, precaver y reprimir los cismas y heregías que turban la paz p ú b li c a , poner término á disputas peligrosas, prestar amparo á toda clase de opr im id os;.. .. y en íin, asi es como se fija el verdadero sentido del título de obispos exteriores que se lia dado á los príncipes en monum entos m uy respetables. No es fácil q u e , haciendo pública profesion de estos principios con sus mas naturales con se cu encia s, inspire el Clero la menor desconfianza á los hombres de b uen a v o ­ luntad , cualquiera que sea su opinion política ; y lejos de e s o , á poco que se medite sobre la grande utilidad puede pr oducir su cooperacion en circunstancias co m o que las actuales, se hallarán motivos mas que suficientes para pr o ­ curarla por cuantos medios sugiera la justicia y la política, inclusas también las atenciones y miramientos que atraen y fijan siempre y en todas partes á las personas honradas, para quienes n unca fué indifere nte el buen trato y la venta­ josa opinion de sus conciudadanos. Acaso también , y aun sin acaso , el merecer esta confianza y no dar el mas mínimo moti vo para que se crea al Clero en oposicion con cuanto exija el bien general , será el medio mas eficaz para alejar Ja idea que domina á algunos de h u m illa r le , empobrecerle y quitarle la racional influencia que necesita, y q u e , bien dirigida, puede prestar al poder pú blic o un ap oy o que en v a ­ n o buscará en otra pa rte ; pero si la moderación y la p ru ­ dencia no bastasen para destruir exageradas prevenciones; si todavía po r causas y fines mas ó menos rectos y e xc u ­ sables se llevase adelante el empeño de precipitar las re­ formas , de desentenderse de sus efectos cu ando no están bien med itada s, y de des conocer el compromiso en que se coloca á los estados destruyendo repentinam ente lo que el tiempo y las costumbres han puesto en combinación con multitud de cosas é in te re se s, el Clero español tendría aun q ue pasar por una nueva y delicada crisis, que pondría á pr ueb a su e sp ír itu, su ilustración y su virtud. N o se trata ya de lo que pertenece al dogma y á la moral cristiana, que ni supongo en peligro, ni en su caso ofrecería dificultad para fijar exactamente cual debiera ser la conducta de los ( 27 ) eclesiá sticos, q u e , co m o se dijo a nterior m en te, tienen á la vista en las sagradas letras el m od o con que deben e n se ­ ñar y defender la sana doctrina , y el irresistible ejemplo de los apóstoles q u e , instados para que ocultasen la verdad y faltasen á su divina misión , respondian sencilla mente: «Es «necesario ob e d e ce r á Dios antes q u e á los h o m b r e s ” ; mas cu an do se trata de puntos de d is cip li n a , bien sea con el fin de in tro ducir m ejo r as, ó bien con el de extirpar a b u s o s , se necesita la m ayor circunspecció n y cordura para cum plir p u n tu alm e n te con el deber de sostener los justos d ere chos de la Iglesia , sin dejar de respetar los del poder secular ; po r­ que es á veces tan delicada la línea que los separa , y tan varias y complicadas las relaciones de tos unos mismos obje ­ bajo diversos puntos de vista, q u e solo la buena fe, el deseo de la con co rd ia y el amor á la verdad , pueden echar á un lado los tropiezos que suelen encontrars e en la resolució n de este interesantísimo problema. Para facilitarla se lia adop tado frec uente mente la distin­ ción de disciplina interna y extern a , y de disciplina interior y exter io r, sustit uyendo también la palabra p o licía á la de disciplina ; y si bien este lenguaje no ha agradado á alguno s, q u e , asustados por la demasiada extensión q u e se ha dado á veces al se gu ndo miembro de la división , han solido atribuir á tiempos m odern os y á siniestras miras lo que se co n o ció ya en la antigüedad , y se ha usado hasta nuestros dias por escritores extr anjeros y nacionales m u y re sp et a b le s, com o pudiera ha­ cerse ver co n un largo catá logo de citas desde el em pera ­ dor Constantino hasta los sabios autores del Juicio impar­ cia l y de las Observaciones pacificas , cu al qu ie ra que sea sin e mbarg o la n om en cla tura que se admita ( s o b r e lo cual me abstendré de entrar en una polémica inoportu na por ahora), siempre es una verdad que , asi como hay puntos disci­ plinares inmediata é íntimamente co nexo s con la doctrina, con el ejercicio del poder de la Iglesia, y con el libre uso de los medios propios de la religión , hay también otros que no son tan necesariamente con duc ente s á estos fines , que son por su naturaleza m uy variables según las circunstancias, y que pueden afectar mas ó menos al ord en público y al fin 4 : f a8) primordial de la sociedad civil. De consiguiente , aunque no se n ie gu e , co m o no puede n e g a r s e , á la potestad eclesiás­ tica la facultad de ocuparse de estos ob je tos, confesar que también la secular puede mediar es preciso é intervenir en todos ellos por diversos conceptos', á s a b e r , en los pri­ m eros por el derecho de protección y defensa , que es igual­ mente un imperioso deber de los príncipes católicos, y en los segundos ademas , por la incontestable é imprescindible obl igacion de cuidar del estado , pr ocurar la prosperidad c o ­ mún , y remover cuanto se oponga á su lo g r o , cualquiera que sea el motivo ó pretexto con que esto pueda verificarse. Vistas asi las cosas con un ánimo ageno de su tilezas , con el deseo de dar á cada uno lo que es s u y o , y sin con fu n ­ dir con el uso el abuso que pueda haberse h ech o algunas veces de las palabras , como se hace de todo cuanto existe, creo que á nadie asustará ver leyes civiles con fir ma nd o é inculcand o la observancia de disposiciones canónicas sobre cosas y personas eclesiásticas; y que tampoco se extrañará hallar muchas en que los legisladores de todos los paises han prevenido sobre estos mismos objetos cuanto han es­ timado conveniente para el bien de los p u e b lo s, como pue­ de advertirse en nuestras colecciones le gales, mente en la Novísima y principal­ R ecopilacion , en cuyos libros y 2.° se hallan leyes y títulos e n t e r o s , en que r e y e s , menos ilustres por su piedad que por su sa bidu ría, 1.° no han dejado inmortales monumentos de estas altas cual idade s, y de su solicitud por el buen orden en todos los ramos de la administración. Léanse , p u e s , con a te n c ió n , con sinceri­ dad , y sin ninguna clase de prevención , y al paso que no podrá menos de distinguirse el carácter de ciertas leyes, por ejemplo, del título de la santa f e ca tó lic a , y de los p re­ lados y beneficios eclesiásticos, del de otras relativas á erec­ ción de cementerios , exención de contribuciones , naturaleza en estos reinos para obtener beneficios, y muchas semejantes, se adquirirá un conocim iento sólido de lo que son estas materias , y el hábito práctico de ju zg ar de ellas con exac­ titud y con acierto. De desear seria seguramente que , cuando en tales pu n ­ tos hay entre nosotros que refor mar , modificar ó establecer algo de n u e v o , procediesen de ac ue rd o las dos autoridades aux iliándose con su recíproca influenc ia , y terminando amis­ tosamente aquellos conflictos de jurisdicción y competencia q u e , aun q u e parezcan fáciles de r e s o l v e r , atendido el ri ­ gor de los pr in ci pio s, suelen ser ó presentarse á lo menos com o m uy co mplicados por m ult it u d de ci rcunstancias y c om b in a cio n e s, que no siempre se saben pesar y graduar debidamente por ho mbres mas aco st um bra dos á la lectura que á la dirección de los negocios pú b li co s; y en verda d q u e , dígase lo que se quiera de los co n c o r d a t o s , no bu sido tan corta la ventaja que se ha pr opo rc ion ado por este m edio á los pueblos en los tiempos mod ern os , ni tam po ­ co han sido los españoles los que menos partido han saca­ do de essa especie de transacciones con que , sin rom pim ie n­ tos, ni peligrosas tu rb acio n e s, han recob ra do derechos y prerogativas bien interesantes. Sirvan de e je m p lo , si no se qu ie ­ re mirar mas a t r a s , los de 1737 y 1753. Mas por d es gra ­ cia no siempre son favor ables los tiempos para acudir á esta medida pacífica y saludable , ni tampoco se prestan a ella igualmente toda clase de dudas y co n tro v e rsia s; y por lo m is m o , si á las demas consideraciones se añade gran dis­ tancia en sus respectivas p r e t e n sio n e s, menos r ecíproca c o n ­ fianza q ue la que se necesita para semejantes avenencias, las prevenciones q u e pr od u ce y va aumentando succesiva mente la inte rru pción de las relaciones de a m ist a d , y inquietud é im paciencia, la propia de épocas de agitaciones y disturbios p o l ít ic o s , fácil es y m uy de temer q u e , á pesar del b u en espíritu que domina en el dia, el gobierno y los cu erpos colegisladores , impelidos por la fuerza de los su ce ­ sos ó por su propio con ve n ci m ie nto , se decidan alguna ve¿ á entrar ó á continua r en la carrera de las reformas eclesiás­ ticas; y en esta crítica y bien crítica s it u a ció n , supuestas ya las indicaciones anterior es, es preciso fijar de antemano cu ál debería ser la co nduc ta de nuestro Cl ero respecto á cuestiones q u e , no tocand o al dogma ni á la m o r a l , solo pe rtenecen á la disciplina ; p o r q u e , si sigue el verda der o ca­ m i n o , podrá hacer m u c h o bien á la nación y ahorrarla gran­ ( 3o ) des m ales, ó cu ando m en os , aun en el peor resultado, evita­ rá que á su resistencia injusta , extremada ó imprudente, se puedan atribuir las consecuencias funestas de un c h o q u e viole nto , q u e sin duda seria la mayor calamidad para nues­ tra patria desgraciada. Ti em po ha que e n algunos de los que con mas ca lo r, y al parecer también con mas c e l o , pr omueven estas reformas h e advertido un error de muc ha trascendencia á mi m od o de ver, y es el de que solo examinan la cuestión de com ­ petencia , y una vez resuelta á favor del poder temporal, aun q u e solo sea bajo un punto de vista, ni pasan al examen imparcial de otras indispensables , ni quieren hacer mas raciocinio que el m uy peligroso y poco filosófico de " e s t o »es de mi a t r i b u c i ó n , »ce rlo .” Peligroso y esto puedo h a c e r, lu ego debo ha- poco filosófico he dicho q ue es este modo de raciocinar en materias de le g is la c ió n , y pudiera decir también que es sofístico y a b s u r d o , p o r q u e , siendo m u y posible y aun sumamente fácil que dentro de lo q u e es indudablemente de nuestra com petencia faltemos á lo q u e exige la ju s t ic ia , la conveniencia y la bu ena p o lít ic a , claro es q u e , limitándonos al expresado a r g u m e n t o , nos quedamos m u y atras en la investigación, y expuestos á los desaciertos mas funestos e irreparables. Y aun suele hab er ot ro error en esta resol ución , que consiste en considerar so lo las cosas según su calidad y natu ra leza , ó com o estuvieron en la a n ­ tigü eda d , prescindiendo enteramente de las vicisitudes á que han dado lugar el trascurso del tiempo, la co m plicación con otros ne gocio s, las ideas generalmente recibidas en ciertas época s, la aquiescencia de los pr íncipes, ó los arre­ glos con vencionales fundados en miras de con veniencia g e ­ ne ra l; y cuando esto sucede, y , sin atención al último esta­ do del derecho constituido en puntos varia bles, se parte de ligero haciendo repentinas alteraciones q u e , a un que consi­ deradas absolutamente pudieran pa recer ra zonables, of re­ cen graves inconvenientes por el tiempo y el m odo con que * se verifican, es indudable que lo que se hace con ánimo de edificar puede destruir, y que aquello que h e ch o con de­ tención y cordura pudiera remediar abusos los sostiene, ale­ (3° ja n d o mas y mas la deseada época de las reformas útiles por los mismos medios con que la impaciencia y la falta de e x ­ periencia tratan de precipitarlas. Te n ie n d o presentes estas ob se rv acio n e s, á que fuera fácil dar mas extensión si no se considerase inútil por dirigirse á personas tan entend idas com o las que forman la gran mayo­ ría de la clase á q ue acaso podrán ser de utilidad algún dia, me parece q u e , según se presente la o ca sio n , no será difícil q ue ellas puedan dirigir á los individuos en el cump lim iento de las graves ob lig acio nes que respectivam ente les co m p re n ­ dan com o aut ori da de s, co m o sacerdotes y co m o ci u d ad a­ nos. Asi es q u e si se trata, por e je m p l o , de p rom ov er a q u e ­ llas reformas q u e consisten en re stabl ecer con firmeza los cánones y leyes civ iles, que sin estar legítimamente d eroga­ d a s , solo ha puesto en olv ido el Ínteres, la desidia, ó á lo m en os la falta del v er da de ro celo q ue la Iglesia y el Estado tienen d er e ch o de exigir de los ministros y aun del com ún de los fieles, el Cle ro no solo está oblig ado á con for marse con el re stablecim ie nto , sino también á coop era r con cu an ta eficacia pu eda á que tengan todo su efecto tan justas miras, y á q u e no se destruyan ó n eutralicen por los sofismas, ar­ dides y ca vilacion es en q ue rara vez dejan de en con tr ar a po­ y o los abusos. P o r esto no tenemos noticia de q u e en los reinados anteriores dejasen de ob edecers e y recibirse resp e­ tuosamen te las m uchas leyes dictadas para asegurar la resi­ dencia de los clé ri g os, su a rr eglo de v id a , el buen uso de sus fu e ro s , la sobried ad y circ u n sp ecc ió n en la imposición de censuras, la templanza en la for mación de patrimonios para órd e n es , el sistema con ve nie nte para la provision de c u r a t o s , y otras m uc has cosas semejantes. Si pues en tiempos de menos ilustración no pu d o dejar de re co n oce rs e el de­ r e c h o de los príncipes, ni h all ó eco en ninguna parte la opos icion á semejantes disposiciones, ¿ c ó m o podrian hallarla en el dia en q u e están mas deslindadas las prerogativas de la nación y de la co r o n a , y es mas necesaria la vigilancia d e l G ob ie rn o y la circu nsp ecc ió n de parte del C le ro ? & Si en otras ocasiones exigen las circunstancias que el p o ­ der civil se oc u pe de objetos q u e , a u n q u e toquen á personas ' ( 3 a ) y cosas eclesiásticas, afectan conocidame nte al orden pú b li ­ c o , como pu diera verificarse respecto á asuntos de p o lic ía , de arreglo de contribuciones, de recta administración de j u s ­ ticia , ú otros ramos q u e , por ser de influencia en el b ie n ­ estar de la so ci e d ad , no pueden olvidarse por s u s gefes, el Clero aunq ue vea en ello quebranto de intereses y franque ­ zas que debió en otro tiempo á la consideración de los reyes, deberá ver también en esta clase de resoluciones la man o y la voluntad del poder público que está oblig ado á o b e d e ­ ce r; no deberá olvidar que sus individuos antes de serlo f u e ­ ron ciudadanos, y que por su ad sc rip ci ón , lejos de hacerse independientes en sentido que disminuya sus deberes co m o tales, los contra jeron n u ev o s, quedando precisados á c o n ­ tribuir con todos sus medios á cuanto exija la felicidad te m ­ poral del pais, q ue está muy lejos de hallarse en oposicion con la eterna, fin principal de la Iglesia. Ta mbié n en estos puntos son infinitas las leyes de nuestros c ó d i g o s , y sin r e ­ cu rr ir á los antiguos bastará leer en la Novis. Reco pi lación los títulos de las Cofradías, = del fu n e r a l de los d ifu n tos,— de los bienes de manos m uertas, = de los cuestores de las Ordenes y demandantes , = de los recursos de f u e r z a ,— de la presenta­ ción, y retención de B u la s , y otros muchos en que se tratan asuntos mistos, y se sostienen las regalías por las medidas q u e ha exigido el tiempo y la necesidad de hacerlas respetar. P o d rá suceder sin embargo que en el establecimiento d e estas nuevas le y e s , ó en las que se dirigen á restablecer las antiguas, aun que en rigor no pueda negarse la c o m p e ­ tencia por razón de la m ateria , se halle injusticia, in op or­ tunidad ú otros inconvenientes graves capaces de c o m p r o ­ m ete r el bien g e n e ral, ya sea respecto al régimen eclesiás­ t i c o , ya respecto al orden c iv il ; y en tal caso el C l e r o , y en especial los prelados, no solo p u e d e n , sino q u e , á fue r de dignos pastores y de buenos ciu dad an os , están obligados á expon er con decoro y noble franqueza los males que te­ men de la ejecución de lo que se p r oyecta , y á suplicar que se e v it e n , sin que les contenga el temor de desagradar, aunque gu ar da ndo siempre el respeto y consideración que se deben al G ob ie rn o y á todos los poderes del E s t a d o , y (33) no des atendiendo jamas la máxima á la par justa y p r u d e n ­ t e , de que la moderación no se op on e á la energía y fu e rz a de ra zo n e s, y de que siempre es mas fácil con ven cer y atraer al q u e manda con razonam ientos sólidos q ue con amenazas y desafueros que ofenden y dejan desairada á la autoridad. Si semejantes ru ego s pr od ucen buen e fe ct o , la sociedad será deu dora á la religión y á sus ministros de este n u ev o benefi­ c io , y si no son a tendidos , ni se disminuirá por eso el res­ peto de los suplicantes á los depositarios del p o d e r , ni m u ­ c h o menos en tra rá n jamas en proy ec tos de re sis ten cia , li­ mitándose á decir en los casos mas apurados lo que san A m ­ bro sio c u a n d o , no pu die nd o com pla ce r á la emperatriz Jus­ t in a, que le mandaba entre gar un templo á los a rr ía nos, se n e g ó á ello de un m od o lleno de moderación y dignidad con estas graves palabras: " N o puedo e n t r e g a r l a iglesia; pero « ta m poc o deb o combatir. Mis armas son mis lágrimas: ni «p u ed o ni d eb o resistir de otro m od o.” T o d o está de a c u e r­ d o en este p u n t o , la doctrina evangélica, los ejemplos de los mas sabios y santos ob is pos, las disposiciones ca n ón ic a s, y cu anto se ha escrito sobre la importancia y sobre el m odo de mantener la concordia entre las dos potestades. E n la v ida y en la co nducta pa storal, entre otros m u ch o s, del mis­ mo san A m b r o s i o , de san A gu stin , y de san Juan Crisóst o m o , se e nco ntr ar án á cada paso ejemplos hermosos q u e admirar é imitar sobre el p a rtic u la r, y no faltan tampoco en nu es tro s Co nc ilios nacionales ni en la biografía de nuestros mas insignes prel ados; pero el que no quiera fatigarse en bu sc ar y registrar otra clase de doc umento s podrá hallar cu an to desee en el asunto en la ley 10.a tit. 8.° lib. 1 .° de la Novís ima R e c o p i la c ió n , en q u e , con no menos pr ud encia q ue fir meza, presenta el piadoso D. Carlos III cuál debe ser siempre la disposición del G o b ie rn o á oir benignamente las fundadas y respetuosas reclamaciones de los prelados de la Ig le s ia ; cuál debe ser el po rte de estos cuan do tienen ju s­ tos motivos de q u e j a , y cuán to faltan á las debidas consid e­ racion es los que en lugar de dirigirse al tro no por medios reservados dan anticipada é intempestivam ente publicidad á su s cla m or es , dando asi lugar á animosidad es, causan do es- ( 34) . cándalos, fomentando parcialidades', y dificultando ellos mis­ mos sobremanera el remedio que solicitan. El celo extre­ mado aco mpañado de la mas pura intención podrá alguna vez dar lugar á caer en estas y otras faltas semeja ntes , com o es de creer sucediese en 1766 al respetable R. obispo de C u e n c a , que dió motivo al famoso Expediente que se con oc e con este nombre y á la le y que acabo de citar; pero si siem­ pre ha sido una verdad que el celo ha de ser j u s t o , v er d a ­ d er o, disc reto , según la ciencia, y enteramente co n fo rm e al espíritu de la ley á que liemos sido llamados los cristianos, h oy mas que nunca debe estar acompañado de estas cual i­ dades; h oy mas que nunca debemos evitar las co n se cuen ­ cias de un celo amargo é im pru d en te , no olvidando jamas que el Señor dijo á sus Ap ósto les que los enviaba com o ovejas en medio de lo b os, ni que en mome ntos de tanta a gi­ tación y zozobra una chispa sola, efecto de inconsideración ó falta de p r u d e n c ia , - podrá causar un incendio in ext in gu i­ b le sino á fuerza de estragos y calamidades. ¡ Desgraciado el que por ignorancia ú olvido de su deb er tuviese que respon­ der de ell a s! Apenas puede concebirse q u e , ob rando con este espíritu y estando siempre de acuerdo el ejemplo del Cl ero con su d o ctrin a, baya quien se atreva á calumniarle presentándole como opuesto al G o b ie r n o , y en abierta resistencia á cuanto exija la conveniencia genera l, ni muc ho menos debe r e c e ­ larse que, si hubiese aun algunos preocupados ó injustamente prevenidos por uno ú otro h e c h o , ó por siniestros ó exa ­ gerados informes, dejen de desengañarse y de ceder en su animosidad; porque á la verdad ¿ có m o se sostiene y acre di­ ta por mucho tiempo en un pueblo sensato la acusación de díscolo y rebelde contra el que es m od elo de m odera ción y fidelidad? ¿C ó m o se hace pasar por sedicioso y mal ciuda­ dano al que en público y en secreto solo aconseja y predica en nom bre de Dios la paciencia y la mas sincera ob e d ie n ­ ci a ? ¿C óm o se censura de ambicioso é interesado al que sin cesar está dando pruebas de desprendimiento, y de que se ocupa mas que en sus cosas en las de Jesucristo? Y en fin, ■¿ c ó m o se justifica la torpe nota de fa nático, intolerante y ( 35 ) pe rs eg uidor contra el q u e , siguiendo el E v a n g e lio , in cu lca incesantemente el perd ón y el amor de los enemigos, p r o ­ clama q u e no hay salvación para quien no destierra de su cor azon todo afecto de ven ga nza y resentimiento, y en é p o ­ cas de disturbios y agitaciones políticas no se limita á re ­ c om en d ar la verdadera paz y la unión como elementos de s a lu d , sino q ue emplea todo su influjo en conciliar los áni­ mos ulce ra do s, y en cu brir con el manto de la caridad to­ das las animosidad es, todos los manejos y todas las d iv e r ­ gencias de opin io n ? A semejantes dem ostra cio n e s, siendo constantes y repetidas, son m uy pocos los que resisten,- mas si por justos ju icios del Señor sucediese algunas veces lo c o n t r a r io , la misma derrota seria tan gloriosa y no menos re compensada que el triunfo mas com pleto. Si p u e s , según parece d em ostra d o, el Clero en la pre-1 sente borrasca tiene dentro de sí mismo los medios mas justos y convenientes para desarmar y atraer á los que le miran con mas ó menos aversión , cu alqu iera que sea el m oti vo ó el pretexto en que se fu n d e n , resta solo q u e , pe­ netrándose todos sus individ uos de lo crítico de las circ uns­ tancias en toda su e x t e n s i ó n , del principal objeto de su divina m is ió n , y del carácter d ócil y circunspecto de la in mensa mayoría del pu eblo q u e está e n com endad o á su d ir ec­ ción espiritual, obren constantem ente según e xige su im ­ portantísimo d e b e r , y q u e , op on ie n d o á todas horas la ver­ dad al error con un celo y eficacia apostólica:, edi ficando con una con d uc ta irr ep re nsible, y prestando al G ob ie rn o con toda fr anqueza el auxilio y pod eroso apoyo moral q u e siempre tiene d ere ch o de R e li g i ó n , ocupe n en esperar de los ministros de la nuestra sociedad el distinguido lugar q u e les co r r e s p o n d e , v indicándo se del m od o mas n ob le y acreditando la sabia máxima de q u e " e l mejor m odo « re fu tar la maledicencia es hacer que se convierta de en c a - » lu mnia.” He d ic h o de intento con toda fr a n q u e z a , porque, en e fe c t o , sobre no ser justo ob rar de otro m odo faltando abierta mente á la sinceridad y sencillez q u e tanto re com ie n ­ da el E v a n g e l i o , y sobre ser en e xt rem o reprensibles en punto de tanto Ínteres las restricciones y reservas propias (36) de una doctrina d o b l e , que se modifica á cada paso según las circunstancias, las personas y las localidades, no es asi como se gana y conserva la confianza entre los h om b re s, ni co m o se obtiene el prestigio que hace oir con un respeto relig ioso la voz de los pastores, y mirarla siempre com o re­ gla segura de conducta. F ra nqu eza, verdad y buena fe deben resplandecer en tod o; p orqu e , como se ha dicho con mucha precisión y exa ct it u d, »que á precipicios.” “ la fe púnica nunca con d uce mas Y si estos son los medios justos y adecuados para que el Clero pueda evitar los peligros en que le han colocad o las difíciles circunstancias del t i e m p o , y para reco bra r y c o n ­ servar con utilidad c o m un la influencia q ue le asegura el fran co y puntual cump limiento de los deberes de su minis­ t e r io , principalmente en medio de la gu erra civil que está devorando á nuestra pa tria, ¿quien será capaz de com pr en­ der la inmensa y terrible responsabilidad del q u e , no con ­ siderando esta situación y la fatal disposición de los ánimos, se atreviese á alizar mas y mas el fue go de la d is co rd ia , y á aumentar con nuevos com bustibles la llama abrasadora que tod o lo des truye? Cua ndo á una gran parte de los españoles no les quedan ya en su desgracia mas que ojos para llorar y los inefables consuelos que les ofrece la re li g ió n , ¿seria p o ­ sible que se emplease en inquietar sus con ciencias el talento y el trabajo que solo debiera emplearse en tranquilizarlas y librarlas de toda clase de ansiedad? A los ojos de aquella ca­ ridad sufrida é ingeniosa que deb e distinguir y animar siem­ pr e al cristiano ¿podrá pa recer esta ocasion opor tuna para suscitar dudas, sembrar in q uie tu d es , entibiar la obediencia, y empeñar el amor propio en sostener opiniones peligrosas é infundadas, cu yo triunfo á ser posible nu nca traería otro resultado que el sobremanera funesto de añadir el cisma re­ ligioso al político que nos aniquila? ¡To davía mas od ios, mas encarnizamientos, mas ultrajes al buen sentido , precisamen­ te á nombre de una religión de p a z , de amor y de b e n e v o ­ lencia universal! Y o no puedo cre erlo, ni aun de nuestros mas implacables enem igos, mientras conserven algún respe­ to á los eternos principios de justicia y h um an id ad, y algún ( 37 ) miramiento á la opinion del m un do civilizado: y si de parte de los que viven con no so tros , y á quienes miramos com o am ig os, el ce lo mas exalta do que discreto les hiciese dar algún paso capaz de produ cir con el tiempo tan odiosos r e ­ sulta dos, estoy segu ro de q u e en el momento que llegasen á sospecharlo se detendrian en tan resvaladiza carrera sin q u e se resintiese de ello el amor p r o p io , cu alquiera que fuese su colo r político ; porque para esta justa docilidad é impre scindible deferencia no es necesario un grande esfuer­ z o , hasta solo ser b uen os ca tó lic os, españoles, y ho mbres de bien. El G o b ie rn o t a m b i é n , y cuant os son llamados á tomar alguna parte en la elección de los medios de la felicidad c o m ú n , tienen el mismo Ínteres en q u e el Cl ero con serve y re co bre do nde lo haya perdido el buen con cepto y alto apre­ cio que necesita para el ejercicio de sus elevadas funciones, p o r q u e , no existiendo en la tierra otro principio mas fuerte y poderoso de tranquilidad y orden social que el de la re li­ gión ver da de ra, hasta insensatez seria desentenderse por mas tiempo de lo que nos ha enseñado una costosísima exp erien­ cia, resistir obstinadamente á la e vid e n c ia , y pretender per­ suadir que se querían los fines cu ando se despreciaban los medios. N o , no caerán en esta incon secuencia los legislado­ res ni cuant os influyen inmediatamente en la suerte de la católica Esp añ a; y, lejos de e s o , menosp reciando vagas y exa­ geradas d ec lam ac iones, h u y e n d o de extremos igualmente pe li g ro so s, y siguiendo con calma im pe rt u rb ab le el camino que pueda co n d ucir n os mas se guramente á una sólida y ver dadera pr osp e ri d ad , procurarán que se disipen del todo en los ministros del altar los recelos á que hayan podido dar lugar los sucesos pasados, les ofrecerán las mas firmes garantías de cuanto puedan solicitar ra zonablemente en u n estado b ie n c o n st it u id o , con tri b u ir án á que se verifiquen las necesarias reformas co n oportun id ad y ju st ic ia , identi­ ficarán los intereses de esta respetable clase con los de las d em a s, y finalmente, con la con ve nie nte instrucción y aven­ tajada moralidad del Cl ero asegurarán para siempre la de­ seada mejora y los progresos de la cu ltu ra y costumbres de (38) los pueblos. D e este modo cesarán enteramente los cla mo­ res, ó cu ando se alcen sin razón no serán oidos , y aun los mismos individuos que ho y se muestran mas opuestos al ac­ tual ó rd e n de cosas cederán en una oposicion q u e , por la m a y o r p a r t e , mas que en absoluta repugnancia á los princi­ pios y á las consecuencias del régimen repr es en ta tivo , se fu nda en temores de quebrantos y pérdidas demasiado sensi­ bles cu and o se llevan al extremo. Vean de una vez los e cle­ siásticos q u e con estas novedades, lejos de com prometerse, se asegura de veras el respeto d eb id o á la religión y la con si­ deración de sus ministros, y m u y pron to se aumentará su adhesión á un sistema político q u e , si bien se exam ina, dista m uy poco en sus principales bas e s de las que constituyen el régimen de la Iglesia. Indicación es esta que nada tendrá de nu ev o para los q ue meditan y comparan con imparcialidad y buena fe, y que donde ven un gefe suprem o ele ctiv o , padre com ún y centro de un id ad, unas asambleas gen era les, na­ cion ale s, provinciales y diocesanas para ocuparse de los ne­ gocios mas ardu os, un numeroso ministerio ele ctivo y de por vida á que son llamados la virtud y el mérito sin distinción de clases, y una igual participación en las ventajas y bienes propios de la asociación , no pueden dejar de ver también una institución mas análoga y favorable á la justa libertad é igualdad que otras á que se re cu rr e para hallar m u y lejos lo que acaso tenemos m u y cerca de nosotros. Y el p u e b lo , este pu eblo cu ya cordura y buen sentido solo son comparables con sus desgracias, ¿ q u é quiere y qué necesita respecto á los ministros de su cu lt o ? Imitando la con duc ta y sentimientos generosos de sus mayores quiere q u e el Clero sea tratado con los miramientos cor res pon die n ­ tes á sus augustas fu ncion es; que con la posible in dep enden­ cia se asegure su subsistencia según la situación del pais; que no se nieguen del todo á sus individuos los medios de ser ministros de beneficencia socorriendo necesidades q u e á veces solo ellos pueden co n oc er y socorrer oportunamente; que- los q ue tienen el cargo de elegirlos cumplan con este d e b e r, co m o que interesa en extremo á la gloria de Dios y al bien de la sociedad ; y que si hay abusos y males que el tiempo y la fragilidad hum an a han podido in tro d u cir en esta clase co m o en otras, se reformen con ju ic io , con c ir ­ c u n sp e cció n , con pr ofu nd o con oci m ie nto de la materia, y co n aquella prud encia y tacto fino que aseguran el resultado, y q u e , evitando tenaces resistencias y ruidosos sacudimien­ tos, aleja al mismo tiempo las funestas reacciones que pr o­ ion gan y aun perp etúan á veces los errores y los abusos q u e se intentan refor mar. Tale s son los sinceros deseos de nu es tro p u e b l o , que cierta mente n o pueden ser mas justos, mas mod era do s ni mas co nform es á sus necesidades ; y (es p reciso decirlo una y mil veces) le ca lu m n ia , y no co n o ce su espíritu, su tendencia y su decidida volu ntad quien le atri­ b u y e otras m ir as , y piensa lisonjearle, agradarle y servirle de otro m od o. Lo q u e necesita es q u e , con sid erándose el ministerio eclesiástico com o un ca rg o s u b li m e , penoso y sumamente d if íc il , no se a mbicione ni ob te ng a por los medios co n q ue suelen asaltarse y conseguirse alguno s destinos c iv il e s, sino solo en virtu d de una legítima v o c a c i o n ; que llegue á ser trivial la idea de que los ministerios de la Ig lesia, co m o los de la repú blic a c i v il, no se han crea do ni son para la utilidad de los q u e los sir v e n , sino para la de los p u e b lo s ; que se tenga por cierto que sus rentas y e m o lu m e n to s, d educiendo lo necesario para vivir con decencia , tienen y han tenido siempre un destino p ia d oso, que co n razón los ha h e ch o llamar patrim onio d e, los pobres ; que no se dispensen n unc a las cualidades d e v i r t u d , ciencia y celo ver dadero por la sa­ lu d de las almas; que á las funcion es del cu lt o se añadan las del pasto é incesante in st ru cc ió n ; y que los fieles to d os, re ­ cib iendo de su Cl ero una sólida educación religiosa que los pon ga á cubie rt o de toda clase de se d u c c ió n , vean en él un conse jero en sus d ud a s, un protector en sus infor tun ios, un remedio en sus necesidades , un co nsuelo en sus angus­ t ia s , un co n ci li a do r en sus desav ene ncias, y un director q u e , sin perjuicio de sus principales atribuciones espiritua­ l e s , no se desdeñe de extender también su solicitud á la prosperid ad te m p o ral, auxiliando asi eficazmente al pod er p ú b li co que com pa rte con él la obligación de pr ocu r ar (4°) la felicidad de los hom bres en esta y en la otra vida. He presentado un mero bosquejo de la actual situación del Cle ro de E s p a ñ a , de la co nducta que en mi concepto de b e ob se rv ar para hacerla menos delica da, y de la esmera­ da solicitud con q ue debe atender el G ob ie rn o á un asunto en q ue se interesan á la vez la re li g ió n , la ju stic ia , la p o ­ lítica y la suerte futura de la M onarq uía; y a un q u e por lo co m ún he pr oc ur ad o limitarme á solas ind icac iones, p orqu e ni la discreción de la mayor parte de los eclesiá sticos, ni el celo ilustrado de los que gobierna n necesitan otra cosa, con clu y o con la grata y lisonjera esperanza de q ue en lo poco que he d icho se rec on oc erá n mis b uen os deseos , y de q u e , mereciendo fa vorable acogida de aquello s á quienes se dirigen estas ob servaciones, podrán acaso con trib uir algú n tanto á que se consolide cuanto antes la necesaria u n ión del G o b ie r n o , del Clero y del p u e b lo fiel, con q u e , despues de dar una fuerza inmensa á la hermosa causa que defe n­ d e m o s , se rem ov erá todo rec elo de un cisma re lig io s o , y se acabará con los funestos elementos de discordia que, para m engua y bal dó n nuestro, están retrasando desgracia­ damente el suspirado m omento en que se abracen la Pa z y la Justicia. Desea rlo con eficacia y trabajar con ahinco para que se verifique al instante es el deber mas sagrado. ¡ F e liz el que acierte mejor con los med ios, y feliz sobre todos el q u e tenga mas parte en el triunfo!