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Álvaro Cuadra
El Ahora de
Chile
Levántate y mira la montaña
de donde viene el viento, el sol y el agua,
tú que manejas el curso de los ríos
tú que sembraste el vuelo de tu alma.
Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano,
juntos iremos unidos en la sangre
hoy es el tiempo que puede ser mañana.
Libranos de aquel que nos domina en la miseria
traenos tu reino de justicia e igualdad.
Plegaria de un labrador
Victor Jara
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Índice
Introducción
1.-
Chile: Una Arqueología del Presente
2.-
Chile: En la era de la Hiperindustria Cultural
3.-
Promesas, Ocasos y Utopías
4.-
El Espejismo del Desarrollo
5.-
Chile y la Democracia en el siglo XXI
6.-
Columnas de Opinión
7.-
Epílogo: Santiago, Capital de Chile
Álvaro Cuadra Rojas (Santiago, 1956). Pensador, ensayista y académico. Licenciado y Magíster en
Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctor de la Sorbonne, París, Francia.
Catedrático en comunicación social y Director Académico del Programa de Doctorado en Educación
y Cultura en América Latina de la Escuela Latinoamericana de Estudios de Postgrado y Políticas
Públicas (ELAP) de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (ARCIS).
La obra del doctor Cuadra se abre a la imaginación teórica en busca de miradas inéditas a las
transformaciones en América Latina derivadas de los fenómenos de híper industrialización de la
cultura y la expansión de sociedades de consumo. Sus aportes se han visto plasmados en tres
ensayos: De la Ciudad Letrada a la Ciudad Virtual (2003), Paisajes Virtuales (2005), Hiperindustria
Cultural (2008). Asimismo, ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas en diversas
latitudes.
El profesor Cuadra es reconocido y respetado como una voz autorizada en el dominio en temas de
la cultura y las comunicaciones a través de sus columnas de opinión en medios nacionales y
latinoamericanos.
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Introducción
El Ahora de Chile, es un ensayo fragmentado, una palabra quebrada, una
suerte de collage escritural constituido de retazos. Esta forma se nos
impone como la única posibilidad de aproximarnos a una experiencia que
ha sido la de millones de chilenos. La historia, nuestra historia, se nos
aparece como una discontinuidad que conecta tiempos diversos. El ahora
y el otrora se tocan por instantes, del mismo modo que el ahora es el
vértice que inaugura un cono temporal de los posibles, el mañana.
Nuestra arqueología del presente quiere subrayar, precisamente, aquello
que ya descubrió Benjamin, cuando nos advierte que si bien el pasado, el
presente se nos ofrecen como una relación temporal, el otrora, el ahora y
el porvenir guardan entre sí una relación histórica y figurativa.
Nuestra empresa es, pues, reflexionar de manera crítica en torno a
nuestro país, pensar Chile. Pensar, en su sentido lato, pareciera una de
las más altas cumbres a que puede aspirar todo ser, en cuanto supone y
exige un compromiso cabal de lo que somos. En este sentido, pensar no
es tan sólo inteligir sino además, evocar, sentir e imaginar, entre muchos
otros sutiles matices. Pensar Chile, entonces, es, por lo menos, inteligirlo,
evocarlo, sentirlo e imaginarlo, una actividad que carecería de sentido si
no tuviese como horizonte último el compartir. Pensar Chile es plasmar en
la escritura nuestra experiencia de ser chileno. Es en los signos donde se
fragua y cristaliza la secreta alquimia, la intensidad del instante en que
somos.
El Chile de hoy, se ha convertido en un lugar grotesco donde el bullicio y
el travestismo, verdadero carnaval de máscaras, no alcanzan para
disimular las felonías y culpas que presiden nuestra vida cotidiana. Hace
ya mucho tiempo que nuestra sociedad ha cruzado la delgada línea que
separaba lo que se entendía por bueno y malo. En un clima cultural de
este jaez, aquella repetida frase de Marx cobra pleno sentido: todo lo
sólido se desvanece en el aire.
El Ahora de Chile, quiere ser una bitácora de este tiempo y de éste, un
país imaginario habitado por hombres imaginarios, en el que, sin
embargo, sólo el dolor permanece obstinado. Más allá del coro vocinglero
de las grandes ciudades y del ruido mediático que inunda las pantallas
digitales que nos muestran Chile, las nuevas generaciones habitan, sin
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saberlo siquiera, una simulación que todos compartimos, cual si la
vergüenza nos sobreviviese.
Este libro quiere poner al alcance de un lector no especializado una serie
de tópicos para pensar nuestro país. Nos hemos esforzado, hasta donde
es posible, por exponer en un lenguaje sencillo y de manera simple, no
simplona, una serie de cuestiones que merecen nuestra reflexión. A
diferencia de los textos académicos, hemos excluido las referencias y
notas al pie, aunque para el lector avezado las huellas resulten claras,
muy especialmente aquel lúcido libro de Tomás Moulián: Chile actual.
Anatomía de un mito que ilumina muchos de nuestros pasajes. Remitimos
al lector a un conjunto de textos consignados como bibliografía de
referencia. Así, nuestra línea de pensamiento vuelve sobre citas y
comentarios de nuestros propios escritos dispersos a lo largo de estos
últimos años, sea para corroborarlos o para introducir algunos matices.
Las líneas que componen este libro no reclaman ningún saber canónico,
se trata de un ensayo más próximo a la doxa que a cualquier episteme
particular.
El Ahora de Chile, es un calidoscopio de fragmentos que delatan ciertas
figuras que se insinúan a través de sus páginas. Más que dogmáticas
verdades, queremos atender a los procesos histórico - culturales en que
estamos sumidos. Pensar Chile en el ahora, es escuchar las muchas
voces que nos hablan con grandeza desde el otrora, para iluminar en lo
fulmíneo del instante los destellos de este siglo que despunta.
Quiero agradecer a todos quienes me han instado a escribir este libro,
entre ellos, en primer lugar, a Javiera Carmona, quien me acompaña con
paciencia en este recorrido. Asimismo no puedo dejar de mencionar a las
autoridades de la Escuela Latinoamericana de Estudios de Postgrado y
Políticas Públicas (ELAP), de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales
(ARCIS), muy en particular a Juan Andrés Lagos y a Pablo Monje, por su
apoyo decidido a la publicación del manuscrito.
Álvaro Cuadra
Santiago, septiembre de 2009
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1.- Chile: Una Arqueología del Presente
1.1.- Consumismo e individualismo
En los últimos decenios, Chile ha sufrido cambios tan profundos que, bien
puede hablarse de un país rediseñado. La experiencia traumática de un
Golpe Militar lo ha transformado en todos los ámbitos. Bastará citar a
modo de incompleto catastro, la irrupción de un diseño antropológico y
social llamado sociedad de consumidores, mediatización de la sociedad y
de la actividad política, en fin, expansión de una cultura más cosmopolita
o global, como afirman algunos. Al mismo tiempo, sin embargo, persisten
aquellos males que fueron diagnosticados durante el siglo pasado: una
pobreza extrema que bordea el quinto de sus habitantes, una distribución
desigual de la riqueza, una sociedad de estratificación cuasi colonial de
escasa movilidad, magros resultados en cualquier análisis desapasionado
de los sistemas de salud pública, educación o previsión social, todos
síntomas inequívocos de aquello que se llamó subdesarrollo.
Pensar el Chile de hoy, exige hacernos cargo de estos nuevos fenómenos
sociales y culturales para contrastarlos con nuestras viejas carencias.
Aclaremos de inmediato que, aún cuando se trata de males de antigua
data en nuestro país, éstos deben ser revisados a la luz de los nuevos
contextos, y en ese sentido, cada generación debe enfrentar sus
problemas de época. En suma, podríamos afirmar que las tensiones
políticas, económicas, culturales o sociales pueden ser entendidas como
un oxímoron, es decir, como históricamente contemporáneas.
La primera década de este siglo y próximos al bicentenario de la
República, consignamos dos ejes en torno a los cuales estructurar un
pensamiento de lo nuevo, a saber: la consolidación de una sociedad de
consumo y la mediatización de la cultura. Nuestras dos palabras clave,
verdaderos puntos de partida, serán, pues, consumo y mediatización
Pensar lo nuevo no entraña, necesariamente, un nuevo pensamiento. A
su vez, un nuevo pensamiento no puede ser ajeno a la historia tout court,
ni mucho menos, a la historia del pensamiento. Esto nos lleva al punto
paradojal de intentar pensar lo nuevo, desde un nuevo pensamiento
profundamente histórico. No se trata de un mero juego de palabras, lo que
tratamos de subrayar es que cualquiera sea la realidad inédita que
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debamos confrontar, debemos hacerlo provistos del acervo de nuestra
memoria, la única capaz de cualificar lo nuevo de lo nuevo. Pensar el
“ahora” de Chile nos obliga a contrastarlo con el “otrora”, no como puntos
disociados de una historia lineal, sino como islas de un archipiélago que
se conectan entre sí.
Contra lo que pudiera creerse, la implementación en Chile de una
sociedad de consumidores no estaba en el horizonte inmediato de la
Junta que se hizo con el poder una mañana de septiembre de 1973. Si
bien hay una defensa ideológica de la propiedad privada, alegando que “el
bien común exige respetar el principio de subsidiariedad”, en la
Declaración de Principios del Gobierno de Chile, fechada en marzo de
1974, podemos leer: “Se han configurado así las llamadas ‘sociedades de
consumo’, en las cuales pareciera que la dinámica del desarrollo hubiera
llegado a dominar al propio ser humano, que se siente interiormente vacío
e insatisfecho, anhelando con nostalgia una vida más humana y serena”.
La sociedad de consumidores es vista por los golpistas de 1973 como el
caldo de cultivo de la rebeldía juvenil y formas cándidas y débiles de
democracias permeables al “comunismo internacional”. Es interesante
consignar este reclamo de extrema derecha, pues, el consumismo, crea
las condiciones de posibilidad reñidas, precisamente, con formas
autoritarias de derechas o de izquierdas.
El Chile de 1973 se inscribe en la llamada Guerra Fría. El siglo XX bien
pudiera ser entendido como el siglo de las revoluciones. Como nunca
antes en la historia de la humanidad, muchos pueblos se vieron
arrastrados a procesos en que la utopía revolucionaria y la violencia se
conjugaron en una gesta épica. Revolución y Contrarrevolución
constituyen la sístole y la diástole del latir de la humanidad durante buena
parte del siglo pasado, al punto que el planeta vivió escindido y al borde
del abismo nuclear durante decenios. La Guerra Fría fue la secuela de la
Segunda Guerra Mundial. Una vez derrotado el Tercer Reich y el
militarismo nipón, los Estados Unidos y la Unión Soviética fueron los polos
que organizaron la escena internacional, determinando el destino de
millones de seres humanos en todo el orbe. Nada ni nadie quedó exento
de estas fuerzas en pugna que, al igual que el campo magnético,
cubrieron el planeta.
El Chile de hoy nace de una tragedia cuya mejor expresión es el Palacio
de la Moneda envuelto en llamas. Nuestra historia contemporánea sólo es
comprensible como las múltiples volutas de humo de aquel fatídico día de
septiembre. Las fechas son equívocas, pues ellas condensan, apenas,
largos procesos históricos que se han desarrollado por decenios.
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Para caracterizar lo que puede entenderse como consumismo, insistamos
en aquello que escribiéramos hace algunos años en el libro De la ciudad
letrada a la ciudad virtual: “El consumismo aparece a primera vista como
un comportamiento social masificado, sello distintivo de las llamadas
sociedades de consumo. El consumo, en tanto función económica, se ha
convertido en nuestro tiempo en una función simbólica. Históricamente, el
concepto de consumismo y su correlato social, aparecen como un estadio
avanzado del capitalismo en Estados Unidos durante las primeras
décadas de este siglo; permitiendo que el capitalismo victoriano afincado
en la ética protestante cediera el paso al hedonismo de masas. Esto fue
posible en virtud de avances tecnológicos tales como la producción
seriada; pero además, gracias al desarrollo de mecanismos financieros y
de organización laboral: nos referimos en concreto a la irrupción del
crédito y la taylorización del trabajo.
En el caso de Chile, más allá de las declaraciones de la Junta Militar, lo
cierto es que dicho gobierno nunca fue autónomo respecto de los Estados
Unidos. Hoy sabemos que fue la inteligencia de Washington la que
orquestó y financió el Coup d’Etat de 1973, sosteniendo al General
Pinochet en el poder por casi dos décadas. En estas circunstancias, el
diseño de una sociedad de consumidores en Chile responde más bien a
estrategias regionales frente a las cuales las elites chilenas se mostraron
más que sumisas. En suma:”Si la sociedad del consumo se afianza en
Norteamérica como un fenómeno intrínseco a su desarrollo histórico económico en los albores del siglo XX; En América Latina…adviene de
un modo traumático con las dictaduras militares que desplazan a los
proyectos populistas o desarrollistas de la década de los sesenta. En este
sentido, se podría afirmar que en nuestro continente se instalan, bajo la
tutela del FMI, sociedades de consumo de tercera generación; esto es,
sociedades de consumo nacidas más de estrategias globales de orden
mundial que de variables histórico - políticas intrínsecas. En pocas
palabras: el neocapitalismo latinoamericano representa el nuevo orden
para la región.
Aclaremos que más allá del modo histórico tan concreto como espurio en
que emerge la sociedad de consumidores entre nosotros, este diseño
socio-cultural entraña ciertas reglas constitutivas que estatuyen sus
propios fines y legitimidades. En pocas palabras, la sociedad de
consumidores supone una ‘mutación antropológica’ destinada a
transformar profundamente no sólo las formas de vida sino los modos de
ser. En este sentido, el Chile de hoy conjuga la radicalidad de lo nuevo
con una difusa tradición histórica: éxtasis y memoria.
Los más lúcidos pensadores políticos contemporáneos, advierten que las
sociedades actuales ya no son pensables en términos de “clases”
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sociales. En efecto, habría que consentir con Agamben en que el mundo
se ha vuelto un lugar de clases medias, una pequeña burguesía planetaria
en que la distinción misma de clase queda abolida en un paisaje
culturalmente homogéneo cuyo principio es la ex-nominación:“Pero esto
era exactamente lo que tanto el fascismo como el nazismo
comprendieron, y haber visto con claridad el final irrevocable de los viejos
sujetos sociales constituye también su insuperable patente de
modernidad. (Desde un punto de vista estrictamente político, fascismo y
nazismo no han sido superados y vivimos aún bajo). Ellos representaban,
sin embargo, una pequeña burguesía nacional, todavía apegada a una
postiza identidad popular, sobre la cual actuaban sueños de grandeza
burguesa. La pequeña burguesía planetaria, por el contrario, se ha
emancipado de estos sueños y se ha apropiado de la actitud del
proletariado para renunciar a cualquier identidad social reconocible”.
Si durante el siglo XX se naturalizó la oposición entre los términos
Revolución y Burguesía, pareciera que el siglo XXI restituye la conjunción
inicial de tales términos bajo la impronta del individualismo y la
reconfiguración del capital. Tal conjunción, no obstante, presenta
singularidades que bien merecen nuestra atención.
La ex–nominación garantiza que las sociedades burguesas
contemporáneas no exhiban, precisamente, su carácter de clase, es decir,
tal como sostuvo Barthes, éstas se transforman en “sociedades
anónimas”. Por ello, muchos autores hablan de una “desaparición de las
clases sociales” en las llamadas sociedades de consumo. Como escribe
Zygmunt Bauman: “En una sociedad de consumidores todos tienen que
ser, deben ser y necesitan ser ‘consumidores de vocación’, vale decir,
considerar y tratar al consumo como una vocación. En esa sociedad, el
consumo como vocación es un derecho humano universal que no admite
excepciones. En este sentido, la sociedad de consumidores no reconoce
diferencias de edad o género ni las tolera (por contrario a los hechos que
parezca) ni reconoce distinciones de clase (por descabellado que
parezca)”
Desde nuestro punto de vista, la indistinción de clases remite a una
homogeneización de la subjetividad, todos somos consumidores
individualistas. Esto quiere decir que si antaño la “burguesía” quedaba
delimitada como un ethos de las elites dominantes en la sociedad, en la
actualidad dicho ethos se ha masificado como vocación de consumo.
Cuando un determinado ethos de clase se hace patrimonio común de una
sociedad, la noción misma de clase pierde todo su valor, tanto en términos
teóricos como políticos. Esta indistinción no es tan inédita como parece,
recordemos que medio pelo es ya un tópico en el Chile de la segunda
mitad del siglo XIX y será la base de la llamada clase media, nacida al
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calor de la burocracia estatal y el pequeño comercio. Si antaño la
indistinción de clase fue tarea de un Estado, en las actuales sociedades
de consumo, ésta recae en el Mercado.
1.2.- De la convicción a la seducción
La secularización del “ethos burgués” ha significado la transformación de
una función económica en una función simbólica, de este modo, la figura
del “burgués” deviene “consumidor”. Esta mutación debilita, desde luego,
la noción política de sujeto inmanente a las Revoluciones Burguesas: “le
citoyen”. La vocación de consumo o “consumismo” ha desplazado la
vocación de ciudadanía y con ello la idea tradicional de democracia. Así,
entonces, las sociedades de consumo constituyen un diseño sociocultural
en que las sociedades burguesas administran el deseo, ya no de una
clase, sino de todos sus miembros sin distinción alguna. Las sociedades
burguesas han logrado instilar en las masas una fantasía imaginal que ha
abolido la noción de clase, sustituyendo la conciencia histórica por la
autoconciencia, el individualismo hedonista que expurga la idea misma de
la confrontación de intereses entre quienes concentran la riqueza y el
poder y aquellos que nada tienen. Esta transformación de la subjetividad
nos trae a la memoria aquella sentencia de Benjamin, en cuanto a que los
poderosos quieren mantener su posición, ya sea por la sangre es decir
por la represión militar o policíaca, por la seducción de la publicidad y los
medios y por el espectáculo, el fasto del poder.
Las formas que está tomando el “nuevo ethos burgués”, masificado como
vocación de consumo, se relacionan con un discurso “filosófico moral”.
Las coordenadas del nuevo ethos delimitan nuevos fundamentos éticos
que toman la forma de una “ética aplicada” en diversos ámbitos de la
sociedad, desplazando así toda pretensión holística propia de las viejas
ideologías. Llama la atención la relevancia e impacto que han tenido en
nuestra cultura algunos discursos que van desde la “bioética” a la
“cuestión moral” del calentamiento global como sostiene Al Gore.
En las sociedades democráticas desarrolladas se acumulan temas de tinte
ético que hablan de una renovación radical de la “consciencia burguesa”,
entre los cuales, algunos poseen el aura de ser tópicos de avanzada e,
incluso, de izquierdas, tales como: la cuestión de género, los reclamos del
mundo homosexual, la objeción de consciencia frente al reclutamiento, la
muerte asistida o la clonación. En el “Tercer Mundo”, se hace inevitable el
tinte político de estas demandas a las que se suman asuntos como el
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respeto de los Derechos Humanos, lucha contra el turismo sexual y la
pedofilia; y en una zona muy borrosa, lucha contra el narcotráfico y el
terrorismo, entre otras cuestiones. En apariencia, distintos, todos estos
temas dinamizan la cultura contemporánea y están reconfigurando la
clásica filosofía moral burguesa.
Un buen ejemplo de esta transformación lo constituye la exitosa campaña
del actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. La
candidatura de Barack Obama se mostró eficiente en dos ejes
comunicacionales que la articularon. En primer lugar, el uso inteligente de
las nuevas tecnologías de información y comunicación, en particular,
televisión e Internet. Youtube muestra el grado de eficiencia que se puede
alcanzar catalizando por esta vía una campaña “Podcast” que se opone al
modelo verticalista anclado en partidos institucionales de estilo
“Broadcast”. En segundo lugar, la instalación de una agenda temática
cuyo vector no es otro que “la ética” de la cuestión pública.
Al revisar los discursos del candidato senador Obama, observamos que
éstos hablan desde una cierta “filosofía moral”, lo que está en cuestión
son las actuaciones de los diversos agentes de la “res publica”. No nos
estamos refiriendo, por cierto, a algunos “pintorescos escandalillos” de
farándula que espantan a los más puritanos, se trata más bien de las
conductas políticas en Washington respecto de los graves problemas que
aquejan a millones de norteamericanos. Esto puede ser entendido desde
la legitimación gubernamental de formas de tortura en los interrogatorios a
prisioneros extranjeros o la violación de la privacidad de los ciudadanos
hasta la oposición a los tratados sobre preservación medioambiental.
No podemos dejar de advertir que en una sociedad colonizada por el
“cinismo performativo”, la filosofía moral restituye un marco de referencia
a los reclamos reformistas y, en este estricto sentido, resulta ser un arma
política formidable. Si el uso intenso de las nuevas tecnologías cataliza
movimientos sociales y culturales a través de todo el país, los
fundamentos de una filosofía moral le otorgan un sentido trascendente a
la acción.
1.3.- Una cultura narcisista
En una crítica abierta al libro de Christopher Lasch “The Culture of
Narcissim”, Jameson sostiene:"...creo que pueden decirse de nuestro
sistema social cosas más incisivas que las que permite el mero uso de
unas cuantas categorías psicológicas" Frente a esta observación, habría
que introducir algunas precisiones. La riqueza de las tesis en torno a una
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“cultura del narcisismo” desarrollada por Heinz Kohut a finales de los
sesenta y que ha encontrado variados exponentes en la actualidad,
radica, precisamente, en que un conjunto de categorías tenidas por
“psicogenéticas” se desplazan teóricamente al ámbito “sociogenético”.
Esta cuestión se hace evidente cuando Sennett se pregunta “¿Qué
sucede si descartamos la noción de psique procreativa por completo y
nos fijamos en la producción de neurosis como un asunto social, habida
cuenta de que las neurosis cambian con el tiempo, tal como lo hace la
sociedad?”
Las sociedades de consumo constituyen un diseño socio cultural capaz de
administrar el deseo, en este sentido son la forma contemporánea de un
“capitalismo libidinal”. He ahí el gran aporte de los “Narcisistas de
Chicago” y su profunda originalidad, postular la irrupción de una “cultura
psicomórfica” capaz de reconfigurar el perfil sociogenético de nuestra
época, esto es: una nueva “forma de vida” y un nuevo “modo de ser”
El “narcisismo” contemporáneo no es un diagnóstico que atañe tan sólo a
los individuos, sino, y principalmente, la constatación del decurso de la
cultura burguesa en la sociedades de consumo desarrolladas. Como muy
bien nos aclara Lipovetsky: “El narcisismo sólo encuentra su verdadero
sentido a escala histórica: en lo esencial coincide con el proceso
tendencial que conduce a los individuos a reducir la carga emocional
invertida en el espacio público o en las esferas trascendentales y
correlativamente a aumentar las prioridades de la esfera privada. El
narcisismo es indisociable de esa tendencia histórica a la transferencia
emocional: igualación-declinación de las jerarquías supremas, hipertrofia
del ego, todo eso por descontado puede ser más o menos pronunciado
según las circunstancias pero, a la larga, el movimiento parece del todo
irreversible porque corona el objetivo secular de las sociedades
democráticas” La exaltación cultural del individuo, es paralela a la
exaltación del consumidor. Individuo y consumidor se funden en una
autoconciencia capaz de abolir toda referencia histórica o de clase. Por
ello, constatamos una “psicologización” de lo político y lo social.
La nueva subjetividad a la que aludimos atraviesa transversalmente toda
la sociedad y, en la medida que se expande este particular diseño socio
cultural, corresponde al ethos cultural del siglo XXI. Los cánones de la
nueva cultura psicomórfica se han sedimentado, gracias a las estrategias
globales de “marketing” y publicidad transmitidas por las redes mediáticas
y digitales, en una “Cultura Internacional Popular”; hoy, paisaje
naturalizado en todas las latitudes del orbe. Podríamos resumir el actual
estado de cosa repitiendo con Lyon: “Si la postmodernidad significa algo,
esto es, la sociedad de consumidores”. Aclaremos que en una sociedad
de consumidores no todos consumen, sin embargo, todos se ven
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concernidos, pues se trata de un modo de vida y de ser. El consumismo,
deviene así: “...en el centro cognitivo y moral de la vida, el vínculo
integrador de la sociedad y en el centro de gestión del sistema”
La nueva subjetividad del consumidor se mueve en el universo de la
“seducción”, devaluando el universo de la “convicción”. Los consumidores
son convocados por el gusto y el deseo más que por grandes valores.
Esto que es válido para el mercado, lo es también para el ámbito político.
Las democracias liberales de la actualidad están abandonando el estilo
centralizado y dirigista de medios institucionalizados para seducir a las
masas al estilo “broadcast”, derivando a formas horizontales de tipo
“podcast”. La nueva consciencia burguesa está en la masa y es ella la que
la alimenta y la promueve. Lo que antaño fue una confrontación de clases,
toma hoy la forma cultural de un enfrentamiento entre “tradición”, o
cualquier convicción del tipo que sea y la “moda”, una manera de nombrar
la seducción. Las sociedades burguesas contemporáneas se precipitan a
un aceleramiento en que las soluciones políticas siguen el mismo patrón
que las mercancías: son efímeras, seductoras y ofrecen una
diferenciación marginal. La nueva subjetividad burguesa torna a las
sociedades de consumo a nivel planetario en una sociedad y una cultura
fluida e inestable, en el límite, acelerada y vulnerable.
1.4.- Un nuevo contrato social
Las Revoluciones Burguesas estatuyeron tres sujetos inéditos en la
historia. El “burgués” como sujeto tecnoeconómico. El “ciudadano” como
sujeto político. El “yo” (individuo) como sujeto del ámbito cultural. Los
“procesos de personalización” propios de las sociedades de consumidores
no hacen sino extender el principio de igualdad por la vía del consumo. El
“homo aequalis” encuentra su protagonismo en una sociedad de
consumo, travestido, precisamente, en “consumidor”.
El “consumidor” constituye una figura propia de las sociedades de
consumo que bien merece un examen más detenido. Tal como hemos
señalado, una función económica se ha desplazado al ámbito cultural o
simbólico. Este desplazamiento lo observamos en la figura misma del
“consumidor”. En cuanto individuo (“yo”) habita el imaginario de la
“libertad” y de la “libre opción”, sin embargo, en cuanto “consumidor” es
una “componente funcional” del mercado. La figura del “consumidor” es de
suyo ambivalente, pues la “libre opción” no es sino la regla constitutiva de
su particular inserción en el mercado. Dicho de otro modo, en una
sociedad de consumidores no hay una exterioridad a ella, todos habitan el
mundo de la mercancía y la libre opción.
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Una de las paradojas creadas por la sociedad de consumidores es que la
hegemonía cultural cristalizada en la “moda” es administrada por las élites
como una democratización y masificación del gusto. Los comportamientos
discrecionales emergen, precisamente, en los sectores sociales no
constreñidos económicamente. Es en este segmento donde la
subjetividad se expresa con mayor fuerza, produciendo las singularidades
culturales y un ethos de la permisividad. Estos comportamientos
diferenciados se asocian al prestigio de los “trenders”, esto es, aquellos
íconos mediáticos capaces de marcar las tendencias del gusto. Sólo una
vez que se ha consolidado una “tendencia”, sea que se trate de un corte
de cabello, una prenda de vestir, algún accesorio, una marca o un
comportamiento sexual, alimentario o de otra índole, ésta se masifica por
la vía del marketing. Al igual que los “status symbols”, las tendencias que
delimitan los usos y costumbres en las sociedades hipermodernas han
generado un clima de aparente libertad cultural administrada por la
Hiperindustria de la Cultura a nivel planetario.
Las sociedades de consumo, forma contemporánea de decir sociedades
burguesas globalizadas, acentúan la pirámide económica en la
distribución desigual de la riqueza, concentrando el capital en pocas
manos. Sin embargo, al mismo tiempo que aumenta la desigualdad, se
acrecienta en la fantasía imaginal de las masas la apariencia de una
“igualdad cultural”, mediante la inversión de la pirámide simbólica. La
pirámide cultural invertida opera mediante la masificación-diseminación de
“ofertas” simbólicas. El aumento explosivo de “ofertas” simbólicas es
traducido en la subjetividad de masas como una ampliación deL espectro
de sus “opciones” culturales y en sinónimo de “libertad individual”. De esta
manera, las actuales sociedades de consumo han resuelto la clásica
ecuación de tres términos planteada por las revoluciones burguesas del
siglo XVIII: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
La “libertad individual” frente a las opciones de la cultura supone
desplazar erl problema desde el ámbito político (Estado) al ámbito
tecnoeconómico (Mercado), exaltando el Yo (individuo). Así, el reclamo
marxista por una redistribución de la riqueza es resignificado en términos
simbólicos: ya no se trata de una reorganización económica socialista
sino, más bien, de una reorganización simbólica en que cada cual
encuentre satisfacción de su Yo, a través de la libre opción material y
simbólica dispuesta por un mercado que reconoce a todos los
consumidores en condiciones de igualdad. La sociedad de consumidores
exalta el “homo aequalis”, ya no como categoría política, es decir, no
como ciudadano, sino como consumidor de bienes y servicios.
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Tomemos nota de que, el capitalismo se ha erigido sobre una triple
mitología constituida por la mercantilización, la reificación y el progreso
como lógica inmanente. Esto generó la crítica clásica al capital en
términos de alienación, explotación y dominación. Pues bien, se puede
aventurar que en una sociedad sin clases, el objeto de esa alienación
pierde su centralidad, ya no el “trabajo” sino el “consumo” es el que podría
ser “alienado”, y en este sentido, los términos de la crítica desaparecen
del imaginario: ni alienación, ni explotación ni dominación, irrumpiendo un
nuevo tipo de acuerdo social, el “consumismo”. Como señala Bauman:
“Se puede decir que el ‘consumismo’ es un tipo de acuerdo social que
resulta de la reconversión de los deseos, ganas o anhelos humanos (si se
quiere ‘neutrales’ respecto del sistema) en la principal fuerza de impulso y
de operaciones de la sociedad, una fuerza que coordina la reproducción
sistémica, la integración social, la estratificación social y la formación del
individuo humano, así como también desempeña un papel preponderante
en los procesos individuales y grupales de autoidentificación, y en la
selección y consecución de políticas de vida individuales. El ‘consumismo’
llega cuando el consumo desplaza al trabajo de ese rol axial que cumple
en la sociedad de productores.”
Otra paradoja del siglo presente es el papel que juega cierta izquierda
como “punta de lanza” en la reconfiguración de la consciencia burguesa.
Para decirlo con claridad, la sensibilidad del “progresismo” se ha
convertido en un vector de renovación ético político y en un agente
cultural de cambio al interior de las actuales sociedades burguesas
desarrolladas. Las izquierdas del mundo “progresista” contemporáneo se
inscriben en una dialéctica intrínseca de las sociedades burguesas a las
que quieren contestar. De esa tensión y negación surge la posibilidad del
“cambio” que, por estos días, toma la forma de mutaciones culturales y
antropológicas. De hecho, su reclamo por las reivindicaciones de las
minorías no hace sino acentuar el reclamo individualista y
“democratizador” de las burguesías avanzadas. La izquierda, en sus
versiones más “progresistas”, acelera el vector hacia una suerte de
“hipermodernidad”, una sociedad que quiere modernizar la modernidad,
alcanzando de este modo una cierta modernidad líquida o de flujos.
En los albores del sigo XXI, asistimos a una reestructuración capitalista a
nivel planetario. Las nuevas tecnologías han hecho posible una economía
“postfordista” en que el viejo concepto de “subdesarrollo” ha devenido en
una “dependencia en red” de muchas naciones respecto de los mercados
mundializados. En América Latina, Chile, como país modélico es el mejor
ejemplo de este fenómeno.
La cuestión es si acaso están dadas las condiciones de posibilidad para
encontrar un correlato político al actual estado de cosas. Los indicadores
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a nivel mundial están señalando un punto de inflexión y no retorno que
requiere soluciones políticas revolucionarias. El capitalismo, en su forma
tradicional, ha llegado a un límite en que se impone un salto cualitativo. En
un mundo que ha asistido a la extinción de la noción de “clase”, y al
mismo tiempo, ha sido capaz de integrar las opciones culturales más
radicales de izquierdas con todo su potencial revolucionario como lógica
de “cambio”, surge la cuestión en torno a un socialismo del siglo XXI.
En oposición a la noción de “progreso”, y por ende, a la idea de la historia
como una secuencia lineal de acontecimientos, nos adscribimos a aquella
imagen de la historia como archipiélago de islas que se conectan entre sí.
Diversos tiempos alternos se actualizan en épocas diversas de manera
inesperada. De este modo, la posibilidad de presenciar el advenimiento de
nuevas formas socialistas, como “constelación histórica”, no hace sino
traer al presente el espíritu insurreccional del siglo XIX, ya no cómo elitista
consciencia de clase sino como un ethos masificado/ mediatizado por
doquier en este nuevo diseño socio-cultural: las sociedades de consumo.
La nueva subjetividad da cuenta de una extensión y masificación de cierta
consciencia burguesa, al punto de borrar las clases sociales de la fantasía
imaginal de las masas. De tal modo que, cuando no se reconoce un
exterior a este ethos secularizado, las democracias liberales y el
capitalismo de consumo se convierten en el punto de partida de cualquier
consideración verosímil sobre el porvenir y sus posibilidades de cambio.
Esto no significa anular las posibilidades de cambio, incluso de “cambios
revolucionarios”. Por el contrario, significa que cualquier cambio posible
sólo es pensable desde
el nuevo substrato histórico cultural,
mundializado, mediatizado y postindustrial; sociedades burguesas en que
el deseo es administrado como vocación de consumo, otro modo de
nombrar las sociedades de consumidores.
16
II.- Chile: En la era de la Hiperindustria Cultural
2.1.- Hiperindustria Cultural
Para analizar los medios de comunicación debemos tener presente dos
cuestiones: primero, se trata de una configuración mediática que opera de
modo interrelacionado y, segundo, toda configuración mediática conforma
un “régimen” que sostiene un imaginario. En este sentido, examinar los
medios es examinar un régimen de significación que es, al mismo tiempo,
un régimen de politicidad. En el Chile actual, cada uno de los medios,
desde el más prestigioso periódico capitalino a la más modesta y alejada
radio local, es una componente funcional de un régimen simbólico que
administra cotidianamente el imaginario nacional. Por ello, no debe llamar
la atención la tremenda homogeneidad de lo diverso que se advierte en
los mass media en nuestro país.
El régimen mediático reconoce, por cierto, una dimensión económica
cultural que se expresa en la manera de producir, distribuir y consumir
bienes simbólicos. En palabras sencillas, los medios están sujetos a los
límites que impone el mercado, con todo lo que ello implica. Así, tal como
se ha denunciado hasta la saciedad, la propiedad de los medios de
comunicación en Chile se concentra en muy pocos grupos económicos,
tanto en lo relativo a la prensa periódica, verdadero duopolio, como a las
estaciones radiales y televisivas. Estos grupos de poder mediático a
escala nacional no son sino “nodos” de una red planetaria de lo que
podemos llamar la Hiperindustria Cultural.
Es claro que la economía cultural está estrechamente ligada a
determinadas condiciones políticas y económicas imperantes en Chile
desde hace décadas. Una descripción mínima debiera dar cuenta de una
democracia formal postautoritaria de escaso espesor y de una
modernización económica de índole ultraliberal. Con una crítica tal, sin
embargo, sólo atendemos a un aspecto, muy importante desde luego,
pero muy parcial del asunto que nos ocupa.
Pretender explicar la construcción de determinados vectores de sentido en
el imaginario social y político a partir de la concentración en la propiedad
de los medios resulta ser no sólo ingenuo sino poco refinado. En efecto,
un régimen mediático entraña una economía cultural en estrecha relación
con los contextos históricos y políticos, no obstante, posee además una
17
arista que se relaciona con los modos de significación. Entendemos por
modos de significación aquella dimensión perceptual y cognitiva que
alimenta el imaginario social, imágenes e ideas sedimentadas como
sentido común en la vida cotidiana de millones de habitantes.
Si la economía cultural en el Chile contemporáneo está signada por el
neoliberalismo, los modos de significación responden al ethos propio de
una sociedad de consumo. La sociedad de consumo es la configuración
antropológica, cotidiana, inmediata y experiencial de un modelo
tecnoeconómico como el liberalismo extremo. Podríamos resumir la
cuestión en los siguientes términos: La marcada concentración en la
propiedad de medios en Chile ha sido posible en virtud del orden
tecnoeconómico imperante, pero
la construcción de determinados
vectores de sentido atiende más bien a la cristalización de un determinado
tipo de sociedad de consumidores.
El actual paisaje mediático en Chile se nos presenta como una paradoja
en que coexiste lo diverso y lo uniforme. La uniformidad de los medios
dice relación con un ethos común cuyas aristas lindan con las leyes del
mercado y una despolitización de la vida cotidiana. La atmósfera cultural
que impera en nuestro país no es en absoluto casual y encuentra su
fundamento en el diseño antropológico fraguado durante los años de la
dictadura militar.
A partir de la segunda mitad de la década de los setenta del siglo pasado
comienza a cristalizar en Chile una sociedad burguesa anclada en el
consumo, reproduciendo los diseños que ya se habían desplegado en los
Estados Unidos primero y luego en Europa y el resto del mundo. Este
nuevo diseño no sólo implica una mutación económica sino,
y
principalmente, entraña una transformación radical del carácter social: De
hecho, las nuevas generaciones de chilenos han sido socializadas bajo la
impronta del narcisismo como nuevo estadio del individualismo. Esta
mutación antropológica puede ser descrita a través de una serie de
desplazamientos: de la noción de ciudadano a la noción de consumidor,
de la noción de comunidad al concepto de individuo en su sentido fuerte;
de la noción de conciencia de clase o conciencia histórica a la noción de
autoconciencia, entre muchos otros.
Desde el punto de vista de un régimen mediático, la pregunta que habría
que formular es, justamente, acerca del lugar que ocupan los medios de
comunicación en este nuevo diseño socio cultural. Esto nos pone a
resguardo de plantear fútiles reclamos ahistóricos, como pretender la
restitución de una función cívica y didascálica para los medios, según el
ideario republicano ilustrado. Los medios de comunicación en este siglo
XXI constituyen nodos de una red cuya capilaridad cubre todo el mundo:
18
se trata de una Hiperindustria Cultural de escala global que produce y
gestiona los flujos simbólicos. Ya no es una metáfora afirmar que el capital
se ha hecho lenguaje. Los grandes consorcios construyen y administran,
en efecto, todo el lenguaje icónico y auditivo: Internet, televisión, cine,
radio, discografía, fotografía, prensa periódica, y editoriales.
El maridaje entre el capital y los mass media no es algo nuevo, ya muchos
pensadores del siglo XX denunciaron esta situación sea como cultura de
masas o como industria cultural. Lo nuevo es la radicalización de esta
tendencia a nivel mundial que ha sido denunciada para algunos como una
forma de biopoder o, para otros, como psicopoder. Lo cierto es que la
cultura contemporánea, tanto como la historia presente, está siendo
construida por los flujos mediáticos que reconfiguran nuestra
calendariedad y nuestra cardinalidad, al punto de fabricar el presente de la
humanidad. La realidad mediática se ha convertido en una performance
tecnodigitalizada. en tiempo real o, si se quiere, en un simulacro.
Chile, con todas sus singularidades, no escapa al diseño matriz de una
sociedad de consumidores mediatizada. Desde hace ya casi dos décadas
se ha erigido en nuestro país una imagen país cuyos vértices son la
amnesia, la despolitización, el consenso social, el consumo, el éxito y el
individualismo. Todo ello, agreguemos, en una atmósfera de pietismo
ultraconservador que reviste de un simulacro de pretendida espiritualidad
a un mundo en que todas las prácticas sociales han devenido mercantiles,
desde el ocio a la educación. Como en la mayoría de las sociedades
burguesas, en la sociedad chilena la gestión del poder se reconoce en la
represión policíaca frente a cualquier protesta o barricada, en la seducción
de la publicidad y el consumo suntuario, pero también en el espectáculo a
través del fasto mediático.
Los medios de comunicación en Chile materializan la seducción y el
espectáculo de una sociedad burguesa cuyo imaginario se ha diseminado
en todos los sectores, al punto de disolver el concepto mismo de clase por
el de consumidor. Es en el espacio del mercado donde se instaura el
homo aequalis y no es el espacio político que supone la noción de
ciudadanía. Todos los agentes políticos lo saben y han acuñado el término
gente, para referirse a aquella masa indiferenciada que hace mucho
abandonó el universo de la convicción, domesticada en el universo de la
seducción y el espectáculo de medios.
El mejor barómetro del estado actual del imaginario social en nuestro país
nos lo ofrece la publicidad y los noticieros. Es en este espacio donde se
construye el sentido común de la vida cotidiana, una percepción del
mundo que incluye, notemos, lo político. Los medios en general, y la
televisión en particular, mantienen una relación incestuosa con la
19
publicidad. Esta simbiosis entre los medios y el capital es decisiva a la
hora de examinar el régimen mediático entre nosotros. Esta complicidad
reconoce diversas tensiones que se resuelven en una parrilla
programática cada día más ecléctica y variopinta en que coexiste sin
problemas un comentario religioso sobre San Expedito yuxtapuesto a un
programa de pornografía softcore. Lo mismo puede decirse de los
noticieros locales que más allá de escasas diferencias escenográficas nos
ofrecen una agenda muy similar de lo que se ha dado en llamar
infoentertainment, una mezcla de noticias y entretención.
El Chile de hoy se ha construido sobre determinados olvidos que se
cuidan con sigilo en los medios. Hay puertas que no deben ser abiertas.
Este Chile-tabú no es otro que aquel país sumido en el dolor y el luto, el
país de los vencidos. Se trata de un sector social marginado del sueño
colectivo, instilado por los medios. Así, frente al país triunfador y exitista,
individualista, consumista y chauvinista hasta la xenofobia, país plebeyo
por definición, se erige otro no menos cierto, el Chile que atesora retazos
de una memoria histórica y de un dolor profundo. Los medios de
comunicación son, finalmente, los custodios del olvido, los encargados de
que ciertas puertas permanezcan cerradas para siempre en el imaginario
social de los chilenos.
2.2.- La Política Podcast
Las Nuevas Tecnologías de la Comunicación y la información no hacen
sino exteriorizar la convergencia tecnocientífica de los aspectos logísticos,
telecomunicacionales y de lenguaje que se advierten hoy. El
desplazamiento hacia la videósfera, el aumento en la capacidad de
memoria y la expansión del ancho de banda en las transmisiones marcan
un momento histórico que pone en jaque treinta siglos de comunicación
alfabética, constituyendo la mayor mutación civilizacional de la actualidad,
cuyo alcance político apenas comenzamos a barruntar.
Las elecciones presidenciales tradicionales constituyen una ocasión
excepcional para analizar el “estado de ánimo” o ethos de un país. De
algún modo, cada candidato y su respectiva convocatoria exhiben el
resultado de un proceso complejo, a ratos confuso, en que se dan cita una
serie de factores que deben ser tenidos en cuenta. Una campaña
tradicional ha sido concebida como un modo comunicacional Broadcast,
esto es, vertical y jerarquizada, cuyo epicentro es el Comité del Partido o
el Equipo a cargo de la campaña. Entre los muchos factores a considerar,
el primero es el diseño socio-cultural de una sociedad de consumidores.
La irrupción de una sociedad de consumo trae consigo tensiones
20
inevitables que ya se hacen sentir entre nosotros. Es claro que el
consumo elevado a categoría cultural (función simbólica), sitúa la noción
de mercado en un plano, si no de equivalencia, al menos de isomorfismo
respecto del llamado espacio público. Dicho en términos muy simples,
cuando el mercado se convierte en el centro de gestión de la sociedad, en
marco normativo y en fundamento de las relaciones sociales, podemos
afirmar que el espacio público y el mercado se funden en una misma
experiencia, aboliendo los límites entre el concepto de ciudadanía y el de
consumidor.
Los agentes de esta nueva realidad ya no son los pro hombres de la
República, sino más bien una nueva burguesía cuyo carácter de clase es
ex–nominado en el continuo de una sociedad de consumo que no
reconoce “clases” en sentido estricto, sino “nichos” o “públicos” en los que
se despliega el consumo bajo el imperativo del gusto. Como se ha dicho,
toda conciencia histórica o de clase es desplazada por un nuevo vector
cultural en que lo que orienta las conductas es, precisamente, la pulsión
estética (el gusto) en las coordenadas del mercado (la seducción): esto es
lo que se ha dado en llamar narcisismo sociogenético.
Afirmar que el mercado es el nuevo marco de referencia que orienta las
conductas exige una aclaración. El mercado es, en primer lugar, un
espacio económico en que se verifican relaciones económicas. Sin
embargo, tal como hemos señalado, el mercado ocupa hoy el lugar del
espacio público, extendiendo su pertinencia al ámbito de las relaciones
sociales, los marcos normativos (valores) y la referencialidad política. Esto
es posible porque el capital se ha tornado en lenguaje, es decir, porque el
mercado seduce a través de sus múltiples lenguajes. Así, la publicidad
televisiva y multimedial de escala global, y al mismo tiempo personalizada,
en un proceso que ha sido nominado como “mediatización”, habla todas
las lenguas seduciendo a todos y a cada uno en sus preferencias
particulares.
El famoso aforismo de Eco, según el cual, si los signos no sirven para
mentir, tampoco sirven para afirmar verdad alguna, es especialmente
pertinente en el ámbito del llamado “marketing político”. La comunicación
política en tiempos de la mediatización no podría ser sino una estrategia
de la mentira. En una sociedad mediatizada, los candidatos-producto se
exhiben ante los electores-consumidores portando cada cual su figura y
su marca-partido. Las nuevas reglas constitutivas del espacio público
excluyen como puro anacronismo el lenguaje deliberativo argumental, con
toda su pátina retórica, proponiendo en cambio un discurso preformativo,
construido en lo fundamental desde códigos audiovisuales.
Si en la modernidad el vínculo político entre lo político y la ciudadanía
21
estaba definido desde la convicción, en la actualidad asistimos a la
seducción como nexo privilegiado entre lo político y el ciudadanoconsumidor. La convicción supone una creencia, esto es, una verdad que
se sostiene en cierta narrativa ideológica. La convicción emana del
proceso mitopoyético inmanente a la modernidad, sea en su versión
socialista o liberal. La convicción reclama una “conciencia histórica” o
“conciencia de clase” y se expresa en lo que los pragmáticos formales
llamarían actos de habla declarativos propios de los discursos morales,
jurídicos, religiosos e ideológicos.
Este tipo de discurso reclama, dicho sea de paso, una autoridad
extralingüística, es decir: quien profiere el discurso debe estar legitimado e
investido por las instituciones y además por el carisma del líder. La
seducción, por el contrario, sólo es posible allí donde toda conciencia
objetivante ha sido abolida pues opera más bien a nivel de la
autoconciencia y está ligada a un nuevo carácter social que ha sido
llamado neonarcisismo.
Los discursos inherentes a la seducción se relacionan más con la
comunicación estratégica que con las declaraciones. El discurso seductor
prototípico lo hallamos en la publicidad. Aclaremos que tanto los discursos
declarativos como los discursos de la seducción se encuentran más allá
de cualquier valor veritativo, aunque se distinguen en cuanto el discurso
declarativo remite a una verdad absoluta que debe acatarse, mientras que
el discurso de la seducción no reclama verdad alguna pues su criterio de
validez es la eficacia.
La comunicación política busca, desde luego, seducir y en cuanto
estrategia no podría sino validarse en el éxito alcanzado, es decir, en la
eficacia. Ahora bien, este tipo de comunicación se basa en dos juegos de
lenguaje muy singulares: por una parte, en los llamados actos de habla
directivos y por otra en los llamados actos de habla compromisorios. En
ambos actos de lenguaje, se solicita o insta a alguien a hacer algo, en los
directivos se interpela a un “otro”, en los actos de habla compromisorios
es el propio hablante el que se compromete a algo.
Pues bien, sea que interpelemos a otro a hacer algo o que nos
comprometamos a hacer algo, lo cierto es que la realización de aquello
que se promete queda diferida en el tiempo. El lenguaje político es un
lenguaje de interpelaciones y promesas “a futuro”. En este sentido, el
discurso de la seducción opera como una promesa que sólo se puede
contrastar con un incierto mañana. Esta oposición entre un presente
lamentable y un futuro luminoso suscita el entusiasmo de quienes se
sienten convocados en su cotidianeidad. Como se puede advertir, el
discurso político no puede sino fundamentarse en una estrategia de la
22
mentira, en una promesa que invierte las miserias del presente y afirma un
promisorio amanecer.
Debemos considerar que para que una mentira sea verosímil se deben
cumplir algunas condiciones mínimas que ya han sido exploradas y
estudiadas desde la experiencia nacionalsocialista hasta nuestros días.
Entre muchas otras, podríamos distinguir a lo menos una, de la que se
deducen una serie de consideraciones: si bien el discurso político
seductor no es, en rigor, “verdadero”, si debe poseer una buena
performance.
Este saber elemental de cualquier predicador se aplica como una ley al
discurso político. Una buena “performance” puede ser entendida como
una “puesta en escena” o “simulación” muy profesional y convincente que
incluye, por cierto, un producto- candidato carismático, un discurso
coherente que conjugue lo racional y lo emotivo en las dosis justas y, por
último, una tematización de la contingencia que convoque a diversos
públicos. La tarea del “marketing político” tradicional es, precisamente,
construir un “lugar” en el cual instalar la imagen del producto –candidato,
potenciado al máximo sus virtudes reales o ficticias, intentando alcanzar la
máxima performatividad de su discurso, eliminando todo “ruido” que
pudiera ser un lastre.
El producto candidato se instala, de este modo, en el imaginario social, en
el universo simbólico de la población, como imagen audiovisual, como
discurso político, como figura o personaje. Esta figura es, ciertamente, un
constructo, que protagonizará una pugna en el espacio público
mediatizado, tratando de ganar audiencias y, eventualmente, preferencias
que se traducirán en votos.
La pugna política en las democracias contemporáneas no sólo se
escenifica en los medios y redes sino que es inconcebible fuera de éstos.
Esto es particularmente cierto en los Estados Unidos con un 71% de
penetración de Internet versus el 22% promedio para América Latina. La
asimilación de las diversas prácticas sociales al universo mediático
constituye lo que se ha llamado sociedad mediatizada. Lo político no
escapa, por cierto a esta realidad presente, tampoco entre nosotros
latinoamericanos.
Junto a la reestructuración del capitalismo, asistimos a la emergencia de
sociedades burguesas post-revolucionarias, esto es: sociedades
burguesas que han aprendido muy bien las lecciones de la Guerra Fría y
que tras la caída del muro han redefinido el espacio público desde el
mercado y los medios, desplazando el control social coercitivo y
verticalista por una modalidad individualista y “autogestionaria”, en que la
23
posibilidad de cambio es mínima. Esto no significa, empero, que se
destierre la violencia y las tensiones sociales, significa que las
democracias mediatizadas asimilan simbólicamente dichas tensiones y las
administran como lenguaje, como diferencia cultural.
Es necesario tener presente que tanto la Campaña Broadcast como la
Campaña Podcast representan dos modalidades cuyo propósito último es
el mismo: seducir a las mayorías tras un determinado discurso político del
cual el candidato es el vocero. No obstante, esta similitud de propósitos
difiere profundamente en el modo de articular las voluntades que serán el
apoyo social a una postulación. La Campaña Podcast, en este sentido, no
consiste en desplazar la comunicación al ámbito de la CMC
(Comunicación Mediada por Computador) gracias a tal o cual dispositivo
informático. Una Campaña de modalidad Podcast consiste en la creación
de “redes sociales” que actúen como soporte, utilizando como catalizador
las herramientas digitales. Las redes computacionales actúan como
“catalizadores” de procesos sociales y nunca como “agentes” en sí
mismos.
No olvidemos que en la reciente Campaña Obama, lo importante fue la
creación de una “red ciudadana” de costa a costa en toda la Unión
Americana, gracias a las redes digitales. La Campaña Podcast es aquella
modalidad de la comunicación política capaz de crear “redes ciudadanas”
capaces de difundir un discurso con el propósito de generar una mayoría.
En un análisis sucinto de tipo “etnográfico virtual” se pueden establecer
claras diferencias entre ambas modalidades de concebir una Campaña
Política. Lo primero que salta a la vista es la obvia distancia que va del
espacio virtual al espacio “real” en que se implementan y verifican los dos
tipos de campaña. Observemos que el “ciberespacio”, en cuanto espacio
atópico no sólo sirve para clips e información a favor de un candidato sino
también para degradarlo. De hecho, junto a los videos de Barack Obama
en Youtube que sumaron varios millones de visitas en cuestión de
semanas, se generó en forma paralela toda una producción espuria que
se mofaba del candidato afroamericano. Este tipo de conductas hubiese
dado lugar a demandas y juicios en el espacio IRL (In Real Life), sin
embargo fueron posibles en la red.
El “ciberespacio” no sólo funciona como espacio comunicacional sino
como “memoria social e histórica”, es decir, como un permanente
reservorio de imágenes y sonidos. Este espacio “desterritorializado”,
convierte de facto a cualquier candidato en un personaje mundial. Barack
Obama alcanzó fama mundial en un muy breve lapso, no sólo por su
origen étnico sino gracias a las imágenes vehiculadas por la Hiperindustria
Cultural.
24
La Campaña Podcast se fundamenta en las posibilidades que ofrecen las
nuevas tecnologías en red. Así, todos los dispositivos dirigistas de los
Equipos de Campaña deben coexistir con los adherentes que se
organizan horizontalmente de manera cuasi – espontánea. Conviene
destacar en este punto que los Equipos de Campaña deben considerar,
tal y como lo hizo el Jefe de Campaña de Obama, un Equipo Podcast
capaz de entregar insumos a la red (imágenes actualizadas, clips de los
últimos discursos, logotipos e isotipos, mailing, newsletters). La Campaña
Podcast nace de la interacción de un Equipo Podcast altamente
profesional con su entorno de colaboradores, cuanto más fluida y
amistosa sea esa relación, mayor será la presencia en la red y la eficacia
y eficiencia de la estrategia electoral. No olvidemos que los “usuarios” son
componentes funcionales de la red, y en este sentido su papel es decisivo
a la hora de multiplicar el efecto y la presencia en la red de redes.
Notemos que mucho del presupuesto destinado a imprimir la papelería
será reorientado a asegurar una presencia estética y políticamente
eficiente en la red. Dicha presencia desplaza el lenguaje desde la
grafósfera a la videósfera. Esto llega al punto de que el candidato ajusta
sus tiempos y su discurso a las “cuñas” audiovisuales. Notemos, además,
cómo los discursos de Obama eran convertidos en seductores videoclips,
diseñados en la estética blanco-negro para realzar su carácter
documental. El carácter telegénico del candidato emana de este ajuste
entre su propia imagen y discurso con las posibilidades tecnológicas de
difusión. Un discurso escasamente deliberativo, más rico en frases
altisonantes y rotundas de carácter preformativo, en que el público local
actúa como decorado emocional. La construcción socio-comunicacional
de Barack Obama resulta emblemática de cómo se hace una Campaña
Podcast, una lección que los políticos del siglo XXI deberán aprender.
El carácter telegénico de un personaje no es casual y responde a dos
niveles de análisis etnográfico virtual. El primero se relaciona con la índole
de su discurso. En el caso del primer presidente afroamericano podemos
advertir un claro énfasis en una enunciación de Filosofía Moral. Como ya
se sabe, este tipo de discurso está muy arraigado en la cultura
estadounidense y mezcla el polo racional con las emociones más
profundas de su pueblo. Cuestiones como la “libertad”, la “esperanza”,
responden al credo norteamericano desde sus orígenes. Cuando Obama
plantea su discurso en estas grandes cuestiones, logra superar la
contingencia, siempre teñida de miserias, e instalar un horizonte de
sentido capaz de redimir el presente. Para ello, alude con frecuencia otros
momentos históricos que se hacen presente en su persona. Las figuras de
John F. Kennedy y Martin Luther King estuvieron siempre presentes junto
a él, con él. Esta conjunción histórica del imaginario en que un “otrora” es
25
traído al “ahora”, conectando un presente con un “presente diferido” se
materializa en una serie de videoclips en que las imágenes referidas se
hacen explícitas. Así, las imágenes de MLK y JFK coexisten en un mismo
plano temporal con aquella del candidato Barack Obama, instalando en el
imaginario de sus adherentes y simpatizantes la idea de una “herencia
histórica”.De este modo, el carácter telegénico de Obama se ha
construido a partir de operaciones tanto político-discursivas como de
montaje audiovisual. La Campaña Podcast, en cuanto se exterioriza en el
videoclip que circula en la red se acerca a la estética del collage. Esta
estética de las vanguardias se basa en el tiempo discontinuo, en que la
historia puede conectarse en sus diversos momentos de manera
inesperada.
Una Campaña Podcast lleva al límite las capacidades de la seducción
como destino último, en cuanto se instala en el imaginario social desde el
verosímil audiovisual que reclama su autenticidad histórica y de sentido.
No se trata de una larga perorata filosófico-argumentativa sino más bien
de un “flechazo” que al igual que el enamoramiento acontece de manera
súbita y fulminante. Es allí, en la dialéctica del instante en el que acontece
la secreta alquimia emocional y racional al mismo tiempo de aquello que
llamamos el carácter telegénico de un candidato.
Hay un antes y un después de Barack Obama en el ámbito de la
Comunicación Política. La llamada “Obamanía” desatada en el mundo
desde hace algunos meses debe hacernos reexaminar algunos de los
supuestos fundamentales de nuestra disciplina. El triunfo histórico del
primer presidente afroamericano en los Estados Unidos viene de la mano
con un cambio mayor en el dominio de las campañas políticas.
Como ya hemos aprendido de la historia, las herramientas
comunicacionales pueden servir a muy diversos propósitos. No olvidemos
que los grandes avances de la imagen documental y de los medios de
propaganda modernos se dieron, precisamente, en la Alemania
nacionalsocialista; cuyos métodos se replican todavía en muchas partes
del mundo por regímenes corruptos y autocráticos, cuando no totalitarios.
La Campaña Podcast muestra las posibilidades de articular dos realidades
en apariencia disociadas, la de las redes digitales y aquella de las “redes
ciudadanas”. En este sentido, las nuevas tecnologías pueden catalizar,
como hemos señalado, nuevas prácticas sociales tendentes a una mayor
participación y a una mayor responsabilidad de los ciudadanos en la res
publica. Finalmente, la Campaña Podcast nos demuestra que más allá de
todos los virtuosismos tecnológicos, la política la hacen los seres
humanos dotados de razón, pero también de una conciencia ética y de
26
emociones: el mañana se fragua ineluctablemente en el corazón de este
animal político que somos todos.
2.3.- El ocaso de la intelligentsia
A fines del siglo XIX, la cultura en el ámbito latinoamericano sufrió una
gran conmoción que tuvo consecuencias estéticas y políticas. Ángel Rama
ha dado buena cuenta de ello a propósito de Rubén Darío En efecto, la
irrupción del mercado transformó el régimen de significación prevaleciente
hasta 1900. Como escribe Ángel Rama, en su libro “Rubén Darío y el
modernismo”:”La repetida condena del burgués materialista en que
unánimemente coinciden los escritores del modernismo, desde los
esteticistas que acaudilla Darío —como se puede ver en su cuento “El rey
burgués”—, hasta sus objetores, poseídos de la preocupación moral o
social, tanto en la línea apostólica de Martí como en la didáctica de Rodó,
responde a la más flagrante evidencia de la nueva economía de la época
finisecular: la instauración del mercado”
Es interesante destacar que la crisis finisecular que conmueve al
modernismo se traduce en el ocaso de los “poetas” como figuras
protagónicas del quehacer cultural de la época. Explica Rama: “Producida
la división del trabajo y la instauración del mercado, el poeta
hispanoamericano se vio condenado a desaparecer. La alarma fue
general. Se acumularon centenares de testimonios denunciando esta
situación y señalando el peligro que para la vida espiritual profunda de las
sociedades hispanoamericanas comportaba la que se veía como
inminente desaparición del arte y la literatura. A los ojos de los poetas, el
mundo circundante había sido dominado por un materialismo hostil al
espíritu, en lo que no se equivocaban mucho, y si algunos confundieron la
fatal quiebra de los valores retóricos del pasado con la extinción misma de
la cultura, los más comprendieron agudamente lo que estaba ocurriendo”
Hagamos notar que paralelo a este ocaso del poeta, emergía en Francia
una figura inédita, el “intelectual”. Recordemos que en 1898, Èmile Zola
escribe su famosa carta “J’Accuse” en el diario “L’Aurore”, dirigida nada
menos que al Presidente de la República, lo que le valió un proceso por
difamación y un breve exilio en Londres.
Mientras la figura histórica del poeta era degradada a la condición de
excrecencia que ya no encuentra sitio en una sociedad burguesa
mercantilizada, el intelectual ligado a los medios de comunicación
comienza su camino para convertirse en la “conciencia moral” de su
sociedad. El nuevo régimen de significación ya no podía otorgarle al poeta
dignidad alguna, quizás fue Baudelaire uno de los primeros en advertir
este fenómeno cuarenta años antes en París. Ante el advenimiento de
una nueva configuración económico –cultural que se convertirá en pocas
27
décadas en la naciente “industria cultural”, es decir ante un nuevo modo
de producir, distribuir y consumir los bienes simbólicos, la única
posibilidad para los poetas fue la de convertirse en intelectuales.
En tanto la analogía del poeta y el anarquista lo volvía un personaje
peligroso e indeseable, muy difícil de vindicar; el intelectual ligado a los
libros de ideas como dispositivos de una gran industria editorial de gran
tiraje, emergía como un “líder de opinión” y, en el límite, como “ideólogo”
en una sociedad de masas convulsionada por revoluciones de distinto
sello. El lugar del intelectual era discutido entre fascistas, marxistas y
liberales, pero pocos se atrevían a negarle su espacio y dignidad.
En la actualidad, hay muchos que anuncian el fin de los intelectuales De
hecho, podemos constatar a diario que el nuevo “sentido común” ya no
viene de ilustrados “líderes de opinión” sino de los medios de
comunicación y sus “estrellas”. Este nuevo estado de cosas remite, por
cierto, a una reconfiguración cultural que en toda su radicalidad implica un
nuevo régimen de significación: la hiperindustrialización de la cultura.
Antes de caracterizar la encrucijada en que se encuentra la figura del
intelectual, se hace indispensable introducir algunas distinciones teóricas
a la escena comunicacional contemporánea.
Entre las muchas acepciones que puede tener la noción de “cultura”, está
ciertamente, aquella de índole comunicacional. En efecto, la cultura puede
ser entendida en cuanto una cierta configuración o régimen de
significación que estatuye límites y posibilidades en dos sentidos: en
primer lugar, toda cultura genera un modo de producir, distribuir y
consumir bienes simbólicos, es decir, toda cultura posee una dimensión
“económico – cultural”. En segundo lugar, y no menos importante, los
límites y posibilidades de un cierto régimen de significación trazan el
horizonte de “lo concebible”, esto es, las posibilidades del imaginario
social, tanto desde una dimensión perceptual como cognitiva. Así,
entonces, la cultura en tanto régimen de significación no sólo atañe a la
dimensión objetiva del fenómeno sino también a la dimensión subjetiva.
Entre los primeros en advertir las mutaciones que traía consigo la
industrialización de las comunicaciones se destaca la figura de Adorno,
quien acuñó el concepto de “industria cultural”, para hacer evidente la
producción seriada de bienes simbólicos. Por su parte Walter Benjamin
mostró con nitidez las implicancias del nuevo modo de significación, en
cuanto una abolición del modo de existencia aureático de las obras y la
subsecuente transformación del “sensorium” bajo la experiencia del
“shock”.
28
El diagnóstico de los frankfurtianos bien merece ser revisado a más de
cinco décadas, pues hoy resulta claro que a la reproducción mecánica
advertida por Benjamin se suma la hiperreproducción digital, devenida una
practica social de bajo coste y sin pérdida de señal. Este panorama crea
en los hechos las condiciones de posibilidad para una
hiperindustrialización de la cultura, esto es, la expansión de una red
capilar, abierta y horizontal, que permite una comunicación no
centralizada al modo “Broadcast” sino el acceso de todos a todos:
“Podcast”.
La Hiperindustria Cultural, dirigida a públicos hipermasivos, es capaz de
crear una sincronización plena entre los flujos temporales de conciencia y
los flujos massmediáticos audiovisuales, transformando con ello la
cardinalidad y temporalidad del imaginario social contemporáneo.
El plañidero reclamo ilustrado ante la actual cultura de masas inmersa en
las coordenadas de las sociedades de consumo, pretende instituir el
momento de la reflexión y la convicción frente a un mundo de flujos
orientado hacia la seducción, convirtiéndose en mera nostalgia ante un
capitalismo libidinal cuyo epicentro no es sino el deseo.
La figura del intelectual nacido en una época en que el “sensorium” estuvo
marcado por un régimen cuya configuración básica fue la “grafósfera”
como matriz mental, se encuentra ahora en una encrucijada compleja ante
el nuevo mundo de la videósfera, nuevo modo de percibir, conocer y
pensar.
No olvidemos que el intelectual es la exaltación del individuo privilegiado,
aquel sujeto de las sociedades burguesas que por sus virtudes y
conocimientos era capaz de iluminar a las masas. El intelectual es el
autor, la “auctoritas”, el propietario y origen de un discurso. Tal figura es
impensable en un mundo plebeyo mas igualitario. El “homo aequalis”
instituido como “usuario” o “consumidor” no es compatible con la noción
de intelectual. Así, tanto la nueva división del trabajo, como una cultura
igualitaria y consumista ligada genéticamente al espectáculo, no admite ni
necesita intelectuales.
Si hace un siglo, la figura de Caín se encarnó en el poeta que no encontró
su lugar en las sociedades burguesas finiseculares, hoy en día el
“expulsado del Paraíso” es el intelectual. Nuestra hipótesis apunta a un
doble movimiento, por una parte, una transformación del régimen de
significación en los albores del siglo XXI, esto es, una mutación
simultanea de la dimensión económica cultural como de los modos de
significación que excluye la figura histórica del intelectual. Pero, al mismo
tiempo, el fenómeno posee un alcance político no menor: la extinción del
29
pensamiento crítico. Así, entonces, el mentado “silencio de los
intelectuales” remite tanto a una “revolución cultural” derivada de la
convergencia tecnocientífica logística, y de telecomunicaciones que ha
transformado los “códigos de equivalencia” de una cultura planetarizada,
como a una hegemonía política de los flujos de capital devenido
significantes digitalizados.
Asistimos a la paradoja en la cual pareciera que los intelectuales han
enmudecido, precisamente, en el momento histórico en que se multiplican
las “buenas causas” que bien merecen una reflexión seria: degradación de
la biosfera, empobrecimiento de los medios de comunicación social,
extensión global de la violencia y pauperización acelerada de gran parte
de la humanidad. Como afirma Subirats en su libro “Violencia y
civilización”: “Definir este cambio histórico es una tarea compleja… Pero
podemos formularlo provisionalmente a partir de tres constituyentes que
definen la crisis civilizatoria de nuestro tiempo: primero, la destrucción de
la biosfera; segundo, la eliminación de las memorias culturales; por último,
el nihilismo, el principio ético y epistemológico autodestructivo que
alimenta nuestro presente histórico”
Si el presente representa ya un descalabro planetario nunca antes visto,
las previsiones para el futuro inmediato resultan apocalípticas: “La
perspectiva sobre el futuro que arrojan estos cuadros sociales es
simplemente aterradora. Presupone que una fracción creciente de la
humanidad tiene que ser excluida del derecho a la supervivencia, ya sea
en términos monetarios, sometiéndoles a políticas corruptas y economías
de expolio, o bien bajo las restricciones, cada día más extremadas, al
acceso social de los recursos naturales más elementales, como agua,
tierra y aire no contaminados. El principio de esta exclusión ya ha sido
formulado por las políticas y las elites de las grandes corporaciones y
organizaciones militares mundiales a lo largo del 2003. Y se ha hecho
precisamente en los foros y las cumbres de las Naciones Unidas.”
Frente a esta verdadera distopía convertida por la Hiperindustria Cultural
en imágenes cotidianas, la figura del intelectual se encuentra
sintomáticamente ausente. Tal parece que su ausencia es condición de
posibilidad para que la pesadilla siga adelante, esto es lo que piensa
nuestro autor cuando señala: “Este proceso de regresión cultural no
podría tener lugar sin una condición preliminar: el silencio de los
intelectuales bajo cualquiera de sus manifestaciones, ya sean artísticas o
académicas, periodísticas o literarias”
Este silencio de los intelectuales no obedece, desde luego, a la “voluntad”
del estamento académico o artístico. Se trata más bien de una mutación
del régimen de significación que acompaña un proceso todavía mayor
30
cual es la nueva configuración del capital a escala global. Como denuncia
Subirats:” Lo que quiero denunciar es más bien que este artista o
intelectual ha sido aislado y trasformado, y en última instancia eliminado a
través de las normas de la industria cultural y de la reconfiguración de la
vida académica bajo las categoría corporativas de departamentalización y
profesionalidad.”
La conclusión de Subirats es apasionada y rotunda: “Bajo la primacía
absoluta de la ficcionalización de lo real y de la reducción de la cultura a
entertainment se han eliminado las voces y las tradiciones intelectuales
más lúcidas del siglo XX como si no fueran otra cosa que un deliro
superfluo”
Se advierte en nuestro pensador un cierto talante “ilustrado” que al igual
que Adorno, desconfía de los medios masivos y del entertainment,
reponiendo en cierto modo un debate de los años sesenta. Nos interesa
destacar, sin embargo, la primera afirmación en torno a una
“ficcionalización de lo real”. Efectivamente, la hiperindustrialización de la
cultura logra una sincronización plena entre los flujos temporales de
conciencia y los flujos massmediáticos, produciendo una “ficcionalización
de lo real”, modo oblicuo de afirmar que los medios de comunicación han
alcanzado la capacidad para fabricar el presente histórico. Esta capacidad
ya no se afinca en la escritura como sistema retencional sino en la
digitalización audiovisual.
Cualquiera sea la envergadura de la pesadilla en que estemos inmersos,
es innegable que ésta se nos ofrecerá como una virtualidad HD (High
Definition). Nada de este virtuosismo tecnológico, empero, le resta
urgencia y legitimidad al reclamo del filósofo: “La alegre banalización y la
subsiguiente abdicación de las tradiciones críticas en las culturas de
cuatro continentes, la insolidaridad con las resistencias y protestas
sociales en nombre de la superación de los sujetos históricos, y la
celebración de la cultura como espectáculo han enmudecido a esa
intelligentsia tachada frente a lo que hoy se exhibe obscenamente como
sus últimas consecuencias: la trivialidad de la guerra como videojuego, la
deconstrucción estadística de la democracia como performance, y una
devastación de ecosistemas, comunidades humanas y culturas de
magnitudes incontrolables bajo el espectáculo global de paraísos
comodificados y una arcaica impasibilidad social”
El ocaso de la figura del intelectual es un proceso histórico y cultural en
curso, derivado de una acelerada hiperindustrialización de la cultura. No
obstante, el reclamo de Eduardo Subirats encuentra su asidero en algo
todavía más profundo: no se trata del fin del “pensamiento” sino más bien
31
del ocaso de un cierto “pensamiento crítico”. Así, un proceso histórico y
cultural es, al mismo tiempo, un proceso político.
La situación es inquietante, pues a fines del siglo XIX, la figura del poeta
se desplazó hacia la del intelectual, lo que le garantizó cierta dignidad en
las nuevas coordenadas económico culturales. Recordemos que,
finalmente, los poetas de fines del siglo XIX lograron instalarse en las
nuevas coordenadas culturales, transformándose en intelectuales. Como
escribe Rama:
”Pero había un modo oblicuo por el cual los poetas
habrían de entrar al mercado, hasta devenir parte indispensable de su
funcionamiento, sin tener que negarse a sí mismos por entero. Si no ingresan en cuanto poetas, lo harán en cuanto intelectual. La ley de la oferta y
la demanda, que es el instrumento de manejo del mercado, se aplicará
también a ellos haciendo que en su mayoría devengan periodistas. En
efecto, la generación modernista fue también la brillante generación de los
periodistas, a veces llamados a la francesa “chroniqueurs”, encargados de
una gama intermedia entre la mera información y el artículo doctrinario o
editorial, a saber: notas amenas, comentario de las actualidades, crónicas
sociales, crítica de espectáculos teatrales y circenses, eventualmente
comentario de libros, perfiles de personajes célebres o artistas, muchas
descripciones de viaje de conformidad con la recién descubierta pasión
por el vasto mundo. Cronistas específicamente fueron Gómez Carrillo y
Vargas Vila, pero también lo fueron Gutiérrez Nájera y Julián del Casal, y,
sobre todo, los dos mayores: Martí y Darío”.
La situación en la actualidad es muy otra: el intelectual no encuentra un
locus al cual pudiera desplazarse. Las categorías de “experto” o
“consultor”, así como la de “académico” requieren no sólo de una alta
especialización sino que exigen las más de las veces una mirada
pretendidamente “científica y objetiva”, esto es, “despolitizada”. Por lo
demás, el campo laboral de los “expertos” y “consultores” está constituido
por gobiernos, corporaciones u organismos multinacionales cuyos
intereses están predeterminados. Por otra parte, el espacio universitario
no sólo se ha profesionalizado sino que además se ha privatizado, al
punto de convertir los centros de estudios superiores en verdaderos
“Think Tanks” de gobiernos y empresas transnacionales. En las actuales
circunstancias, cualquier reivindicación de la tradición crítica supone la
exclusión de los circuitos legitimados. Así como el poeta fue degradado
hacia fines del siglo XIX a la condición de anarquista y peligroso; hoy, el
pensamiento crítico y con ello la figura del intelectual es degradado a la
condición de lo marginal y lo excéntrico, cuando no, a cómplice de la
violencia y el terrorismo. El intelectual de tradición crítica carga con la
marca de Caín y es, en el mejor de los casos, un molesto diletante muy
lejano de aquella “conciencia moral” de otrora. La nueva “conciencia
32
moral” está ahora instalada en los medios hipermasivos que transmiten en
tiempo real la historia pasada, presente y futura de la humanidad.
La figura del intelectual ha quedado atrapada en un doble movimiento,
que como una telaraña se expande por el mundo entero. Primero: El
mismo desarrollo de la industria cultural que catapultó a los intelectuales
hasta los años setenta, hoy los sepulta al desplazar su “lenguaje de
equivalencia” desde la escritura al audiovisual digitalizado en red. La
hiperindustrialización de la cultura, forma contemporánea de los flujos
simbólicos hipermasivos, hipermediales y anclados a la estética del
“shock”, deja fuera el pensamiento deliberativo – reflexivo - critico
inherente al ejercicio escritural y toda forma de actividad intelectual.
Segundo: La caída del muro como exteriorización de una crisis mayúscula
de los metarrealatos de la modernidad y de sus excesos, ha creado las
condiciones de posibilidad para un nuevo “ethos”, sea que le llamemos
postmodernidad, hipermodernidad o postcomunismo.
El nuevo “ethos” entraña, que duda cabe, serios riesgos políticos, pues tal
como ha señalado Eagleton en “Las ilusiones del postmodernismo”: “El
pensamiento postmoderno del fin – de - la - historia no nos augura un
futuro muy diferente del presente, una imagen a la que ve, extrañamente,
como motivo de celebración. Pero hay en realidad un futuro posible entre
otros, y su nombre es fascismo. La gran prueba del postmodernismo o,
por lo que importa, de toda otra doctrina política, es cómo zafar de esto.
Pero su relativismo cultural y su convencionalismo moral, su escepticismo,
pragmatismo y localismo, su disgusto por las ideas de solidaridad y
organización disciplinada, su falta de una teoría adecuada de la
participación política: todo eso pesa fuertemente contra él”. Bastará tener
en mente la llamada “Global War”, o Guerra Global contra el terrorismo,
que supone un estado de guerra permanente, difusa y que compromete al
planeta en su totalidad. Una guerra, por cierto, que supera el “complejo
militar industrial” de mediados del siglo XX e inaugura el “complejo militar
mediático”.
Lo mediático y lo militar son dos componentes fundamentales que nos
traen a la mente el concepto de “fascismo”. Como escribe Subirats: “Bajo
esta doble constelación el nuevo poder mediático y militar global ha
creado aquella misma condición objetiva elemental bajo la que Walter
Benjamin o Pier Paolo Pasolini definieron el fascismo moderno: el estado
general de impotencia de una humanidad disminuida a la función de
espectador y consumidor de su propia destrucción”
Desde otra perspectiva, este nuevo “ethos” cultural excluye la figura del
intelectual como artífice de nuevas ideas. El nuevo estatuto del saber y la
imaginación teórica se ha tornado “perfomativo” e interdisciplinario. Hoy
son los equipos de “expertos” los que generan “nuevas jugadas” en la
33
pragmática del saber. Aclaremos que cuando afirmamos el ocaso de la
figura histórica del intelectual, nos referimos a aquello que Walzer
denomina “crítico social” cuando escribe: “Sin duda las sociedades no se
critican a sí mismas: los críticos sociales son individuos, pero también son
la mayor parte del tiempo, miembros que hablan en público a otros
miembros que se incorporan al habla y cuyo discurso constituye una
reflexión colectiva sobre las condiciones de la vida colectiva”
La extinción de los intelectuales ha generado un vacío que es llenado a
diario por los medios de comunicación. Son ellos los encargados no sólo
de regular el registro y el tono de los grandes temas sino de proponer a su
público hipermasivo el repertorio de tópicos que merece nuestra atención.
El lugar de la convicción que alguna vez ocupó el docto intelectual ha sido
barrido del imaginario contemporáneo por el lugar de la seducción propio
del comentarista u “opinólogo”.
El opinólogo, inédita figura del siglo XXI, se distingue del intelectual en
cuanto se trata de un animal televisivo y telegénico, espacio en que se
legitima al emitir opinión. El opinólogo es el cúlmen del “homo aequalis”,
no hay distancia respecto de su público hipermasivo. Esta nueva figura no
apela a episteme alguno, su saber se instala en el “sentido común” que no
reconoce límites. Su discurso plebeyo contornea el imaginario de las
masas, desde lo sentimental y melodramático a la opinión política
promedio. Lejos de cualquier relación asimétrica, el opinólogo encarna y
expresa la “Vox Populi”, la dimensión cotidiana y obvia de la existencia.
En las antípodas del intelectual, el opinólogo habita el mundo audiovisual,
pariente lejano del comediante, el orador y el “clown”.
Con todo, cuando algún intelectual entra al mundo mediático, lo hace al
precio de travestirse en una figura televisiva, sea como comentarista u
opinólogo. Es más, la figura del intelectual es caricaturizada por los
clichés de la farándula: un personaje excéntrico, gris, opaco y denso que
habla un lenguaje incomprensible. El pensamiento y el saber sólo son
valorados en cuanto productivos y utilitarios, basta revisar las expectativas
educacionales de los padres para sus retoños.
Al comenzar este siglo XXI vemos periclitar la figura centenaria del
intelectual como exteriorización de una mutación mucho más profunda.
Asistimos al ocaso de aquella “ciudad letrada” descrita por Ángel Rama en
su obra homónima y al advenimiento de la “ciudad virtual”. Los áulicos
espacios de nuestras bibliotecas van cediendo poco a poco a las bases de
datos que se multiplican en la red. Es ya un lugar común denunciar cómo
las seductoras pantallas digitales y sus derivados van desplazando a los
libros y a la lectura.
El siglo XXI es el siglo del bullicio, vivimos la saturación de imágenes y
sonidos, nuestras metrópolis están inundadas de mercancías, ruido, luces
34
y pancartas digitales. Pero, paradojalmente, éste es el tiempo en que las
ideas radicalmente nuevas y creativas se han tornado más escasas que
nunca. En ese sentido, este es también un tiempo de censuras y silencios.
35
3.- Promesas, Ocasos y Utopías
3.1.- El sueño chileno
Eugenio Tironi aborda diversas aristas de lo que él llama "el sueño
chileno", en su libro homónimo publicado en 2005. Su diagnóstico apunta
a un cierto proceso revolucionario que habría vivido nuestro país, en
cuanto a que nuestro modelo de organización social habría transitado
desde un modelo de tipo europeo hacia uno de tipo norteamericano. Así,
el Chile actual está tensionado por un excesivo individualismo y un
marcado espíritu de competencia, ambas, fuerzas centrífugas respecto de
toda instancia integradora de lo social. Este paso de lo europeo a lo
norteamericano se habría verificado en dos momentos revolucionarios
claros, primero como una radical transformación tecnoeconómica durante
la década de los ochenta y una restauración de un modelo político
democrático durante los años noventa. Esto trae como consecuencia un
debilitamiento de la identidad – país. Chile adolece de un déficit
comunitario, las experiencias traumáticas de las décadas precedentes
explicarían esta carencia, de suerte que la gran tarea de hoy es reinventar
la nación, la familia y la educación como instancias de cohesión
comunitaria. En palabras de Tironi: "Para avanzar en la dirección de
reinventar la identidad chilena es necesario revitalizar sin complejos los
mitos fundacionales de la nación... producir un "sueño chileno" capaz de
aglutinar, dotar de sentido y proyectar a esta "comunidad imaginada"
llamada nación" Aunque el mismo autor reconoce los límites en que se
inscribe su visión al señalar que "...no han sido superados los recelos y
temores provocados por una época traumática de la historia reciente...”,
entiende por época traumática la violación del derecho de propiedad de
empresarios y terratenientes y la violación de los derechos humanos de
los trabajadores. Es interesante hacer notar cómo el autor hace
equivalentes dos momentos históricos, aunque parece olvidar que lo que
él llama violación del derecho de propiedad correspondió a una demanda
por justicia social de amplios sectores de la población planteada por un
gobierno democrático, en un estado democrático y que, se vio frustrada,
precisamente, por un cruento golpe de estado que hizo de la violación de
los derechos humanos una forma de gobierno. No parece haber términos
de equivalencia – ni éticos ni políticos - entre ambas realidades.
36
Tampoco se hace tan evidente que a las transformaciones de orden
tecnoeconómico se siga una verdadera consolidación democrática.
Admitamos, por de pronto, que a partir del año noventa cambia en nuestro
país el vector que orienta la actividad política, ello indica más bien el inicio
de un proceso y no la cristalización de un modelo. Tanto es así que,
todavía hoy, siguen pendientes temas cruciales para un estado
democrático, cuestiones que van desde las reformas constitucionales (ley
de elecciones, legislación laboral, legislación tributaria, entre otras) hasta
asuntos más contingentes y puntuales. Como sea, es claro que nuestro
país dista mucho aún de lo que pudiera llamarse la consolidación de un
modelo democrático. Creer que los gobiernos concertacionistas han
resuelto la cuestión política en Chile no sólo es ingenuo sino de una
inquietante miopía histórica.
No obstante todas los reparos que merece la argumentación a la que ya
nos tiene acostumbrados este autor, subsiste una pregunta no exenta de
interés y que podríamos formular en los siguientes términos: ¿es
concebible la nación (cualquiera sea la acepción que tomemos del
concepto) en una sociedad como la chilena de hoy? ¿Es posible sostener
la idea misma de nación en un mundo en creciente mediatización –
globalización?
En el caso de nuestro país, el mentado "sueño chileno" encuentra dos
claros límites que lo acotan. En primer lugar, existe una evidente limitación
histórica y social; en segundo lugar, existe un límite de época y que remite
a la cultura contemporánea.
Pensar un "sueño chileno" en una sociedad en que la inequidad es uno de
sus sellos distintivos a nivel mundial parece, por lo menos, fuera de lugar.
Durante los años ochenta, Chile era mirado en la comunidad internacional
como un lamentable país del tercer mundo que mostraba las llagas de una
dictadura atroz que expulsaba y torturaba a sus ciudadanos; sus
emblemas a nivel internacional eran la población La Victoria, donde se
asesinaba sacerdotes, el Estadio Nacional, convertido en los setenta en
un campo de concentración, en fin, el mismo palacio de La Moneda donde
se inmoló el Presidente Salvador Allende en medio de dantescas
llamaradas fue la triste postal de esta república sudamericana. Si bien
durante los noventa se intentó un "blanqueo" de la imagen – país y se
comenzó a hacer creer al mundo que aquí se verificaba el "milagro
chileno", tal como se habló del "milagro brasileño" tras el golpe de 1964 o
del "milagro venezolano" gracias al alza petrolera de 1973, no debemos
perder la perspectiva. Los países no pasan de una dictadura
tercermundista al desarrollo en una década, eso no ocurre ni ha ocurrido
nunca. Más allá del delirio capitalista de algunos, lo cierto es que las cifras
concretas del Chile real hablan de un país que, es cierto, ha crecido
37
económicamente, pero mantiene grandes carencias de orden social,
cultural y político. Bastará observar lo que acontece con los magros
índices en calidad educacional, el hecho brutal de un quinto de nuestra
población en los límites de la pobreza, el escaso impacto tecnológico en el
crecimiento del PIB o formas arcaicas y poco democráticas en nuestro
poder legislativo, por no mencionar algunos signos de la consabida y
"típica" corrupción latinoamericana que se ha instalado en nuestra
sociedad. Un diagnóstico moderado debiera mostrar el perfil de una
democracia post autoritaria marcada por la impunidad y por la
desigualdad, un país que apenas sale de una pobreza que arrastró por
decenios y que tímidamente se asoma al mundo. En suma, el "sueño
chileno" está asediado por una serie de pesadillas y fantasmas, que dista
mucho del Mundo Feliz imaginado por Tironi.
Un segundo aspecto que debiera ser considerado a la hora del pensar el
"sueño chileno" dice relación con el contexto de época en que se plantea
el asunto. No se puede negar que junto a los procesos de globalización,
crece con renovada fuerza el énfasis en lo local, esto no significa, empero,
que los grandes temas contemporáneos sean pensables en los límites de
los estados nacionales. Esta lección la ha aprendido muy bien Europa que
le muestra al mundo un "sentido comunitario" más amplio, rico y generoso
que aquel enmarcado en la idea de nación.
El sueño chileno reclama, a esta altura, sensatez. Esto quiere decir que
Chile debiera reinsertarse en la comunidad latinoamericana, privilegiando
en sus relaciones no sólo la hegemonía económica mercantil sino y, muy
especialmente, un "sentido comunitario" regional en que nuestra cultura,
nuestros valores democráticos y nuestro reclamo de dignidad fuese
nuestra bandera. Las naciones se constituyen, a nuestro entender, como
un reclamo de dignidad. Ello implica construir una sociedad justa, pacífica
y generosa que sirva de ejemplo a otras naciones. Si hemos de tener una
presencia en el mundo globalizado, ésta será una presencia compartida
con aquellos pueblos que han compartido en gran medida nuestra historia,
nuestra lengua y nuestro dolor.
3.2.- La polución de Santiago de Chile
Por estos días, las autoridades españolas han resuelto eliminar de Madrid
la última estatua que celebraba al dictador Francisco Franco. De algún
modo, la sociedad española va depurándose de toda la simbología que
permanecía como una mancha de su propio pasado histórico. Es obvio
que la historia no se puede rescribir, nadie puede borrar ni las muertes ni
el dolor de aquellos años. Se puede, no obstante, evitar que se glorifique y
se celebre en el espacio público hechos y personajes que más bien
reclaman luto y recogimiento.
38
En nuestro país, tras el fin de la dictadura de Pinochet, aún persisten
símbolos que aluden a aquellos años funestos. Por de pronto, existe una
avenida que como una insolente daga clavada en la ciudad rememora la
triste fecha de un golpe de estado. A esto habría que agregar toda una
retahíla de "estatuas vivientes" que, con uniformes y sin ellos, desfilan
impunes por la vida pública y ocupan altos cargos en el poder legislativo o
en gobiernos locales.
El repertorio simbólico de una ciudad no es una cuestión menor y,
querámoslo o no, éste nos habla del estado en que se encuentran las
cosas en nuestro país. El hecho lamentable de que pervivan entre
nosotros los signos de la dictadura, nos hace evidente que estamos muy
lejos de haber dejado atrás dicha experiencia. Todavía hoy el manto
oscuro y silencioso del régimen militar tiñe nuestro imaginario y cubre
nuestras calles.
Quizás, lo más preocupante sea, precisamente, que no hablemos de ello.
Pareciera que la sociedad chilena hubiese naturalizado esta presencia
como un aire de cementerio que se cuela por los meandros de esta urbe
que, al mismo tiempo erige imponentes torres de cristal. Así, cada vez que
las retroexcavadoras hunden sus dientes para construir un nuevo
rascacielos, aparecen osamentas que, como una pesadilla, vuelven una y
otra vez.
Nuestra ciudad capital lleva en sí, a más de treinta años, las cicatrices que
marcaron su historia reciente. Tal vez es ya hora de ir restañando estas
heridas urbanas, borrando los nombres de avenidas que ofenden y
humillan a las nuevas generaciones con su vetusto griterío golpista de
antaño. Tal vez ha llegado ya el tiempo de que el viejo coro cómplice del
dictador comience a retirarse a sus cuarteles de invierno.
La ciudad, nuestra ciudad, como un hogar común, será un lugar grato y
habitable siempre y cuando aprendamos a limpiar su rostro de lágrimas y
heridas. Si queremos una ciudad más amable para todos, es el momento
de descontaminarla de aquellos infaustos signos. A lo mejor así logramos
que nuestros muertos descansen al fin en paz. A lo mejor así logramos
que vuelva a florecer la vida, siempre la vida, entre nosotros.
3.3.- El discreto encanto de la corrupción
Nuestro continente ha sido terreno propicio a toda suerte de
irregularidades de todo tipo. Se podría argumentar en el sentido que la
anormalidad, lo irregular, constituye uno de nuestros rasgos
característicos. Es por esto que nuestros grandes pensadores
latinoamericanos han propuesto la "disglosia" como impronta cultural de
39
nuestra América. Dos lenguajes coexisten entre nosotros, la lengua, la
escritura plasmada en una Constitución republicana que como una
marmórea estatua habla de nuestras grandezas y dignidades, cada Carta
Fundamental parece arrancada de un libro de historia y debe ser leída con
la voz del tribuno. El otro lenguaje lo constituye la realidad cotidiana, la
vox populi, la práctica soterrada de nuestra cotidianeidad.
Esta dualidad de voces se traduce en que una cosa es la realidad escrita
de nuestras leyes y otra muy distinta es cómo funcionan en la realidad
aquellas normas ideales. Esto se constata en todas la repúblicas
latinoamericanas, pues más allá de los discursos altisonantes de nuestros
próceres, vivimos sumidos en la medianía de prácticas irregulares y
anómalas, formas eufemísticas de nombrar la corrupción.
Cuando pensamos en la corrupción, se nos viene, casi automáticamente,
a la cabeza la idea de algún "Banana Country", alguna república de cartón
piedra emplazada en zonas tropicales o caribeñas, así, mentalmente
vamos de Guatemala a Panamá. Con algún esfuerzo reconocemos que
hay corrupción mayúscula en Colombia, Paraguay o Bolivia, pero nos
cuesta admitir que las mismas prácticas se encuentran en grandes países
como México, Brasil o Argentina. Y nos resulta casi imposible imaginar
tales prácticas en casa. Me excuso de citar bochornosos ejemplos, más
por economía que por pudor. Lo cierto, empero, es que la corrupción,
como las pulgas de un can, está presente en todas y cada una de
nuestras repúblicas. Diríase que es un rasgo estructural de nuestras
precarias formas políticas.
Chile, ciertamente, comparte esta lacra con las naciones de la región. Su
tortuosa historia reciente, con su secuela de cadáveres y dolor, no logra
ser opacada todavía por los brillos de una presunta modernidad. Por el
contrario, el regreso de la "democracia" hizo mucho más sutil aquella
"disglosia" en que nos movemos, al extremo de caer en un ethos
indiferenciado en que todos coinciden en celebrar el ahora para silenciar
el otrora. Chile es uno de los países más corruptos de nuestro continente,
en cuanto ha naturalizado, en sus prácticas sociales y políticas, un estado
de corrupción permanente.
Hemos perdido la costumbre de decir las cosas de manera clara y directa,
todo se torna evanescente y equívoco: la disglosia trae consigo la
amnesia. La política misma se ha transformado en una extensión del
discurso publicitario y la farándula. De este modo, el político se convierte
en un buhonero y saltimbanqui que entretiene a su público con sus
payasadas. El verdugo de ayer se ha travestido en figura pública u
hombre de negocios.
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Hoy nuestro país vive con fuerza la disglosia y la amnesia. La disglosia
asegura que el lenguaje edulcorado de una Constitución "democrática" no
guarde relación con la realidad cotidiana del país que asiste a la
impunidad de civiles y uniformados y a la consagración de la única libertad
posible en el Chile de hoy: la libertad de comercio. La amnesia borra del
imaginario todo signo que recuerde la felonía, los años oscuros de
persecución y muerte. Este doble lenguaje hace que la distancia entre lo
correcto y lo incorrecto quede abolida. Abolir la diferencia entre lo legal y
lo ilegal, la diferencia entre el negocio lícito y el dolo, en fin, la diferencia
entre un sano patriotismo y el crimen liso y llano, representa la forma más
sutil, profunda y refinada de corrupción.
3.4.-Políticamente Incorrecto
Ahora que Chile se aproxima a un proceso eleccionario, es bueno poner
en el tapete los "grandes temas", aquellos, precisamente, que no van a
estar en la agenda de los candidatos, aquellos de los que hablar no es
políticamente correcto.
Han transcurrido ya más de quince años desde el "retorno a la
democracia" y la verdad sea dicha, vivimos la sensación de estar en una
democracia puramente electoral que nos ha escamoteado muchos, casi
todos, los anhelos de una generación. Para quienes votamos por el NO y
luego apoyamos a los representantes de la primera Concertación
soñábamos con un país en se hiciera justicia, llevando a los tribunales a
civiles y uniformados involucrados en las felonías de la dictadura.
Soñábamos con un país más justo para todos en que los débiles, los
pobres, encontraran un lugar de dignidad en nuestra sociedad.
Soñábamos, en fin, con gobiernos que podrían meter las patas, pero
jamás las manos...
La Concertación, digámoslo con ruda franqueza, no ha estado a la altura
de aquella promesa: se tiene la sensación de haber cambiado a una
patota de criminales por una patota de sinvergüenzas. Uno a uno se han
ido derrumbando nuestros sueños y a cambio se nos propone un discurso
presuntamente neutro y tecnocrático que posterga infinitamente los
sueños, anhelos y utopías de aquellos años. Se ha privilegiado a los
sectores empresariales como motores del "desarrollo", se mantiene la
impunidad de los protagonistas de crímenes horrendos y los mismos
personeros concertacionistas no están exentos de oportunismo, codicia y
malas prácticas políticas. No se necesita ideología ni militancia alguna,
sólo un poco de decencia para advertir que al margen han quedado los
ancianos y jubilados, los trabajadores asalariados de la salud, de la
educación, los estudiantes universitarios pobres, es decir, la mayoría de
los chilenos.
41
Hoy las cúpulas de partidos quieren maquillar tanto desatino detrás del
rostro mediático de tal o cual candidato, hoy se nos pretende hacer creer
que ahora sí, que la próxima vez todo será distinto y mejor. Las plantillas
de políticos profesionales de cada partido de derechas, de centro y de
"izquierdas" vuelven sobre el maloliente caldo de cuarto enjuague a
vender más de lo mismo. Se nos promete esta vez un país globalizado
cuando habitamos una republica con minúscula, muy escasa en igualdad
para sus ciudadanos y de una imagen más que ambigua en el concierto
internacional.
Una vez que pase el ruido mediático y farandulero de las próximas
elecciones, pane et circus, una vez que cada cual vuelva a su rutina, ya
no se volverá a hablar de los grandes temas, ya nadie recordará que el
20% más rico concentra el 60% del PIB, nadie va a recordar que alguna
vez hubo chilenos que soñaron algo distinto de aquello que hoy están
construyendo los dueños de Chile.
3.5.- La política como Reality
Una de los rasgos que más llama la atención de nuestros actuales
candidatos o precandidatos presidenciales es su discreta estatura política.
Es evidente que ninguno de ellos posee la calidad de "figura", en el
sentido fuerte del término. Pareciera que no son ya los tiempos en que por
el contexto épico y la naturaleza apasionada del debate emergían
aquellos "monstruos" .
Al examinar el perfil de nuestros últimos presidentes, es claro que todos,
de algún modo, remitían a un espesor histórico, a un pasado político en el
que tuvieron un determinado protagonismo. Quizás, el caso más atípico lo
constituyó el gobierno y la persona del presidente Eduardo Frei (hijo), en
que su imagen se construyó exactamente desde aquel paréntesis,
reclamando para sí una "marca registrada".
Los debates son una puesta en escena, con libretos estrictos y pobre en
confrontación de ideas, con respuestas ambiguas y sin una clara
diferenciación entre los argumentos políticos de una y otra, el mentado
debate es más un Reality Show, una performance pseudo democrática en
que se ventilan ideas difusas cargadas de emotividad y no exentas de
cuestiones personales. Ni siquiera el formato y la escenografía logran
darle el tono de solemnidad cívica y democrática que se busca.
En la actualidad, ninguno de los candidatos concertacionistas o de la
derecha, y ni siquiera los dispersos liderazgos de la izquierda, logran
suscitar en la población aquella seducción apasionada de los políticos de
antaño. Estamos ante unos presidenciables que se juegan más bien en el
42
"minimalismo político", aunque sus respectivas maquinarias de marketing
intenten convertir en rugidos los tímidos maullidos de cada uno de ellos.
No es fácil responder a la pregunta por las causas que estarían
determinando este fenómeno. Constatamos, no obstante, que en todo el
espectro político se apuesta a establecer una presunta diferencia del
aspirante a presidente como una mera cuestión de imagen mediática.
Esto es así porque, a decir verdad, las ideas de las distintas opciones
resultan difusas, de escasa originalidad y bochornosamente parecidas. Lo
que resta es el "glamour" que puede exhibir cada personaje, el que debe
esforzarse en besar bebés, visitar mercados populares y realizar otras
actividades de proselitismo.
Las próximas elecciones presidenciales exhiben no sólo el desgaste y el
cansancio de ciertos discursos sino, especialmente, las nuevas
coordenadas culturales en que se inscribe la política contemporánea:
mediática y minimalista. Más que al grado cero de la política, asistiríamos
al ocaso de una generación que encarnó un tiempo histórico que va
quedando atrás y al surgimiento de un nuevo modo en que se instala lo
político en sociedades de consumo mediatizadas, con toda su carga de
individualismo, frivolidad e imágenes. En los inicios del siglo XXI, Chile
asistiría al nacimiento – ni más ni menos - de la política como consumo
suntuario.
Los próximos eventos políticos electorales, incluidos, por cierto, los
debates entre candidatos o precandidatos, no prometen mucho más de lo
que ya hemos visto todos los chilenos: la escenificación de un Reality,
algo monótono y ayuno de ideas novedosas e interesantes. Un juego
insulso en que las preguntas y las respuestas resultan previsibles.
Finalmente, la música clásica y el tono protocolar del evento, alcanzan
apenas para una suerte de sainete de escaso vuelo, acaso para un
simulacro, esperar otra cosa, a esta altura, pareciera mera ingenuidad.
3.6.- Globalización del "sueño chileno"
José Miguel Insulza, Secretario General electo de la OEA, logró alcanzar
dicho cargo tras una serie de negociaciones con los promotores de la
candidatura mexicana y, ciertamente, con altos funcionarios de la Casa
Blanca, pues, parodiando aquella sentencia de Pinochet, no se mueve
una hoja en Latinoamérica sin que lo sepa Washington. En este sentido, la
elección del ex ministro chileno no tiene nada de inocente y se inscribe,
sin lugar a dudas, en una suerte de estrategia alternativa del Imperio.
Nada nuevo bajo el sol: la OEA ha sido y es una especie de Ministerio de
Colonias del gobierno estadounidense. Su papel en la historia
43
latinoamericana ha sido y es más que bochornosa, avalando
invariablemente las políticas norteamericanas en la región. No seamos
ingenuos, el papel de "Bobito", como Fidel Castro ha bautizado a Insulza,
no podría ser muy diferente a lo obrado hasta aquí. De hecho, cabe
preguntarse sobre las condiciones exigidas por la administración
estadounidense de entonces para apoyar la candidatura chilena, apenas
horas antes de la elección con la visita de la señora Rice a Santiago, entre
las cuales los temas de Cuba y Venezuela no pudieron estar ausentes.
El papel de Chile como país modelo en el orden económico se extiende,
con la elección de Insulza, a modelo político para la región. Frente a la
emergencia de gobiernos con tintes de izquierda, como en Brasil o
Venezuela, cuyos gobiernos comienzan a enarbolar las banderas de la
soberanía frente al Imperio, el modelo político chileno aparece como un
"progresismo conservador". Se trata de promover una política que exhiba
toda la retórica democrática sin poner en riesgo las inversiones de las
trasnacionales; una democracia formal que lejos de enfrentar al
capitalismo multinacional se convierta en su mejor aliado. Así, el gobierno
de Santiago se propone como líder regional del nuevo orden regional, el
neocapitalismo latinoamericano: el "sueño chileno" como alternativa al
"sueño bolivariano".
Lo que aparece como un "triunfo diplomático" de la Concertación a nivel
continental pone en evidencia la nueva estrategia de la Casa Blanca hacia
América Latina. Superada la confrontación en el contexto de la llamada
Guerra Fría, cuyo epicentro estuvo marcado por la Revolución Cubana y
que generó confrontaciones militares locales como fueron las guerras
civiles en Centro América y los cruentos golpes de estado en el Cono Sur.
En la actualidad se busca, más bien, administrar Latinoamérica apelando
a democracias de baja intensidad. De este modo, se logra morigerar la
conflictividad social y domesticar a la población desde estrategias
mediáticas y de consumo. El complejo militar industrial cede así su
espacio al complejo militar mediático.
El "sueño chileno" se proyecta así a todos los países de la región, un
diseño sociocultural caracterizado por una sociedad de consumo de estilo
norteamericano, en que el mercado y los medios administran las
demandas sociales, reconfigurando todos los fundamentos identitario y,
en el límite, rearticulando la memoria histórica de América Latina.
3.7.- Salvador Allende en televisión
A más de tres décadas de aquel septiembre de 1973 la sociedad chilena
comienza a mirar en retrospectiva su historia reciente, tal es la frase
periodística que inaugura cualquier declaración de buena crianza. La
44
sociedad chilena se ve interpelada desde los medios de comunicación a
exorcizar los fantasmas que todavía la habitan. Así, los actores de otrora
vuelven a escena reclamando para sí protagonismos y culpas no
resueltas, militares y víctimas de un drama en que las cortinas del último
acto aún no acaban de caer.
Las actitudes, por cierto, frente a esta fecha son muchas y diversas. Para
algunos, el Golpe de Estado de 1973 marca uno de los momentos más
amargos en que el crimen y la tortura se enseñorean entre nosotros por
17 años; para otros, se trató de un mal necesario para salvar al país de
una inminente dictadura comunista; para la gran mayoría, empero, es la
más profunda apatía. Las nuevas generaciones parecen ajenas al drama
que, como cada septiembre, Chile vuelve a rememorar. Es interesante
hacer notar este distanciamiento generacional que se ha producido, de
algún modo hemos transitado desde una sociedad en que prevalecía el
relato épico a una sociedad cool, donde reina la indiferencia. Este
descrédito en que han caído ciertas narrativas emancipatorias corre
paralelo con la instalación de nuevas dramaturgias mass mediáticas. En
efecto, los medios de comunicación se han convertido en el eje en torno al
cual se articula la cultura contemporánea, son ellos los nuevos vectores
por donde transitan los signos, convertidos en imágenes, sonido o
palabra. En suma, la cultura está siendo sometida a un vasto y acelerado
proceso de hiperindustrialización que resulta ser el perfil económico
cultural de la sociedad globalizada actual. Este maridaje entre los medios
de comunicación y los grandes grupos económicos no es, en sí, nada
nuevo. Se podría argumentar que la industria cultural nace signada por la
tutela del gran capital, constituyendo en los hechos un mercado de ofertas
simbólicas sometido a los rigores de una economía capitalista.
Más allá de un diagnóstico frente a los modos de producción, circulación y
recepción de los mensajes en una sociedad capitalista, se ha venido
gestando otro fenómeno que corre paralelo al anterior y no menos vasto,
acelerado e intenso, nos referimos a cambios inéditos en los modos de
relacionarnos con los mensajes, esto es: modalidades inéditas impuestas
por el desarrollo de tecnologías. Así, junto a la expansión económica
cultural, asistimos a la expansión de nuevos modos de significación.
Podríamos afirmar que la industria mediática marcha en todo el mundo
desde la llamada Galaxia Gutenberg hacia la Galaxia Digital. El cambio
que supone el ocaso de la ciudad letrada y la irrupción de una ciudad
virtual, entraña mutaciones de fondo en distintos niveles y ámbitos. Por de
pronto, se está debilitando un orden social fundamentado en la escritura
que va desde la educación tradicional a las prácticas periodísticas, desde
el modo de hacer política a los modos de participación de las masas. Sin
embargo, hay mutaciones más sutiles que se relacionan con un nuevo
sensorium con todas las implicancias en los modos de percibir y procesar
45
la información tanto como en los perfiles psicosociales asociados al nuevo
estado de cosas.
Desde esta perspectiva, resulta interesante y sintomático lo que ha
ocurrido con los acontecimientos del 11 de septiembre en Chile. Por estos
días se multiplican los especiales sobre dicho acontecimiento; de algún
modo, los medios recogen en imágenes y sonidos una cierta memoria
traumática de la sociedad chilena. Los filmes que marcaron la actualidad
de la época se han tornado documentos históricos, de este modo la
imagen ve desplazada su estatuto, ha sido desprovista de su valor
informativo referencial e incluso ha sido expurgada de su carga
connotativa ideológica para devenir superficie y remembranza. La
mediatización no sólo es capaz de construir el presente sino también
reconfigurar la historia.
Las imágenes masterizadas en blanco y negro han cristalizado un
instante, al igual que aquellos óleos sobre tela, esta poshistoria es, de
algún modo naturaleza muerta. Las cintas de aquella época expanden un
presente que ha quedado registrado en el imaginario colectivo, entre
volutas de humo negro las llamas salen de La Moneda lamiendo nuestra
mirada desde el pandemónium, capital del infierno. El holocausto, empero,
ya no nos impele a acción alguna ni reclama nuestra adhesión, la imagen
ya no es ni épica ni militante sino pura mediación, las llamas ya no nos
queman. La sociedad chilena ritualiza de este modo aquel instante en que
sí se chamuscó, experiencia exorcizada cada vez que escuchamos la voz
del Presidente Allende, prometiéndonos la edénica Alameda de las
Delicias.
La pantalla suspende el dolor y la pasión propia de víctimas y victimarios,
las imágenes, en tanto documentos autentificados, exigen cierta asepsia.
Es interesante notar que la dimensión documental se consolida tanto más
cuanto la imagen se propone como no contaminada: es claro que detrás
de esta pretensión se esconde el supuesto periodístico de la objetividad.
La operación televisual consiste entonces en proponer la imagen como
exenta de pasión y contaminación ideológica, de suerte que los
documentos expuestos, sin las anteojeras de aquella circunstancia, logran
poner en perspectiva los acontecimientos: verosímil periodístico que
permite construir un verosímil mediático.
La virtualización de la historia sólo es concebible desde este doble
movimiento, por una parte un conjunto de supuestos epistemológicos que
autentifiquen la imagen como documento y, por otra parte la puesta en
relato de una serie de acontecimientos. Al conjugar la pretensión mimética
de las imágenes con una cierta organización temporal, surge ineluctable
un constructo que llamamos verosímil o transcontexto. La paradoja de la
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trascontextualidad massmediática estriba en que al poner en relato
imágenes de documento construye, precisamente, un tiempo ahistórico,
sine data, el espacio de la mitología y la poshistoria que se resuelve en un
presente perpetuo.
3.8.- El consumo como consumación
Las sociedades de consumo exteriorizan el estadio último de las
sociedades tardocapitalistas en cuanto en ellas una función económica
como el consumo deviene función simbólica o consumismo, es decir,
habla social o cultura. En este sentido, la cultura del consumo no es otra
cosa que la consumación de la mitología burguesa en tanto se ha abolido
toda relación que no remita a la mercantilización de la vida. Al afirmar que
el consumo se ha hecho cultura queremos enfatizar que la
mercantilización en el seno de las sociedades burguesas se ha instalado
como sentido común, y por lo mismo desaparece del imaginario. La
sociedad burguesa ha llegado al punto de hacerse sociedad anónima
mediante un proceso que algunos han llamado ex - nominación, esto es,
mediante la extinción de toda impronta hegemónica, de todo indicio que
delate la característica estructural fundamental del capitalismo, la
inequidad en la distribución de la plusvalía.
El nuevo diseño socio - cultural que representan las sociedades de
consumo es un complejo que reconoce, desde luego, como uno de sus
vértices centrales lo que podríamos llamar el polo histórico objetivo. En
efecto, la mercantilización de la vida es un tramado relacional que opera
en la cotidianeidad de los actores, tanto a nivel individual, familiar o
comunitario. En pocas palabras, las sociedades de consumo trazan
nuevos perfiles psicosociales o como dirían los clásicos, un nuevo
carácter social. A riesgo de enunciar un truismo, digamos que la cultura de
consumo crea consumidores. Esto significa que la figura del consumidor
emerge allí donde otrora habitó el ciudadano. La silueta del consumidor no
es aquella imagen idílica del sujeto a su libre albedrío frente a una
diversidad de ofertas que le seducen, por el contrario, el consumidor
representa el estado actual de control social en sociedades de consumo.
Lo que ha variado es, insistamos, el tramado relacional. Las sociedades
de consumo, entonces, se afirman en un segundo vértice que no es otro
que el polo subjetivo. Uno de los diagnósticos más cautivantes a este
respecto se refiere al llamado narcisismo socio - genético.
En este marco de análisis, expuesto muy sucintamente, resulta pertinente
preguntarse por las ofertas televisivas cuyo contenido remite a los
sucesos de septiembre de 1973. En una primera mirada, llama la atención
que la programación televisiva ha visto multiplicarse los especiales sobre
el Golpe Militar, en vísperas, precisamente del 30º aniversario de aquel
47
evento. Los medios de comunicación actualizan súbitamente un hecho
que ha estado latente durante años; pareciera que, de pronto, la figura de
Allende y “los mil días de la Unidad Popular” se han tornado
tremendamente telegénicos. Una primera observación, notemos que se ha
generado una suerte de competencia entre los diversos canales de la
televisión abierta por ocuparse del tema: entrevistas, testimonios,
imágenes inéditas. Una segunda observación, esta presencia televisiva de
los años 70 extiende un fenómeno más amplio, cual es que muchos
objetos y discursos revolucionarios de la época han sido reciclados por el
mercado, convirtiendo los símbolos revolucionarios en souvenirs y
fetiches.
La operación televisual consiste en ofrecer un producto aséptico en
cuanto pasado cuasi - mítico, el formato pasatista convierte las imágenes
del Golpe Militar en algo descontaminado y soft, al igual que los gags
publicitarios, éstos deben estar desprovistos de toda connotación hiriente
o dolorosa, de suerte que el mensaje encuentre la más amplia aceptación
posible. Ahora los contenidos propuestos como hechos de nuestra historia
ya no apelan a grandes valores, no se trata de reeditar un llamado a la
convicción, se trata de un llamado desde la seducción. Las imágenes del
Golpe Militar han sido mediatizadas, esto quiere decir que se han inscrito
en coordenadas del mercado de ofertas icónico-discursivas y, en cuanto
ofertas apelan a la pulsión de los consumidores, seduciendo a las masas
desde una retórica cool. Así como los carteles que cumplieron una función
comunicativa estratégica se reciclan en tanto objetos estéticos, las
imágenes de los 70 se reinstalan en el circuito de la televisión como moda
rétro en que se anula todo presunto referente histórico y todo significado
político concreto, sólo resta la imagen como superficie, como significante.
Si aceptamos que las imágenes registradas en los archivos televisivos no
son sino significantes, cabe preguntarse por el lugar que ocupan hoy. Tal
como hemos afirmado, las imágenes en cuestión han sido desprovistas de
algún significado ideológico o político en el cual fueron concebidas en su
momento, sin embargo no se puede colegir, de buenas a primeras, que
tales imágenes no cumplan hoy una función política.
En efecto, la transcontextualización se verifica en un tiempo ahístórico,
tiempo poshistórico. La cristalización temporal permite que lo audiovisual
se espacialice en su propia virtualidad. La historia deviene así una serie
infinita de espacios - ocurrencia, avatares. Al igual que en el Game Cube
de Nintendo podemos recorrer los casos o juegos como universos
cerrados en que cada espacio virtual estatuye su propia legislación. Esta
fragmentación de todo discurrir histórico transforma las coordenadas
espacio temporales, invitándonos a los vértigos de lo que se ha dado en
llamar el espacio de flujos.
48
El hecho de que bajo la rúbrica Golpe de Estado se nos proponga un
cosmos que curva su propio espacio impide actualizar políticamente los
eventos puestos en relato. Si los hechos que se nos relatan generan su
propio espacio virtual, resulta muy difícil establecer una conexión entre
tales eventos y nuestra vida actual, tanto a nivel macroestructural como
cotidiano. La transcontextualización no hace posible establecer relaciones
entre un juego y otro. El universo cerrado se articula desde la lógica del
relato, por lo tanto no excluye la figura del antagonista, por ello los
programas relativos al Golpe no se cansan de demonizar a Pinochet,
operando una verdadera catarsis que, lejos de politizar el ambiente lo
despolitiza aún más. La tensión que se propone entre víctimas y
victimarios se administra desde la narratividad, en tanto la apoliticidad
está garantizada por la transcontextualización.
Las imágenes del Golpe de Estado circulan hoy sin mayores trabas,
diríase que hay una saturación de imágenes televisivas que en su exceso
se tornan inanes. Nuestra historia reciente entra así en la lógica mediática
en que la circulación de productos se apega a los principios de la
seducción, lo efímero y la diferenciación marginal. La industria televisiva,
en particular, ha convertido los años de la UP en un tópico digno de
ocupar un estelar periodístico en Prime Time. El relato nos ofrece el
suspense, el backstage, hablan los protagonistas, víctimas y victimarios
en un plano de equivalencia nos refieren las vivencias y pormenores de
aquellos días. Esta apertura de la pantalla a temáticas que han sido un
tabú durante muchos años no es, como pudiera pensarse, un paso más
hacia la democracia plena sino, al revés, una clausura.
Las llamas de La Moneda hacen visible la manida metáfora de un país
incendiado por las pasiones políticas. Los íconos culturales de los setenta
reeditan su drama: las cenizas de pasiones y sueños. Ese momento otro
sólo encuentra su lugar en la televisión, en imágenes de archivo, en la
memoria virtualizada. Como no es posible encontrar vasos comunicantes
entre aquel tiempo otro y el hoy, surge inevitable la extemporaneidad.
La mediatización de las imágenes del Golpe Militar cierra la historicidad
inmanente al suceso e inaugura su mitificación. La apoliticidad
poshistórica cumple así una función política a favor del statu quo. El poder
y el orden están asegurados en cuanto su reciente y traumático
nacimiento ha sido desplazado a la serie mediática como una efeméride
más de nuestra historia. Esta ex - nominación oculta todo origen, de este
modo el actual orden de cosas se naturaliza en el imaginario social. El
consumo se hace consumación, las imágenes puestas en los circuitos del
mercado simbólico de masas - mediatización - consuman absolutamente
la mitología poshistórica. No sólo han desaparecido las víctimas sino
también los victimarios, hoy desparecen, incluso, las huellas históricas de
49
aquel acontecimiento. El crimen perfecto es aquel que carece tanto de un
cuerpo del delito como de culpables y huellas en la memoria. En esta
estrategia de la desaparición lo único que queda es la oquedad donde una
vez se escenificó el drama histórico, el vocinglero vacío de extensos
reportajes salpicado de testimonios, imágenes, siluetas y rostros de
antaño.
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4.- El Espejismo del Desarrollo
4.1.- Cartografía de la miseria
Hace ya más de cinco siglos que el mundo americano irrumpe en la
historia como un híbrido que ha sido descrito como Indo-Afro-Ibero
americano. Lo cierto es que en la actualidad este subcontinente se debate
en una creciente miseria en los márgenes de la llamada sociedad global.
América Latina se define hoy más por sus carencias y frustraciones que
por su presencia en el mundo. En una mirada de conjunto, emerge una
zona en donde la pobreza es la norma, aún en los países más exitosos de
la región, como Chile, más del 20% de la población vive con menos de
dos dólares diarios, porcentaje que sube a más del 50% en países como
Guatemala o Ecuador. Próximos al bicentenario en la mayoría de las
repúblicas latinoamericanas, sus pueblos se debaten en la cesantía y la
miseria.
Tras la experiencia traumática de guerras civiles, como en América
Central, o de dictaduras militares como en el Cono Sur, estamos sumidos,
como suele decirse eufemísticamente, en democracias de baja intensidad,
cuyos límites son la injusticia social, la impunidad, la corrupción pública y
privada y un malestar generalizado. El diagnóstico no puede ser sino muy
pesimista. Desde una perspectiva de derechas, democracia y desarrollo
parecieran términos excluyentes; desde una perspectiva de izquierdas
ocurre otro tanto con la ideas de capitalismo de mercado y justicia social.
El modelo neoliberal proclamado por el Fondo Monetario Internacional, al
cual adhieren la mayoría de los gobiernos de la región ha acrecentado la
desigualdad social, de hecho Chile ocupa un protagónico lugar en este
triste ranking del Banco Mundial.
Desde una perspectiva tecnoeconómica es claro que nuestro precario
salto al desarrollo carece de un fundamento tecnológico sólido, esto limita
y compromete nuestras posibilidades de inserción en los mercados
mundiales. Desde una perspectiva política, las democracias de baja
intensidad enmascaran un orden arcaico cuya legitimidad se sostiene, en
la mayoría de los casos, en febles consensos al interior de cúpulas
políticas disociadas de los procesos sociales, cuando no, como en el caso
chileno, en pactos tácitos con las élites castrenses y empresariales. Por
51
último, desde una perspectiva cultural, vivimos la consolidación plena de
lo que se ha llamado una cultura tecno-urbana-masivo-consumista que ha
desestabilizado las claves identitarias de nuestros pueblos poniéndolos a
merced de consorcios mediáticos transnacionales, arrastrando a vastos
grupos en nuestras urbes a una economía informal que limita con la
delincuencia, el narcotráfico y la violencia. Si a todo lo anterior se suma un
contexto económico internacional complejo y, por momentos, adverso, y
un déficit grave en la calidad de la educación, no se puede sino colegir
que cualquier opción de desarrollo es una ilusión.
Los países latinoamericanos no sólo han dejado de ser potenciales NIC’s
como Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong o Singapur sino que se
aproximan peligrosamente a aquello que se ha dado en llamar ENI’s
(Economías Nacionales Inviables). En medio de la más grave crisis
económica del capitalismo global, la cuestión presente en la mayoría de
nuestros países ya no es el desarrollo o el crecimiento, sino más bien la
desesperación por no caer en el abismo. Los casos de Colombia y
Argentina muestran, dolorosamente, los extremos de este espectro.
Ante un panorama tan desolador en lo económico y político, surgen aquí y
allá de lo más profundo de las sociedades latinoamericanas nuevas
formas de organización solidaria que van desde el trueque a comunidades
de cesantes y pobladores de las villas miseria, desde ollas comunes a
experiencias de reciclaje o pequeñas publicaciones para los marginados:
estamos ante brotes de una cultura solidaria, sustentable y a escala
humana. En medio de la oscuridad de la hora presente para cientos de
miles de latinoamericanos pobres, surgen vigorosos gestos que nos
permiten, todavía, mirar el porvenir con moderada esperanza.
En la actual sociedad globalizada que apuesta a la alta tecnología y al
modo informacional de desarrollo, América Latina ha quedado rezagada
junto a extensas zonas del África subsahariana y Asia, en los extramuros
de las sociedades ricas; aunque la demagogia de nuestros gobiernos se
esfuerza por demostrar lo contrario. Cada cierto tiempo los organismos
internacionales y la prensa especializada nos proponen milagros
económicos en nuestra región, tan efímeros como insustanciales. Así,
hemos conocido el milagro brasileño en los sesenta, el milagro
venezolano en los setenta y durante los noventa se pretendió convencer
al mundo de que el Chile heredado de Pinochet era, finalmente, otro
milagro. La realidad ha mostrado, sin embargo que nuestra América pobre
no es tierra propicia para el nacimiento de tigres, ni siquiera en cautiverio.
El desarrollo ha sido un habla desde la que se ha proferido como
promesa. Esta habla (parole) ha reclamado su lengua (langue) tanto a las
narrativas políticas como a las narrativas tecnoeconómicas. Está demás
52
decir que tal promesa no ha sido plasmada en las sociedades históricas
sino como mito y utopía. El desarrollo encuentra su positividad en un
espacio discursivo que se instala en el no tiempo, sólo en ese plano lo
impensable se torna pensable. Esta sospecha ha sido ya señalada por
algunos teóricos, entre ellos, el peruano De Rivero: “Los teóricos que
elucubran sobre la riqueza de las naciones y los tecnócratas que se
especializan en elaborar proyectos para elevar la producción y los niveles
de vida pueden caer en el error diseñando modelos de desarrollo, pero
jamás dudan sobre la posibilidad misma del desarrollo. Para ellos, pensar
sobre la imposibilidad del desarrollo es pensar lo impensable”.
Ciertamente, nuestro lenguaje cotidiano delata la certeza en la promesa,
ya no se habla de países en la miseria o subdesarrollados sino en vías de
desarrollo, expresión que más allá del eufemismo evidente muestra una
mirada evolutiva de raigambre darwiniana según la cual los Estados –
naciones poseen de suyo el potencial para llegar a ser un día sociedades
plenamente desarrolladas: he ahí el elemento central del mito, la
necesariedad de su advenimiento.
En una suerte de optimismo y fe en la felicidad humana han coincidido
teóricos liberales y marxistas. Entre los más contemporáneos voceros de
esta mitología se cuentan, entre muchos, Walter Rostow, del MIT y desde
luego Francis Fukuyama. La situación actual, entonces, es que nos
encontramos inmersos en una cultura fervorosa del progreso y del
desarrollo, al extremo que éste ha sido declarado por la ONU como un
derecho, en la resolución 41/128 de la Asamblea General en 1976.
Conviene tener presente las advertencias de De Rivero: “Sin embargo, el
mito del desarrollo, por tener connotaciones casi religiosas de esperanza y
salvación de la pobreza, es invulnerable a la experiencia de los últimos 40
años, que nos dice que la mayoría de los países no se han desarrollado.
La naturaleza mítica del desarrollo hace que los políticos en las
sociedades pobres continúen insistiendo en “cerrar la brecha” que las
separa de las sociedades industrializadas capitalistas tratando de replicar
sociedades de consumo nacionales infinanciables e insustentables”
Una de las críticas más sólidas a los portavoces del desarrollo es su clara
tendencia cuantofrénica que suspende todo análisis cualitativo histórico
cultural: esto es, el progreso social no lineal, factores éticos y ecológicos,
sólo por mencionar algunos “olvidos”. Un enfoque que nos parece más
que pertinente es revisar la noción de desarrollo como promesa y relato,
es decir como una suerte de codificación cultural inmanente a la historia
contemporánea, sea como dispositivo del discurso político, sea como
reclamo de legitimidad para estrategias tecnoeconómicas.
Desde nuestro punto de vista, es posible aproximarse a la noción de
desarrollo desde una perspectiva cultural, es decir, se puede ver el
53
problema del desarrollo como lenguaje. Siguiendo a J.F. Lyotard,
tomamos como punto de partida la idea según la cual lo postmoderno se
define como una desconfianza respecto a los metarrelatos. Esta
disolución de los functores narrativos nos obliga a pensar la
contemporaneidad desde las meras valencias pragmáticas. Pensar pues
el desarrollo desde la mitología al uso es restituir un holos narrativo que
entraña una promesa que contiene, a lo menos, una pretensión de
legitimación en la eficacia, desde una lógica sistémica input/output. “Esta
lógica del más eficaz es, sin duda, inconsistente a muchas
consideraciones, especialmente a la contradicción en el campo socio –
económico: quiere a la vez menos trabajo (para abaratar los costes de
producción), y más trabajo (para aliviar la carga social de la población
inactiva). Pero la incredulidad es tal, que no se espera de esas
inconsistencias una salida salvadora, como hacía Marx”
La contradicción socio económica fue señalada en su momento, casi
proféticamente, por uno de los padres de la cibernética y ha sido
explorada a partir de un caso prototípico como es el de la población
afroamericana en los Estados Unidos por J. Rifkin en su libro “El fin del
trabajo”: “Hace más de cuarenta años, en los albores de la edad de los
ordenadores, el padre de la cibernética, Norbert Weiner, advirtió de las
posibles consecuencias adversas de la aplicación de las nuevas
tecnologías de la automatización. “Recordemos”, decía, “que la máquina
automática...es justo el equivalente económico del trabajo con esclavos.
Cualquier forma de trabajo que compita con él deberá aceptar las
consecuencias económicas del trabajo de esclavos.” No es, pues,
sorprendente que la primera comunidad en quedar devastada por la
revolución de la cibernética fuese, precisamente, la comunidad de color de
América. Con la introducción de las máquinas automáticas se hizo posible
sustituir millones de trabajadores afroamericanos por formas inanimadas
de trabajo de menor coste, de manera que afectaba de nuevo a una
comunidad que ha estado siempre en la parte inferior de la pirámide
económica, primero como esclavos en las plantaciones, después como
aparceros y finalmente como mano de obra no cualificada en las fábricas
y fundiciones del norte del país”. Es claro que la simple operatividad no
nos lleva a distinguir los planos de lo justo ni, mucho menos, de lo
verdadero. Sumidos en la dimensión pragmática del lenguaje, sólo
prevalece la heterogeneidad de los juegos de lenguaje. De este modo,
queda instalada la pregunta: ¿Dónde puede residir la legitimación
después de los metarrelatos?
De acuerdo a ciertos teóricos como Manuel Castells, en el momento
actual se estaría instaurando un nuevo modo de desarrollo, entendido en
el sentido que le da este autor a este concepto: “Así, los modelos de
desarrollo son las fórmulas tecnológicas mediante las cuales el trabajo
54
actúa sobre la materia para generar el producto, determinando en último
término el nivel de excedente. Cada modo de desarrollo queda definido
por el elemento que es fundamental para determinar la productividad del
proceso de producción. En el modo de desarrollo agrario, los incrementos
en el excedente son resultado de un incremento cuantitativo del trabajo y
de los medios de producción, incluida la tierra. En el modo de desarrollo
industrial, el origen del incremento del excedente se basa en la
introducción de nuevas fuentes de energía, así como en la calidad del uso
de dicha energía. En el modo de desarrollo informacional, sobre cuyo
surgimiento vamos a hipotetizar, la fuente de la productividad se basa: en
la calidad del conocimiento, el otro elemento intermediario en la relación
entre fuerza de trabajo y medios de producción” En efecto, en los últimos
decenios, hemos asistido a una verdadera revolución cuyo epicentro no es
otro que la calidad del conocimiento o el llamado knowledge value. Así,
por ejemplo, Taichi Sakaiya, como muchos otros, anuncia lo que se ha
dado en llamar “la sociedad del conocimiento” Las tesis de Sakaiya se
inscriben entre las de aquellos autores que vienen anunciando desde
hace años una mutación antropológica, esto es: un cambio radical en la
cultura humana. Según Sakaiya, uno de los puntos centrales de este
nuevo estadio de la civilización lo constituye la acumulación y el
procesamiento de una cantidad enorme de información y saber:
Puede que apelar al conocimiento como fuente explicativa central de los
modos de desarrollo aparezca como un truismo, pues, en rigor, esto ha
sucedido desde los albores de la historia humana. Castells, empero, nos
advierte: “Se debe comprender que el conocimiento interviene en todos
los modelos de desarrollo, ya que el proceso de producción está basado
siempre en algún nivel de conocimiento. De hecho, ésa es la función de la
tecnología, ya que la tecnología es “el uso del conocimiento científico para
especificar maneras de hacer las cosas de un modo reproducible”. Sin
embargo, lo que es específico del modo de desarrollo informacional es
que en este caso el conocimiento actúa sobre el conocimiento en sí
mismo con el fin de generar una mayor productividad” Lo inédito estriba,
entonces, en que es el conocimiento el que genera nuevo conocimiento
como fuente de productividad en cuanto impacta los otros factores del
proceso de producción. En el modo informacional de desarrollo (MID), el
centro lo ocupa el desarrollo tecnológico. Conviene detenerse en este
aspecto y evaluar la posición de los países más pobres en este nuevo
escenario mundial. En su célebre Informe sobre el saber, Lyotard constata
que: “Se sabe que el saber se ha convertido en los últimos decenios en la
principal fuerza de producción, lo que ya ha modificado notablemente la
composición de las poblaciones activas de los países más desarrollados,
y que es lo que constituye el principal embudo para los países en vías de
desarrollo. En la edad postindustrial y postmoderna, la ciencia conservará
y, sin duda reforzará más aún su importancia en la batería de las
55
capacidades productivas de los Estados – naciones. Esta situación es una
de las razones que lleva a pensar que la separación con respecto a los
países en vías de desarrollo no dejará de aumentar en el porvenir” La
miseria científico – tecnológica se hace patente si pensamos, con De
Rivero, que el 75% de la población mundial habita los países pobres
(4.800 millones, aproximadamente), pues bien, en estos países se
concentra apenas el 7% de científicos con una inversión próxima al 2% en
R&D (Research and Development), produciendo un exiguo 3% del
software.
Pensar el desarrollo como MID, en que el procesamiento de información
transforma los procesos productivos y reestructura el capitalismo a nivel
mundial repone, en alguna medida, el supuesto holístico de un solo
camino viable e inevitable hacia el desarrollo. De alguna manera, se
advierte en la hipótesis de Castells una tendencia hacia un discurso
unificador, una suerte de monolingüismo que excluye la heterogeneidad
de los juegos de lenguaje, las hablas de lo diverso. Este punto nos
parece crucial a la hora de reflexionar sobre la “brecha digital” en América
Latina, pues nos encontramos ante una paradoja según la cual nuestro
acceso a las nuevas tecnologías es el precio de nuestra
contemporaneidad, pero al mismo tiempo ello lleva implícita las
condiciones de nuestra dependencia, es decir de nuestra no –
contemporaneidad.
América Latina ha transitado desde un habla que privilegiaba la
componente político – ideológica a un habla que se funda en lo tecnoeconómico, en ambos momentos, empero, se mantiene inalterada la
promesa utópica, el énfasis cuantitativo (infraestructural), con un claro
descuido de cuestiones tan centrales como los usos, la nueva pragmática
que supone la articulación de una nueva lengua. Como bien escribe
Martín Barbero: “La innovación en el ámbito tecnológico no es
acompañada ni de lejos por la innovación en la programación, los usos
sociales de las potencialidades nuevas no parecen interesar en absoluto a
los productores y programadores” Al igual que los primeros habitantes de
América, nos encontramos ante el advenimiento de una nueva lengua que
debemos confrontar con nuestro universo cultural: estatuir nuestros juegos
de lenguaje en la pragmática del saber contemporáneo. En este sentido,
el papel de la investigación socio – cultural entre nosotros consiste más
bien en plantear las preguntas sobre la realidad objeto de estudio.
Cuando Inmmanuel Wallerstein revisa los escritos de Gunnar Myrdal a
propósito de los dos grandes dilemas morales y políticos de nuestro
tiempo, el subdesarrollo y el racismo, llega a una conclusión más que
desalentadora: “…los dilemas a los que Myrdal dedicó su vida intelectual
son más inquisitivos e intrincados de lo que él pensaba. Myrdal parecía
56
creer, a la manera de un psicoanalista, que una vez que revelara los
mecanismos implícitos y las racionalizaciones ocultas de las
contradicciones existentes entre los valores sociales y las realidades
sociales, la sociedad como paciente reajustaría su manera de funcionar.
Sin embargo, los dilemas del racismo y el subdesarrollo no son tan
maleables, pues constituyen el tejido mismo de nuestro sistema histórico
actual; no son males curables, sino características definitorias. Sus
manifestaciones pueden cambiar, pero su realidad es constante”
Si la existencia del subdesarrollo es consustancial al actual sistema
mundo en cuanto a una distribución no equitativa de la plusvalía, y por
tanto no se trata de un “mal curable” sino de una característica esencial,
entonces, la brecha digital puede ser entendida como la más reciente
manifestación de esta constante. A partir de lo anterior, el discurso
terapéutico, la promesa utópica, según el cual la educación nos hará
iguales y sólo se trata de que las naciones pobres asimilen las
habilidades, los valores y el saber de las naciones desarrolladas, se
desdibuja. La brecha tecnológica no es sino una manifestación última de
una constante política: legitima las desigualdades, en tanto las supone
transitorias y, al mismo tiempo, instala su superación en un tiempo mítico
que nunca ha de llegar. Puestos ante este impasse histórico lo nuevo no
radica en la llamada brecha tecnológica que separa a las sociedades
desarrolladas de nosotros, lo nuevo son las interrogantes que se abren
frente a nosotros. Quizás allí radique nuestra oportunidad, la posibilidad
de replantear las preguntas ante un mundo que ha variado su régimen de
significación. ¿Cómo pensar, pues, nuestra condición de marginalidad en
un mundo digitalmente globalizado? , o como diría Wallerstein ¿Cuál es la
demanda tras la demanda de desarrollo? ¿Qué juegos de lenguaje
podemos balbucir en la heterogeneidad – mundo? En definitiva, ¿es el
desarrollo una posibilidad histórica o una mera ilusión?
Admitiendo el supuesto de Wallerstein en cuanto a que la exclusión no es,
en rigor, un conjunto de “males curables”, ello no significa abandonarnos a
la desesperanza y la inacción. Lo sensato, a nuestro entender es matizar
dicha constatación, pues advertimos que las naciones no se ordenan en
blanco y negro sino en un espectro que reconoce grados diversos de
desarrollo. Si bien no hay razones para un optimismo excesivo, no es
menos cierto que hay buenas razones para pensar que la introducción de
las nuevas tecnologías puede llegar a ser una herramienta interesante
para alcanzar más y mejores estándares de vida para vastos sectores del
otrora llamado Tercer Mundo.
Las TIC’s poseen, indiscutiblemente, un potencial nada desdeñable en
áreas tan sensibles como los procesos productivos y muy especialmente
en la educación. Así, entonces, asumiendo la hipótesis de que, en efecto,
57
el capitalismo entraña una lógica de la inequidad y la violencia, asumamos
también la responsabilidad en torno a aquellos “males curables”, único
modo de ensayar respuestas posibles a preguntas de suyo inciertas. A
este respecto el caso de Chile es paradigmático, un pequeño país que ha
duplicado su PIB, y que no obstante su inserción relativamente exitosa, no
ha sido capaz de modificar en lo fundamental la distribución desigual de
los ingresos y, mucho menos, dar un salto cualitativo en áreas clave como
son la educación, la investigación y la incorporación de tecnologías en los
procesos productivos. Esto que en una primera lectura es un diagnóstico
pesimista, señala al mismo tiempo un espacio de maniobra de aquellos
“males curables” cuya solución depende más de nuestros esfuerzos que
de coordenadas mundiales. ¿Cómo explicar la lamentable legislación
laboral?. ¿Cómo explicarse el estado de precariedad en que se debate
nuestra educación ¿ ¿Cómo justificar la desigualdad insultante entre los
chilenos? ¿Cómo asumir pasivamente las arcaicas estructuras políticas
que nos rigen? En pocas palabras, ¿cómo excusar la negligencia de las
élites locales para distribuir los beneficios de la inserción en una economía
global?
Cualquier concepto de desarrollo se inscribe en el contexto de los
llamados proyectos modernizadores, es decir, esfuerzos por incorporar a
nuestros países a una cierta modernidad. Es claro que esto ha provocado
transformaciones profundas en la conformación de nuestras claves
identitarias así como los imaginarios colectivos y los procesos económicoculturales de producción, distribución y recepción simbólicas. En términos
generales se distinguen tres grandes proyectos modernizadores que han
redefinido cada vez la noción de desarrollo, a saber: el proyecto liberaloligárquico, el proyecto desarrollista industrializador y el más reciente, el
proyecto neoliberal globalizador. Cada proyecto modernizador puede ser
entendido como un lenguaje que pretende responder a un contexto
histórico dado. Nos concentraremos, precisamente, en estas dos últimas
etapas para detectar en ellas no sólo las rupturas sino, además, no pocas
continuidades. En efecto, en el caso chileno, la transición entre ambas
concepciones ha sido traumática y, en este sentido, se podría afirmar que
el neoliberalismo se ha erigido contra el modelo anterior, acentuando los
contrastes.
Desde nuestra perspectiva, nos interesa poner de relieve el papel central
de las tecnologías, en particular de las llamadas TIC’s, en el imaginario
del desarrollo y la sospecha de un cierto décalage entre éstas y su uso,
esto es, una no contemporaneidad. Como sostiene Martin-Barbero: “Se
trata de la no contemporaneidad entre los productos culturales que se
consumen y el ‘lugar’, el espacio social y cultural, desde el que esos
productos son consumidos, mirados o leídos por las mayorías en América
Latina”. En toda su radicalidad, la tesis de Martin-Barbero adquiere el
58
carácter de una verdadera esquizofrenia: “…en América Latina la
imposición acelerada de esas tecnologías ahonda el proceso de
esquizofrenia entre la máscara de modernización, que la presión de las
transnacionales realiza, y las posibilidades reales de apropiación e
identificación cultural”. Examinemos de cerca esta hipótesis de trabajo.
Podemos advertir que la afirmación misma apunta a dos órdenes de
cuestiones que se nos presentan ligadas, por una parte la “imposición de
tecnologías” y, por otra, las “posibilidades reales de apropiación”. Desde
nuestro punto de vista, la primera se inscribe en una configuración
económico-cultural en que las nuevas tecnologías son el fruto de la
expansión de la oferta a nuevos mercados, así nos convertimos en
terminales de consumo de una serie de productos creados en los
laboratorios de grandes corporaciones, productos, por cierto, que no son
sólo materiales (hardwares) sino muy especialmente inmateriales
(softwares). La segunda afirmación contenida en la hipótesis dice relación
con los modos de apropiación de dichas tecnologías, es decir, remite a
modos de significación. Podríamos reformular la hipótesis de MartinBarbero en los siguientes términos: América Latina vive una clara
asimetría en su régimen de significación, por cuanto su economía cultural
está fuertemente disociada de los modos de significación.
Esta asimetría se profundiza en la medida que se incorporan a nuestras
sociedades nuevos dispositivos tecnológicos sin un correlato de desarrollo
social y cultural. Ahora bien, afirmar que esta asimetría no es sino una
máscara de modernidad supone que la modernidad en nuestras
sociedades constituye una falsa conciencia cuando no una impostura, sin
reconocer que, por el contrario, la modernidad es el vector cultural central
que condiciona el concepto de desarrollo tanto durante el desarrollismo
industrialista como en la actualidad. Junto a la imagen de la máscara
subyace el supuesto de que una vez que la quitemos emergerá el rostro
genuino y verdadero de nuestros pueblos. Nos parece que la máscara es
nuestra modernidad y que no existe ese espacio histórico antropológico
que reclama nuestro autor, no hay un detrás de la máscara. La pregunta
que se instala aquí es hasta qué punto los actuales lenguajes del
desarrollo responden a los desafíos sociales, ecológicos y culturales del
siglo XXI.
4.2.- Exclusión y Brecha Digital
Uno de los prejuicios más corrientes a la hora de plantear la llamada
brecha digital, es no delimitar con nitidez el nivel en que ésta se realiza.
Numerosos autores proponen una crítica de Internet y de las TIC’s en
términos tales que lejos de aportar visiones nuevas, sólo reeditan
consabidas visiones ideológicas. Así, por ejemplo, Armand Mattelart sólo
59
advierte la reproducción de un antiguo mito en la promesas de la nueva
tecnología: “La reproducción cíclica del discurso sobre las virtudes
taumatúrgicas de la comunicación encubre en realidad otro bien distinto,
el de la Realpolitik de la lucha por el control de los dispositivos
comunicacionales y por la hegemonía sobre las normas y los sistemas...
En un mundo huérfano de grandes utopías políticas, la utopía técnica
sirve como moneda de cambio a los ideólogos del mercado global en
tiempo real”. No podríamos negar que, en efecto, el fenómeno de las
nuevas tecnologías entraña una dimensión económica cultural, cuya
expresión última es una lucha en y por los mercados globales. Sin
embargo, el problema es todavía más profundo, pues sabemos que lo que
se está instaurando es un nuevo régimen de significación que si bien se
reconoce en las coordenadas de un mercado globalizado, lo excede en
cuanto vector de transformación de los modos de significación. En este
sentido, una crítica que no se haga cargo de la verdadera revolución
semiósica en curso, con todas las singularidades de la cibercultura, queda
confinada en los discursos conservadores. A este respecto, nos parecen
particularmente lúcidas las palabras de Lévy cuando apunta: “Pero
muchos discursos que se presentan como críticos no son sino
simplemente ciegos y conservadores. Porque desconocen las
transformaciones en curso, no producen conceptos originales, adaptados
a la especificidad de la cibercultura. Se critica la ‘ideología (o la utopía) de
la comunicación’ sin distinguir entre la televisión e Internet... La ausencia
de visión de futuro, el abandono de las funciones de imaginación y de
anticipación del pensamiento tienen por efecto de desalentar la
intervención de los ciudadanos y, finalmente, dejan el campo libre a las
propagandas comerciales. Es urgente, incluso para la misma crítica,
emprender la crítica de un ‘género crítico’ desestabilizado por la nueva
ecología de la comunicación”. Para encontrar nuevos derroteros para el
pensamiento en torno a la cibercultura, concluye este autor: “Hace falta
cuestionar hábitos y reflejos mentales cada vez menos adecuados con
respecto a los desafíos contemporáneos”.
Pensar la brecha digital en términos solamente económico culturales, nos
deja atrapados en la lógica de los soportes y su distribución social y
geográfica. De algún modo, estamos pensando las redes como
infraestructuras a las cuales podemos o no conectarnos, así la
comparación con las redes ferroviarias como patrón de expansión de la
modernidad surge fácil como una similitud obvia. Sea que lo pensemos
como estructura isomorfa o como mitología de raigambre saint-simoniana,
lo cierto es que seguimos atrapados en un espacio engañoso. Tal como
hemos venido sosteniendo, las redes digitales sólo son pensables desde
los no – lugares del espacio tiempo comprimido, es allí donde debemos
rastrear las asimetrías de una divisoria digital, ya no en términos
60
tradicionales de distribución en el espacio geográfico, geoeconómico o
geopolítico.
No somos ciegos a la llamada exclusión social de los que tienen o no
tienen acceso a las redes, más bien estamos cuestionando el criterio
ingenuo que pretende delimitar tout court una correlación entre zonas
histórico geográficas y las asimetrías detectadas. Por de pronto, pareciera
que el problema que nos ocupa es de mucha mayor complejidad de lo que
aparenta, tal como nos advierte Castells: “La disparidad entre los que
tienen y los que no tienen Internet amplía aún más la brecha de la
desigualdad y la exclusión social, en una compleja interacción que parece
incrementar la distancia entre la promesa de la era de la información y la
cruda realidad en la que está inmersa una gran parte de la población del
mundo. No obstante, esta cuestión, tan sencilla en apariencia, se complica
si decidimos analizarla de cerca. ¿Es realmente cierto que las personas y
los países quedan excluidos por estar desconectados de las redes
basadas en Internet? ¿O es más bien debido a su conexión que se
vuelven dependientes de economías y culturas en las que tienen muy
pocas posibilidades de encontrar su camino hacia el bienestar material y
la identidad cultural? ¿En qué condiciones y con qué objeto se traduce la
inclusión/exclusión de las redes basadas en Internet en mejores
oportunidades o en una mayor desigualdad? ¿Cuáles son los factores que
subyacen a los distintos ritmos de acceso a Internet y a la diversidad de
sus usos?”
En una primera aproximación, la noción de brecha digital nos resulta
extrañamente familiar, esto es así porque ya las teorías sociales de la
década del sesenta nos acostumbró a este vocablo, íntimamente ligado a
la distancia entre centro y periferia: las brechas eran, pues, inmanentes al
llamado Tercer Mundo. Este aire de familia hace de la divisoria digital una
suerte de eslogan rejuvenecido de muchos gobiernos y ONG’s en el que,
difusamente, resuenan los ecos de emancipación y reivindicación de la
psicodelia. Existiría, empero, una razón que a nuestro entender sería
central: la brecha digital instaura una dimensión nueva y, sintetiza,
además, una serie de brechas preexistentes. A riesgo de parecer
demasiado esquemáticos, intentaremos rotular los diversos aspectos que
se dan cita en esta brecha digital, vieja y nueva a la vez.
Un punto de partida lo constituye la distinción, por una parte, entre
dispositivos informacionales, esto es: redes y equipos; y por otra parte,
dispositivos comunicacionales, entendiendo por ello, las competencias
básicas de los usuarios. Estas dos dimensiones de análisis nos permiten
caracterizar ciertas condiciones de posibilidad y las eventuales variables
pertinentes en cada caso. Veamos, desde el punto de vista de la redes y
equipos, lo que nos interesa es la conectividad, la posibilidad de
61
conectarse físicamente a las redes informáticas. Desde el punto de vista
de los dispositivos comunicacionales, es decir, las competencias de los
usuarios, lo que interesa es, precisamente las posibilidades de la
significación / comunicación entre sujetos concretos, llamaremos a esta
dimensión accesibilidad. Tal como se sostiene en semiótica que la
comunicación presupone la significación y no a la inversa, podríamos
proponer que la accesibilidad presupone la conectividad y no a la inversa.
La conectividad emerge como un espacio en el que se cruzan criterios de
orden tanto tecno - económico como social, podríamos afirmar que la
posibilidad de conectarse a redes y equipos da buena cuenta de ciertos
índices clásicos de desarrollo social y tecno - económico. Castells nos
ofrece un primer diagnóstico digno de tenerse en cuenta: “En términos
generales, la brecha entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de
desarrollo, en productividad, tecnología, renta, beneficios sociales y nivel
de vida aumentó durante la década de los noventa, a pesar de los
enormes avances en el crecimiento económico de las zonas costera de
China, las industrias de alta tecnología indias, las exportaciones
industriales brasileñas y mejicanas, las exportaciones argentinas de
alimentación y las ventas de vino, pescado y frutas procedentes de Chile.
Y es que las estadísticas globales son engañosas, porque lo esencial del
alto crecimiento económico del Tercer Mundo está concentrado en unas
zonas de unos pocos países. Al mismo tiempo, las condiciones
medioambientales se deterioraron, tanto en términos de recursos
naturales como en el crecimiento de las ciudades en los países en vías de
desarrollo, que previsiblemente alojarán a más de la mitad de su
población en los próximos veinticinco años”.
La accesibilidad, que hemos ligado conceptualmente a las competencias
necesarias de los usuarios, remite, desde nuestro punto de vista, a tres
variables fuertes como son los índices en educación, el corte generacional
y características culturales específicas. Existiría una zona gris o
intermedia en la que factores étnicos, lingüísticos e incluso geográficos,
no se nos hacen evidentes todavía, podríamos hablar muy tentativamente
de variables blandas.
Al examinar las cifras que dan cuenta de las tendencias que se verifican
en el dominio de las TIC’s, se hace necesario tratar de entender en toda
su radicalidad la mentada brecha digital. No se trata, por cierto, de una
tecnología más que podría eventualmente incidir en ciertos procesos
productivos e incidir en el crecimiento o no del PIB. Estamos, como
sostiene Castells entre muchos, ante una nueva modalidad de desarrollo
que ha sido llamado informacionalismo o Modo informacional de
desarrollo M.I.D. y que emerge en oposición al industrialismo; de suerte
que la divisoria digital es el rostro contemporáneo de la desigualdad y,
62
más grave aún, la imposibilidad de un desarrollo viable en el futuro.
Castells afirma: “Podríamos decir que, en las condiciones sociales e
institucionales actualmente vigentes en nuestro mundo, el nuevo sistema
tecnoeconómico contribuye al desarrollo desigual, con lo que aumentan
simultáneamente, la riqueza y la pobreza, la productividad y la exclusión
social, con sus efectos diferencialmente distribuidos en diversas áreas del
mundo y grupos sociales. Como Internet se encuentra en el epicentro del
nuevo modelo sociotécnico de organización, este proceso global de
desarrollo desigual es, probablemente, la expresión más dramática de la
divisoria digital”.
Los análisis que privilegian la conectividad como criterio fundamental en la
políticas gubernamentales o regionales no advierten con claridad que la
ampliación de redes y equipos no garantiza en absoluto el acceso de una
masa significativa de la población y, mucho menos, un uso que propenda
al desarrollo, cualquiera sea el índice que utilicemos. Los estudios que se
están realizando hoy en día, sin embargo, privilegian, precisamente, una
mirada sobre la cobertura de la conectividad con un claro énfasis
cuantitativo que suspende dos aspectos fundamentales: las variables
fuertes de accesibilidad y, más preocupante, las consecuencias a
mediano plazo para nuestros países. Se pretende la inclusión por la vía
simbólica a un imaginario del desarrollo mientras se excluye por la vía de
escasas políticas sociales y una distribución aberrante de los ingresos.
Como ha escrito Hopenhayn: “Este vínculo claro en el imaginario del
desarrollo hoy día está roto o más bien atrofiado del lado de la integración
material y desbocado por el lado del consumo simbólico. Mientras el
acceso al bienestar material se ha estancado y la exclusión social no se
revierte, por otro lado se expande el acceso a bienes simbólicos como la
educación formal, la televisión y la información actualizada. La brecha
creciente entre desintegración ‘dura’ (material) e integración ‘blanda’
(simbólica) alimenta esta connivencia entre desencanto y complacencia o
entre ánimo apocalíptico y entusiasmo postmoderno. La creciente
segmentación social es motivo de críticas ácidas, pero la defensa de la
diversidad cultural despierta nuestras legítimas pulsiones utópicas. La
informalidad laboral es claramente un factor estructural de reproducción
de la pobreza, pero hablamos a la vez de la autogestión y el ‘acceso a
destrezas estratégicas’ como bondades que los nuevos tiempos pueden
poner al alcance de todos. A la vez que la integración social-material
parece agotar todos sus viejos recursos, nuevos ímpetus de integración
simbólica irrumpen desde la industria cultural, la democracia política y los
nuevos movimientos sociales”.
En estricto rigor, la irrupción de cualquier nueva tecnología genera de
suyo exclusión, sin embargo, es claro que no podemos condenar la
escritura por la existencia, aún hoy, de amplios sectores analfabetos. Por
63
otra parte, no basta con hacer declaraciones grandilocuentes en cuanto a
reclamar un “acceso para todos”. Ni pesimismo ni demagogia. Hasta hoy,
tanto los gobiernos como las empresas reclaman y prometen una
cobertura cada vez más amplia y fácil. Nos resulta evidente que la
conectividad no garantiza, en absoluto el acceso, es decir, el participar de
una cierta “densidad relacional y cognoscitiva de las realidades virtuales”
que para Lévy constituye, precisamente la inteligencia colectiva. La
exclusión no sólo es un riesgo sino una aberrante realidad que viene a
sintetizar, como hemos señalado, muchas brechas precedentes, cuestión
que se torna mucho más radical en cuanto compromete las posibilidades
mismas de desarrollo de vastos sectores de la humanidad. A este
respecto conviene tener presente aquello que concluye Castells cuando
escribe: “La divisoria digital fundamental no se mide en el número de
conexiones a Internet, sino en las consecuencias que comportan tanto la
conexión como la falta de conexión porque Internet, como demuestra este
libro, no es sólo una tecnología: es el instrumento tecnológico y la forma
organizativa que distribuye el poder de la información, la generación de
conocimientos y la capacidad de conectarse en red en cualquier ámbito de
la actividad humana. Por ello, los países en vías de desarrollo están
atrapados en la contradicción de la red. Por una parte, el hecho de estar
desconectados o superficialmente conectados a Internet supone la
marginación del sistema reticular global. El desarrollo sin Internet sería
equivalente a la industrialización sin electricidad durante la era industrial.
Por ello aducir, como suele hacerse, que es necesario comenzar por ‘los
problemas reales del Tercer Mundo’, o sea, la salud, la educación, el
agua, la electricidad y otras necesidades, antes de plantearnos el
desarrollo de Internet, revela un profundo desconocimiento de las
cuestiones que realmente importan hoy día. En efecto, sin una economía
y un buen sistema de gestión basados en Internet, es prácticamente
imposible que un país sea capaz de generar los recursos necesarios para
cubrir sus necesidades de desarrollo, sobre una base sostenible, o sea,
económica, social y ecológicamente sostenible, como demuestra el
informe de desarrollo humano de Naciones Unidas de 2001 (HDR, 2001)”
A esta altura resulta claro que existe el riesgo de acentuar, todavía más,
las diferencias entre sociedades desarrolladas y sociedades menos
desarrolladas y al interior de las sociedades mismas entre grupos
privilegiados y grupos desprotegidos. Como sostiene Dominique Wolton,
se detectan por lo menos tres fuentes de desigualdad ante las TIC’s. En
primer lugar existe una brecha entre un entorno de pobreza y lo que un
ordenador permite hacer, es decir: “Los rendimientos de la Red
globalizada evidencian más las desigualdades mundiales existentes”. En
segundo lugar no debemos olvidar que la mera presencia de Internet es
en sí una fuente de desigualdades y, en tercer lugar existe una brecha
mucho más grave ya no material: “Existe una tercera fuente de
64
desigualdad que procede del modelo trasmitido por el medio Internet, y
ésta es una de sus ambigüedades, es un medio racional en un sistema
económico concreto: el capitalismo globalizado. Pero genera signos y
símbolos construidos sobre el modelo cultural occidental. No se trata sólo
de datos, sino de toda una arquitectura simbólica, de una forma de
racionalidad”. Nótese la incidencia de las TIC’s en los respectivos países y
adviértase cómo las naciones del llamado Sur que concentran más del
80% de la población mundial, representan en total un cuarto de las
conexiones del mundo y apenas generan un 3% del comercio electrónico
mundial. Es claro que el concepto de brecha digital sólo posee sentido al
ser contrastado con la noción de desarrollo, cualquiera sea la acepción
que tomemos de ésta.
No resulta evidente que la divisoria digital responda a criterios puramente
geográficos, pues si bien las cifran muestran diferencias abismales entre
el Triad Power (Japón, Europa y EEUU) y el resto del planeta, no es
menos cierto que en un mundo tejido en red, las deferencias se
reproducen en todas y cada una de las sociedades humanas,
conformando grupos conectados física y simbólicamente y otro de los
desconectados sea física o culturalmente.
Sea cual fuere nuestra mirada en torno a la cuestión del desarrollo,
pareciera que las nuevas tecnologías ocupan un lugar central en la
discusión de estrategias y políticas, modificando los fundamentos mismos
de lo que se entendió por desarrollo en las décadas precedentes.
Podríamos decir que, hoy por hoy, la tarea de los gobiernos apunta a
conectarse al desarrollo, considerando que el diagnóstico contemporáneo
privilegia los aspectos socio-técnicos. Como resume Castells: “En una
economía global y una sociedad red donde la mayor parte de las cosas
que importan dependen de estas redes basadas en Internet, quedarse
desconectado equivale a estar sentenciado a la marginalidad, u obligado a
encontrar un principio de centralidad alternativo. Como expuse en el
capítulo sobre la divisoria digital, esta exclusión puede producirse por
diversos mecanismos: la falta de una infraestructura tecnológica; los
obstáculos económicos o institucionales para el acceso a las redes; la
insuficiente capacidad educativa y cultural para utilizar Internet de una
manera autónoma; la desventaja en la producción del contenido
comunicado a través de las redes… Los efectos acumulados de estos
mecanismos de exclusión dividen a la gente en todo el planeta, pero ya no
a lo largo de la divisoria Norte/Sur sino entre aquellos conectados en las
redes globales de generación de valor (en torno a nodos desigualmente
repartidos por el mundo) y aquellos que están desconectados de dichas
redes”.
Las previsiones de desarrollo digital indican que la brecha entre países
pobres y países ricos se irá acrecentando, al punto de que algunos
65
autores ya hablan de Economías Nacionales Inviables. Así, entre los más
pesimistas, Oswaldo de Rivero sentencia: “Hoy, el porvenir de las
naciones depende cada vez más del conocimiento y de la información
científico tecnológica es decir, del número de científicos e ingenieros con
que cuentan, de los gastos en Research and Development y de la
producción de software .Los países subdesarrollados que constituyen el
75% de la humanidad (4.800 millones de habitantes), tiene sólo el 7% del
total mundial de científicos e ingenieros, efectúan menos del 2% de la
inversión mundial en Research and Development y sólo producen el 3%
del software”.
Habría que hacer notar que la inversión en investigación y desarrollo en
países subdesarrollados se concentra en lugares bien focalizados como
Singapur, Hong Kong, China, India y Brasil. Desde otro punto de vista
debemos tener en cuenta que la miseria científico – tecnológico
compromete la viabilidad económica de naciones enteras en cuanto la
demanda mundial de productos de alta tecnología y servicios aumenta
15% anual, mientras que la demanda mundial por materias primas
tradicionales apenas crece al 3% anual.
Si como se desprende de los datos globales, las nuevas tecnologías están
generando una suerte de apartheid global, las apocalípticas conclusiones
de Castells resultan ser una advertencia más que inquietante y verosímil:
“Si las cosas siguen como hasta ahora, es muy posible que la divisoria
digital siga ampliándose hasta que acabe por sumir al mundo en una serie
de crisis multidimensionales. El nuevo modelo de desarrollo requiere que
superemos la divisoria digital planetaria. Para ello necesitamos una
economía basada en Internet, impulsada por la capacidad de aprendizaje
y generación de conocimientos, capaz de operar dentro de las redes
globales de valor y apoyada por instituciones políticas legítimas y
eficaces. El interés general de la humanidad sería que encontráramos un
modelo ajustado a dichos criterios mientras aún estemos a tiempo de
evitar el drama de un planeta dividido por su propia creatividad”.La
mentada brecha digital es como la punta de un iceberg que nos lleva de
manera ineluctable a poner en tensión el concepto mismo de desarrollo.
La divisoria digital conjuga, a lo menos, tres claras dimensiones, a saber:
un modelo económico, el capitalismo globalizado, un modelo de desarrollo
tecnológico en que está implícito no sólo el lucro sino el más alto
rendimiento y, por último, subyace un ideal de la modernidad que
podemos resumir bajo el término de desarrollo. América Latina fue
marginada del desarrollo industrialista del siglo XX, quedando rezagada a
una región subdesarrollada; en la actualidad, sus febles estructuras
políticas y sociales la excluyen de modo informacional, transformando el
desarrollo en un espejismo, cuando no en un demagógico talismán al
servicio del gran capital.
66
4.3.- América Latina: Educación Ciencia y Tecnología
De manera silenciosa, casi inadvertida, la enseñanza tradicional va
cediendo su lugar ante la irrupción de las TICE: Tecnologías de la
Información para la Enseñanza. Las nuevas generaciones de estudiantes,
verdaderos digital natives, según la feliz expresión de M. Prensky, están
familiarizados con las tecnologías numéricas desde la primera infancia. La
cuestión es cómo enseñar geografía después de Google Earth.
Es claro que las paredes que encerraban el aula y la escuela se han
tornado transparentes. Las redes digitales llevan el mundo a la pantalla de
un computador. Resulta evidente, también, que la Información, otrora
patrimonio y fuente de autoridad del profesor, hoy está disponible en
forma de D-Base en la red, lo que pone en jaque el estatuto mismo de los
maestros. Ya no se puede concebir la figura de un profesor de aula como
el portador exclusivo de una cantidad de información sino más bien,
debemos pensarlo como alguien que guía la búsqueda de fuentes
confiables y desarrolla el espíritu crítico frente al cúmulo de datos de que
se dispone. Al profesor le corresponde, precisamente, la delicada alquimia
que transforma la información en conocimiento y éste en acción.
La figura del profesor ha mutado esta última década, ello significa que es
imprescindible revisar una serie de conceptos asentados durante dos
siglos de práctica pedagógica. El problema puede ser planteado en toda
su radicalidad al tratar de conceptualizar lo que se entiende en la
actualidad por “hacer una clase”, y más todavía al tratar de explicarnos
qué es la “escuela” y la “enseñanza” cuando el aula se extiende al mundo
entero gracias a los Entornos Numéricos de Trabajo (ENT)
El desarrollo científico y tecnológico en América Latina ha debido
enfrentar la era de la e-Ciencia de modos diversos. Sea que se privilegie
el Estado o el Mercado, lo cierto es que nuestra situación está signada por
una creciente brecha respecto de los países más avanzados. En su
aspecto positivo, la e-Ciencia abre la posibilidad de un contacto más
próximo y rápido con la comunidad científica virtualizada, las revistas
científicas digitales y el periodismo científico facilitan el acceso a
información relevante. Sin embargo, bien lo sabemos, disponer de una
gran cantidad de información no implica, de buenas a primeras, acceder al
conocimiento.
67
La e- Ciencia plantea a todos los países de la región una serie de
inquietantes cuestiones. Por de pronto, cabe plantear la interrogante
acerca del tipo de ciencia que se requiere para nuestros pueblos, sumidos
en la pobreza con toda su secuela de problemas médicos, nutricionales,
energéticos y medioambientales sólo por mencionar los más urgentes. El
nuevo estadio histórico caracterizado por la
e-Comunicación y la eCiencia bien puede acrecentar la distancia respecto de los desarrollos en
los países ricos, transformando el concepto de “subdesarrollo” en una
“dependencia en red”.
La actual coyuntura histórica y política latinoamericana es particularmente
compleja en un escenario de crisis global del capitalismo. La e-Ciencia
responde a tecnologías desarrolladas en otras latitudes, cuya racionalidad
inmanente nos resulta muchas veces ajena. Como se ha señalado tantas
veces: “Los sistemas racionales de conocimiento tecnocientífico fueron
legitimados desde el punto de vista moral y político porque su finalidad era
contribuir con el desarrollo humano. Al discurso del progreso y los valores
de la civilización que estimularon los adelantos de la ciencia, se adhirió el
signo de una catástrofe universal representada por la degradación a gran
escala de la biósfera, incremento de la desigualdad social,
empobrecimiento masivo y militarización global de los conflictos derivados
de estrategias económicas de expansión. Por cierto, esta militarización
está basada no sólo en el desarrollo y uso de un arsenal tecnológico
convencional, sino también bioquímico y nuclear desplegado por la
ciencia, y que superó las capacidades reales de control de quienes los
administran”.
Hasta la fecha, América Latina no ha sido capaz de generar una red
científica regional significativa con una infraestructura propia que
propenda a la generación de nuevos conocimientos para nuestro
desarrollo. Fenómenos como la creciente privatización y la baja calidad de
nuestros centros de educación superior y de postgrados, la escasa
inversión de los gobiernos regionales en investigación, la falta de expertos
de alto nivel y de una tradición en diversas disciplinas empobrece las
prácticas científicas latinoamericanas, generalmente asociadas a
programas de investigación en Europa o los Estados Unidos.
Esta realidad no es nueva, pero se ve agravada por una crisis económica
y por el advenimiento de las redes digitalizadas como nueva modalidad de
las prácticas científicas. Las sociedades latinoamericanas acceden de
manera muy parcial a las nuevas tecnologías, con un promedio regional
no superior al 22%, mientras en los países desarrollados las cifras de
penetración bordean o superan el 50%.
68
Se ha detectado, recientemente, una brecha digital aún más sutil, en torno
al ancho de banda que determina la calidad de las conexiones. A todo
esto se agrega un uso muy discreto de las nuevas tecnologías, cuyo
impacto en el PIB de los países latinoamericanos es todavía muy marginal
Según expertos de la ONU, reunidos en la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo 2007 (UNCTAD), ha crecido la
brecha digital, cuando es determinada primordialmente por el acceso a
conexiones de alta velocidad para Internet entre los países menos y los
más desarrollados. Se estimó que el acceso a conexiones rápidas en los
países desarrollados promedia 28%, mientras que en los países en
desarrollo sólo alcanza el 3%. Esto implica que estos últimos aún se
encuentran muy desconectados de Internet o lo hacen con velocidades de
conexión muy lentas, lo que repercute negativamente sobre la producción,
educación y sociedad de las naciones.
La e-Ciencia en América Latina se practica todavía en centros de elite
asociados a programas internacionales de investigación financiados, en
muchos casos, con fondos internacionales provenientes de países
desarrollados. América Latina está muy lejos todavía de aproximarse a un
nivel de desarrollo científico y tecnológico a la altura de sus necesidades.
Esta realidad histórica inédita no sólo exige una revisión epistemológica
como marco conceptual para la legitimación y validación de las prácticas
científicas sino, y muy especialmente, una revisión de los supuestos
políticos en que tales prácticas se inscriben y se tornan legítimas en
nuestro continente. De este modo, nociones tan asentadas en el
pensamiento europeo como “universalismo”, “progreso” y, en particular, el
concepto de “civilización” reclaman, por lo menos, una discusión en
nuestras sociedades. Pues, como ha escrito Immanuel Wallerstein:
“Civilización hace referencia a una serie de características sociales que
son contrastadas con el primitivismo y la barbarie. Europa Moderna se
consideró más que una simple “civilización” entre diversas; se consideró
—excepcionalmente o al menos especialmente— “civilizada”. Lo que
caracterizó este estado de “civilización” no es algo sobre lo que haya un
consenso obvio, incluso entre los europeos. Para algunos, la civilización
estaba englobada en la “modernidad”, es decir, en el avance de la
tecnología y el aumento de la productividad, además de la creencia
cultural en la existencia del desarrollo histórico y del progreso. Para otros,
significó la autonomía creciente de lo “individual” con respecto a todos los
otros actores sociales —la familia, la comunidad, el Estado, las
instituciones religiosas… Cuando los colonizadores franceses en el siglo
diecinueve hablaron de la “mission civilisatrice”, quisieron decir que, por
medio de la conquista colonial, Francia —o para ser más general
Europa— impondría sobre los pueblos no-europeos los valores y normas
que fueron abarcadas por estas definiciones de civilización. En nombre de
tales valores, varios grupos en los países occidentales hablaron, en los
69
‘90, del “derecho a intervenir” en situaciones políticas en diversas partes
del mundo, y casi siempre en las partes no-occidentales”
La e-Ciencia constituye una reconfiguración de las prácticas científicas en
un nuevo régimen de significación que entraña no sólo una nueva
economía científico – cultural (formas de producción, gestión, distribución
y consumo de saberes) sino además, una mutación mayor en el ámbito de
los modos de significación. Se trata de la mayor mutación científico
técnica en la historia de la humanidad que ha creado las condiciones para
la e-Comunicación, inaugurando con ello un nuevo momento histórico
para las prácticas científicas de los próximos siglos. La e-Ciencia plantea,
empero, a los latinoamericanos una tarea mayúscula, la de construir los
fundamentos epistemológicos y políticos que definan la validez y
legitimidad de su quehacer científico y tecnológico en los años venideros
como uno de los pilares de su propio sentido histórico en un mundo cada
día más interdependiente y complejo.
Si el presente establece una relación temporal respecto de nuestro
pasado y nuestro futuro, no podemos olvidar que el ahora establece
relaciones históricas respecto del otrora y del porvenir. Cuanto más nos
acercamos al concepto de e-Ciencia, surge de inmediato la imagen
fantasma de la brecha digital, término tan nuevo como equívoco para
designar siglos de pobreza y de desigualdad. Lo epistemológico y lo
político se dan cita en el ahora de América Latina frente a la irrupción de
un nuevo régimen de significación que nos convoca, por cierto, a una
profunda reflexión, pero sobre todo a la acción. Si es cierto que la propia
verdad científica es histórica, quizás ha llegado el tiempo de volver
nuestra mirada a nuestra propia historia.
70
5.- Chile y la Democracia en el siglo XXI
5.1.- Represión, Seducción, Espectáculo
Cualquier consideración mínimamente seria en torno a una
profundización de la democracia debe hacerse cargo de las nuevas
esquinas de nuestro país. Para un observador desapasionado, resulta
evidente que el clima histórico, político y social ha sido más bien adverso
a la idea misma de democracia. Dicho de manera franca y directa, la
construcción democrática en Chile, tras una experiencia dictatorial
traumática, ha sido una tarea mucho más compleja de que pudiera
pensarse. Después de casi veinte años de gobiernos concertacionistas,
los avances son más bien magros y débiles.
Entre las muchas explicaciones que se pueden esgrimir destaquemos, a
lo menos, cuatro que nos parecen relevantes. Primero, el
desmantelamiento de un movimiento popular mediante el uso de la
violencia sistemática y selectiva. Segundo, el carácter fundacional que
imprimió a su gestión la dictadura militar, especialmente en el dominio
económico e institucional. Tercero, la singular negociación que inauguró la
transición chilena en los albores de los noventa. Cuarto, la
implementación en nuestro país de un diseño social y cultural destinado a
transformar el “carácter social” del país hasta nuestros días, una sociedad
de consumo, según hemos visto en el capitulo primero.
Más allá de las hipótesis para explicar la situación actual, lo cierto es que
vivimos un “déficit democrático” o, si se quiere, una “democracia de baja
intensidad”, eufemismo para significar que nuestra democracia es
limitada, estrecha, tutelada o “protegida”. Si bien los protagonistas de
aquel 11 de septiembre de 1973 han desaparecido, vivimos todavía la
herencia política, económica y cultural engendrada en aquel periodo de
nuestra historia. El Golpe de Estado dividió nítidamente nuestra sociedad,
por un lado el nuevo gobierno significó el súbito e inesperado
enriquecimiento de la burguesía chilena hasta el presente, por otro lado,
fue el rostro triste de los vencidos, los trabajadores que vieron aumentar
su miseria junto con la aniquilación de sus utopías.
Tal como había escrito Walter Benjamin, podríamos repetir que los
poderosos tienden a mantener su poder, sea por la represión sangrienta,
71
sea por las astucias de la moda (la seducción) o por la magia del
espectáculo. El caso chileno es paradigmático a este respecto, pues, en
pleno siglo XX, hizo evidente los grados de refinamiento y brutalidad a que
fue elevada la represión como tortura y genocidio, los ejemplos son tan
abundantes y conocidos que no requieren siquiera mención alguna. Lo
mismo puede afirmarse de la moda, cuya astucia no es otra que aquella
de la seducción y lo efímero, al punto que reconocemos en ella no tan
sólo un ethos inherente a las sociedades de consumo sino el ritmo que
regula los flujos de mercancías a escala planetaria. Por último, la noción
de espectáculo preside hoy todo el fasto que pone en escena la
Hiperindustria Cultural, mediante la magia de la televisión y las redes
digitalizadas. Podríamos decir que la derecha chilena de nuestros días no
ha renunciado, en lo fundamental, a los modos de dominación descritos
por Benjamin. Por el contrario, los principios de la represión, la seducción
y el espectáculo se han transformado en la manifestación cotidiana el
orden tecno-económico y político instituido por el capital.
5.2.- La Centro-izquierda-derecha
Desde hace ya casi dos décadas, nuestro país ha vivido el tiempo político
de la Concertación de Partidos por la Democracia. Su diseño se enmarca
en las postrimerías del mundo bipolar y significó la total exclusión de los
sectores de izquierda marxista. Un conglomerado que desde su
concepción ha sido construido para cumplir tres tareas históricas
fundamentales. Primero, garantizar a las élites y al FMI la continuidad del
modelo económico; Segundo, garantizar a las Fuerzas Armadas una
transición pacífica, de bajo coste y limpia; Tercero, dar garantías a
Estados Unidos de estabilidad política en la región como faro de la
democracia en el cono sur.
La Concertación de Partidos por la Democracia ha cumplido durante
diecisiete años la tarea para la que fue concebida. Ha sabido salvaguardar
los pilares estructurales del modelo económico, asegurando tasas de
ganancia significativas para inversionistas criollos e internacionales. Esto
ha sido posible mediante la desmovilización popular y sindical,
instrumentalizada desde La Moneda y ejecutada por una clase política
cerrada de los diversos partidos concertacionistas.
Lo mismo puede decirse de la transición pacífica que mantuvo intocada la
figura de Pinochet, al extremo bochornoso de que todo el aparato de un
gobierno concertacionista fue puesto a su servicio durante su detención
en Londres. En los hechos, el marco jurídico constitucional se ha
mantenido inalterado en lo sustancial. Este mismo espíritu ha presidido el
tratamiento del tema de Derechos Humanos, evitando todo
72
cuestionamiento político y moral de fondo en la sociedad chilena; y en el
límite, haciéndose cómplice de un estado de impunidad en el país.
Por último, los gobiernos concertacionistas han tenido un claro papel
conservador en América Latina, oponiendo un presunto progresismo
democrático a procesos más radicales como los que se están dando en
otras latitudes. Recordemos que el triunfo en el plebiscito fue adjudicado
al entonces secretario para asuntos interamericanos en Washington,
como un logro de su cartera. En este sentido, la presencia de un ex ministro concertacionista a la cabeza de la OEA no parece nada casual.
La Concertación de Partidos por la Democracia, ha sido un instrumento
muy eficaz y eficiente, un éxito político. Quienes hoy sostienen su fracaso,
lo hacen inspirados en una crítica muy limitada y de corto aliento o, en una
ingenuidad sin límites, al hacerse otras expectativas. Todos lo gobiernos
concertacionistas, tanto democristianos como socialistas, han dado cabal
cumplimiento a lo pactado en 1989. Salvo modificaciones cosméticas, el
Chile de hoy no se aleja del diseño militar, en lo Constitucional, en lo
económico y, curiosamente, en lo político.
En la hora presente, por paradojal que parezca, el mayor lastre a una
democratización profunda del país lo constituye la propia Concertación de
Partidos por la Democracia. Este conglomerado con su típica demagogia
de “centroizquierdaderecha” ha demostrado en cuatro gobiernos su
compromiso de ejercer como garantes del actual estado de cosas,
negándoles a todos los chilenos su derecho a vivir una democracia de
verdad.
5.3.- Chile: Democracia y Crisis Económica Mundial
La actual crisis económica mundial pone en evidencia dos aspectos
insospechados: primero, se trata de un fenómeno inédito en la historia
humana y, segundo, nadie sabe exactamente cómo salir de este
atolladero, tal como ha quedado de manifiesto en Davos. Los síntomas
son más que preocupantes, pues se ha producido la conjunción de una
crisis alimentaria, una conducta errática en los precios del petróleo y,
desde luego, una crisis financiera a escala global. La economía mundial
ha perdido un cuarto de su riqueza en pocos meses.
Hace ya décadas que autores de la estatura de Braudel y Wallerstein nos
advirtieron que el capitalismo marchaba hacia lo que se llamó un “sistema
– mundo”, la era de un hipercapitalismo. Esta idea quedó, como tantas, en
el plano teórico y los gobiernos siguieron fieles a sus políticas en tanto
73
Estados nacionales, defendiendo sus intereses particulares. Pensar el
capitalismo como una “economía –mundo” nos puede servir para
comprender lo que acontece hoy.
El proceso de globalización de los mercados, anunciado por T. Levitt en
los años ochenta, significó una “mutación antropológica” a escala
planetaria. Junto a la expansión tecno-económica se ha producido un
proceso de hibridación, gracias a la hiperindustrialización de la cultura,
nunca antes visto, una “cultura global” que algunos llaman Cultura
Internacional Popular. En pocas palabras, en el curso de tres décadas se
ha hecho claro que el mundo entero comparte no sólo sus avatares
económicos sino también sus problemas políticos y muchos de sus
cánones culturales.
Esto significa que el planeta entero ha entrado en la fase de un “sistema –
mundo”, tal como nos enseñaron los científicos sociales hace décadas.
Basta pensar en los fenómenos migratorios en gran escala o en el
calentamiento del planeta, para advertir el abismo en el que nos
encontramos. Se trata, bien mirado, de un salto cualitativo o de un cambio
de paradigma en el que conviene detenerse. Ante lo nuevo, las viejas
ideas y concepciones resultan de escaso valor, acaso inútiles. En este
sentido habría que “impensar”, es decir, practicar el pensamiento
divergente, para conceptualizar lo que está sucediendo.
La actual crisis mundial del capitalismo se deriva, entre otros factores, de
la rápida mutación tecno-económica y cultural que ha acelerado y
virtualizado los flujos de capital en todo el mundo. Sin embargo, al mismo
tiempo, se ha mantenido el orden institucional y jurídico concebido para
regular el sistema. Es bien sabido que tras la Segunda Guerra Mundial se
produjo el último gran ajuste del sistema internacional, creando
instituciones como el FMI, y el Banco Mundial. La cuestión es que tales
instituciones fueron concebidas en un mundo en que los actores
convocados eran los Estados nacionales.
En la actualidad han irrumpido nuevos actores y nuevos espacios
económicos globales, muchos de ellos completamente desnormativizados.
Para explicarlo en términos muy sencillos: el capitalismo contemporáneo
es un sistema fuera de control. No hay normativas ni instituciones de
escala global capaces de regular los flujos virtuales de capital, sea que se
trate de especulación financiera, sea que se trate de bienes o servicios. La
expansión del capitalismo ha entrado en su fase global, pero el ámbito
político mundial sigue anclado a una estructura arcaica y cada día más
descompuesta. De poco sirve que Gran Bretaña tome medidas duras en
el ámbito nacional y, ni siquiera basta que toda la Unión Europea o
Estados Unidos adopten políticas enérgicas frente a la crisis. El desafío
74
que plantea la actual crisis global de la economía sólo puede ser resuelto
con una política mundial capaz de reconfigurar la regulación de los flujos a
escala global.
Impensar la política mundial supone exigir un reordenamiento institucional
y jurídico para el siglo XXI, en que se considere no sólo a los nuevos
actores emergentes, sino, y de manera fundamental, los nuevos
problemas que enfrenta la humanidad en su conjunto y el planeta entero:
desde la pauperización y miseria de millones de habitantes en vastas
zonas del mundo, hasta la degradación del medioambiente y la violencia
insensata e irresponsable que se expande en diversas latitudes. Por vez
primera en la historia humana, la crisis ya no es propia de tal o cual país,
se trata de una cuestión que atañe al mundo en su conjunto.
Las últimas décadas el mundo ha vivido un proceso que se ha dado en
llamar la “globalización”, una interconexión de los flujos financieros,
económicos y culturales que se ha expandido a todos los continentes. Es
necesario introducir algunas precisiones en torno a este fenómeno,
celebrado por algunos y denostado por muchos.
La “globalización” nació ligada a la instauración de modelos económicos
neoliberales, sin embargo, se trata de dos cuestiones muy diferentes. La
“globalización”, excede con mucho los paradigmas tecno – económicos
para convertirse en un fenómeno civilizacional. Así como el
“industrialismo” nació en el seno del capitalismo inglés, no podemos
olvidar que en el curso de su desarrollo histórico hubo muchas sociedades
industriales con modelos económicos alternativos, desde la Alemania
nacional socialista hasta los llamados socialismos reales. La
“globalización” es un término que nació en las páginas del Harvard
Review, ligada al mundo económico, pero, su irrupción generó una nueva
realidad política y cultural. Por eso muchos teóricos marcan la diferencia
entre “globalización” y “mundialización”, entendiendo por este último
concepto toda la complejidad del fenómeno.
La actual crisis económica que no sólo ha desestabilizado las bolsas sino
las grandes economías del mundo, amenaza con tumbar gobiernos y
crear una ola de protesta social sin precedentes. Como en el viejo mito de
la “Torre de Babel”, la crisis ha sido el castigo divino para impedir la
pretensión humana de hablar una sola lengua en un mundo global. En los
más importantes foros mundiales, incluido Davos, lo políticamente
correcto hoy es la “desglobalización”, desandar el camino de los últimos
años para poder regular y controlar los flujos financieros.
Como suele decirse, ante una urgencia debemos cuidarnos de tirar al
bebé junto con el agua de la bañera. Una cosa es la necesidad imperiosa
75
de acabar con los excesos del neoliberalismo económico vigente hasta
hace poco y otra muy distinta es pretender abolir “par décret du peuple”,
un fenómeno histórico cultural en curso. Más que “desglobalizar”, de lo
que se trata es de “mundializar”. Esto quiere decir que se requiere crear
mecanismos de regulación económica a escala global, transformando
todo el orden normativo e institucional no sólo económico sino político a
escala mundial.
Antes que “desglobalizar”, concepto negativo, la humanidad debe avanzar
hacia una verdadera “mundialización”, plena y efectiva. Esta
“mundialización” que se avizora en el horizonte debe estar ajena a los
vicios del neoliberalismo económico, dando nueva vida a los foros
internacionales donde las voces emergentes como China, India y Brasil
tengan una presencia muy importante, pero donde también se den cita los
olvidados del mundo como el África subsahariana, las naciones de Asia y
América Latina.
La “mundialización” es el concepto positivo para asumir la integración del
“sistema-mundo” como un acontecimiento civilizacional que supere, en lo
inmediato, las formas más pueriles del capitalismo salvaje y, en el largo
plazo, construya un mundo más justo. Esta nueva utopía no es antojadiza,
pues los grandes retos de la humanidad son ahora de escala planetaria.
Ya no es aceptable que unos pocos, sea que se trata de gobiernos de
grandes Estados con vocación imperial, sea que se trata de grandes
Corporaciones, manejen los destinos del planeta. La “mundialización” es
la utopía a la cual están convocados todos los pueblos de la tierra en este
siglo XXI.
Los pesimistas afirman que tenemos capitalismo para siglos. Es posible
que esta afirmación sea parcialmente cierta, sin embargo, ello no impide
pensar en formas económicas mucho más evolucionadas que regulen los
mercados mundiales, atendiendo al medioambiente y a normativas claras
en beneficio de las grandes mayorías, todo esto a escala global. La actual
crisis financiera es un buen pretexto para reflexionar en torno a los
grandes desafíos globales y sacar algunas lecciones útiles.
La primera lección que habría que poner sobre el tapete es que si bien
enfrentamos una crisis financiera, esto es, un problema de índole
económico, no es menos cierto que dada la complejidad del asunto y sus
múltiples implicancias, se trata, al mismo tiempo, de una crisis política,
social, ética y cultural a escala planetaria. Poco importa cual sea el foco o
“nodo” de la crisis, ésta compromete a un mundo en red. Todo análisis
debiera apuntar a una visión global e interdisciplinaria de la crisis. Al igual
que el calentamiento global, la crisis del agua o la crisis alimentaria, la
crisis financiera en Wall Street nos concierne a todos.
76
La segunda lección se relaciona con el carácter de los problemas
globales. Hasta hoy, la mayoría de las disciplinas piensan los problemas
sociales y económicos en los límites de los Estados nacionales. De hecho,
el subsidio prometido por la administración Bush se enmarca en esta
lógica. La envergadura de los problemas contemporáneos exige, empero,
otro tipo de estrategia. Ninguno de los grandes problemas de la actualidad
puede ser enfrentado, ni mucho menos resuelto, a escala nacional, así se
trate de una super potencia. Para plantear los problemas a escala global
se requieren instancias, instituciones y normativas, de escala mundial. A
este respecto debemos decir con honestidad que se ha avanzado muy
poco. Más bien hemos asistido a un debilitamiento de los foros
internacionales, como es el caso de la ONU, institución que ha perdido
una parte sustantiva de su legitimidad y de su capacidad política para
actuar en el mundo de hoy.
La tercera lección tiene que ver con una desacreditada palabra: ética. La
profundidad y alcance de las crisis que enfrentamos nos obligan a revisar
los supuestos filosófico – morales sobre los que articulamos la acción
política a escala mundial. En su versión más dramática podríamos
plantearla como sigue: “En este mundo, nos salvamos todos o no se salva
nadie”. Esto significa que no nos sirve de mucho cerrar los ojos y las
fronteras, para vivir un desarrollo egoísta y desentendernos de un brote
epidémico en una miserable aldea asiática o de la deforestación en la
Amazonía o de una hambruna en algún país africano. Tarde o temprano,
llegarán las pateras a nuestras costas con su carga de inmigrantes, y con
ellos las enfermedades, la pobreza y la muerte. Se requiere una filosofía
moral inclusiva y a escala humana. En cada ser humano se juega la
humanidad, más allá de su condición étnica, social, económica o cultural,
más allá de su nacionalidad o de su credo religioso o ideológico.
Por último, habría que volver a revisar los fundamentos de las formas
empresariales, entendiéndolas más bien como un privilegio que la
sociedad confía a ciertos “emprendedores”, notables por su iniciativa y
capacidad, en un marco ético y normativo de responsabilidad global, para
administrar la riqueza de todos. La empresa del futuro debe ser pensada
como un dispositivo civilizacional, al servicio de la comunidad. La imagen
del empresario ya no puede ser la del sujeto amoral, codicioso y
socialmente irresponsable que caracterizó el siglo XX. Puede que los
pesimistas tengan razón y debamos vivir, todavía, formas capitalistas por
varios siglos, mas ello no significa que sea bueno y deseable asumir su
forma más prehistórica y salvaje, como aquella en que estamos en la
actualidad.
77
La actual crisis financiera mundial encuentra su mejor analogía en aquella
depresión del capitalismo sufrida en 1929. En aquella ocasión, América
Latina no sólo sufrió las consecuencias económicas de una catástrofe
bursátil sino que pagó un alto precio político. En efecto, a raíz del colapso
de las bolsas, y en los años inmediatos se verificaron en la región 16
golpes de estado. La crisis de Wall Street que se desarrolla por estos días
no sólo tendrá consecuencias económicas desde México a la Patagonia
sino que augura tormentas políticas en una zona del mundo que con
mucha dificultad intenta reconstruir sistemas democráticos.
El riesgo inmediato de una crisis financiera de escala global, para muchos
países de Latinoamérica, es la desestabilización de sus precarios
sistemas democráticos. La caída de las exportaciones, así como la
depreciación de las materias primas en los mercados internacionales, sólo
augura un dramático crecimiento del desempleo, una disminución de las
tasas de crecimiento y el aumento de la conflictividad social. Un cuadro tal
es el terreno propicio para tentaciones populistas y nacionalistas, tanto de
derechas como de izquierdas.
Las democracias latinoamericanas han advenido, como norma general,
tras experiencias traumáticas, como han sido las guerras civiles en
América Central o las atroces dictaduras de gran parte de Sudamérica.
Esto significa que la tradición ilustrada-republicana del siglo XIX no
mantuvo su continuidad histórica y cultural, por más que se haya intentado
su restitución formal en muchos de esos países. Las características de
sus modelos productivos y la subsecuente estratificación social mantienen
rasgos premodernos en muchos de sus aspectos, constituyendo un grave
déficit social y cultural en todos los países de la región. Dicho en pocas
palabras: América Latina no posee, hoy en día, una tradición democrática
arraigada en su cultura.
.
Las políticas monetaristas aplicadas como dogma por el Fondo Monetario
Internacional sólo han acrecentado la vulnerabilidad social de los sectores
más pobres y de las naciones en su conjunto. Basta examinar las
experiencias recientes en Argentina, Bolivia o México. En este mismo
sentido, ni siquiera en aquellos países modelo, como es el caso de Chile,
las políticas neoliberales han sido eficientes, pues todos los índices
señalan a este país como uno en que la distribución de la riqueza es
escandalosamente injusta. Si a lo anterior se agrega una corrupción
estructural en la mayoría de las naciones latinoamericanas, y políticas
ineficientes en ámbitos tan sensibles como el de la salud y la educación,
el panorama es desolador.
La crisis financiera de alcance mundial es un riesgo gravísimo para los
actuales sistemas políticos en América Latina, pues quiérase o no,
78
sufrirán el embate económico y político de gobiernos y corporaciones del
mundo desarrollado, interesados en preservar sus intereses en la región
al menor coste posible. Pero al mismo tiempo, nuestras frágiles
democracias deberán enfrentarse con las demandas de sus pueblos
sumidos en la miseria y la cesantía. Si como han previsto los expertos,
esta primera gran crisis del siglo XXI será larga y dolorosa, el horizonte
latinoamericano es más que inquietante, pues la historia enseña que
cuando se debilitan los cauces políticos surge, inevitable, la violencia.
5.4.- La tradición de los vencidos
Tras diecisiete años de clandestinidad y dieciocho años de exclusión, la
izquierda chilena retorna al escenario político como un tercer actor en el
Chile binominal. Si bien este sector político participó de los gobiernos de
la Concertación de Partidos por la Democracia desde la década de los
noventa, hay que decir que lo ha hecho de manera parcial y subordinada
a las políticas de centro-derecha que han caracterizado al conglomerado
oficialista. En los hechos, la presencia socialista en el gobierno no ha
variado la orientación fundamental de la coalición gobernante ni en lo
político ni en lo económico.
El mundo ha cambiado. El ocaso de los socialismos reales, tres décadas
de neoliberalismo y una crisis económica mundial marcan nuestro ahora.
El camino consensuado a fines de los ochenta para enfrentar a la
dictadura de Augusto Pinochet parece agotado. El ultraliberalismo
económico cristalizado en la Carta Fundamental, así como un orden
político binominal se muestran como arcaicos a la hora de enfrentar las
nuevas realidades sociales de Chile. El país estancado en un
conservadurismo cultural, político y económico ya no satisface a las
nuevas generaciones.
Más que hablar de una izquierda chilena cabría hablar de las izquierdas,
pues se trata de un sector amplio, plural y a ratos difuso. Con todo, se
trata, ni más ni menos, que de la digna tradición de los vencidos. En este
sentido, la figura del presidente Salvador Allende sigue presente en el
imaginario popular como el mejor ejemplo de un gobierno democrático de
avanzada.
El regreso de la izquierda a la vida política ha sido paulatino y se ha
expresado en la lucha permanente contra un sistema electoral que la ha
excluido desde el retorno a la democracia, así como en diferentes pactos
electorales explícitos que han culminado en las recientes elecciones
municipales. Este proceso de inserción política puede ser entendido como
79
una profundización de nuestra democracia que reclama, en un plazo
breve, superar el actual modelo binominalista.
La izquierda chilena ha sido uno de los actores preponderantes en la
construcción democrática de Chile a lo largo del siglo XX. Este sector
político y cultural dio sus mejores frutos, precisamente, en el seno de
sociedades democráticas, sea que fuere parte del gobierno o de la
oposición. Es cierto, la realidad nacional y mundial es hoy muy distinta.
Sin embargo, la voz de la izquierda tiene mucho que aportar en estos
tiempos hipermodernos y mucho más en medio de una crisis económica
que multiplica la pobreza a favor del gran capital.
Si bien sectores de izquierda adscribieron a distintos gobiernos
democráticos, total o parcialmente, siempre se entendió que la izquierda
representaba una trinchera en una lucha política contra los sectores
patronales representados por la derecha. Los términos “izquierda” y
“pasividad” eran incompatibles. Se podía discrepar sobre el carácter de
esa lucha, mas no sobre su necesidad. La izquierda es lucha política.
Si la izquierda es lucha política, en el más amplio sentido del término, su
sentido último encuentra arraigo en los sectores populares. La izquierda
se planteó como una lucha amplia de los trabajadores en defensa de sus
intereses concretos. La izquierda se asocia a los pescadores, a los
mineros, a los profesores, a los sectores de la salud, a todos quienes
viven con esfuerzo de su trabajo. La izquierda es lucha política al servicio
de un pueblo.
La lucha política de la izquierda no sólo se definió en oposición a los
sectores reaccionarios de la sociedad sino y, principalmente, a la unidad
de sus propias filas. Esta fue, quizás, la tarea más ardua que enfrentaron
partidos y dirigentes de la época: construir la unidad de las fuerzas de
izquierda. Este encuentro de fuerzas de distinto sello, que van desde el
cristianismo hasta el racionalismo y el marxismo sirvió para ampliar los
fundamentos de la democracia chilena. La unidad de la izquierda fue tan
difícil como efímera, sin embargo, sólo la unidad la llevó a enfrentar
empresas de envergadura.
Por último, es bueno recordar que la izquierda es la inscripción de un
sentido ético y democrático en la historia: la izquierda habla desde la
tradición de los vencidos y lo hace en nombre de la justicia social. Más
allá del fracaso de una experiencia histórica concreta, una utopía nunca
es extemporánea o pasada de moda. El dolor de los que sufren y el
anhelo de justicia de los pobres no pasa nunca de moda. El deseo de una
sociedad más justa no perece ni aún ante la barbarie. La izquierda es
80
lucha política al servicio de un pueblo para alcanzar un sueño común, una
sociedad de seres libres e iguales.
En el Chile actual, tan ayuno de justicia como de esperanza, se hace
imprescindible una presencia de la izquierda, no como comparsa de
ninguna impostura sino como la voz digna de quienes enarbolan aquellas
palabras: Lucha, Pueblo, Unidad y Utopía. La izquierda del siglo XXI es
aquella que conjuga sólidos principios éticos respecto a la justicia social,
al medioambiente, la diversidad cultural y los derechos humanos,
renegando de añejos dogmas de siglos pretéritos. La izquierda del siglo
XXI es la crítica frontal al capitalismo agresivo y depredador en que
estamos sumidos, pero también es el deseo de crear una sociedad más
avanzada y humana. Más allá del luto y el dolor, esta voz es la que están
esperando millones de jóvenes que sueñan con un mundo mejor.
La palabra “socialismo” ha sido expurgada de aquel diccionario de lo
“políticamente correcto”. Tildar a alguien de proclamar “ideas socialistas”
es, desde hace algunos años, una acusación o un insulto. Tras el fracaso
de los llamados “socialismos reales”, los poderosos del mundo han
estigmatizado toda idea u opinión que pretenda traer a la memoria los
fundamentos de dicho pensamiento, confundiendo de paso un ideario
político y filosófico con una experiencia histórica plagada de excesos
innegables.
Más allá, no obstante, del desprestigio interesado de las ideas de
izquierda, conviene volver a reflexionar con seriedad sobre el tema. Por
de pronto, aclaremos que las ideas de izquierda no representan una
unidad monolítica ni nada parecido, se trata más bien de un vector que
orienta los anhelos y el pensamiento de varias generaciones hacia un
mundo alterno a aquel construido por las sociedades burguesas. Más que
hablar de un pensamiento de izquierda, es menester reconocer su
pluralidad no exenta de contradicciones.
El socialismo, en su sentido lato, ha sido una utopía que ha movilizado a
muchos pueblos en pos de una mayor justicia social. Por ello se ha dicho
que la utopía socialista es comparable a la religión, en cuanto ambos
constituyen polos mitopoyéticos que trascienden una época histórica
determinada. Si bien han existido formas socialistas durante el siglo XIX y
XX, lo cierto es que nada impide pensar formas inéditas de socialismo en
el siglo XXI y los siglos venideros. Esto es así porque el socialismo, por
definición, se opone al sistema económico capitalista basado en el lucro y
a las sociedades burguesas como organización desigual de los privilegios
materiales y simbólicos.
81
En la sociedad chilena actual, se hace sentir la necesidad de una
izquierda sin sectarismos, sin dogmas ni complejos y con una genuina
vocación democrática. El Chile del siglo XXI requiere con urgencia de
nuevas visiones que conjuguen lo mejor de su tradición histórica con las
más creativas ideas nuevas, teniendo como horizonte ético y político la
dignidad y el bienestar de los chilenos. En esta empresa, quienes
enarbolan las banderas de la justicia social, los estudiantes, los
trabajadores, los pobres de este país tienen un lugar en ese porvenir que
han soñado tantos.
82
6.- Columnas de Opinión
Entre los talentos más preciados de un político se cuenta su sentido de la
oportunidad, intuir cuál es el camino adecuado en el tiempo que le toca
vivir. Todo “ahora” es siempre el vértice de un cono temporal que se
expande hacia el “porvenir”, esto es, el horizonte de lo posible. El presente
y el futuro establecen relaciones de tiempo, pero el “ahora” y el “porvenir”,
establecen relaciones históricas y políticas en que se pone en juego la
subjetividad humana: los sueños, los anhelos, así como las fuerzas e
intereses en tensión. Pensar, pues, el “ahora” de Chile como punto
inaugural, exige y supone reclamar un “porvenir” posible para nuestro
país.
El Chile de hoy no es para nada casual y responde, qué duda cabe, a un
“otrora” en que fue concebido. Vivimos todavía las secuelas de aquello
que se denominó cínicamente “guerra interna”, cuyas aristas ya
conocemos. Así, se estableció en el país una forma de dominación
autoritaria que se expresa hasta nuestros días en todos los terrenos de la
vida social. Es cierto, empero, que con el advenimiento de formas
democráticas de baja intensidad se han restituido algunos derechos
elementales y se ha entrado en una fase fría de dominación.
Es interesante destacar cómo el pensamiento de derechas ha logrado
pensar la realidad social disociando lo político de lo económico y lo
cultural, mientras otros sectores siguen amarrados a concepciones
totalizadoras que le impiden actuar con eficacia y eficiencia en el plano
político. De este modo, se explica por ejemplo cómo ha sido posible
transitar desde una oprobiosa dictadura hacia una democracia débil,
manteniendo inalterado el orden neoliberal que preside el diseño matriz.
Esta ha sido la situación desde hace ya casi dos décadas y se ha
traducido en una hegemonía concertacionista. En los hechos, la situación
de Chile ha estado marcada por dos bloques políticos que reeditan en
cada acto electoral aquella oposición germinal entre un “Sí” y un “No”. Tal
oposición exteriorizó la conformación de fuerzas sociales confrontadas
hacia fines de la década de los ochenta y su reedición sólo da cuenta de
la estabilidad de tales fuerzas. En los últimos años se detectan una serie
de indicios que indican un debilitamiento del equilibrio que ha
caracterizado los años recientes.
83
El cambio en la configuración de las fuerzas en tensión obedece tanto a
dinámicas sociales y culturales internas como a factores externos. Entre
los primeros, destaquemos la expansión de una sociedad de consumo
que impone un imaginario social, a través de la publicidad, el marketing y
los medios de comunicación globalizados, que se aleja progresivamente
de nociones tradicionales de ciudadanía y republicanismo, sustituyéndolo
más bien por sujetos consumidores proclives al hedonismo individualista,
chauvinistas y, en el límite, xenófobos. Esto se percibe como una
“derechización” de las nuevas generaciones, término equívoco pues
resulta difícil adscribir categorías ideológicas a comportamientos de
consumo. Entre los factores externos, el más importante es la actual crisis
económica mundial que ha deslegitimado a nivel planetario el dogma
neoliberal. Toda crisis, como se suele decir, es al mismo tiempo una
oportunidad. En este sentido, el ahora de Chile está preñado de nuevos
horizontes.
Desde el punto de vista de las izquierdas, el propósito no podría ser sino
restituir la preeminencia de lo político sobre el orden tecno-económico
bajo la forma de una profundización de la democracia. Es claro que tal
empresa sólo es viable conformando una nueva ecuación de fuerzas
sociales para avanzar en un “ahora” que sea el origen de un nuevo
“porvenir”. Se trata de actuar hoy modificando sustancialmente el diseño
histórico social cristalizado, por ejemplo, en la Carta Magna que nos rige y
que delimita las características del Estado.
Pensar el “ahora” nos previene de tres perversiones políticas peligrosas.
La primera, las conquistas democráticas deben estar en una relación
estrecha y concreta con la “vida cotidiana” de las mayorías, no se trata de
inciertas promesas. La segunda perversión es creer que la absoluta
negación del presente nos abre las edénicas puertas del mañana. De esta
manera, creer que frente al neoliberalismo sólo cabe un estatismo
extremo no sólo es ingenuo sino de una estolidez sin límites. Por último,
hay una tercera perversión que ya apuntó el mismo Marx y es la creencia
de que los cambios se imponen por “décret du peuple”, olvidando que no
hay recetas ni dogmas sectarios sino, por el contrario, dar rienda suelta a
la libertad para la creación de una sociedad más justa.
Los artículos breves que componen este capítulo se hallan dispersos en
diversos medios, nacionales e internacionales, impresos y digitales, como
columnas de opinión. A través de estas opiniones se quiere mostrar una
visión crítica del acontecer cotidiano, el día a día de nuestro país: El Ahora
de Chile.
84
1
No es fácil referirse a los sucesos del once de septiembre de 1973,
dejando fuera las propias pasiones. Es así porque se trata de un
acontecimiento traumático para una gran mayoría de chilenos, cuyas
consecuencias debemos vivir cotidianamente hoy. El Golpe de Estado
ocurrido hace ya más de tres décadas no es un hecho histórico sepultado
en el pasado. Por el contrario, el presente económico, político y cultural
del Chile actual no se explica sino por aquella fecha.
La dictadura militar diseñó la matriz de la cual emerge el Chile de hoy. Un
modo particular de organizar la economía, el neoliberalismo. Una manera
de administrar la política, una democracia de baja intensidad. Un tipo de
cultura adversa de toda forma colectivista o asociativa, el individualismo.
Este molde sigue vigente en todas y cada una de sus partes. Cualquier
observador desapasionado debe consentir que el diseño militar ha sido
objeto de escasas medidas cosméticas. Bastará pensar, por ejemplo, en
la Constitución Política que sigue siendo la pauta general sobre la que se
ordena la vida nacional.
El sentido último de esta reorganización militar del Chile contemporáneo,
ha sido y es, salvaguardar la tradición y el orden de la nación. Es decir,
como afirmó el mismo Pinochet: salvar vida y fortuna a las elites dirigentes
que sintieron amenazados sus privilegios. Dicho con absoluta honestidad,
debemos admitir que las vigas maestras del diseño militar han funcionado
hasta nuestros días, cumpliendo cabalmente el propósito para el que
fueron creadas. Desde la ley electoral hasta la legislación en torno a la
salud, la previsión social o las leyes tributarias.
En rigor, la llamada Concertación de Partidos por la Democracia, no ha
hecho sino administrar el modelo heredado, con el claro compromiso de
garantizar su continuidad. De suerte que más allá de sus epilépticas
bravatas y del gastado discurso demagógico, los personeros
concertacionistas han actuado más como “estafetas” de la derecha
económica que como representantes del pueblo. Incapaces de llevar
adelante un proyecto histórico alternativo, se han sumido en una
atmósfera de ineptitud y de, para decirlo con elegancia, “debilidad moral”.
Como en una mala novela de terror, el amnésico Chile de hoy vuelve su
mirada a las luminosas vitrinas del consumo suntuario, a las rutilantes
85
pantallas de plasma, mientras en el patio desentierran osamentas de
algún vecino o pariente. Son los muertos silenciados por esta historia
macabra que todavía persiste, obstinada, en ocultar cadáveres en el
ropero. El once de septiembre no ha terminado en nuestro país, está
presente en cada línea de la Constitución, en el opaco gris de los
cuarteles y comisarías; en la risa socarrona del “honorable”, y en muchos
“hombres de negocios”. El once de septiembre sigue vivo en quienes tanto
le deben al General.
El crimen cometido en Chile no atañe, tan sólo a los dramáticos sucesos
conocidos por todos. El verdadero Mal está todavía con nosotros, en
nuestra vida cotidiana, en la injusticia naturalizada y aceptada como
desesperanza. La verdadera traición a Chile es haber impedido que, por
vez primera, aquel hombre y aquella mujer humildes, hubiesen
comenzado a construir su propia dignidad en sus hijos, y en los hijos de
sus hijos.
En un sentido último, Augusto Pinochet Ugarte, fue la mano tiránica que
interrumpió la maravillosa cadena de la vida. Como Caín, el general
asesinó a sus hermanos, ofendiendo al Espíritu que late en el fondo de la
historia humana. Sus obras, su herencia lamentable ya la conocemos:
generaciones de chilenos condenados al infierno de la ignorancia, la
pobreza, el luto y la indignidad. En el Chile del presente no hay paz para
los muertos como tampoco la hay para los vivos.
Más allá de las complicidades de la mentira para ocultar la naturaleza de
aquella tragedia; por mucho que se esfuercen algunos falsos profetas en
exorcizar las cenizas, enseñando la resignación; y más allá de los
demagogos de última hora que administran hoy el palacio: hay un pueblo
silencioso y paciente que encarna el advenimiento histórico de un mundo
otro
2
La dictadura de Augusto Pinochet exhibe, como pocas, el despliegue de
una violencia homicida cuyas secuelas no acabamos de asimilar. Sin
embargo, más que frente a una perversión de la racionalidad estamos
ante una “racionalidad de la perversión”. Esto significa que detrás de cada
crimen hubo una fría decisión política justificada en nombre de la llamada
“Doctrina de Seguridad Nacional”.
El Golpe de septiembre de 1973 en Chile, fue la culminación de un plan
de desestabilización concebido y financiado por la Inteligencia de
86
Washington con años de anterioridad. En esta conspiración participaron
políticos, dirigentes gremiales, medios de prensa y altos oficiales de
nuestras Fuerzas Armadas. De tal manera que llegado el momento se
aplicaron los más modernos procedimientos de represión, tortura y
homicidio de que disponía Estados Unidos en su arsenal de Guerra Fría.
En la actualidad se alega que muchos de los atroces homicidios y torturas
cometidos durante la dictadura se debieron a “excesos” de los mandos
medios, ocultando el hecho capital de que se trató de una política
sistemática, planificada al detalle con mucha antelación y ejecutada
calculadamente por los más altos mandos de las instituciones castrenses,
con pleno conocimiento de la Junta Militar y generoso apoyo extranjero.
Se trató, en rigor, de una política genocida, destinada a descabezar un
movimiento popular. Esto es lo que se esconde detrás del eufemismo
utilizado hasta hoy por los sediciosos de otrora: “Guerra Interna”.
Podríamos resumir todo el acopio documental respecto al Golpe Militar en
Chile como la instauración de una “racionalidad perversa”, al servicio de
intereses foráneos y nacionales. Pensar las acciones represivas de la
dictadura como una “racionalidad perversa”, permite explicar, por ejemplo,
los asesinatos de la DINA, ordenados por el mismo Pinochet, contra el
general Carlos Prats, el canciller Orlando Letelier y el ministro José Tohá:
todos ellos vinculados, en algún momento, al Ministerio de Defensa
Nacional.
En la misma línea, cabe sospechar que fue esa misma perversa
racionalidad la que dictaminó la muerte del general Alberto Bachelet entre
muchos otros uniformados, e incluso, como se está demostrando por
estos días, el asesinato del ex presidente Eduardo Frei Montalva.
Augusto Pinochet Ugarte y sus colaboradores, utilizaron el “asesinato
selectivo” para desactivar todo cuanto pusiera en riesgo el poder
omnímodo que detentaban en su momento. Transformaron a las Fuerzas
Armadas de Chile, para su vergüenza y deshonra, en un instrumento de
represión masivo al servicio de intereses y potencias extranjeras,
traicionando con ello el más elemental sentido de patriotismo.
Muchos de los protagonistas de esta felonía, se pasean hoy, enriquecidos
e impunes, amparados por una Constitución fabricada a la medida de su
desvergüenza, ocupando incluso sillones en el Poder Legislativo. El Chile
democrático del mañana no puede construirse sobre el revanchismo, pero
en ningún caso sobre el olvido de su historia reciente. Es bueno y
necesario que las nuevas generaciones de civiles y uniformados conozcan
toda la triste verdad de lo sucedido.
87
3
Es bueno reflexionar durante las “Fiestas Patrias” sobre algunos
conceptos que se ponen de moda entre los chilenos. El “patriotismo” en sí
no es un desvalor, por el contrario, amar a su Patria es una de las más
altas y nobles virtudes de lo humano. La cuestión es dilucidar qué se
entiende por ese amor a la Patria. Amar a Chile, en su sentido último, es
amar a su gente, a su pueblo. En este sentido, amar a Chile es actuar
cada día para que todos nuestros compatriotas gocen de la legítima
dignidad y orgullo de pertenecer a esta nación.
Amar a Chile debe traducirse en actitudes valientes ante todo aquello que
nos avergüenza como país. No es un buen chileno quien no se
avergüenza de la pobreza extrema en que vive un quinto de nuestra
población Tampoco puede serlo quien es indiferente al sufrimiento de
quienes carecen de una buena educación, un buen servicio médico una
pensión de vejez digna. Amar a Chile es querer y hacer algo para que
cada chileno encuentre en esta tierra un sueldo ético que le permita vivir.
El “patriotismo” es una de los más nobles sentimientos humanos cuando
se compromete éticamente, no sólo con una bandera o un himno, sino con
un sueño común. Ser chileno es un destino de vida y muerte que
debemos exhibir con un orgullo justo y generoso. No es más patriota el
que excluye, humilla o denigra al extranjero, sea por su aspecto, sea por
su acento: La xenofobia
es el antipatriotismo de los cobardes,
envalentonados ante el débil. Dos veces cobarde si ese extranjero es
nuestra propia etnia, nuestro propio pueblo.
El amor a Chile es, también, amor y cuidado de esta tierra: bosques, ríos,
glaciares, desiertos y un océano infinito. Amar a Chile es preservar la
naturaleza que nos acoge. Nosotros chilenos, somos apenas la
generación que debe cuidar este inmenso tesoro para los chilenos del
futuro. Ser patriota es cuidar con celo nuestro entorno contra la codicia y
voracidad de intereses particulares.
La Patria es nuestro hogar: el lugar donde se asientan nuestras familias,
el espacio humano donde crecerán nuestros hijos y reposan nuestros
muertos. La Patria es el aquí y ahora donde somos. Lugar de tumbas y
destierros, de pasiones y de olvidos: La Patria es la medida de nuestra
propia estatura y se anida en el corazón de cada uno de nosotros, los
chilenos.
El día que nuestra bandera flamee sobre un territorio en que hayamos
desterrado la pobreza, un territorio en que la salud, la educación y la
88
previsión social estén garantizadas para todos los chilenos; El día que
nuestra bandera ondee como el símbolo orgulloso de una comunidad de
hombres y mujeres libres, capaces de vivir en justicia y dignidad, en paz
con nuestros hermanos latinoamericanos, mereceremos llamarnos
patriotas y Chile será un país independiente, aquel destino acariciado por
nuestros próceres.
4
La Constitución Política vigente en el Chile del siglo XXI es un engendro
de la dictadura militar y significa que nuestro país vive bajo un Estado de
Excepción, desde hace ya 35 años. Bajo la apariencia de una democracia,
todos los chilenos estamos sometidos, en lo fundamental, a una
legislación que prolonga el brazo autoritario de la extrema derecha.
La actual Carta Magna no ha nacido de la soberanía popular sino de las
prerrogativas delegadas en la Junta Militar por el mismo Augusto Pinochet
y de la cual, los militares oficiaron como garantes. Nuestra Constitución
Política fue concebida como un instrumento político contrario a los
intereses de la amplia mayoría de los chilenos. Nuestra actual
Constitución está hecha a la medida de los privilegiados en el Chile actual.
El Estado de Excepción es la norma, en cuanto delata una situación de
sometimiento de la mayoría a los dictados de las grandes fortunas.
No nos engañemos, más allá de algún telegénico candidato de mirada
cautivadora, que tanto le debe a la cosmética y la cirugía; la triste realidad
es que es, apenas, el más agraciado de una caterva de desgraciados. Por
simpático que pueda ser un candidato de derechas, no alcanza para
ocultar la vieja mano codiciosa que lo sostiene. Por mucho que insista en
sus fragancias liberales, lo cierto es que su entorno tiene la hediondez del
billete sucio y mal habido, el fétido olor de tumbas sin sosiego.
La derecha sabe que está jugando con una baraja marcada. La derecha
sabe que su hegemonía política depende, en gran medida, de la jaula
constitucional a la que somete a todos los chilenos. La derecha defiende
cada punto y cada coma de la herencia pinochetista, pues ese es el libreto
que sostiene el tinglado que asegura no sólo sus ganancias sino la
impunidad de aquellos que, en su hora, hicieron el trabajo sucio.
Mientras la clase política degrada, precisamente, la Política con su
conducta frívola y carente de todo sentido democrático, cívico y ético; las
grandes empresas multiplican sus ganancias con el apoyo del Estado,
convirtiendo los sueldos miserables en su mejor ventaja competitiva.
89
Mientras los partidos políticos diseñan sus plantillas electorales para
repartirse los cargos entre los rostros conocidos, las grandes
corporaciones chilenas y extranjeras atropellan a las minorías étnicas y
devastan el patrimonio medioambiental de nuestro país.
Mientras la clase política siga jugando el juego con la misma baraja,
reinará el Estado de Excepción, un sutil toque de queda que le recuerda a
los adormecidos chilenos los límites de la jaula. Mientras no se plantee
en Chile la necesidad imperiosa y urgente de restituir la soberanía popular
bajo la forma de una Asamblea Constituyente, la derecha seguirá
venciendo, mostrándonos en la vida cotidiana el sometimiento político,
económico y cultural sobre los vivos; y el olvido y la impunidad que humilla
a los muertos.
5
El actual sistema electoral fue concebido como un instrumento tendente a
la conformación de grandes bloques político partidistas. De tal modo que,
cualquier partido no adscrito a algún bloque queda en los hechos
marginado de toda posibilidad real de representación parlamentaria. Los
sectores ultra conservadores alegan, hasta el presente, que esta
modalidad es la que ha dado estabilidad al sistema político chileno.
Es evidente que un sistema electoral como el que nos rige ha dado origen
a cúpulas políticas cerradas que administran los diversos dispositivos del
poder. Si bien el origen del Binominal es más que espurio, éste ha dado
pie a una estructura que se muestra reacia a modificar lo obrado. Así, no
sólo el conservadurismo extremo se resiste a cualquier modificación sino
algunos sectores de la clase política que actuando corporativamente no
están dispuestos a cambio alguno.
Desde una concepción moderna de democracia, toda forma de exclusión
es inadmisible y no encuentra justificación teórica alguna. De suerte que,
pretender dejar fuera a sectores de chilenos que se han identificado con
las luchas populares y democráticas durante todo el siglo XX, como es el
caso del Partido Comunista de Chile, resulta inaceptable y sólo se explica
como una de las muchas herencias funestas de la dictadura.
En una democracia del siglo XXI, podemos disentir y ser críticos de las
visiones y políticas del Partido Comunista, pero no podemos negar su
historia y el legítimo derecho que le asiste a representar a un sector de
chilenos en el parlamento. Desde este punto de vista, es imperativo
90
modificar la actual legislación electoral como un tibio primer paso hacia
una profundización de la democracia. En el Chile actual, todas las voces
son necesarias. Nuestro país ya ha conocido de sobra la exclusión y el
silencio.
Las “democracias protegidas” o de “seguridad nacional” sólo han
enmascarado atroces dictaduras. Lo único de lo cual una democracia
debe protegerse es de ideologías antidemocráticas y excluyentes, como el
sistema Binominal imperante. En un sistema democrático, el único
convocado a decidir sobre las figuras o partidos que deben representarlo
es el pueblo soberano de Chile. Cualquier perversión legal que impida la
expresión popular en todos sus matices resulta ser falaz y perniciosa.
Frente a la cuestión del Binominal se impone una visión de largo plazo, no
es hora de cálculos mezquinos. La historia de nuestro país nos enseña
que cuando olvidamos los fundamentos básicos de una democracia, le
estamos abriendo la puerta a la barbarie.
6
El desarrollo de los países no debe confundirse con el “crecimiento
económico” como proclama la superstición neoliberal. De hecho, el
“neoliberalismo a la chilena”, ha traducido a ecuaciones y curvas una
antigua receta que nuestra derecha conoce de sobra: explotar al “roto”
con sueldos miserables y profitar del Estado para asegurar el lucro de sus
empresas privadas. El resultado de tales decisiones políticas no puede ser
otro que el enriquecimiento ilimitado de una élite y la pauperización de la
mayoría.
Chile se cuenta entre los países del mundo con mayor desigualdad social.
El camino que hoy estamos transitando y sus nefastas consecuencias
para la sociedad chilena no constituyen un accidente histórico ni nada
parecido, es el fruto de frías decisiones políticas. Más allá de los discursos
demagógicos al uso y dicho de manera explícita: Chile ha optado por la
desigualdad. Si bien se ha pretendido mostrar una imagen – país de
modernidad democrática, lo cierto es que los pilares fundamentales sobre
los que podría construirse una sociedad moderna han permanecido
inalterados y férreamente custodiados por empresarios y políticos.
Durante décadas se ha convencido a los chilenos de que todo lo que
huela a estatal o público es retrógrado e improductivo. Así, los ejes de una
sociedad como son la educación, la salud y la previsión se han convertido
aquí en un gran negocio. El “neoliberalismo a la chilena”, siguiendo el
91
modelo del Fondo Monetario, es la forma contemporánea que asume el
capitalismo en los países de lo que solía llamarse Tercer Mundo.
Se ha instalado la creencia vulgar de que este es el modo “moderno” de
organizar la sociedad. Se oculta el hecho de que países mucho más
democráticos y desarrollados que el nuestro, como Inglaterra o Canadá,
poseen un sistema público de salud que es un modelo a nivel mundial. Se
“olvida” que en muchos países tan atrasados como Francia todavía tienen
la mala costumbre de ofrecer a sus ciudadanos una educación pública
gratuita desde el nivel preescolar hasta los estudios universitarios
avanzados.
El desarrollo de los países pasa por decisiones políticas muy concretas.
No es necesario remontarse a la reestructuración del capitalismo global
para justificar los bajos salarios en Chile; bastaría examinar la actual
legislación laboral, cuyos gestores políticos y quienes se benefician
aparecen a diario por televisión. No es necesario ir muy lejos para
descubrir quienes lucran con el lamentable estado de la educación en
Chile.
Chile puede tener un sistema de educación público de alta calidad gratuito
para todos sus ciudadanos. Chile puede tener un sistema de salud
gratuito y de óptima calidad para todos. Chile puede garantizar pensiones
justas a sus jubilados. Esto ha sido posible en democracias avanzadas de
otras latitudes donde se han tomado tales decisiones hace muchas
décadas.
Cuando un país como el nuestro ha multiplicado su ingreso
significativamente y mantiene a su población con bajos salarios, sin una
educación de calidad para todos, sin un sistema de salud digno y sin un
sistema previsional justo, la responsabilidad por tal estado de cosas recae
en quienes han tomado las decisiones políticas para conducir a Chile a la
injusticia y la desigualdad.
7
Para nadie es ya un misterio que la Concertación de Partidos por la
Democracia está evidenciando signos de agotamiento. Lo que fue una
eficaz herramienta política para enfrentar y derrotar a la dictadura de
manera democrática, parece una fórmula superada para hacerse cargo de
los nuevos desafíos. Al mirar retrospectivamente lo que ha sido la política
92
chilena durante la mentada “transición”, se advierte cómo han operado
una serie de prejuicios instalados en el sentido común. Todo pareciera
resumirse en un cierto “miedo a la democracia”.
Este “temor a la democracia” ha quedado de manifiesto en la votación de
la LGE en el Congreso Nacional. El gobierno de la señora Bachelet ha
querido buscar acuerdos con la derecha y la cúpula concertacionista, pero
se ha negado a escuchar a los docentes y estudiantes que rechazan la
iniciativa. Legislar de espaldas a los ciudadanos es una muy mala
costumbre de quienes afirman gobernar para la gente. La actitud del
gobierno, conciliadora con la derecha e indiferente al malestar popular no
augura nada bueno en el ámbito educacional y sólo marca un escalón
más en la caída política y moral del conglomerado en el gobierno,
reafirmando un sistema heredado de la dictadura y viciado en sus
fundamentos.
Todos los partidos políticos, sea por temor, por conveniencia o por un
temeroso diagnóstico político, apostaron a un sistema controlado que
rememora la “democracia protegida”. Toda la clase política se esforzó por
evitar cualquier exabrupto que pusiera en riesgo el frágil tinglado de los
años noventa. Así, los partidos de derecha, hay que reconocerlo,
desalentaron cualquier intento sedicioso alejándose de aventuras
militares, abriéndose a la posibilidad de llevar a los tribunales a los más
connotados torturadores del régimen anterior. Por su parte, la
Concertación puso paños fríos a cualquier pretensión por movilizar
centrales sindicales o entidades gremiales o de otra índole. Este clima
político fue conocido como democracia “en la medida de lo posible” o
“política de los consensos”. Todos, de un modo u otro, han partido de dos
premisas: primero, era necesario mantener el orden constitucional
sancionado en 1980 y segundo, el proceso de transición debería ser
conducido por una clase política capaz de administrar las demandas
sociales acumuladas.
Se pueden esgrimir muchas razones que explican la singularidad de la
transición chilena, desde la manera en que ésta se negoció, hasta la
traumática experiencia de las décadas anteriores. Lo que parece
innegable es que se obró con miedo a la democracia, condicionándola
cada vez que fue posible. El resultado es claro: se favoreció un orden ultra
conservador, administrando y postergando la mayoría de las demandas
sociales entre ellas, la educación. En pocas palabras: se aseguró la “paz
social” como condición indispensable para el éxito del “modelo tecnoeconómico chileno”.
El rostro visible del nuevo orden político emergente fue el “sistema
binominal”, que en la actualidad pretende ser perfeccionado como
93
correlato del “modelo tecno - económico”, para asegurar su permanencia
en el tiempo. Ya nadie se plantea seriamente una profundización de la
democracia, entendida como una sociedad participativa de hombres
libres. Por el contrario, los cambios que se avizoran apuntan más bien a
medidas cosméticas que acentúan la distancia entre la clase política y las
demandas sociales. La consagración del “modelo político chileno” pone
fin a la idea misma de transición, pues consolida un sistema “inclusivo” de
representación partitocrática, un simulacro perfecto. Pero, al mismo
tiempo, “excluyente” respecto de cualquier instancia democrática de
participación ciudadana.
En un país “totalmente administrado” no es posible plantearse siquiera
cambios de fondo a la legislación laboral, a las leyes previsionales o de
administración de salud o educación y mucho menos al orden
constitucional imperante. Contrariamente a lo que escenifican los medios,
lo cierto es que nuestro país avanza en la dirección del conservadurismo y
no de la democratización, más allá de la demagogia de algunos, las
buenas intenciones de otros y la complicidad de los más.
El camino elegido es casi una constante en nuestra historia y en gran
parte del mundo en vías de desarrollo: las elites gobernantes son
prisioneras de un miedo a la democracia, a la que perciben como una
amenaza a sus privilegios, reproduciendo un círculo vicioso que hace
impensable cualquier desarrollo posible. El reciente episodio en torno a
LGE es, apenas, un botón de muestra y sólo reafirma un modo de actuar
que ya hemos conocido por casi dos décadas.
8
Una de las paradojas que vive el viajero nacional al encontrarse en el
extranjero, es la imagen ideal que se tiene del Chile actual. En diversas
latitudes se cree que este pequeño “jaguar” del Cono Sur vive una
democracia progresista, donde sus habitantes gozan de los beneficios de
una economía social de mercado al más puro estilo de los países
desarrollados. En fin, el “milagro chileno” es el ejemplo a seguir por el
resto de América Latina, el primer país en salir del subdesarrollo.
Nada nuevo bajo el sol. Cada cierto tiempo, las grandes cadenas
mediáticas al servicio de grandes intereses, convierten a un país en
ejemplo para los demás. Tras el golpe de estado en Brasil en 1964, se
comenzó a hablar del “milagro brasileño”, los mismo ocurrió con la
Venezuela saudita de los setenta. El Chile de los noventa, heredero de la
dictadura de Pinochet, se vendió al mundo como el “modelito” del éxito. Al
94
punto que los entusiastas capitalistas criollos gritaban “Bye Bye
Latinamerica”.
Basta un mínimo de seriedad para desmontar la farsa. La imagen de éxito
de los noventa habría que contrastarla con la década anterior para
descubrir el montaje. En 1985 Chile era un pobre país de América del Sur
donde su ejército asesinaba ciudadanos en las calles de la capital, con
una cesantía que bordeaba el 20 % y con una pobreza extrema próxima al
40% de la población. Como sabemos, no hay “milagros” en la historia, el
Chile de los noventa mantuvo no sólo la Constitución Política escrita por
Augusto Pinochet, sino el modelo económico impuesto por los militares.
En una palabra: Hasta el presente, la verdadera imagen de Chile ha
estado marcada por la Desigualdad, la Pobreza, la Impunidad y el Luto.
Chile es un país donde el quintil más rico de la población se queda con
más del 60% de la riqueza nacional. Chile es un país que exhibe uno de
los índices de desigualdad más altos del mundo. Un país donde las leyes
han sido hechas a la medida de la impunidad de quienes protagonizaron
graves violaciones a los Derechos Humanos, un país donde Augusto
Pinochet pudo morir en paz, recibiendo las misas de rigor y con los
honores de su ejército. Chile es un país donde todavía se desentierran
cadáveres que atestiguan la tortura y el crimen.
La mentira de Chile que se proclama al mundo como “Imagen País”,
defendida por empresarios y gobiernos, más interesados en recibir
dólares a cambio de manzanas que de los pobres, es la impostura de un
país que quiere vivir de espaldas a su historia. La mentira de Chile, delata
la profunda cobardía de sus elites, civiles y uniformados, incapaces de
asumir el más mínimo sentido de la decencia y el respeto a los muertos.
La mentira de Chile es querer perpetuar un orden añejo e injusto,
condenando a las nuevas generaciones de chilenos a vivir una indigna
vida a medias.
El verdadero milagro chileno, como todos los milagros, cristaliza
secretamente en el corazón humano como una luz que ilumina en la
oscuridad. Es cierto, la verdadera estrella de Chile es el destello
esperanzador que está en el fondo de la mirada de cada hombre, mujer y
niño humilde de este país, pero está en todo.
9
De acuerdo a la reciente Encuesta Bicentenario 2008 UC Adimark, una
amplia mayoría de compatriotas comparte la idea de que nuestro país es
95
“excepcional”, una suerte de isla frente al resto de los latinoamericanos.
Esta creencia compartida por gran parte de la población no es, en
absoluto, casual y responde a lo que ha sido nuestra historia reciente.
Lo que debiera ser un sano y generoso orgullo nacional afincado en la
dignidad de todos los chilenos se ha transformado, en las nuevas
generaciones, en un “chauvinismo” plebeyo y malsano. Esta especie de
nueva mitología ha sido alimentada, en lo fundamental, por los medios de
comunicación que exaltan las diferencias con cada uno de nuestros
vecinos. Si examinamos la publicidad y el tipo de programación,
especialmente ciertos “Reality Shows” que se ofrece en televisión abierta,
podemos advertir la congruencia entre consumo y nacionalismo.
El mito de un Chile blanco, ordenado y moderno se opone a las crisis
políticas y económicas que sacuden a otros países sudamericanos. Se ha
proclamado que somos un buen país situado en un mal vecindario, un
país que en los próximos años será comparable a algunas naciones
europeas. Hay tres elementos constitutivos del mito: un larvado elemento
étnico, un manifiesto sentimiento de superioridad económica y, por último,
una clara filiación agresiva de corte nacionalista. Las nuevas
generaciones de chilenos han sido socializadas en el mito de su
superioridad frente al resto de América Latina. Como se sabe, la
mediocridad suele ser ignorante y llena de pretensiones: Estamos,
precisamente, ante una generación pervertida por el consumo y la
ignorancia, pasto fácil de cualquier populismo por grotesco que sea.
Como suele ocurrir, el mito chileno, cuyas raíces se encuentran en los
albores de la república, carece de todo fundamento, pero opera en la
realidad. Se traduce en concreto en rasgos xenofóbicos arraigados en la
población ante la inmigración y una falta de interés frente a lo que sucede
en el resto de los países de la región. Un mito paradojal que exalta lo
europeo y estadounidense, pero que desprecia a las etnias chilenas como
a los mapuches.
Para cualquier analista, medianamente ilustrado, resulta obvio que Chile
no escapa a la realidad de los países latinoamericanos. Su historia, su
lengua y su religión son compartidas con el resto de naciones de la región.
Somos una sociedad mestiza, condición que compartimos con nuestros
vecinos. La mejor prueba de nuestra condición de latinoamericanos son
las vergonzantes cifras que delatan las encuestas y que sólo se explican
por el escaso nivel de cultura y educación de un pueblo sometido a los
grandes medios y a las grandes corporaciones. Compartimos con el resto
de los países de América Latina la vergüenza de una población ignorante
de su propia historia. Nuestro destino ineludible en un mundo en vías de
globalización se encuentra ligado a América Latina, tanto en lo
96
económico, como en lo político y lo cultural, tal como soñaron nuestros
próceres hace dos siglos.
10
Si en algún lugar del mundo, algún gobierno decidiera controlar a la
población instilándole una fuerte droga a través de la red de agua potable,
estaríamos ante un escándalo de pesadilla. En cambio, cuando muchos
gobiernos del mundo deciden controlar sociedades enteras mediante un
hábil manejo de los medios de comunicación, nadie parece advertirlo. No
se trata de una nueva teoría conspirativa al estilo 1984. En el mundo de
hoy, asistimos a una suerte de doping mediático: las grandes cadenas
mundiales de televisión representan apenas la parte visible de una red
planetaria que administra lo que la humanidad tiene derecho a conocer de
lo que acontece día a día.
Hace ya varias décadas que los gobiernos descubrieron el llamado “poder
de los medios” y que el problema de la comunicación pasó a tener un
papel protagónico en el ámbito político. Como se ha señalado, la Primera
Guerra del Golfo muestra con toda su fuerza la nueva situación mediática.
Las imágenes televisivas fabrican el presente histórico minuto a minuto,
haciendo coincidir sus flujos digitalizados con los flujos temporales en la
conciencia de millones de seres en todo el orbe. Chile, como parte del
sistema – mundo, no está exento de este fenómeno. Los tentáculos de
esta red mundial ni siquiera están mediados por estaciones locales. CNN
Chile y NBC-TVN representan no sólo una convergencia tecnológica y de
capitales sino un maridaje político global.
Para constatar la manera en que se administra la información periodística,
no basta con observar lo que se nos ofrece como “noticia”, sino al
contrario, debemos atender a todo aquello que se oculta, aquello que no
merece ser reconocido como “noticia”. Si bien el “silencio” es la manera
más obvia de esta operación televisual, existen otras formas más sutiles
que tienen que ver con el “tratamiento” de la información.
Observemos algunos temas “sensibles” que en nuestro país están
completamente administrados, entre ellos: Crisis económica, Derechos
Humanos, Temas indígenas, Medioambiente. La población es sometida a
un proceso continuo de estímulos cotidianos que actúan como
“distractores” asociados generalmente al “entertainment”: farándula,
deportes, crónica roja, festividades religiosos y, desde luego, la
calendariedad del consumo.
97
El resultado de un proceso de doping mediático al que estamos sometidos
es una población indiferenciada, desprovista de toda conciencia histórica,
que bascula entre el miedo a la amenaza de la delincuencia y el éxtasis
del consumo, cuyo único horizonte es la búsqueda de una instancia de
orden y protección. En pocas palabras, la población adquiere un carácter
social profundamente conservador y timorato.
Esto explica el estado de desmovilización en que está postrada la
población chilena ante los abusos de que son objeto. Esta modalidad de
“control social” adquiere inusitada fuerza y agresividad en los actuales
tiempos de crisis económica mundial, con toda su secuela de cesantía,
miseria y pérdidas cuantiosas en la capitalización previsional. El doping
mediático es la forma que toma el fasto en las sociedades burguesas del
siglo XXI, un fasto que junto a la represión policíaca o militar y a la
seducción del consumo, sirve al control social. Como en algunos cuadros
psicopatológicos, el Chile actual evidencia la paradoja de vivir
cotidianamente una realidad ajena a su memoria histórica, y en el límite,
disociada de su entorno concreto e inmediato.
.
11
En el Chile oligárquico – liberal de 1900, a diez años de la derrota de
Balmaceda, hacia su debut “El Mercurio” de Santiago. Con las armas de
un periodismo moderno, le fue fácil desplazar a “El Ferrocarril”,
emblemático periódico del siglo XIX, e instalarse como el “Decano de la
prensa chilena” durante todo el siglo XX.
Hasta el presente, ha llegado a ser lectura obligada de izquierdas y
derechas que lo tienen como punto de referencia del mapa político
nacional. “El Mercurio” se jactaba, en los años setenta, de que hasta el
mismo presidente Salvador Allende atendía a sus páginas. Si bien su
pasado reciente es más que turbio, no cabe duda que en un momento de
nuestra historia asumió el papel de “estado mayor” ideológico y político de
la derecha chilena. Sus editoriales marcaron el curso de los
acontecimientos en Chile. La sabiduría popular, anclada en el sentido
común, lo ha reconocido desde siempre como un diario “momio”,
imprescindible, no obstante, a la hora de poner “avisos clasificados”.
En la actualidad, aquel grito contestatario de los jóvenes de la Pontificia
Universidad Católica, “El Mercurio miente”, se ha perdido como una lejana
cita de los años sesenta. “El Mercurio” ya no necesita mentir, ya no se
requiere utilizar las armas del lenguaje tendencioso al servicio de los
poderosos. Pasaron los tiempos en que sus páginas conjuraban la
98
conspiración para derribar gobiernos y ni siquiera requiere de un hipócrita
recato republicano para revestir de legalidad a una deleznable dictadura.
Como portavoz del capitalismo criollo y globalizado, “El Mercurio” de hoy
ordena y prescribe un orden social y cultural; autoriza y sanciona la
circulación del poder político y simbólico en Chile, configurando un
imaginario conservador. “El Mercurio” ya no miente, significa.
“El Mercurio” ya no necesita mentir, pues, la sociedad chilena ya no se
debate entre dos mundos posibles. El Chile actual es un universo
paradojal en que los medios y las pantallas de plasma multicolor sólo
remiten a un mundo monocromático. “El Mercurio” ya no necesita mentir
cuando Chile entero se ha vuelto “mercurial”. En este sentido, el
centenario Decano de la prensa chilena, como una voz solitaria,
administra el tránsito de este pequeño rincón del mundo al capitalismo
globalizado, cuyo sentido territorial y nacional se ha desvanecido en los
flujos de redes digitales.
El lento e ineluctable declive de la ciudad letrada y republicana le otorga a
“El Mercurio” una cierta pátina de monumento. Próximos al Bicentenario,
cuando cualquier noción de República se desvanece, convertida en mero
simulacro; cuando la idea misma de Democracia con mayúscula se
desdibuja como pura “performance” medíatica y estadística; el otrora
Decano de la prensa chilena sigue orientando a los capitalistas chilenos
con los altibajos de las Bolsas, alimentando la crítica literaria, publicando
sus fotografías en páginas sociales e inventando Chile, día a día.
“El Mercurio” ya no está en su edificio de la calle Compañía, en el centro
de Santiago, sin embargo, está más presente que nunca. Es como si el
gran diario del siglo XX se hubiese vuelto invisible a los ojos de los
transeúntes. Al igual que el Chile de hoy, donde el imaginario del consumo
ha disuelto todo antagonismo, toda pasión y toda utopía. Ya no es posible
ver a “El Mercurio” en aquella histórica esquina de la capital, junto a los
Tribunales de Justicia. Hoy sólo se erigen allí unas viejas paredes que
delimitan un sitio baldío, un espacio vacío donde se acumulan escombros
y que algunos malos ciudadanos utilizan para depositar basura.
12
En estos días de verano, muchos chilenos contemplan despreocupados el
horizonte infinito de nuestro océano. La televisión nos entrega imágenes
alegres de playas y caletas donde se realizan fiestas y regatas. De algún
99
modo, nos invade la sensación de vivir en un país que va encontrando los
caminos para construir un mañana democrático y más justo.
Los medios se encargan de construir cotidianamente esta nueva realidad:
una atmósfera soleada y optimista. Todo se ha naturalizado a tal punto
que una regata en Chiloé ha sido supervisada por un buque de la Armada
de Chile, el Buque Madre de Submarinos Almirante José Toribio Merino
Castro: “Construido en los astilleros Karlskrona, Suecia e incorporado al
servicio a contar del 7 de febrero de 1997, según Resolución C.J.A.
Nº4520/12 de 12 de marzo de 1997. Zarpó a Chile el 24 de marzo del
mismo año, recalando a Valparaíso el 4 de mayo”.
Ese nombre resulta penosamente familiar para un gran número de
compatriotas. A los más jóvenes habría que recordarles que fue este
personaje uno de los instigadores del golpe de 1973, el mismo que se
autodesignó Comandante en Jefe y que prestó las instalaciones y buques
de la Armada de Chile para que se cometieran atroces violaciones a los
Derechos Humanos.
Los buques de la Armada de Chile tradicionalmente ostentan el nombre
de héroes de la patria, por lo que resulta paradojal e inadmisible que se
haya autorizado a bautizar una embarcación con el nombre de un golpista.
No es necesario recordarles a los señores oficiales de dicha rama de las
FFAA que, más allá de sus ínfulas aristocráticas, son empleados fiscales y
que los buques son de propiedad de todos los chilenos.
Es de lamentar que en Chile, tras cuatro gobiernos democráticos, todavía
persistan obstinadas estas trampas de la memoria que pretenden
naturalizar hechos y personajes deleznables en nombres de avenidas y
barcos. Haber bautizado a un buque de la Armada con el nombre del
extinto miembro de la Junta Militar de 1973 es una grave ofensa a todos
los chilenos y a su gobierno. Si no fuera una triste realidad bien pudiera
parecer un chiste de los “martes de Merino”.
13
El escándalo protagonizado por altos oficiales de la Fuerza Aérea de
Chile, incluido su ex Comandante en Jefe, debe hacer reflexionar a todos
los chilenos sobre la salud de nuestras instituciones de la Defensa
Nacional. En el actual orden institucional de nuestro país, las instituciones
castrenses juegan un papel principal y representan un porcentaje
importante de los gastos del presupuesto de todos los chilenos.
100
La historia reciente nos ha mostrado dolorosamente lo que acontece
cuando las Fuerzas Armadas extravían la misión que les ha sido confiada
por su propio pueblo. Aquella imagen idílica de uniformados respetuosos
de la constitución y portadores de los valores fundamentales del
patriotismo, la rectitud y el honor militar saltó hecha trizas un día de
septiembre de 1973. El Golpe de Estado en Chile representó no sólo una
afrenta al país sino un daño moral de los propios uniformados del que
todavía parecen no reponerse.
Durante los llamados años de la transición, generaciones de oficiales se
han contaminado de una actitud defensiva frente a las acusaciones de
que han sido objeto, creando con ello no sólo un clima de impunidad en el
país sino una moral acomodaticia y oportunista, muy distante de aquellos
valores que alguna vez encarnaron hombres de la talla del General Carlos
Prats o Alberto Bachelet.
El general Ramón Vega, ex Comandante en Jefe de la Fach aparece
involucrado en un ilícito por tres millones de dólares. Este escándalo es
sólo un caso más de corrupción en el lucrativo negocio de venta de armas
y pertrechos que realizan gobiernos y empresas del mundo desarrollado a
países del llamado Tercer Mundo. Nada nuevo bajo el sol. El General
Vega, tal como cualquier uniformado africano o latinoamericano, negoció
a nombre de su país, pero enriqueciéndose en el trámite.
El clima moral en nuestras Fuerzas Armadas se ha enrarecido, algo que
ya no pueden disimular los uniformes vistosos ni las espadas al cinto.
Pareciera que ya nada puede sorprendernos tras la patética detención y
comparecencia ante tribunales ingleses del ex Comandante en Jefe del
Ejército y a la sazón senador en ejercicio, Augusto Pinochet. Esta
atmósfera de degradación es inaceptable desde todo punto de vista.
Hasta el día de hoy ningún sector político ha planteado el problema de
fondo: la democratización de nuestras instituciones de la defensa. Para
quienes afirman que esta proposición entraña una politización de las
instituciones castrenses, habría que recordarles que es la situación actual
la que prolonga una malsana politización de los uniformados. La mejor
prueba de ello es que muchos ex Comandantes en Jefe se han convertido
en senadores, incluidos los Comandantes en Jefe Augusto Pinochet y
Ramón Vega; y muchos miembros de la “familia militar” han sido voceros
de la extrema derecha durante años, patrocinando y financiando
organizaciones espurias ligadas al pasado dictatorial.
La democratización de las Fuerzas Armadas, significa, ni más ni menos, el
regreso de los mandos castrenses a la debida obediencia al orden
democrático. Esto posee aristas tan concretas como abrir las escuelas
matrices de cadetes y suboficiales a todos los jóvenes de Chile, sin las
101
trabas económicas y las prácticas nepóticas y clasistas que han
convertido a la oficialidad en una elite que se reproduce a sí misma, con
cargo al fisco. Asimismo, exige una revisión exhaustiva del financiamiento
de la Defensa Nacional y de su sistema de pensiones. Las Fuerzas
Armadas no pueden seguir siendo un coto cerrado en el Chile de hoy.
Los diferentes gobiernos concertacionistas no se han planteado una
verdadera política frente a las Fuerzas Armadas y, en rigor, éstas siguen
asociadas a paradigmas arcaicos superados por la historia, al punto de
que todavía hay buques de la Armada de Chile con el nombre de “Jose
Toribio Merino” (sic). Cuando las Fuerzas Armadas no encuentran su
lugar en una democracia, marginadas de los cambios sociales y culturales
que vive el país, distante de las grandes tareas que demanda el desarrollo
nacional, éstas se corrompen de manera ineluctable.
Democratizar las Fuerzas Armadas debiera ser un aspecto fundamental
en el programa político de los candidatos a la presidencia de Chile, pues
de otro modo se está postergando una cuestión amenazante para el futuro
del sistema democrático chileno. Por último, y no como un asunto menor,
el escándalo que remece al país este verano debiera servir para crear los
mecanismos de regulación en el presupuesto militar. Ha llegado el
momento de dejar atrás para siempre la triste herencia de la dictadura en
los cuarteles de este país.
En el Chile actual, no es políticamente correcto referirse a las Fuerzas
Armadas, lo evitan los políticos de todas las corrientes, y el mismo
ejecutivo guarda un pudoroso silencio. Sin embargo, como un gesto de
genuino patriotismo es imprescindible reclamar un cambio profundo en
este sector de la vida nacional. El Chile democrático del mañana exige
unas Fuerzas Armadas que estén a la altura histórica y moral de lo que el
país requiere y no vivir de falsos espejismos. No olvidemos que,
finalmente, la palabra “mirage”, en lengua francesa, puede ser traducida
como “espejismo”, una ilusión óptica, mera apariencia que nos hace creer
en la existencia de algo que no es.
14
Si hay algo que debiera distinguir a un oficial de carrera es el honor
militar. Esto se traduce en una pulcra hoja de vida. La única virtud que
reclamaba O’Higgins era, precisamente, el patriotismo, como mérito para
aspirar a ser un oficial de las Fuerzas Armadas de Chile. Este ideal forjado
en los albores de nuestra vida independiente ha conocido momentos tan
bochornosos como dolorosos. El episodio que se ventila ante la justicia,
protagonizado hoy por el ex Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de
102
Chile, general en retiro Ramón Vega, tiene todos los componentes de una
mala producción cinematográfica de categoría B.
Un grupo de uniformados de una lejana república sudamericana aceptan
sobornos de grandes empresas dedicadas a la venta de aviones de
combate. El “negocio” compromete a altos oficiales y acaso más de un
civil entendido en el tema. Por cierto, se trata de una maniobra lucrativa
que va dejando una estela de dólares a medida que se concreta el
contrato. No se requiere mucha imaginación para visualizar los rostros
cómplices, sonrientes ante tan jugoso “bono”, por los altos servicios
prestados al país. Ni colorín ni colorado, algo salió mal. Los implicados
son puestos al descubierto en una nación de Europa y, como epílogo, la
justicia de aquel pequeño país de Sudamérica toma cartas en el asunto.
No se trata, lamentablemente, sólo de una mala película sino de una
realidad maloliente que se escenifica en nuestro país. Los chilenos ya nos
hemos ido acostumbrando a la conjunción entre uniformados y dólares;
así, apelativos tales como “pinocheques”, “venta de armas a Croacia”,
“cuentas secretas”, “Banco Riggs”, resultan familiares para todos quienes
compartimos esta angosta y larga faja de tierra.
El tema de la corrupción es una componente estructural de América
Latina, algo insoslayable a la hora de ponderar nuestros avances
democráticos. En otras naciones hermanas los uniformados atravesaron
hace mucho la delgada línea que separa lo correcto de lo incorrecto, lo
legal de lo ilegal. En Chile, la transgresión de ese límite tiene una fecha
concreta y se inaugura el 11 de septiembre de 1973.
A partir de aquel triste día, que más de algún uniformado nostálgico
todavía atesora con obstinado silencio, se ha producido una degradación
en la conducta de ciertos oficiales que aparecen comprometidos no sólo
en graves violaciones a la dignidad humana sino que además en negocios
muy turbios de los que apenas conoce la ciudadanía. Las Fuerzas
Armadas de Chile, constituyen una parte gruesa del presupuesto fiscal,
los salarios y beneficios de que gozan oficiales y, en menor medida, los
suboficiales lo financian todos los chilenos. En este sentido, todo lo que
atañe a la Defensa Nacional es un tema país que debiera preocupar no
sólo a las autoridades sino a todos los chilenos.
Más allá del fallo de los tribunales civiles, el mero hecho de aparecer
implicado en un delito con características de escándalo y de nivel
internacional ligado a la compra de armamentos no es aceptable en un
oficial General de la República. Para decirlo corto, preciso y militar: El
general Vega y sus cómplices han deshonrado el uniforme, han ofendido
103
la dignidad nacional, avergonzando a su institución y a todos los chilenos.
Todos los oficiales conocen de sobra lo que eso significa en los códigos
militares de Chile.
15
La reciente y fugaz visita del Príncipe Carlos heredero de la Corona
Británica conmocionó a la elite social de este rincón del mundo. No podía
ser de otra manera, no en vano las clases altas han alimentado y
acariciado el mito de ser los ingleses de América del Sur, no se trata, por
cierto de una mera afición al whisky. Esta amistad y admiración por la
Casa Real Británica tiene ya una historia más que centenaria que se
remonta a nuestra Independencia y que ha tenido momentos estelares
como la Guerra del Pacífico durante el siglo XIX y la Guerra de las
Malvinas, durante el siglo XX. En ambos episodios, como todos sabemos,
los gobernantes chilenos han estado en una espuria complicidad con los
británicos. God Save the Queen!.
La llegada de un personaje de sangre azul no podía sino desatar la
excitación de nuestra plebeya clase política y militar. En una risible y
extravagante ceremonia, se desplegó una raída alfombra roja para que el
Príncipe y su consorte sintieran que, después de todo, estaban entre
gente civilizada. Todos olvidaron por un par de días aquel bochornoso
episodio en que Augusto Pinochet, un ex dictador chileno y senador en
ejercicio fue detenido en Londres acusado de crímenes de lesa
humanidad. Se impuso el protocolo de sonrisas y buenas maneras,
después de todo se trataba de una visita de negocios.
Para satisfacción de los Almirantes, el ilustre personaje se sintió
sorprendido por la cantidad de apellidos ingleses en la Armada de Chile.
Nadie le explicó que en la Escuela Naval no entra cualquier chileno hijo de
vecino y que se requiere ser católico e hijo de buena familia o pariente de
algún alto oficial, preferible de apellido anglosajón, capaz de pagar los
altos costos de su educación. Tampoco nadie le dijo que todavía hoy se
luce con orgullo un buque con el nombre de Almirante José Toribio
Merino, miembro de la Junta Militar y promotor del Golpe de Estado de
1973.
Entre copas y degustaciones, el Príncipe Carlos fue agasajado por estos
ingleses sudamericanos que ensayaron algunas frases en la lengua de
Shakespeare, imitando el acento británico. Y como nada es lo que parece,
el gesto de la Casa Real de enviar al heredero al trono a este país del
Cono Sur de América para visitar a las autoridades políticas y al
104
Almirantazgo no tiene nada de casual. Chile ha sido un cliente importante
de los astilleros británicos a lo largo de toda su historia y, por estos días,
es uno de los países latinoamericanos que encabeza la lista de compras
de material bélico y gastos militares. Este negocio no ha estado exento de
escándalos, como el affaire Mirage que se ventila todavía en los
Tribunales de Justicia. (¿Cómo se dirá “coima” en inglés británico?) En la
actualidad, la crisis mundial azota con particular fiereza a la Gran Bretaña,
cuyo modelo económico financiero al estilo norteamericano está al borde
del abismo y ha llevado a la libra esterlina a una caída vertiginosa. Así las
cosas, asegurar la venta de pertrechos militares a los países del Tercer
Mundo es una cuestión estratégica.
Tras la partida del futuro Monarca de Gran Bretaña, todos se sienten
satisfechos por haber participado en el evento más glamoroso del año que
ocupará las páginas sociales de diarios y revistas. Allí han quedado
registradas las imágenes sonrientes de civiles y militares, ellas con
vestidos para la ocasión, ellos de impecable uniforme. Son los ingleses de
Sudamérica, más mestizos de lo que quisieran y que siguen hablando el
lenguaje de la corrupción y la pobreza, el español de América y las
lenguas indígenas, igual que sus vecinos a los que pretenden ignorar.
16
Pocas veces se ha observado que el golpe militar de 1973 no sólo
representó una catástrofe para los sectores populares y las fuerzas
democráticas que lo representaban sino que también fue el ocaso político
de una cierta derecha ilustrada y republicana. La actual derecha política
en Chile, preserva poco más que el nombre de aquellos pro-hombres que
alguna vez inspiraron un pensamiento de derechas digno de tomarse en
serio. Faltos de talento, escasamente ilustrados y carentes de cierta
reciedumbre moral, los nuevos líderes derechistas se comportan como un
paquidermo en una cristalería.
Las nuevas generaciones de políticos de la derecha chilena no están a la
altura de las circunstancias históricas que deben enfrentar. La mayoría de
ellos son hijos de Chacarillas, es decir, incubaron su imaginario político en
un régimen cruento y autocrático. Este sombrío periodo de la historia de
nuestro país corrompió los últimos resabios de una derecha democrática y
republicana, convirtiendo a los viejos políticos derechistas en un remedo
grotesco al estilo de Jarpa, mientras que los retoños de la derecha fueron
formados en un turbio caldo cocinado desde el reduccionismo
economicista neoliberal al cual se agregó una buena dosis de rabioso
105
anticomunismo de Guerra Fría y una versión maniquea de catolicismo,
herencia del franquismo.
A los líderes de la actual derecha política chilena habría que aplicarles
aquella máxima que reza: sólo vemos lo que hemos aprendido a ver.
Incapaces de pensar Chile en una perspectiva histórica, amplia y
democrática, se apegan a lo que aprendieron de sus maestros: un
esquema neoliberal en lo económico, una democracia protegida y con
rasgos autoritarios en lo político y a transmitir una cultura arcaica y
extemporánea. La mayoría de los líderes de esta nueva generación
entiende la política como la administración del mundo degradado y
plebeyo que resultó de diecisiete años de dictadura militar.
La actual crisis económica mundial requiere mucho más que una derecha
ignorante y exenta de grandeza. Como nunca antes Chile requiere de una
visión de país que trascienda la pequeñez en que estamos sumidos. El
Chile del mañana no se construye aferrándose obtusamente a una
Constitución Política superada por la historia como estrategia para
defender sus intereses. El fracaso de la derecha chilena radica en su
incapacidad de ofrecer al país una “visión de futuro” distinta de las
miserias que ha protagonizado durante su historia política reciente. Las
naciones no se construyen con ideas anacrónicas ni rindiendo pleitesía a
un hórrido pasado.
La degradación política en que chapotea la derecha no sirve al
imprescindible proceso de profundización de la democracia en nuestro
país y tampoco sirve para enfrentar una crisis mundial como la que nos ha
comenzado a golpear. Los derecha chilena, hoy en día, es más bien un
lastre para la modernización política y económica que Chile requiere con
urgencia. No hay que hurgar mucho en su barniz “humanista cristiano”,
para encontrarse con candidatos ayunos de ideas nuevas y, ni hablar, de
un sentido histórico de país. Su principal exponente parece resumir en su
figura el discurso hueco y oportunista que no alcanza a disimular la
codicia y el apetito voraz de empresarios y papanatas ansiosos de
encaramarse al Ejecutivo.
17
Los nombres de calles, embarcaciones y edificios guardan la memoria
histórica de una nación. En todos los lugares del orbe, las
denominaciones designan y remiten a momentos de la vida de un pueblo.
No es raro, entonces, que cuando se han vivido episodios vergonzantes,
todos se esmeren en limpiar las huellas que acusan la felonía. Así, en
106
España o Alemania, se ha hecho un esfuerzo ciudadano para evitar todo
gesto laudatorio del crimen y el autoritarismo.
En el Chile de hoy, tras casi veinte años del “retorno a la democracia” no
se ha tomado en serio el grave insulto que significa mantener nombres de
avenidas, buques de la Armada de Chile y algunas otras espurias
instituciones. Más que una demanda política, se trata de delimitar una
cierta ética cívica. No es aceptable en un régimen que se dice
democrático que una embarcación con la bandera de Chile lleve el
nombre de un golpista que autorizó torturas en sus instalaciones. No es
aceptable que una central avenida de nuestra ciudad glorifique con su
nombre la triste fecha del once de septiembre de 1973.
No se trata, desde luego, de volver sobre viejas heridas de la sociedad
chilena. No se trata de revanchismo ni cosa que se le parezca. Se trata de
una demanda ética pública frente a otra forma de impunidad, las trampas
de la memoria que enlodan la vida cotidiana de los ciudadanos y
contamina la honra de las nuevas generaciones de marinos y soldados. Si
de veras queremos que “nunca más” se vuelvan a cometer las atrocidades
que se ventilan en los Tribunales, es menester acometer la importante
tarea de limpiar este país de todo obstinado vestigio que quiere sobrevivir
a la vergüenza. Digámoslo con absoluta claridad, el Golpe de 1973 y
todas sus lamentables secuelas no es algo de lo cual nadie en la derecha
actual debiera sentirse orgulloso.
Ser un país democrático significa, en primer lugar, restituir un marco de
referencia básico, una cierta filosofía moral pública en que cada
ciudadano, cualquiera sea su credo, encuentre su lugar. El espacio
político sin un sólido fundamento ético, se convierte en una “performance”
estadística y eleccionaria carente de sentido. Olvidar esta antigua
sabiduría, abre la puerta a la corrupción, a la degradación y la apatía.
Los Derechos Humanos, no constituyen una moneda más en la apuesta
política. No estamos ante un argumento progresista o conservador,
estamos ante un logro de la civilización humana para superar la barbarie.
Lo que está en juego es la dignidad misma de cada ser humano. En este
sentido, limpiar los nombres de la infamia es restituir la dignidad elemental
a cada uno de los chilenos. Vivir en un país en que todos hemos
aprendido del luto y del dolor.
107
18
El sistema universitario chileno se encuentra entre los más caros del
mundo, sólo comparable al de Estados Unidos y otros países
desarrollados. Durante el próximo año los aranceles aumentarán
alrededor de un 10% en las universidades más emblemáticas del país. Si
a estos antecedentes se suma un mezquino sistema de financiamiento y
becas de parte del Estado, en un país donde los índices de desigualdad
se encuentran entre los más altos a nivel mundial, el resultado sólo puede
ser un sistema universitario caro, injusto, clasista, discriminatorio y
excluyente. En un mundo que ha transformado el derecho a la educación,
consagrado retóricamente en la Constitución, en una cuestión de dinero,
de poco sirve la virtud o el talento de un estudiante.
La implementación de políticas de corte neoliberal en el ámbito de la
Educación Superior no ha arrojado buenos resultados y más bien ha sido
funesto para el país. En los hechos, ha convertido un ámbito estratégico
del desarrollo nacional en un gran negocio en el que miles de familias son
expoliadas cada año por universidades-empresa por un servicio menos
que regular. De hecho ninguna universidad chilena se encuentra entre las
cien y ni siquiera entre las doscientas mejores del mundo. La Educación
Superior no sólo es cara sino de mala calidad, mostrando pobres índices
en docencia, extensión y, ni hablar, investigación.
El gran ausente en la Educación Superior es el Estado, pues como se
sabe, de acuerdo a la superstición neoliberal, le corresponde al mercado y
no al Estado regular el flujo de bienes y servicios en la sociedad. Esta
creencia, convertida en dogma, el mismo que nos tiene sumidos en la
peor crisis económica mundial de que se tenga memoria, quizás pudiera
tener alguna aplicación a la hora de comercializar berenjenas, pero
muestra claras deficiencias cuando hablamos de educación, salud o
previsión social. Si la previsión social, representada por las AFP, ya
acumula pérdidas por 47 mil millones de dólares (una cifra equivalente a
unos dos mil años seguidos de Teletón), la Educación Superior acumula
pérdidas no cuantificables en daño social para las familias del país que
ven como crecen los aranceles cada año con magros resultados.
En medio de la crisis económica que golpea al mundo entero, es hora de
que el Estado asuma con plenitud su papel para asegurar la calidad de la
educación en todos los niveles y el acceso de los jóvenes talentosos a las
universidades. Más allá de los gobiernos de turno, se trata de un desafío
país que compromete nuestro desarrollo presente y futuro. A los
estudiantes de Chile les asiste el derecho a reclamar un sistema de becas
y un financiamiento digno y adecuado para proseguir estudios superiores,
108
sólo en virtud de sus méritos y talento. Es responsabilidad de la sociedad
chilena procurar un sistema que les asegure tal derecho. La actual
discriminación económica ejercida por el mercado en la Educación
Superior es indigna de una sociedad democrática, políticamente
incorrecta, socialmente injusta y moralmente inaceptable.
19
Todos los gobiernos del mundo tienden a mantener las apariencias ante
situaciones críticas. Se trata de una estrategia llamada literalmente
“manejo de crisis”. La idea es mantener la calma de la población, evitando
hasta donde sea posible cualquier exabrupto de la prensa. En regímenes
autoritarios esto es tarea fácil, pues la prensa en todas sus modalidades
es manejada por un Estado todopoderoso al servicio de algún régimen
poco amigo de las voces discordantes.
En democracias de bajo octanaje, como es el caso de Chile, la prensa
obedece, en general, a los intereses del gran capital, convirtiendo en los
hechos la profesión de periodista en una suerte de estafetas de la
información. Con todo, el aparato estatal también juega su parte y basta
una “sugerencia” de La Moneda para que los medios se pongan a tono en
temas polémicos como la actual crisis económica mundial.
Este control “soft” de la prensa nacional se basa en dos supuestos.
Primero, el papel preponderante de los medios en la configuración de un
imaginario social y el subsecuente estado anímico de la población frente a
un tema particular. Segundo, el hecho innegable de que cualquier crisis,
por definición, supone una alta dosis de subjetividad. No olvidemos que
los sistemas físicos son susceptibles de “estados críticos”, pero sólo
sistemas humanos entran en crisis. Así, entonces, al morigerar a la prensa
se controla una variable de la crisis económica.
Todo lo anterior explica el talante recatado de la prensa chilena ante la
recesión económica en que está sumido el planeta entero. En estos
tiempos de Hiperindustria Cultural es más bien difícil evitar que se filtre la
información a un sector de la ciudadanía. Internet hace posible leer en
varios idiomas a los más prestigiosos expertos mundiales. Todos
coinciden en señalar la singularidad y la gravedad de la actual crisis
económica, cuyo horizonte se mide ya en años.
La triste verdad es que Chile, contra lo que pregona el gobierno y los
empresarios, no es una economía “blindada” y no hay razones para el
optimismo. Por el contrario, todos los índices apuntan a que nuestro país
correrá la suerte de América Latina, esto es: disminución de la tasa de
109
crecimiento próxima a cero, aumento de la cesantía a dos dígitos,
disminución significativa de exportaciones y de la inversión foránea,
pérdidas cuantiosas de capital en el sector previsional, en pocas palabras:
recesión económica para el periodo 2009 – 2010.
El Estado de Chile, orientado al neoliberalismo desde hace décadas, no
está diseñado como Estado Social. Aquellas instituciones que otrora
protagonizaron el desarrollo, como la Corfo, han dejado de ser agentes
del proceso económico. Lo mismo puede decirse de otra serie de
instituciones de asistencia social. En el actual estado de cosas, poco
pueden esperar las Pymes, los estudiantes o los jubilados del Estado
chileno.
La estrategia de mantener las apariencias a través de los medios sólo se
explica en un Estado al servicio del gran capital, como en Chile, en donde
los grandes medios de comunicación se concentran en pocas manos. Se
nos quiere hacer creer a todos los chilenos que el modelo neoliberal
heredado de la dictadura militar sigue funcionando cuando todo señala su
ocaso en todo el orbe. La actual crisis económica mundial pone fin a tres
décadas de hegemonía neoliberal en el mundo, y Chile, aunque siempre
anacrónico y a deshoras, no puede ser la excepción.
20
Desde hace ya más de una década, la sociedad chilena avanza
tímidamente hacia una conciencia ciudadana en torno a la contaminación.
Si bien nuestros gobiernos se han mostrado timoratos frente al tema, no
podemos negar que de manera lenta, muy lenta, vamos tomando
conciencia de que no se debe ni se puede contaminar nuestros ríos, talar
nuestros bosques ni llenar las ciudades de gases tóxicos. Se trata, que
duda cabe, de una tendencia mundial. La biosfera está en peligro y Chile
no puede ser ajeno a los fenómenos globales. No podemos sino
alegrarnos de que el tópico medioambiental haya sido puesto en el tapete
por gobiernos y organizaciones no gubernamentales.
No obstante, no existe la misma preocupación respecto de la
“contaminación mediática” que con sus contenidos tóxicos esta
envenenando la “psicosfera” contemporánea. El siglo precedente hizo
posible que las técnicas de comunicación transitaran desde la escritura a
las imágenes televisivas y digitales: esto es, el siglo XX fue el siglo en que
las “psicotécnicas” devinieron “psicotecnologías”. En efecto, las imágenes
digitalizadas de las redes televisivas e Internet, organizadas desde
cuidadosas estrategias de “marketing” se han convertido en la forma
110
actual, no ya de un “biopoder” como lo pensó Foucault sino más bien de
un “psicopoder”.
Este nuevo “psicopoder” ha puesto en jaque a todas las instituciones
sociales, muy especialmente a las instituciones escolares y universitarias,
en cuanto modelan la expresión del deseo. Asistimos, hoy por hoy, a
estrategias que movilizan el deseo en función del consumo a escala
planetaria. Las imágenes de la Hiperindustria Cultural se convierten en
contaminantes y tóxicas, de manera mucho más radical y peligrosa que
los motores de combustión, cuando se propone a las nuevas
generaciones un individualismo hedonista y cínico cuyo horizonte no es
otro que la autosatisfacción.
La “contaminación mediática” puede llegar a ser tanto o más peligrosa que
las otras formas de polución, pues afecta directamente la “psicosfera”,
modelando el imaginario social. Dejar al puro arbitrio del mercado una
cuestión tan delicada y que compromete el futuro inmediato de las
sociedades del siglo XXI no sólo es una irresponsabilidad sino que, en el
límite, una ingenua estupidez.
Quizás haya llegado la hora para que la sociedad chilena revise el
creciente protagonismo de los medios con una mirada profundamente
democrática, pero al mismo tiempo, haciéndose cargo de la
responsabilidad social y cultural que les compete.
Las diversas formas en que los medios degradan aspectos fundamentales
de la vida social como el lenguaje, la educación, la política, la religión, el
saber y el pensamiento, en fin, los pilares de lo que ha sido la civilización
humana, no augura otra cosa que un estado de plebeyización de las
masas: la barbarie, antesala de formas inéditas de totalitarismo.
21
Una de las características de la política chilena actual es el haber
naturalizado un universo bipolar. Si examinamos los procesos electorales
verificados en el país durante la década de los noventa y hasta el
presente, siempre hemos asistido a la oposición entre Concertación y
Alianza. El hecho es sintomático y remite a algo mucho más profundo:
Chile ha repetido el monótono libreto de aquel épico plebiscito del “Sí” y el
“No”.
Es interesante destacar que aquella oposición plebiscitaria dio cuenta de
un momento histórico y de una generación que ya no representa a la
111
mayoría de los chilenos. Podríamos decir que el imaginario político
nacional sigue anclado, en lo fundamental, a un guión que ya no da
cuenta del mundo en que vivimos. El Chile de hoy es mucho más diverso
de lo que exhiben los grandes partidos políticos y muy otros los problemas
que nos aquejan.
Es cierto, la actual Constitución opera como una camisa de fuerza que
impide la ampliación del espectro de ideas. La cuestión es que el actual
diseño político, por aberrante y antidemocrático que nos parezca, ha
generado una red de intereses y complicidades económicas y políticas
que muy pocos estarían dispuestos a modificar. Así, los chilenos
residentes en el extranjero están privados del derecho ciudadano para
ejercer el voto y la mayoría de los jóvenes no se sienten convocados por
un sainete electoralista que se aleja cada vez más de la realidad
cotidiana.
La Carta Constitucional chilena refleja, en lo grueso, un conjunto de
criterios y decisiones políticas que fueron tomadas por una dictadura
militar y cuyo eje no es otro que la “seguridad nacional”. Los legisladores
de aquel entonces diseñaron una “democracia protegida”, es decir, un
conjunto de leyes que hicieran imposible cualquier cambio social
sustantivo en el Chile del futuro. De este modo se hizo una Carta Magna
que asegurara para siempre la “libertad de comercio”, la “propiedad
privada”, y eliminara la amenaza al capital: sindicatos, movimientos o
partidos que cuestionaran dicha legalidad. El Chile que heredamos es,
exactamente como estaba previsto, el resultado de aquel diseño sociopolítico: un país de bajos salarios en que la previsión de los trabajadores,
una forma de ahorro obligatorio vía AFP, ha sido convertida en capital de
grandes inversionistas que lucran con el esfuerzo de todos los chilenos,
de escasa cobertura y mínima rentabilidad.
El Chile de hoy es, desde el punto de vista económico y político, un
negocio redondo. La actividad política ha sido convertida entre nosotros
en la manera como el capital administra el Estado. La figura del político y
la del empresario se han hecho sinónimos. La Constitución Política es el
instrumento que consagra plenamente la simbiosis entre Estado y capital,
señalando con ello los límites de cualquier reforma, tal como ha quedado
demostrado durante casi veinte años.
Esto hace evidente que una reconfiguración democrática desde el seno de
la actual institucionalidad es, por decir lo menos, no sólo improbable sino
impensable. Lo que podemos esperar, en cambio, es hacer explícito este
maridaje a través de un presidente empresario, sea que se trate de un
concertacionista como los ha habido, o de algún populista de derechas
jugando el papel de “humanista cristiano” o, acaso, de algún excéntrico y
112
caricaturesco personaje. Poco importa, en verdad, pues lo cierto es que
desde hace mucho nuestra sociedad se ha convertido en una sociedad
anónima.
22
La crisis económica en que encuentra sumido el mundo entero amenaza
con un explosivo aumento de la cesantía y la pobreza en todas las
naciones del orbe. De poco sirve reconocer hoy que han sido los excesos
del neoliberalismo los que nos han llevado al borde del abismo. Los que
ayer levantaron con insolencia la idolatría al becerro de oro son en la
actualidad cadáveres políticos.
Así como hacia fines de los ochenta cayó el muro, y con él todo el
andamiaje de los socialismos reales, en la hora presente cae el modelo
económico ultraliberal que le siguió. Ante esta debacle política y
económica al mismo tiempo, los sectores “progresistas” ligados a la
socialdemocracia se proponen la reconfiguración del capitalismo. La Sexta
Cumbre de Líderes Progresistas que se realiza aquí en Viña del Mar
(Chile) como antesala de la Cumbre G 20 que se realizará en Londres los
próximos días, cuenta con la asistencia de connotadas figuras que
incluyen al Primer Ministro Inglés, al Vicepresidente de los Estados
Unidos, al Primer Ministro de España y a los mandatarios de Argentina y
Brasil, entre otros.
Si bien esta Sexta Cumbre ha sido convocada para discutir la actual crisis
económica mundial conviene extender la mirada hacia otros aspectos no
menos relevantes. El capitalismo, en cuanto sistema-mundo, se halla
sumido en una recesión que al decir de los expertos será,
ineluctablemente, larga, dolorosa y maloliente. La mala noticia es que esta
catástrofe derivada de una escasa o nula regulación de los mercados se
yuxtapone a otros puntos críticos que vive nuestra civilización, a saber:
calentamiento global, escasez de agua potable, crisis agroalimentaria,
migraciones y pauperización generalizada. En pocas palabras: dolor y
sufrimiento de millones de seres humanos.
Reconocer la magnitud y profundidad del atolladero en que se encuentra
la civilización contemporánea no nos conduce, necesariamente a
convertirnos en apóstoles del pesimismo. Nos obliga, en cambio, a ser
moralmente responsables en el presente histórico en que nos toca actuar.
En este sentido, las izquierdas a nivel mundial, en todos sus matices,
pueden ser un aporte para buscar soluciones políticas y económicas a los
graves desafíos que enfrenta la humanidad. No se trata tan sólo de
113
reformar el capitalismo, como pregonan muchos de los líderes del mundo
desarrollado. Se trata de echar las bases para un nuevo orden
internacional en que los pobres de la tierra hagan oír su voz.
La reconfiguración del capitalismo no puede significar la normalización de
los mercados para que las grandes corporaciones sigan depredando el
planeta entero, sumiendo a países y continentes enteros en la miseria. La
crisis global es, ciertamente, una oportunidad histórica para que los
pueblos del sur reclamen el lugar de dignidad que les corresponde.
América Latina, como parte del sistema-mundo, ha sido hasta aquí el
“patio trasero” del mundo desarrollado, los resultados están a la vista:
pobreza, corrupción, violencia y depredación medioambiental. Celebrar el
modelo económico chileno, como hace el señor Brown, es desconocer las
tremendas desigualdades que ha acarreado este modelo para una amplia
mayoría en cuestiones tan sensibles como la educación, la salud y la
previsión social.
El horizonte latinoamericano no se construye desde la demagogia y el
populismo, pero tampoco se encuentra en fórmulas que convierten la
democracia en una performance estadística al servicio de las empresas
locales y globales. Los Estados latinoamericanos deben recuperar su
protagonismo a nivel nacional, regional y mundial, no para caer en un
extemporáneo y estéril estatismo sino para promover nuevas maneras de
alcanzar una efectiva justicia social.
23
La Comunidad Europea acaba de anunciar un endurecimiento de sus
políticas contra la inmigración. Los países ricos, enarbolan las banderas
del libre comercio y la globalización de los mercados. En cada foro
internacional presionan a los países pobres para que tomen medidas que
favorezcan sus intereses inmediatos. Sin embargo, al mismo tiempo
endurecen sus políticas migratorias para evitar que los pobres de la tierra
se instalen en sus ciudades.
Los pobres e indocumentados, sean negros del África, “sudacas”, “moros”
o “asiáticos” resultan aborrecibles no tanto por su color o sus costumbres
como por su precariedad económica. Las sociedades ricas aborrecen de
los extranjeros pobres que vienen a disputar empleos a muchos de sus
propios marginales. Las sociedades más prósperas, mimadas en el
consumismo suntuario, reniegan de su fundamento democrático para
salvaguardar un modo de vida.
114
Intoxicadas de narcisismo por la cultura mediático publicitaria, las
sociedades “desarrolladas” han desplazado todo reclamo humanista
universalista por una delirante xenofobia cuya coartada es el nacionalismo
y el racismo: antesala de la degradación y la barbarie.
La hiperindustria de la cultura en Europa y los Estados Unidos ha
engendrado una visión cínica del mundo, plagada de estereotipos
vulgares para una masa plebeya. A través de una retahíla de lugares
comunes se estructura una visión patológica del mundo, cuyos vértices
son el odio, la violencia y el nihilismo agresivo frente a la presunta
amenaza. Eso tiene un nombre y se llama fascismo.
Millones de africanos y árabes en Francia, turcos en Alemania, mexicanos
y latinos en Estados Unidos, “sudacas” en España o peruanos en Chile,
deben sufrir a diario la discriminación de una sociedad que se siente
“superior” a las miserias de sus inmigrantes. Las masas plebeyas e
ignorantes son presa fácil del discurso xenofóbico, en especial cierto
segmento juvenil.
La globalización concebida como libre flujo de capitales y mercancía, nos
muestra su rostro antidemocrático cuando se trata de seres humanos
pobres. Nadie quiere que los esclavos miserables y malolientes se
instalen en su antejardín. La globalización promueve las imágenes de los
emprendedores y “winners”, en las antípodas de las víctimas o “losers”:
homosexuales, indígenas, negros, enfermos y pobres.
Es cierto, ya no vemos las velas inflamadas de los barcos europeos que
cruzaban el Atlántico desde la costa africana, trayendo el preciado “marfil
negro”, cargamento de esclavos hasta La Habana o Cartagena de Indias.
Las cadenas y los grilletes han sido reemplazados hoy por el
analfabetismo, las enfermedades y la pobreza perpetua. Generaciones
desesperadas cuyo único horizonte es peregrinar hacia la metrópoli,
desafiando la muerte, por una vida diferente.
Los países pobres del sur son tenidos como exóticos y lejanos parajes de
turismo, donde la agreste naturaleza aún permanece impoluta; acaso
como paraísos sexuales para la pedofilia o como paraísos fiscales para
los negocios turbios. Los pueblos del sur constituyen la frontera, el “far
west” donde todavía se consiguen materias primas a bajo coste sin
restricciones medioambientales.
En la hora actual coexisten dos mundos inconmensurables, distintos y
distantes. Cada vez que un grupo de africanos a la deriva se aproxima a
las turísticas playas europeas, se rozan dos mundos que el capital ha
115
separado: los seres globalizados que retozan en edénicos parajes “all
inclusive” y aquellos marginados muertos de hambre y de olvido.
24
Desde hace ya casi dos décadas nuestro país ha venido postergando una
serie de problemas que hoy comienzan a hacerse manifiestos, mostrando
las fisuras y arrugas de un orden político arcaico. Cada gobierno de la
Concertación de Partidos por la Democracia ha adquirido compromisos
que no ha cumplido. Por de pronto, la sucesión de gobiernos
concertacionistas no ha sido capaz de borrar la herencia autoritaria
impresa en la Constitución del 80, apelando a pequeños parches
cosméticos consensuados con sus opositores.
Esta aguda incapacidad política del conglomerado oficialista se suma a
una deficiente “moral pública” que se ha traducido en una imagen y un
clima de corruptelas en diversos estamentos del aparato público.
Digámoslo con franqueza, la Concertación ha ido de más a menos. Esta
verdad es incómoda, pues de algún modo esta agrupación de partidos
políticos atesoró la esperanza de una amplia mayoría de chilenos que les
confió la tarea de restituir una plena democracia en el país, tarea que no
han cumplido hasta la fecha.
En la actualidad, vivimos horas complejas en el mundo. El alza de los
combustibles, el calentamiento global, la inestabilidad de los mercados
entre otros factores, tiende a desdibujar el “milagro” chileno. El
“neoliberalismo a la chilena” viste con ropajes de modernidad y lenguaje
pseudo científico una añeja, y muy poco cristiana, costumbre de nuestra
derecha: explotar a los pobres y débiles para aumentar su riqueza. La
triste realidad es que estamos muy distantes de soñar siquiera con
asomarnos al mundo desarrollado. Atrapados, como estamos, entre una
derecha sumida en un retrógrado conservadurismo pietista, devota de
cierta nostalgia militar y un oficialismo paralizado por su ineptitud y falta de
voluntad política, el horizonte no podría ser más mediocre y desolador.
En un clima adverso, crece el temor y la derecha lo sabe. Utilizando con
habilidad temas como la “delincuencia” y la “seguridad ciudadana”,
desplaza de los medios cualquier recuerdo de aquellos años en que se
hizo cómplice de crímenes atroces. Carente de un proyecto político
democrático, apela a lo peor de la demagogia y el populismo para
defender “su” orden constitucional, pretendiendo que es el de todos los
chilenos.
116
Las recientes movilizaciones de camioneros y estudiantes representan
apenas la punta de un “iceberg”. En Chile, las cosas se están haciendo
mal, muy mal. Al observar la realidad nacional, se tiene la impresión de
que nos aproximamos a un punto de inflexión que reclama un salto
cualitativo. No podemos seguir enjaulados por un orden constitucional
anacrónico que ha erigido una “democracia de baja intensidad”, otra forma
de decir, de espalda a los ciudadanos, para preservar grandes intereses
económicos y de paso, garantizar una impunidad selectiva a conspicuos
personeros del antiguo régimen.
Los grandes problemas del país, educación, salud, previsión social,
energía y medioambiente, respeto a los trabajadores y a las minorías,
entre muchos otros, sólo se resuelve en una democracia plena. Las cosas
por su nombre: Es hora de que Chile despierte a sus verdades
incómodas: Nos aproximamos a momentos muy complejos para la
humanidad entera, derivados del cambio climático, la crisis de
combustibles y ajustes tecno estratégicos del capitalismo mundial, y no
estamos preparados en absoluto. Sólo podemos exhibir una gran deuda
social pendiente, un profundo desajuste económico y político, un
vergonzante clima de “inmoralidad pública” que prevalece en todos los
niveles de la administración del Estado, en la antesala del Bicentenario de
nuestra República.
25
Una de las paradojas de nuestros tiempos “postmodernos” es el
lamentable olvido de los fundamentos que inspiraron las conquistas
sociales en el mundo desde hace más de dos siglos. Tras el ocaso de los
“socialismos reales”, rostro autoritario y burocrático que adquirieron la
mayoría de las revoluciones, toda idea que propenda a la justicia social ha
sido estigmatizada, al punto que los mismos intelectuales, artistas y
políticos de la izquierda actual parecen haber depuesto las banderas que
enarbolaron antaño.
Las consecuencias de estos olvidos fundamentales están a la vista: por
todo .el planeta, impera un nuevo espíritu tardocapitalista: emprendedor,
liberal, cínico, individualista y consumista. Se nos ofrece como “novedad”
la vieja receta de los mercaderes, aquella que transforma cualquier
libertad en “libertad de comercio”, la construcción de un mundo utilitario
que adora el “becerro de oro”. La prédica neoliberal en el mundo entero no
es sino la aceptación pesimista y resignada de un mundo primitivo,
117
revestido de un lenguaje pseudcientífico, que se basa en la riqueza y los
privilegios de unos pocos y la pobreza y esclavitud de las mayorías.
El discurso antiestatista de la superstición neoliberal sirve para convertir
los derechos básicos de los pobres en un lucrativo negocio: así, la salud,
la educación, la previsión social. Mientras las “izquierdas” se encuentran
sumidas en sórdidas pugnas ideológicas de “hegemonía” en un
espectáculo de todos contra todos, los sectores conservadores seducen a
los pueblos e imponen su modelo de desarrollo sin resistencia alguna. El
conservadurismo no hace sino perpetuar las injusticias, construyendo en
todo el planeta un mundo de esclavos, sometidos ahora por la seducción
de los medios y el consumo.
En Chile, como en otras latitudes, la mentira neoliberal, gracias al control
cuasi monopólico de los medios, insiste en que sólo el crecimiento
económico nos sacará de la pobreza, confundiendo mañosamente las
ganancias de las grandes empresas con un pretendido desarrollo del país.
Bastaría observar cómo el quintil más acomodado se apropia de más de
la mitad de la riqueza, mientras los más pobre apenas sobreviven. En
nuestro caso concreto, la postmodernidad ha tomado el rostro del “post
pinochetismo”, acomodaticia democracia de baja intensidad que
yuxtapone la pobreza a los buenos negocios.
Conviene recordar que desde hace ya varios siglos, generaciones enteras
han aportado sus luchas y desvelos en pos de un mundo otro. Ese
horizonte de libertad, igualdad y fraternidad es anterior a todas las
revoluciones históricas, aunque de un modo u otro las ha inspirado. Es
innegable que las realizaciones concretas de este sueño en la historia ha
estado plagado de errores y horrores hasta la perversión, no obstante, el
anhelo optimista y legítimo de un mundo mucho más evolucionado en los
siglos venideros no ha perdido en absoluto su lozanía.
En las épocas más oscuras y retrógradas, como la que estamos viviendo
en Chile y en el mundo, es cuando este sueño ético y político de un
mundo de hombres iguales y libres cobra mayor pertinencia, cualquiera
sea la forma histórica de su realización. Es bueno tener presente estas
cuestiones ahora que en medio de una crisis financiera mundial, el modelo
se cae a pedazos, mostrando su inconsistencia y su profunda
inhumanidad
118
26
En América Latina, hemos vivido la paradoja de que una religión,
destinada a la liberación espiritual, moral y material del hombre ha sido
puesta al servicio de los poderosos. La verdad es que es cada día más
difícil llegar a creer cuando los pastores han hecho del discurso teológico
una profesión, y en el colmo, una mercancía. Con escasas y valientes
excepciones históricas, el concepto de lo divino ha sido degradado a lo
dogmático y lo ritual, convirtiéndolo en los hechos en sinónimo de
opresión y resignación ante las injusticias.
La reciente visita de Leonardo Boff a nuestro país, sirvió de pretexto para
que algunos medios nacionales volvieran a repetir una insolente retahíla
de lugares comunes sobre la Teología de la Liberación, cuyo pecado no
ha sido otro que recoger, con honestidad, el llamado del Concilio Vaticano
Segundo. Sólo una profunda ignorancia podría llevarnos a desconocer
que esta corriente teológica de liberación, es una de las más interesantes
creaciones del pensamiento latinoamericano durante el siglo XX.
Es interesante hacer notar cómo la jerarquía eclesiástica, en particular, el
Vaticano, ha hecho todo lo posible por acallar y opacar el destello de
dignidad y esperanza que entraña este discurso teológico de Liberación.
Lo mismo puede decirse, sin embargo, de los sectores más progresistas,
que por falta de sensibilidad o desconocimiento, no han sabido encontrar
en este discurso latinoamericano de los oprimidos las claves históricas
para la emancipación.
La reflexión teológica de la Liberación no es una ideología pasada de
moda, como suele pensarse. Ella representa un anhelo de justicia y
libertad que mantiene su lozanía desde hace siglos. Como las palabras
del crucificado, más que un pasado, es un presente en suspenso que
cobra actualidad en el rostro humillado de millones de latinoamericanos
esclavizados en el hambre, la miseria, la violencia y el abuso. Una palabra
que se escucha silenciosa en las horas dolorosas que vive, actualmente,
la hermana República de Bolivia, donde a diario son crucificados “kollas” y
campesinos, tildados de “raza maldita” por quienes enarbolan el odio
racista y la codicia de los privilegiados. Una palabra que ya pronunció
Bartolomé de las Casas el “Apóstol de los indios”, quien en nombre del
cristianismo se opuso a las atrocidades cometidas en nombre del
catolicismo. En un conmovedor cuento quechua, “El sueño del Pongo”,
recogido por Arguedas, el gran escritor peruano, se nos relata cómo un
indio, el más débil de todos, cruelmente humillado por un hacendado,
concibe el sueño de morir junto a su amo. Desnudos ambos ante los
119
ángeles, el indio es cubierto de excrementos, el amo pintado con miel. La
sentencia, justicia divina, es lamerse el uno al otro por la eternidad. .
La Teología de la Liberación es el discurso numinoso de los que sufren,
de los pobres, de los campesinos, de los indios, de los mestizos, de los
negros y de todos los trabajadores de nuestro continente. En este
sentido, esta voz cristiana y latinoamericana, constituye una de los
reclamos de justicia más profundos y auténticos entre nosotros y un
valioso patrimonio de nuestra cultura. Por mucho que se esfuercen los
poderosos y sus voces esclavas en apagar esta luz, ésta renace inevitable
en el corazón de los humildes.
Si ayer fueron las armas y la tortura, actualmente, en las grandes urbes de
Latinoamérica se enseñorea una cultura agresiva que idolatra la riqueza,
el hedonismo y el consumo suntuario, sometiendo a nuestros pueblos a la
ignominia y la segregación, destruyendo el medioambiente e instalando el
odio y la injusticia como moneda de cambio entre personas y naciones.
Ante esta nueva forma de sometimiento que utiliza la seducción de los
medios de comunicación, el destello de la Liberación y la Esperanza es
más actual y necesario que nunca.
27
En la actualidad, América Latina exporta, según estimaciones, alrededor
de quinientos mil millones de dólares anuales en drogas. El poder
comprador, ciertamente, se encuentra en los Estados Unidos y Europa.
En este lucrativo negocio están comprometidos, en mayor o menor
medida, todos y cada uno de los países de la región, sea como
productores de la materia prima, sea como “corredores”, sea como
centros de procesamiento o plazas financieras para el “lavado” de dinero.
Cada tanto, la prensa nos informa de algún sangriento incidente en Baja
California (México), o en las favelas de Sao Paulo (Brasil), así como en las
regiones cocaleras de Perú y Bolivia, para no mencionar a Colombia. Las
redes del narcotráfico alcanzan a todo el continente y compromete a
mafias multinacionales de carácter global que actúan como pequeños
ejércitos locales provistos de los más modernos equipos y armamentos.
Es evidente que las redes latinoamericanas pertenecen a un “sistema
mundo” de tráfico de estupefacientes que cubre todo el planeta y cuyo
epicentro se encuentra en las naciones desarrolladas. El poder comprador
se encuentra, principalmente, en mafias organizadas en los Estados
Unidos.
120
El narcotráfico posee tal envergadura entre nosotros que, en los hechos,
constituye una economía paralela. En un continente sumido en la pobreza
y la falta de oportunidades, cuando no en el autoritarismo y la violencia, el
“narcocapital” permea las precarias instituciones de estos países: bancos,
empresas, policías, jueces, prensa, militares y políticos de todos los
signos ideológicos.
América Latina se ha convertido en una zona donde la corrupción es el
modo de vida cotidiano de millones de habitantes. Una realidad que se
hace manifiesta en las masacres que, episódicamente, se escenifican en
la frontera mexicana o en algunas localidades del Paraguay o Colombia,
pero que permanece soterrada en el resto de los países. Salvo, claro está,
cuando estalla algún escándalo que compromete a políticos e
instituciones policiales, como en Chile o Argentina.
En la hora presente, el “narcocapitalismo” es, quizás, uno de los más
urgentes problemas políticos de la región. Esto es así porque este
fenómeno esta inextricablemente asociado a la violencia, el tráfico de
armas y a un clima de corrupción generalizado que amenaza nuestras
débiles instituciones democráticas. No seamos ingenuos, el narcotráfico
hace mucho dejo de ser una cuestión meramente policial para convertirse
en una cuestión política de gran alcance. Cuando los tentáculos del
“narcocapital” se encuentran entronizados en grandes empresas que
incluyen los más diversos rubros, todos legales por cierto, no es tarea fácil
combatir este flagelo.
Las democracias latinoamericanas cohabitan con formas degradadas del
capitalismo, impotentes ante el poder de los carteles de la droga. La
historia enseña que en aquellos países en que se ha dado con mayor
fuerza esta incestuosa relación entre una democracia débil y una
economía corrupta, tienen un destino claro: terminan corrompiendo los
cimientos de cualquier democracia posible, sumiendo a las naciones en
un estado de miseria moral y violencia permanentes.
28
Las actuales sociedades mediatizadas han realizado aquella profecía de
Andy Warhol, según la cual cada quien tendría sus quince minutos de
fama. Siguiendo la lógica de las mercancías, los rostros humanos circulan
de manera tan efímera como seductora: Sea que se trate de una sensual
estrella del Pop o del más reciente candidato a Presidente. El “rostro de la
noticia” es el o la protagonista de un momento en la infinita cabalgata de
información y entretenimiento que satura las pantallas del mundo.
121
La penetración y alcance de los medios en la era de la Hiperindustria
Cultural puede convertir a cualquiera en príncipe o princesa por un día. El
beso seductor de los medios construye famas de oropel, revistiendo de un
inusitado glamour a individuos ordinarios puestos en situaciones
extraordinarias reales o ficticias. Como la espuma de las olas, los héroes y
las heroínas del día se levantan desde las masas anónimas para volver a
ellas tras haber obtenido los titulares.
Los rostros del año no podría ser algo distinto de la masa que los
engendró, sin embargo a diferencia de ésta, tal o cual rostro se ha
individualizado. Se trata de un individuo, hombre o mujer, joven o
anciano, que ha adquirido un nombre propio, alguien de quien se puede
hablar. Tener un nombre en una sociedad anónima de masas es la meta
de artistas, deportistas, políticos e intelectuales: todos anhelan un nombre
que los haga únicos. Tener un nombre es la manera cómo una sociedad
individualista administra la inmortalidad.
Si el rostro de la noticia permanece en el tiempo se convierte en un icono
cultural, tal es el caso de Chaplin, el Che o Lennon. Es interesante hacer
notar que los famosos se equivalen con la masa a la que convocan.
Estamos en una sociedad simbólicamente igualitaria: La estrella de fútbol
o la reina de belleza se tornan figuras ejemplares en la justa medida que
se identifican con aquel niño o niña que les admira. Si la figura ejemplar
fue, otrora, el santo o el héroe caballeresco, en la era de la Hiperindustria
Cultural se trata más bien del famoso, la estrella, el ídolo de masas, el
“winner”, prefigurado hasta la saciedad por la publicidad.
Los medios requieren figuras, las figuras sólo existen en virtud de los
medios. El mayor mérito en una sociedad de consumo, narcisista por
definición, es el “éxito”, medido con la vara del dinero, la influencia, la
belleza y el espectáculo.
Las figuras proliferan en la era de la
“infoentretención”; en efecto, cuando el mundo se ha convertido en un
gran espectáculo que mezcla lo cómico, lo melodramático y lo trágico, la
figura emerge como el protagonista que representa al “hombre común”.
Los eventos, por espectaculares que se nos aparezcan, son
protagonizados por un hombre o mujer como “tú”: los rostros nos
interpelan.
En el caso de Chile, los rostros reflejan la atmósfera “kitsch”, muy del
gusto de cierta clase media plebeyizada por el consumo, que caracteriza a
nuestro país. De este modo, el panteón de nuestras figuras esta poblado
de grotescos empresarios, políticos de dudosa catadura, artistas de
farándula reñidos con el más mínimo sentido ético y estético, uno que otro
militar en retiro (sin comentarios) y algún patético personaje “popular”. Se
122
trata de nuestro “establishment”, una retahíla de “personajillos” de baja
estofa donde no puede faltar alguna cortesana recatada, un mariconcito
telegénico (que no representa al mundo gay) y algún pío multimillonario
que mezcla los dólares con el Opus Dei.
En el Chile del siglo XXI, una sociedad de consumo prototípica, tecnourbana-masivo-consumista, los rostros y cuerpos del año no podrían ser
sino aquellos que alcanzaron alguna vez la condición de mercancías
simbólicas. Son los “happy few”, aquellos sapos que fueron besados por
los medios y se creyeron príncipes o princesas por un instante.
29
Por más de cinco siglos, los pueblos de América Latina han padecido el
oprobio de la miseria para los más que coexiste con la riqueza para los
menos. Esta insultante realidad cotidiana de millones de hombres,
mujeres y niños se repite con monotonía en los arrabales de El Alto,
Ciudad de Panamá, en las villas miseria de Buenos Aires o en las favelas
de Río. Los rostros mestizos son los mismos, la pobreza y la violencia es
la misma. El diagnóstico ya ha sido establecido por organismos
internacionales y proclamado por valientes voces como un grito por toda
América. La exclusión de millones de seres en las ciudades y campos de
este continente es una cuestión moral y política inexcusable en la hora
actual. La miseria y el sufrimiento de nuestros pueblos constituyen nuestra
verdad última.
Las secuelas de nuestra miseria económica pueden ser descritas como
una miseria social, cultural y política. América Latina ha sido tierra fértil
para ejercitar la represión violenta a través de ejércitos serviles a los
poderosos, criollos y extranjeros, tanto como para celebrar las injusticias y
la mentira mediante las voces esclavas que han proliferado en los medios
de comunicación. Muchos son los muertos y desaparecidos que
atestiguan esta historia de la esperanza. La violencia homicida que ayer
se desató en Santiago de Chile un día de septiembre, ha vuelto a
aparecer en El Salvador o Guatemala y, en la actualidad en Santa Cruz.
En los albores del siglo XXI, América Latina se enfrenta a problemas de
índole planetario, tales como la degradación medioambiental y el
calentamiento global, la crisis alimentaria o la actual crisis económica del
hipercapitalismo que oscurece el horizonte inmediato. Nuestra dramática
realidad de analfabetismo, falta de viviendas y pauperización generalizada
se yuxtapone a la corrupción de gobiernos entregados al narcotráfico y la
militarización.
123
Los Estados Unidos ha administrado América Latina como su propio feudo
para obtener recursos, condenando por décadas a pueblos enteros al
bloqueo o a dictaduras atroces por la insolencia de erigirse contra sus
intereses. Las grandes corporaciones monopolizan los medios de
comunicación y han convertido el sistema político de muchas naciones de
la región en una impostura pseudo democrática al servicio de sus
negocios con la complicidad de las elites.
Como nunca antes, le corresponde a la actual generación de
latinoamericanos actualizar el reclamo libertario de dignidad de nuestros
intelectuales y nuestros próceres. Como todo reclamo político y moral se
conjuga en él lo ancestral y lo nuevo, plena soberanía para nuestros
pueblos sin reeditar añejos dogmas y viejas prácticas sectarias y
excluyentes que sólo llevaron a la frustración. América Latina incluye a los
más diversos credos e ideologías; La América Latina del mañana requiere
y exige la síntesis de todos los que creen en los principios de la dignidad
humana, en la tolerancia y la diversidad cultural. En un mundo en vías de
globalización, son los latinoamericanos de hoy los convocados a
demandar a sus gobiernos la construcción de un mundo distinto, el mundo
de la esperanza.
30
La actual inestabilidad de los mercados financieros del mundo, plantea
una serie de interrogantes. La inquietud ante los acontecimientos no sólo
atañe a los expertos y a las autoridades de organismos nacionales e
internacionales, sino que es parte de la vida cotidiana de millones de
personas en todo el planeta. No podemos olvidar que, el vocablo “crisis”
viene del griego y, entre otras acepciones significa “juzgar”. Toda “crisis”
es, pues, una invaluable oportunidad para revisar y evaluar aquellos
comportamientos que han llevado a esta situación. Es bueno y necesario,
entonces, poner sobre el tapete algunas cuestiones de manera serena y
con un lenguaje lo más sencillo, en lo posible, para delimitar los contornos
de ésta, la primera crisis de lo que hemos llamado el Hipercapitalismo del
siglo XXI.
Hace ya algunas décadas René Thom nos enseñó la diferencia
conceptual entre “crisis” y “catástrofe”. Toda “crisis” es más una
disfunción que una alteración estructural. En este sentido debemos tener
presente que toda “crisis” supone y exige un nivel de subjetividad. Los
sistemas físicos son susceptibles de entrar en “estado crítico”, pero jamás
en “crisis”. En suma: el concepto de “crisis” podemos entenderlo como un
124
estado transitorio que consiste en el debilitamiento de los mecanismos de
regulación frente a causas reales o imaginarias.
La etiología de la crisis financiera global que azota a los mercados, es
precisamente un debilitamiento de los mecanismos subjetivos de
regulación que tiene como causa inmediata una disfunción en los flujos de
valores, es decir, una “desconfianza” generalizada, en que cualquier
opción de inversión es sentida como “amenaza”. Ahora bien, toda “crisis”,
puede anunciar una catástrofe; sin embargo, ello requiere de un conjunto
de factores concomitantes que multipliquen su efecto.
Como sabemos, el capitalismo es un régimen de producción que cristaliza
con el ascenso de las sociedades burguesas y que ha tomado las más
diversas formas políticas. El capitalismo, por definición, está ligado al
desarrollo tecnológico y al comercio, expandiendo la noción de “mercado”
como espacio de compra-venta. La irrupción del capitalismo sólo se
explica como la conjugación de una serie de condiciones de posibilidad,
desarrollo de fuerzas sociales, intereses económicos y saltos
tecnológicos. Hasta la fecha, el capitalismo sigue expandiéndose a nivel
planetario, en la justa medida que no se han producido las condiciones de
posibilidad alternas para su ocaso. Como todo proceso histórico, esto
puede llevar siglos.
La actual crisis financiera de carácter global no significa, en ningún caso,
el fin de las actuales formas capitalistas que presiden las relaciones
económicas. El capitalismo contemporáneo asiste más bien a una “crisis”
y no a una “catástrofe”: en rigor, se trata de una disfunción en la
regulación de los flujos financieros. Lo que resulta previsible es más bien
la deslegitimación de la ideología neoliberal, mas no el fin del capitalismo.
Muchos cientistas sociales han advertido que el régimen de producción
capitalista ha entrado en una nueva fase de desarrollo. Podemos resumir
su desarrollo en tres etapas. El capitalismo del siglo XXI sólo es pensable
como sistema-mundo que culmina los periodos de internacionalización y
de transnacionalización. La internacionalización de la economía y la
cultura se inicia con las navegaciones transoceánicas, siglo XV, la
apertura comercial de las sociedades europeas hacia el Lejano Oriente y
América Latina, y la consiguiente colonización hasta el siglo XIX. La
transnacionalización es un proceso que se va formando a través de la
internacionalización, pero da algunos pasos más desde la primera mitad
del siglo XX al engendrar organismos, empresas y movimientos cuya sede
no está exclusiva ni principalmente en una nación. El sistema-mundo, o
globalización, se fue preparando en estos dos procesos previos a través
de una intensificación de dependencias recíprocas, el crecimiento y
aceleración de redes económicas y culturales que operan en una escala
125
mundial y sobre una base mundial desde la últimas dos décadas del sigo
XX.
A diferencia de 1929, el capitalismo global o Hipercapitalismo es un
sistema en red. Esto significa que sus flujos reales y virtuales se
organizan como una red de nodos descentralizados, de carácter horizontal
que cubre todo el planeta. El mercado se ha convertido en un espacio
virtual. Esto quiere decir que el capital se ha hecho “abstracto”, esto es, ha
disociado la “referencia” a procesos productivos de la “economía real”,
para instalarse en operaciones financieras “derivadas”.
Por todo lo anterior, la analogía con la crisis de principios del siglo XX no
se puede sostener. Asistimos al despliegue de un fenómeno inédito: la
primera crisis del Hipercapitalismo del siglo XXI.
Si bien el Hipercapitalismo ha sido capaz de generar una economía
paralela, ésta no se ha emancipado por completo de la llamada “economía
real”. En este sentido, hay una íntima y estrecha relación entre lo que
acontece en la esfera de lo “virtual” y los procesos productivos que la
justifican.
Cuando las tasas de interés dificultan el crédito, por ejemplo, es claro que
las inversiones se tornas más riesgosas. Lo mismo ocurre con las
materias primas de los países emergentes sometidas a los altibajos del
mercado, como ocurre con el cobre o el petróleo, lo que repercute en las
economías más débiles. La inestabilidad de los mercados es un índice de
riesgo que “enfría” la “economía real”, arrastrándola a un periodo recesivo.
Si la situación se prolonga en el tiempo, una “recesión económica”
deviene una “depresión económica”. Una crisis del capitalismo virtual se
transforma en una crisis económica mundial.
La “economía virtual” es de carácter especulativo, pero no es autónoma
respecto de la “economía real”. Esta mutua dependencia se está
observando ya en la economía mundial. Sin ningún ánimo catastrofista,
todo indica que la “recesión económica” ya se ha instalado en los países
desarrollados y, es muy probable, que se expanda a otras latitudes el
próximo año.
En el Hipercapitalismo, las relaciones económicas se han desplazado
desde el ámbito de los “referentes” o “economía real” al dominio de la
“significación” o “economía virtual – especulativa”. Ello explica el carácter
subjetivo de los mercados actuales. La actual crisis financiera se traduce,
en concreto, en una inestabilidad de los mercados bursátiles. El alza
súbita y el brusco descenso son la tónica en todas las bolsas del mundo,
arrastrando a los públicos del pánico a la euforia. Esta situación genera
126
relaciones de “doble vínculo” con la realidad económica, pues impide la
discriminación lógica y racional de “valor”. En pocas palabras, la
inestabilidad produce la “desconfianza” en los agentes del proceso
No podemos olvidar el carácter “especulativo” que posee el mercado
virtual. En efecto, los agentes especuladores juegan sus apuestas a la
baja o al alza de determinados valores, aprovechando los vaivenes de la
subjetividad colectiva. Así, cualquier medida remedial de algún gobierno
es aprovechada con astucia al alza, del mismo modo que cualquier “mala
noticia”, por nimia o marginal que ésta sea.
Por último, en un mundo en que los medios de comunicación son capaces
de fabricar el presente mediante la híper industrialización de la cultura, no
tiene nada de raro que la crisis financiera mundial se haya convertido en
un espectáculo de masas. Cada día, los públicos de todo el mundo son
“informados” de lo que acontece en las bolsas de todo el orbe. Por su
carácter narrativo y audiovisual, el acontecimiento se transforma en un
“drama” plagado de suspenso y amenazas. El resultado no podría ser otro
que el pánico.
El capitalismo ha generado un mundo injusto en que la riqueza se
concentra en muy pocas manos, a un costo muy alto que pagamos todos:
pauperización de la mayoría, precarización de los empleos, degradación
moral de las relaciones humanas y de las formas políticas que origina, lo
que redunda, finalmente, en un estado de crisis social y medioambiental
generalizado. La modernidad capitalista puede ser definida como la
naturalización de un estado de crisis y violencia permanentes.
El Hipercapitalismo construido desde la ideología neoliberal ha llegado, en
virtud de su lógica interna, a un límite que exige la reconfiguración del
sistema. El discurso neoliberal, muestra por estos días su carácter más
antisocial que antiestatal. Más que renegar del Estado, el neoliberalismo
significa subordinar las políticas de los Estados nacionales a las
estrategias del capital. La crisis financiera que estamos viviendo
deslegitima un discurso que se ha tornado hegemónico en el mundo por
más de tres décadas.
La reconfiguración del Hipercapitalismo es un imperativo que nace de la
inoperancia de su propia institucionalidad creada tras la Segunda Guerra
Mundial. Tanto el Fondo Monetario Internacional, como el Banco Mundial,
para no mencionar la Organización Mundial de Comercio, son
instituciones añejas, incapaces de hacer frente a las otras crisis que se
avizoran, como por ejemplo, la crisis alimentaria, crisis medioambiental,
crisis energética.
127
El hipercapitalismo, en cuanto orden tecno-económico del siglo XXI, debe
confrontarse con los cambios políticos y culturales que se han verificado
las últimas décadas. La crisis financiera global, que presagia una recesión
económica mundial, es el resultado de décadas de especulación y
desregulación, pero también es el resultado del clima cultural que ha
prevalecido estos años. Como nunca antes, la humanidad entera,
acicateada por los medios, se ha volcado al individualismo, con su
secuela de exitismo y consumo, alejándose de formas humanas y
solidarias de convivencia. La crisis financiera es sólo la manifestación
inmediata de algo mucho más profundo, una honda crisis acerca del
sentido de lo humano y de nuestro lugar en este planeta.
128
7.- Epílogo
7.1.- Santiago: Capital de Chile
Al aproximarnos al año del Bicentenario de nuestra República, es bueno y
necesario que nuestra generación revise lo que ha sido el decurso de los
distintos ámbitos de la vida nacional. En nuestro caso, no se trata, por
cierto, de pretender un análisis urbanístico, estético o arquitectural de esta
ciudad sino más bien de plasmar una “experiencia”, aquella de habitar una
ciudad y, al mismo tiempo, ser habitado por ella.
Pensamos que la mayoría de los problemas que nos relatan los noticieros
constituyen, en gran medida, los problemas culturales y antropológicos de
la gran urbe: delincuencia, transporte público, contaminación, violencia y
estrés, entre otras. La política, tal y como se la entiende en Chile, es decir
de manera “preformativa” y con énfasis económico, resulta ser una
respuesta reduccionista y mecánica que no sirve para esclarecer la
profundidad y el alcance de los malestares de esta modernización.
Los paisajes que nos interesan, ciertamente, son los “nuestros”, incierto
posesivo que, no obstante, nos dice algo. Poseemos paisajes en cuanto
hemos habitado y crecido en ellos, los paisajes nos habitan, están
inscritos en nuestra memoria, son parte de aquello que somos. Lo
“nuestro” es, pues, nuestro entorno geográfico y humano, pero y sobre
todo es tiempo cristalizado en el recuerdo, “nuestro tiempo”. Un país, una
ciudad, una localidad, un barrio, aquella esquina, el olor a tierra mojada
cada atardecer.
Hacia fines del siglo XIX, la sociología alemana concibió ya la ciudad
como epicentro de la modernidad. La ciudad es el lugar de la experiencia
moderna, con sus flujos en constante movimiento, es éste el lugar que
define un espacio público y un espacio doméstico. A más de un siglo de
distancia, resulta interesante observar el Santiago que se nos oculta,
literalmente, detrás de la bruma y el esmog.
En cuanto lugar de la experiencia de la modernidad, Santiago hace
coincidir los flujos de la vida cotidiana con sus ritmos intrínsecos, la
modernidad son masas en movimiento. Contra el credo liberal, habría que
recordar que el individuo sólo posee sentido recortando su silueta contra
129
esa matriz que es la masa urbana. Santiago es una ciudad de masas
individualizadas.
Como toda ciudad, Santiago delata nuestra historia. No estamos hablando
de espacios patrimoniales o folclóricos, ni siquiera de monumentos. La
ciudad capital nos muestra el tejido social que la compone en sus
compartimentos diferenciados, barrios residenciales, avenidas, cités y
poblaciones: como en una radiografía sus paisajes variopintos nos
muestran los hojaldres de la estratificación social.
Si hay algo sorprendente y escandaloso, que sin embargo ha sido
naturalizado por todos, es la tendencia perversa a construir ciudadelas
amuralladas al interior de la ciudad. Barrios exclusivos con guardias
privados se erigen como expresión última del “apartheid” social y cultural.
Santiago es una ciudad segregada entre los que todo tienen y aquellos
menesterosos privados de horizonte alguno. En las últimas décadas, el
contraste lejos de atenuarse se ha acrecentado, yuxtaponiendo, como en
un “collage” dadaísta, una asfaltada carretera con racimos de diminutas
casuchas de madera colgando en el abismo, al borde de un río que hiede.
Santiago es una ciudad que hiede a injusticia y a contaminación.
7.2.- La lluvia…
Cuando llueve todos se mojan, rezaba una vieja frase publicitaria. En
Santiago de Chile, eso no es cierto, pues cuando llueve sólo se mojan los
más pobres. Las riadas e inundaciones afectan principalmente las
grandes barriadas de trabajadores y poblaciones ubicadas hacia el
poniente de la ciudad. Los chiquillos y los perros chapotean en al agua
mientras sus familias comienzan el ritual de cubrir con telas de plástico
moradas y techumbres.
Cada año, durante el invierno, asistimos a las trágicas imágenes por
televisión de grupos familiares, niños y ancianos especialmente,
mendigando un rincón seco y un techo ante la adversidad del clima. Los
rostros entumecidos de los humildes resultan ser la otra cara del modelo
chileno, es el sufrimiento humano que desafía e impugna la racionalidad
performativa de la modernidad.
Las imágenes de la televisión inscriben las patéticas escenas de la
pobreza en la lógica de la “caridad”, valiosa virtud proclamada por el
cristianismo, pero que en este caso sirve para confundir y ocultar el
problema de fondo, cual es el de la “justicia social”. Nadie en su sano
juicio podría estar en contra de entregar frazadas y colchonetas a los
130
menesterosos, cada vez que una tormenta de invierno asola la ciudad,
como hacen muchas instituciones religiosas y públicas. Nadie con una
pizca de sensibilidad podría oponerse a tan loable acción. Sin embargo,
los medios tienden a olvidar la pregunta que late en toda tragedia invernal:
¿por qué siempre es lo mismo?, ¿por qué siempre los mismos? ¿Cómo es
posible que nuestra sociedad se construya sobre la injusticia social?
De alguna manera, la lluvia lava el rostro ceniciento de Santiago, dejando
en evidencia no sólo las grietas de su asfalto sino las otras grietas de la
ciudad, la fractura social que las mentiras del neoliberalismo se esmeran
en ocultar: el hecho aberrante y escandaloso de que el modelo chileno
está construido sobre la marginación de los más débiles. Para ellos no
hay una educación de calidad ni una atención de salud aceptable, ni
viviendas dignas ni previsión social.
Así como los filósofos de la antigüedad discurrieron sobre la democracia
en una sociedad esclavista, hoy cualquier mirada sobre Santiago de Chile,
sede del poder administrativo de la nación y ciudad capital de la
República, se erige en una sociedad neo-esclavista. Es cierto, no hay
grilletes ni un apartheid explícito, pero hay pobreza material y cultural de
la mayoría: cientos de miles, domesticados por los medios de
comunicación, el consumo y la supervivencia, con su secuela de
delincuencia, prostitución, drogas y violencia.
Cuando llueve, no todos se mojan. Así como las lágrimas manifiestan el
dolor, el rostro lluvioso de Santiago pierde su maquillaje de ciudad
moderna, el glamour de sus letreros de neón, para mostrarnos lo que no
queremos ver detrás de la bruma: la capital de los pobres.
7.3.- Shopping
Santiago, como capital del país, es el lugar donde se exhibe la
modernidad de Chile. Escenario privilegiado de todos los avances
tecnológicos, paisaje insolente de cristal y acero. Telegénico espacio de
“Malls” y
“Shoppings” que como estuches de aire acondicionado
encierran la atmósfera aséptica de lo público y lo privado.
De algún modo, las nuevas catedrales del consumo funcionan como
dispositivos para nuevas prácticas sociales, ellas ponen en escena la
liturgia de una sociedad de consumo en un país modélico. En una
escenografía híbrida en que lo “kitsch” es elevado a canon estético, los
nuevos paseantes circulan entre grandes marcas, por pasillos que
131
encierran el “sancta sanctorum” de la sociedad chilena: la igualdad
plebeya en el consumo suntuario.
Familias modestas coexisten con exóticos personajes a la hora de tomar
una cerveza o un “donuts". Espacio de seducción y distracción, pero al
mismo tiempo, espacio de vigilancia. Un discreto ejército de guardias
uniformados auxiliados por no menos discretas cámaras de televisión lo
observan todo, cualquier conducta “anómala” es rápidamente controlada.
La ciudad cosmopolita y lúdica nos ofrece aquello que hemos visto mil
veces en filmes o en la televisión, en Dubai y Paris: los “no – lugares” que
podemos reconocer gracias a la memoria inscrita por la hiperindustria
cultural. Un glamoroso abanico de tiendas que se dibujan entre cristales
iluminados, y en la misma lógica de un discreto servicio higiénico, una
capilla ofrece su higiene interior a los visitantes. Verdadero holograma de
la postmodernidad en que el valor simbólico del dinero ha sido abolido por
las “credit cards”, instalando una ilusoria igualdad de todos en la
ciudadanía del consumo.
El Santiago Bicentenario es un mosaico social y cultural en que
poblaciones y barrios residenciales conviven con vetustos edificios del
siglo XIX y con burbujas postmodernas. Santiago se escinde en una red
subterránea de túneles de alta tecnología y una superficie salpicada de
cicatrices. El Metro como icono de la modernidad, conectando sectores y
antiguos barrios en una suerte de democracia urbana recorre las entrañas
de la capital, mientras en la superficie van cambiando los paisajes al ritmo
de multitudes atascadas en embotellamientos y un feble transporte
público. El Santiago Bicentenario, es una ciudad sobre ruedas.
7.4.- Viejos y niños
Las primeras víctimas de la ciudad son los niños y los ancianos. Sobre
ellos golpea la indigencia y toda forma de violencia citadina. Los niños ni
siquiera tienen la posibilidad de una pensión miserable. Deben adaptarse
tempranamente a este mundo violento y corrupto, sea como mano de obra
barata o como leves cuerpos para alguna depravación pagada. ¡Ay, que
me duele un dedo tilín!, ¡Ay, que me duelen dos tolón!
Ofreciendo ramilletes a los automovilistas, niños y niñas venden en
realidad el “bouquet” prohibido de aquellas flores del mal que cantó el
poeta. Prostitución y pedofilia malamente camuflada por la noche, tema
sensacionalista de algún programa de televisión, que desculpabiliza a una
mayoría de consumidores indolentes.
132
Muchos de nuestros niños, el “futuro de Chile” según reza la manida frase
populista de todos los gobiernos, se prostituyen en las calles de la capital,
acicateados por las necesidades impuestas por el consumismo. Niños
cuya niñez ha sido usurpada por una sociedad injusta que no tiene un
lugar para ellos, salvo el lugar del castigo en una legislación cada vez más
severa y punitiva.
La niñez en Santiago de Chile no es para todos. Para algunos niños y
niñas es un tiempo triste. Los niños de Chile, herederos de una tortuosa
historia política y de una sociedad profundamente injusta, son las primeras
víctimas de un país mal concebido. Ellos, empero, son los primeros
convocados a cambiar el actual estado de cosas imaginando otro Chile
posible.
Cada niño vagabundo que deambula por la ciudad es una herida abierta
que camina por Santiago de Chile. Cada niño y niña sin un hogar es una
lacerante frase cursi que no por ello es menos cierta. Niños que limpian
automóviles, niños que venden flores, niños que roban, niños que gritan la
última novedad, niños que habitan la ciudad como diminutas siluetas que
se empinan risueños en los abismos de Santiago. ¡Ay, que me duele un
dedo tilín!, ¡Ay, que me duelen dos tolón! ¡Ay, que me duele el alma y el
corazón, tolón!
7.5.- Los perros
El perro santiaguino no es noble ni reclama una prosapia de alcurnia, de
color indefinido y mirada pícara el “quiltro” criollo es el compañero fiel del
“roto” y con él comparte su infortunio. Sin collar ni arnés alguno, su
identidad la conocen sólo sus amigos del bar o la feria libre donde suele
merodear por algo de comer.
Mal visto por guardias y dueñas de casa, conoce de patadas y escobazos.
Nunca ha visitado una clínica veterinaria y de vacunas mejor ni hablar. Su
origen y su destino es la calle, como lo ha sido para sus ancestros: no
conoce de cestitas ni casas para perros, mucho menos del “Dog Chow” o
alguna otra “delicatessen”.
Se le ve pululando cerca de carnicerías y puestos del mercado, donde a
veces un alma piadosa le tira un pedazo de pan duro o las sobras del
restaurante. Ni labrador ni terrier, el “quiltro chilensis”, como toda América
Latina, es mestizaje y, digámoslo, bastardía. Hijo de la calle, como es, su
color es el de la tierra y los muros, el “quiltro” es parte del paisaje urbano,
como los postes, los semáforos y los escasos árboles.
133
Su humildad no debe confundirse con falta de nobleza o inteligencia.
Sucio y desgreñado, es claro que jamás ganará un concurso de belleza,
aunque ha sabido ganarse el corazón de los pobres: intuyendo
secretamente quizás algo más que un parecido, suelen aceptarlo y, en el
mejor de los casos, adoptarlo. Como “dueño de casa” el “quiltro” adquiere
un aire de dignidad que se advierte en la defensa vehemente de “su”
territorio y de los suyos.
Como inadvertido habitante de la capital del país, el “quiltro” conoce de
persecuciones y matanzas inmisericordes. En nombre de la salud pública
o de algún decreto alcaldicio, el “quiltro” se ha visto acorralado y
exterminado. Los que aprenden a sobrevivir, sin embargo, siguen
ladrándole a la luna y persiguiendo esa pelota de plástico en alguna
pichanga de barrio.
Su muerte pasa tan inadvertida como su cachorril irrupción, así, un día
cualquiera ya no se ve más su incierta figura. Nadie lo echará de menos,
salvo quizás un niño que aprendió a amarlo sin darse cuenta, repitiendo
esa sutil y lúdica magia que une para siempre a los niños y a los perros.
7.6.-Los cementerios
Hay otro París, como hay otro Santiago u otro Nueva York. Es la ciudad
ausente, la ciudad de los muertos. Necrópolis silenciosa enclavada en el
corazón de las urbes… Por sus avenidas y sus prados, transitan mudos
los días que fueron, otras primaveras. En su marmórea arquitectura, el
rostro pétreo de la muerte; frío e indiferente; nos recuerda la alcurnia de
los fantasmas de mausoleo.
Los nichos más modestos, sin flores ni nombres, disimulan el anonimato
de tantos. Entre castaños y robles, entre eucaliptos y plátanos orientales,
los muertos nos hablan desde su perpetuidad. Quietos testigos del mundo
que una vez creyeron para siempre… Tras la efímera ilusión, la eternidad
de inertes huesos minerales, despojados del aroma de la vida. Otra
ciudad que pervive entre nosotros; abismo sin tiempo sobre el que se
levantan las pirámides de acero y cristal.
¿Dónde quedaron esos señores engominados, sentados a la mesa?
¿Dónde esas damitas de mirada melancólica en color sepia?
Tumbas sin nombres; muertos de nadie. En esta otra ciudad, también hay
olvidos…hombres que un día se desvanecieron tragados por la nada,
devorados por la historia…por su historia. Cada generación recuerda a
134
sus antepasados, al cabo de un siglo, ni siquiera el viento susurra sus
nombres.
Tumbas resecas en pueblos abandonados en medio del desierto; tumbas
oscurecidas por la tupida vegetación austral; tumbas urbanas, de cemento
y soledad; fosas comunes, en algún patio del Cementerio General.
¿Dónde están?. El que murió con los ojos vendados sobre un puente del
río Mapocho y aquél que murió atravesado por una bala gritando en algo
que creía. Otra humanidad, en esta ciudad; espectros que gritan desde el
silencio, señalando un misterioso cielo sin estrellas. ¿Dónde están?
7.7.- Las iglesias
Como en todas las capitales latinoamericanas, la vida mundana de
Santiago de Chile se ve interrumpida, de cuando en cuando, por la
irrupción del espacio sagrado. Las Iglesias de la capital interrumpen el
ruidoso ajetreo citadino y son un portal hacia aquello que los antiguos
llamaban el “mysterium tremendum”. Junto a la lengua y las letras
castellanas, junto a la espada, somos herederos también del panteón
cristiano. Si la Iglesia y el Estado se conjugaron como instituciones
matrices, la nación y el catolicismo se identificaron estrechamente,
poniendo su impronta a nuestra naciente cultura.
La Catedral de Santiago, ubicada frente a la Plaza de Armas, es el
monumento arquetípico que guarda no sólo los ecos del mundo colonial
sino además, las liturgias de la República. Es este el lugar privilegiado que
la ciudad ha reservado para sus actos más sagrados. Lugar de reunión de
los personajes importantes del momento, lugar de devoción para las
beatas de domingo, paisaje naturalizado para la mayoría de transeúntes
distraídos.
Nuestras iglesias han sido el espacio de congojas y alegrías, aquí, a los
pies del Crucificado se despide a nuestros muertos, se bautiza a los
infantes y los novios se prometen un para siempre. Aquí, entre santos y
demonios se delimita la calendariedad y la cardinalidad que rige la vida de
millones. Los altares recogen las plegarias, los confesionarios secretean
nuestras humanas miserias. Aquí se funden los ecos infinitos de nuestra
ciudad capital, un murmullo que recoge todas las voces de todos los
tiempos.
Todas nuestras iglesias guardan similitud arquitectónica e iconográfica
con aquellas que el viajero puede encontrar en Europa, la mayoría de
ellas resultan ser copias o citas de otros lugares del mundo. El Nuevo
135
Mundo extendió, a su manera, las siluetas del mundo mediterráneo al cual
sumó tintes propios, logrando así construcciones híbridas que en otros
lugares de la América barroca alcanzaron cotas notables.
La ciudad de Santiago no sólo acoge las iglesias sino que disemina la fe
de muchos de sus ciudadanos en miles de pequeños altares a los
muertos. Las “animitas” brotan en esquinas y callejones de barriadas
populares, convirtiéndose en algunos casos en lugares de peregrinación.
La llamada religiosidad popular da vida a “Romualdito” en el barrio
Estación Central, iluminando con velas y placas de agradecimiento un
rincón de la ciudad a pocos pasos de una moderna estación de Metro.
La ciudad exterioriza la cultura y la fe de su población en cientos de
iglesias y capillas, desde los espacios catedralicios hasta modestas
construcciones en madera: católicos, protestantes y mormones proclaman
su verdad. Desde uno de los lugares más altos de la capital, la Virgen del
Cerro San Cristóbal parece observar con sus brazos abiertos el presuroso
ir y venir de millones de seres metidos en un laberinto de calles y edificios
que, rara vez, en su breve existencia, levantan su mirada como una
presciencia del misterio, cielo e infierno que se juega en cada instante de
la vida cotidiana.
7.8.- El Aleph
Le debemos a Jorge Luis Borges una inquietante metáfora en torno al
lugar de la singularidad, uno de los puntos del espacio que contiene todos
los puntos. El describe ese punto en un cuento titulado “El Aleph”, incluido
en un libro homónimo de 1949, un diminuto universo en el sótano de una
casa.
Santiago de Chile posee un microuniverso, su propio Aleph; éste se
encuentra ubicado en el llamado “centro” de la capital, cuyo epicentro se
halla en la intersección de dos paseos peatonales: Huérfanos y Ahumada.
Entre el Mapocho y la Alameda, entre la carretera y el Santa Lucía, se
dibuja la cardinalidad de un pequeño universo de bancos, comercios,
restaurantes, cafés y farmacias, muchas farmacias. Es como si los
transeúntes necesitaran siempre un analgésico que haga soportable una
ciudad
bulliciosa
y
contaminada.
Como
muchas
capitales
latinoamericanas, el centro de nuestra capital se nos ofrece como un
geométrico tablero de damas. Los nombres de sus calles los hemos
aprendido de memoria desde niños: Amunátegui, Teatinos, Morandé,
Bandera; Moneda, Agustinas, Huérfanos, Compañía y Monjitas.
136
El Santiago de antaño nos muestra sus huellas de nuestra “belle époque”,
el centro plebeyo y mercantil fue otrora lugar de privilegio y abolengo. Allí
el pasaje Matte y el pasaje Agustín Edwards nos lo recuerdan con el
aroma del café que brota del “Haití” donde muchos parecen matar el ocio
en una conversación de mañana. Aunque si penetramos en las
penumbras de los pasajes y callejas descubrimos los llamados “Café con
piernas”, exóticos rincones del eros capitalino, refugio de estafetas y
“juniors” que por unas pocas monedas sueñan una fantasía de gerentes
ejecutivos.
El estruendo del cañonazo al mediodía, casi como un parpadeo, despide
la mañana e inaugura la hora de la colación. Desde el clásico “Bar
Nacional”, hasta el más modesto y masivo “Windsor”, el capitalino degusta
la tradicional dieta chilena, empanadas, cazuelas o “pastel de choclo”. Las
últimas décadas han florecido una serie de lugares de nombres
extravagantes o, definitivamente, “siúticos” con aire cosmopolita que han
traído al paladar criollo desde el “sushi” hasta los “filetes de avestruz” o el
“carpaccio de salmón”. Para los nostálgicos, el Mercado ofrece a buen
precio “caldillo de congrio” o un plato de “pescado frito”, como en los
viejos tiempos.
Todavía es posible lustrarse los zapatos en cada esquina de este mundo
o comprar “frutos de la estación” que conviven hoy con toda suerte de
buhoneros, dentro o fuera de la ley, que ofrecen lo mismo “copias pirata”
del próximo estreno cinematográfico, la Enciclopedia Británica, el último
“software” de Bill Gates o perfumes de París. Las calles del centro de la
capital en tiempos neoliberales se han convertido en un gran mercado al
aire libre: sexo, divisas o alguna “joyita” de ocasión.
Si bien todo el centro se ha convertido en escenario para las poco
discretas cámaras de vigilancia que observan a los miles de peatones
que deambulan al ritmo de un soso fondo musical, en estas calles cada
uno ocupa su lugar de acuerdo a un guión no escrito: cada vez que los
uniformados se aproximan, los otros huyen o disimulan su actividad.
Como en un gran simulacro, vigilantes y vigilados hacen su papel en el
secreto orden de la ciudad.
El distraído transeúnte que corre para cumplir su trámite, no alcanza a
presentir el sutil ordenamiento y las férreas jerarquías que imponen sus
rigores al centro de Santiago. Entre bocinas y aroma a “maní confitado”,
en medio del coro vocinglero que nos anuncia la última novedad, la ciudad
respira ese precario equilibrio, apostando en cada esquina entre lo
prohibido y lo permitido, o como dirían nuestros abuelos, entre la decencia
y la indecencia. Como el Aleph, un universo paralelo en medio de la urbe.
137
7.9.- Los poetas
El “Club de la Unión” es un edificio que se levanta entre las calles Bandera
y Nueva York, lugar exclusivo que reunió a los señores más elegantes de
la primera mitad del siglo XX. Durante las últimas décadas fue un lugar
que se identificó con cierto boato castrense y empresarial. Los “mozos”
del lugar, con impecables guantes blancos y un mal disimulado corte
militar servían el “Canard à l’orange” y generosos vasos de “Chivas” a
señores impecablemente vestidos y damas con estolas de piel. Un
espacio digno de una película de Fellini que bascula entre lo grotesco y lo
“rétro”, donde nuestra burguesía solía celebrar matrimonios y cenas
anuales.
Cruzando la calle, se encuentra Nueva York 11, la llamada “Unión chica”,
discreto club donde pululaban algunos poetas como Jorge Teillier
acompañado por el infaltable séquito de discípulos o admiradores. Entre
algunas exquisiteces de la charcutería nacional y algunos tragos
especiales, la “sangría catalana”, por ejemplo, y los buenos vinos
tradicionales chilenos que abundaban en las mesas.
Tras las aburridas sesiones de la “Sociedad de Escritores”, ubicada en
Almirante Simpson en las proximidades de Plaza Italia, algunos llegaban a
la medianoche a este rincón de la ciudad. Entrada ya la madrugada, el
vate entraba en esa mágica “ebriedad poética” y de manera casi
“mediúmnica” comenzaba a escribir pequeños versos a “Reinas de otras
primaveras” en las servilletas que todos recogían como otoñales hojas del
viejo árbol.
Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos
La noche santiaguina envolvía ese “habitar poético” de la capital. Figuras
equívocas poseídas por la magia del plenilunio, voces y siluetas que
protagonizaron la otra historia de esta ciudad. En sus infinitos versos está
escrito en clave el secreto itinerario de estos seres anómalos que
llamamos “poetas” a falta de mejor denominación.
Santiago de Chile es también fantasmagoría y delirio, amor y muerte al
amanecer. Jamás real, mas siempre verdadera, es la ciudad imaginada y
cantada por los poetas venidos de todas partes. Así, tejados, putas y
138
callejones han adquirido su derecho de ciudadanía. Es el otro Santiago,
aquel de enaguas y vino tinto, la ciudad imposible que sólo pueden
atisbar, algunas noches de lluvia, los gatos y los poetas.
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