Aulas en Movimiento Los contenidos los seleccionamos entre todas y todos, los abordamos de múltiples maneras, en diversos espacios y nos sentimos incluidos y felices. Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal Dirección General de Innovación y Fortalecimiento Académico Aulas en Movimiento, 2014. Taller: ENTRALEE Presentación La Administración Federal de Servicios Educativos en el D. F. (AFSEDF) a través de la Dirección General de Innovación y Fortalecimiento Académico (DGIFA) presentan Aulas en movimiento. Es una serie de secuencias didácticas diseñadas para los diferentes niveles educativos. Dichas secuencias se integran a partir de dos metodologías: talleres y proyectos. Aulas en movimiento es una iniciativa que surge a partir de realizar la revisión de los talleres y proyectos que se implementaron en el Programa Escuela Siempre Abierta del año 2008 al 2013; se evaluó que son materiales educativos útiles e innovadores que se adecuan a los principios de la actual Reforma Educativa. El propósito es poner a disposición de la comunidad docente de educación básica en el D.F., 61 talleres y 10 proyectos en la página web de la AFSEDF, para que puedan ser incluidos como herramientas metodológicas en las diferentes actividades de la escuela durante el ciclo escolar regular. Movilizar el aula es la propuesta central de este proyecto; promoviendo momentos de convivencia más horizontales, colaborativos, democráticos; encuentros entre los docentes y el alumnado construyendo actividades a partir de repensar los espacios, el tiempo, el humor, la actitud, los sonidos; preguntarnos sobre el acomodo del mobiliario, lo que pueden proyectar las paredes. La implementación de Aulas en movimiento será a partir de la selección autónoma de los docentes, reconociendo que son parte del grupo de adultos más significativo para el alumnado en la primera etapa de sus vidas. Enseñar, requiere tiempo, el necesario para aprender, así como distribuirlo adecuadamente en actividades de aprendizaje; diversos tipos de materiales que sean significativos, oportunos y adecuados; actividades que realmente involucren a todos los alumnos, principalmente en el dominio de la escritura, la lectura y el uso y conocimiento de las matemáticas. Tiempo, materiales y actividades son de las condiciones mínimas sobre las que es preciso reflexionar, por lo que es importante poner a disposición de los docentes este acervo de secuencias didácticas. Aulas en movimiento proyecta el desarrollo y fortalecimiento de ambientes propicios para el aprendizaje en cualquier momento del día, dentro y fuera del aula promoviendo actitudes necesarias para una convivencia armónica e incluyente, fomentando el trabajo en equipo, la creatividad, la organización y la participación tanto del personal directivo y docente, como del alumnado, padres y madres de familia, convirtiendo a la escuela en un espacio donde la diversidad pueda reconocerse y respetarse entre toda la comunidad escolar. Cada una de las secuencias didácticas que se integran en los diferentes talleres y proyectos tienen la intención de apoyar a los docentes a mantener sus aulas en movimiento, a no dejar las aulas aisladas de los recursos lúdicos, recreativos y tecnológicos para esparcir ambientes más cercanos y acordes con los diversos contextos interculturales que vive el alumnado en el D. F. Aulas en movimiento también invita a pasar de un sólo lenguaje a múltiples lenguajes, que estas secuencias didácticas sean retomadas, transformadas y reinventadas. Detectar, analizar, crear y transformar los aprendizajes a partir de la experiencia, invitar a lo placentero, a la narración, a lo activo-participativo, a lo inesperado y a involucrar los lenguajes audiovisuales a partir de las nuevas tecnologías de manera natural al aula. Te invitamos a implementar Aulas en movimiento recordando que es posible que los contenidos se seleccionen entre todas y todos, se aborden de múltiples maneras y en diversos espacios, para propiciar ambientes inclusivos y de calidad. Proyecto Jóvenes A Leer/IBBY México: ENTRALEE Es un espacio creado por la AFSEDF para los alumnos que cursan la educación primaria y la secundaria. En ella pueden encontrar diversas actividades formativas y recreativas de su interés, ya que ofrecen un espacio alternativo de aprendizaje, recreación, socialización y ejercitación desde diferentes áreas de especialidad, como ciencias, matemáticas, deporte y artes, entre otras. Dentro de la estructura del programa en secundaria, participan diferentes instituciones reconocidas, como por ejemplo, Escuela Nacional de Artes Plásticas, lNBA, CONACULTA, CENART, SEMARNAT, DGIFA, FAO, CDI, IFE, LEGO, INMUJERES, por mencionar algunas. Con esta intención es que A Leer/IBBY México participa también en este proyecto enfocando su propuesta en el fomento a la lectura con jóvenes, puesto que es importante continuar el proceso de formación lectora que se inicia, deseablemente, en la infancia. Se busca propiciar que el libro y la lectura, vinculada a las diversas artes como la música, pintura, escultura, teatro, cine, etc. se fundamenten como parte esencial en la vida diaria de los estudiantes y, de manera esencial, que refuercen el hábito lector en los futuros adultos, llegando a 80 escuelas secundarias públicas cubriendo alrededor de 9,600 alumnos en el DF. Es así, en este interés de abonar al hábito lector y sus múltiples posibilidades de acción, que A Leer/IBBY México lanza su propuesta a través de ENTRALEE, un programa que ,en una linea literaria del tiempo, les permita a los participantes no sólo conocer sus características fundamentales sino desarrollar sus capacidades individuales en donde el juego, el análisis y la creación, sean parte fundamental y significativa del proceso lector. Asimismo se busca invitar a los padres de familia a que participen en actividades como conferencias sobre temas relacionados con el desarrollo de los adolescentes, asi como a los mismos circulos de lectura. Con este antecedente y conociendo el compromiso de ambas instituciones (AFSEDF y A Leer/lBBY México) en trabajar por una formación integral de los jóvenes, así como en el de desarrollar de manera constructiva y creativa, es que HSBC se unió a este esfuerzo en conjunto, como patrocinador del proyecto. 1 INDICACIONES GENERALES Para los monitores: La primera sesión se hará una presentación general del curso y se dará a conocer el objetivo general del mismo. Se establecerán las reglas para el funcionamiento de esta actividad. Se exhortará a los participantes a expresar sus opiniones dentro de un ambiente de respeto, promoviendo la interacción de todas las personas. Los participantes se presentarán entre sí para que puedan conocerse mejor. Las sesiones tendrán básicamente la estructura siguiente: 1. El monitor expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. (Cinco minutos) 2. El monitor hará una contextualización breve del autor y de su obra. (Variable) 3. El monitor hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. (Variable) 4. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. (Duración: de diez a quince minutos). Pueden leerse algunos de estos trabajos. (Cinco minutos) 5. Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Es conveniente que siempre haya un diccionario disponible. En cada sesión después de hacer la lectura en voz alta, se sugieren algunas actividades (ejercicios prácticos) que pueden ser omitidas si el interés del grupo estuviera orientado a la discusión más profunda de la lectura o se solicitarán lecturas adicionales. Cuando en las sesiones los participantes escriban algún texto, los monitores los animarán para que lo capturen en la computadora con el objeto de compartirlo en la web y exponerlo al final del curso. Los monitores conservarán los trabajos que los participantes elaboren en las sesiones para exponerlos al final del curso. LO QUE ESTA EN JUEGO... en la propiciación a la lectura es complicado medir los resultados, al final del curso la autoevaluación de los participantes será lo que más se aproxíme a esta valoración. 2 PROGRAMACIÓN POR SESIONES NOMBRE DEL TALLER: ENTRALEE NIVEL Y RANGO: SECUNDARIA Actividad 1. El Poder de la palabra. Propósitos Los participantes podrán valorar el poder que tienen las palabras. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de las lecturas que se hará en voz alta. Para cada docente: Libro: El niño de los cuadritos Ziraldo Textos para leer en voz alta: inamible de Baldomero Lillo. Por escrito gallina una y la inmiscusión terrupta. Julio Cortázar. Amar hasta fracasar. Rubén Dario. 2. Mitología Griega. Los participantes conocerán la importancia y la transcendencia de los mitos a través de la lectura en voz alta de algunos de los mitos griegos. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta y lápiz o pluma. Para cada docente: Textos seleccionados para leer en voz alta: Selección de algunos mitos griegos. Imágenes relacionadas con los mitos que se leyeron para mostrar a los participantes. 3 Actividad 3. La Odisea. Propósitos Los participantes conocerán datos generales del origen y la estructura del poema épico La Odisea atribuido a Homero. Tiempo Material 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hára en voz alta. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Canto IX de La Odisea (adaptación) Imágenes relacionadas con el texto para mostrar a los participantes. 4. Las mil y una noches. S. VIII d.C. Los participantes conocerán datos generales del origen y la estructura de los cuentos que integran Las mil y una noches a través de la lectura en voz alta de una serie de estas narraciones . Se destacará el poder de la palabra que permitió a Scherezada salvar la vida. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hára en voz alta. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: La historia mágica del caballo de ébano de Las mil y una noches. CD y equipo para escuchar: Scherezada de Nikolai Rimski-Korsakov. 4 Actividad 5. Lais de María de Francia. 1160? Propósitos Los participantes revisarán brevemnete el entorno de la Edad Media como marco histórico de los escritores de ésta época y particularmente la situación de las mujeres y su participación como escritoras. Tiempo Material 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Lai El Fresno. Imágenes relacionadas con el Medioevo para mostrar a los participantes. 6. Sir Gawain y el Caballero Verde. 1400? Los participantes revisarán el origen de las aventuras de caballería, el amor cortés y su influencia en la literatura. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Cartulina, lápices, pinceles, goma ara borrar, pinturas tipo gouche, agua, recipiente para el agua, servilletas de papel. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Sir Gawain y el Caballero Verde. Imágenes de textos medievales particularmente miniados y letras capitulares para mostrar a los participantes. 5 Actividad 7. El Decamerón. Giovanni Boccaccio. 1313-1375 Propósitos Los participantes entenderán la estructura de la obra y una idea general del contenido temático de la misma. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Se destacará la importancia de Giovanni Boccaccio como autor de El Decamerón. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Quinta jornada, novela novena de El Decamerón. 8. William Shakespeare. 1564-1616 Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de William Shakespeare. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hoja carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Acto II. Escena II. Jardín de Capuleto. Romeo y Julieta. DVD y equipo para proyectar la película: Romeo y Julieta. Dirección Franco Zeffirelli. Año: 1968. Duración: 138 min. 6 Actividad 9. Leyendas Mexicanas. Propósitos Los participantes comprenderán qué es una leyenda y también conocerán algunas leyendas mexicanas. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Leyendas mexicanas: La mulata de Córdoba, La llorona. La mujer Xtabay, El nahual. 10. Haikú. Los participantes comprenderán qué es un haikú y su estructura métrica. Leerán algunos de estos poemas escritos por diversos autores. 100 Minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en vóz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Cartulina, Lápices, pinceles, goma para borrar, pinturas tipo gouache, agua recipiente para el agua, servilletas de papel. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Haykús de varios autores. De la salvación por las obras. Jorge Luis Borges, María Kodama 7 Actividad 11. Jacob y Wilhelm Grimm. 1775- 1863 Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de los hermanos Grimm y su trascendencia. Tiempo Material 100 Minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: La muerte madrina. DVD y equipo para proyectar la película: Macario. El ahijado de la muerte, basada en el cuento de Bruno Traven con el mismo nombre. México, 1959. Con Ignacio López Tarso (Macario). Duración: 90 min. 12. VictorHugo. Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Victor Hugo. 100 minutos Para cada alumno: - ------- 1812-1870 Para cada docente: DVD y equipo para proyectar la película: Los miserables. Director: Bille August. Actores: Liam Neeson, Geoffrey Rush, Claire Dane, Uma Thurman. 129 minutos. 8 Actividad 13. Edgar Allan Poe. Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Edgar Allan Poe. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. 1809-1849 Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Corazón delator. 14. Charles Dickens. 1812-1870 Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Charles Dickens. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Canción de Navidad (adaptación). 9 Actividad 15. Guy de Maupassant Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Guy de Maupassant. Tiempo Material 100 Minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. 1850-1893 Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: El aderezo. Imágenes de caligramas para mostrar a los participantes. 16. Robert Louis Stevenson. 1850-1894 Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Robert Louis Stevenson. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Cartulina, lápices, pinceles, goma para borrar, pinturas tipo gouache, agua, recipiente para el agua, servilletas de papel. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: El diablo de la botella. Imágenes de la obra de Paul Gauguin para mostrar a los participantes. 10 Actividad 17. Oscar Wilde. Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Oscar Wilde. Tiempo 100 Minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. 1854-1900 Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: La Esfinge sin secreto. Imagen de Edipo y la esfinge para mostrar a los participantes. 18. William Wymark Jacobs. 1863-1942 Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de William Wymark Jacobs. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: La pata del mono. Cartulina, marcador grueso. 11 Actividad 19. Horacio Quiroga. Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Horacio Quiroga. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Copia de una de las ilustraciones de Los misterios del Señor Burdik. Hojas carta, lápiz o pluma. 1878-1937 Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: El almohadón de pluma. Libro: Los misterios del Señor Burdik. Copias de las ilustraciones para que los participantes elijan una para redactar un cuento. 20. Bruno Traven. 1890-1969 Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Bruno Traven. 100 Minutos Para cada alumno: Copias de la lectura qu se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: La Tigresa. Cartulina, marcador grueso. 12 Actividad 21. Antoine de Saint Exupéry. 1900-1944 Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Antoine de Saint Exupéry. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: El Principito: capítulo XXI. Imágenes de poemas romboidales y piramidales para mostrara los participantes. 22. Max Aub. Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Max Aub. 100 Minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Cartulina, lápices, pinceles, goma para borrar, pinturas tipo gouache, agua, recipiente para el agua, servilletas de papel. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: La Lancha. Imágenes de la obra cubista de Pablo Picasso, Imagen de la obra: Guernica para mostrar a los participantes. 13 Actividad 23. Naguib Mafuz. 1911-2006 Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Naguib Mafuz. Tiempo Material 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Para cada docente: Textos seleccionados para leer en voz alta: El acusado, El traje del Prisionero, Jardín de Infancia. 24. William Golding. 1911-1993 Los Participantes conocerán datos generales de la vida y obra de William Golding. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: DVD y equipo para proyectar la película: El señor de las moscas Director: Harry Hook. Año: 1991. Duración: 90 min. Productora: Castle Rock Entertainment. 14 Actividad 25. Julio Cortázar. 1914-1984 Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Julio Cortázar. Tiempo 100 Minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas de diferentes colores, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: De noche boca arriba. 26. Juan Rulfo. 1918-1986 Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Juan Rulfo. 100 Minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Diles que no me maten. Imágenes de la obra de José Clemente Orozco y de fotografías de Juan Rulfo para mostrar a los participantes. 15 Actividad 27. Juan José Arreola. 1918-2001 Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Juan José Arreola. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Parábola del trueque. Los zapatos usados. Libro: El otro lado. Istvan Bayai. 28. Ray Bradbury. 1920- Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Ray Bradbury. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Prólogo: El hombre ilustrado y la historia de: El zorro y el bosque. 16 Actividad 29. Rosario Castellanos Propósitos Los particiapantes conocerán datos generales de la vida y obra de Rosario Castellanos. Tiempo 100 Minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. 1925-1974 Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: La suerte de Teodoro Méndez Acubal. Declaración universal de los derechos humanos. 30. Carlos Fuentes. 1928- Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Carlos Fuentes. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Chac Mool. Programar visita al Museo de Antropología. Sala Mexica. 17 Actividad 31. Gabriel García Márquez. 1928- Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Gabriel García Márquez. Tiempo 100 Minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: Sólo vine a hablar por teléfono y La luz es como el agua. 32. Poesía. Pablo Neruda. 1904-1973 Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Pablo Neruda. 100 Minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Textos seleccionados para leer en voz alto: Varios poemas de Pablo Neruda. CD y equipo para escuchar: Neruda en el corazón. Intérprete: Varios. Año: 2004. Género: Pop/Rock Latino Español. Imágenes de obras surrealistas para mostrar a los participantes. 18 Actividad 33. Poesía Homero Aridjis. 1940- Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Homero Aridjis. Tiempo 100 Minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Libro: Boyne, John (2007). El niño con el pijama de rayas, 6° ed. Barcelona: Editorial Salamandra. Para cada docente: Libro: Infancia de luz. Homero Aridjis. Se solicitará a los participantes leer completo para la siguiente sesión : Boyne, John. (2007) El niño con el pijama de rayas. 6° ed. Barcelona: Editorial Salamandra. Se solicitará a los participantes entregar la siguiente semana los trabajos que se presentarán en la exposición que se realizará la última sesión. 34. Jordi Soler. 1955- Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Jordi Soler. 100 minutos Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Texto seleccionado para leer en voz alta: El sueño. Se recogerán los trabajos que se presentarán en la exposición. 19 Actividad 35. Ann Cameron. 1943- Propósitos Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Ann Cameron. Tiempo 100 minutos Material Para cada alumno: Copias de la lectura que se hará en voz alta. Formato para evaluación del curso y autoevaluación. Hojas carta, lápiz o pluma. Para cada docente: Libro: El lugar más bonito del mundo. Ann Cameron. Formatos para cada participante: Evaluación del curso y autoevaluación. Inauguración de la exposición al terminar la sesión. 20 FICHERO 1. EL PODER DE LA PALABRA 1. ORGANIZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes podrán valorar el poder que tienen las palabras. 2.2 CONTEXTUALIZACiÓN. Se explicará a los participantes la importancia que tiene la palabra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta El niño de los cuadritos mostrando las ilustraciones a los participantes. A continuación se leerá en voz alta: El Inamible. Cada participante deberá tener el texto para seguir la lectura. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Se puede elegir cualquiera de los textos de Julio Cortázar o de Rubén Dario para leerlos en voz alta y posteriormente solicitar a los participantes que expliquen lo que entendieron. 21 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo.’ El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Biblioteca digital Ciudad Seva. www.ciudadseva.com Cortázar, Julio. (1969) El último round. Buenos Aires, Editorial Sudamericana. Cortázar, Jlulio. (1970) La vuelta al día en ochenta mundos. Madrid, Siglo XXI Page, Michael, et al. (1998). Enciclopedia de las cosas que nunca existieron. Madrid: Anaya. Ziraldo, Montemayor Carlos. (1991). ELniño de los cuadritos. México: SEP. Libros del Rincón. TEXTOS DE REFERENClA. lnamible. Baldomero Lillo (Chile. 1867 -1923) Ruperto Tapia, alias "El Guarén", guardián tercero de la policía comunal, de servicio esa mañana en la población, iba y venía por el centro de la bocacalle con el cuerpo erguido y el ademán grave y solemne del funcionario que está penetrado de la importancia del cargo que desempeña. De treinta y cinco años, regular estatura, grueso, fornido, el guardian Tapia goza de gran prestigio entre sus camaradas. Se le considera un pozo de ciencia, pues tiene en la punta de la lengua todas las ordenanzas y reglamentos policiales, y aun los artículos pertinentes del Código Penal le son familiares. Contribuye a robustecer esta fama de sabiduría su voz grave y campanuda, la entonación dogmática y sentenciosa de sus discursos y la estudiada circunspección y seriedad de todos sus actos. Pero de todas sus cualidades, la más original y característica es el desparpajo pasmoso con que inventa un término cuando el verdadero no acude con la debida oportunidad a sus labios. Y tan eufónicos y pintorescos le resultan estos vocablos, con que enriquece el idioma, que no es fácil arrancarles de la memoria cuando se les ha oído siquiera una vez. Mientras camina haciendo resonar sus zapatos claveteados sobre las piedras de la calzada,en el moreno y curtido rostro de "El Guarén" se ve una sombra de descontento. Le ha tocado un sector en que el tránsito de vehículos y peatones es casi nulo. Las calles plantadas de árboles, al pie de los cuales se desliza el agua de las acequias, estaban solitarias y va a ser dificilísimo sorprender una infracción, por pequeña que sea. Esto le desazona, pues está empeñado en ponerse en evidencia delante de los jefes como un funcionario celoso en el cumplimiento de sus deberes para lograr esas jinetas de cabo que hace tiempo ambiciona. De pronto, agudos chillidos y risas que estallan resonantes a su espalda lo hacen volverse con presteza. A media cuadra escasa una muchacha de 16 a 17 años corre por la acera perseguida de cerca por un mocetón que lleva en la diestra algo semejante a un latiguillo. "El Guarén" conoce a la pareja. Ella es sirvienta en la casa de la esquina y él es Martín, el carretelero, que regresa de las afueras de la población, donde fue en la mañana a llevar sus caballos para darles un poco de descanso en el potrero. La muchacha, dando gritos y risotadas, llega a la casa donde vive y se..entra,en ellacorriendo, ¡Su perseguidor se detiene, un momento delante de la puerta y luego avanza hacia el guardián y le dice sonriente: 22 —¡Cómo gritaba la picarona, y eso que no alcance a pasarle por el cogote el bichito ese! Y levantando la mano en alto mostró una pequeña culebra que tenia asida por la cola, y agrego: -Está muerta, la pillé al pie del cerro cuando fui a dejar los caballos. Si quieres te la dejo para que te diviertas asustando a las prójimas que pasean por aqui. Pero "El Guarén“, en vez de coger el reptil que su interlocutor le alargaba, dejó caer su manaza sobre el hombro del carretelero y le intimó. —Vais a acompañarme al cuartel. —¡Yo al cuartel! ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Me lleváis preso, entonces? -profirió rojo de indignación y sorpresa el alegre bromista de un minuto antes. Y el aprehensor, con el tono y ademán solemnes que adoptaba en las grandes circunstancias,le dijo, señalándole el cadáver de la culebra que él conservaba en la diestra: -Te llevo porque andas con animales —aquí se detuvo, hesitó un instante y luego con gran énfasis prosiguió-2 Porque andas con animales inamibles en la via pública, Y a pesar de las protestas y súplicas del mozo, quien se habia librado del cuerpo del delito, tirándolo al agua de la acequia, el representante de la autoridad se mantuvo inflexible en sudeterminación. A la llegada al cuartel, el oficial de guardia, que dormitaba delante de la mesa, los recibió de malísimo lhumor. En la noche había asistido a una comida dada por un amigo para celebrar el bautizo de una criatura, y la falta de sueño y el efecto que aún persistía del alcohol ingerido durante el curso de la fiesta mantenían embotado su cerebro y embrolladas todas sus ideas. Su cabeza, según el concepto vulgar, era una olla de grillos. Después de bostezar y revolverse en el asiento, enderezó el busto y lanzando furiosasmiradas a los ¡noportunos cogió la pluma y se dispuso a redactar la anotación correspondiente en el libro de novedades. Luego de estampar los datos concernientes al estado, edad y profesión del detenido, se detuvo e interrogó: —¿Por qué le arrestó, guardián? Y el interpelado, con la precisión y prontitud del que está seguro de lo que dice, contestó: —Por andar con animales inamibles en la vía pública, mi inspector. Se inclinó sobre el libro, pero volvió a alzar la pluma para preguntar a Tapia lo que aquella palabra, que oía por primera vez, significaba, cuando una reflexión lo detuvo: si el vocablo estaba bien empleado, su ignorancia iba a restarle prestigio ante un subalterno, a quien ya una vez había corregido un error de lenguaje, teniendo más tarde la desagradable sorpresa al comprobar que el equivocado era él. No, a toda costa había que evitar la repetición de un hecho vergonzoso, pues el principio básico de la disciplina se derrumbaria si el inferior tuviese razón contra el superior. Además, como se trataba de un carretelero, la palabra aquella se referia, sin duda, a los caballos del vehiculo que su conductor tal vez hacia trabajar en malas condiciones, quién sabe si enfermos o lastimados. Esta interpretación del asunto le pareció satisfactoria y, tranquilizado ya, se dirigió al reo: —¿Es efectivo eso? ¿Qué dices tú? —Si, señor; pero yo no sabia que estaba prohibido. Esta respuesta, que parecía confirmar la idea de que la palabra estaba bien empleada, terminó con la vacilación del oficial que, concluyendo de escribir, ordenó en seguida al guardián: -Páselo alcalabozo, Momentos más tarde, reo, aprehensor y oficial se hallaban delante del prefecto de plicitia Este funcionario, que acababa de recibir una llamada por teléfono de la gobernación, estaba impaciente por marcharse. -¿Está hecho el parte? —preguntó. 23 -Sí, señor -dijo el oficial, y alargó a su superior jerárquico la hoja de papel que tenía en la diestra. El jefe la leyó en voz alta, y al tropezar con un término desconocido se detuvo para interrogar: —¿Qué significa esto? -Pero no formuló la pregunta. El temor de aparecer delante de sus subalternos ignorante, le selló los labios. Ante todo había que mirar por el prestigio de la jerarquía. Luego la reflexión de que el parte estaba escrito de puño y letra del oficial de guardia, que no era un novato, sino un hombre entendido en el oficio, lo tranquilizó. Bien seguro estaría de la propiedad del empleo de la palabreja, cuando la estampó ahi con tanta seguridad. Este último argumento le pareció concluyente, y dejando para más tarde la consulta del Diccionario para aclarar el asunto, se encaró con el reo y lo interrogó: —Y tú, ¿qué dices? ¿Es verdad lo que te imputan? -Sí, señor Prefecto, es cierto, no lo niego. Pero yo no sabia que estaba prohibido. El jefe se encogió de hombros, y poniendo su firma en el parte, lo entregó al oficial, ordenando: -Que lo conduzcan al juzgado. En la sala del juzgado, el juez, un jovencillo imberbe que, por enfermedad del titular, ejercía el cargo en calidad de suplente, después de leer el parte en voz alta, tras un breve instante de meditación, interrogó al reo: ' -¿Es verdad lo que aqui se dice? ¿Qué tienes que alegar en tu defensa? La respuesta del detenido fue igual a las anteriores: —Sí, usia; es la verdad, pero yo ignoraba que estaba prohibido. El magistrado hizo un gesto que parecía significar: "Si, conozco la cantinela; todos dicen lo mismo". Y, tomando la pluma, escribió dos renglones al pie del parte policial, que en seguida devolvió al guardián, mientras decía, fijando en el reo una severa mirada: —Veinte días de prisión, conmutables en veinte pesos de multa. En el cuartel el oficial de guardia hacia anotaciones en una libreta, cuando "El Guarén" entró en la sala y, acercándose a la mesa, dijo: —El reo pasó a la cárcel, mi inspector. —¿Lo condenó el juez? —Sí; a veinte dias de prisión, conmutables en veinte pesos de multa; pero como a Ia carretela se le quebró un resorte y hace varios días que no puede trabajar en ella, no le va a ser posible pagar la multa. Esta mañana fue a dejar los caballos al potrero. El estupor y la sorpresa se pintaron en el rostro del oficial. -Pero si no andaba con la carretela, ¿cómo pudo, entonces, infringir el reglamento del tránsito? —El tránsito no ha tenido nada que ver con el asunto, mi inspector. —No es posible, guardián; usted habló dle animales... —Sí, pero de animales inamibles, mi inspector, y usted sabe que los animales inamibles son sólo tres: el sapo, la culebra y la lagartija. Martín trajo del cerro una culebra y con ella andaba asustando a la gente en la vía pública. Mi deber era arrestarlo, y lo arresté. Eran tales, la estupefacción ypelaturdimiento, del.oficianue,.sindarse"cuenta delo que decía, balbuceó: -lnam¡bles, ¿por qué son inamibles? El rostro astuto y socarrón de "El Guarén" expresó la mayor extrañeza. Cada vez que inventaba un vocablo, no se consideraba su creador, sino que estimaba de buena fe que esa palabra había existido siempre en el idioma; y si los demás la desconocían, era por pura ignorancia. De aqui la orgullosa suficiencia y el aire de superioridad con que respondió: -EI sapo, la culebra y la lagartija asustan, dejan sin ánimo a las personas cuando se las ve de repente. Por eso se llaman inamibles, mi inspector. Cuando el oficial quedó solo, se desplomó sobre el asiento y alzó las manos con desesperación. Estaba aterrado. Buena la había hecho, aceptando sin examen aquel maldito vocablo, y su consternación subía de punto al evidenciar el fatal encadenamiento que su error había traído consigo. Bien advirtió que su jefe, el Prefecto, estuvo a punto de interrogarlo sobre aquel término; pero no lo hizo, confiando, seguramente, en la competencia del redactor del parte. ¡Dios misericordioso! ¡Qué catástrofe cuando se descubriera el pastel! Y tal vez ya estaría descubierto. Porque en el juzgado, al juez y al secretario debía haberles llamado la atención aquel vocablo 24 que ningún diccionario ostentaba en sus páginas. Pero esto no era nada en comparación de lo que sucedería si el editor del periódico local, "El Dardo", quesiempre estaba atacando a las autoridades, se enterase del hecho. ¡Qué escándalo! ¡Ya le parecía oír el burlesco comentario que haria caer sobre la autoridad policial una montaña de ridiculo! Se había alzado del asiento y se paseaba nervioso por la sala, tratando de encontrar un medio de borrar la torpeza cometida, de la cual se consideraba el único culpable. De pronto se acercó al la mesa, entintó la pluma y en la página abierta del libro de novedades, en la última anotación y encima de la palabra que tan trastornado lo traía, dejó caer una gran mancha de tinta. La extendió con cuidado, y luego contempló su obra con aire satisfecho. Bajo el enorme borrón era imposible ahora descubrir el maldito término, pero esto no era bastante; habia que hacer lo mismo con el parte policial. Felizmente, la suerte érale favorable, pues el escribiente del Alcaide era primo suyo, y como el Alcaide estaba enfermo, se hallaba a la sazón solo en la oficina. Sin perder un momento, se trasladó a la cárcel, que estaba a un paso del cuartel, y Io primero que vio encima de la mesa, en sujetapapeles, fue el malhadado parte. Aprovechando Ia momentánea ausencia de su pariente, que había salido para dar algunas órdenes al personal de guardia, hizo desaparecer bajo una mancha de tinta el término que tan despreocupadamente había puesto en circulación. Un suspiro de alivio salió de su pecho. Estaba conjurado el peligro, el documento era en adelante inofensivo y ninguna mala consecuencia podía derivarse de él. Mientras iba de vuelta al cuartel, el recuerdo del carretelero Io asaltó y una sombra de disgusto veló su rostro. De pronto se detuvo y murmuró entre dientes: -Eso es lo que hay que hacer, y todo queda así arreglado. Entre tanto, el prefecto no había olvidado la extraña palabra estampada en un documento que llevaba su firma y que había aceptado, porque las graves preocupaciones que en ese momento lo embargaban relegaron a segundo término un asunto que consideró en sí minimo e insignificante. Pero más tarde, un vago temor se apoderó de su ánimo, temor que aumentó considerablemente al ver que el Diccionario no registraba la palabra sospechosa. Sin perder tiempo, se dirigió donde el oficial de guardia, resuelto a poner en claro aquel asunto. Pero al llegar a la puerta por el pasadizo interior de comunicación, vio entrar en la sala a "EI Guarén", que venía de la cárcel a dar cuenta de la comisión que se le había encomendado.;-Sin perder una sílaba, oyó la conversación del guardián y deloficial,y el asombro y la cólera lo dejaron mudo e inmóvil, clavado en el pavimento. Cuando el oficial hubo salido, entró y se dirigió a la mesa para examinar el Libro de Novedades. La mancha de tinta que había hecho desaparecer el odioso vocablo tuvo la rara virtud de calmar la excitación que Io poseía. Comprendió en el acto que su subordinado debía estar en ese momento en la cárcel, repitiendo la misma operación en el maldito papel que en mala hora había firmado. Y como la cuestión era gravísima y exigía una solución inmediata, se propuso comprobar personalmente si el borrón salvador había ya apartado de su cabeza aquella espada de Damocles que la amenazaba. AI salir de la oficina del Alcaide el rostro del Prefecto estaba tranquilo y sonriente. Ya no había nada que temer; la mala racha había pasado. Al cruzar el vestíbulo divisó tras la verja de hierro un grupo de penados. Su semblante cambió de expresión y se tornó grave y meditabundo. Todavía queda algo que arreglar en ese desagradable negocio, pensó. Y tal vez el remedio no estaba distante, porque murmuró a media voz: —Eso es lo que hay que hacer; así queda todo solucionado. AI llegar a Ia casa, el juez, que había abandonado el juzgado ese día un poco más temprano que de costumbre, encontró a "El Guarén" delante de la puerta, cuadrado militarmente. Habíanlo 25 designado para el primer turno de punto fijo en la casa del magistrado. Éste, al verle, recordó el extraño vocablo del parte policial, cuyo significado era para él un enigma indescifrable. En el Diccionario no existía y por más que registraba su memoria no hallaba en ella rastro de un término semejante; Como la curiosidad lo consumía, decidió interrogar diplomáticamente al guardián para inquirir de un modo indirecto algún indicio sobre el asunto. Contestó el saludo del guardián, y le dijo afable y sonriente: —Lo felicito por su celo en perseguir a los que maltratan a los animales. Hay gentes muy salvajes. Me refiero al carretelero que arrestó usted esta mañana, por andar, sin duda, con los caballos heridos o extenuados. A medida que el magistrado pronunciaba estas palabras, el rostro de "El Guarén" iba cambiando de expresión. La sonrisa servil y gesto respetuoso desaparecieron y fueron reemplazados por un airecillo impertinente y despectivo. Luego, con un tono irónico bien marcado, hizo una relación exacta de los hechos, repitiendo lo que ya había dicho, en el cuartel, al oficial de guardia. El juez oyó todo aquello manteniendo a duras penas su seriedad, y al entrar en la casa iba a dar rienda suelta a la risa que le retozaba en el cuerpo, cuando el recuerdo del carretelero, a quien había enviado a la cárcel por un delito imaginario, calmó súbitamente su alegría. Sentado en su escritorio, meditó largo rato profundamente, y de pronto, como si hubiese hallado la solución de un arduo problema, profirió con voz queda: —Sí, no hay duda, es lo mejor, lo más práctico que se puede hacer en este caso. En la mañana del día siguiente de su arresto, el carretelero fue conducido a presencia del Alcaide de Ia cárcel, y este funcionario le mostró tres cartas, en cuyos sobres, escritos a máquina, se leía: I "Señor Alcaide de la Cárcel de... Para entregar a Martín Escobar". (Este era el nombre del detenido.) Rotos los sobres, encontró que cada uno contenía un billete de veinte pesos. Ningún escrito acompañaba el misterioso envio. El Alcaide señaló al detenido el dinero, y le dijo sonriente: -Tome, amigo, esto es suyo, le pertenece. 5118,99le9 905,911 letes. ,y dejóelmtercero sobre la. mesa. prefiriendo: -Ese es para pagar la multa, señor Alcaide. Un instante después, Martín el carretelero se encontraba en la calle, y decía, mientras contemplaba amorosamente los dos billetes: —Cuando se me acaben, voy al cerro, pillo un animal inamible, me tropiezo con "El Guarén" y ¡zas! al otro día en el bolsillo tres papelitos iguales a éstos. Por escrito gallina una. Julio Cortázar. Con lo que pasa es nosotros exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible Ia tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe estamos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmo el, carajo qué. Amar hasta fracasar. Rubén Darío. Hablábamos varios hombres de letras de las cosas curiosas que, desde griegos y latinos, han hecho ingenios risueños, pacientes o desocupados, con el lenguaje. Versos que se pueden leer al revés tanto como al derecho, guardando siempre el mismo sentido, acrósticos arrevesados, en losange; y luego, prosas en que se suprimiera una de las vocales, en largos cuentos castellanos. 26 Entonces yo les hablé de una curiosidad, en verdad de las más peregrinas, que hice insertar, siendo muy joven, en una revista que dirigía, allá en la lejana Nicaragua, un mi íntimo amigo. Es un cuento corto, en el cual no se suprime una vocal, sino cuatro. Vais a leerlo. No encontraréis otra vocal más que la a. Y os mantendrá con la boca abierta. ¿Su autor?, sudamericano, seguramente, quizás antillano, posiblemente de Colombia. lgnoro e ignoré siempre su nombre. He aquí la lucubración a que me refiero: Trazada para la A . La Habana aclamaba a Ana, la dama más agarbada, más afamada. Amaba a Ana Blas, galán asaz cabal, tal amaba Chactas a Atala. Ya pasaban largas albas para Ana, para Blas; mas nada alcanzaban. Casar trataban; mas hallaban avaras a las hadas, para dar grata andanza a tal plan. La plaza, llamada Armas, daba casa a la dama; Blas la hablaba cada mañana; mas la mamá, llamada Marta Albar, nada alcanzaba. La tal mamá trataba jamás casar a Ana hasta hallar gran galán, casa alta, ancha arca para apañar larga plata, para agarrar adahalast. ¡Bravas agallas! ¿Mas bastaba tal cábala?. Nada ¡ca! ¡nada basta a tajar Ia llamada aflamada! Ana alzaba la cama al aclarar; Blas la hallaba ya parada a la bajada. Las gradas callaban las alharacas adaptadas a almas tan abrasadas. Allá, halagadas faz a faz, pactaban hasta la parca amar Blas a Ana, Ana a Blas. ¡Ah ráfagas claras bajadas a las almas arrastradas a amarl. Gratas pasan para apalambrarlas2 más, para clavar la azagaya3 al alma. ¡Ya nada habrá capaz a arrancarlal. Pasaban las añadas4. Acabada la marcada para dar Blas a Ana las sagradas arras, trataban hablar a Marta para afrancar5 a Ana,hablar al abad, abastar saya, manta,“sábanas, cama, alhajar casa ¡ca! ¡nada faltaba para andar al altar! Mas la malñana marcada, trata Marta ¡mala andanza! pasar a Santa Clara al alba, para clamar a la santa adaptada al galán para Ana. Agarrada bajaba ya las gradas; mas ¡caramba! halla a Ana abrazada a Blas, cara a cara. ¡Ah! la a nada basta para trazar la zambra armada. Marta araña a Ana, tal arañan las gatas a las ratas; Blas la ampara; para parar las brazadas a Marta, agárrala la saya. Marta lanza las palabras más malas a más alta garganta. Al azar pasan atalayas, alarmadas a tal algazara, atalantadas a las palabras: -¡Acá! ¡Acá! ¡Atrapad al canalla mata-damas! ¡Amarrad al rapaz! Van a la casa: Blas arranca tablas a las gradas para lanzar a la armada; mas nada hará para tantas armas blancas. Clama, apalabra, aclara ¡vanas palabras! Nada alcanza. Amarran a Blas. Marta manda a Ana para Santa Clara; Blas va a la cabaña. ¡Ah! ¡Mañana fatal! ¡Bárbara Marta! Avara bajasa6 al atrancar a Ana tras las barbacanas sagradas (algar7 fatal para damas blandas). ¿Trataba alcanzar paz a Ana? ¡Ca! ¡Asparla8, alafagarla, matarla! Tal trataba la malvada Marta. Ana, cada alba, amaba más a Blas; cada alba más aflatada, aflacaba más. Blas, a la banda allá la mar, tras Casa Blanca, asayaba9 a la par gran mal; a la par balabalO allanar las barras para atacar la alfana11, sacar la amada, hablarla, abrazarla... Ha ya largas mañanas trama Blas la alcaldada: para tal, habla. AI rayar la alba al atalaya, da plata, saltan las barras, avanza a la playa. La lancha, ya aparada12 pasa al galán a La Habana. ¡Ya la has amanada13 gran Blas; ya vas a agarrar la aldaba para llamar a Ana! ¡Ah! ¡Avanza, galán, avanza! Clama alas al alcatraz, patas al alazán ¡avanza, galán, avanza! Mas para nada alcanzará la llamada: atafagarán14 más la tapada, taparanla más. Aplaza Ial hazaña. Blas la aplaza; para apartar malandanza, trata hablar a Ana para Ana nada más. Para tal alcanzar, canta a garganta baja: La barca lanzada allá al ancha mar arrastra a La Habana canalla rapaz. Al tal, mata-damas llamaban asaz, mas jamás las mata, las ha para amar. 27 Fallas las amarras hará tal galán, ca, brava alabarda llaman a la mar. Las alas, la aljaba, la azagaya... ¡Bah! nada, nada basta a tal bata/lar. Ah, marcha, alma Atala a dar grata paz, a dar grata andanza a Chactas acá. Acabada la cantata Blas anda para acá, para allá, para nada alarmar al adra15. Ana agradada a las palabras cantadas salta la cama. La dama la da al galán. Afanada llama a ña Blas, aya!6 parda. Na Blasa, zampada a la larga, nada alcanza la tal llamada; para alzarla, Ana Ia ojala las pasas. .Laaya .hablarAna .la acalla;mhablarmás; lazdaalhajas "paracablandarla“Blasa,las a agarra. Blanda ya, para acabar, la parda da franca bajada a Ana para la sala magna. Ya allá,Ana zafa aldaba tras aldaba hasta dar a la plaza. Allá anda Blas. ¡Para, para, Blas! Atrás va Ana. ¡Ya llama! ¡Avanza, galán avanza! Clama alas al alcatraz, patas al alazán. ¡Avanza, galán, avanza! —¡Amada Ana!.. —¡Blas!... —¡Ya jamás apartarán a Blas para Ana! —¡Ah! ¡Jamás! —¡Alma amada! —¡Abraza a Ana hasta matarla! -¡¡Abraza a Blas hasta lanzar la alma!!... A la mañana tras la pasada, alzaba ancla para Málaga la fragata Atlas. La cámara daba las para Blas, para Ana... Faltaba ya nada para anclar; mas la mar brava, brava, lanza a la playa la fragata: la vara. La mar trabaja las bandas: mas brava, arranca tablas al tajamar; nada basta a salvar Ia fragata. ¡Ah tantas almas lanzadas al mar, ya agarradas a tablas claman, ya nadan para ganar la playa! Blas nada para acá, para allá, para hallar a Ana, para salvarla. ¡Ah tantas brazadas, tan gran afán para nada, hállala, mas la halla ya matada! ¡¡¡Matada!!!... AI palpar tan gran mal nada bala ya, nada trata alcanzar. Abraza a la ama: —¡Amar hasta fracasar! —clama... Ambas almas abrazadas bajan a la nada17. La mar traga a Ana, traga a Blas, traga más...¡Ca! ya Ana hablaba a Blas para pañal, para fajas, para zarandajas. ¡Mamá, ya, acababa Ana. Papá, ya, acababa Blas!... Nada habla La Habana para sacar a la plaza a Marta", tras las pasadas; mas la palma canta hartas hazañas para cardarla la lana. Et voilá. ¿Quién me dirá el nombre del autor? 1. Adahalas, Io mismo que adehalas. 2. Apalambrar, incendiar. 3. Azagaya, dardo. 4. Añadas, el tiempo de un año. 5. Afrancar, dar libertad, licencia. 6. Bajasa, mujer mala (El Diccionario de la Academia no la trae). 7. Algar, caverna o cueva. 8. Aspar, atormentar. 9. Asayar, experimentar. 10. Balar, desear ardientemente. 11. Alfana, iglesia. Voz de la germanía. 12. Aparar, preparar. 13. Amanar, poner a la mano. Ya la tienes a mano 14. Atafagar, fatigar, sofocar. 28 15. Adra, porción de un barrio, barriada. 16, Aya, se dice vulgarmente de las criadas de razón. 17. Almas por cuerpos, Dios me libre de la impiedad. La inmiscusión terrupta. Julio Cortázar: (El último round.) Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se Io Iadea hasta el copo. ——¡Asquerosa! —brama la señora Fifa, tratando de sonsonarse el ayelmado tripolio que adémenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abroncojantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y asi pasa que la señora Fifa con-¡trae una plíca de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan ni tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta cuando se ve precivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas. —¡Payahás, payahás! —crona el elegantiorum, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de hafilar cuando ya le están manocrujiendo, mofo que arriba y suño al medio y dos miercoianas que para qué. —¿Te das cuenta? —sinterrugue la señora Fifa. —¡El muy cornuto! —vociflama Ia Tota. Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado poiichantando más de cuatro cafotos; son asi las tofifas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas. 29 FICHERO 2. MITOLOGÍA GRIEGA. 1.ORGANIZACIÓN Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán la importancia y la trascendencia de los mitos a través de la lectura en voz alta de algunos de los mitos griegos. “ 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Exponer brevemente los rasgos más importantes de la cultura griega. Citar quienes fueron los principales dioses griegos y sus atributos. Explicar: ¿Qué es un mito? Mostrar a los participantes imágenes de pinturas y esculturas inspiradas en los temas tratados. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Lectura en voz alta de algunos mitos griegos. Lectura en voz alta de Sísifo de Jaime Sabines. Se explicará la influencia de la mitología en la literatura contemporánea. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTlCOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Solicitar a los participantes a escribir un mito. 3.PUESTA EN COMÚN/CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) 30 En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: García Domínguez, Ramón. (1996) ¡Por todos los dioses...!. Colombia: Grupo editorial Norma. Esteban, Alicia, et al. (1997). Cuentos de ia filosofia qrieqa. Platón: hablando de Sócrates. Madrid: Ediciones de la Torre. Remi Simon. (1991) Mitoloqía qrieqa. Dioses y héroes, Madrid, Ediciones SM. Cerezales, Agustin, et al. (2006). El laberinto de los dioses. Madrid: Anaya. Grimal, Pierre. (1979). Diccionario de mitoloqía qrieqa y romana. 6a ed. Barcelona: Paidós. Pearson Anne. (1994). La antigua Grecia. Vol 14. Biblioteca visual Altea. México: Altea Sabines, Jaime. (2001). Uno es el poeta. Antología. Madrid: Visor. Edición de Carmen Alemany Eiay TEXTOS DE REFERENCIA. Sísifo. Fue uno de los personajes más astutos de la mitologia griega, existen un nutrido grupo de leyendas sobre él. Sisifo era hijo de Eolo y Enáreta. Reinaba en la ciudad de Corintio que había sido fundada por él, aunque con el nombre de Éfira. Rodeó toda la ciudad con grandes murallas para obligar a los viajeros a pagarle abundantes atributos cuando pasaban por alli. Su gran inteligencia le sirvió para obtener múltiples beneficios en todos los aspectos de la vida, pero la falta de ética de algunos de sus actos Io hizo pasar a la historia como una persona sin escrúpulos. La muerte de Sisifo sobrevino a causa de un castigo divino, hay contradicciones sobre el detonante del mismo pues se conocen dos versiones diferentes. La primera de ellas indica que Sisifo, que se llevaba muy mal con su hermano Salmoneo, quiso matarlo y para ello, consultó al oráculo de Delfos acerca de la forma más adecuada para lograrlo. El oráculo le dijo que lo que tendria que hacer era unirse carnalmente con Tiro, su sobrina y darle muchos hijos. Tan mala intención o quizas tal incesto, fue Io que provocó su muerte. La segunda tesis desarrollada plantea lo siguiente: Zeus raptó una vez, como tantas otras, a la bella Egina, para poseerla. Buscándola, su padre Asopo, pasó por Corintio donde intentó que Sísifo lo ayudara a encontrarla o al menos, le indicase alguna pista para Iocalizarla. Ante eso, SiSIfo que había visto a Zeus escapar con Egina, indicó a Asopo que le diria el nombre del raptor de su hija a cambio de que hiciese nacer una fuente en los reinos de Sísifo, y así lo hizo.“ ¡(Asopo pudonhacer brotar el agua iporque era""un "dios-río); Enojadísimo Zeusp‘or‘ta‘l'” " acción condenó a Sísifo a la muerte envíándolo a Tánato. Sin embargo el valiente y audaz Sísifo consiguió encadenar a su propio verdugo logrando asi, no sólo librarse de su ejecución, sino evitando que durante mucho tiempo, ningún hombre muriera. De nuevo tuvo que actuar Zeus para liberar a Tánato y finalmente, le dieron a Sísifo sentencia de muerte. A pesar de todo y este hecho ya es común a las dos versiones narradas en el párrafo anterior, Sísifo aleccionó a su mujer para que cuando muriera no llevara a cabo los cortejos fúnebres. Su esposa así Io hizo y cuando Sísifo llegó al infierno se quejó con Hades de Io que había hecho su 31 familia y le pidió que le concediera volver a la tierra para aleccionar a sus allegados sobre las exequias que debían llevar a cabo. Hades le concedió tal deseo a condición de que volviera pronto. Sin embargo, Sísifo, por otra parte divertidísimo ante la inocencia divina, se jactó en el mundo de lo ocurrido y por supuesto, no volvió en mucho tiempo. Finalmente, Hermes o tal vez Teseo, lo devolvieron al inframundo donde se le condenó a un castigo cruel: debía subir un enorme peñasco a una alta cima del inframundo y cuando casi estaba a punto de lograrlo, volvia a caérsele y tenía que subirla de nuevo. Tal tarea sólo se detuvo durante el intento de Orfeo de recobrar el alma de Euridice pero después continuó durante toda la eternidad. Eco Era una ninfa de la montaña a quien Zeus convenció para que se dedicara a entretener con su charla a Hera, de tal forma que la celosa esposa del dios de dioses no pudiese dedicarse a espiar a sus amantes. Eco era sumamente elocuente y siempre desempeñó la labor encomendada sin problemas pero llegó un momento en que Hera terminó por hartarse de tanta conversación y castigó a Eco con un hechizo que le quitaba la voz, salvo para repetir la última palabra que oyese. Tiempo después, Eco se enamoró de Narciso y lo persiguió por todos lados: bosques, desiertos, mares o fuentes. Sin embrago, Eco no podía confesar su amor a Narciso, pero un dia cuando éste se apartó del camino con el que paseaba con sus amigos y se internó en el bosque, Narciso empezó a llamar diciendo “ ¿Hay alguien aquí? Y Eco respondía " Aquí, aquí". Narciso contestó: “Ven” y Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos diciendo "ven, ven". Narciso al verla, se negó a aceptar su amor con cruel desdén. Eco, que se lamentaba de su desdicha, pero también de todos aquellos actos vergonzosos que habia llevado a cabo en busca de la atención de Narciso, se escondió en la roca más profunda del bosque y allí se fue consumiendo hasta morir. Quedaron su voz y sus huesos, que fueron transformados en peñascos. Otra versión radicalmente distinta afirma que Eco terminó convirtiéndose en un mero sonido por acción de Pan, que hizo que la despedazaran cuando ignoró el amor que éste sentía por ella. Tántalo Rey de Lidia e hijo de Zeus. Los dioses honraron a Tántalo más a ningún otro mortal. Él comió a su mesa en el Olimpo, y en una ocasión fueron a cenar a su palacio. Para probar su omnisciencia, Tántalo mató a su único hijo, Pélope, lo coció en un caldero y lo sirvió en el banquete. Los dioses sin embargo, se dieron cuenta de la naturaleza del alimento y no lo probaron. Devolvieron la vida a Pélope y decidieron un castigo terrible para Tántalo. Lo colgaron para siempre de un árbol en el Tártaro y fue condenado a sufrir sed y hambre angustiosa. Bajo él, habia un estanque de agua pero, cuando se detenía a beber, el estanque quedaba fuera de su alcance. El árbol estaba cargado de peras, manzanas, higos, aceitunas maduras y granadas, pero cuando estaba cerca de las frutas, el viento apartaba las ramas. Otra versión-dice que Tantanlo fue castigado porq ue se robó el néctar, alimento de los dioses. Prometeo Prometeo, dotado de gran ingenio, consiguió formar un hombre con barro y comunicó Ia vida a esta masa inerte con una centella del carro del sol, hurtó de la diosa Atenea la sabiduría y entregó al hombre la lógica o capacidad de razonar. Enseguida, robó el fuego del altar de Hefesto y también se lo regaló para que empezara a calentarse, a vivir y a crear con el fuego. Prometeo tomó al género humano bajo su protección y le enseñó todo lo que sabia. Zeus al enterarse de que había dado al hombre tales dones y que éste ya alcanzaba a semejarse a los dioses, montó en cólera contra él, arrojó relámpagos preso de rabia. Por ello dirigió sus iras contra Prometeo y lo castigó duramente; le hizo encadenar en el monte Cáucaso, en los límites del Universo. Allí llegaba todas las mañanas un águila que le roía el higado. Durante la noche, volvía a crecerle el hígado y el águila volvia de nuevo, al dia siguiente a cumplir su cruel operación, treinta años después más tarde, Hércules liberó a Prometeo de tal cruel castigo. 32 Pándora Como se mencionó anteriormente, Zeus miró con envidia la admirable obra de Prometeo así que ordenó a Hefesto, el herrero dios del fuego, que formara a su vez a una mujer y que se la diera a Prometeo por esposa Hefesto obedeció y modeló en su taller a la primer mujer que existió en la tierra... AI principio fue una estatua de metal. La hermosura de su figura era tal que Zeus resolvió insuflarle vida. Acto seguido cada uno de los dioses le obsequio un don: belleza, gracia, inteligencia, habilidad y poder de persuasión. Pero Hermes, plantó en ella Ia astucia y la mentira y Hera, la curiosidad que no le dejaría en paz un solo instante. Finalmente Zeus le regaló a Pandora una magnífica caja cuidadosamente cerrada y el indicó que no deberia abrirla nunca. Prometeo desconfió de los presentes de un enemigo y no quiso recibir ni a Pandora ni a la caja, pero Epitemeo su hermano, al ver a Pandora, no pudo más que tomarla por esposa. Por un tiempo Epimeteo y Pandora disfrutaron de una vida plácida y feliz hasta que la curiosidad que había clavado Hera en el alma de la mujer, fue más fuerte que el consejo recibido y un dia abrió la misteriosa caja en la que estaban encerrados todos los males que pueden afligir a la raza humana: enfermedades, guerras, amargura, hambrunas y otras desgracias que se extendieron muy pronto por toda la tierra. Horrorizado Epitemeo quiso cerrar la caja pero ya era demasiado tarde, no quedaba dentro más que la esperanza que salió la última como símbolo de consuelo para la humanidad. El rey Midas Midas era rey de Macedonia. Una mañana, en los jardines de su palacio, apareció un viejo sátiro borracho. Midas pidió que lo llevaran ante su presencia para darle un escarmiento, pero resultó que el sátiro era Sileno, tutor de Dioniso. Sileno narró muchas historias sobre sus viajes a Ia India, ganéndose así al rey, que le hospedó en su casa. Transcurridos cinco días Midas devolvió a Sileno a Dioniso. Este, como muestra de gratitud, ofreció a Midas cumplir cualquier deseo que pidiera. Midas escogió transformar en oro todo lo que tocara. Dioniso cumplió la petición. Midas convertía todo en oro, las plantas, los animales... hasta que tocó a su hija. Los alimentos y la bebida se transformaban en oro al intentar ingerirlos, de forma que casi Midas imploró a Dioniso que le librara de esa maldición. El dios aceptó y le dijo que volvería a la normalidad lavándose en el río Pactolo. En una ocasión Apolo y un pastor de Frigia, Marsias, se retaron a un duelo musical, Apolo con la lira y Marsias con la flauta. Apolo pidió a Midas y a la Musas que fueran jueces de la contienda. Ambos tocaron de forma tan perfecta que ni las Musas ni Midas pudieron decretar un vencedor, entonces Apolo retó al pastor a tocar su instrumento boca abajo. Apolo dio la vuelta a su lira y tocó. Evidentemente Marsias no podia hacer lo mismo con la flauta y las Musas declararon ganador a Apolo. Midas se opuso a este veredicto alegando lo injusto de la prueba, pero el voto de las Musasfue inamovible. Apolo mató al pastor por desafiar a un dios y seguidamente tocó las orejas de Midas que comenzaron a crecer llegando a ser iguales a las de los burros. A partir de entonces Midas siempre llevaba un gorro cubriéndole la cabeza. El barbero del rey se enteró del hecho y Midas le amenazó de muerte si contaba algo. El barbero, que no podía permanecer callado sin poder contarlo, cavó un agujero al lado del río y gritó dentro -¡El rey Midas tiene orejas de burro!-. Después tapó en agujero y se marchó. Junto al agujero creció un junco que al crecer, contó a los otros juncos —El rey Midas tiene orejas dle burro-.La noticia pasó de las plantas a los pájaros y de las aves a Melampo, que podía ehtenderlas. Melampo lo contó a sus conocidos y así todo el pueblo supo la noticia y gritaba pidiendo al rey que se quitara el gorro y enseñara las orejas. Midas ejecutó al barbero tal y como habia decretado y a continuación se dio muerte él mismo. 33 Apolo y Dafne Un día, cuando Apolo (hijo de Zeus), el dios de la luz y la verdad, era aún joven, se encontró a Cupido, el dios del amor, jugando con una de sus flechas. -¿Qué estás haciendo con mi flecha? preguntó Apolo con ira.— Mate una gran serpiente con ella,-¡No trates de robarme la gloria Cupido! ¡Vete a otra parte a jugar con tus flechas! Cupido le respondió a Apolo: Tus flechas podrán matar serpientes Apolo, ¡pero las mías pueden hacer más daño! ¡Incluso tú puedes caer herido por ellas! Tan pronto hubo lanzado su siniestra amenaza, Cupido voló a través de los cielos hasta llegar a lo alto de una elevada montaña. Una vez allí, sacó su cargaj de flechas. Una de punta roma cubierta de plomo, cuyo efecto en aquel que fuera tocado por ella, sería huir de quien le profesara amor. La segunda tenia punta aguda, guarnecida de oro, y quien fuera herido por ella, se enamoraría instantáneamente. Cupido tenia destinada la primera flecha a Dafne, una bella ninfa que cazaba en lo más profundo del bosque. Dafne era seguidora de Diana, que era hermana gemela de Apolo y diosa del mundo salvaje. Igual que Diana, Dafne amaba la libertad de correr por los campos y selvas, con los cabellos en desorden y con las piernas expuestas a la lluvia y al sol. Cupido tensó la cuerda de su arco y apuntó con la flecha de punta roma a Dafne. Una vez en el aire la flecha se hizo invisible, asi que cuando atravesó el corazón de la ninfa, ésta sólo sintió un dolor agudo, pero no supo la causa. Con lasmanoscubriéndose la herida,"corrió“en'busca'de‘supadre, el dies del rio; ' —¡Padre¡, -exclamó-: ¡Debes hacerme una promesa! —¿De qué se trata? - preguntó el dios, quien estaba en el río rodeado de ninfas. -Pr'ométeme que nunca tendré que casarmel- le dijo Dafne. El dios del rio, confuso ante la frenética petición de su hija, le replicó: —¡Pero yo quiero tener nietos! ‘ -¡No, padre! ¡No! ¡No quiero casarme nunca! ¡Déjame ser siempre tan libre como Diana! ¡Te lo ruego! -Sin embargo, respondió su padre, ¡yo quiero que te cases! —¡No! -gritó Dafne y comenzó a golpear el agua con los puños mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás sollozando. -Muy bien! -profirió el dios del río- ¡No te aflijas hija mia! ¡Te prometo que no tendrás que casarte nunca! -¡Y prométeme que me ayudarás a huir de mis perseguidores! -agregó la cazadora. ¡Lo haré, te lo prometo! Después de que Dafne obtuvo esta promesa de su padre, Cupido preparó la segunda flecha, Ia de aguda punta de oro, esta vez destinada a Apolo, quien estaba vagando por los bosques. Y en el momento en que el joven dios se encontró cerca de Dafne, tensó la cuerda del arco y disparó hacia el corazón de Apolo. AI instante, el dios se enamoró de Dafne. Y aunque la doncella llevaba el cabello salvaje y en desorden y vestía sólo toscas pieles de animales, Apolo pensó que era la mujer más bella que había visto. —¡Ho|a! -Ie gritó; pero Dafne le lanzó un indiferente mirada y dándose la vuelta, se internó en el bosque como lo hubiera hecho un ciervo. Apolo corrió detrás de ella gritando: ¡Detente! ¡Detentel Pero la ninfa se alejó con la velocidad del viento. -¡por favor, no corras! -le gritó Apolo- Huyes como una paloma perseguida por un águila; ¡yo no soy tu enemigo! ¡Note escapes de mí! Dafne continuaba corriendo. ¡Detente! -dijo Apolo. 34 -¿Sabes quién soy yo? -dijo el diosNo soy un campesino ni un pastor. ¡Soy el Señor de Delfos! ¡Un hijo de Zeus! ¡Cacé una enorme serpiente con mi flecha! Pero, temo que el arma de Cupido me ha herido con más rigor. Dafne seguia corriendo, con el cabello salvaje al viento y las piernas desnudas al sol.Apolo ya estaba cansado de pedirle que se detuviera, asi que aumentó la velocidad. Las alas del amor le dieron al dios de la luz y de la verdad una celeridad que jamás había alcanzado; no le daba respiro a la joven, hasta que pronto estuvo cerca de ella. Ya sin fuerzas, Dafne podia sentir la respiración de Apolo muy cerca de ella. -¡Ayúdame, padre! -gritó dirigiéndose al dios del río- ¡Ayudame! No acababa de pronunciar estas palabras, cuando sus brazos y piernas comenzaron a tomarse pesados hasta volverse leñosos. El pelo se le convirtió en hojas y los pies en raíces que empezaron a internarse en la tierra. Habia sido transformada en el árbol del laurel, y nada había quedado de ella, salvo su exquisito encanto. Apolo se abrazó a las ramas del árbol como si fueran los brazos de Dafne y besando su carne de madera, apretó las manos contra el tronco y lloró. - Siento que tuncorazóntlatepbajo esa corteza -d¡jor—Apolo;imientras las lágrimas rodaban por su rostro—. Y como no podrás ser mi esposa, serás mi árbol sagrado. Usaré tu madera para construir mi arpa y fabricar mis flechas, y con tus ramas haré una guirnalda para mi frente. Héroes y letrados serán coronados con tus hojas y siempre serás joven y verde, tú Dafne, mi primer amor. SÍSlFO. JAIME SABINES. Voló desde su vida apacible hacia la luz recién encendida y su cadáver minúsculo cayó sobre esta hoja cle papel en que escribo. Retire la taza de café pensando que su contacto en mis labios sería molesto, y que una lluvia de meteoritos invisibles podría empezar a descender desde el foco, por los espacios siderales, hasta la mesa. De pronto el cadáver se agitó, dio vueltas torpemente, movió las alas cada vez más ligeras, y emprendió el vuelo de retorno. ¡Qué alivio y qué alegria! Sisifo de la luz, Io vi ascender en giros concentrados, veloz y decidido, hacia la gloria abundante de un nuevo encuentro con la muerte. 35 FICHERO 3.LA ODISEA. 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios ¡prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los; participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales del origen y la estructura del poema La Odisea atribuido a Homero. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Explicar quién fue Homero. La lliada y la guerra de Troya. Señalar los dioses griegos involucrados. Explicar la estructura de La Odisea, quién era Odiseo. Regreso de la guerra de Troya. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta una adaptación del Canto IX de La Odisea. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, quince minutos aprox.) Se proyectarán o mostrarán imágenes de pinturas y esculturas de cualquier época, inspiradas en los temas tratados. (Es importante que no vean el nombre de la obra) Los participantes contarán la historia correspondiente a partir de las imágenes presentadas. 36 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. SE PROPONDRÁ A LOS PARTICIPANTES LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Ferran Sebastien. (2007) Ulises. Primera aprte: La maldición de Poseidón. Madrid: Sexto piso Editorial. Anónimo (1995) La Iliada. Santiago de Chile: Andrés Bello. Anónimo.(1995) La Odisea. Santiago de Chile: Andrés Bello. Anónimo. (2005) La Odisea. México: Bibliotecajuvenil Porrúa. Pelicula recomendada (opcional / extraescolar): La Odisea. Género: Fantasía / Aventuras. Año: 1997 Actores: Armand Assante, Greta Scacchi Directores: Andrei Konchalovski . Productor: Hallmark chanel. TEXTOS DE REFERENCIA. La Odisea. (Resumen canto IX) Introducción: Ulises, rey de ltaca, en griego era llamado "Odiseo" (Ulises =Odiseo) por eso el poema de Homero que cuenta el viaje de Ulises, desde Troya hasta ltaca, se llama "Odisea". La guerra de Troya duró diez años y terminó gracias a que a Ulises se le ocurrió la idea de engañar a los troyanos haciéndoles creer que los griegos se marchaban, dejándoles de regan un enorme. caballo de madera. Cuando terminó la guerra todos los reyes y guerreros griegos volvieron a sus casas. Ulises salió de Troya con sus hombres, en doce barcos, todos tenian muchas ganas de volver a su tierra. Ulises estaba deseando volver a ver a su esposa Penélope y a su hijo Telémaco, al que no veia desde que era muy pequeñito. Pero los dioses habían preparado a Ulises un largo y accidentado viaje, desde Troya hasta ltaca, que duraría diez años más, cuyo relato conocemos con el nombre de "Odisea". El Pais de los lotófagos. (lotófago = comedor de loto) Cuando salieron de Troya los vientos les fueron desfavorables y llevaron los barcos a la deriva hacia el sur, muy lejos de la ruta de ltaca. Después de muchos dias de viaje llegaron al País del Loto donde la gente se alimentaba sólo de flores. Los tres hombres que Ulises mandó a por agua y provisiones a tierra fueron recibidos muy amistosamente por los habitantes de este País que les ofrecieron para comer la "flor del loto", una flor de un dulzor tan maravilloso que los que la comían se olvidaban de todo y sólo querian quedarse para siempre en esa tierra y vivir en un sueño feliz, sin preocuparse de nada. Cuando Ulises descubrió lo que había ocurrido desembarco con el resto de sus compañeros, ató de pies y manos a los tres hombres adormecidos por la flor del loto, los llevó a los barcos y, temiendo que otros hombres probaran también el loto, ordenó que desplegaran las velas y remaran con fuerza para escapar cuanto antes del País de los lotófagos. 37 La tierra de los cíclopes. Llegaron después a la isla de Sicilia donde vivían los cíclopes, unos gigantes muy feroces, con un solo ojo en el centro de la frente que vivían en cuevas. El más malo de todos los cíclopes era Polifemo, hijo del dios Poseidón, que tenía numerosos rebaños de ovejas y cabras. Ulises sin saber nada de los cíclopes fue a explorar la isla con doce de sus hombres llevando un odre de vino y un saco de comida. Llegaron a la cueva de Polifemo, que estaba en el monte con sus rebaños, y los compañeros de Ulises cogieron quesos, leche, corderos y chivos y «quisieron marcharse rápidamente de aquel lugar. Pero Ulises quiso quedarse para conocer al dueño de aquel sitio. Cuando se hizo de noche llegó Polifemo con su rebaño y al descubrir a Ulises y a sus doce compañeros dentro de la cueva se enfadó mucho, empezó a gritar, cerró la entrada con una enorme piedra, agarró a dos de los hombres y se los comió. Entonces Ulises le ofreció el vino y la comida que llevaba. Cuando el cíclope le preguntó cómo se llamaba, el astuto Ulises, le dijo: — Me llamo "Nadie". Polifemo le contestó: - A ti "Nadie" te comeré el último como prueba de mi hospitalidad. Polifemo se bebió todo el vino, se emborrachó y se quedó dormido. Entonces Ulises, ayudado por sus hombres, aprovechó para clavarle el tronco afilado de un olivo, calentado al rojo vivo, en el único ojo del cíclope que se despertó del dolor dando muchos gritos y quejándose. Al oir sus voces llegaron muchos cíclopes a la puerta de la caverna y le preguntaron si alguien le había hecho daño, Polifemo les dijo que: - "Nadie" me ha hecho daño. Al oir esto los otros cíclopes se fueron pensando que no le pasaba nada. Después Polifemo quitó la piedra que tapaba la salida de la cueva y se sentó fuera, extendiendo los brazos, de vez en cuando, para que no se le escapara ningún hombre. El ingenioso Ulises ató las ovejas de tres en tres y debajo iba atando a uno de sus hombres, finalmente se sujetó a la barriga del cordero más grande del rebaño. Por la mañana temprano las ovejas y los carneros salieron fuera de la cueva a pacer y así pudieron escaparse sin que Polifemo se diera cuenta del engaño. Llegaron a los barcos y cuando estaban bien lejos de la isla Ulises le gritó al cíclope: - Polifemo, si alguien alguna vez te pregunta quién te dejó ciego dile que fue Ulises rey de ltaca. Entonces Polifemo suplicó a su padre Poseidón, dios del mar, que castigara a Ulises, con estas palabras: - Escúchame Poseidón y concédeme el deseo que Odiseo no pueda nunca volver a su palacio. Pero si está destinado a regresar a su País, que sea tarde y mal, después de perder a todos sus compañeros. 38 A partir de este momento la cólera de Poseidón perseguirá a Ulises durante el resto de su viaje. La isla de Eolo. Llegaron a Eolia, la isla donde vivía Eolo, dios de los vientos, que los recibió con mucha hospitalidad. Después de descansar durante un mes Ulises le rogó a Eolo que le ayudara a volver a su casa. Eolo impulsó las naves de Ulises hacia ltaca con vientos favorables y, para que nada pudiera interferir en el camino de regreso, puso todos los vientos desfavorables dentro de un odre, que había fabricado con la piel de un toro. Estuvieron navegando durante diez días hasta que vieron las costas de ltaca-. Parecía que el viaje se ¡loa a acabar. Pero Ulises, que estaba muy cansado, se quedó dormido y sus compañeros no pudiendo vencer a la curiosidad abrieron el odre de los vientos, pensando que contenía oro y plata regalo de Eolo a Ulises y, al liberarse todos los vientos desfavorables, se desató una violenta tormenta que llevó los barcos, otra vez, a la isla de Eolia. Desesperado Ulises desembarco con algunos de sus hombres para pedirle, otra vez, a Eolo que le ayudara a regresar a ltaca. Pero Eolo se asustó mucho al ver a Ulises porque pensó que era un hombre aborrecido por los dioses y lo echó de su isla diciéndole: -¡Márchate de mi isla, no voy a ayudar más veces a un hombre al que los dioses odian! El país de los Lestrigones. Navegaron durante siete días y llegaron a la tierra de los Lestrigones. Ulises envió tres hombres a explorar y llegaron hasta un castillo donde vivía el rey de aquellas tierras que era el gigante Antífate al cual le gustaba comer seres humanos y nada más verlos se comió a uno de los exploradores de Ulises. Los otros dos salieron corriendo y avisaron a Ulises del peligro pero, ya era demasiado tarde porque avisados por su rey, llegaron muchísimos gigantes lestrigones que desde lo alto de las rocas lanzaron piedras contra los barcos y se comieron todos los hombres que capturaron. Hundieron todos los barcos menos el de Ulises en el que escaparon los pocos hombres que se salvaron de aquella horrible matanza. Circe la hechicera. Con un solo barco y unos pocos hombres Ulises llegó a la isla de Eea, donde vivía la maga Circe, una bellísima hechicera que convertía a las personas en animales. Ulises se quedó en el barco con la mitad de sus hombres y mandó a Euríloco bajar a tierra con la otra mitad, llegaron al palacio de Circe y vieron que estaba rodeado por numerosos lobos y leones, que en realidad eran marineros que la maga había hechizado, y que al acercarse, en lugar de atacarles se ponían de pié sobre las patas traseras y les acariciaban. Cuando los vio Circe les invitó a pasar a su palacio y les preparó una gran comida, todos entraron menos el prudente Euríloco que se quedó fuera observando. La maga Circe les sirvió una comida embrujada, convirtió a los hombres de Ulises en cerdos y los metió en una pocilga, Euríloco volvió corriendo para contar lo que había pasado y Ulises se fue solo a salvar a sus compañeros. En el camino se le apareció el dios Hermes que le previno de los trucos de Circe y le dio una flor, que sólo conocían los dioses, cuyo olor le protegería de los hechizos de la maga. Cuando Ulises llegó al palacio de Circe, esta le preparó también una comida embrujada y 39 cuando terminaron de comer tocó con su varita en el hombro de Ulises diciéndole: - Vete a reunirte con tus compañeros a la pocilga. Pero Ulises se levantó de un salto con la espada en la mano y se lanzó sobre la hechicera como para matarla y Circe se arrojó al suelo, se puso a llorar y le pidió perdón a Ulises diciéndole: — ¿Quién eres? ¿Por qué mi magia no te hace efecto? Ulises le ordenó que transformara a sus compañeros y a todos los marineros que tenía embrujados en humanos y mandó venir a los que estaban esperando en el barco. La hechicera les ofreció su palacio para que descansaran de su largo viaje y allí se quedaron durante un año. 40 FICHERO 4. LAS MIL Y UNA NOCHE. S. VII D.C. 1. ORGANlZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESlÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales del origen y la estructura de los cuentos que integran Las mil y una noches a través de la lectura voz alta de una serie de estas narraciones. 2.2 CONTEXTUALlZAClÓN. Se explicará el origen de la colección de cuentos de integran Las mil y una noches y la estructura de la obra. Se explicará brevemente el papel de personajes como: Scherezada, Schariar, Harum al Rashid. Mahoma, Alá, djins, efrits. Se contará la Historia del rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman, Fábulas del asno, el buey y el labrador. Se destacará el poder de la palabra que permitió a Scherezada salvar la vida. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura den voz alta de: La historia mágica del caballo de ébano destacando el suspenso al terminar la narración correspondiente a cada noche. 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. Los participantes escucharán: Scherezada de Nikolai Rimski-Korsakov y expresarán lo que representa para ellos ésta audición. 41 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. SE PROPONDRÁ A LOS PARTlCIPANTES LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Anónimol (1994). Cuentos de las mil y una noches. Adaptación: Oliver, Peter‘ Madrid: Editorial Everest. Anónimo_(2001) Cuentos de las mil v una noches. Adaptación: José Morán. Madrid: Susaeta Ediciones. Zeman, Ludmila. (2001). Simbad. México: Ediciones Tecolote. Película recomendada (opcional / extraescolar): Las mil y una noches. Año: 2000. Director: Steve Barron. Productor: Hallmark Chanel, Jim Heson. Guión: Peter Barnes. Actores: Mili Avital, Alan Bates, James Frain, Tchéky Karyo, Rufus Sewell Jason Scott Lee, Vanessa Mae. TEXTOS DE REFERENCIA. Las mil y una noches. Es una célebre recopilación de cuentos árabes del Oriente Medio medieval en el estilo de historias dentro de una historia. El núcleo de estas historias está formado por un antiguo libro persa llamado Hazár Afsána (los Mil Mitos) (en persa dudaba). El compilador y traductor de estas historias al arábigo es supuestamente el cuentista Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar en el siglo IX. La historia principal sobre Scheherezada parece haber sido agregada en el siglo XlV. La primera compilación arábiga moderna, hecha de escritos egipcios, fue publicada en El Cairo en 1835. Causó gran impacto en Occidente en el siglo XIX, una época en que las metrópolis impulsabaln las expediciones e investigaciones geográficas y de culturas exóticas. En realidad, Las mil y una noches se tradujeron por primera vez en 1704, pero esa primera versión al francés, de Antoine Galland, era una adaptación, un texto expurgado de los adulterios y hechos de sangre que abundan en el libro. Una de las traducciones que alcanzaron popularidad fue de la Richard Francis Burton, diplomático, militar, explorador y erudito de la cultura africana. Compuesto por tres grupos de relatos, el libro describe de forma fantástica y algo distorsionada, la india, Persia y Egipto. Hacia el año 800, los relatos, transmitidos oralmente, habian sido agrupados en ciclos. Muchas de las historias se piensa que fueron recogidas originariamente de la tradición de Persia (hoy en dia Irán), Iraq, Afganistán, Tajikistán y Uzbekistan y compiladas más adelante, incluyendo historias de otros autores. Historia del rey Schariar y su hermano el rey Schazaman. Cuéntase que en la antigüedad hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de Ia India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores de un séquito numeroso. Tenia dos hijos, y ambos eran jinetes, pero el mayor valia más aún que el menor. El mayor reinó en los paises, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del país 42 y del reino. Llamábase el rey Schahriar. Su hermano, llamado Schahzaman, era rey de Salamarcanda Ti-Ajam. Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas veinte años. Y llegaron ambos hasta el limite del desarrollo y el florecimiento. No dejaron de ser asi, hasta que el mayor sintió vehementes deseas de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con el. El visir contestó: Escucho y obedezco». Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schazaman, le trasmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitar a su hermano. El rey Schazaman contestó: «Escucho y obedezco». Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares. Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano. Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidada; volvió a su palacio apresuradamente y encontró a su esposa en intimidad con uno de sus esclavos negros. Al ver tal cosa el mundo se oscureció ante sus ojos, y se dijo: «Si ha sobrevenido tal cosa cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de esta Iibertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?» Y desenvainando su alfanje, acometió a ambos, dejándolais muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder un instante y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó toda la noche hasta dar vista a la ciudad donde reinaba su hermano. Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores limites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba Ia aventura de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se habia puesto pálida y su cuerpo se habia debilitado. A1 verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: «Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea». Y el otro respondió: «¡Ay hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!». Pero no le reveló lo que le habia ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo: «Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu». El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fue solo a la cacería. Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey Schahzaman vio cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte eslavos, entre los cuales avanzaba una mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza. Llegados a un estanque, se desnudaron, y se mezclaron todos. Al ver aquello, pensó el hermano del rey: «¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.» Y desde entonces volvió a comer y beber cuanto pudo. A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión, y ambos se desearon Ia ‘paz íntimamente. Luego el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante habia adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros días. Se asombró de ello, y dijo: «Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa». El rey le dijo: «Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores». E1 rey replicó: «Para entendemos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad». El rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. El rey Schahriar dijo: «Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa». Su hermano le respondió: «Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos Io contemplarán». Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos: «¡Que nadie entre!» Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al 43 palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzama . ‘ . Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano: «Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, por-que nada de común debemos tener con Ia realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, Ia muerte seria preferible a nuestra vida». Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar dia y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera, junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar. Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirarlo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta. Después que el efrit hubo contemplado a 1a hermosa joven, le dijo: «¡Oh soberana de las sederias l ¡Oh tú, a quien rapté el mismo dia de tu boda! Quisiera dormir un poco». Y el efrit colocó la cabeza en las rodillas de Ia joven y se durmió. Entonces ella levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. En seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: Bajad, y gozad de mí y no tengáis miedo de este efrit. Por señas, le respondieron: «¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso! Ella les dijo: ¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit, que os dará la peor muerte. Entonces ellos, hicieron con ella lo que les había pedido. Después ella sacó un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas sesenta sortijas con sellos, y les preguntó: ¿Sabeis lo que es esto? Ellos la dijeron que no, y les explicó la joven: Los dueños de estos anillos me han amado todos y me los han dado después. Vosotros me vais a dar vuestros anillos. Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella les dijo: Sabed que este efrit me robó Ia noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y Ia arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza. Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro: Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta aventura debe consolarnos. Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad: En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después ordenó a su visir que cada noche le llevasen una joven virgen. Y por la mañana que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. Un día el rey mandó al visir, que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Schehrazada y el nombre de la menor era Donia-zada. Lo mayor, Schehrazada, había leído los libros, anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oírla. Al ver a su padre, le habló así: ¿Por qué te veo tan cambiado soportando un peso abrumador de pesadumbre y aflicciones? Cuando oyó estas palabras el visir, contó a su hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin, concerniente al rey. Entoncesledijo Schehrazada: Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata, seré la libertadora de las hijas de los muslemini y podré salvarlas de las manos del rey. Entonces el visir contestó: ¡Por Alah sobre ti! No te 44 expongas nunca a tal peligro. Pero Schehrazada repuso: «Es imprescindible que así Io haga. Entonces le dijo su padre: Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia: Fábula del asno, el buey y el labrador Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado. Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los lenguajes de los animales y el canto de los pájaros. Habitaba en un país fértil, a orillas de un río. En su morada había un asno y un buey. Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el pesebre había cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado, descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asunto urgente, y el asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al pollino: «Come a gusto y que te sea sano, de provecho y de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansado, después de comer cebada bien cribada! Si el amo te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cambio, yo me reviento arando y con el trabajo del molino». El asno le aconsejó: «Cuando salgas al campo y te echen el yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si te vuelven al establo y te ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber en unos dias, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo». Pero el comerciante seguía presente, oyendo todo lo que hablaban. Se acercó el mayoral al buey para darle forraje y le vio comer, muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo lo encontró enfermo. Entonces el amo dijo al mayoral: Lleva al asno y que te are todo el dia en lugar del buey. Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día. AI anochecer, cuando el asno regresó al establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habian proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arrepentido. Al otro día el asno estuvo arando también durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado, rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó de alabanzas. El asno le dijo: Bien tranquilo estaba yo antes. Ya ves cómo me ha perjudicado el hacer beneficio a los demás. Y en seguida añadió: Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir al amo que te entregarán al matarife si no te levantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo digo para que te saives, pues sentiría que te ocurriese algo. El buey, cuando oyó estas palabras del asno, le dio las gracias nuevamente, y le dijo: Mañana reanudaré mi trabajo. Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamió el recipiente con su lengua.Pero el amo les había oído hablar y empezó a reír a carcajadas. Su mujer le preguntó: ¿De qué te ries? Y él dijo: De una cosa que he visto y oido; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida. La mujer insistió: Pues has de contármela, aunque te cueste morir. Y él dijo: Me callo, porque temo a Ia muerte. Ella repuso: Entonces es que te ríes de mí. Y desde aquel día no dejó de nhostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran perplejidad. Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, y así como al kadi, y a unos testigos. Quiso hacer testamento antes de revelar el secreto. Hizo llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo ocurrido, diciendo que moriría en cuanta revelase el secreto. Entonces toda la gente dijo a la mujer: ¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu marido, el padre de tus hijos. Pero ella replicó: Aunque le cueste la vida no le dejaré en paz hasta que me haya dicho su secreto. Entonces ya no le rogaron más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al estanque de Ia huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto y morir. 45 Pero había un gallo lleno de vigor y un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: ¿No te avergüenza estar tan alegre cuando va a morirse nuestro amo! Y el gallo preguntó: ¿Por qué causa va a morir? Entonces el perro contó toda la historia y el gallo repuso: ¡Por Alah! Poco talento, tiene nuestro amo. Cincuenta esposas tengo yo y a todas sé manejármelas perfectamente, regañando a unas y contentando a otras... ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse con ella! El miedo es bien sencillo: bastaría con cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín de su esposa y darle hasta matarla o se arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas. Asi dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su mujer. Entró llevando ocultas las varas de morera, que acababa de cortar, y llamó a su esposa: Ven a nuestro gabinete para que te diga mi secreto. La mujer le siguió; el comerciante se encerró con ella y empezó a sacudirle varazos hasta que ella acabó por decir: ¡Me arrepiento, me arrepiento! Y besaba las manos y los pies de su marido. Estaba arrepentida de veras. Saliendo entonces, y la concurrencia se alegró muchísimo, regocijándose también los parientes. Y todos vivieron muy felices. Cuando Schehrazada, la hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego: Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido. Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahriar. Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: ¿Qué te pasa? Y ella contestó: ¡Oh, rey poderoso, tengo una hermanita de la cual quisiera despedirme! El rey mandó a buscar a la hermana, y apenas vino se abrazó a Schehrazada, y acabó por acomodarse cerca del lecho. Doniazada dijo entonces a Schahrazada: ¡Hermana, por Alah sobre til, cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche. Y Schahrazada contestó: De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este rey generoso, dotado de tan buenas maneras». El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Schehrazada, que contó: Historia del mercader y del efrit. He llegado a saber, ¡oh rey afortunadol, que hubo un mercader dueño de numerosas riquezas, que tenía negocios comerciales en todos los paises. Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader y le dijo: Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hija. El mercader repuso: ¿Pero cómo he matado yo a tu hijo? Y contestó el efrit: AI arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hijo y lo mataron. Entonces dijo el mercader: Considera ¡oh gran efrit l que no puedo mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron. Permiteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mi Io que quieras. Alah es fiador de mis palabras. El efrit, confiado, dejó partir al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dio a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le habia ocurrido y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los suyos se lamentaban, dando gritos de dolor. 46 En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aqui que un jeque se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo: ¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits? Entonces le contó lo que le había ocurrido con el efrit y Ia causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeque dueño de la gacela se asombró gravemente y dijo: ¡Por Alah! ¡Oh hermanol, no te dejaré hasta que veamos Io que te ocurrió con el efrit. Seguía allí el dueño de Ia gacela cuando llegó un segundo jeque con dos lebreles negros. Les deseó la paz y preguntó cómo se habían detenido allí, frecuentado por los efrits. Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercerjeque se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el principio hasta el fin, A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargo una tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole chispas de los ojos. Se acercó al grupo, y dijo al mercader: Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón. Entonces se echó a llorar el mercader, y los tres jeques empezaron también a llorar, a gemir y a suspirar. Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo: ¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader? Y el efrit dijo: Verdaderamente que sí, venerable jeque. Si me cuentas la historia y yo Ia encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esa sangre. NOTA: (Puede leerse la continuación de esta historia o bien Ia historia mágica del caballo de ébano) Historia mágica del caballo de ébano. He llegado a saber ¡oh rey afortunadol que en la antigüedad del tiempo y Io pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas, que se llamaba Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y tenía siempre abierta sin desmayo la mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar nunca a quienes le solicitaban ayuda. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a los que sólo le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus palabras y sus maneras impregnadas de dulzura y de amenidad, a los corazones heridos.Era bueno y caritativo con los pobres; y los extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los palacios de aquel soberano. En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgehcia de su severa justicia. Y así era, en verdad, él. El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o como tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era Ia misma luna y se llamaba Kamaralakmar. (Luna de las Lunas) Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de Ia primavera, la de Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas de todos sus palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos proclamasen edictos de indulto, nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus Iugartenientes y chambelanes. Así es que de todos los puntos de su vasto lmperio acudían los habitantes para rendir pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo género y esclavos y eunucos en calidad de regalo. Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera precisamente, estaba sentado en el trono de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a Ia ciencia, a la geometría y a la astronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los cuales sabían modelar la forma con una perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban ninguno de los misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a Ia 47 ciudad del rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y hablando diferente lengua cada uno: el primero era hindi, el segundo rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia. Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus manos, y después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente verdaderamente real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran precio, que tenía en la mano una trompeta de oro. Y le dijo el rey Sabur: ¡Oh, sabio! ¿Para qué sirve esta figura? El sabio contestó: ¡Oh mi señor! este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de Ia ciudad, será un guardian a toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura de su rostro, le paralizará y le hará caer muerto de terror! Y al oír estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: ¡Por Alah, ¡oh sabio! que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus deseos! Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció como regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro rodeado por veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y encarándose con el rumí, le dijo: ¡Oh sabio! ¿para qué sirven este pavo y estas pavas?" El sabio contestó: ¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da un picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así sucesivamente cabalga a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto creciente de la luna nueva. Y exclamó el rey maravillado: ¡Por Alah, que si es verdad Io que dices, se cumplirán todas tus aspiraciones! El tercero que avanzó fue el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después de los cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más negra y más rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de los reyes, Así es que el rey Sabur quedó maravillado hasta el límite de la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de aquel caballo; luego dijo: ¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano? El persa contestó: ¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa, hasta el punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la rapidez del relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar. Prodigiosamente asombrado con aquellas tres cosas prodigiosas que se habían sucedido en un mismo día, el rey se encaró con el persa, y le dijo: ¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado seal), que crea los seres todos y les da de comer y de beber, que si me pruebas la verdad de tus palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor de tus deseos! Tras de lo cual el rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los tres regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de oro sopló con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa... En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente. Pero cuando llegó la 416a noche... Ella dijo: … y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un gran espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio circulo, en el mismo sitio de donde partió. Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal manera que parecia iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: ¡Oh sabios ilustres! ahora tengo ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa. ¡Pedidme, pues, lo que deseéis, y se os concederá al instante! Entonces contestaron los tres sabios: ¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de nosotros y de nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos 48 que nos dé en matrimonio a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada podrá turbar tal cosa la tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus promesas nunca! El rey contestó: ¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo! Y al punto dio orden de hacer ir al kadí y a los testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres hijas con los tres sabios ¡Eso fue todo! Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sentadas precisamente detrás de una cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres hermanas se puso a considerar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí su descripción! Era un viejo muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese más; con restos de cabellos blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de tiña; orejas colgantes y hendidas; barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se miraban atravesados; carrillos fláccidos, amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el delantal de un zapatero remendón; dientes saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos y jadeantes como los testículos del camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un horror compuesto de monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su época, pues ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus mandíbulas vacías de molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que asustan a los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros. ¡Eso fue todo! Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba Ia joven más bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave que la brisa más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdaderamente estaba hecha para los escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus balanceos ondulantes; andaba, y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin disputa superaba con mucho a sus hermanas en hermosura. Y así era ella, en verdad. De modo que cuando vio al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó caer de bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y lamentándose. Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la quería mucho y la prefería a sus otras hermanas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse y llorar a su hermana, penetró en su aposento y le preguntó: ¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido? ¡Dímelo enseguida y no me ocultes nadal Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: ¡Oh único hermano mío! ¡oh querido nada te ocultaré. ¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta a abandonarlo; y si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de aquí sin que me dé provisiones para el camino, porque Alah proveerá! AI escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo: ¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus humores! La joven princesa contestó: ¡Oh único hermano mío! ¡oh querido! has de saber que ml padre me prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un caballo de madera de ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con su astucia y su perfidia! ¡En cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a ese viejo asqueroso! Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, acariciándola y mimándola, y luego se fue en busca de su padre el rey, y le dijo: ¿Quién es ese hechicero a quien prometiste casarle con mi hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para decidirte asi a hacer que muera de pena mi hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder! Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy furioso y muy mortificado. Pero el rey contestó... 49 En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente... 50 FICHERO 5. LAIS DE MARÍA DE FRANCIA. 1160? 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACClÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes revisarán brevemente el entorno de la Edad Media como marco histórico de los escritores de ésta época y particularmente la situación de las mujeres y su participación como escritoras. 2.2 CONTEXTUALIZAClÓN. Se explicarán brevemente las características generales del Medioevo. Los participantes verán imágenes de pinturas, esculturas y arquitectura medieval. Se puede establecer una comparación de esa época con nuestros dias basada en el libro: Año mil, año dos mil: La huella de nuestros miedos de George Duby. Se explicará qué son los lais. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta del siguiente lai: El fresno 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Se explicará en qué consiste la elaboración de un cadáver exquisito. Los participantes escribirán un texto colectivo (cadáver exquisito) inspirado en el lai El fresno. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerá el cadáver exquisito realizado por los participantes. 51 El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. SE PROPONDRÁ A LOS PARTICIPANTES LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Mattehews, John. (1994). El Santo Grial. Madrid. Editorial Debate. Duby, Goerges. (1998) Año mil, año dos mil: La huella de nuestros miedos. Editorial Andrés Bello. Francia de, Maria. (2004). Lais. Madrid: Alianza editorial. TEXTOS DE REFERENClA. Lais. Los Lais de María son un conjunto de composiciones narrativas de dimensiones desiguales escritas en versos rimados. La “palabra lai designa originariamente una composición musical, como lo indica su etimología céltica, emparentada con la del irlandés laid, sin que quede claro si se trata de una composición puramente musical o de una canción. Lo que María se propone escribir no son lais, sino como ella misma nos dice, son algo estrechamente emparentado con ellos: la historia, la aventura que les dio origen. Sin embargo, ella los designa con es nombre: lais. Quizá esto pudiera haber sido un error de traducción o de algún copista de los manuscritos de Maria de Francia y que por eso se pensara que María llamaba asi a sus narraciones. El hecho es que después de María y por influencia de su obra, aparecen unas composiciones narrativas en verso, similares a las suyas, a las que se denomina lais. Según María, los lais, composiciones musicales, nacieron para mantener el recuerdo de un hecho. Así pues, los lais, tienen su punto de partida en un supuesto hecho real (aventure): Cuando se conoció la historia (aventure) tal como había ocurrido, se compuso sobre ella el Lai. Pueden considerarse los lais, como un eslabón de la tradición oral, María nos traslada a ese mundo lejano y nos acerca a hombres y mujeres palpitantes, capaces de sentir, de amar, de sufrir. ¿Quién fue María de Francia? Marie ai nun, si sui de France... Esto es todo lo que nos dice sobre sí misma la primera poetisa en lengua francesa. Sabemos por esta pista que ella misma nos da, su nombre de pila y su origen, que escribia lejos de su pais, ya que sólo asi la aclaración, soy de Francia, tiene razón de ser. Y sÍ vivía lejos de Francia, parece fundado suponer que era en Inglaterra. Maria era una mujer culta, pues sabia latín e inglés como se aprecia en algunos de los lais que escribió. Una cultura y unas aficiones como las de María sólo podían darse en una corte literaria o a la sombra de la Iglesia, pero no significa esto que la mujer que las poseía fuera forzosamente aristócrata o religiosa. Posiblemente María vivió en la corte de Leonor de Aquitania , esposa de Enrique Il Plantagenet, y sus textos datan de los años 1160 - 1170, pero su identidad no ha sido claramente confirmada. 52 El Fresno. (Adaptación) Voy a contarles unas historias, que sé verdaderas, sobre las cuales los Bretones han compuesto los lais. Para empezar les contaré el lai del fresno, según, la historia que conozco. En otro tiempo vivían en Bretaña dos señores que eran vecinos. Eran hombres ricos y poderosos y caballeros valientes y nobles. Vivian en la misma comarca y ambos se habían casado ya. Una de las mujeres quedó embarazada, y cuando llegó el momento en que dio a luz, tuvo gemelos. Su marido estaba tan alegre que se lo informó a su vecino y lo invitó para que fuera padrino de uno de sus hijos y le escogiera un nombre. El caballero estaba comiendo cuando llegó el mensajero y le comunicó la noticia, el señor dio las gracias a Dios por ello, y le regaló un hermoso caballo, pero su mujer, que estaba sentada a la mesa junto a él, sonrió pues era hipócrita y orgullosa, maldiciente y envidiosa. Habló neciamente y dijo en presencia de todos los suyos: Me sorprende que tu amigo, siendo un hombre tan discreto haya decidido a anunciarte su vengüenza y su deshonra, que su mujer haya tenido dos hijos. Bien sabemos Io que esto quiere decir, nunca ha ocurrido ni ocurrirá tal prodigio, que una mujer tenga dos hijos en un sólo parto, si no los han engendrado dos hombres. El señor la miró y la reprendió con severidad. -Señora- dijo-, deja de decir esas cosas, en verdad la esposa de mi amigo siempre ha tenido una buena reputación. ” Las personas que estaban en la casa no olvidaron esta conversación; fue muy repetida y divulgada y se supo por toda Bretaña. Esta señora fue odiada por ello, pero luego Io pagó con creces... Todas las mujeres que lo oyeron, pobres y ricas, la detestaron. El que había llevado el mensaje se Io contó a su señor, y cuando éste lo oyó, se apenó mucho y no supo que hacer. Entonces dudó de su leal esposa y perdió su confianza en ella y la trataba con desprecio sin que ella lo mereciera. La mujer que había murmurado de esta forma quedó embarazada el mismo año. Llevaba en su seno dos criaturas: ¡ya estaba vengada su vecinal Cuando dio a luz tuvo dos hijas y le pesó mucho, ella se Iamentaba diciendo: -¡Desgraciada de mi! ¿Qué haré? Nunca más tendré aprecio, es verdad que estoy deshonrada. Mi señor y todos mis parientes no me creerán jamás cuando oigan Io ocurrido, pues al hablar mal de todas las mujeres me juzgue a mí misma. ¿No dije yo que nadie había visto que una mujer tuviera dos hijos de una vez, si no habían sido engendrados por dos hombres? Ahora los he tenido yo, y me parece que sobre mí ha recaído la desgracia. Quién miente y maldice de otro no ve la viga en su propio ojo. Y a veces se murmura de alguien que es más digno de alabanza que uno. Para detenderme de la vergüenza tengo que matar a una de las niñas. Prefiero tener que rendir cuentas delante de Dios a cubrirme de oprobio y de vergüenza. Las que estaban en la habitación la reconfortaban y decían que no lo consentirían, que era una cosa muy seria matar a un ser humano. La mujer tenía a su servicio a una joven que era muy bien nacida. Habia cuidado de mella durante mucho tiempo, la había criado y la amaba y apreciaba mucho. Esta oyó a su señora llorar y lamentarse amargamente y sintió mucha pena. Se acercó a ella y la consoló así: -Señora -dijo-, de nada sirve todo esto. No debes estar tan triste, entrégame a una de estas criaturas y yo te libraré de ella, de modo que no quedes deshonrada por su causa, nunca 53 volverás a verla. Me la llevaré sana y salva y la dejaré en un monasterio. Si Dios quiere algún hombre de bien la encontrará y la criará. La señora oyó lo que le había dicho y se alegró mucho con ello, y le prometió que si le prestaba este servicio la recompensaría generosamente. Envoivieron a la niña en un pedazo de buen lino y le pusieron encima un paño de seda con rosetones, que su esposo le había traido de Constantinopla cuando estuvo ahí. Con un trozo de cinta le ataron al brazo un grueso anillo de oro fino, en el engarce habia un rubi, y en el aro, una inscripción. Dondequiera que fuera encontrada la pequeña, todos sabrían de cierto que habia nacido de noble condición. La doncella salió de la habitación llevando consigo a la niña. De noche, cuando hubo oscurecido, se marchó fuera de la ciudad y tomó un largo camino que la condujo al bosque. Se adentró por él y fue andando con la niña en brazos, sin dejar jamás el camino. A lo lejos, habia oído ladrar perros y cantar gallos; alli podria encontrar un poblado. Se dirigió a buen paso hacia aquella parte donde se oía la algarabía de los peros y llegó a una bella y rica ciudad, donde había una abadía opulenta y bien construida. (Según tengo entendido, había alli monjas y una abadesa que las gobernaba). La doncella vio el monasterio, las torres, los muros y el campanario, fue hacia allí rápidamente y se paró delante de la puerta. Dejó en el suelo a la niña que llevaba, se arrodilló muy humildemente y empezó a rezar: —¡Dios mio -dijo—, por tu santo nombre, Señor, no permitas que esta niña perezca! Cuando hubo terminado su plegaria, miró hacia atrás y vio un fresno grande y frondoso, muy tupido y con muchas ramas que se bifurcaban en cuatro troncos y había sido plantado para dar sombra. Tomó en sus brazos a la niña y se acercó corriendo al fresno, la puso encima y después la dejó, encomendándola al verdadero Dios. Luego regresó y contó a la señora lo que había hecho. En Ia abadía había un portero, que acostumbraba abrir la puerta exterior del monasterio por donde entraba la gente que quería oír los oficios. Aquella noche se levantó y encendió las velas y las lámparas, tocó las campanas y abrió la puerta. Reparó en el paño que habia en el árbol y pensó que alguien lo habia robado y lo había dejado ahi, pero no se fijó en más detalles. En cuanto pudo, se fue hacia el fresno, y al intentar bajar el paño encontró a la niña. Dio gracias a Dios por ello y no la dejó allí, sino que se la llevó a su casa. Tenía una hija que era viuda, su marido habia muerto dejándola con un niñito de cuna a quien ella todavía amamantaba, y el buen hombre la llamó: -Hija -le dijo-, ¡Levántate, enciende el fuego y una vela! he traido a una criatura que he encontrado allí afuera, en el fresno. Por favor cuidala, dale de comer y báñala. Ella hizo lo que le ordenaba su padre, y mientras la atendía encontró el anillo atado al brazo; miraron Ia seda rica y bella y tuvieron la certeza de que la niña habia nacido de gente noble. Al día siguiente, después de la misa, cuando la abadesa salió de la iglesia, el portero fue a hablar con ella. Le contó lo que había sucedido y cómo había encontrado a la niña. La abadesa le ordenó que la llevara tal y como la había encontrado; el portero de marchó a su casa y trajo a la niña para enseñársela a la señora quien la miró detenidamente y dijo que la haría criar y la tendría como sobrina y prohibió al portero que dijera lo que había sucedido. Ella misma la condujo al bautismo, le hizo de madrina y, como había sido encontrada en un fresno, le pusieron por nombre Fresno. La abadesa la tenia como si fuera su sobrina y así la ocultaron durante mucho tiempo y se crió en el claustro de la abadía. AI cumplir los siete años era ya hermosa y alta para su edad, y en cuanto tuvo uso de razón, la abadesa la hizo instruir. La apreciaba y amaba mucho y la vestía ricamente. Pronto se convirtió en una hermosa joven, no había quien al verla no la amara, la 54 fama de su belleza se extendió por toda Bretaña. Los poderosos iban a visitarla y le rogaban a la abadesa que les permitiera hablar con su sobrina. En Dol, había un señor noble llamado Gurún. Oyó hablar de la doncella y empezó a amarla. Un dia fue a un torneo, y al volver pasó por la abadía. Preguntó por la joven y la abadesa se la mostró. La encontró muy bella y juiciosa, discreta, cortés y educada y él pensó que si no obtenía su amor, se sentiría desdichado. Estaba perdido y no sabía que hacer, pues si volvía con frecuencia, la abadesa se daría cuenta y nunca más la verían sus ojos, pero se le ocurrió una cosa: diría que deseaba enriquecer la abadía y que le cedería un tanto de sus tierra, y que él repararía para siempre sus faltas, pues quería tener allí su retiro, su refugio y su reposo. Para obtener su confianza le ofreció a la abadesa muchos bienes, pero tenía otro motivo que obtener el perdón... Volvió allí a menudo, habló con la joven, y tanto le rogó, tanto le prometió, que ella otorgó lo que él le pedía. Cuando estuvo seguro de su amor, le expuso un día estas razones: —Las cosas han sucedido de tal forma que ahora somos amantes; sería conveniente que te vieras a vivir conmigo, bien sabes, que si tu tía se diera cuenta de esta situación se entristecería mucho, por otra parte, si permaneces estando embarazada en la abadía, ella seguramente se enojará, asi pues, si quieres aceptar mi consejo, mejor vente a vivir conmigo. Ciertamente nunca te fallaré y siempre te daré todo lo que necesites. Fresno, que lo amaba tiernamente se marchó con él. El caballero la condujo a su castillo, y ella llevó consigo el paño de seda y su anillo, pensando que quizá podrían servirle más adelante. La abadesa se los había entregado a Fresno y le había referido la historia de su origen, el que la había llevado había dejado el anillo y la seda. No había recibido más bienes que estos y la había criado como su sobrina. La joven los había guardado muy bien y los había encerrado en un cofre. Hizo llevar el cofre con ella, pues no quiso dejarlo. Gurún la apreciaba mucho y también sus vasallos y servidores. Vivió mucho tiempo con él hasta que los feudatarios del señor se lo reprocharon. A menudo le decian que se casara con una mujer noble y que se librara de Fresno, pues todos pensaban que sería conveniente que tuviera un descendiente que pudiera heredar después de él su tierra y patrimonio, Sobrevendrían demasiados males si por su concubina dejaba de tener un hijo de una esposa. Si no hacía lo que ellos le pedían, Io amenazaron diciéndole que no volverían a tenerlo por señor ni lo servirían. El caballero prometió que tomaría mujer según su consejo, y les pidió que se encargaran de buscársela. -Señor -dijeron ellos—, aquí cerca vive un hombre de bien que también es par tuyo, el cual tiene una hija que será su heredera. Con ella podréis tener mucha tierra. La joven tiene por nombre Avellano, y en este pais no hay otra tan bella. A cambio del Fresno que dejas, tendrás un Avellano. El avellano da deleite y da avellanas, el fresno en cambio, jamás da fruto. Iremos a buscar a la doncella y si, a Dios place, te la traeremos.. Hicieron todo lo posible para lograr aquél matrimonio y fue aceptado por todos. ¡Lástima de que los caballeros no supieran la historia de las jóvenes, que eran hermanas gemelas! Cuando Fresno supo que Gurún iba a casarse no mostró mal semblante, sirvió a su señor de buen grado y honró a toda su gente. Los caballeros de la casa, los pajes, todos sentían gran dolor porque debían perderla. El día que se había señalado para la boda, el señor mandó llamar a sus amigos. Entre ellos estaba el arzobispo de Dol, que era vasallo suyo. Le trajeron a su prometida y su madre fue con 55 ella: pues temía que Fresno, la mujer por la que Gurún sentía un gran amor, echara a perder la boda de su hija Avellano. Se decía que planeaba echarla de la casa y que pensaba decirle a su yerno que la casara con un hombre de bien, para así librarse de ella. Fresno participó en los preparativos del festejo y ni por un momento demostró que le pesara la llegada de la celebración de la boda de Gurún. Estaba junto a la futura esposa de quien ella amaba, y la servía de buen grado y con mucha distinción. Todos los que la veían se maravillaban de ello. La madre de Avellano la miró con detenimiento y en el fondo sintió amor y aprecio por ella. Pensaba que, si hubiera sabido desde el principio quién y cómo era, nunca habría permitido que tuviera lugar la boda que pronto se celebraría. Por la noche, Fresno fue a preparar la habitación en donde Avellano descansaría lo víspera de la boda y cuando estuvo lista, vio que las camareras pusieron una colcha hecha de un viejo brocado de seda. Fresno la vio y no le pareció bastante rica, así que abrió un cofre, tomó su paño de seda y lo puso sobre el lecho. Después de cenar Avellana se despidió de su prometido y se retiró a su aposento acompañada de su madre, quien al entrar ahí, vio sobre la cama el paño de seda —¡nunca había visto otro semejante a ese más que el que aquél que usó para envolver a la niña cuando la ocultó. Entonces se acordó de ella y se le estremeció el corazón. Llamó al chambelán y le dijo: —Dime, por tu fe, ¿dónde has encontrado esta seda? —Señora —dijo éI-, Fresno la trajo y la puso sobre la colcha, pues no le pareció bastante buena. Creo que es suya. La madre la llamó y ella acudió a su presencia. Mientras se quitaba el manto, la madre habló así: -Du|ce amiga, dime por favor la verdad, ¿en dónde encontraste esta preciosa seda? ¿de dónde procede? Dime quien te la ha entregado. La joven respondió: —Señora, me la entregó mi tía la abadesa, que me crió, y me mandó que la guardara. Esto y un anillo me dieron quienes me mandaron ahí. —Querida, ¿puedo ver tu anillo? —Sí, señora, con mucho gusto. Trajo el anillo y la madre lo miró cuidadosamente y lo reconoció, así como la seda que había visto. Ya no dudaba, bien sabía que Fresno era su propia hija, y ante todos los que la oían dijo sin ocultar nada: —¡Eres mi hija, querida mía! De la emoción que sintió cayó hacia atrás desmayada y, cuando volvió en sí, mandó llamar a su marido, que llegó muy alarmado. Cuando entró en la habitación, ella le pidió perdón con humildad por su mala acción, pero él no sabía de qué se trataba. El le dijo: entre nosotros no hay sino bien, yo te perdonare cualquier falta. Entonces ella, dirigiéndose a su esposo, habló así: puesto que me has perdonado, te haré una confesión, así que escucha bien. En otro tiempo, por mi gran maldad, dije una locura de mi vecina, murmuré de sus dos hijos; con ello maldije de mi misma, pues la verdad es que cuando di a luz, tuve realmente dos hijas y oculté a una de ellas. La mandé a un monasterio envuelta en nuestro paño de seda y don el anillo que me diste la primera vez: que nos vimos. No te lo puedo seguir ocultando, he encontrado el paño y el anillo y he conocido aquí a nuestra hija, a quien había perdido por mi locura. Se trata de esta muchacha 56 tan discreta, juiciosa y bella, que ha amado al caballero con quien mañana se casará su hermana. El señor dijo: Dios nos ha dado una gran alegría al permitir que encontráramos a nuestra hija, antes de que el pecado fuera doble, y llamó a Fresno para que se acercara. La joven se sintió emocionada por lo que escuchó y su padre no quiso esperar más, él mismo fue a buscar a su yerno y trayendo también al arzobispo les contó lo sucedido. Cuando el caballero lo supo, fue más feliz que nunca. AI día siguiente Gurún se casó con Fresno, y se celebró un gran banquete. AI marcharse a su tierra, sus padres se llevaron a su hija Avellano a quien más tarde casaron en su comarca. Cuando se conoció esta historia tal como había ocurrido, se compuso sobre ella el lai del Fresno. Así lo llamaron por el nombre de la joven. 57 FICHERO 6. SIR GAWAIN Y EL CABALLERO VERDE. 1400? 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles Ia oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes revisarán el origen de las aventuras de caballería, el amor cortés y su influencia en la literatura. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente el origen de las aventuras de caballería, el amor cortés y las pruebas. Se explicará brevemente quienes eran los Caballeros del rey Arturo y cuál era su código de comportamiento. Los participantes verán imágenes de pinturas, esculturas y arquitectura medieval. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: Sir Gawain y el Caballero Verde. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTlCOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes verán ejemplos de textos medievales particularmente miniados y letras capitulares. lnspirados en la tipografía gótica, los participantes elaborarán una letra capitular. Se utilizarán pinturas tipo gouache que se aplicarán con pinceles y poca agua sobre cartulina. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se pondrán a Ia vista de todos las letras capitulares que elaboraron los participantes. 58 El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. SE PROPONDRÁ A LOS PARTICIPANTES LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Duby, Georges. (1995) Año 1000, Año 2000. La huella de nuestros miedos. Santiago de Chile: Andrés Bello. Lancelinn Green, Roger. (1996). El rev Arturo v sus caballeros de la tabla redonda. 2a ed. Madrid: Siruela. Anónimo. (1993. Sir Gawain y el Caballero Verde. 7a ed. Madrid: Siruela. Películas recomendadas (opcional / extraescolar) Lancelot, el primer caballero. Año1995. Director: Jerry Zucker. Actores: Sean Connery, Richard Gere, Julia Ormond, John Gielgud, Ben Cross 139 minutos. Génro: Acción, romance, aventuras. Robin Hood, príncipe de los ladrones. Reparto: Marc Zuber, Morgan Freeman, Pat Roach, Mary Elizabeth Mastrantonio, Derek Deadman, Imogen Bain, Soo Drouet, Michael Wincott, Bobby Parr, Andy Hockley Director: Kevin Reynolds. Duración 02:13:00. Género Aventuras TEXTOS DE REFERENCIA. Sir Gawain y el Caballero Verde. Las aventuras del rey Arturo no terminan una vez que hubo derrotado a los sajones y traído la paz a Bretaña, pues, aunque habia establecido el reino de Logres, la tierra de la virtud y la piedad, la rectitud y la nobleza, no cesaban las asechanzas del mal en su pugna contra el bien. Harían falta muchos libros para dar cuenta de todas las aventuras que sucedieron durante el reinado de Arturo, ese breve intervalo luminoso que brilla como un lucero del cielo en medio de las Edades Oscuras. No podemos, por ejemplo, relatar aquí cómo el mismo Arturo luchó con el Gigante del Monte de San Miguel, que raptaba viajeros indefensos y se los llevaba a su tétrico y siniestro castillo; ni tampoco cómo le hizo la guerra al emperador Lucio y fue recibido en Roma; ni siquiera su combate con el espantoso Gato de Losane. Pero año tras año crecía la fama de su corte, y se extendía por remotas tierras, y los caballeros más animosos y esforzados del mundo venían a ella y, mediante sus actos de gentileza y gallardía, se afanaban por ganarse un lugar en la Mesa Redonda. Muchas historias se cuentan de estos caballeros: de Lanzarote y Gawain, de Tristán e Isolda, de Perceval, Uwain, Marhaus, y muchos, muchos más. Los más famosos de los aquí mencionados corrieron más aventuras de las que se pueden incluir en un solo libro. Uno de los primeros y más arrojados caballeros fue sir Gawain, pues no en vano se ha dicho que sólo sir Lanzarote, sir Galahad y Sir Perceval podían aventajarle. Vivió muchas aventuras fascinantes aunque aquí sólo hay espacio para relatar una de ellas. 59 Se hallaba el rey Arturo un año en Camelot para celebrar la Navidad, rodeado de los caballeros más bravos y de las damas más bellas de su corte, y dispuso que los principales festejos tuvieran lugar el día de Año Nuevo. La reina Ginebra, ataviada con un resplandeciente traje de fina seda, tenía su estrado bajo un dosel bordado y recamado con piedras preciosas: grande encontraban su hermosura quienes la contemplaban, con el reflejo gris de sus ojos, y todos los caballeros se inclinaban reverentes ante ella antes de ir a ocupar sus lugares en la mesa. Junto a Ginebra se sentaba Arturo, complacido de ver aquella noble reunión y el regocijo que reinaba en la sala. Más no deseaba iniciar el banquete, según era su costumbre, hasta que se hubiera narrado alguna hazaña caballeresca, o hubiera partido alguno de sus caballeros en alguna singular y terrible aventura. Los trovadores habían dejado de tocar sus instrumentos y toda la compañía permanecía en silencio en el salón, silencio interrumpido tan sólo por el crepitar de la madera en los hogares de las chimeneas. De repente, resonó sobre las losas de piedra del patio el sonido metálico de unos cascos herrados, los grandes portones se abrieron de par en par”y entró en el salón una extraña y portentosa figura. Era un jinete enorme, caballero sobre un imponente corcel. Un hombre de miembros rectos y grandes manos, tan alto que casi parecia un gigante de la tierra. Sin embargo montaba con la prestancia de un caballero, aunque no llevaba armadura, y su cara, si bien fiera, resultaba agradable a la vista. Aun así, la más grande maravilla era su color: completamente verde. Lucía jubón y capa verde sobre malla verde sujeta con verde jarretera. Calzaba espuelas doradas y llevaba el verde cinturón ricamente dispuesto de joyas engarzadas. También eran verdes la silla de montar adornada con finas incrustaciones, y los arreos del caballo. También los cabellos, que le colgaban hasta los hombros, eran de un color verde brillante, y la barba, y la cara y las manos. Y el poderoso corcel también era verde de Ia cabeza a los cascos; y las crines, ordenadas en abundantes bucles con brillantes hebras de hilo dorado. No llevaba más armas que una gran hacha de oro y acero verde, y una rama de acebo sobre la cabeza. Lanzó la rama contra el suelo veteado de la sala y miró arrogante a su alrededor, a los caballeros sentados en torno a la Mesa Redonda y a las damas y caballeros que se sentaban en las mesas de ambos lados, y a Arturo, que estaba junto a Ginebra sentado en un estrado por encima del resto. Entonces gritó con voz tonante: -¿Dónde está el dueño de este castillo? ¡Con él quiero hablar y con ningún otro! Todos quedaron suspensos y en silencio, observando sobrecogidos al extraño jinete. Algún poderoso encantamiento debe haber, pensaron, pues, si no, ¿cómo puede existir un hombre así, montado sobre un caballo, tan verde como la hierba, más verde que cualquier hierba de este mundo? Por fin el rey Arturo, cortés como siempre, saludó al Caballero Verde, le dio la bienvenida y le rogó que se sentara a compartir con ellos su banquete. -No habrá tal -rugió el extraño como respuesta-, no vengo a entretenerme; ni por el signo de la rama verde, a mover guerra contra ustedes, en cuyo caso sin duda hubiera traido yelmo y armadura, de los cuales tengo en abundancia en mi castillo del norte. Pero hasta esas tierras 60 lejanas ha llegado noticia de la fama y el valor de esta corte, de Ia gallardia de sus caballeros y también de sus altas virtudes. -Señor -replicó Arturo-, aquí encontrará a muchos que justarán y entrarán en batalla usted, si ese es su deseo. —No lo es -respondió el Caballero Verde con su potente voz-. ¡No veo aquí sino niños imberbes que rodarian a mis pies al primer golpe! No, vengo más bien en estos días solemnes en que celebramos el nacimiento de Nuestro Señor a proponerles un juego navideño, una prueba de valor para su fiesta. Si alguno de los presentes es tan resuelto y arrojado como para intercambiar golpe por golpe, yo le entregaré esta noble hacha, que no es tan pesada como para que no se pueda blandir cómodamente, y yo mismo me quedaré quieto y, sin protegerme, recibiré un hachazo donde él quiera herirme. Sólo pongo una condición: ese caballero debe jurar, y Ud. su rey y señor, garantizar, que estará dispuesto a recibir un golpe semejante, si está en mi mano darlo, pasados doce meses y un día a partir de hoy. Un silencio aún mayor se hizo entre los presentes; si su sorpresa había sido grande antes, su estupor era ahora aún mayor. Mas ninguno se atrevía a recoger el desafío, tan terrible parecía el hombre y tan pavorosa la enorme hacha que sostenía en la mano. Entonces el Caballero Verde rió en son de burla. -¿Es esta la insigne corte del rey Arturo? -vociferó-. ¿Y estos sus tan afamados caballeros de la Mesa Redonda? Ahora queda su gloria humillada para siempre, pues la sola mención de unos golpes basta para sellarles la boca. Estas palabras hicieron que el rey Arturo se pusiera en pie de un salto. —¡Señorl -gritó-, su necedad tendrá adecuada respuesta. Si ningún otro acepta el desafío, ¡entrégueme el hacha y prepárese a recibir el golpe! Pero entonces se incorporó sir Gawain y exclamó: -Mi rey y señor y noble tío, ¡concédeme un don! Permiteme que esta aventura sea mia, pues todavia está por lavar mi antigua vergüenza; aún he de probar mí valía como caballero de la Mesa Redonda, pues aún me falta sentirme digno de ser campeón de Logres. -Me llena de satisfacción que esta aventura sea tuya, querido sobrino —respondió Arturo. El Caballero Verde sonrió ferozmente, saltó de su corcel y se reunió con Gawain en ,mitad de la sala. -Yo también siento gran contento de hallar un hombre arrojado entre toda esta compañía —dijo—. Dígame su nombre caballero, antes dle que cumplamos nuestro trato. —Soy Gawain, hijo del rey Lot de Orkney y sobrino del rey Arturo -fue la respuesta». Y juro aquí, por mis votos de caballero, que asestaré sólo un hachazo, y que afrontaré con entereza otro semejante transcurridos doce meses a partir de este día. —Sir Gawain -exclamó el Caballero Verde-, me llena de gozo que sea su mano la que dé este golpe. 61 Venga ahora y descargue el tajo: después le diré quién soy yo y dónde podrá encontrarme. Tome ahora el hacha y veamos que tan bien sabe blandirla. Gawain aceptó y asiendo el arma con las dos manos, y probando su recorrido mientras el Caballero Verde se arrodillaba y se recogía el pelo sobre Ia coronilla para ofrecer así mejor su cuello desnudo. Con todas sus fuerzas hizo Gawain revolotear el hacha y la descargó con tanta fuerza que la hoja cercenó carne y hueso e hizo saltar chispas al chocar contra las losas, mientras Ia cabeza del Caballero Verde saltaba de sus hombros y se alejaba rodando por el suelo. Pero el caballero ni se tambaleó ni cayó; como un relámpago saltó hacia delante con los brazos extendidos, cogió su cabeza por los cabellos y, sujetándola de esa manera, volvió a montar sobre el caballo. Entonces, cabalgando con total soltura como si nada hubiera ocurrido, volvió la cara hacia Gawain y le dijo: -Mantenga su palabra y búsqueme dentro de un año. Soy el Caballero de la Capilla Verde, y como tal me conocen las gentes en el norte. Búsqueme por Gales, cerca del bosque de Wirral, allí me encontrará si es que no es ud. Un cobarde y un traidor a la palabra dada. Con esto hizo girar el corcel y salió al galope por la puerta, y los cascos del caballo iban arrancando chispas de las piedras. Se alejó en la oscuridad, con Ia cabeza todavía colgando de una de sus manos, balanceándose libremente al viento. En la fiesta todos quedaron mudos de asombro ante tan extraño suceso, y hubo de pasar algún tiempo antes de que la sala se volviera a llenar con la risa y el bullicio de esa estación festiva. El año transcurrió rápidamente: los árboles reverdecieron con la primavera, las hojas perdieron brillo durante las calurosas jornadas del estio, enrojecieron y amarillearon con los primeros días del otoño, y el día de San Miguel el rey Arturo dio una fiesta en Caerleon con muchos de sus caballeros en honor de sir Gawain, que debía partir al día siguiente en su espantosa aventura. Uwain, Agravain y Gereint estaban allí; Lanzarote, Lionel y Lucán el Bueno, sir Bors y sir Bedevere y el obispo Balduino. Arturo y Ginebra lo bendijeron y le desearon que la Providencia lo guiara. Gawain vistió su armadura torneada, refulgente y con incrustaciones de oro; se ciñó la espada al costado y tomó el hacha del Caballero Verde en la mano; entonces montó sobre Gringolet, su caballo de guerra, y se dirigió hacia los bosques del sur de Gales. Llevaba el escudo por delante, colgado del cuello, y en su centro la enseña del Pentáculo, la estrella de cinco puntas de Logres. De esta forma partió Gawain, y atravesó el reino de Logres, no en busca de gozo alguno, sino de un peligro mortal al final de su viaje. Tras muchas jornadas llegó a las tierras salvajes del norte de Gales, y recorrió valles solitarios y bosques intrincados, obligado a menudo a dormir bajo las estrellas durante Ia noche, y a luchar con salteadores y hombres salvajes durante el día. El hosco invierno habia cerrado sobre él cuando llegó al mar, en el norte. Dejó a Ia izquierda la isla de Anglesey y llegó cerca de la fuente de Santa Winifred, a orillas del ancho rio Dee. 62 Lo vadeó casi por la desembocadura, con marea baja, y llegó a través de las arenas desoladas al salvaje bosque de Wirral. Aquí se topó con más ladrones y forajidos que acechaban junto a la senda del bosque y el solitario arroyo, escondidos entre las rocas de los desfiladeros y los árboles de los valles, y contra todos ellos tuvo que luchar Gawain para poder seguir adelante. Allá por donde iba pedía información del Caballero Verde, y de la Capilla también Verde cerca de la cual moraba, pero ninguno de los habitantes del bosque podía ayudarle en su búsqueda. Sólo un caballero como Gawain, podría haber logrado con éxito ese viaje, pues sorteó los obstáculos que se le opusieron: los hombres que le atacaron y el frío cruel del crudo invierno. El día de Nochebuena iba cabalgando sobre Gringolet, exhausto por entre ciénagas y espinos, y rogó al cielo que le permitiera encontrar cobijo antes de que oscureciera. De repente llegó a una zona de amplios parques que rodeaban un hermoso castillo. La fortaleza, situada sobre una pequeña elevación, dominaba un profundo valle por el que corría un ancho caudal. Ante Gawain se abría una límpida pradera, flanqueada por grandes robles, mientras que un foso y una empalizada baja de madera rodeaban el castillo. -Dios sea alabado -exclamó sir Gawain-, que me ha traído a esta hermosa morada por Navidad; quiera EI que encuentre un honorable recibimiento. ¡Señor! -gritó al portero que vino al portalón a responder a su Ilamada-, busco alojamiento, dí al señor de este castillo que soy un caballero de la corte del rey Arturo al que ha traído hasta aquí una aventura. Con sonrisa gentil el portero le franqueó la puerta, y Gawain pasó al patio por el puente levadizo. Allí encontró escuderos y sirvientes que le ayudaron a bajar de Gringolet, al que llevaron al establo. Gawain fue conducido a un'agradable salón donde ardía un buen fuego y al que vino a recibirle el señor del castillo. -Bienvenido a mi casa caballero, todo lo que aquí tengo está a su disposición, ud. Será mi huésped de honor todo el tiempo que deseé permanecer en mi castillo. -Se lo agradezco, noble señor -respondió Gawain-, que Dios lo bendiga por su hospitalidad -con Io que se estrecharon la mano como es costumbre entre los buenos amigos. Y Gawain observó al caballero que tan cálidamente le recibía, y advirtió que era un buen guerrero, pues se trataba de un varón alto y ancho de hombros, de gesto franco y abierto y tez enrojecida por el sol, de barba y cabellos rojos, firme apretón de manos, paso decidido y hablar directo: un hombre nacido para gobernar hombres resueltos y señorear amplias posesiones. A continuación los escuderos condujeron a Gawain a una hermosa estancia en la torre del homenaje, donde le ayudaron a despojarse de la armadura y le vistieron con ropajes ricos y cómodos, forrados de suave piel. Entonces le trajeron de vuelta al salón, a una silla junto al fuego, al lado del señor del castillo. También dispusieron largas mesas sobre caballetes, las cubrieron de finos manteles blancos, colocaron sobre ellas saleros y cubiertos de plata, y en seguida platos y copas de vino. 63 El señor del castillo brindó a la salud de sir Gawain, y se congratuló con todos sus seguidores de que la fortuna hubiera traido a caballero tan afamado hasta su solitaria morada. Cuando la comida estuvo acabada los dos caballeros fueron juntos a la iglesia del castillo, donde el capellán ofició una misa y todo el servicio de Nochebuena. Entonces el caballero llevó a sir Gawain a un salón y le invitó a sentarse junto al fuego, a donde llegó un poco después, la señora del castillo, acompañada de sus doncellas. Era una dama cautivadora, más hermosa aún que la reina Ginebra. Y así pasaron Ia velada, entre risas y juegos y la más agradable compañía. Luego condujeron a Gawain a sus aposentos a la luz de brillantes velas, pusieron una copa de vino caliente y especiado a su lado y le dejaron para que descansara. Tres días pasaron entre los festines y las alegrías propias de la Navidad: danzando y cantando villancicos, y con muchas diversiones. Y la dama del castillo se sentó junto a Gawain, y cantó para él y platicó con él, y en todo punto atendió a su contento. —Quédese con nosotros un poco más -dijo el señor del castillo al atardecer del cuarto dia-, pues mientras yo viva se considerará un gran honor el que un caballero tan esforzado y cortés como sir Gawain haya sido mi invitado. —Mucho se lo agradezco, buen señor --fue la respuesta de Gawain-, pero debo continuar mañana mi empresa, debo llegar a la Capilla Verde el día de Año Nuevo, pues antes preferiría ser fiel a mi palabra que señorear todas estas tierras. Además, todavía no he encontrado a nadie que sepa indicarme dónde está esa capilla. El señor del castillo se echó a reir alborozado: -¡Eso si que son buenas nuevas! -exclamó-, puede quedarse aquí hasta el mismo día del final de vuestra empresa, pues la Capilla Verde se encuentra a menos de dos horas a caballo de este castillo; uno de mis hombres lo llevará allá el primer día del año nuevo. Esta noticia llenó de contento a Gawain, que también rió gozoso: -Le agradezco señor su gran generosidad. Ahora que mi búsqueda ha terminado, de muy buen grado seguiré en este castillo quedando enteramente a su servicio. -Entonces estos tres días —dijo el señor del castillo- saldré a cazar al bosque, sin embargo, usted después de tan largo viaje, podrá quedarse en mi castillo para descansar como mejor le plazca y mi esposa lo atenderá, y lo alegrará con su compañía mientras yo estoy por la floresta. -Ciertamente se lo agradezco -dijo Gawain-, de ninguna otra forma podría pasar mejor los tres días que restan antes de mi encuentro con el Caballero Verde. -Bien —dijo el señor del castillo—, que así sea. Y como esta es una época alegre, de chanzas y entretenimientos, hagamos un trato festivo: yo me comprometo a traerle cada día aquello que consiga en el bosque, a cambio ud. me entregue cualquier cosa que pueda conseguir aquí, en el castillo. Comprometámonos a realizar este intercambio, para bien o para mal, sin importamos lo que de él se pueda derivar. -De todo corazón -rió Gawain. Y el juramento quedó sellado. AI día siguiente el señor del castillo salió a cazar venados por los bosques de Wirral y Delamere, y muchos ciervos y ciervas cayeron bajo sus certeros dardos. 64 Gawain se quedó por horas en una blanda cama rodeada de cortinas, y muchos sueños tuvo entre el dormir y Ia vela, hasta que la señora del castillo entró sin hacer ruido en su aposento, y se sentó a su lado en la cama e intercambio con él dulces palabras. Largo tiempo hablaron juntos, y muchos requiebros de amor pronunció la dama, pero Gawain todos los esquivó entre bromas y cortesia, como toca a un caballero que conversa con la dama de su anfitrión. -Dios lo guarde, buen caballero -dijo ella al final-, y lo recompense por sus alegres razones. ¡Mas no me queda sino poner en duda el que realmente sea el auténtico sir Gawain! -¿Y qué es lo que la hace dudar de esa manera? -preguntó el caballero inquieto, temiendo haber faltado en algún punto en lo tocante a la cortesía. -Un caballero tan verdadero como sir Gawain -respondió ella-, y uno tan galante y gentil con las damas, no habría conversado con una tan largo rato, sin pedirle al despedirse ni siquiera un beso. -Hermosa dama -dijo Gawain—, si ud. me lo manda, ciertamente le he de pedir un beso, mas un caballero auténtico no lo debe solicitar de otra manera, por miedo a que ello pueda incomodarla. Asi que la dama le besó dulcemente, y le bendijo y partió; y Gawain salió del lecho y llamó a su ayuda de cámara para que le vistiera. Después comió y bebió, y pasó el día reposadamente en el castillo hasta que el señor volvió a su morada cuando la tarde se tomaba gris, portando los trofeos de la jornada de caza. —¿Qué le parecen estas piezas, señor caballero? —exclamó—. ¿No merezco su agradecimiento por mi destreza como montero? Pues todo esto es suyo, según lo convenido en nuestro trato. —Se lo agradezco -respondió Gawain- y acepto el regalo como acordamos. Y yo le daré todo lo ganado entre estos muros -y con esas palabras se acercó al señor del castillo por los hombros y le besó, diciendo: Este es mi botín, pues otra cosa no he ganado; si más hubiera habido, igualmente se lo habría entregado. -Bien está -dijo su anfitrión- se lo agradezco, pero mucho me gustaria saber de dónde vino ese beso y cómo se hizo merecedor de él. -¡Eso no! -respondió jovial Gawain-, ¡pues no era ésa parte del trato! -y con ello rompieron los dos a reir alegremente y se sentaron a disfrutar entre los platos. n A la mañana siguiente el señor del castillo bajó por las faldas de la colina y recorrió el interior de profundos valles en busca de los salvajes jabalíes que hozaban en los cenagales. Pero Gawain se quedó en la cama y la señora volvió una vez más a sentarse junto a él. Y volvió a probar a atraerle a la dulce conversación del amor, palabras de seducción no apropiadas para la señora de un caballero. Mas Gawain, el cortés, convirtió en bromas el intento, y su ingenio le defendió tan bien que no ganó más de dos besos, besos que le dio la dama antes de partir y de dejarle riendo. —Y ahora, sir Gawain -dijo el señor del castillo tras volver a casa esa noche y depositar a sus pies la cabeza de un jabalí-, aquí tiene los despojos de esta jornada, que le entrego según lo convenido. 65 Bien, ¿qué ha ganado para mí a cambio? Ante lo cual Gawain tomó de los hombros al señor del castillo y le dio dos besos en la frente, diciendo: —Estamos en paz, una vez más, pues esto y no otra cosa consegui en este día. -¡Por San Gil! -rompió a reír el señor del castillo-. ¡No tardará en ser rico si seguimos en tales tratos! -y con eso fueron al banquete, y largo tiempo estuvieron entre la comida y el vino, y la señora no cesó de esforzarse por agradar a Gawain, dirigiéndole miradas secretas y dulces, miradas que, por su honor, un caballero no debe nunca retornar. La mañana siguiente era la última del año. Gawain lamentaba tener que ir en busca del Caballero Verde, y el señor del castillo le retuvo con palabras hospitalarias. -Juro por mi honor de caballero, que el día de Año Nuevo estará en la Capilla Verde mucho antes del mediodía. Quédese pues en mi castillo mañana y descanse. Yo me levantaré con la aurora para cazar el zorro; renovemos ahora nuestro pacto de intercambiar los trofeos que ganemos. Pues dos veces lo he puesto a prueba y las dos lo he encontrado sincero, mas la próxima será la tercera, y esa ha de ser la buena. Así pues reafirmaron su juramento, y mientras el señor del castillo salía con sus monteros y su ruidosa jauría, Gawain se quedó durmiendo, soñando con el terrible encuentro que le esperaba con el Caballero Verde. Entonces vino la señora, y entró alegre a la habitación de Sir Gawain. Abrió los bastidores para que entrara la luz clara y gélida de sol de invierno que no calentaba, lo despertó de sus ensoñaciones y le robó ¡un beso. Ella estaba radiante esa mañana, el cabello le caía a ambos lados de su risueño rostro, y la fina piel de su garganta le brillaba entre los ribetes de piel del manto, más blanca y luminosa que la misma nieve. Dulcemente besó a Gawain y le tildó de perezoso. -Sin duda es un hombre de hielo, pues no toma más que un beso. ¿O es que Io espera alguna dama en Camelot? —No -respondió Gawain con voz grave-, ninguna dama tiene todavía mi amor. Pero no puede ser suyo, pues ya tiene un señor, ¡un caballero más noble de Io que yo nunca alcanzaré a ser! -¡Pero en este día nos podemos amar! -dijo ella-.Y así, durante todos los días de mi vida, podré recordar que sir Gawain me tuvo una vez entre sus brazos. -No, por mi voto de caballería y por Ia gloria de Logres, no puede ser, pues eso sería gran deslealtad y villania. Entonces ella le recriminó y le imploró, mas él rechazó cortésmente sus requiebros y se mantuvo fiel a su honor de caballero de Logres. Al fin, suspirando dulcísimamente, Ia señora Io besó por segunda vez y le dijo: -Sir Gawain, es Ud. un caballero de verdad, el más noble que haya habido. No me queda sino pedirle un presente por el que pueda recordarlo y así, al pensar en mi caballero, aliviaré en 66 algo mi duelo. -Gawain exclamó: No tengo nada que darle, pues viajo sin cofre ni sirvientes en esta peligrosa aventura. -Entonces le daré como recuerdo este lazo verde de mi cinturón -dijo la dama-. -No seria correcto aceptarlo -respondió Gawain-, pues ni puedo ser su caballero ni debo aceptar su prenda. -No es sino un pequeño presente que podrá llevar oculto -dijo ella—. Tómelo, se lo ruego, pues es un lazo mágico y aquel que lo lleve no morirá en duelo ni en justa, ni siquiera con la magia más poderosa del mundo, pero le suplico que lo esconda y no se Io diga a mi señor. Esta demostró ser una tentación demasiado grande para Gawain que, consciente de la ordalía que le esperaba al día siguiente con el Caballero Verde, cogió el lazo prometiendo no revelar a nadie su existencia. Entonces la dama le besó por tercera vez y se marchó rápidamente. Esa tarde el señor del castillo volvió de la cacería llevando consigo la piel de un zorro. En el brillante salón donde el fuego iluminaba las mesas ricamente dispuestas para la cena, Gawain se reunió con él alegremente: Vengo con mis trofeos, y esta noche sere yo el primero en entregarlos exclamó ufano, y procedió a besar tres veces al caballero solemnemente. —¡Por mi fe que es un buen mercader! -respondió el señor del castillo-. Me da tres besos, y yo no tengo más que esta ruinosa piel de zorro para Ud. Entonces, entre bromas y risas, se sentaron a la mesa, donde estuvieron más joviales esa noche que ninguna de las anteriores. Más Gawain no dijo nada del cordón verde que la señora le había entregado. EI dia de Año Nuevo trajo tormentas: los vientos aullaban crueles y el aguanieve golpeaba los cristales de las ventanas. Gawain no pudo dormir a su gusto y se levantó con la primera claridad del alba. Se vistió él solo con ropas calientes y se abrochó la armadura, anudando el verde lazo en torno a la cintura con la esperanza de que su magia le protegiera. Entonces salió al patio, los escuderos le trajeron a Gringolet bien alimentado y aparejado, y le ayudaron a montar. -Adiós -dijo al señor del castillo-. —Le agradezco su hospitalidad y pido al cielo que lo bendiga. Si llegara a vivir un poco más le premiaria su gentileza, pero mucho me temo que no veré Ia luz de un nuevo día. Dejaron caer el puente levadizo, el portón se abrió de par en par y Gawain salió del castillo con un escudero como guia. Cabalgaron en el frío despiadado de la mañana, bajo el gotear incesante de los árboles y a través de campos barridos por un viento gélido que les mordía hasta el hueso. Llegaron a un gran valle por el que discurría el camino dejando a un lado despeñaderos cubiertos de brumas. —Señor —dijo el escudero-, le ruego que no siga adelante con esta aventura. Cerca de aquí habita el Caballero Verde, un guerrero temible y cruel. No hay nadie en esta tierra que se le pueda igualar en fuerza o fiereza, ningún hombre puede resistirle. Allá delante, en la Capilla 67 Verde, es su costumbre detener a los que pasan, y luchar con ellos y matarlos, pues nadie consigue vencerle, si escapa ahora yo nunca diré que fue por miedo del terrible Caballero Verde. -Te lo agradezco -dijo Gawain-, pero debo continuar; sería un cobarde indigno de la orden de caballería si ahora me faltara el ánimo. Por lo tanto, lo quiera o no, debo seguir adelante, Dios sabe bien cómo salvar a los suyos si es esa su voluntad. -Está bien —dijo el escudero-, Ud. elige su propia muerte. Siga este sendero que baja por el precipicio hasta un valle profundo. A la izquierda, cruzando el río, encontrará Ia Capilla Verde. Ahora debo despedirme, noble Gawain, pues no me atrevo a acompañarlo más lejos. Por el sendero bajó Gawain, y descendió hasta el fondo del valle. No se veía capilla alguna, sólo el abrupto despeñadero que ahora se cernía por encima de él, y altas y desoladas laderas en la distancia. Pero al final vislumbró, bajo los árboles empapados, un túmulo verde junto a Ia corriente, y distinguió el sonido de una guadaña sobre una piedra de afilar proveniente de una negra oquedad que se abria en el túmulo. —¡Esa debe de ser la Capilla Verde! —se lamentó Gawain—. Un auténtico oratorio del diablo, ¡y verde... una capilla infausta! Dentro de ella puedo oir al caballero que afila el arma con la que ha de cortarme la cabeza en este día. ¡Lástima que tenga que perecer a sus manos en este lugar malditol... Y aun así, seguiré adelante, pues a ello mi deber me obliga. Gawain saltó del caballo y caminó hasta el arroyo. —¿Quién vive, para que cumpla su cita conmigo? —gritó-. Soy Gawain, y he venido a la Capilla Verde como dije que haría. -Aguarda un instante -respondió una voz potente que venía del túmulo- Cuando tengan el arma lista te daré aquello que te prometí. Entonces salió el Caballero Verde blandiendo un hacha nueva y brillante en la mano. Su aspecto era tan formidable como siempre, con su rostro verde y su pelo verde, mientras caminaba por la orilla y salvaba de un salto el ancho arroyo. —¡Bienvenido, Gawain! —gritó con su voz terrible—. Ahora te devolveré el hachazo que me diste en Camelot. Nadie se interpondrá entre nosotros en este valle solitario. ¡Bien, fuera ese casco, y prepárate a recibir el golpe! Gawain hizo lo que se le indicaba, echó la cabeza hacia delante y ofreció la nuca desnuda. -Disponte a golpear -dijo con voz queda al Caballero Verde-, me quedaré quieto sin hacer nada que pueda estorbar el hachazo. El caballero blandió el acero de forma que Io hizo silbar, y dirigió un golpe terrible con el borde afilado. Más Gawain, por mucho empeño que puso en ello, no pudo evitar apartarse al oir el zumbido. —¿Con que esas tenemos? -gruñó el Caballero Verde, bajando el hacha y apoyándose en el mango-. ¿Seguro que eres Gawain el valiente? parece que temes el silbido de la hoja de mi hacha. Cuando tú cortaste mi cabeza en el salón del rey Arturo, yo no movi un dedo por eludir el hachazo. 68 -Me he apartado una vez —dijo Gawain-, pero no volverá a suceder, ni siquiera cuando mi cabeza caiga a tierra, ¡y eso que yo no la puedo reponer en su sitio como lo hizo ud.! Sin embargo, no volveré a esquivar esa hacha. -¡Vamos pues a ello! -gritó el Caballero Verde, trazando un molinete con el arma. Hizo ademán de golpear una vez más, pero detuvo su brazo justo antes de que la afilada hoja tocara la piel. Gawain no movió un músculo, ni tembló ninguno de sus miembros. -Vuelves a demostrar tu coraje -exclamó satisfecho el Caballero Verde-, -Ahora ¡prepárate porque voy a emplear con todas mis fuerzas! Rápido-dijo Gawain-. ¿Por qué habla tanto? ¿Quizás le da miedo matar a un hombre indefenso? -¡Aqui tienes pues el hachazo prometido! -gritó el Caballero Verde, dejando caer la hoja por tercera vez. Y en esta ocasión golpeó ciertamente, aunque dirigió su arma con tanto tiento que sólo cortó la piel de un lado del cuello. Mas, cuando Gawain sintió la herida y que la sangre le corría por los hombros, se levantó de un salto, se puso el yelmo, se colocó delante el escudo y le dijo al Caballero Verde: -He sufrido su hachazo. Si lo vuelve a intentar, eso no forma parte del trato, ¡ahora ya puedo defenderme devolviendo golpe por golpe! El Caballero Verde se quedó apoyado en el hacha. -Gawain -dijo, y toda la fiereza había desaparecido de su voz-, sin duda has soportado el golpe, y ningún otro te he de asestar ya, ¡eres libre de todo compromiso! Si así lo hubiera deseado, te podría haber dado un golpe más cruel, y te hubiera cortado la cabeza igual que tu cortaste la mía. El primer y el segundo golpe que no te hirieron fueron por las promesas que con verdad mantuviste honrosamente, por el beso primero y los dos siguientes que te dio mi esposa y que tú cumplidamente me entregaste. Pero la tercera vez no te atuvisteis a Io acordado y por ello recibiste esa herida: me diste los tres besos, mas no Ia cinta verde. Bien sé todo lo que pasó entre mi esposa y tú, ella lo hizo porque yo se lo pedi. Gawain, yo te proclamo el más noble caballero de toda la tierra. Si hubieras cedido al deshonor y mancillado tus votos de caballería, entonces yo tendria ahora a mis pies tu cabeza. En cuanto a la cinta, la escondiste sólo por amor a tu vida; poca falta es esa, y no la quiero tener en cuenta. —Estoy avergonzado —dijo‘ Gawain ofreciéndole la cinta verde- El miedo y la codicia me hicieron traicionar mis votos de caballería. Córtame la cabeza, señor caballero, pues ciertamente soy indigno de la Mesa Redonda. —¡Vamos, vamos! -dijo el Caballero Verde con risa franca, por lo que Gawain le reconoció sin duda como el señor del castillo-. Has pagado por tu culpa y has sido absuelto. Guarda la cinta verde en recuerdo de esta aventura y vuelve a mi castillo a dar alegre término a estas fiestas. 69 —Debo volver a Camelot sin más demora —replicó Gawain-. Pero digame, noble señor, ¿cómo sucede este encantamiento? ¿Quién es Ud. que anda por la tierra todo de verde, sin morir al ser decapitado? ¿Cómo es que es el noble señor de un magnifico castillo y también el Caballero Verde de la Capilla Verde, que blande el hacha con mano cierta? —Me llamo sir Bertilak, el Caballero del Lago —respondió-, y mi encantamiento es obra de Nimue, la Dama del Lago, favorecida de Merlín. Ella me envió a Camelot, a poner a prueba la fama que se extiende de los caballeros de la Mesa Redonda y el valor de Logres. Con esto se abrazaron los dos caballeros y se despidieron dándose la bendición. Gawain cabalgó ligero por el bosque de Wirral y tras muchas peripecias, llegó a Camelot donde le recibió el rey Arturo, quien se maravilló con su relato y le sentó con honor en su lugar en la Mesa Redonda. De todos los caballeros que alguna vez se sentaron alli, pocos fueron de tanta valia como sir Gawain. 70 FICHERO 7. EL DECAMERÓN. BOCCACCIO. 1313-1375 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes entenderán la estructura de la obra y una idea general del contenido temático de la misma. Se destacará la importancia de Giovanni Boccaccio como autora de El Decamerón. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente: Quien fue Giovanni Boccaccio, su vida y obra. La peste negra 1348. El Decamerón. Estructura de la obra. Se indicarán cuales son los temas de cada una de las jornadas de El Decamerón. 2.3 LECTURA EN V0Z ALTA. Se hará la lectura en voz alta de la quinta jornada, novela novena. (Adaptación) 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes podrán elegir uno de los temas de las diferentes jornadas y a partir de éste, escribirán una historia. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 71 4. SE PROPONDRÁ A LOS PARTIClPANTES LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo dle la biblioteca de la institución. Bibliografía: Boccaccio, Giovanni. (1994). El Decamerón. Barcelona: Ediciones 29. Biblioteca digital ciudad Seva. www.ciudadseva.com TEXTOS DE REFERENCIA. El Decamerón. Esta obra fue escrita en italiano por Giovanni Boccaccio entre 1348 y 1353. Decamerón, significa los diez dias, (deca = diez; hemerai = día) la intención de esta obra es deleitar Ia vista, el oído y el espíritu, sin preocupaciones de orden moral o didáctico. Es una colección de cien cuentos, que fue integrándose al narrarse diez cuentos cada dia, durante diez días, por siete damas y tres caballeros quienes ligados por amistad o parentesco, huyen de Florencia invadida por la peste negra y se van al campo a refugiarse en una quinta, decididos a olvidar en pasatiempos alegres la tristeza de la hora. La ley absoluta del complejo mundo del Decamerón parece ser aquella famosa frase en latín: Omnia vincit amor, et nos cedamus amorr" : El amor vence todo, cedamos pues al amor. Así pues, el objetivo del autor es la simple distracción, su fin no es moralizar, por eso va en busca de lo sorprendente, lo conmovedor, lo cómico, lo moralmente escabroso. .. El conjunto de los cien cuentos que se narran se distribuyen en diez jornadas o diez días, en los que cada uno de los jóvenes que están recluidos en el castillo de Fiesole deberá hacer una narración. El tema será elegido por uno de los participantes que será rey o reina por ese dia. Y todos los demás, deberán contar un suceso que se relacione con el tema que fue seleccionado. Jornada primera (reinado de Pampinea): Tema libre. Jornada segunda (reinado de Filomena): Tema: Sobre quienes después de aflicciones y aventuras logran un fin dichoso. Jornada tercera (reinado de Neifila): Tema: Aventuras de quienes gracias a su ingenio, llegaron a conseguir sus deseos o a recobrar lo que habían perdido. Jornada cuarta (reinado de Filostrato): Tema: Historias de amantes infelices. Jornada quinta (reinado de de Fiammetta): Tema: Historias sobre amantes cuyos amores tuvieron un final feliz después de pasar por sucesos desdichados. Jornada sexta (reinado de Elisa): Tema: Dichos picantes, ingeniosas contestaciones, réplicas atinadas o inesperadas, gracias a las cuales se obtuvo venganza o se evitaron pérdidas o daños. Jornada séptima (reinado de Dioneo): Tema: Se cuentan diversas artimañas, burlas o engaños hechos por las esposas a sus maridos. Jornada octava (reinado de Lauretta): Tema: Se trata de engaños entre hombres y mujeres o de hombres entre si. Jornada novena (reinado de Emilia): Tema libre. Jornada décima (reinado de Pánfilo): Tema: Se relatan sucesos de quienes han hecho gala de hermosas acciones, de personas que han actuado con magnificencia y generosidad. Quinta jornada. Comienza la quinta jornada del Decamerón, en la cual, bajo el gobierno de Fiameta, se razona sobre historias sobre amantes cuyos amores tuvieron un final feliz después de pasar por sucesos desdichados. Novela novena. Federico de los Alberighi ama y no es amado, y con los gastos del cortejar se arruina; y le queda un solo halcón, el cual, no teniendo otra cosa, da de comer a su señora que ha 72 venido a su casa; la cual, enterándose de ello, cambiando de ánimo, lo toma por marido y le hace rico. Habia ya dejado de hablar Filomena cuando la reina, habiendo visto que nadie sino Dioneo (debido a su privilegio) quedaba por hablar, con alegre gesto, dijo: A mi me corresponde ahora hablar: y yo, carisimas señoras, lo haré de buen grado con una historia en parte semejante a la precedente, no solamente para que conozcáis cuánto vuestros encantos pueden en los corazones corteses, sino porque aprendáis a ser vosotras mismas, cuando debéis, otorgadoras de vuestros galardones sin dejar que sea siempre la fortuna quien los conceda, Ia cual, no discretamente como debe ser, sino desconsideradamente la mayoría de las veces los confiere. Debéis, pues, saber que Coppo de los Borghese Domenichi , que fue en nuestra ciudad, y tal vez es todavía, hombre de grande y reverenciada autoridad entre los nuestros (y por las costumbres y por la virtud mucho más que por la nobleza de sangre clarísimo y digno de eterna fama), siendo ya de avanzada edad, muchas veces sobre las cosas pasadas con sus vecinos y con otros gustaba de hablar; lo cual él, mejor y con más orden y con mayor memoria y adornado hablar que ningún otro supo hacer, y acostumbraba a contar entre sus otras buenas cosas que en Florencia hubo un joven llamado Federico de micer Filippo Alberighi , en hechos de armas y en cortesia alabado sobre todos los demás donceles de Toscana. El cual, como sucede a la mayoria de los gentileshombres, de una cortés señora llamada doña Giovanna se enamoró, en sus tiempos tenida como de las más hermosas mujeres y de las más gallardas que hubiera en Florencia; y para poder conseguir su amor, justaba, torneaba, daba fiestas y regalos, y lo suyo sin ninguna contención gastaba: pero ella, no menos honesta que hermosa, de ninguna de estas cosas por ella hechas ni de quien las hacia se ocupaba. Gastando, pues, Federico mucho más de lo que podia y no consiguiendo nada, como suele suceder las riquezas le faltaron, y se quedó pobre, sin otra cosa haberle quedado que una tierra pequeña de las rentas de la cual estrechamente vivía, y además de esto un halcón de los mejores del mundo; por Io que, más enamorado que nunca y no pareciéndole que podía seguir llevando una vida ciudadana como deseaba, a Campi, donde estaba su pequeña hacienda, se fue a vivir. Allí, cuando podia, cazando y sin invitar a nadie, su pobreza sobrellevaba pacientemente. Ahora, sucedió un dia que, habiendo Federico llegado a estos extremos, el marido de doña Giovanna enfermó, y viendo llegar la muerte hizo testamento; y siendo riquísimo dejó heredero de ello a un hijo suyo ya grandecito, y después de él, habiendo amado mucho a doña Giovanna, a ella, si sucediese que el hijo muriera sin heredero legítimo, como heredera constituyó, y murió. Quedándose, pues, viuda doña Giovanna, como es costumbre entre nuestras mujeres, en el verano con este hijo suyo se iba al campo a una posesión asaz cercana a la de Federico; por Io que sucedió que aquel jovencito empezó a hacer amistad con Federico y a entretenerse con las aves de caza y los perros; y habiendo visto muchas veces volar el halcón de Federico, gustándole extraordinariamente, mucho deseaba tenerlo, pero no se atrevía a pedírselo viendo que él lo quería tanto. Y estando así la cosa, sucedió que el muchachito se enfermo, de lo que la madre, muy doliente, como quien no tenía más y le amaba lo más que podía, estando todo el día junto a él, no dejaba de cuidarlo y muchas veces le preguntaba si deseaba algo, rogándole que se lo dijese, que tuviera la certeza que si fuese posible tenerlo lo conseguiría donde estuviera. El jovencito, dijo: -Madre mía, si hacéis que tenga el halcón de Federico creo que me curaré en seguida. La señora, oyendo esto, se quedó callada un rato y empezó a pensar qué podía hacer. Sabía que Federico largamente la había amado, y nunca de ella una mirada había obtenido; por lo que se decía: ¿Cómo enviaré o iré yo a pedirle este halcón que es, por lo que oigo, el mejor que nunca ha volado, y además es Io que lo mantiene en el mundo? ¿Y cómo voy a ser tan desconsiderada que a un gentilhombre a quien ningún otro deleite ha quedado, quiera quitárselo? Y preocupada con tal pensamiento, si bien estaba segurísima de obtenerlo si se lo pedía, sin saber qué decir, no le contestaba a su hijo sino que se callaba. Por último, la venció tanto el amor de su hijo, que decidió para contentarlo que, pasara lo que pasase, no mandaría a por él sino que iría ella misma y se lo traería, y repuso: -Hijo mio, consuélate y piensa en curarte de todas las maneras, que te prometo que lo primero que haré mañana por la mañana será ir a buscarlo y te Io traeré. 73 Con lo que, contento el niño, el mismo día mostró cierta mejoría. La señora, a la mañana siguiente, tomando otra señora en su compañía, como de paseo se fue a la pequeña casa de Federico y preguntó por él. Él, porque no era temporadaqde caza, estaba en el huerto y preparaba algunas faenas allí, el cual, al oír que doña Giovanna preguntaba por él a Ia puerta, maravillándose mucho, corrió allí muy contento; y ella, al verlo venir, con señorial amabilidad levantándose a saludarle, habiéndola ya Federico con reverencia saludado, dijo: -¡Bien hallado seáis, Federico! -y siguió-. He venido a reparar los daños que has sufrido por mí amándome más de lo que hubiera convenido; y la reparación es que quiero con esta compañía mía almorzar contigo familiarmente hoy. A quien Federico, humildemente, repuso: -Señora, ningún daño me acuerdo de haber recibido de vos, sino tanto bien que, si alguna vez algún valor tuve, por vuestro valor y por el amor que os tuve fue; y ciertamente esta vuestra liberal venida me es más querida que me sería si otra vez me fuera dado gastar cuanto ya he gastado, aunque a pobre huésped habéis venido. Y dicho así, avergonzado la recibió en su casa, y de ella Ia condujo a su jardín, y no teniendo allí a quien hacer acompañarla, dijo: -Señoras, pues que nadie más hay, esta buena mujer, esposa de este labrador, os tendra compañía mientras que yo voy a hacer poner la mesa. Él, por muy extrema que fuese su pobreza, no se había percatado todavía de cuanto necesitaba las riquezas que había gastado desordenadamente; pero esta mañana, no encontrando nada con que poder honrar a la señora por amor de quien ya había honrado a infinitos hombres, se lo hizo ver. Y sobremanera angustiado, maldiciendo su fortuna, como un hombre fuera de sí, ora yendo aquí y ora allí, ni dineros ni nada para empeñar encontrando, siendo tarde la hora y el deseo grande de honrar con algo a la noble señora, y no queriendo, no ya a otro, sino ni a su mismo labrador, pedir nada, vio delante su buen halcón, que estaba en la salita en su percha; por lo que, no teniendo otra cosa a qué recurrir, lo cogió y encontrándolo gordo pensó que sería digna comida de tal señora. Y sin pensarlo más, quitándole el collar, a una criadita lo hizzo prestamente, pelado y condimentado, poner en un asador y asar cuidadosamente; y poniendo la mesa con manteles blanquísimos, de los que aún tenía algunos, con alegre gesto volvió a la señora a su jardín, y el almuerzo que podía él, dijo que estaba preparado. Con lo que la señora, Ievantándose con su compañera, se sentaron a la mesa, y sin saber qué se estaban comiendo, junto con Federico, que con suma devoción las servía, se comieron al buen halcón. Y Ievantándose de la mesa, y un tanto con amables conversaciones quedándose con él un rato, pareciéndole a la señora momento de decir aquello por lo que ido habia, así benignamente comenzó a hablar a Federico: —Federico, acordándote tú de tu pasada vida y de mi honestidad, que tal vez hayas reputado dureza y crueldad, no dudo que debes maravillarte de mi atrevimiento al oir aquello por lo que principalmente aquí he venido; pero si tuvieses hijos o los hubieras tenido, por quienes pudieras conocer de qué gran fuerza es el amor que se les tiene, me parecería estar segura de que en parte me tendrías por excusada. Pero aunque no los tienes, yo que tengo uno, no puedo dejar de seguir las leyes comunes de las demás madres; las cuales forzoso me es seguir y contra mi voluntad, y fuera de toda conveniencia y deber, pedirte un regan que sé que te es sumamente querido: y es justo porque ningún otro deleite, ningún otro entretenimiento, ningún consuelo te ha dejado tu rigurosa fortuna; y esté regan es tu halcón, del que mi niño se ha encaprichado tan fuertemente qué si no se lo llevo temo que se agrave tanto en la enfermedad que tiene que se siga ‘de ello alguna cosa por la que lo pierda. Y por ello te ruego no por el amor que me tienes, por el cual ninguna obligación tienes, sino por tu nobleza, que en usar cortesía se ha mostrado mayor que la de ningún otro, que te plazca dármelo para que con este don pueda decir que he conservado con vida a mi hijo y por ello te quede siempre obligada. Federico, al oír aquello que la señora pedía, y sintiendo que no la podía servir porque se Io había dado a comer, comenzó en su presencia a llorar antes de poder responder palabra, cuyo llanto la señora creyó primero que de dolor por tener que separarse de su buen halcón vendría más que de otra cosa, y a punto estuvo de decirle que no lo quería; pero conteniéndose, esperó después del llanto la respuesta de Federico. El cual dijo así: 74 —Señora, desde que plugo a Dios que en vos pusiera mi amor, en muchas cosas he juzgado que la fortuna me era contraria y me he dolido de ella, pero todas han sido ligeras con respecto a lo que me hacen en este momento, con lo que jamás podré estar en paz con ella, pensando que vos hayáis venido aquí a mi pobre casa cuando, mientras que fue rica, no os dignasteis a venir, y me pidáis un pequeño don, y ella ha hecho de manera que no pueda dároslo; y por qué no puede ser os lo diré brevemente. Cuando oí que deseabais por vuestra bondad comer conmigo, considerando vuestra excelencia y vuestro valor, reputé digna y conveniente cosa que con más preciosa vianda dentro de mis posibilidades debía honraros que las que suelen usarse para las demás personas; por Io que, acordandome del halcón que me pedis, y de su bondad, pensé que era digno alimento para vos: y esta mañana, asado lo habéis tenido en el plato, y yo lo tenía por óptimamente albergado, pero al ver ahora que de otra manera lo deseabais, siento tal duelo por no poder serviros que creo que nunca podré tener paz. Y dicho esto, las plumas y las patas y el pico hizo echarles delante en testimonio de ello. La cual cosa viendo la señora y oyendo, primero le reprendió por haber matado tal halcón para dar de comer a una mujer, y luego la grandeza de su ánimo, que la pobreza no había podido ni podía abatir mucho en su interior alabó; luego, perdida la esperanza de poder tener e halcón, y tal vez por la salud del hijo preocupada, dando las gracias a Federico por el honor que le habia hecho y por su buena voluntad, toda melancólica se fue y volvió con su hijo. El cual, o por tristeza de no haber podido tener el halcón, o por la enfermedad que a pesar de todo deberia haberlo llevado a ello, no pasaron muchos dias sin que, con grandísimo dolor de la madre, terminase esta vida. La cual, luego que llena de lágrimas y amargura hubo estado un tanto, habiendo quedado riquísima y todavía joven, muchas veces fue instada por sus hermanos a que se casase de nuevo; la cual, aun que no hubiera querido, sin embargo viéndose molestar, acordandose de valor de Federico y de su magnanimidad última, esto es, de que había matado tal halcón para honrarla, dijo a sus hermanos: —Yo de buen grado, si os pluguiera, me quedaría sin casar, pero si os place que tome marido, ciertamente no tomaré otro jamás si no tengo a Federico de los Alberighl. A lo cual los hermanos, burlándose de ella, dijeron: -Tonta, ¿qué es lo que dices? ¿Cómo lo quieres a él, que no tiene nada en el mundo? —a lo que ella respondió: -Hermanos míos, bien sé que es como decís, pero antes quiero un hombre que necesite riquezas que riquezas que necesiten un homlbre. Los hermanos, oyendo su voluntad y conociendo que era Federico de gente principal aunque fuese pobre, tal como ella quiso, se la dieron con todas sus riquezas; el cual, con tal señora que tanto habia amado viéndose por mujer, y además de ello riquísimo, con ella felizmente, convertido en mejor administrador, terminó sus años. 75 FICHERO 8. WILLIAM SHAKESPEARE. 1564-1616 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de William Shakespeare. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se hará una semblanza de Inglaterra en la época de William Shakespeare. El teatro. Los actores. Los autores principales. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta un fragmento de la obra: Romeo y Julieta. 2.4 EJERClCIOS PRÁCTlCOS. Se proyectará la película: Romeo y Julieta. Dirección Franco Zeffirelli. Reparto: Leonard Whiting, Olivia Hussey. Título original: Romeo and Juliet. País: Reino Unido. Año: 1968. Duración: 138 min. Género: Drama, Romántico Los participantes elaborarán acrósticos con los nombres de los personajes principales tomando como base sus características principales. Se presentarán la siguiente sesión. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se Ieerán algunos de los textos escritos por los participantes. EI monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 76 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Shakespeare, William. (1994) Romeo y Julieta. Madrid: Alianza Editorial TEXTOS DE REFERENCIA. ROMERO Y JULIETA. ACTOll. ESCENA ll. Jardin de Capuleto ROMEO.- ¡Qué bien se burla del dolor ajeno quien nunca sintió dolores. .. l (Pónese Julieta a la ventana.) ¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol que sale ya por los balcones de oriente? Sal, hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojeriza porque vence tu hermosura cualquier ninfa de tu coro. Por eso se viste de amarillo color. ¡Qué necio el que se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece! ¿Cómo podria yo decirla que es señora de mi alma? Nada me dijo. Pero ¿qué importa? Sus ojos hablarán, y yo responderé? ¡Pero qué atrevimiento es el mío, si no me dijo nada! Los dos más hermosos Iuminares del cielo la suplican que les sustituya durante su ausencia. Si sus ojos resplandecieran como astros en el cielo, bastaría su luz para ahogar los restantes como el brillo del sol mata el de una antorcha. ¡Tal torrente de luz brotaria de sus ojos, que haría despertar a las aves a media noche, y entonar su canción como si hubiese venido la aurora! Ahora pone la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que Ia cubre? JULlETA.- ¡Ay de mi! ROMEO.- ¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángel de amores que en medio de la noche te me apareces, cual nuncio de los cielos a la atónita vista de los mortales, que deslumbrados le miran traspasar con vuelo rapidísimo las esferas, y mecerse en las alas de las nubes! JULIETA.- ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no reniegas del nombre de tu padre y de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto. ROMEO.- ¿Qué hago, seguirla oyendo o hablar? JULIETA.- No eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo, ni semblante ni pedazo alguno de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo. De igual suerte, mi querido Romeo, aunque tuviese otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no le vienen por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y en cambio de tu nombre que no es cosa alguna sustancial, toma toda mi alma. ROMEO.— Si de tu palabra me apodero, llamame tu amante, y creeré que me he bautizado de nuevo, y que he perdido el nombre de Romeo. JULIETA.n ¿Y quién eres tú que, en medio de las sombras de la noche, vienes a sorprender mis secretos? ROMEO.- No sé de cierto mi nombre, porque tú aborreces ese nombre, amada mía, y si yo pudiera, lo arrancaría de mi pecho. JULIETA.- Pocas palabras son las que aún he oído de esa boca, y sin embargo te reconozco. ¿No eres Romeo? ¿No eres de la familia de los Montescos? ROMEO.- No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, si cualquiera de las dos te enfada. JULIETA.- ¿Cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las paredes de esta puerta son altas y difíciles de escalar, y aquí podrías tropezar con la muerte, siendo quien eres, si alguno de mis parientes te hallase. ROMEO.- Las paredes salte con las alas que me dio el amor, ante quien no resisten aun los muros de roca. Ni siquiera a tus parientes temo. 77 JULIETA.- Si te encuentran, te matarán. ROMEO.- Más homicidas son tus ojos, diosa mia, que las espadas de veinte parientes tuyos. Mírame sin enojos, y mi cuerpo se hará invulnerable. JULIETA.« Yo daría un mundo porque no te descubrieran. ROMEO.- De ellos me defiende el velo tenebroso de la noche. Más quiero morir a sus manos, amándome tú, que esquivarlos y salvarme de ellos, cuando me falte tu amor. JULIETA.» ¿Y quién te guió aquí? ROMEO.- El amor que me dijo dónde vivías. De él me aconsejé, él guió mis ojos que yo le había entregado. Sin ser lauchero, te juro que navegaría hasta la playa más remota de los mares por conquistarjoya tan preciada. JULIETA.— Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría a mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oido. En vano quisiera corregirlas o desmentirlas... ¡Resistencias vanas! ¿Me amas? Sé que me dirás que sí, y que yo lo creeré. Y sin embargo, podrias faltar a tu juramento, porque dicen que Jove se ríe de los perjuros de los amantes. Si me amas de veras, Romeo, dilo con sinceridad, y si me tienes por fácil y rendida al primer ruego, dimelo también, para que me ponga esquiva y ceñuda, y así tengas que rogarme. Mucho te quiero, Montesco, mucho, y no me tengas por liviana, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen desdeñosas porque son astutas. Te confesaré que más disimulo hubiera guardado contigo, si no me hubieses oído aquellas palabras que, sin pensarlo yo, te revelaron todo el ardor de mi corazón. Perdóname, y no juzgues ligereza este rendirme tan pronto. La soledad de la no che Io ha hecho. ROMEO.— Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de estos árboles... JULIETA.- No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia. ROMEO.— ¿Pues por quién juraré? JUL!ETA.— No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quier) he de creer. ROMEO.— ¡Ojalá que el fuego de mi amor...! JULIETA.- No jures. Aunque me llene de alegría e! verte, no quiero esta noche oír tales promesas que parecen violentas y demasiado-rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado a abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor. Adiós, ¡y ojalá aliente tu pecho en tan dulce calma como el mío! ROMEO.— ¿Y no me das más consuelo que ése? JULIETA.- ¿Y qué otro puedo darte esta noche? ROMEO.— Tu fe por la mía. JULIETA.— Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez. ROMEO.— ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela? JULIETA.» Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡Cuanto más te doy, más quisiera dartel... Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós! no engañes mi esperanza. . .. Ama, allá voy. . . Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida. ROMEO.— ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueño. ' . JULIETA.- (Asomada otra vez a la ventana.) Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo. AMA.- (Llamando dentro.) ¡Julieta! JUL!ETA.« Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplicote que... AMA.- ¡Julieta! JULIETA.- Ya corro... Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañana irá el mensajero... ROMEO.— Por Ia gloria... JULIETA.- Buenas noches. 78 ROMEO.— No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como e! niño que deja sus juegos para tornar al estudio. JUL!ETA.- (Otra vez a la ventana.) ¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería, para llamar de lejos a los halcones! Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo. ROMEO.— ¡Cuán grato suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los amantes! Más dulce es que música en oído atento. JULIETA: ¡Romeo! ROMEO.— ¡Alma mía! JULIETA.— ¿A qué hora irá mi criado mañana? ROMEO.- A las nueve. JULIETA.- No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que ésa llegue. No sé para qué te he llamado. ROMEO.- ¡Déjame quedar aqui hasta que lo pienses! JULlETA.— Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando tu dulce compañia. ROMEO.— Para que siga tu olvido no he de irme. JULIETA.- Ya es de día. Vete... Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar... ROMEO .- ¡ Ojalá fuera yo ese pajarillo! JULIETA.- ¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? aunque recelo que mis caricias habían de matarte. ¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana. ROMEO.— ¡Que el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aqui voy a la celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance. 79 FICHERO 9. LEYENDAS MEXICANAS. 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios ¡prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes comprenderán qué es una leyenda y también conocerán algunas leyendas mexicanas. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente qué son las leyendas. Se explicará brevemente el contexto en el que tienen origen las leyendas que se leerán en voz alta. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de algunas leyendas. Pueden presentarse diferentes versiones de una misma leyenda. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes inventarán una leyenda incorporando los elementos que debe tener una leyenda tradicional. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTlVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 80 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: González Obregón, Luis. (1979). México viejo. México: Promexa. Leyendas indígenas. (1994) De aluxes, estrellas, animales y otros relatos. México: Libros del Rincón. Cook de Leonard Carmen. (1990) El enano adivino de Uxmal. México: Libros del Rincón. TEXTOS DE REFERENCIA. La mulata de Córdoba. Córdoba es una hermosa ciudad, edificada sobre un pequeño monticulo, que surge en medio de cafetales, a los que prestan sombra protectora las anchas y verdes hojas de los plátanos. Sus huertos son fértiles y fecundos en varias frutas, que materialmente doblegan con su peso a los árboles que las producen. Entre estas frutas son características los delicados mangos de Manila y las aromáticas poma-rosas. Su clima es cálido y húmedo, y durante los meses de Febrero, Marzo y Abril, el viento Sur que sopla eleva la temperatura, mientras que en Octubre los Nortes, con su cortejo de menudas lluvias, la hacen descender. Córdoba fue fundada allá por los primeros años del siglo XVII. En esa época, los negros sublevados merodeaban por Totulla, Palmillas, Totolinga y Tumbacarretas, teniendo en alarma continua a los pueblos, pues asaltaban a los mercaderes, robaban a los pasajeros y eran un obstáculo para el comercio y la Real Hacienda al interceptar el camino de Veracruz. En vista de tantos atropellos, y para remediar semejantes abusos, D. Juan de Miranda, D. Garcia de Arévalo, D. Andrés de Illescas y D. Diego Rodríguez, vecinos principales del pueblo de San Antonio de Huatusco, solicitaron y obtuvieron permiso del Virrey, D. Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar, para fundar una villa en Ia loma conocida con el nombre de Huilango. Logrado el objeto, "formose una lista de los nuevos vecinos, nombráronse cuatro regidores y estos eligieron los dos alcaldes ordinarios 'y' se trazo la nueva villa, que se declaró fundada en 25 de Abril del año de 1618." La villa tomó su nombre de uno de los apellidos del Virrey. En Córdoba fueron aclimatados el café y el mango de Manila, por el industrioso español D. Juan Antonio Gómez, y la quina por el malogrado naturalista D. José Apolinario Nieto. Córdoba, en fin, está llena de recuerdos históricos. En 1821 opuso gloriosa resistencia a los realistas que mandaba el jefe español Hevia; suceso perpetuado en la plaza principal en un monumento erigido a la memoria de sus defensores. Ahí también fueron firmados los célebres Tratados de Córdoba, ajustados entre D. Juan O'Donojú y D. Agustín de Iturbide, para consumar la independencia de México. Por su naturaleza virgen y exuberante, por su origen y por sus recuerdos históricos, es pues Córdoba una ciudad encantadora y célebre, asi como por haberse mecido entre aquellas 81 huertas, llenas de naranjos y limoneros, las cunas del distinguido escritor D. Agustín de Castro, del eminente naturalista D. Pablo de la Llave, y del elocuente orador D. Francisco Hernández y Hernández. Más todavía... en Córdoba nació una mujer hermosísima, objeto de una popular tradición. Antes que nosotros, ya otros escritores la han referido, ya algunos poetas Ia han cantado; pero ni los primeros ni los segundos han tomado sus noticias de polvorientos códices, ni de arrugados pergaminos. La fantástica leyenda de la Mulata de Córdoba ha vivido en la tradición del pueblo y ha sido trasmitida hasta nosotros en miles de ediciones, hechas ya al calor del hogar por la abuelita para entretener a los nietos, o por la pilmama para dormir a los niños; ya por el cansado caminante para acortar las noches, o por el soldado para amenizar las veladas del campamento. No hay, pues, constancias en la historia, ni datos en las crónicas acerca de esa mujer maravillosa. Su origen como su fin lo oculta el pasado y sólo lo sabe el presente por la tradición, que oculta la verdad, que modifica los hechos, pero que siempre encanta y'siempre cautiva. La leyenda. Cuenta, pues, la tradición, que hace más de dos centurias y en la poética ciudad de Córdoba, vivió una célebre mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de sus años. Nadie sabia hija de quién era, y todos la llamaban la Mulata. Ella era orgullosa y altiva. Morena y esbelta, dotada de singular encanto. Recorría a pie las calles de la villa por sus veredas, buscando las cabañas de los esclavos a quienes socorría y curaba. También atendía a los campesinos y había inclusive familias de alto rango que secretamente le solicitaban sus servicios para consultar los horóscopos. En aquéllos años de epidemias y calamidades, cuentan que valiéndose únicamente de las muchas hierbas que conocia, empezó a realizar curaciones que parecían maravillosas, a conjurar tormentas y a predecir eclipses y temblores. En el sentir de la mayoría, la Mulata era una bruja, una hechicera, que había hecho pacto con el diablo, quien la visitaba todas las noches, pues muchos vecinos aseguraban que al pasar a las doce por su casa, habían visto que por las rendijas de las ventanas y de las puertas salía una luz siniestra, como si por dentro un poderoso incendio devorara aquella habitación. Otros decían que la habían visto volar por los tejados en forma de mujer; pero despidiendo por sus negros ojos miradas satánicas y sonriendo diabólicamente con sus labios rojos y sus dientes blanquísimos. De ella se referían prodigios. Los jóvenes, prendados de su hermosura, disputábanse la conquista de su corazón. Pero a nadie correspondía, a todos desdeñaba, y de ahí nació la creencia de que el único dueño de sus encantos era el señor de las tinieblas. ' Empero, aquella mujer siempre joven, frecuentaba los sacramentos, asistía a misa, hacía caridades, y todo aquel que ¡mploraba su auxilio la tenía a su lado, en el umbral de la choza del pobre, lo mismo que junto al lecho del moribundo. 82 Se decía que en todas partes estaba, en distintos puntos y a la misma hora; y llegó a saberse que un día se le vio a un tiempo en Córdoba y en México; "tenía el don de ubicuidad"—dice un escritor- y Io más común era encontrarla en una caverna. Pero este — añade—— la visitó en una accesoria; aquel la vio en una de esas casuchas horrorosas que tan mala fama tienen en los barrios más inmundos de las ciudades, y otro la conoció en un modesto cuarto de vecindad, sencillamente vestida, con aire vulgar, maneras desembarazadas, y sin revelar el mágico poder de que estaba dotada. La hechicera servía también como abogada de imposibles. Las muchachas sin novio, las jamonas pasaditas que iban perdiendo la esperanza de hallar marido, los empleados cesantes, las damas que ambicionaban competir en túnicas y en joyas con la Virreina, los militares retirados, los médicos sin enfermos, los abogados sin pleitos, los escribanos sin protocolo y los jóvenes sin fortuna, todos acudían a ella, todos la invocaban en sus cuitas, y a todos los dejaba contentos, hartos y satisfechos. ‘ . Por eso todavía hoy, cuando se solicita de alguien una cosa difícil, casi irrealizable, es costumbre exclamar: —¡No soy la Mulata de Córdoba! La fama de aquella mujer era grande, inmensa... Por todas partes se hablaba de ella y en diferentes lugares de Nueva España su nombre era repetido de boca en boca. Era en suma——dice el mismo escritor-——una Circe, una Medea, una Pitonisa, una Sibila, una bruja, un ser extraordinario a quien nada había oculto, a quien todo obedecía, y cuyo poder alcanzaba hasta trastornar las leyes de la naturaleza... Era, en fin, una mujer a quien hubiera colocado la antigüedad entre sus diosas, o a lo menos entre sus más veneradas sacerdotisas; era un médium, y de los más privilegiados, de los más favorecidos que disfrutó la escuela espiritista de aquella época... ¡Lástima grande que no viviera en Ia nuestra! ¡De qué portentos no fuéramos testigos! ¡Qué revelaciones no haría en su tiempo! ¡Cuántas evocaciones, cuántos espíritus no vendrían sumisos a su voz! ¡Cuántos incrédulos dejarían de serlo! ¿Qué tiempo duró la fama de aquella mujer, verdadero prodigio de su época y admiración de los futuros siglos? Nadie lo sabe. Lo que sí se asegura es que un día la ciudad de México supo que desde la villa de Córdoba había sido traída a las sombrías cárceles del Santo Oficio. Noticia tan estupenda, escapada Dios sabe cómo de los impenetrables secretos de Ia Inquisición, fue causa de atención profunda en todas las clases de la sociedad, fue el tema favorito de muchas conversaciones, y entre los platicones de las tiendas del Parián se habló mucho de aquel suceso y hasta hubo un atrevido que sostuviera que la Mulata, no era hechicera, ni bruja, ni cosa parecida, y que el haber caído en garras del Santo Tribunal, Io debía a una inmensa fortuna, consistente en diez grandes barriles de barro, llenos de polvo de oro. Otro de los tertulianos aseguró que además de esto se hallaba de por medio un amante desairado, que ciego de despecho denunció en Córdoba a la Mulata, porque ésta no habia correspondido a sus amores. 83 Pasaron los años, las hablillas se olvidaron, hasta que otro dia de nuevo supo Ia ciudad con asombro, que en el próximo auto de fe que se preparaba, la hechicera saldría con coroza y vela verde. Pero el asombro creció de punto cuando pasados algunos días se dijo que un ave habia volado hasta Manila, burlando la vigilancia de sus carceleros... más bien dicho, saliéndose delante de uno de ellos. ¿Cómo había sucedido esto? ¿Qué poder tenia aquella mujer, para dejar asi con un palmo de narices, a los muy respetables señores inquisidores? Todos lo ignoraban. Las más extrañas y absurdas explicaciones circularon por la ciudad. Había quién afirmaba, haciendo la señal de la cruz, que todo era obra del mismo diablo, que de incógnito se había introducido a las cárceles secretas para salvar a la Mulata. Había quién recordaba aquello de que dádivas quebrantan... rejas; y aun hubo algún malicioso que dijese que todo lo vence el amor... y que los del Santo Oficio, como mortales, eran también de carne y hueso. He aquí la verdad de los hechos. Una vez, el carcelero penetró en el inmundo calabozo de la hechicera, y quedóse verdaderamente maravillado de contemplar en una de las paredes, una ligera nave con blancas velas desplegadas, pintado por la Mulata. Ella le preguntó con tono irónico: —¿Qué le falta á ese navío? —¡Desgraciada mujer-“contestó el interrogado-si tuvieras temor de Dios, si te arrepintieras de tus pasadas faltas, si quisieras salvar tu alma de las horribles penas del infierno, no estarias aquí, y ahorraríasal‘Santo Oficio el que te juzgasel ¡A ese barco únicamente le falta que ande! ¡Es perfecto! —Pues si vuestra merced lo quiere, si en ello se empeña, andará, andará y muy lejos... —¡Cómol ¿A ver? —Así —dijo la Mulata. Y ligera saltó al navío, y éste, lento al principio, y después rápido y a toda vela, desapareció con la hermosa mujer por uno de los rincones del calabozo. El carcelero, mudo, inmóvil, con los ojos salidos de sus órbitas, con el cabello de puntas, y con la boca abierta, vio aquello sorprendido. ¿Y después? Que hable un poeta: Cuenta la tradición, que algunos años después de estos sucesos, hubo un hombre, en la casa de locos detenido. Y que hablaba de un barco que una noche bajo el suelo de México cruzaba, llevando una mujer de altivo ponte. Era el inquisidor... De la Mulata, nada se volvió a saber, más se supone que en poder del demonio está gimiendo. ¡Dejenla entre las llamas los lectores! La llorona. Primera versión: La desairada. Esta es la historia de una hermosa mujer que vivió hace más de ciento cincuenta años. 84 Luego fue llamada "la llorona", pero al principio era una humilde costurera que llevaba una tranquila vida aquí en la ciudad de México. De pronto un día conoció a un joven aristócrata y quedó apasionadamente enamorada de él. Un año después nació‘un niño, y un año y medio después nació otro. Pero para entonces el joven se había ido, y sólo si se enteraba que la costurera estaba enferma o necesitaba algo, volveria a verla. Sin embargo, llegó pronto el día en que decidió no volver nunca, pues su familia le había hecho comprometerse en matrimonio con una rica mujer. Seguía queriendo ayudar a la costurera, por lo que le envió unas monedas de oro. Ella furiosa ante tal insulto, quiso saber en donde podría encontrarlo, pero el mensajero que le entregó el dinero, mintiéndole, le dijo que se habia ido fuera del país. Cuando éste se hubo retirado, ella arrojó las monedas y, volviéndose hacia sus dos pequeños hijos, les dijo encolerizada: "Ustedes son los que han causado mi desgracia". Entonces, paseando los ojos por la habitación, observó una daga que su amante le había dejado. La tomó y corrió tras el mensajero siguiéndole hasta que llegó a la casa del joven. Cuando llegó allí, miró a través de una ventana y vio con tristeza que aquel a quien amaba se estaba casando precisamente en ese momento. Durante el camino de vuelta a casa, Io maldijo, y al llegar junto a sus hijos se dijo a si misma: "Pondré fin a este tormento". Levantó la daga que tenia en su mano y mató a sus hijos. ' . Después de enterrarlos en su propia casa, y temiendo estar llena de sangre, se acercó a Ia ventana, en donde brillaba la lámpara de luz de la calle. AI ver la sangre, tomó nuevamente la daga y se quitó la vida. Esto sucedió exactamente a media noche, precisamente en el momento en que pasaba el farolero de regreso a su casa. Este Ia vio matarse y corrió a dar la noticia, que corrió rápidamente por todo el pueblo, el aristócrata también se enteró de los hechos y como él aun la seguía amando, fue inmediatamente a su casa. Al entrar por el pasillo vio a la mujer que se ponía de pie y gimiendo decía: "¡Ay, mis hijosl." Se dice, que esta mujer sigue paseando por las noches junto a los rios diciendo siempre: ¡Ay, mis hijosl. La llorona. Segunda versión: Cortés y Malintzin. Cortés tuvo un hijo con Malintzin, cuando iba a regresar a España dijo que se lo llevaría con él, pues el pensar en abandonarlo lo entristecía mucho. Cuando el muchacho tuvo siete años, Cortés no podia esperar mas. Quería al chico, pero no a Malintzin, porque no tenia sangre española. Para Cortés, Malintzin sólo era su amante y una india. Desesperada, Malintzin mató a su hijo con un cuchillo y se enterró ella junto a él. Cuando su espíritu abandonó su cuerpo, se lamentó gritando: ¡Ay, mi hijol. 85 Desde entonces ha vagado su fantasma por la tierra y gentes de todas partes han escuchado su grito de dolor. La gente la llama "La llorona". La llorona. Tercera versión: por siempre jamás. Existió una mujer a quien Dios le habia dado hijos. Un dia, en un momento de locura, los arrojó a todos al rio. En ese instante, oyó una voz, posiblemente de su propia conciencia, que le reclamaba: "¿Por qué has matado a tus inocentes Ihijos?, se te entregaron para que los cuidaras. Ahora... los buscarás hasta el fin del mundo." Es por eso, que hasta hoy, se puede oir su voz, normalmente por la noche, que gime diciendo: ¡Ay, mis hijosl, y que perseguirá por siempre jamás. La Xtabay. "Se cree que las Xtabay son seres sobrenaturales creados por Hachakyum (una de las deidades principales, quien entre otras cosas creó al hombre Iacandón). Las Xtabay son mujeres hermosas de color rojo. Este relato tiene una función de control social, ya que mediante el ejemplo del buen Iacandón ¡nculca la idea de evitar acciones irresponsables, como apartarse de los deberes rituales para ir en busca del placer que al fin y al cabo se verá recompensado mediante la obediencia a los preceptos de los dioses y la religión. En toda el área maya, se conocen narraciones sobre las Xtabay, aunque en otros lugares se les asignan diferentes características, 7 .Así, enYucatán, son mujeres descritas en los relatos como muy hermosas, que atraen a los hombres que van solos en la noche y que generalmente se asemejan a la novia o a la amada del hombre que las ve, para hacerlo caer más fácilmente en la tentación. " Lilian Scheffler. Cuentos y leyendas de México Los antiguos vieron a Xtabay. La mujer Xtabay. Primera versión. Por aquel largo camino llegó la tribu, sudorosa y cansada. Bajo los cedros y caobas se habían detenido. Cerca estaban las caudalosas aguas del Usumacinta y tras ellas, las minas de oro. Mox, el guía, exploró sobre un monticulo. Vírgenes eran aquellas tierras del azafrán y la mimosa. Pródigas en maderas, animales y sustento. Mox decidió por eso quedarse alli, y poco después surgió una misteriosa ciudad junto a las aguas del río. Mox se sintió por ello seguro y feliz. Su hija tan amada viviría entre aves exóticas y flores. 86 Xtabay era buena y bella, y después de los dioses y su pueblo, él amaba sobre todas las otras cosas a su hija. De más allá de las fuentes de Chapópotl (chapopote) llegó un día a las tierras de maravillas un hombre negro, muy negro, seguido de algunos sacerdotes pintados de negro y a cuyo dios principal untaban e ulli (hule). Ek se llamaba aquel misterioso sacerdote de color oscuro y labios gruesos y sensuales. Cerca de las tierras de Mox, el extranjero, según costumbre, construyó una casa pintada de negro en la que, avaro, guardó varias tinajas con agua negra. Un día, Ek, el extranjero, vio bañarse en las aguas del río a la linda hija de Mox; él que deseaba el poderío, aprisionó a la doncella y sin amor la sedujo. Pero llegó el dia en que Mox descubrió en las sombras del bosque los amores culpables de su hija y el negro Ek. La ira sucedió a la sorpresa, y el caudillo y guía acabo por odiar intensamente al intruso y deseo matarlo. Xtabay desde ese dia fue vigilada celosamente por su padre; pero Ek que era fiero y sensual decidió no dejar su presa. Era verdad que Mox era fuerte y guerrero, y él solo un débil sacerdote, pero malignamente pensaba que no siempre vence el más fuerte. Xtabay era vigilada día y noche, pero Ek sabía que lo amaba intensamente y que preferiría la muerte antes que perderlo; por eso sigilosamente le envió un peine de cuerno labrado, cuyos hechiceros habían conjurado, para que la niña enamorada, pudiera vencer el infortunio. El sacerdote que llegó a saber los deseos del guerrero, seguido de sus acólitos, huyó río arriba. Mox, que acabó por creerlo muerto, líbertó a su hija del encierro forzado en que Ia tenia; mas la doncella, que no había olvidado al sacerdote Ek, y huyó del lado de los suyos para buscarlo por doquier. La hija de Mox no llevaba consigo mas que el mágico peine de cuerno labrado. Así, toda vestida de blanco, con el cabello suelto recorría los bosques, llamando inútilmente al amado. Xtabay ya no pudo tener reposo ni tampoco los habitantes del pueblo. Su dolor lo sintieron todos; pero nadie podía acercarse a ella porque era la hija de Mox, el caudillo y el guia. Un día Xtabay desapareció de los bosques cercanos, y ya nadie volvió a saber nada de ella. Después de varios meses los leñadores rezagados y los viajantes solitarios llevaron la noticia de que habían visto a Xtabay bajo la ramazón del bosque, toda de blanco, sentada en un peñasco y a la luz de la luna, peinar su negra cabellera con el peine de cuerno labrado. Al saberlo, Mox reunió a los consejeros y ancianos. Su hija habia desertado de la tribu; su hija era culpable de ofender a los dioses: ¿Cuál era el castigo para la impura? Los consejeros guardaron silencio. Los adivinos consultaron al horóscopo. Esa noche decidieron ir al bosque. 87 La luna volcaba su polvo de plata sobre la copa de los árboles y sobre Ia hierba florecida. Con paso de jaguar se internaron bajo la ramazón tupida que proyectaba sobre el suelo una entretejida filigrana color de obsidiana. Caminaron horas y horas. Cuando fatigados y desilusionados pensaban en su fracaso, descubrieron en un claro del bosque, junto a una añosa selva, sentada sobre el musgo de una peña, a Xtabay, que peinaba su negro cabello. Por unos minutos la contemplaron; estaba más pálida, más delgada, pero en sus ojos parecía haber lumbre y su blanco vestido semejaba una blanca flor. ¡Xtabay! murmuró el caudillo. Pero Xtabay, que tenía dañado el corazón, ya no escuchó la voz antes tan amada. Con cautela de tigre, Mox trató de acercarse a ella, mas cuando llegara hasta la roca donde momentos antes viera a su hija peinar con el peine de cuerno labrado peinando su hermoso cabello, sólo encontró enraizado a la roca un árbol maravillosamente alto y copudo salpicado de frutos que aprisionaban en su interior unos copos semejantes al algodón, blanquísimos y suaves. Los sacerdotes, emocionados, comprendiendo el prodigio divino, reverenciaron al árbol zahumándolo con resinas olorosas. ¡La ceiba era sagrada! Xtabay era el alma de la ceiba. Desde entonces, el árbol milagroso se esparció por todas partes. En las plazas de los pueblos, bajo su acogedora sombra se celebraron y aún se celebran los consejos y las elecciones; se toman los acuerdos y las decisiones más importantes. Han pasado los años. Mox y sus hombres ya no son más que recuerdos del ayer; pero a pesar de todo, Xtabay, toda de blanco, sentada sobre las peñas peina sus lindos cabellos con el peine de cuerno labrado que le obsequiara Ek, el negro. Pero yo no es la joven buena y dulce, pues el amor imposible le dañó el corazón. Por eso en las tierras del Mayab, en los ceibales, junto a los cenotes y sartajenas, la Xtabay o sirena maligna, que de día es la yaxché o ceiba de los bosques, por la noche se transforma en una hermosa mujer joven que se pasea asustando a los leñadores rezagados o a los viajeros solitarios, y que no pocas veces atrae a los hombres y les hace perecer. La mujer Xtabay. Segunda versión. Bajo la luna del antiguo Mayapain, he oido repetida esta leyenda sin que nadie le quite o aumente a su albedrío, sin que ninguno se atreva a deformaría, esa leyenda es la que se refiere a la mujer Xtabay. Dice, pues, que Xtabay es una mujer hermosa, inmensamente bella, que acostumbra esperar al viajero que por las noches se aventura en los caminos del Mayab. Lo aguarda sentada al pie de la más frondosa ceiba, lo atrae con cánticos, con frases dulces de amor, lo seduce, lo embruja y cruelmente lo destruye. Los cuerpos destrozados de esos incautos enamorados aparecen al día siguiente con las más horribles huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto como por unas garras. Muchas gentes que desconocen el origen verdadero de la mujer Xtabay, han dicho que es hija de la Ceiba, que nace de sus torcidas y serpenteantes raíces. Pero eso no es verdad, la 88 auténtica tradición maya dice que la mujer Xtabay nace de una planta espinosa y venenosa que aparece junto a las ceibas, árbol sagrado para los hijos de la tierra del faisán y del venado quienes muchas veces, se acogen bajos sus ramas, confiados en la protección de tan bello y útil árbol. Vivían en un pueblo de la península yucateca, dos mujeres, una de ellas era apodada Xkeban, nombre en maya que quiere decir mujer mala o dada a amor ilícito. Decían que Xkeban estaba enferma de amor y de pasión y que su único interés era el de ofrecerlos a cuanto hombre se lo solicitara. Su verdadero nombre era Xtabay. Muy cerca de la casa en donde habitaba esta bellisima mujer vivia, la consentida del pueblo a quien llamaban Utz-Colel, que traducido equivaldría a mujer buena, decente y limpia Aparentemente Utz-Colel era virtuosa y recta Xtabay, tenía un corazón tan grande, como su belleza y su bondad que la hacían socorrer a los humildes, amparar al necesitado y curar al enfermo. Jamás levantaba la cabeza en son altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta humildad soportaba los insultos y humillaciones de las gentes. Utz-Colel, escondía bajo las apariencias, una personalidad fria y orgullosa, en realidad era dura de corazón e incapaz de socorrer a ningún enfermo y sentia repugnancia hacia los más necesitados. Ocurrió que un dia, la gente del pueblo no vio salir de su casa a Xtabay, y supusieron que andaria como siempre, viviendo una nueva aventura. Se contentaron con el hecho de no tener que verla. Transcurrieron días y más días y de pronto, por todo el pueblo se esparció un fino aroma de flores, un perfume delicado y exquisito lo invadia todo. Nadie se explicaba de donde emanaba tan precioso aroma y asi, buscando, fueron a dar la casa de Xtabay a quien hallaron muerta, abandonada, sola... Lo más extraordinario era que no estaba acompañada de personas, sólo por algunos animales que algún dia ella habia recogido, de su cuerpo brotaba aquel perfume que envolvía al pueblo. Utz-Colel, al enterarse, rechazó semejante afirmación, pues afirmaba que un cuerpo corrupto y vil como el de Xtabay, no podia emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si tal cosa era como los vecinos decian, debia ser ocasionado por los malos espiritus, del dios del mal, que asi continuaba provocando a los hombres. Agregó Utz- Colel que si de mujer tan mala y perversa escapaba en tal caso ese perfume, cuando ella muriera el perfume que escaparía de su cuerpo seria mucho más aromático y exquisito. Fue más bien por compasión y lástima, por un deber social, que la gente del poblado fue a enterrar a Xtabay y cuéntase que al día siguiente, su tumba estaba cubierta de flores aromáticas y hermosas, tan tapizado estaba el túmulo que parecia como si una cascada de olorosas florecillas hasta entonces desconocidas en el Mayab, hubiera caido del cielo. Su tumba duró para siempre florida y perfumada. Poco después murió Utz- Colel y a su entierro acudió todo el pueblo que siempre había ponderado sus virtudes, su honestidad, su recogimiento y cantando y gritando que había muerto virgen y pura, la enterraron con muchos lloros y pesar. Entonces recordaron lo que habia dicho en vida, acerca de que al morir, su cadáver deberia exhalar un perfume mucho mejor que el de la Xkeban, pero para asombro de todas las gentes que la creían buena y recta, comprobaron que a poco de enterrada comenzó a escapar de la 89 tierra floja todavia, un hedor insoportable, el olor nauseabundo a cadáver putrefacto. Toda la gente se retiró asombrada. En su idioma maya, dicen los viejos que aún cuentan la historia con todos los detalles que debió ocurrir en la leyenda, que hoy la florecilla que naciera en la tumba de la pecadora Xkeban o Xtabay, es la flor Xtabentún, que es una flor tan humilde y bella, que se da en forma silvestre en los campos y caminos, entre las hojas tersas del agave. El jugo de esa florecilla embriaga muy agradablemente, como debió haber sucedido con su amor. Tzacam, que es el nombre de un cactus erizado de espinas y de mal olor, es por ambas cosas intocable. Es la flor que nació sobre la tumba de Utz- Colel, es la flor, si bien hermosa pero cuyo aroma es desagradable, como era el carácter y la falsa virtud de Utz- CoIeI. Esto es lo que ha dicho el maya y lo sigue repitiendo a través del tiempo, sin cambiarlo, sin ponerle ni quitarle, como deben conservarse las cosas nuestras, intactas, con las mismas palabras con que nacieron en el mito, en la leyenda, en el alma de quienes tan dulcemente han tejido estas historias. No es pues Xtabay la mujer mala que destruye a los hombres después de atraerlos con engaños al pie de las frondosas ceibas, pero puede ser otro de esos malos espíritus que rondan por Ia selva al acecho del peregrino que cruza los caminos aún poblados de superstición y leyenda. Puede ser el alma errante de una de tantas vírgenes sacrificadas a la orilla del cenote sagrado, puede ser la vaporosa figura de una mujer que llora el engaño del amado. Pero Xtabay... jamás, jamás. El nagual. Cuenta la leyenda que el Tlachisque era un viejo que podía ver el futuro, que conocía por el movimiento de los árboles y los olores que arrastraba el viento, si serían buenas las cosechas, si llovería o si caería de improviso una peste que causaría inmensa mortandad. Curaba los males que por el mundo dispersaban los brujos y hechiceros que se dedicaban al servicio de los malos espíritus, y cosa extraordinaria, conocía la flor que se da en las profundidades de la tierra, más abajo de las cavernas conocidas, la flor gris-amarilla que revive a los muertos. Ahuyentaba a los brujos malos que eran sus enemigos, ya convirtiéndose en ocelotl, en coyote o en un ser fantasmal de horrible aspecto; muchas veces cuando el brujo se convertía en guajolote, sostenía con él furibundas peleas sobre los tejados convertido en perro, luchaba hasta dejar tendido en el suelo al enemigo, porque siempre el Tlachisque resultaba triunfador porque se principal arma era el bien. Cierto día, fue llamado a la choza de un hombre, Cahuicoyo, quien sufría de una tremenda hinchazón en la pierna izquierda, tenía fiebre y se convulsionaba, fuertes sudores indicaban su gravedad y pedía al momento que le llevaran al Tlachisque. Cuando llegó el brujo curandero, le examinó la pierna inflamada y punzándole con una espina empezó a succionar. Inmediatamente empezó a brotar de aquella puntura un líquido sanguinolento y pestifero y a medida que salía, la fiebre bajaba y la hinchazón disminuía. Cuando lo vio mejor, el Tlachisque le preguntó: 90 —¿A quién has hecho mal que con daño te ha pagado? —A nadie—. le respondió Cahuicoyo. -Recuerda bien, pues es preciso pedir perdón a quien ofendiste, pues de otro modo volverá el mal y la fiebre te provocará la muerte. -Tú puedes revivirme, devolverme la vida si muero-, dijo jadeante el enfermo. —Cada vida tiene su término. Si no confiesas que mal has hecho, yo nada podré hacer ni por tu cuerpo ni por tu alma. Cayó el enfermo en postración. El sudor volvía a sus sienes, le escurría por el cuello y devoraba sus entrañas, se volvió al hechicero para confesarse: —Tal vez sea ella... Xochitoxtli... me amó y creo que yo también la amaba, pero un día me cansé de sus amores y la abandoné cobardemente. De nada valieron sus lloros y sus gemidos ni el dolor que lastimaba su alma... y yo jamás volví a acordarme de ella. —¿Y esa punzadura que tienes en la pierna, como la recibiste? - preguntó el Tlachisque. -Caminaba por un peñascal, cuando escuché un silbido, era la señal que me hacía Xochitoxtli para llamarme. Me detuve y sólo vi una sombra, me senté a esperarla en el mismo lugar en donde acostumbrábamos amarnos y de pronto sentí un piquete... entonces vi que se alejaba entre las rocas una enorme serpiente de cascabel, que se reía como ella... como la misma Xochitoxtli... burlándose primero... después llorando. El Tlachisque guardó silencio, miró hacia el sitio en donde sólo él puede ver y se inclinó después para explicarle al enfermo. —Esa serpiente era la misma Xochitoxtli, la mujer que abandonaste después de amarla, pues en venenosa serpiente la convirtió el Nagual, que es el brujo al servicio de los espíritus malignos. Yo te sacaré el veneno, pero tú deberás ir a buscar a esa mujer y pedirle perdón. El Nagual, el ser misterioso y de gran poder infernal, que se convertía en figura de animal según le convenía, que penetraba en las chozas e provocaba el mal a quienes él deseaba y por cuya acción le habían pagado. El Nagual era el aire maligno que se metía por la boca de los niños cuando dormían y les sacaba el alma, provocándoles la muerte. El Nagual luchaba a veces con ventaja contra el Tlachisque y su figura monstruosa causaba pavor entre los antiguos habitantes del Anáhuac, de este Anáhuac, pues hay varios, porque en lengua antigua Anáhuac quiere decir: cerca o entre las aguas. Tal vez los conocimientos misteriosos e igualmente poderosos que poseía el Nagual para ejercer sus malas artes, se fueron perdiendo con el tiempo y con los años y los siglos su nombre fue sólo símbolo de la maldad, de brujería, porque nadie como el Nagual era tan bueno para echar enfermedades encima de los hombres y mujeres; un soplo un conjuro, un ritual, bastaban para secar las siembras, para causar la muerte de los animales domésticos y de los ixcuintles, canes comestibles. El Nagual sabía desviar los malos vientos y echar sobre los campos y los pueblos y las chozas las enfermedades y las maldiciones. Por eso se le temía. En las postrimerias del reinado del Nagual y sus maleficios, poco antes de la Colonia y según cuentan algunas leyendas más recientes, todavía existe el Nagual, pero este era un hombre que 91 se ponía sobre el cuerpo desnudo una piel seca de coyote y así recorría los barrios y llegaba a los patios de las chozas de donde se llevaba el nixtamal, carnes y también maíz. Ocasionalmente, algunos osados trataron de defender sus pertenencias, y lanzaron flechas contra el Nagual, pero éstas rebotaron porque al demonio del mal no se le puede herir, menos matar. Lo que ocurría era que la piel reseca y dura no dejaba que las flechas disparadas con temor, la penetraran. Así adquirió fama de inmortal este ser llamado Nagual y que no fue sino un vil ladrón nocturno y tal cosa la confirmaron más tarde y así la dejaron escrita los antiguos cronistas y registradores de leyendas, al escribir en sus textos, llenos de colorido y superstición, que cierta noche los alguaciles dieron muerte a lancetazos, a un individuo que habiendo fabricado una figura de animal, a base de las flexibles hojas de tule, se introducía a las viviendas de la gente, caminando en cuatro patas, fingiendo ser un Nagual, un animal invulnerable y espantoso, todo para poder robar frutas, alimentos, ropas y hasta doncellas. ¿Existieron en verdad el Tlachisque y el Nagual, o es que son las fuerzas del bien y del mal? Es seguro que así haya sido, porque Io dicen los códices, y esta leyenda ha quedado escrita en la memoria de los viejos, antepasados nuestros, que la han conservado para que hoy podamos oírlos con los ojos.... 92 FICHERO 10. HAIKÚ. 1. ORGANlZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de Ia sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista.Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes comprenderán qué es un haikú y su estructura métrica. Leerán algunos de estos poemas escritos por diversos autores. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente qué es un haikú y quien fue su creador. Basho (1644 — 1694) Por votación se seleccionarán los tres mejores. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará una lectura en voz alta de hakiús de varios autores. Se leerán algunos haykús de los siguientes libros enseñando ls ilustraciones: Hojas pequeñas del tiempo. Antología de haikús brasileños y de Haikú. 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, treinta minutos aprox.) Los participantes escribirán algunos haikús. Cada participante hará una ilustración relacionada con el haikú que más le haya gustado. Se utilizarán pinturas tipo gouache que se aplicarán con pinceles y poca agua sobre cartulina. 93 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. Por votación se seleccionarán los tres mejores. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Jiménez, Agustín. (2004). Hojas pequeñas del tiempo. Antoloqía de haikús brasileños. México: Ediciones El Naranjo. Riva Palacio, Martha. (2007). Haikú. México: Ediciones El Naranjo. Borges Jorge Luis, Kodama María. (1984) De la salvación por las obras. Buenos Aires, Sudamericana, www.elrincondelhaiku.org TEXTOS DE REFERENClA. ¿Qué es un haiku? Haikú es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento. La definición que puedes leer es la que dio del haikú el propio Basho, que es considerado el padre del género. Formalmente, es un poema breve, casi siempre de diecisiete sílabas distribuidas en tres versos, de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. Pero no es esto lo que caracteriza al haikú pues el mismo Basho, se saltó esas reglas muchas veces. Lo que caracteriza al haikú y lo diferencia de otras formas poéticas es su contenido. Un haikú trata de describir de forma brevísima una escena, vista o imaginada. Entonces, ¿cuál es el fin del haikú?, ¿la belleza, el misterio del universo o la suprema importancia del suceso más pequeño? NIo hay ningún patrón a seguir. Para Basho el haikú era un camino al Zen. Buson lo consideraba un arte más cuyo fin era la belleza. Para Issa Ia expresión de su amor por las personas, los animales, las cosas. De la salvación por las obras. Jorge Luis Borges; María Kodama: Atlas. 1ra ed. Buenos Aires, Sudamericana, 1984. En un otoño, en uno de los otoños del tiempo, las divinidades del Shinto se congregaron, no por primera vez, en Izumo. Se dice que eran ocho millones pero soy un hombre muy timido y me sentiría un poco perdido entre tanta gente. Por lo demás, no conviene manejar cifras inconcebibles. Digamos que eran ocho, ya que el ocho es, en estas islas, de buen agüero. Estaban tristes, pero no lo mostraban, porque los rostros de las divinidades son kanjis que no se dejan descifrar. En la verde cumbre de un cerro se sentaron en rueda. Desde su firmamento o desde una piedra o un copo de nieve habían vigilado a los hombres. Una de las divinidades dijo: 94 Hace muchos días, o muchos siglos, nos reunimos aquí para crear el Japón y el mundo. Las aguas, los peces, los siete colores del arco, las generaciones de las plantas y de los animales, nos han salido bient Para que tantas cosas no los abrumaran, les dimos a los hombres la sucesión, el día plural y la noche una. Les otorgamos asimismo el don de ensayar algunas variaciones. La abeja sigue repitiendo colmenas; el hombre ha imaginado instrumentos: el arado, la llave, el calidoscopio. También ha imaginado la espada y el arte de la guerra. Acaba de imaginar un arma invisible que puede ser el fin de la historia. Antes que ocurra ese hecho insensato, borremos a los hombres. Se quedaron pensando. Otra divinidad dijo sin apuro: Es verdad. Han imaginado esa cosa atroz, pero también hay ésta, que cabe en el espacio que abarcan sus diecisiete sílabas. Las entonó. Estaban en un idioma desconocido y no pude entenderlas. La divinidad mayor sentenció: Que los hombres perduren. Así, por obra de un haikú, la especie humana se salvó. Diecisiete haikús. Jorge Luis Borges. 1 Algo me han dicho la tarde y la montaña. Ya lo he perdido. 2 La vasta noche no es ahora otra cosa que una fragancia. 3 ¿Es o no es el sueño que olvidé antes del alba? 4 Callan las cuerdas. La música sabia lo que yo siento. 5 Hoy no me alegran los almendros del huerto. Son tu recuerdo. 6 Oscuramente libros, láminas, llaves siguen mi suerte. 7 Desde aquel día no he movido las piezas en el tablero. 95 8 En ei desierto acontece la aurora. Alguien Io sabe. 9 La ociosa espada sueña con sus batallas. Otro es mi sueño. 10 Ei hombre ha muerto. La barba no lo sabe. Crecen las uñas. 11 Ésta es la mano que alguna vez tocaba tu cabellera. 12 Bajo el alero el espejo no copia más que ia luna. 13 Bajo ia luna la sombra que se alarga es una sola. 14 ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una Iuciérnaga? 15 La luna nueva ella también la mira desde otro puerto. 16 Lejos un trino. El ruiseñor no sabe que te consuela. 17 La vieja mano sigue trazando versos para el olvido. 96 FICHERO 11. JACOB Y WILHELM GRIMM. 1775-1863 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de los hermanos Grimm y su trascendencia. 2.2 CONTEXTUALIZAClÓN. Se expondrá brevemente la vida y obra de los hermanos Grimm. Se explicará brevemente quien era Bruno Traven y cómo influyó en él la obra de los hermanos Grimm. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Lectura en voz alta del cuento: La muerte madrina, de los hermanos Grimm. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. Se proyectará la película: Macario. El ahijado de la muerte, basada en el cuento de Bruno Traven con el mismo nombre. México, 1959. Adaptación: Emilio Carballido y Roberto Gavaldón. Dirección: Roberto Gavaldón. Fotografia: Gabriel Figueroa. Intérpretes: Ignacio López Tarso (Macario). Duración: 90 mn 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE LA ACTIVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) 97 En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Los participantes expondrán las diferencias entre las versiones que se presentaron. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografia: Grimm Jacob y Wilhelm. (2006) Cuentos completos. (cuatro volúmenes). Madrid: Anaya. Traven Bruno. (1985) Macario. Trad: Rosa Elena Luján. 24 ed. México, D.F.: Compañia General de Ediciones; Grupo Editorial Sayrols. Biblioteca digital Ciudad Seva. www.ciudadseva.com TEXTOS DE REFERENCIA. La muerte madrina. Un campesino tenía diez hijos a quienes apenas podía alimentar. Para su desgracia, su mujer le anunció la llegada de otro hijo. Cuando nació, el padre afligido se preguntaba cómo podria solucionar el problema de la comida. Los otros diez apenas se echaban algo en el estómago y este último era un bebé grande y comelón. De tanto pensar, al padre se le ocurrió una idea para solucionar el problema. —-—Le buscaré unos buenos padrinos-se dijo——. Que tengan dinero y que puedan alimentario bien y vestirlo. Asi partió, tratando de encontrar en su viaje padrino para su hijo. Al primero que encontró fue a Jesús. Paseaba por los verdes campos y saludó al campesino. —¿Qué andas haciendo buen hombre?—-—dijo Jesús—. ¿En qué puedo ayudarte? —Ando buscando padrino para mi hijo-respondió el campesino—. Perdone que no se lo proponga a usted. Pero siendo usted Dios, pudo haber repartido mejor las riquezas y no hacer unos muy ricos y otros muy pobres. Jesús sonrió comprensivamente. Entendía las razones que tenía el hombre para no darle de ahijado a su hijo, pero él sabia que con el tiempo se habian desfigurado tanto sus enseñanzas, que mucha gente ya no las comprendía. Pensó que El siendo Dios, no había repartido ninguna riqueza material, eso lo habían hecho los hombres y eran ellos los que debían arreglarlo. Su tarea ahora era ayudar a los hombres justos que querian hacer la vida igual para todos. Pero también entendió que era muy largo de explicar y que aquel hombre tan preocupado necesitaba una solución inmediata, por lo que contestó: —Está bien, eres dueño de elegir el mejor padrino para tu hijo. Te bendigo—. Y desapareció. Continuó el hombre su camino y se encontró con Satanás. El diablo lo saludó muy afectuosamente: ——¡Holal-le dijo—. ¿En qué puedo serte útil, hombre? ——Ando buscando un padrino para mi hijo que acaba de nacer. Pero no creo que seas el más conveniente. ——-¿Por qué no? Lo trataré bien. l_e daré todo el dinero que quiera. Conmigo puede 98 gozar de todos los placeres de la vida. ——Si, pero a cambio de su alma. ——De alguna cosa debo vivir-respondió el diablo. ——No, no te quiero para padrino de mi hijo. ——Como gustes-respondió el diablo—. Espero que no te arrepientasa. Y desapareció. A poco de andar el hombre, se encontró en su camino con la Muerte. ——¿Qué buscas campesino?—preguntó la Muerte. ——Necesito un buen padrino para mi hijo. ——¿No quieres mejor una madrina? Yo lo cuidaria de todos los peligros y estoy segura de que no te arrepentiras ——aseguró la huesuda. ——Pienso que si, que te aceptará. Tú eres lo más justo que conozco: no distingues entre ricos y pobres, entre reyes y esclavos. A todos tratas de la misma manera. ——Haces bien en aceptar-dijo la Muerte——. Todos los que están bajo mi protección se vuelven célebres y poderosos. ——Está bien. Acepto. ¿Qué te parece si realizamos el bautismo el domingo? ___ Me parece excelente. Apenas se pusieron de acuerdo, se separaron. El domingo, como se había convenido se realizó el bautizo. El padre estaba contento y la Muerte fue la madrina, como lo había prometido. Pasaron los años. El niño creció hermoso y fuerte. Cierto día llegó su madrina de visita. Cuando vio a su ahijado lo invitó a dar una vuelta por el campo. Estando los dos paseando, la Muerte le mostró una planta al muchacho. ——Toma esta planta—le dijo—. Quiero que seas médico y con ella cures a todos los que acudan a ti por sus enfermedades. Aunque sean desconocidas e incurables, tú podrás hacerlo con esta planta que hoy te regalo. Te llenarás de dinero y tu fama recorrerá el mundo. Pero eso si, habrá una condición que no podrás eludir: cuando te llamen a la cabecera de un enfermo y alli me veas a disputármelo. Sólo tú me verás y sabrás que estoy allí, por lo tanto no deberás sanarlo sea quien sea. Tienes que tener mucho tacto y no desobedecerme porque te podria costar muy caro. El ahijado prometió cumplir con lo que se le pedia y la Muerte, dándole un frio y tierno beso en la frente, se alejó. El joven ayudado por su madrina pudo estudiar y se recibió de médico. Aplicando lo que la Muerte le enseñara, comenzó a cobrar fama entre doctores viejos y jóvenes, que al principio se burlaban de él, pero pronto lo vieron como un cientifico al que habia que respetar. Todos hablaban de él. —Realmente, más que curar, realiza milagros-decían —Le basta mirar al enfermo para saber si curará o no—comentaban otros. En efecto, le bastaba al joven encontrarse o no con su madrina para saber si el enfermo podía recuperarse o si habia llegado el fin de sus días. Por supuesto que enriqueció en poco tiempo. Todos los nobles de aquel país sólo querían atenderse con él. Sus padres y sus diez hermanos dejaron de pasar penurias, enriquecidos también con su dinero. Cuando no supo qué hacer con tanto oro, se compró un hermoso palacio y contrató una cantidad enorme de criados. Y sucedió que un día lo llamaron para asistir al rey que se había visto atacado de pronto por un extraño virus. Todos los demás médicos lo habían desahuciado, por lo que conseguir la curación de tan real personaje era un reto a sus virtudes. Apenas entró en la habitación vio, en la cabecera de la cama del rey, a la Muerte. Esto lo disgustó mucho. Era cuestión de honor triunfar donde otros habían fracasado y en algo tan 99 importante como la vida del rey. Vaciló unos momentos sin saber qué hacer, finalmente decidió desobedecer a su madrina. Pensó que ella se enojaria mucho pero finalmente Io perdonaría. Preparó el jugo de la misteriosa planta y se Io dio a tomar al rey. AI poco rato éste se restablecia y descansaba tranquilo de la larga fiebre que habia padecido. Esto llevó al ahijado de la Muerte a la cúspide de la fama. Los demás médicos quedaron asombrados ante su capacidad . Cuando llegó a su casa se encontró con su madrina que lo estaba esperando. Lo miró de una forma que lo hizo estremecer mientras le increpó: ———Me desobedeciste. ¿Cómo te has atrevido? —Es cierto, madrina. Quería salvar su vida, no lo pude — ¡Si que pudistel—dijo la Muerte indignada“. Si no hubiera sido un rey, no te hubiera preocupado tanto. —No sé-dijo el médico reflexionando—. Me gusta eso de tener en mis manos la vida de otros. Me has dado poder y ahora me cuesta controlarme. La Muerte se acercó y puso su huesuda mano sobre el hombro del muchacho. ———Ten cuidado. Tu poder termina donde empieza el mío. No te olvides de eso porque la próxima vez seré lnflexible y no te perdonaré. ——Está bien-contestó el joven obediente“. No lo haré más. La Muerte se alejó. Pasado algún tiempo cayó enferma la princesa, hija única del rey. Este llamó al medico que le había salvado la vida y le prometió: “Si la salvas, te concederá su mano y podrás casarte con ella. El médico no dijo nada y entró a la habitación donde la hermosa y enferma princesa reposaba. Su respiración era muy agitada y el joven se dio cuenta que su estado era grave. Se sentó en la cama a su lado y le tomó el pulso. Ya iba a levantarse a preparar su secreta medicina, cuando levantando la vista vio en la cabecera a su madrina. —¡Oh, nol-dijo, y cerró los ojos——. Cuando los abrió vio que la Muerte Io miraba severamente y con ojos amenazantes. Pero un deseo tremendo de desafiarla, lo animó. "Me perdonaré-se dijo—. No puedo dejar que tan bella princesa muera y yo no pueda ser su esposo”. Tratando de no mirar a su madrina, quien lo observaba con dura expresión, preparó el brebaje el cual dio a beber en pequeños sorbos a la enferma. El rey desbordó de alegría cuando vio a su hija repuesta y todo el palacio admiro una vez más al increíble doctor. El rey anunció entonces que pronto se realizaría la boda de Ia princesa con su salvador. El médico llegó a su casa y allí encontró a su madrina esperándolo. Esta Io tomó de un brazo y se Io llevó consigo. Llegaron a una enorme cueva cuyo suelo estaba plagado de velas de todos los tamaños. Permanentemente se apagaban millones de ellas y otras tantas brotaban del suelo y se encendían solas, semejando un mar de fuego cuyas olas suben y bajan en incansable marea. —¿Qué es esto madrina? ¿Por qué me traes aqui? Esas luces que ves son vidas humanas. Las velas grandes corresponden a la vida de los niños, las medianas a la de los hombres y las pequeñas y casi consumidas a la de los ancianos. — ¿Y cuál es la mía?——preguntó temeroso. —¿Quieres saberlo? ¡Esal—dijo la Muerte señalando una vela que estaba a punto de extinguirse y en la que titilaba una débil llama. ——¡Esa!—exclamó el joven temblando. Y volviéndose hacia su madrina le rogó—: No dejes que se apague, justamente ahora que puedo llegar a ser rey y que voy a casarme con una hermosa princesa. —Te dije que no me desobedecieras-contestó la Muerte. No lo haré más. Te prometo que no lo haré más. Te devolveré la planta si así lo quieres para que no caiga otra vez en la tentación, pero coloca otra vela para mi, por favor. —No puedo. Mi poder también tiene límites. 100 Y apenas la Muerte dijo esto, la luz se extinguió. El joven cayó sin vida a los pies de la que había traicionado. Con él murió el secreto de la planta porque la Muerte jamás quiso ser madrina de ningún otro ni revelar el secreto a nadie por temor a ser desafiada otra vez. 101 FICHERO 12. VICTOR HUGO. 1812-1870 1. ORGANlZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualizacíón breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Víctor Hugo. 2.2 CONTEXTUÁLIZACIÓN. Se explicará brevemente la vida y obra de Víctor Hugo. Se expondrán los antecedentes en donde se sitúa la obra: Los miserables. 2.3 EJERCICIOS PRÁCTlCOS. Se proyectará la película: Los miserables. Director: Bille August. Actores: Liam Neeson, Geoffrey Rush, Claire Dane, Uma Thurman. 129 minutos 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Hugo, Víctor. (2005). Los Miserables. Adaptación de Lefort, Luc. México: Uribe y Ferrari Editores. 102 FICHERO 13. EDGAR ALLAN POE. 1809-1849 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Edgar Allan Poe. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente la vida y obra de Edgar Allan Poe. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura e voz alta del cuento: Corazón delator. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de Ia lectura, diez minutos aprox.) Los participantes se dividirán en equipos y harán una lista de los sentimientos que encuentren en el texto. Al terminar se hará una lista general en donde se escriban sin repetir, los sentimientos que el grupo encontró en la lectura. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algun libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. 103 Bibliografía: Allan Poe, Edgar. (2004). El corazón delator. Buenos Aires: Editorial Guadal, S.A. Allan Poe, Edgar. (1995). Narraciones extraordinarias 23 ed. Santiago de Chile : Editorial Andrés Bello TEXTOS DE REFERENCIA. El corazón delator ¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad habia agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oia todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia. Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y dia. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Queria mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insulto. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenia un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre. Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedíl ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abria... ¡Oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reido al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡Oh, tan cautelosamente! Si, cautelosamente ¡ba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendria que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía. AI llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensaran que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente. 104 Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando: —¿Quién esta ahí? Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no movi un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte. Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi, corazóanomprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que Io movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación. Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna. Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre. Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podia ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, habia orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito. ¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado. Pero, incluso entonces, me contuve y segui callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Si, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mi... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me habia resultado todo. Pero, durante varios 105 minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podria escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levante el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentia el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme. Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas. Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco, Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja! Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudi a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora? Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar. Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di Ia bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima. Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos. Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lance espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabian... y se estaban 106 burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así Io pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte! —¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón! 107 FICHERO 14. CHARLES DICKENS. 1812-1870 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se'hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Charles Dickens. 2.2 CONTEXTUALIZAClÓN. Se explicará brevemente la vida y obra de Charles Dickens y la revolución industrial como marco histórico de la vida del autor. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Lectura en voz alta de Canción de Navidad (Adaptación). 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTlVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Dickens, Charles. (1998). Cuento de Navidad. Barcelona: Ediciones Omega. Dickens, Charles. (1993).Obras escoqidas. Charles Dickens. México: Noriega Editores. Bender, Lionel. (1991). Los inventos. Vol. 27. Biblioteca visual Altea. México: Altea. 108 Película sugerida (opcional / extraescolar): Canción de Navidad. (1984) George C. Scott, David Warner, Susannah York, Frank Finlay, Edward Woodward y Nigel Davenport. Duración: 1:37 min. TEXTOS DE REFERENCIA. Canción de Navidad. Esta es la historia de Scrooge, un viejo avaro que es visitado en Nochebuena por el espectrode su difunto socio y, por medio de una serie de visiones del pasado, del presente y del futuro,percibe cómo será su muerte a menos que la bondad cambie su corazón y su vida. Esta obra fue escrita en 1843. Para empezar Marley su socio, habia muerto. No cabía ninguna duda sobre esto. Firmaron el libro parroquial como certificado de defunción, el pastor, el contador que trabajaba en la oficina, el enterrador y el hombre que había presidido el duelo. . ‘ Scrooge también firmó, su nombre era tan reconocido en la Bolsa como en cualquier otro lugar donde estampara su firma. Scrooge quedaba como único albacea, único administrador, único apoderado, único heredero, único amigo y único deudo. Pero aún asi, Scrooge no se sintió desgarrado por el triste acontecimiento, él se consideraba ante todo un excelente hombre de negocios y por lo tanto el entierro fue lo de menos ese día, lo verdaderamente importante para él, fue que se cerrara una jugosa transacción en la que nuevamente ganaba mucho dinero. Scrooge nunca borró el nombre de su viejo socio Marley. Mucho tiempo después, todavia estaba escrito en la puerta del almacén: Scrooge y Marley. Se conocía a la firma como Scrooge y Marley. A veces gente nueva en los negocios solía llamar a Scrooge, Scrooge, y otras veces, Marley; pero él contestaba a los dos nombres. Le daba igual. ¡Qué mano tenía Scrooge para sacar provecho de los demás! ¡Más dura que la piedra de moler! ¡Era un viejo pecador que estrujaba, arrancaba, aferraba, codiciaba... l Tan duro y afilado como un pedernal, del que nunca el acero pudo hacer brotar ninguna chispa generosa; secreto y retraido, y solitario como una ostra. El frio de su mirada helaba sus viejos rasgos; arrugaba sus mejillas; endurecia su paso; hacia glacial su oficina en los dias más cálidos del verano y ni siquiera para Navidad aumentaba un grado. Nadie lo detenía en la calle para decirle, con mirada alegre: Querido Scrooge, ¿cómo está? ¿Cuándo vendrá a visitarme? No había mendigo que le implorara una caridad, ni un niño que le preguntara la hora. Un día, en víspera de Navidad, el viejo Scrooge estaba trabajando en su despacho. El tiempo era frio, sombrío, destemplado. Los relojes de la ciudad acababan de dar las tres, pero ya estaba muy oscuro. Scrooge tenia abierta la puerta de su despacho para poder de ese modo vigilar a su empleado quien, en una reducida y lúgubre celda situada a cierta distancia, copiaba cartas. Scrooge se calentaba con un fuego muy pequeño, pero el fuego que tenia el amanuense era tan pequeño que parecía alimentado por un solo trozo de carbón! Pero no podía agregar combustible porque Scrooge guardaba el arca del carbón en su despacho. —¡Feliz Navidad, tio! ¡Que Dios te bendiga! exclamó una voz alegre. Era la voz del sobrino de Scrooge. —¡Bah!—dijo Scrooge—. ¡Tonterias! ¡Feliz Navidad! ¿Qué derecho tienes tú a Ia felicidad? Eres demasiado pobre. —¡Vamoslwcontestó el sobrino alegremente——. ¿Qué derecho tienes tú a la desdicha? ¿Qué razón para estar malhumorado? Eres demasiado rico. 109 —¡Bah! Tonterias-repitió Scrooge——. ¡Tonterias! ——-¡ No te enfades tío !———suplicó el sobrino. “¿Qué otra cosa puedo hacer —replicó el tío—, en un mundo de idiotas? ¿Qué es Navidad para ti sino el momento de pagar cuentas sin tener el dinero necesario; el momento en que te hallas un año más viejo y ni un peso más rico? Si mi voluntad se cumpliera, cada idiota que anduviera por ahi con un ¡Feliz Navidad! en la boca seria cocinado en su propia salsa y enterrado con el corazón atravesado por una ramita de acebo. Festeja la Navidad a tu manera, que yo la festejaré a la mía. —¡Pero si tú no la festejas! —Permíteme que no lo haga —«dijo Scrooge-n ¡Que te aproveche ! ¡Por el beneficio que has obtenido de ella alguna vez! —Hay muchas cosas de las que podía haber sacado provecho y de las cuales no obtuve beneficio alguno —repuso el sobrino—. Navidad entre ellas. Pero siempre he pensado que la Navidad, cuando vuelve, es un momento feliz, un día para ser bueno, caritativo, para perdonar. Tio, te invito a cenar con nosotros mañana. No quiero nada de ti; no te pido nada. ¿Porqué no podemos ser amigos? ——-¡Buenas tardes! —Siento, de todo corazón, verte tan empecinado. Nunca tuvimos una disputa de la que yo fuese culpable. Pero hice la prueba en homenaje a la Navidad y pienso conservar el espíritu de Navidad hasta el último momento. Por lo tanto: ¡Feliz Navidad, tio! Su sobrino salió de la habitación, se detuvo junto a la puerta para ofrecer los buenos deseos de Navidad al amanuense, quien, helado como estaba, tenia más calor que Scrooge, pues se los devolvió cordialmente. —¡Vaya con el otro tonto! —murmuró Scrooge, que los había oido—-—. Mi amanuense, con quince chelines por semana, mujer e hijos, hablando de una feliz Navidad. Dan ganas de meterse en un manicomio. Ese otro tonto redomado, al abrir la puerta para que saliera el sobrino de Scrooge, había introducido a otras dos personas de aspecto agradable, que se quedaron de pie, sombrero en mano, ante el escritorio. Llevaban en la mano registros y papeles. —Scrooge y Marley, ¿no? —-dijo uno de ellos consultando su lista——. ¿Tengo el placer de dirigirme al señor Scrooge o al señor Marley? —Hace siete años que Marley no pertenece a este mundo, repuso Scrooge. Esta misma noche se cumplen justamente siete años de su muerte. —No nos cabe duda de que su generosidad estará bien representada por el socio sobreviviente —dijo el señor, presentando sus poderes para pedir donativos. Al oir la palabra "generosidad", Scrooge frunció el ceño, sacudió la cabeza y devolvió las tarjetas de presentación que le habian entregado. —-En este alegre momento del año-dijo el caballero cogiendo una plumanhay miles que carecen de lo estrictamente necesario y cientos de miles que no pueden proporcionarse ni el más mínimo bienestar. Algunos de nosotros nos esforzamos por conseguir los fondos necesarios para comprar alimentos y bebidas para los desvalidos y carbón para que no sufran frío. Hemos elegido este momento porque es, de todo el año, la época en que la abundancia más regocija. ¿Qué suma anotamos a su nombre? —¡Ninguna ! -—respondió Scrooge. 110 ——¿Desea conservar el anonimato? —Quiero que se me deje en paz —-—dijo Scrooge—. Ya que me ha preguntado que deseo, he aquí mi respuesta. Yo no gasto para celebrar la Navidad, y no puedo permitirme el lujo de hacer feliz a holgazanes. ¡Buenas tardes, señores! AI ver que era inútil insistir, los caballeros se retiraron. Scrooge retornó a sus tareas con mucho mejor opinión de sí mismo. Por fin llegó la hora de cerrar la oficina. Scrooge bajó de mala gana de su taburete, su amanuense, instantáneamente, apagó la vela y se puso el sombrero. —¿Querrá tener libre todo el día de mañana, supongo?——dijo Scrooge. —Si eso le conviene, señor. ———Eso no me conviene en absoluto——dijo Scrooge—. Tengo que pagar un día de sueldo sin que haya trabajado. El amanuense observó que eso ocurría sólo una vez al año. —Mala excusa para limpiar los bolsillos de un hombre todos los 25 de diciembre –dijo Scrooge abotonándose el gabán—-. Me figuro que tendré que dejarle el día libre. Pero no olvide venir más temprano pasado mañana. Scrooge cenó melancólicamente en su acostumbrada taberna luego de leer todos los periódicos y pasar el resto de la velada entretenido en su libro de cuentas, volvió a su casa para acostarse. Vivía en unas habitaciones que antes habían pertenecido a su difunto socio. Era una casa bastante antigua y un tanto tétrica, pues sólo vivía en ella Scrooge, y las demás habitaciones se alquilaban para oficinas. El callejón era tan oscuro que Scrooge se veía obligado a tantear su camino con las manos. La aldaba de la puerta no tenía nada de particular, excepto que era demasiado grande. Al poner la llave en la cerradura, vio en la aldaba la cara de Marley. Mientras Scrooge miraba fijamente ese fenómeno, volvió a convertirse en aldaba. Decir que no estaba sorprendido o que su sangre no experimentaba una sensación terrible a la que era ajeno desde su infancia sería mentir. Pero echó mano de la llave que había soltado, la hizo girar, entró y encendió la candela. Atravesó el vestíbulo; luego subió la escalera. Antes de cerrar la puerta de sus habitaciones las recorrió para ver si todo estaba en orden. Conservaba un recuerdo demasiado vivido de la cara como para dejar de hacerlo. En todos ellos reinaba el orden. Tranquilízado, cerró la puerta y echó tres vueltas de llave, cosa que no acostumbraba hacer. Seguro así contra cualquier sorpresa, se puso la bata, las pantuflas y su gorro de dormir. Luego se sentó al lado de la lumbre. AI apoyar Ia cabeza en el respaldo de la silla, su mirada se posó en una campanilla que ya no se usaba, colgada en la habitación, y que comunicaba con algún fin ahora olvidado, con una habitación situada en el último piso del edificio. Al mirarla, vio con asombro y con extraño e inexplicable terror, que la campanilla comenzaba a oscilar. Suavemente al principio pero pronto sonó muy fuerte, y así lo hicieron todas las campanillas de la casa. Quizá sólo duró un minuto pero le pareció que había durado una hora. Dejaron de sonar todas a un tiempo. Siguió un ruido de hierros en lo profundo de la casa, como si alguien arrastrara pesadas cadenas en el sótano. Scrooge recordó haber oído decir que en las casas encantadas los fantasmas arrastraban cadenas. La puerta del sótano se abrió con un estrépito que retumbó en toda la casa y oyó arrastrar las cadenas mucho más fuerte, subiendo las escaleras, después, dirigiéndose directamente a su puerta. 111 —¡ Siguen las tonterías !—dijo Scrooge—. No quiero creerlo. Pese a ello se le transformó la cara cuando, sin interrupción, el estrépito atravesó la pesada puerta y entró en el cuarto. A su llegada, las mortecinas llamas del fuego se avivaron como si gritaran: ¡Lo reconocemos! ¡Es el fantasma de Marley! y se extinguieron otra vez. Era Marley. La cadena que arrastraba le colgaba de la cintura. Estaba compuesta de cajas de caudales, llaves, candados, libros de contabilidad y bolsas de acero para guardar oro. Su cuerpo era transparente. Scrooge había oído decir a menudo que Marley no tenía corazón, pero hasta ahora nunca lo había creído. “¡Qué significa esto! —dijo Scrooge, tan cáustico y frío como de costumbre—. ¿Quién eres? —Cuando vivía era tu socio: Jacob Marley. ¿No lo crees? —No, no lo creo. El espectro lanzó un grito espantoso y sacudió su cadena con un ruido tan lúgubre y lastimero, que Scrooge tuvo que agarrarse de su silla para no desfallecer. ¡Pero cual no sería su horror cuando el fantasma, quitándose la venda que le envolvia la cabeza, dejó que su maxilar inferior le cayera sobre el pecho! Scrooge cayó de rodillas y ocultó el rostro en las manos. —¡ Misericordia ! -—gritó—. ¡ Horrible aparición . . .! ¿Por qué los espíritus se pasean por Ia tierra y por qué vienen a mí? —Es una obligación de cada hombre -—-respondió el espectro—— que el alma que lleva dentro de sí se mezcle con sus semejantes y viaje por todas partes; si no lo hace durante la vida, está condenado a hacerlo después de lamuerte. Está sentenciado a vagar por el mundo. . . ¡ oh, desdichado de mil, y a ser testigo inútil de cosas que no puede compartir, cuando habría podido gozar de ellas con los demás sobre la tierra para hacerlas servir para su felicidad... ——Estás encadenado-dijo Scrooge temblando—. ¿Por qué? —-lLlevo la cadena que forjé durante ¡mi vida——respondió el fantasma—. La forjé eslabón por eslabón, metro por metro; me la puse por mi propia voluntad y, por mi propia voluntad la llevo. ¿El modelo te parece extraño? Scrooge temblaba aún más. ——¿Prefieres saber-prosiguió el espectro-el peso y largo de la fuerte cadena que llevas? Era tan larga y pesada como ésta la víspera de Navidad, hace siete años. Desde entonces seguiste trabajando en ella. ¡Qué cadena más asombrosa arrastras! —¡Jacob——dijo implorante Scrooge-——, mi viejo Jacob Marley, consuélame! ———Ningún consuelo puedo darte ———replicó el fantasma—. Los consuelos vienen de otra parte, Ebenezer Scrooge, son traídos por otros ministros a otra clase de hombres. Tampoco puedo decirte lo que yo querría. Solo unas pocas palabras me esta permitido. No puedo descansar, no puedo detenerme. En vida mi espíritu nunca salió más allá de los estrechos límites de nuestra casa de cambio. ¡Qué jornadas más fatigosas me esperan! —-Muerto desde hace siete años .—rumió Scrooge—y andando desde entonces. —¡Desde entonces!—dijo el fantasma de Mar|ey—. Ni descanso, ni paz. Torturado incesantemente por los remordimientos ¡Cautivo y cargado de cadenas! por haber olvidado que cada hombre debe participar en el gran trabajo de la humanidad, prescrito por el Ser Supremo. —Pero siempre atendiste bien los negocios, Jacob— baibuceó Scrooge, que empezaba a aplicar a su propio caso lo que había dicho el fantasma. 112 —¡ Negocios !-exclamó el fantasma—. La humanidad era mi negocio. La felicidad común era mi negocio; la caridad la misericordia, la tolerancia y la benevolencia: todas eran mi negocio. Es en esta época del año expirante cuando sufro más. ¿Por qué atravesé la muchedumbre de mis semejantes siempre con los ojos bajos, y nunca los levanté hacia la estrella bendita que guió a los hombres sabios al humilde pesebre? ¿No había humildes moradas hacia las cuales la luz hubiese podido conducirme? Scrooge sintió profunda congoja al oir al espectro hablar con tanta vehemencia, y comenzó a estremecerse violentamente. —¡Escúchamel—gritó el fantasma—. Ya casi no me queda tiempo. Estoy aqui esta noche para advertirte que te queda una oportunidad y una esperanza de escapar a mi destino. Serás visitado por tres espíritus, Aguarda al primero mañana, cuando el reloj dé la una. Espera al segundo a la misma hora, la noche siguiente, y al tercero una noche después, cuando la última campanada de las doce deje de vibrar. No esperes verme más y no olvides, por tu propio bien, lo sucedido entre nosotros. Al acabar de decir estas palabras, el fantasma cogió la venda de la mesa y se envolvió con ella la cabeza. Caminando de espaldas se alejó. La ventana se abría un poco, de modo que cuando el espectro llegó junto a ella, estaba abierta de par en par. Salió flotando en la oscura y Iúgubre noche. Scrooge lo siguió hasta la ventana con desesperada curiosidad, y miró hacia afuera. El aire estaba lleno de fantasmas que vagaban de un lado para el otro, con incansable prisa, Iamentándose mientras corrían. Todos estaban cargados de cadenas como el fantasma de Marley. Trató de decir ¡tonterias!, pero tuvo que detenerse a la primera sitaba. Y como estaba, a causa de las emociones sufridas o de su vislumbre del mundo invisible, se metió en la cama y cayó dormido al instante. Cuando Scrooge despertó, el carillón de una iglesia cercana dio seis campanadas, pasó a siete, a ocho, y siguió tañenclo acompasadamente hasta llegar a los doce golpes; entonces se detuvo. ¡Las doce! Eran pasadas las dos cuando se fue a acostar. Resolvió quedarse despierto hasta que la hora pasara. El primer espíritu: el pasado. La campana dio entonces un toque profundo, sordo y melancólico. En ese mismo instante, la luz inundó la habitación y las cortinas de la cama se corrieron. Scrooge se halló cara a cara con el sobrenatural visitante que las había corrido. Era una figura extraña: como un anciano reducido al tamaño de una criatura. Sus cabellos tenian la blancura de la edad, y sin embargo, el rostro no mostraba una arruga y la tez tenia el brillo de la infancia. Llevaba una túnica de un blanco purísimo, rodeaba su talle un cinturón luminoso y en la mano una rama de acebo. Le brotaba de la coronilla un brillante chorro de luz, con ayuda del cual todas las cosas se tomaban visibles, debido a lo cual, sin duda, usaba en sus momentos de rnal humor un gorro en forma de apagador, que ahora llevaba bajo el brazo. —-Señor—-—preguntó Scrooge—: ¿eres el espiritu cuya llegada me fue anunciada? —Sí . Soy el Espíritu de la Navidad Pasada. —¿Pasada hace mucho tiempo?———inquirió Scrooge. ——No, tu última Navidad. 113 Scrooge no hubiera podido decir por qué, pero deseaba muchísimo ver al espíritu cubierto con su gorro, y le rogó que se lo pusiera. —¿Qué?——exclamó el fantasma——. ¿Quieres que tan pronto oculte, con manos mundanas, la luz que irradio? ¿No basta que seas uno de quienes con sus pasiones hicieron este gorro y quieres forzarme a llevarlo hundido hasta las cejas durante incontables años? Scrooge, reverente, negó toda intención ofensiva. Luego se atrevió a preguntarle qué asunto lo había llevado a su presencia. —¡Tu felicidadl—contestó el fantasma———. ¡Ven conmigo ! Scrooge, al ver que el espíritu se dirigía a la ventana, lo sujetó del vestido, suplicante: ——Soy un mortaF-Ie reconvino Scrooge——, y puedo caerme. ——Deja que mi mano te toque aquí-dijo el espíritu colocándole la mano sobre el corazón-y serás sostenido en muchas pruebas como ésta. No había terminado de decir estas palabras cuando atravesaron la pared y se hallaron en un camino, a cuyos lados se extendían campos labrados. La ciudad había desaparecido. La oscuridad y la bruma se habían desvanecido con ella, pues era un día de invierno, brillante de claridad, y la nieve cubría la tierra. —¿Recuerdas el camino? ——inquirió el espíritu. —¡Sí que lo recuerdol——gritó Scrooge con fervor——; podría recorrerlo con los ojos vendados. -—¡Qué raro que lo hayas olvidado tantos años! —— observó el fantasma—. Sigamos andando. Avanzaron por el camino, y Scrooge reconocía cada puerta, cada árbol hasta que una pequeña ciudad apareció en lontananza, con su puente, su iglesia y su río. Aparecieron después unos caballitos que trotaban hacia ellos, montados por niños que llamaban a otros niños que venían en trineos y carretas conducidos por granjeros. Todos estaban muy alegres y se saludaban a gritos. ” ——Estas no son sino las sombras de las cosas que fueronedijo el fantasman. No sospechan siquiera nuestra presencia. Los joviales caminantes se acercaron y, a medida que pasaban, Scrooge reconocía y nombraba a cada uno de ellos. ¡Qué infinita alegría sentía al verlos! Cómo se le llenó de gozo cuando los oyó desearse unos a otros feliz Navidad, al separarse en encrucijadas y senderos para retomar a sus respectivos hogares. ——No todos los niños se han marchado de la escuela-dijo el fantasma—. Allí está todavía un niño solitario, olvidado por sus compañeros. Scrooge dijo que lo conocía. Y rompió a llorar. Tomaron un sendero y llegaron a una mansión de oscuros ladrillos. Era una casa habitada por el infortunio pues las espaciosas habitaciones apenas si se usaban, las paredes húmedas, las ventanas rotas. Los cuartos, pobremente amueblados, fríos y desiertos. Cruzaron, el fantasma y Scrooge, el vestíbulo, hasta llegar a una puerta en los fondos de la casa. Se abrió ante ellos y descubrió un cuarto triste y desierto, con filas de pupitres. 114 En uno de ellos, un niño solitario leía junto a un débil fuego. Scrooge se sentó en un banco y lloró al reconocerse a sí mismo, tal como había sido en el pasado. El espíritu le tocó el brazo y le señaló al niño, su yo más joven, atento a la lectura. De pronto, un hombre vestido con ropas extranjeras, de aspecto real y claro se detuvo al otro lado de la ventana llevando de las riendas un asno. “¡Si es Ali Babál-exclamó Scrooge, extasiado-—. ¡Es el viejo y querido Ali Baba ! Una vez que por Navidad, habían dejado solo al niño que ven ahi, vino por primera vez, como hoy. ¡Pobre niño! Oir a Scrooge dando rienda suelta a todo el fervor de su naturaleza en semejante cuestión, con una voz rarísima, entre risa y llanto, habría sido menuda sorpresa para sus amigos comerciantes de la ciudad. Entonces, con una rápida transición muy ajena a su carácter habitual, dijo como si compadeciera a su antiguo yo: —-—¡ Pobre niño !—dijo y se echó a llorar. —¿Qué sucede? —Nadaurespondió Scrooge". Ayer noche un niño cantó una canción de Navidad ante mi puerta. Hubiera debido darle algo, eso es todo. El fantasma sonrió y dijo: —Veamos otra Navidad. La habitación se tomó más oscura y más sucia. Scrooge sabia que estaba solo otra vez, cuando todos los niños habían vuelto a su casa para pasar sus vacaciones. Ahora no leia, sino que iba de un lado a otro, desesperado. Echó una mirada ansiosa a la puerta, ésta se abrió y una niñita, más pequeña que el niño, entró precipitadamente y echando los brazos al cuello del niño, dijo: —¡Querido, hermanito! Vine para llevarte a casa de una vez por todas. A casa para siempre. Papá es tan bueno ahora, en comparación con lo que era antes, que la casa es como un paraíso. Me atreví a preguntarle si podias volver a casa. Y me dijo que si . No regresarás aqui nunca. —Fue siempre un ser delicado a quien un soplo hubiera bastado para marchitarlo——dijo el fantasma———. ¡Pero tenía un gran corazón! Murió siendo ya una mujer y tenia, creo, niños. —Uno solo repuso Scrooge. Cierto-dijo el fantasma——. ¡Tu sobrino! Scrooge parecía molesto, y contestó brevemente: —Sí. Aunque sólo hacía un instante que habian abandonado la escuela, corrían ahora por las bulliciosas calles de una ciudad. Era evidente, por el adorno de los escaparates que estaban otra vez en Navidad. Era el atardecer. El fantasma se detuvo a la puerta de una tienda y preguntó a Scrooge si la conocía. — ¿Conocerla? — contestó Scrooge——. ¡Si aquí trabajé de aprendiz hace años! AI ver a un anciano sentado tras un pupitre, Scrooge gritó: —¡Pero si es el viejo Fezziwig! ¡Que Dios lo bendiga! 115 El viejo posó su pluma y miró el reloj, que señalaba las siete y llamó con voz poderosa y jovial: —¡Ebenezer! ¡Dick! El antiguo yo de Ebeneger Scrooge, convertido ahora en un joven, acudió prontamente, acompañado por su camarada. —-¡Es Dick Wilkins!—dijo Scrooge al fantasma—. j Me queria mucho l ——-¡Vamos muchachosl——dijo Fezziwig—. Hoy no se trabaja más. Es víspera de Navidad. Pongan todo en orden. Todo lo transportable fue quitado, el piso barrido, las lámparas despabiladas, y el almacén quedó tan limpio como una sala de baile. Entró la señora Fezziwig, toda sonrisas. La siguieron sus tres hijas. Luego llegaron seis galanes y los jóvenes y muchachas empleadas en Ia casa. Vino también la criada, con su primo el panadero. Entró la cocinera y el lechero. Cuando el reloj dio las nueve se dio fin al baile familiar. El señor y la señora Fezziwig estrecharon la mano de todos los que salian, deseándoles feliz Navidad. Cuando las alegres voces se desvanecieron los aprendices fueron a acostarse en las camas colocadas bajo el mostrador. El espíritu hizo señas a Scrooge para que escuchara a los dos aprendices, que prodigaban entusiastas elogios a Fezziwig y luego dijo: —Sólo ha gastado tres libras de ese dinero que tú tanto aprecias. ¿Es tan grande la suma para que merezca tales elogios? —No.—dijo Scrooge—. La felicidad que otorga es tan grande como si costara una fortuna. Sintió sobre sí la mirada del espiritu y dejó de hablar. —¿Qué te ocurre?—-—preguntó el fantasma de la Navidad. —Nada—repuso Scrooge—. Unicamente que me hubiera gustado decirle ahora una o dos palabras a mi amanuense. Eso es todo. Su antiguo yo apagaba las lámparas cuando formuló este deseo, y Scrooge y el fantasma se encontraron nuevamente al aire libre. Scrooge se vio otra vez a sí mismo. Ahora estaba más viejo: era un hombre en plena madurez. Su rostro estaba marcado por las preocupaciones y la avaricia. No se encontraba solo. Estaba junto a una muchacha vestida de luto. —Otro ídolo ocupa mi lugar ———decía la joven dulcemente—, el ídolo de oro, y si él puede alegrarte y confortarte en el futuro, como yo hubiera intentado hacerlo, no hay razón para que sufra. He visto cómo tus más nobles aspiraciones desaparecian una por una. ——Nuestro compromiso ya es bastante viejo. Lo celebramos cuando ambos éramos pobres y estábamos contentos de serlo, esperando el día que pudiéramos mejorar nuestra fortuna por medio de un paciente trabajo. Has cambiado mucho. Yo sigo siendo la misma. Si fueras libre hoy o mañana, como ayer, ¿puedo creer que elegirías por esposa a una muchacha sin dote? O si, llegando a olvidar por un instante, a causa de ella, los principios que constituyen tu regla de conducta, te detuvieras en esa elección, ¿no tardarías en lamentarla y en arrepentirte? Lo creo y te dejo libre. Con toda sinceridad por amor a aquel que fuiste una vez. Ella lo dejó y se separaron. —¡No quiero ver nada más! —gritó Scrooge. 116 Pero el implacable fantasma lo cogió en sus brazos y Io forzó a que observara lo que iba a suceder. Estaban en otra escena y en otro lugar: una habitación, no muy amplia y hermosa, pero muy cómoda. Cerca del fuego estaba sentada una bella joven, tan parecida a la que acababa de ver Scrooge que la tomó por la misma, hasta que, observando detenidamente, vio una lozana matrona sentada frente a su hija. El ruido que se oía era atronador, pues había más niños y cada uno de ellos era tan bullanguero como cuarenta. Se oyeron unos golpes en la puerta. Corrieron a saludar al padre que llegaba acompañado de un hombre cargado de paquetes y juguetes de Navidad. ¡La alegría, Ia gratitud y el éxtasis l Es imposible describirlos. Horas después los niños subieron al piso alto de la casa, donde se metieron en sus camas. Scrooge miraba ahora al dueño de la casa cuya hija se reclinaba cariñosamente en su hombro, sentarse con ella y la madre junto al hogar, y cuando pensó que una criatura tan graciosa como ella podía haberlo llamado padre, y hubiera sido la primavera en el mustio invierno de su vida, se le empañaron los ojos. Belle dijo el esposo-—, esta tarde vi a un viejo amigo tuyo. El señor Scrooge. Pasé delante de la ventana de su oficina. Estaba solo, pues oí decir que su socio estaba a punto de morir. Espiritu, dijo Scrooge con voz alterada—. ¡Sácame de aquí ! Ya te dije que son las sombras de las cosas que fueron-dijo el fantasma. Scrooge se arrojó sobre el fantasma. Observó que su luz brillaba con fuerte fulgor, y relacionándolo con la influencia que tenía sobre él, se apoderó del apagador y se lo hundió en la cabeza. El espíritu desapareció debajo del gorro. Scrooge tenía conciencia de estar agotado y dominado por un sueño invencible y, además, de estar en su dormitorio. Apenas tuvo tiempo para arrastrarse vacilante hasta la cama antes de hundirse en un profundo sueño. Al despertar no tuvo necesidad de que le dijeran que el reloj estaba por dar la una. Sintió que habia vuelto a la conciencia a tiempo para mantener una conferencia con el segundo mensajero enviado por mediación de Jacob Marley. Cuando el reloj dio la una, y ningún fantasma se le apareció fue presa de un violento estremecimiento. Permaneció acostado en la cama, en la que se reunían los rayos de una luz rojiza que lo iluminó por completo cuando el reloj anunció la hora. Esa luz le causó más alarma que una docena de espíritus, pues no podía comprender su significado ni su causa. Por último, no obstante, se dio a pensar que el origen de esa luz fantasmagórica podría estar en la pieza vecina, de la cual, parecía provenir. Se levantó y fue hacia la puerta. El segundo espíritu: el presente. En el momento en que Scrooge ponia la mano en el cerrojo, una voz extraña lo llamó por su nombre y le ordenó entrar. Obedeció. Era su propio salón. Las paredes y el techo estaban decoradas de follaje verde donde centelleaban resplandecientes bayas. Amontonados en el suelo, formando una especie de trono, había pavos, gansos, faisanes, lechoncitos, castañas asadas, inmensos pasteles de varios pisos, hirvientes tazones de ponche. Reclinado en un lecho se hallaba un simpático gigante. Tenía en la mano una resplandeciente antorcha y la mantenía en alto, de modo que su luz bañara a Scrooge. —Soy el Espiritu de la Navidad -—dijo el fantasma. 117 Esta Navidad estaba vestida con una túnica verde con una franja de piel blanca. En la cabeza llevaba una rama de acebo, salpicada de brillantes cristales de hielo. —Espiritu——dijo Scrooge sumisamente—, si tienes algo que enseñarme, no pido nada mejor que sacar de ello algún provecho. —¡Toca mi túnica! Scrooge obedeció y se aferró al manto. Se hallaron en las calles de la ciudad en la mañana de Navidad. Las campanas llamaron a la gente a las iglesias y capillas, y todos acudieron ataviados con sus mejores galas y sus semblantes más sonrientes. En el mismo momento, innumerables personas llevaban sus comidas a las panaderias, para ponerlas en el horno. El espíritu se quedó de ple con Scrooge en el portal de un panadero y, levantando las tapaderas de las fuentes a medida que pasaban rociaba la comida con el incienso que se desprendia de su antorcha. Era una antorcha extraordinaria la suya, pues una vez o dos, habiéndose dirigido algunos portadores de comida palabras coléricas por haberse tropezado entre sí, le bastó dejar caer unas cuantas gotas de agua de la antorcha sobre ellos y al punto los hombres recobraron el buen humor, exclamando que era una vergüenza reñir en Navidad Siguieron andando por los suburbios de la ciudad. Llegaron a la casa del amanuense de Scrooge. En el umbral de la puerta, el espíritu roció la morada de Bob Cratchit con el beneficio de la antorcha. Apareció la mujer de Cratchit, vestida pobremente. Puso el mantel en la mesa ayudada por su hija Belinda, mientras el joven Peter Cratchit hundía un tenedor en la marmita llena de patatas. Entraron un niño y una niña gritando que venian de aspirar el aroma del ganso a la puerta del panadero, y que sabían que era el suyo. En ese instante, entró otra joven. ——-¡Bendito sea Dios, Marta! ¡Qué tarde IIegas!-——dijo la señora Cratchit. —Tuvimos muchísimo trabajo madre-—respondió la joven. “¡Papá llega!—gritaron los dos pequeños Cratchit. Entró Bob cargando a Tiny Tim sobre su hombro. Llevaba muletas y tenía las piernas sostenidas por un armazón de hierro. Los dos pequeños se apoderaron de Tiny Tim y Io llevaron para que viera el budin en la cacerola. —¿Y cómo se portó Tiny Tim? —preguntó la señora Cratchit. —Maravillosamente bien —respondió Bob-—. Me decía, mientras volvíamos a casa, que esperaba haber sido notado en la iglesia por los fieles, por cuanto es un lisiado, y los cristianos deben gustar de recordar, sobre todo el día de Navidad, a Aquel que hizo andar a los cojos y ver a los ciegos. Se oyó un ruido de muletas, y el pequeñito Tim apareció antes de que pudieran decir otra palabra, escoltado por su hermano y hermana hasta el taburete colocado cerca del fuego. Mientras tanto Bob preparaba en una jarra una mezcla de ginebra y limón que colocó en la lumbre para que hirviera. Los pequeños Cratchit salieron a buscar el ganso. ¡Jamás se vio un ganso como ese! Bob afirmó que no creía que se hubiese cocinado nunca uno semejante. Su blandura, su sabor, fueron objeto de la admiración universal. Con la salsa de manzana y el puré de patatas, bastó para la cena de toda la familia. Cuando Ia cena terminó se puso al fuego una paletada de castañas. Entonces toda la familia se alineó en torno del hogar. Bob vertió en los vasos el caliente liquido de la jarra, los repartió y dijo: 118 ¡Feliz Navidad para todos! ¡Que Dios nos bendiga! La familia entera hizo eco. —¡Que Dios bendiga a cada uno de nosotros !—dijo Tiny Tim, el último de todos. —-Espiritu,—dijo Scrooge con un interés que jamás habia sentido antes, dime si Tiny Tim vivirá. —Veo una silla vacía junto al pobre hogar, y una muleta sin dueño guardada. Si mi sucesor no cambia nada en esas imágenes, el niño morirá. —¡Brindemos por el señor Scrooge, patrón de nuestras fiestas!——decía Bob. —¡Buen patrón!——exclamó la señora Cratchit-—. ¡Quisiera que estuviese aquí! ¡Ya le haría saber yo lo que pienso de él l —Querida-replicó Bob—; ¡el dia de Navidad ! —Tiene que ser el dia de Navidad-—repuso colérica la señora Cratchit, para que se beba a la salud de un hombre tan odioso, tan avaro, tan duro y tan insensible de corazón como el señor Scrooge. ¡Tú sabes que él es así, Robert! ¡Nadie mejor que tú Io sabe! «Pero querida... —respondió Bob dulcemente——. ¡Es Navidad! —Beberé a su salud por amor a ti y en honor a este día-dijo la señora Cratchit“, pero no porque lo merezca. ¡Le deseo una feliz Navidad y feliz Año Nuevo! Los niños bebieron a la salud del señor Scrooge después de su madre. Fue lo primero que, durante esa velada, hicieron de mala gana. La sola mención del nombre de Scrooge arrojó sobre la fiestecita una sombría nube que no se disipó hasta que pasaron cinco largos minutos. Transcurrido ese tiempo, la alegría fue diez veces mayor que antes. No era una familia hermosa, no estaban bien vestidos, no obstante eran felices, agradecidos, encantados los unos de los otros y contentos con su suerte. Antes de partir, Scrooge mantuvo los ojos clavados en ellos, especialmente en el pequeño Tim, hasta el último momento. Mientras tanto había llegado la noche. Fue una gran sorpresa para Scrooge ver a su sobrino en una habitación perfectamente iluminada, cálida, resplandeciente por su limpieza, con el espíritu sonriendo a su lado, y mirando a ese mismo sobrino con dulzura y complacencia. El sobrino reía apretándose las costillas, mientras la sobrina política de Scrooge y los amigos que estaban con ellos, también reian de tan buena gana como él. —iPalabra de honor!——exclamó el sobrino de Scrooge—. ¡Dijo que Ia Navidad es una tontería! ¡Y realmente Io pensaba! —¡lVlás razón para que se averguence, Fred! —dijo la sobrina de Scrooge, indignada. La sobrina de Scrooge era bonita, con un rostro encantador, con los ojos más vivos y chispeantes que puedan iluminar un rostro. —¡Es un viejo de lo más curioso! —dijo el sobrino——. Podria ser más agradable, pero sus defectos llevan consigo su propio castigo, y nada tengo que decir contra él. 119 —¿Crees que es muy rico, Fred? —preguntó la sobrina. —¡Qué importa su riqueza, querida! No le sirve para nada. No la emplea para hacer el bien a nadie, ni siquiera a sí mismo. A mí me da pena, y jamás podré guardarle rencor. ¿Quién sufre por sus desatinos? El, siempre él. Se le metió en la cabeza no queremos y rehusa cenar con nosotros. ¿Y cuál es la consecuencia de eso? Pierde momentos de placer que no le harían ningún daño. Eso no impide que piense brindarle todos los años la misma oportunidad, le guste o no, pues siento lástima de él. Al cabo de un rato jugaron a las prendas, pues conviene a veces volverse niño, sobre todo en Navidad, ya que su Creador fue también un niño. Luego a las adivinanzas. Estaban reunidas unas veinte personas, viejas, jóvenes, pero todas jugaban, hasta que el propio Scrooge, olvidándose, tan interesado se hallaba en la escena, de que no se podía oír su voz, daba en alta voz las respuestas. Complacia mucho al fantasma verlo de tan buen talante y lo miró con tanta benevolencia, que Scrooge le rogó que le permitiera quedarse alli hasta que los invitados se marcharan. Pero el espíritu le dijo que era imposible. Mucho fue lo que vieron y larga la distancia recorrida, pues visitaron numerosos hogares. El espiritu se detuvo junto al lecho de los enfermos, y a éstos les volvió la alegria. Asilos, hospitales y cárceles, en todos los refugios de la desdicha, cuyas puertas los hombres de vano poder habían cerrado para impedir que entrara el espíritu, allí dejó su bendición. Fue una larga noche, si todas esas cosas se realizaron en una sola noche. Era una cosa extraña que, mientras que Scrooge no experimentaba modificación alguna en su forma exterior, el espiritu se tomaba más viejo. ——¿Es tan corta la vida de los espiritus? ——preguntó Scrooge. —-Mi vida en este mundo es muy breve ——contestó el fantasma—. Termina esta noche. ——-¡Esta noche!—exclamó Scrooge. —-A medianoche. ¡Escucha! ¡La hora se acerca! En esos momentos las campanas daban las once menos cuarto. --Perdona la indiscreción de mi pregunta- dijo Scrooge, que miraba fijamente la túnica del espíritu”, pero veo una cosa extraña salir de debajo de tu manto. ¿Es un pie o una garra? ——-Podría ser una garra— fue la doliente respuesta—. Mira. De los pliegues de su vestidura salieron dos niños, dos miserables criaturas abyectas, espantosas, horribles, que se arrodillaron a los pies del fantasma y se aferraron, desesperadamente, a su túnica. ——¡Espíritu! ¿Son tus hijos? —Scrooge no pudo decir más. ——Son los hijos de los hombres -—dijo el espiritu—. Y se aferran a mí para implorarme que los aleje de sus padres. El niño se llama Ignorancia. La niña, Miseria. Guárdate del uno y de la otra y de toda su descendencia. El tercer espíritu: el futuro. 120 El reloj dio las doce. Scrooge buscó al espíritu, pero no lo vio más. Al cesar la última campanada, recordó la predicción del viejo Jacob Marley, y levantando los ojos, vio a un fantasma de aspecto solemne, envuelto en capa y capucha, y que venía hacia él arrastrándose como la bruma sobre el suelo. El fantasma se acercó, lenta, grave, silenciosamente. La amplia vestidura negra le ocultaba la cabeza, la cara, las formas, y no descubría más que una mano extendida. —¿Estoy en presencia de la Navidad venidera?— preguntó Scrooge. El espectro no contestó, sino que siguió con la mano extendida. Aunque acostumbrado ya a la compañía de fantasmas, Scrooge sentía tanto temor en presencia de ese espectro silencioso. ———¡Espíritu del futuro!——exclamó——-. ¡Te temo más que a ninguno de los espectros que haya visto antes! Pero, como sé que te propones mi bien, y como espero vivir para ser un hombre completamente distinto del que fui, estoy listo a acompañarte y hacerlo con un corazón agradecido. Nada contestó el espíritu. Se alejó y Scrooge lo siguió en la sombra de su vestidura. Y le pareció que esta sombra lo levantaba y Io llevaba consigo. La ciudad surgió en torno de -ellos. Estaban en la Bolsa, entre los comerciantes que iban de aquí para allá, haciendo tintinear el dinero en sus bolsillos, agrupándose para hablar de negocios, como tan a menudo los habia visto Scrooge. El espíritu se detuvo cerca de un reducido grupo de hombres de negocios. Scrooge, observando la dirección de su mano, extendida hacia ellos, se acercó para escuchar la conversación. -—-No... — decia un hombre gordo——, no sé gran cosa; sólo sé que ha muerto la noche pasada. —¿Y qué hizo de su dinero? —preguntó otro señor rubicundo. —No sé-dijo el primer hombre——. Tal vez lo haya dejado a su sociedad; en todo caso, no me lo ha dejado a mí. La humorada fue recibida con una risa general. —Es muy probable——dijo el mismo interlocutor—que el funeral sea barato, pues no conozco a nadie dispuesto a ír a su entierro. El grupo se dispersó y fue a mezclarse con otros. Scrooge reconocía a todos esos personajes; miró al espíritu como pidiéndole una explicación de lo que acababa de oír. El fantasma se deslizó por una calle y señaló con el dedo dos individuos. Scrooge los conocia. Eran hombres de negocios, ricos y considerados. El siempre se habia preocupado de estar bien colocado en su estimación, desde el punto de vista de los negocios, se entiende. ——Bien——dijo el primero—. Parece que le llegó su hora al viejo demonio. —Así parece. Tengo otras cosas en que pensar. Buenos dias. 121 Scrooge se sintió sorprendido por la importancia que el espiritu concedía a una conversación al parecer trivial; pero convencido de que debía tener un sentido oculto, se puso a meditar, cuál podría ser. Era imposible que se relacionara con la muerte de su antiguo socio, pues esto pertenecía al pasado, y el dominio de este espíritu era el porvenir. Abandonando el ruidoso teatro de los negocios fueron a un barrio oscuro de la ciudad. Las calles eran estrechas y sucias; las casas y tiendas, miserables. En una tienda donde se compraban hierros, harapos, botellas, huesos y otros residuos, se hallaba un truhán de unos setenta años de edad atendiendo a dos mujeres y un hombre. ' ——¡Mira, viejo Joe, qué casualidad! ¿No se diría que nos hemos dado cita aqui los tres?—dijo una de las mujeres. —No hubieran podido reunirse en mejor lugar— dijo Joe. El hombre, vestido con un traje negro raído, pues trabajaba en las pompas fúnebres, presentó primero su botín: dos sellos, un portalápices, un par de gemelos y un alfiler de poco valor. Cada uno de los objetos fue valuado por Joe que escribía con tiza en la pared las sumas que estaba dispuesto a dar, e hizo un total cuando vio que no había nada más. —Esa es tu cuenta——dijo—. ¿Quién viene ahora? Se adelantó una de las mujeres. Sacó de su paquete un rollo grande y pesado de una tela oscura. ———Cortinas de cama-dijo. «¿Quieres decirme que las sacaste, con argollas y todo, mientras él estaba allí, rígido, en la cama? ——Por supuesto—respondió la mujer—. No voy a retirar la mano cuando puedo ponerla sobre cualquier cosa sin miramiento con un hombre semejante. No dejes caer aceite sobre las frazadas. ' —¿Sus frazadas? ——¿Y de quién si no?—-respondió la mujer—. ¿No tendrás miedo que se resfríe sin ellas, verdad? . Scrooge escuchaba horrorizado este diálogo. Esas personas le causaban un sentimiento de odio y de disgusto tan fuerte como si hubiese visto demonios ocupados en disputarse su cadáver. ——¡Espíritu! Ahora comprendo -—dijo Scrooge—. La suerte de ese infortunado podría ser la mia. ¿Qué es lo que veo? Retrocedió horrorizado, pues la escena había cambiado, y ahora estaba tan cerca de una cama, que casi la tocaba; una cama desnuda, sin cobijas ni cortinas, en la cual, bajo una raída sábana, reposaba algo. Una pálida luz, procedente del exterior, caía directamente sobre el lecho, donde yacía el cadáver de ese hombre despojado, robado, abandonado por todo el mundo, junto al que nadie lloraba, nadie velaba. Scrooge miró al espíritu. Su firme mano señalaba la cabeza del muerto. Scrooge sintió el deseo de descubrir el rostro del cadáver, pero tenía tan pocas fuerzas para ello como para echar al espectro de su lado. 122 —Espiritu—dijo——, hazme ver alguna escena de ternura estrechamente ligada con la muerte, de lo contrario esta habitación estará para siempre en mi memoria. El fantasma lo condujo a la casa del pobre Bob Cratchit, y hallaron a la madre y a sus hijos sentados alrededor del fuego. Bob entró con su bufanda; bien que la necesitaba el pobre hombre. Su té estaba preparado, cerca del fuego. Los dos pequeños Cratchit se encaramaron en sus rodillas, y ambos apoyaron sus mejillas contra sus sienes, como diciéndole: ¡No pienses más, papá; no te apenes más ! Bob se mostró muy alegre con ellos y tuvo para todos una buena palabra. —¿Fuiste hoy, Bob?—preguntó su mujer. —Si, querida—respondió Bob—. Me habría gustado que fueras tú también. Te hubiera hecho mucho bien ver qué lugar más bonito y más verde. Pero tú irás a verlo a menudo... ¡ Mi pobre, mi pobrecito hijo! Rompió a llorar sin poder evitarlo. Después más calmado dijo: —Estoy seguro de que ninguno de nosotros olvidará a Tim.“ —Jamás, papá-dijeron todos a un tiempo. —-Y sé también que cuando recordemos cuán dulce y paciente fue, aunque era un niñito muy pequeño, no tendremos querellas los unos con los otros, pues eso seria como olvidar al pobrecito Tim. —¡No, nunca, papá!-—repitieron todos. “¡Espiritu! —exclamó Scrooge—, algo me dice que la hora de la separación se aproxima, aunque no sé cómo será. ¿No puedes decirme quién era el hombre a quien vimos en su lecho de muerte?. El fantasma de la Navidad venidera lo llevó hasta un cementerio. Alli, sin duda, yacia, algunos pies bajo tierra, el desdichado cuyo nombre iba a saber. El espiritu se detuvo entre las tumbas y le señaló una. Scrooge fue hasta ella temblando. —Antes que dé un paso más hacia esa lápida que me señalas —dijo Scrooge—, respóndeme a esta pregunta: Todo esto ¿es la imagen de lo que debe ser, o sólo es lo que puede ser? . El fantasma, por toda respuesta, bajó la mano del lado de la tumba cerca de la cual se hallaba y, siguiendo la dirección del dedo, leyó en la piedra de un sepulcro abandonado su propio nombre: EBENEZER SCROOGE —¿Soy yo, pues, el hombre que vi yacente en su lecho de muerte? —exclamó, cayendo de rodillas. El dedo del fantasma se dirigió alternativamente de la tumba a él y de él a la tumba. ——¡No, espíritu, no, no! El dedo siempre estaba alli. —¡Espiritu ! gritó aferrándose a su túnica—-. Yo ya no soy el hombre que era, no seré tampoco el hombre que hubiese sido si no hubiera tenido la dicha de conocerlos. ¿Por qué mostrarme todas estas cosas si no hay ninguna esperanza para mi? Por primera vez el espiritu pareció vacilar. 123 —Bondadoso espíritu—prosiguió Scrooge—, intercede por mi, ten piedad de mi. Asegúrame que puedo cambiar esas imágenes, si cambio de vida. La mano se agitó con un gesto benévolo. —Honraré la Navidad con todo mi corazón y me esforzaré por mantener su culto todo el año. Viviré en el pasado, el presente y el porvenir. Los tres espíritus ya no se apartarán de mi, pues no quiero olvidar sus lecciones. ¡Dime qué puedo hacer para borrar la inscripción de esa lápida! Levantando las manos en un último ruego, a fin de obtener del espiritu que cambiara su destino, Scrooge percibió una alteración en el manto y el capuchón de aquel, que disminuyó de talla, se abatió sobre si mismo y se transformó en un barrote de la cama, La cama era la suya, la habitación era la suya. Y lo mejor y más feliz del caso era que el tiempo era también suyo, y por consiguiente debía arrepentirse. Estaba tan animado, tan caldeado de buenas intenciones, que su voz alterada apenas respondía al sentimiento que lo inspiraba. Habia sollozado violentamente en su lucha con el espiritu, y su rostro estaba inundado de lágrimas. Mientras tanto, sus manos estaban ocupadas con sus prendas de vestir; les daba vuelta, las revolvia, las arrojaba al suelo, las hacía cómplices de toda clase de extravagancias. —¡Ya no sé lo que hago! dijo, riendo y llorando a la vez———. Me siento tan ligero como una pluma; soy feliz como un ángel, alegre como un escolar, aturdido como un hombre ebrio. ¡Feliz Navidad a todo el mundo! ¡Un buen, un feliz Año Nuevo a todos ! Había pasado brincando del dormitorio 'a la sala, y allí estaba ahora, sin aliento de tan emocionado. Para un hombre que había estado sin reir tantos años, era una de las risas más magníficas la madre de una larguísima estirpe de risas. "No sé qué dia es hoy-dijo Scrooge—. Ignoro cuánto tiempo pasé entre los espíritus. No sé absolutamente nada. Soy como un niño pequeño, pero no me importa, prefiero ser un niño. Fue interrumpido por las campanas de las iglesias que repicaban con una fuerza como nunca habia oido. Corriendo a la ventana, la abrió y miró afuera. Nada de bruma, nada de niebla. Era un día claro, brillante, jovial, conmovedor, frío; frío para excitar la sangre y asi poder bailar; la luz del sol era dorada; el cielo, digno del paraíso; el aire fresco y suave; las campanas, ¡qué alegría! ¡Oh, qué día glorioso! ¡Glorioso ! —¿En qué dia estamos? —gritó Scrooge desde su ventana a un chico endomingado, que se había detenido tal vez para mirarlo. —¡Hoy ! ¡Pero hoy es Navidad! ——respondió el muchachito. —¡Navidad!—dijo Scrooge—. Por lo tanto, no la perdí. Los espiritus lo hicieron todo en una noche. Pueden hacer lo que desean, ¿quién lo duda?, claro está que pueden. ¡Hola,ven,amiguito! —¡Hola!—respondió el niño. —¿Conoces la tienda del vendedor de aves, en la esquina de la segunda calle? —¡Ya lo creo! —¡Qué muchacho más inteligente! -—dijo Scrooge—. ¡Un muchacho notable! ¿Sabes si han vendido ese soberbio pavo que tenían colgado ayer? —¿Ese que es casi tan grande como yo? Sigue colgado. 124 —¿De veras?—dijo Scrooge—. Anda y cómpralo. —Bromas no, ¿eh?—exclamó el muchacho. —-—No——dijo Scrooge—. Hablo seriamente. Ve y cómpralo y diles que me Io traigan; aquí les daré la dirección adonde deben llevarlo. Vuelve tú con el mozo y te daré un chelín. ¡Mira, si vuelves ein menos de cinco minutos te daré media corona! El muchachito salió disparado como una bala. -Se lo enviaré a Bob Cratchit —murmuró Scrooge, frotándose las manos y rompiendo a reir—. No sabrá quién se lo mandó. ¡Y es dos veces más grande que el pequeño Tiny Tim! Nadie inventó una broma mejor que lo que hago yo mandándole el pavo a Bob... La mano con que escribió la dirección no era muy firme, pero de todos modos pudo trazarla, y bajó la escalera para abrir la puerta de la calle y recibir al mandadero de la tienda de aves. Mientras aguardaba la llegada de éste, se fijó en la aldaba. —-¡La amaré mientras viva! ——dijo Scrooge, acariciándola—. Apenas si la observé antes. ¡Es una maravillosa aldaba! ¡Ah, aqui llega el pavo! ¡Hola, feliz Navidad! Era todo un señor pavo. Parecía imposible que un ave así hubiese podido alguna vez sostenerse sobre sus patas. —¡Vamos! No va a poder llevarlo hasta Camden Town a pie. Tiene que tomar un coche. La risita con que acompañó estas palabras, y la risita con que pagó el coche, y la risita con que recompensó al muchachito, sólo fueron superadas por la risita que tuvo al sentarse en su sillón, sin aliento, y se la pasó riendo hasta que le brotaron las lágrimas. Poniéndose su mejor ropa salió a la calle. La gente salía en ese momento en gran cantidad tal como lo había visto en compañía de la Navidad Presente; y caminando con las manos a la espalda, Scrooge contemplaba a todos con una sonrisa de deleite. Parecía tan gozoso que tres o cuatro mozos le dijeron: ¡Muy buenos dias, señor! ¡Que pase una teliz navidad ! Y Scrooge afirmó a menudo, más tarde, que de todos los sonidos agradables que habia escuchado, esos habían sido, sin contradicción, los más dulces a su oído. Fue a la iglesia, y anduvo por las calles y miró cómo la gente se daba prisa para correr de un lugar a otro, y dio una palmadita en la cabeza de los niños, e interrogó a los mendigos sobre sus necesidades, echó curiosas miradas a las cocinas de las casas, miró a través de las ventanas, y comprendió que todo le causaba placer. Nunca se imaginó que un paseo, que cualquier cosa, le causaría tanto placer. Por la tarde dirigió sus pasos hacia la casa de su sobrino. Pasó y volvió a pasar una docena de veces delante de la puerta antes que tuviera el coraje para acercarse a golpear. Pero por fin se decidió y golpeó. —¿Está tu amo en casa, querida niña? —preguntó Scrooge sonriente a la muchacha de servicio. —Sí, señor. Está en el comedor con la señora. Scrooge se dirigió al comedor y abrió la puerta. La joven pareja se encontraba examinando la mesa pues los recién casados son siempre cuidadosos en el servicio y desean que todo esté como es debido. 125 —¡Fred!—-|Iamó Scrooge. ¡Cómo se sobresaltó su sobrina política! —¡Dios bendito!— dijo Fred. —Vengo a cenar dijo Scrooge- ¿Me lo permites, Fred? ¡Permitirsele! Le estrechó con tanta fuerza la mano que por poco le arrancó el brazo. Al cabo de cinco minutos Scrooge se sintió tan cómodo como en su casa. Nada podía ser más cordial que la recepción de su sobrino; la sobrina imitó a su marido, al igual que todos los invitados. ¡Qué maravillosa fiesta, qué maravillosos juegos, qué maravillosa felicidad! Pero al dia siguiente Scrooge llegó muy temprano a su oficina. ¡Si pudiera llegar primero y sorprender a Bob Cratchit llegando tarde ! Eso era lo que intentaba hacer con tanto ahinco. Y Io consiguió. El reloj dio las nueve, nada de Bob; las nueve y cuarto, nada de Bob. Bob llegó con un atraso de dieciocho minutos y medio. Antes de abrir la puerta, Bob se quitó el sombrero, después la bufanda: en un abrir y cerrar de ojos estuvo sentado en su taburete y se puso a hacer correr la pluma como si intentara recuperar nueve horas. —-—¡Ah!—— gruñó Scrooge con su voz habitual, imitando lo mejor que pudo su tono de antaño——, ¿Quiere decirme qué significa llegar a esta hora? —Lo lamento muchisimo, señor-—respondió Bob——. Me demore... —--¿Quiere hacer el favor de venir aquí? —¡Una sola vez al año, señor! —dijo Bob timidamente—. No me sucederá mas. Nos divertirnos un poco ayer, señor... ——Muy bien, pero le diré, amigo mio—— agregó Scrooge——, que no puedo dejar que las cosas sigan así. Por consiguiente-prosiguió, saltando de su taburete y dándole a Bob golpes en las costillas que por poco lo derribó-—-, ¡le voy a aumentar el sueldo! Bob se echó a temblar y se acercó al escritorio. Por un momento pensó en asestarle un golpe a Scrooge, asirlo del cuello y pedir auxilio a las personas que pasaban por la calle para hacerle poner una camisa de fuerza. ——¡Feliz Navidad, Bob!— dijo Scrooge, con una emoción que no se podia poner en duda, mientras le daba cordiales palmadas en el hombro—. ¡La más feliz de las Navidades, Bob, mi buen amigo, como nunca se la deseé en tantos años! Le aumentará el sueldo y me esforzaré por ayudar a su laboriosa familia; además, esta tarde discutiremos nuestros asuntos bebiendo ponche de Navidad. ¡Bob, eche carbón en las dos chimeneas, un balde lleno, Bob Cratchit! Scrooge cumplió aún más de lo prometido. No sólo mantuvo su palabra sino que hizo más, mucho más. En cuanto a Tiny Tim, que no murió, Scrooge fue para él como un segundo padre. Llegó a ser un amigo tan devoto, un patrón tan generoso, un hombre tan bondadoso, que pocos hubo como él en la vieja ciudad, o en cualquier otra vieja ciudad, villa o aldea del mundo. Algunas personas se rieron cuando vieron el cambio experimentado por él, pero las dejó reír y no reparó en ellas, pues halbía adquirido la suficiente sabiduria como para saber que nada de bueno sucede en este mundo sin que haya gente que al principio lo tome a risa. 126 Puesto que es preciso que esas personas sean ciegas, él pensaba que, después de todo, vale más que su enfermedad se manifieste en forma de risa. Su corazón estaba lleno de alegria, y eso le bastaba. No tuvo más entrevistas con los espiritus, pero en cambio se mezcló mucho con los hombres, cultivando la amistad y la familia, y siempre se dijo de él que sabía celebrar la Navidad como nadie supo jamás festejarla. ¡Que esto pueda ser dicho también de todos nosotros! Y como lo observó el pequeño Tim: ¡Que Dios bendiga a todos! 127 FICHERO 15 GUY DE MAUPASSANT. 1850-1893 1. ORGANlZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diezz minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Guy de Maupassant. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Guy de Maupassant. Su vida y obra. Se explicará lo que es un caligrama. Qulé fue Guillaume Apollinaire (1880-1918). Se mostrarán ejemplos. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta: El Aderezo. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes elaborarán un caligrama a partir del tema de la lectura. 3. PUESTA EN COMÚN l CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se presentarán algunos de los caligramas elaborados por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 128 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de Ia institución. Bibliografía: Maupassant, Guy de (1996) Horla y otros cuentos. Madrid: Alianza Maupassant Guy de (1985) Bola de sebo y 22 cuentos completos. México: Editores Mexicanos Unidos Apollinaire, Guillaume (1987) Caligramas. Madrid: Ed. Cátedra. Biblioteca digital Ciudad Seva. www.ciudad seva.com es.wikipedia.org/wiki/Caligrama TEXTOS DE REFERENCIA. El aderezo. Era una de esas lindas y encantadoras muchachas nacidas, como por un error del destino, en una familia de empleados. No tenia dote ni esperanzas, ningún medio de ser conocida, comprendida, amada, casada con un hombre rico y distinguido; y se dejó casar con un escribiente del Ministerio de Instrucción Pública. Vestía con sencillez, ya que no podía hacerlo de otro modo; pero se sentía desdichada, como una mujer fuera de su ambiente; pues las mujeres no tienen casta ni raza, sino que su belleza, su gracia y su encanto les sirven de clase y familia. Su natural finura, su instinto de la elegancia, su flexibilidad de espíritu, constituyen su única jerarquía, y hacen a las hijas del pueblo iguales a las damas más encopetadas. Ella sufría continuamente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría con la pobreza de su habitación, con la miseria de las paredes, con lo maltrecho de las sillas y la fealdad de los tapizados. Todas estas cosas, que otra mujer de su casta no habría siquiera advertido, la torturaban e indignaban. Soñaba con antesalas silenciosas, ornadas de tapices orientales, iluminadas por altos candelabros de bronce, y con dos corpulentos Iacayos de pantalón corto, en anchos sillones, adormilados por el calor de la estufa. Soñaba con grandes salones revestidos de antiguas sedas, con muebles finos ostentando inestimables chucherías, con saloncillos coquetos, perfumados, para la charla de las cinco de la tarde con los amigos más íntimos, los hombres conocidos y buscados de quienes todas las mujeres envidian y anhelan la atención. Cuando se sentaba, para comer, ante la mesa redonda, cubierta con un mantel de tres dias de uso, frente a su marido, que destapaba la sopera, diciendo, con aspecto encantado: ¡Ah, el rico pot-au-feu! ¡No conozco nadla mejorl, ella pensaba en las cenas distinguidas, en las relucientes platerías, en los tapices que poblaban las paredes de personajes antiguos y de pájaros extraños, en medio de un fantástico bosque; pensaba en los platos exquisitos, servidos en vajillas maravillosas, en las galanterías que se decían al oído y que se escuchaban con una sonrisa de esfinge, mientras se comía rosada carne de trucha o tiernas alas de gallineta. Ella no tenía vestidos, no tenia joyas, nada. Y no amaba sino esto. Y se sentía hecha para eso. Le habría gustado tanto agradar, ser envidiada, ser seductora y admirada. Tenía una amiga rica, una compañera de colegio, a la que no quería ir a ver, porque, al regresar, sufría. Lloraba días enteros, de pena, de anhelo, de desesperación y de miseria. Pues bien; una tarde, su marido entró, glorioso, llevando en la mano un ancho sobre. —Toma-—Ie dijo-——, ahí tienes algo para ti. Ella desgarro apresuradamente el papel y sacó una tarjeta impresa, en la que se leían estas palabras: 129 El Ministro de Instrucción Pública y Mmse. Georges Ramponneau ruegan a M. y Mme. Loisel que les hagan el bonor de venir al Hotel del Ministerio, la noche del lunes 18 de enero. En vez de quedar maravillada, como lo esperaba su marido, ella echó con desilusión la tarjeta sobre la mesa, diciendo: —¿Y qué quieres tú que yo haga con eso? —Pero, querida mía, esperaba que te pusieras contenta. No sales nunca, y esta es una ocasión, una hermosa ocasión. Mucho trabajo me ha costado conseguirla. Todo el mundo quería, y no suelen darlas a los empleados. Alli verás a todo el mundo oficial. Ella le miró, irritada, y dijo con impaciencia: —Qué quieres que me ponga para ir? No lo había pensado él. Balbuceó: “Pues, el vestido que usas para ir al teatro. A mí me parece que está bien. Calló, estupefacto, al ver que su mujer lloraba. Dos grandes lágrimas descendían lentamente hacia la comisura de sus labios; él tartamudeó: ¿Qué te pasa? Pero, con un esfuerzo violento, ella habia dominado su pena, y respondió con voz tranquila, enjugándose las mejillas: —Nada. Nada más que no tengo yestido, y que no podré ir a la fiesta. Dale tu tarjeta a algún amigo cuya mujer esté mejor equipada que yo. El estaba desolado. Dijo: -Vamos, Matilde. ¿Cuánto costará un vestido bueno, que pudiera servirte también para otras ocasiones, algo muy sencillo? Reflexionó ella por unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando también en la cantidad que podría pedir sin atraerse un rechazo inmediato y una exclamación desconcentada del tenedor de libros. Por fin, respondió, titubeando: ———No sé, exactamente, pero me parece que por cuatrocientos francos encontraría algo. El había palidecido un poco, pues reservaba justamente esa suma para comprarse una escopeta e ir de cacería el verano siguiente, a la llanura de Nanterre, con unos cuantos amigos que iban a disparar a las alondras los domingos. Pero dijo: Bien, te doy cuatrocientos francos. Pero trata de conseguir un vestido bonito. Se acercaba el día de la fiesta, y la señora Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Empero, su vestido estaba listo. El marido le dijo una noche: ¿Qué tienes? Vamos a ver; estás tan rara desde hace tres días. 130 Y ella respondió: ——Me molesta no tener una joya, ni una piedra preciosa, nada que ponerme. De todos modos parecerá miserable. Casi preferiría no ir esta noche. El opinó: —Ponte flores naturales. Es muy elegante y ahora se estila. Por diez francos, tendrás dos o tres rosas magnificas. Pero a ella no le convencía. —No hay nada más humillante que tener facha pobre entre mujeres ricas. Su marido exclamó: - ¡Qué tonta eres! Ve a ver a tu amiga, la señora Forestier, y dile que te preste alguna de sus joyas. Tienes bastante confianza con ella para hacerlo. Ella lanzó un grito de alegría: —Es verdad, no se me había ocurrido. Y al dia siguiente fue a casa de su amiga, y le contó sus penas. La señora Forestier fue hacia su ropero de espejo, sacó un cofre, lo trajo, lo abrió, y dijo a la señora Loisel: —Escoge. La señora Loisel vio primero los brazaletes, luego un collar de perlas, después una cruz veneciana de oro y pedreria, de un admirable trabajo. Probaba los adornos ante el espejo, dudaba, no podía decidirse a dejarlos, a devolverlos. Preguntaba todo el tiempo: —¿No tienes otras? —Si. Busca. No sé lo que te agradará. De pronto descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio aderezo de brillantes, y su corazón se puso a latir de inmoderado deseo. Sus manos temblaban al tomarlo. Lo colocó en su cuello y permaneció en éxtasis ante ella misma. - Luego preguntó, llena de angustia: —¿Puedes prestarme esto, nada más esto? —Por supuesto que sí. Saltó al cuello de su amiga, la besó con arrebato y salió corriendo con su tesoro. Llegó el día de la fiesta. La señora Loisel tuvo un éxito extraordinario. Era la más bonita de todas, elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre y trataban de serle presentados. Todos los agregados al Ministerio la sacaban a bailar. Hasta el Ministro se fijó en ella. Danzaba con embriaguez, con arrebato, dominada por el placer, no pensando ya en nada, llena del triunfo de su belleza, de la gloria de su admiración, en una especie de nube de felicidad, hecha de todos aquellos homenajes, de todas aquellas alabanzas, de todos aquellos deseos despertados, de aquella victoria tan completa y tan grata al corazón de las mujeres. Partió a eso de las cuatro de la mañana. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncillo desierto, con otros señores cuyas esposas se divertían mucho. El le echó sobre los hombros el abrigo que había traido para la salida, modesta prenda de uso cotidiano, cuya pobreza descomponía la elegancia del vestido de baile. Ella se dio cuenta y quiso 131 huir, para no ser observada por las otras mujeres que se envolvian en ricas pieles. Loisel la retenía. —Espera. Vas a enfriarte afuera. Voy a llamar un coche. Pero ella no le escuchaba y bajaba rápidamente las escaleras. Cuando estuvieron en la calle, no encontraron coche; se pusieron a buscar, llamando a los cocheros que pasaban a lo lejos. Bajaron hacia el Sena, desesperados, tiritando. Por fin hallaron, en el muelle, uno de esos viejos cupés noctámbulos que no se ven en París sino cuando la noche ha bajado, como si tuvieran verguenza de su miseria durante el dia. El carruaje les llevó hasta la puerta de su casa, en la calle de los Mártires, y subieron tristemente a su piso. Aquello había terminado para ella. Y él, por su parte, pensaba que había de estar en el Ministerio a las diez. Ella se quitó el abrigo ante el espejo, para verse una vez más en su gloria. Pero de súbito lanzó un grito. No llevaba su aderezo en el cuello. Su marido, ya a medio desnudar, preguntó: —¿Qué pasa? Ella se volvió enloquecida: ——¡No tengo, no tengo el collar de la señora Forestier! El se levantó despavorido: —¡Qué! ¿Cómo? ¡No es posible! Buscaron en los pliegues del vestido, en los del abrigo, en los bolsillos, en todas partes. No encontraron nada. El marido preguntó: -¿Estás segura de que lo llevabas puesto al salir del baile? -Si, lo toqué en el vestíbulo del Ministerio. —Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer. Debe estar en el coche. —Sí. Es probable. ¿Recuerdas el número? —No. ¿Y tú? —Tampoco. Se miraron aterrados. Por fin, Loisel volvió a vestirse. —Voy-dijo-a volver a recorrer todo el camino por el que pasamos, a ver si lo encuentro. Salió. Ella se quedó con su traje de baile, sin fuerzas para acostarse, echada sobre una silla, sin fuego, sin pensamiento. Su marido volvió alrededor de las siete. No había encontrato nada. Se dirigió a la prefectura de policía, a los diarios, para prometer una recompensa; a las compañias de coches de alquiler, en fin, a cualquier parte que le diera una ligera esperanza de encontrarlo. Ella esperó todo el día, en el mismo estado de desconcierto ante aquel espantoso desastre. Loisel volvió por la tarde, con el rostro surcado, pálido; no había descubierto nada. 132 ——-Es preciso-—dijo-que escribas a tu amiga, diciéndole que has roto la cerradura de su aderezo y que lo vas a mandar para que lo arreglen; esto nos dará tiempo para ver lo que hacemos. Y ella escribió, al dictado; al cabo de una semana, habian perdido toda esperanza. Y Loisel, que había envejecido cinco años, dijo: —Hay que pensar en sustituir esa joya. Al día siguiente tomaron el estuche que había encerrado el aderezo y fueron a la joyería cuyo nombre estaba escrito dentro de la caja. El joyero consultó sus libros. —No he sido yo, señora, el que ha vendido ese aderezo; por Io visto, he proporcionado solamente el estuche. Ambos fueron de joyería en joyeria, buscando un aderezo parecido al otro, consultando sus recuerdos. enfermos los dos de dolor y de angustia. Encontraron en una tienda del Palais-Royal uno que les pareció enteramente semejante al que buscaban. Costaba cuarenta mil francos. Se lo dejarían en treinta y seis mil. Rogaron al joyero que no lo vendiera antes de tres días. Y dejaron convenido que podría ser devuelto, a cambio de treinta y cuatro mil francos, si el primer aderezo aparecía antes de fines de febrero. Loisel tenía dieciocho mil francos que le había dejado su padre. Lo demás lo pediría prestado. Mil francos a uno, quinientos a otro, cinco Iuises por aquí, tres luises por allá. Firmó pagarés, se fijó ruinosas obligaciones, tuvo que ver con usureros y con toda calaña de prestamistas. Comprometió toda su existencia, arriesgó su firma, sin saber siquiera si podría cumplir con lo que firmaba; y espantado con la angustia del porvernir con la negra miseria que iba a echarse sobre él, con la perspectiva de todas las privaciones físicas y de todas las torturas morales, fue a buscar el nuevo aderezo, poniendo sobre el mostrador del mercader los treinta y seis mil francos. Cuando la señora Loisel llevó la joya a la señora Forestier, ésta le dijo, con tono un poco enojado: —Deberías haberla devuelto antes. Podría haberla necesitado . Y no abrió el estuche, cosa que su amiga temía. Si se hubiera dado cuenta de la,sustitución, ¿qué habría pensado? ¿qué habría dicho? ¿No la habría tomado por una ladrona? La señora Loisei conoció la horrible vida de los menesterosos. Pero tomó las cosas heroicamente, como era necesario, y de una vez. Había que pagar aquella espantosa deuda. Y pagaría. Despidieron a Ia empleada doméstica; cambiaron de habitación; alquilaron una bohardiila. Conoció los duros trabajos de la casa, los odiosos quehaceres de la cocina. Lavó los platos, destrozándose las uñas en los cazos grasientos y el fondo de las cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los trapos de limpiar, que colocaba a secar en un cordel; bajó a calle, mañana tras mañana, la basura y subió el agua, deteniéndose en cada piso para tomar respiro. Y, vestida como una mujer del pueblo, iba a la frutería, a la tienda de ultramarinos, a la carnicería, con el canasto al brazo, regateando, recibiendo insultos, defendiendo centavo a centavo su miserable dinero. Cada mes era preciso pagar vencimientos, renovar otros, conseguir tiempo. 133 EI marido trabajaba por las tardes en poner al día las cuentas de un comerciante, y muchas noches también hacía copias a veinticinco centavos la página. Y esta vida duró diez años. AI cabo de ellos, habían devuelto todo, todo, con los intereses usurarios y la acumulación de intereses superpuestos. La señora Loisel parecía vieja ahora. Se había hecho la mujer fuerte, dura, ruda, de los matrimonios pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y las manos rojas, hablaba alto y fregaba abundantemente los suelos. Pero a veces, cuando su marido estaba en la oficina, ella se sentaba junto a la ventana, y soñaba con aquella noche de antaño, aquel baile en el que había sido tan festejada y Había estado tan bella. ¿Qué habría sucedido si ella no hubiese perdido aquella joya? ¡Quién sabe! ¡Qué extraña es la vida, qué variable! ¡Cuán poco hace falta para perderse o para salvarse! Y un domingo, la señora Loisel fue a dar un paseo por los Campos Elíseos, para distraerse de los quehaceres de la semana, cuando vio de pronto a una mujer que paseaba a un niño. Era la señora Forestier, aún joven, siempre bella, todavía seductora. La señora Loisei se emocionó. ¿Se acercaría a hablarle? Sí, seguramente. Y ahora que lo había pagado todo, le contaría todo; ¿por qué no? Se acercó. —Buenos días, Juana. La otra no la reconocía, extrañándose de ser tratada tan familiarmente por aquella pobretona. Balbuceó: —Pero, señora No sé... Debe estar equivocada... —No. Soy Matilde Loisel. Su amiga lanzó un grito. —¡Oh! ¡Pobre Matilde! ¡Cómo has cambiado! —Sí, he pasado dias penosos desde que no te veo. muchas miserias..., ¡y todo por tu causa! —¿Por mi qué? ¿Cómo? ———¿Te acuerdas de aquel aderezo de brillantes que me prestaste para ir a la fiesta del Ministerio? ——Sí. ¿Y qué? ——Bueno: lo perdi. -—-¡Cómo! Me lo devolviste. —-—Te devolví uno casi igual. Y hace diez años que lo estamos pagando. Comprenderás que no era fácil para nosotros, que no teníamos nada... Bueno, ya terminó eso, y ahora estoy contentísima. La señora Forestier se había detenido. ——¿Dices que compraste un aderezo para reemplazar al mío? 134 Si. Y tú no te has dado cuenta, ¿eh? ¡Eran tan parecidos! Y sonrió con una alegría orgullosa e ingenua. La señora Forestier, conmovida, le tomó las dos manos. ————¡Ohl ¡Pobre Matilde! ¡Pero si mi aderezo era falso! ¡Si no valía más de quinientos francos! Caligramas. Al principio la escritura fue de carácter pictográfico (1) , ideográfico (2) o una combinación de ambos. Luego llegaron los alfabetos griego, romano y después de ellos las palabras que actualmente conocemos. A principio del siglo XX Guillaume Apollinaire ¡dealiza el verso libre creando los caligramas, en los cuales se representa la imagen del discurso dibujándola con sus propias palabras. Un caligrama (del francés calligramme) es un poema visual en el que las palabras dibujan o conforman un personaje, un animal, un paisaje o cualquier objeto imaginable. Para crear un caligrama habrá que partir de una idea: una palabra, una expresión, un objeto que habrá que transformar primero en imagen y luego en poesía. El punto de partida será pues un dibujo sobre papel que represente la idea original. Luego se escribirá el poema siguiendo el contorno del mismo o llenando su perfil de manera que los versos no sobrepasen los bordes fijados por el dibujo. La última operación consistirá en borrar los trazos de lápiz con el que se fijaron los contornos del dibujo para dejar visibles las palabras y los versos que conforman el caligrama. (1) Pictográfico: género de escritura en el que los conceptos se representan mediante dibujos de los objetos. (2) ldeográfico: género de escritura en el que se representa un conjunto de palabras o una frase mediante un símbolo. 135 FlCHERO 16. ROBERT LOUIS STEVENSON. 1850-1894 1. ORGANlZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESlÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Robert Louis Stevenson. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN Se explicará brevemente quién fue Robert Louis Stevenson: Su vida y obra. Se explicará brevemente quién fue Paul Gauguin y su obra. Los participantes verán imágenes de sus pinturas 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta El diablo de la botella. 2.4 EJERClCIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Siguiendo el estilo de Gauguin, los participantes realizarán una pintura inspirada en el tema del texto. Los trabajos pueden entregarse la siguiente sesión. Se utilizarán pinturas tipo gouache que se aplicarán con pinceles y poca agua sobre cartulina 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. 136 Bibliografía: Calvino, ltalo. (1997). Cuentos Fantásticos del XIX. Vol. ll. Madrid: Siruela Bolsillo. TEXTOS DE REFERENCIA. El diablo de la botella. Había un hombre en la isla de Hawaii al que llamaré Keawe; porque la verdad es que aún vive y que su ¡nombre debe permanecer secreto, pero su lugar de nacimiento no estaba lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; leía y escribia tan bien como un maestro de escuela, además era un marinero de primera clase, que había trabajado durante algún tiempo en los vapores de la isla y pilotado un ballenero en la costa de Hamakua. Finalmente, a Keawe se le ocurrió que le gustaría ver el gran mundo y las ciudades extranjeras y se embarcó con rumbo a San Francisco. San Francisco es una hermosa ciudad, con un excelente puerto y muchas personas adineradas; y, más en concreto, existe en esa ciudad una colina que está cubierta de palacios. Un día, Keawe se paseaba por esta colina con mucho dinero en el bolsillo, contemplando con evidente placer las elegantes casas que se alzaban a ambos lados de la calle. «¡Qué casas tan buenas!» iba pensando, «y ¡qué felices deben de ser las personas que viven en ellas, que no necesitan preocuparse del mañanal». Seguia aún reflexionando sobre esto cuando llegó a la altura de una casa más pequeña que algunas de las otras, pero muy bien acabada y tan bonita como un juguete, los escalones de la entrada brillaban como plata, los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas resplandecían como diamantes. Keawe se detuvo maravillándose de la excelencia de todo. Al pararse se dio cuenta de que un hombre le estaba mirando a través de una ventana tan transparente que Keawe lo veía como se ve a un pez en una cala junto a los arrecifes. Era un hombre maduro, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión pesarosa y suspiraba amargamente. Lo cierto es que mientras Keawe contemplaba al hombre y el hombre observaba a Keawe, cada uno de ellos envidiaba al otro. De repente, el hombre sonrió moviendo la cabeza, hizo un gesto a Keawe para que entrara y se reunió con él en la puerta de la casa. —Es muy hermosa esta casa mía——dijo el hombre, suspirando amargamente—. ¿No le gustaria ver las habitaciones? Y así fue como Keawe recorrió con el la casa, desde el sótano hasta el tejado; todo lo que habia en ella era perfecto en su estilo y Keawe manifestó gran admiración. “Esta casa-dijo Keawe-es en verdad muy hermosa; si yo viviera en otra parecida, me pasaría el día riendo. ¿Cómo es posible, entonces, que no haga usted más que suspirar? No hay ninguna razón-dijo el hombre-para que no tenga una casa en todo semejante a ésta, y aun más hermosa, si asi lo desea. Posee usted algún dinero, ¿no es cierto? «Tengo cincuenta dólares-dijo Keawe-—, pero una casa como ésta costará más de cincuenta dólares. El hombre hizo un cálculo. —Siento que no tenga más —dijo-—-, porque eso podria causarle problemas en el futuro, pero será suya por cincuenta dólares. ——¿La casa?———preguntó Keawe. —No, la casa no—repiicó el hombre—, lla botella. Porque debo decirle que aunque le parezca una persona muy rica y afortunada, todo Io que poseo, y esta casa misma y el jardín, proceden de una botella en la que no cabe mucho más de una pinta. Aquí la tiene usted. Y abriendo un mueble cerrado con llave, sacó una botella de panza redonda con un cuello muy largo, el cristal era de un color blanco como el de la leche, con cambiantes destellos irisados en su textura. En el interior habia algo que se movía confusamente, algo asi como una sombra y un fuego. —Esta es la botella-dijo el hombre, y, cuando Keawe se echó a reir, añadió-z ¿No me cree? Pruebe usted mismo. Trate de romperla. 137 De manera que Keawe cogió la botella y Ia estuvo tirando contra el suelo hasta que se cansó; porque rebotaba como una pelota y nada le sucedía. ——Es una cosa bien extraña-—dijo Keawe—, porque tanto por su aspecto como al tacto se diría que es de cristal. —Es de cristal-replicó el hombre, suspirando más hondamente que nunca—, pero de un cristal templado en las llamas del infierno. Un diablo vive en ella y la sombra que vemos moverse es la suya; al menos eso creo yo. Cuando un hombre compra esta botella el diablo se pone a su servicio; todo lo que esa persona desee, amor, fama, dinero, casas como ésta o una ciudad como Saan Francisco, será suyo con sólo pedirlo. Napoleón tuvo esta botella, y gracias a su virtud llegó a ser el rey del mundo; pero la vendió al final y fracasó. El capitán Cook también la tuvo, y por ella descubrió tantas islas; pero también él la vendió, y por eso lo asesinaron en Hawaii. Porque al vender la botella desaparecen el poder y la protección; y a no ser que un hombre esté contento con lo que tiene, acaba por sucederle algo. «Y sin embargo, ¿habla usted de venderla?—dijo Keawe. —Tengo todo lo que quiero y me estoy haciendo viejo —respondió el hombre“. Hay una cosa que el diablo de la botella no puede hacer... y es prolongar la vida; y, no seria justo ocultárselo a usted, la botella tiene un inconveniente; porque si un hombre muere antes de venderla, arderá para siempre en el infierno. —Sí que es un inconveniente, no cabe duda-exclamó Keawe——. Y no quisiera verme mezclado en ese asunto. No me importa demasiado tener una casa, gracias a Dios; pero hay una cosa que si me importa muchísimo, y es condenarme. —No vaya usted tan deprisa, amigo mío-contestó el hombre—. Todo lo que tiene que hacer es usar el poder de la botella con moderación, venderla después a alguna otra persona como estoy haciendo yo ahora y terminar su vida cómodamente. —Pues yo observo dos cosas-dijo Keawe-—. Una es que se pasa usted todo el tiempo suspirando como una doncella enamorada; y la otra que vende usted la botella demasiado barata. —Ya le he explicado por qué suspiro —dijo el hombre—. Temo que mi salud esta empeorando; y, como ha dicho usted mismo, morir e irse al infierno es una desgracia para cualquiera. En cuanto a venderla tan barata, tengo que explicarle una peculiaridad que tiene esta botella. Hace mucho tiempo, cuando Satanás la trajo a la tierra, era extraordinariamente cara, y fue el Preste Juan el primero que la compró por muchos millones de dólares; pero sólo puede venderse si se pierde dinero en la transacción. Si se vende por lo mismo que se ha pagado por ella, vuelve al anterior propietario como si se tratara de una paloma mensajera. De ahí se sigue que el precio haya ido disminuyendo con el paso de los siglos y que ahora Ia botella resulte francamente barata. Yo se la compré a uno de los ricos propietarios que viven en esta colina y sólo pagué noventa dólares. Podría venderla hasta por ochenta y nueve dólares y noventa centavos, pero ni un céntimo más; de lo contrario la botella volvería a mi. Ahora bien, esto trae consigo dos problemas. Primero, que cuando se ofrece una botella tan singular por ochenta dólares y pico, la gente supone que uno está bromeando. Y segundo..., pero como eso no corre prisa que lo sepa, no hace falta que se lo explique ahora. Recuerde tan sólo que tiene que venderla por moneda acuñada. —¿Cómo sé que todo eso es verdad? —preguntó Keawe. —Hay algo que puede usted comprobar inmediata mente-—replicó el otro———. Deme sus cincuenta dólares, coja la botella y pida que los cincuenta dólares vuelvan a su bolsillo. Si no sucede así, le doy mi palabra de honor de que considerará inválido el trato y le devolveré el dinero. —¿No me está engañando?—dijo Keawe. El hombre confirmó sus palabras con un solemne juramento. —Bueno; me arriesgaré a eso-dijo Keawe—, porque no me puede pasar nada malo. Acto seguido le dio su dinero al hombre y el hombre le pasó la botella. —Diablo de la botella-dijo Keawe-—, quiero recobrar mis cincuenta dólares. Y, efectivamente, apenas había terminado la frase cuando su bolsillo pesaba ya lo mismo que antes. —No hay duda de que es una botella maravillosa —dijo Keawe. 138 ——Y ahora muy buenos días, mi querido amigo, ¡que el diablo le acompañe!——-dijo el hombre. —Un momento—dijo Keawe—, yo ya me he divertido bastante. Tenga su botella. —La ha comprado usted por menos de Io que yo pagué —replicó el hombre, frotándose las manos———. La botella es completamente suya; y, por mi parte, lo único que deseo es perderlo de vista cuanto antes. Con Io que llamó a su criado chino e hizo que acompañará a Keawe hasta la puerta. Cuando Keawe se encontró en la calle con la botella bajo el brazo, empezó a pensar. «Si es verdad todo lo que me han dicho de esta botella, puede que haya hecho un pésimo negocio», se dijo a si mismo. «Pero quizá ese hombre me haya engañado.» Lo primero que hizo fue contar el dinero, la suma era exacta: cuarenta y nueve dólares en moneda americana y una pieza de Chile. «Parece que eso es verdad», se dijo Keawe. «Veamos otro punto.» Las calles de aquella parte de la ciudad estaban tan limpias como las cubiertas de un barco, y aunque era mediodia, tampoco se veia ningún pasajero. Keawe puso la botella en una alcantarilla y se alejó. Dos veces miró para atrás, y allí estaba la botella de color lechoso y panza redonda, en el sitio donde la habia dejado. Miró por tercera vez y después dobló una esquina; pero apenas lo habia hecho cuando algo le golpeó el codo, y ¡no era otra cosa que el largo cuello de la botella! En cuanto a la redonda panza, estaba bien encajada en el bolsillo de su chaqueta de piloto. Parece que también esto es verdad-dijo Keawe. La siguiente cosa que hizo fue comprar un sacacorchos en una tienda y retirarse a un sitio oculto en medio del campo. Una vez allí intentó sacar el corcho, pero cada vez que lo intentaba la espiral salía otra vez y el corcho seguía tan entero como al empezar. —Este corcho es distinto de todos los demás-dijo Keawe, e inmediatamente empezó a temblar y a sudar, porque la botella le daba miedo. Camino del puerto vio una tienda donde un hombre vendía conchas y mazas de islas salvajes, viejas imágenes de dioses paganos, monedas antiguas, pinturas de China y Japón y todas esas cosas que los marineros llevan en sus lbaúles. En seguida se le ocurrió una idea. Entró y le ofreció la botella al dueño por cien dólares. El otro se rió de él al principio, y le ofreció cinco; pero, en realidad, la botella era muy curiosa: ninguna boca humana había soplado nunca un vidrio como aquél, ni cabía imaginar unos colores más bonitos que los que brillaban bajo su blanco lechoso, ni una sombra más extraña que la que daba vueltas en su centro; de manera que, después de regatear durante un rato a la manera de los de su profesión, el dueño de la tienda le compró la botella a Keawe por sesenta dólares y la colocó en un estante en el centro del escaparate. —Ahora—dijo Keawe-he vendido por sesenta dólares lo que compré por cincuenta o, para ser más exactos, por un poco menos, porque uno de mis dólares venía de Chile. En seguida averiguaré la verdad sobre otro punto. Así que volvió a su barco y, cuando abrió su baúl, allí estaba la botella, que habia llegado antes que él. En aquel barco Keawe tenía un compañero que se llamaba Lopaka. ——¿Qué te sucede——le preguntó Lopaka_que miras el baúl tan fijamente? Estaban solos en el castillo de proa, Keawe le hizo prometer que guardarla el secreto y se lo contó todo. —Es un asunto muy extraño-dijo Lopaka——, y me temo que vas a tener dificultades con esa botella. Pero una cosa está muy clara: puesto que tienes asegurados los problemas, será mejor que obtengas también los beneficios. Decide qué es lo que deseas; da la orden y si resulta tal como quieres, yo mismo te compraré la botella porque a mí me gustaría tener un velero y dedicarme a comerciar entre las islas. —-—No es eso lo que me interesa——dijo lKeawe—. Quiero una hermosa casa y un jardín en la costa de Kona donde naci; y quiero que brille el sol sobre la puerta, y que haya flores en el jardín, cristales en las ventanas, cuadros en las paredes, y adornos y tapetes de telas muy finas sobre las mesas, exactamente igual que la casa donde estuve hoy; sólo que un piso más alta y con balcones alrededor, como en el palacio del rey; y que pueda vivir allí sin preocupaciones de ninguna clase y divertirme con mis amigos y parientes. 139 —Bien-—dijo Lopaka—, volvamos con la botella a Hawaii; y si todo resulta verdad, como tú supones, te compraré la botella, como ya he dicho, y pediré una goleta. Quedaron de acuerdo en esto y antes de que pasara mucho tiempo el barco regresó a Honolulu, llevando consigo a Keawe, a Lopaka y a la botella. Apenas habían desembarcado cuando encontraron en la playa a un amigo que inmediatamente empezó a dar el pésame a Keawe. ——No sé por qué me estás dando el pésame—dijo Keawe. —¿Es posible que no te hayas enterado-dijo el amigo-de que tu tío, aquel hombre tan bueno, ha muerto; y de que tu primo, aquel muchacho tan bien parecido, se ha ahogado en el mar? Keawe lo sintió mucho y al ponerse a llorar y a lamentarse, se olvidó de la botella. Pero Lopaka estuvo reflexionando y cuando su amigo se calmó un poco, le habló así: —¿No es cierto que tu tío tenía tierras en Hawaii, en el distrito de Kaü? —No-dijo Keawe——; en Kaü no: están en la zona de las montañas, un poco al sur de Hookena. —Esas tierras, ¿pasarán a ser tuyas?——preguntó Lopaka. —Así es-dijo Keawe, y empezó otra vez a llorar la muerte de sus familiares. —No-dijo Lopaka—; no te lamentes ahora. Se me ocurre una cosa. ¿Y si todo esto fuera obra de la botella? Porque ya tienes preparado el sitio para hacer la casa. —Si es así-exclamó Keawe—-, la botella me hace un flaco servicio matando a mis parientes. Pero puede que sea cierto, porque fue ein un sitio así donde vi la casa con la imaginación. —La casa, sin embargo, todavía no está construida —dijo Lopaka. —¡Y probablemente no lo estará nunca!—dijo Keawe——, porque si bien mi tío tenía algo de café, ava y plátanos, no será más que lo justo para que yo viva cómodamente; y el resto de esa tierra es de lava negra. ———Vayamos al abogado-dijo Lopaka—. Porque yo sigo pensando lo mismo. Al hablar con el abogado se enteraron de que el tío de Keawe se había hecho enormemente rico en los últimos días y que le dejaba dinero en abundancia. —¡Ya tienes el dinero para la casa!—exc|amó Lopaka. —Si está usted pensando en construir una casa-dijo el abogado—, aquí está la tarjeta de un arquitecto nuevo del que me cuentan grandes cosas. —¡Cada vez mejor! —exclamó Lopaka—. Está todo muy claro. Sigamos obedeciendo órdenes. De manera que fueron a ver al arquitecto, que tenía diferentes proyectos de casas sobre la mesa. —Usted desea algo fuera de lo corriente-dijo el arquitecto——. ¿Qué le parece esto? Y le pasó a Keawe uno de los dibujos. . Cuando Keawe Io vio, dejó escapar una exclamación, porque representaba exactamente lo que él habia visto con la imaginación. «Esta es la casa que quiero», pensó Keawe. «A pesar de lo poco que me gusta cómo viene a parar a mis manos, ésta es la casa, y más vale que acepte lo bueno junto con lo malo.» De manera que le dijo al arquitecto todo lo que quería, y cómo deseaba amueblar la casa, y los cuadros que había que poner en las paredes y las figuritas para las mesas; y luego le preguntó sin rodeos cuánto le llevaría por hacerlo todo. El arquitecto le hizo muchas preguntas, cogió la pluma e hizo un cálculo; y al terminar pidió exactamente la suma que Keawe había heredado. Lopaka y Keawe se miraron el uno al otro y asintieron con la cabeza. «Está bien claro», pensó Keawe, «que voy a tener esta casa, tanto si quiero como si no. Viene del diablo y temo que nada bueno salga de ello; y si de algo estoy seguro es de que no voy a formular más deseos mientras siga teniendo esta botella. Pero de la casa ya no me puedo librar y más valdrá que acepte lo bueno junto con lo malo.» De manera que llegó a un acuerdo con el arquitecto y firmaron un documento. Keawe y Lopaka se embarcaron otra vez camino de Australia; porque habían decidido entre ellos que no intervendrian en absoluto, y dejarían que el arquitecto y el diablo de la botella construyeran y decoraran aquella casa como mejor les pareciese. 140 El viaje fue bueno, aunque Keawe estuvo todo el tiempo conteniendo la respiración, porque había jurado que no formularía más deseos, ni recibiría más favores del diablo. Se había cumplido ya el plazo cuando regresaron. El arquitecto les dijo que la casa estaba lista y Keawe y Lopaka tomaron pasaje en el lHalI camino de Kona para ver la casa y comprobar si todo se había hecho exactamente de acuerdo con la idea que Keawe tenia en la cabeza. La casa se alzaba en la falda del monte y era visible desde el mar. Por encima, el bosque seguía subiendo hasta las nubes que traían la lluvia; por debajo, la lava negra descendía en riscos donde estaban enterrados los reyes de antaño. Un jardin florecía alrededor de la casa con flores de todos los colores; habia un huerto de papayas a un lado y otro de árboles del pan en el lado opuesto; por delante, mirando al mar, habían plantado el mástil de un barco con una bandera. En cuanto a la casa, era de tres pisos, con amplias habitaciones y balcones muy anchos en los tres. Las ventanas eran de excelente cristal, tan claro como el agua y tan brillante como un dia soleado. Muebles de todas clases adornaban las habitaciones. De las paredes colgaban cuadros con marcos dorados: pinturas de barcos, de hombres luchando, de las mujeres más hermosas y de los sitios más singulares; no hay en ningún lugar del mundo pinturas con colores tan brillantes como las que Keawe encontró colgadas de las paredes de su casa. En cuanto a los otros objetos de adorno, eran de extraordinaria calidad, relojes con carillón y cajas de música, hombrecillos que movían la cabeza, libros llenos de ilustraciones, armas muy valiosas de todos los rincones del mundo, y los rompecabezas más elegantes para entretener los ocios de un hombre solitario. Y como nadie querria vivir en semejantes habitaciones, tan sólo pasar por ellas y contemplarlas, los balcones eran tan amplios que un pueblo entero hubiera podido vivir en ellos sin el menor agobio; y Keawe no sabía qué era lo que más le gustaba: si el porche de atrás, a donde llegaba la brisa procedente de la tierra y se podían ver los huertos y las flores, o el balcón delantero, donde se podía beber el viento del mar, contemplar la empinada ladera de la montaña y ver al Hall yendo una vez por semana aproximadamente entre Hookena y las colinas de Pele, o a las goletas siguiendo la costa para recoger cargamentos de madera, de ava y de plátanos. Después de verlo todo, Keawe y Lopaka se sentaron en el porche. —Bien ——preguntó Lopaka-n ¿está todo tal como lo habias planeado? ——-No hay palabras para expresarle-contestó Keawe-—. Es mejor de lo que habia soñado y estoy que reviento de satisfacción. —Sólo queda una cosa por considerar-dijo Lopaka—; todo esto puede haber sucedido de manera perfectamente natural, sin que el diablo de la botella haya tenido nada que ver. Si comprara la botella y me quedara sin la goleta, habría puesto la mano en el fuego para nada. Te di mi palabra, lo sé; pero creo que no deberias negarme una prueba más. —He jurado que no aceptaré más favores-dijo Keawe—. Creo que ya estoy suficientemente comprometido. —No pensaba en un favor-—replicó Lopaka-—. Quisiera ver yo mismo al diablo de la botella. No hay ninguna ventaja en ello y por tanto tampoco hay nada de qué avergonzarse; sin embargo, si llego a verlo una vez, quedaré convencido del todo. Así que accede a mi deseo y déjame ver al diablo; el dinero lo tengo aquí mismo y después de eso te compraré la botella. —Sólo hay una cosa que me da miedo—dijo Keawe-—. El diablo puede ser una cosa horrible de ver; y si le pones ojo encima quizá no tengas ya ninguna gana de quedarte con la botella. —Soy una persona de palabras-dijo Lopaka—. Y aquí dejo el dinero, entre los dos. —Muy bien —replicó Keawe—. Yo también siento curiosidad. De manera que, vamos a ver: déjenos mirarlo, señor Diablo. Tan pronto como lo dijo, el diablo salió de la botella y volvió a meterse, tan rápido como un lagarto; Keawe y Lopaka quedaron petrificados. Se hizo completamente de noche antes de que a cualquiera de los dos se le ocurriera algo que decir o hallaran la voz para decirlo; luego Lopaka empujó el dinero hacia Keawe y recogió la botella. —Soy hombre de palabra —dijo—, y bien puedes creerlo, porque de Io contrario no tocaría esta botella ni con el pie. Bien, conseguiré mi goleta y unos dólares para el bolsillo; luego me desharé de este demonio tan pronto como pueda. Porque, si tengo que decirte Ia verdad, verlo me ha dejado muy abatido. —Lopaka——dijo Keawe—, procura no pensar demasiado mal de mi; sé que es de noche, que los caminos están mal y que el desfiladero junto a las tumbas no es un buen sitio para cruzarlo tan tarde, pero confieso que desde que he visto el rostro de ese diablo, no podré comer ni dormir 141 ni rezar hasta que te lo hayas llevado. Voy a darte una linterna, una cesta para poner la botella y cualquier cuadro o adorno de casa que Ate guste; después quiero que marches inmediatamente y vayas a dormir a Hookena con Nahinu. —Keawe——-dijo Lopaka—, muchos hombres se enfadarían por una cosa así; sobre todo después de hacerte un favor tan grande como es mantener la palabra y comprar la botella, y en cuanto a ser de noche, a la oscuridad y al camino junto a las tumbas, todas esas circunstancias tienen que ser diez veces más peligrosas para un hombre con semejante pecado sobre su conciencia y una botella como ésta bajo el brazo. Pero como yo también estoy muy asustado, no me siento capaz de acusarte. Me iré ahora mismo; y le pido a Dios que seas feliz en tu casa y yo afortunado con mi goleta, y que los dos vayamos al cielo al final a pesar del demonio y de su botella. De manera que Lopaka bajó de la montaña; Keawe, por su parte, salió al balcón delantero; estuvo escuchando el ruido de las herraduras y vio la luz de la linterna cuando Lopaka pasaba junto al risco donde están las tumbas de otras épocas; durante todo el tiempo Keawe temblaba, se retorcía las manos y rezaba por su amigo, dando gracias a Dios por haber escapado él mismo de aquel peligro. Pero al día siguiente hizo un tiempo muy hermoso y la casa nueva era tan agradable que Keawe se olvidó de sus terrores. Fueron pasando los días y Keawe vivía allí en perpetua alegría. Le gustaba sentarse en el porche de atrás; allí comía, reposaba y leía las historias que contaban los periódicos de Honolulu; pero cuando llegaba alguien a verle, entraba en la casa para enseñarle las habitaciones y los cuadros. Y la fama de la casa se extendió por todas partes; la llamaban Ka-Hale Nui—— la Casa Grande-en todo Kona; y a veces la Casa Resplandeciente, porque Keawe tenia a su servicio a un chino que se pasaba todo el día limpiando el polvo y bruñendo los metales; y el cristal, y los dorados, y las telas finas y los cuadros brillaban tanto como una mañana soleada. En cuanto a Keawe mismo, se le ensanchaba tanto el corazón con la casa que no podía pasear por las habitaciones sin ponerse a cantar; y cuando aparecía algún barco en el mar, izaba su estandarte en el mástil. Así iba pasando el tiempo, hasta que un día Keawe fue a Kailua para visitar a uno de sus amigos. Le hicieron un gran agasajo, pero él se marchó lo antes que pudo a la mañana siguiente y cabalgó muy deprisa, porque estaba impaciente por ver de nuevo su hermosa casa; y, además, la noche de aquel día era la noche en que los muertos de antaño salen por los alrededores de Kona; y el haber tenido ya tratos con el demonio hacía que Keawe tuviera muy pocos deseos de tropezarse con los muertos. Un poco más allá de Honaunau, al mirar a lo lejos, advirtió la presencia de una mujer que se bañaba a la orilla del mar; parecía una muchacha bien desarrollada, pero Keawe no pensó mucho en ello. Luego vio ondear su camisa blanca mientras se la ponía, y después su holoku rojo; cuando Keawe llegó a su altura la joven habia terminado de arreglarse y, alejándose del mar, se había colocado junto al camino con su holoku rojo; el baño la había revigorizado y los ojos le brillaban, llenos de amabilidad. Nada más verla Keawe tiró de las riendas a su caballo. —Creía conocer a todo el mundo en esta zona-dijo él. ¿Cómo es que a ti no te conozco? _Soy Kokua, hija de Kiano-respondió la muchacha—, y acabo de regresar de Oahu. ¿Quién es usted? ——Te Io diré dentro de un poco-dijo Keawe, desmontando del caballo——-, pero no ahora mismo. Porque tengo una idea y si te dijera quién soy, como es posible que hayas oído hablar de mi, quizá al preguntarte no me dieras una respuesta sincera. Pero antes de nada dime una cosa: ¿estás casada? Al oír esto Kokua se echó a reír. —Parece que es usted quien hace todas las preguntas-dijo ella—. Y usted, ¿está casado? —No, Kokua, desde luego que no——replicó Keawe——, y nunca he pensado en casarme hasta este momento. Pero voy a decirte la verdad. Te he encontrado aquí junto al camino y al ver tus ojos que son como estrellas mi corazón se ha ido tras de ti tan veloz como un pájaro. De manera que si ahora no quieres saber nada de mi, dilo, y me iré a mi casa; pero si no te parezco peor que cualquier otro joven, dilo también, y me desviaré para pasar la noche en casa de tu padre y mañana hablaré con el. Kokua no dijo una palabra, pero miró hacia el mar y se echó a reir. 142 —Kokua—dijo Keawe-, si no dices nada, considerará que tu silencio es una respuesta favorable; así que pongámonos en camino hacia la casa de tu padre. Ella fue delante de él sin decir nada; sólo de vez en cuando miraba para atrás y luego volvía a apartar la vista; y todo el tiempo llevaba en la boca las cintas del sombrero. Cuando llegaron a la puerta, Kiano salió a la veranda y dio la bienvenida a Keawe IIamándoIo por su nombre. Al oírlo la muchacha se Io quedó mirando, porque la fama de la gran casa había llegado a sus oídos; y no hace falta decir que era una gran tentación. Pasaron todos juntos la velada muy alegremente; y la muchacha se mostró muy descarada en presencia de sus padres y estuvo burlándose de Keawe porque tenía un ingenio muy vivo. Al día siguiente Keawe habló con Kiano y después tuvo ocasión de quedarse a solas con la muchacha. —Kokua —dijo él—, ayer estuviste burlándote de mí durante toda la velada; y todavía estás a tiempo de despedirme. No quise decirte quién era porque tengo una casa muy hermosa y temía que pensaras demasiado en la casa y muy poco en el hombre que te ama. Ahora ya lo sabes todo, y si no quieres volver a verme, dilo cuanto antes. —No—dijo Kokua; pero esta vez no se echó a reir ni Keawe le preguntó nada más. Asi fue el noviazgo de Keawe; las cosas sucedieron deprisa; pero aunque una flecha vaya muy veloz y la bala de un rifle todavia más rápida, las dos pueden dar en el blanco. Las cosas habían ido deprisa pero también habían ido lejos y el recuerdo de Keawe llenaba Ia imaginación de la muchacha; Kokua escuchaba su voz al romperse las olas contra la lava de la playa, y por aquel joven que sólo había visto dos veces hubiera dejado padre y madre y sus islas nativas. En cuanto a Keawe, su caballo voló por el camino de la montaña bajo el risco donde estaban las tumbas, y el sonido de los cascos y la voz de Keawe cantando, lleno de alegría, despertaban al eco en las; cavernas de los muertos. Cuando llegó a la Casa Resplandeciente todavía seguia cantando. Se sentó y comió en el amplio balcón y el chino se admiró de que su amo continuara cantando entre bocado y bocado. El sol se ocultó tras el mar y llegó la noche; y Keawe estuvo paseándose por los balcones a la luz de las lámparas en lo alto de la montaña y sus cantos sobresaltaban a las tripulaciones de los barcos que cruzaban por el mar. «Aquí estoy ahora, en este sitio mío tan elevado», se dijo a sí mismo. «La vida no puede irme mejor; me hallo en lo alto de Ia montaña; a mi alrededor, todo lo demás desciende. Por primera vez iluminaré todas las habitaciones, usaré mi bañera con agua caliente y fría y dormiré solo en el lecho de la cámara nupcial.» De manera que el criado chino tuvo que levantarse y encender las calderas; y mientras trabajaba en el sótano oía a su amo cantando alegremente en las habitaciones iluminadas. Cuando el agua empezó a estar caliente el criado chino se lo advirtió a Keawe con un grito; Keawe entró en el cuarto de baño; y el criado chino le oyó cantar mientras la bañera de mármol se llenaba de agua; y le oyó cantar también mientras se desnudaba; hasta que, de repente, el canto cesó. El criado chino estuvo escuchando largo rato, luego alzó la voz para preguntarle a Keawe si toda iba bien, y Keawe le respondió «Si», y le mandó que se fuera a la cama, pero ya no se oyó cantar más en la Casa Resplandeciente; y durante toda la noche, el criado chino estuvo oyendo a su amo pasear sin descanso por los balcones. Lo que había ocurrido era esto: mientras Keawe se desnudaba para bañarse, descubrió en su cuerpo una mancha semejante a la sombra del líquen sobre una roca, y fue entonces cuando dejó de cantar. Porque habia visto otras manchas parecidas y supo que estaba atacado del Mal Chino: la lepra. Es bien triste para cualquiera padecer esa enfermedad. Y también seria muy triste para cualquiera abandonar una casa tan hermosa y tan cómoda y separarse de todos sus amigos para ir a la costa norte de Molokai, entre enormes farallones y rompientes. Pero ¿qué es eso comparado con la situación de Keawe, que había encontrado su amor un dia antes y lo había conquistado aquella misma mañana, y que veía ahora quebrantarse todas sus esperanzas en un momento, como se quiebra un trozo de cristal? Estuvo un rato sentado en el borde de la bañera, luego se levantó de un salto dejando escapar un grito y corrió afuera; y empezó a andar por el balcón, de un lado a otro, como alguien que está desesperado. «No me importaría dejar Hawaii, el hogar de mis antepasados», se decia Keawe. «Sin gran pesar abandonaría mi casa, la de las muchas ventanas, situada tan en lo alto, aquí en las 143 montañas. No me faltaria valor para ir al Molokai, a Kalaupapa junto a los farallones, para vivir con los leprosos y dormir alli, lejos de mis antepasados. Pero ¿que agravio he cometido, qué pecado pesa sobre mi alma, para que haya tenido que encontrar a Kokua cuando salia del mar a la caída de la tarde? ¡Kokua, la que me ha robado el alma! ¡Kokua, la luz de mi vida! Quizá nunca llegue a casarme con ella, quizá nunca más vuelva a verla ni a acariciarla con mano amorosa, esa es la razón, Kokua, ¡por ti me lamento!» Tienen ustedes que fijarse en la clase de hombre que era Keawe, ya que podria haber vivido durante años en la Casa Resplandeciente sin que nadie llegara a sospechar que estaba enfermo; pero a eso no le daba importancia si tenía que perder a Kokua. Hubiera podido incluso casarse con Kokua y muchos lo hubieran hecho, porque tienen alma de cerdo; pero Keawe amaba a la doncella con amor varonil, y no estaba dispuesto a causarle ningún daño ni a exponerla a ningún peligro. Algo después de la media noche se acordó de la botella. Salió al porche y recordó el dia en que el diablo se había mostrado ante sus ojos; y aquel pensamiento hizo que se le helara la sangre en las venas. «Esa botella es una cosa horrible», pensó Keawe, «el diablo también es una cosa horrible y aún más horrible es la posibilidad de arder para siempre en las llamas del infierno. Pero ¿Qué otra posibilidad tengo de llegar a curarme o de casarme con Kokua? ¡Cómo! ¿Fui capaz de desafiar al demonio para conseguir una casa y no voy a enfrentarme con él para recobrar a Kokua?». Entonces recordó que al dia siguiente el Hall iniciaba su viaje de regreso a Honolulu. «Primero tengo que ¡r allí», pensó, «y ver a Lopaka. Porque lo mejor que me puede suceder ahora es que encuentre la botella que tantas ganas tenía de perder de vista.» No pudo dormir ni un solo momento; también la comida se le atragantaba; pero mandó una carta a Kiano, y cuando se acercaba la hora de la llegada del vapor, se puso en camino y cruzó por delante del risco donde estaban las tumbas. Llovía; su caballo avanzaba con dificultad; Keawe contempló las negras bocas de las cuevas y envidió a los muertos que dormían en su interior, libres ya de dificultades; y recordó cómo había pasado por allí al galope el día anterior y se sintió lleno de asombro. Finalmente llego a Hookena y, como de costumbre, todo el mundo se había reunido para esperar la llegada del vapor. En el cobertizo delante del almacén estaban todos sentados, bromeando y contándose las novedades; pero Keawe no sentia el menor deseo de hablar y permaneció en medio de ellos contemplando la lluvia que caía sobre las casas, y las olas que estallaban entre las rocas, mientras los suspiros se acumulaban en su garganta. ——-Keawe, el de la Casa Resplandeciente, está muy abatido-se decían unos a otros. Así era, en efecto, y no tenia nada de extraordinario. Luego llegó el Hall y la gasolinera lo llevó a bordo. La parte posterior del barco estaba llena de haoles (blancos) que habian ido a visitar el volcán como tienen por costumbre; en el centro se amontonaban los kanakas, y en la parte delantera viajaban toros de Hilo y caballos de Kaü; pero Keawe se sentó lejos de todos, hundido en su dolor, con la esperanza de ver desde el barco la casa de Kiano. Finalmente la divisó, junto a la orilla, sobre las rocas negras, a Ia sombra de las palmeras; cerca de la puerta se veía un holoku rojo no mayor que una mosca y que revoloteaba tan atareado como una mosca. «¡Ah, reina de mi corazón», exclamó Keawe para si, «arriesgaré mi alma para recobrarte!» Poco después, al caer la noche, se encendieron las luces de las cabinas y los haoles se reunieron para jugar a las cartas y beber whisky como tienen por costumbre; pero Keawe estuvo paseando por cubierta toda la noche. Y todo el día siguiente, mientras navegaban a sotavento de Maui y de Molokai, Keawe seguia dando vueltas de un lado para otro como un animal salvaje dentro de una jaula. AI caer la tarde pasaron Diamond Head y llegaron al muelle de Honolulu. Keawe bajó en seguida a tierra y empezó a preguntar [por Lopaka. AI parecer se había convertido en propietario de una goleta—no había otra mejor en las islas-y se habia marchado“ muy lejos en busca de aventuras, quizá hasta Pola-Pola, de manera que no cabía esperar ayuda por ese lado. Keawe se acordó de un amigo de Lopaka, un abogado que vivía en la ciudad (no debo decir su nombre), y preguntó por él. Le dijeron que se habia hecho rico de repente y que tenía una casa nueva y muy hermosa en la orilla de Waikiki; esto dio que pensar a Keawe, e inmediatamente alquiló un coche y se dirigió a casa del abogado. 144 La casa era muy nueva y los árboles del jardín apenas mayores que bastones; el abogado, cuando salió a recibirle, parecía un hombre satisfecho de la vida. —¿Qué puedo hacer por usted?-—dijo el abogado. ——-Usted es amigo de Lopaka———replicó Keawe—, y Lopaka me compró un objeto que quizá usted pueda ayudarme a localizar. El rostro del abogado se ensombreció. —No voy a fingir que ignoro de qué me habla, mister Keawe—dijo——, aunque se trata de un asunto muy desagradable que no conviene remover. No puedo darle ninguna seguridad, pero me imagino que si va usted a cierto barrio quizá consiga averiguar algo. A continuación le dio el nombre de una persona que también en este caso será mejor no repetirlo. Esto sucedió durante varios días, y Keawe fue conociendo a diferentes personas y encontrando en todas partes ropas y coches recién estrenados, y casas nuevas muy hermosas y hombres muy satisfechos aunque, claro está, cuando alguien aludia al motivo de su visita, sus rostros se ensombrecían. «No hay duda de que estoy en el buen camino», pensaba Keawe. «Esos trajes nuevos y esos coches son otros tantos regalos del demonio de la botella, y esos rostros satisfechos son los rostros de ¡personas que han conseguido lo que deseaban y han podido librarse después de ese maldito recipiente. Cuando vea mejillas sin color y oiga suspiros, sabré que estoy cerca de la botella.» Sucedió que finalmente le recomendaron que fuera a ver a un haole en Beritania Street. Cuando llegó a la puerta, alrededor de la hora de la cena, Keawe se encontró con los típicos indicios: nueva casa, jardín recién plantado y luz eléctrica tras las ventanas; y cuando apareció el dueño un escalofrío de esperanza y de miedo recorrió el cuerpo de Keawe, porque tenía delante de él a un hombre joven tan pálido como un cadáver, con marcadisimas ojeras, prematuramente calvo y con la expresión de un hombre en capilla. «Tiene que estar aquí, no hay duda», pensó Keawe, y a aquel hombre no le ocultó en absoluto cuál era su verdadero propósito. —He venido a comprar la botella-dijo. Al oír aquellas palabras el joven haole de Beritania Street tuvo que apoyarse contra la pared. ———¡La botella!——susurró——. ¡Comprar la botella! Dio la impresión de que estaba a punto de desmayarse y, cogiendo a Keawe por el brazo, Io llevó a una habitación y escanció dos vasos de vino. —-—A su salud-dijo Keawe, que había pasado mucho tiempo con haoles en su época de marinero—. Sí—añadió——, he venido a comprar la botella. ¿Cuál es el precio que tiene ahora? AI oír esto al joven se le escapó el vaso de entre los dedos y miró a Keawe como si fuera un fantasma. —El precio-dijo—. ¡El precio! ¿No sabe usted cuál es el precio? —Por eso se Io pregunto—replicó Keawe—-. Pero ¿qué es lo que tanto le preocupa? ¿Qué sucede con el precio? —-La botella ha disminuido mucho de valor desde que usted la compró, Mr. Keawe-dijo el joven tartamudeando. —Bien, bien; así tendré que pagar menos por ella -——dijo Keawe-—. ¿Cuánto le costó a usted? El joven estaba tan blanco como el papel. —Dos centavos-dijo. —¿Cómo? —exclamó Keawe——, ¿dos centavos? Entonces, usted sólo puede venderla por uno. Y el que la compre... —Keawe no pudo terminar la frase; el que comprara la botella no podria venderla nunca y la botella y el diablo de la botella se quedarían con él hasta su muerte, y cuando muriera se encargarían de llevarlo a las llamas del infierno. El joven de Beritania Street se puso de rodillas. ¡Cómprela, por el amor de Dios!—exc|amó—. Puede quedarse también con toda mi fortuna. Estaba loco cuando la compré a ese precio. Había malversado fondos en el almacén donde trabajaba; si no lo hacía estaba perdido; hubiera acabado en la cárcel. —Pobre criatura——dijo Keawe——; fue usted capaz de arriesgar su alma en una aventura tan desesperada, para evitar el castigo por su deshonra, ¿y cree que yo voy a dudar cuando es el 145 amor Io que tengo delante de mi? Tráigame la botella y el cambio que sin duda tiene ya preparado. Es preciso que me dé la vuelta de estos cinco centavos. Keawe no se había equivocado; el joven tenía las cuatro monedas en un cajón; Ia botella cambió de manos y tan pronto como los dedos de Keawe rodearon su cuello le susurro que deseaba quedar limpio de la enfermedad Y, efectivamente, cuando se desnudó delante de un espejo en la habitación del hotel, su piel estaba tan sonrosada como la de un niño. Pero lo más extraño fue que inmediatamente se operó una transformación dentro de él y el Mal Chino le importaba muy poco y tampoco sentía interés por Kokua; no pensaba mas que en una cosa: que estaba ligado al diablo de la botella para toda la eternidad y no le quedaba otra esperanza que la de ser para siempre una pavesa en las llamas del infierno. En cualquier caso, las veía ya brillar delante de él con los ojos de la imaginación; su alma se encogió y la luz se convirtió en tinieblas. Cuando Keawe se recuperó un poco, se dio cuenta de que era la noche en que tocaba una orquesta en el hotel. Bajó a oírla porque temía quedarse solo; y alli, entre caras alegres, paseó de un lado para otro, escuchó las melodias y vio a Berger llevando el compás; per todo el tiempo oia crepitar las llamas y veía un fuego muy vivo ardiendo en el pozo sin fondo del infierno. De repente la orquesta tocó Hiki-ao-ao, una canción que él había cantado con Kokua, y aquellos acordes le devolvieron el valor. «Ya está hecho», pensó, «y una vez más tendré que aceptar Io bueno junto con lo malo.» Keawe regresó a Hawaii en el primer vapor y tan pronto como fue posible se casó con Kokua y la llevó a la Casa Resplandeciente en la ladera de la montaña. Cuando los dos estaban juntos, el corazón de Keawe se tranquilizaba; pero tan pronto como se quedaba solo empezaba a cavilar sobre su horrible situación, y oía crepitar las llamas y veía el fuego abrasador en el pozo sin fondo. Era cierto que la muchacha se había entregado a él por completo; su corazón latía más deprisa al verlo, y su mano buscaba siempre la de Keawe, y estaba hecha de tal manera de la cabeza a los pies que nadie podia verla sin alegrarse. Kokua era afable por naturaleza. De sus labios salian siempre palabras cariñosas. Le gustaba mucho cantar y cuando recorria la Casa Resplandeciente gorjeando como los pájaros era ella el objeto más hermoso que habia en los tres pisos. Keawe la contemplaba y la oía embelesado y luego iba a esconderse en un rincón y lloraba y gemía pensando en el precio que habia pagado por ella; después tenía que secarse los ojos y lavarse la cara e ir a sentarse con ella en uno de los balcones, acompañándola en sus canciones y correspondiendo a sus sonrisas con el alma llena de angustia. Pero llegó un día en que Kokua empezó a ai’rastrar los pies y sus canciones se hicieron menos frecuentes y ya no era sólo Keawe el que lloraba a solas, sino que los dos se retiraban a dos balcones situados en lados opuestos, con toda la anchura de la Casa Resplandeciente entre ellos. Keawe estaba tan hundido en la desesperación que apenas notó el cambio, alegrándose tan sólo de tener más horas de soledad durante las que cavilar sobre su destino y de no verse condenado con tanta frecuencia a ocultar un corazón enfermo bajo una cara sonriente Pero un día, andando por la casa sin hacer ruido, escuchó sollozos como de un niño y vio a Kokua moviendo la cabeza y llorando como los que están perdidos. -—Haces bien lamentándote en esta casa, Kokua-dijo Keawe—. Y, sin embargo, daria media vida para que pudieras ser feliz. —¡Feliz!—exclamó ella-—. Keawe, cuando vivías solo en la Casa Resplandeciente, toda la gente de la isla se hacía lenguas de tu felicidad; tu boca estaba siempre llena de risas y de canciones y tu rostro resplandecía como la aurora. Después te casaste con la pobre Kokua y el buen Dios sabrá qué es lo que le falta, pero desde aquel día no has vuelto a sonreír. ¿Qué es lo que me pasa? Creía ser bonita y sabía que amaba a mi marido. ¿Qué es lo que me pasa que arrojo esta nube sobre él? —-Pobre Kokua-dijo Keawe. Se sentó a su lado y trató de cogerle la mano; pero ella la apartó“. Pobre Kokua ——-dijo de nuevo—. ¡Pobre niñita mía! ¡Y yo que creia ahorrarte sufrimientos durante todo este tiempo! Pero lo sabrás todo. Asi, al menos, te compadecerás del pobre Keawe; comprenderás lo mucho que te amaba cuando sepas que prefirió el infierno a perderte; y lo mucho que aún te ama, puesto que todavía es capaz de sonreir al contemplarte. Y a continuación, le contó toda su historia desde el principio. —¿Has hecho eso por mí?——exclamó Kokua”. Entonces, ¡qué me importa nadal-y, abrazándole, se echó a llorar. 146 —¡Querida mía!—dijo Keawe—, sin embargo, cuando pienso en el fuego del infierno, ¡a mí sí que me importa! ——-No digas eso-respondió ella——; ningún hombre puede condenarse por amar a Kokua si no ha cometido ninguna otra falta. Desde ahora te digo, Keawe, que te salvaré con estas manos o pereceré contigo. ¿Has dado tu alma por mi amor y crees que yo no moriría por salvarte? —¡Querida mía! Aunque murieras cien veces, ¿cuál sería la diferencia?—*exclamó el“. Serviría únicamente para que tuviera que esperar a solas el día de mi condenación. —Tú no sabes nada-—dijo ella-—. Yo me eduqué en un colegio de Honolulu; no soy una chica corriente. Y desde ahora te digo que salvaré a mi amante. ¿No me has hablado de un centavo? ¿Ignoras que no todos los países tienen dinero americano? En Inglaterra existe una moneda que vale alrededor de medio centavo. ¡Qué lástima! —exclamó en seguida—; eso no lo hace mucho mejor, porque el que comprara la botella se condenaría y ¡no vamos a encontrar a nadie tan valiente como mi Keawe! Pero también está Francia; alli tienen una moneda a la que llaman céntimo y de ésos se necesitan aproximadamente cinco para poder cambiarlos por un centavo. No encontraremos nada mejor. Vámonos a las islas del Viento; salgamos para Tahití en el primer barco que zarpe. Allí tendremos cuatro céntimos, tres céntimos, dos céntimos y un céntimo: cuatro posibles ventas y nosotros dos para convencer a los compradores. ¡Vamos, Keawe mío! Bésame y no te preocupes más. Kokua te defenderá. —¡Regalo de Dios! —exclamó Keawe—. ¡No creo que el Señor me castigue por desear algo tan bueno! Sea como tú dices; llévame donde quieras: pongo mi vida y mi salvación en tus manos. Muy de mañana al día siguiente Kokua estaba ya haciendo sus preparativos. Buscó el baúl de marinero de Keawe; primero puso la botella en una esquina; luego colocó sus mejores ropas y los adornos más bonitos que había en la casa. —Porque——dijo—si no parecemos gente rica, ¿quién va a creer en la botella? Durante todo el tiempo de los preparativos estuvo tan alegre como un pájaro; sólo cuando miraba en dirección a Keawe los ojos se le llenaban de lágrimas y tenia que ir a besarlo. En cuanto a Keawe, se le había quitado lun gran peso de encima; ahora que alguien compartía su secreto y había vislumbrado una esperanza, parecía un hombre distinto: caminaba otra vez con paso ligero y respirar ya no era luna obligación penosa. El terror sin embargo no andaba muy lejos; y de vez en cuando, de la misma manera que el viento apaga un cirio, la esperanza moria dentro de él y veía otra vez agitarse las llamas y el fuego abrasador del infierno. Anunciaron que iban a hacer un viaje de placer por los Estados Unidos: a todo el mundo le pareció una cosa extraña, pero más extraña les hubiera parecido la verdad si hubieran podido adivinarla. De manera que se trasladaron a Honolulu en el Hall y de allí a San Francisco en el Umatilla con muchos haoles; y en San Francisco se embarcaron en el bergantín correo, el Tropic Bird, camino de Papeete, Ia ciudad francesa más importante de las islas del sur. Llegaron allí, después de un agradable viaje, cuando los vientos alisios soplaban suavemente, y vieron los arrecifes en los que van a estrellarse las olas, y Motuiti con sus palmeras, y cómo el bergantín se adentraba en el puerto, y las casas blancas de la ciudad a lo largo de la orilla entre árboles verdes, y, por encima, las montañas y las nubes de Tahiti, la isla prudente. Consideraron que lo más conveniente era alquilar una casa, y eligieron una situada frente a la del cónsul británico; se trataba de hacer gran ostentación de dinero y de que se les viera por todas partes bien provistos de coches y caballos. Todo esto resultaba fácil mientras tuvieran la botella en su poder, porque Kokua era más atrevida que Keawe y siempre que se le ocurría, llamaba al diablo para que le proporcionase veinte o cien dólares De esta forma pronto se hicieron notar en la ciudad; y los extranjeros procedentes de Hawaii, y sus paseos a caballo y en coche, y los elegantes holokus y los delicados encajes de Kokua fueron tema de muchas conversaCIones. Se acostumbraron a la lengua de Tahití, que es en realidad semejante a la de Hawaii, aunque con cambios en ciertas letras; y en cuanto estuvieron en condiciones de comunicarse, trataron de vender la botella. Hay que tener en cuenta que no era un tema fácil de abordar; no era fácil convencer a la gente de que hablaban en serio cuando les ofrecían por cuatro céntimos una fuente de salud y de inagotables riquezas. Era necesario además explicar los peligros de la botella; y, o bien los posibles compradores no creían nada en absoluto y se echaban a reír, o se percataban sobre todo de los aspectos más sombríos y, adoptando un aire muy solemne, se 147 alejaban de Keawe y de Kokua, considerándolos personas en trato con el demonio. De manera que en lugar de hacer progresos, los esposos descubrieron al cabo de poco tiempo que todo el mundo les evitaba; los niños se alejaban de ellos corriendo y chillando, cosa que a Kokua le resultaba insoportable; los católicos hacían la señal de la cruz al pasar a su lado y todos los habitantes de la isla parecían estar de acuerdo en rechazar sus proposiciones. Con el paso de los días se fueron sintiendo cada vez más deprimidos. Por la noche, cuando se sentaban en su nueva casa después del día agotador, no intercambiaban una sola palabra y si se rompía el silencio era porque Kokua no podia reprimir más sus sollozos. Algunas veces rezaban juntos; otras colocaban la botella en el suelo y se pasaban la velada contemplando los movimientos de Ia sombra en su interior. En tales ocasiones tenían miedo de irse a descansar. Tardaba mucho en llegarles el sueño y si uno de ellos se adormilaba, al despertarse hallaba al otro llorando silenciosamente en la oscuridad o descubría que estaba solo, porque el otro habia huido de la casa y de la proximidad de la botella para pasear bajo los bananos en“el jardín o para vagar por la playa a la luz de la luna. Así fue como Kokua se despertó una noche y encontró que Keawe se habia marchado. Tocó la cama y el otro lado del lecho estaba frío. Entonces se asustó, incorporándose. Un poco de luz de luna se filtraba entre las persianas. Había suficiente claridad en la habitación para distinguir la botella sobre el suelo. Afuera soplaba el viento y hacía gemir los grandes árboles de la avenida mientras las hojas secas batian en la veranda. En medio de todo esto Kokua tomó conciencia de otro sonido; dificilmente hubiera podido decir si se trataba de un animal o de un hombre, pero si que era tan triste como la muerte y que le desgarraba el alma. Kokua se levantó sin hacer ruido, entreabrió la puerta y contempló el jardín iluminado por la luna. Alli, bajo los bananos, yacia Keawe con la boca pegada a la tierra y eran sus labios los que dejaban escapar aquellos gemidos. La primera idea de Kokua fue ir corriendo a consolarlo; pero en seguida comprendió que no debía hacerlo. Keawe se había comportado ante su esposa como un hombre valiente; no estaba bien que ella se inmiscuyera en aquel momento de debilidad. Ante este pensamiento Kokua retrocedió, volviendo otra vez al interior de la casa. «¡Qué negligente he sido, Dios míol», pensó. «¡Qué débil! Es él, y no yo, quien se enfrenta con la condenación eterna; la maldición recayó sobre su alma y no sobre la mía. Su preocupación por mi bien y su amor por una criatura tan poco digna y tan incapaz de ayudarle son las causas de que ahora vea tan cerca de si las llamas del infierno y hasta huela el humo mientras yace ahí fuera, iluminado por la luna y azotado por el viento. ¿Soy tan torpe que hasta ahora nunca se me ha ocurrido considerar cuál es mi deber, o quizá viéndolo he preferido ignorarlo? Pero ahora, por fin, alzo mi alma en manos de mi afecto; ahora digo adiós a la blanca escalinata del paraíso y a los rostros de mis amigos que están alli esperando. ¡Amor por amor y que el mío sea capaz de igualar al de Keawe! ¡Alma por alma y que la mía perezca! » Kokua era una mujer con gran destreza manual y en seguida estuvo preparada. Cogió el cambio, los preciosos céntimos que siempre tenian al alcance de la mano, porque es una moneda muy poco usada, y habían ido a aprovisionarse a una oficina del Gobierno. Cuando Kokua avanzaba ya por la avenida, el viento trajo unas nubes que ocultaron la luna. La ciudad dormía y la muchacha no sabia hacia dónde dirigirse hasta que oyó una tos que salia de debajo de un árbol. —Buen hombre —dijo Kokua—, ¿qué hace usted aquí solo en una noche tan fría? El anciano apenas podía expresarse a causa de la tos, pero Kokua logró enterarse de que era viejo y pobre y un extranjero en la isla. ——¿Me haría usted un favor?—dijo Kokua-—. De extranjero a extranjera y de anciano a muchacha, ¿no querrá usted ayudar a una hija de Hawaii? —Ah-dijo el anciano——. Ya veo que eres la bruja de las Ocho Islas y que también quieres perder mi alma. Pero he oído hablar de ti y te aseguro que tu perversidad nada conseguirá contra mi. —Siéntese aquí-—Ie dijo Kokua—, y déjeme que le cuente una historia. Y le contó la historia de Keawe desde el principio hasta el fin. —Y yo soy su esposa-dijo Kokua al terminar——; la esposa que Keawe compró a cambio de su alma. ¿Qué debo hacer? Si fuera yo misma a comprar la botella, no aceptaría. Pero si va usted, 148 se la dará gustosísimo; me quedaré aquí esperándole: usted la comprará por cuatro céntimos y yo se la volveré a comprar por tres. ¡Y que el Señor dé fortaleza a una pobre muchacha! —Si trataras de engañarme —dijo el anciano——, creo que Dios te mataría. —¡Si que lo haria!-—exclamó Kokua-. No le quepa duda. No podria ser tan malvada. Dios no lo consentiría. —Dame los cuatro céntimos y espérame aqui-dijo el anciano. Ahora bien, cuando Kokua se quedó sola en la calle todo su valor desapareció. El viento rugía entre los árboles y a ella le parecía que las llamas del infierno estaban ya a punto de acometerla; las sombras se agitaban a la luz del farol, y le parecian las manos engarfiadas de los mensajeros del maligno. Si hubiera tenido fuerzas, habría echado a correr y de no faltarie el aliento habria gritado; pero fue incapaz de hacer nada y se quedó temblando en la avenida como una niñita muy asustada. Luego vio al anciano que regresaba trayendo la botella. —He hecho lo que me pediste-dijo al llegar junto a ella—. Tu marido se ha quedado llorando como un niño; dormirá en paz el resto de la noche. Y extendió la mano ofreciéndole la botella a Kokua. —Antes de dármela —jadeó Kokua- aprovéchese también de lo bueno: pida verse libre de su tos. —Soy muy viejo-replicó el otro-1 y estoy demasiado cerca de la tumba para aceptar favores del demonio. Pero ¿qué sucede? ¿Por qué no coges la botella? ¿Acaso dudas? —¡No, no dudolmexclamó Kokua—. Pero me faltan las fuerzas. Espere un momento. Es mi mano la que se resiste y mi carne la que se encoge en presencia de ese objeto maldito. ¡Un momento tan sólo! El anciano miró a Kokua afectuosamente. —¡Pobre niña! —dijo—; tienes miedo; tu alma te hace dudar. Bueno, me quedaré yo con ella. Soy viejo y nunca más conoceré la felicidad en este mundo, y, en cuanto al otro... —¡Démelal —jadeó Kokua—. Aquí tiene su dinero. ¿Cree que soy tan vil como para eso? Deme la botella. “Que Dios te bendiga, hija mía-—dijo el anciano. Kokua ocultó la botella bajo su holoku, se despidió del anciano y echó a andar por la avenida sin preocuparse de saber en qué dirección. Porque ahora todos los caminos le daban lo mismo; todlos la llevaban igualmente al infierno. Unas veces iba andando y otras corría; unas veces gritaba y otras se tumbaba en el polvo junto al camino y lloraba. Todo lo que habia oído sobre el infierno le volvia ahora a la imaginación, contemplaba el brillo de las llamas, se asfixiaba con el acre olor del humo y sentía deshacerse su carne sobre los carbones encendidos. Poco antes del amanecer consiguió serenarse y volver a casa. Keawe dormía igual que un niño, tal como el anciano le había asegurado, Kokua se detuvo a contemplar su rostro. —Ahora, esposo mío-dijo-—, te toca a ti dormir. Cuando despiertes podrás cantar y reir. Pero la pobre Kokua, que nunca quiso hacer mal a nadie, no volverá a dormir tranquila, ni a cantar ni a divertirse. Después Kokua se tumbó en la cama al lado de Keawe y su dolor era tan grande que cayó al instante en un sopor profundísimo. Su esposo se despertó ya avanzada la mañana y le dio la buena noticia. Era como si la alegría lo hubiera trastornado, porque no se dio cuenta de la aflicción de Kokua, a pesar de lo mal que ella la disimulaba. Aunque las palabras se le atragantaran, no tenía importancia; Keawe se encargaba de decirlo todo. A la hora de comer no probó bocado, pero ¿quién iba a darse cuenta?, porque Keawe no dejó nada en su plato. Kokua lo veía y le oía como si se tratara de un mal sueño; habia veces en que se olvidaba o dudaba y se llevaba las manos a la frente; porque saberse condenada y escuchar a su marido hablando sin parar de aquella manera le resultaba demasiado monstruoso. Mientras tanto Keawe comia y charlaba, hacia planes para su regreso a Hawaii, le daba las gracias a Kokua por haberlo salvado, la acariciaba y le decía que en realidad el milagro era obra suya. Luego Keawe empezó a reirse del viejo que había sido lo suficientemente estúpido como para comprarla botella. 149 —Parecía un anciano respetable-dijo Keawe—. Pero no se puede juzgar por las apariencias, porque ¿para qué necesitaría la botella ese viejo réprobo? —Esposo mío-dijo Kokua humildemente——, su intención puede haber sido buena. Keawe se echó a reír muy enfadado. —¡Tonteriasl ——-exclamó acto seguido-e. Un viejo pícaro, te lo digo yo; y estúpido por añadidura. Ya era bien dificil vender la botella por cuatro céntimos, pero por tres será completamente imposible. Apenas queda margen y todo el asunto empieza a oler a chamusquina... —dijo Keawe, estremeciéndose——. Es cierto que yo la compré por un centavo cuando no sabía que hubiera monedas de menos valor. Pero es absurdo hacer una cosa así; nunca aparecerá otro que haga lo mismo, y la persona que tenga ahora esa botella se la llevará consigo a la tumba. -—-—¿No es una cosa terrible, esposo mío dijo Kokua——, que la salvación propia signifique la condenación eterna de otra persona? Creo que yo no podria tomarlo a broma. Creo que me sentiría abatido y lleno de melancolía. Rezaría por el nuevo dueño de la botella. Keawe se enfadó aún más al darse cuenta de la verdad que encerraban las palabras de Kokua. —¡Tonterías! —exclamó——. Puedes sentirte llena de melancolía si así lo deseas. Pero no me parece que sea ésa la actitud lógica de una buena esposa. Si pensaras un poco en mi, tendría que darte vergüenza. Luego salió y Kokua se quedó sola. « ¿Qué posibilidades tenía ella de vender la botella por dos céntimos? Kokua se daba cuenta de que no tenía ninguna. Y en el caso de que tuviera alguna, ahi estaba su marido empeñado en devolverla a toda prisa a un país donde no había ninguna moneda inferior al centavo. Y ahí estaba su marido abandonándola y recriminándola a la mañana siguiente después de su sacrificio. Ni siquiera trató de aprovechar el tiempo que pudiera quedarle: se limitó a quedarse en casa, y unas veces sacaba la botella y la contemplaba con indecible horror y otras volvía a esconderla llena de aborrecimiento. A la larga Keawe terminó por volver y la invitó a dar un paseo en coche. —Estoy enferma, esposo mío-dijo ella—. No tengo ganas de nada. Perdóname, pero no me divertiría. Esto hizo que Keawe se enfadara todavía más con ella, porque creia que le entristecía el destino del anciano, y consigo mismo, porque pensaba que Kokua tenía razón y se avergonzaba de ser tan feliz. —¡Eso es lo que piensas de verdad-exclamó—-, y ése es el afecto que me tienes! Tu marido acaba de verse a salvo de Ia condenación eterna a la que se arriesgó por tu amor y ¡tú no tienes ganas de nada! Kokua, tu corazón es un corazón desleal. Keawe volvió a marcharse muy furioso y estuvo vagabundeando todo el día por la ciudad. Se encontró con unos amigos y estuvieron bebiendo juntos; luego alquilaron un coche para ir al campo y allí siguieron bebiendo. Uno de los que bebían con Keawe era un brutal haole ya viejo que había sido contramaestre de un ballenero y también prófugo, buscador de oro y presidiario en varias cárceles. Era un hombre rastrero; le gustaba beber y ver borrachos a los demás; y se empeñaba en que Keawe tomara una copa tras otra. Muy pronto, a ninguno de ellos le quedaba más dinero. ——¡Eh, tú! —dijo el contramaestre—, siempre estás diciendo que eres rico. Que tienes una botella o alguna tontería parecida. —Si-dijo Keawe——, soy rico; volveré a la ciudad y le pediré algo de dinero a mi mujer, que es la que Io guarda. —Ese no es un buen sistema, compañero-dijo el contramaestre—. Nunca confíes tu dinero a una mujer. Son todas tan falsas como Judas; no la pierdas de vista. Aquellas ¡palabras impresionaron mucho a Keawe porque la bebida le había enturbiado el cerebro. «No me extrañaría que fuera falsa», pensó. «¿Por qué tendría que entristecerle tanto mi liberación? Pero voy a demostrarle que a mí no se me engaña tan fácilmente. La pillaré infraganti. De manera que cuando regresaron a la ciudad, Keawe le pidió al contramaestre que le esperara en la esquina junto a la cárcel vieja, y él siguió solo por la avenida hasta la puerta de su casa, 150 Era otra vez de noche; dentro había una luz, pero no se oía ningún ruido. Keawe dio la vuelta a la casa, abrió con mucho cuidado la puerta de atrás y miró dentro. Kokua estaba sentada en el suelo con la lámpara a su lado; delante había una botella de color lechoso, con una panza muy redonda y un cuello muy largo; y mientras la contemplaba, Kokua se retorcía las manos. Keawe se quedó mucho tiempo en la puerta, mirando. Al principio fue incapaz de reaccionar; luego tuvo miedo de que la venta no hubiera sido válida y de que la botella hubiera vuelto a sus manos como le sucediera en San Francisco; y al pensar en esto notó que se le doblaban las rodillas y los vapores del vino se esfumaron de su cabeza como la neblina desaparece de un río con los primeros rayos del sol. Después se le ocurrió otra idea. Era una idea muy extraña e hizo que le ardieran las mejillas «Tengo que asegurarme de esto», pensó. De manera que cerró la puerta, dio la vuelta a la casa y entró de nuevo haciendo mucho ruido, como si acabara de llegar. Pero cuando abrió la puerta principal ya no se veía la botella por ninguna parte; y Kokua estaba sentada en una silla y se sobresaltó como alguien que se despierta. —*He estado bebiendo y divirtiéndome todo el día —dijo Keawe——. He encontrado unos camaradas muy simpáticos y vengo sólo a por más dinero para seguir bebiendo y corriéndonos la gran juerga. Tanto su rostro como su voz eran tan severos como los de un juez, pero Kokua estaba demasiado preocupada para darse cuenta. —Haces muy bien en usar de tu dinero, esposo mío —dijo ella con voz temblorosa. ——Ya sé que hago bien en todo-dijo Keawe, yendo directamente hacia el baúl y cogiendo el dinero. F’ero también miró detrás, en el rincón donde guardaba la botella, pero la botella no estaba allí. Entonces el baúl empezó a moverse como un alga marina y la casa a dilatarse como una espiral de humo, porque Keawe comprendió que estaba perdido, y que no le quedaba ninguna escapatoria. «Es lo que me temía», pensó; «es ella la que ha comprado la botella.» Luego se recobró un poco, alzándose de nuevo; pero el sudor le corría por Ia cara tan abundante como si se tratara de gotas de lluvia y tan frío como si fuera agua de pozo. —Kokua-—dijo Keawe——, esta mañana me he enfadado contigo sin razón alguna. Ahora voy otra vez a divertirme con mis compañeros-añadió, riendo sin mucho entusiasmo——. Pero sé que lo pasaré mejor si me perdonas antes de marcharme. Un momento después Kokua estaba agarrada a sus rodillas y se las besaba mientras ríos de lágrimas corrían por sus mejillas. —¡Só|o quería que me dijeras una palabra amable! exclamó ella. ——Ojalá que nunca volvamos a pensar mai el uno del otro-dijo Keawe; acto seguido volvió a marcharse. Keawe no había cogido más dinero que parte de la provisión de monedas de un céntimo que consiguieran nada más llegar. Sabia muy bien que no tenía ningún deseo de seguir bebiendo. Puesto que su mujer habia dado su alma por él, Keawe tenía ahora que dar la suya por Kokua; no era posible pensar en otra cosa. En la esquina, junto a la cárcel vieja, le esperaba el contramaestre. ——Mi mujer tiene la botella-—dijo Keawe——, y si no me ayudas a recuperarla, se habrán acabado el dinero y la bebida por esta noche. ———¿No querrás decirme que esa historia de la botella va en serío?—exclamó el contramaestre. ——Pongámonos bajo el farol-dijo Keawe—-. ¿Tengo aspecto de estar bromeando? —Debe de ser cierto-dijo el contramaestre_, porque estás tan serio como si vinieras de un entierro. —Escúchame, entonces——dijo Keawe——; aquí tienes dos céntimos; entra en la casa y ofréceselos a mi mujer por la botella, y (si no estoy equivocado) te la entregará inmediatamente. Traemela aquí y yo te la volveré a comprar por un céntimo; porque tal es la ley con esa botella: es preciso venderla por una suma inferior a la de la compra. Pero en cualquier caso no le digas una palabra de que soy yo quien te envía. 151 —Compañero, ¿no te estarás burlando de mí?—quiso saber el contramaestre. —Nada malo te sucedería aunque fuera así-—respondió Keawe. —Tienes razón, compañero-«dijo el contramaestre. ——Y si dudas de mi-añadió Keawe-puedes hacer la prueba. Tan pronto como salgas de Ia casa, no tienes más que desear que se te llene el bolsillo de dinero, o una botella del mejor ron o cualquier otra cosa que se te ocurra y comprobarás en seguida el poder de la botella. —Muy bien, kanaka-dijo el contramaestre——. Haré la prueba; pero si te estás divirtiendo a costa mia, te aseguro que yo me divertiré después a la tuya con una barra de hierro. De manera que el ballenero se alejó por la avenida; y Keawe se quedó esperándolo. Era muy cerca del sitio donde Kokua había esperado la noche anterior; pero Keawe estaba más decidido y no tuvo un solo momento de vacilación; sólo su alma estaba llena del amargor de la desesperación. Le pareció que llevaba ya mucho rato esperando cuando oyó que alguien se acercaba, cantando por la avenida todavía a oscuras. Reconoció en seguida la voz del contramaestre; pero era extraño que repentinamente diera Ia impresión de estar mucho más borracho que antes. El contramaestre en persona apareció poco después, tambaleándose, bajo la luz del farol. Llevaba la botella del diablo dentro de la chaqueta y otra botella en la mano; y aún tuvo tiempo de llevársela a la boca y echar un trago mientras cruzaba el círculo iluminado. —Ya veo que la has conseguido—-—dijo Keawe. —¡Quietas las manos! —gritp el contramaestre, dando un salto hacia atrás——-. Si te acercas un paso más te parto la boca. Creías que ibas a poder utilizarme, ¿no es cierto? —¿Qué significa esto?——exclamó Keawe. —¿Qué significa? —repitió el contramaestre—«. Que esta botella es una cosa extraordinaria, ya Io creo que sí; eso es lo que significa. Cómo la he conseguido por dos céntimos es algo que no sabría explicar; pero sí estoy seguro de que no te la voy a dar por uno. —¿Quieres decir que no Ia vendes?—jadeó Keawe. —¡Claro que noi-exclamó el contramaestre—. Pero te dejaré echar un trago de ron, si quieres. —Has de saber—dijo Keawe-que el hombre que tiene esa botella terminará en el infierno. —Calculo que voy a ir a parar allí de todas formas —replicó el marlnero——; y esta botella es Ia mejor compañía que he encontrado para ese viaje. ¡No, señor! —exclamó de nuevo—; esta botella es mía ahora y ya puedes ¡r buscándote otra. —¿Es posible que sea verdad todo esto?—exclamó Keawe—. ¡Por tu propio bien, te lo ruego, véndemela! -No me importa nada lo que digas—replicó el contramaestre—. Me tomaste por tonto y ya ves que no lo soy; eso es todo. Si no quieres un trago de ron me Io tomaré yo. ¡A tu salud y que pases buena noche! Y acto seguido continuó andando, camino de la ciudad; y con él también la botella desaparece de esta historia. Pero Keawe corrió a reunirse con Kokua con la velocidad del viento; y grande fue su alegría aquella noche; y grande, desde entonces, ha sido la paz que colma todos sus días en la Casa Resplandeciente. Apia, Upolu, Islas de Samoa, 1889. 152 FICHERO 17. OSCAR WILDE. 1854-1900 1. ORGANIlZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se lhará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCiÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Robert Louis Stevenson. 2.2 CONTEXTUALIZAClÓN. Se explicará brevemente quién fue Oscar Wilde. Su vida y obra. Se explicará brevemente: Quien era la Esfinge. Su significado y los enigmas. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Lectura en voz alta: La Esfinge sin secreto. (Ver ejercicios prácticos para suspender la lectura en un punto determinado) 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Terminemos el cuento. En un punto determinado del texto el monitor suspenderá la lectura y solicitará a cada uno de los participantes que escriban el desenlace del cuento. 3. PUESTA EN COMÚN l CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerá el final original del cuento y se comparará con los finales propuestos. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 153 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algun libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Biblioteca Digital Ciudad Seva. www.ciudadseva.com Wilde Oscar. (1987) El Fantasma de Canterville y otros cuentos. Madrid: Alianza Editorial. TEXTOS DE REFERENCIA. La esfinge sin secreto. Una tarde, tomaba mi vermú en la terraza del Café de la Paix, contemplando el esplendor y la miseria de la vida parisina y asombrándome del extraño panorama de orgullo y pobreza que desfilaba ante mis ojos, cuando oí que alguien me llamaba. Volví la cabeza y vi a lord Murchison. No nos habíamos vuelto a ver desde nuestra época de estudiantes, hacía casi diez años, así que me encantó encontrarme de nuevo con él y nos dimos un fuerte apretón 'de manos. En Oxford habíamos sido grandes amigos. Yo lo había apreciado muchísimo, ¡era tan apuesto, íntegro y divertido! Solíamos decir que habría sido el mejor de los compañeros si no hubiese dicho siempre la verdad, pero creo que todos le admirábamos más por su franqueza. Me pareció que estaba muy cambiado. Daba la impresión de estar inquieto y desorientado, como si dudara de algo. Comprendi que no podía ser un caso de escepticismo moderno, pues Murchison era el más firme de los conservadores, y creía con la misma convicción en el Pentateuco que en la Cámara de los Pares; asi que llegué a la conclusión de que se trataba de una mujer, y le pregunté si se había casado. —No comprendo suficientemente bien a las mujeres -respondió. —Mi querido Gerald —dije-, las mujeres están hechas para ser amadas, no comprendidas. —Soy incapaz de amar a alguien en quien no puedo confiar -rep|icó. —Creo que hay un misterio en tu vida, Gerald —exclamé-; ¿de qué se trata? -Vamos a dar una vuelta en coche —contestó—, aqui hay demasiada gente. No, un carruaje amarillo no, de cualquier otro color... Mira, aquel verde oscuro servirá. Y poco después bajábamos trotando por el bulevar en dirección a la Madeleine. —¿Dónde vamos? —quise saber. —¡Oh, donde tú quieras! -repuso-. Al restaurante del Bois de Boulogne; cenaremos allí y me hablarás de tu vida. —Me gustaría que tú lo hicieras antes -dije-. Cuéntame tu misterio. Lord Murchison sacó de su bolsillo una cajita de tafilete con cierre de plata y me la entregó. La abrí. En el interior llevaba la fotografía de una mujer. Era alta y delgada, y de un extraño atractivo, con sus grandes ojos de mirada distraída y su pelo suelto. Parecía una clairvoyante, e iba envuelta en ricas pieles. -¿Qué opinas de ese rostro? -inquirió-. ¿Lo crees sincero? Lo examiné detenidamente. Tuve la sensación de que era el rostro de alguien que guardaba un secreto, aunque fuese incapaz de adivinar si era bueno o malo. Se trataba de una belleza moldeada a fuerza de misterios... una belleza psicológica, en realidad, no plástica.“ y el atisbo de sonrisa que rondaba sus labios era demasiado sutil para ser realmente dulce. -Bueno -exclamó impaciente-, ¿qué me dices? -Es la Gioconda envuelta en martas cibelinas -respondí-. Cuéntame todo sobre ella. -Ahora no, después de la cena -replicó, antes de empezar a hablar de otras cosas. Cuando el camarero trajo el café y los cigarrillos, recordé a Gerald su promesa. Se levantó de su asiento, recorrió dos o tres veces de un lado a otro la estancia y, desplomándose en un sofá, me contó la siguiente historia: -Una tarde -dijo—, estaba paseando por la Calle Bond alrededor de las cinco. Había una gran aglomeración de carruajes, y éstos estaban casi parados. Cerca de la acera, había un pequeño coche amarillo que, por algún motivo, atrajo mi atención. AI pasar junto a él, vi asomarse el rostro que te he enseñado esta tarde. Me fascinó al instante. Estuve toda la noche obsesionado 154 con el, y todo el día siguiente. Caminé arriba y abajo por esa maldita calle, mirando dentro de todos los carruajes y esperando la llegada del coche amarillo; pero no pude encontrar a ma belle inconnue y empecé a pensar que se trataba de un sueño. Aproximadamente una semana después, tenía una cena en casa de Madame de Rastail. La cena iba a ser a las ocho; pero, media hora después, seguíamos esperando en el salón. Finalmente, el criado abrió la puerta y anunció a lady Alroy. Era la mujer que había estado buscando. Entró muy despacio, como un rayo de luna vestido de encaje gris y, para mi inmenso placer, me pidieron que la acompañase al comedor. -Creo que Ia vi en la Calle Bond hace unos días, lady Alroy -exc|amé con la mayor inocencia cuando nos hubimos sentado. -Se puso muy pálida y me dijo quedamente: —No hable tan alto, por favor; pueden oírlo. Me sentí muy desdichado por haber empezado tan mal, y me zambullí imprudentemente en el asunto del teatro francés. Ella apenas decía nada, siempre con la misma voz baja y musical, y parecía tener miedo de que alguien la escuchara. Me enamoré apasionada, estúpidamente de ella, y la indefinible atmósfera de misterio que la rodeaba despertó mi más ferviente curiosidad. Cuando estaba a punto de marcharse, poco después de la cena, le pregunté si me permitiría ir a visitarla. Ella pareció vacilar, miró a uno y otro lado para comprobar si había alguien cerca de nosotros, y luego repuso: -Sí, mañana a las cinco menos cuarto. Pedí a Madame de Rastail que me hablara de ella, pero lo único que logré saber fue que era una viuda con una casa preciosa en Park Lane; y como algún aburrido científico empezó a disertar sobre las viudas, a fin de ilustrar la supervivencia de los más capacitados para la vida matrimonial, me despedi y regresé a casa. Al día siguiente llegué a Park Lane con absoluta puntualidad, pero el mayordomo me comunicó que lady Alroy acababa de marcharse. Me dirigí al club bastante apesadumbrado y totalmente perplejo, y, después de meditarlo con detenimiento, le escribí una carta pidiéndole permiso para intentar visitarla cualquier otra tarde. No recibi ninguna respuesta en varios días, pero finalmente llegó una pequeña nota diciendo que estaría en casa el domingo a las cuatro, y con esta extraordinaria postdata: "Le ruego que no vuelva a escribirme a esta dirección; se lo explicaré cuando le vea". El domingo me recibió y no pudo estar más encantadora; pero, cuando ¡ba a marcharme, me rogó que, si en alguna ocasión la escribía de nuevo, dirigiera mi carta "a la atención de la señora Knox, Biblioteca Whittaker, Calle Green". -Existen razones -dijo- que no me permiten recibir cartas en mi propia casa. Durante toda aquella temporada, Ia vi con asiduidad, Y jamás la abandonó aquel aire de misterio. A veces se me ocurría pensar que estaba bajo el poder de algún hombre, pero parecía tah inaccesible que no podia creerlo. Era realmente difícil para mi llegar a alguna conclusión, pues era como uno de esos extraños cristales que se ven en los museos, y que tan pronto son transparentes como opacos. Al final decidí pedirle que se casara conmigo: estaba harto del constante sigilo que imponía a todas mis visitas y a las escasas cartas que le enviaba. Le escribí a la biblioteca para preguntarle si podia reunirse conmigo el lunes siguiente a las seis. Me respondió que si, y yo me senti en el séptimo cielo. Estaba loco por ella, a pesar del misterio, pensaba yo entonces -por efecto de él, comprendo ahora-. No; era la mujer lo que yo amaba. El misterio me molestaba, me enloquecía. ¿Por qué me puso el azar en su camino? -Entonces, ¿lo descubriste? -exclamé. -Eso me temo -repuso-. Puedes juzgar por ti mismo. El lunes fui a almorzar con mi tío y, hacia las cuatro, llegué a Marylebone Road. Mi tío, como sabes, vive en Regent’s Park. Yo quería ir a Piccadilly y, para atajar, atravesé un montón de viejas callejuelas. De pronto, vi delante de mí a lady Alroy, completamente tapada con un velo y andando muy deprisa. AI llegar a la última casa de la calle, subió los escalones, sacó una llave y entró en ella. "He aquí el misterio", pensé; y me acerqué presuroso a examinar la vivienda. Parecía uno de esos lugares que alquilan habitaciones. Su pañuelo se había caído en el umbral. Lo recogí y lo metí en mi bolsillo. Entonces empecé a cavilar sobre lo que debía hacer. Llegué a la conclusión de que no tenía el menor derecho a espiarla y me dirigí en carruaje al club. A las 155 seis aparecí en su casa. Se hallaba recostada en un sofá, con un elegante vestido de tisú plateado sujeto con unas extrañas adularias que siempre llevaba. Estaba muy hermosa. -No sabe cuánto me alegro de verlo -dijo-; no he salido en todo el dia La miré sorprendido, y sacando el pañuelo de mi bolsillo, se lo entregué. -Se le cayó esta tarde en la Calle Cummor, lady Alroy -señalé sin inmutarme. Me miró horrorizada, pero no hizo ninguna tentativa de coger el pañuelo. -¿Qué estaba haciendo alli? -inquiri. -¿Y qué derecho tiene usted a preguntármelo? -exclamó ella. -El derecho de un hombre que la quiere -contesté-; he venido para pedirle que sea mi mujer. Ocultó el rostro entre las manos y se deshizo en un mar de lágrimas. -Debe contármelo -proseguí. Ella se puso en pie y, mirándome a la cara, respondió: -Lord Murohison, no tengo nada que contarle. -Fue usted a reunirse con alguien -afirmé-; ése es su misterio. Lady Alroy adquirió una palidez cadavéríca y dijo: —No fui a reunirme con nadie. -¿Acaso no puede decir la verdad? -exclamé. -Ya se la he dicho —repuso. Yo estaba furibundo, enloquecido; no recuerdo mis palabras, pero la acusé de cosas terribles. Finalmente, me precipité fuera de su domicilio. Ella me escribió una carta al día siguiente; se la devolví sin abrir y me fui a Noruega con Alan Colville. Regrese un mes más tarde y lo primero que leí en el Morning Post fue la muerte de lady Alroy. Se había resfriado en la ópera, y había muerto de una congestión pulmonar a los cinco días. Me encerre en casa y no quise ver a nadie. La había querido demasiado, la había amado con locura. ¡Santo Dios! ¡Cuánto había amado a esa mujer! —¿Y nunca fuiste a aquella casa? —le interrumpí. —Sí —replícó. Un día me dirigí a la Calle Cummor. No pude evitarlo; me torturaba la duda. Llamé a la puerta y me abrió una mujer de aire respetable. Le pregunté si tenía alguna habitación para alquilar. -Verá, señor -contestó-, en teoría los salones están alquilados; pero, como hace tres meses que la señora no viene y que nadie paga la renta, puede usted quedarse con ellos —¿Es ésta su inquilina? —quise saber, mostrándole la foto. -Sin duda alguna -exclamó—, y ¿cuándo piensa volver, señor? —La señora ha fallecido —repuse. —¡Oh, señor, espero que no sea cierto! dijo la mujer-. Era mi mejor inquilina. Me pagaba tres guineas a la semana sólo por sentarse en mis salones de vez en cuando. -¿Se reunía con alguien? -le pregunté. Pero la mujer me aseguró que no, que siempre llegaba sola y jamás veía a nadie. -¿Y qué diablos hacía? -inquirí. -Se limitaba a sentarse en el salón, señor, y leía libros; a veces también tomaba el té - respondió ella. No supe qué contestarle, así que le di una libra y me marché. —Y bien, ¿qué crees que significaba todo aquello? ¿No pensarás que la mujer decía la verdad? —Pues claro que lo pienso. —Entonces, ¿por qué acudía allí lady Alroy? —Mi querido Oswald —replicó—, lady Alroy era simplemente una mujer obsesionada con el misterio. Alquiló esas habitaciones por el placer de ir allí tapada con su velo, imaginando que era la heroína de una novela. Le encantaban los secretos, pero no era más que una esfinge sin secreto. —¿De veras lo crees? —Estoy convencido. Sacó la cajita de tafilete, la abrió y contempló la fotografía. -Sigo teniendo mis dudas -exclamó finalmente. 156 FICHERO 18. WILLIAM WYMARK JACOBS. 1863-1942 1. ORGANIIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una 'contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESlÓN / MOMENTO DE ACClÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de William Wymark Jacobs. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue W.W. Jacobs, su vida y obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta de: La pata del mono. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Después de leer el cuento, se elaborará colectivamente un final diferente. El monitor Coordinará las ideas y escribirá con un marcador grueso en una cartulina el final aprobado por el grupo. 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE lLA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. 157 Bibliografía: Biblioteca IDigitaI Ciudad Seva. www.ciudladseva.com Synclair, May. (2001) Cuentos memorables seqún Borqes. Buenos Aires: Alfaguara TEXTOS DE REFERENCIA. La pata del mono. I La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea. -Oigan el viento -dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera. -Lo oigo —dijo éste moviendo implacablemente la reina-. Jaque. -No creo que venga esta noche -dijo el padre con la mano sobre el tablerro. -Mate —contestó el hijo. -Esto es lo malo de vivir tan lejos -vociferó el señor White con imprevista y repentina violenciaDe todos los suburbios, este es el peor. El camino es un pantano. No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa. -No te aflijas, querido -dijo suavemente su mujer-, ganarás la próxima vez. El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio. -Ahí viene -dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron condolerse con el recién venido. Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con los ojos salientes y la cara rojiza. -El sargento mayor Morris —dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traia whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego. Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños. -Hace veintiún años -dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo—. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora. -No parece haberle sentado tan mal -d¡jo la señora White amablemente. -Me gustaria ir a la lndia -dijo el señor White-. Sólo para dar un vistazo. -Mejor quedarse aquí -rep|icó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza. —Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas -dijo el señor White—. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo? -Nada -contestó el soldado apresuradamente-. Nada que valga la pena oír. —¿Una pata de mono? -preguntó la señora White. —Bueno, es lo que se llama magia, tal vez -dijo con desgana el militar. Sus tres interlocutores Io miraron con avidez. Distraídamente, el forastero llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó. -A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular -dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo. La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente. —¿Y qué tiene de extraordinario? —preguntó el señor Whitte quitándosela a su hijo, para mirarla. -Un viejo lfaquir le dio poderes mágicos -dijo el sargento mayor-. Un hombre muy santo... Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos. Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban. 158 —Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? —preguntó Herbert White. El sargento lo miró con tolerancia. —Las he pedido -dijo, y su rostro curtido palideció. —¿Realmente se cumplieron los tres deseos? -preguntó la señora White.—Se cumplieron -dijo el sargento. —¿Y nadie más pidió? -insistió la señora, -Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono. Habló con tanta gravedad que produjo silencio. —Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán -dijo, finalmente, el señor White-. ¿Para que lo guarda? El sargento sacudió la cabeza: —Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan o que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después. —Y si a usted le concedieran tres deseos más —dijo el señor White-, ¿los pediría? -No sé -contestó el otro-. No sé. Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió. —Mejor que se queme —dijo con solemnidad el sargento. —Si usted no la quiere, Morris, démela. -No quiero -respondió terminantemente. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche la culpa de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela. El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó: —¿Cómo se hace? -Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las consecuencias. —Parece de Las mil y una noches -dijo la señora White. Se levantó a preparar la mesa-. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos? El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión de alarma del sargento. —Si está resuelto a pedir algo -dijo agarrando el brazo de White- pida algo razonable. El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse a la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraidos, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India. —Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad como en los otros —dijo Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren-, no conseguiremos gran cosa. -¿Le diste algo? —preguntó la señora mirando atentamente a su marido. —Una bagatela -contestó el señor White, ruborizándose levemente-. No queria aceptarlo, pero lo obligué. lnsistió en que tirara el talismán. —Sin duda -dijo Herbert, con fingido horror-, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer. El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó con perplejidad. -No se me ocurre nada para pedirle --dljo con lentitud-. Me parece que tengo todo lo que deseo. -Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es cierto? —dljo Herbert poniéndole la mano sobre el hombro-. Bastará con que pidas doscientas libras. El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; Herbert puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes graves. —Quiero doscientas libras -pronunció el señor Whiite. Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron hacia él. —Se movió -dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo dejó caer—. Se retorció en mi mano como una víbora. 159 -Pero yo no veo el dinero —observó el hijo, recogiendo el talismán yy poniéndolo sobre la mesa-. Apostaria que nunca lo veré. ' —Habrá sido tu imaginación, querido —dijo la mujer, mirándolo ansiosamente. Sacudió la cabeza. —No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto. “ Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca. El señor White se sobresaltó cuando golpeó una puerta en los pisos altos. Un silencio ¡nusitado y deprimente los envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse. -Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en medio de la cama —dijo Herbert al darles las buenas noches-. Una aparición horrible, agazapada encima del ropero, te acecharái cuando estés guardando tus bienes ¡legítimos Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad y miró las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rió, molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar la brasa; sin querer, tocó la pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo y subió a su cuarto. II A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol invernal, se rió de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba la noche anterior; y esa pata de mono; arrugada y sucia, tirada sobre el aparador, no parecía terrible. —Todos los viejos militares son iguales —dijo la señora White-. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterias! ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época? Y si consiguieras las doscientas libras, ¿qué mal podrían hacerte? —Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza —dijo Herbert. —Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecian coincidencias —dijo el padre. —Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta -dijo Herbert, levantándose de la mesa-. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte. La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido. Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta corrió a abrirla, y cuando vio que sólo traia la cuenta del sastre se refirió con cierto malhumor a los militares de costumbres intemperantes. —Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas —dijo al sentarse. -Sin duda «dijo el señor White-. Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo. —Habrá sido en tu imaginación —dijo la señora suavemente. -Afirmo quese movió. Yo no estaba sugestionado. Era... ¿Qué sucede? Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenia una galera nueva y reluciente; pensó en las doscientas libras. El hombre se detuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar. Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de Ia silla. Hizo pasar al desconocido. Éste parecia incómodo. La miraba furtivamente, mientras ella le pedia disculpas por el desorden que habia en el cuarto y por el guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el rnotivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en silencio. -Vengo de parte de Maw & Meggins —dijo por fin. La señora White tuvo un sobresalto. —¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert? Su marido se interpuso. —Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor. Y lo miró patéticamente. —Lo siento..., -empezó el otro. -¿Está herido? —preguntó, enloquecida, la madre. El hombre asintió. 160 —Mal herido —dijo pausadamente-. Pero no sufre. —Gracias a Dios -dijo la señora White, juntando las manos-. Gracias a Dios. Bruscamente comprendió el sentido siniestro que habia en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio. -Lo agarraron las máquinas -dijo en voz baja el visitante. -Lo agarraron las máquinas —repitió el señor Whitee, aturdido. Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados. —Era el único que nos quedaba -le dijo al visitante-. Es duro. El otro se levantó y se acercó a la ventana. —La compañía me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran pérdida —dijo sin darse la vuelta-. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un empleado y que obedezco las órdenes que me dieron. No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba Iívida. —Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niegan toda responsabilidad en el accidente -prosiguió el otro-. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada. El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto? —Doscientas libras -fue la respuesta. Sin oir el grito de su mujer, el señor White sonrió levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se desplomó, desmayado. Ill En el cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia, marido y mujer dieron sepultura a su muerto y volvieron a la casa transidos de sombra y de silencio. Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativa se transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que algunos llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían nada que decirse; sus días eran interminables hasta el cansancio. ' Una semana después, el señor White, despertandose bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró solo. El cuarto estaba a oscuras; oyó cerca de la ventana, un llanto contenido. Se incorporó en Ia cama para escuchar. —Vuelve a acostarte -dijo tiernamenter.‘ Vas a coger frio. —Mi hijo tiene más frío —dijo la señora White y volvió a llorar. Los sollozos se desvanecieron en los oidos del señor White. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó. —La pata de mono ¿gritaba desatinadamente—, la pata de mono. El señor White se incorporó alarmado. —¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede? Ella se acercó: —La quiero, ¿No la has destruido? —Está en la sala, sobre la repisa -contestó asombrado-. ¿Por qué la quieres?? Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente: -Sólo ahora he pensado... ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste? —¿Pensaste en qué? —preguntó. —En los otros dos deseos —respondió en seguida-. Sólo hemos pedido uno. —¿No fue bastante? -No —gritó ella triunfalmente-. Le pediremos otro más. Búscala pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida. El hombre se sentó en la cama, temblando. —Dios mío, estás loca. -Búscala pronto y pide -le balbuceó-; ¡mi hijo, mi hijo! El hombre encendió la vela. 161 —Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo. —Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo? -Fue una coincidencia. -Búscala y desea -gritó con exaltación la mujer. El marido se volvió y la miró: -Hace diez; días que está muerto y además, no quiero decirte otra cosa, lo reconocí por el traje. Si ya entonces era demasiado horrible para que lo vieras... -¡Tráemelo! -gritó la mujer arrastrándolo hacia la puerta-. ¿Crees que temo al niño que he cñado? El señor White bajó en Ia oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa. El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el deseo todavia no formulado trajera a su hijo hecho pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto. Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a Io largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la mano. Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pareció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenia algo sobrenatural. Le tuvo miedo. -¡Pídelo! -gritó con violencia. —Es absurdo y perverso -balbuceó. -Pidelo -repitió la mujer. El hombre levantó la mano: -Deseo que mi hijo viva de nuevo. El talismán cayó al suelo. El señor White siguió mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó la cortina. El hombre no se movió de allí, hasta que el frio del alba lo traspasó. A veces miraba a su mujer que estaba en la ventana. La vela se había consumido; hasta casi apagarse. Proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes. Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado. No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era opresiva; el señor White juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela. AI pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White se detuvo para encender otro; simultáneamente resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de entrada. Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el golpe. Huyó a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe. —¿Qué es eso? -gritó la mujer. -Un ratón -dijo el hombre—. Un ratón. Se me cruzó en la escalera. La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa. -¡Es Herbert! ¡Es Herbert! -La señora White corrió hacia la puerta, pero su marido la alcanzó. -¿Qué vas a hacer? —le dijo ahogadamente. -¡Es mi hijo; es Herbert! -gritó la mujer, luchando para que la soltara-. Me habia olvidado de que el cementerio está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta. -Por amor de Dios, no lo dejes entrar -dijo el hombre, temblando. -¿Tienes miedo de tu propio hijo? —gritó-. Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy. Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante: -La tranca l-dijo-. No puedo alcanzarla. Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la pata de mono. -Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara... Los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor White oyó que su mujer acercaba una silla; oyó e| ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la pata de mono y, frenéticamente, balbuceó el tercer y último deseo. Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó retirar la silla y abrirla puerta. Un viento helado entró por la escalera, y un largo y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para correr hacia ella y luego hasta el portón. El camino estaba desierto y tranquilo. 162 FlCHERO 19. HORACIO QUIROGA. 1878-1937 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Horacio Quiroga. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente a los participantes la vida y obra de Horacio Quiroga. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: Al almohadón de pluma. 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Se leerá la introducción del libro Los misterios del señor Burdick a los participantes , posteriormente se mostrarán cada una de las imágenes y se leerán los epígrafes. Cada participante seleccionará una ilustración y a partir de ésta escribirá un cuento. Se puede utilizar el libro ¿Quién dijo agridulce? Para fomentar el uso de un vocabulario más amplio al escribir el cuento. Se expondrán las ilustraciones junto con los cuentos escritos. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. 163 El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Quiroga, Horacio.(2007) Cuentos de amor locura y muerte. Buenos Aires: Editorial Terramar. Canales, Claudia, et al. (2006). ¿Quién dilo agridulce? Palabras para los sentidos. México: Serpentina. Van Allburg, Chris. (1999 ) Los misterios del señor Burdik. México: Fondo de Cultura Económica. TEXTOS DE REFERENCIA. El almohadón de plumas Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía unahora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre. La casa en que vivían influia un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, habia concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivia dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. AI fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra. Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. —No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con Ia voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida. Al otro dia Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudisima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el dia el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oir el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección. Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacia 164 sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. AI rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor. -¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror. -¡Soy yo, Alicia, soy yo! Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y. tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando. Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenia fijos en ella los ojos. Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacia en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor. -Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer... -¡Só|o eso me faltaba! -resop|ó Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa. Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el dia no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía Iívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenia siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha. Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salia de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán. Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón. —¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre. Jordán se acercó rapidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. -Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación. -Levánte|o a la luz -le dijo Jordán. La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, Iivida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. —¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca. —Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta. llevándose las manos crispadas a los bandos. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. Noche a noche, desde que Alicia había caido en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón habia impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece series particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma. 165 FlCHERO 20. BRUNO TRAVEN. 1890-1969 1. ORGANlZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Bruno Traven. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Bruno Traven, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: La Tigresa. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Concurso de palabras: Cada participante compartirá con el grupo las siguientes palabras: La que más le gusta por su sonido. La que más le gusta por su significado. La palabra que no le gusta que le digan. Se anotarán en el pizarrón y finalmente todos votarán para seleccionar la ganadora de cada grupo. Finalmente, cada participante escribirá un haikú para cada categoria de palabras. 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. 166 Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Biblioteca digital Ciudad Seva. www.ciudadseva.com Traven, Bruno. (1972) Canasta de cuentos mexicanos. México: Compañia General Editora. TEXTOS DE REFERENClA. La tigresa. En cierto lugar del exuberante estado de Michoacán, México, vivía una joven a quien la naturaleza, aquí especialmente buena y pródiga, le había ofrendado todos esos dones que pueden contribuir grandemente a la confianza en si misma y felicidad de una mujer. Y en verdad que era éste un ser afortunado, pues poseía además una cuantiosa herencia que sus progenitores, al morir uno casi seguido del otro, le había dejado. Su padre había sido un hombre de gran capacidad y dedicación al trabajo, por lo que mucho antes de morir ya había logrado, a base de su esfuerzo personal, un próspero negocio de talabartería, así como tierras y propiedades que pasaron a manos de Luisa Bravo, su hija. Existía también la probabilidad de ser aun más rica algún día al morir sus acaudalados parientes, su abuela y una tía con quien Luisa vivía desde la muerte de sus padres. No era de sorprender, pues, que por su extraordinaria belleza y aun más por su considerable fortuna, fuera muy codiciada por los jóvenes de la localidad con aspiraciones matrimoniales. Mientras tanto, Luisa disfrutaba de la vida como mejor le gustaba, Amaba los caballos y era una experta amazona siempre dispuesta a jugar carreras o a competir con cualquier persona que se atreviera a retarla. Raras veces perdía, pero cuando esto sucedía, el ganador que conociera bien su carácter y estimara en algo el bienestar propio, trataría de quitarse rápidamente de su alcance, pues aunado a las ventajas antedichas, iba una arbitraria e indómita naturaleza. A pesar de su mal genio, los pretendientes revoloteaban a su alrededor como las abejas sobre un plato lleno de miel. Pero ninguno, no importa que tan necesitado se encontrara de dinero, o que tan ansioso estuviera de compartir su cama con ella, se arriesgaba a proponerle un compromiso formal antes de pensarlo detenidamente. Sin embargo, donde hay tanto dinero a la par con tanta belleza, cualquiera esta dispuesto a aceptar ciertos inconvenientes que toda ganga trae consigo. Se daba el caso de que Luisa no solo poseía todos los defectos inherentes a las mujeres, sino que acumulaba algunos más. Como hija única, sus padres habían vivido en constante preocupación por ella y con un miedo aterrador a perderla, aunque la niña estaba tan sana y robusta como una princesa holandesa. Todo lo que hacia o decía armaba gran revuelo entre sus parientes y gente a su alrededor, u desde luego la complacían en todos sus deseos y caprichos. El significado de la palabra “obediencia” no existía para ella. Nunca obedeció, pero también hay que aclarar que nunca alguien se preocupo en que lo hiciera. Sus padres la enviaron a una escuela en la capital y después a un colegio en los Estados Unidos. En estos planteles Ia niña se esforzaba más o menos por obedecer, obligada por las circunstancias, pero en el fondo no cambiaba su carácter de libre albedrío. Mientras se encontraba en el colegio, su vanidad exagerada y ambición desmedida por superar a todas las compañeras y ganar siempre los primeros lugares en todo, la sometían a cierta disciplina. 167 Pero cuando llegaba de vacaciones a su casa, se desquitaba dando rienda suelta a su verdadera naturaleza. Para dar una idea mas precisa de su carácter, había que agregar la ligereza con que se enfurecía y hacia explosión por el motivo mas insignificante y baladí. Las muchachas indígenas de la servidumbre y los jóvenes aprendices en la talabartería de su padre solían correr y esconderse por horas enteras cuando Luisa tenía uno de sus ataques temperamentales. Hasta sus mismos padres se retiraban a sus habitaciones y aparecían cuando calculaban que ya se le había pasado el mal humor. De no ser por el hecho de que sus padres pertenecían a una de las mejores y mas influyentes familias de los contornos, la posibilidad de que fuera declarada mentalmente afectada y encerrada en un sanatorio no hubiera sido muy remota. Sin embargo, estos arranques de furia sucedían generalmente dentro de la casa y no afectaban la seguridad pública. Cuando había realmente algún destrozo, personal o material, los padres siempre reparaban el daño con regalos y doble demostración de afecto y bondad hacia los perjudicados por su hija, en especial tratándose de la servidumbre. Con todo, había en Luisa algunas cualidades que atenuaban un poco sus tremendas fallas. Entre otras, poseía la de ser generosa y liberal. Y una persona que no puede ver a un semejante morir de hambre y que esta siempre dispuesta a regalar un peso o quizá un par de zapatos viejos o un vestido, que, aunque usado, todavía esta presentable, o alguna ropa interior o hasta una caja de música cuya melodía ya ha fastidiado, para aliviar la urgente necesidad del prójimo o alegrarle en algo la existencia, siempre es perdonada. Los estudios de bachillerato agregaron algo al carácter de Luisa, pero este añadido no fue precisamente para mejorarlo. Paso todos los exámenes con honores. Esto, naturalmente, la hizo más suficiente e insoportable. Su orgullo y vanidad no cabían. Nadie podía decirle algo sobre un libro, una filosofía, o un sistema político, un punto de vista artístico o descubrimiento astronómico sin que ella manifestara saberlo todo antes y mejor. Contradecía a todo el mundo, y por supuesto solo ella podía tener la razón. Si alguien lograba demostrarle, sin lugar a duda, que estaba equivocada, inmediatamente tenia uno de esos ataques de furia. Jugaba ajedrez con maestría, pero no admitía una derrota. Si algún contrincante la superaba, suspendía el partido aventándoles a este no solo las piezas del juego, sino hasta el tablero. Con todo y esto tenia días en que no solo era soportable, sino hasta agradable de tal modo, que la gente olvidaba de buena gana sus groserías. Explicados estos antecedentes, es fácil comprender por qué, tarde o temprano, los aspirantes a su mano se retiraban, o más bien eran retirados por Luisa con sus insolencias y a veces hasta con golpes. Más de un joven valiente y sonador, entusiasmado por la belleza de Luisa y aun más por su dinero, creía poder llegar a ser, una vez casados, amo y señor de la joven esposa. Pero esta quimérica ilusión era acariciada solo por aquellos que habian tratado a Luisa una o dos veces a lo sumo. Al visitar la casa por tercera vez, volvían a la realidad y perdían toda esperanza, pues se convencian entonces definitivamente de que la doma de esta tigresa llevaba el riesgo de muerte para el domador. . Ella, desde luego, no ponía nada de su parte porque, a decir verdad, el casarse, o no, la tenia sin cuidado. Sabia, naturalmente, que, cuando menos por razones económicas, no necesitaba ningún hombre. En cuanto a otros motivos, bueno, ella no estaba realmente convencida de su una mujer puede pasarsela o no sin la otra mitad de la especie humana. No en vano había estado en un colegio estadounidense, en donde, aparte de inglés, se aprenden muchas otras cosas prácticas y útiles. Pero como cualquier otro mortal, Luisa también cumplía años. Tenía ya veinticuatro, una edad en la cual en México las mujeres ya no se sienten en condiciones de escoger, y generalmente toman Io que les llega sin esperar títulos, posición social, fortuna o al hombre guapo y viril de sus sueños. Mas, Luisa era distinta. Ella no tenía ninguna prisa y no le importaba saber si todavía Ia contaban entre las más elegibles o no. Tenía la convicción de que era mejor, después de todo, no casarse, pues de este modo no tenía que obedecer ni agradar a nadie. Se daba cuenta, observando a sus 168 amigas casadas y antiguas compañeras de colegio que, cuando menos para una mujer con dinero, la vida es más agradable y cómoda cuando no se ha perdido Ia libertad. . . Sucedió en ese mismo estado de Michoacán vivía un hombre que hacía honor a su bueno y honrado, aunque sencillo nombre de Juvencio Cosío. Juvencio tenía un buen rancho no muy lejos de la ciudad donde vivía Luisa. A caballo, estaba a una hora de distancia. El no era precisamente rico, pero si bastante acomodado, pues sabía explotar provechosamente su rancho y sacarle pingues utilidades. Tenía unos treinta y cinco años de edad, era de constitución fuerte, estatura normal, ni bien ni mal parecido... Bueno, uno de esos hombres que no sobresalen por algo especial y que aparentemente no han destacado rompiendo marcas mundiales en los deportes. Permanecerá en el misterio el hecho de si él había oído hablar antes de Luisa o no. Cuando después frecuentemente se lo preguntaban sus amigos, el siempre contestaba: -—No. Lo más probable es que nadie le previno acerca de ella. Cierto día en que tuvo la necesidad de comprar una silla de montar, pues la suya estaba muy vieja y deteriorada, monto su caballo y fue al pueblo en busca de una. Así fue como llego a la talabartería de Luisa, donde vio las sillas mejor hechas y más bonitas de la región. Ella manejaba personalmente la talabartería que heredara, primero, porque habian sido los deseos de su padre el que el negocio continuara funcionando, y segundo, porque le gustaba mucho todo Io concerniente a los caballos. Dirigia la tienda con la ayuda de un antiguo encargado que había trabajado con su padre guante más de treinta años y de dos empleados casados que también llevaban ya muchos años en la casa. Como el negocio estaba encarrilado, era fácil manejarlo. Aparte, le agradaba llevar ella misma los libros, mientras su tía y su abuelita se ocupaban de la casa, EI negocio florecia, y como la experta mano de obra continuaba siendo la misma, Ia clientela aumentaba constantemente y los ingresos del negocio eran aun superiores a lo que habían sido en vida de su padre. Luisa se encontraba en la tienda cuando Juvencio llego y se detuvo a ver las sillas que estaban en exhibición a la entrada, en los aparadores y colgadas en las paredes por fuera de la casa. Ella, desde la puerta, lo observo por un rato, mientras él, con aire de conocedor, cuidadosamente examinaba las sillas en cuanto a su valor, acabado y durabilidad. De improviso, desvió la vista y se encontró con la de Luisa. Ella le sonrió abiertamente, aunque después nunca pudo explicarse a sí misma el porqué de su actitud, pues no acostumbraba sonreír a desconocidos. Juvencio, agradablemente sorprendido por la franca sonrisa de Luisa, se acerco, y un poco ruborizado, dijo: -—Buenos dias, señorita. Deseo comprar una silla de montar. --Todas las que usted guste, señor --contesto Luisa--. Pase usted y vea también las que tengo jaca adentro. Quizá le guste más alguna de estas otras. En realidad, las mejores las tengo guardadas para librarlas de la intemperie. --Tiene razón -—dijo Juvencio siguiéndola al interior de la tienda. Reviso todas las sillas detalladamente pero, cosa rara, parecía haber perdido la facultad de poder examinarlas cabalmente. Aunque dio golpecitos a los fustes, inspecciono bien el cuero e hizo mucho ruido estirando las correas, sus pensamientos estaban muy lejos de Io que hacia. Cuando repentinamente volteo otra vez a preguntar algo a Luisa, comprendió que esta lo examinaba tan cuidadosamente como él lo hacia con las sillas. Sorprenda en esta actitud, ella trato de disimular. Ahora era su turno de sonrojarse. Sin embargo, se repuso al instante, sonrió y contesto con aplomo su pregunta sobre el precio de una silla que él había sacado de un escaparate. Juvencio quiso saber el importe de varios otros objetos, pero ahora ella no solo tenía Ia impresión, sino la certeza de que el hacia toda clase de preguntas nada mas por tener algo que decir. Inquirió de donde procedía la piel, qué tal iba en el negocio y otros detalles semejantes. Ella también le dio conversación, preguntando de donde era y que hacía. El le dijo su nombre, le describió su rancho, le informo cuantas cabezas de ganado criaban Hablaron de caballos, de 169 cuanto maíz habían producido sus tierras el año anterior y qué cantidad de puercos había vendido al mercado. Comentaron precios y todas esas cosas conectadas con ranchos y haciendas. Después de largo rato —nlnguno de los dos tenía noción del tiempo transcurrido-- y no encontrando un pretexto más para alargar su estancia, se vio obligado a tratar el asunto por el cual había venido. Haciendo un gran esfuerzo dijo: «Creo que me voy a llevar esta —y apunto a la más cara y bonita--. Sin embargo —titubeo-, debo pe sarlo un poco más y echar un vistazo por las otras talabarterías. De todos modos, si me la aparta hasta mañana, yo regreso y le decidiré definitivamente. ¿Le parece? Bueno, hasta mañana señorita. --Hasta mañana, señor —contestó Luisa, mientras el salia pausadamente y se dirigía hacia la fonda frente a la cual había dejado su caballo amarrado a un poste. El hecho de que no comprara la silla ese mismo dia no sorprendió a Luisa. Pos intuición femenina sabia que el tenia hecha su decisión con respecto a la compra, y que solamente había pospuesto el asunto para tener motivo de regresar al dia siguiente. Huelga explicar que no busco ninguna silla en otros lugares, sino que se encamino lentamente hacia su rancho, Mientras cabalgaba, Juvencio llevaba dibujada en su mente la encantadora sonrisa de ILuisa, y cuando por fin llego a su casa, se sintió irremediablemente enamorado. Al dar las nueve del día siguiente, Juvencio ya estaba de regreso en la tienda. Mas al entrar se sintió defraudado, pues en vez de Luisa encontró a la tia atendiendo el negocio. Pero el también tenia sus recursos. --Perdón señora; ayer vi unas sillas, pero la señorita que estaba aquí prometió enseñarme hoy otras que tiene no sé donde, en algún otro sitio. —-Ah, si; con seguridad era Luisa, mi sobrina. Pero, ¿sabe usted?, no se a cuales se refiere. Si se espera solo unos diez minutos, ella vendrá. Juvencio no tuvo que esperar ni siquiera los diez minutos, Luisa llego antes. Ambos se sonrieron como viejos amigos. Y cuando ella envió inmediatamente a su tía a hacer alguna diligencia fuera de la tienda, Juvencio comprendió que Luisa no estaba muy renuente a quedarse unos momentos a solas con él. Otra vez empezaron por ver sillas y arreos, pero tal y como el día anterior, la conversación pronto se desvió y platicaron largamente sobre distintos temas hasta que él se dio cuenta con pena que las horas habian volado y que no había más remedio que comprar la silla, despedirse e irse. Cuando ella habia recibido el dinero y, por lo tanto, el trato se consideraba completamente cerrado, Juvencio dijo: —-Señorita, hay algunas otras cosas que necesito, tales como mantas y guarniciones. Creo que tendré que regresar dentro de unos días a verla. --Esta es su casa, caballero. No deje de venir cuando guste. Siempre será bienvenido. «¿Lo dice de veras, o solo como una frase comercial? -—No -—rió Luisa--, lo digo de veras, y para demostrárselo lo invito a almorzar a mi casa. Cuando los dos entraron al comedor, ya la abuela y la tía habian terminado, aparentemente cansadas de esperar y además acostumbradas a que Luisa llegaba a comer cuando le daba la gana. Por cortesia permanecieron las dos damas a la mesa hasta que se sirvió la sopa. Después se excusaron amablemente, se levantaron y salieron de Ia pieza. El almuerzo de Luisa y Juvencio duro hora y ¡media más. En la mañana del tercer día, Juvencio regreso. Esta vez a comprar unos cinchos. Y desde ese día se aprecia por la tienda casi cada tercer dia a comprar o a cambiar algo, a ordenar alguna pieza especial o a la medida. Y ya era regla establecida el que siempre se quedara después a almorzar en casa de Luisa Sucedia que a veces tenia algunos encargos que hacer por el pueblo que lo demoraban hasta ya entrada la noche, y entonces, naturalmente, le invitaban también a cenar. En una de esas ocasiones en que se retraso en el pueblo hasta ya tarde y en que llego a cenar a casa de Luisa, empezó a llover fuerte y persistentemente. Tanto, que a la hora de querer salir para emprender el regreso a su rancho, aquello se había convertido en un diluvio. 170 No se podia distinguir un objeto a un metro de distancia y no había probabilidades de que amainara la tormenta. --Ni pensar en ir a un hotel ——dijeron las señoras de la casa. Bien podia quedarse a dormir alli, pues tenían cuartos de sobra con mucho mejores camas que las que podia encontrar en cualquier albergue. Juvencio acepto su hospedaje, agradecido, olvidándose acto seguido del mal tiempo ante la perspectiva de prolongar la velada en compañía de Luisa. Dos semanas después correspondió a la hospitalidad invitando a las tres damas a visitar un domingo su rancho. Tras de esa visita, Juvencio se presento una tarde muy formalmente a pedir la mano de Luisa. Ninguna de las dos señoras mayores se opuso a lo solicitado, pues Juvencio era un caballero con todas las cualidades para ser un buen marido. De familia sencilla pero honorable, acomodado, trabajador y sin vicios. Naturalmente, Juvencio antes Io habia consultado con Luisa, y como esta tenía ya lista su respuesta desde hacia tiempo, contesto simplemente --Si, ¿Por qué no? Sin embargo, aquella noche la abuela dijo a la tia de Luisa: ——Para mi que esos dos están todavia muy lejos del matrimonio, y hasta que yo no los vea en la misma cama, no creeré que estén casados. Por lo pronto no prepares vestuario ni nada, tampoco hay que contarlo a las amistades. Estas advertencias salían sobrando, pues Ia tia se sentía tan escéptica como la abuela de que el matrimonio se llevara al cabo. A la semana de estar comprometidos, Juvencio platicaba una mañana con Luisa en la tienda. La conversación giro sobre sillas de montar, y Juvencio dijo: ——Pues mira, Licha; a pesar de que tienes una talabarteria, la verdad es que no sabes mucho de eso. Esta declaración de Juvencio habia sido provocada por Luisa ante su insistencia en que cierto cuero era mejor y de más valor. El no quería darle la razón, porque iba en contra de sus principios rnentir nada más por ceder. Como buen ranchero sabia por experiencia cual piel tenia más durabilidad, resistencia y calidad. Luisa se puso furiosa y grito: ——¡Desde que nací he vivido entre sillas, correas y guarniciones, y ahora me vienes a decir tu en mi cara que yo no conozco de pieles! ——Sí, eso dije, por qué esa es mi opinión sincera —contestó Juvencio calmadamente. ——¡Mira! No te pienses ni por un segundo que me puedes ordenar, ni ahorita, un cuando estemos casados, que pensándolo bien, no creo que loe estaremos. A mi nadie me va a mandar, y más vale que lo sepas de una vez, para que te largues de aqui y no te aparezcas más, si no quieres que te aviente con algo y te mande al hospital a recapacitar tus necedades. ——Está bien, está bien. Como tú quieras ——dijo él. Al salir Juvencio, ella aventó violentamente la puerta tras él. Después corrió a su casa. ——Bueno, de ese salvaje ya me libere ——dijo a su tía». ¡lmagínate; pensaba que me podía hablar asi como asi, a mí! Al cabo yo no necesito de ningún hombre. De todos modos el seria el ultimo con quien yo me casara. Ni la abuela ni la tia comentaron más el asunto, pues no era novedad para ellas. Ni siquiera suspiraron. En realidad a ellas tampoco les importaba si Luisa se casaba o no. Sabian perfectamente que de todos modos haria Io que se le antojara. Pero, por lo visto, Juvencio pensaba distinto. No se retiro como habian hecho todos los anteriores pretendientes después de un encuentro de estos. No, a los cuatro dias reapareció por la tienda, y Luisa se sorprendió al verlo cara a cara en el mostrador. Parecía haber olvidado que ella lo habia corrido y que entraba a la tienda más bien como por costumbre. Luisa no estuvo muy amigable. Pero también, como por costumbre, lo invito a almorzar. Por unos cuantos dias, todo marcho bien. Pero una tarde ella sostenía que una vaca puede dar leche antes de haber tenido becerro. Afirmaba haber aprendido esto en el colegio de los Estados Unidos. Por lo que él contesto: ——Escucha, Licha; si aprendiste eso en una escuela gringa, entonces los maestros de esa 171 escuela no son más que unos asnos estúpidos, y si todo lo que aprendiste allá son por el estilo, entonces tú educación deja mucho que desear. ——¿Quieres decir que tu sabes más que esos profesores; tú, tú, campesino? ——A lo mejor —replicó el riendo--. Justamente porque soy un campesino, sé que una vaca, hasta no haber tenido crio no puede dar leche. ——Después añadió burlonamente-: De donde no hay leche, no puedes sacarla. ——¡Asi que quieres decirme que yo soy una burra, una idiota, que jamás pasé un examen! Pues déjame decirte una cosa: las gallinas no necesitan de gallo para poner huevos. --¡Correcto! ——dijo Juvencio--. Absolutamente cierto. Y ¿sabes?, hasta hay gallos que ponen ellos los huevos cuando las gallinas no tienen tiempo para hacerlo. Y hay mulas que pueden parir y también es cierto que hay muchos niños que nacen sin tener padre. Luisa repuso: --¡Con que gozas contradiciéndome! ¡Después de todo, yo me educaba mientras tú alimentabas marranosl ——Si nosotros, y me refiero a todos los campesinos como yo, no alimentáramos puercos, todos tus sabihOIndos profesores se moririan dle hambre. En oyendo esto último, Luisa monto en cólera. Nunca pensó él que un ser humano podía encolerizarse tanto. Ella gritaba a todo pulmón: ——Admites, ¿si o no, que yo tengo la razón? --Tú tienes la razón. Pero una vaca que no ha tenido crió no tiene leche. Y si existe una baca de esas que tú dices, es un milagro, y los milagros son la excepción. En agricultura no podemos depender ni de milagros ni de excepciones. ——¿Así es que te sigues burlando de mi, insultándome? ——No te estoy insultando, Licha; te estoy exponiendo hechos que por la práctica sé mejor que tú. La calma con la que el había pronunciado estas palabras enfureció mas a Luisa. Se acercó a la mesa sobre la cual había un grueso jarrón de barro. Lo tomo en sus manos y lo lanzo a la cabeza de su antagonista. La piel se le abrió y la sangre empezó a correr por la cara de Juvencio en gruesos hilos. En las peliculas hollywoodenses, la joven heroína, preocupadísima y sinceramente arrepentidla de su arrebato, lavaria la herida con un pañuelo de seda, al mismo tiempo que acariciaria la pobre y adolorida cabeza cubriéndola de besos, e inmediatamente después ambos marcharían al altar para vivir eternamente felices y contentos hasta que la muerte los separara... Luisa se limitó a reir sarcásticamente, y viendo a su novio cubierto de sangre, gritó: --Bueno, espero que esta vez sí quedes escarmentado. Y si aún quieres casarte conmigo, aprende de una vez por todas que siempre tengo la razón, te parezca o no. El fue a ver al médico. Cuando se vio por el pueblo a Juvencio con la cabeza vendada, todos adivinaron que él y Luisa habían estado muy cerca del matrimonio y que la herida que mostraba era el epílogo natural e inevitable en tratándose de Luisa. Pero a pesar de todas las conjeturas y murmuraciones, dos meses después Luisa y Juvencio se casaban. Las opiniones de los amigos eran muy variadas. Unos decían que Juvencio era un hombre muy valiente al poner su cabeza en las garras de una tigresa. Otros aseguraban que no, que todo era al contrario, que seguramente las cosas ya habían ido tan lejos que él se había visto obligado a casarse. Y aun otros sostenían que en el fondo de todo estaba la avaricia y el interés que le hacían aguantarse y olvidar todo lo demás, aunque, agregaban seguidamente, esto les sorprendía de sobremanera, porque Juvencio no tenía la necesidad de dinero. Hasta había quien aseveraba que Juvencio era un poco anormal y que, a pesar de su aspecto viril, gozaba estando bajo el yugo y domino brutal de una mujer como Luisa. De todos modos ninguno lo envidiaba, ni siquiera aquellos que habían pretendido su fortuna. Todos afirmaban sentirse muy contentos de no estar en su lugar. 172 Durante los agasajos motivados por el casamiento, Juvencio puso una cara inescrutable. Más cuando le preguntaban cómo iban las a arreglar tal o cual asunto de la casa o de su vida futura, siempre contestaba que todo se haría según los deseos de Luisa. A veces, ya avanzada la noche, y con ella también las copas, muchos caballeros y hasta algunas damas bromeaban acerca de la novia decidida y autoritaria y del débil y complaciente marido. Un grupo de señoras, ya entradas en años, opinaban que una nueva era se implantaba en México y que las mujeres por fin habían alcanzado sus justos y merecidos derechos. Más todas estas bromas tendientes a ridiculizarlo, dejaban a Juvencio tan indiferente como si estuviera en la luna. En pleno banquete de bodas, uno de sus amigos, que había libado más de Io debido, se levantó gritando: ' —-Vencho, creo que te mandamos una ambulancia mañana temprano ¡para que recoja tus huesos! Fuertes carcajadas se escucharon alrededor de la mesa. Este era un chiste no solo de muy mal gusto, sino en extremo peligroso. En México, bromas de esta índole, ya sea en velorios, bautizos o casamientos, seguido provocan que salgan a relucir las pistolas y hasta llega a haber balazos. Y esto sucede aún en las altas esferas sociales. Cientos de bodas han terminado con tres o cuatro muertos, incluyendo a veces al novio. Hasta se ha dado el caso de que un tiro extraviado alcance también a la novia. Pero aquí todo terminó en paz. La fiesta había sido en casa de la desposada y había durado hasta bien entrado el día siguiente. Cuando al fin se fueron los últimos invitados, con el estómago lleno y la cabeza aturdida por la bebida, ansiando llegar a descansar, la novia se retiró a su recamara, mientras que el novio fue al cuarto que ya ocupara antes de casarse, cuando por algún motivo permaneciera en el pueblo. La verdad es que a estas alturas nadie hubiera reparado en lo que hacían los novios, si estaban juntos o en cuartos por separado, ni tenían el menor interés en saber dónde pasarían las siguientes horas. Más tarde, cuando los recién casados desayunaban en compañía de su tía y su abuela, la conversación era lenta y desanimada. Las dos señoras tristeaban sentimentales, pues Luisa abandonaría en unos momentos más la casa definitivamente. EI matrimonio sólo cambiaba una que otra frase indiferente acerca de la inmediata ida al rancho y lo más urgente por instalar en la nueva casa. Con la ayuda de los sirvientes del rancho y de la vieja ama de llaves, Luisa procedió a arreglar sus habitaciones. Llegada la noche, Luisa se acostó en la nueva, blanda y ancha cama matrimonial. Pero quien no vino a acostarse a su lado fue su recién adquirido esposo. Nadie sabe lo que Luisa pensó esa noche. Pero es de suponerse que Ia consideró vacía e incompleta, pues después de todo era una hembra, ahora ya de venticinco años, y el hecho de pasar esta noche como las anteriores en su casa no dejaba de confundirla e intrigarla. Sabía perfectamente que existe una diferencia entre estar y no estar casada. Pero no tuvo oportunidad de investigar personalmente esta diferencia, porque también la siguiente noche permaneció sola. Se alarmó seriamente. -—“¡Dios mío! ——exclamó mentalmente--. Santo Padre que estás en los cielos. ¿No será que está impedido? ¿O será tan inocente que no sabe qué hacer? ¡Imposible! En ese caso sería un fenómeno. El primer y único mexicano que no sabe qué hacer en estos casos. No, eso queda descartado desde luego, especialmente en un ranchero como él, que a diario ve esas cosas en vacas y toros. En fin... ¡Virgen Mía! ¿Qué tendré yo que insinuarle? ¡Demonios! Ni modo que mande por mi abuela para que le cuente como la abeja vuela de flor en flor y ejecuta el milagro... ¡Qué raro! ¿Tendrá algún plan premeditado?... ¡Si solo se acercara por mi recamaral... Cuando pienso en lo apuesto que es, tan varonil y fuertote... Realmente el mas hombre de toda la manada de imbéciles que conozco. No se me antoja ningún otro, lo quiero a él, tal y como es." Daba vueltas en la blanda cama matrimonial, tan suave y acogedora. No podía conciliar el sueño. Sucedió tres días después, por la tarde. Juvencio, que desde muy temprano en la mañana acostumbraba salir a caballo a revisar las siembras, había regresado a almorzar. Una vez que 173 hubo terminado, se sentó en una silla mecedora en el gran corredor de la parte posterior de la casa. A un lado, sobre una mesita, se encontraba el periódico que antes había estado leyendo con poco interés. En el mismo corredor, a unos cuatro metros, Luisa hojeaba distraídamente una revista, arrellanada en una hamaca con un mullido cojín bajo su cabeza. Desde que estaban en el rancho, casi no se dirigían la palabra. Parecía como si cada uno estuviera reconociendo el terreno para saber cómo guiar mejor la conversación a modo de evitar fricciones. Lo que es en esta casa de recién casados no se oían los empalagosos cuchicheos propios de casi todas las parejas durante su luna de miel. ¿Sería que Juvencio, para no provocar los arranques de furia de Luisa, prefería eludir toda conversación, cuando menos durante las primeras semanas? Mas con honda intuición femenina, ella presentía que algo extraño flotaba en el ambiente. El hecho de que durante varias noches ella esquivara como sl fuera solamente una huésped de paso, la tenia desconcertada. En su mente repasaba lo acontecido desde su llegada al rancho. El día anterior, durante el desayuno, el habia preguntado: --¿Dónde ésta el café? --Pidese|o a Anita, yo no soy la criada “había contestado Luisa secamente. El se había levantado de la mesa y traído personalmente el café de la cocina. Terminado el desayuno ella había regañado fuertemente a Anita por no darle a tiempo el café al señor, pero ella se excusó explicando que estaba acostumbrada a servírselo después de que terminaba de comer los huevos, pues de otro modo se le enfriaba, y como le gustaba el café hirviendo. . .; que si de pronto el señor cambiaba de opinión, ella no podía adivinarlo. --Está bien, Olvídate del asunto, Anita —había dicho Luisa, cerrando así el incidente. La tarde era calurosa y húmeda. Aunque el corredor tenía un amplio techo salido que lo colocaba por todos lados bajo sombra, estaba saturado, como todo el ambiente de un bochorno pesado y sofocante. En el inmenso patio no parecía moverse la más insignificante hierba. El calor era soportable solo permaneciendo sentado y casi inmóvil o recostado meciéndose muy ligeramente en unahamaca. Y desde luego no haciendo más uso del cerebro que el mínimo para distinguirse de los animales. Ni estos se movían en el patio. Apenas si ahuyentaban somnolientamente las moscas, cuando las infames insistían en picarles sin piedad. No muy lejos, en el mismo corredor, en un aro colgado de una de las vigas del techo, descansaba un loro perezoso. De vez en cuando soltaba alguna ininteligible palabra, tal vez soñando en voz alta. Sobre el peldaño más alto de la corta escalera del patio al corredor, un gato dormía profundamente. Bien alimentado, yacía sobre su espinazo con la cabeza colgando hacia el siguiente escalón. Allí estaba plácidamente tendido con esa indiferencia que poseen ciertos bichos que no tienen que preocuparse por la seguridad de sus vidas o por la regularidad de sus comidas. Bajo la sombra de un frondoso árbol en el patio, podía verse amarrado a Prieto, el caballo favorito de Juvencio, y a unos cuantos pasos, sobre un banco viejo de madera, la silla de montar, pues Juvencio tenía la intención de ir por la tarde a dar una vuelta por el trapiche que tenia instalado en el mismo rancho. El caballo también dormía. Obligado por el peso de la cabeza colgada, su cuello lentamente se estiraba y alargaba, centímetro por centímetro, hasta que la nariz del animal tocaba el suelo, donde aun le restaba algo de rastrojo por comer. Al contacto con este se despertaba, se enderezaba y miraba a su alrededor, mas percatándose de que nada importante había ocurrido en el mundo°mientras el dormía, volvía a cerrar los ojos y a colgar de nuevo la cabeza. Juvencio, pensativo, pues hasta un mediano observador podía notar que un grave problema lo perturbabai, recorrió con la mirada el cuadro que aparecía antes sus ojos. Observo primero al loro, después al gato, y por ultimo al caballo. Esto trajo a su mente un cuento entre los muchos que su apreciadísimo y querido profesor de gramática avanzada, Don Raimundo Sánchez, Ie había contado un día en clase, explicando el cambio que habían sufrido ciertos verbos con los siglos. El cuento había sido escrito en 1320 y tenía algo que ver con una mujer indomable que insistía siempre en mandar solo ella. 174 “El cuento es mucho, muy antiguo —pensó Juvencio- pero puede dar resultado igual hoy que hace seiscientos años. ¿De qué sirve un buen ejemplo en un libro si no puede uno servirse de él para su propio bien?” Cambio su silla mecedora de posición y la coloco de tal modo que podía dominar con la vista todo el patio. Levanto los brazos, se estiro ligeramente, bostezo y tomo el periódico de la mesa. Después lo volvió a dejar. De pronto clava su vista en el perico, que amodorrado se mece en su columpio a solo unos tres metros de distancia, y le grita con voz de mando: --¡Oye, loro! ¡Ve a la cocina y tráeme un jarro de café! ¡Tengo sed! El loro, despertando al oír aquellas palabras, se rasca el pescuezo con su patita, camina de un lado a otro dentro de su aro y trata de reanudar su interrumpida siesta. —-¿Con que no me obedeces? ¡Pues ya verás! Diciendo esto desenfundo su pistola que acostumbraba traer al cinturón. Apunto al perico y disparó. Se oyó un ligero aleteo, volaron alguitas plumas y el animalito se tambaleo tratando todavía de asirse al aro, pero sus garras se abrieron y el pobre cayó sobre el piso con las alas extendidas. Juvencio coloco la pistola sobre la mesa después de hacerla girar un rato en un dedo mientras reflexionaba. Acto seguido miro al gato, que estaba tan profundamente dormido que ni siquiera se le oía ronronear. ——¡Gato! -—gritó Juvencio-—. ¡Corre a la cocina y tráeme café! ¡Muévete! Tengo sed. Desde que su marido se había dirigido al perico pidiéndole café, Luisa había volteado a verlo, pero había interpretado la cosa como una broma y no había puesto mayor atención al asunto. Pero al oír el disparo, alarmada, se había dado media vuelta en la hamaca y levantado Ia cabeza. Después había visto caer al perico y se dio cuenta de que Juvencio lo había matado. -—¡Ay, no! —había murmurado en voz baja—-. ¡Qué barbaridad! Ahora que Juvencio llamaba al gato, Luisa dijo desde su hamaca: —-¿Por qué no llamas a Anita para que te traiga el café? --Cuando yo quiera que Anita me traiga el café, yo llamo a Anita, pero cuando quiera que el gato me traiga el café, llamo al gato. ¡Ordeno lo que se me pegue la gana en esta casa! ——Está bien, haz Io que gustes. Luisa, extrañada, se acomodó de nuevo en su hamaca. -—Oye, gato. ¿No has oído lo que te dije? —rugió Juvencio. El animal continuó durmiendo con esa absoluta confianza que tienen los gatos que saben perfectamente que mientras haya seres humanos a su alrededor, ellos tendrán segura su comida sin preocuparse por buscarla —ni granjeársela siquiera-, aunque algunas veces parezcan condescendientes persiguiendo algún ratón. Esto lo hacen, no por complacernos, sino única y exclusivamente por que hasta los gatos se fastidian de la diaria rutina y a veces sienten necesidad de divertirse corriendo tras un ratón, y asi variar en algo la monotonía de su programa cotidiano. Pero por lo visto Juvencio tenía otras ideas con respecto a las obligaciones de cualquier gato que viviera en su rancho. Cuando el animal no siquiera se movió para obedecer su orden, cogió la pistola, apuntó y disparó. El gato trató de brincar, pero, imposibilitado por el balazo, rodó una vuelta y quedó inmóvil. -—Belario -——gritó Juvencio en seguida, hacia el patio. -—Si, patrón; vuelo —vino la respuesta del mozo desde uno de los rincones del patio-—. Aquí estoy, a sus órdenes, patrón. Cuando el muchacho se había acercado hasta el primer escalón, sombrero de paja en mano, Juvencio le ordenó: «Desata al Prieto y tráelo aquí. -—¿Lo ensillo, patrón? -—No, Belario. Yo te diré cuando quiera que lo ensilles. —-Sí, patrón. El mozo trajo el caballo y se retiró enseguida, La bestia permaneció quieta frente al corredor. 175 Juvencio observo al animal un buen rato, mirándolo como Io hace un hombre que tiene que depender de este noble compañero para su trabajo y diversión, y a quien se siente tan ligado como a un intimo y querido amigo. El caballo talló el suelo con su pezuña varias veces, esperó un rato serenamente y percibiendo que sus servicios no eran solicitados en ese momento, intentó regresar en busca de sombra lbajo el árbol acostumbrado. Pero Juvencio lo llamó: —-Escucha, Prieto; corre a la cocina y tráeme un jarro de café. Al oír. su nombre, el animal se detuvo alerta frente a su amo, pues conocia bien su voz, pero como éste por segunda vez no hiciera el menor ademán por levantarse, comprendió que no lo llamaba para montarlo, no para acariciarlo, como solia hacerlo a menudo. Sin embargo, se quedó alli sosegadamente. -—¿Qué te pasa? ¡Me parece que te has vuelto completamente loco! —dijo Luisa, abandonando la hamaca, sobresaltada. En su tono de voz notábase una mezcla de sorpresa y temor. --¿Loco, yo‘? —-contestó firmemente Juvencio—-. ¿Por qué he de estarlo? Este es mi rancho y éste es mi caballo. Yo ordeno en mi rancho Io que se me antoje igual como tú lo haces con los criados. Luego volvió a gritar furioso: --¡Prieto! ¿Dónde está el café que te pedi? Tomó nuevamente el arma en su mano, colocó el codo sobre la mesa y apuntó a la cabeza del animal. En el preciso instante en que disparaba, un fuerte golpe sobre Ia misma mesa en que se apoyaba le hizo desviar su puntería. El tiro, extraviado, no tuvo ocasión de causar daño alguno. -—Aqui está el café —dijo Luisa, solicita y temblorosa--. ¿Te lo sirvo? Juvencio, con un aire de satisfacción en su cara, guardó la pistola en su funda y comenzó a tomar su café. Una vez que hubo terminado, colocó la taza sobre la bandeja, y, levantándose, gritó a Belario: —-¡Ensi|la el caballo! Voy a darle una vuelta al trapiche, a ver cómo van allá los muchachos. Al aparecer Belario a los pocos instantes, jalando el caballo ya ensillado, Juvencio, antes de montarlo, lo acarició afectuosamente, dándole unas palmaditas en el cuello. Luisa no regresó a su hamaca. Clavada al piso, parecía haber olvidado para qué sirven las sillas, y permanecía espantada, con la vista fija en todos los movimientos de Juvencio, quien cabalgaba hacia el portón de salida. De pronto éste rayó el caballo y, dirigiéndose a ella, le gritó autoritariamente: —-Regreso a las seis y media. ¡Ten la cena lista a las siete! ¡En punto! —Y repitiendo con voz estentórea, agregó--: ¡He dicho en punto! Espoleó su caballo y salió a galope. Luisa no tuvo tiempo de contestar. Apretó los labios y tras un rato, confusa, se sentó en la silla que habia ocupado antes Juvencio. Alli se quedó largo tiempo dibujando con la punta del zapato figuras imaginarias sobre el piso del corredor mientras por su mente desfilaban quién sabe cuántas reflexiones. De pronto, como volviendo en si, iluminó su cara con una sonrisa y se levantó de su asiento. Fue directamente hacia la cocina. Durante la cena se cruzaron muy pocas palabras. Cuando Juvencio hubo terminado se café y su ron, dobló la servilleta lenta y meticulosamente. Antes de abandonar el comedor dijo: -—Estuvo muy buena la cena. Gracias -—Que bueno que te agradó. —Con estas palabras, Luisa se levantó y se retiró a sus habitaciones. Faltaban dos horas para la medianoche, cuando tocaron a la puerta de su recamara. --¡Pasa! —-balbuceó Luisa con expectación. Juvencio entró. Se sentó a la orilla de la cama y, acariciándole la cabeza, dijo: --Qué bonito cabello tienes. --¿De veras? «Si, y tú Io sabes. Pronunciando éstas palabras, cambió por completo su tono de voz. 176 —-¡Licha! —-dijo con voz severa--. ¿Quién da las órdenes en esta casa? --Tú, Vencho. Tú, naturalmente —contestó Luisa, hundiéndose en los suaves almohadones. —-¿Queda perfectamente aclarado? --Absolutamente. -—Lo digo muy en serio. ¿Entiendes? —-Sí, Io comprendí esta tarde. Por eso te llevé el café. Sabía que después de matar al Prieto seguirías conmigo... «Entonces que nunca se te olvide. --Pierde cuidado. ¿Qué puede hacer una débil mujer como yo? El la besó. Ella lo abrazó, atrayéndolo cariñosamente a su lado. 177 FICHERO 21. ANTOINE DE SAINT EXUPERY. 1900-1944 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESlÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Antoine de Saint Exúpery. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Antoine de Saint Exupéry: Su vida y obra. Se hará una narración breve del libro El Principito para situar a los participantes en el contexto general del texto y puedan comprender el capítulo XXI que es el que se leerá en voz alta. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta del capitqu XXI de El principito. 2.4 EJERCIClOS PRÁCTICOS. (Duración: IDespués de la lectura, diez minutos aprox.) Se explicará en qué consisten los poemas romboidales y piramidales. Los participantes escribirán poemas romboidales o piramidales inspirados en el tema de la lectura. Poemas romboidales y piramidales. Se trata de crear un poema de catorce versos de torma romboidai: el primer verso estará compuesto por una sola palabra; el segundo verso, por dos palabras; el tercer verso por 3 palabras; el séptimo verso, tendrá siete palabras; el octavo verso, seis; el noveno, 5; ei decimocuarto verso volverá a tener una sola palabra. He aquí una variante en lengua francesa: 178 Ejemplo: Tes Attraits Pour jamais Belle Elmire M'ont su réduire Sous ton doux empire: Content quand je te vois, Mon ardeur pour toi Est extreme De meme AimeMoi Charles-Francois Panard (1694-1765) Y me quedé soñando con ” tu sonrisa, rayo de sol que en las mañanas lo llena todo de cosas bellas. Autor: Carlos, interno en CTV. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se mostrarán y se leerán en voz alta algunos de los textos escritos por ios participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Saint Exúpery, Antoine. (2006) El Principito. Madrid: Emecé. TEXTOS DE REFERENCIA. El Principito. Capítulo XXI Entonces apareció el zorro: -¡Buenos dias! —dijo el zorro. -¡Buenos dias! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada. -Estoy aqui, bajo el manzano -dijo la voz. 179 -¿Quién eres tú? —preguntó el principito-r. ¡Qué bonito eres! —Soy un zorro -dijo el zorro. -Ven a jugar conmigo -|e propuso el principito—, ¡estoy tan triste! —No puedo jugar contigo —dijo el zorro-, no estoy domesticado. -¡Ah, perdón! —dijo el principito. Pero después de una breve reflexión, añadió: —¿Qué significa "domesticar"? —Tú no eres de aquí —dijo el zorro- ¿qué buscas? —Busco a los hombres —le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"? -Los hombres —dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? -No —dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito. —Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear lazos... " —¿Crear lazos? —Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un Lzorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo... —Comienzo a comprender —dijo el prlncipito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado... —Es posible —concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas. —¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito. El zorro pareció intrigado: —¿En otro planeta? —Sí. —¿Hay cazadores en ese planeta? —No. -¡Qué interesante! ¿Y gallinas? -No. -Nada es perfecto -suspiró el zorro. Y después volviendo a su idea: -Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me 180 domésticas, mi vida estará llena de sól. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. El zorro se calló y miró un buen rato al principito: —Por favor... domesticame -le dijo. -Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas. -Sólo se conocen bien las cosas que se domestican —dijo el zorro-. Los hombres ya no fienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domesticame! —¿Qué debo hacer? -preguntó el principito. —Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca... El principito volvió al día siguiente. —Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. -¿Qué es un rito? -inquirió el principito. —Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones. De esta manera el principito domestico al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida: -¡Ahl -dijo el zorro-, lloraré. -Tuya es la culpa —le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique... —Ciertamente -dijo el zorro. - Y vas a llorarl, -dijo él principito. -¡Segurol -No ganas nada. -Gano —dijo> el zorro- he ganado a causa del color del trigo. Y luego añadió: 181 —Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto. El principito se fue a ver las rosas a las que dijo: -No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles: —Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oido quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin. Y volvió con el zorro. —Adiós —le dijo. —Adiós —dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos. —Lo esencial es invisible para los ojos —repitió el principito para acordarse. —Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella. -Es el tiempo que yo he perdido con ella... -rep¡tió el principito para recordarlo. —Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa... -Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo. 182 FlCHERO 22. MAX AUB. 1. ORGANlZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles Ia oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACClÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Max Aub. 2.2 CONTEXTUALlZAClÓN. Se explicará brevemente quién fue Max Aub, su vida y su obra. Se explicará brevemente la Guerra civil española. Se explicará brevemente la corriente conocida como cubismo. Se explicará brevemente quién fue Pablo Picasso. Se explicará brevemente en qué consistió la corriente conocida como cubismo y se mostrarán algunas imágenes con obras correspondientes a esta escuelas Se mostrará y explicará brevemente la obra: Guernica 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: La lancha. Los participantes pueden hacer una lista de las palabras cuyo significado no conozcan para buscarlas en el diccionario. 2.4 EJERClClOS PRÁCTlCOS. (Duración: Después de la lectura, treinta minutos aprox.) Los participantes, inspirados en la corriente cubista elaborarán una pintura inspirada en el cuento La Lancha de Max Aub. Se utilizarán pinturas tipo gouache que se aplicarán con pinceles y poca agua sobre cartulina. 183 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se mostrarán los trabajos elaborados por los participantes. EI monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo dle la biblioteca de la institución. Bibliografía: Poe, Maupassant, et al. (1958) Tintero de diez colores. México, Ediciones Hipocampo. TEXTOS DE REFERENCIA. Él decía que era de Bermeo, pero no había nacido del otro lado de la ría Mundaca. Lo que pasaba es que aquél caserío no tenía nombre, o varios, que es lo mismo. Esas playas y escarpes tueron todo lo que supo del mundo. Para él Finisterre se llamaba Machichaco, Potorrarri y Uguerriz, el Olimpo, Sollube; París, Bermeo; y los Campos Elíseos, la Alameda de la Atalaya. Su mundo propio, su Sahara, el Arenal de Laida, y el fin del mundo, por oriente, el Ogoño tajado pico por todas partes, romo y rojizo. Más allá estaba Elanchove y los caballeritos de Lequeitio, en el infierno. Su madre fue hija de un capataz de una fábrica de armas de Guernica. El padre, de Matamoros y minero: no duró mucho. Lo llamaban El Chirto quizá porque era medio tonto. Cuando se puso malo dejó las minas —Franco-belges des mines de Somorrostro— y se vino a trabajar a una serreria. Allí, entre máquinas de acepillar y machihemibar, creció Erramón Churrimendi. Lo que le gustaba eran las lanchillas pequeñas de vapor, las boniteras, las traineras para la sardina. Los aparejos de pescar: los palangres, los cedazos, las nazas, las redes. EI mundo era el mar y los verdaderos seres vivos, las merluzas, los congrios, los meros, los atunes, los bonitos. Sacar con salabardo el pescado moviente, pescar anchoas o sardinas con luz o al galdeo, atún y bonito con curricán, a la cacea. Con sólo poner el pie en una barca se mareaba. No tenía remedio. Acudió a todas las medicinas; oficiales y escondidas, a todos los consuelos dichos o susurrados. A don Pablo —el de la botica—, a don Saturnino —el del Ayuntamiento-, a Cándida —la criada de don Timoteo—, al médico de Zarauz, que era de Bermeo. No le valió: con sólo poner el pie en la barca, se mareaba. IEl mismo recurrió a cien estratagemas: embarcarse en ayunas, bien almorzado, sobrio, borracho, al desvelo, y aún a los ensalmos que les proporcionó la Sebastiana, la del arrabal, a las cruces, a los limones, al pie derecho, al izquierdo, a las siete en punto de la mañana, al cuarto creciente, a las mareas, a los amuletos, a las yerbas, al día de Ia semana, a las misas y padrenuestros, a la sola voluntad y sueño propio: “—Ya no me mareo, ya no me mareo—. Pero no tenía remedio. Tan pronto como Pisba una tabla moviente, se le revolvía el adentro, perdía la noción de si mismo y se tenía que acurrucar en una esquina de la lancha, procurando pasar inadvertido de los pescadores que lo llevaban. Pasaba unos ratos terribles. Pero no era de los que se desmayaban, y durante años intentó repetidamente la aventura. Porque claro, la gente se reía de él —poco, pero se reía de él-. Luego se aficionó al vino, ¿Qué iba a hacer? El chacoli es un remedio. Erramón no se casó, ni siquiera le paso por las mientes hacerlo. ¿Quién se iba a casar con él? Era un buen hombre. Eso lo reconocian todos. Y tampoco tenia la culpa de nada. Pero se mareaba. EL marjugaba con él sin derecho alguno. 184 Dormía en un barracón, cerca de la ría. Aquello era suyo. Hubo allí un hermoso roble — si digo hulbo, por algo será-. Era un árbol de veras espléndido. Alto tronco, altas ramas. Un roble como hay pocos. El árbol era suyo y cada dia, cada mañana, cada noche, al paso, el hombre tocaba el tronco como si fuese la grupa de un caballo o el flanco de una mujer. A veces hasta le hablaba. Le parecía que la corteza era tibia y que el árbol le quedaba agradecido. La rugosidad del tronco correspondía perfectamente a la epidermis carrasposa de las palmas de la mano de Erramón. Se entendían muy bien él y su roble. Erramón era un hombre muy metódico. Trabajaba en lo que fuera con tal que no fuese lo mismo, Lo hacia todo con voluntad y aseo. Le llamaban para cien faenas distintas: componer redes, cavar, ayudar en la serreria que fuera de su padre; lo mismo alzaba una barda que caiafateaba o se ganaba alguna peseta ayudando a entrar el pescado. No decir que no a nada. Además Erramón cantaba y cantaba bien. En la taberna le tenian en mucho. Una de sus canciones —en vasco- decía: —Todos los vascos son iguales. —Todos menos uno. —Y a ése ¿qué le pasa? —Ese es Erramón. —Y es igual que los demás. Erramón soño una noche que no se mareaba. Estaba solo en una barquichuela, mar adentro. La costa se veía fin ay lejana. Sólo el Ogoño, rojo, relucía como un sol falso que se hundiera tierra adentro. Erramón era feliz como nunca lo fue. Se tumbó en el fondo de su lancha y se puso a mirar las nubes. Sentía en su espalda el vaivén inmortal del mar que le mecia. Las nubes pasaban veloces, empujadas por el viento que le saludaba de largo. Las gaviotas, dando vueltas, le gritaban su bienvenida: -¡Erramón, Erramón! Y otra vez: —¡Erramón, Erramón! Parecían palomas de orla. Erramón cerró los ojos. Estaba en el mar y no se mareaba. Las olas le hamaqueaban en su bamboleo, flujo y reflujo eterno, tumbo va y tumbo viene, en dulce rernecer y cunear... Tenía toda su niñez alrededor de la garganta y, sin embargo, en aquél momento Erramón no tenía recuerdos; ni otros deseos que el de seguir siempre así. Acariciaba las paredes de su lancha. De pronto, sus manos le hablaron. Erramón levantó la cabeza sorprendido: ¡No se equivocaba! ¡Su bote estaba hecho con la madera de su roble! Fue tal la impresión que despertó. De allí en adelante cambió la vida de Erramón. Se le metió en la cabeza que si hacía una lancha con su árbol no se marearía. Para no llevar a cabo ese crimen bebió más chacolí que de costumbre, pero no podía dormir. Se volvía y se revolvía en su camastro, perseguido por las estrellas. Oía su sueño. lntentaba convencerse de lo absurdo que aquello era: -S¡ me he mareado siempre, seguiré mareándome. Se volvía sobre el costado izquierdo. Se levantaba a mirar su árbol, lo acariciaba. -Salgo perdiendo, ¿o qué? 185 Pero en el fondo comprendía que no debía hacerlo, que sería un crimen. ¿Qué culpa tenía su roble de que él se mareara? Pero Erramón no pudo resistir mucho tiempo la tentación de su sueño, y una mañana, él mismo ayudado por ignacio, el del aserradero, tumbó el árbol. Cuando cayó, Erramón se sintió muy triste y muy solo como si se le hubiera muerto el ser mas querido de la familia que ya no tenía. Le costaba trabajo reconocer ahora su barracón tan solitario. Solo de espaldas, frente a la ría, estaba tranquilo. Cada tarde iba a ver cómo su roble se convertía en lancha. Sucedía eso en la misma playa que su amigo Santiago, carpintero de ribera y calafate, la construía. Del tronco salió todo: quillai, varengas, cuadernas, roda y bao, hasta los asientos y los remos y un mastilillo, por si acaso. Y así fue como una mañana de agosto en que el mar no le parecía, de tan quieto, Erramón lo surcó, hacia dentro, en su barquichuela nueva. La lancha era de maravilla, volaba al impulso virgen del hombre; metía éste los remos con suavidad, y luego echaba atrás la espalda antes de darle a sus brazos la contracción leve que la empujaba volandera. Por primera vez Erramón se sentía borracho: se le iba el santo al cielo. Se alejó de la costa. Metía el remo derecho para dar vueltas y luego el contrario para zigzaguear. Después los retiró y se puso a acariciar la madera de su bote. Lentas, las tablas rezumaban un poco de agua. Erramón llevó las manos a su frente para remojársela. La quietud era absoluta: ni una nube, ni un soplo de viento, ni siquiera una gaviota. La tierra se había sumergido. Erramón puso sus manos e la borda y la acarició. De nuevo sacó las palmas mojadas. Se extrañó un poco: hacía tiempo que las salpicaduras habían sido secadas por el sol. Recorrió con la vista el interior de la lancha: de toda ella trazumaba lentamente un poco de agua. En el fondo había ya una ligera capa brillante. Erramón no sabía a qué atenerse. Volvió a pasar la mano por los flancos de su barca. No había duda: la madera dejaba filtrar agua. Erramón miró en torno, una ligera inquietud empezó a roerle el estómago. El mismo había ayudado a calafatear su bote, y no le cabía ducla de que el trabajo se había realizado concienzudamente. Se inclinó a inspeccionar las juntas: estaban secas. ¡Era la madera la que exudaba agua! lmpensadamente se llevó las manos a la boca: ¡El agua era dulce! Empezó a remar desesperadamente, pero el bote no se movía a pesar de sus frenéticos; esfuerzos. Miró con afán a su alrededor. Le pareció que su lancha estaba encallada entre las ramas de un enorme árbol submarino, cogida como con una mano. Remó a cuanto más podía: el bote no adelantó. ¡Y ahora podía ver, ver con sus propios ojos, cómo la madera de su árbol extravenaba agua limpísima y fresca! Erramón cayó de rodillas y empezó a achicar con las manos, que no traía balde. Pero el casco seguía manando cada vez más abundantemente. Era ya un manantial de mil ojos. Y del mar parecían surgir ramas. Erramón se santiguó. No lo volvieron a ver por las costas de Vizcaya. Unos dijeron que se la había apercibido por San Sebastian, otros que si en Bilbao. Algún marinero habló de un pulpo enorme que apareció por aquél tiempo. Pero, de cierto, nadie pudo dar ya razón de él. El roble volvió a crecer. La gente se alzó de hombros. Corrió la voz de que estaba en América. Luego, nada. 186 FICHERO 23. NAGUIB MAFUZ. 1911-2006 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Naguib Mafuz. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Naguib Mafuz. Su vida y obra. Se explicará en qué consisten los premios Nobel. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de dos textos: El traje del prisionero. A escoger: Jardín de infancia o El acusado. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, treinta minutos aprox.) Los participantes se dividirán en equipos y realizarán una dramatización de la parte del texto que más les gustó adaptándola libremente. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTlVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 187 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Biblioteca digital Ciudad Seva. www.ciudadseva.com TEXTOS DE REFERENCIA. El acusado. Como iba solo en su cochecito, no tenia más aliciente que la velocidad; volaba -en dirección a Suez- sobre una cinta de asfalto ceñida por arenas. En el paisaje nada mitigaba el pálpito de soledad, ni había novedad alguna que le hiciese más llevadera su semanal ida y vuelta. Divisó a lo lejos un colosal vehiculo de transporte. Le dio alcance y redujo la marcha de su Ramsés para continuar cerca y al ritmo del coloso. Era un camión cisterna del tamaño de una locomotora. Un ciclista iba agarrado a su borde trasero, y daba, de vez en cuando, una patada en la rueda, tan tranquilo. Cantaba. ¿De dónde vendria? ¿A dónde iría? ¿Habría podido hacer tanto camino de no hallar un vehículo que tirase de él? Sonrió admirado y le vio con simpatía. Dejaron atrás, a la derecha, unas lomas, y enseguida entraron en una zona verde, sembrada de maíz y rodeada de pastizales, donde pacían cabras. Redujo aún más la velocidad para gozar de aquel verde jugoso, y entonces un grito desgarró el silencio. Con sobresalto volvió la cara hacia delante, a tiempo de ver cómo la rueda del camión, imperturbable, enganchaba a bicicleta y ciclista. Soltó un grito de horror y chilló para advertir al camionero. Detuvo luego su coche, a dos metros de la bicicleta, y se bajó sin pensar y sin que sus gritos hubiesen alcanzado al camión. Se acercó espantado al lugar del accidente y vio el cuerpo tendido sobre el costado izquierdo, con el brazo moreno apuntando hacia él; una mano pequeña, que asomaba por la camisa -polvorienta, lo mismo que la piel—, estaba cubierta de rasguños y heridas. De la cara no se le veia más que la mejilla derecha. Las piernas ceñían aún la bicicleta. El pantalón, gris, estaba desgarrado y salpicado de sangre. Las ruedas se habían roto, los radios estaban retorcidos y una guía del manillar desquiciada. Una respiración, fatigosa, forzada, inquieta, ocupaba el pecho de la víctima, que aparentaba unos veinte años o muy poco más. Se le contrajo la cara y los ojos se le fijaron en una expresión de pena y compasión, pero no supo qué hacer. En aquel descampado se sentía impotente. Descartó la idea que primero le vino a las mientes de llevarle a su coche. Y finalmente se libró de su confusión decidiendo tomar su automóvil y salir en pos del vehículo culpable. Quizá en el camino encontrase un puesto de vigilancia o de control y pudiese informar del accidente. Marchó hacia su coche y se disponía a subir cuando oyó unos gritos que decían: -Quieto... no te muevas... Se volvió y pudo ver a un grupo de labradores corriendo hacia él. Venían de los sembrados. Algunos llevaban garrotes, otros piedras. Contuvo el impulso de montarse —no fuera que la emprendieran a pedradas- y les esperó asustado por su crítica situación. Los rostros torvos, agresivos, le disiparon cualquier esperanza de entendimiento. Tendió la mano veloz a la guantera y sacó su pistola, apuntándoles y gritando con voz estremecida: -¡Quietos! Se dio cuenta, con fulgurante y agitada percepción, que aquella actitud había cerrado todavía más cualquier esperanza de comprensión futura, pero tampoco habia tenido tiempo de obrar con reflexión. Cedieron en su carrera y, finalmente, se pararon del todo a unos diez metros, en los ojos una mirada torva y resentida. Ardía en sus fulgores la inesperada desventaja de encontrarse ante un arma. Los rostros tenían un aspecto oscuro, hosco, subrayado por los rayos del sol. Las manos crispadas en torno a los garrotes y las piedras, y los pies enormes, descalzos, clavados en el asfalto Uno dijo: —¿Piensas matarnos como a él? —Yo no lo he matado. Ni le he tocado siquiera, quien lo atropelló fue el camión cisterna. 188 —Fue tu coche... tú... —No lo habéis visto... —Todo... —Me estáis impidiendo que alcance al culpable... —Tú lo que quieres es huir... Había aumentado la rabia. Habia aumentado el miedo. La idea de poder verse obligado a disparar le producía angustias de muerte. IVlatar, que el homicidio le llevase a una pendiente. ¿Cómo borrarla pesadilla si no estaba durmiendo? -De verdad que no he sido yo quien le ha atropellado. He visto perfectamente cómo el camión le aplastaba... —Aquí no hay más culpable que tú... —Habria que llegarse al Hospital más cercano... —lntenta. —Al puesto de Policia... —lntenta. —¿Es que vamos a esperar sentados hasta que la verdad resplandezca? -Si no te escapas ya lo creo que resplandecerá. -Válgame Dios, ¿por qué tanta tozudez'? -¿Por qué le has matado? ¡Qué tremendo problema; qué tremenda falsedad! Cuándo acabaría aquel infernal compás de espera. El sufrimiento sin paliativo, el miedo, las ideas frenéticas. ¿Por qué se detuvo? ¿Cómo demostrar la verdad? El mismo conductor del camión no se enteró de nada. Ni la menor esperanza que todo aquel maldito lío fuese una pesadilla. Del caido llegó una queja, seguida de un ay gangoso y un largo gruñido. Después, otra vez silencio. Uno chilló: —¡Dios tiene que castigartel... -Dios castigará al culpable... —Tú has sido... —¿Me habría parado de ser culpable? -Creíste que no habia nadie... —Creí que podía ayudarle... —Buena ayuda... -Es inútil hablar con vosotros. —Bien inútil. Si les daba la espalda un solo instante, las piedras le aplastarian. No habia más remedio que aguantar en el trance. Imposible perseguir al camionazo. Él, sólo él quedaba en prenda. Y si no mantuviese un resquicio de esperanza, aquello seria el horror de los horrores. ¿Cómo se van a establecer las responsabilidades? ¿O a determinar el castigo? ¿Podrá salvarse el pobre accidentado? Su mirada manifestaba espanto, las de ellos un rencor obstinado. Dos vehiculos aparecieron allá en el horizonte. Al verlos acercarse resplró aliviado. Una ambulancia y un coche patrulla se pararon en el lugar del accidente. Los camilleros marcharon hacia la bicicleta sin demora. Los del grupo les rodearon. Zafaron las piernas de la victima delicadamente y le trasladaron al coche con sumo cuidado. Y sin esperar más se fueron por donde habian venido. La policia alejó a los del grupo y el inspector procedió a examinar el lugar sin decir palabra. Tras un lapso se volvió al hombre y preguntó: —¿Fue usted? Los labradores se encargaron de contestarle a gritos, pero el inspector ordenó silencio con un gesto de la mano, mientras le examinaba. Repuso: -No. Yo iba detrás de un camión cisterna al que el ciclista se agarraba. Un grito me alarmó y cuando miré, le vi bajo la rueda. Gritaron casi todos. -Él le atropelló... -No lo atropellé. Vi cómo pasaba... Nuevo griterio. El inspector atronó: -¡Ordenl Y le preguntó: 189 -¿Vio cómo se producía el accidente?... -No. Cuando me volví al grito ya estaba la bicicleta debajo de la rueda. —¿Cómo habia ido a parar alli? —No sé. -¿Y luego qué hizo? -Paré para ver cómo estaba y qué se podia hacer. Se me ocurrió salir detrás del camión pero entonces aparecieron éstos corriendo hacia mi, con garrotes y piedras, y no tuve más remedio que tenerles a raya con el arma. -¿Tiene licencia? -Sí, soy pagador en Suez y viajo mucho. El inspector se volvió hacia los labradores y les preguntó: -¿Por qué sospecháis de él? Gritaron, quitándose la palabra de la boca: -Porque vimos perfectamente lo que lhizo y no le dejamos escapar... El hombre dijo angustiado: —Es mentira, no vieron nada. El inspector ordenó a un agente quedarse vigilando y a otro avisar al fiscal mientras se trasladaba con todos a Jefatura, para escribir el atestado. Tanto Ali Musa como los labradores mantuvieron sus declaraciones. Alí empezaba a dudar de que la investigación fuese a poner en claro la verdad. De la víctima salió a luz el nombre: Ayyad al-Yaáfari, y que era vendedor ambulante, en tratos con casi todos aquellos labradores. Alí Musa preguntaba: —¿Me habria parado si fuera culpable? El inspector contestó friamente: -Atropellar a alguien y huir no son cosas que se sigan necesariamente. Más espera. Los labradores en cuclillas. Alí Musa ocupó una silla con permiso del inspector. El tiempo transcurría lento, doloroso, espeso. Acabado el atestado, el inspector se desentendió de ellos. Nada de aquel asunto parecía ir con él y se puso a matar el rato leyendo la prensa. ¿Por qué tendrían los labradores aquel empeño en culparle? Lo peor es que mantenían su testimonio con la misma limpieza que si fueran sinceros. ¿Sería todo un espejismo? ¿Sería que, como suele suceder, uno habría lanzado aquella versión del accidente y los demás le seguían como ciegos?... Ay... la única esperanza es que no muera Ayyad aI-Yaáfari. ¿Qué otro puede sacarle de aquella pesadilla con una simple palabra? Se- dirigió al inspector, cortés y anhelante: -¿Podríamos averiguar si hay esperanzas con el accidentado? El inspector le miró hosco, pero se puso en comunicación con el Hospital por teléfono. Después de colgar, manifestó: -Está en el quirófano, ha perdido mucha sangre... imposible hacer pronósticos... Tras dudarlo unos momentos preguntó: -¿Cuándo llegará el fiscal? -Ya se enterará cuando llegue. Dijo, como hablando para si: -¿Cómo puede uno verse envuelto en tales situaciones? El inspector contestó, mientras retornaba al periódico: -Usted sabrá. Volvió a quedar horriblemente solo, y a examinar el lugar con enojo. Aquellos labradores estaban empeñados en condenarle, pero quizá lograra que la sentencia se volviera contra ellos. Y el inspector le considera, por rutina, culpable. Una ciega fuerza anónima quería destruirle inconscientemente. Tenía a sus espaldas muchas culpas, pero resultaba absurdo, a - todas luces, ser atrapado en un embrollo. Suspiró quedamente: -Ay, Señor. Y casi todos le hicieron eco, por motivos diversos: -Ay, Señor. Fuera de sí, les chilló: -No tenéis conciencia. Y ellos chillaron también: -Dios es testigo, canalla... El inspector sacó la cara de entre las hojas del periódico y dijo malhumorado: 190 —Vale... vale... no tolero esto... Alí dijo excitado: -De no ser por esta infame mentira, a estas horas estaria en mi casa tranquilo... Uno replicó: -Si no fuese por tu descuido, el pobre Ayyad podría estar a estas horas tranquilamente en su casa... El inspector les miró de un modo que les dejó sin habla. Reinó la calma, el dolor de la espera empeoró. El tiempo pasaba como si anduviese para atrás. Alí no pudo soportar más la tensión y se vio impulsado a recurrir otra vez al inspector, preguntándole en el colmo de la cortesía: -Señor, no puede hacerse idea lo que siento causarle esta molestia, pero, ¿puedo saber cuando vendrá el fiscal? Le contestó sin dejar el periódico y de mial talante: -¿Cree que su caso se da todos los días? No recordaba un sufrimiento igual. Nunca habia sentido tan negros barruntos de desastre. Aquella inexplicable malquerencia entre él y los labradores no tiene precedentes. ¿El vasto crelo, bajo el que el accidente se habia producido, era también algo sin precedentes? Con el paso del tiempo, el horror y el agobio le habían dominado completamente. Sin reparar en consecuencias, exclamó: —Señor inspector... Le cortó como si le hubiese estado esperando: —¿Se calla? -Pero es que esta tortura... -Molestias que han soportado todos cuantos han pasado por esta jefatura desde que se inauguró... —¿No puede preguntar, al menos, por el herido? -Me comunicarán cualquier novedad sin que lo pregunte... Mi vida depende de la tuya, Ayyad. Las apariencias van a burlar la perspicacia del fiscal. ¿Me encarcelarán sin haber hecho nada? ¿Ha ocurrido algo igual jamás? ¡Qué bueno sería poder echarte la culpa encimal, y que te sonrieras con desdén y torpeza. Las lágrimas casi le brotaban y se echa a reír de una forma que a poco lo enajena. Por Dios, recuerda tus culpas y consuélate de este trance, aunque no haya relación alguna. ¿Quién dijo que el caos con el caos se combate? Veo a esos labradores, a través de un prisma negro que muchas generaciones han tupido, pero, ¡yo no he colaborado en eso! ¿O lo he hecho sin saberlo? Es curioso, estoy pensando por primera vez en mi vida. Y pensaré más todavía cuando me metan entre cuatro paredes. Hoy he trabado conocimiento con cosas que me eran directamente desconocidas: la casualidad, el destino, la suerte, la intención y su resultado, el labrador, el inspector, el effendi, los monzones, el petróleo, los vehículos de transporte, la lectura de la prensa en jefatura, lo que recuerdo y lo que no recuerdo. Sobre todo esto, tengo que meditar más, en singular y en bloque. Hay que empezar a familiarizarse con entender todo, y dominarlo todo, hasta que no quede ninguna cosa sin registrar. Una convulsión no es en sí culpable, lo es la ignorancia. Tú lo único que tienes que hacer desde hoy, es someterte a los dictados del sistema solar y no al oscuro lenguaje de las estrellas. ¿Por qué temes al inspector que lee. lapágina de esquelas y nadie le da el pésame? Y al llegar a este punto gritó desaforado: -Todo tiene un límite. El rostro del inspector asomó tras el periódico con expresión desaprobatoria. Entonces le dijo muy serio: -Usted lee el periódico y no hace nada. -¿Cómo se atreve? -Ya ve... -¡Es que no tiene miedo de...! -No tengo miedo de nada... -Le traicionan los nervios, pero tengo remedio para todo. -¡Yo también tengo remedio para todo! El inspector se puso de pie y dijo furioso: -¡¿Usted?! 191 -Retrasa la presencia del fiscal, no respeta las leyes. -Le llevo al calabozo. -¿ Es peor que este caos? -¿Es que quiere recurrir al expediente de locura? Alí se levantó desafiante, la mirada extraviada. El inspector llamó a los agentes. Entonces sonó el timbre del teléfono. El inspector descolgó y estuvo atento unos momentos. Colgó y miró a Alí con malicia y rencor, disimulando a la par una sonrisa; y le dijo: -Ha muerto a consecuencia de las heridas. Alí Musa se demudó ligeramente. La mirada maliciosa chocó con otra de cólera ciega. Gritó con voz estremecida: -La ley aún no ha dicho nada, esperaré... El traje del prisionero. El Buche, el cerillero, llegaba antes que nadie a la estación. de al-Zagazig cuando iba a pasar el tren. Recorría los andenes incomparablemente ligero, ojeando a los clientes con sus ojos pequeños y expertos. Si alguien hubiese preguntado al Buche por su trabajo, el Buche habría echado pestes de él. Porque el Buche, como la mayoría de la gente, estaba harto de su vida, descontento con su suerte. Si hubiese sido dueño de elegir, hubiera preferido ser chofer de algún rico y vestir ropa de effendi y comer lo mismo que el bey y acompañarle a sitios selectos en todo tiempo, una manera de ganarse la vida que parecía diversión, placer. Tenia además otros motivos particulares y razones sutiles para desear un trabajo como aquel; lo deseaba desde un día en que vio cómo el Fino, el chofer de uno de los Importantes, paraba a la Nabawiyya, la criada del comisario, y la requebraba, descarado y seguro. Incluso, una vez, oyó que le decía frotándose las mano satisfecho: "Pronto vendré con el anillo..." Y vio que la joven sonreía con arrumaco mientras levantaba el borde de la milaya como si lo estuviese arreglando (lo que queria es que se viera su pelo negrísimo y abrillantinado). Vio aquello y el corazón se le inflamó y los celos lo morclieron dolorosamente; los ojos de ella eran sus dolores y sus enfermedades. La siguió a poca distancia y en una calleja le salió al paso aquí y allí e hizo volver a sus oídos lo que le había dicho el Fino: "Pronto vendré con el anillo". Pero ella torció Ia cabeza, frunció la frente y dijo desdeñosa: "Mejor.<_:ómprate unos zuecos". Y él se miró los pies como si fueran una sima de significados misteriosos, su galabeyya sucia, su taqiyya mugrienta y se dijo: "Éste es el motivo de mi miseria y el ocaso de mi estrella", y envidió al Fino, su trabajo y su suerte... Sólo que estas esperanzas, en lugar de apartarle de su oficio le hacían enfrascarse en él con mayor afán y satisfacer sus esperanzas con sueños. Aquella tarde subió a la estación con su caja a atender al tren del crepúsculo que todavía no era más que una nube de humo en el horizonte, pero que avanzaba, se acercaba. Ya se distinguían las distintas unidades y se percibía el estrépito; ya está parado junto a los andenes... Al lanzarse a los vagones vio el Buche con sorpresa que en las puertas había centinelas y que por las ventanillas asomaban caras extrañas con ojos ausentes, rotos. Preguntó y le enteraron de que eran prisioneros italianos que habian caído a montones en manos del enemigo y que les conducían a campos de concentración. El Buche se quedó perplejo pasando los ojos por los rostros polvorientos, y luego le tomó la desilusión; cuando estuvo cierto de que aquellas caras pálidas, hundidas en la miseria y la necesidad difícilmente podrían saciar su ansia de cigarrillos... Se dio cuenta de que devoraban su caja y les repelió con una mirada irritada y desdeñosa. Pensaba darles la espalda y volver por donde había venido cuando oyó que una voz le gritaba en árabe con acento europeo: "cigarrillos". Le echó una mirada sorprendida y desconfiada, luego frotó el dedo índice con el pulgar: "¿hay dinero?". El soldado comprendió y contestó afirmativamente con la cabeza. El Buche se acercó cauteloso y se detuvo fuera del alcance de las manos del soldado, EI soldado se quitó calmosamente la guerrera y le dijo mostrándosela: "Este es mi dinero". El Buche quedó deslumbrado y escudlriñó la guerrera gris con botones dorados entre sorprendido y ávido. Le habia ganado el corazón, pero como no era un Cándido ni un palurdo disimu|ó lo que se habia levantado en él para sacar ventaja de la avidez del italiano. Con estudiada parsimonia exhibió una cajetiilla y extendió el brazo para recoger la chaqueta. El soldado frunció la frente y le gritó: "¿Una cajetilla por la guerrera?... ¡Diez!" El Buche dio un respingo y se echó para atrás; su deseo recedió. Iba a irse por otro lado, pero el soldado le gritó: "Una cosa razonable... nueve... ocho..." 192 El Buche sacudió la cabeza negando tercamente. "Entonces, siete." Pero él sacudió la cabeza como antes y fingió que se iba. El soldado se dio por satisfecho con seis y luego bajó a cinco. El Buche hizo un gesto con la mano: nada que hacer. Se volvió hacia un banco y se sentó. El soldado le gritó enloquecido: "Ven... me conformo con cuatro..." Ni se dio por aludido, y para demostrar su falta de interés encendió un cigarrillo y se puso a fumar paladeándolo pausadamente. La desazón del soldado aumentó, se puso rabioso, parecía que el único fin de su existencia era conseguir cigarrillos. Bajó su demanda a tres, luego a dos. El Buche siguió sentado, dominando sus violentas ganas y su dolorosa impaciencia. Pero cuando el soldado hubo bajado a dos no pudo evitar un movimiento delator. El soldado, nada más verlo, extendió la mano con la guerrera: "Toma", y el Buche no tuvo más remedio que levantarse, acercarse al tren, recoger la guerrera y dar al soldado las dos cajetillas. Escudriñó la guerrera con ojos alegres y satisfechos y rompió sus labios una sonrisa triunfante. Dejó la caja en el banco y se puso la guerrera y la abotonó. Le quedaba ancha, pero no le importó. Estaba maravillado, feliz. Recogió la caja y empezó a cortar el andén orgulloso, transportado. Evocó la imagen de Nabawiyya envuelta en su milaya y murmuró: "Si me viese ahora". Sí, a partir de ahora no me evitará ni me apartarái la cara con desdén, y el Fino no tendrá motivo de qué presumir delante de mí. Aquí recordó que el Fino llevaba uniforme completo, no una simple guerrera. ¿Cómo conseguir los pantalones? Caviló un tiempo, luego echó una mirada de inteligencia a las cabezas de los prisioneros que asomaban por las ventanillas del tren. El deseo le jugaba en el corazón y le inquietaba el alma cuando casi la tenia satisfecha. Se lanzó al tren pregonando decidido: "Cigarrillos, cigarrillos. Un pantalón la cajetilla si no hay dinero. Un pantalón la cajetilla". Repitió el pregón por segunda y tercera vez. Temiendo que no comprendiesen lo que pretendía, señaló la guerrera que llevaba puesta y mostró una cajetilla. Su gesto produjo el efecto apetecido: un soldado no vaciló en quitarse la guerrera. El Buche corrió hacia él y le hizo gestos de quefuese despacio y le indicó los pantalones. El soldado se encogió de hombros desdeñoso, se quitó los pantalones y el cambio se completó. La mano del Buche se engarfió en los pantalones; casi volaba de gozo. Volvió al banco de antes y se puso los pantalones en un santiamén: estaba hecho todo un soldado italiano... ¿o le faltaba algo?... Era una auténtica pena que estos soldados no llevaran tarbús... ¡Pero llevan botas! Las botas le son indispensables para estar a la altura del Fino, que le amarga la vida. Cargó con la caja y se abalanzó al tren gritando: "Cigarrillos... un par de botas la cajetilla". Como la otra vez, se ayudaba de gestos... Pero antes de que diera con un cliente el tren hizo oir su pito; iba a arrancar. Se produjo una ola de agitación entre los centinelas. El manto de Ia sombra habia cubierto los rincones de la estación; el pájaro de Ia noche planeaba en el espacio. El Buche se detuvo desconsolado, en los ojos una mirada de aflicción y rabia. Cuando el tren se puso en marcha le vio el centinela del vagón delantero y la exasperación apareció en su cara. Le gritó, primero en inglés, luego en italiano: "Sube ligero. Tú, preso, al tren". El Buche no entendió lo que decía y quiso consolarse remedándole, seguro de que no podia hacerle nada. El centinela gritó otra vez mientras el tren se alejaba lentamente: "Sube, te lo advierto, sube". El Buche apretó los labios desdeñoso y le volvió la espalda dispuesto a marcharse. El centinela crispó el puño que esgrimió amenazante, apuntó su fusil contra el inocente Buche y disparó. A la detonación, que atronó los oídos, sucedió un grito de dolor y de espanto. El cuerpo del Buche perdió el movimiento, la caja se le cayó de las manos y se desparramaron las cajetillas de cigarros ‘y cerillas. Luego, la cara del Buche se mudó en la de un cuerpo exánime. Jardín de infancia —Papá... —¿Qué? -Yo y mi amiga Nadia siempre estamos juntas. -Claro, mujer, porque es tu amiga. -En clase... en el recreo... a la hora de comer... Estupendo... es una niña buena y juiciosa. -Pero en la hora de religión yo voy a una clase y ella a otra. 193 Miró a la madre y vio que sonreía, ocupada en bordar un mantel. Y dijo, sonriendo también: -Sí... pero sólo en la clase de religión... -¿Y por qué, papá? -Porque tú eres de una religión y ella de otra. —Pero, ¿por qué, papá? -Porque tú eres musulmana y ella cristiana. -¿Y por qué, papá? -Eres aún muy pequeña, ya lo comprendlerás... -No, ¡soy mayor! -No, eres pequeña, cariñito... -¿Y por qué soy musulmana? Debía ser comprensivo y delicado: no faltar a los preceptos de la pedagogía moderna a la primera dificultad. Contestó: -Porque papá es musulmán... mamá es musulmana... —¿Y Nadia? -Porque su papá es cristiano y su mamá! también... -¿Porque su papá lleva gafas? -No... Las gafas no tienen nada que ver. Es porque su abuelo también era cristiano y... Siguió con la cadena de antepasados hasta aburrirse. Trató de cambiar el tema pero la niña preguntó: -¿Cuál es mejor? Dudó un momento antes de contestar: -Las dos... -¡Pero yo quiero saber cuál es mejor! -Es que las dos lo son. -¿Y por qué no me hago cristiana para estar siempre con Nadia? -No, cariñito, es mejor que no. Hay que serlo mismo que papá y que mamá... -¿Y por qué? Francamente: la pedagogía moderna es tiránica. —¿Por qué no esperas a ser mayor? —No ¡Ahora! -B¡en. Digamos que por gusto. A ella le gusta más una y tú prefieres la otra. Tú eres musulmana y ella tiene otro gusto. Por eso tienes que seguir siendo musulmana. -¿Nadia tiene mal gusto? Dios confunda a ti y a Nadia. Había metido ia pata a pesar de las precauciones. Se lanzó sin piedad al cuello de una botella. —Sobre gustos no hay nada escrito. Lo único imprescindible es seguir siendo como papá y mamá... —¿Puedo decirle que ella tiene mal gusto y yo no? Salió al paso: —Las dos son buenas: tanto el Isiam corno el Cristianismo adoran a Dios. —¿Y por qué yo Io adoro en una habitación y ella en otra? -Porque ella Io adora de una manera y tú de otra. —¿Y cuál es ia diferencia, papá? —Ya lo estudiarás el año que viene o e| otro. Por el momento confórmate con saber que Islam y Cristianismo adoran a Dios. —¿Y quién es Dios, papá? Se detuvo, reflexionó un segundo y preguntó, extremando las precauciones: -¿Qué les ha dicho Abla? —Lee la azora y nos enseña a rezar, pero yo no sé. ¿Quién es Dios, papá? Se quedó pensando con sonrisa torcida.‘ Luego: -Es el Creador del mundo. —¿De todo? -De todo. -¿Qué quiere decir Creador, papá? —Quiere decir que lo ha hecho todo. —¿Cómo, papá? 194 —Con su Sumo poder. —¿Y dónde vive? -En todo el mundo. —¿Y antes del mundo? —Arriba... —¿En el cielo? -Sí... —Quiero verlo. -No se puede. —¿Ni en la televisión? —No. -¿Y no lo ha visto nadie? -Nadie. -¿Y por qué sabes que está arriba? —Porque si. —¿Quién adivinó que estaba arriba? —Los profetas. -¿Los profetas? —Sí, como nuestro señor Mahoma. -¿Y cómo, papá? —Por una gracia especial. —¿Tenía los ojos muy grandes? -Sí —¿Y por qué, papá? —Porque Dios lo creó así. —¿Y por que, papá? Contestó tratando de no perder la paciencia: —Porque puede hacerlo que quiere... —¿Y cómo dices que es? —Muy grande, muy fuerte, todo lo puede... —¿Como tú, papá? Contestó disimulando una sonrisa: —Es incomparable. —¿Y por qué vive arriba? —Porque en la tierra no cabe, pero lo ve todo. Se distrajo un momento. —Pues Nadia me ha dicho que vivió en la tierra. —No es eso; es que lo ve todo como si viviese en todas partes. —Y también me ha dicho que la gente lo mató. —No, está vivo, no ha muerto. —Pues Nadia me ha dicho que lo mataron. —Qué va, cariñito, creyeron que lo habían matado pero estaba vivo. -¿E| abuelo también está vivo? —No, el abuelo murió. -¿Lo han matado? —No, se murió. -¿Cómo? —Se puso enfermo y se murió. —Entonces ¿mi hermana va a morirse? Frunció las cejas y contestó advirtiendo un movimiento de reproche del lado de la madre: —Ni mucho menos, ella se curará si Dios quiere... —¿Por qué se murió entonces el abuelo? —Porque cuando se puso enfermo era ya mayor. -¡Pues tú eres mayor, has estado enfermo y no te has muerto! La madre lo miró regañona. Luego pasó la vista de uno a otro azorada. Él dijo: 195 —Nos morimos cuando Dios lo dispone. —¿Y por qué dispone Dios que nos muramos? —Porque es libre de hacerlo que quiere. -¿Es bonito morirse? —Qué va, mi vida. —¿Y por qué Dios quiere una cosa que no es bonita? —Todo lo que Dios quiere para nosotros es bueno. —Pero tú acabas de decir que no lo es. -Me he equivocado, querida. —¿Y por qué mamá se ha enfadado cuando he dicho que por qué no te habías muerto? —Porque todavía no es la voluntad de Dios que yo muera. -¿Y por qué no, papá? —Porque Él nos ha puesto aquí y Él nos ileva. —¿Y por qué, papá? —Para que hagamos cosas buenas aquí antes de irnos. -¿Y por qué no nos quedamos siempre? —Porque si nos quedásemos no habria sitio para todos en la tierra. —¿Y dejamos las cosas buenas? —Sí, por otras mucho mejores. —¿Dónde están? —Arriba. —¿Con Dios? —Sí. —¿Y lo veremos? —Sí. -¿Y eso es bonito? -Claro. —Entonces, ¡vamonos! -Pero aún no hemos hecho cosas buenas. —¿El abuelo las había hecho? —Sí. —¿Cuáles? —Construir una casa, plantar un jardín... -¿Y qué había hecho el primo Totó? Por un momento se puso sombrío. Echo a la madre furtivamente una mirada desvalida, luego contestó: -EI también habia construido una casa, aunque pequeña, antes de irse... -Pues Lulú el vecino me pega y nunca hace cosas buenas... —Es que él ha nacido anormal. —¿Y cuando va a morirse? -Cuando Dios quiera. -¿Aunque no haga cosas buenas? —Todos tenemos que morir. Los que hacen cosas buenas se van con Dios y los que hacen cosas malas se van al infierno. Suspiró y se quedó callada. El padre :se sintió materialmente aliviado. No sabia si Io había hecho bien o si se habia equivocado. Aquel torrente de preguntas había removido interrogaciones sedimentadas en lo más hondo de sí. Pero Ia incansable criatura gritó: —¡Yo quiero estar siempre con Nadia! La miró inquisitivo y ella declaró: —¡En la clase de religión también! Se rió estrepitosamente, la madre también rió, él dijo bostezando: —Nunca imaginé que fuera posible discutir estas cuestiones a semejante nivel... Habló la mujer: -Llegará el día en que la niña crezca y puedas razonarle las verdades. Se volvió para comprobar si aquellas palabras eran sinceras o irónicas y Ia encontró enfrascada en el bordado. 196 FICHERO 24. WILLIAM GOLDING 1911-1993 1. ORGANlZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCiÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de William Golding. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue William Golding, su vida y su obra. Se explicará brevemente el significado del concepto Utopía 2.3 EJERClClOS PRÁCTICOS. Antes de ver la película El señor de las moscas, se explicará a los participantes en qué consiste una entrevista y cuáles son los elementos principales de ésta. Se les indicará que deben estar atentos durante la proyección pues al finalizar deberán entrevistar a uno de los personajes. Al terminar de ver la película deberán determinar: 1. A qué personaje van a entrevistar 2. Explicar las razones por la que lo escogieron 3. Hacer una lista de las preguntas que le harían. 4 .Responderlas como si fueran el personaje entrevistado 197 Los participantes verán la película El señor de las moscas (1991), basada en la novela de William Golding: El señor de las moscas que fue escrita en 1954. Duración 90 min. País: USA. Director: Harry Hook- Guión. Sara Schiff. Productora: Castle Rock Entertainment. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Golding, William. (1991) El señor de las moscas. Madrid: Alianza editorial. 198 FICHERO 25. JULIO CORTÁZAR. 1914-1984 1. ORGANlZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Julio Cortázar. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Julio Cortázar, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta: De noche boca arriba. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, veinte minutos aprox.) 1. Se formarán equipos de 5 a 8 personas como máximo. 2. Se repartirán una hoja carta por persona. Cada participante deberá tener una hoja de diferente color. 3. Cada persona deberá escribir una oración sobre cualquier tema en la parte superior de su hoja. 4. Al terminar de escribirla, deberá hacer un doblez para que no se vea lo que escribió y anotará en la hoja, después del doblez, la última palabra que escribió. 5. Pasará la hoja a la persona que esté a su derecha. 199 6. Esta persona deberá escribir una oración iniciando con la última palabra que escribió la persona que lo antecedió. No deberá leer lo que estaba previamente escrito ya que no es necesario que se relacione con el texto anterior. 7. Esto deberá repetirse hasta que cada participante haya escrito una oración en cada una de las hojas y cada persona tenga la hoja con la que inició la actividad. 8. Se leerán en voz alta todos los cadáveres exquisitos de todos los equipos. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Cortázar, Julio. (1994) Final del juego. Barcelona: Seix Barral TEXTOS DE REFERENCIA. La noche boca arriba Y salían en cíenfas épocas a cazar enemigos; le llamaban la guerra florida. A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado a donde iba. EI sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe. Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta 200 una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio. . La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policia que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca "soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvia nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Habia sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como el del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante. -Se va a caer de la cama —dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo. Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito 201 blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse. Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose. Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podia dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores. Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. —Es la fiebre -dijo el de la cama de al |ado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien. Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguia ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacio que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que Io habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más 202 bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaria alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se ¡ba apagando poco a poco. Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. inútil abrir los ojos” y mirar en todas direcciones; lo envolvia una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón [buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traido al teocalli, estaba en las rnazmorras del templo a la espera de su turno. Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Grito de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavia no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no queria, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida. Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que Io rodeaba. Pensó que debía haber gritaclo, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia Io protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacio otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimló apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro 203 lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también Io habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras. 204 FICHERO 26. JUAN RULFO. 1918-1986 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualizacióln breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios ¡prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Juan Rulfo. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Juan Rulfo, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerán en voz alta el siguiente cuento de El Llano en llamas: ¡Diles que no me maten! 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de Ia lectura, treinta minutos aprox.) Los participantes verán fotografías tomadas por Juan Rulfo.Se explicará a los participantes quién fue José Clemente Orozco y se mostrarán ejemplos de su obra, especialmente de su obra gráfica. Se solicitará a los participantes establecer puntos de contacto entre las imágenes de Rulfo y Orozco. Otra opción: Divivir el grupo de tal forma que haya un juez, acusado, abogado defensor, fiscal, testigos, jurado. Los participantes harán un juicio a Juvencio Nava. 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. 205 El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún IIbl’O de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Rulfo, Juan. (2004) Llano en llamas. Madrid: Cátedra. Rulfo, Juan. (2002). Juan Rulfol letras e imágenes. México: Editorial RM TEXTOS DE REFERENCIA. ¡Diles que no me maten! -¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. -No puedo. Hay alli un sargento que no quiere oír hablar nada de ti. -Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. -No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá. -Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues. -No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño. -Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles. Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo: -No. Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato. Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir: -Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos? -La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver que cosas haces por mi. Eso es Io que urge. Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía alli, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le habia ¡do el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir“ Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habian entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le ¡ba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. El se acordaba: Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. AI que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales. Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus; potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le habia gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Asi, de dia se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivia oiiendo el pasto sin poder probarlo. Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo: 206 —Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato. Y él contestó: -Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata. "Y me mató un novillo. "Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Asi que la cosa ya va para viejo, y según eso deberia estar olvidada. Pero, según eso, no lo está. "Yo entonces calcule que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Asi que, por parte de ellos, no habia que tener miedo. "Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban: "-Por ahí andan unos fuereños, Juvencio "Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenia que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida." Y ahora habian ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que Io tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "AI menos esto-pensó— conseguirá con estar viejo. Me dejarán en paz". Se habia dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos. Por si acaso, ¿no habia dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel dia en que amaneció con la nueva de que su mujer se le habia ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le habia ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora. Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. El anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron. Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca. con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran. Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podria aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él. 207 Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos. Sus ojos, que se habían apeñuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último. Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. lba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino. Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él habia bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron. Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo. Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir. Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo: -Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos. Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de Ia noche. -Mi coronel, aquí está el hombre. Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz: -¿Cuá| hombre? -preguntaron. —El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer. -Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima —volvió a decir la voz de allá adentro. —¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? —repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él. —Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco. —Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros. —Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros. —¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió. Entonces la voz de allá adentro cambió de tono: —Ya se que murió -dijo—. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos: —Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y Io busqué me dijeron que estaba muerto. 208 Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó. "Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia. "Esto, con el tiempo,. parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no Io conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca". Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó: —¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusilenlo! -¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...! -¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro. -...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!. Estaba alli, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando. En seguida la voz de allá adentro dijo: —Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros. Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía. Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavia con tiempo para arreglar el velorio del difunto. -Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron. 209 FICHERO 27. JUAN JOSÉ ARREOLA. 1918-2001 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualizacíórn breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta. de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo Ia siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Juan José Arreola. 2.2 CONTEXTUALIZÁCIÓN. Se explicará brevemente quién fue Juan José Arreola, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: Parábola del trueque. Los zapatos usados. Leer en voz alta el libro y mostrar las imagenes del libro: El otro lado. 2.4 EJERCIClOS PRÁCTlCOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes escribirán una carta de reclamación a cualquier proveedor de servicios que no haya cumplido cabalmente con su trabajo. Posteriormente, tomarán el lugar del proveedor y responderán la carta que recibieron. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 210 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algun libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Arreola, Juan José. (1994) Confabulario; México: Editorial Joaquín Mortiz. Banyai, lstvan. (2005). El otro lado. México FCE TEXTOS DE REFERENCIA. Parábola del trueque Al grito de ¡Cambio esposas viejas por nuevas! el mercader recorrió las calles del pueblo arrastrando su convoy de pintados carromatos. Las transacciones fueron muy rápidas, a base de unos precios inexorablemente fijos. Los interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger. Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todas circasianas. Y más que rubias, doradas como candeleros. Al ver Ia adquisición de su vecino, los hombres corrían desaforados en pos del traficante. Muchos quedaron arruinados. Sólo un recién casado pudo hacer cambio a la par. Su esposa estaba flamante y no desmerecía ante ninguna de las extranjeras. Pero no era tan rubia como ellas. Yo me quedé temblando detrás de la ventana, al paso de un carro suntuoso. Recostada entre almohadones y cortinas, una mujer que parecía un leopardo me miró deslumbrante, como desde un bloque de topaciot Presa de aquel contagioso frenesí, estuve a punto de estrellarme contra los vidrios. Avergonzado, me aparté de la ventana y volví el rostro para mirar a Sofía. Ella estaba tranquila, bordando sobre un nuevo mantel las iniciales de costumbre. Ajena al tumulto, ensartó la aguja con sus dedos seguros. Sólo yo que la conozco podía advertir su tenue, ¡mperceptible palidez. AI final dle la calle, el mercader lanzó por último la turbadora proclama: ¡Cambio esposas viejas por nuevasl. Pero yo me quedé con los pies clavados en el suelo, cerrando los oídos a la oportunidad definitiva. Afuera, el pueblo respiraba una atmósfera de escándalo. Sofía y yo cenamos sin decir una palabra, incapaces de cualquier comentario. -¿Por qué no me cambiaste por otra? -rne dijo al fin, llevándose los platos. No pude contestarle, y los dos caímos más hondo en el vacío. Nos acostamos temprano, pero no podíamos dormir. Separados y silenciosos, esa noche hicimos un papel de convidados de piedra. Desde entonces vivimos en una pequelña isla desierta, rodeados por la felicidad tempestuosa. El pueblo parecía un gallinero infestado de pavos reales. lndolentes y voluptuosas, las mujeres pasaban todo el día echadas en la cama. Surgían al atardecer, resplandecientes a los rayos del sol, como sedosas banderas amarillas. Ni un momento se separaban de ellas los maridos complacientes y sumisos. Obstinados en la miel, descuidaban su trabajo sin pensar en el día de mañana. Yo pasé por tonto a los ojos del vecindario, y perdí los pocos amigos que tenía. Todos pensaron que quise darles una lección, poniendo el ejemplo absurdo de la fidelidad. Me señalaban con el dedo, riéndose, lanzándome pullas desde sus opulentas trincheras. Me pusieron sobrenombres obscenos, y yo acabé por sentirme como una especie de eunuco en aquel edén placentero. Por su parte, Sofía se volvió cada vez: más silenciosa y retraída. Se negaba a salir a la calle conmigo, para evitarme contrastes y comparaciones. Y lo que es peor, cumplía de mala gana con sus más estrictos deberes de casada. A decir verdad, los dos nos sentíamos apenados de unos amores tan modestamente conyugales. Su aire de culpabilidad era lo que más me ofendía. Se sintió responsable de que yo no tuviera una mujer como las de otros. Se puso a pensar desde el primer momento que su humilde 211 semblante de todos los días era incapaz de apartar la imagen de la tentación que yo llevaba en la cabeza. Ante la hermosura invasora, se batió en retirada hasta los últimos rincones del mudo resentimiento. Yo agote en vano nuestras pequeñas economías, comprándole adornos, perfumes, alhajas y vestidos. -¡No me tengas lástima! Y volvía la espalda a todos los regalos. Si me esforzaba en mimarla, venía su respuesta entre lágrimas: -¡Nunca te perdonaré que no me hayas cambiado! Y me echaba la culpa de todo. Yo perdia la paciencia. Y recordando a la que parecía un leopardo, deseaba de todo corazón que volviera a pasar el mercader. Pero un día las rubias comenzaron a oxidarse. La pequeña isla en que viviamos recobró su calidad de oasis, rodeada por el desierto. Un desierto hostil, lleno de salvajes alaridos de descontento. Deslumbrados a primera vista, los hombres no pusieron realmente atención en las mujeres. Ni les echaron una buena mirada, ni se les ocurrió ensayar su metal. Lejos de ser nuevas, eran de segunda, de tercera, de sabe Dios cuántas manos... El mercader les hizo sencillamente algunas reparaciones indispensables, y les dio un baño de oro tan bajo y tan delgado, que no resistió la prueba de las primeras lluvias. El primer hombre que notó algo extraño se hizo el desentendido, y el segundo también. Pero el tercero, que era farmacéutico, advirtió un día entre el aroma de su mujer, la característica emanación del sulfato de cobre. Procediendo con alarma a un examen minucioso, halló manchas oscuras en la superficie de la señora y puso el grito en el cielo. Muy pronto aquellos lunares salieron a la cara de todas, como si entre las mujeres brotara una epidemia de herrumbre. Los maridos se ocultaron unos a otros las fallas de sus esposas, atormentándose en secreto con terribles sospechas acerca de su procedencia. Poco a poco salió a relucir la verdad, y cada quien supo que habia recibido una mujer falsificada. El recién casado que se dejó llevar por la corriente del entusiasmo que despertaron los cambios, cayó en un profundo abatimiento. Obsesionado por el recuerdo de un cuerpo de blancura inequívoca, pronto dio muestras de extravío. Un día se puso a remover con acidos corrosivos los restos de oro que habia en el cuerpo de su esposa, y la dejó hecha una lástima, una verdadera momia. Sofia y yo nos encontramos a merced de la envidia y del odio. Ante esa actitud general, creí conveniente tomar algunas precauciones. Pero a Sofía le costaba trabajo disimular su júbilo, y dio en salir a la calle con sus mejores atavíos, haciendo gala entre tanta desolación. Lejos de atribuir algún mérito a mi conducta, Sofía pensaba naturalmente que yo me había quedado con ella por cobarde, pero que no me faltaron las ganas de cambiarla. Hoy salió del pueblo la expedición de los maridos engañados, que van en busca del mercader. Ha sido verdaderamente un triste espectáculo. Los hombres levantaban al cielo los puños, jurando venganza. Las mujeres iban de luto, lacias y desgreñadas, como plañideras leprosas. El único que se quedó es el famoso recién casado, por cuya razón se teme. Dando pruebas de un apego maniático, dice que ahora será fiel hasta que la muerte lo separe de la mujer ennegrecida, ésa que él mismo acabó de estropear a base de ácido sulfúrico. Yo no sé la vida que me aguarda al lado de una Sofia quién sabe si necia o si prudente. Por lo pronto, le van a faltar admiradores. Ahora estamos en una isla verdadera, rodeada de soledad por todas partes. Antes de irse, los maridos declararon que buscarán hasta el infierno los rastros del estafador. Y realmente, todos ponian al decirlo una cara de condenados. Sofia no es tan morena como parece. A la luz de la lámpara, su rostro dormido se va llenando de reflejos. Como si del sueño le salieran leves, dorados pensamientos de orgullo. Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos Estimable señor: Como he pagado a usted tranquilamente el dinero que me cobró por reparar mis zapatos, le va a extrañar sin duda la carta que me veo precisado a dirigirle. En un principio no me di cuenta del desastre ocurrido. Recibí mis zapatos muy contento, augurándoles una larga vida, satisfecho por 212 la economía que acababa de realizar: por unos cuantos pesos, un nuevo par de calzado. (Éstas fueron precisamente sus palabras y puedo repetirlas.) Pero mi entusiasmo se acabó muy pronto. Llegado a casa examiné detenidamente mis zapatos. Los encontré un poco deformes, un tanto duros y resecos. No quise conceder mayor importancia a esta metamorfosis. Soy razonable. Unos zapatos remontados tienen algo de extraño, ofrecen una nueva fisonomía, casi siempre deprimente. Aqui es preciso recordar que mis zapatos no se hallaban completamente arruinados. Usted mismo les dedicó frases elogiosas por la calidad de sus materiales y por su perfecta hechura. Hasta puso muy alto su marca de fábrica. Me prometió, en suma, un calzado flamante. Pues bien: no pude esperar hasta el día siguiente y me descalcé para comprobar sus promesas. Y aqui estoy, con los pies doloridos, dirigiendo a usted una carta, en lugar de transferirle las palabras violentas que suscitaron mis esfuerzos infructuosos. Mis pies no pudieron entrar en los zapatos. Como los de todas las personas, mis pies están hechos de una materia blanda y sensible. Me encontré ante unos zapatos de hierro. No sé cómo ni con qué artes se las arregló usted para dejar mis zapatos inservibles. Alli están, en un rincón, guiñándome burlonamente con sus puntas torcidas. Cuando todos mis esfuerzos fallaron, me puse a considerar cuidadosamente el trabajo que usted habia realizado. Debo advertir a usted que carezco de toda instrucción en materia de calzado. Lo único que sé es que hay zapatos que me han hecho sufrir, y otros, en cambio, que recuerdo con ternura: asi de suaves y flexibles eran. Los que le di a componer eran unos zapatos admirables que me habían servido fielmente durante muchos meses. Mis pies se halllaban en ellos como pez en el agua. Más que zapatos, parecian ser parte de mi propio cuerpo, una especie de envoltura protectora que daba a mi paso firmeza y seguridad. Su piel era en realidad una piel mia, saludable y resistente. Sólo que daban ya muestras de fatiga. Las suelas sobre todo: unos amplios y profundos adelgazamientos me hicieron ver que los zapatos se iban haciendo extraños a mi persona, que se acababan. Cuando se los llevé a usted, iban ya a dejar ver los calcetines. También habría que decir algo acerca de los tacones: piso defectuosamente, y los tacones mostraban huellas demasiado claras de este antiguo vicio que no he podido corregir. Quise, con espíritu ambicioso, prolongar la vida de mis zapatos. Esta ambición no me parece censurable: al contrario, es señal de modestia y entraña una cierta humildad. En vez de tirar mis zapatos, estuve dispuesto a usarlos durante una segunda época, menos brillante y lujosa que la primera. Además, esta costumbre que tenemos las personas modestas de renovar el calzado es, si no me equivoco, el modus. vivendi de las personas como usted. Debo decir que del examen que practique a su trabajo de reparación he sacado muy feas conclusiones. Por ejemplo, la de que usted no ama su oficio. Si usted, dejando aparte todo resentimiento, viene a mi casa y se pone a contemplar mis zapatos, ha de darme toda la razón. Mire usted qué costuras: ni un ciego podía haberlas hecho tan mal. La piel está cortada con inexplicable descuido: los bordes de las suelas son irregulares y ofrecen peligrosas aristas. Con toda seguridad, usted carece de hormas en su taller, pues mis zapatos ofrecen un aspecto indefinible. Recuerde usted, gastados y todo, conservaban ciertas líneas estéticas. Y ahora... Pero introduzca usted su mano dentro de ellos. Palpará usted una caverna siniestra. EI pie tendrá que transformarse en reptil para entrar. Y de pronto un tope; algo así como un quicio de cemento poco antes de llegar a la punta. ¿Es posible? Mis pies, señor zapatero, tienen forma de pies, son como los suyos, si es que acaso usted tiene extremidades humanas. Pero basta ya. Le decía que usted no le tiene amor a su oficio y es cierto. Es también muy triste para usted y peligroso para sus clientes, que por cierto no tienen dinero para derrochar. A propósito: no hablo movido por el interés. Soy pobre pero no soy mezquino. Esta carta no intenta abonarse la cantidad que yo le pagué por su obra de destrucción. Nada de eso. Le escribo sencillamente para exhortarle a amar su propio trabajo. Le cuento la tragedia de mis zapatos para infundirle respeto por ese oficio que la vida ha puesto en sus manos; por ese oficio que usted aprendió con alegría en un día de juventud... Perdón; usted es todavía joven. Cuando menos, tiene tiempo para volver a comenzar, si es que ya olvidó cómo se repara un par de calzado. 213 Nos hacen falta buenos artesanos, que vuelvan a ser los de antes, que no trabajen solamente para obtener el dinero ¡de los clientes, sino para poner en práctica las sagradas leyes del trabajo. Esas leyes que han quedado irremisiblemente burladas en mis zapatos. Quisiera hablarle del artesano de mi pueblo, que remendó con dedicación y esmero mis zapatos infantiles. Pero esta carta no debe catequizar a usted con ejemplos. Sólo quiero decirle una cosa: si usted, «en vez de irritarse, siente que algo nace en su corazón y llega como un reproche hasta sus manos, venga a mi casa y recoja mis zapatos, intente en ellos una segunda operación, y todas las cosas quedarán en su sitio. Yo le prometo que si mis pies logran entrar en los zapatos, le escribiré una hermosa carta de gratitud, presentándolo en ella como hombre cumplido y modelo de artesanos. Soy sinceramente su servidor. 214 FICHERO 28. RAY BRADBURY. 1920 1. ORGANlZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACClÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Ray Bradbury. 2.2 CONTEXTUALIZAClÓN. Se explicará brevemente quién es Ray Bradbury, su vida y obra. Se explicará el concepto de ciencia ficción. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: Prólogo: El hombre ilustrado. (1951) La historia de: El zorro y el bosque. 1950. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, quince minutos minutos aprox.) Los participantes escribirán un cuento a partir del diseño de un tatuaje que hayan visto o imaginado Los participantes pueden ilustrar el texto con un dibujo del tatuaje en el que se inspiraron. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTlVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) 215 En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Bradbury, Ray. (1977). El Hombre ilustrado, Buenos Aires: Minotauro. TEXTOS DE REFERENCIA. El hombre ilustrado. Prólogo. En una tarde calurosa de principios de setiembre me encontré por primera vez con el hombre ilustrado. Yo caminaba por una carretera asfaltada, recorriendo la última etapa de una excursión de quince días por el Estado de Wisconsin. Al atardecer me detuve, comí un poco de carne de cerdo, unas habas y un bizcocho. Me preparaba a descansar y leer cuando el hombre ilustrado apareció sobre la colina. Su figura se recortó brevemente contra el cielo. Yo no sabía entonces que era ilustrado; sólo vi que era alto, que alguna vez había sido esbelto, y que ahora, por alguna razón, comenzaba a engordar. Recuerdo que tenía los brazos largos y las manos anchas, y un rostro infantil en lo alto de un cuerpo macizo. Me hablo antes de verme, como si hubiese adivinado mi presencia. —Señor, ¿sabe usted dónde podría encontrar trabajo? -Temo que no -le respondí. -Cuarenta años y nunca he tenido un trabajo duradero -me dijo. Aunque hacía mucho calor, el hombre ilustrado llevaba una camisa de lana, cerrada hasta el cuello. Los puños de las mangas le ocultaban las anchas muñecas. La transpiración le corría por la cara. Y sin embargo no se abría la camisa. -Bien -me dijo al fin-, este lugar es tan bueno como cualquiera para pasar la noche. ¿No lo molesto? -Si usted quiere, me sobra un poco de comida -le invité. Se sentó pesadamente y lanzó un gruñido. -Se arrepentir de haberme invitado -me dijo-. Todos se arrepienten. Por eso no paro en ningún sitio. Aquí estamos, a principios de setiembre, en lo mejor de la temporada de las ferias. Tendría que estar ganando montones de dinero en el parque de diversiones de cualquier pueblo, y aquí me tiene, sin ninguna perspectiva. El hombre ilustrado se sacó un enorme zapato y lo examinó con atención. -Comunmente conservo mi empleo diez días. Luego algo ocurre, y me despiden. Hoy ningún hombre, de ninguna feria del país; se atrevería a tocarme, ni con una pértiga de tres metros. -¿Qué le pasa? -Ie pregunté. El hombre me respondió desabotonándose lentamente el cuello apretado. Cerró los ojos, y con movimientos muy lentos se abrió la camisa. Luego, con la punta de los dedos, se tocó la piel. -Es curioso —dijo con los ojos todavia cerrados-. No se las siente, pero están ahí. No dejo de pensar que algún día miraré y ya no estarán. Camino al sol durante horas, en los días más calurosos, cocinándome y esperando que el sudor las borre, que el sol las queme; pero llega la noche, y están todavía ahí. El hombre ilustrado volvió hacia mi la cabeza, mostrándome el pecho. —¿Están todavía ahí? -me preguntó. Durante unos instantes no respiré. 216 —Si -dije-, están todavía ahí. Las ilustraciones. -Me cierro la camisa a causa de los niños -dijo el hombre abriendo los ojos-. Me siguen por el campo. Todo el mundo quiere ver las imágenes. y sin embargo nadie quiere verlas. EI hombre se sacó la camisa y la apretó entre las manos. Tenia el pecho cubierto de ilustraciones, desde el anillo azul, tatuado alrededor del cuello, hasta la línea de la cintura. -Y así en todas partes -me dijo adivinánclome el pensamiento-. Estoy totalmente tatuado. Mire. Abrió la mano. En la mano se veía una rosa recién cortada, con unas gotas de agua cristalina entre los suaves pétalos rojizos. Extendí la mano para tocarla, pero era sólo una ilustración. En cuanto al resto, no sé cómo pude quedarme quieto y mirar. El hombre ilustrado era una acumulación de cohetes, y fuentes, y personas, dibujados y coloreados con tanta minuciosidad que uno creía oír las voces y los murmullós apagados de las multitudes que habitaban su cuerpo. Cuando la carne se estremecía, las manitas rosadas gesticulaban, los labios menudos se movían, en los ojitos verdes y dorados se cerraban los párpados. Había prados amarillos y ríos azules, y montañas y estrellas y soles y planetas, extendidos por el pecho del hombre ilustrado como una vía láctea. Las gentes se dividían en veinte o más grupos, instalados en los brazos, los hombros, las espaldas, los costados, las muñecas y la parte alta del vientre. Se los veia en bosques de vello, escondidos en una constelación de pecas, o hundidos en las cavernas de las axilas, con ojos resplandecientes como diamantes. Cada grupo parecía dedicado a su propia actividad; cada grupo era toda una galería de retratos. -¡Oh! ¡Son hermosas! -exc|amé. ¿Cómo podría describir las ilustraciones? Si en lo mejor de su carrera el Greco hubiese pintado miniaturas, no mayores que tu mano, infinitamente detalladas, con sus colores sulfurosos y sus deformaciones, quizá hubiera utilizado para su arte el cuerpo de este hombre. Los colores ardían en tres dimensiones. Eran como ventanas abiertas a mundos luminosos. Aquí, reunidas en un muro, estaban las más hermosas escenas del universo. El hombre ilustrado era un museo ambulante. No era ésta la obra de esos ordinarios tatuadores de feria que trabajan con tres colores y un aliento que huele a alcohol. Era el trabajo de un genio; una obra vibrante, clara y hermosa. —Ah, si -dijo el hombre ilustrado-, mis ilustraciones. Me siento tan orgulloso de ellas que me gustaría destruirlas. He probado con papel de lija, con ácidos, con un cuchillo... El sol se ponía. La luna se levantaba ya por el este. -Pues estas ilustraciones -afirmó el hombre-, predicen el futuro. No dije nada. —Todo está bien a Ia luz del sol -continuó-. Puedo emplearme entonces en una feria. Pero de noche... Las pinturas se mueven. Las imágenes cambian. Creo que sonreí. -¿Desde cuándo está usted ilustrado? -Desde el año 1900. Yo tenía entonces veinte años y trabajaba en un parque de diversiones. Me rompi una pierna. No podía moverme. Tenia que hacer algo para no perder el empleo, y entonces decidí tatuarme. -Pero ¿quién lo tatuó? ¿Qué pasó con el artista? -La mujer volvió al futuro —dijo el hombre-. Asi es. Vivía en una casita en el interior de Wisconsin, no muy lejos de aqui. Una vieja bruja que en un momento parecía tener cien años y poco después no más de veinte. Me dijo que ella podía viajar por el tiempo. Yo me reí. Pero ahora sé que decia Ia verdad. —¿Cómo la conoció? El hombre ilustrado me lo dijo. Había visto el letrero al lado del camino. ¡ILUSTRACIONES EN LA PlEL! ¡llustraciones, y no tatuajes! ¡Ilustraciones artísticas! Y allí había estado, toda la noche, mientras las mágicas agujas Io mordían y picaban como avispas y abejas delicadas. A la mañana parecia un hombre que hubiese caído bajo una prensa multicolor: tenia el cuerpo brillante y cubierto de figuras. -He buscado a esa bruja todos los veranos, durante casi medio siglo -dijo el hombre extendiendo los brazos-. Cuando la encuentre, la mataré. . . 217 El sol se había ido. Brillaban ya las primeras estrellas y la luna iluminaba los pastos y las espigas. Las imágenes del hombre ilustrado resplandecían en Ia sombra como carbones encendidos, como esmeraldas y rubies con los colores de Rouault y de Picasso, y los cuerpos enjutos y alargados del Greco. —Cuando las imágenes empiezan a moverse, me despiden. Ocurren cosas terribles en mis ilustraciones. Cada una es un cuento. Si usted las mira atentamente unos pocos minutos, le contarán una historia. Si las mira tres horas, las narraciones serán treinta o cuarenta, y usted oirá voces, y pensamientos. Todo está aquí, en mi piel; no hay más que mirar. Pero sobre todo, hay cierto lugar de mi espalda... -El hombre ilustrado se volvió—. ¿Ve? Sobre mi omóplato derecho no hay ningún dibujo. Sólo una mancha de color. -Si. —Cuando he estado con alguien un rato, ese omóplato se cubre de sombras, y se convierte en un dibujo. Si estoy con una mujer, al cabo de una hora su rostro aparece ahi, en mi espalda, y ella ve toda su vida... cómo vivirá y cómo morirá, qué parecerá cuando tenga sesenta anos. Y si me encuentro con un hombre, una hora después su retrato aparece también en mi espalda. Y el hombre se ve a si mismo cayendo en un precipicio, o aplastado por un tren... Entonces me despiden. El hombre hablaba y al mismo tiempo movía las manos sobre las ilustraciones, como para ajustar los marcos y sacarles el polvo, con los ademanes de un conocedor, de un aficionado al arte. Al fin se tendió de espaldas, a la luz de la luna. Era una noche calurosa, serena y sofocante. Nos habíamos sacado la camisa. -¿Y nunca encontró a la vieja? -Nunca. -¿Y cree usted que venía del futuro? -¿Cómo, si no, podría conocer estas historias que me pintó sobre la piel? El hombre, fatigado, cerro los ojos. -A veces, de noche -dijo débilmente-, siento las figuras. como hormigas sobre la piel. Sé lo que pasa entonces y lo que tiene que pasar. Yo nunca las miro. Trato de olvidarme. No debemos mirarlas. No las mire usted tampoco, se lo advierto. Vuélvame la espalda cuando se vaya a dormir. Yo estaba acostado no muy lejos. El hombre no tenía, aparentemente, un carácter violento, y las ilustraciones eran tan hermosas... Yo me hubiese ido lejos de toda esa charla. Pero las ilustraciones... Dejé que los ojos se me ilenaran de imágenes. Con esos cuadros sobre el cuerpo, cualquiera podía perder la cabeza. La noche era serena. Yo podía oír la respiración del hombre ilustrado, bañado por la luna. Los grillos cantaban dulcemente en las hondonadas lejanas. Me puse de costado para ver mejor las ilustraciones. Pasó, quizá, una media hora. Yo no sabía si el hombre ilustrado se había dormido, pero de pronto lo oí respirar: —Se mueven, ¿no es cierto? Espere un minuto. Y luego dije: —Sí. Las imágenes se movían, Una por vez, uno o dos minutos. Alli, a la luz de la luna, con el menudo tintineo de los pensamientos y las voces distantes como voces del mar, se desarrollaron los dramas. No sé si esos dramas duraron una hora o dos. Sólo sé que me quedé allí, inmóvil, fascinado, mientras las estrellas giraban en el cielo. Dieciocho ilustraciones, dieciocho cuentos. los conté uno a uno. Primero, mis ojos se posaron en una escena, una casa grande con dos personas. Vi unos buitres que volaban en un cielo rosado y ardiente. Vi leones amarillos, y oí voces. La primera ilustración tembló y se animó... El zorro y el bosque. 1950. Hubo fuegos artificiales aquella primera noche, algo inquietantes quizá, pues recordaban otras cosas horribles, pero éstas eran hermosas realmente: cohetes que subían en el aire antiguo y dulce de México, y chocaban con las estrellas convirtiéndolas en fragmentos azules y blancos. Todo era agradable y suave. El aire era una mezcla de muertos y vivos, de lluvias y polvos, del 218 olor del incienso y el olor de las tubas de bronce que Ianzaban al aire los amplios compases de La Paloma. Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par, y parecía como si una enorme constelación amarilla hubiese caído desde el cielo de octubre y ardiese ahora en los muros de piedra. Un millón de velas esparcía colores y humos. Otros fuegos de artificio, más nuevos y mejores, echaban a correr como cometas de cola recta por la plaza fresca y empedrada, golpeaban contra las paredes de adobe del café y se elevaban luego como alambres incandescentes hacia los altos campanarios donde sólo se veian los desnudos pies de unos niños que saltaban de un lado a otro, volteando una y otra vez las monstruosas campanas, y lanzando al aire una música monstruosa. Un toro llameante saltaba por la plaza persiguiendo a los hombres, que reían a carcajadas, y a los niños, que corrían chillando. —EI año es 1938 -dijo William Travis, de pie al lado de su mujer, a orillas de la vociferante multitud, con una sonrisa-. Un buen año. El toro se precipitó contra ellos. La pareja se hizo a un lado y echó a correr bajo una lluvia de fuego, alejándose del ruido y la música, la iglesia y la banda, bajo la luz de las estrellas. EI toro (un esqueleto de bambú y pólvora sulfurosa) pasó rapidamente llevado en hombros por un vivaz mexicano. Susan Travis se detuvo para tomar aliento. -Nunca me he divertido tanto. —Es maravilloso -dijo William. Seguirá, ¿no es cierto? -Toda la noche. -No Me refiero a nuestro viaje. William frunció el ceño y se tocó el bolsillo del chaleco. -Tengo cheques de viajero como para toda una vida. Diviértete. Y olvidate. Nunca nos encontrarán. -¿Nunca? -Nunca. Ahora alguien lanzaba al aire unos petardos gigantescos desde la torre del sonoro campanario. Los petardos caían envueltos en chispas y humo y la multitud se apartaba, y la pólvora ardía maravillosamente entre los pies de los bailarines y los móviles cuerpos. Un apetitoso olor a tortas fritas llenaba el aire, y desde las terrazas de los cafés unos hombres observaban la escena, con botes de cerveza en las manos oscuras. El toro estaba muerto. El fuego ya no salía de las cañas de bambú. El nombre se sacó la armazón de los hombros, Unos niños se acercaron a tocar la magnífica cabeza de papel, los cuernos verdaderos. —Vamos a ver el toro -dijo William. Al pasar ante la puerta del café, Susan vio al hombre. Los observaba. Un hombre blanco, con un traje blanco como la sal, corbata azul y camisa azul, y un rostro delgado y quemado por el sol. Tenía el pelo rubio y lacio, y los ojos azules, y los seguía con la mirada. Susan no se hubiese fijado si no hubiera visto aquellas botellas agrupadas sobre la mesa, junto al brazo blanquísimo: una panzuda botella de crema de menta, una clara botella de vermouth, un frasco de coñac, y otras siete botellas de diversos licores. Y al alcance de la mano se alineaban diez vasitos a medio llenar, de los cuales, y sin quitar los ojos de la plaza, el hombre bebía, de cuando en cuando, arrugando los ojos y apretando los labios delgados. En la otra mano humeaba un esbelto cigarro, y sobre una silla se amontonaban veinte cajas de cigarrillos turcos, diez paquetes de habanos y algunos frascos de agua de colonia. -Bill...-murmuró Susan. -Tranquilízate -dijo William-. No es nadie. -Lo vi en la plaza esta mañana. —No mires atrás. Sigue caminando. Haz como si miraras la cabeza del toro. Eso es. Hazme alguna pregunta. -¿Crees que será algún investigador? -¡No han podido seguimos! -¡Puedenl -Qué hermoso toro -le dijo William al dueño, -No ha podido seguimos a través de doscientos años, ¿no es cierto? 219 -Cuidado, por favor —dijo William. Susan se tambaleó. William la tomó por el codo y la llevó a través de la multitud. —No te desmayes. -WilIiam sonrió, tratando de tranquilizarla—. En seguida te sentirás bien. Vayamos a ese café. Beberemos delante de ese hombre. Si es quien creemos, no sospechará de nosotros. -No, no puedo. -Tenemos que hacerlo. Vamos. -Y añadió en voz alta, mientras entraban en el café-z Y yo le dije a David: ¡Eso es ridículo! Aquí estamos, pensó Susan. ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Qué tememos? Comienza por el principio, se dijo a si misma, recurriendo a toda su cordura. Sintió bajo los pies el piso de adobe. Me llamo Ann Kristen. Mi marido se llama Roger Kristen. Vivíamos en el año 2155, en un mundo malvado. Un mundo que como un enorme barco negro se alejaba de la costa de la cordura y la civilización haciendo sonar su negra sirena en medio de Ia noche, con dos billones de personas a bordo, dirigiéndose hacia la muerte, más allá de la orilla del mar y de la tierra, hacia la locura y el fuego radiactivo. Entraron en el café. El hombre los miraba fijamente. Sonó un teléfono. Susan se sobresaltó. Recordó un teléfono que había sonado en el futuro, doscientos años después, una clara mañana de abril de 2155. -¡Ann, te habla Rene! ¿Lo sabes ya? Me refiero a Viajes por el Tiempo, Sociedad Anónima. Viajes a Roma, al año 21 a. de C.; viajes a Ia batalla de Waterloo, ¡a cualquier época, a cualquier lugar! -Rene, bromeas. -No. Clinton Smith salió esta mañana para Filadelfia, 1776. Viajes por el Tiempo, S. A., Io arregla todo. Es bastante caro. Pero, piensa... ¡Ver realmente el incendio de Roma, y a Kublaikhan y Moisés, y el mar Rojo! Probablemente ya hay un aviso en tu correo neumático. Ann abrió el cilindro y alli estaba el aviso, impreso en una hoja metálica. ¡LOS HERMANOS WRIGHT EN KITTY HAWK! ¡ROMA Y LOS BORGlAS! ¡Viajes por el Tiempo S. A. lo viste a usted y lo mezcla con la multitud el dia del asesinato de César o Lincoln! Garantizamos enseñanza de cualquier idioma, para que usted pueda visitar fácilmente cualquier civilización, cualquier año, sin molestias. Latin, griego, norteamericano vulgar. ¡Elija el tiempo de sus vacaciones y ya no sólo el sitio! La voz de Rene resonaba en el teléfono: -Tom y yo salimos mañana para 1492. Están arreglándolo todo para que Tom pueda embarcar en una de las carabelas de Colón. ¿No es asombroso? -Sí —murmuró Ann, estupefacta-. ¿Y qué dice el gobierno de esta compañía de máquinas del tiempo? -Oh, la policía vigila el asunto. Temen que Ia gente rompa los convenios, se escape y se esconda en el pasado. Todos tienen que dejar una garantía: su casa y sus bienes. AI fin y al cabo estamos en guerra. -Si, la guerra -murmuró Ann-. La guerra. Y allí, de pie, al lado del teléfono, Ann pensó: ésta es la oportunidad de la que tanto hemos hablado yo y mi marido, la que hemos esperado durante años y años. No nos gusta este mundo de 2155. Roger quiere dejar su trabajo en la fábrica de bombas, yo mi puesto en el laboratorio de cultivos patógenos. Quizá logremos huir a través de los siglos hasta un pais salvaje donde nunca podrán encontrarnos ni traemos de nuevo aquí para quemarnos los libros, censurarnos las ideas, aterrorizarnos las mentes, ensordecernos con radios... Estaban en México en el año 1938. Susan contemplaba las manchadas paredes del café. Los buenos trabajadores del Estado del Futuro podían descansar en el pasado. Y Ann y Roger habian retrocedido hasta 1938,, a la ciudad de Nueva York, y habían disfrutado de los teatros y 220 de la estatua de la Libertad que aún se alzaba, verde, en el puerto. Y al tercer dia se habían cambiado las ropas, los nombres, y habian huido. —Tiene que ser —murmuró Susan, observando al hombre-. Esos cigarrillos, los cigarros, los licores... ¿Recuerdas nuestra primera noche en el pasado? Hacía un mes, en aquella primera noche, antes de venir a México, habian bebido los licores raros, habian comprado y saboreado comidas insólitas, perfumes, cigarrillos, todo lo que escaseaba en un futuro donde sólo la guerra era importante. Habían perdido la cabeza. Habían entrado en tiendas, bares, cigarrerias, y habían ido, cargados de paquetes, a encerrarse en el cuarto, a enfermarse de un modo maravilloso. Y ahora ese desconocido hacía lo mismo. Sólo un hombre del futuro podía hacer eso, un hombre que hubiese soñado años y años con cigarrillos y licores. Susan y William se sentaron y pidieron una bebida. El desconocido les examinaba las ropas, el pelo, las joyas... el modo de caminar y de sentarse. —Siéntate con naturalidad -dijo William entre dientes-. Como si hubieses usado estas ropas toda la vida. -Nunca debimos escaparnos. —¡Dios mío! —dijo WiIIiam-. El hombre viene hacia aqui. Déjame hablar. El desconocido se inclinó ante ellos. Se oyó el leve entrechocar de los talones. Susan se estremeció. ¡Ese ruido militar! Inconfundible como el de esos espantosos nudillos que golpean la puerta en medio de la noche. -Señor Roger Kristen -dijo el desconocido-, usted no se recoge los pantalones al sentarse. William se quedó helado. Se miró las manos que descansaban inocentemente sobre sus piernas. El corazón de Susan latia apresuradamente. —Usted me confunde —dijo William con rapidez—. No me llamo Krisler. —Kristen -corrigió el desconocido. -Soy William Travis -dijo William- y no veo en verdad por qué se interesa usted en mis pantalones. —Lo siento-El desconocido apartó una silla y se sentó-. Digamos que pensé que lo conocia porque no se recogió los pantalones. Todo el mundo lo hace. Pues si no, los pantalones se deforman. Vengo de muy lejos, señor... Travis, y necesito compañia. ¡Vli nombre es Simms. —Señor Simms, apreciamos de veras su soledad, pero estamos cansados. Mañana salimos para Acapulco. —Un sitio encantador. Justamente mañana buscaré alli a unos amigos. No deben de andar muy lejos. Terminaré por encontrarlos. ¡Ohl, ¿la señora no se siente bien? -Buenas noches, señor Simms. William y Susan se alejaron hacia la puerta. William apretaba con fuerza el brazo de su mujer. El señor Simms volvió a hablarles. No lo miraron -Ah, me olvidaba -exclamó el hombre. Calló y luego dijo, lentamente-z 2155. Susan cerró los ojos, y sintió que le faltaba el piso. Siguió caminando, a ciegas, hacia la plaza iluminada. Llegaron al cuarto del hotel y cerraron la puerta con llave. Susan se echó a llorar, y allí se quedaron, de pie en la oscuridad, mientras el cuarto daba vueltas. A lo lejos estallaban los petardos, y las risas llenaban la plaza. -Qué hombre desfachatado -dijo Williams Sentado ahí, examinándonos de arriba a abajo, como a animales, sin dejar de fumar sus malditos cigarrillos, sin dejar de beber. ¡Debí haberlo matado! -Wi|liam parecía histérico-. Hasta tuvo el descaro de darnos su nombre verdadero. El jefe de policia. Y ese asunto de mis pantalones. Dios mío. Debi habérmelos recogido cuando me senté. Es un gesto automático en esta época. No lo hice, y eso me diferenció de los demás. Ese es alguien que nunca usó pantalones, pensó Simms, un hombre acostumbrado a los uniformes, a las modas del futuro. No tengo perdón. Me he traicionado. -No, no, fue mi modo de caminar. Estos tacos altos, eso fue. Nuestros cabellos recién cortados. Todo en nosotros es raro e incómodo, William encendió la luz. 221 -Está observándonos. Todavía no está seguro... no totalmente. No podemos escaparnos ahora. Confirmaríamos sus sospechas. iremos a Acapulco como si no pasara nada. -Quizá ya sabe a qué atenerse, y está jugando con nosotros. —Es muy capaz. Le sobra tiempo. Puede entretenerse aqui, si quiere, y llevarnos de vuelta al futuro en un instante. Puede engañarnos durante dias enteros, riéndose de nosotros. Susan se sentó en la cama secándose las lagrimas que le cubrían el rostro, respirando el viejo olor del incienso y la pólvora. -No harán una escena, ¿no es cierto? -No se atreverán. Esperarán a que estelmos solos. Únicamente entonces podrán meternos en la Máquina del Tiempo. -Hay una solución entonces -dijo Susan—. No estemos nunca solos. Mezclémonos con la gente. Podemos hacer un millón de amigos, visitar los mercados, dormir en las municipalidades de todos los pueblos, pagar a la policía para que nos proteja hasta que descubramos un modo de matar a Simms. Nos disfrazaremos con ropa nueva, como mejicanos por ejemplo. Se oyó el ruido de unos pasos. Apagaron la luz y se desvistieron en silencio. Los pasos se alejaron. Una puerta se cerró. Susan se detuvo junto a la ventana y miró la plaza sombría. -Así que ese edificio es una iglesia. -Si. -Siempre me pregunté cómo seria una iglesia. Nadie ha visto ninguna desde hace tanto tiempo. ¿Podemos visitarla mañana? —Es claro. Ven a acostarte. Descansaron envueltos por las sombras del cuarto. Una hora y media más tarde sonó el teléfono. Susan levantó el receptor. -¿Hola? -Los conejos pueden esconderse en el bosque -dijo una voz- pero el zorro acabará por descubrirlos. Susan colgó el receptor y se acostó de espaldas, rígida y helada. Afuera, en el año 1938, un hombre con una guitarra tocó tres canciones, una después de otra. Durante la noche, Susan estiró Ia mano hasta casi tocar el año 2155. Sintió que los dedos Ie resbalaban por la fresca superficie del tiempo, como por una tela ondulada, y oyó el insistente taconeo de las botas y un millón de bandas que tocaban un millón de marchas militares, y vio las cincuenta mil hileras de cultivos patógenos en sus tubos de vidrio aséptico, y la mano que se adelantaba hacia ellos en esa enorme fábrica del futuro. Los tubos de gérmenes de lepra, peste bubónica, tifus, tuberculosis... y luego la explosión. Vio que la mano le ardía hasta convertirse en una pasa arrugada, y sintió una sacudida tan grande que el mundo se alzó y cayó, los edificios se derrumbaron, y la gente sangró y quedó tendida en el suelo, en silencio. Volcanes, máquinas, vientos, aludes, callaron también, y Susan se despertó, sollozando, en la cama, en México, muchos años antes... Por la mañana temprano, después de una única hora de sueño, William y Susan se despertaron con el estruendo de unos ruidosos automóviles. Susan observó desde el balcón de hierro a las ocho personas que salían charlando, gritando, de camiones y autos adornados con rojos letreros. Un grupo de mexicanos rodeaba los camiones. -¿Qué pasa? -le preguntó Susan a un niño. El niño gritó algo desde la calle. Susan se volvió hacia su marido. -Una compañía norteamericana de películas que viene a filmar aquí. William se estaba dando una ducha. —lnteresante -dijo-. Iremos a verlos. Creo que será mejor que no nos vayamos hoy. Trataremos de confundir a Simms. Miraremos la filmación. Dicen que la técnica del cine primitivo era algo sorprendente. Olvidémonos de nosotros. De nosotros, pensó Susan. Durante unos segundos, bajo la luz brillante del sol, había olvidado que en alguna parte, en ese mismo hotel, los esperaba un hombre, un hombre que fumaba mil cigarrillos. Observó a los ocho felices y ruidosos norteamericanos y deseó gritarles: 222 -¡Sálvenme, ocúltenme, ayúdenme! Tíñanme el pelo, pintenme los ojos, vistanme con ropas raras. Necesito que me ayuden. ¡Soy del año 2155! Pero las palabras se le atragantaron. Los funcionarios de Viajes por el Tiempo, S. A., no eran tontos. Antes de iniciar el viaje le ponían a uno en el cerebro una barrera psicológica. No era posible decir dónde o cuándo se había nacido, ni hablar del futuro con los hombres del pasado. El futuro y el pasado debían protegerse el uno del otro. Sólo con esa barrera se podia viajar, sin vigilancia, a través de las edades. Los que viajaban por el ayer no alteraban de ese modo el futuro. Aunque Susan sintiese unos terribles deseos de hablar, no podía decir quién era ella, ni cuál era su vida. -¿Vamos a desayunar? -dijo William. El desayuno se servía en el gran comedor. Jamón con huevos para todos. La sala estaba llena de turistas. Las gentes de la compañía cinematográfica -seis hombres y dos mujeres- entraron riendo a carcajadas, moviendo las sillas. Susan se sentó cerca de ellos, gozando de la cordialidad y la protección que brotaba del grupo, sin preocuparse ni siquiera del señor Simms que bajaba por las escaleras, fumando intensamente su cigarrillo. Simms la saludó con un movimiento de cabeza, y Susan le devolvió el saludo, sonriendo, pues frente a ese grupo de gente de cine, ante veinte turistas, el hombre era casi inofensivo. -Quizá podamos conquistar a dos de esos actores —dijo William-. Decirles que se trata de una broma, vestirlos con nuestros trajies, y hacerlos escapar en nuestro coche en un momento en que Simms no pueda verles las caras. Si pueden engañarlo unas horas, quizá podamos llegar a la ciudad de México. Tardará en encontrarnos. —¡Eh! Un hombre gordo, con el aliento lleno de alcohol, se inclinó hacia ellos. —¡Turistas norteamericanos! -gritó—. Estoy tan cansado de estos nativos. ¡Los besaría, de veras! -Les estrechó las manos-. Vamos, coman con nosotros. La desgracia necesita compañía. Yo soy el señor Desgracia, ésta es la señorita Tristeza, y éstos son el señor y la señora Odiamos-México. Todos lo odiamos. Hemos venido a filmar las primeras escenas de una condenada pelicula. El resto del reparto llegará mañana. Me llamo Joe Melton; Soy el director. ¡Qué país infernal! Funerales en las calles, gentes que se mueren. Vamos, vengan aquí. Júntense con nosotros. Levántennos el ánimo. Susan y William se reían. —¿No soy cómico? —preguntó el señor Melton mirando a sus acompañantes. Susan se sentó junto a ellos. —¡Maravilloso! El señor Simms los miraba con furia. Susan le hizo una mueca. El señor Simms se adelantó entre las mesas y sillas. —Señor Travis, señora —les dijo-, creí que desayunarían conmigo. —Lo siento —dijo William. —Siéntese, hombre -dijo el señor Melton—. Los amigos de mis amigos son también mis amigos. El señor Simms se sentó. Las gentes de la compañía cinematográfica hablaban a gritos. El señor Simms dijo en voz baja: -¿Durmieron bien? —¿Usted no? -No estoy acostumbrado a los colchones de resortes —explicó el señor Simms cansadamente-. Pero no importa. Me pasé la mitad de la noche probando cigarrillos y comidas. Raros, fascinantes. Todo un arco iris de sensaciones, estos antiguos vicios. —No sabemos de qué habla —dijo Susan. —Sigue Ia comedia. -EI señor Simms se rió-. Todo es inútil. Lo mismo esta estratagema de los grupos. Ya los veré a solas. Tengo una paciencia infinita. —Oigan —interrumpió el señor Melton, con el rostro enrojecido-, ¿está molestándolos ese individuo? —No pasa nada. -Avisenme y Io sacaremos de aqui a empujones. Melton se volvió para gritar algo a sus compañeros. 223 El señor Simms continuó en medio de las risas: —Vayamos al centro de Ia cuestión. Los seguí durante un mes por pueblos y ciudades, y luego ayer, todo el dia. Si vienen conmigo sin protestar, haré lo posible para que no los castiguen. Siempre que usted, señor Kristen, vuelva a su trabajo en la fábrica de bombas de hidrógeno. —¡Oigan hablando de ciencia durante el desayuno! -observó el señor Melton, que habia escuchado el final de la frase. Simms continuó, imperturbable: —Piénsenlo. No pueden escapar. Si me matan. vendrán otros. —No sabemos de qué habla. —¡Basta! —dijo Simms, irritado-. ¡Usen su inteligencia! Saben muy bien que no podemos permitir que se escapen. Otras gentes de 2155 querrían hacerlo mismo. Necesitamos gente. —Para matarla en la guerra -dijo William. —¡Bill! —No te preocupes, Susan. Le hablaremos en su mismo lenguaje. No podemos escapar. Excelente -d¡jo Simms-. En verdad, son ustedes unos románticos incorregibles. Huyendo de sus responsabilidades. —Huyendo del horror. -Tonterias. Sólo una guerra. —¿De qué hablan? —preguntó el señor Melton. Susan quiso decírselo. Pero sólo podía hablar de generalidades. La barrera psicológica admitía sólo eso. Generalidades, como las que discutían Simms y William. —Sólo la guerra -dijo William-. ¡La mitad de la población mundial destruida por bombas de lepra! —Los habitantes del futuro —indicó Simms-— están resentidos. Ustedes dos descansando en una especie de isla tropical mientras ellos se precipitan en los abismos infernales. La muerte quiere muerte. Se muere mejor si se sabe que a otros les pasa lo mismo. Es bueno oír que no se está solo en la tumba. Soy el guardián de ese resentimiento colectivo. —¡Miren al guardián del resentimiento! -dijo el señor Melton a sus acompañantes. -Cuanto más me hagan esperar, peor para ustedes. Lo necesitamos en la fábrica de bombas, señor. Vuelvan. No habrá torturas. Más tarde, Io obligaremos a trabajar, y cuando las bombas estén terminadas, ensayaremos en usted algunos nuevos y complicados aparatos. —Le propongo algo -dijo William-. Volveré: con usted si mi mujer se queda aquí, lejos de Ia guerra. El señor Simms pensó unos instantes. -Bueno. Estaré en la plaza dentro de diez minutos. Tenga listo el coche. iremos a un lugar donde no haya gente. La Máquina del Tiempo nos estará esperando. Susan apretó con fuerza el brazo de su marido. —¡Bill! —No discutas. -William la miró-. Está decidido. —Y añadió dirigiéndose a Simms-z Una cosa. Anoche pudo entrar en nuestra alcoba y secuestrarnos. ¿Por qué no lo hizo? —Digamos que estaba divirtiéndome. ¿Qué les parece? -replicó perezosamente el señor Simms, chupando otro cigarro—. Me disgusta dejar este clima maravilloso, este sol, estas vacaciones. Lamento dejar los vinos y ell tabaco. Oh, lo lamento de veras... En la plaza entonces, dentro de diez minutos. Protegeremos a su mujer. Podrá quedarse aquí el tiempo que quiera. Despídanse. El señor Simms se levantó y salió del comedor. —¡Ahí va el señor de los grandes discursos! —Ie gritó el señor Melton. Se volvió y vio a Susan-. Eh, alguien está llorando. La mesa del desayuno no es sitio para llorar, ¿no es cierto? A las nueve y cuarto Susan miraba la plaza desde el balcón del hotel. El señor Simms estaba allá abajo sentado en un fino banco de hierro, con las piernas cruzadas. Mordió la punta de un cigarro y lo encendió cuidadosamente. Susan oyó el ruido de un motor, y allá, de un garaje situado en lo más alto dc la‘ calle, salió el coche de William y descendió por la cuesta empedrada. El auto se acercó velozmente. Cuarenta, cincuenta, sesenta kilómetros por hora. Las gallinas saltaban en la calle. El señor Simms se sacó su blando sombrero dc paja, se enjugó la frente rosada, se puso otra vez el sombrero, y vio el coche. Se acercaba a ochenta kilómetros por hora, directamente hacia la plaza. 224 —¡Wi|liaml -gritó Susan. El coche golpeó estrepitosamente el cordón de la acera, dio un salto y corrió sobre las losas hacia el banco verde del señor Simms. El hombre soltó su cigarro, dio un grito, y alzó las manos. El coche lo golpeó. El cuerpo del señor Simms saltó en el aire y rodó por la acera. En el otro extremo de la plaza, con una rueda rota, el coche se detuvo. La gente corría. Susan entró en el cuarto y cerró la ventanal Al mediodía, pálidos, tomados del brazo, William y Susan salieron del palacio municipal. -Adiós, señor -dijo el alcalde—. Señor. La pareja se detuvo en la plaza donde la multitud señalaba las manchas dc sangre. -¿Te citarán otra vez? -preguntó Susan. -No Ya me han preguntado bastante. Fue un accidente. Perdí el dominio del coche. Hasta lloré ante ellos. Dios sabe que teinía que desahogarme. De cualquier modo. Tenía ganas de llorar. Odié tener que matarlo. Nunca hice nada semejante. -No te iniciar un juicio. -Hablaron de eso, pero no. Hablé más rápidamente que ellos. Me creyeron. Fue un accidente. Asunto terminado. —¿Adónde iremos? ¿A la ciudad de México? ¿A Uruapan? -El auto está en el taller de reparaciones. Estará listo a las cuatro de la tarde. Luego escaparemos. —¿No nos seguirán? ¿Simms estaría solo? —No sé. Hemos ganado un poco de tiempo, me parece. Las gentes de la compañía cinematográfica estaban saliendo del hotel. El señor Melton se acercó corriendo hacia ellos. -He oído lo que pasó. Mala suerte. ¿Está todo arreglado? ¿No quieren distraerse un poco? Vamos a filmar algunas escenas en la calle. ¿Quieren mirar? Les hará bien. William y Susan siguieron al señor Melton. La cámara filmadora fue instalada sobre el empedrado de la calle. Susan miró el camino que descendía, alejándose, y la carretera que llevaba a Acapulco y el mar, bordeado por pirámides y ruinas, y pueblecitos de casas de adobe con muros amarillos, azules y rojos, y llameantes buganvillas, y pensó: Andaremos por los caminos, nos mezclaremos con grupos y multitudes“ en los mercados, en los vestíbulos; pagaremos a la policía para que nos vigilen, instalaremos cerraduras dobles; pero siempre rodeados de gente, nunca solos, siempre con el temor de que la primera persona que pase a nuestro lado sea otro Simms. No. Nunca sabremos si los hemos engañado. Y siempre, allá adelante, en el futuro, estarán esperándonos, para quemarnos con sus bombas, enfermarnos con sus gérmenes, ordenar que nos levantemos, que nos demos vuelta, que saltemos a través del aro. Seguiremos huyendo por el bosque, y nunca nos detendremos, y nunca volveremos a dormir. Se habia reunido una muchedumbre para observar la filmación. Susan observaba a la gente y las calles. —¿Ningún sospechoso? —No. ¿Qué hora es? —Las tres. El coche ya estará casi listo. Las pruebas terminaron a las cuatro menos cuarto. El grupo volvió al hotel, conversando animadamente. William se detuvo en el garaje. —El coche estará arreglado a las seis -dijo saliendo del taller, pensativo. —¿Pero no más tarde? -No. No te preocupes. Ya en el vestíbulo del hotel, William y Susan miraron a su alrededor buscando a alguien que estuviera solo, alguien que se pareciese al señor Simms, alguien con el pelo recién cortado, y envuelto en nubes de tabaco y perfume. Pero el vestíbulo estaba desierto. El señor Melton comenzó a subir por la escalera y dijo: —Bueno, ha sido un dia terrible. ¿Quieren refrescarse un poco? ¿Martini? ¿Cerveza? —Quizá. Un vaso. El grupo invadió el cuarto del señor Melton. Se repartieron unas copas. -Fijate en la hora -dijo William. 225 La hora, pensó Susan. Si tuvieran algunas horas por delante. Sólo quería sentarse en la plaza, durante todo un día de octubre, sin preocupaciones, sin pensamientos, con el sol en los brazos y la cara, los ojos cerrados y el cuerpo inmóvil, sonriéndole al calor. Sólo queria dormir al sol de México, dormir profundamente, fácilmente, felizmente, muchos, muchos dias... El señor Melton abrió una botella de champaña. —A una dama muy hermosa, a una dama que podria figurar en un film —dijo, alzando su copa hacia Susan-. Tendría que sacarle una prueba. Susan se rió. —De veras -dijo Melton-. Es usted encantadora. Podria convertirla en una estrella de cine. —¿Y llevarme a Hollywood? —exclamó Susan. —Lejos de este infierno de México, eso es. Susan miró a William y ,éste alzó una ceja y asintió en silencio. Seria un cambio de escena, de ropas, de nombre, quizá. Y viajarían con otras ocho personas. Una buena protección contra cualquier interferencia del futuro. —Parece maravilloso —dijo Susan. Sentia ya los efectos del champaña. La tarde se deslizaba suavemente. La reunión se animaba a su alrededor. Por primera vez, después de muchos años, se sintió a salvo, y bien, realmente feliz. —¿Y qué clase de peliculas haria mi mujer? —preguntó William llenando otra vez su copa. -Bueno, a mi me gustaria una historia de suspense —dijo Melton-. La historia de una pareja como ustedes. —Siga. —Una historia de guerra, quizá —dijo el director observando a contraluz el color de su bebida. Susan y William esperaban. -La historia de una pareja que vive en una casita, en una cailejuela, en el año 2155, quizá -dijo Melton—. Sólo como un ejemplo, es claro. Pero esta pareja es alcanzada por una guerra terrible: superbombas de hidrógeno, censura, muerte y entonces... -y aquí está el nudo de la historia-... escapan al pasado, seguidos por un hombre que ellos suponen lleno de maldad, pero que sólo trata de señalarles el camino del deber. La copa de William cayó al piso. -Y esta pareja -continuó el señor Melton-- se mezcla confiadamente con un grupo de gente de cine. Así creen estar más seguros. Susan se dejó caer en una silla. Todos observaban al director. El señor Melton bebió un sorbo de vino. -Ah, qué vino magnífico. Bueno, este hombre y esta mujer no comprenden, parece, qué importantes son en ese futuro. Él, principalmente, es el hombre clave en la construcción de una nueva bomba. Así que los policías no reparan en gastos o molestias para encontrarlos, capturarlos y devolverlos al futuro. Al fin consiguen llevarlos a la habitación de un hotel, donde nadie puede verlos. Estrategia. Los policias actúan solos, o en grupos de ocho. De ese modo no podrán fracasar. ¿No cree usted que seria una magnifica película, Susan? ¿No lo cree usted, Bill? El director vació la copa. Susan, inmóvil, miraba el vacio. -¿Un poco de champaña? -dijo el señor Melton. William sacó su revólver e hizo fuego, tres veces. Uno de los hombres cayó al piso. Los otros corrieron. Susan gritó. Una mano le cerró la boca. El revólver estaba ahora en el suelo, y William forcejeaba tratando de librarse de los brazos de los hombres. -Por favor -dijo el señor Melton sin moverse. La sangre le corría por los dedos-. No empeoremos las cosas. Alguien golpeó la puerta. -¡Déjenme entrar! -EI gerente -dijo el señor Melton con sequedad. Señaló con la cabeza-. Vamos, rápido. -¡Déjenme entrar! ¡Llamaré a la policia! Susan y William volvieron los ojos hacia la puerta mirándose rápidamente. 226 -El gerente quiere entrar— dijo el señor Melton-. ¡Rápido! Trajeron una cámara. Del aparato surgió un rayo de luz azul que recorrió la habitación. El rayo se hizo más amplio, y los hombres, las mujeres se desvanecieron, uno a uno. -¡Rápido! Por la ventana, poco antes de desaparecer, Susan vio las tierras verdes y los muros rojos, amarillos y azules morados, y los guijarros de la calle que descendían como las aguas de un río, un hombre montado en un burro que se internaba entre las cálidas colinas, y un niño que bebia naranjada (Susan sintió el líquido dulce en Ia garganta), y un hombre sentado en la plaza, a la sombra de un árbol con una guitarra en las rodillas (Susan sintió la mano sobre las cuerdas), y más allá, más lejos, el mar, el mar sereno y azul (Susan sintió que las olas la envolvian y la arrastraban mar adentro). Y Susan desapareció. Y luego William. La puerta se abrió de par en par. El gerente entró acompañado por sus ayudantes. El cuarto estaba vacío. -¡Pero estaban aquí hace un momento! ¡Los vi entrar, y ahora... nada! -gritó el gerente¡Las ventanas tienen rejas de hierro! ¡No han podido salir por ahí! Al anochecer llamaron al cura. Y abrieron la puerta y el cura echó agua bendita en los cuatro rincones, y bendijo la habitación. -¿Qué haremos con esto? -dijo la camarera. La mujer señaló el armario donde se amontonaban sesenta y siete botellas de chartreuse, coñac, crema de cacao, ajenjo, vermouth y tequila, y ciento seis paquetes de cigarrillos turcos, y ciento noventa y ocho cajas de cigarros habanos... 227 FICHERO 29. ROSARIO CASTELLANOS. 1925-1974 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Rosario Castellanos. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Rosario Castellanos, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerá en voz alta: La suerte de Teodoro Méndez Acubal. Se explicará brevemente el concepto de: Derechos humanos 2.4 EJERClCIOS PRÁCTlCOS. (Duración: Después de la lectura, veinte minutos aprox.) Los participantes elaborarán un caligrama relacionado a uno de los derechos humanos. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTlVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán y expondrán algunos de los caligramas escritos por los participantes. 228 El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Castellanos Rosario. (2006) Ciudad Real. México, Punto de Lectura. TEXTOS DE REFERENClA. La suerte de Teodoro Méndez Acubal. Al caminar por las calles de Jobel (con los párpados bajos como correspondía a la humildad de su persona) Teodoro Méndez Acubal encontró una moneda. Semicubierta por las basuras del suelo, sucia de lodo, opaca por el uso, habia pasado inadvertida para los caxlanes. Porque los caxlanes andan con la cabeza en alto. Por orgullo, avizorando desde lejos los importantes negocios que los reclaman. Teodoro se detuvo, más por incredulidad que por codicia. Arrodillado, con el pretexto de asegurar las correas de uno de sus caites, esperó a que ninguno lo observase para recoger su hallazgo. Precipitadamente lo escondió entre las vueltas de su faja. Volvió a ponerse de pie, tambaleante, pues Io había tomando una especie de mareo: flojedad en las coyunturas, sequedad en la boca, la visión turbia como si sus entrañas estuvieran latiendo en medio de las cejas. Dando tumbos de lado a lado, lo mismo que los ebrios, Teodoro echó a nadar. En más de una ocasión los transeúntes lo empiujaban para impedir que los atropellase. Pero el ánimo de Teodoro estaba excesivamente turbado como para cuidar de lo que sucedía en torno suyo. La moneda, oculta entre los pliegues del cinturón, lo habia convertido en otro hombre. Un hombre más fuerte que antes, es verdad. Pero también más temeroso. Se apartó un tanto de la vereda por la que regresaba a su paraje y se sentó sobre el tronco de un árbol. ¿Y si todo no hubiera sido más que un sueño? Pálido de ansiedad, Teodoro se llevó las manos al cinturón. Si, allí estaba, dura, redonda, la moneda. Teodoro Ia desenvolvió, la humedeció con saliva y vaho, la frotó contra la tela de su ropa. Sobre el metal (plata debía de ser, a juzgar por su blancura) aparecieron las líneas de un perfil. Soberbio. Y alrededor letras, números, signos. Sopesándola, mordiéndola, haciéndola que tintinease, Teodoro pudo al fin calcular su valor. De modo que ahora, por un golpe de suerte, se habia vuelto rico. Más que si fuera dueño de un rebaño de ovejas, más que si poseyese una enorme extensión de milpas. Era tan rico como... como un caxlán. Y Teodoro se asombro de que el color de su piel siguiera siendo el mismo. Las imágenes de la gente de su familia (la mujer, los tres hijos, los padres ancianos) quisieron Insinuarse en las ensoñaciones de Teodoro. Pero las desechó con un ademán de disgusto. No tenía por qué participar a nadie su hallazgo ni mucho menos compartirlo. Trabajaba para mantener la casa. Eso está bien es costumbre, es obligación. Pero Io demás, lo de la suerte, era suyo. Exclusivamente suyo. Así que cuando Teodoro llegó a su jacal y se sentó junto al rescoldo para comer, no dijo nada. Su silencio le producía verguenza, como si callar fuera burlarse de los otros. Y como un castigo 229 inmediato crecía, junto a la verguenza, una sensación de soledad. Teodoro era un hombre aparte, amordazado por un secreto. Y se angustiaba con un malestar físico, un calambre en el estómago, un escalofrío en los tuétanos. ¿Por qué sufrir asi? Era suficiente una palabra y aquel dolor se desvanecería. Para obligarse a no pronunciarla Teodoro palpó, a través del tejido del cinturón, el bulto que hacia el metal. Durante la noche, desvelado, se dijo: ¿qué compraré? Porque jamás, hasta ahora, habia deseado tener cosas. Estaba tan convencido de que no le pertenecían, que pasaba junto a ellas sin curiosidad, sin avidez. Y ahora no iba a antojársele pensar en lo necesario, manta, machetes, sombreros. No. Eso se compra con Io que se gana. Pero Méndez Acubal no había ganado esta moneda. Era su suerte, era un regalo. Se la dieron para que jugara con ella, para que Ia perdiera, para que se proporcionara algo inútil y hermoso. Teodoro no sabía nada acerca de precios. A partir de su siguiente viaje a Jobel empezó a fijarse en los tratos entre marchantes. Aimbos parecían calmosos. Afectando uno, ya falta de interés, otro, ya deseo de complacencia, hablaban de reales, de tostones, de libras, de varas. De más cosas aún, que giraban vertiginosamente alrededor de la cabeza de Teodoro sin dejarse atrapar. Fatigado, Teodoro no quiso seguir arguyendo más y se abandonó a una convicción deliciosa: la de que a cambio de Ia moneda de plata podía adquirirlo que quisiera. Pasaron meses antes de que Méndez Acubal hubiese hecho su elección irrevocable. Era una figura de pasta, la estatuilla de una virgen. Fue también un hallazgo, porque Ia figura yacia entre el hacinamiento de objetos que decoraban el escaparate de una tienda. Desde esa ocasión Teodoro la rondaba como un enamorado. Pasaban horas y horas. Y siempre él, como un centinela, allí, junto a los vidrieros. Don Agustín Velasco, el comerciante, vigilaba con sus astutos y pequeños ojos (ojos de marticuil, como decía, entre mimos, su madre) desde el interior de Ia tienda. Aun antes de que Teodoro adquiriese la costumbre de apostarse ante la fachada del establecimiento, sus facciones habían llamado la atención de don Agustín. A ningún ladino se le pierde la cara de un chamula cuando lo ha visto caminar sobre las aceras (reservadas para los caxlanes) y menos cuando camina con lentitud como quien va de paseo. No era usual que esto sucediese y don Agustin ni siquiera Io habría considerado posible. Pero ahora tuvo que admitir que las cosas podían llegar más lejos: que un indio era capaz de atreverse también a parase ante una vitrina y contemplar lo que allí se exhibe no sólo con el aplomo del que sabe apreciar, sino con la suficiencia, un poco insolente, del comprador. El flaco y amarillento rostro de don Agustín se arrugó en una mueca de desprecio. Que un indio adquiera en la Calle Real de Guadalupe velas para sus santos, aguardiente para sus fiestas, aperos para su trabajo, está lbien. La gente que trafica con ellos no tiene sangre ni apellidos ilustres, no ha heredado fortunas y le corresponde ejercer un oficio vil. Que un indio entre en una botica para solicitar polvos de pezuña de la gran bestia, aceite guapo, unturas milagrosas, puede tolerarse. Al fin y al cabo los boticarios pertenecen a familias de medio pelo, que quisieran alzarse y alternar con los mejores y por eso es bueno que los indios los humillen frecuentando sus expendios. Pero que un indio se vuelva de piedra frente a una joyería... Y no cualquier joyeria, sino la de don Agustín Velasco, uno de los descendientes de los conquistadores, bien recibido en los mejores círculos, apreciado por sus colegas, era-por lo menos inexplicable. A menos que... Una sospecha comenzó a angustiarle. ¿Y si la audacia de este chamula se apoyaba en Ia fuerza de su tribu? No sería la primera vez, reconoció el comerciante con amargura. 230 Rumores, ¿dónde había oído él rumores de sublevación? Rápidamente don Agustín repaso los sitios que había visitado durante los últimos días: el Palacio Episcopal, el Casino, Ia tertulia de doña Romelia Ochoa. ¡Qué estupidez! Don Agustin sonrió con una condescendiente burla de sí mismo. Cuanta razón tenía su llustrísima, don Manuel Oropeza, cuando afirmaba que no hay pecado sin castigo. Y don Agustín, que no tenía afición por la copa ni por el tabaco, que había guardado rigurosamente la continencia, era esclavo de un vicio: la conversación. Furtivo, acechaba los diálogos en los portales, en el mercado, en Ia misma Catedral. Don Agustín era el primero en enterarse de los chismes, en adivinar los escándalos y se desvivía por recibir confidencias, por ser depositario de secretos y servir intrigas. Y en las noches, después de la cena (el chocolate bien espeso con el que su madre lo premiaba de las fatigas y preocupaciones cotidianas), don Agustín asistía puntualmente a alguna pequeña reunión. Allí se charlaba, se contaban historias. De noviazgos, de pleitos por cuestiones de herencia, de súbitas e inexplicables fortunas, de duelos. Presentes habían sido testigos, victimas, combatientes y vencedores de alguna. Durante varias noches la plática había girado en torno de un tema: las sublevaciones de los indios. Todos recordaban detalles de los que habían sido protagonistas. imágenes terribles que echaban a temblar a don Agustin: quince miI chamulas en pie de guerra, sitiando Ciudad Real. Las fincas saqueadas, los hombres asesinados, las mujeres (no, no, hay que ahuyentar estos malos pensamientos) las mujeres... en fin, violadas. La victoria se inclinaba siempre del lado de los caxlanes (otra cosa hubiera sido inconcebible), pero a cambio de cuán enormes sacrificios, de qué cuantiosas perdidas. ¿Sirve de algo la experiencia? A juzgar por ese indio parado ante el escaparate de su joyería, don Agustín decidió que no. Los habitantes de Ciudad Real, absortos en sus tareas de intereses cotidianos, olvidaban el pasado, que debía servirles de lección, y vivían como si no los amenazara ningún peligro. Don Agustín se horrorizó de tal ¡nconsciencia La seguridad de su vida era tan frágil que había bastado la cara de un chamula, vista al través de un cristal, para hacerla añicos. Don Agustín volvió a mirar a la calle con la inconfesada esperanza de que la figura de aquel indio ya no estuviera allí. Pero Méndez Acubal permanecía aún, inmóvil, atento. Los transeúntes pasaban junto a él sin dar señales de alarma ni de extrañeza. Esto (y los rumores pacíficos que llegaban del fondo de la casa) devolvieron la tranquilidad a don Agustín. Ahora su espanto no encontraba justificación. Los sucesos de Cancuc, el asedio de Pedro Díaz Cuscat a Jobel, las amenazas del Pajarito, no podían repetirse. Eran otros tiempos, más seguros para la gente decente. Y además, ¿quién iba a proporcionar armas, quién iba a acaudillar a los rebeldes? El indio que estaba aquí, aplastando la nariz contra la vidriera de la joyería, estaba solo. Y si se sobrepasaba nadie más que los coletos tenían la culpa. Ninguno estaba obligado a respetarlos si ellos mismos no se daban a respetar. Don Agustín desaprobó la conducta de sus coterráneos como si hubiera sido traicionado por ellos —Dicen que algunos, muy pocos con el favor de Dios, llegan hasta el punto de dar la mano a los indios. ¡A los indios, una raza de ladrones! El calificativo cobraba en la boca de don Agustín una peculiar fuerza injuriosa. No únicamente por el sentido de la propiedad, tan desarrollado en él como en cualquiera de su profesión, sino por una circunstancia especial. Don Agustín no tenía la franqueza de admitirlo, pero lo atormentaba Ia sospecha de que era inútil. Y lo que es peor aún, su madre se la confirmaba de muchas maneras. Su actitud ante este hijo único (hijo de santa Ana, decía), nacido cuanto ya era más un estorbo que un consuelo, era de cristiana resignación. El niño su madre y las criadas seguía Ilamándolo así a pesar de que 231 don Agustín había sobrepasado la cuarentena era muy tímido, muy apocado, muy sin iniciativa. ¡Cuántas oportunidades de realizar buenosnegocios se le habían ido de entre las manos! ¿Pero qué podía esperarse de un apurismado, de un "niño viejo"? la madre de don Agustín movía la cabeza suspirando. Y redoblaba los halagos, las condescendencias, los mimos, pues era su modo de sentir desdén. Por instinto, el comerciante supo que tenía frente a sí la ocasión de demostrar a los demás, a sí mismo, su valor. Su celo, su perspicacia, resultarían evidentes para todos. Y una simple palabra ——ladrón— le había proporcionado la clave: el hombre que aplastaba su nariz contra el cristal de su joyería era un ladrón. No cabía duda. Por lo demás el caso era muy común. Don Agustín recordaba innumerables anécdotas de raterías y aun de hurtos mayores atribuidos a los indios. Satisfecho de sus deducciones don Agustín no se conformó con apercibirse a la defensa. Su sentido dle la solidaridad de raza, de clase y de profesión, le obligó a comunicar sus recelos a otros comerciantes y juntos ocurrieron a la policía. El vecindario estaba sobre aviso gracias a la diligencia de don Agustín. Pero el suscitador de aquellas precauciones se perdió de vista durante algún tiempo. Al cabo de las semanas voIVIo a aparecer en el sitio de costumbre y en Ia misma actitud: haciendo guardia. porque Teodoro no se atrevía a entrar. Ningún chamula había intentado nunca osadía semejante. Si el se arriesgase a ser el primero seguramente Io arrojarían a la calle antes de que uno de sus piojos ensuciara la habitación. Pero, poniéndose en la remota posibilidad de que no lo expulsasen, si le permitían permanecer en el interior de la tienda el tiempo suficiente para hablar, Teodoro no habría sabido exponer sus deseos. No entendía, no hablaba castilla. Para que se le destaparan las orejas, para que se le soltara la lengua, había estado bebiendo aceite guapo. El licor le había lnfundído una sensación de poder. La sangre corría, caliente y rápida, por sus venas. La facilidad movía sus músculos, dictaba sus acciones. Como en sueños traspasó el umbral de la joyería. Pero el frío y la humedad, el tufo de aire encerrado y quieto, le hicieron volver en si con un sobresalto de terror. desde un estuche lo fulminaba el ojo de un diamante. —¿Qué se te ofrece, chamulita? ¿Qué se te ofrece? Con las repeticiones don Agustín procuraba ganar tiempo. A tientas buscaba su pistola dentro del primer cajón del mostrador. El silencio del indio lo asustó más que ninguna amenaza. No se atrevía a alzar la vista hasta que tuvo el arma en su mano. Encontró una mirada que lo paralizó. Una mirada de sorpresa, de reproche. ¿Por qué lo miraban así? Don Agustín no era cuIIpable. Era un hombre honrado, nunca había hecho daño a nadie. ¡Y sería la primera víctima de estos indios que de pronto se habían constituido en jueces! Aquí estaba ya el verdugo, con el pie a punto de avanzar, con los dedos hurgando entre los pliegues del cinturón, prontos a extraer quien sabe qué instrumento de exterminio. Don Agustín tenía empuñada la pistola, pero no era capaz de dispararla. Gritó pidiendo socorro a los gendarmes. Cuando Teodoro quiso huir no pudo, porque el gentío se había aglomerado en las puertas de la tienda cortándole la retirada. Vociferaciones, gestos, rostros iracundos. Los gendarmes sacudían al indio, hacían preguntas, lo registraban. Cuando la moneda de plata apareció entre los pliegues de su faja, un alarido de triunfo enardecía a la multitud. Don Agustín hacía ademanes vehementes mostrando la moneda, los gritos le hinchaban el cuello. «¡Ladrón! ¡Ladrón! Teodoro Méndez Acubal fue llevado a la cárcel. Como la acusación que pesaba sobre él era muy común, ninguno de los funcionarios se dio prisa por conocer su causa. El expediente se volvió amarillo en los estantes de la delegación. 232 FICHERO. 30. CARLOS FUENTES. 1928 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el Objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su Obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Carlos Fuentes. 2.2 CONTEXTUALIZAClÓN. Se explicará brevemente quién es Carlos Fuentes su vida y su obra. El años 2008, Carlos Fuentes cumple 80 años. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: Chao mool. De preferencia en algún espacio accesible en el Museo de Antropologia de la Ciudad de México. 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Se visitará la sala mexica del Museo de Antropología. Los participantes podrán ver esculturas de Chac-mool. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTlVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la Oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... 233 AI finalizar cada sesión se promoverá qjue los participantes tengan la opción de seleccionar algun libro de su Interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Fuentes, Carlos. (2000) Los cinco soles de México. Memoria de un milenio. Barcelona: Seix Barral Biblioteca Breve. Fuentes, Carlos. (2005) El prisionero de las Lomas. México: Norma Ediciones. TEXTOS DE REFERENCIA. Chac Mool Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque habia sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente conocida" en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veia, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habiamos echado la sal al viaje. Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abri el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿só|o de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol. Me aventuré a leerlo, a pesar de las cun/as, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabria, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección". Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones. “Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, Iibrábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de Io que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas —también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnéesicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. 234 No, ya no me reconocían; o no me querian reconocer. A lo sumo —uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.” “Pepe, aparte de. su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?“ figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtlil El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión Mindígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos. “Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacan. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chao Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo. “Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch..." “Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura. “El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. EI comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo." “Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.” 235 “Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base." “Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación." “Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano." “El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano, Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.” “Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa dle apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mi solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué mle daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja." “Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las; seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra, Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.” “Los trapos han caido al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a Ia consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de Ia carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos." “Esto nunca me había sucedido. Tergiverse los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool." Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres dias vacios, y el relato continúa: “Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, 236 nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, habia cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad Iaten más pulsos que el propio. Si, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recamara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas. “Casi sin aliento, encendí Ia luz. “Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de Ia nariz triangular. Los dientes inferiores mordian el labio superior, inmóviles; sólo el brillo de la cazuela cuadrada sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.” Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaria, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre: “Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua embelesada'... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto fisicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en Ia tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético. “He debido proporcionarle sapoiio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlalocl, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama." “Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabri la puerta de la recamara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el dia tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala." “El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que Io iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero Ia niñez —¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata 237 cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chao Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debidomandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?— vivirá colérico e irritable." ' “Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa, Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, mas vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toque varias veces a su puerta, y como no “me contestó, me atrevía a entrar. No había vuelto a ver la recamara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.” “Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mio; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraido de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aqui; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya deberia estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.” “Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aqui puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme." . “Hoy aprovechará la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; si, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.” Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendi dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contrate una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro. Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedia un olor a loción barata, queria cubrir las arrugas con la cara polveada; tenia la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido. -Perdone... no sabía que Filiberto hubiera... —No importa; lo sé todo. Digale a los hombres. que lleven el cadáver al sótano 238 FICHERO 31. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. 1928 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará Ia lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les ¡interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESlÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETlVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Gabriel García Márquez. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién es Gabriel García Márquez, su vida y su obra. Se explicará brevemente el concepto de realismo mágico. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: Sólo vine a hablar por teléfono / La luz e s como el agua 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes escribirán haikús con el tema del texto elegido. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de Ia sesión. 4. PARA LEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar 239 algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: García Márquez, Gabriel. (2006). Extraños pereqrinos. Doce cuentos. México: Diana. García Márquez, Gabriel. (1999). La luz es como el agua. Santa Fe de Bogotá: Norma. TEXTOS DE REFERENClA. Sólo vine a hablar por teléfono. Una tarde de lluvias primaverales, cuando viajaba sola hacia Barcelona conduciendo un automóvil alquilado, María de la Luz Cervantes sufrió una averia en el desierto de los Monegros. Era una mexicana de veintisiete años, bonita y seria, que años antes había tenido un cierto nombre como actriz de variedades. Estaba casada con un prestidigitador de salón, con quien iba a reunirse aquel día después de visitar a unos parientes en Zaragoza. Al cabo de una hora de señas desesperadas a los automóviles y camiones de carga que pasaban raudos en la tormenta, el conductor de un autobús destartalado se compadeció de ella. Le advirtió, eso si, que no iba lejos. —No importa—- dijo María—. Lo único que necesito es un teléfono. Era cierto, y sólo lo necesitaba para prevenir a Su marido de que no llegaría antes de las siete de la noche. Parecía un pajarito ensopado, con un abrigo de estudiante y los zapatos de playa en abril, y estaba tan aturdida por el percance que olvidó llevarse las llaves del automóvil. Una mujer que viajaba junto al conductor, de aspecto militar pero de maneras dulces, le dio una toalla y una manta, y le hizo un sitio a su lado. Después de secarse a medias, María se sentó, se envolvió en la manta, y trató de encender un cigarrillo, pero los fósforos estaban mojados. La vecina de asiento le dio fuego y le pidió un cigarrillo de los pocos que quedaban secos. Mientras fumaban, María cedió a las ansias de desahogarse, y su voz resonó más que la lluvia y el traquezteo del autobús. La mujer la interrumpió con el índice en los labios. ——Están dormidas- murmuró. María miró por encima del hombro, y vio que el autobús estaba ocupado por mujeres de edades inciertas y condiciones distintas, que dormían arropadas con mantas iguales a la suya. Contagiada de su placidez, María se enroscó en el asiento y se abandonó al rumor de la lluvia. Cuando despertó era de noche y el aguacero se había disuelto en un sereno helado. No tenía la menor idea de cuánto tiempo habia dormido ni en qué lugar del mundo se encontraban. Su vecina de asiento tenía una actitud alerta. ——¿Dónde estamos?— le pregunto Maria. —Hemos llegado- contestó la miujer. El autobús estaba entrando en el patio empedrado de un edificio enorme y sombrío que parecía un viejo convento en un bosque de árboles colosales. Las pasajeras, alumbradas apenas por un farol del patio, permanecieron inmóviles hasta que la mujer de aspecto militar las hizo descender con un sistema de órdenes primarias, como en un parvulario. Todas eran mayores, y se movían con tal parsimonia en la penumbra del patio que parecían imágenes de un sueño. María, la última en descender, pensó que eran monjas. Lo pensó menos cuando vio a varias mujeres de uniforme que las recibieron en la puerta del autobús, y les cubrían la cabeza con las mantas para que no se mojaran, y las ponían en fila india, dirigiéndolas sin hablarles, con palmadas rítmicas y perentorias. Después de despedirse de su vecina de asiento María quiso devolverle la manta, pero ella le dijo que se cubriera la cabeza para atravesar el patio y la devolviera en la portería. —¿Habrá un teléfono?— le preguntó María. 240 ———Por supuesto- dijo la mujer—. Ahí mismo le indican. Le pidió a María otro cigarrillo, y ella le dio el resto del paquete mojado."En el camino se secan” le dijo. La mujer le hizo un adiós con la mano desde el estribo, y casi le gritó:"Buena suerte”. El autobús arrancó sin darle tiempo de más. María empezó a correr hacia la entrada del edificio. Una guardiana trató de detenerla con una palmada enérgica, pero tuvo que apelar a un grito imperioso:”¡Alto, he dichol”. María miró por debajo de la manta, y vio unos ojos de hielo y un índice inapelable que le indicó la fila. Obedeció. Ya en el zaguán del edificio se separó del grupo y preguntó al portero dónde había un teléfono. Una de las guardianas la hizo volver a la fila con palmaditas en la espalda, mientras le decía con modos muy dulces: —Por aquí, guapa, por aquí hay un teléfono. María siguió con las otras mujeres por un corredor tenebroso, y al final, entró en un dormitorio colectivo donde las guardianas recogieron las cobijas y empezaron a repartir las camas. Una mujer distinta, que a María le pareció más humana y de jerarquía más alta, recorrió Ia fila comparando una lista con los nombres que las recién llegadas tenían escritos en un cartón cosido en el corpiño. Cuando llegó frente a María se sorprendió de que no llevara su identificación. —Es que sólo vine a hablar por teléfono— le dijo María. Le explicó a toda prisa que su automovil se había descompuesto en la carretera. El marido, que era mago de fiestas, estaba esperándola en Barcelona para cumplir tres compromisos hasta la media, noche, y quería avisarle que no estaría a tiempo para acompañarlo. Iban a ser las siete. Él debía salir de la casa dentro de diez minutos, y ella temía que cancelara todo por su demora. La guardiana pareció escucharla con atención. —¿Cómo te llamas?— le preguntó. María le dijo su nombre con un suspiro de alivio, pero la mujer no lo encontró después de repasar la lista varias veces. Se lo ¡preguntó alarmada a una guardiana, y ésta, sin nada que decir, se encogió de hombros. —Es que sólo vine a hablar por teléfono— dijo María. —De acuerdo, maja —le dijo la superiora, llevándola hacia su cama con una dulzura demasiado ostensible para ser real—, si te portas bien podrás hablar por teléfono con quien quieras. Pero ahora no, mañana. Algo sucedió entonces en la mente de María que le hizo entender por qué las mujeres del autobús se movían como en el fondo de un acuario. En realidad, estaban apaciguadas con sedantes, y aquel palacio el sombras, con gruesos muros de canteria y escaleras heladas, era en realidad un hospital de enfermas mentales. Asustada, escapó corriendo del dormitorio, y antes de llegar al portón una guardiana gigantesca con un mameluco de mecánico la atrapó de un zarpazo y la inmovilizó en el suelo con una llave maestra. María la miró de través paralizada por el terror. —Por el amos de Dios— dijo—, Le juro por mi madre muerta que sólo vine a hablar por teléfono. Le bastó con verle la cara para saber que no habia súplica posible ante aquella energúmena de mameluco a quien llamaban Herculina por su fuerza descomunal. Era la encargada de los casos difíciles, y dos reclusas habían muerto estranguladas con su brazo de oso polar adiestrado en el 241 arte de matar por descuido. El primer caso se resolvió como un accidente comprobado. El segundo fue menos claro, y Herculina fue amonestada y advertida de que la próxima vez seria investigada a fondo. La versión corriente era que aquella oveja descarriada de una familia de apellidos grandes tenía una turbia carrera de accidentes dudosos en varios manicomios de España. Para que María durmiera la primera noche, tuvieron que inyectarle un somnífero. Antes del amanecer, cuando la despertaron las ansias de fumar, estaba amarrada por las muñecas y los tobillos en las barras de la cama. Nadie acudió a sus gritos. Por la mañana, mientras el marido no encontraba en Barcelona ninguna pista de su paradero, tuvieron que llevarla a la enfermeria, pues la encontraron sin sentido en un pantano de sus propias miserias. No supo cuanto tiempo habia pasado cuando volvió en sí. Pero entonces, el mundo era un remanso de amor, y estaba frente a su cama un anciano monumental, con una andadura de plantigrado y una sonrisa sedante, que con dos pases maestros le devolvió la dicha de vivir. Era el director del sanatorio. Antes de decirle nada, sin saludarlo siquiera, María le pidió un cigarrillo. Él se Io dio encendido, y le regaló el paquete casi lleno. María no pudo reprimir el llanto. —Aprovecha ahora para llorar cuanto quieras— Ie dijo el médico, con una voz adormecedora— No hay mejor remedio (que las lágrimas. María se desahogó sin pudor, como nunca logró hacerlo con sus amantes casuales en los tedios después del amor. Mientras la oía, el médico la peinaba con.los dedos, le arreglaba la almohada para que respirara mejor, la guiaba por el laberinto de su incertidumbre con una sabiduría y una dulzura que ella no había soñado jamás. Era, por la primera vez en su vida, el prodigio de ser comprendida por un hombre que la escuchaba con toda el alma sin esperar la recompensa de acostarse con ella. Al cabo de una hora larga, desahogada a fondo, le pidió autorización para hablarle por teléfono a su marido. El médico se incorporó con toda la majestad de su rango. “Todavía no, reina”, le dijo, dándole en la mejilla la palmadita más tierna que había sentido nunca. “Todo se hará a su tiempo”. Le hizo después una bendición episcopal, y desapareció para siempre. —Confía en mí—— le dijo. Esa misma tarde María fue inscrita en el asilo con un número de serie, y con un comentario superficial sobre el enigma de su procedencia y las dudas sobre su identidad. Al margen quedó una calificación escrita de puño y letra del director: agitada. Tal como Maria lo había previsto, el marido salió de su modesto departamento del barrio de Horta con media hora de retraso para cumplir los tres compromisos. Era la primera vez que ella no llegaba a tiempo en casi dos años de una unión libre bien concertada, y él entendió el retraso por la ferocidad de las lluvias que asolaron la provincia aquel fin de semana. Antes de salir dejó un mensaje clavado en la puerta con el itinerario de la noche. En la primera fiesta, con todos los niños disfrazados, prescindió del truco estelar de los peces invisibles porque no podía hacerlo sin la ayuda de ella. El segundo compromiso era en casa de una anciana de noventa y tres años, en silla de ruedas, que se preciaba de haber celebrado cada uno de sus últimos treinta cumpleaños con un mago distinto. El estaba tan contrariado con la demora de María, que no pudo concentrarse en las suertes más simples. El tercer compromiso era el de todas las noches en un café concierto de las Ramblas, donde actuó sin inspiración para un grupo de turistas franceses que no pudieron creer lo que veían porque se negaban a creer en la magia. Después de cada representación llamó por teléfono a su casa, y esperó sin ilusiones a 242 que María contestara. En la última ya no pudo reprimir la inquietud de que algo malo había ocurrido. De regreso a casa en la camioneta adaptada para las funciones públicas vio el esplendor de la primavera en las palmeras del Paseo de Gracia, y lo estremeció el pensamiento aciago de cómo podría ser la ciudad sin María. La última esperanza se desvaneció cuando encontró su recado todavía prendido en la puerta.— Restaba tan contraído que se olvidó de darle comida al gato. Sólo ahora que lo escribo caigo en la cuenta de que nunca supe cómo se llamaba en realidad, porque en Barcelona sólo lo conocíamos con su nombre profesional: Saturno el Mago. Era un hombre de carácter raro y con una torpeza social irredimible, pero el tacto u la gracia que le hacian falta le sobraban a María. Era ella quien lo llevaba de la mano en esa comunidad de grandes misterios, donde a nadie se le hubiera ocurrido llamar a nadie por teléfono después de la media noche para preguntar por su mujer. Saturno lo había hecho de recién venido y no quería recordarlo. Así es que esa noche se conformó con llamar a Zaragoza, donde una abuela medio dormida le contestó sin alarma que María había partido después del almuerzo. No durmió más cie una hora al amanecer. Tuvo un sueño cenagoso en el cual vio a María con un vestido de novia en piltrafas y salpicado de sangre, y despertó con la certidumbre pavorosa de que había vuelto a dejarlo solo, y ahora para siempre, en el vasto mundo sin ella. Lo había hecho tres veces con tres hombres distintos, incluso él, en los últimos cinco años. Lo habia abandonado en Ciudad de México a los seis meses de conocerse, cuando agonizaban de felicidad con un amor demente en un cuarto de servicio de la colonia Anzures. Una mañana María no amaneció en la casa después de una noche de abusos inconfesables. Dejó todo Io que era suyo, hasta el anillo de su matrimonio anterior, y una carta en la cual decía que no era capaz de sobrevivir al tormento denaquel amor desatinado. Saturno pensó que había vuelto con su primer esposo, un condiscípulo de la escuela secundaria con quien se casó a escondidas siendo menor de edad, y al cual abandonó por otro al cabo de dos años de amor. Pero no: habia vuelto a casa de sus padres, y allí fue Saturno a buscarla a cualquier precio. Le rogó sin condiciones, le prometió mucho más de lo que estaba resuelto a cumplir, pero tropezó con una determinación invencible. “Hay amores cortos y amores largos", le dijo ella. Y concluyó sin misericordia: “Este true corto”. Él se rindió ante su rigor. Sin embargo, una madrugada de Todos los Santos, al volver a su cuarto de huérfano después de casi un año de olvido, la encontró dormida en el sofá de la sala con la corona de azahares y la larga cola de espuma de las novias vírgenes. Maria le contó la verdad. El nuevo novio, viudo, sin hijos, con la vida resuelta y la disposición de casarse para siempre por la iglesia católica, la había dejado vestida y esperándolo en el altar. Sus padres decidieron hacer la fiesta de todos modos. Ella siguió el juego. Bailó, cantó con los mariachis, se pasó de tragos, y en un terrible estado de remordimientos tardíos se fue a la media noche a buscar a Saturno. No estaba en casa, pero encontró las llaves en la maceta de flores del corredor, donde las escondieron siempre. Esta vez fue ella quien se le rindió sin concesiones. “¿Y ahora hasta cuándo”?, le preguntó él. Ella le contestó con un verso de Vinicius de Moraes: El amor es eterno mientras dura. Dos años después, seguía siendo eterno. María pareció madurar. Renunció a sus sueños de actriz y se consagró a él, tanto en el oficio como en la cama. A fines del año anterior habían asistido a un congreso de magos en Perpignan, y de regreso conocieron Barcelona. Les gustó tanto que llevaban ocho meses aquí, y les ¡ba tan bien, que habían comprado un apartamento en el muy catalán bario de Horta, ruidoso y sin portero, pero con espacio de sobra para cinco hijos. Había sido la felicidad posible, hasta el fin de semana en que ella alquiló un automóvil y se fue a visitar a sus parientes de Zaragoza con la promesa de volver a las siete de Ia noche del lunes. Al amanecer del jueves todavía no habia dado señales de vida. 243 El lunes de la semana siguiente la compañía de seguros del automóvil alquilado llamó por teléfono a la casa para preguntar por María. “No sé nada” dijo Saturno. “Búsquenla en Zaragoza". Colgó. Una semana después un policía de civil fue a la casa con la noticia de que habían hallado el automóvil en los puros huesos, en un atajo cerca de Cádiz, a novecientos kilómetros del lugar en que María lo abandonó. El agente quería saber si ella tenía más detalles del robo. Saturno estaba dándole de comer al gato, y apenas si lo miró para decirle sin más vueltas que no perdieran el tiempo, pues su mujer se había fugado de la casa y el no sabía con quién ni para dónde. Era tal su convicción, que el agente se sintió incómodo y le pidió perdón por sus preguntas, El caso se declaró cerrado. El recelo de que María pudiera irse otra vez había asaltado a Saturno por Pascua Fliorida en Cadaqués, adonde Rosa Regás lo había invitado a navegar a vela. Estábamos en el Maritím, el populoso y sórdido bar de La gauche divine en el crepúsculo del franquismo, alrededor de una de aquellas mesas de hierro con sillas de hiero donde sólo cabíamos seis a duras penas y nos sentabamos veinte. Después de agotar la segunda cajetilla de cigarrillos de la jornada, María se encontró sin fósioros. Un brazo escuálido de vellos viriles con una esclava de bronce romano se abrió paso entre el tumulto de la mesa, y le dio fuego. Ella lo agradeció sin mirar a quien, pero Saturno el Mago lo vio. Era un adolescente óseoy Iampiño, de una palidez de muerto y una cola de caballo muy negra que le daba a la cintura. Los cristales del bar soportaban apenas la furia de la tramontana de primavera, pero él iba vestido con una especie de pijama callejero de algodón crudo, y unas abarcas de labrador. No volvieron a verlo hasta fines clel otoño, en un hostal de mariscos de la Barceloneta, con el mismo conjunto de zaraza ordinaria y una larga trenza en vez de la cola de caballo. Los saludó a ambos como a viejos amigos, y por el modo como besó a María, y por el modo como ella le correspondió, a Saturno lo fulrninó la sospecha de que habían estado viéndose a escondidas. Días después encontró un nombre nuevo y un número de teléfono escritos por María en el directorio doméstico, y la inclemente lucidez de los celos le reveló de quien eran. El prontuario social del intruso acabó de rematarlo: veintidós años, hijo único de una familia de ricos, decorador de vitrinas de moda, con una fama fácil de bisexual y un prestigio bien fundado como consolador de alquiler de señoras casadas. Pero logró sobreponerse hasta la noche en que María no volvió a casa. Entonces empezó a llamarlo por teléfono todos los días, primero cada dos o tres horas, desde las seis de la mañana hasta la madrugada siguiente, y después cada vez que encontraba un teléfono a la mano. El hecho de que nadie contestara aumentaba su martirio. Al cuarto dia le contestó una anclaluza que sólo iba a hacer la limpieza. “El señorito se ha ido”, le dijo, con suficiente vaguedad para enloquecerlo. Saturno no resistió la tentación de preguntarle si por casualidad no estaba ahí la señorita María. “Aquí no vive ninguna Maria- le dijo la mujer -el señorito es soltero. -——Ya lo sé —le dijo él-—. No vive, pero a veces va. ¿O no? La mujer se enfureció. —¿Pero quién habla ahí? Saturno colgó. La negativa de la mujer le pareció una confirmación más de lo que ya no era para él una sospecha sino una certidumbre ardiente. Perdió el control. En los días siguientes llamó por orden alfabético a todos los conocidos de Barcelona. Nadie le dio razón, pero cada llamada le agravó la desdicha, porque sus delirios de celos eran ya célebres entre los trasnochadores impenitentes de La gauche divine, y le contestaban con cualquier broma que lo hiciera sufrir. Sólo entonces comprendió hasta qué punto estaba solo en aquella ciudad hermosa, lunática e impenetrable, en la que nunca sería feliz. Por la madrugada, después de darle de comer al gato, se apretó el corazón para no morir, y tomó la determinaciónde olvidar a María. 244 A los dos meses, María no se había adaptado aún a la vida del sanatorio. Sobrevivía picoteando apenas la pitanza de cárcel con los cubiertos encadenados al mesón de madera bruta, y la vista fija en la litografía del general Francisco Franco que presidía el lúgubre comedor medieval. AI principio se resistía a las horas canónicas con su rutina bobalicona de maitines, laúdes, vísperas y otros oficios de iglesia que ocupaban la mayor parte del tiempo. Se negaba a jugar a la pelota en el patio de recreo, y a trabajar en el taller de flores artificiales que un grupo de reclusas atendía con una diligencia frenética. Pero a partir de la tercera semana fue incorporándose poco a poco a la vida del claustro. A fin de cuentas, decían los médicos, así empezaban todas, y tarde o temprano terminaban por integrarse a la comunidad. La falta de cigarrillos, resuelta en los primeros días por la guardiana que los vendía a precio de oro, volvió a atormentarla cuando se le agotó el poco dinero que llevaba. Se consoló después con los cigarrillos de papel periódico que algunas reclusas fabricaban con las colillas recogidas en Ia basura, pues la obsesión de fumar había llegado a ser tan intensa como la del teléfono. Las pesetas exiguas que se ganó más tarde fabricando flores artificiales le permitieron un alivio efímero. . . Lo más duro era la soledad en las noches. Muchas recusas permanecían despiertas en la penumbra, como ella, pero sin atreverse a nada, pues la guardiana nocturna velaba también en el portón cerrado con cadena y candado. Una noche, sin embargo, abrumada por la pesadumbre, María preguntó con vos suficiente para que oyera su vecina de cama: “¿Dónde estamos? La voz grave y lúcida de la vecina le contestó: —En los profundos infiernos. —Dicen que esta es tierra de morosmdijo otra voz distante que resonó en el ámbito del dormitorio—. Y debe ser cierto, porque en verano, cuando hay luna, se oyen los perros ladrándole a la mar. Se oyó la cadena de las argollas como un ancla de galeón, y la puerta se abrió. La cancerbera, el único ser que parecía vivo en el silencio instantáneo, empezó a pasearse de un extremo al otro del dormitorio. María se sobrecogió, y sólo ella sabía por qué. Desde su primera semana en el sanatorio, la vigilante nocturna le había propuesto sin rodeos que durmiera con ella en el cuarto de guardia. Empezó con un tono de negocio concreto: trueque de amor por cigarrillos, por chocolates, por lo que fuera. “Tendrás todo”, le decía, trémula. “Serás la reina". Ante el rechazo de María, la guardiana cambió de método. Le dejaba papelitos de amor debajo de la almohada, en los bolsillos de la bata, en los sitios menos pensados. Eran mensajes de un apremio desgarrador capaz de estremecer a las piedras. Hacía más de un mes que parecía resignada a la derrota, la noche en que se promovió el incidente en el dormitorio. Cuando estuvo convencida de que todas las reclusas dormían, la guardiana se acercó a la cama de María, y murmuró en su oido toda clase de obscenidades tiernas, mientras le besaba la cara, el cuello tenso de terror, los brazos yertos, las piernas exhaustas. Por último, creyendo tal vez que la parálisis de María no era de miedo sino de complacencia, se atrevió a ir más lejos. Maria le soltó entonces un golpe con el revés de la ,mano que la mandó contra Ia cama vecina. La guardiana se incorporó furibunda en medio del escándalo de las reclusas alborotadas. —Hija de puta— gritó—. Nos pudriremos juntas en este chiquero hasta que te vuelvas loca por mí. _ 245 El verano llegó sin anunciarse el primer domingo de junio, y hubo que tomar medidas d emergencia, porque las reclusas sofocadas empezaban a quitarse durante la misa los balandranes de estameña. María asistió divertida al espectáculo de las enfermas en pelota que las guardianas correteaban por las naves como gallinas ciegas. En medio de Ia confusión, trató de protegerse de los golpes perdidos, y sin saber cómo se encontró sola en una oficina abandonada, y con un teléfono que repicaba sin cesar con un timbre de súplica, María contestó sin pensarlo, y oyó una voz lejana y sonriente que se entretenía imitando el servicio telefónico de la hora: ———Son las cuarenta y cinco horas, noventa y dos minutos y ciento siete segundos—Maricón— dijo María. Colgó divertida. Ya se iba, cuando cayó en la cuenta de que estaba dejando escapar una ocasión irrepetible. Entonces marcó seis cifras, con tanta tensión y tanta prisa, que no estuvo segura de que fuera el número de su casa. Esperó con el corazón desbocado, oyó el timbre familiar con su tono ávido y triste, una vez, dos veces, tres veces, y oyó por fin la voz del hombre de su vida en la casa sin ella. ——¿Bueno? Tuvo que esperar a que pasara la pelota de lágrimas que se le formó en la garganta. —Conejo, vida mía —suspiró. Las lágrimas la vencieron. Al otro lado de la línea hubo un breve silencio de espanto, y la voz que algo dijo, enardecida por los celos, colgó en seco. ° Esa noche, en un ataque frenético, María descolgó en el refectorio la litografia del generalísimo, la arrojó con todas sus fuerzas contra el vitral del jardin, y se derrumbó bañada en sangre. Aún Ie sobro rabia para enfrentarse a golpes con los guardianes que trataron de someterla, son lograrlo, hasta que vio a Herculina plantada en el vano de la puerta, con los brazos cruzados, mirándola. Se rindió. No obstante, la arrastraron hasta el pabellón de las locas furiosas, la aniquilaron con una manguera de agua helada, y le inyectaron trementina en las piernas. Impedida para caminar por la inflamación provocada, María se dio cuenta de que no había nada en el mundo que no fuera capaz de hacer por escapar de aquel infierno. La semana siguiente, ya de regreso al dormitorio común, se levantó en puntillas y tocó en la celda de Ia guardiana nocturna. El precio de María, exigido por ella de antemano, fue llevare un mensaje a su marido. La guardiana aceptó, siempre que el trato se mantuviera en secreto absoluto. Y la apuntó con un índice inexorable. —Si alguna vez sabe, te mueres. Así que Saturno el Mago fue al sanatorio de locas el sábado siguiente, con la camioneta de circo preparada para celebrar el regreso de Maria. El director en persona lo recibió en su oficina, tan limpia y ordenada como un barco de guerra, y le hizo un informe afectuoso sobre el estado de la esposa. Nadie sabía de dónde llegó, n cómo ni cuándo, pues el primer dato de su ingreso era el registro oficial dictado por él cuando la entrevistó. Una investigación iniciada el mismo día no habia concluido en nada. En todo caso, lo que más intrigaba al director era cómo supo Saturno el paradero de su esposa. Saturno protegió a la guardiana. —uMe Io informó la compañia de seguros del coche—— dijo. El director se sintió complacido. “Nlo sé cómo hacen los seguros para saberlo todo”, dijo. Le dio una ojeada al expediente que tenía sobre su escritorio de asceta, y concluyó: 246 —Lo único cierto es la gravedad de su estado. Estaba dispuesto a autorizarle una visita con las precauciones debidas si Saturno el mago le prometía, por el bien de su esposa, ceñirse a la conducta que él le indicara. Sobre todo en la manera de tratarla, para evitar que recayera en sus arrebatos de furia cada vez más frecuentes y peligrosos. ——Es raro —dijo Saturno-— Siempre fue de genio fuerte, pero de mucho dominio. El médico hizo un ademán de sabio. “Hay conductas que permanecen latentes durante muchos años, y un día estallan", dijo. “Con todo, es una suerte que haya caído aquí, porque somos especialistas en casos que requieren mano dura". Al final hizo una advertencia sobre Ia rara obsesión de María por el teléfono. —Sígale la corriente- dijo. —aTranquilo, doctor—— dijo Saturno con un aire alegre—- Es mi especialidad. La sala de visitas, mezcla de cárcel y confesionario, era el antiguo locutorio del convento. La entrada de Saturno no fue la explosión de júbilo que ambos hubieran podido esperar. María estaba de pie en el centro del salón, junto a una mesita con dos sillas y un florero sin flores. Era evidente que estaba lista para irse, con su lamentable abrigo color de fresa y unos zapatos sórdidos que le habian dado de caridad. En un rincón, casi invisible, estaba Herculina con los brazos cruzados. Maria no se movió al ver entrar al esposo ni asomó emoción alguna en la cara todavia salpicada por los estragos del vitral. Se dieron un beso de rutina. —¿Cómo te sientes?—— le preguntó él. ——Feliz de que al fin hayas venido, conejo —dijo ella—. Esto ha sido la muerte. No tuvieron tiempo de sentarse, María le contó las miserias del claustro, la barbarie de las guardianas, la comida de perros, las noches interminables sin cerrar los ojos por el terror. —Ya no sé cuántos días llevo aqui, o meses o años, pero sé que cada uno ha sido peor que el otro —dijo, y suspiró con el alma——: Creo que nunca volveré a ser la misma. —Ahora todo eso pasó- dijo él acariciándole con la yema de los dedos las cicatrices recientes de la cara — Yo seguiré viniendo todos los sábados. Y más, si el director me lo permite. Ya verás que todo va a salir muy bien. Ella fijó en los ojos de él sus ojos aterrados. Saturno intentó sus artes de salón. Le contó, en el tono pueril de las grandes mentiras, una versión dulcificada de los pronósticos del médico. “En síntesis”, concluyó, “aún te faltan algunos días para estar recuperada por completo”. María entendió la verdad. —¡Por Dios, conejo! —dijo atónita-—. ¡No me digas que tú también crees que estoy local. —¡Cómo se te ocurre! —dijo él, tratando de reír— Lo que pasa es que seria mucho más conveniente para todos que sigas por un tiempo aqui. En mejores condiciones, por supuesto. —¡Pero si ya te dije que sólo vine a hablar por teléfono!—- dijo Maria. El no supo cómo reaccionar ante la obsesión temible. Miró a Herculina. Esta aprovechó la mirada para indicarle en su reloj dle pulso que era tiempo de terminar la visita. María ¡nterceptó la señal, miró hacia atrás, y vio a Herculina en la tensión del asalto inminente. 247 Entonces se aferró al cuello del marido gritando como una verdadera loca. El se la quitó de encima con tanto amor como pudo, y la dejó a merced de Herculina, que le saltó por la espalda. Sin darle tiempo para reaccionar le aplicó una llave con la mano izquierda, le pasó el otro brazo de hierro alrededor del cuello, y le gritó a Saturno el Mago: —¡Váyase! Saturno huyó despavorido. Sin embargo, el sábado siguiente, ya repuesto del espanto de la visita, volvió al sanatorio con el gato vestido igual que él: la malla roja y amarilla del gran Leotardo, el sombrero de copa y una capa de vuelta y media que parecía para volar. Entró con la camioneta de feria hasta el patio del claustro, y allí hizo una función prodigiosa de casi tres horas que las reclusas gozaron desde los balcones, con gritos discordantes y ovaciones inoportunas. Estaban todas, menos María, que no sólo se negó a recibir al marido, sino inclusive a verlo desde los balcones. Saturno se sintió herido de muerte. —Es una reacción típica- lo consoló el director——. Ya pasará. Pero no pasó nunca. Después de intentar muchas veces ver de nuevo a Maria, Saturno hizo lo imposible por que le recibiera un carta, pero fue inútil. Cuatro veces la devolvió cerrada y sin comentarios. Saturno desistió, pero siguió dejando en la portería del hospital las raciones de cigarrillos, sin saber siquiera si le llegaban a María, hasta que lo venció la realidad. Nunca más se supo de él, salvo que volvió a casarse y regresó a su país. Antes de irse de Barcelona le dejó el gato medio muerto de hambre a una noviecita casual, que además se comprometió a seguir llevándole los cigarrillos a María. Pero también ella desapareció. Rosa Regás recordaba haberla visto en el Corte Inglés, hace unos doce años, con la cabeza rapada y el balandrán anaranjado de alguna secta oriental, encinta a más no poder. Ella le contó que había seguido llevándole los cigarrillos a María, siempre que pudo, y resolviéndole algunas urgencias imprevistas, hasta un día en que sólo encontró los escombros del hospital, demolido como un mal recuerdo de aquellos tiempos ingratos. María le pareció muy Iúcida la última vez que la vio, un poco pasada de peso y contenta con la paz del claustro. Ese día le llevó también el gato, porque ya se le habia acabado el dinero que Saturno le dejó para darle de comer. La luz es como el agua En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos. -De acuerdo -dijo el papá, Io compraremos cuando volvamos a Cartagena. Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían. -No —dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí. —Para empezar -dijo la madre-, aqui no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha. Tanto ella como el esposo tenian razón. lEn la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habian prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se Io habían ganado. Así que el papá compró 248 todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación. —El bote está en el garaje —reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible. Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscipulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio. —Felicitaciones —les dijo el papá ¿ahora qué? —Ahora nada —dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está. La noche del miércoles, como todos los; miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de Ia bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa. Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesia de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendia con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces. —La luz es como el agua —le contesté: uno abre el grifo, y sale. De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido. -Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada — dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo. —¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel. —No —díjo Ia madre, asustada-. Ya no más. El padre le reprochó su intransigencia. —Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber —dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro. Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad. En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso. El papá, a solas con su mujer, estaba radiante. 249 —Es una prueba de madurez —dijo. —Dios te oiga —dijo la madre. El miércoles siguiente, mientras los padres veian La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caia de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama. Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron Ia casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesia, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra. que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños. Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en Ia popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipi en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habian abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se habia rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz 250 FICHERO 32. POESÍA. PABLO NERUDA. 1904-1973 1. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Pablo Neruda. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién fue Pablo Neruda, su vida y su obra. Se explicará brevemente en qué consiste la corriente conocida como Surrealismo. Se presentarán imágenes de obras surrealistas de Dalí, Magritte, etc. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se leerán en voz alta algunos poemas de Pablo Neruda. Después de la lectura de cada uno de ellos se escuchará ese mismo poema en la interpretación que hicieron diferentes artistas contemporáneos y que se encuentran en el disco: Neruda en el corazón (CD + DVD). Intérprete: Varios. Año: 2004. Género: Pop/Rock Latino Español. Antes de amarte, almor (Soneto XXV) — Pedro Guerra Walking around — Miguel Bosé Me gusta cuando callas (Poema 15) — Antonio Varela Amo el amor de los marineros — Joaquín Sabina No te quiero sino porque te quiero — Antonio Vega 251 Puedo escribir los versos (Poema XX) — Jose Manuel Serrat A callarse — Julieta Venegas Para mi corazón basta tu pecho — Pablo Milanés Oda a la tristeza -— Miguel Ríos Para que tú me oigas -— Cármen París 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes escribirán una Oda, teniendo como inspiración Oda a la Tristeza. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox_) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se Ieerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y" podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Neruda, Pablo. (2000). Pablo Neruda. Antologia Fundamental. 239d. Santiago de Chile: Andrés Bello. Neruda, Pablo. (2005). El libro de las prequntas. Selección. 9a ed. Santiago de Chile: Andrés Bello. TEXTOS DE REFERENClA. Soneto XXV. Antes de amarte amor. Antes de amarte, amor, nada era mio: vacilé por las calles y las cosas: nada contaba ni tenía nombre: el mundo era del aire que esperaba. Yo conocí salones cenicientos, túneles habitados por la luna, hangares crueles que se despedían, preguntas que insistían en la arena. Todo estaba vacío, muerto y mudo, caído, abandonado y decaído, todo era inalienablemente ajeno, todo era de los otros y de nadie, hasta que tu belleza y tu pobreza 252 llenaron el otoño de regalos. Walking around Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro Navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerias me hace llorar a gritos. Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y rni sombra. Sucede que me canso de ser hombre. Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. Seria bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día. No quiero para mí tantas desgracias. No quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo solo, de bodega con muertos ateridos, muriéndome de pena. Por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana, a ciertas zapaterías con olor a vinagre, a calles espantosas como grietas. Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedlia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: 253 calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lagrimas sucias. Poema 15.. Me gustas cuando callas... Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volaclo y parece que un beso te cerrara Ia boca. Como todas las cosas están llenas de mii alma emerges de las cosas, llena del alma mia. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía; Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estas como quejándote, mariposa en arruilo. Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: déjame que me calle con el silencio tuyo. Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto. Amo el amor de los marineros Para que nada nos amarre, que no nos una nada. Ni la palabra que aromó tu boca, ni lo que no dijeron las palabras. Ni la fiesta de amor que no tuvimos, ni tus sollozos junto a la ventana. Para que nada nos amarre, que no nos una nada. Amo el amor de los marineros que besan y se van. Dejan una promesa, no vuelven nunca más. En cada puerto una mujer espera; los marineros besan y se van. Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar. Desde el fondo de ti y arrodillado, un niño triste como yo nos mira. Por esa vida que arderá en sus venas tendrían que amarrarse nuestras vidas. Por esas manos, hijas de tus manos, tendrían que matar las manos mías. Por sus ojos abiertos en la tierra, veré en los tuyos lágrimas un dia. Amo el amor de los marineros que besan y se van. Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz. En cada puerto una mujer espera; los marineros besan y se van. 254 Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar. Soneto LXVI. No te quiero sino porque te quiero. No te quiero sino porque te quiero y de quererte a no quererte llego y de esperarte cuando no te espero pasa mi corazón del frío al fuego. Te quiero sólo porque a ti te quiero, te odio sin fin, y odiándote te ruego, y Ia medida de mi amor viajero es no verte y amarte como un ciego. Tal vez consumirá la luz de Enero, su rayo cruel, mi corazón entero, robándome la llave del sosiego. En esta historia sólo yo me muero y moriré de amor porque te quiero, porque te quiero, amor, a sangre y fuego. Poema 20. Puedo escribir los versos más tristes. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La bese tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no Ia tengo. Sentir que la he perdido. Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido. Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo. 255 A callarse Ahora contaremos doce y nos quedamos todos quietos. Por una vez sobre la tierra no hablemos en ningún idioma, por un segundo detengámonos, no movamos tanto los brazos. Seria un minuto fragante, sin prisa, sin locomotoras, todos estaríamos juntos en una inquietud instantánea. Los pescadores del mar frio no harían daño a las ballenas y el trabajador de la sal miraria sus manos rotas. Los que preparan guerras verdes, guerras de gas, guerras de fuego, victorias sin sobrevivientes, se pondrían un traje puro y andarian con sus hermanos por la sombra, sin hacer nada. No se confunda lo que quiero con la inacción definitiva: la vida es solo Io que se hace, no quiero nada con la muerte. Si no pudimos ser unánimes moviendo tanto nuestras vidas, tal vez no hacer nada una vez, tal vez un gran silencio pueda interrumpir esta tristeza, este no entendemos jamás y amenazarnos con la muerte, tal vez la tierra nos enseñe cuando todo parece muerto y luego todo estaba vivo. Ahora contare hasta doce y tu te callas y me voy. Poema 12 Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas. Desde mi boca llegará hasta el cielo Io que estaba dormido sobre tu alma. Es en ti la ilusión de cada día. Llegas como el rocío a las corolas. 256 Socavas el horizonte con tu ausencia. Eternamente en fuga como la ola. He dicho que cantabas en el viento como los pinos y como los mástiles. Como ellos eres alta y taciturna. Y entristeces de pronto como un viaje. Acogedora como un viejo camino. Te pueblan ecos y voces nostálgicas. Yo desperté y a veces emigran y huyen pájaros que dormían en tu alma. Oda a la tristeza Tristeza, escarabajo de siete patas rotas, huevo de telaraña, rata descalabrada, esqueleto de perra: Aquí no entras. No pasas. Ándate. Vuelve al Sur con tu paraguas, vuelve al Norte con tus dientes de culebra. Aquí vive un poeta. La tristeza no puede entrar por estas puertas. Por las ventanas entra el aire del mundo, las rojas rosas nuevas, las banderas bordadas del pueblo y sus victorias. No puedes. Aqui no entras. Sacude tus alas de murciélago, yo pisaré las plumas que caen de tu manto, yo barreré los trozos de tu cadáver hacia las cuatro puntas del viento, yo te torceré el cuello, te coseré los ojos, cortaré tu ¡mortaja y enterraré tus huesos roedores bajo la primavera de un manzano. Poema V Para que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en las playas. Collar, cascabel ebrio para tus manos suaves como las uvas. 257 Y las miro lejanas mis palabras. Más que mías son tuyas. Van trepando en mi viejo dolor como las yedras. Ellas trepan así por las paredes húmedas. Eres tú la culpable de este juego sangriento. Ellas están huyendo de mi guarida oscura. Todo lo llenas tú, todo lo llenas. Antes que tú poblaron la soledad que ocupas, y están acostumbradas más que tú a mi tristeza. Ahora quiero que digan lo que quiero decirte para que tú las oigas como quiero que me oigas. El viento de la angustia aún las suele arrastrar. Huracanes de sueños aún a veces las tumban Escuchas otras voces en mi voz dolorida. Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas. Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme. Sígueme, compañera, en esa ola de angustia. Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas. Voy haciendo de todas un collar infinito para tus blancas manos, suaves como las uvas 258 FICHERO 33. POESÍA. HOMERO ARIDJIS. 19401. ORGANIZACIÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Homero Aridjis 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién es Homero Aridjis, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EIN VOZ ALTA. Se leerán en voz alta: Infancia de Luz: páginas 15 a18, 89, 90, 91, 92, 94 Sugerencia: leer más poemas de acuerdo al interés del grupo. 2.4 EJERCIClOS PRÁCTlCOS. (Duración: Después de la lectura, veinte minutos aprox.) Los participantes escribirán dos autorrelatos: 1. Harán una descripción física de ello mismos y luego la convertirán en caligrama. 2. Harán un autorretrato introspectivo de ellos mismos en una edad determinada. Ej. Soy joven, una persona delgada de estatura mediana, apiñonado de piel, 259 mis ojos son color café claro, con cabello lacio y cejas marcadas por los duros golpes de la vida. Mi actitud es pasiva y sincera, padezco de ser algo enamorado del arte, pero sin saber lo suficiente. Las ocasiones amenas me parecen agradables y la vida perfecta Autorretraro a los diez años Calles oscuras, árboles de cama blandos y abrigadores, la piedra de almohada testigo y alhajero de lágrimas y sueños. Pajarillos escondidos, desgarrados por el miedo y la soledad... ayudan a espantar el insomnio para que yo pueda dormir. Otro día al que sobreviví. Autor: Jazciel. Interno en CTV. 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE LA ACTIVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. Se leerán algunos de los textos escritos; por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LlEER MÁS... AI finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Aridjis, Homero. (2003). Infancia de luz. México: SM NOTA: Se solicitará a los participantes leer completo para la siguiente sesión: Boyne, John. (2007). El niño con el pijama de rayas. Sa ed. Barcelona: Editorial Salamandra. Se solicitará a los participantes entregar la siguiente semana los trabajos que se presentarán en la exposición que se realizará la última sesión. 260 FICHERO. 34. JORDI SOLER. 19551. ORGANlZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualízación breve del autor y de su obra. Se hará la lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESlÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. NOTA: En esta ocasión, antes de iniciar con el tema del dia, los participantes exprearan su opinión con respecto al libro: El niño con el pijama de rayas. El monitor coordinará dichas opiniones y explicará brevemente el concepto de: Holocausto. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Jordi Soler. 2.2 CONTEXTUALIZACIÓN. Se explicará brevemente quién es Jordi Soler, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta de: El sueño. 2.4 EJERCICIOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, veinte minutos aprox.) Los participantes escribirán: Su mejor sueño o su peor sueño. El que les provoque mayor felicidad o bien el que más quisieran olvidar.No hace falta que sea muy literario, ni muy bien hilvanado, ni muy largo, ni muy corto. Sólo tiene que ser muy sueño. Y que sea de verdad. No se vale un deseo, una aspiración, un objetivo ("Sueño con el día en que todos los seres humanos sean iguales"). 3. PUESTA EN COMÚN / ClERRE DE LA ACTEVIDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. 261 Se Ieerán algunos de los textos escritos por los participantes. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. 4. PARA LEER MÁS... Al finalizar cada sesión se promoverá que los participantes tengan la opción de seleccionar algún libro de su interés y podrán obtenerlo de la biblioteca de la institución. Bibliografía: Soler, Jordi. (1997) La cantante descalza v otros casos oscuros del rock. México: Alfaguara. http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar2008/educontinua/lengua_comunicacion entrale a leer. Jordi Soler TEXTOS DE REFERENCIA. Elsueño “Después de explicar lo que debia hacerse en caso de desastre, la sobrecargo abandona esa coreografía aprendida de memoria y desde su escenario en la proa del avión anuncia, como si sentratara de algo normal, que el sistema de aire acondicionado no funcionará durante el vuelo. EI asunto es grave porque el destino es una isla calurosa del Caribe." “Cuba, por ejemplo", dijo el terapeuta, que empezaba a ponerle coordenadas al sueño de su paciente. [Ella siguió hablando, casi divirtiéndose con esa coordenada descabellada: “Afortunadamente, dice la azafata ya sin coreografía, nuestro piloto ha ideado un sistema de enfriamiento ambiental que hará las veces de aire acondicionado. Y dicho esto, aparece un desfile de sobrecargos, cada uno con dos o tres cubetas humeantes de hielo seco que van siendo dispuestas a lo largo del pasillo del avión. Entonces el humo de tanto hielo empieza a formar una bruma que se va haciendo espesa al grado de que los pasajeros no podemos vernos unos con otros; y justamente en ese momento, cuando la bruma no deja ver nada, despierto". El terapeuta escribió sus notas durante un rato largo, mientras ella, del otro lado del escritorio, consolidaba la idea de que ese doctor era un fraude, incapaz de distinguir que ese sueño era un invento, que lo engañaba porque ya se había cansado de las explicaciones arbitrarias y poco convincentes acerca del sueño real, mil veces repetido y debatido, que le quitaba el sueño. Salió del consultorio resuelta a no volver nunca, ella sola habia solucionado el conflicto del sueño que le quitaba el sueño y había asistido a la cita nada más para comunicárselo al terapeuta, pero al verlo ahí, tomando notas, había decidido que en vez de la noticia, a manera de despedida, y de pequeña venganza, le inventaría un sueño, totalmente distinto, para desconcertarlo. El sueño que le quitaba el sueño, habia que reconocerlo, era un caso complicado: todas las noches, en determinado momento, empezaba a soñar que uno de sus amigos entraba en su habitación. Lo veía abrir con cuidado la puerta, luego caminar de puntas hasta su cama, sentarse en la orilla y una vez acomodado le empezaba a hablar, de cualquier cosa, sin interrupciones, hasta que amanecía. Ella no tenía corazón para interrumpirlo, porque era su amigo y se sentía un poco obligada a atenderlo, y a decirle que sí o que no de vez en cuando, y a reírse o a entristecerse según la historia. El sueño era fatigoso y al día siguiente despertaba con la sensación de no haber dormido nada. Su ex terapeuta había propuesto una infinidad de soluciones, desde pastillas para dormir, hasta la técnica de interaccionar con el tipo durante el sueño, decirle por ejemplo que necesitaba dormir, o rebatir algunos de los temas que incluía por monólogo, o mudarse de habitación. Ninguna de las soluciones le habian parecido convenientes, no tenía corazón paradecirle a su amigo que se fuera o que se callara; tampoco le gustaba la idea de que no la encontrara en su 262 habitación, porque a lo mejor se ponía a buscarla de cuarto en cuarto y le daba por preguntarle cosas a sus papás y a sus hermanos y eso se hubiera convertido en una especie de epidemia del sueño. Un día le dijo a su amigo que soñaba con él, que lo veía todas las noches en su habitación y que hablaba y hablaba y no la dejaba dormir. También le contó que su terapeuta era incapaz de solucionar el problema. El concluyó que tenía la mitad de la responsabilidad en ese sueño que quitaba el sueño. Juntos idearon uni plan que puso fin, de manera parcial, a esas noches de monólogo. El prometió que haría el esfuerzo de soñar que estaba en la habitación de ella y que permanecía callado. El resultado había llegado esa misma noche, ella durmió sus ochos horas de un tirón, pero a cambio él durmió mal por el esfuerzo de permanecer callado. AI día siguiente llegaron a un acuerdo que solucionó parcialmente el problema, establecieron un calendario, riguroso y equilibrado, para que uno durmiera mientras el otro soñaba. NOTA: Se recogerán los trabajos que se presentarán en la exposición. 263 FICHERO 35. ANN CAMERON. 19431. ORGANlZAClÓN. Se expondrá a los participantes el objetivo de la sesión. Se hará una contextualización breve del autor y de su obra. Se hará Ia lectura en voz alta de los textos seleccionados. Se realizarán algunos ejercicios prácticos relacionados con los textos que se leyeron. Pueden leerse algunos de estos trabajos Los participantes tendrán diez minutos para expresar sus puntos de vista. Se propondrá a los participantes leer más dándoles la oportunidad de seleccionar un libro que les interese y que puedan llevarse a su casa para devolverlo la siguiente semana. 2. DESARROLLO DE LA SESIÓN / MOMENTO DE ACCIÓN. 2.1 OBJETIVO: Los participantes conocerán datos generales de la vida y obra de Ann Cameron. 2.2 CONTEXTUALlZAClÓN. Se explicará brevemente quién es Ann Cameron, su vida y su obra. 2.3 LECTURA EN VOZ ALTA. Se hará la lectura en voz alta del libro: El lugar más bonito del mundo. 2.4 EJERClClOS PRÁCTICOS. (Duración: Después de la lectura, diez minutos aprox.) Los participantes harán una evaluación del curso y una autoevaluación. 3. PUESTA EN COMÚN / CIERRE DE LA ACTlVlDAD. (Duración: Diez minutos aprox.) En este momento el monitor dará la oportunidad a los participantes para que expresen sus puntos de vista dentro de un ambiente de respeto mutuo. El monitor redondeará las ideas generales para exponer la conclusión general de la sesión. Bibliografía: Cameron, Ann. (1998). El lugar más bonito del mundo. 2° ed. México: Editorial Santillana. NOTA: Inauguración de la exposición al terminar la sesión. 264