El romanticismo - IES Vega del Turia

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El romanticismo: sueño y frustración
Tras el impulso ilustrado y su búsqueda del
orden neoclásico y del bien común, durante la etapa
romántica –ya en el siglo XIX– en el arte vuelve a
imponerse el «yo» frente a la sociedad. El artista
romántico persigue un sueño, un ideal que choca
inevitablemente con la realidad o con el destino. Ese
choque es fuente de frustración y angustia.
Este desacuerdo con el mundo se plasma en
diversas actitudes: la rebeldía frente a la sociedad, la
soledad, la evasión –temporal y espacial– e incluso el
suicidio. Vuelven a interesar algunos personajes del
pasado, como el idealista y maltratado don Quijote, y
se desarrolla una visión legendaria de la Edad Media.
Mariano José de Larra (1809-1837), ejemplo
de
hombre
romántica. Óleo de José Gutiérrez.
Porque frente a la confianza en la razón, los
románticos reivindican la subjetividad. A menudo se
dejan llevar por los impulsos irracionales, como la imaginación, la fantasía, los sueños, los
sentimientos –el amor principalmente– o lo sobrenatural, así que muchas obras poseen
una ambientación nocturna o misteriosa, e incluso incorporan elementos irreales.
Del mismo modo, a escala social, el romanticismo potencia la idiosincrasia particular
de los pueblos, en sus vertientes cultural –lenguas, mitos, folklore– y política, cantando la
liberación de los pueblos oprimidos y potenciando los nacionalismos. En España, la
Guerra de la Independencia (1808-1814) puede interpretarse doblemente en clave
romántica: lucha contra el invasor francés y guerra civil entre «patriotas» y
«afrancesados».
Los géneros literarios del romanticismo
Destacan tres subgéneros dentro de la prosa romántica: los textos ensayísticos de la
Ilustración derivan hacia el artículo costumbrista y de opinión (en el que el máximo
exponente es Larra, con sus Artículos); nace la novela histórica y su variante gótica
(románticas son las invenciones de Drácula o Frankenstein); y se ponen de moda los
relatos breves de contenido legendario (es el caso de Bécquer, de lectura obligatoria en
esta unidad).
La poesía romántica
española exalta el carácter
rebelde, propio de los
héroes enfrentados a la
sociedad (un buen ejemplo
es la célebre «Canción del
pirata» de José de
Espronceda) y la pasión
Antonio María Esquivel pintó en
1846 este óleo titulado Los poetas
contemporáneos. Se encuentra en el
Museo del Prado.
Si pinchas aquí accederás a la
identificación de bastantes de ellos.
amorosa (vehemente en Espronceda, sutil y sugerida en Gustavo Adolfo Bécquer), pero
algunas «rimas» de Bécquer contienen elementos metaliterarios, que aúnan el ansia y la
imposibilidad de expresar los sentimientos, como ocurre con la que sirve de prólogo a las
demás:
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idïoma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, contártelo a solas.
Los amantes de Teruel
En cuanto al teatro, la obra cumbre del romanticismo español es Don Juan Tenorio
(1844) del vallisoletano José Zorrilla (1817-1893), pero una de las más relevantes fue el
drama de Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880) Los amantes de Teruel (1837), obra
romántica no solo por la historia de amor trágico que recupera de la tradición, sino
también por la forma mitificada de volver sobre la Edad Media. Aunque ya otros autores,
en el siglo XVII, se habían inspirado en esta leyenda, es Hartzenbusch quien le da la fama
definitivamente, aunque en su momento la versión del madrileño no fuera bien
entendida en Teruel. El éxito de Los amantes de Teruel vino refrendado por una crítica
muy favorable de Larra y, posteriormente, por el vistoso óleo de Antonio Muñoz Degraín,
medalla en la exposición nacional de 1884.
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