listo para el camino

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EL MISTERIO
DEL CAMINO DE SANTIAGO
Ficha del librero:
Morillo Grande, Fernando (1974)
El misterio del Camino de Santiago - Irún: Gaumin, 2014 Colección Léelo fácil - 1ª edición - 80 pág.; 16x21 cm.
Temas: el Camino de Santiago, la amistad, la superación...
© Texto: Fernando Morillo Grande
© Edición: Gaumin
1ª edición: noviembre de 2014
Revisión LF: Blanca Mata
Ilustradora: Amaia González
Foto de la portada: A. Herrero - Creative Commons
Diseño de la portada: Cristina González
Maquetación: Gaumin
Impresión: Gráficas Díaz Tuduri, S.L.
Este logotipo identifica los materiales
que siguen las directrices internacionales de la IFLA
para personas con dificultades de compresión lectora.
Esta obra ha sido avalada por Lectura Fácil Euskadi - Irakurketa Erraza.
ISBN: 978-84-942417-5-8
D.L.: SS 1409-2014
EL MISTERIO
DEL CAMINO DE SANTIAGO
Fernando Morillo Grande
ÍNDICE
Prólogo .............................................................................
La tormenta .....................................................................
El miedo ...........................................................................
Listo para el Camino .....................................................
San Juan Pie de Puerto .................................................
El canto del ruiseñor .....................................................
El dolor .............................................................................
Kemen ...............................................................................
Eunate ...............................................................................
Puente la Reina ...............................................................
El diablo ...........................................................................
Nada que comer ..............................................................
Los higos de Felisa .........................................................
Amigo fiel .........................................................................
La chica rubia ..................................................................
Chaparrón ........................................................................
El Valle del Silencio .......................................................
O Cebreiro .......................................................................
Nor reímos del diablo ....................................................
Queimada .........................................................................
¡Ultreya! ............................................................................
Santiago de Compostela ...............................................
El Pórtico de la Gloria ..................................................
El mar ...............................................................................
Fisterra .............................................................................
Al Tíbet ............................................................................
El último viaje .................................................................
La risa más viva ..............................................................
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PRÓLOGO
El Camino de Santiago esconde un misterio.
Peregrinos de todo el mundo
lo recorren desde la antigüedad
para dirigirse a Santiago de Compostela
y descubrir cuál es su enigma.
El escritor de esta historia
conoció a dos viajeros
que recorrieron el Camino.
Son Ulises y Kemen
los protagonistas de este libro.
Ulises es un viejo marinero.
Su barco naufragó
y todos sus compañeros se ahogaron.
Él fue el único que salió con vida.
Ahora tiene mucho miedo.
Kemen es un joven enamorado de la vida.
Siempre sonríe,
pero guarda un terrible secreto.
Ambos tienen un motivo oculto
para completar el Camino.
Marcharán juntos para ayudarse,
mientras descubren el verdadero misterio del viaje.
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Tal vez esta historia
te acerque un trocito del Camino de Santiago,
de su antigua magia.
Tal vez pueda ayudarte en tu camino,
sea cual sea.
Ojalá.
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LA TORMENTA
Me llamo Ulises.
Soy marinero.
Aquel día maldito que cambió mi vida
vi acercarse nubes muy negras al barco,
y tuve miedo.
No quería morir.
Me han dicho muchas veces
que soy un hombre valiente,
pero allí, en medio del mar de Noruega,
supe que aquella no era una tormenta como las otras.
Éramos 17 marineros en el barco.
17 amigos.
Siempre es bueno tener amigos cerca,
en los momentos buenos y en los duros.
Aquel momento no era bueno.
Las olas se alzaron violentas,
como en una danza feroz.
Nuestro barco parecía de papel.
Tras un golpe de mar, se partió con estruendo.
Ulises:
Personaje del poema La Odisea de Homero.
Pasó largos años en el mar, en su viaje hacia Ítaca.
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Salté al agua con los ojos cerrados.
El mar de Noruega estaba muy frío.
Oí los gritos de mis amigos entre las olas.
Yo también grité.
Recordé la mirada de mi compañera Rosa,
recordé la sonrisa de mi hija Nadia,
y luché con todas mis fuerzas.
No podía dejarle ganar al mar.
Oí de nuevo los gritos de mis amigos,
luchando igual que luchaba yo.
Sus voces me dieron fuerza.
Sin embargo, poco a poco los gritos disminuyeron.
Al rato solo escuchaba mi voz, llamándolos.
No contestaba nadie.
Muy pronto anochecería,
y estaba en medio de aquel mar salvaje,
solo y cansado.
Vi algo flotando en el agua frente a mí.
Lo agarré para descansar,
hasta que me di cuenta de que era el cuerpo de Pavlov,
mi amigo ruso.
¡Estaba muerto!
Lo solté de golpe.
Sin embargo, tras unos segundos volví a agarrarlo.
Si aquel cadáver fuera el mío,
no me importaría servir de apoyo a un amigo.
Porque los amigos debemos ayudarnos,
aunque ya no estemos vivos.
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Aun así me eché a llorar.
Porque mis amigos del barco ya no estaban conmigo.
Porque no iba a ver más a mi compañera,
ni a mi hija.
Recordé una historia que Pavlov me contó un día.
Decía que en el mundo existían unos caminos misteriosos,
y que en aquellos caminos
podía sentirse la vida más que en ningún otro lugar.
Alcé mi cabeza sobre las olas y grité:
—¡Si salgo de aquí,
recorreré todos los caminos misteriosos del mundo!
No sabía a quién me dirigía.
¿Al dios del mar? ¿A la Virgen?
¿Al niño asustado que una vez fui?
Me estaba quedando sin fuerzas.
—Todos los caminos… —susurré.
Y cerré los ojos.
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EL MIEDO
Cuando desperté estaba en un hospital.
—Has tenido mucha suerte —me explicó un médico—.
Estuviste 9 horas en aquel mar frío
y saliste con vida.
¡Estaba vivo! ¡Vivo!
¿Y los demás marineros?
Como me temía, todos muertos.
Cómo me dolió saberlo.
No pude dejar de preguntarme
por qué me salvé yo
y por qué murieron mis amigos.
Pasé 8 meses en el hospital,
en un lugar llamado cámara hiperbárica.
—No podrás caminar más —me dijo el médico.
Yo no quería creerle. Tenía una promesa que cumplir.
—Debo caminar —repetía yo—. Debo caminar.
Mi compañera Rosa, Nadia y mis amigos
estuvieron siempre junto a mí en la rehabilitación.
Pasé dos años en una silla de ruedas,
escuchando que no podría volver a andar.
Cámara hiperbárica:
habitación donde la presión es alta
y se tratan algunas infecciones o heridas.
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Cada noche, me susurraba una y otra vez:
—Debo recorrer todos los caminos misteriosos del mundo.
Debo cumplir mi promesa.
Y puse aún más empeño en curarme.
Conseguí sostenerme con muletas.
Pasé dos años más con ellas.
Al final, los médicos no podían creérselo.
¡Me mantenía en pie!
Tenía que estar contento.
Eso les dije a mi familia y a todos los demás:
que no podía estar más contento.
Pero no era del todo cierto.
Me di cuenta de que en mi interior
tenía mucho, mucho miedo.
Parecía como si una parte de mí
hubiera naufragado junto al barco.
¿Por qué me sentía tan mal?
¿No era algo extraordinario
haber salido vivo de aquel mar embravecido
y poder andar
cuando lo médicos lo veían imposible?
Pero a mí me parecía
que un diablo jugaba conmigo,
que yo había muerto de veras en aquel mar
y que los demás no se daban cuenta.
Entonces mi miedo dolía más,
porque no quería preocupar a Rosa y a Nadia.
No podía contarles qué me ocurría de verdad.
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LISTO PARA EL CAMINO
—Tengo que recorrer el Camino de Santiago
—les dije a mi familia y amigos.
Al principio, no querían dejarme ir.
—¿Para qué? —me preguntaban—.
Has sufrido una experiencia durísima.
¡Estás muy débil!
Era cierto.
Mis piernas estaban frágiles como cristales agrietados,
pero yo les repetía a mis amigos
que había hecho una promesa.
Eso también era verdad,
aunque no toda la verdad.
No podía confesarles que lloraba como un niño
cuando nadie me veía,
y que cada noche me ahogaba de miedo.
Amaba y amo a mi compañera Rosa
con todo mi corazón.
No quería mentirle.
Quizás, pensaba,
recorriendo el Camino de Santiago
sería capaz de aniquilar mi miedo,
y podría sentirme tan contento
como antes del naufragio.
Aniquilar:
destruir por completo.
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Preparé mi gran mochila
y escuché un montón de consejos para el Camino.
La última noche, antes de partir,
sabía que no podría dormir ni un minuto,
de lo nervioso que estaba.
Mientras Rosa dormía, acaricié su pelo,
pero con mucho cuidado para no despertarla.
Luego, a hurtadillas, me levanté y fui a la cocina.
Todo estaba preparado.
12 kilos de ropa, 1 kilo de miedo y 100 kilos de emoción.
¿Sería verdad que el Camino de Santiago
tenía una magia especial?
¿Que podía transformarme?
¡Ojalá!
Tenía que sentirme vivo de nuevo,
para poder gritar que no morí el día maldito
en que se ahogaron mis amigos.
A hurtadillas:
a escondidas,
sin que nadie lo note.
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SAN JUAN PIE DE PUERTO
Fui en tren a Pamplona,
la ciudad donde se celebran los San Fermines.
De allí me dirigí en autobús
al otro lado de los montes Pirineos,
hacia San Juan Pie de Puerto,
o Donibane Garazi, como lo llaman los vascos.
San Juan Pie de Puerto es un pueblo lleno de cuestas.
Tiene una muralla de piedra antigua y enorme.
Aquel día, todo estaba repleto de colores y movimiento,
los puestos artesanos de las calles, los toldos
y los reflejos del agua en su precioso río.
Encontré numerosos viajeros en cada esquina,
casi todos felices y emocionados.
Antes del naufragio,
yo disfrutaba entre la gente.
No me importaba que fueran conocidos o no,
hablaba con uno y reía con otro.
Ahora, sentía que tenía la soledad incrustada
muy dentro del pecho.
Toldo:
cubierta de tela para hacer sombra.
Incrustar:
clavar o pegar algo de forma muy fuerte.
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Se me acercó más de un viajero.
Me decían:
—¿Va a hacer el Camino de Santiago?
¡Venga con nosotros!
Yo respondía lo más amable posible,
pero siempre decía que no.
Necesitaba estar solo,
al menos hasta descubrir qué era aquel miedo
que me oprimía por dentro.
Hasta demostrarme que aún estaba vivo.
Inicié la subida del puerto de montaña,
con la firme intención de cruzar los Pirineos.
Desde arriba me siguió pareciendo
que San Juan de Pie de Puerto era una población bellísima.
Si algún día conseguía recuperar la sonrisa
que perdí bajo mil olas salvajes,
volvería allá, junto al río y la muralla,
para poder mostrar a aquel lugar especial
que se merecía mi alegría.
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EL CANTO DEL RUISEÑOR
La mochila me parecía cada vez más pesada.
Y no sólo la que llevaba a la espalda.
Descubrí que mi miedo también era como una mochila
pero más pesada y dolorosa que la otra, la de tela.
Tras pasar 4 años en una silla de ruedas y con muletas,
mis piernas protestaban,
porque no estaban habituadas a caminar.
Además, ¡yo siempre he sido marinero!
Marinero hecho en el mar,
en el azul y gris del mar.
Ese mar generoso que a veces da,
que a veces lo quita todo
y que sin embargo yo sigo queriendo.
Allí, entre los robles y hayas de los Pirineos,
todo era muy distinto.
Aunque a veces también era un poco
como el mar que yo conocía.
Por ejemplo, bajo la luz del atardecer,
el bosque parecía un océano verde disfrazado de hojas.
Las aves eran muy distintas.
En el barco, a menudo soñaba con ser una gaviota
ligera como el viento y juguetona.
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En aquel momento, cerca ya de Roncesvalles,
escuché el canto de un ruiseñor
que me miraba.
¡Cantaba para mí!
Nunca fui muy buen cantante.
En el barco, Pavlov intentó enseñarme algunas canciones,
pero siempre me daba vergüenza.
Ahora, mientras escuchaba al ruiseñor,
imaginé que aquél pájaro era yo.
Sin ninguna vergüenza, cantando a la alegría,
y volando por encima de todas las penas.
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EL DOLOR
Llegué jadeando al refugio de Roncesvalles.
Casi a rastras.
Me dolía mucho el pie izquierdo.
Antes de comenzar el Camino,
procuré informarme para saber qué hacer y qué no.
Por ejemplo, me dijeron que no llevara zapatillas nuevas.
¡Me puse las más viejas!
Y cumplí a rajatabla cada consejo.
Pero yo seguía siendo marinero, no caminante de tierra.
Tal vez por eso me dolía tanto el pie.
Un solo día caminando, ¡uno solo!,
y ya estaba reventado.
Tenía que calmarme
e intentar dormir un poco.
En el dormitorio del refugio había una docena de personas.
Escogí la esquina más apartada
para no tener que hablar con nadie.
Estuve dando vueltas en la cama, sin poder dormir.
Mi miedo no me dejaba en paz.
A rajatabla:
por completo.
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Me di cuenta de que me faltaba
el abrazo de mi compañera Rosa,
y sentir entre mis dedos su pelo largo y negro.
Después del naufragio,
solo ella conseguía serenarme.
Pero Rosa no estaba allí, en el refugio de Roncesvalles.
En el dormitorio había mucha gente,
y además parecía que se disputaba un concurso de ronquidos.
A veces era como dormir con hipopótamos
más que con seres humanos
¡Menudos ronquidos!
Me dolía.
Me dolía el pie izquierdo.
No era más que el comienzo,
y ni siquiera podía apoyar bien el pie.
No podía rendirme.
Por Rosa y por Nadia.
Por todos mis amigos ahogados.
Por mí.
La mañana llegó antes de que me diera cuenta.
—No voy a rendirme —susurré de nuevo—.
No puedo rendirme.
24
KEMEN
Al tercer día, por la tarde,
estuve a punto de abandonar el viaje.
Solo 3 jornadas y no podía más.
Mis piernas se habían fortalecido,
pero tenía los pies en carne viva.
Llegué a una curiosa ermita llamada Eunate,
y me senté bajo su extraño pórtico
incapaz de seguir adelante.
No podría llegar al siguiente pueblo, Puente la Reina,
antes del anochecer.
La ermita tenía un patio rodeado de arcos.
Vi a un joven a unos metros de mí.
Era delgado y larguirucho, con el pelo muy corto.
Sonreía.
Tras saludarnos sin palabras,
permanecimos un buen rato en silencio.
En carne viva:
sin piel,
a causa de una herida o quemadura.
Ermita:
pequeño santuario,
generalmente fuera de los pueblos.
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Me quité las zapatillas.
Se me escapó un gemido de dolor.
Tenía una ampolla enorme en el talón izquierdo
y dos más en cada dedo gordo del pie.
El joven se levantó sin decir nada.
Fue hacia el prado y cortó un trozo de una planta.
Vino a mi lado.
—Es aloe —me explicó—. Ponlo sobre las ampollas.
Te aliviará un poco el dolor.
No tenía nada mejor,
así que le hice caso.
El dolor disminuyó al momento.
—Gracias —le dije al joven—. Me llamo Ulises.
—Curioso nombre —me respondió el joven con una sonrisa—.
Yo soy Kemen.
Así conocí a Kemen,
el chaval que siempre sonreía.
Kemen:
en vasco significa “energía” o “valor”.
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