Luis Palacios, S.J. [Seleccione la fecha] CORDURA DE JESUS

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CORDURA DE JESUS
Marcos 3:20-21, sábado, enero 23 de 2016
Las enfermedades mentales eran causadas por demonios, pensaban los judíos. Hoy conocemos más
sobre ellas pero no así en la época de Jesús. Desde la epilepsia hasta la tartamudez son atribuidas al
demonio. En el evangelio de hoy se dice que los parientes de Jesús fueron a buscarlo cuando estaba en
plena vida pública porque lo creían “fuera de sí” que tiene diferentes traducciones como loco, exaltado,
“perdido el juicio”, enajenado, IN FUROREM VERSUS EST (Vulgata). Ninguna de ellas es halagüeña.
Es el equivalente a cuando dicen de Jesús que tiene un demonio (Jn 7:20); o cuando dicen que cura con
el poder de Belzeebul (Lc 11:15); o cuando el mismo Herodes se burla de Jesús como de loco (Lc
23:11). La gente "bien", los "hombres de Dios" de la época no se comportaban así. Era un escándalo
atreverse a afirmar que los pecadores, y hasta las prostitutas, eran mejor vistos por Dios que los piadosos
fariseos. No es pues de extrañar que pensaran que los actos y palabras de Jesús se debieran a que lo
poseía un espíritu impuro (Mc 3:30). Igual se decía de Juan el Bautista por su vida austera.
Naturalmente que el demonio en los evangelios sufre un reacomodo pues también Jesús cuando
reprende a Pedro lo llama satanás, además de que es satanás quien tienta a Jesús en Marcos, Mateo y
Lucas luego del bautismo. Para la religión judía de la época el Dios que decía revelar Jesús era
ciertamente extraño, cercano a falto de razón. Era como un padre inconsecuente que abraza y perdona
al hijo pródigo que vuelve a casa después de haber malgastado la fortuna familiar, sin exigirle ni
siquiera unas promesas de arrepentimiento y corrección. Un Dios extraño que perdona a la mujer
adúltera sin exigirle primero mil penitencias y promesas de enmienda. Es un Dios contrario a la religión
oficial, pues no acepta al fariseo que llena su vida con piedades, limosnas y rezos, pero en cambio
declara salvado al gentil publicano que, lleno de vergüenzas y a distancia, se atrevía a pedir compasión
con la lista de sus propias miserias. Hoy lo expresamos, de una manera que escapa igualmente a la
racionalidad, diciendo que es el Dios del amor. Un amor ciertamente especial que algunos teólogos
llamaron manikós eros, amor loco de Dios por el hombre. El mismo Agustín de Hipona llegó a escribir:
«Considérate loco y serás sabio». Jesús es descrito como libre ante parientes, oponentes y discípulos.
Nadie consigue desviarlo de su propósito de obedecer la voluntad del Padre por extraña que parezca. Es
libre ante los integrantes de su “clan familiar”, quienes lo buscan por creerlo fuera de sí y luego cuando
alegan algún derecho sobre él con la cortante respuesta: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi
hermano y mi hermana y mi madre» (Mc 3:35). Las acusaciones denigrantes de Jesús son variadas. Lo
acusan, además de fuera de sí, de falso profeta, de impostor, de subversivo, de poseso, de blasfemo. Esta
última acusación da pie para la condena final en el Sanedrín. Pero estos aspectos de Jesús, que quedaron
registrados en la comunidad y en los evangelios que produjo, encuentran su sentido de revelación en
escritos como los de Pablo. Así dice: «Nosotros somos los locos de Cristo... Pasamos hambre y sed,
falta de ropa y malos tratos... Trabajamos con nuestras manos hasta cansarnos. La gente nos insulta y
los bendecimos, nos persiguen y todo lo soportamos, nos calumnian y entregamos palabras de consuelo.
Hemos llegado a ser como la basura del mundo, como el desecho de todos hasta el momento» (1 Cr
4:10-13). El seguidor de Jesús tiene que prepararse para enfrentar los mismos malentendidos que
Luis Palacios, S.J. [Seleccione la fecha] endilgaron a Jesús. Pablo dice igualmente del evangelio que es necedad para los judíos y locura para los
griegos. Toda una corriente espiritual, especialmente en la iglesia Ortodoxa se deriva de la espiritualidad
de los “locos por Cristo” con su propio santoral1. Estos locos por Cristo eran los que se atrevían a
denunciar las injusticias de los zares y otros altos oficiales rusos en nombre de Cristo. En Occidente
quizás el caso más claro es el de Francisco de Asís. No fue sólo el pueblo cristiano le gritaba ¡el loco! al
encontrarse con él, sino que el mismo santo de Asís veía en esta locura su vocación. Por eso en el
Capítulo de Nattes gritó a algunos hermanos prudentes: «No quiero que me habléis de otra Regia, ya
sea la de san Agustín, la de San Bernardo o la de San Benito. El Señor me ha revelado que quería que
fuese un nuevo loco en el mundo. Él, el Señor, no ha querido conducirme por otro camino, más que por
éste». Ciertamente si Jesús no hubiera sido el primero en ser tenido por loco de amor, el camino de esta
locura nos estaría prohibido. Ahora nos abre nuevas posibilidades de seguimiento. El Vaticano II afirma
«que el mundo no puede ser transformado y ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas»
que va en una línea muy distinta del mundo contemporáneo. Sin entrar en conflicto con las culturas y las
civilizaciones actuales no es posible predicar la plenitud del evangelio. Una plenitud que pasa por la
cruz. Tal vez, sólo este anonadamiento incomprensible de una persona divina en la cruz puede
convencer al hombre del amor loco que Dios le tiene y de la locura con que es capaz de amar el ser
humano. Los parientes, que literalmente dice en griego los que «le pertenecen», no son los mismos que
«los que le rodean»; o mejor, los seguidores que le están estrechamente ligados se diferencian de los
deudos de su familia o clan. Parecería que Jesús se repliega a su tierra para formar a los suyos, a su
nueva familia ampliada. Aunque en parte tampoco éstos entienden bien a Jesús, la incomprensión, juicio
duro y el desconocimiento de la persona de Jesús por parte de sus deudos es lo que resalta el evangelio.
En su visión de la familia judía, que era igualmente ampliada y no reducible a la familia moderna,
pretenden encerrarle en casa, pensando tal vez en el buen nombre de la misma familia. No comprenden
que un hombre, conocido y emparentado con ellos, pueda estar completamente lleno de la causa de Dios
y entregado por completo a su servicio. Es una postura similar a la de los habitantes de Nazaret: «¿No es
éste el artesano, el hijo de María, y hermano de Santiago y de José, de Judas y de Simón? ¿Y no viven
sus hermanas aquí entre nosotros?» (Mc 6:3). Bueno, si Jesús cupiera en la razón humana o en las
tradiciones judías no habría novedad en la revelación. Algunos asimilan a la locura el estado que alcanza
el místico. Ambas palabras locura y “extasis” se relacionan tanto en la etimología como en lo que
describen. Ambas indican un estado que va más allá de lo puramente racional. La cercanía lingüística
nos sugiera cómo un estado puede parecer simultáneamente irracional para un observador externo y
visionario para quien lo experimenta. El éxtasis puede venir por admiración, sorpresa o entusiasmo ante
algo. Unos treinta años de vida oculta, sin estudio con rabinos, y de repente comenzar su obra de
predicación y de curaciones, no dejaba de ser sorprendente, más aún para sus parientes. La presencia de
María la engrandece. Una madre está junto a su hijo sea cual sea el concepto que se tenga de él.
1
Se llaman los Yorodivy y cuenta entre sus seguidores a San Simeón el Loco, santa Xenia la Loca, san Marcos el Loco, en
total 36 santos “locos por Cristo”. Denuncian la “cordura” del mundo como alejada del evangelio.
Luis Palacios, S.J. [Seleccione la fecha] 
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