DECRETO Nº 1013/02

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Responsabilidad Civil Docente - Jurisprudencia
CONTRATO DE ENSEÑANZA. Responsabilidad
contractual. Obligación tácita de seguridad a
cargo de los establecimientos educativos.
Negligencia en la supervisión. Obligación de
resultado. Lesiones físicas sufridas por los
alumnos durante el horario escolar R. 326757
"G.
Irene
c/Instituto
San
Roberto
Arzobispado de Buenos Aires y otros s/Cobro
de sumas de dinero" - CNCIV - SALA H 30/04/2002
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Dr. Fernando Carlos IBAÑEZ
Docente – Abogado
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RESUMEN:
"Cabe partir de la idea de que la obligación tácita
de seguridad ínsita en el contrato de enseñanza
es una obligación de resultados, por tanto no es
dable exigir a la parte actora la prueba de la
culpa. Simplemente, acreditado el incumplimiento
de esa obligación, o sea que el menor no regresó
sano y salvo a su hogar, debe responder el
deudor salvo que demuestre que el daño se
produjo por caso fortuito o por el hecho de la
víctima o de un tercero que no debe asumir.
La responsabilidad de los maestros a cuyo cargo
inmediato se hallan los alumnos por la custodia
de éstos, encuentra un mayor justificativo en el
caso del desplazamiento de estudiantes fuera del
recinto donde extienden su control las autoridades
de la escuela.
Teniendo en cuenta el concepto suministrado por
el Art. 514 del Código civil, necesario es concluir
que la caída de un niño en un jardín de infantes
es el hecho más previsible que
puede
concebirse, como también lo es que una caída de
esas características pueda traer
aparejadas
consecuencias en la salud de la criatura."
TEXTO COMPLETO
En Buenos Aires, a 30 días del mes de abril del
año 2002, hallándose reunidos los señores
Jueces integrantes de la Sala "H" de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil de la Capital
Federal, a los efectos de dictar sentencia en los
autos: "G. Irene c/Instituto San
Roberto
Arzobispado de Buenos Aires y otros s/Cobro de
sumas de dinero" y habiendo acordado seguir en
la deliberación y voto el orden de sorteo de
estudio, el Dr. Kiper dijo:
I. Contra la sentencia dictada a fs. 506/518,
apelaron la actora, la demandada y el Señor
Defensor de Menores, expresando agravios la
primera a fs. 556/557, la segunda a fs. 549/554, y
el Señor Defensor de Menores de Cámara a fs.
575/576. Corridos los traslados, son contestados
1
respectivamente a fs. 569/570;; 571/572 y 579/
vta.//
II. Son agravios de la actora el monto
indemnizatorio que se establece en concepto de
daño moral, el que encuentra exiguo y solicita,
por ende, su elevación en esta instancia.
Por su parte, la demandada se agravia de la
atribución de responsabilidad que estableció el
anterior sentenciante. Por los fundamentos que
expone en su expresión de agravios, solicita que
se revoque la sentencia en recurso y se le exima
de la responsabilidad en la producción del evento
dañoso motivo de estas actuaciones. En subsidio,
critica también, lo resuelto con relación a los
montos de condena, encontrando elevados
aquellos que se disponen para resarcir el daño
físico, el tratamiento psicológico, los gastos
médicos y farmacológicos y el daño moral, por lo
que solicita su reducción en esta instancia.
A su turno, el Señor Defensor de Menores de
Cámara adhiere a las quejas vertidas por la
actora. Entiende que el monto establecido por el
sentenciante como indemnización para su
representado, H. Federico G., en concepto de
daño moral no resulta suficiente para cumplir con
la finalidad de la reparación justa.
III. Definido el límite de los agravios corresponde
inicialmente examinar la queja del accionado, en
relación a la responsabilidad que se le atribuye.
El
magistrado
preopinante,
en
su
pronunciamiento, entendió que por haber ocurrido
el hecho y la traba de la litis con anterioridad a la
entrada en vigencia de la ley 24.830 - 7/7/97-, de
conformidad con lo que establece el art. 3° del
Código Civil, el caso quedó situado bajo las
prescripciones contenidas en el art. 1117 en su
redacción original. También juzgó que por existir
un contrato de enseñanza celebrado entre la
representante legal del menor y la institución
educativa, el tema debía resolverse en la órbita de
la responsabilidad contractual. En este marco
atribuye responsabilidad al Instituto accionado,
por el incumplimiento de la obligación tácita de
seguridad que el mismo tenía respecto del
menor, frente al cual no acreditó la existencia de
alguna de las causales de exoneración - fs. 512 -.
El apelante - fs. 549 -, cuestiona el encuadre legal
dado al caso; incluso de manera expresa no
acepta que sobre su institución pesaba una
obligación tácita de seguridad respecto del menor
- fs. 551 -. Su queja se basa en el alcance que el
fallo dio a la mencionada
obligación que,
entiende, es una transferencia de la guarda
otorgada por los padres cuyo ejercicio debe
hacerse analizando criterios de razonabilidad, no
pudiendo exigirle más de lo que las normas
indican. Además, considera que de su parte no
hubo culpa y que se
omitió ponderar la
responsabilidad de conformidad con la disposición
normativa del art. 514 del C. Civil, cuando define
el caso fortuito como el que no ha podido
preverse o que previsto, no ha podido evitarse.
Analizaré estos agravios en el orden en que han
sido expuestos.
Disponía el art. 1117 del Código Civil que lo
establecido respecto de los padres rige
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igualmente para los directores de colegios,
maestros artesanos, por el daño causado por sus
alumnos mayores de diez años, siendo exentos
de toda responsabilidad si probaren que no lo
pudieron impedir con la autoridad que su calidad
le confería y con el cuidado que era su deber
poner.
Naturalmente esta disposición aludía a los daños
que sufre un tercero, por ejemplo, otro alumno,
no así cuando los sufre el propio menor. Se decía
que en este supuesto podía
existir
responsabilidad del director o maestro, pero la
misma no derivaba de la presunción
de
culpabilidad del art. 1117, sino de los principios
generales sobre responsabilidad (Conf. BelluscioZannoni, Código Civil Comentado, Tomo 5, p.
636; Salvat-Acuña Anzorena,
Fuente de las
Obligaciones, Tomo IV, p. 176)).
La ley 24.830 ha modificado el citado art. 1117, de
modo que en la actualidad los propietarios de
establecimientos educativos privados o estatales
serán responsables por los daños causados o
sufridos por sus alumnos menores cuando se
hallen bajo el control de la autoridad educativa,
salvo que probaren el caso fortuito. Ahora bien,
dado que la citada ley data de julio de 1997, el
presente caso debe ser juzgado a la luz de la
normativa anterior, al haber ocurrido el hecho en
noviembre de 1994. En efecto, el art. 3 del Código
civil dispone que a partir de la entrada en
vigencia, las leyes se aplicarán aún a las
consecuencias de las
relaciones jurídicas
existentes. Mas las consecuencias gobernadas
por las nuevas leyes que se dicten, son las
derivaciones de hecho que reconocen su causa
eficiente en esos antecedentes, y no a las
consecuencias jurídicas que la ley nueva atribuye
a los hechos pasados, o derivaciones fácticas ya
producidas al tiempo de su sanción (conf.
Llambías, Jorge, Parte General, Tomo I, pág. 144
y nota 68 bis).
Descartada la aplicación del art. 1117 tanto en su
redacción original como actual, debo destacar,
ante todo, que no estamos en presencia de un
supuesto de responsabilidad aquiliana, sino de
responsabilidad contractual. En efecto, la actora y
la entidad demandada estaban ligadas por un
contrato oneroso de enseñanza. Existió, por tanto,
un convenio en el que la obligación principal era
la de impartir instrucción preescolar al menor con
los alcances de los fines y objetivos tenidos en
miras por las partes. Pero, además, debe
considerarse incluido en el acuerdo una
obligación accesoria de seguridad tácita que
evidencia en el plano contractual el principio de
"naeminem laedere" de la responsabilidad
aquiliana y que encuentra su sustento en el
principio de la buena fe contractual (CNCiv., Sala
"B", in re "García Saiz, Gustavo Adolfo y Otro c/
Escuela Argentina Modelo S.R.L. s/ Daños y
Perjuicios-sumario", R.. 318.316, del 25-9-01).
Debe prescindirse, entonces, de la aplicación de
las
normas
sobre
responsabilidad
extracontractual, en las que se funda la demanda.
Así, cuando se trata de sustentar la pretensión en
las disposiciones que rigen esta última
responsabilidad, existe consenso en el sentido de
que debe estarse a los hechos invocados y no al
2
derecho mencionado, por lo que el juzgador en
función del principio "juria novit curia" debe decidir
en cuál de los dos regímenes de responsabilidad
- contractual o extracontractual - corresponde
encuadrar al
caso. Así, cuando el hecho
configure un modo de incumplimiento de la
obligación asumida por una de las partes, el
reclamo resarcitorio de la otra queda al margen de
la responsabilidad referida en segundo término
(Conf.
Belluscio-Zannoni,
"Código
Civil
Comentado, Anotado y Concordado", Tomo 5,
pág, 332; Llambías, Jorge, "Código Civil
Anotado", TomoII-B, pág. 417).
En este sentido, cabe destacar que, la parte
actora, víctima de un daño, no puede optar por el
sistema que considere más conveniente, mas
tampoco
puede
actuar
con
ambas
responsabilidades, ya que éstas no pueden ser
acumuladas (Conf. CNCiv., Sala B, autos ya
citados). En tales condiciones, determinado el
encuadre normativo aplicable al caso, es
necesario examinar cuál es la naturaleza de la
obligación tomada para sí por el establecimiento
de enseñanza demandado. Como es sabido, de
acuerdo a la ya tradicional clasificación de las
obligaciones, en obligaciones de medio y de
resultado, existen divergencias doctrinarias y
jurisprudenciales en cuanto a situar en una, u otra
categoría, a la admitida por los institutos de
enseñanza.
En la designada obligación de resultado, el
deudor asume el compromiso de conseguir un
objetivo o efecto determinado, que es en
definitiva, el resultado que espera obtener el
acreedor (conf. Llambías, Jorge, "Obligaciones",
Tomo I, pág. 209). En ella, la conducta está
absorbida por el resultado y se agota con la
obtención del mismo, de modo que como lo que
el deudor debe es el resultado y no la conducta en
sí misma, es indiferente para determinar su
responsabilidad que él no hubiese incurrido en
culpa (conf. Bustamante Alsina, Jorge, "Prueba
de la culpa", en L.L. 99-892).
Así, se ha señalado con acierto que el
transportador es responsable por el daño que
sufran los pasajeros durante el transporte, en
razón del deber de seguridad que le impone el
contrato, en virtud del cual debe conducir a la
persona sana y salva al lugar convenido. Y si
algún daño sufre durante el acarreo, nace la
obligación de indemnizarla por parte del
porteador, sin que pueda exonerarse alegando y
probando que no hubo culpa de su parte o de sus
dependientes o subordinados (conf. Bustamante
Alsina,
Jorge,
"Teoría
General
de
la
Responsabilidad Civil", pág. 319).
En las obligaciones de medios, en cambio, si bien
existe también la expectativa de un resultado,
éste no se identifica con la prestación del deudor,
quien se compromete únicamente a realizar la
conducta que normalmente conduce a obtener
ese resultado en forma correcta. Si no lo logra,
será necesario demostrar su culpa para hacerlo
responsable.
A su turno, el deudor, deberá acreditar que actuó
con razonable diligencia, o su ausencia de culpa,
con el propósito de intentar liberarse (Conf.
Mazeaud, Henri-León y Tunc, André, Tratado
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Teórico Práctico de la responsabilidad civil,
delictual y contractual, Tomo I, Vol. I, p. 227).
Por principio, entonces no resulta aceptable que
la institución de enseñanza y los padres que
celebran un contrato en tal sentido no tengan en
mente que existe, a cargo de la primera, una
obligación de velar con toda diligencia por la
seguridad material y moral de los alumnos.
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Conviene aclarar que, según una corriente, esta
obligación de seguridad es obligación de medios,
pues el instituto de enseñanza no garantiza como
resultado que los alumnos serán devueltos a sus
padres sanos y salvos. Tiene sólo el deber de
proporcionar todos los medios adecuados para
que el alumno no sufra ningún daño, como ser
instalaciones adecuadas cuyo uso no comporte
riesgos, la presencia de personal idóneo en el
cuidado y vigilancia de los menores, etc (Conf.
Bustamante Alsina, Jorge, Responsabilidad civil
de los establecimientos de enseñanza, LL 1984B-74). En análogo sentido se ha expresado que el
establecimiento educativo se obliga a tomar las
razonables medidas de vigilancia necesarias para
evitar a los alumnos los daños que las
circunstancias hagan previsibles. No es posible
entender que quien se obliga a vigilar niños
ajenos cuyas costumbres muchas
veces
desconoce, piense asumir la garantía de
restituirlos a sus padres sanos y salvos (conf.
Salinas, op. cit., p. 1364).
Contra las opiniones señaladas precedentemente
se ha sostenido que las obligaciones de un
establecimiento educativo no se reducen a prestar
educación en horarios determinados y
por
diseños curriculares aprobados y establecidos,
sino que abarcan también la obligación
de
seguridad, vigente en el plano contractual y
extracontractual, que comprende el deber de
asegurar la integridad del menor a través del
cuidado y vigilancia durante la guarda y su
devolución sano y salvo a sus progenitores
(CNCiv., Sala L, 13/12/96, LL 1997 -C-765).
Consecuentemente, mientras el menor se
encuentra en el colegio, por haberse desplazado
circunstancialmente la guarda material del hijo
que ejercen los padres, la vigilancia y su cuidado
está a cargo del establecimiento educacional a
través de sus autoridades. Y si se producen
daños hay que pensar en la ausencia o
deficiencia de vigilancia justamente en un lugar al
que los padres remiten a sus hijos para que se los
vigile o controle (CNCiv., esta Sala, 7-9-94, ED
166-72, íd. Sala K, 27-8-98, LL 199-F-97).
Es evidente entonces que, no puede excluirse del
contrato de educación la vigilancia debida y
menos aún la seguridad como resultado, pues el
educando debe salir del instituto o del lugar
3
donde se lo educa en perfectas condiciones, tanto
físicas como morales, ya que los representantes
legales no deben asumir aquellos riesgos que
suelen presentarse cuando
colocan a sus
representados en un establecimiento escolar. Al
alumno se lo debe proteger en todo sentido, y
más si se lo está educando (conf. Sagarna,
Fernando Alfredo, Responsabilidad civil de los
docentes y de los institutos de enseñanza, p. 51).
A mi modo de ver, un aspecto que juzgo de un
importante valor para la ponderación del caso,
cuya trascendencia va más allá del ámbito
familiar, es que en el presente no se trata de
cualquier acuerdo de voluntades, no se discute el
daño sufrido por el acreedor en sus mercaderías
o en su automóvil; se trata de un contrato de
enseñanza, durante cuya vigencia ocurrió un
accidente que le ocasionó al menor de cinco
años, H. Federico G., fractura supra condilea del
húmero derecho y traumatismo de codo derecho
entre otras contusiones. Esta
circunstancia
influye necesariamente en el tratamiento y
solución del caso.
En este entendimiento, se ha dicho que
difícilmente puede creerse que la finalidad tenida
en mira por las partes al contratar resultará
satisfecha en lo que atañe a la preservación de la
integridad física de los educandos, si el objeto de
la obligación se reduce a poner
diligencia.
¿Acaso padre alguno admitiría sólo la promesa de
"poner diligencia" en el cuidado de la salud y la
vida de sus hijos?. Cuando los padres confían sus
hijos a
instituciones recomendadas para su
educación y guarda, sólo una vigilancia activa,
eficaz, es lo esperable, pues media en el caso la
relación especial de confianza a que se refiere el
art. 909, Cód. Civil, así como el deber de impedir
que aquéllos se dañen, no pudiendo considerarse
que el comportamiento de aquellos cuya vigilancia
y educación se les encomienda, sea tenido por
imprevisible o inevitable, desde que cuentan para
evitarlos con la autoridad que esa calidad les
confería (CNCiv., Sala I, "Ibarra Guereño de
Atencio, Aurelia c/Parodi Combustibles S.A. y
otros" del 25/11/91 en JA, 1993-II,42).
La ley delega en directores de colegio y maestros
artesanos una parte de la autoridad suficiente,
para mantener a los menores que se encuentran
bajo su vigilancia en los límites de circunspección
y del deber; y de ahí que queden sometidos a las
responsabilidades
consiguientes que tal
autoridad comporta (conf. Cazeaux, Pedro - Trigo
Represas, Félix "Derecho de las obligaciones",
Librería Editora Platense, 1969, 2da. ed.,
1ra.reimpresión, 1981, T.4, pág. 562).
Sucede que la escuela es, junto con la familia, la
institución social que mayores repercusiones
tiene para el niño, tanto en los fines explícitos que
persigue expresados en el currículum académico
como en otros no planificados, lo que se ha dado
en llamar currículum oculto, la escuela será
determinante para el desarrollo cognitivo y social
del niño y, por lo tanto, para el curso posterior de
su vida. No solo interviene en la transmisión del
saber científico culturalmente organizado, sino
que influye en todos los aspectos relativos a los
procesos de socialización e individualización del
niño, como son el desarrollo de las relaciones
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afectivas, la habilidad para participar en
situaciones sociales, la adquisición de destrezas
relacionadas con la competencia comunicativa, el
desarrollo del
rol sexual, de las conductas
prosociales y de la propia identidad personal autoconcepto, autoestima, autonomía- (Jesús
Palacios, Alvaro Marchesi, César Coll, "Desarrollo
psicológico y educación, Psicología evolutiva.
Compilación"Relaciones
sociales:
Familia,
escuela, compañeros. Años escolares, Alianza
Psicología, Madrid, 1990 8va. reimpresión, 1994,
págs. 289/290; C.N.Civ., esta Sala, in re "Lyons,
Rita Diana c/ Asociación Civil Colegio San Marcos
(St. Mark's School) y otro s/ Ds y Perj.", Expte. n°
187.454 del 21-6- 96, Juzg. 32).
En este orden de ideas, cabe partir de la idea de
que la obligación tácita de seguridad ínsita en el
contrato de enseñanza es una obligación de
resultados, por tanto no es dable exigir a la parte
actora la prueba de la culpa. Simplemente,
acreditado el incumplimiento de esa obligación, o
sea que el menor no regresó sano y salvo a su
hogar, debe responder el deudor salvo que
demuestre que el daño se produjo por caso
fortuito o por el hecho de la víctima o de un
tercero que no debe asumir.
En el caso, es incuestionable que la demandada
no cumplió con su obligación de seguridad y lejos
estuvo de probar la presencia de algunas de las
causales de exoneración, que ni siquiera ha
invocado.
Pues bien, el menor H. Federico G., de 5 años de
edad al momento del accidente (v. Fs. 9),
concurrió junto con otros alumnos de preescolar
del Instituto San Roberto, al campo de deportes
que la entidad escolar posee denominado "Cura
Brochero", a fin de efectuar la práctica deportiva
de los días martes y viernes. A cargo del grupo de
escolares se
encontraba la Sra. Canda,
dependiente de la institución - docente de la sala
de niños de 5
años de edad -, quién en
oportunidad de declarar como testigo - fs. 412 -,
manifestó que el hecho "...sucedió en la salida
del campo de deportes que se encuentra a una
cuadra del Instituto, sobre la calle Bolivia, estaba
saliendo el menor y estaba jugando y se cayó solo
en el patio del lugar, esto lo sé porque yo estaba
justamente mirándolo, estábamos saliendo y yo
los estaba formando para salir. Se levantó y se
acerca llorando diciéndome que le dolía el brazo.
Ante el dolor mandamos a uno de los maestros a
notificar a la Escuela y lo llevaron al Hospital
Alvarez, no sé quien lo llevó." También señaló
que, "...el menor salió de la formación y se fue a
jugar solo, se acercó a unas gomas que estaban
en el piso, tropezó con una de éstas y cayó solo,
porque era el único niño que estaba allí, los
demás estaban formados en tren para salir. En el
lugar estaban una docente, el profesor de
Educación Física y...", la testigo, "... a cargo de
las salas de 4 y 5 años ..."; continuando con lo
ocurrido la Sra. Canda afirmó "...el día del hecho,
las gomas estaban ordenadas...Federico agarró
una y se tropezó, puede ser que la haya
desplazado un poco a la goma de las otras, pero
no mucho porque fue muy poco el tiempo que
pasó desde que la agarró hasta que tropezó...".
4
Lo expuesto permite afirmar que la presencia de
los docentes no fue efectiva, pues si un niño de 5
años se desplaza de la fila, y corre hasta un lugar
no permitido, alguno de los maestros presentes tres según la testigo - debió acercarse
inmediatamente a él y conducirlo a su sitio, sobre
todo
considerando
que
no
se
estaba
desarrollando ninguna actividad pedagógica con
los elementos que atrajeron la atención de H.
Federico. Esta circunstancia por sí misma
demuestra negligencia en la supervisión y
atención de los
pequeños confiados a la
Institución. Como sostuve en un caso anterior, la
responsabilidad de los maestros a cuyo cargo
inmediato se hallan los alumnos por la custodia de
éstos, encuentra un mayor justificativo en el caso
del desplazamiento de estudiantes fuera del
recinto donde extienden su control las autoridades
de la escuela. No hay que olvidar que la
influencia moral o anímica de la sola presencia del
maestro puede imponer compostura a su pupilo,
inhibiendo
o
morigerando
la
conducta
indisciplinada, y en tal medida evitarse un acto
imprudente ("Avilán, H. M. y otro c/Quilmes SA.
Expreso y otros s/Daños y Perjuicios", Expte.
154.283, del 25/4/95).
Teniendo en cuenta el concepto suministrado por
el art. 514 del Código civil, necesario es concluir
que la caída de un niño en un jardín de infantes
es el hecho más previsible que
puede
concebirse, como también lo es que una caída de
esas características pueda traer
aparejadas
consecuencias en la salud de la criatura.
Por lo expresado precedentemente, y no
encontrando razones para apartarme de lo
decidido por el Juez de la anterior instancia en
materia de responsabilidad y haciendo debido
mérito de la prueba reproducida en autos
conforme los principios de la sana crítica - art.
386 del C.P.C.C. -, propongo al acuerdo confirmar
la sentencia en recurso en este aspecto de la
cuestión.IV. En primer lugar, encuentro que el recurso de la
parte demandada que considera elevadas las
sumas fijadas por el primer sentenciante en lo que
concierne al daño físico- psíquico, los gastos
médicos, de farmacia y transporte y el daño moral
se encuentra
desierto. Sus argumentos no
constituyen una crítica concreta y razonada de las
partes del
fallo que la apelante considera
equivocadas (art. 265 del Cód. Proc.).
En efecto, cabe decir que por expresión de
agravios se entiende el acto procesal mediante el
cual el recurrente fundamenta la apelación
refutando total o parcialmente las conclusiones
establecidas en la sentencia, respecto a la
apreciación de los hechos y valoración de las
pruebas, o a la aplicación de las normas jurídicas.
(Palacio, Derecho Procesal, V, pág. 266, Nº 599).
Alsina señala que "Por expresión de agravios se
entiende el escrito en el cual el apelante examina
los fundamentos de la sentencia y concreta los
errores que a su juicio ella contiene, de los cuales
derivan los agravios que reclama" (Derecho
Procesal, Tº IV, pág. 389). Fenochietto-Arazi
refieren que: "Constituye un acto de impugnación
destinado específicamente a criticar la sentencia
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recurrida, con el fin de obtener su revocación o
modificación parcial por el tribunal". (Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación, Tº I, pág.
939).
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Se ha dicho con relación al contenido de la
expresión de agravios que "debe contener una
crítica concreta y razonada de las partes del fallo
que se consideran equivocadas no bastando las
simples generalizaciones ni las apreciaciones
meramente subjetivas que
demuestren un
enfoque diferente del otorgado por el juzgador.
Tampoco se cumple con las
recordadas
exigencias cuando el apelante manifiesta mera
disconformidad con el fallo de primera instancia,
que considera injusto, más sin suministrar
argumentos jurídicos que fundan un punto de
vista diferente reiterando alegaciones ya
efectuadas y examinadas por el a quo (CNCiv.,
Sala F, 14/2/85, L.L., 1985-C-644, 36.876-S);
asimismo se ha señalado que "La expresión de
agravios no es una simple fórmula carente de
sentido y, para que cumpla su finalidad, debe
constituir una exposición jurídica que contenga el
análisis serio, razonado y crítico de la sentencia
apelada para demostrar que es errónea, injusta o
contraria a derecho. Deben precisarse así, punto
por punto, los errores, las omisiones y demás
deficiencias que se le atribuyen al fallo. Las
afirmaciones genéricas y las impugnaciones de
orden general no reúnen los requisitos mínimos
indispensables para mantener la apelación. No
constituye así una verdadera expresión de
agravios el escrito que sólo contiene simples
afirmaciones dogmáticas sin una verdadera crítica
de la sentencia en recurso" (CNCiv., Sala C,
17/12/83, L.L., 1986-C-642, 36.868-S).
Consecuentemente como se infiere de las
opiniones doctrinarias y citas jurisprudenciales a
las cuales adhiero, la falta de cumplimiento de la
crítica concreta y razonada de los puntos del fallo
recurrido, traen como consecuencia la no apertura
de la alzada y consecuentemente la declaración
de deserción del recurso de apelación (conf. art.
266 del Código Procesal).
Obsérvese que la apelante expresa un mero
disenso con las sumas establecidas por el
juzgador, pero no rebate adecuadamente los
fundamentos jurídicos en que el sentenciante ha
sustentado sus conclusiones. Subrayo además
que, con relación al daño físico y psíquico, el juez
se apoyó en la pericia de fs. 440/446 en la que se
estima que el menor sufre una minusvalía en su
miembro superior derecho, con presencia de daño
neuronal leve, a nivel de los nervios mediano y
cubital con repercusión en su mano derecha y
siendo diestro, da lugar a una secuela que valora
en un 20% de la T.O.; considerando el
especialista que el niño debe realizar, a raíz de la
5
aludida limitación, una terapia de no menos de
dos años de duración, con una secuencia de dos
sesiones por semana.
Consecuentemente, por las razones expuestas y
como anticipé, propongo que se declare desierto
el recurso de apelación en virtud de lo que
establece el artículo 266 del Código Procesal.V. También cuestiona la parte actora y el Sr.
Defensor de Menores de Cámara la cantidad
establecida para reparar el "daño moral". Se ha
sostenido con frecuencia que el daño moral es
una modificación disvaliosa del espíritu en el
desenvolvimiento de su capacidad de entender,
querer o sentir, que se traduce en un modo de
estar de la persona diferente de aquél en que se
hallaba antes del hecho, como consecuencia de
éste y anímicamente perjudicial (II Jornadas
Sanjuaninas de Derecho Civil, despacho de la
mayoría).
El dolor, la pena, la angustia, la inseguridad, etc.,
son sólo elementos que permiten la entidad
objetiva del daño moral padecido (conf. Pizarro,
"Valoración del daño moral", LL. 1986-E-831).
Para fijar su cuantía, el juzgador ha de sortear las
dificultades de imaginar el dolor que el evento
produjo en la esfera íntima del actor, y que no ha
experimentado por sí mismo, para
luego
transformarlo en una reparación en dinero que
compense el dolor y el trastorno espiritual sufrido;
motivos éstos por los que el magistrado, más que
en cualquier otro rubro, debe atenerse a una
prudente apreciación y a las características
particulares de la
causa (CNCiv., Sala "L",
Espinosa Jorge c/ Aerolíneas Argentinas, J.A.,
1993-I-13, del 30- 12-91).
Por su carácter espiritual, es difícil determinar la
dimensión económica como respuesta al daño
moral, sea cual fuere la naturaleza jurídica que se
le asigne. Su entidad se traduce en vivencias
personales del afectado y en general no se
exterioriza fácilmente. De ahí que resulte útil al
juzgador tener en cuenta algunas pautas que
pueden orientarle para intentar mensurar este
daño.
En este sentido, corresponde evaluar las
características de las lesiones sufridas, el modo
traumático en que se produjeron, los tratamientos
suministrados en su consecuencia, y las secuelas
físicas permanentes padecidas.
Las circunstancias del caso tienen una gran
significación para la determinación objetiva del
daño moral experimentado por el damnificado y,
al mismo tiempo, para facilitar una solución.
Deberán computarse, entre otros aspectos, la
personalidad de la víctima; si el damnificado es
directo indirecto;; la posible influencia del tiempo,
como factor coadyuvante para agravar o mitigar
el daño, y también la personalidad de quien lo
produjo, especialmente cuando pudiere tener
influencia sobre la intensidad objetiva del agravio
causado a la víctima (conf. Pizarro, ob. citada, LL
1986-E-831).
Esta Sala ha sostenido que, el daño moral tiene
condición autónoma y vigencia propia que se
asienta en aspectos presentes y futuros, propios
del dolor, la herida a los sentimientos,
los
padecimientos de toda índole que el mal acarrea,
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Responsabilidad Civil Docente - Jurisprudencia
las afecciones destruidas. Tiene por
ello,
configuración independiente de los detrimentos
patrimoniales y de subsistencia (conf. CNCiv.,
esta Sala, in re "Fioriti, Elvira c/ Maldonado,
Ramón y otros", del 14 de junio de 1996).
Son evidentes las angustias y afecciones que ha
sufrido el menor con motivo del suceso dada su
corta edad, en particular, el tratamiento quirúrgico,
colocación de yeso y prótesis, que debió padecer
con posterioridad al accidente (conf. pericia
médica de fs. 440/446).
Debe destacarse asimismo que con motivo del
accidente ocurrido en noviembre de 1994, el niño
padeció problemas en la extensión y flexión activa
de la muñeca, con indicación de una
rehabilitación, hasta diciembre de 1995, cuando
recuperó la movilidad completa del codo y buen
eje. Teniendo en cuenta ello, las condiciones
personales y familiares de la víctima que surgen
del incidente sobre beneficio de litigar sin gastos y
el tiempo necesario para su parcial recuperación,
considero que el monto fijado en la sentencia de
grado en concepto de resarcimiento por daño
moral resulta equitativo, por lo que propongo su
confirmación.
A mérito de las consideraciones expuestas,
propongo al acuerdo que se confirme la
sentencia apelada en cuanto ha sido materia de
apelación y agravios. Las costas de alzada se
imponen a la demandada sustancialmente
vencida- arts. 68 y 69 del CPCC -.
Los Dres. Giardulli y Gatzke Reinoso de Gauna,
por las consideraciones expuestas por el Dr.
Kiper, adhieren al voto que antecede. Con lo que
se dio por terminado el acto firmando los señores
Jueces por ante mí, que doy fe.-
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///nos Aires, 30 de abril de 2002. Y VISTO, lo
deliberado y conclusiones establecidas en el
acuerdo
transcripto
precedentemente
por
unanimidad de votos, el Tribunal decide:
Confirmar la sentencia apelada en cuanto ha sido
materia de apelación y agravios. Las costas de
alzada
se
imponen
a
la
demandada
sustancialmente vencida- arts. 68 y 69 del CPCC
-.
Difiérase la regulación de honorarios para una vez
establecidos los de la anterior instancia (art. 14
del arancel).//
Fdo. Jorge A. Giardulli, Elsa H. Gatzke Reinoso
de Gauna y Claudio M. Kiper.
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