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Redacción y Administración: Florida, l i , 3.° Jzgnierda. Apartado en Correos núm. 336.
-43-
Zrágica escena en un coriijo
Este grabado es reproducción, lo más aproximada posible,
^^eún datos que nos han proporcionado, del sangriento drama
desarrollado en el cortijo de Vacarizuela, término de Iruela,
cerca de Cazorla, en la provincia de Jaén, y del que reciente•Oente se ha ocupado la prensa.
La pareja de la Guardia civil constituida por el cabo Kicardo Nieto Cuevas y el guardia Pedro Motero Manjón, detuvieron á la caída de la noche, al cortijero Juan Padilla Cima" o (á) Bombacho y á su concubina, como presuntos autores
de Un robo; no pudiendo hacer entrega en el Juzgado, dadas la
hora de la detención y la distancia, y necesitando comprobir
ciertos extremos para fundamentar el atestado, viéronse obligados á pernoctar en el cortijo, con el fin de continuar l a
práctica de las demás diligencias á la madrugada siguiente.
^
Pero estos proyectos n o tuvieron realización. Inesperada- |
mente fueron sorprendidos por los culpables, quienes, aprove- \
chando el conocimiento de la casa, penetraron en la habitación ¡
reservada á la pareja, en la que se entabló una lucha horrible.
Herido traidora y mortalmente desde los primeros m o mentos el cabo Nieto, tuvo que combatir con inferioridad d e
medios el guardia solo, el cual, aunque herido también, salvó
la vida, haciendo perder la suya al cortijero y produciendo á
la amante de éste lesiones tales, que le causaron la muerte á
los dos días.
Rindiendo el debido tributo á la memoria del m a l o g r a d o
Nieto, y al arrojo y serenidad del guardia Motero, q u e r e m o s
que quede perpetua memoria del h e c h o , no sólo para triste
recuerdo, sino tambiéu para provechosa enseñanza.
,
MUSEO CRIMINAL
-U
€xiraordinarías
J^onsieur
entra
gerbois
cobra
en escena.
-
I." D E MARZO D E 1907
aventuras de un ladrón de alio copete
el millón,
y
Qanimard
Dos días después, M. Gerbois atravesaba los corredores
del Crédit Foncier. Introducido en el despacho del goberna»
dor, presenta el billete número 514, serie 23. El gobernador
le pregunta:
—¿Por fin? ¿Ya se lo han devuelto? ¿Tiene usted la carta del
comandante?
— Aquí está.
—Perfectamente. Deje usted el billete y la carta en depósito. Necesitamos quince días para la comprobación. Oportunamente le avisaremos el día que ha de presentarse á cobrar.
"La noticia de que Arsenio Lupin había tenido la audacia
de enviar á M. Gerbois el billete, fué acogida con gran estupefacción. Cierto que conservaba la hija en rehenes; pero, ¿y
si se escapaba?
La Policía, comprendiendo el punto débil del enemigo,
redobló sus esfuerzos. Reconquistando á Susana, Arsenio Lupin se habría rendido asimismo, no lograría pescar ni un céntimo d?l codiciado millón, y su derrota sería uu buen éxito
para la Policía.
Era preciso encontrar á Susana; pero ni se descabría rastro alguno, ni ella se escapaba. La cosa está bien clara, decían
los agentes: Arsenio gana la primera partida, pero la segunda
está más difícil. La hija de M. Gerbois está entre sus manos, y
él no la soltará sino por Jos 500.000 francos. Pero, ¿dónde va
á efectuarse el cambio? E s preciso que se citen en algún sitio,
y avisando entonces M, Gerbois á la Policía, llegamos y le restituímos su hija, sin que tenga necesidad de dar el medio
millón.
Se celebró una entrevista con el profesor, el cual, muy abatido, se mostró silencioso é impenetrable,
— Y o no tengo nada que decir: he depositado el billete, y
nada más.
— ¿Y su hija?
— Continuamos buscándola.
—Pero Arsenio Lupin le habrá escrito á usted. ¿Cuáles son
sus instrucciones?
— N o sé nada.
Se interroga á M. Detinan y se obtiene la misma reserva.
—Monsicur Lupin es mi cliente—responde—; comprendan
ustedes que tengo necesidad de guardar la más absoluta reserva.
Evidentemente, los planes se trataban ocultamente. Arsenio Lupia lo iba disponiendo, todo, mientras que la Policía organizaba alrededor de M. Gerbois una extremada vigilancia de
noche y día.
El martes 5 de junio, M. Gerbois recibe el aviso del Cré
dit Foncier, y el jueves, á la una, toma el tren para París. A
las diez le fueron entregados los cien billetes de l . c o o francos.
Mientras que los guardaba uno á uno pensando en que ellos
serían el rescate de su hija, dos hombres conversaban en un
coche parado á algunos metros del portal. Uno de ellos era el
célebre inspector Giuimard, el viejo Ganimard, implacable
enemigo de Lupin, y el otro, el brigadier Folenfant. El primero decía al segundo:
— ¿Cuántos estamos?
— Ocho con bicicletas y y o .
— Y y o , que me cuento por tres. N o falta más que se nos
• escape M. Gerbois. N o s lucíamos. Se haría el canje, y todo
-habría acabado.
. , M. Gerbois s i l e ; al llegar al final de la calle de Capucines
.toma por los bulevares de la derecha. Se aleja lentamente y
-mirando los escaparates de las tiendas. Después se llega á un
•-kiosco, compra uu periódico y sube de un salto á un automóvil
que hay parado allí mismo, el cual parte rápidamente y, doblan do por la esquina de Madcleine, desaparece. Alaentrada del bulevard Malesherbes el automóvil para y M, Gerbois desciende.
— En seguida, Folenfant—dice Gaminard—; ese mecánico
puede ser Ernesto.
Folenfant se ocupa del mecánico. Era un tal Carlos, emp l e a d o eu la Sociedad de coches-automóviles; diez minutos
antes, un señor le había alquilado y le había dicho que estu-
viese preparado, detrás del kiosco, hasta la llegada de otro
señor.
Durante este tiempo, M, Gerbois había saltado en el primer coche que pasaba.
—Cochero, á la plaza de la Concorde.
En esta plaza, un tranvía le condujo á U del Palais Royal;
allí otro coche le dejó en la plazi de la Bolsa. N-aevo viaje en
tranvía hasta la avenida de Villiers. Tercer coche.
—Cochero, calle Clapeyron, núm. 25.
Sube al primer piso y llama. Un señor le abre la puerta.
—¿M. Detinan?
— ¿Es uáted M. Gerbois, sin duda? Le esperaba, caballero.
J^a entrevista.
Xos honorarios
de Jil.
])etinat\.
Entran en el salón d e l abogado. El reloj marca las tres.
—¿No está? —prepunta M. Gerbois.
—Todavía n o .
—¿Vendrá?
— Caballero, usted me hace una pregunta cuya respuesta
tengo gran curiosidad de saber. Nunca he sentido tanta impaciencia como ahora. Si viene, corre gran riesgo, pues ejerce la
Policía sobre raí una gran vigilancia.
— Y sobre mí también — responde el profesor — ; tanto es
así, que no respondo de si los agentes que me acechaban han
seguido mis huellas. N o será por culpa mía. H e s e g u i d o al pie
de la letra sus instrucciones. H e cobrado el dinero á la hora
fija que él me señaló, y he llegado á casa de usted de la manera prescrita por él. Responsable de lo que pueda suceder á
mi hija, me he guardado muy bien de faltar en nada.
Con voz angustiosa prosigue:
—Me traerá mi hija, ¿no es verdad?
— E s o creo.
—Sin embargo... Usted lo debe haber visto.
— ¿Yo? Aseguro á usted que n o . El me ha rogado por medio de una carta que reciba á ustedes dos, que aleje á mis criados antes de las tres y que no admita á nadie en mi casa en
el tiempo que medie entre la llegada de usted y la partida de
él. En caso de no admitir estas proposiciones, yo debía prevenirle por cuatro letras insertas en VEcho de France. Pero he
accedido á todo, porque tengo un verdadero gusto en servir á
Arsenio Lupin.
—¿Cómo acabará todo esto? —dice M. Gerbois.
Saca los billetes de Banco y hace dos montones iguales de
500.000 francos cada uno. Cada minuto que pasa, su angustia
aumenta; M . Detinan experimenta también una gran impaciencia,
— iQue venga, Dios mío, que venga! — exclama M. Gerbois. — Y o daría todos estos billetes por recobrar á Su.sana.
En este momento se abre la puerta.
— L a mitad bastará, señor Gerbois.
El profesor se dirige al que acaba de entrar;- '
— ¿Y Susana? ¿Dónde está mi hija?
Arsenio Lupin cierra la puerta sigilosamente, y responde:
— Dentro de un instante su hija estará entre sus brazos.
M. Detinan, estupefacto, murmura:
—Pero .. usted no ha llamado... N o he sentido la puerta.
— Es lo mismo. Vamos á lo esencial.
Coge uno de los montones de billetes, cuenta 25.000 francos y los entrega á M. Detinan.
—Tomad; los honorarios de M. Gerbois, querido abogado.
Yo espero que no aceptará usted los de Arsenio Lupin.
— ¿Y p o r q u e r o ? - dice M. Detinan, después de reflexionar.
Lupin parece muy extrañado; después, renunciando á
comprender el motivo secreto al cual obedecía el abogado,
repite la misma operación en el otro montón y le entrega otros
25.000 francos.
— O s quedo reconocido - exclama guardándose su montón.
— Pero — observa M, Detinan — la señorita Susana no está
aquí todavía.
—Si no tiene usted confianza en mí — replica Lupin—, abra
la ventana y llame. H a y más de una docena de agentes.
M. Gerbois es incapaz de despistar á Caminará... ¿No os lo
decía yo? jVed ahí á un buen amigol jFolenfant... y Greame!...
-
MUSEO CRIMINAL
3B
aauM V
"'•'^ sorprendido. |Qué tranquilidad la de
SranH
R"'a con risa dichosa, como si se divirtiese
naemente, como si ningiín peligro le amenazase,
do díce-^"^" continiían hablando de esta aventura, y el abogadiscr^^^
hechos?" ^'
° ° veo claro. A m i g o Lupin, ¿sería inP'^g"°'o por qué el secreter fué el objeto d e s ú s
oir estas palabras, M. Gerbois escucha con atención.
^isforfa
de un pequeño
secreter
de
caoba.
bieTt^^"^-^"^^^'
Gerbois — d i c e L u p i n — ; no he descuricas ° ° ¡ ° ^ ' ' ° .tesoro. Lo deseaba por razones más bien históde c ' K
- ''^™P°
lo buscaba. Ese secreter de madera
taba^° n*^"^ encontrado en la casita que discretamente habicaion^"^ 1
María Walewsca, y lleva sobre uno de sus
del %
inscripción: «Dedicado á Napoleón I, emperador
g5t^°^ '••anceses. por su muy fiel servidor Mandón». Y debajo,
consi • "'^'•''^ grabadas con un cuchillo: . A ti, María». Por
Josefi^"'^"'*'
emperador lo hizo recopiar para la emperatriz
el r T'
manera que el secreter que se admira hoy día en
de a^'' S'Uardamuebles no es más que una copia imperfecta
'ección* 1"e desde hace p o c o tiempo forma parte de mi co-
Usted
Gerbois suspira.
' ° hubiera sabido yo en la tienda! Puede
.seguro de que lo habría cedido.
^ hubiera tenido usted la ventaja—dice Lupin riendo—
Fl
evitado el rapto de mi pobre hija,
I j j ^ ^ . 'apto? Está usted en un error. Su hija no ha sido roaj sino que ella de buen grado me ha servido de rehén.
pública
J/ledia
— j D e buen grado!—repite M. Gerbois.
—Naturalmente, Ella tenía empeño en procurarse su dote,
y ha sido bien fácil hacerla comprender que para obtenerlo
era preciso vencer la obstinación de usted,
— P e r o ¿cómo se las ha arreglado usted para entenderse
con ella?
,
— N o ha sido cuenta mía. Yo no tengo el honor de conorV.
cerla. Una de mis amigas fué la encargada de entablar las negociaciones,
— ¡ L a señora rubia del automóvil? — interrumpe M, Detinan.
—Justo. En la primera entrevista, en las puertas del Liceo,
todo quedó arreglado. Después, la señorita Susana y su nueva
a m i g a han viajado y visitado Bélgica y Holanda de la manera
más agradable y más instructiva que conviene á una señorita.
Del resto, ella misma os lo explicará...
Se oyen en la puerta del vestíbulo tres golpes rápidos y
después uno aislado. A una señal de Arsenio Lupin, M. Detinan abre.
y^parícióijdetadama
yjrsenio
osota
El fanatismo rojo y el fanatismo blanco, es decir, el avanz o rabioso y el reaccionario furibundo son expresiones
'gualmente odiosas de una ccmún intransigencia criminal,
contraria á la verdadera forma del progreso.
Pasándose unes la vida en recriminar la intolerancia d e
°s otros, incurren todos en
''quello mismo que censuran
los demás, cuando en el ir
y ^enir de la mudable fortuna
nallan medio y ocasión para
Obrar de modo contrario á lo
l u e predicaron. La revolu
eión francesa desencadenó los
' e n t o s pasionales c o n t r a
•cuanto significara realeza y
' f h g i ó n , y es de todos c o n o •^'do el número de víctimas
•lUe produjo entre los adeptos
^ estos ideales. Cuando cam'° la cosa, no fueron éstos
Parcos tampoco en las represalias, las cuales dieron origen
? Verdaderos crímenes, ya colectivos, ya aislados, que la
«istoria registra.
Ninguno entre ellos tan
'furioso, tan típico y original,
,
y sin embargo, tan poco conocido, como lo sucedido en,^Nimes,
" faíz misma de la restauración borbónica.
Veinticinco años hacía que, prohibidas las procesiones y
°emás actos externos de la religión católica, no se celebraban
"^stos fuera de los templos; cambiada la situación política, era
Precisa la revancha y salieron á pasear las imágenes de santos
y vírgenes procesionalmeute por calles y callejuelas, conducidlas por fanáticos y seguidas por las masas más fanatizadas aún,
f^uscando en ello más que desagravio á pasadas oleosas, provocación á los del opuesto bando, ahora vencidos y, pot lo
£upiq
rubia. Qanimard
se
presenta,
desaparece.
Penetran dos mujeres jóvenes. La una se precipita en brazos de M. Gerbois, y la otra se aproxima á Lupin. Esta última
era de gran estat.ira, busto armonioso, algo pálida y sus cabellos rubios se dividían en dos grandes y artísticas ondas,
Arsenio le dice algunas palabras y se dirige á Susana:
— L a pido perdón, señorita, de todas estas tribulaciones;
pero creo que durante el tiempo que ha estado separada de su
papá no ha sido usted muy desgraciada..,
—¡Desgraciadal Yo hubiera sido completamente dichosa, á
no atormentarme el constante recuerdo de mi pobre padre.
(Continuará.)
azotaina
ciudad
1.° D E MARZO D E 1907
-
femenina.
á la otra
inedia-
tanto, mejor era desahogo prdítico que acto inspirado en la fe
en la santidad de las creencias.
Entrando como factor la exaltación mística, ¿cómo podía
faltar la intervención inevitable, furiosa, inconsciente, pero tenaz y decisiva, de la mujei? Así sucedió.
El 15 de agosto de 1815,.
día de la Ascensión de la Vir-'
g e n , las mujeres de N i m e s , '
decididas partidarias del cato-'
licismo, se esparcieron por la'
ciudad, organizadas en cua-;
drillas; tomaron posiciones
en distintos barrios; concer-i'
tarou un común movimiento;
de fuera á dentro, y á una se-'
nal determinada emprendieron el ataque hacia el interior
de l a población, se apoderan
de las mujeres calvinistas que
encuentran, las arrojan á tierra, las levantan las enaguas^
y las azotan despiadadas con.
unas disciplinas constituidas
por correas, que por terminar en flores de lis, recibie-,
ron el nombre de
disciplinas
reales.
Estas escenas pasaban á la luz del día; y en torno de las:
víctimas formaban círculo los realistas y católicos, que reían y
aplaudían entusiasmados,
T.an del gusto público fué, que las autoridades, en v e z de'
evitarlo, alentaban á las frenéticas partidarias del azote libre, y
para cuantas pudieran ejercitar este derecho constituyó uU;
timbre glorioso, del que se vanagloriaban después, estimando-"
lo como mérito contraído para el día de la suprema justicia,'
G. G;de
laG.
,,
MUSEO CRIMINAL
-
fistonomonia
-
1.° D E M A R Z O D E 1907
h u b o forma alguna d e obtener la adecuada hasta que,
y a cansado, ó y a i n c o n s c i e n t e m e n t e , s e le escapó esta e x clamación:
Con esta palabra se designa una nueva ciencia, la de descubrir la condicián moral de las personas por los rasgos fisonámicos de las mismas. H a demostrado recientemente la medicina que entre éstos y aquéllas existe una relación directa, una
influencia reciproca, y en ello se funda tan original sistema.
La sabiduría popular, adelantándose á la de las aulas y á la
de los gabinetes de estudio, había establecido análogas conexiones; podríamos decir que hasta el instinto marcaba incons
cientes aproximaciones y desvíos, que no son, en suma, otra
cosa que la aplicación irreflexiva de las reglas de esta nueva
ciencia, que daremos á conocer someramente.
J)e ¡a cara.
La cara larga, de pómulos pronunciados, revela orgullo,
tendencia al engaño, al fraude, al dolo. Larga y llena, indica
bondad y ser persona dispuesta á buenas amistades.
La cara media, ni gruesa ni delgada, anuncia aptitudes muy
variadas. Bien regular es propia de gentes serias, equilibradas,
graves, francas.
Cara carnosa es cara de perezoso, de presuntuoso y tímido.
Demasiado delgada, es propia de gente ingeniosa, prudente y
amante del estudio.
El color facilita i g u a l m e n t e , y aun quizá en mayor escala,
iguales conocimientos.
El rojo denota maldad, terquedad, indocilidad, astucia.
El blanco, molicie, suavidad, desidia, algo de abandono.
El pálido inspira desconfianza, y el amarillo acusa bilis y
cdlera,
J2a
36
frente.
La redonda y b i e n proporcionada es el tipo perfecto de la
frente. Despejada de cabellera, donota gran inteligencia, alteza de miras, espíritu justo, un hombre superior, en suma.
Frente grande, despejada, es de aventurero; la larga, signo de
despotismo; la plana, d e irreligiosidad, carácter mentiroso; la
estrecha, torpeza y falta de energía, incapacidad para grandes
empresas,
(Se
continuará.)
Uno que fué por lana...
E n las primeras horas de u n o d e l o s p a s a d o s d í a s el
sargento Gulnarch, comandante del puesto de Gendarmería d e Ohantilly, marchaba acompañado de u n subord i n a d o s u y o , d e regreso á esta localidad. E n t r e t e n í a n la
marcha hablando sosegadamente de lo que es m o t i v o d e
conversación ahora constante entre franceses, de la l e y
de s e p a r a c i ó n d e l a I g l e s i a y e l E s t a d o , c u a n d o d e p r o n t o el s a r g e n t o d e j ó d e p r e s t a r a t e n c i ó n á l o q u e d e c í a n .
Al o b s e r v a r l o s u i n t e r l o c u t o r , l e p r e g u n t ó l a c.-tusa, p o r
lo q u e le replicó:
— ¿ N o h a n o t a d o u s t e d s e ñ a l e s de s a n g r e e n e l c a m i n o
que llevamos?
—Ninguna h e visto—respondió el gendarme.
— P u e s las h a y , y d e n o largo t i e m p o .
Acababa d e decirlo, y apareció u n ligero reguero sanguinolento que se extinguió á poco; algunos pasos desp u é s s e v i e r o n señales análogas, y l u e g o otras. N o cabía
duda: por allí había pasado un herido
S i g u i e n d o l a s huellas, c o n dificultades que sólo el ojo
certero d e l sargento p u d o salvar, llegaron hasta u n k i l ó metro d e la aldea d e Asniers; allí perdiéronse por completo; pero y a h a b í a n esclarecido bastante, puesto q u e
llegando á la citada localidad, los g e n d a r m e s , pregunt a n d o á u n o s y á otros, c o n s i g u i e r o n averiguar q u e Fernando Leroy, antiguo guarda de campo, de treinta y tres
afios d e edad, había entrado e n su casa c o n heridas c u y a
explicación n o satisfacía.
E l interrogatorio f u é u n verdadero torneo; n i n g u n a
fuerza era capaz de hacerle confesar; encerrándose e n
absoluto m u t i s m o ó desviando las contestaciones, n o
(11 Damos principio al estudio de esta curiosa ciencia, una vez
terminada la Grafologia,
siguiendo el ofrecimiento que hicimos.
— H e querido robar para poder a l i m e n t a r á m í e cinco
hijos.
Era s u f i c i e n t e . C o n e s t a f r a s e l l e g ó s e al t o t a l e s c l a r e cimiento del hecho, q u e constituye u n verdadero y emocionante drama,
*
E n e l c e r c a n o c a s e r í o d e L y s v i v í a n d o s a n t i g u o s rent e r o s , y a s e x a g e n a r i o s ; e n t r e o n c e y d o c e d e la n o c h e
p r e c e d e n t e , h a l l á n d o s e a c o s t a d o s , el r u i d o d e c a s c o t e q u e
s e d e s p r e n d í a d e l a ¿)ared d e s p e r t ó á l a m u j e r ; p r e s t ó
a t e n c i ó n , y n o l e c u p o la m e n o r d u d a ; u n h o m b r e a c a baba de introducirse e n la casa; el cual, por la forma
c o n q u e l o h a b í a l o g r a d o y p o r la s e g u r i d a d c o n q u e s e
d i r i g í a d e u n o a otro lado, d e m o s t r a b a q u e le era perfectamente conocida.
La sexagenaria se levantó, y valientemente pasó á
l a p i e z a v e c i n a ; para g u i a r s e e n c e n d i ó u n a c e r i l l a ; p e r o
apenas acababa de hacerlo e u a n d o u n a m a n o s e apoderó
b r u t a l m e n t e d e s u b r a z o y u n certero s o p l o a p a g ó a q u é lla; e n s e g u i d a f u é a r r o j a d a á t i e r r a , y a u n q u e l u c h ó c o n
f u e r z a c o n t r a s u agresor, l a d e s g r a c i a d a n o p u d o e v i t a r
q u e . e l cuchillo de éste se hundiera repetidas veces en
diferentes partes de t u cuerpo.
Los gritos d e dolor q u e e x b a l ó despertaron al m a i i do, q u i e n á tientas, pues e s ciego, y gu'ado sólo por la
dirección d e la voz, se e n c a m i n ó e n socorro de su mujer.
D e s p u é s d e u n a corta lucha, c o n s i g u i ó apoderarse d e l
a s e s i n o , lanzarlo al s u e l o , paralizar l o s m o v i m i e n t o s
agresivos y lograr a l c a b o q u e s u v i e j a c o m p a ñ e r a pudiera desprenderse.
E n tanto que el pobre ciego m a n t e n í a al bandido i n m ó v i l , m a d a m e L e j e u n e , q u e a s í s e l l a m a la m a l t r a t a d a ,
se apoderó e n la cocina de u n cuchillo d e picar, y por
cuatro ó cinco veces le hirió con él e n la cabeza. L a sang r e corría e n a b u n d a n c i a , y s e a p o r la a c c i ó n d e e l l a , s e a
p o r l a d e b i l i d a d d e l a amazona,
el cuchillo se desprendió
de s u s m a n o s sin q u e , por efecto de la obscuridad, p u diera encontrarlo.
Ardiendo e n d e s e o s de venganza, no se d e s a n i m a por
e s o ; b u s c a p o r d i s t i n t o s s i t i o s y s e a p o d e r a , a l fin, d e u n
martillo, con el cual g o l p e a , c o n m á s furia q u e acierto,
al d e t e n i d o , q u e ella palpaba, pero n o v e í a .
Corrieron m u c h o s m i n u t o s d u r a n t e el desarrollo de
esta escena horrible, e n la cual, mientras el m a t r i m o n i o
d e m a n d a b a intítilmente socorro, el ladrón conservaba
absoluto silencio.
P o r fin, u n e s f u e r z o d e s e s p e r a d o d e é s t e l e p e r m i t i ó
poners-' e n pie; l a claridad, a p e u a s perceptible, q u e d i b u j a b a e l m a r c o d e la p u e r t a , l e g u i ó al c o r r a l . D e m a s i a do d é b i l , y cegado por la s a n g r e , n o p u d o salvar la pared; p e r o e n t r a n d o e n u n e s t a b l o l o g r ó , g r a c i a s á u n a
claraboya c u y o cristal rompió, salir al c a m p o y dirigirse
á su casa.
Los v a l i e n t e s ancianos, fatigados por la e m o c i ó n y
p o r e l e s f u e r z o , p e r m a n e c i e r o n e n la s u y a , d o n d e f u e r o n
h a l l a d o s por los g e n d a r m e s e n tan c o m p l e t o estado de
a b a t i m i e n t o , q u e h a n t e n i d o q u e ser s o m e t i d o s á tratam i e n t o e n el hospicio ds Gouvie.
E s t o e s lo q u e averiguó y esto es lo q u e hizo la investigadora mirada del sargento Guinarch,
|Lo que puede u n poco d e atención y b u e n deseol
G. G. de la G.
La Guardia Republicana d e París, Cuerpo equivalente,
aunque mucho más perfecto que el nuestro de Orden Publico,
fundó en el mes de julio último una Sociedad cooperativa de
consumo. E n cinco meses de funcionamiento ha amortizado un
capital por valor de 32.000 francos; ha sufragado los g a s t o s
del personal civil que cuida de la cocina y del servicio; ha
constituido un fondo de reserva de 10,000 francos, y ha repartido entre los accionistas — que s o n individuos del Cuerpo —•
cerca de 14.000 francos de beneficio. E l alimento es excelen-i
tísimo y variado.
MUSEO CRIMINAL
-
37
-
1.» DE MARZO D E 1907
Xiás sobre ¡as peniienciarias milifares
francesas.
SI sepulcro.
Para la mayoría de nuestros lectores fué una sorprendente
revelación cuanto dijimos en el número 73 de esta Revista,
correspondiente al 1." de enero de este año, en términos tales,
que algunos nos han escrito en demanda de mayores noticias
acerca de tan extraño asunto. N o pensábamos volver sobre él,
pues nuestra tarea es buscar por otros campos la amenidad y
enseñanza que nos proponemos; pero
ante la curiosidad despertada y ante
el arsenal de antecedentes con que
contamos, daremos hoy nueva idea
"e lo que son los Cuerpos disciplina
••IOS franceses y cómo se administra
eu ellos rápida justicia. Diremos previauíeote que lo que vamos á relatar
es un caso tomado al azar entre otros
» d que pudiéramos haber elegido de
Igual modo.
Incorporado al 5.° batallón de In^atería ligera de África en Biska,
^/ancisco Ramat, un día, por lige"sima falta, fué castigado al pelolón
correcci.ín, llevando durante una
hora y al paso gimnástico, en el patio
del cuartel, un saco de arena á la espalda.
En el momento en que pasaba
cerca de las celdas donde se hallaban
algunos recluidos, una voz dulce imploró:
—Ramat, hazme el favor de pasar algunos cigarros.
Era uno de sus compañeros, castigado á ocho días de
prisión.
— E n seguida —respondió el requerido.
^
Y á poco, el cabo de semana, precedida la voz de ¡al¿o.,
se alejó un tanto.
Rápidamente, y aprovechando esta ausencia, Ramat introdujo por uu agujero de la puerta cuatro cigarros;.pero el cabo
había visto el movimiento, y acercándose de manera inesperaoa, exigió la entrega de los que aún no había pasado y se proponía hacerlo. Obstinóse en no obedecer la orden de su jefe;
este llamó á los testigos para que confirmaran la desobediencia, y el asunto pasó al Consejo de guerra.
Condenado á dos años de prisión, fué destinado á la penitenciaría de Dalia. N o hay para qué referir que en ella se e m P'eaba el saco de arena, así como las esposas de las manos y
de los pies, explicadas en el número citado al principio; y de
'al modo se imponían, que para comer y ejecutar otras necesiaoes era preciso la ayud.x é intervención de los compañeros.
Al quedar libre de estos hierros,
había que cuidarles muy esmeradamente las muñecas, desprovistas casi de carne, y atender
sus brazos, ya anquilosados _
Pero, con ser penosos é inhumanos estos castigos, todavía existía otro mayor: el temido sepulcro.
.
Bajo la tela de una tienda
de campaña, plegada en dos,
en forma de prisma, el individuo condenado á tan horrible
mortificación se acuesta sobre
el suelo. Todo movimiento le
está prohibido, porque caería
la tela y le costaría caro. La
cabeza y los pies, desnudos, sobresalen de la tienda..., y en
esta situación sufre á la intemperie el sol abrasador, el aire,
la lluvia, el hielo, el^hambre,
todas las inclemencias del cielo
y de la tierra.
Tales espectáculos influyeron en el ánimo de Ramat, que
sólo la tortura y el martirio veía á su alrededor, y con su compañero Venet, decidió alejarse de estos lugares; pero hubo
soplo, y dos sargentos vigilantes los detuvieron, los sujetaron,
con las esposas consabidas, los golpearon fuertemente y, por
último, los. acostaron en el temido sepulcro.
Treinta días pasaron en esta horrible quietud, y cuandp al
término de ellos volvió á la normalidad de aquella vida i m p o sible, sólo una idea germinaba en su mente: la de recobrar á
toda costa su libertad, sin que fuera parte á disuadirle de tal
propósito el hecho diario de la muerte ó el duro castigo de'
quienes, precurando la fuga, eran sorprendidos por los encargados de la custodia.
E n el mes de diciembre, trabajando Ramat con otro c o m p a ñero, viéronse vigilados por un solo tirador, y encontrando o p o r tuna esta ocasión para realizar sus planes, intentaron la huida.'
Había Ramat ganado la planicie, cuando de pronto o y ó
tras sí gritar:
—¡Altol lAlto!
•
Kn vano acudió á todas sus fuerzas; el árabe que le persé-'
guía, acostumbrado á correr por aquellos terrenos que le eranfamiliares, le dio alcance, y gracias á que tuvo piedad de él yno le mató, como pudo hacerlo, con lo cual hubiera obtenido':
un ascenso. Apoderados del fugitivo, se le desnudó, para p o nerle en el sepulcro, no dejándole, á pesar del frío mortal que
se sentía, más que su camisa; pero se le pusieron las esposas
de pies y manos con tal fuerza, que los huesos crugieron, ha-;
ciéndole arrancar g e m i d o s de dolor.
Una espesa sábana de nieve cubría la tierra; sobre este l e c h o
helado se tendió al p-)bre Ramat en nuevo sepulcro, ¡d lado de^
otro p.;nitenciario, Bouchon, y así transcurrieron algunos días,.hasta que la situación de ambos tuvo que terminar trágicamente.
Hacia medianoche, el centinela vigilante pronuncióla voz de
— ¡Jefe de puesto, un hombre muerto!
Acudióse. A la mortecina luz d é l a s linternas se vio que B o u chon, n e g r o ya su cuerpo, había cesado de vivir por la acción
del frío, y que la sangre permacecía helada en las arterias.
Ramat vivía aún, pero no podía mantenerse en pie, literalmente helados: la gangrena se había apoderado de ellos; y traus-.
portado al hospital, fué preciso amputarle las dos piernas, la
derecha, sin pérdida de momento; la izquierda, poco después.
Esta pobre víctima se halla obligada hoy, para vivir y ha^
cer vivir á los suyos, á implorar la caridad pública, y en actitud de hacerlo ha sido tomado el retrato que de él publicamos,
- c o m o lo fué también del natural la vista del sepulcro coa q u e
ilustramos este escrito, en una visita hecha en Beni-Ounif el
23 de octubre del año anterior, lo que le da un sello de autenticidad capaz de convencer á los incrédulos.
F. de la P.P.
MUSEO CRIMINAL
R E I N A B A
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38
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1.° DE MARZO DE 1907
en
aquel recinto
el más p r o fundo silencio, y sdlo
se oía la respiración
igual y pacífica de la
joven adormecida.
Pedro Arbués sacudid con esfuerzo ese
terror inoportuno que le había acometido.
—Estoy loco—dijo entre sí, y se sentó en una
silla que había al lado de la cama en que D o lores continuaba dormida.
Pedro Arbués tuvo tiempo de contemplarla
durante algunos minutos y de saciar su alma con
su vista; pero á medida que él recorría toda su
figura atrevido, descubriendo sin pudor en su pensamiento los
encantos de aquella casta joven, sus impresioues cambiaron de
carácter. Al terror vago de que se había dejado sorprender,
sucedió uno de aquellos excesos de pasión frenética cuya sorpresa le sumergía en una dolorosa exaltación. Con todo, á
pesar de su increíble audacia y de la certidumbre de la impuni
dad, no se atrevió á cometer el crimen con todo su horror. Es
imposible decir si era por consecuencia de un remordimiento
secreto, ó por temor de añadir una maldad más á la enorme
multitud de sus crímenes; ó bien por un refinamiento de disolución, que ese hombre de desenfrenadas pasiones temía encontrar pocos encantos en una victoria tan fácil. Como el alma humana es un
abismo insondable, nos abstenemos de reíolver
esta duda.
Sea como fuere, esta lucha interior salvó en
aquel momento á la hija del gobernador, la cual,
como ya hemos dicho, estaba ligeramente dormida.
Sumergido^ el inquisidor
en un profundo éxtasis, la
contemplaba con a v i d e z ,
pero'no osaba despertarla. _
En su delirio se inclinó
suavemente hacia la mano
que descansaba en la almohada y besóla con sus ardientes
labios.
A este contacto estremecióse todo el cuerpo de D o lores, entreabrió sus ojo-, recargados, y al aspecto de
aquella sombría figura que
se levantabaaute ella, dio un
grito de horror, cubriéndose
el rostro con ambos mauos.
—¿Tenéis miedo de mí? —
dijo Pedro Arbués con dulzura.
—¡Monseñor! ¡Monseñor!
¿Por qué me perseguís así? —
exclainó la joven con voz
cortada.
En este momento fué cuando José la había oído.
— Hija mía—respondió Pedro Arbués, vuelto á su papel de
inquisidor por el espanto que inspiraba—, hija mía, el pastor
siempre busca la oveja que se extravía, hasta que la ha vuelto
i encontrar.
Dolores, que se había incorporado en la cama, miró al inquisidor con desconfianza, y una amarga sonrisa asomó á sus
Jabios; después dijo lentamente:
—También el lobo busca la oveja para devorarla,
— ¡Dolores!—dijo el digno discípulo de Domingo de Guzmán, irritado de ver frustrada su hipocresía ante la rectitud y
candidez de una niña.—¡Doloresl 'Veo con sentimiento vuestra
alma ciega y pervertida por las abominables doctrinas de la Reforma. El que tiene fe en D i o s , tiene fe en sus ministros, y v o s .
no creéis en mí.
—Sed bueno yjusto como Dios—respondió la valiente jov e n . — Y o obedeceré E1 servidor cuando él siga los preceptos
de su maestro. Pero, ¿qué me pedís, señor? ¿.\dorar la mano
O
S
,
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•-^r^''
^i'xÁ
.
/
«
—
que para herir busca
siempre una c n b e z a
i n o c e n t e ? ¿Queréis
que bendiga al que ha
convertido á mi padre, á mi noble padre, en un cadáver vi-
^
viente?...
- ¡Insensata! ¿Tanto
habéis adelantado en
la vía de perdición, que la verdad no puede
disipar vuestras profundas tinieblas? ¿Ignoráis que nosotros sólo herimos al cuerpo perecedero á fin de salvar el alma inmortal?
— ¡Ah, monseñor! Si son esos los medios
de salvar las almas, creedme, renunciad á
ello lo más pronto posible; pues sólo son buenos para hacer
dudar de la justicia de Dios!
—lEsto esl ¡Esto es!—prosiguió el inquisidor- ; siempre
esta terquedad y esta insubordinación á las leyes de la Iglesia,
sacadas de la doctrina del fraile apóstata. ¿Xo sabéis, joven,
que Dios dijo: cTodo árbol qne no produzca buen fruto será
cortado y arrojado al fuego?»
y que dijo además: uSeparad
las ovejas sarnosas del rebaño>.He aquí porqué la santísima Inquisición, para obedecer á las órdenes de su
maestro, escamonda los 'malos miembros del catolicismo, cuya perversidad amenaza infestar la gran familia
cristiana.
AfT
\\J
— Monseñor, el maestro
que dijo eso, dijo también:
« N o arranquéis la cizaña,
aguardad el tiempo de la cosecha.» ¿Por qué, pues, e m pleáis contra mí las persecuciones y las violencias? ¿Por
qué me habéis arrebatado mi
padre? ¿Qué os ha hecho para
atormentarlo así?
- Ha pervertido vuestra
alma con su culpable tolerancia. La Inquisición ha hecho justicia queriendo castigarlf; pues los padres legan
la corrupción á sus hijos.
Al expresarse así el inquisidor tenía una majestad
enteramente bíblica; hasta la
hipocresía era en él grandiosa. Sus palabras severas,
su gesto grave y mesi'rado,
su acanto enérgico y sonoro,
la precisión aparente de sus
argucias tenían un grande
poder de fascinación; pero
Dolores, á pesar de su juventud é inexperiencia, poseía una
razón demasiado recta para dejarse convencer.
El abomina'ole uso que Pedro Arbués hacía de las ventajosas facultades de su inteligencia, inspiraba á Dolores un absoluto desprecio, y este sentimiento se leía en su expresiva fisonomía, y temblaba además al verse sola con él en aquella cárcel en que mandaba como rey.
Demasiado orgullosa y candida para disimular sus afectos,
temía muchas veces irritar más á ese hombre, de quien dependía la vida de su padre; y en aquel rostro severo donde la intolerancia había puesto su máscara de bronce, buscaba si había
quedado algún vestigio de sensibilidad; si ese feroz inquisidor,
para quien la muerte de un hombre no era más que un j u e g o ,
conservaba aún en el corazón alguna fibra que se pudiese hacer vibrar. Pero el rostro de Arbués sólo expresaba una dureza
inexorable, y sus ojos no revelaban más que la pasión que en su
pecho ardía; por esto la presa bajó la vista y no osó decir una
palabra.
B9
MÜSÉO CRIMINAL
7-iDoloresl—contínnd el inquisidor con tono dulce y tranquilo.—¡Conque no queréis convertiros?
— S o y cristiana de corazón y de alma, monseñor, ¿por que
aie perseguís?
—iOli, niña! Cuánto te engañas respecto á tus verdaderos
sentimientos —dijo Pedro Arbués acercándose á la joven,
aaientras que ella apretaba contra su cuerpo la basquina de
seda que rozaba cou el hábito del i n q u i s i d o r . - ¿ T ú me odias
niucho?_.dijo con despecho.
^ ,
—jPerdón, monseñor! ¡perdón y piedad!—dijo juntando las
manos con t e r r o r . - V o l v e d m e á mi padre, volvedme la libertad, os lo pido en nombre de Dios, á quien adoro; en nombre
del gr.-in mártir que murió en la cruz para redimirnos.
. —jOh! ¡Si tú quisieras!—prosiguió contemplándola con apasionada admiración.
Estremecióse Dolores y púsose pálida, porque recordó la
escena que se había desarrollado algunos meses antes en su
Oratorio; ¡y en este momento estaba en poder del inquisidor.
José oyó desde fuera toda la conversación; y también el
tembló por Dolores; pero mientras aplicaba el oído á la cerradura á fin de no perder una sílaba, la puerta cedió, lo cual ie
hizo advertir que se había olvidado de cerrarla; y gozoso por
este descubrimiento retrocedió por no abrirla más.
El inquisidor continuó, haciéndose una violencia extrema
para permanecer tranquilo, mientras que estaba consumido
por todos los ardores de la pasión;
1.» D E MARZO D E 1907
-
—¿Quién os dice, hija mía, que yo no h e obrado así c o n
respecto á vos á fin de conduciros á la verdadera fe, de la que
os habéis alejado, y usar luego de la misericordia y de la i n dulgencia del buen pastor? Comprendéis, pues, cuánto os
aorecio, y que no quiero haceros mal.
^
'
^
(Continuará.)
Hay que convenir en que Alemania tiene también sus cosas, en punto á moral, que nada tienen que envidiar á otras
naciones que citamos frecuentemente.
Acaban de descubrirse curiosas especulaciones á que se d e dicaba una Sociedad de señoras caritativas. N o solamente estas j
señoras se hacían culpables de robos, hasta ahora impunes, sino i
que organizaban fiestas de la Caridad, sin otro propósito que \
el de realizarlos de una manera galante y disfrazada.
Una taza de café se pagaba de 10 á 15 marcos; uu beso e n
la mano valía 5 marcos; en el brazo, l o ; en el cuello, 20; e n
los labios, 30, etc., etc. A los que tales actos escandalizaban,
hádaseles ver los beneficios que reportaban á la caridad, c o n
cuyo hermoso pabellón se cubría la libertina mercancía.
JTdveriencia,
La Administración de esta Revista s e ha trasladado á
la calle de la Florida, núm. 14 3,° Izquierda.
«Cor mujer vampiro .
Siempre la realidad sobrepasa los límites de la más exaltada fantasía. Ocúrrasele á alguien indicar que en el s i g l o
en que vivimos se reproducen
con caracteres de exactitud las
escenas novelescas d e u n vampirismo
minuciosamente d e s crito. pero nunca confirmado,
y^ áa quien tal dijere se le consieraría como un impostor ó
^omo un loco,
^ ) sin embargo, el hecho
se ha realizado hace pocas no
ches en el cementerio de Saint
*-tienue.
Los
guardianes del mismo
percibieron una mujer arrodi"ada sobre una tumba, y que,
con sus dedos, removía la tierra.
acercarse, -presenciaron u n
;
norrible espectáculo. Tres mor„
,
tajas yacían desenterradas, rotas, y fuera de ellas los cadávetenía entre
res desnudos de otros tautos niños.
f>etúvosela, y al hacerlo, se encontró con que
sus brazos un cadáver m á s , medio mutilado.
Créese que se trata de una loca, llegada á ese estado por
la muerte de un hijo; pero el caso merece confirmación, porque se abrigan dudas.
jYíui; imporianie á ¡a Quardia civil.
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•cuerpo y q u e v i e n e u s á n d o s e e n v a r i a s C o m a n d a n c i a s , e s e l q u e s e v e n d e e n M a d r i d , á 1 , 7 5 p t a s .
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