TEMA 14 SUBLEVACIÓN MILITAR Y GUERRA

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IES EL BROCENSE
HISTORIA DE ESPAÑA
CURSO 2009/2010
TEMA 14
SUBLEVACIÓN MILITAR Y GUERRA CIVIL
1. GOLPE DE ESTADO, RESPUESTA POPULAR Y GUERRA CIVIL
La sublevación y la geografía de la guerra en 1936
El levantamiento militar del 18 de julio de 1936 tuvo desigual fortuna y fracasó en su
objetivo de apoderarse de España entera sin una resistencia seria. En regiones
donde la derecha era fuerte, como Castilla, León, Galicia, Baleares o Navarra, el
golpe contra la República no supuso mayores inconvenientes para los sublevados.
La decisión de los oficiales conjurados y el apoyo de activistas hizo triunfar el
alzamiento también en Aragón, Sevilla, Oviedo, Toledo, Granada y Córdoba. No
obstante, la República, una vez eliminados los focos de sublevados de Madrid,
Barcelona y San Sebastián, consiguió mantener la porción más importante del
territorio español y la fidelidad de buena parte de la Guardia Civil y del Ejército,
especialmente la Armada y la Aviación.
En las semanas posteriores al 18 de julio se estabilizó el frente de ambas
zonas, hecho que hizo comprender a los contendientes la necesidad de prepararse
para un largo enfrentamiento. Catorce millones de habitantes poblaban el territorio
republicano y once millones vivían en las tierras sublevadas. Desde la perspectiva
económica, las posibilidades de solucionar el conflicto se inclinaban del lado de la
República.
Movilización popular y guerra de columnas
En el comienzo de la Guerra Civil, los militares profesionales y los soldados solo
constituían una pequeña parte de la enorme masa de ciudadanos que
inmediatamente empuñaron las armas en ambos bandos. El Ejército quedó dividido
en dos partes similares, pero la República tenía carencia de oficiales superiores con
experiencia de combate.
En el verano de 1936 solamente los contingentes provenientes de África
agrupaban unidades militares de envergadura, que llegarían a integrar a más de
40.000 combatientes marroquíes a lo largo de la guerra. En el resto de España,
tanto los sublevados como quienes les hicieron frente eran conglomerados de
oficiales, soldados, guardias civiles y carabineros, guardias de asalto y, sobre todo,
paisanos movilizados por sus organizaciones políticas y sindicales.
Durante esta primera fase de la guerra, que se prolongó hasta finales de año,
las milicias constituyeron el grueso de la masa en armas. En el bando rebelde
encontramos tres grupos: las banderas falangistas, los tercios de requetés y los
militantes de las Juventudes de Acción Popular o Renovación Española. En el bando
republicano las milicias se agruparon según su adscripción partidista.
La estabilización de los frentes en 1936
El gobierno republicano no supo aprovechar su ventaja inicial, pues, rebasado por
sus mismos partidarios, perdió el control político y la calle en beneficio de los
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comités obreros, que, sin pensar en la urgencia de preparar la guerra, se lanzaban a
hacer su propia revolución.
El avance rebelde dio un paso importante cuando el ejército de Marruecos, a
las órdenes de Franco, consiguió atravesar el Estrecho con ayuda de aviones
alemanes e italianos. Un puente aéreo, lento pero constante, transportó a la
Península a más de 12.000 hombres y abundante material de guerra entre julio y
agosto. Por su mejor preparación y experiencia, el ejército de África sometió con
facilidad los conglomerados de milicianos que le hacían frente, adueñándose de toda
la Andalucía occidental, y únicamente en Badajoz se encontró con una tenaz
resistencia, que reprimió con extremada crueldad. Ocupada la ciudad, Franco
conseguía el enlace con el ejército del norte, dirigido por el general Mola.
En el norte, las tropas de Mola habían ocupado Irún y San Sebastián en
septiembre (cortando la conexión de la frontera francesa) y, ante la resistencia de las
milicias vascas, se habían orientado hacia la ocupación de Madrid.
Las tropas franquistas, que venían llenas de entusiasmo tras la liberación del
Alcázar de Toledo (27 de septiembre de 1936), se encontraron frente a Madrid con
una defensa organizada y combativa. Bien defendida por el general Miaja, la capital
de España venció el cerco con ayuda de las primeras Brigadas Internacionales,
erigiéndose en el símbolo internacional de la resistencia al fascismo. El grito de “¡No
pasarán!” serviría de consigna propagandística de la República. La esperanza de los
rebeldes de un ataque por sorpresa se había roto en la capital de España y solo
quedaba seguir por el camino de una larga acción militar de desgaste.
La estabilización del frente llevó a los combatientes a buscar la ayuda
extranjera para romper el punto muerto. Los nacionales confirmaban envíos de Hitler
y Mussolini, y la República adquiría aviones y armas en París que completaban el
viejo material suministrado por la Unión Soviética.
2. LA EVOLUCIÓN MILITAR DE LA GUERRA
Malogrado su objetivo de tomar Madrid, Franco buscaba una victoria en el frente
norte. En marzo de 1937, Mola inició la ofensiva definitiva contra Bizkaia, concentrando 40.000 soldados, españoles y marroquíes en la vanguardia e italianos
como reserva. Para acabar pronto con la resistencia vizcaína, aviones alemanes
bombardearon Gernika. Con toda su área industrial intacta, el 19 de junio cayó
Bilbao en manos de las brigadas navarras. En pocos días, Cantabria y las minas
asturianas quedaron bajo el dominio de los franquistas (octubre de 1937), que a
partir de ese momento tendrían a su favor la evolución de la guerra.
Durante 1937, la reacción del ejército republicano tuvo dos escenarios principales: en el frente del centro, en la batalla de Guadalajara derrotaron a las tropas
franquistas e italianas que intentaban nuevamente cercar Madrid. En el verano
llevaron a cabo fuertes ofensivas destinadas infructuosamente a debilitar los
avances franquistas en el norte, atrayendo su atención hacia el centro (Brunete) y
Aragón (Belchite).
Tras la caída del frente norte, el suministro bélico de los republicanos,
bloqueado por la actitud de Francia, que, como otras naciones, había firmado un
pacto de no intervención en la contienda, dependerá, en exclusiva, de los envíos
intermitentes de la URSS. La debilidad militar del ejército republicano era evidente.
A lo largo de las primeras semanas de 1938, Franco orientó la guerra hacia el
Mediterráneo, a través del valle del Ebro. Tras la batalla de Teruel, los franquistas
llegaron a Castellón en abril, quedando dividido en dos el territorio republicano. La
amenaza se cernía sobre Valencia, por lo que la República buscó elevar la moral de
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sus partidarios y sorprender al
enemigo con una rápida ofensiva en
el Ebro. A pesar de la inferioridad
militar del ejército del general Rojo, la
batalla del Ebro fue la más larga y
sangrienta de la contienda, y durante
cuatro meses las dos fuerzas se
masacraron entre sí hasta quedar
totalmente destrozadas las mejores
tropas republicanas.
Tras la victoria del Ebro a
Franco no le resultó difícil, en las
primeras semanas de 1939, avanzar
sobre Cataluña, defendida por un
ejército maltrecho y bajo de moral.
Girona
cayó
en
febrero,
desapareciendo así el frente de
Cataluña. A esas alturas, las
Brigadas Internacionales ya se
habían retirado de una guerra
perdida y un difícil exilio acogía a
muchedumbres de españoles fieles
al ideario republicano. Perdida toda
esperanza de una paz honrosa, el
coronel Casado, partidario de la
rendición, encabezó un golpe de
Estado contra el gobierno republicano y ordenó la rendición de Madrid, donde
entraron las tropas franquistas el día 28 de marzo. El día primero de abril de 1939
terminó la guerra.
3. LA EVOLUCIÓN POLÍTICA Y SOCIAL EN EL BANDO REPUBLICANO
La sublevación había provocado la inmediata dimisión del gobierno, dirigido por
Casares Quiroga, y el encargo del presidente Azaña a Martínez Barrio para formar
nuevo gobierno, pero éste dimitiría el 19 de julio, siendo sustituido por José Giral,
perteneciente a Izquierda Republicana. Hasta el fin de la guerra, las instituciones
republicanas siguieron funcionando con la Constitución en vigor, a pesar de las
limitaciones que imponía la situación bélica. Pero la dinámica de los partidos
republicanos, con posiciones diferentes acerca de la marcha de la guerra y las
medidas a adoptar, provocó cambios de gobierno y enfrentamientos, a veces
sangrientos, en el propio bando republicano.
El 4 de septiembre de 1936, el presidente Azaña encargó formar gobierno a
Francisco Largo Caballero, líder de la izquierda del PSOE, quien formó un gabinete
de coalición que integraba a nacionalistas vascos y catalanes, los partidos
republicanos, el PSOE y el Partido Comunista. Unos días más tarde se integraron en
el gobierno cuatro ministros anarquistas.
Una medida notable fue la aprobación, el 1 de octubre, del Estatuto de
autonomía de Euskadi. A principios de noviembre, el Gobierno abandonó Madrid,
gravemente amenazada por las columnas del sur, trasladándose a Valencia.
A lo largo de la guerra, el Partido Comunista de España (PCE) aumentó su
protagonismo gracias a la disciplina interna, pero también al control de los
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suministros rusos, esenciales en el esfuerzo de la guerra, dado el bloqueo de los
países occidentales. Además, se vio fortalecido por la división de las demás fuerzas
republicanas.
El PCE había logrado unir en Cataluña a todos los partidos socialistas y
comunistas en un nuevo partido, el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC).
Asimismo, la política del PCE buscaba la alianza con los sectores de la burguesía
media, pequeños empresarios y campesinos bajo el lema "primero ganar la guerra",
mientras que otras fuerzas (anarquistas, Partido Obrero de Unificación Marxista –
POUM–) entendían que había que tomar medidas revolucionarias y colectivizadoras
para poder contar con el apoyo popular que llevase a la victoria. Los enfrentamientos
llegaron a su culminación en mayo de 1937, con combates en Barcelona entre
partidarios de ambos grupos.
A partir de la crisis de mayo de 1937, el gobierno republicano pasó a estar
dirigido por Juan Negrín, del PSOE, partidario de la máxima unidad de las fuerzas
republicanas y apoyado en los comunistas. En la zona republicana, las derrotas
enturbiaron aún más las relaciones entre la Generalitat de Cataluña y el gobierno
central, que deseaba recuperar competencias con objeto de unificar el esfuerzo de la
guerra. A tal efecto, Negrín trasladó la sede del gobierno a Barcelona (31 de octubre
de 1937), buscando el control de las industrias bélicas catalanas.
Azaña, presidente de la República, escapa a finales de enero de 1939 a
Francia, desde donde enviará su carta de dimisión el 27 de febrero.
Tras la caída de Cataluña en manos de los sublevados, la consigna del gobierno de
Negrín de resistir hasta que se desencadenara el inminente conflicto europeo no fue
igualmente comprendida por todos los combatientes republicanos. Un sector, en el
que se integraban militares profesionales como el coronel Casado, pero también
dirigentes socialistas como Besteiro, había decidido ya la rendición a Franco.
4. LA EVOLUCIÓN POLÍTICA Y SOCIAL EN EL BANDO FRANQUISTA
Signo muy distinto tuvo la evolución política en el bando rebelde. La muerte del
general Sanjurjo en accidente de aviación, el día 20 de julio de 1936, cuando se
dirigía a encabezar la rebelión, puso en primer plano la figura de Franco, a quien
solamente podían hacer sombra figuras como Mola, quien también fallecería en junio
de 1937.
La Junta de Defensa Nacional, creada por los rebeldes en Burgos, funcionó
como embrión de un nuevo gobierno, hasta que en septiembre de 1936 una reunión
de generales acordó nombrar a Francisco Franco generalísimo y jefe del Estado. Su
primer acto de gobierno fue la creación de una Junta Técnica de Estado, integrada
por militares y civiles, que funcionaría a modo de Gabinete Ministerial hasta que en
enero de 1938 se constituyó el primer gobierno del nuevo Estado.
En los meses siguientes, Franco lograría hacerse con la jefatura política y
militar del nuevo Estado. Todas las actividades políticas fueron suspendidas en
septiembre de 1936 y en febrero de 1937 Franco se constituyó en jefe nacional del
partido único que, con el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las
Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), surgía para agrupar
políticamente a toda la España rebelde a la República.
5. CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL
Los historiadores tienen enormes dificultades para establecer el número real de
víctimas, estimándose en 300.000. De este total, prácticamente la mitad
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corresponde a las ejecuciones sumarias que ambos bandos realizaron en
retaguardia, así como a la represión de posguerra.
Las consecuencias políticas fueron las más importantes desde el punto de
vista histórico. Se estableció una dictadura militar que se prolongaría durante casi
cuarenta años, con la pérdida de libertades políticas y la persecución de cualquier
forma de disidencia. La Ley de Responsabilidades Políticas (1939) envió a cárceles
y campos de concentración a los combatientes del bando republicano que no se
exiliaron, calculándose que todavía en 1945 permanecían encarcelados a
consecuencia de la guerra unos cien mil. En muchos casos sus condenas incluían
trabajos forzados (construcción de vías férreas y carreteras, reconstrucción de obras
públicas, edificación del Valle de los Caídos, etc.).
El aislamiento cultural y científico de España fue otra consecuencia. La mayor
parte de las fuerzas de la cultura, que habían apoyado a la República, fueron
aniquiladas o marcharon al exilio. Un 90% de los intelectuales se exiliaron, la
generación del 27 casi al completo.
En cuanto a la política exterior, el carácter dictatorial del régimen franquista
llevó a España a una situación de compromiso con los regímenes fascistas que duró
hasta 1942. Después, a una fase de aislamiento que se recrudeció en 1946 por la
condena de la ONU al régimen y la retirada de embajadores. Este aislamiento duró
hasta los acuerdos con Estados Unidos de 1953 y la entrada en la ONU en 1955.
En cuanto a las repercusiones económicas, los años cuarenta fueron los
"años del hambre". La cabaña ganadera se redujo en la guerra en un 60%, mientras
la producción agrícola bajó en un 25% aproximadamente. La hacienda pública
estaba arruinada y sin reservas financieras. La inflación multiplicó por diez el índice
de precios en la década siguiente a la guerra. Se produjo un estancamiento
económico durante toda la década; de manera que no se recuperó el nivel de renta
de 1935 hasta ya entrados los años cincuenta.
Presidentes del gobierno de la República durante la guerra:
Diego Martínez Barrio
José Giral Pereira
Francisco Largo Caballero
Francisco Largo Caballero
Juan Negrín López
Juan Negrín López
18-19 julio 1936
19 julio – 4 septiembre 1936
4 septiembre – 5 noviembre 1936
5 noviembre – 17 mayo 1937
17 mayo 1937 – 6 abril 1938
6 abril 1938 – 6 marzo 1939
Consejo Nacional de Defensa
José Miaja Menant
6-28 marzo 1939
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TEMAS 15 y 16
LA DICTADURA FRANQUISTA:
RÉGIMEN POLÍTICO, EVOLUCIÓN SOCIAL Y ECONÓMICA
1. LAS BASES DEL RÉGIMEN FRANQUISTA
Franquismo es el nombre que recibe el régimen instaurado por el general Franco a
raíz de su victoria en la Guerra Civil. De principio a fin, el régimen franquista fue una
verdadera dictadura.
Entre sus ingredientes ideológicos están:
- La apelación a la victoria como razón última del gobierno de Franco, fue empleada
con abundancia hasta 1964, año en que se celebraba el 25 aniversario del
régimen. El poder de los militares dentro del gobierno alcanzó su punto culminante entre los años 1939 y 1945, siendo a partir de entonces progresivamente
reemplazados en la alta administración del régimen por funcionarios adictos.
- El nacionalismo español constituyó una parte esencial del ideario del régimen
franquista y fue utilizado como fórmula popular movilizadora durante los años de
aislamiento internacional. Como una variante del nacionalismo español, el Estado
y la Iglesia colaboraron en la afirmación del nacionalcatolicismo, una ideología
que consideraba la fe católica consustancial al ser español y legitimaba a Franco
como "caudillo de España por la gracia de Dios".
- Consecuente con su ideología antiliberal, el franquismo rechazó el sistema de
partidos y estableció solo uno, Falange Española Tradicionalista y de las JONS,
aunque de pertenencia no obligatoria más que para sus funcionarios. La Falange
tuvo, durante todo el régimen, algún representante entre los ministros de Franco,
aunque, pasados los primeros años, jamás accedería a las carteras de mayor
influencia.
- El concepto de democracia orgánica, con el que el régimen se autodefinía,
implicaba que la representación política no la constituían los individuos, sino las
que se suponía que eran las unidades orgánicas de la sociedad -la familia, el
sindicato y el municipio-, mediante la designación y elección indirecta de los
candidatos.
El Estado franquista se sintió también respaldado durante su ejercicio por los
grupos sociales que habían apoyado la sublevación militar: grandes terratenientes,
empresarios industriales, financieros, pequeñas burguesías provincianas y el
campesinado católico del norte y centro del país. En los años sesenta, el crecimiento
económico hizo surgir una clase media muy numerosa que aceptaba la falta de
libertades políticas a cambio de un nivel aceptable de bienestar. A su vez, una nueva
clase trabajadora identificó su progreso con la actuación económica del franquismo:
eran los obreros apolíticos, a los que en el lenguaje de la oposición se llamaba
estómagos agradecidos. Tampoco estuvieron descontentas con el franquismo las
pequeñas burguesías enriquecidas por el proteccionismo oficial de la industria en
Cataluña y en el País Vasco, las generaciones de empresarios jóvenes y todos los
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colectivos que consiguieron promocionarse en el escalafón de la administración
pública. Nada, sin embargo, pudo ayudar más a la longevidad del régimen que la
falta de conciencia política y la represión en que el franquismo mantuvo a los
españoles, a través de un control absoluto de los mecanismos de propaganda y
educación.
Las leyes fundamentales
El generalísimo era muy reacio a fijar en exceso y en detalle las atribuciones del
poder y se opuso frontalmente a una constitución que recordase el período liberal.
Se promulgaron, sin embargo, un conjunto de leyes que aparecían según las
necesidades políticas del régimen. Son las 7 leyes fundamentales:
1.- En la primavera de 1938, Franco decretó el Fuero del Trabajo, que articulaba las
relaciones del mundo del trabajo y establecía los fundamentos sobre los que se
organizaría la economía del nuevo Estado. El sindicato único obligatorio, vertical,
se encargaba del encuadramiento laboral.
2.- La ley constitutiva de las Cortes fue promulgada en 1942, aconsejada por la
evolución del conflicto europeo, que ya empezaba a decantarse a favor de las
democracias occidentales. Con esta ley, el régimen convocaba a "la participación
del pueblo en las tareas del Estado" mediante la institución de una Cámara
representativa compuesta por más de quinientos procuradores en Cortes, la
mayoría de los cuales lo eran de oficio y veinticinco designados directamente por
Franco. Los procuradores de oficio procedían de cargos institucionales o en cuyo
nombramiento intervenía el Estado, como jerarquías del Sindicato o de la
Falange, obispos, rectores de Universidad o miembros del Gobierno. La elección
nunca fue directa, salvo a partir de 1968, cuando se permitió elegir un tercio de
procuradores de representación familiar.
3.- Terminada la Segunda Guerra Mundial, Franco publicó en 1945 el Fuero de los
Españoles, como otra operación de maquillaje del régimen ante las exigencias
democráticas de los vencedores. Solo en apariencia era una declaración de
derechos. En realidad, el texto proponía un sistema político autoritario de carácter
confesional con derechos limitados.
4.- El mismo año 1945, la Ley del Referéndum pretendía mostrar que en España
estaba reconocido el sufragio universal. Así, la Ley del Referéndum establecía
que los españoles podían ser consultados individualmente en forma de plebiscito
nacional, siempre por decisión de Franco y para someterles a cuestiones de
Estado.
5.- En 1947 la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado fue sometida a referéndum
y aprobada en uno de los pucherazos de la historia del régimen por más del 93%
de los votantes, con solo una abstención del 18%. La Ley declaraba a España
"reino" de acuerdo con su tradición monárquica. A Franco se le confirmaba como
jefe vitalicio del Estado y se le reservaba el derecho de nombrar sucesor.
6.- En 1958 Franco promulgó la Ley de Principios del Movimiento Nacional. La ley
suponía la incorporación institucional de la doctrina falangista y el reconocimiento
de Falange Española Tradicionalista (FET) como único partido.
7.- Publicada y sometida a referéndum en diciembre de 1966, la Ley Orgánica del
Estado introdujo algunas novedades funcionales, como la separación de los
cargos de jefe del Estado y presidente del Gobierno, aunque este no se cubrirá
hasta 1973.
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Todos aquellos principios constitutivos de un Estado democrático, como separación
de poderes o vida judicial normalizada, fueron ignorados por las leyes franquistas.
Había un control confesado del ejecutivo sobre el legislativo y del jefe del Estado
sobre ambos y, a su vez, todo el entramado judicial se hizo depender de los
ministerios. Por otro lado, la existencia de tribunales de excepción, de las
jurisdicciones especiales, rompía el principio de igualdad ante la ley y negaba el
Estado de derecho. Una de las libertades más perseguidas por un tribunal de
excepción, el de Orden Público, fue la de reunión, que, junto con la de expresión, se
consideraba peligrosa y atentatoria contra la seguridad del Estado.
2. LA POSGUERRA. LOS AÑOS CUARENTA
La represión política y el control social e ideológico
Millones de personas se vieron obligadas a cambiar bruscamente su
comportamiento e ideas conforme a las exigencias políticas y sociales del nuevo
Estado. Otras fueron ejecutadas (entre 30.000-50.000). Los exiliados (300.000)
tuvieron que adaptarse a los países de acogida en situaciones especialmente
dramáticas y con la guerra mundial a punto de estallar, mientras que los miembros
de los partidos políticos derrotados que optaron por quedarse en España sufrieron
duras penas de cárcel y una continua marginación social.
Universidades, institutos y, en particular, el cuerpo de maestros nacionales
fueron víctimas de implacables procesos de depuración. Cerca del 90% de los
intelectuales abandonó el país. El temor a la represión y la necesidad de trabajar
creó una adhesión interesada al régimen, que alcanzó a muchos sectores y que se
apoyó en un sistema policial de delaciones, denuncias y venganzas.
Las relaciones exteriores
España salió de la Guerra Civil comprometida con las potencias fascistas. Abandonó
la Sociedad de Naciones y firmó con Hitler el Tratado de Amistad Germano-Español
(1939). Declarada la II Guerra Mundial, el régimen proclamó su neutralidad; luego,
ante el rápido avance de Hitler, cambió su posición por la de no beligerancia, para
volver finalmente a su primera declaración (1942), pero siempre manifestándose
amigo de Alemania e Italia.
Antes de finalizar la guerra, ya se produjo un acercamiento entre Estados
Unidos y el régimen de Franco, debido al interés de los norteamericanos por contar
con apoyos estratégicos en Canarias para sus operaciones en el Mediterráneo y el
norte de África. Pero a pesar de la colaboración estadounidense, el aislamiento
internacional del régimen fue abrumador en los años cuarenta y parte de la década
siguiente: ausencia de la ONU, retirada de embajadores en diciembre de 1946 e
imposibilidad de acceder a los fondos del Plan Marshall fueron las notas definitorias
de aquella situación. Solamente ciertos acuerdos con algunos países árabes y
latinoamericanos mantenían a España ligada a la diplomacia internacional.
La política económica: La autarquía
Cálculos optimistas sobre el Producto Nacional manifiestan una disminución del 25%
en el trienio de la guerra. La renta per cápita no llegó a alcanzar el nivel de 1936
hasta dieciocho años después. La financiación de la guerra supuso la auténtica ruina
de la hacienda pública, ya que las reservas de oro del Banco de España republicano
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se habían empleado en el pago de los suministros soviéticos (510 toneladas de oro),
y el bando franquista, al carecer de ellas, se había endeudado con Italia y Alemania
(900 millones de dólares). A causa del desmedido aumento del gasto público y del
caos de la producción, la cotización de la peseta se redujo en un 50% respecto a
1936 y la inflación se disparó.
A pesar de su voluntad de autosuficiencia, el régimen no practicó en ningún
momento una autarquía radical, pero sí procuró llevar a todos los sectores
económicos su ideario autárquico, que generó una gigantesca burocracia.
Para promover la industrialización de España, el Gobierno creó un fuerte
sector público mediante la constitución en 1941 del Instituto Nacional de Industria
(INI), que enseguida pondría en marcha fábricas de aluminio y nitratos, astilleros,
siderurgias y refinerías de petróleo, al tiempo que se nacionalizaban las
comunicaciones telefónicas, el transporte aéreo (Iberia) y explotaciones mineras. A
impulsos de la industria creció notablemente la producción de energía eléctrica.
Como en los años de Primo de Rivera, el Estado impulsó las obras públicas,
construyendo pantanos, saltos de agua o ferrocarriles que tuvieron efectos
reactivadores en distintos sectores de la industria.
La apuesta del régimen por la industria la pagó la agricultura, sector en el que
el Estado neutralizó los intentos de reforma de la República y donde hasta 1952 no
se abordó ningún plan para resolver los problemas de parcelación irracional del
campo. Asimismo, el intervencionismo estatal resultó aún más perjudicial que en la
industria, cuyos precios, bajo las presiones directas de los empresarios, crecieron a
un ritmo mucho mayor que los del campo.
Como consecuencia de la política económica intervencionista y autárquica,
casi no existió crecimiento en España durante toda la década de los años cuarenta.
3. APERTURA Y RECONOCIMIENTO EXTERIOR. LOS AÑOS CINCUENTA
El comienzo de la guerra fría entre los vencedores de la guerra mundial abrió nuevas
perspectivas para el régimen franquista y facilitó su reconocimiento por la comunidad
internacional. El franquismo, dado su fervor anticomunista, consiguió ser aceptado
como amigo por Estados Unidos y sus aliados, y España sería utilizada como una
pieza clave en la estrategia de defensa occidental. A partir de 1948, aunque la
comunidad de naciones democráticas siguió sin aceptar la naturaleza autoritaria del
franquismo, lo acogió en sus organismos internacionales. Dos acontecimientos
simbolizaron la aceptación internacional del régimen después de los años de
aislamiento formal: los acuerdos con Estados Unidos y el Concordato con el
Vaticano.
Con los acuerdos con Estados Unidos, firmados en 1953, Franco
inauguraba una política insólita de España con respecto a Estados Unidos, que
había sido un enemigo desde el siglo anterior. A través de los acuerdos, España y
Estados Unidos establecían una política de defensa y ayuda económica en la que lo
fundamental era la autorización concedida a este país para instalar sus bases en
Rota, Zaragoza, Morón y Torrejón, que podrían utilizarse en caso de ataque a
Occidente por la URSS sin necesidad de permiso del Gobierno. La ayuda económica, aunque resultó muy importante dada la precariedad de la economía española,
fue mucho menos cuantiosa que la ofrecida a otros estados europeos. Con todo, la
llegada de leche en polvo, queso, aceite de soja o mantequilla sirvió para suprimir el
racionamiento, empezar a desmontar el mercado negro y estabilizar los precios por
primera vez desde la guerra. Pero la mayor rentabilidad de los acuerdos la obtuvo
Franco al utilizarlos como prueba del reconocimiento internacional de su régimen,
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sin necesidad de que este renunciase a sus particularidades políticas, sindicales o
religiosas.
A través del Concordato (1953) el régimen hacía numerosas concesiones a
la Iglesia, pero a su vez recibía el espaldarazo definitivo del mundo católico. Por el
Concordato, el Estado favorecía a la Santa Sede con la confirmación de la
confesionalidad católica del régimen y con el fuero eclesiástico, según el cual los clérigos gozaban de jurisdicción propia, se dotaba económicamente a la Iglesia
pagando un salario a los sacerdotes y se le reconocían amplios derechos en el
terreno de la enseñanza. El Gobierno se reservaba, a cambio, la facultad de
intervenir en el nombramiento de los obispos.
Paralelamente al reconocimiento internacional, culminado en 1955 con el
ingreso de España en la ONU, el régimen consiguió en esta década una relativa
estabilidad interna.
El enfrentamiento con el régimen revistió tres formas principales de actuación:
las huelgas obreras, la agitación universitaria y el renacimiento de los nacionalismos.
Por el contrario, la actividad de los exiliados tenía cada vez menor incidencia en la
política interior de España.
- A partir de 1956 se organizaron huelgas en el País Vasco, Asturias y Cataluña,
donde las reivindicaciones económicas prevalecían sobre las consignas políticas.
El PCE emergió en estos años como la principal fuerza de la oposición en el
interior y, a partir de las huelgas asturianas de 1957-1958, desarrolló su influencia
en el mundo sindical a través de las Comisiones Obreras (CCOO).
- En 1956 se produjo la primera gran crisis universitaria, reflejo de las tensiones
entre Falange y los sectores católicos aperturistas, que Franco zanjó cesando al
ministro de Educación, Ruiz Jiménez, y al del Movimiento, Fernández Cuesta. Por
otro lado, los estudiantes universitarios se constituían a partir de ahora en brazo
activo del rechazo de la política franquista y se multiplicaron las protestas contra
el Sindicato Único Universitario (SEU).
- Los nacionalismos renacieron en Cataluña y en el País Vasco. Un grupo de
jóvenes universitarios bilbaínos, separado de las juventudes del Partido
Nacionalista Vasco (PNV), fundó en 1959 la organización Euskadi ta Askatasuna
(Euskadi y Libertad), ETA.
La apertura económica. El "decenio bisagra"
Desde el comienzo de la década de los años 50, la autarquía económica se hizo
cada vez más insostenible. En 1951, el nuevo ministro de Comercio emprendió una
tarea de revisión moderada del rígido intervencionismo comercial. La supresión del
racionamiento vino acompañada de un decreto que establecía la libertad de precios,
comercio y circulación de los productos alimenticios, lo cual suponía una cierta
normalización de la vida cotidiana.
La ayuda económica estadounidense pronto dejó huella en el sector industrial,
que comenzaba a disponer de las materias primas y los suministros necesarios para
mejorar su capacidad productiva. A partir de 1950 se abrió un período de
crecimiento industrial muy intenso y regular, aunque no por ello España dejó de ser
todavía un país predominantemente agrario.
El desarrollo del turismo fue el fenómeno social y económico más sorprendente y de repercusiones más favorables. El fin del aislamiento político del
régimen contribuyó a incrementar el flujo turístico, de tal forma que el medio millón
de visitantes de 1950 se había convertido en más de seis millones en 1960, cuyos
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efectos económicos fueron decisivos para lograr el equilibrio de la balanza de pagos.
La oportuna devaluación de 1959, que estableció el cambio de la moneda a 60
pesetas por dólar, provocaría de inmediato mayores entradas de divisas y turistas
buscando un sol barato.
Hacia 1957, el Estado español estaba al borde de la bancarrota. La
semiautarquía y la sindicación vertical asfixiaban la economía, y Franco comprendió
la necesidad de introducir cambios; para ello, eligió a ministros formados en
economía y derecho administrativo, algunos de los cuales pertenecían al Opus Dei.
El Gobierno constituido por Franco en 1957 fue el de los tecnócratas, modernos en
lo económico y conservadores en lo político, cuya gestión inauguró una era de
desarrollo en la historia del franquismo. Por fin, el régimen se decidía a liberalizar la
economía española, poniéndola en línea con los países occidentales y ofreciendo
oportunidades a las inversiones extranjeras, que hasta entonces habían estado muy
restringidas. Pero, para cumplir tal objetivo, se necesitaría pasar antes por un Plan
de Estabilización, que se pondría en marcha en julio de 1959 y supondría una
forzada austeridad: recortó el gasto público, restringió el crédito, congeló los
salarios, limitó las horas extras y devaluó la peseta. Asimismo, el plan ponía fin a
muchos controles comerciales e industriales internos y favorecía las inversiones
extranjeras, siendo en su conjunto la operación económica de mayor alcance
realizada por el Estado en el período 1939-1959.
4. LA ESPAÑA DEL DESARROLLO (1960-1969)
Los cambios en la estructura económica
Superada la recesión consiguiente al Plan de Estabilización, el franquismo inauguró
en la década siguiente una etapa de ideología desarrollista en la que la subida de la
renta per cápita era propuesta como el gran objetivo nacional. Entre 1962 y 1975 se
establecieron tres Planes de Desarrollo de duración cuatrienal, capitaneados por
Laureano López Rodó. Éste y otros tecnócratas del gobierno buscaban el
crecimiento del producto nacional, el pleno empleo, un mejor reparto de la renta y
una progresiva integración española en la economía mundial. Los Planes de
Desarrollo señalaban las direcciones de inversión preferentes y asignaban recursos
ajustados a ellas. También estimulaban la iniciativa privada con ventajas fiscales y
crediticias, y preveían la creación de polos de desarrollo en siete ciudades: Burgos,
Huelva, Vigo, La Coruña, Valladolid, Zaragoza y Sevilla.
No todos los objetivos se alcanzaron, pero España tuvo en los años sesenta
una de las tasas de crecimiento más altas del mundo. La producción industrial
aumentó entre 1960 y 1973 con una tasa anual del 10%. El sector de desarrollo más
destacado fue el del automóvil, con cinco grandes fabricantes de coches, de los que
destacaban SEAT y Renault, que se encontraban entre las mayores industrias del
país. El bienestar creciente se reflejaba, asimismo, en la amplitud del sector de
electrodomésticos. La rápida industrialización de España exigió una cuantiosa
importación de bienes de equipo, que pudo realizarse gracias al continuo flujo de
divisas procedentes del turismo y de los ahorros enviados por los emigrantes. La
inversión de capital extranjero, especialmente alemán y estadounidense, facilitó
asimismo la compra de las materias primas necesarias, a la vez que el aumento de
las exportaciones ofrecía buenas partidas de divisas, destinadas inmediatamente al
desarrollo industrial.
La otra cara del desarrollo español la constituían el mantenimiento de las
desigualdades personales en la distribución de la renta y el mal reparto regional de
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los logros de la economía. Entre 1960 y 1973, la parte del PIB correspondiente al
País Vasco, Madrid, Cataluña, Baleares y Canarias creció hasta llegar a representar
el 46%, mientras que las demás regiones se repartían el resto. Como consecuencia
de la planificación del Gobierno, surgieron algunos enclaves industriales en
Valladolid, Vigo, Zaragoza o Burgos; pero las dos Castillas, Aragón, Extremadura y
Andalucía no habían logrado aún salir de su atraso.
Los cambios sociales y culturales
A impulsos del "milagro económico", la sociedad española comenzó a cambiar
rápidamente. Desde 1962, fecha en que España contaba con 31 millones de
habitantes, hasta 1973, cuatro millones de personas abandonaron sus pueblos de
origen para dirigirse a Europa, a las regiones prósperas de España o a sus capitales
de provincia. Si las ciudades se superpoblaban con rapidez, el campo se despoblaba
a igual velocidad, contribuyendo así a reforzar la distribución cada vez más irregular
de la población española. Por otro lado, el desarrollo urbano de los núcleos
industriales se hizo sin ningún respeto por el entorno y el urbanismo incontrolado y
especulativo alteró el hábitat ciudadano.
El turismo, la emigración y el establecimiento de empresas multinacionales
pusieron en contacto a los españoles con otras formas de vida y nuevos modos de
comportamiento político y social. A pesar de la rígida censura o la manipulación
sistemática de las pantallas y los periódicos, el Gobierno no pudo impedir cierta
apertura intelectual.
En diciembre de 1963, la Ley de Bases de la Seguridad Social reemplazaba el
entramado de seguros sociales por un régimen de previsión total, en línea con el
estado del bienestar desarrollado por la Europa rica después de la Segunda Guerra
Mundial.
Las necesidades de la economía obligaron a reformar los planes de
enseñanza para acercarla a toda la sociedad, lo que contribuyó a un aumento
significativo de la población alfabetizada y universitaria. Con la Ley General de
Educación de 1970 el presupuesto dedicado a la enseñanza superó al de las
Fuerzas Armadas, manifestando el verdadero alcance del cambio social.
Las relaciones exteriores: el franquismo ante la Europa del Mercado Común
Los años sesenta supusieron la legitimación definitiva e irreversible del régimen
franquista en el exterior. Nuevos pactos con Estados Unidos robustecieron las
buenas relaciones con el amigo americano y, a pesar del Sáhara, se suavizaron las
tensiones con Marruecos. La diplomacia española ratificó su amistad con los países
árabes y obtuvo un gran éxito internacional cuando en 1967 la ONU dio la razón a
sus argumentos descolonizadores sobre Gibraltar que la enfrentaban a Gran
Bretaña. La internacionalización del asunto de Gibraltar exigía abordar los restos del
colonialismo español en África; y así, en 1968, de manera precipitada, el régimen
concedía la independencia a Guinea Ecuatorial.
Tras la creación de la Comunidad Económica Europea (1957), Franco y sus
ministros más conservadores mostraron su desdén, pero los tecnócratas del Opus
Dei tenían otra opinión. Así, el 9 de febrero de 1962, el gobierno español solicitaba
formalmente a la CEE iniciar conversaciones para la adhesión. Esta petición fue
rechazada por el Parlamento Europeo, debido a las características políticas del
régimen. Pero dos años más tarde fue reiterada la solicitud y, en esta ocasión, el
Consejo de Ministros de la CEE afirmaba estar dispuesto a "autorizar a la Comisión
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a entablar conversaciones" con el gobierno español. El resultado sería la firma de un
simple Acuerdo Preferencial en 1970, por el cual se facilitaban los intercambios entre
los seis y España, sobre todo en rebajas arancelarias importantes de la CEE a
España en productos industriales, no así en producción agrícola.
Los nuevos movimientos sociales y la oposición al régimen
Desde los años sesenta, al compás del desarrollo económico y cultural, crecieron los
deseos de cambio, manifestados en un despliegue más amplio de la oposición:
- La oposición "moderada": Tras un largo período de enfrentamientos en el exilio, los
partidos republicanos comenzaron a agruparse en torno al proyecto de unidad
europea y establecieron contactos con fuerzas monárquicas y democristianas. En
1962, un centenar de delegados denunciaron en Múnich la naturaleza
antidemocrática del régimen, en un momento en que este intentaba tramitar el
ingreso de España en la Comunidad Económica Europea.
- El protagonismo del PCE: movimiento obrero y universitario: El acoso del régimen a
través de la brigada politicosocial sobre el PCE alcanzó resonancia internacional
con la ejecución en Madrid del dirigente Julián Grimau en 1963. La organización,
dirigida desde el exilio por Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, inició el abandono
del estalinismo a partir de 1956 y se orientó hacia el eurocomunismo.
Desde 1967 se observa una progresiva politización del movimiento obrero,
que emprendió acciones a favor de la libertad de huelga o la creación de
sindicatos. Barcelona, Madrid, País Vasco y Asturias fueron las zonas más
conflictivas de España. La negociación colectiva de los convenios laborales,
estipulada por una ley de 1958, favoreció el crecimiento de los sindicatos
clandestinos, como Comisiones Obreras, que se convirtió en interlocutor en
muchas empresas. El régimen intentó modernizar su sindicato; pero la nueva Ley
Sindical de 1971 mantenía la ilegalidad de las huelgas y de otras
representaciones que no fueran las oficiales.
El régimen perdió también el control de la Universidad, cuya agitación no
decreció hasta la muerte de Franco. A partir de 1964, casi ningún distrito
universitario reconocía el SEU, que fue sustituido por asambleas libres de
alumnos. La actitud crítica de amplios sectores universitarios hacia el régimen
llegó a su momento de mayor tensión en 1965, cuando el Gobierno destituyó a
varios catedráticos universitarios por apoyar las manifestaciones estudiantiles.
Bajo la influencia del Mayo del 68, los estudiantes diversificaron sus acciones de
protesta, provocando continuas intervenciones de la policía, que ocupaba permanentemente algunos campus.
- Los movimientos nacionalistas: Con el mismo telón de fondo del desarrollo
económico, mucho más visible en la periferia industrial, se reavivaron los
movimientos nacionalistas catalanes y vascos, y la izquierda, en general, hizo
suya la causa nacionalista como una forma de lucha contra el centralismo de
Franco. Sin embargo, desde finales de los años sesenta, fue la organización independentista vasca ETA la que se convirtió en el principal problema del régimen y
de España, al optar por el terrorismo.
- El alejamiento del nuevo clero: Desde la clausura del Concilio Vaticano II en 1965,
el clero joven y los católicos progresistas se enfrentaron a su jerarquía y
reclamaban el derecho de la Iglesia a tomar partido contra la dictadura. El
desgaste de las relaciones Iglesia-Estado desembocó en una desavenencia continua. El papa Pablo VI pidió a Franco que renunciase al privilegio de presentación
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de obispos y, ante la negativa del general, endureció su actitud contraria al
régimen. En 1971 la Santa Sede colocó en la diócesis de Madrid al cardenal
Tarancón, elegido para dirigir la reorientación política de la Iglesia española.
Pocos meses más tarde, la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes pedía
perdón a la sociedad española por no haber sabido ser instrumento de
reconciliación tras la Guerra Civil.
5. EL OCASO DEL FRANQUISMO (1969-1975)
La escalada de huelgas y conflictos manifestaba la progresiva inestabilidad del
régimen, que se veía acentuada por el declive físico de Franco, con 77 años en 1969
y el mal de Parkinson destruyendo su organismo. En julio de 1969 Franco hizo que
las Cortes nombrasen al príncipe Juan Carlos su sucesor en la jefatura del Estado,
una vez que se hubo asegurado de su compromiso en el mantenimiento del
régimen. No se trataba, como subrayó el dictador, de la restauración de la
monarquía liberal, sino de la instauración de una nueva monarquía del Movimiento.
Las contradicciones internas del régimen. El fin del desarrollismo
Pese a la oposición ideológica de la Falange a la monarquía, sus representantes en
las Cortes no se aventuraron a contravenir la elección de Franco, que había sido
trabajada afanosamente por los ministros tecnócratas en colaboración con viejos
servidores del jefe del Estado. Esta victoria de los hombres del Opus Dei vino
acompañada por un escándalo, explotado con habilidad por sus adversarios
falangistas: el caso Matesa.
Matesa era una empresa dedicada a la exportación de maquinaria textil que
se había beneficiado de créditos y subvenciones del Estado concedidos por
ministros del Opus por operaciones no realizadas. Los ministros independientes y
falangistas airearon el fraude, utilizándolo contra sus adversarios tecnócratas. La
reacción de Franco no pudo ser más desfavorable para los adversarios del Opus
Dei, ya que en octubre de 1969 constituyó un nuevo gobierno con una gran mayoría
de ministros afines a la línea tecnocrática. El gabinete "monocolor" del Opus pudo
beneficiarse de una coyuntura económica excepcional hasta 1973, pero la situación
política no hizo sino deteriorarse.
A partir de la constitución de este gobierno, con Carrero Blanco, que repetía
de vicepresidente, se produjo un progresivo alejamiento de Franco de las decisiones
políticas debido a su estado de salud, mientras el régimen se debatía entre el
aperturismo y el inmovilismo. La generación nacida en torno a los años treinta, y con
ella personalidades como Ruiz-Giménez o José María de Areilza, que habían roto
con el franquismo, exigían la evolución del régimen hacia formas políticas liberales.
Por otro lado, la ultraderecha del régimen, compuesta de militares, tradicionalistas,
católicos conservadores o viejos falangistas, se atrincheraba en el inmovilismo, considerando que un proceso de cambio acabaría por destruir el franquismo.
Un paso importante en la preparación del franquismo sin Franco se produjo
en junio de 1973, cuando el dictador renunció por vez primera a sus funciones de
jefe del Gobierno y las traspasó a Carrero Blanco. Su mandato debía ser, como
mínimo, de cinco años y, por tanto, su presencia podía serle impuesta al futuro rey,
caso de producirse antes el fallecimiento de Franco. El nuevo gobierno de Carrero
Blanco tenía como objetivo sofocar las reformas y aplastar la oposición, estrechando
filas en torno al franquismo más rígido. Era un gabinete "duro", con Carlos Arias en
el ministerio de Gobernación y el ministro secretario general del Movimiento,
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Torcuato Fernández Miranda, ascendido a vicepresidente de Gobierno. Los dos
problemas con que hubo de enfrentarse Carrero fueron los mismos que venían
marcando desde 1969 la actuación del régimen: la exigencia de una apertura que
debía pasar por la legalización de las asociaciones políticas y el mantenimiento del
orden público. Su respuesta consistió en frenar el asociacionismo, por miedo a que
derivase en partidos políticos, e intensificar la represión. Pero el 20 de diciembre de
1973, Carrero Blanco era asesinado por ETA.
Los movimientos de oposición
Constituido en enero de 1974, el gobierno de Arias Navarro fue el primero que tuvo
mayor influencia civil que militar en la historia del régimen (solo había tres ministros
militares). También incluía la novedad de la desaparición de los miembros del Opus
Dei y sus simpatizantes. Enfermo Franco y desaparecido Carrero, se manifestaban
abiertamente las contradicciones existentes dentro del régimen y las rivalidades
entre las familias políticas, que hasta entonces la autoridad del caudillo había
conseguido amortiguar. En sus comienzos, el gobierno de Arias parecía orientarse a
la apertura, sorprendiendo a la clase política con numerosas promesas -el "espíritu
del 12 de febrero"- de reforma gradual del régimen. La liberalización de la prensa,
fomentada por una política tolerante del nuevo ministro de Información, provocó
abundantes artículos sobre el futuro democrático de España.
Para entonces empezaban a acusarse los primeros síntomas de la crisis
mundial provocada por el alza del coste del petróleo, y el índice de precios al
consumo se disparó, reduciendo el salario real. En un contexto general de crisis
económica, la conflictividad laboral, muy intensa en 1974, y la incertidumbre política
eran factores de riesgo que amenazaban las inversiones extranjeras que habían
empujado el desarrollo español desde finales de los años cincuenta.
Influidos por el ejemplo de los militares portugueses de la "revolución de los
claveles" (25 de abril de 1974), ochenta oficiales del ejército español se
constituyeron en asamblea y crearon en diciembre de 1974 la Unión Militar
Democrática (UMD), también con el objetivo de la ruptura democrática.
Como consecuencia de la primera enfermedad de Franco oficialmente
reconocida, en el verano de 1974 se multiplicó la actividad política. El hecho más
importante fue la constitución, el día 29 de julio, de la Junta Democrática, en la que
coincidían fuerzas políticas que iban desde Calvo Serer (monárquico), pasando por
algunos grupos socialistas, hasta el propio PCE. Su programa, de 12 puntos,
preconizaba el establecimiento de un régimen democrático similar a los de Europa
occidental. Sin embargo, no se logró la incorporación a la misma del PSOE,
integrado en la Plataforma de Convergencia Democrática, creada en junio de 1975.
Aunque con menos base militante, el PSOE contaba con fuertes apoyos exteriores.
Fortalecido por el fracaso del Gobierno en restablecer el orden público -un
atentado de ETA mató a doce personas en una cafetería madrileña-, el búnker del
régimen obligó a Arias Navarro, en octubre de 1974, a echar marcha atrás en sus
promesas de apertura y a cesar al ministro de Información, Pío Cabanillas, con quien
se solidarizaba el de Hacienda, Barrera de Irimo, que presentaba la dimisión. Era la
primera, reconocida como tal, durante todo el franquismo. Los síntomas de
descomposición y desbandada eran alarmantes en las filas del régimen. Aprobado
en diciembre un nuevo Estatuto de Asociaciones Políticas, a pesar de encontrar
fuerte oposición entre los más acérrimos defensores del modelo de partido único,
era insuficiente para una sociedad que ya reclamaba desde muchos lados su
equiparación política con la Europa de su entorno.
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La muerte de Franco
El desmoronamiento del orden franquista acompañó los últimos meses de vida del
dictador. La primacía de la acción terrorista la seguía manteniendo ETA, pero
también se mostraba activo el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista Patriótico,
grupo escindido del movimiento comunista) y afloraban distintas agrupaciones de
extrema derecha decididas a implantar el terror. Como respuesta, el Gobierno
endureció la represión con un decreto-ley que preveía la pena de muerte de los
implicados en delitos de terrorismo. En septiembre de 1975 no hubo indulto para dos
terroristas de ETA y tres del FRAP que fueron ejecutados, en medio de una gran
protesta internacional. Trece países retiraron momentáneamente sus embajadores
de Madrid, colocando al franquismo en una situación de aislamiento político y moral
como no había vivido desde finales de los años cuarenta.
La debilidad final del régimen de Franco y su misma enfermedad fueron
aprovechadas por Hassan II para montar la marcha verde: varios cientos de miles de
marroquíes desarmados se presentaron ante la frontera del Sáhara, el último
reducto español por descolonizar, con el objeto de forzar su anexión. El gobierno de
Arias Navarro, eludiendo sus compromisos favorables a la autodeterminación del
territorio, lo abandonó atropelladamente y permitió su partición entre Marruecos y
Mauritania.
Franco moría el 20 de noviembre, iniciándose una nueva etapa: la Transición
democrática.
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