Identidad “encuirada” - University of Utah E Publications

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Identidad “encuirada”: Transgresiones identitarias y
posicionamiento refractario en dos novelas judeoargentinas
Daniela Goldfine
University of Minnesota
Resumen
Usando como plataforma la noción de Amy Kaminsky de plantear
el uso del verbo “encuirar” (no simplemente la palabra en inglés
“queer”) para desarticular la identidad fuera del marco
heteronormativo de las sociedades hispanoamericanas, presento el
estudio de dos novelas contemporáneas donde el proyecto de las
autoras es desestabilizar las categorías de mujer, argentina y judía. Sin
socavar la base intrínseca de género y sexualidad que contiene
“encuirar”, sino complementándolo a la idea de subversión de pautas
fijadas, estas novelas proponen salirse de los márgenes donde se
presenta un espacio limitado para la formación individual y utilizar
tácticas que comprometan un proceso de tanteo que conduzca a un
subterfugio productivo. La rompiente (1987) de Reina Roffé y La hija
de Singer (2002) de María Inés Krimer utilizan estrategias similares en
las cuales las narradoras se encierran en su mundo interior para
(trans)formar sus identidades proscriptas por sociedades
falogocéntricas en momentos socio-políticos claves en la Argentina: el
terror de la Guerra Sucia de la dictadura de los años setenta y el
consecuente exilio (La rompiente) y las políticas de neoliberalización
sumadas a los ataques a la embajada de Israel y al centro comunitario
judío más grande del país en los años noventa (La hija de Singer). Al
proponer el “encuiramiento” de sus identidades fragmentadas las
protagonistas logran sortear las normas preestablecidas y revelar una
vía distinta por donde desenvolverse y transmitir su renovado
autodescubrimiento.
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“Yo era Diana. La hija de Singer.” (50)
La hija de Singer
“Recordó, a pesar de las trampas de la memoria, que alguien le había
dicho—tal vez quien no había ido a buscarla—que el lugar que ahora
proyectaba en usted deslumbramientos diversos era la Torre de Babel
misma, perfecto para personas sin raíces o asqueadas de la absurda
entelequia de la identidad; un espacio intergaláctico que no pertenece
a ninguna parte.” (17)
La rompiente
En “Hacia un verbo queer,” Amy Kaminsky propone el uso del
neologismo “encuirar” como una forma de metamorfosear la palabra
“queer” del idioma inglés al idioma español sin dejar de enfatizar la
carga socio-histórica que “queer” contiene en sí misma. Al describir
“encuirar” Kaminsky devela las características que componen este
término, entre las cuales se encuentran el de revelar la inestabilidad de
la identidad y “la necesidad de crear y defender identidades
alternativas para sobrevivir en una cultura regida por la identidad
normatizada” (879). Es fundamental recalcar la plataforma de
sexualidad sobre la que se apoyan las palabras “queer”/“encuirar” y
mantener la atención en su alineación determinante del sexo y del
género.1 Sin embargo, este estudio toma prestado el término para
deshacer el ovillo identitario en el que dos escritoras envuelven a sus
protagonistas. Mirados desde el margen, los personajes principales de
La hija de Singer (2002) de María Inés Krimer (Paraná, 1951) y La
rompiente (1987) de Reina Roffé (Buenos Aires, 1951) claman por
salir de su encasillamiento y subvertir los roles tradicionalmente
otorgados a las tipologías de la mujer judía argentina. El recorrido de
ambas novelas es un intento de buscar la voz propia y de recoger los
fragmentos de una identidad que la sociedad del momento fracturó.
El proceso de transformación y, a la vez, de transgresión al reclamar
una identidad unificada es el camino por el que nos llevan las autoras;
un camino lento y transversal, donde los descubrimientos parecen
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añadir a la confusión pero al mismo tiempo nos ayudan a desembocar
en la subjetividad demandada por las protagonistas.
Identidad rehuida en la La hija de Singer
Desde el título de la novela María Inés Krimer indica el
posicionamiento de su protagonista, Diana Singer, ya que aparece
hasta casi la mitad del texto sin nombre propio, siendo simplemente
“la hija de Singer.” La novela abre con la muerte de su padre y es
justamente este hecho el que desencadena la necesidad impertérrita de
Diana de apartarse de su aparente cómoda identidad prestada y
empezar la parsimoniosa búsqueda de la propia. La inestabilidad de su
posición aparece por el resquebrajamiento que empieza a darse
cuando comienza el shloshim2 después de la muerte de su padre. En
ese mes de duelo Diana deshoja capa por capa lo que cubre su ser más
profundo y se embarca en el proyecto “encuirado” de identidad:
“…mutable, migratoria y desobediente, o sea profundamente queer”
(Kaminsky 885). Justamente es esta idea de desobediencia la que
parece rescatar Diana al olvidarse (consciente o inconscientemente)
una reunión importante en el estudio de abogacía donde trabaja;
olvido que la libera de sus obligaciones en Buenos Aires para volver a
Paraná a reencontrarse con su pasado en forma de futuro incierto
(incertidumbre que funciona como un espacio para el redescubrimiento).
Krimer desliza a su protagonista a través de la vida diaria del
patrón de mujer: desde su experiencia en una peluquería hasta una
clase de gimnasia y una visita a la modista, los procesos de llegada a su
identidad son “encuirados” en sí mismo. Es decir, parten de las
normas de escritura heteronormativa para hallar su camino por vías
de una escritura de género femenino. 3 En Terrorist Assemblages:
Homonationalism in Queer Times, Jasbir Puar describe la
patria/nación como representada no sólo “as a demographic, a
geographical place, nor primarily through history, memory, or even
trauma, but [a]s cohered through sensations, vibrations, echoes,
speed, feedback loops, recursive folds and feelings” (171). Así es como
el universo de Diana Singer transcurre desde la muerte de su padre,
mostrándonos lo que parecieran ser actividades menores para probar
los imperceptibles cambios —ecos, sensaciones, vibraciones— que se
producen en su forma de pensar(se). A partir de esas impresiones y
resonancias contenidas en una narración que se acomoda en lo
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emocional frente al fallecimiento de su progenitor, la identidad de
Diana se encuentra “encuirada” al desestabilizar la propia definición
de sí misma.4 “También le dije que había sido más fácil sabiendo que
él estaba, como si la presencia de papá fuera una garantía o una forma
de supervivencia” (92), dice Diana. A partir de la concientización de la
desaparición de su padre, su identidad adquirida se derrumba y sale a
buscar lo que postergó desde siempre: ella misma.
En este viaje interno,5 hay un momento claro en el también juzga
su judaísmo. Reconoce sus orígenes, pero como todo aspecto de su
identidad éste pasa por su padre: “Papá pasaba las tardes leyendo a
Bashevis Singer. Nuestro apellido era pródigo en historias de judíos
descarriados, que cuestionaban las leyes divinas y discutían con los
rabinos” (33). El hecho de que viviera lejos de su padre no quitaba la
realidad de que viera y se viera a través de los ojos del mismo. ¿Cómo
justificar una creencia cuando se hereda? Diana reflexiona:
Mi judaísmo venía del suyo, y era un poco tarde para hacer
preguntas. ¿Y si no fuera así? ¿Si papá no fuera como yo
empezaba a recordarlo? Y si fuera otro el que confesó al
rabino: “No tengo trabajo. No tengo ganas de hacer nada. El
mandamiento dice que hay que honrar el shabat, pero sin
trabajo, el sábado no es sagrado”? Eso fue lo que me contó al
regreso mientras me explicaba que en hebreo avodá significa
trabajo y también, según la Biblia, rezar. Perder el trabajo es
perder la persona, dijo, porque al perderlo el hombre no puede
hablar con Dios. (52)
En este momento de introspección, Krimer hila magistralmente
preocupaciones devenidas de dos frentes (en teoría) diatribalmente
opuestos. El desempleo, el cual ha llegado a ser un tema habitual en la
vida de los argentinos —y como lo es también en este caso—,
especialmente cuando la causa es una cuestión sindical, 6 y el
desasosiego de índole religioso de los que no practican la
predominante religión católica. La identidad de Diana Singer se
muestra “encuirada” al juntar en ella misma estas dos facetas. Al
mismo tiempo, busca un rabino7 para hablar y descubrir/afirmar su
identidad judaica. Allí cuenta de su padre, no de ella:
Le conté que todas las semanas papá traía libros de la
Asociación Israelita, y en esos libros yo me había informado de
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los campos de exterminio. Maidanek. Treblinka Auschwitz.
Hasta tenía unas fotos del ghetto de Varsovia metidas en el
diario de Ana Frank. Las miraba y cerraba los ojos. ¿Cómo
pudo pasar algo así? ¿Dios lo había permitido? Papá nunca
habló del Mesías, ni del día de la redención, ni de volver a la
tierra prometida. Ni siquiera hablaba de visitar Polonia, donde
habían nacido mis abuelos. (65)
Los silencios del padre no ayudaron a Diana a comprender cómo
formar su propia identidad, pero es en este intento de recuperación de
la historia en donde empieza a vislumbrarse la audacia de su proyecto.
Así también como cuando entierran a su padre y ella especula: “Si
fuera hombre, pensé, podría levantar el cajón” (22). Su intento de
“encuirar” su identidad comienza desde ese momento (un momento
de desafío de las reglas establecidas; en este caso, por la religión
heredada), pero necesitará de los treinta días de duelo para acceder a
una versión sincera de ella misma. Es justamente la manera que Diana
se vale de ese mes, una manera deliberada y metódica, la que provee
respuestas a sus preguntas de identidad y la que termina “encuirando”
su proyección de la misma.
Uno de los modos en que vemos esta manipulación de las normas
instituidas es en las relaciones que establece con sus amantes. Al
comienzo de la novela, al volver a Entre Ríos, se reencuentra con su
pareja8 de juventud (Ricardo) con quien “[e]n el setenta cruzábamos
el Paraná en lancha, abrazados, para estudiar Derecho” (44).
Actualmente casado y padre de cuatro hijos, Diana no rechaza sus
avances ni siente remordimiento después de acostarse con él. Es decir,
no se atañe a cierto discurso femenino (establecido desde el universo
patriarcal) de camaradería entre mujeres. Sin embargo, es consciente
del vacío que permanece después de solamente un encuentro y no
vuelve a ver a Ricardo. Empero, ese cruce con un aspecto más de su
pasado parece funcionar como un elemento que le permite erradicar
una parte de su sexualidad prescrita para darle la libertad de conocer a
Manuel en el tren de vuelta a Paraná. Es allí que Diana reflexiona:
“Los que viajamos en tren, pensé, parecemos estar escapando” (102).
El tren es el salvoconducto que la traslada de un Buenos Aires donde
era nada más que una sombra de sí misma hasta el Paraná que la
devuelve a lo que ella siempre fue, pero no pudo o quiso
desenmascarar hasta la muerte de su padre. Diana empieza a dar
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muestras de su identidad sin ataduras a la de su padre con Manuel y
sus paseos por el río. Es en este río, el Paraná, que la representa y
donde saca a la luz las tergiversaciones de su delicado proyecto que
Diana piensa “en el creador del universo” (134) y admite que “[h]acía
mucho que no respiraba así” (134). Necesita de esos intervalos sin
tiempo para rehacerse y rehacer su vida. Es allí cuando se da cuenta de
la importancia de ese tiempo obligado de duelo y de la posibilidad de
volver a Entre Ríos sin ataduras:
A medida que pasaban las horas, reconocí la casa. La había
estado reconstruyendo alrededor, en la oscuridad,
orientándome por la lectura y la memoria, ayudándome por la
luz que entraba por las celosías, la reconstruía y la amueblaba
toda entera, respetando huecos de puertas y ventanas. En eso
pensaba cuando me di cuenta de que faltaba poco para la
ceremonia de los treinta días, ese límite de tiempo que
necesitaba para salir, como en un sueño, de la casa de papá.
(112)
Estas experiencias y las posiciones de estas experiencias
proporcionan a Diana la oportunidad de dejar de ser solamente “la
hija de Singer.” Rosaura Sánchez considera estos temas en relación a
la identidad en su artículo “On Critical Realist Theory of Identity” y
señala que tanto la identificación como la identidad son procesos
discursivos que no pueden ser examinados fuera de la experiencia, es
decir, fuera de las posiciones que ocupan los individuos (42). Y aclara
que la experiencia “can only be considered within a constellation of
positionings that interconnect in multiple ways, never only in one
way, as there are always social boundaries and limits that impact
particular interconnections and overlappings that are open or closed,
that is, available or unavailable, to us, depending on our positioning”
(42). Es aquí donde el concepto de “encuiramiento” ayuda a desatar la
identidad de Diana y a formar el posicionamiento que necesita para
formular su propia versión de mujer judeo-argentina. Y es este último
aspecto el que Krimer disemina por toda la novela sin proveer una
narración compacta de la misma: ¿cómo se presenta la sociedad
argentina de los años noventa?
Es una tarea ardua y de tanteo, ya que la autora no explicita en
ningún momento una época precisa (sí menciona las ciudades para
dar una referencia territorial). Se pensaría que el hecho de ser
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argentina está tan imbuido en la identidad de Diana que no se
aguarda un cambio en ese sentido, sino que la estrategia que Krimer
utiliza es la “encuirar” el texto todo en esta categoría. Decide
desestabilizar la narrativa y valerse de su protagonista para
desarticular el lugar socio-geográfico: en este caso, una Argentina
donde el padre de Diana no tiene lugar (por eso su despido de su
empleo de ferroviario y de su lugar en el sindicato del mismo) y donde
el judaísmo de los Singer aparece sutilmente en los márgenes, casi sin
hacerse sentir.9 Paul Ricoeur lo pone en palabras simples: “It is the
identity of the story that makes the identity of the characters” (148).
Krimer vuelca el peso de la nación en la narrativa y propone una
visión escindida y velada de las políticas del momento. Con frases
esparcidas por el texto como: “—¿Sabes por qué se corta la luz?—v
olvió a decir Celia.—Por las privatizaciones” (41) y “Estaba mirando
en la pantalla las columnas de humo que levantaban unas gomas
quemadas en un cruce rutas. Un piquetero corría con una botella en la
mano” (81), la autora nos sitúa (y sitúa su historia) en una realidad
pasada y presente al mismo tiempo.10 Volviendo a Paul Ricoeur, el
filósofo explica que “literary narratives and life histories, far from
being mutually exclusive, are complementary, despite, or even because
of, their contrast. This dialectic reminds us that the narrative is part of
life before being exiled from life in writing; it returns to life along the
multiple paths of appropriation and at the price of the unavoidable
tensions just mentioned” (163).
En La hija de Singer, el contraste entre la vida particular de Diana
y la situación socio-económica general en la que se mueve es donde
hallamos el “encuiramiento” identitario del personaje. Inclusive la
única referencia a una época que seguramente marcó a Diana (los
años setenta, cuando ella estaba estudiando abogacía; un momento
histórico en el que ser estudiante universitario significaba enfrentarse
con el régimen militar impuesto) es parte de una charla con Ricardo
donde ella le pregunta sobre compañeros de esa época. Las escuetas
respuestas lo dicen todo: “Boleta” (91), “Se quedó en México” (92) y
“Era buchón” (92) resumen las instancias de aquellos que fueron
jóvenes en la década de los setenta: desde la muerte (o desaparición),
hasta el exilio o la traición. Krimer enlaza realidad y ficción y deja que
las tensiones de ambas se jueguen a duelo en el núcleo de su narrativa.
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De fragmentaciones e identidades desterradas en La rompiente
La tercera novela de Reina Roffé se presenta acompañada. Es
decir, antes de comenzar a leerla nos encontramos con una
explicación de su escritura bajo el título “Itinerario de una escritura”
(9-11) y al finalizar la novela con un estudio posliminar de María
Teresa Gramuglio, “Aproximaciones a La rompiente” (127-135). Estos
paréntesis de la obra de Roffé ayudan a desentrañar el texto, pero al
mismo tiempo también lo constriñen ya que el juego de la autora es
subvertir en todo momento todo rol pensado como estático en la
sociedad en general y en la sociedad argentina de los años setenta en
particular. El hecho de que presente estas lecturas antes y después de
la obra delatan el recorrido sinuoso de la vida escrituraria de la autora
y el corsé impuesto al adentrarse en territorio de masculinidad
dominante, tal como se presenta el mundo literario. Sin embargo, el
proyecto de la autora (de las dos autoras aquí tratadas) es el de
desmantelar los mecanismos propuestos por la sociedad patriarcal y
expandir las fronteras del territorio femenino escritural.
La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) se
refiere al peligro de contar una sola historia11 cuando se trata de
representar a un grupo de personas. Dice: “Show a people as one
thing, as only one thing, over and over again, and that is what they
become.” Roffé ya tiene internalizada esta reflexión y La rompiente es
su intento acabado de desestabilizar los roles de mujer, argentina y
judía, especialmente en una década donde la proscripción era la
norma. El “encuiramiento” de la(s) indentidad(es) de la narradora se
da por la multiplicidad de voces 12 que impiden determinar con
precisión quién(es) se atribuye(n) la narración. Roffé misma (es decir,
su alter ego como narradora y protagonista de la novela) y su escritura
sobreviven a un largo período de silenciamiento bajo la conjetura que
Adichie presenta: “The single story creates stereotypes. And the
problem with stereotypes is not that they are untrue, but they are
incomplete. They make one story become the only story.” Roffé
problematiza la posibilidad del encasillamiento de manera tan
contundente que presenta una introducción que explica que ni el
exilio,13 ni las reglas falogocéntricas, ni los gobiernos autoritarios, ni la
auto-censura la dejarán amordaza: su deseo de escribir domina su
identidad “encuirada.”
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En una nota a pie de página, en "Hacia un verbo queer," Amy
Kaminsky plantea que
[E]l cuerpo queer se ha comparado con el cuerpo femenino, o
con el cuerpo racializado, los cuales marcan la divergencia de
la norma de la masculinidad heterosexual y blanca. Sin
embargo, a diferencia de otros cuerpos subalternos, el cuerpo
queer es el efecto de su propio deseo, de un deseo transgresivo.
Aunque todos los cuerpos subalternos se producen dentro de
las normas culturales, y en concierto con los otros, no son
estrictamente paralelos. (882-883)
Sin dejar de tener presente la diferencia entre el cuerpo femenino
y el cuerpo queer, se puede notar el “encuiramiento” que Roffé realiza
sobre el cuerpo y la identidad de la narradora. Ella misma sufre de
anhedonia14 y todo deseo y placer está fuera de su alcance. El hecho de
colocar a la protagonista dentro de este padecimiento permite a la
autora negociar la identidad de la misma. Por un lado, como mujer,
ésta es una forma de resistencia en la sociedad opresiva en la que vive.
Relegando la posibilidad de disfrutar, de desear, crea un planteo en el
cual la protagonista no se ata a las pasiones y actos sexuales, sino que
los recrea desde una distancia prudente. 15 Asimismo, el exilio
obligado16 la encuentra con el mismo desafecto cauteloso como una
estrategia de supervivencia. Su cuerpo queda resguardado de las
variadas vicisitudes y es al final de la novela—cuando la multiplicidad
de voces ya intervino en el trabajo de “encuiramiento”— cuando la
identidad (literalmente) se hace cuerpo:
Su cuerpo se repliega, sin embargo es inútil evitar el escalofrío
y una puntada en el bajo vientre que las manos no componen
con sus friegas. Respira hondo y exhala lentamente esa
pregunta que la persigue: ¿hallaré, donde vaya, el esplendor de
una voz? El dolor se disipa como si ese esplendor incierto
contuviera una substancia benévola que pondrá otra vez en
vida su juego. Ahora, sangra. (123-124)
Es en la conclusión de la novela donde por primera vez deja que su
cuerpo traspase sus demarcaciones naturales para sentirlo, no como
los fragmentos que fue creando el silencio de la censura de la
dictadura de los años setenta ni la autocensura impuesta17 por una
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vida de reclusión de tradición patriarcal, sino como su refugio frente a
estas situaciones. De esta manera, en vez de replegarse en el lugar
asignado a la mujer que debe parir, la protagonista da a luz a su propia
voz (o a la tentativa de encontrar su voz) y sangra; deja fluir su
interior, la gran insignia de diferencia que marcan a los sujetos
femeninos.18
Dentro del “encuiramiento” que se presenta de la identidad de la
narradora, su judaísmo y su argentinidad aparecen como aristas
concienzudamente relegadas. Esta estrategia coincide con la
deconstrucción del canon como proyecto de Roffé. Sin embargo,
apenas iniciado el relato se encuentra un indicio certero de su
identidad cultural judía (la narradora nunca se refiere al judaísmo
como religión) 19 y de su apartamiento de su tierra natal. En este
párrafo la alusión a su herencia familiar es empalmada con otras
variadas sensaciones del exilio:
A través de las puertas de vidrio, pudo observar que a pesar de
la hora (seis de la tarde) había gran actividad y deseó
refugiarse allí, pero no estaba autorizada a entrar; eso debió
haber despertado lo que creyó desasosiego de extranjería y una
sensación de estar siempre a la puerta de las cosas habilitadas
para otros. Su falta de abrigo (el otoño ya era notable) la hizo
retroceder a la sopa de arvejas partidas que su abuela
preparaba para el Pésaj en el otoño de allá. (26)
Este casual comentario de sus primeros días de exilio superpone
rasgos de su identidad que la hacen sentir frágil, a la deriva, y sin
rumbo cierto. Asirse al recuerdo de un Pésaj20 en su país de origen
equivale a fusionar dos peregrinaciones que la marcan: la que realiza
como argentina expulsada por su tierra en manos despóticas y la de
sus ancestros, quienes salieron de Egipto para comenzar su éxodo. En
ambas instancias el inicio de este camino significa la ruptura de la
esclavitud (en el caso de la protagonista es una salida de su sumisión a
normas heteronormativas y al auto-silenciamiento) y el nacimiento de
algo nuevo: para los judíos, el origen del pueblo como tal; para la
narradora, el reconocimiento de su poder en el “encuiramiento” de su
identidad. El “desasosiego de extranjería y una sensación de estar
siempre a la puerta de las cosas habilitadas para los otros”, como dice
la protagonista, es una observación en la que intervienen sus ancestros
emigrados de Marruecos a la Argentina, su propia emigración de la
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Argentina a un lugar conscientemente no-nombrado (“No había
llegado a una ciudad, sino a un estado mental,” [17]), su
(auto)percepción de la “típica idiota del subdesarrollo” (23) en sus
primeras experiencias en otro país y otra lengua, así como también su
rol de mujer en la sociedad y en el mundo literario. Todos estos
niveles de “extranjería” se presentan en oposición a las ideas (e
ideales) de hogar y nación, las cuales en este caso, coinciden en el
cuerpo y mundo interior de la narradora.
Rebecca Saunders reflexiona: “If personal origins are often
conceived in terms of nationality, nations themselves are at pains to
authenticate their own origins, for they function as an object of
belonging, in part, because they provide a shared origin. Indeed the
word nation is derived from Latin nasci: to be born” (24). Roffé hace
uso de diversas formas de experimentación en su escritura, como la
multiplicidad de voces21 y el hecho de “encuirar” la identidad de su
protagonista. Las utiliza para buscar un territorio donde sus ideas de
mujer, de escritora, de sudamericana, de judía, de nación y hogar
encuentren una combinación de amparo y libertad. Ese lugar es en
parte su propio cuerpo y en parte un proyecto de espacio geográfico.
Sólo así empieza a prosperar el largo trayecto hacia la novela que
estamos leyendo. En el espacio interior es que “buscando aprobación,
renuncié a lo que quería decir y tomé una voz prestada que, al no
pertenecerme, se volvió contra mí” (Roffé 58). ¿Qué lucha más
implacable existe que la que se libra en uno mismo?
Es tal el deseo de alejarse de esa voz que realmente no era suya que
la narradora logra alejarse de lo más tangible de su experiencia: su
existencia inmersa en el terror de los años setenta en la Argentina. No
sólo no nombra el país que la marca desde su nacimiento, sino que las
líneas que lanza en su texto tienen una forma peculiar de llamar la
atención a sí mismas. En un juego de espejos en donde las voces del
texto se hacen eco y se cruzan en un torbellino colmado de
ambigüedades, la narradora cuenta que “en los primeros años del
silencio” (¿interior?, ¿censurada por la dictadura?) toma nota de un
sueño que relata a su psicoanalista y que termina por aparecer en su
novela. En éste ella y su pareja encuentran tres ratas muertas en una
caja “por nuestro imperdonable descuido” (48-49). Sin embargo, lo
que más la angustia es la posibilidad de encontrar esas ratas vivas.
Luego se da cuenta que son “prisioneros de los muertos. Los muertos
forman un Tribunal. Tiene cuerpos prestados” (49).
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La protagonista/narradora vive los años de la Guerra Sucia
encerrada en sí misma hasta que siente que está siendo vigilada y se va
del país. Mientras tanto, el peso de los cuerpos que van
desapareciendo se filtra por su inconsciente y ésta es su manera de
representar una forma de remordimiento frente a su parálisis y su
supervivencia. Este fragmento que compone su identidad, el de una
sobreviviente, sale “encuirado” hacia los demás ya que sus
observaciones sobre los acontecimientos se traslucen en frases en las
que habla de una posible “eliminación”: “Era humillante no ser la
víctima, sólo una más de las víctimas postergadas. Emergía la culpa”
(51). Este espiral que se ciñe hacia el centro de su identidad22 mezcla la
irreverencia de quien vive ensimismado, interiorizado e con la
realidad que se respira cotidianamente. Como dice la narradora: “Una
puede ser indiferente a la realidad, pero no al recuerdo de esa realidad
que está en constante desenvolvimiento” (75).
“Encuiramientos” y nomadías: conclusiones aplazadas
Rosi Braidotti revela la idea de nomadismo como “the kind of
critical consciousness that resists settling into socially coded modes of
thought and behavior” (5). Y agrega: “It is the subversion of set
conventions that defines the nomadic state, not the literal act of
traveling” (5). Aunque las protagonistas de las novelas de María Inés
Krimer y Reina Roffé aquí estudiadas literalmente viajan en sus
historias, lo que comparten es su capacidad de nómade que permite
generar una performance diferente a la esperada de una mujer judeoargentina. La rearticulación de la identidad es el proyecto que las lleva
a re-pensar la forma en que sus identidades “encuiran” su espacio
dentro de la sociedad oficial: una sociedad reglada por la
heteronormatividad, por el catolicismo y por su lugar
geopolíticamente denominado “tercermundista.”
Sin embargo, los proyectos de las autoras no son análogos ni
uniformes. Sus narradoras viven en momentos históricos disímiles
que producen relatos que reflejan, a su vez, sus desemejantes
realidades. La protagonista de La rompiente aparece inmersa en plena
dictadura lo cual exacerba la censura ya experimentada de antemano,
como demuestra al hablar de “el esfuerzo en obviar el sentirme
observada y quizás hasta censurada por un testigo ocasional…” (75).
Lo cual produce que el exilio interior23 donde vivía se transforme en
un exilio exterior. Por su lado, la protagonista de La hija de Singer vive
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un exilio interior dado por la muerte de su padre, el cual se lleva a
cabo en treinta días y el cual produce un desplazamiento que (aunque
significante) se lleva a cabo dentro del mismo país— su migración
interna se da de Buenos Aires a Paraná, su ciudad natal. La vuelta al
pasado simboliza para ella el paso hacia el futuro: los años setenta
están presentes, así como la realidad de las políticas neoliberales las
cuales tienen un peso difícil de ignorar (especialmente cuando dejan a
su padre fuera de su vida de ferroviario y sindicalista).24
Si, como plantea Kaminsky, “el desafío más profundo del verbo
queer es que el hecho de encuirar propone desestabilizar la
normatividad en todos los aspectos” (892) y como dice Braidotti
refiriéndose al nomadismo no como fluidez entre fronteras “but
rather an acute awareness of nonfixity of boundaries. It is the intense
desire to go on trespassing, trasgressing (36); La rompiente y La hija
de Singer son paradigmas del desmontaje, es decir, del
“encuiramiento” de los fragmentos de identidad en vías de un
proyecto donde el autoposicionamiento se redefine a partir de pautas
propias. La representación fraguada por agentes exteriores instiga a las
narradoras a buscar tácticas para resolver el dilema de sus identidades
bajo formas de figurarse que ellas misma establecen y límites que
exploran con renovada osadía.
Diana llega al final de los treinta días de luto por su padre liberada
de la figura de éste y marcando con sus palabras finales la oportunidad
de re-crearse a sí misma: “Como si el dolor por la muerte de papá me
hubiera librado del mal, vaciado de ataduras, y esa mañana, cargada
de sol de invierno, empezara a intentarlo otra vez” (142-143). Para la
narradora concebida por Roffé el nuevo comienzo es el producto que
tenemos entre las manos: la novela que sale a la luz y los silencios que
se hacen letra para desafiar la historia oficial. De algún modo, ambas
historias plantean este desafío al archivo oficial25 y es en ese espacio
ganado en el que (des)arman su proyecto. Su posicionamiento
refractario no sólo es el de oponerse y rebelarse, sino que también
entraña otra característica central: “la resistencia a la acción del fuego
sin alterarse.” 26 A pesar de los encierres impuestos desde afuera las
protagonistas no alteran su esencia; recuerdan, cuestionan, silencian y
subvierten. Fundamentalmente, logran “encuirar” su esfera privada y
las vemos partir con una nueva subjetividad de la que brota su
identidad (trans)formada.
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Obras Citadas
Adichie, Chimamanda Ngozi. “The Danger of a Single Story.” TED
Ideas Worth Spreading. London. July 2009.
Braidotti, Rosi. Nomadic Subjects: Embodiment and Sexual Difference
in Contemporary Feminist Theory. New York: Columbia UP, 1994.
Kaminsky, Amy. “Hacia un Verbo Queer.” Revista Iberoamericana
LXXIV.225 (2008): 879-895.
---. Reading the Body Politic: Feminist Criticism and Latin American
Women Writers. Minneapolis: U of Minnesota P, 1993.
Krimer, María Inés. La hija de Singer. Buenos Aires: Editorial
Sudamericana, 2002.
Paris, Diana. “Narrativa Argentina y Sociedad: El Género en la
Construcción de la Subjetividad.” InterTexto Revista Digital de la
Carrera de Letras 2.4 (2003): 1-30. InterTexto.
Puar, Jasbir K. Terrorist Assemblage: Homonationalism in Queer
Times. Durham: Duke UP, 2007.
Ricoeur, Paul. Oneself as Another. Chicago: The U of Chicago P, 1992.
Roffé, Reina. La Rompiente. Buenos Aires: Puntosur Editores, 1987.
Sánchez, Rosaura. “On Critical Realist Theory of Identity.” Identity
Politics Reconsidered. Ed Linda Martín Alcoff, Michael HamesGarcía, Satya P. Mohanty, and Paula M. L. Moya. New York:
Palgrave Macmillan, 2006. 31-52.
Saunders, Rebecca. The Concept of the Foreign: An Interdisciplinary
Dialogue. Ed. Saunders. Lanham, Maryland: Lexington Books,
2003. 1-67.
Sosnowski, Saúl. “Una Identidad en la Zona de las Múltiples.”
Múltiples Identidades: Literatura Judeo-Latinoamericana de los
Siglos XX y XXI. Ed. Verena Dolle. Madrid: Iberoamericana, 2012.
43-50.
Tierney-Tello, Marybeth. “From Silence to Subjectivity: Reading and
Writing in Reina Roffé’s ‘La rompiente’.” Latin American Literary
Review 21.42 (1993): 34-56.
Notes
1
Kaminsky aclara que “proponer que toda transgresión sea una forma de
práctica queer también amenaza con diluir el énfasis en el cuerpo y en el deseo. Lo
queer no deberá nunca perder su aspecto lúdico, sensual y erótico” (887). Es por eso
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que se debe enfatizar que en el caso de este análisis se facilita el uso de la expresión
para determinar la inestabilidad de la identidad y su desafío a normas
preestablecidas. A su vez las protagonistas de las novelas estudiadas mantienen una
relación desestabilizante con el cuerpo y con el deseo, no quizás de una manera
propiamente “queer,” pero desde una manera de revisitar las normas de sus mundos
fundamentalmente falogocéntricos.
2
En la religión judía el shloshim es un período de treinta días en el cual se debe
continuar en el esfuerzo por elevar el alma del que falleció. En el día 30 se asiste a la
Sinagoga y se visita el lugar donde fueron depositados los restos del fallecido.
Después de ese día el luto deja de ser obligatorio, a no ser en caso de fallecimiento
del padre o de la madre. (Adaptado de
http://321judaismo.com/judaismo/rezos/shiva-y-shloshim/)
Diana Singer utiliza este período de treinta días para desarrollar su búsqueda
identitaria y adentrarse no solamente en los recuerdos de su padre, sino también en
los recovecos donde pareciera se esconden sus fragmentos de identidad. Asimismo,
hay que notar la decisión de la autora de concluir el período de duelo a los treinta
días, ya que podría haber prolongado la transición de Diana por tratarse del
fallecimiento de su padre.
3
La utilización de la categoría “femenino” es pensada por Amy Kaminsky en
Reading the Body Politic: Feminist Criticism and Latin American Women Writers en
relación a su uso en inglés y español (y en los Estados Unidos/Europa y
Latinoamérica). Kaminsky propone pensar lo “femenino” por un lado en su veta
tradicional, es decir subordinado al pensamiento falogocéntrico, y por otro lado en
su veta con lugar para trabajar la posibilidad de subversión en la sociedad patriarcal.
Kaminsky explica que “the adjective femenino cannot simply be translated as the
always already corrupt ‘femenine’, since it also functions to connote ‘that which
pertains to women’” (8). Y agrega: “Feminismo’s two meanings do not occur
independently of each other, but rather are in constant articulation” (8).
4
La definición de Puar de patria/nación empalma con la forma que Krimer elije
para respirar la Argentina de los años noventa a través de las percepciones de
Diana— una Argentina atravesada por la violencia de un pasado cercano, por
bruscos cambios socio-económicos y por una democracia que busca su lugar entre
una hiperinflación reciente y las noticias de la venta de prácticamente todo servicio
estatal.
5
Existe la gran transición del viaje externo cuando vuelve a su ciudad natal de
Paraná para despedir a su padre. Solamente vuelve a Buenos Aires para darse cuenta
que, al haberse comenzado la evolución identitaria, debe retornar a su ciudad origen
para encontrar respuestas.
6
Es conocida la relación antagónica entre el gobierno de la presidencia de
Carlos Saúl Menem (1989-1999) y los sindicatos al enfocarse el mencionado
gobierno en la liberalización económica que debilitó de manera significativa la
fuerza de negociación de los sindicatos y socavó sus principales fuentes de
financiación.
7
Como el judaísmo deviene de su padre, Diana tiene que buscar en la guía de
teléfono el número de un templo. Dice: “Quería hablar con un rabino. Había
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descartado la calle Paso porque el Once me intimidaba con los sombreros negros y
los sobretodos largos. Las familias con rizos en las orejas y comida kosher. Las
tiendas abarrotadas de telas. También me desalentó el templo de Barrio Norte, que
estaba cerca de mi departamento. El teléfono siempre daba ocupado” (63). Diana
demuestra su conocimiento cultural del judaísmo geográfico porteño, pero aclara
que nunca había hablado con un rabino y que en su casa no había fiestas y que sólo
las conocía por su nombre (64). Este paso parece ser una manera de comprobar si el
judaísmo es de su padre o si ella lo comparte también.
8
Diana se niega a hablar de su ex marido de quien está separada hace siete años.
Se observa el “encuiramiento” de su identidad de mujer al estar separada y no tener
hijos (hoy en día una situación común por demás, pero todavía estigmatizada en
Latinoamérica). Lo que se suma a la admisión de un aborto en medio de una vida de
militancia, asambleas y estudios en los años setenta. Asimismo, el reconocimiento
de su pavor frente a la posibilidad de aumentar de peso, ya que “[e]l cuerpo de
mamá, con treinta kilos de más, me daba vueltas en la cabeza” (68), resume la
sinceridad a la que se somete en ese momento. El relato de la experiencia del aborto
entretejida a la sesión de gimnasia donde recuerda este episodio de su vida es un
entrecruce magistral y sobrecogedor donde el único hilo que queda prendado entre
el pasado y el presente es el del cuerpo de Diana. Krimer utiliza ese cuerpo testigo de
experiencias fantasmagóricas como espacio de “encuriamiento” del rol de la mujer
en la sociedad Argentina.
9
Vale recordar los atentados a la embajada de Israel en 1992 y la AMIA
(Asociación Mutual Israelita Argentina) en 1994 (ambas sedes situadas en Buenos
Aires) para pensar el estado de auto-reflexión y posicionamiento de la comunidad
judía en la Argentina en los años noventa. Krimer suelta en medio de la narración
una sola frase referida al antisemitismo: “Pasamos un cartel que decía: ‘Paraná. Viví
la aventura’. Alguien había pintado una esvástica arriba del arco iris” (125).
10
El capítulo veintitrés (113-116) es la forma más acabada de María Inés Krimer
de posicionarse en la Argentina de los años noventa y de formular un comentario
social. En este capítulo Diana está sentada en un bar al lado de un grupo de obreros
de una fábrica que hablan de despidos. Se menciona una marcha a la Casa de
Gobierno, pasacalles colgados, un móvil del canal de televisión Crónica y la
articulación del espacio-temporal está dada por lo que Diana ve en un televisor:
“Trescientos días de la detención de Pinochet” (115), episodio que tomó lugar
entre1998 y el 2000.
11
Adichie dio una charla con ese nombre, “The Danger of a Single Story,” en la
conferencia de TED (Technology, Entertainment, Design) de Julio del 2009. Se
puede acceder en <http://www.youtube.com/watch?v=D9Ihs241zeg>.
12
Rosi Braidotti habla de la multiplicidad de la identidad y la relaciona con el
deseo, es decir, con procesos inconscientes (14). “The truth of the subject is always
in between self and society” (14), agrega. En el caso de las dos novelas aquí
estudiadas hay una relación incontestable entre la sociedad en la que viven y sus
mundos internos, aunque los segundos funcionen como agentes totalizadores de sus
entidades individuales.
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13
Virginia Woolf ya había dicho en 1938: “As a woman I have no country, as a
woman I want no country, as a woman my country is the whole world.” Aunque la
autora se muestre embarcada en un viaje del que no sabe si tendrá retorno y aunque
se le presenten situaciones complejas frente a las cuales no se muestra abatida, la
protagonista de La rompiente nos muestra una conexión sólida con su país natal.
14
La anhedonia, se explica en La rompiente, es la “enfermedad cuyos síntomas
son infelicidad y no encontrar placer en las cosas que otros disfrutan” (22).
15
Marybeth Tierney-Tello aclara que “this incommunication, isolation, and
fragmentation have been internalized by the protagonist, infiltrating and
disarticulating her sense of inner, subjective coherence” (37). Esta es la vía que
encuentra la autora para movilizar los elementos necesarios en su escritura y crear
otro modo de identidad para la narradora en el contexto que se presenta en la
novela. Asimismo, la protagonista rechaza ser encasillada como objeto sexual y
recalca su posición frente a la libertad de elección, situación que aparece
representada en la siguiente situación al proponérsele un encuentro sexual: “la
protagonista de una novela a quien se le hacía insoportable que le ensuciaran el
vientre y depositaran en su exigua cavidad derroches temperamentales. Qué
inaudito resultaba concebirme inyectada de pasión, repleta de humores prestados y
de execrables fluidos. Quizás por eso limpié en el bidé hasta el último rastro. Y
después repetí la operación diseminando hijos por los corredores, antes de llegar al
agua fría y cometer, en alto grado, filicidios prematuros” (56). Nótese el cambio de
voz de tercera persona a primera y la férrea oposición a subyugarse a los fluidos
masculinos (oposición sostenida también por el juego del uso del verbo “concebir”
en su forma reflexiva en primera persona; la narradora se niega a
imaginarse/engendrarse en el territorio patriarcal).
16
Este exilio también se descubre como productivo. En palabras de Reina Roffé:
“El país provisional y el miedo, más que impedimentos para crear fueron, sin duda,
elementos decisivos que detonaron la indagación personal para la construcción de
una obra que llegó más allá... Porque ¿de qué otro lugar sino del miedo, o de qué
otra cosa se puede escribir, sino de viajes, crímenes y exilios?” (citada en Paris 26).
Agrego un pensamiento de Rosi Braidotti referido a la escritura, en este caso,
nómade: “Writing is not only a process of constant translation but also of successive
adaptations to different cultural realities” (16).
17
Es Marybeth Tierney-Tello quien se explaya al respecto al decir que “[i]n the
quest for a viable female subjectivity, solitude thus becomes not an escape from the
social realm, but rather the place—not hermetic but infiltrated by desires, history,
and memory—from where we ultimately experience the world” (50). Hay que
recalcar el hecho de que la soledad de la narradora no es totalmente hermética y es
por eso que, por ejemplo, consigue encontrar un pasaje por el cual re-conectarse con
su abuela antes de que ésta fallezca (lo cual, a su vez, promueve una serie de
mecanismos de la memoria y la nostalgia que son partícipes esenciales del
desenlace).
18
Diana Paris concibe el final de la novela como un “cierre, que no cierra nada,
muy por el contrario, abre, disemina. Sanare como iniciación, marca de lo femenino
y nuevos parentescos: otra filiación que no sigue la línea paterna sino que se inscribe
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en un devenir materno, productivo antes que reproductivo, autónomo y no
‘inyectado’” (17).
19
La única referencia certera al judaísmo en su función religiosa se da en el
relato de la visita a su abuela en el que desliza: “Entonces trata de incitarla a
recuperarse pronto y expresa el deseo de ir juntas a la sinagoga, que no ha pisado en
años, de cuyas ceremonias sólo guarda los ecos del shofar” (97). La conexión con su
abuela moribunda se produce a través de un aspecto de su identidad que queda
apagado en el texto. No obstante, su relación con Ela (el nombre que le da a su
abuela) es el único vínculo con la familia (con excepción de alguna mención a su
madre) y es el único gesto de acercamiento a otra persona fuera de sí misma, sus
amantes y sus dudosas amistades.
20
Pésaj en hebreo quiere decir “salto” y es justamente lo que le sucede a la
narradora: ella salta de un continente a otro, se convierte en un salto en extranjera y
exiliada y salta de su mundo interior relativamente familiar al contacto con un
mundo exterior desconocido. Viene a la mente el título de la obra de la escritora
argentina Alicia Kozameh, 259 saltos, uno inmortal, en la cual discute su condición
de exiliada (Córdoba, Argentina: Narvaja Editor, 2001).
21
La psicóloga argentina Eva Giberti, pensando en los posicionamientos de la
mujer en la sociedad, indica: “Extraña y fascinante sensación esta de escribirnos
como siendo aquellas de las que se habla, cuando hablamos de nosotras” (citada en
Paris 14).
22
Parafraseando una frase de la novela en la página 95.
23
También llamado “insilio”, pero el cual no debería compararse con el exilio
físico de abandonar el país de origen obligada y (generalmente) violentamente.
24
Esta dimensión exílica en el terreno de la identidad, particularmente de la
identidad judeo-latinoamericana, preocupa a Saúl Sosnowski quien se hace una serie
de preguntas: “¿Cómo afecta el cambio de geografía la auto-percepción de la
identidad? ¿En qué medida esa misma experiencia recupera para algunos de esos
autores los estratos judaicos que habían estado sumergidos o descartados bajo la
pátina de la nacionalidad, el compromiso político y la integración a la cultura laica
de la región? O, en otra dirección, ¿qué perdura de lo heredado con cada larga
estancia fuera de lugar? Esto último se aplica más que a lo judío, a lo nacional, que
bien puede ceder terreno (o no) a los tonos de otras latitudes” (48). El movimiento
geográfico de ambas protagonistas parecen contestarle a Sosnowski con las acciones
de la historia, es decir, con la gran fuerza de los recuerdos de sus interacciones con la
cultura judía que, de manera más o menos intensa, marcaron sus vidas y también
sus futuros.
25
Saúl Sosnowski entiende la identidad “como un relato montado sobre
crónicas de una comunidad; suma de historias, legados y valores” (46). Dentro de la
identidad advierte la veta privada que atañe a los artículos de fe y la veta pública, la
cual “es la que se enuncia en la lengua que define a su nación y/o en una lengua cuyo
sabor le es más propicio” (46). Krimer y Roffé desafían la proscripción planteada
por ambas vetas dentro de la nación y dentro de sus legados religioso-culturales para
develar un proyecto heterogéneo—“encuirado”—de elaboración de la identidad.
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26
Definiciones de la palabra “refractario” del diccionario de la Real Academia
Española (http://lema.rae.es/drae/?val=refractario).
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