Cantabria Guidebook

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Cantabria tiene el poder de mejorar el ánimo del viajero que la visita atraído por
sus villas marineras, los verdes valles y la bravura del mar Cantábrico.
Habitada desde tiempos remotos por hombres de gran
personalidad y genio singular, como lo demuestran las pinturas
rupestres de Altamira y Puente Viesgo, declaradas ambas
patrimonio de la Humanidad. Esta región apenas sintió sobre sí el
yugo de Roma merced a la fiereza de los guerreros cántabros; el
mismo ardor que sus descendientes pondrían en la defensa contra
los árabes y, en los momentos iniciales de la reconquista, en la
colonización de la alta Meseta.
Las rutas que abrieron aquellos colonos foramontanos a través de
los ásperos puertos de la cordillera Cantábrica no fueron muy
distintas de la que siguió Carlos I cuando vino a España para tomar
posesión de la corona, en el equinoccio de otoño de 1517. Esta
ruta, declarada recientemente Itinerario Cultural Europeo, se
conmemora todos los años y recrea, en su parte cántabra, el
último viaje que hizo el Emperador Carlos V por tierras españolas.
En este último viaje, el Emperador sigue el camino que unía la Villa
de Laredo con la ciudad de Burgos, remontando la cuenca del Asón
a través del puerto de Los Tornos, y supone la primera etapa del
itinerario que le condujo hasta su retiro en en el Monasterio de
Yuste, donde moriría el 21 de septiembre de 1558.
Considerada durante siglos como una región austera en muchos
aspectos, incluido el de las manifestaciones artísticas, Cantabria ha
producido sin embargo muestras sorprendentes de la más alta
creatividad humana. Las pinturas de Altamira, las ilustraciones con
las que Beato de Liébana adornó en el siglo VIII los celebérrimos
Comentarios del Apocalipsis, la iglesia mozárabe de Santa María de
Lebeña y la colegiata románica de Santillana constituyen, cada una
dentro de su estilo y época, cumbres artísticas de renombre
universal.
La Montaña, como se conoce a la extensa zona de la región que se
asoma al Cantábrico, es señoreada por Santander, elegante capital
que ofrece, junto con la cercana villa monumental de Santillana del
Mar, Comillas, San Vicente de la Barquera o Potes, algunos de los
mayores atractivos para el visitante.
Al sur, la Montaña agrupa numerosos valles de vegetación feraz y
secular tradición ganadera, por los que se abren paso hacia el mar
los ríos nacidos en las alturas de la cordillera Cantábrica: Asón, Pas,
Besaya… Entre estos valles, destacan por su patrimonio natural y
artístico los de Cabuérniga y la Liébana.
La Cantabria meridional, por último, abarca la depresión de
Campoo, al sur de la cordillera Cantábrica, donde destacan Reinosa
y el embalse del Ebro, el de mayor capacidad hídrica de España y
una valiosa reserva de avifauna.
Santander
La bahía más amplia del Cantábrico, cerrada por la península rocosa
de la Magdalena y por el larguísimo arenal de Somo –la playa del
Puntal–, confiere gran parte de su personalidad y de su belleza a
esta ciudad que se asienta en su orilla occidental. Una fecha clave, el
15 de febrero de 1941, marcó un antes y un después en la historia de
Santander; tal día, un fuerte viento sur se abatió sobre la ciudad y,
mientras el mar asolaba los muelles, un violento incendio devastaba
el centro, que quedó casi completamente destruido.
Fruto de una juiciosa reconstrucción son los edificios de no más de
cuatro o cinco plantas, las explanadas, plazas como la Porticada y
paseos ajardinados al borde del mar como el paseo de Pereda, con
una reciente restauración que ha permitido duplicar su extensión.
Poco a poco el aspecto de la bahía santanderina se ha visto
modificado por la edificación del Centro Botín, que tras el
fallecimiento de su impulsor, el presidente del Banco Santander,
Emilio Botín, queda como su gran legado a la ciudad. El proyecto
es del arquitecto genovés Renzo Piano, ganador del premio
Pritzker, y está pensado como un espacio para el arte, la cultura y
la actividad formativa.
La ciudad, muy extendida, presenta tres zonas bien diferenciadas:
el centro urbano, que queda al oeste de la península de la
Magdalena; la propia península de la Magdalena y, al norte de esta,
el residencial barrio de El Sardinero.
El centro urbano se organiza en torno al eje formado por el
señorial y marítimo paseo de Pereda –en el que se sitúan el
imponente edificio del Banco Santander y el palacete del
Embarcadero, hoy sala de exposiciones– y la comercial avenida de
Calvo Sotelo.
El hito cultural más destacado es el Museo de Prehistoria y
Arqueología, en el que se muestran valiosas colecciones
procedentes de las cuevas de Altamira y Puente Viesgo. La
catedral, muy dañada por el incendio de 1941 y reconstruida en su
estilo gótico original, se alza con aspecto de fortaleza sobre un
alto, destacando en su interior la cripta del Cristo (siglo XIII) y el
claustro gótico.
También merecen una visita en esta zona el Museo de Arte
Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria (MAS),
con una buena colección de Goyas, y la Biblioteca Menéndez
Pelayo, que cuenta con los cerca de 43.000 volúmenes y
manuscritos de grandes autores castellanos que fueron legados a
la ciudad por el gran historiador santanderino (1856-1912).
Otro museo imprescindible es el Marítimo del Cantábrico, lugar
ideal para recorrer en familia. Situado entre el promontorio de San
Martín y la playa de los Peligros, forma parte del frente marítimo
de la ciudad de Santander, en la misma orilla de la bahía.
Constituye una atalaya de este entorno natural y humano,
extensión de su concepto y misión museológica: naturaleza,
hombre y tecnología. En el Museo Marítimo del Cantábrico, el
visitante tiene la oportunidad de adentrarse en las profundidades
de la biología marina, la etnografía pesquera, la historia y la
tecnología del cantábrico y su proyección hacia el mundo. El
Museo Marítimo del Cantábrico está dotado de grandes y
modernos acuarios con más de 3.000 m2 de exposición donde
queda patente la relación del ser humano con el mar a lo largo del
tiempo. En este recorrido por la capital no podemos olvidar el
barrio pesquero, repleto de bares y restaurantes.
La península de la Magdalena es, por emplazamiento y vistas, uno
de los mayores atractivos de la ciudad y, sin lugar a dudas, el mejor
de los parques para pasear. En la zona que domina El Sardinero se
hallan situados un pequeño zoo con especies polares y las réplicas
de los galeones con los que Orellana exploró el curso del Amazonas.
Al fondo del parque, se alza el palacio de la Magdalena, que fue
construido como residencia de verano para el rey Alfonso XIII y,
desde 1932, es sede de la Universidad Internacional Menéndez
Pelayo, famosa por sus cursos de verano.
El Sardinero es la zona residencial y de veraneo por excelencia, con
bellos paseos ajardinados y tres magníficas playas que se hacen una
sola durante la bajamar. En la plaza de Italia, corazón de El
Sardinero, se halla el Casino (1916), y en el parque de Mataleñas, el
campo de golf municipal. Muy recomendable es el paseo desde el
final de El Sardinero hasta el cabo Mayor (4,5 km, ida y vuelta), por
sus vistas de la costa y la bahía.
Dos excursiones imprescindibles desde Santander son el Parque de
la Naturaleza de Cabárceno (15 km al sur), un espacio naturalizado
por la mano del hombre, a partir de la belleza primitiva de su paisaje
kárstico, sobre las 750 hectáreas de una antigua explotación minera
a cielo abierto. En la actualidad por su enorme calidad, las
instalaciones del Parque de la Naturaleza de Cabárceno están entre
las mejor valoradas por los organismos que vigilan las condiciones
de vida de los animales. El Parque de la Naturaleza de Cabárceno
está concebido con fines educativos, culturales, científicos y
recreativos, habiéndose convertido en uno de los mayores
atractivos turísticos del norte de España.
Puente Viesgo (26 km al suroeste por la N-623), es otro lugar de
obligada visita, en cuyas montañas calcáreas se han descubierto
varias cavernas que contienen hermosísimas muestras de arte
prehistórico, señaladamente la cueva del Castillo.
Santillana del Mar
La población de más enjundia histórica y monumental de Cantabria
se halla a 30 km al oeste de Santander, en una hondonada rodeada
de colinas a alguna distancia del mar, de ahí el dicho popular que
afirma que es la villa de las tres mentiras, porque ni es santa, ni es
llana, ni tiene mar.
Santillana conserva intacto su aspecto medieval, las fachadas
blasonadas de sus casas señoriales sucediéndose sin interrupción a
lo largo de vetustas calles empedradas, si bien muchos de sus
edificios han perdido su función original. Es el caso del monasterio
de Regina Coeli, construcción del siglo XVII que hoy alberga el
archivo diocesano, un museo de arte popular religioso y un taller de
restauración.
La otra joya religiosa de la villa, y sin duda la más brillante, es la
colegiata de Santa Juliana, cuya fábrica primitiva data del siglo
XII. Maravillas entre las muchas maravillas de la colegiata son el
pantocrátor de su fachada principal, el retablo mayor y la sacristía,
así como los deslumbrantes capiteles historiados del claustro.
A 2 km de Santillana abre sus puertas el Museo de Altamira, que
engloba la cueva original, la neocueva y el museo propiamente
dicho. La cueva original está formada por varias galerías en cuyas
paredes se conservan pinturas que se remontan al periodo
solutrense (18.500 a.C.), aunque las más bellas son las que adornan
la sala de los Polícromos, una estancia de 18 metros de largo por 5
de ancho cuyo techo, pintado en gran parte en el periodo
magdaleniense (15.000-12.000 a.C.), está decorado con numerosos
bisontes de enorme viveza y rico colorido.
El acceso a la llamada Capilla Sixtina del Arte Cuaternario se halla
severamente restringido y actualmente solo se realizan visitas
experimentales, un grupo a la semana de cinco personas
acompañadas por los guías del museo; no así a la neocueva,
réplica de la entrada de la cueva y de la sala de los Polícromos que
puede recorrerse en una visita de media hora. El museo, por
último, acerca de forma didáctica y entretenida a la forma de vida y
al arte de aquellos hombres del Paleolítico Superior.
A unas decenas de km de Altamira está otra cueva, la de El Soplao,
esta de arte geológico, que constituye un deleite para todo el que
se acerque a visitarla. Su recorrido sobrecoge por la
espectacularidad, abundancia y diversidad de sus formaciones
excéntricas, que son las que hacen de El Soplao "una cavidad
única". Un auténtico juego de sombras y luces, de colores, un
festival de sensaciones.
La Marina
Desde Castro Urdiales, en el extremo oriental de la costa de
Cantabria, hasta San Vicente de la Barquera, en el occidental, el
litoral es una sucesión de golfos, cabos, penínsulas, rías, soberbias
bahías, largas playas de arena, centros tradicionales de veraneo y
pueblos señoriales de casas blasonadas. Un recorrido de este a
oeste ofrece los siguientes lugares de interés:
– Castro Urdiales: dominando la bahía, la población se agrupa
alrededor de la iglesia de Santa María –del siglo XIII, uno de los
monumentos góticos más notables de Cantabria, con un retablo
del Cristo Yacente del taller de Zurbarán– y del castillo, construido
en el siglo XII y utilizado posteriormente como soporte para el faro;
cuenta con calles de sabor medieval como Ardigales y San Juan, y
en el cercano valle de Guriezo, con un taller y fundición de esos
tiempos, la ferrería de la Yseca.
– Laredo: enmarcado por las espléndidas playas del Playón y la
Salvé, este municipio antaño marinero y pescador es hoy un
importante centro turístico; la ciudad vieja se acurruca en un rincón
de la bahía, al lado de la larga playa bordeada de edificios
modernos, en lo que llaman Puebla Vieja y Arrabal, y es un laberinto
de estrechas callejuelas que escalan la colina y en las que se alzan
las elegantes casas de Zarautz (siglo XVIII), Puntales, Villotas,
Familia Mar…, y el convento de San Francisco; el palacete sede del
Ayuntamiento (siglo XVI) y la iglesia románico-gótica de Nuestra
Señora de la Asunción (siglo XII) completan su patrimonio
monumental.
– Limpias: en este pequeño puerto de la ría del Asón se venera al
Santo Cristo de la Agonía; la imagen, atribuida a Juan de Mena, es
una talla barroca que, según la tradición popular, lloró lágrimas de
sangre en 1919.
– La Bien Aparecida: una serpenteante carreterilla, jalonada por un
vía crucis, conduce a este santuario donde se rinde culto desde
1605 a la patrona de Cantabria, Nuestra Señora de la Bien
Aparecida; cerca de la iglesia, barroca, se contempla un magnífico
panorama del valle del Asón.
– Santoña: el primer puerto pesquero de Cantabria y cuna de la
anchoa cuenta con la iglesia de Santa María del Puerto, del siglo
XIV, que conserva tres naves góticas y algunos restos románicos
(capiteles y pila bautismal); el Parque Natural de las Marismas de
Santoña, en la desembocadura del río Asón, es un importante
refugio de aves acuáticas con más de 20.000 aves de 120 especies
diferentes, pequeños mamíferos y una flora singular.
– Bareyo: dominando la ría de Ajo, la iglesia de Santa María de
Bareyo conserva algunos vestigios de la construcción románica
original; en el ábside, exhibe una hermosa decoración de finos
arcos moldurados y capiteles historiados; la pila bautismal es muy
posiblemente visigótica.
– Peña Cabarga: una carretera con un desnivel de hasta el 16%
lleva a la cima de este pico de 569 metros donde se ha levantado un
monumento a los conquistadores y a la marina castellana y desde
lo alto del cual se domina un precioso panorama de la bahía de
Santander y sus alrededores.
– Comillas: bien avanzado el siglo XIX se inició la singular relación
entre el marqués de Comillas y el rey Alfonso XII, quien llegó a
establecer aquí su corte durante un verano, marcando el destino de
esta elegante villa montañesa, hoy un centro estival muy apreciado
por su confort y tranquilidad.
Gracias al favor real y a la iniciativa del marqués, se construyeron
edificios como la Universidad Pontificia, en la que intervino el
modernista Domènech i Montaner, quien realizó el bellísimo
cementerio –ahí está el Ángel Exterminador, de Llimona–; de la
misma época es el palacio de los Marqueses de Comillas, un edificio
de estilo neogótico con un gran parque en el que Gaudí levantó un
fantástico pabellón, El Capricho; 5 km al oeste, se halla la larga playa
de Oyambre.
– San Vicente de la Barquera: centro veraniego muy concurrido por
su original emplazamiento, sobre un promontorio rodeado de
marismas, por su larga playa al otro lado de la ría y por el hermoso
tipismo de sus casas; sobre la colina, en parte amurallada, se alza la
iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, con dos portadas
románicas, naves góticas y sepulcros labrados en los siglos XV y XVI;
como mejor se aprecia la singular estampa de la población es
tomando la carretera de Unquera.
Valle de Cabuérniga
El Saja, río truchero de la cabeza a los pies, es el hilo conductor de
una ruta por los vastos praderíos, pueblos ganaderos, nobles
casonas y hayedos casi infinitos de Cabuérniga.
Tomando como punto de partida Cabezón de la Sal (a 45 km al oeste
de Santander por la autovía del Cantábrico), se empieza a remontar
el valle por la carretera C-625 en dirección a Reinosa para visitar, en
primer lugar, por Carrejo, un precioso núcleo de casas solariegas
sobre las que señorea el palacio de la familia Ygareda y Barreda-Cos,
del siglo XVIII, cuyas antañonas salas albergan el Museo de la
Naturaleza de Cantabria.
Un kilómetro más arriba, en el paraje de Santa Lucía, nada más
cruzar el puente sobre el Saja, se encuentra el monumento a los
foramontanos, un monolito de piedra rosada erigido en memoria
de los cántabros que subieron por este valle para repoblar la meseta
castellana en los primeros días de la reconquista (siglo IX). E inscrita
sobre él, la tremenda frase de Víctor de la Serna: “Aquí comienza esa
cosa inmensa e indestructible que llamamos España”.
A continuación, siguiendo siempre la carretera principal, se presenta
Ruente, donde tienen su nacimiento la Fuentona –espectacular
manadero en el que brota un río hecho y derecho de la entraña
caliza de la montaña– y el camino que trepa al cajigal del monte
Aá, salpicado de robles albares de tamaño monstruoso.
El siguiente hito es Barcenillas, aldehuela de casas típicas a más
no poder donde se conserva viva la artesanía de las abarcas.
Docenas de casas solariegas se ven al pasar, poco después, por
Valle de Cabuérniga. Y por Terán, donde además se halla la
iglesia más hermosa del valle –Santa Eulalia, siglo XVII–. El templo
se alza junto a La Castañera, un encantador paraje poblado de
viejos castaños con nombre, como El Duende, La Olla o El Cuatro
Patas, al que postró una tempestad.
Una vez rebasados lo núcleos de Selores, Renedo y Fresneda,
buenos exponentes de la arquitectura montañesa, hay que
abandonar la C-625 en el kilómetro 34,5 y desviarse a la izquierda
por la S-203 para remontar el valle del río Argoza en pos de
Bárcena Mayor.
Este pueblo, declarado conjunto histórico-artístico, pasa por ser el
más antiguo de Cantabria. Un aparcamiento obligatorio en las
afueras impide que los coches de los turistas mancillen sus calles
empedradas. La Calleja, que es prolongación de la carretera, y la
Calle Larga, que va a dar al puente sobre el Argoza –del siglo XVI,
con arco de medio punto– vertebran este lío maravilloso de casas
típicas montañesas, la mayoría levantadas durante los siglos XVI y
XVII, con zaguán en la planta baja dando acceso al establo y a la
vivienda, solana o balcón corrido en la superior y tejados de alero
volado sostenido por vigas. Los arcos de piedra en el zaguán
señalan las de mayor nobleza.
De vuelta en la carretera C-625, se encara el tramo final y más
espectacular de toda la ruta: una zigzagueante subida de 20 km
por un auténtico túnel de hayas cuyos hitos son el mirador del
Pico del Castrón, asomado a la confluencia de los ríos Saja y
Argosa; las aldeas de El Tojo y Saja; el Balcón de la Cardosa –con
un monumento al corzo y una vista insuperable del valle– y el
puerto de Palombera, divisoria de las aguas que van al Cantábrico
y al Ebro, el viejo Íber que dio nombre a la Península y que nace
bien cerca, en Fontibre, bajando hacia Reinosa.
A lo largo de esta subida, nacen varias sendas señalizadas con
paneles informativos que se adentran en la espesura del alto Saja,
el mayor hayedo de la cordillera Cantábrica, reino selvático del
lobo, el urogallo, el ciervo, el corzo, el jabalí y el buitre leonado.
Una de las más bellas es la Senda de los Collados (8 km, 635
metros de desnivel y 3 horas de duración, solo ida), marcada con
trazos de pintura roja y blanca, que va desde la fuente de la Cueva
del Poyo, en el kilómetro 28,100 de la C-625, hasta Tudanca, en el
vecino valle del Nansa, a través del collado Carraceu.
La Comarca de Liébana
Encajonada entre la cordillera Cantábrica, que se alza al sur, y los
Picos de Europa, al norte, esta comarca del extremo occidental de
Cantabria, lindante con Asturias, ocupa el profundísimo valle del
Deva, de apenas 300 metros de altitud, que si bien goza de un clima
benigno –hay encinares y viñedos–, solo dispone de dos penosos
accesos por los puertos de San Glorio –desde León– y
Piedrasluengas –desde Palencia–, y una única salida por carretera
hacia el mar por la garganta de La Hermida, tajada por el río Deva
en las calizas de los Picos de Europa, que más que una garganta es
un esófago donde se siente uno tragado, tal como observó Galdós.
En el centro del valle, se halla la capital de la comarca, Potes, que
a pesar de su imparable crecimiento para satisfacer las demandas
del turismo, ha mantenido intacto el aire del siglo XV en los
puentes, callejuelas y casas blasonadas que se arraciman en torno
a la torre del Infantado, cuya piedra rubia irradia una luz cálida y
dulce como la poesía del marqués de Santillana, que fue señor de
la comarca. De la misma época es la torre de Orejón de la Lama.
También ancestral, el mercado de los lunes es buena ocasión para
comprar productos tan típicos como los quesucos o el orujo.
A 2 km de Potes, en el monte Viorna, se alza el monasterio de
Santo Toribio de Liébana, cuya fundación se remonta
posiblemente al siglo VI. Aquí se conserva el fragmento más grande
de la cruz de Cristo: nada menos que el brazo izquierdo, enorme
lignum crucis que se queda pequeño para la cantidad de devotos
que cada Año Santo Lebaniego vienen a besarlo a fin de obtener la
indulgencia plena. La oferta es válida todos los años en que la
fiesta del santo (16 de abril) cae en domingo, y tiene idénticas
garantías que los jubileos de Santiago, Roma y Jerusalén, los otros
tres lugares santos de la cristiandad. Además, se exhiben facsímiles
de los Comentarios del Apocalipsis de Beato de Liébana (siglo VIII),
obra cumbre del miniaturismo medieval, y hay varias ermitas en
los alrededores que son observatorios privilegiados de los
imponentes Picos de Europa.
Río Deva arriba, se encuentran Mogrovejo –la aldea lebaniega por
excelencia, en un espectacular emplazamiento– y Fuente Dé, cuyo
teleférico transporta diariamente pasajeros al corazón de los Picos
de Europa, salvando un desnivel de 753 metros, y situando al
viajero en los 1.823 metros de altitud en tan solo 4 minutos. Desde
la estación superior el visitante se sobrecogerá por un paisaje de
inmensa belleza. Mientras que, valle abajo, la iglesia de Santa
María de Lebeña ofrece el mejor ejemplo de arquitectura
mozárabe de Cantabria. Data del siglo X, como el tejo que crece a
su vera.
Más abajo, pasado el pueblo de La Hermida, ya en pleno
desfiladero, Urdón marca el inicio del bellísimo –pero duro y
vertiginoso– camino pedestre que sube a Tresviso.
El recorrido por La Liébana no estaría completo sin visitar la iglesia
de Piasca (siglo XII), una de las mejores muestras del románico de
la región.
Valles pasiegos
Valles intrincados, verdes prados y gente de carácter reservado, así
son las cuencas de los ríos Pas, Pisueña y Miera, tradicionalmente
comunicados solo por la trashumancia de sus pobladores, los
pasiegos, cuyas cabañas diseminadas por los prados son imagen
característica de estos paisajes. Las Tres Villas Pasiegas, San Pedro
del Romeral, Vega de Pas y San Roque de Riomiera, son el centro
de un patrimonio artístico muy diseminado, en el que destacan los
conjuntos arquitectónicos de Vega de Pas y Esles y el Palacio de
Soñanes de Villacarriedo. Además de visitar las poblaciones de
Puente Viesgo y Liérganes, el visitante no podrá abandonar estos
parajes sin probar los sobaos y las quesadas típicas de la zona.
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