La Habana y los tiempos de la política Las diversas actividades

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La Habana y los tiempos de la política
Las diversas actividades humanas tienen sus propios tiempos. Los tiempos de la
política son concentrados, rápidos. Los cambios en la economía se notan en el
mediano plazo, los de la cultura sólo en el largo plazo. Las conversaciones sobre la
salida política al conflicto internos se desarrollan en los calendarios de la política y eso
se produce más allá de la voluntad de las partes que están representadas en La
Habana. Pensar que a las conversaciones se le puede dar todo el tiempo del mundo, no
es realista, si se piensa en que las conversaciones deben llevar a resultados.
Resultan chocante por ejemplo que los eventos electorales influyan y que el gobierno
se oriente por ellos. Pero para el gobierno es inevitable. Santos tiene sus intereses,
quiere que la firma de los acuerdos juegue en provecho suyo. Pero si se mira toda la
escena no será difícil aceptar que a los sectores más regresivos de la política
colombiana les interesa de manera fundamental el fracaso de las conversaciones de La
Habana. El fenómeno de Uribe es impensable si la mayor parte de la opinión pública
no hubiera sido alcanzada por el síndrome del Caguán. Uribe le dijo: “La guerra contra
el terrorismo no se ha ganado porque a los sucesivos gobiernos les ha faltado
voluntad política. Yo si quiero aniquilar al enemigo, vote por mí” y la gente votó por él
y salió triunfante en la primera vuelta. Luego dijo: “Estamos ganando la guerra contra
el terrorismo, necesito un segundo mandato para concluirla” y la gente volvió a votar
por él.
Aún hoy el uribismo no tiene un programa político distinto al de la guerra integral. Esa
es la plataforma de cada uno de los cinco precandidatos presidenciales que se
disputan la candidatura presidencial por esa corriente. Por ello será siempre un buen
ejercicio para los que se sientan alrededor de la mesa en La Habana mirar hacia
Colombia, hacia la opinión publica, que así sea manipulada no está aún
mayoritariamente alineada con la paz. En ese sentido es bueno recordar que el actual
proceso de conversaciones es en comparación con anteriores procesos es el que se
inició con menos respaldo de la opinión pública. Es cierto que hay voces que reclaman
la paz. La del cardenal Ruben Salazar es una de ellas. Su posición expuesta en reciente
reportaje en Espectador es notoriamente radical y explíctamente crítica hacia la
estrategia guerrerista del expresidente Uribe.
Al Hablar con los periodistas de reconocida influencia sorprende ver el numero
significativo de quienes están a favor de la salida política al conflicto interno. Por ello
hoy habría que matizar con inteligencia el discurso indiferenciado en relación con los
medios de comunicación como agente de manipulación de la opinión pública. Con
vaivenes el expresidente Pastrana ha señalado su acuerdo con el proceso de paz. En el
congreso las iniciativas de acompañamiento a Los diálogos han encontrado apoyo
como lo dejan ver la reactivación las Comisiones de paz del Congreso y la organización
de de las mesas de paz regionales.
Lo anterior muestra que lentamente se abre en la opinión una franja que ha pasado a
expresar
el
apoyo
a
la
concertación
de
la
paz.
Desde La Habana deben enviarse señales que alienten el crecimiento de esa corriente
de opinión. Los gestos o expresiones de displicencia hacia el factor tiempo en las
conversaciones producen rechazo abierto en tales sectores y no fomentan el
crecimiento de las filas de partidarios de la paz: Ciertamente ellas producen júbilo en
el uribismo.
Los mecanismos de refrendación.
Recuérdese que fue la Constitución colombiana de 1991 la que abrió la etapa que se ha
llamado por constitucionalistas europeos como la del nuevo constitucionalismo
latinoamericano. Vendrían luego las Constituciones bolivariana de Venezuela y las
de Ecuador y Bolivia. Todas ellas serán unidades de ese nuevo constitucionalismo
social, participativo, humanista. Pero será Colombia el país en el que no tendrá sino
una débil aplicación. La Constitución de 1991 no condujo ni se acompañó de un
cambio del régimen político y por ello quedó como letra muerta. Sólo el fetichismo
constitucional, tan Colombiano!! Puede convertir en La Constituyente y una nueva
Constitución como exigencia inmodificable.
No es entonces erróneo pensar que la idea de plantear la recuperación del contenido
de la Constitución vigente tiene cabal sentido político. Es cierto que en esa
Constitución también se consagraron elementos neoliberales en lo tocante a las
políticas económicas y contra ellos es necesario luchar sin invalidar al conjunto de la
Constitución.
Es claro que los acuerdos de paz a que se llegue en La Habana necesitan alguna forma
de refrendación que no tiene que ser necesariamente la convocatoria a un Asamblea
Nacional Constituyente, pero que forzosamente sí implica la apelación al Constituyente
primario.
La discusión del punto ofrece una ocasión para demandar del gobierno nacional y en
particular del Presidente que la necesidad aducida por el gobierno de informar sobre
los acontecimientos militares no debe ser usada para hacer, como hasta ahora
,propaganda a la guerra. Si bien se convino en adelantar las conversaciones sin cese al
fuego, este es un hecho lamentable que está planteado la necesidad de que el
gobierno asuma que está comprometido con la Paz y que no puede a cada paso
aparecer dando declaraciones guerreristas y de estímulo a los sentimientos de
revancha. Se impone para el gobierno de una mínima coherencia con el hecho de que
la búsqueda de la paz es su política central, coherencia que está llamado enseñar a una
predispuesta opinión a que fortalezcan su confianza en las FARC.
Medófilo Medina
Historiador
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