Derivando el Río Negro

Anuncio
Derivando el Río Negro:
Crónicas abreviadas de un naufragio premeditado
Por Rodolfo A. García
1
La idea de esta deriva en balsa, como muchas otras aventuras, se engendró en
una noche de copas en algún bar de nombre olvidado. Vagas reminiscencias
me acercan al año 2006. Después de haber estado unos largos años
distanciados por destinos caprichosos volví gratamente a verme con Matías
Heller, un viejo amigo. Así, resurgimos aquella idea olvidada, pero no perdida
de la presunta aventura.
Entre idas y vueltas, y el lento paso de las estaciones, fue construyéndose
seriamente aquel imaginado viaje que había nacido quizás, como una loca y
vana propuesta trasnochada.
Por diferentes motivos personales, Mati (Heller) no pudo ser de la
“aventurezca” empresa y el resto de los tripulantes fueron subiendo y bajando
de aquel, por el momento virtual navío; tan infantilmente como lo hacen los
niños del carrusel (como sucede en etapas previas de cualquier aventura).
Finalmente Juanpi (Juan Pedro Ferragut) era uno de los primeros tripulantes
confirmados, si bien en un comienzo no lo noté con prurito de navegar, en
ningún momento dudé de su presencia. A último momento se sumó el “Colo”,
mi vecino (David Grünfeld). Los náufragos estaban a la orden del día y sólo
restaba construir la balsa; un poco de logística, lo indispensable y echarnos a
merced de la perpetua e infatigable corriente del río.
Viajes previos
A pesar del entusiasmo que propagaba el proyecto, este no era el primer viaje
en el que yo me veía involucrado. Durante toda mi juventud me permití, a
través de una fértil imaginación y el transito placentero en las páginas de mis
libros, recorrer el mundo entero tanto por tierra como por agua. Recordando
algunos de aquellos viajes; un lunes 10 de Agosto de 1519 partimos de Sevilla
en “La Trinidad”, capitaneada por el portugués Hernando de Magallanes. Sin
embargo, en aquella ocasión las crónicas estuvieron a cargo del notable
caballero italiano, Antonio Pigafetta. Otra fascinante y bucólica expedición, fue
la que realizamos en un bergantín de diez cañones junto al capitán Fitz Roy,
zarpando de Devonport un 27 de diciembre de 1831. En aquella ocasión,
2
tampoco iba a ser yo quien estaría a cargo del diario de viaje, sino el
mismísimo Charles Darwin quien noble y gratamente lo hizo.
Uno de los viaje estrictamente en balsa que tuve la oportunidad de disfrutar, lo
emprendimos con La Kon – Tiki, zarpando desde Perú hacia la Polinesia con
cinco amigos noruego: Knut Haugland, Erick Hesselberg, Torstein Raaby,
Herman Watzinger, Thor Heyerdahl y el excéntrico y obstinado sueco Bengt
Danielsson. Aquella travesía tenía un fin más bien científico que lúdico, sin
embargo, no dejaba de ser una aventura entre amigos.
Con Vito Dumas realizamos dos titánicas travesías, hitos en la navegación
solitaria, ambos a bordo del sencillo e incondicional “LEGH”, un velero de doble
proa de 9,55 metros de eslora, 3 metros y medio de manga y un calado de 1,70
metro totalmente cargado. El primero de ellos comenzó en Arcachon, en pleno
golfo de Vizcaya, Francia. Zarpamos una soleada mañana del 13 de diciembre
de 1931, fue un viaje tan solitario como accidentado, tras casi 4 meses de
navegación llegamos a Buenos Aires un 9 de Abril de 1932. El segundo de
ellos, aún más extremo, recuerdo partir del Yacht Club Argentino un frío sábado
27 junio de 1942, recorrimos la circunferencia del planeta, nada más ni nada
menos que a través del paralelo 42.
Sólo así pude ser el gran protagonista de los más fascinantes y épicos viajes
de la humanidad.
Si bien estábamos por emprender una empresa considerablemente más
modesta que las anteriormente mencionadas, lo trascendente de esta aventura,
es que seríamos nosotros los personajes principales.
Construyendo un inefable navío
La etapa previa a la materialización de la embarcación tiene un origen
esotérico, sólo es claro que el diseño de la misma es sencillamente propio.
Aquellos primeros esbozos del navío fueron construidos con las herramientas
más elementales pero aun así científicas que estuvieron al alcance.
Lista de herramientas:
Un lápiz negro “evolución” (Bic 650 HB/n°2) de origen francés.
Un saca punta de metal M + R con doble hoja de repuesto de origen alemán.
3
Una goma de borrar Hi – Polymer Pentel de origen taiwanés.
Un lápiz negro con goma Elephant 320 HB de origen chino que fue utilizada
como regla.
Una escala de papel plastificada graduada de 50 milímetros.
Hay quienes todavía dudan de una Argentina industrializada !!!!!!!!!!!!!!!
El bosquejo del navío junto algunos de los instrumentos con el que fue diseñado.
El navío es del tipo “catamarán”. Está construido sobre cuatro tambores de
plástico de 200 litros cada uno, originalmente contenedores de antiespumante
industrial. Los tambores se encuentran alineados de a dos. Paralelamente
sobre los pares de tambores fueron colocados cuatro troncos de álamos de 4,5
metros de longitud, dándole un rudimentario aspecto de catamarán. Los
troncos mayores se abulonaron (con varillas roscadas de 8 mm) a troncos de
menor longitud (2,5 metros) y menor diámetro, estos últimos dispuestos de
manera perpendicular a los de mayor longitud. Cada intersección entre un
tronco mayor y el menor, originalmente iban a ser atados en cruz con soga de 5
mm de grosor, finalmente creímos que no era necesario.
4
Los tanques se sujetaron a la estructura principal a través de su perímetro en
tres puntos; anterior, medio y posterior con el mismo tipo de soga que iban a
ser atados las intersecciones de los troncos. Los tambores no sólo estabas
sujetos por las sogas, sino por los troncos de menor diámetro, uno por delante
y otro por detrás, así evitando cualquier movimiento hacia proa o popa de los
mismos.
Una vez montada la estructura principal de la embarcación se continuó con el
piso. Éste se construyó con tablones de álamos de 1,8 metros de longitud
dispuestos paralelos entre sí a lo largo de casi toda la embarcación. Sobre
éste, fueron clavados 3 pallets alineados popa-proa con el fin de elevar
sectores del piso en el cual irían los bultos. Parte del piso fue alfombrado con
una vieja, pero aún aterciopelada, alfombra que tapizó alguna vez aquella
mística habitación de Juanpi en su casa paterna.
En cada esquina de la balsa se colocó una columna (un puntal de álamo),
elevándose 1,8 metros para sostener una media sombra casi de la misma
superficie que la balsa.
El “astillero”, ubicado sobre la margen cipoleña del río Neuquén.
5
Originalmente, la embarcación iba a contar con su respectiva quilla, sin
embargo, por falta de tiempo y por falta de confianza en su eficiencia
desistimos de ella.
Los remos inicialmente iban a ser construidos, pero fueron reciclados de otras
embarcaciones. Para sujetarlos el Colo le construyó unos soportes fijos sobre
los troncos mayores, a una equidistancia de las butacas.
Si bien sabíamos que la travesía no era posible planificarla detalladamente y
que se nos escaparían infinidad de detalles, debía ser digna. Y por tal, también
debíamos dignificar nuestro navío con su nombre. Un nombre que represente
su marcha. Es así, que propuse su bautismo naval con el nombre de Ácrata y
sin mayores objeciones, más que un par de repetidas explicaciones del
significado, finalmente fue denominada ÁCRATA. Sinceramente creía que
nuestra balsa se comportaría como una autentica y verdadera anarquista….. no
con el erróneo y desprecio que se entiende comúnmente al ácrata.
“Acracia (del griego α-, "no" y κράτος, "fuerza, violencia") y ácrata son
sinónimos de anarquía y anarquista respectivamente, aunque la raíz del
concepto no es la misma: anarquía alude a la falta de un principio o poder que
organice jerárquicamente la sociedad; acracia, a la ausencia de coerción.
Los ácratas no aceptan la legitimidad de ninguna imposición. Desde su
perspectiva, para que una acción tenga valor moral debe emanar de la decisión
libre de quien la emprende, por lo que las actividades humanas deben ser
resultado de compromisos voluntarios. Para ellos, las personas no han nacido
para obedecer, sino para decidir por sí mismas”.
Ya decidido, tuve que poner manos a la obra con la construcción de la gráfica
del nombre, aún cuando la embarcación sólo navegaba en un río imaginario.
Sobre un listón de pino de 41 cm. tallé el nombre en sub-relieve, con las
mismas herramientas con que se había diseñado la balsa, sumando a estas un
cuchillo serrucho, dos destornilladores y una pinza como percutor.
6
El autor tallando en sub-relieve el nombre de la balsa sobre un listón de pino.
Semana previa al momento de zarpar
Sábado 26 de Enero de 2008
Una soleada y calurosa mañana habíamos acordado encontrarnos en mi casa
no tan temprano, tipo 10 con Juan, Rulo (casi un hermano para mi) y el Colo. El
fin del encuentro, era ir en busca de los materiales para la construcción de la
balsa. Pasado el horario estipulado, los cuatro ya reunidos partimos hacia la
chacra San José, en Fernández Oro. Allí elegimos minuciosamente todos los
troncos. La selección fue hecha en base, sólo y exclusivamente a sentido
común y a pesar de ser el menos común de los sentidos nos pusimos de
acuerdo sobre cual de los postes íbamos a vivir durante la travesía. Así es que
cargamos sobre la chata del Colo (una F100 cabina y media) los cuatro troncos
mayores, seis troncos de menor diámetro, de los cuales usaríamos cuatro y
cuatro troncos aún más pequeños que serían usados como parantes, para
7
sostener la media sombra que nos protegería de la incandescente y profana
estrella infernal.
Parte de la tripulación cargando los troncos que constituirían la estructura de la balsa
(de izquierda a derecha: Juanpi, el Colo y el Rulo).
Con los tronco sobre la chata nos dirigimos hacia el improvisado “astillero La
isla”, propiedad de los Ferragut, sobre la costa del río Neuquén. Eran las 11:30
y nos apremiaba el tiempo, ya que habíamos convenido con otro Colo (Piloto,
primo del Rulo y conocido nuestro), que a las 12 nos encontraríamos en el
parque industrial de Centenario para cargar los tambores. Allá fuimos Juanpi,
Rulo y yo. Cargamos cuatro de los tanques y les sacamos algunas tapas a
otros que servirían de repuesto, por si llegaban a perderse en la travesía.
Ya teníamos los troncos, los tambores y yo había comprado 150 metros de
soga de cinco milímetros y clavos. El Colo, por su parte, tenía las varillas
roscadas de ocho milímetros, las tuercas y las arandelas. Cada uno arrimaba
algunas herramientas (amoladora con piedra y sierra, taladro, llave criquet, una
llave de boca número 11, pinza, entre otras) y quedamos en ir la “astillero”
8
cerca de las 14:30, que finalmente se hicieron las 15. Ese sábado fue una
agobiante tarde de 32° de temperatura con mucha humedad, debido a una
torrencial lluvia del día anterior. Debido a las características climatológicas que
se había apoderado del día, resolvimos sobrellevarlo en companía de unas
cervezas frías.
Durante el transcurso del día el prototipo del navío, sin prisa y de manera
sigilosa tomaba forma, como comprendiendo nuestra innata necesidad de partir
hacia la aventura. Mientras el sol consumía la mitad de la tarde, apareció
disimuladamente el gordo (mi incondicional viejo) que con una tímida, holística
y para mi ya conocida mirada, infundía confianza……. sí, pero sólo para los
primeros 50 metros de navegación. Así fue que entre charlas, cervezas y más
charlas, los inertes y silenciosos troncos, resignadamente se metamorfoseaban
en lo que nosotros ingenuamente creíamos que era una embarcación. Con la
caída del sol y el sábado ya casi en su fin, en común acuerdo resolvimos
continuar las tareas entre semana.
El domingo el Colo se iba al Huechulaufquen y Juan a Mari Menuco. Yo no
pude contra mi natural ansiedad y llevé a mi familia a trabajar un rato al
“astillero”. Até los tambores a la estructura de troncos, algunas otras tareas
menores y despedimos ese desvarío plan con una “vuelta dominguera” por el
pueblo.
El lunes siguiente nadie fue a la isla, por lo que no se avanzó nada en la balsa,
sólo unas llamadas telefónicas y algunas sugerencias para el día siguiente.
9
Los tripulantes realizando diversos trabajos sobre navío (arriba). Detalles de estructura
de la embarcación, ésta próximo a ser finalizada (abajo).
Martes 29 de Enero
Nos reunimos con Juanpi a las 16:30 horas en el negocio de Tito (mi viejo),
quien nos prestaría la chata pata ir a comprar los tablones que usaríamos como
piso de la balsa. Previamente, el Rulo nos había contactado con un aserradero
de Fernández Oro, así que con cierta premura nos dirigimos a destino.
Compramos diez tablones de 2,8 metros de largo, 15 centímetros de ancho por
una pulgada de espesor. Las cargamos y las llevamos directamente al
“astillero”, en otro momento se colocarían y devolvimos la chata. En el auto de
Juan fuimos a un supermercado de origen Francés a comprar prácticamente
todos los víveres que nos ayudarían a sobrellevar los días que duraría la
travesía.
10
Miércoles 30 de Enero
Nos volvimos a encontrar, esta vez a última hora (20:30) y sólo con el Colo.
Juanpi llegó más tarde en compañía del “ingeniero naval” Matias Lomazzi,
quien venía a inspeccionar y sugerir cuestiones técnicas, ilustrando todo su
conocimiento,
así
como
también
aportando
toda
su
experiencia
en
construcciones de este tipo de navíos.
Para maximizar la jornada que había comenzado de por sí tarde, trabajamos
hasta que los últimos rayos de sol se filtraron entre las taciturnas alamedas y
luego colocamos una lámpara para robarle algunas horas a la imperante
noche. Entre martillazo y martillazo, en plena construcción del piso, divisamos
un bin que venia naufragando por el río, del mismo modo en que lo haríamos
nosotros unos días más adelante. En el instante entre que ejecuto el último
martillazo para hundir lo último que asomaba del clavo y voltear la cabeza para
ver por donde iba el bin, veo a Juan a toda carrera hacia la costa tropezándose
con sus propios pantalones, que los llevaba ya a la altura de las rodillas. Más
ligero de ropa, con un ágil salto “canguresco” y dos manotazos estaba prendido
como un abrojo al enorme cajón de madera. Esa primera fase del épico
rescate, sin duda había sido la más sencilla, de ahí en más, lo que vi fue una
monótona escena en la que un cajón manzanero arrastraba a un émulo
constructor de navíos hacia una corredera. Todo esfuerzo natatorio era en
vano, y Juan parecía no entender el principio de inercia en el que estaba
envuelto. Una vez que lo entendió no tuvo más opción que salir del río y
continuar con las tareas pendientes en el navío. El bin continuó su incorruptible
recorrido, perdiéndose entre unos añejos sauces que sombreaban la costa
contraria a la nuestra. A la hora de haber llegado a la isla, el
“ingeniero”
manifestó tácitamente sus imperiosas ganas de cenar, aludiendo una intensa y
famélica jornada laboral. Compramos unas empanadas, cervezas y con el
experto satisfecho pudimos avanzar en diversos aspectos de la embarcación.
Jueves 31 de Enero
Por diversos motivos no nos juntamos, sin embargo, seguimos avanzando en
los detalles logísticos, claro, sólo con Juan; el Colo había sido victima de una
11
aguda e inoportuna gripe cayendo vencido en la litera. Por un momento, y por
primera vez, puse en duda la presencia del último de los tripulantes. Por suerte
los hechos refutaban precipitadamente mis triviales corazonadas, el Colo se
recuperaba vivazmente quizás inducido por su plétora necesidad de aventura.
Viernes 1 de Febrero
A un día de zarpar, la balsa se encontraba extremadamente incompleta,
veníamos muy retrazados y teníamos que darnos prisa si teníamos aún la
intención de que Ácrata estuviese lista para viajar al día siguiente. Regresé
temprano del museo y partí sólo hacia el “astillero”, en compañía de unos
nobles mates pude adelantar varias cosas que habían quedado pendientes.
A última hora llegaron el Colo y Juanpi, estos traían los soportes para los
remos que a horas de salir aún no estaban colocados. La colocación de estos
soportes quedó como tarea para la mañana siguiente, la mañana previa a salir.
Decidimos juntarnos al otro día por la mañana, y sin darnos cuenta seria por los
siete días venideros, siempre que Ácrata esté predispuesta a respetar los días
planeados.
Sábado 2 de Febrero
Cerca de las 8:20 horas, con la ayuda de mi viejo comenzamos a reclutar
elementos que aun restaban sumar a la balsa. Cosas que faltaban construir en
el navío (colocar los palet, las butacas, etc.), equipaje, unas últimas compras, y
demás bártulos. Rumbeamos hacia el “astillero”, al rato llegaron Juanpi y su
padre, Juanjo.
Los últimos detalles nos llevaron unas dos horas de trabajo, tiempo el que
fueron llegando familiares, amigos, entre los que estaban: el Nano (Fernando
Arévalo), el Negro (Fadeli), el gato Mich, el “ingeniero” Lomazzi o alias el
Cóndor, Rulo y familia, Diego Jacques y familia, estos últimos con una caja de
vinos para la travesía. Cada espectados que arribaba al náutico escenario,
inmediatamente ponía a prueba todo, ordenaba, rediseñaba y opinaba
autónomamente. Por momentos sospechábamos que la visita no se debía a un
acto noble de despedida, sino, llevaba un encubierto y curioso fin……..ser
testigos del hundimiento del navío.
12
Cerca del medio día, creíamos que El Ácrata estaba listo para ser botado al,
por entonces esmirriado río Neuquén. El chusmaje que se había hecho
presente puso manos a la obra y entre ocho o diez amigos y familiares
arrimamos la balsa a la orilla, la cual se encontraba distante 15 metros de la
misma. Fue momento de bautizar la balsa con el tradicional champaña, que en
este singular caso iban a ser dos y no serían estrellados contra la proa, sino
bebidos y mezquinamente derramados sobre popa.
Momento en el que El Ácrata fue botado a las aguas del Neuquén (de izquierda a
derecha), Juanpi, el Colo y Rodo (el autor).
Finalmente el navío se encontraba proa en río y popa en tierra, esperando el
último empujón que lo sentencie a navegar. Terminamos de cargar las
provisiones que sostendrían el buen humor durante la travesía, y nos
entregamos al río. Nuestras expectativas se cumplían; la balsa flotaba y eso
era suficiente. Pero para sorpresa nuestra, flotaba menos de lo esperado, ya
que el propio peso de la estructura ejercía una presión superior sobre los
tambores a la pensada, y estos (los tambores), oprimidos pretendiendo
traspasar los troncos, generaban un descenso en el nivel de flotabilidad.
Excepto los tripulantes de la balsa (que ya navegaban a cierta distancia de la
13
costa), el resto de la gente, entre murmullos indescifrables e intermitentes
gritos de aliento, se convencía de la flotabilidad del navío.
Momento en el que partíamos y al mismo tiempo probábamos la flotabilidad del navío.
Comienzo de la aventura
Instantáneamente al chusmaje le surgió la siguiente incertidumbre, si viraría a
babor a nuestro mando en el recodo que estampaba el fondo del escenario.
En el corto trayecto que navegamos sobre el río Neuquén no hubo mayores
problemas, y si bien nos llevó aproximadamente unos 40 minutos hasta la
confluencia con el río Limay, nos servía para adaptarnos y acomodarnos a
nuestro nuevo hábitat.
Pasada la confluencia, próximos a la balsa de la Isla Jordan, nos esperaban
algunos familiares y amigos que, desordenadamente y entre algunos eufóricos
comentarios verborrágicos seguían despidiéndonos desde la orilla.
Frente a la excitada muchedumbre, El Ácrata, que no definía su línea de
marcha, nos llevaba directo al cable de la balsa que une las márgenes Norte y
Sur del río Negro, de hecho, la altura máxima del cable era menor a la altura de
nuestra balsa. Inexorablemente colisionamos partiendo uno de los parantes
14
que sostenía la media-sombra. De este modo se nos presentaba nuestro
primer, aunque insignificante inconveniente.
El Ácrata con toda su tripulación flotando frente a la Isla Jordán (Cipolletti).
El Ácrata haciéndole honor a su nombre prácticamente no respondía a órdenes
ajenas. A pesar de la falta de cooperación, al pasar los kilómetros nos las
íbamos arreglando para lidiar con el navío. El día de navegación transcurrió sin
mayores problemas en un tramo del río bien tranquilo.
Llegada la tarde decidimos acampar sobre una pequeña isla, ubicada unos
kilómetros antes de Paso Córdova. El término acampar excedía nuestra
pretensiones, ya que nuestros pernoctes se limitaban a una pava, algunos que
otros bártulos, un par de mochilas, dos bolsas de dormir y mi frazada, todos
ellos circundando un vigoroso fuego.
Llego la hora de arrimar la carne al fogón, y la parrilla no aparecía, el Colo
(encargado de ésta) se había olvidado de llevarla. Sin más inconvenientes
improvisamos una (un marco de ramas de álamos atadas en sus intersecciones
con alambres y su interior alambres cruzados fijos a los marcos formando una
espacie de tejido) y el asado comenzó a quejarse.
15
La pesca fue absolutamente nula, a pesar de la incesante persistencia, sin
embargo no me desesperaba ya que era el primer día.
El Colo y Juanpi a punto de saborear un dorado matambre, asado sobre una improvisada
parrilla.
Domingo 3 de Febrero
Cerca de las 9 de la mañana, cuando los rayos de sol sometían al ardiente
calor a los escasos matorrales que nos servían de protección, comenzaba un
nuevo día. Como si fuera un acto inconsciente, encendimos el fuego que nos
permitió preparar unos mates, que sumados a una galletitas completaban el
desayuno de cada mañana. Entre amargos y extensas charlas matutinas,
lentamente acomodábamos los bultos, repasábamos las averías menores de la
balsa y salíamos cerca de media mañana.
Unas curvas río abajo desde el sitio donde habíamos acampado, nos
encontramos con el puente de Paso Córdova, una construcción de importantes
dimensiones, y que a causa de la sequía estival, todo el caudal del río lo
atravesaba sólo entre tres de sus “proboscidios” pilares.
16
La balsa en un avance lento pero sin pausa, se aproximaba a las columnas que
lucían mayormente desnudas. Nosotros, en una decisión de pronto apresurada,
pero a la vez exageradamente democrática, coincidimos en pasar a la derecha
de la columna central. Esta parsimoniosa decisión era inversamente
proporcional
a
la
distancia
que
separaba
la
balsa
del
gigante.
Espontáneamente, nos dimos la orden de “a todo remo” y la balsa tímidamente
emprendió su premeditado destino. Sin embargo, a medida que nos
aproximábamos, sincrónicamente aumentaban las remadas, incluso hasta el
límite humano, o al menos, al límite de esta menuda tripulación. Aún nuestros
mayores esfuerzos no podían evitar la inminente succión por el callejón fluvial
no elegido, este era hacia la izquierda de la columna central. De esta manera y
en cuestión de segundos, el navío “estalló” en un estado de indecisión total y
desde su tripulación se comenzó a escuchar “a la derecha, no..!!! no..!!! a la
izquierda…. Colo remá al revés….Juan clavá el remo ……Rodo dale a full….,
lo último que se escucho antes del impacto fue …cuidado Juan”. El navío en
uno se sus últimos actos embistió de lleno a la columna sobre babor posición
que, en ese momento ocupaba Juan y el Colo. La balsa, por un par de
segundos quedó estática entre la presión que ejercía la correntada y la
resistencia de la columna sobre la misma. El agua comenzó a pasar por
encima del bajel, pero éste, al hacer más resistencia sobre proa que sobre
popa pivotó y mediante éste movimiento pudo liberarse de aquel primer
obstáculo que nos presentaba el Río Negro. Así continuamos nuestra deriva sin
mayores problemas, por un río ancho de cause único, encajonado entre
bellísimos y taciturnos sauces añejos. Pronto, el río comenzó a inquietarse y
divisamos una de las casi infinitas bifurcaciones que nos esperarían a lo largo
del viaje. Esta dicotomía se componía del río mayor por el cual veníamos
encausados y habíamos decidido continuar, y un brazo poco importante que se
desviaba abruptamente, casi en ángulo recto hacia nuestra derecha. Este
brazo menor, de moderado caudal pero muy correntoso, se encajonaba para
pasar entre sauces semi-sumergidos arrastrados por alguna antigua crecida,
desde las barrancosas orillas colgaban péndulas ramas de tamariscos
obstaculizando completamente el paso de cualquier cuerpo flotante. Si bien, la
decisión de continuar por el cause mayor estaba tomada, al aproximarnos a
esa divisoria de aguas que progresivamente iba definiendo los diferentes
17
causes, el brazo pequeño nos comenzó a “succionar” siendo todo tipo de
esfuerzo en vano para objetar la decisión ya dictada por la balsa. Allá íbamos
arrastrados, entregados, sin remar hacia un lugar que aparentemente era
inverosímil de pasar. Finalmente sucedió, la balsa chocó de popa con uno de
los árboles y se “clavó”, la fuerza del agua inmediatamente comenzó a invadir
la cubierta ambicionando destruir el navío definitivamente. Por nuestros
cuerpos, al menos por el mío, corría una dosis de adrenalina y ya iba pensando
en manotear lo más importante y ver como íbamos a volver a casa. La
poderosa correntada cubría sin obstáculos aparentes para ella la proa, cuando
teníamos prácticamente media balsa sumergida, ésta cedió, volviendo
catapultada a la superficie para dirigirnos directa y velozmente debajo del
ramaje de los tamariscos. Ésta nueva colisión quebraba dos de los parantes del
techo. Inmediatamente seguido de eso, impactamos con un segundo árbol, que
aguardaba intolerante nuestro paso, pivotamos nuevamente para liberarnos y
salir a río abierto.
Hacia el atardecer acampamos en proximidades de Ing. Huergo; el sol caía,
pero aún picaba sobre la piel castigada por un día agobiante.
De los peces ni rastros, el esfuerzo de pesca fue tanto o más intenso que el día
anterior
y
sin
embargo
ni
un
pique.
Ante
esta
contingencia,
no
desaprovechábamos la magnifica oportunidad que nos ofrecía el valle para
contemplar una diversa avifauna.
18
Jaunpi y Rodo recreándose en tramos del río en el que no era necesario preocuparse por
obstáculos.
Lunes 4 de Febrero
Partimos como de costumbre siempre después de unos cimarrones y de cargar
las pocas cosas que desembarcábamos en cada parada. A poco tiempo de
zarpar (dos curvas de río), no del todo atentos o quizás aún algo dormidos,
colisionamos con un árbol cuyo ramaje se mecía en el medio del río. La balsa
derivaba de costado con la proa y popa en dirección hacia las márgenes del
río, por lo que el lateral que yo ocupaba en ese momento (babor) fue el que
impactó con el errático sauce semi-sumergido. Como ya sabíamos, en esas
situaciones la correntada hacía fuerza e inundaba el lado opuesto al
colisionado. Este caso no fue la excepción, hundiendo casi media balsa. La
estrategia para liberarnos tampoco cambiaba, girábamos sobre nuestro propio
eje hacia alguno de los lados y la fuerza de la correntada hacia el resto. Esta
vez el agua había pasado por sobre muchos bultos, uno de los cuales era mi
bolso de ropa. Segundos después de esta nueva odisea, vimos pasar flotando
algunas de nuestras pertenencias, un impermeable, el tarro de almejas para
encarnar y cosas menores.
19
Aproximadamente unos 10 kilómetros de navegar aguas abajo del último
accidente, pudimos divisar el balneario municipal de Villa Regina. Éste se
encuentra en un lugar donde el río presenta una notoria extensión de margen a
margen y la balsa viajaba justo de la orilla opuesta al balneario. Nos
propusimos cruzar con el fin de reaprovisionarnos de hielo, pan y cervezas.
Gracias a que nos encontrábamos unos 400 metros río arriba del balneario, fue
posible (esfuerzo mediante) llegar a destino. Por ser un día de semana se
encontraba desolado de transeúntes, excepto el solitario personaje que atendía
un buffet.
Almorzamos unas sobras de la noche anterior, unas cervezas y emprendimos
nuevamente el viaje (hielo no tenia), en esta segunda mitad del día con un
poderoso viento de frente. Decidimos bajar la media sombra que nos protegía
del incandescente sol, a cambio de disminuir la resistencia que ejercía el navío
contra el poder que imponía Eolos. Avanzamos aproximadamente una hora en
un río ancho y sin obstáculos, sin necesidad de remar. La conjunción de la
dirección del viento y la dirección y velocidad de la correntada nos llevaba por
la línea media del río. Mientras el Colo y Juan dormitaban, yo me proponía
testarudamente a engañar algún pez distraído.
20
El autor se dispone a pescar, mientras el Colo y Juanpi dormitan después de un
almuerzo bien “regado”.
Al atardecer, poco antes de amarrar para pasar la noche, fue imposible
esquivar otro árbol semi-sumergido en el medio del río, el cual presentaba todo
su ramaje perpendicularmente a la correntada. Esa inusual posición insinuaba
lo robusto del árbol desafiante a la fuerza del río. La balsa, nuevamente
haciendo honor a su nombre, se dirigió raudamente hacia el inquieto sauce por
sobre todos nuestros esfuerzos para evitar una nueva colisión. Lo inevitable
sucedió y una de las ramas golpeó sin mayores consecuencias la cabeza de
Juan, mientras que otra de las ramas le raspó una pierna al Colo y una tercer
rama me golpeó duramente mi pierna izquierda a la altura de la “canilla”. A
pesar del ajetreo salíamos incólumes de complicada empresa. Sin embargo,
esto no terminaba aquí, en cuestión de segundos nos “chupó” un brazo menor
del río, al cual no pudimos resistirnos finalizando el trajín en un remanso.
21
Unánimemente decidimos, sin más fuerzas, acampar y disfrutar del último
asado que llevábamos a bordo. Sobre la margen sur del río, en el lugar exacto
en el que pretendíamos parar a descansar, se encontraba un paisano ya
finalizando su jornada de arreo. Personaje desinhibido pero de habla cerrada,
no tardó más de un par de minutos para desembuchar su primer historia,
seguido presurosamente de un “no tendrán un vasito de vino”. Como
consecuencia de haber acampado más temprano de lo previsto, y una vez
finalizada las sociales gauchescas, la fajina del acampe y acondicionado de la
balsa, el atardecer nos obsequiaba taciturnamente un momento para pensar a
la orilla del río, escuchar el canto de los pájaros que, descaradamente rompían
el silencio y por que no, insistir sin suerte el engañar algún vernáculo pez.
El río estaba sobre poblado de “carpas” (Cyprinus carpio) de muy buen porte
(3-4 kilogramos), sin embargo, estos asiáticos peces conseguían convencernos
de que no se alimentaban.
Comimos lo que sería nuestro último asado y nos fuimos a dormir al reparo de
un sauce y unos tupidos tamariscos. El descanso no sería duradero, ya que
tipo cinco de la madrugada los roncos truenos y los resplandecientes
relámpagos retumbaban en lo que en ese momento era nuestra morada. Así,
interrumpimos abruptamente el sueño, al menos el Colo y yo, mientras Juan,
inmune emulaba “oseznamente” una noche boreal.
Construimos un refugio con la media sombra que oficiaba de techo en la balsa
y esperamos el desplome del cielo, por momentos totalmente iluminado. Nos
tiramos nuevamente a dormir con los riesgos que presentaba la tormenta.
22
La tripulación comiendo un merecido (y último) asado después de un día agotador.
Martes 5 de Febrero
Despertamos enteros y sorprendentemente secos. Como todos los días
encendimos el fuego para preparar unos mates. Entre la espesura de las
matas, hicieron espontáneas apariciones numerosos perros, subordinados del
lugareño de habla difusa. Sí…, el paisano se había arrimado nuevamente al
diminuto fogón esta vez matutino, y como el día anterior, al acecho de un vasito
de vino, como para arrancar el día envalentonado.
Partimos retrasados debido al contratiempo ocasionado por el paisano que no
terminaba de calmar su desértico garguero.
Segunda vuelta de río desde que habíamos partido, e inevitablemente
pasamos por encima de un enorme tronco semi sumergido, por suerte sin
problemas ni lesiones, ni perdidas materiales. Desde ese lugar, continuaban
dos grandes curva y contra-curva de unos 90°, la primera a la derecha y la
siguiente a la izquierda. Desde ésta última, se podía divisar el puente que une
Valle Azul con la margen norte donde se encuentra Chichinales. El cauce del
río atravesaba el puente entre cinco pilares, rememoramos el paso por el
puente de “Paso Cordova” y anticipamos la maniobra. Decidimos atravesarlo
23
entre el segundo y tercer pilar contando desde la margen sur, sin
inconvenientes atravesamos el puente. Río abajo, el cauce se ensanchaba y
llevaba su caudal en calma, constante y sin obstáculos peligrosos. Al medio
día, paramos a comer algo sobre un acogedor recodo, donde las carpas
merodeaban mientras se alimentaban de todo tipo de artrópodos y moluscos,
pero nunca de nuestros señuelos. Una vez “almorzados” (como siempre sobras
de la noche anterior), comenzó a soplar un viento tormentoso seguido de una
tímida llovizna que no de atrevía a mojarnos.
Juanpi sobre la balsa buscando el almuerzo, sobras del día anterior. El día fue caluroso y
ventoso a la vez.
La segunda mitad del día pasó sin novedades relevantes, momentos
agotadores de intenso remado, seguidos de largos períodos donde
descansábamos y bebíamos algunas cervezas.
Llegado el atardecer, con mucho esfuerzo debido a la irregularidad de la costa
y los caprichos de la correntada, pudimos amarrar en la punta de una isla
arenosa. No teníamos idea de por donde andábamos y no veíamos a nadie en
24
días. Calculamos que estaríamos avanzando unos 40 kilómetros diarios, sin
embargo no lo sabríamos hasta finalizar la travesía. Una vez en la costa,
cumplimos con las tareas diarias de acondicionar la embarcación. Los
tambores venían muy dañados pero confiábamos en que nos llevarían hasta el
final.
Fue nuestra primera cena en ausencia de las gustosas proteínas vacunas. El
menú se componía de fideos con tuco, una larga “sobre mesa” en compañía de
un vino tinto y a dormir.
El Colo y Juanpi cocinando unos fideos con tuco (izquierda), Rodo escribiendo las
crónicas del viaje en la “Isla de las Hormigas” (derecha).
Miércoles 6 de Febrero
Despertamos tarde 10 hs. la noche fue muy tranquila, excepto para el Colo que
se despertó asustado, al confundir unas terneras con gente que supuestamente
merodeaban la balsa. La pequeña isla que nos hospedaba poseía una
sobrecarga poblacional de hormigas, es así que, el Colo amaneció con la cara
poblada de estos hostiles insectos. Al ir a la balsa en busca de las cosas del
desayuno, descubrimos que El Ácrata había sido invadida completamente por
estos mismos himenópteros terrestres, no habían dejado comestible sin
degustar. Como consecuencia lógica de este incidente, nos permitimos bautizar
la isla con el original nombre de “La isla de las hormigas”.
25
Desayunamos y acto seguido decidimos tomarnos algunas cervezas, ya que
serían las últimas que beberíamos por debajo de los 30°, debido a que los
últimos restos de hielos habían desaparecido el día anterior.
Ajustamos la media sombra y nos echamos andar. El día se presentaba más
que tranquilo, no colisionamos con nada importante, sólo un par de golpes de
costado, colisiones que ya comenzaba a disfrutar el histriónico Ferragut sobre
la balsa.
Al poco tiempo de partir de “La isla de las hormigas”, atravesamos un sector del
río de aproximadamente unos 700 – 1000 metros, donde los pejerreyes se
alimentaban deliberada e incesantemente de una inusual eclosión de mayflies
(nombre con el cual son conocidos, por los pescadores unos insectos alados
del Orden Ephemeroptera), y nosotros con una Toby 28 gramos en la puntera
de la caña. Nunca había extrañado tanto mi equipo liviano de mosca, como en
aquella oportunidad.
Cerca de medio día, se sumó activamente en la convivencia de la balsa, “El
Misionero”, un carrasposo vino en damajuana. En el contexto en el que nos
encontrábamos era un auténtico artículo digno de sommelier que no sólo nos
acompaño, sino que también embelesó el navío durante toda la tarde, hasta
entrada la noche. Ese medio día paramos a almorzar salame con pan en
compañía del misionero ya mencionado, después continuamos derivando sin
novedades hasta el atardecer. Amarramos cerca de lo que nosotros creíamos
que era Chelforó, ahí pasamos lo que sería una de nuestras ultimas noches.
El lugar elegido fue una pradera entre añosos sauces y tamariscos, al pie de la
barda sobre la margen sur del río. Este rincón nos obsequiaba toda su
hermosura, a cambio de resistir una soberbia tormenta eléctrica que se
anunciaba desde el norte. La tormenta, de a poco, se hacia presente a través
de un viento huracanado acompañado de una “explosiva” eclosión de caddis
(nombre con el cual son conocidos por los pescadores unos insectos alados del
Orden Trichoptera). Si bien, la tormenta no nos alcanzó, nos hizo estar en
constante vigilia, al menos hasta la media noche.
Jueves 7 de Febrero
Despertamos, desayunamos y partimos hacia un nuevo día de aventura, esta
vez sería la primer mañana que no acondicionábamos la nave previamente.
26
Hasta medio día el río se presentó exageradamente lento, si apenas
avanzábamos. Aún más arduo, era avanzar con el viento que nos azotaba
ininterrumpidamente de frente. Después de medio día, sobre nuestra margen
derecha (la margen sur del río) visualizamos una casa muy bien custodiada por
unos dogos argentinos, estos rompían el brutal silencio que adormecían aquel
recodo del río.
El Colo y Rodo descansando en un agobiante día de 40º.
Comenzamos a gritar hacia la casa, esperando que saliera alguien
predispuesto a indicar nuestro paradero. Por su puesto que nuestro anuncio
duraba el tiempo que la balsa derivaba frente a la casa. Finalmente, ante la
inminente ausencia de moradores y casi resignados a no saber por donde
andábamos, irrumpió la quietud de la residencia un fornido paisano que nos
advirtió sobre una toma de agua quinientos metros río abajo. Mencionada
boca-toma pertenecía al pueblo de Chimpay.
Desde nuestra partida matutina pusimos especial atención en cada una de las
bifurcaciones que presentaba río, preocupados en no entrar al brazo que se
27
dirige hacia Lamarque y Pomona. Brazo que limita la gran isla de Choele Choel
sobre su margen sur. Al medio día paramos a almorzar unos salames
“regados” con un, cada vez más complicado tinto, éste, ya irreversiblemente a
temperatura ambiente (33° C). El amarre fue uno de los más complicados de
todo el viaje, una costa con una fuerte correntada, poco espacio libre de
vegetación y maniobras desacertadas nos llevaron a un enredo entre maleza
semi-sumergida. La conversación de almuerzo fue monótonamente sobre la
estrategia que afrontaríamos para salir de tan complicado lugar en el que
estábamos. La primer estrategia (delirante por todos los vértices) surgió del
Colo. Entre rodaja y rodaja de salame con pan duro intuíamos (con Juanpi) que
este buen muchacho se abusaba del “Misionero”, intuición que confirmamos
inmediatamente con la maniobra de zarpe ideada. No sólo con la destreza
desarrollada en la maniobra nos demostraba sus excesos, sino que 100 metros
río abajo partió un remo y unas curvas aún más río abajo rompió un soporte del
remo.
El Colo relajado, degustando el misionero mientras el sol caía a nuestras espaldas.
28
El soporte de popa que estaba en desuso lo cambiamos al lugar del Colo e
hicieron un enroque de remos entre el Colo y Juanpi.
Así continuábamos a la deriva, sólo cargando la preocupación de divisar la
naciente del brazo sur. La pesca a esta altura del viaje era una resignación
compartida en la balsa, sin embargo seguíamos intentando tiro tras tiro ya sólo
con el propósito de no llegar “zapatero” a casa.
A última hora del día acampamos a la vera de un gran remanso, muy profundo
de color esmeralda justo frente a la boca-toma del canal que llega a Conesa.
Escuchamos algo de radio mientras cocinamos unos fideos que acompañamos
con el último Saurus (un vino que no se comparaba con el misionero) que
habíamos guardado. Aquel recodo era sin duda frecuentado por exitosos
pescadores, la evidencia irrefutable eran las grande escamas de carpa
diseminadas por todo el predio. Más irrefutable fue la propia presencia de
numerosas y enormes carpas paseándose alrededor de la balsa.
Acampando frente a la boca-toma del canal que llega a Conesa.
29
Viernes 8 de Febrero
El Colo y Juanpi amanecieron muy temprano, mucho más que los días previos.
Fue un crepúsculo bastante fresco, al menos con respecto a los anteriores. Los
muchachos prendieron fuego y comenzaron a matear, mientras yo pretendía
retrasar en vano mi desayuno cubriéndome los pies o mi pecho con una manta
demasiado corta. Resignando lo que restaba de la mañana me decidí a matear
con los muchachos, mientras las carpas incesantemente se alimentaban de
pequeños insectos que se posaban sobre la superficie del agua. El desayuno
se extendió más de lo acostumbrado, debido a mi pereza matutina. Finalmente
zarpamos en lo que creíamos sería nuestro último día sobre el navío. Lo poco
que quedaba de la mañana lo transcurrimos en un río muy tranquilo, con una
marcha lenta y constante, sin apuros ni aprietes por parte del majestuoso río.
En este sector el río alcanzaba unos 150 metros de ancho.
Cerca de medio día, decidimos parar en un remanso muy bien custodiado por
unos sauces que se mecían al compás de una suave brisa que llegaba desde
el Este. Alcanzar aquel remanso no fue empresa sencilla, aquella aparente
cercanía no se reflejaba en el avance de nuestro navío. Finalmente
alcanzamos la pretendida rivera encallando sobre un pedrero, unos cuantos
metros río debajo de aquel remanso. Mientras los muchachos saltaban de la
balsa hacia la costa, yo quedé inmóvil escuchando el perpetuo quejido de las
piedras sobre el lecho del río.
Tan pronto como bajamos escuchamos voces, particularmente voces de
infantes que presurosa, pero a la vez tímidamente se asomaron desde lo lejos.
El bullicio resultó ser una colonia de vacaciones y la isla en la que habíamos
desembarcado era la gran isla de Choele Choel. Esto lo supimos una vez que
Juanpi se acercó para averiguar, entablando charla con uno de los profesores
de la colonia nos confirmó que estábamos en el balneario municipal de Beltrán.
Una vez finalizada las sociales, emprendimos el ataque al último salame y paté
que acompañamos con un pan que se encontraba más apto para rebosar
milanesas que para cualquier otra cosa. Mientras devorábamos el esmirriado
almuerzo intentamos calcular cuanto tiempo nos llevaría llegar a Choele Choel.
Aquellas especulaciones quedaron truncas al ser interrumpidas por un par de
profesores de la colonia de vacaciones, estos venían con un tesoro entre
manos, un guiso de arroz que les había sobrado. No hubo ni dudas ni
30
objeciones en aceptarlo, y pasaron unos pocos minutos para que aparezca el
brillante fondo.
Con la panza llena partimos hacia Choele Choel, que según uno de los
profesores estaríamos a unas 3 horas. Después pudimos comprobar que nos
había llevado 6 horas. El trayecto que nos restaba para cumplir el viaje fue
tranquilo, si bien con un cauce muy “ramificado” nunca perdimos el cauce
principal.
Las riveras progresivamente se iban urbanizando, finalmente escondido en el
último recodo del río nos esperaba inerte y paciente, el puente que marcaba el
fin de nuestro viaje. Decidimos parar en un claro sobre la margen contraria al
pueblo, antes de pasar totalmente el puente. Lugar donde nos pusimos a
desarmar completamente la balsa y dejarla sobre un alambrado lindante.
Llegando al fin del viaje, de fondo el puente que une Choele Choel con la gran isla
homónima.
Entre el trajín del desguace, llamamos a Tito (mi incondicional apoyo logístico
desde muy joven y por suerte mi padre a la vez), quien presurosamente cargo
31
gasoil y le llevó el mismo tiempo en llegar que a nosotros en terminar con el
navío. Nos encontramos con él, cargamos las pocas cosas que llegaron y
rumbeamos al pueblo.
Juanpi y el autor en una especie de celebración momentos antes de desarmar el navío.
El viaje finalizó en un lugar similar al de origen, un bar. Pero esta vez en el
centro de Choele, entre cervezas, tragos, una banda de Blues y por supuesto,
infinidad de historias de aventuras y anécdotas vividas.
Finalmente, deseo que aquel que llegó a este párrafo haya podido, al menos en
parte, sentirse un náufrago más de esta pequeña aventura en el corazón del río
Negro; del mismo modo en el que yo fui capaz de viajar por infinidad de lugares
a través de tantas y extraordinarias crónicas.
Fin
32
Descargar