fecciona las anteriores búsquedas del «etymon espiritual» dickinsoniano. Constituye así el estricto campo de la estilística genética. Las ideas de Emily sobre la poesía, su lenguaje poético, su atípica sintaxis (violentadora de los tradicionales usos del idioma), su personal empleo de la métrica, son aspectos que Ana María Fagundo considera con justa lucidez y competencia. La documentación histórica que ha aportado al respecto es suficientemente esclarecedora. Por ejemplo-—puntualiza—, George F. Whicher, en el libro varias veces citado a lo largo de este trabajo, afirma que la técnica dickinsoniana tiene su métod,o y que la poetisa de Amherst no era en manera alguna esa ignorante provinciana de que habla Aldrich 9. En un escueto, pero elocuente Epílogo, se entrega nuestra autora a las finales consideraciones a que le conducen su trabajo. La abundante bibliografía existente sobre Emily Dickinson y la pluralidad de enfoques sobre su poesía hicieron que frecuentemente el verdadero acento y el mensaje de ella se perdieran un tanto bajo el copioso papeleo crítico. La tarea, pues, científica, humanísima, de Ana María Fagundo ha consistido en acercarnos definitivamente a la poetisa y la mujer, llevándonos por los caminos íntimos de su sentir y su pensar más entrañables. Ana María Fagundo, escritora y poetisa, profesora de Literatura española del siglo xx y miembro del Comité del Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de California en Riverside, se nos declara en este libro como una estudiosa inteligente y rigurosa y de cuyas virtudes da bien cumplidos testimonios la alta calidad de estao bra.-—RAFAEL SOTO VERGES (Illescas, 107. MADRID-24). DYLAN MARLAIS THOMAS, UN CACHORRO PARA EL APOCALIPSIS * Había nacido en Swansea, Gales, el año de 1914, cuando se inventaba la llamada «guerra de posiciones» y las trincheras se abrían creciendo hasta el fondo de Europa; cuando, ya se sabe, Jorge V daba la mano a Poincaré, mientras Guillermo I I hacía lo mismo con Francisco José de Austria. Nació, ya lo sabemos, cuando la decisiva batalla del s Ibídem, pág. ISO. * DYLAN THOMAS: Poemas completos. rregidor, Buenos Aires. Traducción de Elizabeth Azcona Cranwell. Ediciones Co- 529 Marne, cuando comenzaba la muerte a arrebatar veintidós millones de hombres a los aliados, quince millones a los imperios centrales: treinta y siete millones de seres humanos a este mundo, que ya comenzaba a ser demasiado ancho y demasiado ajeno. Dicen que fue un poeta precoz, que fue un artista raro y trabajó la palabra como si fuera una sustancia maleable. Dice un conocido anglicista, cuyo nombre no quiero buscar entre mis libros, que tenía un amor sensual por la palabra, que redujo a moda del día anterior la manera de Eliot y su escuela y que pese a todo nunca perteneció al grupo de los «Apocalípticos», aunque es cierto que éstos quisieron ver en él su Mesías. Cuentan que murió en Nueva York antes de cumplir los cuarenta años; juran que fue un bebedor demasiado brutal y que, se lo andaba buscando, murió un mal día en un ataque de delirium tremens. Afirman que se había convertido en un ser legendario, y un amigo personal, gran poeta y buen bebedor, me contaba que llegó a divisarle en la lejanía y se arrepiente de no haberle abrazado. Bob Dylan, ese gran muchacho norteamericano, dice que ahora se llama así por cariño a este poeta gales. A mí no me extraña nada. Según parece, fue un poeta muy exigente, y a propósito de su inspiración escribió a Henry Treece: «Una poesía mía necesita una falange de imágenes, ya que su centro es una falange de imágenes. Creo una imagen—si bien creo no es la palabra exacta; dejo, quizá, que "se creen" en mí emocíonalmente y luego le aplico cuanto poseo de poderes intelectuales y críticos—hasta que genere otra que la contraiga; de esta tercera imagen generada por las otras dos hago una cuarta imagen contradictoria y dejo que todas choquen entre sí en el ámbito de los límites formales que me han sido impuestos. Cada una contiene en sí el germen de su destrucción; mi método dialéctico—según lo entiendo—consiste en un constante erguirse y desmoronarse de imágenes que irrumpen del germen central que es, al mismo tiempo, destructivo y constructivo.» Fue un visionario. Renovó totalmente la poesía inglesa de su tiempo. Terminó la copa y... se fue. Ahora, tras muchos años, llega a mis manos una edición de sus poemas completos, es decir, una edición en castellano de toda su obra poética. Doscientas veintitrés páginas traducidas, prologadas y anotadas por Elizabeth Azcona Cranwell y publicadas en Argentina por Ediciones Corregidor. La portada es bastante sugestiva: se ve a Dylan Thomas vistiendo suéter negro y jersey de lana gruesa; en la mano derecha sostiene su copa, inseparable amiga; tiene los ojos algo perdidos en un punto desconsolado y su rostro joven parece como si nos dijera que algo vuela 530 dentro de este ser que algún día será reconocido como uno de los genios de la poesía en cualquier lugar de este planeta, que cuando él nacía se dedicaba a perseguirse mordiéndose la cola, y de momento no aprende otra cosa. Dylan Thomas, Todo un «visitante». Todo un «cachorro». Todo un poeta «en la dirección del comienzo». Dylan Thomas. Capaz de afirmar que no consideraba la Poesía como Arte ni Oficio, ni como la expresión rítmica y verbal de una necesidad o premura espirituales, sino, simplemente, como el medio para un fin social, «siendo dicho fin la consecución de un estado en sociedad lo bastante sólido como para justificar que el poeta tienda a eliminar o se deshaga de ciertos amaneramientos, fundamentales en un primer período, en el habla, la indumentaria y la conducta». (Después hablaría de ingresos económicos-—-¿es cierto que su mujer le persiguió a propósito de la esterlina?—, y aclararía que no pretendía preguntarse si la poesía es cosa buena en sí misma, sino tan sólo si puede convertirse en un buen negocio: las respuestas las tenemos todas en su final biográfico.) Cuando yo era demasiado joven, demasiado ingenuo, demasiado imbécil y demasiado bohemio (lo que quiere decir que sigo siendo todas esas cosas, pero en una escala inferior) me preguntaba qué podía ser más desconsolador que una gran ciudad, Y de pronto, cuando ya tengo una respuesta, leo en el prólogo escrito por Elizabeth Azcona la que buscaba entonces: «Tomemos al azar Ceremony After a fire raid, que por su contenido se tradujo como Ceremonia después de un bombardeo. Nada puede ser más desolador que una ciudad devastada.» Perdonad nos perdonad nos vuestra muerte que los seres que soy los creyentes tal vez la sostengamos en un diluvio inmenso hasta que brote sangre, y él polvo cante como un pájaro mientras se expanden las semillas y vuestra muerte crece por nuestro corazón. Este es un fragmento del poema que, como aclara la traductora, desemboca en una celebración ritual donde se invierte el proceso seguido por Dylan Thomas en los poemas anteriores: «En lugar de aludir a la muerte como una forma que acecha dentro de la vida, esta vez es la vida que renace desde la muerte.» Las misas del mar, las misas del mar bajo, las misas del mar que engendra niños 531 irrumpen como una fuente y entran a colmar para siempre gloria, gloria, gloria, el reino final y destructor del trueno de la génesis. Dylan Thomas fue un hombre preocupado por todo esto que llamamos «vida». Rebelde, llegó a la je sin pasar por el purgatorio de la duda. Eso nos dice Elizabeth Azcona. Y añade: «Bardo en el viejo sentido de la palabra, a la manera de Francois Villon o de su compatriota medieval Dafyd Ap Gwillin, se vuelve a la leyenda que conserva la fuerza de lo primitivo y permanece como patrimonio del hombre.» Era necesaria esta edición de los Poemas Completos del gales. Era necesaria, pues, tras mucho tiempo; desistí de buscar por todas partes una edición en castellano. Agradezco a Elizabeth Azcona su trabajo como deberán agradecérselo otros.—JUAN QUINTANA (Pob. Abs. Orcasitas, bloque 6, núm. 1, 1.° izq. MADRW-26). "LAS GUERRAS DE NUESTROS ANTEPASADOS", DE MIGUEL DELIBES La sumisión. O sea una variada y extensa gama de sumisiones. Esta viene a ser la temática, a mi parecer, de la obra. De una obra profunda, inquieta, casi simple, imposible, grandiosa, mediatizada por los condicionamientos ambiguos de un protagonismo dual. Un protagonismo, casi externo, alejado de la propia acción de los sucesos, limitador, inconsecuente, necesario forjador del amplio dilema que página a página va desglosando impresionantes historias entrelazadas y configuradoras de una biografía, una sola biografía que hace resucitar vidas y violencias que el tiempo se había encargado de olvidar. Son dos personas, el doctor Burgueño López y el recluso Pacífico Pérez, quienes hablan noche tras noche, y en el despacho del primero, con una copíta de anís por medio, y poniendo sobre el tapete intrascendencias vitales. Su protagonismo, por otra parte, construye un universo impresionante, con la tragedia como base y con apariencias de simple drama rural al que se concatenan extrañas circunstancias para proporcionar un final no premeditado. En Las guerras de nuestros antepasados ], Miguel Delibes, planteando una necesaria trama desnuda de aditamentos estériles, inventa un escenario desierto y mudo de acción y decorados y coloca en él dos per1 MIGUEL DELIBES: Las guerras de nuestros antepasados, 532 Ediciones Destino, Barcelona, 19/5.