Anuario de Estudios Americanos, volumen 68, n.º 1, enero

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ANUARIO DE ESTUDIOS AMERICANOS
Volumen 68
N.º 1
enero-junio 2011
Sevilla (España)
ISSN: 0210-5810
ANUARIO DE ESTUDIOS AMERICANOS
REVISTA PUBLICADA POR LA ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANO-AMERICANOS
El Anuario de Estudios Americanos es una publicación periódica de la Escuela de Estudios HispanoAmericanos de Sevilla desde 1944. Dedicado a un público especialista, sus dos volúmenes anuales incluyen artículos originales, reseñas críticas de libros, crónicas y otras noticias sobre reuniones científicas
en español, francés, inglés y portugués. Si bien la revista está orientada a la investigación histórica,
también publica trabajos de otras materias como la crítica literaria, la ciencia política o la antropología, en un intento de potenciar el diálogo multidisciplinar.
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ANUARIO DE ESTUDIOS
AMERICANOS
Volumen 68 N.º 1 enero-junio 2011 Sevilla (España) ISSN: 0210-5810
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Sumario
Volumen 68 N.º 1 enero-junio 2011 Sevilla (España) ISSN: 0210-5810
ANUARIO DE ESTUDIOS AMERICANOS
Sumario
Páginas
Doctor don Francisco Morales Padrón. In memoriam. Enriqueta Vila
Vilar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
13-16
Artículos
PORRO, Jesús María: La defensa y consolidación de las fronteras en el
Septentrión novohispano: Geografía y desarrollos cartográficos
(1759-1788)/Boundary Defence and Consolidation in Northern
New Spain: Geography and Cartography Developments (17591788) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19-50
SÁNCHEZ MORENO, Francisco Javier: El cautivo y su instrumentalización en las relaciones fronterizas tras el Tratado de GuadalupeHidalgo/The cautive and his use as an instrument in the border
relationships after de Treaty of Guadalupe-Hidalgo . . . . . . . . . . . 51-72
CALVO, Thomas: Proclamations royales et Indiens au XVIIIe siècle:
enjeux politiques et sociaux/Juras reales e indios en el siglo
XVIII: perspectivas políticas y sociales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73-103
VÁZQUEZ CIENFUEGOS, Sigfrido, y AMORES CARREDANO, Juan B.: En
Legítima Representación: los firmantes del fallido proyecto de
Junta de La Habana en 1808/In Legitimate Representation: the
signers of the failed Project of Junta of Havana in 1808 . . . . . . . 105-139
PÉREZ LISICIC, Rodrigo Andrés: Los inicios de la enseñanza del
Derecho Constitucional en el Chile decimonónico: el Liceo de
Chile y el Colegio de Santiago (1828-1831)/The Beginnings of
the Teaching of Constitutional Law in the nineteenth Century in
Chile: the Liceo de Chile and the Colegio de Santiago (18281831) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141-162
OTERO, Hernán Gustavo: Las escuelas étnicas de la comunidad francesa. El caso argentino, 1880-1950/The ethnic schools of the
French community. The Argentine case, 1880-1950 . . . . . . . . . . . 163-189
Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 400 págs. ISNN: 0210-5810
9
SUMARIO
Páginas
MERBILHAÁ, Margarita: Claves racialistas y reformistas en la invención
de un nacionalismo continental. El porvenir de la América latina
(1911), de Manuel Ugarte/Racialist and Reformist Clues in the
Invention of a Continental Nacionalism. El porvenir de la
América latina (1911), by Manuel Ugarte . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191-221
TEITELBAUM, Vanesa E.: Contra «la tiranía del mostrador». La campaña de la prensa y los trabajadores por el descanso dominical en
Tucumán del entresiglo/Against the «counter tyranny». The
Press’ and Workers’ Campaign for Sunday Rest in Tucumán at
the Turn of the Century . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223-252
RODRÍGUEZ, Laura Graciela: Los nacionalistas católicos de Cabildo y
la educación durante la última dictadura en Argentina/The
Catholic nationalists of the Cabildo and education during the last
dictatorship in Argentina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253-277
HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA
AMERICANISTAS
Artículos
ALVA RODRÍGUEZ, Inmaculada: Francisco Javier Alegre (1729-1788):
una aproximación a su obra teológica/Francisco Javier Alegre
(1729-1788): an approach to his theological work . . . . . . . . . . . 283-314
Reseñas bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 315-378
CASTILLERO CALVO, Alfredo: Cultura alimentaria y globalización. Panamá, siglos
XVI a XXI (Rafael Valladares); CELAYA NÁNDEZ, Yovana: Alcabalas y situados.
Puebla en el sistema fiscal imperial, 1638-1742 (Luis Salas Almela);
CUADRIELLO, Jorge Domingo: El exilio republicano español en Cuba (Emilio José
Gallardo Saborido); GARCÍA GONZÁLEZ, Armando: Cuerpo abierto. Ciencia, enseñanza y coleccionismo andaluces en Cuba en el siglo XIX (Antonio Santamaría
García); GONZÁLEZ CRUZ, David: Propaganda e información en tiempos de guerra. España y América (1700-1714) (Marina Alfonso Mola); GRÜTZMACHER,
Lukasz: ¿El Descubridor descubierto o inventado? Cristóbal Colón como protagonista en la novela histórica hispanoamericana y española de los últimos
25 años del siglo XX (Consuelo Varela); HAUßER, Christian: Auf dem Weg der
Zivilisation. Geschichte und Konzepte gesellschaftlicher Entwicklung in Brasilien
(1808-1871) (Sebastian Dorsch); HILTON, Sylvia L. y VAN MINNEN, Cornelis
(eds.): Political Repression in U.S. History (María Eugenia Sánchez Suárez);
10
Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 400 págs. ISNN: 0210-5810
SUMARIO
IRIYE, Akira y SAUNIER. Pierre-Yves (eds. generales): The Palgrave Dictionary of
transnational history from the mid-19th Century to the present day (María Justina
Sarabia Viejo); LACUEVA MUÑOZ, Jaime J.: La Plata del Rey y sus vasallos.
Minería y metalurgia en México (siglos XVI-XVII) (Alfredo Castillero Calvo);
LUQUE AZCONA, Emilio José: Arquitectura y mano de obra en el Uruguay colonial: sobrestantes, herreros, carpinteros, albañiles y picapedreros (Juan Clemente
Rodríguez Estévez); OPATRNÝ, José: José Antonio Saco y la búsqueda de la identidad cubana (Juan B. Amores Carredano y Sigfrido Vázquez Cienfuegos);
QUINTERO RIVERA, Ángel G.: Cuerpo y cultura. Las músicas «mulatas» y la subversión del baile (Alberto J. Gullón Abao); SAMUDIO A, Edda O. y ROBINSON,
David J.: «A Son de Caja de Guerra y Voz de Pregonero». Los Bandos de Buen
Gobierno de Mérida, Venezuela 1770-1810 (Viviana Kluger); SANTAMARÍA
GARCÍA, Antonio; NARANJO OROVIO, Consuelo (eds.): Más allá del azúcar: política, diversificación y prácticas económicas en Cuba, 1878-1930 (Sigfrido
Vázquez Cienfuegos); SARANYANA CLOSA, Josep-Ignasi y ARMAS ASÍN, Fernando:
La Iglesia contemporánea en el Perú (1900-1934). Asambleas Eclesiásticas y
Concilios Provinciales (Elisa Luque Alcaide); VAN DUZER, Chet: Johann
Schöner’s Globe of 1515: Transcription and Study (Antonio Sánchez Martínez);
VIFORCOS MARINAS, María Isabel y CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA, María Dolores
(coords.): Otras épocas, otros mundos, un continuum. Tradición clásica y humanística (ss. XVI-XVIII) (Sergio Fernández López)
Crónicas y noticias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379-389
Comer en tiempos de guerra: de la Independencia a la Revolución Mexicana,
Zacatecas, México, 19 y 20 de agosto de 2010 (José Francisco Román Gutiérrez);
Congreso Internacional “Las Cortes de Cádiz, la Constitución de 1812 y las independencias nacionales en América y el Mediterráneo”, Valencia, 8-10 de septiembre de 2010 (Isabel M.ª Povea Moreno)
Colaboradores en este volumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 390
Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 400 págs. ISNN: 0210-5810
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Anuario de Estudios Americanos, 68, 1,
enero-junio, 13-16, Sevilla (España), 2011
ISSN: 0210-5810
Doctor don Francisco Morales Padrón.
In memoriam
El profesor Morales Padrón, catedrático de Historia de los
Descubrimientos Geográficos de la Universidad de Sevilla desde 1958,
nació en Santa Brígida, un pequeño y bello pueblo de Las Palmas de Gran
Canaria, en julio de 1923. Murió en noviembre de 2010 a los 87 años, después de una larga enfermedad que no le impidió seguir trabajando prácticamente hasta el final. Para ello se requiere un gran amor a su profesión,
así como tenacidad, constancia, esfuerzo y voluntad, virtudes todas ellas
muy arraigadas en el carácter de don Francisco. Si a ello se une la inteligencia, la curiosidad por todo lo que le rodeaba, su amor a la enseñanza
y su dedicación constante, se consigue la figura intelectual que fue, con
más reconocimiento internacional que nacional, como suele suceder, y con
una trayectoria profesional impecable y abrumadora. Doctor Honoris
Causae por varias Universidades europeas y americanas, distinguido con
numerosas condecoraciones extranjeras y miembro de distintas Academias
de la Historia Hispanoamericanas, poseyó en España la Encomienda con
placa de Alfonso X El Sabio y el premio de Andalucía de Humanidades Inb
Jatib. Él sí fue profeta en su tierra: Hijo adoptivo de Las Palmas de Gran
Canaria, 1990; Hijo Predilecto de su pueblo natal, Santa Brígida, Can de
plata del Cabildo Insular de Gran Canaria y Premio Canarias de acervo
socio-histórico concedido por el gobierno autónomo de Canarias.
Pretender compendiar en unas líneas su formidable trayectoria académica es tarea imposible. Con casi sesenta libros y varios centenares de
artículos publicados en revistas especializadas y en periódicos, con cursos
y conferencias dictados en múltiples Universidades del mundo, con su
tarea docente en la Escuela Diplomática y los más de cuarenta años dedicados a la Universidad Hispalense, resulta difícil enumerar sus méritos y
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ENRIQUETA VILA VILAR
mucho menos calibrar los resultados. Por eso me voy a centrar en su obra
escrita, para mí la más importante y la que mejor refleja los rasgos de su
carácter a los que antes me he referido. Y para poder someterme a la brevedad obligada, la voy a dividir en cuatro grandes bloques, en cada uno de
los cuales sólo mencionaré algunos títulos que me puedan parecer más
relevantes: su obra sobre América, sobre Canarias, sobre Andalucía, sobre
todo Sevilla, y un cuarto bloque que yo clasificaría con la palabra “Diversos”, siguiendo el gusto archivístico.
Su trabajo de investigación en la historia americana es ingente. Unas
veinticinco monografías entre las que destacan manuales ya clásicos,
publicaciones de mapas y planos y tratados que van desde Colón, sus viajes o temas de los primeros años de la colonización hasta asuntos de la
América contemporánea como ese bello libro titulado América en sus
novelas. En 1955 publica dos de sus mejores obras: El comercio canarioamericano. S. XVI al XVIII y Fisonomía de la conquista indiana, que todavía son imprescindibles para todo americanista. Pero yo destacaría de toda
su labor investigadora sobre el mundo americano, una anterior, publicada
en 1952 y titulada Jamaica Española, que en 2003 fue traducida al inglés.
Y la destaco, sobre todo, por dos motivos: porque es una historia sólida y
completa, resultado de su tesis doctoral, del tiempo que la isla formó parte del Imperio español y, en especial, porque su incursión en el mundo del
Caribe le hizo darse cuenta de la necesidad de escribir la historia de ese
mar y su hinterland, enclave principalísimo del Imperio español cuya
documentación, sobre todo de los siglos XVI y XVII, se encuentra en su
mayor parte en el Archivo General de Indias. Y así inició un trabajo en
equipo que dio como resultado una serie de tesis sobre las islas en los
siglos XVI al XVIII, la mayoría de las cuales han sido publicadas. Porque
como buen maestro, don Francisco no se limitaba a trabajar en solitario:
incitaba a los que le rodeaban para que también lo hicieran y ese ha sido
uno de los grandes logros de su vida. Por eso siempre le atrajeron las
publicaciones colectivas y fue un nato creador y director de Revistas
importantes. Concretamente en esta faceta fue primero redactor-jefe y luego director de este Anuario de Estudios Americanos desde 1966 a 1977 y
fundó y dirigió Historiografía y bibliografía Americanista desde 1955 a
1977. Con motivo del V Centenario organizó y dirigió una de las obras
más importantes que quedarán como testimonio de esta efemérides: la
Colección Tabulae Americae en la que aparecieron, en edición facsímil,
con estudios introductorios de profesionales de primera fila, una serie de
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Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 13-16. ISSN: 0210-5810
DOCTOR DON FRANCISCO MORALES PADRÓN. IN MEMORIAM
libros de la Biblioteca Colombina, muchos de ellos propiedad del propio
Almirante y anotados por él.
Su amor por su tierra natal le llevó a ocuparse de su historia, de sus
documentos. En 1970 publica tres tomos del Cedulario de Canarias y el
mismo año, el Cabildo Insular de Gran Canaria le edita Sevilla, Canarias
y América. A partir de entonces realiza una serie de trabajos en esta misma línea, algunos en equipo como ha sido una constante en su vida profesional, entre ellos la organización de los distintos Coloquios Internacionales con el título genérico de “Canarias y América”, que este año han
cumplido su vigésima octava edición y que han dado lugar a un conjunto
de publicaciones colectivas que forman una muy importante serie. Además
fundó en 1979 la colección “Guagua” de libros de bolsillo sobre Historia
canaria, que todavía aparece dirigida por él.
Y Sevilla… La obra de Morales Padrón sobre Sevilla es algo más que
una obra de investigación. Es una obra literario-amorosa que proviene,
como toda producción de este tipo, de un conocimiento profundo y duradero y que se puede encuadrar entre la antropología, la literatura, la sociología y la observación, el estudio y la recogida de datos durante muchos
años. Sólo citaré algunos títulos: Sevilla Insólita, (siete ediciones), Visión
de Sevilla, La ciudad del Quinientos, (su contribución a una obra colectiva que él ideó, diseñó y dirigió para la Universidad de Sevilla, la Historia
de Sevilla más importante que se ha hecho en los últimos tiempos), Sevilla
y el río, Varias Sevillas, Sevilla, la ciudad de los cinco nombres, Viajeras
extranjeras en Sevilla en el S. XIX, Otra imagen de Sevilla. La visión de
los viajeros extranjeros (1500-1850) o los trabajos colectivos sobre los
Corrales de Vecinos o los Archivos Parroquiales.
En el último apartado, que he denominado “Diversos”, se encuadra
una producción heterogénea e intimista en la que se mezclan escritos autobiográficos, religiosos o puramente literarios y en el que me he permitido
introducir un aspecto importante de su producción que es el menos conocido: la recuperación de personajes olvidados. Me estoy refiriendo a figuras al parecer tan dispares como pueden ser don Francisco de Saavedra,
hombre polifacético e interesantísimo, con diversos altos cargos en América, presidente de la Junta de Sevilla durante la Guerra de la Independencia y figura, ahora de moda, pero completamente olvidado en los
años 80 cuando don Francisco encontró sus escritos en un Archivo Jesuita
e invitó a sus alumnos a trabajar sobre él y él mismo le dedicó varios estudios, el último aparecido en 2004 publicado por la Universidad de Sevilla;
Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 13-16. ISSN: 0210-5810
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ENRIQUETA VILA VILAR
O don Manuel Blasco Garzón, político republicano, exiliado, gran personaje en Sevilla en la primera mitad del siglo XX, pero que hasta el 2000,
año en el que El Monte editó su biografía, escrita por el maestro, era un
perfecto desconocido.
Amigo personal de grandes historiadores y literatos mundiales, creador de varias Asociaciones americanistas internacionales y nacionales, es
uno de los últimos representantes de una generación irrepetible y envidiable que han sido maestros de todos. Descanse en paz.
ENRIQUETA VILA VILAR
Directora de la Real Academia
Sevillana de Buenas Letras
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Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 13-16. ISSN: 0210-5810
Artículos
Anuario de Estudios Americanos, 68, 1,
enero-junio, 19-50, Sevilla (España), 2011
ISSN: 0210-5810
La defensa y consolidación de las fronteras
en el Septentrión novohispano:
Geografía y desarrollos cartográficos (1759-1788)/
Boundary Defence and Consolidation in Northern New Spain:
Geography and Cartography Developments (1759-1788)
Jesús María Porro
Universidad de Valladolid
Planteamos en este trabajo la situación de la frontera septentrional en Nueva España
durante el reinado de Carlos III, centrándonos en los aspectos relativos a su exploración,
defensa y consolidación. Concedemos prioridad a los desarrollos cartográficos de la época, por lo que analizamos los mapas más significativos sobre ese territorio —si bien utilizamos de forma complementaria fuentes de archivo y bibliográficas-, argumentando así
sobre el fortalecimiento de la frontera, la contención de los apaches y el valor de la cartografía generada, al posibilitar la actualización de los conocimientos geográficos.
PALABRAS CLAVE: Frontera; Defensa; Apaches; Exploraciones; Mapas.
This paper deals with the situation along the Northern boundary of New Spain under
Charles III, focusing on the features referred to its exploration, defence and consolidation.
Cartography developments of that period are considered especially important and therefore
we study the most meaningful maps related to that territory, and at the same time we use
sources from archives and bibliography in a complementary way. On that basis we reason
about the boundary strengthening, the restraint of the apaches and the significance of the
produced cartography, which made possible the updating of geographical knowledge.
KEYWORDS: Boundary; Defence; Apaches; Explorations; Maps.
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JESÚS M.ª PORRO
Introducción
A lo largo del siglo XVIII, con la implantación de la dinastía borbónica en España, comenzó a desarrollarse una larga etapa de reformas, tendentes a modernizar el país e impulsar su desarrollo económico. En las
posesiones hispanas en América la fase más amplia y profunda de las reformas borbónicas se desarrolló en la segunda mitad de la centuria, al coincidir el deseo de modernizar las instituciones y someterlas a un mayor control (potenciando la explotación de las diversas riquezas ultramarinas), con
las inquietudes del Estado y la Corona, provocadas por la potencial amenaza de posibles injerencias o usurpaciones extranjeras en los territorios fronterizos españoles, derivando en no pocas preocupaciones y situaciones de
alarma. La cuestión de la implementación de dichas reformas durante el
reinado de Carlos III ha sido ya estudiada,1 y no es nuestro propósito establecer una valoración de conjunto, ni tampoco para la Nueva España, pues
las implicaciones más evidentes del proceso reformista fueron resaltadas en
sus aspectos económicos, administrativos y políticos,2 por lo que aquí nos
centraremos en el tema de la consolidación fronteriza en el septentrión
novohispano, a través de la exposición de los condicionamientos geográficos y el análisis de los testimonios cartográficos.
Si el siglo XVII estuvo dominado, en la frontera norte de la Nueva
España, por las diversas sublevaciones de los grupos indígenas diseminados
por aquel amplio territorio, el XVIII —particularmente la segunda mitad—
fue la etapa de los ataques de dos poderosos grupos nómadas: los apaches y
comanches. Transcurridas las primeras décadas de la nueva centuria, las
autoridades virreinales mostraron un mayor interés por las provincias septentrionales: su ocupación era prioritaria desde el punto de vista geopolítico,
si bien se antojaba muy complicada, ante la enormidad de las distancias
existentes (tanto entre ellas como respecto a la capital), así como por la
manifiesta belicosidad de los citados indígenas. Tras la amarga experiencia
de la gran sublevación de los indios pueblo en 1680,3 se reforzó el sistema
de presidios, máxime cuando hacia 1689 se confirmó la presencia de aven1 Para una primera aproximación y una visión general, Navarro García, 1992b; del mismo
autor, 1985, pp. 9-16; para las cuestiones gubernativas, Burkholder y Chandler, 1977 (ed. Española,
1984); Paquette; 2008; respecto a la economía, Fisher, 1985.
2 Pietschmann, 1996; Vázquez (coord.), 1992; Navarro García, 1964 y 1992a, pp. 395-409;
Brading, August 1973, pp. 389-414; Archer, 1977 y January 1981, pp. 315-350.
3 Knaut, 1995; Weber, 1999.
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Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 19-50. ISSN: 0210-5810
LA DEFENSA DE LAS FRONTERAS EN EL SEPTENTRIÓN NOVOHISPANO
tureros franceses en Texas, pues la relativa y desigual riqueza minera del
septentrión novohispano4 no pasó desapercibida para galos y británicos.
Así pues, durante el reinado de Carlos III, la reorganización de las
Provincias Internas de la Nueva España —aparte de sus implicaciones
administrativas— tuvo mucho que ver con el problema apache —y, en
menor medida, de otros indios nómadas—, si bien se mantuvo latente la
inquietud ante posibles intromisiones francesas o británicas. Nos centraremos en los sucesos acaecidos en el Septentrión, con el planteamiento de los
intereses políticos y el temor de la Corte española, que provocó el reforzamiento de las fronteras (con medidas pobladoras y defensivas), y obligó a
actualizar los conocimientos geográficos y cartográficos sobre aquellos
amplios espacios, para disponer de unos mapas adecuados, que pudieran
ofrecer las suficientes garantías de operar con la capacidad estratégica y
defensiva convenientes. Teniendo en cuenta el periodo contemplado (17591788), esbozaremos la problemática geográfica-cartográfica en la zona norte de la Nueva España partiendo del comentario de los pocos ejemplares
anteriores, para a continuación analizar los mapas más representativos de
los citados años: los regionales de Middendorf, Tienda (1761) y Medina
y Cabrera (1768), los de Urrutia y Lafora sobre el Septentrión (1768, 1769
y 1771), los de Mascaró (1777 y 1782), así como los levantamientos de
Escalante sobre Utah, Garcés de la Pimería, Font sobre el Moqui (todos
de 1777), Miera sobre Nuevo México (1777 y 1779) y Utah (1778) y el
de Rocha sobre el Gila (1784). Citaremos también diversos ejemplares
—México y el Septentrión— de Alzate (1767, 1768, 1769 y 1779), el de
Duparquet (1778), algún anónimo (1779), el de Vial (1789) sobre el ámbito Mississippi-Río Grande, y los de Bonne relativos a Nuevo México (1780
y 1787).
Las lejanas Provincias del Norte: presidios, misiones y pueblos
En la zona norte de la Nueva España, el límite de la expansión española durante la primera mitad del siglo XVIII, estaba formado por una serie
de asentamientos (presidios, misiones, pueblos, reales de minas y ranchos),
diseminados por un amplio territorio que abarcaba desde el norte de la Baja
California hasta la bahía del Espíritu Santo en Texas, pasando por el norte
4 Navarro García, 1960, pp. 17-31, donde señala la exigua vida de los yacimientos.
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de Sonora, el sur de Arizona, el norte de Nuevo México hasta Taos y la
franja de San Antonio de Béjar: esa era la amplia zona de frontera, escasamente poblada, poco cohesionada y de difícil defensa, con una extensa
«tierra de nadie», por donde transitaban frecuentemente partidas de indios
bárbaros e infieles —como se denominaba a los no civilizados—, que amenazaban los enclaves fronterizos; para facilitar la labor defensiva se habían
construido fortificaciones (llamadas presidios) en lugares estratégicos,
guarnecidas por escuadrones de caballería —de composición variable—,
cuya principal misión era perseguir a los indios hostiles, castigándolos por
sus actividades depredadoras. De entre aquellas gentilidades, soportaron
una evidente leyenda negativa, por parte de los españoles, los apaches acusados de crueldad (cuando ellos podrían hacer lo mismo con los hispanos
que los hostigaban con frecuencia).5
Las escasas poblaciones españolas en el Septentrión se vieron reforzadas con la explotación minera y la presencia de diversas misiones y presidios, que contribuyeron a cohesionar la frontera; pronto crecieron centros
como Chihuahua, Santa Eulalia o San José del Parral, comunicados con
otros más modestos como Santa Fe o Santa Bárbara, por los pocos caminos, muy transitados por comerciantes, misioneros, militares, mineros,
colonos y arrieros, transportando en acémilas o carros mercancías de diversa especie. Tres rutas se habían consolidado por entonces: el camino real
de Tierra Adentro (el más antiguo, pues fue abierto por Oñate en 1598),
uniendo Parral, Durango y Zacatecas (al sur) con Paso del Norte y Santa Fe
(al norte), y las dos vías que comunicaban Chihuahua con las misiones
jesuitas de la Tarahumara y con Sonora, a través de Buenaventura, Casas
Grandes, Janos y el Paso del Púlpito. Tales rutas enlazaban estancias,
misiones, presidios, centros mineros, poblados y casas de labranza, agrupando un poblamiento mixto de peninsulares, criollos, indios, mestizos,
negros y mulatos, y vertebrando el desarrollo de un amplio territorio en
cuya morfología externa, a menudo, resultaba difícil distinguir el ámbito
urbano del rural.
Una de las prioridades de las autoridades hispanas consistió en reforzar y modernizar los escasos presidios de las provincias septentrionales,
con vistas a una acción más eficaz ante el creciente peligro apache y las
posibles intromisiones francesas y británicas. Pese a su carácter militar, los
5 Al respecto ver el informe de Bernardo de Gálvez: Noticia y reflexiones sobre la guerra que
se tiene con los indios apaches en las provincias de Nueva España (descripción recogida en Velázquez)
y Velázquez, octubre-diciembre 1974b, pp. 161-176.
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presidios compitieron con las misiones como centros de avanzada de la
ocupación española; su aportación civilizadora y de arraigo de la población
no era desdeñable, ya que no sólo cumplían misiones defensivas (protegiendo a los pobladores y resguardando los caminos frente a los grupos
indígenas hostiles), sino que actuaban como centros de poblamiento, pues
aparte de las familias de los soldados, no pocos vecinos optaron por vivir
cerca, por la seguridad que ofrecían. Consecuentemente, la proyección
social de los presidios y las milicias fronterizas fue evidente.6
El mencionado proceso de modernización administrativa y estratégica afectaba en particular a los presidios novohispanos e implicaba la realización de mediciones topográficas, astronómicas y geodésicas, así como la
elaboración de mapas más precisos.7 Especialmente preocupado por la
frontera norte se mostró el virrey marqués de Casafuerte, celoso del peligro indígena y la posible penetración francesa.8
Cuando se ordenó la inspección de los presidios del norte de la Nueva
España, el brigadier Pedro de Rivera recibió el encargo de acometer dicha
tarea, informando además sobre la situación de las lejanas provincias.
Rivera necesitó casi cuatro años (noviembre de 1724 a junio de 1728) para
cumplir su doble cometido, siendo acompañado por el ingeniero militar
Francisco Álvarez Barreiro, quien realizó los primeros levantamientos cartográficos sistemáticos del Septentrión; ambos visitaron lugares tan distantes como Chihuahua, El Paso, Santa Fe, Janos, Arizpe, Álamos, Casas
Grandes, Saltillo, Monclova, San Antonio de Béjar o Monterrey. Poco después del regreso de Rivera —casi al mismo tiempo que se editaba el Diario
con las impresiones de su viaje9— y siguiendo las pautas de su informe,10
el virrey Casafuerte promulgó el reglamento de todos los presidios, que
tendría una vigencia de casi cuarenta años, hasta las reformas motivadas
por la visita de Rubí y Lafora. Rivera denunció el mal estado de las fuerzas presidiales —incapacitadas para reaccionar con rapidez y eficacia—,
6 Velázquez, 1974a, donde alude a la mezcla racial que afectaba a la mayoría de los soldados
presidiales (p. 133), así como al interés de la política española por acercar los presidios a los centros de
población (p. 136)
7 De hecho se compuso un mapa, con datos relativos a pueblos, vecindarios y misiones,
número, calidad, etc. si bien se mantuvo oculto ante el temor a que fuera conocido y aprovechado por
potencias enemigas; Antochiw, 2000, pp. 71-88
8 Al respecto Weddle, 1991. Para una visión sobre la cartografía de la época en la amplia zona
fronteriza ver Moncada Maya, 1987, pp. 25-34; Wheat, 1957; Jackson, 1998; y Weddle, 1995.
9 Rivera, 1946, 1993 y 2007.
10 Naylor & Polzer (comps. and eds.), 1988.
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así como el descuido de los centros,11 proponiendo la supresión de algunos
y el cambio de ubicación de otros; además, recomendó separar el territorio
de Sonora de la Nueva Vizcaya, como provincia independiente, petición
que fue sancionada en 1733.12 En el reglamento se establecía que soldados
de los presidios debían escoltar a viajeros y caravanas, complementando
esa tarea con recorridos de inspección por diversas zonas. Además, el brigadier diseñó una línea defensiva que vertebraría los presidios de costa a
costa (del seno mexicano al golfo de California), al estilo del antiguo limes
romano, unificando la zona septentrional, siguiendo en la parte oriental el
curso del Río Grande.13
Antes de los levantamientos cartográficos de Álvarez Barreiro eran
muy pocos los mapas que reflejaban el ámbito del Septentrión novohispano: apenas podemos señalar los ejemplares del jesuita italiano Eusebio
Francisco Kino, válidos sólo para las Californias y Sonora (excepto el de
1710, con alusiones a Nuevo México y Nueva Vizcaya); el del franciscano
veneciano Vincenzo Coronelli sobre Nuevo México (1689), muy esquemático y pobre; y ya en la tercera década del XVIII, el del explorador francés
Jean Baptiste Bénard de La Harpe (1723) centrado en el territorio situado
al oeste de Louisiana, realmente decoroso por su hidrografía y toponimia;
y el anónimo de 1725, muy sobrio e inferior al anterior, si bien señalaba los
presidios, junto a algunos datos de orografía e hidrografía.
La labor de Álvarez Barreiro14 —ascendido a teniente coronel en
1727— fue notable y concienzuda (señalamiento de distancias y rumbos,
cálculos de latitudes y longitudes), lo que le permitió componer varios
mapas interesantes de las provincias del norte en 1727: Nuevo México,
Sonora, Nueva Vizcaya, Coahuila y Texas, además de los dos generales del
Septentrión (1728 y 1729, que formaron su Plano corographico e hidrográfico), los más valiosos de la primera mitad de la centuria, realmente
detallados, si bien con información limitada; el ingeniero completó su labor
11 Hasta la década de 1760 —con la creación del ejército regular de Nueva España— no hubo
oficiales militares profesionales; muchos de los capitanes eran comerciantes y los soldados de las guarniciones mestizos endeudados con sus jefes; además, la mayoría de los capitanes cometía abusos de
poder, ocupando a sus soldados en negocios o asuntos personales; todo ello entorpecía el eficaz funcionamiento de los presidios. Navarro García, 1964, pp. 60-63. Respecto a los presidios, Moorhead, 1975;
Arnal, agosto de 2006; Borrero Silva, 1998; de la misma autora, 1993, pp. 181-197.
12 Borrero Silva, 1992, pp. 126-137.
13 Navarro García, 1964, pp. 61-72, 80, 137 y 138, expone que Rivera fue el primero en dar
cierta cohesión a los territorios del norte.
14 Borrero Silva, 2002, pp. 51-57.
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con una muy aprovechable Descripción de las Provincias Internas de la
Nueva España.
Hacia mediados de siglo la relativa paz que durante algunos años
habían disfrutado pueblos, misiones y presidios, se trocó en inquietud
generalizada, motivada por los movimientos apaches en la frontera. ¿Qué
había provocado en tan pocas décadas el cambio de actitud de estos indios?
A comienzos del siglo XVIII los apaches habían consolidado su presencia
en prácticamente la totalidad de Arizona y Nuevo México, así como la parte occidental de Texas, pero la presión de otras tribus indígenas, especialmente los comanches (que les disputaban los vastos cazaderos de bisontes
en las praderas), desde los años 20, empujó a los apaches hacia la frontera
española, pues sus enemigos les cerraron el paso a las factorías francesas
de la zona del Mississippi y el noreste de Texas, impidiendo que pudieran
adquirir de los traficantes galos y británicos las armas de fuego que los propios comanches consiguieron, y los españoles negaban a los apaches; estos
fueron forzados por los comanches a replegarse hacia el suroeste de Texas
y el sur de Nuevo México, manteniendo su presencia en Arizona. Ante la
precariedad de esa nueva situación, los apaches comenzaron a hostigar los
establecimientos españoles en busca de ganado, enconándose la situación
al ver éstos en ello no una forma primitiva de lucha por la subsistencia, sino
solamente robos, rebeldía, asaltos y guerra. Así, no pocos militares de frontera y misioneros, cansados de la supuesta o real belicosidad apache, solicitaron el empleo de medidas radicales, con frecuentes episodios de violencia (castigos corporales y esclavitud), que enfurecieron a los apaches, muy
celosos de su libertad y autonomía (también sufrieron deportaciones).15 La
recuperación de esa vida de rapiña tuvo mucho que ver con las fuertes presiones que el encarecimiento de los alimentos y las mercancías imponían
sobre los sectores más vulnerables de la población.16
Pese a la exitosa campaña de Toribio de Urrutia en 1745,17 sólo tres
años después el capitán del presidio de Conchos, Barroterán, llamaba la
atención sobre el establecimiento de un nutrido grupo apache en el Bolsón
de Mapimí; desde entonces la Nueva Vizcaya estaría en situación casi permanente de inseguridad. El peligro de que las partidas apaches pudieran
contar con la colaboración de grupos fugitivos de tarahumaras rebeldes era
15 Velázquez, 1974b, pp. 170-172 y 1974a, p. 133.
16 Así lo plantean Ortelli, 2007, pp. 102-112, y De la Torre Curiel, otoño 2008, pp. 11-31.
17 Suceso que motivó el que tres grupos apaches de otras tantas gentilidades solicitaran la paz,
en 1749, estableciéndose en ambas márgenes del Río Grande; Navarro García, 1964, p. 100.
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grande, pues estos conocían muy bien el terreno que ahora comenzaban a
frecuentar aquellos; hacia 1751 ya eran habituales las incursiones apaches
en los asentamientos y rutas españolas del norte de la Nueva Vizcaya.
El problema de la frontera y las depredaciones indígenas
A comienzos del reinado de Carlos III, los apaches se agolpaban a lo
largo de la frontera española, dividiéndose en tribus y parcialidades que
actuaban de forma independiente y, a veces, chocaban entre sí (las más
numerosas eran las de los chiricahuas, mezcaleros y lipanes, siendo representativos entre los grupos menores los mimbreños, gileños, coyoteros y
faraones);18 a finales de esa década ya eran constantes sus asaltos sobre los
pueblos y ranchos de españoles, ante la posibilidad de adquirir vacas, caballos y un botín diverso en sus correrías y razias. Su dominio de los caballos, junto a su considerable rapidez, astucia,19 conocimiento y adaptación
al medio físico, convirtió a los apaches en enemigos sumamente peligrosos; sus incursiones afectaron a toda la zona fronteriza, causando terror
entre los viajeros y arrieros españoles. Por otro lado, hacia 1760, el
Septentrión del Virreinato contaba con una escasa población (apenas un
cuarto de millón de personas, distribuidas la mitad en Nueva Vizcaya, algo
menos en Sonora, apenas 20.000 en Nuevo México, y 7.000 entre Coahuila
y Texas), lo que suponía una dificultad añadida para resguardar los enclaves de frontera de la hostilidad indígena. En 1761 el obispo de Durango,
don Pedro Tamarón y Romeral, dio alarmantes noticias sobre la situación
del territorio de su jurisdicción20 (abandonos de haciendas y ranchos, reducción de los hatos, muertes de vecinos y arrieros, inseguridad de los caminos e incapacidad de los cuerpos presidiales para contener a los apaches),
solicitando el envío de más tropas, la erección de otros dos presidios y la
18 Mención aparte merecen los jicarillas, establecidos al noreste de Nuevo México, que no fueron hostiles a los españoles. Sobre los apaches, ver Moorhead, 1968; también Curtis, 1993; un buen
resumen en Flagler, 2000, pp. 221-234.
19 Antonio de Pineda, gobernador de Sonora, ya comentaba la habilidad y cautela de los
apaches en sus ataques; Rodríguez Pérez, 2001, pp. 69-128.
20 Por carta del 8 de enero de 1761 Tamarón notificaba al secretario de Indias Julián de
Arriaga, la deplorable situación de inseguridad, así como las enormes pérdidas en vidas, haciendas y
comercio, provocadas por los apaches; Informe de don Pedro Tamarón y Romeral, obispo de Durango,
al rey sobre los curatos y misiones de la Provincia de Zacatecas y la Custodia de Nuevo México (1765),
Biblioteca Nacional de México, Fondo Reservado, Colección Archivo Franciscano (BNM, FR, CAF),
16/294.1, f. 1-5v.
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creación de cuerpos auxiliares de civiles —vecinos de los pueblos y trabajadores de las haciendas— para combatir a los belicosos nómadas; dos años
antes, Tamarón había iniciado una larga visita por su Obispado y, con los
informes acopiados, escribió una relación muy provechosa para conocer el
estado de la Provincia.21
A mediados de los años 60 los apaches habían consolidado tres grandes rutas en sus asaltos a la Nueva Vizcaya:22 la del noroeste, desde Janos
y Casas Grandes, llegando hasta Papigochic; la del norte, atravesando El
Paso y Encinillas, hasta la villa de Chihuahua; y la oriental, partiendo del
Bolsón de Mapimí hacia los ríos Florido y Conchos, afectando particularmente al valle de San Bartolomé y al territorio entre Guajoquilla y Julimes.
¿Qué conocimientos de la geografía física y qué grado de familiarización tenían, por aquellos años, las autoridades civiles y militares novohispanas sobre el inmenso territorio de la frontera norte? Poco podían saber,
pues —desde la época de Álvarez Barreiro— apenas hubo un grupo de religiosos, militares, colonos y comerciantes que, por su experiencia, aportó
algo a la escasa y modesta cartografía del Septentrión. El mapa del visitador franciscano Juan Miguel Menchero (1745) señalaba las misiones ribereñas establecidas entre el Paso del Norte y el río Conchos; sin referencias
astronómicas, la carta tiene una estructuración hidrográfica y, pese a su
interés, resulta muy limitada (la alusión a poblados y sierras apenas sirve
para rellenar los espacios vacíos). José de Escandón, encargado de la colonización y el poblamiento del territorio de Nuevo Santander, elaboró un
curioso ejemplar (Mapa de la Sierra Gorda y costa del Seno Mexicano,
1747), que reflejaba también la parte oriental de las jurisdicciones de
Charcas y Coahuila, con un buen desarrollo hidrográfico y alusión a los
núcleos urbanos, pero apenas presentaba la zona del Septentrión. Otro
ejemplar aprovechable, si bien de ámbito regional, fue el mapa del jesuita
Juan Antonio Baltasar —antiguo visitador y por entonces provincial de la
orden— sobre las misiones de Sonora (1752), pues contaba con un buen
desarrollo topográfico y una decorosa aproximación hidrográfica. También
regionales son los dos mapas de Bernardo de Miera Pacheco sobre Nuevo
México (1758 y 1760), bastante detallados y con notable información
antropológica, hidrográfica y orográfica. La carta del visitador jesuita
21 Tamarón y Romeral, 1937.
22 Para la situación en la Provincia, Jones, 1979; respecto a la frontera en general, Gerhard,
1982; y Piñera Ramírez, 1987.
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Padre Díez (1760) lleva orientación y graduación latitudinal, compendiando la información relativa a misiones, poblados indios y presidios en
Sonora, la Apachería occidental y el territorio Moqui, todo ello con una
notable topografía, modesta red hidrográfica y abundante toponimia. Otros
dos mapas con desarrollos regionales aparecieron en 1761: el del jesuita
Middendorf sobre el territorio de la Alta Pimería, con alusión a las campañas del gobernador de Sonora, Juan Antonio de Mendoza, a lo largo del río
Gila (con doble graduación y detalles de orografía y toponimia); y el de
José Tienda de Cuervo —sucesor del anterior en Sonora—,23 que evidencia
un conocimiento profundo de ese territorio, con alusión detallada a grupos
indígenas, pueblos, presidios, minas, lugares de aguada, sierras y los escenarios de la guerra contra los seris y las entradas de los apaches.
Tras el Tratado de París, de septiembre de 1763, con la cesión de la
Louisiana occidental por parte de Francia, las autoridades novohispanas se
encontraron con el problema que representaba la vecindad o la presencia
ocasional de varias tribus de las praderas (osages, sioux, kiowas, tonkawas), derivando en movimientos continuos, actos de belicosidad, tráfico de
armas y alcohol, asaltos a las factorías de San Luis, Arkansas y
Natchitoches, etc. En 1764 comenzó el proceso de reorganización y modernización militar de la Nueva España: tropa, defensa, fortificaciones, coincidiendo con la llegada de refuerzos peninsulares y del marqués de Rubí;
al año siguiente, con el arribo del visitador general José de Gálvez hubo
importantes cambios que culminaron con la sustitución del virrey. Según el
informe del teniente general Juan de Villalba —comandante general de
Armas y superior directo de Rubí— había, en 1764, un total de 23 presidios en las Provincias Internas, con apenas 1.200 hombres de guarnición.
En agosto de 1765 Rubí recibió la orden de encargarse de la inspección de
esos presidios, organizando una expedición que partió de la capital en marzo de 1766 y en la que figuraban el capitán ingeniero Nicolás Lafora24 (y el
después famoso Miguel Constanzó, por entonces subteniente), quien aportó un notable asesoramiento técnico y diseño de interesantes mapas en
colaboración con el subteniente ingeniero José de Urrutia; la inspección
finalizó en enero de 1768, siendo la segunda realizada en el Septentrión,
tras la de Rivera y Álvarez Barreiro (1724-1728). El informe redactado por
Rubí iba ilustrado con un mapa de Lafora.
23 Ramírez Meza, 1996, pp. 111-121.
24 Lafora, 1939; Navarro García, 2003, vol. 2, pp. 335-351; Fireman, 1977.
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Hacia 1760 se recrudecieron las hostilidades indígenas, con levantamientos ya cíclicos de los seris en Sonora y nuevos movimientos apaches.
Como consecuencia de la mencionada reorganización militar, en 1768 llegó a la provincia un cuerpo de ejército bien equipado, con la doble misión
de combatir a los rebeldes seris y pacificar la frontera;25 en mayo de 1769
el propio Gálvez se trasladó a Sonora para supervisar la situación. También
hubo problemas en Texas y Nuevo México donde, tras la inspección, Rubí
propuso formar una alianza con los comanches frente a los diversos grupos
apaches que asolaban el sureste de Nuevo México; sin embargo, los
comanches se revolvieron contra los españoles y el nuevo gobernador
Pedro Fermín de Mendinueta tuvo que combatirlos vigorosamente en 1768.
En enero de ese año finalizaron el visitador y el virrey Croix el proyecto
definitivo, que debía ser presentado al monarca, para la creación de la
Comandancia General de las Provincias Internas.
Para entonces había mejorado un tanto el conocimiento cartográfico
del Septentrión, gracias a algunas aportaciones meritorias, destacando los
diversos mapas (todos ellos cuidadosamente graduados) del polifacético
sabio José Antonio de Alzate y Ramírez: al corregir un antiguo ejemplar de
Sigüenza y Góngora, elaboró dos mapas sobre México (en 1767, completados con un tercero en 1769), y levantó otro, notable por su minuciosidad
y detallismo (1768), muy interesante por su delineado de las provincias del
norte —remitido a la Real Academia de Ciencias de París y dedicado a sus
científicos, fue publicado por Philippe Buache en 1775—, que fue mejorado con su ejemplar de 1779. Otro buen desarrollo cartográfico fue el de
Medina y Cabrera (1768), si bien limitado al ámbito de Sonora y, en el mismo año, apareció el hasta entonces más sólido levantamiento del
Septentrión: el primero de los mapas realizados como fruto de la colaboración de Urrutia y Lafora, sobrio pero muy técnico. Precisamente ambos
cartógrafos serían autores de los mejores desarrollos cartográficos de las
Provincias Internas: el ejemplar de 1769 está trazado en cuarterones y contiene una completa información que incluye datos antropológicos (las gentilidades indígenas), geográficos (ríos, sierras, provincias y territorios),
administrativos y políticos (ciudades, pueblos, misiones y presidios), y económicos (reales de minas, haciendas y ranchos); también refleja la línea de
defensa proyectada (a manera de limes frente a los asaltos indígenas); el
mapa de 1771 presenta un contenido similar, si bien está desarrollado en un
25 Elizondo, 1999.
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solo bloque (apenas hay diferencias de tipo ornamental entre ambos). El
propio Lafora elaboró otro ejemplar, ese año, en el que corregía adecuadamente la orientación del Río Grande y su afluente el Conchos, respecto al
delineado que figuraba en los anteriores. Gracias a esos mapas las autoridades españolas —virreinales y peninsulares— dispusieron de una información muy valiosa para plantear la nueva estrategia geopolítica de los
territorios fronterizos del Septentrión novohispano.
En la década de 1760 y a comienzos de 1771 se intensificaron los ataques apaches,26 contándose —desde 1748— más de 4.000 personas fallecidas27 y daños por un valor aproximado de doce millones de pesos. En julio
de 1771 tuvo lugar una Junta de Guerra y Hacienda en México, por la que
se creó el cargo de comandante inspector de Fronteras —siendo propuesto
el teniente coronel Hugo O Conor para su desempeño— y remitiendo a
Madrid un borrador del reglamento de presidios, que fue sancionado por
Carlos III en septiembre del siguiente año, ascendiendo a O Conor al grado de coronel. Por entonces había comenzado la última guerra general en
Nuevo México y Mendinueta tenía considerables problemas para repeler a
comanches y apaches, lo cual no impedía que los hostiles se presentaran en
Taos a comerciar en su feria. Por su parte O Conor, al recibir su nombramiento,28 se trasladó a la frontera, tomando medidas para aliviar la situación
en la zona limítrofe de Nuevo México y Texas; desde su puesto de mando
en Chihuahua organizó las compañías volantes que funcionaron eficazmente, reduciendo de forma notable la actividad depredadora de los apaches;
también erigió algunos presidios; su primera expedición duró seis meses
(diciembre de 1772 a junio de 1773) y en ella reconoció los territorios
situados al norte del Bolsón de Mapimí, rechazando a los indios a la orilla
izquierda del Río Grande. Sin embargo, para desgracia de Mendinueta, los
gileños, natajes y mezcaleros derrotados por O Conor se volvieron sobre
Nuevo México, contando con el sorprendente apoyo de los comanches
quienes, durante dos años, hostilizaron repetidamente las poblaciones de la
Provincia. Por su parte, el comandante inspector, tras desalojar a varias partidas apaches de la Serranía del Burro y el arroyo de la Babia, cruzando el
26 Bernardo de Gálvez (sobrino del visitador) combatió contra ellos en 1769 y 1770, resaltando su austeridad, astucia, desconfianza, ligereza, resistencia y buenas cualidades guerreras en su
Noticia y reflexiones … ver su descripción en Velázquez, 1974b, pp. 162 y 163.
27 Navarro García, 1964, p. 213.
28 Archivo General de Indias (en lo sucesivo AGI), Guadalajara, 512, instrucciones del virrey
Bucareli a O Conor, México, 1 de marzo de 1773.
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Río Grande, había rechazado a un grupo numeroso en la Sierra de Mogano,
a finales de 1773 y, en los últimos meses del siguiente año, varias fuerzas
combinadas batieron a los apaches en las sierras de Mimbres, Sacramento
y Mogollón.
Pocos años atrás, los franciscanos de Sonora y Nuevo México deseaban crear una comunicación entre sus misiones; desde San Javier del Bac
el padre Francisco Garcés realizó tres viajes de reconocimiento —en la
unión de los ríos Colorado y Gila—entre 1768 y 1771. Así, un capitán del
presidio de Tubac, Juan Bautista de Anza —hijo del antiguo comandante
de Fronteras, en Sonora— consiguió permiso del virrey29 para intentar abrir
una ruta terrestre entre el norte de Sonora y la Alta California: partiendo de
Tubac en enero de 1774, recorrió 2.000 millas en cinco meses, consiguiendo unir Monterrey con los enclaves sonorenses; en septiembre de 1775 —
siendo ya teniente coronel— repitió su viaje desde Horcasitas (en compañía del padre Pedro Font, experto cosmógrafo), guiando a un nutrido grupo
de colonos y reconociendo el puerto de San Francisco (donde estableció
lugares para el presidio y la misión), antes de regresar —a mediados de
1776— y recibir (1777) el nombramiento de gobernador de Nuevo México;
esa experiencia fue aprovechada por Font para realizar dos interesantes
levantamientos cartográficos: uno relativo a la bahía de San Francisco y
otro sobre las Californias (1776) —apenas un apunte— que incluía la parte norte de Sonora. Unos tres meses antes de la segunda partida de Anza,
fray Silvestre Vélez de Escalante intentó acceder al territorio del Moqui y,
aprovechando ese segundo viaje, el padre Garcés se quedó en el Colorado
reconociendo sus márgenes y dirigiéndose a la misión de San Gabriel, desde la cual intentó acceder a Nuevo México, si bien no pasó de Oraibe, en
el Moqui, escribiendo a su colega de Zuñi en julio de 1776.30 Cuando el
comisario franciscano, fray Francisco Atanasio Domínguez, tuvo conocimiento de tal hecho, decidió viajar en compañía de fray Silvestre, intentando abrir un camino hacia Monterrey: ambos partieron de Santa Fe ese mes,
regresando en enero de 1777 sin haber podido alcanzar su objetivo.31 Sin
embargo, su experiencia sirvió para un primer conocimiento de una vasta
29 AGI, Guadalajara, 513, notificación de Bucareli a Arriaga, fechada en México, el 26 de septiembre de 1773.
30 AGI, Guadalajara, 516, Diario de Garcés, firmado en Tubutama el 3 de enero de 1777;
Garcés, 1996. 1996
31 AGI, Guadalajara, 416, Diario de Domínguez y Vélez de Escalante, firmado en Santa Fe el
3 de enero de 1777; Chávez y Warner, 1995; Bolton, 1950.
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extensión de tierra situada al noroeste: aunque no cruzaron las Montañas
Rocosas, llegaron hasta el lago Utah y el río Severo (afianzando la creencia —mantenida durante medio siglo— en un gran río que, partiendo del
lago, llegaba al Pacífico); el reflejo del periplo en la cartografía fue inmediato, pues acompañaba a los frailes el experto cartógrafo Bernardo de
Miera Pacheco, quien fuera alcalde mayor y capitán de guerra en Pecos y
Galisteo.
Entretanto el año 1775 siguió marcado por el estado de guerra en
Nuevo México, donde sus pobladores tuvieron que soportar numerosos
asaltos y depredaciones comanches y apaches,32 además de otros perpetrados por los navajos sobre los indios pueblo,33 si bien las gestiones de
Mendinueta dieron resultado y, a finales de noviembre, estos aceptaron firmar la paz.34 A comienzos de 1776 sólo hubo algunas acciones aisladas de
los comanches y, a mediados, se desarrolló la última campaña general de
O Conor, siendo batidos los apaches de Poniente, que se vieron obligados
a abandonar la cuenca del Gila y la sierra de Mimbres, refugiándose en la
misión de Zuñi, donde pidieron la paz. Atendiendo sus repetidas peticiones, Mendinueta fue relevado en el gobierno de Nuevo México, siendo
sucedido por Anza.35
La reorganización territorial y la consolidación de la frontera
Cuando en 1776 Gálvez fue nombrado secretario del Despacho de
Indias —en sustitución de Arriaga— pudo llevar a la práctica su antiguo
plan, madurado desde sus años de visitador en Nueva España; el proceso
de reorganización implicó la creación de la Comandancia General de las
Provincias Internas, como nueva entidad jurisdiccional, política, administrativa y militar (que incluía las provincias de California, Sonora, Sinaloa,
Nuevo México, Nueva Vizcaya, Coahuila y Texas),36 con mando militar
32 Mendinueta escribía al virrey que sus tropas no podrían participar en la campaña general
planeada por O Conor, pues bastante hacían con defender la Provincia; Navarro García, 1964 , p. 248.
33 Al respecto ver Flagler, 1988, pp. 129-157.
34 AGI, Guadalajara, 514; informes de Mendinueta a Bucareli de 23 de noviembre y 1 de
diciembre de 1775; en reconocimiento de la labor del gobernador de Nuevo México, este virrey solicitó que se le concediera el grado de brigadier, otorgado en mayo de 1776.
35 AGI, Guadalajara, 300; real orden a Bucareli, firmada por Gálvez, el 9 de febrero de 1777.
36 El límite entre la Comandancia General y el Virreinato abarcaría el sur de Sinaloa, Durango,
Coahuila y el extremo oriental de ésta, pasado el Río Grande y cortando el Nueces; Navarro García,
1963, pp. 118-160.
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LA DEFENSA DE LAS FRONTERAS EN EL SEPTENTRIÓN NOVOHISPANO
independiente. El cargo de comandante general recayó en el brigadier
Teodoro de Croix, sobrino del antiguo virrey Carlos Francisco y la sede en
Arizpe, localidad muy distante de los territorios orientales, que, si bien era
populosa, gozaba de buenas tierras y de una situación central en la provincia de Sonora, aspecto decisivo para la proyectada expansión hacia la Alta
California, prioritaria en el plan de Gálvez.37
A mediados de 1777 la paz distaba de ser una realidad en Nuevo
México: los informes aludían a 991 personas fallecidas en los ataques, 154
capturadas, 74 haciendas abandonadas y 33.000 reses robadas; entre mayo
y septiembre se repitieron las habituales incursiones depredadoras de
comanches y apaches, además se restableció la anterior alianza entre estos
y los navajos.38 Por entonces, el ya brigadier O Conor, una vez relevado de
su puesto de comandante inspector, se quejaba veladamente al virrey de
que no fueron atendidas sus sugerencias —basadas en su experiencia—
para mejorar la situación y la seguridad en la frontera;39 presumiblemente
O Conor era consciente del disgusto que acarrearon a Bucareli la limitación
de su autoridad y la disminución de sus funciones —si bien se mantuvo
impecablemente leal al rey—, pues su oficio deja entrever una cierta amargura y no poco escepticismo hacia algunos funcionarios (¿incluido
Croix?).40 Tras varios meses de preparativos, en agosto Croix se trasladó al
norte y, tras una estancia en Durango, llegó a Chihuahua en marzo de 1778,
observando la insuficiencia de la línea presidial y la necesidad de reforzarla: había 22 presidios, 4 compañías volantes y 2 piquetes de dragones del
ejército regular (con poco más de 2.300 hombres); 4 compañías de milicias
37 Para la reorganización territorial y la implantación del sistema de reformas, Navarro García,
1992b; Pietschmann, 1996; Vázquez (coord.), 1992.
38 El hecho de que cada natani (cacique) respondiera sólo ante los miembros de su banda dificultaba la posibilidad de mantener una paz duradera con los distintos grupos navajos; estos solían
aliarse con los gileños o los chiricahuas, buscando un equilibrio entre españoles y apaches; Flagler,
1988, p. 138.
39 BNM, FR, CAF, 2/17.1, f. 1-3, O Conor a Bucareli sobre su actuación al frente de las
Provincias Internas, México, 22 de julio de 1777. La misiva fue consecuencia del informe solicitado
por Croix a O Conor sobre el estado del territorio y las previsiones que tomó para su mejora (el brigadier respondió al comandante general en la misma fecha).
40 Ibidem; alegaba O Conor: «jamás podrá darse providencia oportuna, sin tener un exacto y
cumplido conocimiento de las Sierras, Bolsones y Aguages que los indios prefieren para su domicilio,
aunque momentáneo y pasajero»; para combatir eficazmente a los indios era preciso emplear mucho
tiempo en «marchas, desvelos, vigilias, encuentros y choques», siendo necesario conocer su carácter,
alianzas y modo de guerrear, para planear adecuadamente las campañas. Si los apaches se sentían acosados, no hostigaban los presidios y las poblaciones; al final, se quejaba de que no fueron atendidos sus
consejos (basados en su experiencia) ni se le consultó en diversas cuestiones relativas a las Provincias
Internas
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y 3 de auxiliares indígenas completaban las fuerzas defensivas de la frontera. A cambio de su prestación militar, los colonos tenían derecho a portar
armas y gozaban de exención de impuestos.
Tanto Lafora, que, tras acompañar a Rubí, había ejercido como asistente de O Conor, como el franciscano fray Juan Agustín de Morfí, que lo
era de Croix en su recorrido por las provincias del norte, coincidían en sus
apreciaciones —confirmando las negativas impresiones de Tamarón—, al
señalar el peligro que la amenaza apache representaba para la supervivencia de la Nueva Vizcaya.41 El propio Croix solicitó a Morfi copia de su
Diario, así como la confección de un croquis corrigiendo los errores que
observara en el mapa general de las Provincias Internas, basándose en su
experiencia del viaje.42 Por entonces, en julio de 1778, partió Anza hacia
Santa Fe llevando instrucciones de Croix relativas a concluir un padrón de
la Provincia, levantar y remitir mapas de cada jurisdicción, y formar o
mejorar el funcionamiento de las oportunas milicias,43 transcurriendo el
resto del año con los habituales asaltos, robos y alarmas. Pero también
hubo otras novedades positivas ya que los citados viajes de Anza, Garcés,
Domínguez y Escalante, más los diversos reconocimientos de Croix o sus
delegados, permitieron la realización de interesantes muestras cartográficas
que aparecieron a lo largo de 1777 y 1778: un mapa de Font sobre las
Californias, Sonora y Nuevo México, con interesante planteamiento hidrográfico y topográfico; otros dos de Garcés —uno en colaboración con
Font— sobre el mismo ámbito, indicando (además de los datos físicos) los
presidios y naciones indias; un cuarto, obra de Escalante, sobre el territorio de Utah, con un delineado cuidadoso de ríos, sierras y lagunas, situando los respectivos grupos indígenas; otros tres mapas, levantados por
Miera, sobre los reconocimientos del territorio situado al noroeste de
Nuevo México: aquí se aprecia la mano de un experto cartógrafo, con
minuciosidad, precisión, riqueza de detalles y graduación (destacando las
41 Morfi aludía a los continuos robos apaches, seguidos de persecuciones casi siempre estériles (Morfi, 1967; se trata de la versión más amplia del Diario (la privada), finalizada a punto de regresar a la capital, el 1 de junio de 1781; la reducida, que abarca desde la salida hasta la llegada a
Berroterán (el 24 de febrero de 1778), es la pública y más conocida; véase Morfi, 1935.
42 BNM, FR, CAF, 2/23.2, f. 2; nota de Croix a Morfi solicitando la corrección del mapa y el
envío del diario, Chihuahua, 31 de marzo de 1778. Quizá ese encargo motivara la confección, por parte
del franciscano, de su Compendio del diario del viaje a las Provincias Internas, firmado en la citada
villa, el 26 de abril de 1778. Se conserva un ejemplar en la CAF, 3/25.1, f. 1-6 v.
43 AGI, Guadalajara, 267, notificación de Croix a Anza, fechada en Chihuahua, el 22 de julio
de 1778.
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lagunas de Timpanogos y Miera como posible curso fluvial); también apareció un excelente ejemplar del ingeniero Manuel Agustín Mascaró, sobre
las Provincias Internas, constituyendo una auténtica enciclopedia sobre los
descubrimientos y conocimientos geográficos del momento, pues, basándose en Lafora, incorporó las últimas referencias en la costa pacífica, el
Colorado y Nuevo México, trazando los caminos de México a Santa Fe y
Tucson y recogiendo los itinerarios de Domínguez-Escalante y Teodoro de
Croix; el propio Mascaró —quien había acompañado al comandante general en su recorrido por las Provincias Internas— proporcionó la información necesaria a Miguel Constansó, que le permitió actualizar el mapa de
Lafora; Carlos Peison de Duparquet —quien también acompañó a Croix
como geógrafo— fue autor de un modesto levantamiento cartográfico,
correspondiente a la zona oriental.44
En los primeros meses de 1779 hubo algunas tentativas de paz, por
parte de grupos sueltos de apaches en la zona de El Paso: fue la presión
militar española, junto a las ventajas que podían obtener dedicándose a las
transacciones comerciales, lo que decidió a los mezcaleros del grupo de
Patule a solicitar la paz en el otoño; sin embargo, los españoles desconfiaban de tales acuerdos, pues se habían dado casos en que los apaches los
buscaban y utilizaban para poder combatir con libertad a sus acérrimos
enemigos comanches; y, en otras ocasiones, acordaban la paz en un lugar,
atacando a continuación en otro. Entre agosto y septiembre realizó Anza su
primera gran campaña en Nuevo México contra los comanches, contando
con un cuerpo mixto de soldados, civiles y auxiliares indios, a los que
adiestró con la táctica conveniente —marchas silenciosas, nocturnas y rápidas, borrando sus huellas—, quebrantando notablemente su poderío al
obtener una gran victoria y matar a varios jefes (incluyendo al temido
Cuerno Verde);45 a Miera se atribuye un interesante levantamiento cartográfico que abarca una amplia extensión de tierra situada al norte de Santa Fe,
indicando ríos, sierras y localidades, y explicando el territorio descubierto
en esa campaña, así como el lugar en el que fueron derrotados los comanches. En ese mismo año elaboró Miera un buen mapa de Nuevo México,
44 Se trata del Mapa desde Veracruz a los Presidios del Norte y de estos a Chihuahua, del 17
de mayo de 1778.
45 AGI, Guadalajara, 271, oficio de Teodoro de Croix a Gálvez, Arizpe, 23 de enero de 1780,
incluyendo el Diario de Anza (leg. 278). Flagler, 1988, p. 140, expone que esa fue la primera ocasión
en la que Anza probó su política hacia los hostiles, realizando primero una enérgica demostración de
fuerza, para obsequiar luego con dádivas a los diversos caciques.
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riguroso y preciso, indicando las Alcaldías Mayores. Contrasta con el anterior un ejemplar anónimo —de la misma fecha— que muestra un delineado erróneo del Río Grande, si bien presenta una amplia toponimia hidrográfica y topográfica. A pesar de haber estrenado su mandato en una
situación muy delicada, Anza finalizaba el año 1779 siendo el pacificador
de la pradera, pues pocos meses después el nuevo jefe comanche pidió la
paz que, finalmente, fue concertada; así, el gobernador consiguió un apreciable aumento de la seguridad y tranquilidad en la frontera oriental, pues
la alianza comanche —teniendo en cuenta su número, valor, lealtad y secular odio hacia los apaches— sirvió de alivio y contrapeso a los españoles
de Nuevo México, en su esfuerzo por contener a éstos. Además, en ese año
se produjo un hecho relevante para las guarniciones y poblaciones de los
territorios fronterizos: el establecimiento del servicio regular de Correos,
organizado a caballo y con escolta.
A comienzos de 1780 Croix se estableció en Arizpe (pasando así la
localidad a ser la sede efectiva de la Comandancia General), tras emplear
más de un año en tomar diversas disposiciones y familiarizarse con el territorio (recorriendo las provincias de su jurisdicción); había residido largo
tiempo en Chihuahua, por tratarse de la población con mejor ubicación
estratégica, la más céntrica de todo el Septentrión. Durante esa etapa de
permanencia Croix trató de organizar el gobierno y buen funcionamiento
de la Comandancia General sin mucho acierto, pues había fuertes obstáculos que impedían su consolidación: su considerable extensión territorial, la
escasez y diseminación de la población, la deficiencia e insuficiencia de las
vías de comunicación y los problemas de insumisión indígena (tanto internos como externos). Por otro lado, no todos los grupos comanches aceptaron la paz, ya que muchos se desplazaron en masa a Texas, constituyendo
un evidente peligro para la provincia, pues asaltaban ranchos, presidios y
misiones, por lo que el año 1780 reflejó las típicas correrías y escaramuzas
que amenazaban la seguridad de la frontera: los lipanes, temerosos de los
comanches, se replegaron a la zona entre Béjar y Río Grande; algunos mezcaleros abandonaron sus poblados, asentándose junto a los presidios y, en
diciembre, un nutrido grupo comanche penetró en Coahuila, siendo rechazado por los presidiales de Monclova. Al mismo tiempo, la estabilidad de
Nuevo México se vio dificultada por la alianza entre navajos y apaches
gileños. Parecía que todas las Provincias Internas se agitaban, pues en
Sonora se recrudeció el problema seri, decidiéndose la creación de tropas
presidiales de indios aliados: dos compañías de ópatas —con sede en
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Bacoachi y Bavispe— y otra de pimas altos -en San Ignacio—, para ayudar a derrotar a los insurgentes.46
En noviembre de 1780 salió Anza de Santa Fe, intentando llevar a la
práctica un viejo proyecto suyo: buscar una comunicación directa entre
esa capital y Sonora; para ello, se dirigió a la zona de San Cristóbal y
siguió el curso descendente del Río Grande, cruzándolo, luego atravesó la
sierra de Mimbres y otras —cambiando de rumbo con frecuencia debido
a la fragosidad de los terrenos y la escasez de agua—, apareciendo por la
sierra de En medio, casi frente al presidio de Janos en Nueva Vizcaya, siendo su objetivo el sonorense de Santa Cruz); cuando llegó a
Arizpe —39 días después— había recorrido 221 leguas. Anza creía poder
recortar considerablemente esa distancia (dejándola en menos de 150
leguas) si hallaba un paso entre las sierras de Mogollón y Mimbres, ofreciéndose para ello; cuando regresaba a Santa Fe, en enero (1781) fue atacado por un grupo apache —los mezcaleros continuaban con sus depredaciones en la zona meridional de la provincia— en la Jornada del Muerto,
si bien unos meses más tarde —en septiembre— consiguió establecer la
paz, que sería ya duradera, con los comanches, que en el futuro actuarían
como aliados.
El invierno de 1781-1782 discurrió con frecuentes asaltos y robos de
los mezcaleros —sobre todo la banda de Patule el Grande— en las zonas
fronterizas de Nuevo México, Nueva Vizcaya y Coahuila; tras varios episodios de guerrillas, el gobernador Juan de Ugalde consiguió batirlos en el
Bolsón de Mapimí, infligiéndoles severos reveses entre enero y mayo;47
además, en octubre Muñoz desbarató la ranchería de Bigotes en la Sierra
de San Cristóbal, matando al jefe. Era difícil evitar los desmanes de grupos
hostiles en diversas poblaciones, pese a que en el siguiente otoño-invierno
(septiembre de 1782-marzo de 1783) Ugalde desarrolló su tercera campaña en el Bolsón. En mayo el presidio de Tucson sufrió un violento ataque
por parte de un grupo apache, que fue rechazado. Por entonces (1782)
Mascaró realizó un excelente levantamiento cartográfico de las Provincias
Internas, muy técnico, preciso y riguroso, aportando la novedad de la ruta
de Anza desde Santa Fe hasta Arizpe, así como los viajes que enlazaron
Sonora y la Alta California; un segundo mapa, anónimo (copia del de
46 Mirafuentes Galván, 1993, pp. 93-114.
47 Comenta Flagler, 2000, p. 225, que las tropas de Ugalde mataron a numerosos apaches,
incluyendo cinco jefes, y recuperaron unos 500 caballos y mulas.
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Mascaró), incide en las reformas y los topónimos, señalando el dispositivo
defensivo en el Bolsón); otro ejemplar notable de Mascaró es el correspondiente a la Provincia de Texas, con cuidadoso delineado e interesante planteamiento hidrográfico.
En febrero de 1783 Felipe de Neve —el comandante inspector de
Fronteras, antiguo gobernador de California— fue nombrado comandante
general de las Provincias Internas, sustituyendo a Croix, que era ascendido a virrey del Perú. En esa época se recrudecieron las rebeliones de seris
en Sonora (combatidos en el Cerro Prieto por presidiales y ópatas) y tarahumaras en Nueva Vizcaya (en agosto se creó la compañía volante de
Saltillo para controlar sus correrías en el Bolsón), además de producirse
algunas incursiones de apaches gileños, rechazados por los pimas de San
Ignacio. El fortalecimiento de la frontera en la parte central hizo fracasar
los intentos apaches de atravesar el territorio entre los presidios de Janos
y Fronteras, para dirigirse al sur; por ello, fueron trasladándose progresivamente hacia el Poniente, hostigando los de Terrenate y Tucson.
El año 1784 comenzó con una notable actividad militar en Sonora,
donde finalmente fueron reducidos los últimos grupos insurrectos de seris;
en febrero y marzo hubo nuevas incursiones de apaches —reforzando los
chiricahuas y mimbreños a los gileños— sobre Santa Cruz y Tucson. En
esa situación, gracias a la buena labor desarrollada durante el mandato de
Croix, pudo Neve organizar y ejecutar la campaña general contra los apaches occidentales (previamente hubo algunas exploraciones para descubrir
las zonas de refugio de los chiricahuas en la cuenca del Gila): esta se inició a mediados de abril, participando cinco destacamentos procedentes de
cuatro presidios, y constituyó un éxito notable,48 debido a la acción de los
ópatas, que combatieron ágilmente en un terreno escabroso, donde no
podía actuar la caballería, y a la buena guía de las operaciones, gracias al
cuidadoso mapa levantado por el ingeniero Jerónimo de Rocha, que señalaba el distrito del Gila con detalle y los itinerarios por donde se debía
efectuar el ataque. Aunque la victoria no resultó definitiva, sí contribuyó
a disminuir la intensidad de los asaltos apaches en Sonora y Nueva
Vizcaya. A principios de julio finalizó la campaña pero Neve apenas pudo
disfrutar de los buenos resultados, pues de camino a Chihuahua enfermó
y falleció a finales de agosto, asumiendo interinamente el mando de la
48 Según Flagler, 1988, p. 139, en la campaña fallecieron 68 apaches y los españoles consiguieron gran cantidad de pertrechos, pieles y alimentos, así como 168 caballos y mulas.
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Comandancia el coronel José Antonio Rengel (comandante inspector de
los presidios), quien había llegado de España poco antes, recién ascendido.49 A lo largo de esos meses hubo incursiones aisladas de apaches
—como represalia por las operaciones en el Gila— sobre San Javier del
Bac, Tucson y Fronteras, siendo rechazados por las milicias ópatas y
pimas. En noviembre se produjo la última gran incursión apache en Nueva
Vizcaya, participando más de 400 chiricahuas y gileños, que fueron desbaratados en un amplio escenario comprendido entre Julimes, la sierra de
los Mimbres y la de Carretas; al no conseguir robar ganado50 y encontrándose faltos de mantenimientos, los chiricahuas se vieron obligados a
pedir la paz.
A lo largo de 1785 hubo duros y frecuentes enfrentamientos con los
apaches en la frontera norte de Nueva Vizcaya, si bien en los restantes territorios su actividad disminuyó notablemente (en Nuevo México, las medidas preventivas de Anza51 evitaron que los navajos pasasen a zona gileña
actuando como aliados); hubo varias batidas desde las Sierras Escondida y
Mimbres hasta el río Puerco. Desde Janos, organizó Rengel la última campaña general contra los gileños —diciembre a enero de 1786—, con
modestos resultados. Por entonces hubo dos novedades importantes:
Bernardo de Gálvez fue nombrado nuevo virrey (entrando en México en
noviembre) y el brigadier Jacobo de Ugarte y Loyola era designado (a instancia de Gálvez) comandante general de las Provincias Internas (finalizando así la interinidad de Rengel).
Las depredaciones apaches seguían afectando periódicamente a la
frontera, movidos éstos por «justa satisfacción de sus agravios» —palabras de Gálvez—, su inconstancia, carácter insumiso, tendencia natural al
robo y diversidad de tribus y grupos, a quienes no obligaba lo acordado
por los demás. Por ello, la guerra continuó, de forma intermitente, contra
mezcaleros y lipanes, si bien el virrey Gálvez era partidario de evitar las
hostilidades cuando fuera posible —pese a reconocer que los apaches
constituían el verdadero problema y eran los grandes enemigos en las
49 El caso es ilustrativo sobre la confianza del monarca en los altos mandos del ejército —profesionalizado apenas dos décadas antes—, quienes fueron objeto de notables privilegios reales. Sobre
el ejército, Marchena (coord.), 2005, CD-Rom.
50 Comenta Rodríguez Pérez, 2001, que los españoles recuperaron 775 caballos robados.
51 Según Flagler, 1988, p. 139, Anza prohibió a los navajos desarrollar su lucrativo comercio
con los indios pueblo y los españoles de Nuevo México, enviando patrullas para evitar su contacto con
apaches, hasta conseguir que negociaran la paz; algunos grupos incluso actuaron como auxiliares
durante los siguientes meses.
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Provincias Internas—, ofreciendo la paz y, si fuese despreciada, combatiendo con la máxima dureza posible.52 Aprovechando la reciente hostilidad entre mezcaleros y lipanes, Anza consiguió un importante éxito
diplomático, al lograr renovar a finales de 1785, la anterior paz con los
comanches, convirtiéndola en estable y duradera; la potencial amenaza de
éstos (al este) y de los yutas (al norte) hizo que los grupos navajos
renuentes aceptaran abandonar a los apaches y deponer su actitud hostil
hacia los españoles.
El comandante general Ugarte —quien recibió su instrucción de
gobierno en agosto de 1786— recogería los frutos de esa paciente política
de los años anteriores pues, durante su mandato, los chiricahuas empezaron a pedir la paz por grupos, buscando establecerse en la zona de Arizpe
o Bacoachi. Comenzó así a funcionar, con una moderada eficacia, la nueva
política en el Septentrión mexicano, basada en el intento de pacificar a los
apaches mediante su instalación en asentamientos agrícolas. Por entonces
se dispuso una reorganización de las Provincias Internas: la Comandancia
principal quedaba reducida a las Provincias de las Californias, Sonora y
Sinaloa (al mando de Ugarte), creándose dos subordinadas: la del centro,
formada por Nuevo México y Nueva Vizcaya (bajo la autoridad de Rengel),
y la oriental, constituida por Texas y Coahuila, siendo poco después añadidas las Provincias de Nuevo León y Nuevo Santander, más los distritos de
Saltillo y Parras, gobernadas por Juan de Ugalde. Ese año de 1786 se decretó el cambio —que se produjo uno después— en Nuevo México, pues
Fernando de la Concha sustituiría en el gobierno de la Provincia a Anza;
además, fue preciso cubrir interinamente el gobierno superior, ya que a
finales de noviembre falleció Gálvez cuando apenas llevaba un año en el
cargo. El nuevo virrey Manuel Antonio Flores llegó a México en agosto de
1787 y, en diciembre, reorganizó las Provincias Internas, reduciendo a dos
las comandancias: la occidental o de Poniente (Californias, Sonora, Nueva
Vizcaya y Nuevo México), gobernada por Ugarte, y la de Oriente
(Coahuila, Texas, Nuevo León, Nuevo Santander, más los distritos de
Saltillo y Parras), bajo el mando —puramente militar— de Ugalde; debía
haber correspondencia y acuerdo entre ambos comandantes para dirigir las
operaciones militares.53
52 Según Gálvez, tanto la mucha contemplación —que insolentaba a los indios—, como el
excesivo rigor —que los desesperaba— habían sido las causas de la irremediable guerra que asolaba a
las Provincias.
53 Navarro García, 1964, p. 462 y del mismo autor, 1963, p. 124.
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La actuación de Ugarte en su Comandancia fue positiva54 pues, gracias
a sus desvelos y notables esfuerzos diplomáticos, la frontera norte conoció
una apreciable situación de paz y orden55 —pese a las escaramuzas aisladas, si bien violentas, de grupos de mimbreños y mezcaleros—,56 con la
mayoría de los apaches viviendo en pueblos, dedicados a la agricultura y la
cría de ganado. En 1788 entraba en vigor la ordenanza del sistema de
Intendencias en la Nueva España y en el mes de diciembre fallecía el
monarca Carlos III.57
En cuanto a la producción cartográfica no hubo novedades apreciables
en esos años y resaltaremos solamente dos mapas: el modesto pero interesante levantamiento del explorador francés Pierre Vial58 (1789), que refleja
el viaje realizado,59 por orden del gobernador de Texas Domingo Cabello y
Robles, desde San Antonio a Santa Fe y la vuelta hasta Natchitoches
(1787) —perfilando el territorio de Texas, Nuevo México, Oklahoma y
Louisiana—, apenas un croquis, que señala la zona comprendida entre los
ríos Mississippi y Grande, con otros cursos fluviales y algunos detalles de
orografía y toponimia. El segundo corresponde a un ejemplar curioso: el
sencillo —si bien decoroso— mapa de Melchor Núñez Esquivel (mapa de
los pueblos y lugares de Saltillo, Parras, Álamo, Hornos y Cuencamé, de
la Intendencia de Durango, Nueva Vizcaya, 1787), que proporciona una
interesante información sobre la hidrografía y orografía de la zona comprendida entre la región lagunera y el Bolsón de Mapimí.60
54 En octubre de 1789 el nuevo virrey Francisco de Güemes, segundo conde de Revillagigedo,
criticó el desempeño de Ugalde, al tiempo que alababa a Ugarte por su talento y prudencia, pidiendo
su sustitución por su avanzada edad —con menos años, opinaba, hubiera sido la persona idónea para
regir la Comandancia— y recomendando su ascenso al empleo de mariscal de Campo, así como el
traslado a una gobernación más descansada. Por real orden de marzo de 1790 fueron atendidas sus
peticiones.
55 Porro, 1996, pp. 179-199.
56 Entre abril de 1786 y finales de 1787 las depredaciones y los correspondientes enfrentamientos ocasionaron 306 muertos y 30 prisioneros entre los españoles, que infligieron a los apaches de
las distintas parcialidades 326 muertos y 360 cautivos, rescatando 21 prisioneros y recuperándose
aproximadamente la mitad de los 4.000 caballos robados; Rodríguez Pérez, 2001, pp. 127 y 128.
57 Como complemento a la bibliografía citada, pueden consultarse las siguientes obras:
Hernández Sánchez-Barba, 1957; Represa, 1990; Moncada Maya (coord.), 1999. Una vez elaborado el
trabajo hemos sabido de una reciente publicación que contiene diversos capítulos sobre la presencia
española en el Septentrión: Martínez Laínez y Canales Torres, 2009.
58 Mapa del territorio comprendido entre la Provincia de Nuevo México y el Fuerte de
Natchitoches y Texas
59 Loomis y Nasatir, 1981.
60 Corona Páez, julio y agosto de 2004, pp. 2-5 y 2-7 respectivamente, afirma que el autor del
mapa no fue Esquivel, sino el presbítero Dionisio Gutiérrez, párroco de Parras. Puesto que Esquivel
levantó dos mapas, no sabemos si Corona se refiere sólo al segundo o también a éste.
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Aunque con una precisión menor que los nacionales, los reconocimientos hispanos en la frontera norte fueron reflejados por algunos de los
cartógrafos europeos de la época, casos del citado Rigobert Bonne o el italiano Antonio Zatta. Ya en 1778 el británico Thomas Kitchin había delineado una carta que abarcaba casi todo el territorio mexicano, en la que su
esfuerzo por recoger las novedades del Septentrión era loable, si bien su
plasmación fue modesta y limitada. El mapa de Zatta (1785) resulta tan
amplio como poco detallado; en cambio el ejemplar de Bonne de 1780 se
centra en las Provincias Internas, aportando una decorosa información que,
en algunos aspectos resulta muy pobre e imprecisa (el delineado de la Baja
California); en su mapa de 1787 intenta Bonne perfilar todo el noroeste del
Virreinato y, pese a las limitaciones, la mejoría resulta evidente, aportando
datos interesantes; además de sus respectivas graduaciones, ambas cartas
presentan escalas de leguas.
Conclusiones
A lo largo del trabajo hemos constatado la relación existente entre el
deseo o la necesidad de proteger las zonas fronterizas de la Nueva España
y la conveniencia de desarrollar una adecuada política en lo tocante a las
exploraciones terrestres, para asegurar un conocimiento geográfico lo más
amplio y profundo posible de cada una de las áreas de frontera, con vistas
a una eficaz defensa de las Provincias Internas ante las posibles intromisiones, ocasionadas por militares o súbditos de otras potencias (cuestión más
hipotética que real) o debido, sobre todo, a los múltiples problemas creados por la presencia apache y, en menor medida, de otras etnias.61
Esos planes defensivos implicaron la necesidad de organizar una política pobladora eficaz, fijando población en territorios estratégicos, como
principal medida disuasoria (ese planteamiento favoreció la colonización y
asimilación territorial de la lejana Alta California). Además, el sistema de
presidios y misiones creado en el Septentrión novohispano aseguró —si
bien con frecuentes sobresaltos— la subsistencia de las poblaciones españolas. El ejército profesional, de reciente creación, cumplió un eficaz papel
en la defensa de la frontera y el refuerzo de los presidios, aparte de desta61 Como señala Velázquez, 1974a, p. 137, «cada región visitada, poblada o disputada fue una
referencia en el mapa del norte de la Nueva España, contribuyendo a precisar las distancias y los accidentes geográficos».
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car su rol social como acicate de la actividad pobladora; por otro lado, algunos de los altos mandos militares desempeñaron los cargos más importantes (gobernador provincial, comandante inspector de los presidios o
comandante general de las Provincias Internas) en el Septentrión.
Hubo un campo en el que los esfuerzos realizados fueron bien aprovechados: todo aquel cúmulo de viajes y exploraciones, con las mejoras
geográficas aportadas, resultó fundamental para reforzar los levantamientos cartográficos españoles relativos a aquellos lejanos y marginales territorios fronterizos, apareciendo —a raíz de los episodios señalados— unos
mapas más modernos y rigurosos, que armonizaban mejor con el nuevo
espíritu ilustrado de avance en los conocimientos científicos y revitalización de la cartografía hispana en América. La importancia de las acciones
y campañas militares fue notable para el desarrollo de la cartografía del
Septentrión: a veces, los levantamientos fueron consecuencia de la mejoría
en los conocimientos geográficos, provocada por las operaciones bélicas, si
bien hubo algún caso en el que el delineado de mapas resultó fundamental
para poder organizar y desarrollar las oportunas campañas (por ejemplo el
ejemplar de Rocha sobre el distrito del río Gila). Consecuentemente, en esa
triple labor de exploración, asimilación territorial y pacificación, fue fundamental la aportación de los ingenieros militares, llegados de la Península
para cumplir diversas tareas: personajes como Urrutia, Lafora, Mascaró,
Constansó o Pagazaurtundúa revitalizaron la cartografía novohispana de la
época.
Constatamos que en el proceso de expansión, organización y asimilación de los inmensos territorios fronterizos fue importante el papel desempeñado por diversas comunidades indígenas: unos indios por su condición
de aliados (pimas, ópatas), otros por su actitud voluble y cambiante
(comanches, navajos), otros como enemigos (seris y tarahumaras), siendo
particularmente complejo el caso de los apaches, imprevisibles en su actitud, astutos y, llegado el caso, encarnizados y contumaces enemigos.
Además, la propia caracterización tipológica de las tribus y los grupos apaches, con tendencia al nomadismo, la dispersión y la acción autónoma,
complicaba notablemente los aspectos relativos a la actitud, tanto diplomática como militar, que podían adoptar los españoles con estos indios atípicos en muchos de sus comportamientos; en efecto: mientras unos grupos
acordaban paces, otros guerreaban, e incluso algunos observaban una actitud pacífica en determinados lugares, pasando luego a otras zonas en actitud hostil. Relacionado con ese problema estaba la cuestión de la dificultad
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española para conseguir victorias, no sólo por la extraordinaria adaptación
al medio físico y las excelentes aptitudes guerreras de los apaches, sino
también por la propia condición evanescente de dichas victorias, ante su
carácter no definitivo, favorecido por la tendencia a la dispersión en tribus
y grupos, y la autoridad limitada de los distintos cabecillas sobre tales grupos.
De forma complementaria, las representaciones cartográficas fueron
utilizadas como un medio de reivindicación y apropiación territorial, pues
al margen de la precisión en sus desarrollos, el sistema implicaba la realización de los reconocimientos oportunos sobre las tierras que se pretendía
dominar. Así, los mapas podían acompañar y robustecer las reivindicaciones del Estado español en el ámbito internacional, al mismo tiempo que
permitían a los diferentes funcionarios acceder a una información sobre los
distintos territorios que, muchas veces, no podían obtener de forma directa
(es el caso de los virreyes, ministros o el propio monarca); además, tales
mapas servían para ilustrar variadas propuestas de política territorial: reconocimiento, ocupación, etc. por parte de funcionarios superiores o intermedios, religiosos o exploradores.
Por último, conviene indicar que, en el espacio fronterizo, el mapa
cumple una función de dejar constancia sobre las tareas pendientes en el
avance territorial, de diferenciar lo conocido de lo ignorado, indicando el
limes, así como los fortines o presidios, existentes o proyectados, para asegurar la cohesión, defensa y expansión de la frontera.
Recibido el 09 de noviembre de 2009
Aceptado el 02 de noviembre de 2010
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349: Sonora y la Apachería en Font
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413: itinerario de Vial de Santa Fe a Nacogdoches
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535: el territorio del Colorado y el Moqui en Font y Garcés
537: itinerario a Monterrey y el Moqui de Font
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17660.a: el Septentrión de Nueva España en Lafora (también en SGE)
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Anuario de Estudios Americanos, 68, 1,
enero-junio, 51-72, Sevilla (España), 2011
ISSN: 0210-5810
El cautivo y su instrumentalización
en las relaciones fronterizas tras el Tratado
de Guadalupe-Hidalgo/
The cautive and his use as an instrument in the border
relationships after de Treaty of Guadalupe-Hidalgo
Francisco Javier Sánchez Moreno
Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
CSIC, Sevilla
En este artículo se estudia la función que la búsqueda, rescate y redención de los cautivos de los indios nómadas desempeñó dentro de las relaciones entre México y los Estados
Unidos. En líneas generales, proponemos que los cautivos se erigieron en un instrumento
para trasmitir un mensaje de contenido político por parte de ambos países, una vez que el
Río Bravo se consolidó como frontera internacional. Asimismo, sirvió para incrementar el
contacto entre autoridades y personas de ambos países, manifestando una confluencia de
los intereses públicos y privados en el fenómeno.
PALABRAS CLAVE: Cautivos; Redención; Indios nómadas; México; Estados Unidos; Tratado de
Guadalupe-Hidalgo; Relaciones fronterizas.
This article studies the role that the search, rescue and redemption of the nomadic
Indian captives play inside the relationships between Mexico and United States of America.
In general terms, we suggest that the captives were an instrument used by both sides to communicate a political message when the Rio Bravo consolidated as an international border.
Moreover it was useful to increase contacts among authorities’ and people of both countries. It expresses a public and private convergence of interests in this matter.
KEYWORDS: Captives; Redemption; Nomadic Indians; Mexico, United States of America, Treaty of
Guadalupe-Hidalgo; Border relationships.
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FRANCISCO JAVIER SÁNCHEZ MORENO
La amenaza de los indios nómadas en los años inmediatos a la guerra
La firma del Tratado de Guadalupe en febrero de 1848 implicó un profundo cambio en la geopolítica de los países contendientes. No sólo se
cederían unos territorios que anteriormente habían pertenecido a la
República mexicana, sino que, además, amplias capas de la población se
verían afectadas. Al igual que había ocurrido después de la independencia
de Texas, unos individuos que habían sido mexicanos pasaban a depender
de otro país, con las consecuencias comprensibles que originaron en cuanto a su identidad nacional y personal. Pero, junto a estos problemas, el que
más afectó a los habitantes de las villas, ranchos y haciendas en torno al
Río Bravo fue la inseguridad que durante los primeros años de la nueva
frontera caracterizó su existencia diaria.
La principal explicación de esta situación se hallaba en la permeabilidad de la región fronteriza. Los ataques de abigeos, aventureros y «filibusteros» desde Texas habían sido una realidad desde antes de la guerra entre
Estados Unidos y México, y lo continuarían siendo durante las décadas
posteriores. Lo mismo cabe decir de las incursiones efectuadas por los
comanches, lipanes y otras bandas de indios nómadas relacionadas con
ellos.
En este punto conviene señalar que estas agrupaciones tribales habían
sido utilizadas por los norteamericanos para hostilizar la frontera mexicana o, al menos, así lo entendieron las autoridades de México a lo largo de
la frontera. En efecto, en el noreste, a partir de la intensificación y crecimiento cuantitativo de las incursiones indias, que abarcaban las regiones
comprendidas entre San Francisco de Cañas y Cerralvo, en el Estado de
Nuevo León, comenzó a difundirse la especie de que eran los mismos militares estadounidenses quienes alentaban a los indios a emprender tales
acciones, una vez que se tomó conciencia del deterioro progresivo de las
relaciones entre los dos países tras la incorporación de Texas a la Unión.1
En el número 88 del Semanario Político del Gobierno de Nuevo León se
indicaba, por ejemplo, que:
1 La sospecha de que las autoridades texanas y norteamericanas incitaban a los nómadas a
cometer acciones predatorias en territorio mexicano venía de años atrás. Así se interpretó, por ejemplo,
por las autoridades mexicanas cuando, de octubre a noviembre de 1844, se comprobó que entre los
objetos que llevaban en sus campañas los indios se encontraban medallas con la efigie de George
Washington y armas de manufactura estadounidense, como se ve en Semanario Político del gobierno
de Nuevo León, tomo IV, jueves 7 de noviembre de 1844, número 45, p. 183.
52
Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 51-72. ISSN: 0210-5810
LAS RELACIONES FRONTERIZAS TRAS EL TRATADO DE GUADALUPE-HIDALGO
Por partes oficiales recibidos en el Gobierno se sabe que la frontera del
Departamento, desde San Francisco de Cañas hasta Cerralvo, está plagada de partidas numerosas de indios que en varias direcciones devastan los campos y hostilizan
las rancherías. Parece que el gefe de las fuerzas de los Estados Unidos, que cubre
actualmente el Departamento de Tejas, ha mandado estas incursiones como principio
de una guerra que se pretende hacer a México para arrebatarle lo que es suyo […].2
Asimismo, Carlos María Bustamante indicaba que los Estados Unidos
habían comenzado sus preparativos para la guerra, que se iniciaría como
consecuencia de la anexión de Texas, enviando a los indios bárbaros. Estos
constituían la vanguardia del ataque, para lo que se habían introducido por
Coahuila y Nuevo León, alcanzando Durango.3
Las nuevas responsabilidades a partir del Artículo XI del Tratado
Esta actividad de los guerreros nómadas también se documenta a principios, durante y a finales de la guerra de 1846-1848. Así, por ejemplo, en
la primera fecha y desde Chihuahua, las autoridades estatales lamentaban
que la seguridad en las vías de comunicación y en los cultivos estaba siempre pendiente de las correrías de los comanches.4 Lo mismo ocurría en
Durango, donde desde junio de 1846 los ataques a pueblos y haciendas se
multiplicaron. De hecho, las caravanas que viajaban por el camino real hasta Santa Fe y los arrieros que atravesaban de Mapimí a Chihuahua se erigieron en blanco de los asaltos de los comanches. Asimismo, en septiembre del mismo año se reportaban ataques dentro del Departamento
duranguense, como el acaecido entre la hacienda de La Zarca y el valle de
Allende, donde se tomaron cinco cautivos, aparte de ocasionar varias muertes y daños.5 Por su parte, en el noreste estas acciones coincidieron con etapas de baja intensidad en el conflicto entre los estadounidenses y México,
en momentos prebélicos y durante el final de la guerra. En Sabinas
Hidalgo, Nuevo León, su alcalde informaba el 29 de abril del mismo año
que el pueblo había sido atacado por una partida de cuarenta indios, sin
especificar su adscripción étnica. Por su parte, a finales del conflicto armado, cuando aún no se había sellado la firma del tratado de paz, también la
2
3
4
5
Ibidem, jueves 11 de septiembre de 1845, número 88, p. 367.
Pacheco Rojas, 1997, p. 198.
Weber, 1988, p. 134.
Pacheco Rojas, 1997, pp. 200-201.
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actividad india aparece documentada. En efecto, en diciembre de 1847 llegaban al hospital de pobres de San Juan de Dios, en San Luis Potosí, varios
indios «bárbaros» de ambos sexos, así como dos cautivos.
Pero, ¿qué ocurriría una vez firmado el Tratado de 1848? Puede sostenerse que los actores implicados implementaron nuevos métodos de
actuación, es decir, se adaptaron a una nueva realidad. En este sentido, a
partir de febrero, con la cesión de territorios antes mexicanos a los Estados
Unidos, la República mexicana traspasó parte del problema al país vecino.
Ello era una consecuencia lógica. La persecución de las actividades predatorias, y en consecuencia delictivas, provocadas por los guerreros nómadas
que tenían su origen en los Estados Unidos se veía frustrada, puesto que el
Río Bravo constituía para los Estados del norte de México una frontera que
no podían infringir sin graves consecuencias diplomáticas.6
Precisamente ésta sería la clave de la estrategia empleada por apaches,
comanches y demás agrupaciones indias nómadas en la frontera. De hecho,
era algo que venían practicando desde 1836, pero que ahora consolidarían
como principal modo de aprovechamiento de su actividad predatoria a raíz
del fortalecimiento de la «línea» fronteriza. En efecto, estas bandas elaboraron una estrategia que podríamos denominar «ambigua», consistente en
golpear en ambas orillas del río según lo dictase la conveniencia o la mayor
seguridad de éxito. Como consecuencia, los daños en los habitantes de las
poblaciones de estas regiones adquirieron dimensiones considerables.
No obstante, la mayor debilidad económica, política y militar mexicana provocaba que fuesen los Estados del norte los más afectados por las
correrías. Los datos recopilados por la Comisión Pesquisidora de 1873 que
se remontan a los años centrales del siglo XIX manifestarían con el tiempo la magnitud del fenómeno en ese momento, durante la guerra y en los
años inmediatamente anteriores.7 Ya las Instrucciones que el presidente
interino de México, Pedro María Anaya, remitió a sus comisionados en
6 La determinación de las agrupaciones indias agresoras no siempre es posible debido a los
datos poco concretos de las fuentes de la época al respecto. Suele ser común la utilización de las palabras bárbaros o salvajes en la documentación de archivo o hemerográfica. Aunque en ese tiempo los
ataques solían ser responsabilidad de bandas apaches o comanches, la propia heterogeneidad de las mismas exige ir con cuidado.
7 «Apéndice al informe de la Comisión Pesquisidora del Norte que contiene Estados de las
incursiones de los indios, varios documentos sobre sus depredaciones, y muchas otras constancias del
mal estado de las relaciones entre las fronteras de México y los Estados-Unidos», en Informe de la
Comisión Pesquisidora de la frontera norte…, 1874, I-XLII, donde se contienen las tablas estadísticas
de los robos de caballadas, asesinatos y cautivos tomados en los diferentes estados del norte de México
desde 1848.
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LAS RELACIONES FRONTERIZAS TRAS EL TRATADO DE GUADALUPE-HIDALGO
Ciudad de México, encargados de llevar las negociaciones con los representantes de los Estados Unidos conducentes al tratado de paz, contenían
las indicaciones debidas con la finalidad de evitar la impunidad de comanches y apaches. Una de ellas, la número diecisiete, indicaba que se procurase que aquellas tribus que habitaban en alguna parte del territorio norteamericano, en caso de que fuesen expulsadas de esas tierras, no pasaran a
los Estados fronterizos mexicanos. Además, se les pedía que obtuviesen de
los representantes estadounidenses una cláusula en la que se expresase claramente que éstos se comprometían a no proteger las incursiones de esas
tribus indias sobre la frontera, y a no comprarles el producto de sus entradas en suelo mexicano.8 Teniendo lo anterior como premisa en las negociaciones, los comisionados mexicanos lograron incluir el artículo XI dentro
del contenido del Tratado. En él se dice expresamente:
En atención de que en una gran parte de los territorios que por el presente Tratado van
a quedar para lo futuro dentro de los límites de los Estados Unidos, se haya (sic)
actualmente ocupada por tribus salvajes que han de estar en adelante bajo la exclusiva autoridad de los Estados Unidos, y cuyas incursiones sobre los distritos mexicanos
serían en extremo -/f. 15/- perjudiciales; está solemnemente convenido que el mismo
Gobierno contendrá las indicadas incursiones por medio de la fuerza, siempre que así
sea necesario; y cuando no pudiere prevenirlas castigará y escarmentará a los invasores, exigiéndoles además la debida reparación: todo del mismo modo y con la misma
diligencia y energía con que obraría, si las incursiones se hubiesen meditado o ejecutado sobre territorios suyos o contra sus propios ciudadanos […].9
Por lo tanto, a partir de entonces el problema indio pasaría a ser una
cuestión común entre Estados Unidos y México. Y dentro de la misma se
hallaba todo lo relativo a los cautivos:
[…] A ningún habitante de los Estados Unidos será lícito, bajo ningún pretexto, comprar o adquirir cautivo alguno, mexicano o -/f. 15v/- extranjero, residente en México,
8 «Instrucciones que por acuerdo y orden del Excelentísimo señor Presidente Interino de la
República Mexicana don Pedro María Anaya, y de conformidad con el voto de sus Ministros, se remiten a sus comisionados en México, General de División don Manuel Rincón y Senadores don Bernardo
Couto, don Miguel Aristitáin y don Luis Gonzaga Cuevas, a fin de terminar la guerra que actualmente
existe entre nuestra República y la de los Estados Unidos, por medio de un Tratado de Paz a que la primera ha sido invitada de nuevo por Mr. Trist, comisionado al propio objeto por le Gobierno de la segunda», en Algunos documentos sobre el Tratado de Guadalupe…, 1930, p. 111.
9 «Tratado de Paz, Amistad y Límites de 2 de febrero de 1848, entre los Estados Unidos
Mexicanos y los Estados Unidos de América» Ibidem, pp. 123-125. Véase también Tratado de
Guadalupe Hidalgo, trascripción de Justo S. Alarcón y Manuel de J. Hernández, http://www.cervantes
virtual.com/servlet/SirveObras/46826397115794495222202/p0000001.htm, (2 de julio de 2010).
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apresado por los indios habitantes en territorios de cualquiera de las dos Repúblicas,
ni los caballos, mulas, ganados, o cualquier otro género de cosas que hayan robado
dentro del territorio mexicano (ni en fin venderles o ministrarles bajo cualquier título
armas de fuego o municiones) […].10
El anterior fragmento del Tratado recoge lo que había sido una realidad hasta 1848, puesto que los norteamericanos, a través de su comercio
con las agrupaciones indígenas nómadas, propiciaron el aprovechamiento
de una práctica que esos grupos venían realizando desde hacía siglos en las
Grandes Llanuras. Este comercio con los tratantes procedentes de los
Estados Unidos se practicaba en las «casas de trato», en las que era frecuente ver a mexicanos, extranjeros y norteamericanos sufriendo el cautiverio, aunque en el texto no se mencione expresamente a estos últimos. No
obstante, a la luz del artículo, no se desechaba la utilización de estas casas,
puesto que eran útiles, desde la óptica estadounidense, para agilizar las
relaciones con los «bárbaros». Los tratos con los indios se mantenían en
estos puntos; lo único que quería desterrarse era la compraventa de los productos obtenidos de las correrías en México, prohibiendo el comercio de
caballos, mulas o cautivos por armas y municiones, sin indicarse nada
sobre el comercio de otros productos como el alcohol.
Sin embargo, el tráfico, ahora ya ilícito, siguió produciéndose.
Cuando menos las reclamaciones de los afectados en territorio mexicano
se harían sentir ante el mismo gobierno de la Unión, como atestiguan
algunos expedientes conservados en el Archivo Histórico Genaro Estrada
de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, correspondientes a
los años comprendidos entre 1851 y 1858.11 Asimismo, los cautivos no
disminuyeron. A modo de ejemplo, podemos señalar que en el Estado de
Nuevo León, entre 1848 y 1870, los «bárbaros» tomaron 161 cautivos,
correspondiendo la mayor parte a los años comprendidos entre 1850
y 1857.12
El problema no se encontraba solamente en que las depredaciones
siguieran produciéndose en México, sino que la venta de los productos se
10 Ibidem.
11 Archivo de la Embajada Mexicana en los Estados Unidos de América (AEMEUA), leg. 48,
exp. 4, 4f, «Reclamaciones de mexicanos contra el gobierno de Estados Unidos, originadas por las
depredaciones de indios bárbaros en la frontera y por la falta de cumplimiento del artículo 11 del
Tratado de Guadalupe», 1856. Véase también Ibidem, leg. 50, exp. 1, 171f.
12 «Apéndice al informe de la Comisión Pesquisidora del Norte que contiene Estados de las
incursiones de los indios, varios documentos sobre sus depredaciones, y muchas otras constancias del
mal estado de las relaciones entre las fronteras de México y los Estados-Unidos»..., I-XXVI.
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continuaba efectuando dentro del territorio estadounidense en estas casas.
El testimonio más directo lo proporciona Nicanor Valdés, criador y comerciante de San Juan de Sabinas, Coahuila, quien describe una «casa» situada cerca de Fort Balknap, Texas, en los siguientes términos:
[…] es un grande establecimiento de comercio destinado a mantener el trato con los
indios de todas naciones que allí concurren, comprándoles caballada, mulada y cautivos […].13
Allí vio comanches, kiowas, tancahuas, mezcaleros y otros indios. A
continuación señala:
Vio el gran número de cautivos mexicanos que tenían de todas partes, que vendían,
así como caballada de fierros mexicanos que diariamente cambiaban por efectos. La
casa dicha, según supo allí mismo, estaba establecida por cuenta del gobierno y no
sabe lo que harían con la caballada y mulada que compraban a los indios de la que
se robaban de estos puntos, ni cree fueran rescatados todos los cautivos que tenían
los indios que hacían la guerra a México, pues repite que eran muchos. El declarante tuvo ocasión de saberlo, porque desde San Antonio, sabiendo que existía esa casa
fue preparado con piloncillo, artículo de que son muy amantes los indios, para comprarles cíbolas, como en efecto les compró muchas, estando en los campamentos que
tenían éstos en Wichita y también, conforme antes lo ha dicho, en la casa de trato
donde permaneció tres meses yendo y viniendo de allí a Nacogdoches con carga
a flete.14
Aunque este comercio se mantuvo por parte de algunos particulares
residentes en los Estados Unidos, también es cierto que, por lo general, ese
gobierno procuró los medios para la liberación de los cautivos.
Evidentemente el control del tránsito fronterizo de personas y bienes era
un asunto en el que ambos países tenían obligaciones, pero la responsabilidad estadounidense en el asunto adquiría una dimensión peculiar ante el
hecho de que el beneficio de las correrías lo obtenían los indios en territorio norteamericano, ya fuese en las casas de trato o en las mismas
rancherías.15
13 Velasco, 1996, p. 130.
14 Ibidem.
15 Hay que tener en cuenta que cuando utilizamos la expresión «beneficio» en el contexto de
las incursiones que efectuaban los nómadas, no aludimos solamente a su sentido económico, sino también al prestigio social que obtenían los guerreros cuando aportaban caballos o cautivos a su banda o
agrupación tribal.
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La instrumentalización política de los cautivos
en las relaciones fronterizas
Esto se manifestó desde un principio en el caso de la redención de
cautivos, puesto que es aquí donde la «instrumentalización» política de
éstos se hace más evidente. Pero, ¿qué queremos decir con «instrumentalización» del cautivo? Con esta expresión aludimos al hecho de que, dentro de las nuevas relaciones que se establecieron entre las autoridades de
uno y otro lado del Río Bravo, la búsqueda, liberación y entrega de los
mexicanos que se hallaban prisioneros de los «bárbaros» se erigían en
unos medios de expresión de la soberanía y control efectivo de los territorios recientemente adquiridos, desde el punto de vista estadounidense.
Pero también podían convertirse en un medio para reclamar el cumplimiento de lo estipulado en el Tratado por parte de las autoridades mexicanas. Ya comentamos que el Artículo XI permitía que la responsabilidad de
los ataques de los indios que partían del lado norteamericano de la frontera recayese en ese gobierno, y, puesto que los cautivos eran parte de los
ataques, el artículo mencionado responsabilizó al gobierno de la Unión de
los que se hallasen en su territorio en poder de los indios. Según el
Tratado:
Y en caso de cualquier persona o personas cautivadas por los Indios dentro del territorio mexicano sean llevadas al territorio de los Estados Unidos, el Gobierno de
dichos Estados Unidos se compromete y liga de la manera más solemne, en cuanto le
sea posible, a rescatarlas, y a restituirlas -/f. 16r/- a su país, o entregarlas al agente o
representantes del Gobierno mexicano, haciendo todo esto tan luego como sepa que
los dichos cautivos se hallan dentro de su territorio, y empleando al efecto el leal ejercicio de su influencia y poder. Las autoridades mexicanas darán a las de los Estados
Unidos, según sea practicable, una noticia de tales cautivos; y el agente mexicano
pagará los gastos erogados en el mantenimiento y remisión de los que se rescaten, los
cuales entretanto serán tratados con la mayor hospitalidad por las autoridades
Americanas del lugar en que se encuentren. Mas si el Gobierno de los Estados Unidos
antes de recibir -/f. 16v/- aviso de México, tuviere noticia por cualquier otro conducto de existir en su territorio cautivos mexicanos, procederá desde luego a verificar su
rescate y entrega al agente mexicano, según queda convenido.16
Por consiguiente, desde 1848 encontramos referencias a autoridades
del Gobierno de la Unión implicadas en el proceso de liberación. En una
16 «Tratado de Paz, Amistad y Límites de 2 de febrero de 1848, entre los Estados Unidos
Mexicanos y los Estados Unidos de América», pp. 123-125.
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notificación de Juan Manuel Maldonado a Antonio María Jáuregui, fechada en junio de 1851 en la villa de Rosas, se remitía una copia del expediente relativo a la entrega de cincuenta cautivos mexicanos rescatados en
Texas, y recibidos en Fort Duncan.17 Lo mismo ocurriría el 22 de junio de
1851 cuando el comandante militar de Fort Duncan entregó a las autoridades mexicanas diecisiete jóvenes que habían sido capturados entre 1843 y
1850.18 En otra comunicación entre esas mismas autoridades, datada en la
colonia de Monclova Viejo en julio de 1851, se indica que habían sido
entregados nuevamente por el comandante de Fort Duncan los mexicanos
José María Gallardo, natural de Monclova, e Ignacio García, natural de
Durango, quienes habían sido raptados en la hacienda de Adjunta.19 En
casos como los citados la entrega se hacía dentro de un establecimiento
militar estadounidense, lo cual, fuese de manera consciente o no, comunicaba un mensaje de contenido político, que no podía ocultar la imagen de
gesto aparente de buena voluntad.20 Pretendía manifestar que la Unión sí
ejercía un control real sobre el territorio, capaz de ofrecer seguridad física
y jurídica a los habitantes de la frontera, a diferencia de las autoridades
mexicanas, incapaces de proporcionar protección y ejercer la soberanía en
su propio espacio nacional. No debe olvidarse que la futura Comisión
Pesquisidora se crearía para elaborar un informe que rebatiese la opinión
generalizada en los Estados Unidos acerca de la incapacidad mexicana
sobre la garantía de la seguridad fronteriza. Todo lo cual no deja de indicar
que la sombra del expansionismo estadounidense siempre estaría presente
sobre la frontera desde el final de la guerra.21
17 Archivo General del Estado de Coahuila (AGEC), Fondo de Colonias Militares de Oriente
(FCMO), C14, F2, E22, 8F, «Juan Manuel Maldonado, subinspector de las Colonias Militares de
Oriente, remite a Antonio María de Jáuregui, inspector general de las mismas, copia del expediente
relativo a la entrega de 50 cautivos mexicanos rescatados en Texas a comanches y lipanes, y recibidos
por aquellas autoridades en el Fuerte Duncan», villa de Rosas, junio de 1851.
18 Rodríguez, 1998, p. 187.
19 AGEC, FCMO, C14, F3, E45, 2F, «Juan Manuel Maldonado, subinspector de las Colonias
Militares de Oriente, informa a Antonio María Jáuregui, inspector general de las mismas, que fueron
entregados por el comandante del Fuerte Duncan los cautivos José María Gallardo, natural de
Monclova e Ignacio García, natural de Durango quienes fueron robados por los indios en la hacienda
de Adjunta», colonia de Monclova Viejo, julio de 1851.
20 Ibidem.
21 Así lo manifestarían las expediciones posteriores sobre territorio mexicano por parte del
ejército de los Estados Unidos, como la efectuada por el coronel Ranald Mackenzie en 1873. Véase
Rodríguez, 1998, pp. 251-259 para conocer el contexto en el que se llevó a cabo esta expedición contra los kikapú.
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Hay que tener en cuenta que, aunque entre 1848 y 1853 México vivía
una relativa calma en lo que se refiere a la estabilidad en el cargo de su presidente,22 atravesaba una difícil situación económica, que la indemnización
de guerra sólo alivió momentáneamente. Esta debilidad económica se trasladó al norte de diversas maneras, pero en el plano político y militar se tradujo en un ineficiente establecimiento de las colonias militares. No es este
el lugar para detallar las características del sistema defensivo de estas colonias; lo que nos interesa resaltar es que se idearon, junto a los Planes de
Defensa aprobados en los Estados y localidades del norte a partir de 1849,
para organizar la defensa de un territorio que en esas fechas se hallaba despoblado y que podía ser objeto de los asaltos de apaches y comanches, con
el menoscabo subsiguiente para la soberanía nacional.23 Sin embargo, como
indica Martha Rodríguez:
[…] Las colonias militares enfrentaron un sinnúmero de problemas que fueron desde
el reclutamiento de soldados, la paga, manutención y equipamiento, hasta serias dificultades entre ellas y las autoridades civiles, debido a la puesta en marcha de distintas estrategias en la guerra contra el «bárbaro». A consecuencia de ello, y a escasos
cinco años de su creación, las colonias militares fueron suprimidas el 25 de abril de
1853 […].24
Ante el fracaso de estas medidas, se arbitraron otras más inmediatas
como la promoción de la inmigración de los kikapú y los seminoles, la
organización de expediciones punitivas contra las rancherías de indios que
habían atacado, robado y cautivado las regiones fronterizas, así como la
elaboración de un discurso cifrado en el exterminio de estos indios «bárbaros». Así, como consecuencia de una incursión que los «bárbaros» efectuaron en junio de 1851, se aprestó una expedición que actuó durante la primera mitad de julio, tal como recogen los números 31 y 32 del Órgano
oficial del Supremo Gobierno del Estado Libre de Nuevo León, al mismo
tiempo que desde las diferentes localidades se reportaban ataques indios y
contraataques por parte de las poblaciones y puestos militares. No sería
exacto pensar en la ineficiencia absoluta de estas expediciones. Casos
como los recogidos en el número 31 del citado periódico oficial indican
22 Puesto que, a diferencia de lo sucedido en los años anteriores, José Joaquín Herrera y
Mariano Arista duraron más de un año en sus cargos.
23 Por ejemplo, hacia 1848 el Estado de Coahuila contaba solamente con unos 75.340 habitantes, tal como señala Rodríguez, 1998, p. 70.
24 Ibidem.
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que las autoridades civiles y militares mexicanas eran las mejor situadas
para liberar a los cautivos.25 La imposibilidad para impedir las depredaciones de lipanes y comanches se debía más bien a una falta de recursos materiales y humanos, lo que explica que la autodefensa vecinal constituyese la
base del sistema. Este apoyo comunitario era necesario, pero también preferido por los habitantes de la frontera. En efecto, los propios vecinos organizaban expediciones punitivas ante la sensación de ineficacia del ejército
en la persecución de los «bárbaros»; en otras ocasiones su aportación a las
expediciones militares era fundamental. Algo que también incluirían los
Planes de Defensa elaborados en aquellos años siguiendo la práctica establecida en toda la frontera desde hacía décadas.
Por ejemplo, el Plan de Defensa de los Estados invadidos por los bárbaros, de 1849, buscaba una conjunción de fuerzas entre la guardia nacional móvil, el resto del ejército y la población que se estableciese en las
colonias militares. Aunque estas últimas no se desarrollasen plenamente
debido a los problemas presupuestarios y de competencias señalados, es
evidente que el espíritu que las animaba descansaba en la idea de la solidaridad vecinal, como el Artículo 21, III señala:
III. Es obligación de las municipalidades perseguir dentro de sus límites y en combinación con los pueblos inmediatos, á los bárbaros, con la Guardia Nacional móvil o
sedentaria.26
Y en el punto siguiente se señala que desde las haciendas y ranchos
también se debía perseguir a los agresores dentro de sus límites, en combinación con los habitantes de las propiedades vecinas.27 Hay que tener presente que esta inevitable colaboración entre los vecinos en las comunidades del norte apoyaba el sostenimiento de la identidad nacional en unas
tierras frecuentemente mal defendidas por el gobierno central.28 Y al mismo tiempo ahorraba costos defensivos al mismo.
Sea como fuere, dentro de los respectivos Estados era inevitable mantener esta tradición de solidaridad defensiva. De hecho, observamos que en
25 «Gobierno del Estado», Órgano oficial del Supremo Gobierno del Estado Libre de Nuevo
León, tomo II, Monterrey, jueves 24 de julio de 1851, número 31. En este número se menciona a tres
arrieros y un muchacho que fueron liberados de los indios el 11 de julio a resultas de una expedición
organizada contra los indios por el primer batallón de la guardia móvil del Estado de Nuevo León.
26 Plan de Defensa de los Estados invadidos por los bárbaros, propuesto por la Junta de
Representantes, creada por la Ley de 24 de abril del presente año, 1849, p. 22.
27 Idem.
28 Ibidem, p. 5.
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los planes de defensa estatales se mantuvo el mismo tenor que la normativa aprobada desde México. Así, en el Artículo 9 del Plan para la defensa
del Estado de Coahuila invadido por los bárbaros se recoge lo que sigue:
Art. 9.º Es obligación natural de todos los habitantes de Coahuila contribuir simultáneamente con sus personas é intereses á la defensa común de las localidades en donde residen, para resistir la invasión de los salvages, repeliendo la fuerza con la fuerza; y obedeciendo las órdenes y disposiciones emanadas de la autoridad civil de quien
dependen.29
Idea que vuelve a encontrarse en los siguientes Artículos 10, 11 y 12,
donde se especifica la manera de proceder de los vecinos, que estaban obligados a reunirse al toque de alarma sin posibilidad de eludir la obligación
de cooperación, especialmente en poblaciones poco numerosas. Asimismo,
si el peligro era inminente, podían expropiarse propiedades muebles e
inmuebles de los habitantes de la localidad amenazada. Junto a estas obligaciones militares existían otras obligaciones informativas, puesto que
debían dar noticia puntual de la presencia de indios en las inmediaciones
de su localidad.
De cualquier forma, hay que tener en consideración que, puesto que
podían transcurrir varias horas desde el momento del ataque y la toma de
los cautivos hasta que pudiera organizarse la expedición de rescate, los
asaltantes tenían un margen más que suficiente para escapar en movimientos rápidos hacia el otro lado del Río Bravo, donde los mexicanos ya no
tenían capacidad de actuación. En consecuencia, la colaboración con las
autoridades militares fronterizas de la Unión era inevitable. Por lo tanto,
volvemos a apreciar que la cuestión de los cautivos y de los robos de caballada y mulada tenía a partir de ese momento un marcado carácter de política internacional.
El reintegro de los gastos de la redención de los cautivos
Para los mandos norteamericanos la existencia de las casas de trato
agilizó la búsqueda y liberación de los cautivos. No obstante, no era algo
que hiciesen de una manera gratuita. Como se indica en el ya citado artículo
del Tratado de Guadalupe, ya fuesen liberados por particulares o por funcio29 Plan para la defensa del Estado de Coahuila invadido por los bárbaros…., 1849, pp. 19-20.
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narios norteamericanos, se esperaba que, tras la obtención de los cautivos
y su entrega a las autoridades mexicanas, éstas reintegrarían lo desembolsado a los primeros.30 Aunque del texto del Tratado no parece desprenderse
que los estadounidenses cobraran ningún tipo de comisión por ejercer esta
labor, sino que únicamente exigían el reintegro de lo gastado,31 no sólo en la
compra a los indios, sino también en la manutención de los cautivos hasta la
entrega a la parte mexicana, podían igualmente cometerse abusos. El 10 de
mayo de 1852 un comunicado del ministro de Guerra y Marina al inspector
general de las Colonias Militares de Oriente señalaba lo siguiente:
[…] porque ha llegado el caso de que debe llamarse la atención del Gobierno de los
Estados Unidos, respecto de los abusos que se cometen y pueden cometerse en lo
sucesibo (sic) tanto en la exajeración (sic) de los gastos que causen los cautivos que
se rescaten de las tribus de los indios residentes en aquel territorio por los agentes de
aquella nación, como por la mala calificación que se haga de los verdaderos cautivos
que desean volver a su Patria y de los que voluntariamente prescindan de ella. Debo
advertir a Vuestra Excelencia que por parte de este Ministerio se mandan pagar todos
los gastos que causaron tanto los once cautivos presentados, como los que se dice
hicieron los diez y seis que se le jugaron a los agentes de los Estados Unidos; con el
objeto de que se vea que el Gobierno Mexicano cumple explícitamente con los convenios del tratado de Guadalupe […].32
Este testimonio muestra lo que venimos tratando; es decir, revela que
los cautivos y el contexto de su liberación se constituían en instrumentos de
las relaciones entre ambos países. Pero también que las actitudes por todas
las partes implicadas en el proceso no siempre eran limpias. El hecho de
que el ministro de Guerra y Marina recalcase que el Gobierno mexicano
cumplía con sus obligaciones derivadas del Tratado de Guadalupe buscaba
en último término despejar las dudas que, como indicamos, existían dentro
30 Como ejemplo podemos citar AGEC, FCMO, C18, F5, E51, 1F, en el que Manuel María
Sandoval, ministro de Guerra y Marina, comunica al inspector general de las Colonias Militares de
Oriente, que el presidente de la República ordena que se paguen los rescates de los cautivos a los comisionados del Gobierno americano, de acuerdo a lo que quedó establecido
31 Ibidem, C14, F4, E64, 2F, «Robles, ministro de Guerra y Marina, comunica al inspector
general de las Colonias Militares de Oriente, haber puesto en conocimiento al Presidente de la
República acerca de su nota, donde adjunta la cuenta de 338 pesos que se erogaron en el rescate de 17
cautivos que tenían los indios comanches y lipanes, así como de las medidas que se proponen para que
en lo sucesivo, no se erogue por la Hacienda Pública el desembolso para el rescate de cautivos»,
México, julio de 1851.
32 Ibidem, C17, F2, E14, 1F, «Robles, ministro de Guerra y Marina, transcribe al inspector
general de las Colonias Militares de Oriente, una comunicación del ministro de Relaciones, relativa a
que debe llamarse la atención al gobierno de los EEUU por los abusos que se cometen en la exageración de los gastos que causan los cautivos mexicanos», México, mayo de 1852.
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de la administración y la sociedad estadounidense acerca de la capacidad y
de la buena fe de México en el respeto a lo estipulado. En este caso concreto, en el cumplimiento de los pagos a la administración norteamericana
para compensarlos por los gastos verificados en la redención y manutención de los cautivos mexicanos liberados. Y encontramos otros documentos de los mandos fronterizos que insisten en este punto, es decir, quieren
dejar claro que se cumplían los compromisos. Así, por ejemplo, en julio de
1852 Manuel María Sandoval, ministro de Guerra y Marina, reiteraba al
inspector general de las Colonias Militares de Oriente, que el presidente de
la República ordenaba pagar los rescates de los sujetos liberados a los
representantes norteamericanos.33
Asimismo, el documento trascrito nos da la oportunidad de comprobar que las autoridades estadounidenses encargadas de llevar a efecto el
proceso de liberación podían abusar de su posición, tanto exagerando los
gastos como incluyendo en el proceso de redención a cautivos que no
querían volver a sus familias, o por medio de ambos expedientes al mismo tiempo. Con lo anterior se buscaría obtener un beneficio económico
adicional.
Determinadas formas de llevar a cabo la redención ayudarían a que se
produjesen este tipo de situaciones. Una de ellas tenía como protagonistas
a sujetos expertos en el trato con los indios, en algunos casos militares al
servicio del Estado, quienes se hacían cargo de la redención de los cautivos. Estos sujetos presentaban después los liberados o una lista de los mismos ante las autoridades, las cuales adelantaban esta cantidad por cuenta
de los familiares del cautivo, siempre y cuando existiese liquidez; éste es el
caso de Espiridión Solís, rescatado por Manuel Múzquiz. En efecto, el 17
de mayo de 1850 una notificación de Ángel Frías, del Congreso del Estado
de Chihuahua, al gobernador del Estado de Coahuila indicaba lo siguiente:
Entre varios cautivos que ha presentado en este gobierno el ciudadano Manuel
Múzquiz, rescatados a los indios bárbaros en la colonia de San Carlos, se encuentra
un joven llamado Espiridión Solís, hijo de Ricardo y de M.ª Isabel Solis, vecinos de
Monclova, en ese Estado. En tal virtud, tengo el honor de comunicarlo a Vuestra
Excelencia para su conocimiento, manifestándole que por no haber en lo absoluto en
este fondo de donde satisfacer la cantidad de setenta y cinco pesos que es a lo que
33 Ibidem, C18, F5, E51, 1F, «Manuel María Sandoval, ministro de Guerra y Marina comunica al inspector general de las Colonias Militares de Oriente, que el Presidente de la República ordena
que se paguen los rescates de los cautivos a los comisionados del gobierno americano, de acuerdo a lo
que quedó establecido», México, julio de 1852.
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importó el rescate de dicho cautivo, según ha acreditado el mencionado Múzquiz, no
lo ha verificado este Gobierno a pesar de los deseos que tiene de cooperar al logro de
obra tan humana, como lo es la redención de cautivos.34
Unos problemas financieros de los que se hace eco el gobierno coahuilense, que también atravesaba apuros de este tipo, como señala la respuesta a la anterior carta cuando indica que la cantidad exigida:
[…] será satisfecha por el gobierno de mi cargo a la persona que se asigne o la remitiré por medio de libranza, luego que sea posible conseguirla suplicando a Vuestra
Excelencia que el citado cautivo se sirva remitirlo […] en la primera oportunidad que
se presente.35
Aunque en el caso que mencionamos Manuel Múzquiz condonó los
gastos originados por el rescate y el traslado de Espiridión Solís y otra cautiva hasta sus familias,36 lo habitual fue que se exigiesen las cantidades
pagadas. Así le ocurrió a la madre de Ventura Garza, quien en 1865 dio 300
pesos por el valor de los caballos y productos entregados por el vecino del
Paso del Norte que había rescatado a su hijo de manos de los indios.37 En
consecuencia, una vez que se pagaba a estos intermediarios, los sujetos
redimidos pasaban a estar bajo custodia de la autoridad fronteriza, permaneciendo así la situación hasta que no se costease el dinero del rescate y la
manutención. Este tipo de tratantes mantendrían una actividad que se
extendía a ambos lados de la frontera, si bien nosotros hemos aportado
documentos relacionados a sujetos que ya se encontraban en territorio
mexicano.
34 Archivo General del Estado de Coahuila (AGEC), Fondo Siglo XIX (FSXIX), C3, F6, E3,
3F «Ángel Frías, del Congreso del Estado de Chihuahua, notifica al gobernador del Estado de Coahuila
que de los cautivos rescatados de los indios bárbaros, uno responde al nombre de Espiridión Solís el
cual es originario de Monclova, por lo que se le solicita cubra el importe de lo que se gastó en el mencionado rescate», Chihuahua, 17 de mayo de 1850.
35 Ibidem.
36 AGEC, FSXIX, C4, F4, E6, 3F «[…] Impuesto de las dos notas de usted de 6 del presente,
relativas a los cautivos de ese Estado, Espiridión Solis y Margarita Espinosa; paso a manifestarle en
debida contestación que el C. Manuel Múzquiz indemnizó en este Estado la cantidad de ciento setenta
pesos que importaron los rescates de los citados cautivos, con objeto de trasladarlos al seno de sus familias, como lo verificó llevándolos consigo y a sus expensas; por consecuencia no tiene el gobierno del
digno mando de Vuestra Excelencia que reintegrar a este, de la cantidad mencionada que se había satisfecho por los fondos de este Estado […]», como consta en «Ángel Frías, del Gobierno del Estado de
Chihuahua, comunica al Gobernador de Coahuila que el c. Manuel Múzquiz indemnizó la cantidad de
$ 172.00 pesos por los rescates de los cautivos Espridión Solis y Margarita Espinoza», Chihuahua, 28
de junio de 1850.
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Relaciones entre los ámbitos público y privado
dentro del proceso de redención
También se daba el supuesto de que los propios familiares de los sujetos que habían sido raptados por los indios tomasen la iniciativa de la búsqueda y liberación de aquellos. Éste fue el caso de Alejandro García, que
partió él mismo a rescatar a sus dos hijos, Juan y Lucio, pagando dos pesos
diarios a cinco hombres durante 22 días para que le acompañaran.
Finalmente sólo pudo recuperar a uno de sus hijos que salió de su cautiverio huyendo, mientras que al otro no consiguió liberarlo a pesar de las promesas del indio Costalitos.38
Ejemplos como el anterior exigían a los familiares liquidez, no sólo
para la manutención durante los desplazamientos, sino también para el
pago a autoridades fronterizas, como le ocurrió al mismo Alejandro García
en el Águila, con el jefe militar local.39 Si faltaban estas cantidades, la
redención se hacía más difícil. No obstante, podía darse la circunstancia de
que se lograse salir de los aduares previo pago por un particular que se
hacía cargo de la situación del prisionero. Esta fórmula la encontramos en
cautivos que permanecieron en los Estados Unidos tras su liberación trabajando al servicio de aquel que los había redimido. Tal fue el caso de
Francisco Treviño, quien después de salir de su cautiverio entre los comanches, pasó a vivir con un tal capitán Johns, y después con un abogado de
nombre Williams. Tras pasar dos años, se trasladó con el coronel Cook a
San Antonio. Esta etapa de su vida se prolongaría unos tres años, probablemente entre 1837 y 1840, pues él mismo señala que en este año pasó a
México.40 Aunque este ejemplo es anterior a la firma del Tratado de
Guadalupe-Hidalgo, sirve para ilustrar la continuidad de determinadas
prácticas relacionadas con los cautivos.
Una vez liberados, y viviendo en los Estados Unidos, podía darse la
circunstancia de que solicitasen información acerca del paradero de sus
familiares en México. Aunque en estos supuestos no puede hablarse de una
instrumentalización, al ser los propios cautivos los que actuaban, es interesante ver cómo era necesario un constante diálogo entre las autoridades
mexicanas y estadounidenses. Pese a que cada país tenía sus propios inte37
38
39
40
66
Velasco, 1996, p. 99.
Ibidem, pp. 112-113.
Idem.
Ibidem, pp. 44-45.
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reses, como hemos visto, eran conscientes de la necesidad de un contacto
lo más fluido posible para determinar la situación de unos sujetos que, en
último término, se encontraban en una situación anómala dentro del territorio de la Unión.
El caso de Lino Remigio ilustra lo que decimos; aunque es posterior
a los años inmediatos a la firma del Tratado, muestra que el problema del
cautiverio se mantuvo constante en las relaciones entre los gobiernos mexicano y estadounidense. Su nombre aparece en una noticia del periódico El
Coahuilense, el 4 de octubre de 1866. En ella la delegación mexicana en
Washington se dirige a su gobierno con objeto de conocer el paradero de la
familia de este muchacho raptado por los «bárbaros» a la edad de 7 años,
y llevado a territorio de los Estados Unidos. El joven permaneció entre los
indios hasta que logró liberarse en tiempos de la Guerra de Secesión, gracias a la ayuda de H. Carruth, pasando a vivir en Kansas. Afirmaba que su
padre se llamaba Luis Remigio y expresaba su deseo de saber de su familia y de reunirse con ella después de tanto tiempo. Por este motivo desde el
periódico se hizo un llamamiento a los allegados para saber su situación.
En caso de que se reuniesen noticias al respecto, el periódico indicaba que
se hiciera saber al Gobierno y éste, por su parte, lo comunicaría a la legación.41 La noticia volverá a repetirse el 11 de octubre, con el mismo tenor.42
La solicitud de la embajada llegó a los Estados fronterizos de Tamaulipas,
Nuevo León, Coahuila y Chihuahua.43
El hecho de que algunos pasasen a vivir con aquellos que los habían
redimido permite acercarnos a otro fenómeno análogo: el depósito de los
sujetos liberados en casas particulares hasta el momento de la entrega a los
familiares. Es otra muestra de cómo las esferas de lo público y lo privado
interferían entre sí en el tema que estamos tratando tanto en los Estados
Unidos, como en México. Asimismo, constituye un ejemplo de instrumen41 El Coahuilense. Periódico del Gobierno de Estado Libre de Coahuila de Zaragoza, Tomo
II, Saltillo, viernes 4 de octubre de 1867, número 13, p. 4. El nombre del reverendo H Carruth aparece
en AEMEUA, Leg. 64, Exp. 9, 10f.
42 El Coahuilense..., Tomo II, Saltillo, viernes 11 de octubre de 1867, número 15, p. 4.
43 Véase AEMEUA, Leg. 64, Exp. 9, 10f. El nombre del reverendo James H. Carruth también
aparece en el documento. Además, en «Provisions of the Act of the Legislature of the State of Kansas,
on February 15, 1866 stated that marriage between people of color was now legal. Couples who were
married by their traditional methods now recorded their marriages at the Court House», KSGenWeb
Internet Genealogical Society, http://skyways.lib.ks.us/genweb/archives/douglas/marriage/marr
1867.htm, (2 de julio de 2010), consta que este sacerdote ofició en matrimonios de ciudadanos negros
en el Estado de Kansas en 1867 y 1868, precisamente en las fechas en las que Lino Remigio residía en
aquel Estado; es probable que Lino Remigio estuviese a su servicio.
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talización, si bien en el interior de los respectivos países. En efecto, una vez
que los prisioneros44 salían de las rancherías, los mandos fronterizos decidían dónde alojar a los mismos y quien arrostraría los gastos de la manutención.45 El hospedaje en una casa particular constituía un medio para abaratar éstos, siendo una práctica realizada a ambos lados del Río Bravo. En
julio de 1851 Juan Manuel Maldonado, subinspector de las Colonias
Militares de Oriente, informaba al inspector general de las mismas haber
entregado a Florencio Herrera, inválido que perteneció a la antigua compañía del presidio de Río Grande, los sujetos Romano Sánchez y Benigno
Santillana, que habían estado prisioneros entre los indios, a solicitud del
alcalde de Bustamante, Nuevo León.46 José Antonio de Arredondo, capitán
de la colonia militar de Guerrero, informa en mayo de 1852 al inspector
general de las Colonias Militares de Oriente, desde Piedras Negras, del
fallecimiento de Valentín Sánchez, a causa de las heridas que recibió en
Béjar en la casa donde vivía después de salir de su cautiverio.47 En enero de
1854, unos vecinos pusieron bajo la custodia de Jacobo Elizondo a un sujeto que habían recuperado en las cercanías de la hacienda de Patos, después
de una expedición punitiva contra los «bárbaros», que habían asaltado
dicha hacienda.48 El 9 de julio de 1858 Antonio Ochoa, del gobierno del
Estado de Chihuahua, comunicaba al gobernador de Nuevo León y
Coahuila, Santiago Vidaurri, que se recomendaba al señor José Cordero,
44 Debemos tener presente que el término «prisionero» puede resultar forzado cuando escribimos acerca de los capturados por los indios, pues la naturaleza del cautiverio entre los nómadas lo hacía
inviable; aparte de la inexistencia de prisiones en el sentido occidental, el proceso de integración o de
adaptación a la vida de la banda lo hacía innecesario en muchos casos. Si hacemos uso del mismo es
sólo para aligerar la lectura y evitar redundancias terminológicas.
45 Véase el Plan para la defensa del Estado de Coahuila invadido por los bárbaros…, 1849,
p. 12.
46 AGEC, FCMO, C14, F4, E66, 2F, «Juan Manuel Maldonado, subinspector de las Colonias
Militares de Oriente, informa a Antonio María Jáuregui, inspector general de las mismas, haber entregado a Florencio Herrera, inválido de la antigua compañía presidial de Río Grande, los cautivos
Romano Sánchez y Benigno Santillana, a solicitud del alcalde de Bustamante en el estado de Nuevo
León», villa de Rosas, julio de 1851. El depósito de los cautivos duraría hasta que estuviesen «[…] en
manos de sus padres y deudos». También se encargarían de los cautivos León Cruz y José María Rocha
por encargo de sus padres y del alcalde de la villa.
47 Ibidem, C17, F4, E33, 2F, «José Antonio de Arredondo, capitán de la colonia militar de
Guerrero, informa al inspector general de las Colonias Militares de Oriente, acerca del fallecimiento del
cautivo Valentín Sánchez, a causa de las heridas que recibió en Béjar en la casa donde vivía», Piedras
Negras, mayo de 1852.
48 Ibidem, FSXIX, C1, F6, E3, 6F, «Manuel Roble del juzgado de paz de este lugar, comunica a la prefectura del departamento de Saltillo, lo relativo a que ya salió la partida de gentes que perseguiría a los indios y a su regreso han traído un cautivo, 74 bestias y otros objetos de pillaje», Hacienda
de Patos, 26 de enero de 1854.
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vecino de Chihuahua, el envío del cautivo Leandro Borrego por orden
superior; por consiguiente éste había estado hospedado en la casa de
aquel.49
El depósito en casa de un vecino de la localidad a la que llegaba el
cautivo era algo usual, aun cuando su liberación no fuese resultado de una
redención, sino de una fuga. En efecto, hasta ahora hemos tratado de aquellos individuos respecto de los cuales las autoridades o particulares intervinieron para liberarlo, pero igualmente frecuente fue el caso de los que, por
iniciativa propia o ayudados por un tercero, lograron salir de los aduares.
Hemos indicado que podían recibir ayuda; ello era inevitable puesto que al
encontrarse las rancherías en lugares aislados, a los que se llegaba después
de varias jornadas de camino a caballo, una travesía en solitario resultaba
peligrosa, incluso aunque no lo persiguiesen los captores. Los detalles de
su huída ocasionalmente aparecen en el relato o declaración de la víctima
del cautiverio; evidentemente se producía en un momento de descuido de
los captores, e implicaba el caminar varias jornadas completamente solo
por el desierto, como le ocurrió a Juan García al escapar de los comanches.50 Macedonio Perales también anduvo durante nueve días hasta llegar
a San Antonio de Béjar, donde se unió a unas carretas que se dirigían a
México.51 En otras ocasiones se recurría al engaño: Juan Vela Benavides,
después de ver frustrados sus intentos de que un alemán lo rescatara por las
objeciones del comanche que lo había capturado, decidió huir hacia Santa
Fe en Nuevo México, aprovechando una caravana que se dirigía a esta ciudad. Para hacerlo posible engañó a los indios haciéndoles creer que iba a
recorrer las rancherías cercanas.
El hambre y las privaciones eran habituales en los que lograban fugarse. Por ello mismo los gastos de manutención a los que aludimos no serían
tampoco desdeñables para los particulares que tenían que arrostrarlos. Se
comprende así el interés de las administraciones estadounidense y mexicana por recuperar lo adelantado, pero también las comunicaciones entre
autoridades mexicanas que reiteran la voluntad de su gobierno de cumplir
con sus obligaciones pecuniarias, como ya vimos más arriba.
49 Ibidem, C3, F6, E1, 2F, «Antonio Ochoa del gobierno del Estado de Chihuahua, comunica
al gobernador del Estado de Nuevo León y Coahuila, Santiago Vidaurri, lo relativo a que se recomienda al señor José Cordero vecino de Chihuahua, el envío del cautivo Leandro Borrego por orden superior», Chihuahua, 9 de julio de 1858.
50 Velasco, 1996, p. 116.
51 Ibidem, p. 71.
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Concluimos por tanto que, a pesar de los desencuentros provocados
por la defensa de los intereses respectivos, los cautivos y su proceso de
redención sirvieron como instrumentos para canalizar un diálogo trasfronterizo entre las autoridades civiles y mandos militares de ambos lados de la
frontera. Un diálogo que exigía gastos y responsabilidades mutuas. La continuidad de las depredaciones nos hace pensar en la dificultad de la persecución de los guerreros nómadas, pero también en problemas de tipo político. Para los norteamericanos, fueron sus colegas del otro lado de la
frontera los que no se mostraron capaces de asegurar la soberanía de su
propio territorio nacional. Era «legítimo», por lo tanto, mantener un discurso anexionista, puesto que poniendo bajo control estadounidense los extensos Estados del norte de México se podría asegurar la integridad física y
económica de los ciudadanos de la Unión que se estaban asentando en el
territorio. Aunque tras el Tratado de 1853 los norteamericanos se desentendieron de las cláusulas del Artículo XI, la actitud permaneció hasta el estallido de la Guerra de Secesión. Por el contrario, para los mexicanos encargados de la administración de los territorios del norte era la falta de interés
norteamericano la causa principal de que continuara la inseguridad en los
mismos, cuando no la connivencia en el tráfico de las mercancías robadas
por los indios durante las incursiones.
Pero este diálogo no sólo tenía matices negativos. Lo habitual fue la
colaboración de las autoridades para mejorar la situación de los cautivos.
En último término, se pretendía normalizar la situación, jurídica pero también social, de unos individuos que estaban en territorio extranjero; unos
sujetos que demostraban la permeabilidad de la frontera y el dinamismo de
la identidad colectiva y personal en el Río Bravo.
Recibido el 26 de enero de 2010
Aceptado el 08 de julio de 2010
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Anuario de Estudios Americanos, 68, 1,
enero-junio, 73-103, Sevilla (España), 2011
ISSN: 0210-5810
Proclamations royales et Indiens au XVIIIe siècle:
enjeux politiques et sociaux/
Juras reales e indios en el siglo XVIII:
perspectivas políticas y sociales
Thomas Calvo
Colegio de Michoacán, México
y Université de Paris Ouest-Nanterre, Francia
Les honneurs funèbres et les proclamations des souverains ont été un des rites de passage par lesquels la Monarchie hispanique, depuis Charles Quint, s’est manifestée, parfois
de forme presque physique. Au long des trois siècles ceci s’est accompagné d’une évolution:
en particulier le caractère plus ouvert et plus laïque de la jura fait qu’au temps des
Lumières celle-ci prenne plus de relief. Depuis la fin du règne de Charles II s’est opérée une
ouverture en faveur de la noblesse indienne. Avec une nouvelle dynastie, ce groupe voit dans
la proclamation une possibilité de s’ouvrir un espace de visibilité, où il ne sera plus seulement un comparse. Ceci se fera de manière progressive, distincte: contrôlée dans les capitales, ex-abrupto a Patzcuaro en 1701, réflexive dans les vieilles villes indigènes privilégiées (Tlaxcala). Sur la frontière l’ombre de l’Indien de guerre plane. Le cas de Lima, en
1761, es emblématique. La fête royale participe de l’échec qui devient manifeste en 1808.
C’est pour cela que les proclamations de 1809 ont un tout autre visage —plus religieux, plus
individualisé.
MOTS-CLÉS: Monarchie hispanique; Amérique espagnole; Cérémonies royales; XVIIIe siècle; Élites
indiennes.
Las honras fúnebres y las juras han sido uno de los ritos de paso por los cuales la
Monarquía se ha manifestado, desde Carlos V, en sus reinos, de forma casi física.Esto se
acompaña de una evolución a través de los tres siglos: en particular el carácter más abierto, más seglar de la jura hace que en tiempos de las Luces tome más relieve. Desde fines del
reinado de Carlos II hay una apertura a favor de la nobleza india. Con una nueva dinastía,
este grupo ve en la jura real la posibilidad de abrirse un espacio de visibilidad, donde ya
no será simple comparsa. Esto se dará de forma progresiva, distinta: controlada en las
capitales, sorpresiva en Patzcuaro en 1701, más reflexiva en las viejas ciudades indígenas
con privilegios (Tlaxcala). En la frontera la sombra del indio de guerra es un elemento
clave. El caso de Lima, en 1761, es emblemático. En cierta forma el mensaje real participa del fracaso que se pone de manifiesto en 1808. Por tanto las juras de 1809 toman otro
cariz —más religioso, más individualizado.
PALABRAS CLAVE: Monarquía hispana; América española; Siglo XVIII; Ceremonias reales; Nobleza
indígena.
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THOMAS CALVO
Señor, esta lealtad se probó segunda vez en el año de 1748 en las plausibles fiestas que en la ciudad de los Reyes, corte del Perú, hicieron vuestros
indios en los dias veintiuno, veintidós de febrero. Y habiéndoles cabido en
ellas el último lugar como siempre les cabe en todo, no obstante le llevaron el primero en la pública aclamación no vulgar y popular, sino muy
cierta, discreta y crítica […], fueron las más plausibles, lucidas, alegres,
grandes, majestuosas, augustas, reales, pomposas, heroicas, suntuosas y
magníficas que se han visto en estos dos siglos, y que quedaron arrasadas
no sólo las pasadas y presentes que vuestros vasallos los españoles han
hecho, si aún en los antiguos tiempos romanos y de todas las naciones.1
Issus tout à la fois de prestigieuses dynasties —apparentées à
Charlemagne-, et d’un principe plus ou moins affirmé d’éligibilité,
l’Empereur et les souverains francs pouvaient, au Moyen Age, asseoir leur
légitimité et leur aura sur le sacre. Leurs équivalents castillans, moins assurés, devaient s’imposer contre les autres prétendants et parmi les
monarques de la Péninsule. Ils avaient aussi à gagner les combats de la
Reconquista. Ainsi le roi de Castille est proche du monarque hellénistique,
ou encore du chef de guerre, du caudillo que ses soldats proclament au soir
de la victoire. C’est là un des points d’enracinement de la jura, ou proclamation royale en Castille.
Celle-ci s’impose définitivement avec Charles Quint. Il incarnait parfaitement l’image du conquérant, de Tunis à Mexico ou Cuzco: l’iconographie devait le rappeler inlassablement.2 Monarque d’un empire maintenant
planétaire,3 le souverain hispanique faisait de la double cérémonie des honneurs funèbres dus à son prédécesseur et de la proclamation du nouveau
règne, ensemble stéréotypé, démultiplié sur toute l’étendue de ses terres, de
capitale de royaume en chef-lieu de province, un puissant instrument de
cohésion politique.4 Pendant près de trois siècles, ce fut le message répété,
comme à Lima, en 1666, à l’occasion de la aclamación de Charles II:
«Como de la vida el coraçon, es el rey tesoro de los Reynos».5
1 Fray Calixto de San José Tupac Inca, 1992, p. 247.
2 Sur son túmulo à Tolède (novembre 1558) apparaissent «unos lienzos de historias que su
Magestad hubo en su vida, que eran la ganada de las Indias, la de Túnez y la Goleta, la de Africa, la
prisión del rey de Francia en Pavia, la de Viena contra el Turco, lo de Alemania y la coronación de Su
Majestad», Relaciones históricas, 1896, pp. 45-46.
3 Philippe II parachève l’œuvre entre 1565 et 1580, avec la conquête des Philippines, puis de
la thalassocratie portugaise.
4 La littérature historique sur le thème est infinie, pour une synthèse commode, et pour la
Lima du XVIIe siècle, espace et moment de splendeur; voir Osorio, 2004, pp. 447-474.
5 Aclamaciones y pendones que levanto la muy noble y coronada ciudad de Los Reyes, 1666,
f. 7r.
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PROCLAMATIONS ROYALES ET INDIENS AU XVIIIE SIÈCLE
Cela signifie-t-il que pendant toute cette période, et sur l’ensemble
américain, rien ne changea? Ce serait difficilement acceptable. Il y eut des
moments décisifs: les honras funèbres de Charles Quint (1558) et de
Philippe II (1599) à Mexico seront des modèles pour l’ensemble de
l’Empire, presque au même titre que le furent les cérémonies équivalentes
de Bruxelles ou Séville. L’année 1701, avec l’avènement de Philippe V et
d’une nouvelle dynastie est moins marquante en termes de rituel, mais
décisive en matière politique. D’ailleurs les retombées de cette date se font
vite sentir, même pour le cérémoniel: l’équilibre entre honras et juras, qui
penchait jusque là en faveur des premières, plus sacralisées, servant mieux
l’étroite alliance Eglise-Couronne, se rompt au profit de la proclamation,
plus ouverte et populaire. Enfin, s’il faut marquer un aboutissement, continental, ce sera 1809 avec le double serment, à Ferdinand VII prisonnier, à
la Suprême Junte Centrale qui tente de gouverner en son nom.6 On est alors
en présence d’un désastre, fruit d’un échec patent de la politique sécularisatrice au long du XVIIIe siècle. D’où un revirement, que le rituel accompagne: retour à l’Eglise et à la sacralité, affirmation du principe d’obéissance corporative et individuelle. Le message politique se durcit alors
qu’on bâillonne l’unanimisme qui prenait progressivement le dessus. Bien
sûr, le XIXe siècle oscillera encore d’une attitude à l’autre.
C’est donc à «l’ère de la jura», entre 1701 et 1809 que nous nous intéressons, avec quelques précautions. La première est de se rappeler que les
honneurs funèbres, bien entendu, subsistent, qu’ils jouent toujours un rôle
important, et que les traces qu’ils nous ont laissées sont peut-être plus
impressionnantes que jamais. L’oraison funèbre est le morceau de choix, au
cœur de la honra; le XVIIIe siècle, en matière d’édition, est largement
encore celui du sermon: le nombre d’impressions liées aux honneurs funèbres royaux n’aura jamais été aussi important. Même la modeste communauté de Salta réussit à faire passer à la postérité ceux qu’elle rend en 1747
à Philippe V. Mais, signe des temps, la seconde partie de l’opuscule est
consacrée à «l’exaltation» au trône de Ferdinand VI, et sur l’ensemble, la
seconde partie occupe les deux tiers du volume.7 Symptomatique aussi
lorsqu’en 1789-1791, l’oraison funèbre que prononce le puissant archevêque de La Plata (Audience de Charcas) en l’honneur de Charles III reste
manuscrite, mais prête à l’impression, alors que le modeste sermon pro6 Voir pour la Nouvelle Espagne, Beatriz Rojas (comp.), 2005.
7 Reales exequias. Nous y reviendrons en détail.
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noncé dans le petit Real de Catorze, pour la proclamation de Charles IV, est
édité à Mexico.8 Tout aussi significatif, lorsque les naturales de Lima prennent sur eux de faire éditer une description des festivités accompagnant la
jura de Charles III. Non seulement cette cérémonie et ses descriptions
prennent de l’importance, mais on voit apparaître sur le devant de la scène
un groupe que l’on croyait davantage spectateur qu’acteur.9
Et c’est ici notre second avertissement. Nous ne nous intéressons pas
à la jura en tant que telle, ni même aux transformations qu’elle connaît au
XVIIIe siècle, ni à l’ensemble des acteurs. Nous l’avons fait par ailleurs, à
l’occasion de la proclamation de Ferdinand VI à Guadalajara en 1747.10 Ce
qui nous retient ici, dans un cadre continental, mais avec un moule qui est
celui d’un rituel d’origine hispanique, c’est la participation d’un groupe
lui-même divers, et ayant en la matière nombre de handicaps: assujetti et
d’origine non-hispanique, précisément. Son implication dans le cérémoniel
a-t-elle progressé, comme nous le pensons, au long du siècle? Dans quelles
circonstances, avec quelles perspectives? Que devient tout ceci lorsque la
jura affronte le choc de 1809? Les questions sont simples, les réponses le
seront sans doute moins. C’est qu’il y a l’espace qui brouille une partie des
conclusions: peut-on attendre la même chose à Lima, à Mexico? Plus
encore, les frontières ne sont-elles pas des univers à part? La cohésion communautaire est-elle par ailleurs assez forte pour étouffer, dans ce contexte
cérémoniel et festif, les velléités individualistes? Ce serait douteux, dans un
contexte où l’évergétisme est si important.
La présence indienne au cours des cérémonies
de la dynastie Habsbourg
Il est enfin une troisième précaution, sur laquelle il n’est guère utile
d’insister: bien entendu les Indiens ne furent pas absents des rituels des
Habsbourg. Il faut cependant mesurer la portée, et les enjeux de leur participation, pour comprendre le sens des transformations qui s’opèrent à partir de 1701.
8 Oración fúnebre, Biblioteca Nacional de Madrid (BNM), mss. 20067. Peñuelas, 1791,
14 pp.
9 Fiestas de los naturales de esta ciudad de Lima.
10 Calvo, otoño de 2005, pp. 67-92.
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PROCLAMATIONS ROYALES ET INDIENS AU XVIIIE SIÈCLE
Rappelons qu’au cours de cette première période l’attention est centrée sur les honras et l’extraordinaire appareil —le túmulo- que l’on dresse
au centre des principales églises. C’est donc dans cet environnement, plus
qu’au cours des juras, qu’on détecte la présence ou la participation indigène. Vaincus, les Indiens sont à la fois présentés et sollicités comme tels.
Les honras de Charles Quint à Mexico nous éclairent sur ces deux volets.
Leur soumission est mise en scène de diverses façons: la plus crue, lorsque
l’Empereur est représenté «y D. Hernando Cortés delante de el, armado
con la espada desnuda en la mano, y a la par del muchos indios»,11 la plus
subtile avec «muchos indios enlutados con candelas encendidas […], con
los rostros tristes, gran sentimiento por la muerte de Cesar».12 Le message
politique est énoncé en toute clarté lorsque l’Empereur, assis, le sceptre
tendu, «y Montezuma y Atabalita, emperadores en este Nuevo Mundo, hincados de rodillas tendidas las manos tocando en el cetro con rostros alegres».13 Quant à leur participation directe, elle fut essentielle, sous forme de
travail exigé: «diose orden que en toda la comarca de México se pintasen
gran cantidad de escudos imperiales y otras muchas historias y figuras».14
Pendant les cérémonies elles-mêmes, cependant, leur rôle fut passif.
A l’occasion des proclamations, quelle que soit alors l’importance de
leur rituel, les Indiens pouvaient être davantage sur la scène, même si
c’était dans un rôle secondaire. Le Codex de Tlaltelolco permet de mesurer
la distance entre les deux cérémonies, sous l’angle indigène. Dans ses dernières planches, ce document —qui date approximativement de 1562— fait
revivre, de façon très contrastée la proclamation de Philippe II (juin 1557)
et les honneurs funèbres de Charles Quint à Mexico. La première scène est
animée: les autorités espagnoles dominent sur leur estrade, devant eux l’alferez real agite le pendón de Philippe II, et surtout trois chevaliers-aigles et
tigres dansent, comme dans les mitotes. Entre ces divers niveaux, quelques
représentants de l’aristocratie mexica servent de lien. L’autre cérémonie est
simplement suggérée par la représentation, isolée, glacée du túmulo impérial de 1559: le catafalque, en deux corps, où apparaissent la mort en archer,
les armes —aigle bicéphale, tour et lion et deux sphères— de Charles
Quint. Sur cette scène aucun personnage vivant n’est présenté, aucune participation indienne n’est suggérée.
11
12
13
14
Cervantes de Salazar, México en 1554 y Túmulo imperial [1560], p. 189.
Ibidem, p. 188.
Ibidem, p. 190.
Ibidem, p. 184.
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Il est vrai, d’autres documents peuvent être plus explicites, mais toujours ils révèlent que la participation des Indiens est limitée, et plus
encore en matière de honras. Domingo Chimalpáhin rappelle qu’au cours
de la procession de 1559, les 4 étendards des principales communautés
mexicas étaient présents.15 Quant au Codex Osuna, il signale crûment que
si les quatre barrios de Mexico ont confectionné un catafalque à l’occasion de la mort du vice-roi Velasco (1564) «no se les pagó cosa alguna».16
S’agissant des vice-rois encore, leur entrée solennelle peut, par certains
côtés, s’apparenter aux proclamations. En tout cas le rôle qui y était
dévolu aux Indiens était comparable aux cérémonies d’avénement de
Philippe II. En 1550, lorsque Velasco passe par Cholula, «los amaquemecas fueron a recibirlo a Cholollan, y sólo ellos danzaron; ejecutaron el
“cantar de las [guerras] chalcas” en honor del [nuevo] virrey».17 Surtout
l’exhibition de Moctezuma permettait de rappeler la «donation» faite à
Charles Quint, comme en 1600, devant le comte de Monterrey, à Mexico
encore.18
A Puebla, le jour de saint Jacques 1557, eut lieu la jura de Philippe
II. Ce fut une cérémonie intense, sobre, centrée sur une succession de
serments de fidélité, individuels et collectifs —comme on le retrouvera en
1809. Dans ces conditions tout débordement étant rendu impossible, il n’y
eut aucune difficulté à admettre les représentants indiens sur l’estrade, afin
qu’en second lieu, et par le biais d’interprètes, ils puissent aussi faire allégeance. Mais pour le chroniqueur du XVIIIe qui transcrit l’acte, la portée
de l’ensemble est ailleurs: «confirmaron la rancia, natural lealtad española todos los vecinos de esta angélica ciudad».19 En tout cas, par la suite,
cette participation directe de l’élite indienne disparaît des proclamations
de Puebla au XVIIe siècle.20
Et à Lima? Dans son essence hispanique, le cérémonial ne saurait
vraiment varié, et on n’a pas à s’y appesantir. La participation indienne,
dans l’ensemble, reste dans la même tonalité, si l’on reprend la
Aclamación y pendones du 17 octobre 1666, déjà évoquée. La plèbe —et
15 Chimalpahín, 1998, t. II, pp. 211-213.
16 Codice Osuna, 1947, pp. 139-140.
17 Chimalpahín, 1998, t. II, p. 207.
18 Domingo Chimalpahín, 2001, p. 77.
19 López de Villaseñor, 1961, pp. 220-222.
20 Pour celle de Charles II, en 1666, voir Archivo del Ayuntamiento de Puebla. Libro de
Cabildo, n° 26, fs. 266v et svts.
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PROCLAMATIONS ROYALES ET INDIENS AU XVIIIE SIÈCLE
Statue de Moctezuma, Palacio Real de Madrid.
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donc l’essentiel de la population indienne— est étroitement contenue, la
place étant entourée d’une palissade (valla) haute de 1,5 varas, «para que
el concurso de la gente no estorvasse las operaciones».21 Les Indiens
eurent-ils une part active? Le texte est ici extrêmement discret. On le
devine seulement, à l’énoncé du cortège musical qui accompagne le pendón sur son trajet: «clarines, caxas, atabales, trompetas y chirimías».22
Dansèrent-ils? On peut en douter, vu la brièveté de l’ensemble (une courte
après-midi). Cependant, ils eurent une participation obligée, sur le monument lui-même, et que la gravure nous restitue. Sous le portrait du jeune
Charles II, apparaît «el Inca, en su antiguo traje […]. Ofreciendo una
corona de oro en las manos, y otra de flores la coya que usava de no
menos grandeza».23 Ainsi, de façon symétrique à ce qu’on rencontre au
Mexique, le décor de la jura à Lima met en scène la donation (?)
d’Atahualpa. Il est d’ailleurs probable que la très discrète implication
indienne ici, en 1666 soit directement liée à la conjoncture. C’est la fin des
campagnes d’extirpation des idolâtries, c’est le moment d’un certain nombre de revendications et complots d’essence incaïques, qui annoncent
«l’utopie andine» à la recherche de l’Inca.24 Dans des circonstances politiques moins tendues, la présence indienne pouvait être beaucoup plus
importante, comme à l’occasion des fêtes en l’honneur de la naissance du
prince Felipe Próspero, en 1659.25
Ces participations, pour exotiques —à nos yeux— et théâtrales
qu’elles soient, enfermaient beaucoup d’ambiguïté, voire de frustrations:
dans le meilleur des cas, les Indiens étaient réduits à un rôle de comparses
flamboyants, dans le pire à une présence de carton-pâte… Même la mise en
scène du contrat passé avec la Monarchie —la donation— était orchestrée,
médiatisée par l’élite créole: la noblesse indienne, et moins encore la population indigène, n’en tiraient aucun profit. Pouvait-on voir les choses évoluer, à l’occasion du changement de dynastie, en 1701?26
21 Aclamación y pendones, f. 8v.
22 Ibidem, f. 37r.
23 Ibidem, f. 11.
24 Voir Flores Galindo, 1993 [1988], pp. 102-103, et Périssat, 2002, p. 250.
25 Mugaburú, 1935-1936, T. II, 1936, p. 34.
26 En fait le climat politique, en référence à la noblesse indigène, commence à changer dès
l’époque de Charles II. Par une cédule de 1691 on propose des bourses pour l’entrée de caciques dans
les collèges tridentins. Suivant cette logique, en 1697 une autre cédule ouvre toutes les charges
publiques aux nobles indiens. Tout ceci va impulser la demande d’études supérieures par le groupe au
long du XVIIIe siècle. Voir Menegus et Aguirre, 2006, p. 104.
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PROCLAMATIONS ROYALES ET INDIENS AU XVIIIE SIÈCLE
Les juras de Philippe V et le «coup de force» des élites indiennes
En 1701, tout doit se faire rapidement, voire dans l’improvisation. A
Mexico, exceptionnellement, le portrait royal, sur l’estrade, est remplacé
par une inscription latine: c’était sans doute moins compromettant, plus
neutre. On réserve, comme à Lima, l’effigie du souverain pour les salons
du palais royal.27 A Puebla, on s’emploie d’ailleurs à justifier la précipitation, «para que las noticias de sus reales animos y fieles procederes llegasen quanto antes a los estrados reales».28 Et de fait, on s’acharne à faire
connaître les cérémonies et festivités pratiquées pour l’occasion, preuve de
l’importance qu’elles revêtent, en ces circonstances mouvantes: pour la
seule proclamation de Puebla de 1701, trois relations, au moins, furent
imprimées.
On peut penser que dans l’urgence, et avec la montée des pressions
politiques, on s’appliqua à permettre le moins d’innovations possibles,
notamment venant des plus défavorisés, les Indiens. Sans doute, mais «les
temps nouveaux» ouvraient forcément des brèches, que les indigènes s’employèrent à élargir. Ceci était plus difficile dans les capitales vice-royales,
où le contrôle était accentué: à Lima, à nouveau, les naturales semblent
avoir été totalement exclus du rituel.29 Il en irait de même à Mexico, si le
chroniqueur de la proclamation, Gabriel Mendieta Rebollo, ne décrivait
pas, incidemment, une scène curieuse: au cœur du rituel «los governadores
y caziques dieron libertad a la bulliciosa travesura de varios conejos, liebres y gazapos, que recatados en el embozo de sus tilmas, dando assalto su
novedad a la suspension del embelezo, con sus brincos entretuvieron el
tablado (en esto más plausible) y movieron a desatarse el gusto en mayores
muestras de alborozo».30 La péripétie surprend, et pose des questions qui
restent sans réponse. Cette innovation était-elle connue, par anticipation,
des autorités? Dans le cas contraire, cet intermède «jocoso» aurait été non
seulement un clin d’œil de la Nature américaine à l’hommage rendu au
souverain hispanique, mais surtout une forme de subversion douce. Les
27 Pour Mexico, voir «Sumptuoso, festivo, real aparato» à la date du 4 avril 1701, et Tovar de
Teresa, 1988, t. I, p. 25. Pour Lima, Solemne proclamación y cabalgata real, que el dia 5 de octubre de
este año de 1701 hizo la muy noble y Leal ciudad de los Reyes de Lima, levantando pendones por el
rey catholico D. Felipe V, Lima 1701, s. p., partiellement reproduit dans Alfonso Mola, 2002, edición
en CD, pp. 2154-2158.
28 Noticia de la Real aclamación, s. l., s. d. [1702], s. p.
29 Du moins à suivre la relation déjà mentionnée, Solemne proclamación y cabalgata.
30 Tovar de Teresa, 1988, t. I, p. 24.
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exclus se rappelaient au bon souvenir des dominants installés sur l’estrade
par un geste de dérision ambigu, et pour cela impossible à réprimer.
Dans l’ouest mexicain, les circonstances se révèlent avec plus de netteté. Début mai 1701, la ville de Patzcuaro fête avec fébrilité l’avènement
de Philippe V. L’enjeu est important pour elle, car Valladolid, sa cadette
hispanique, lui dispute la primauté provinciale. Peut-être est-ce pour cela
que la cité indienne tente d’oublier ses origines? Depuis le 1 mai ses élites
créoles se livrent à toute une série de joutes opposant Turcs et Espagnols.
Au matin du 5 mai, l’alcalde mayor et les autorités municipales se trouvent
réunis et s’apprêtent à se rendre sur le tablado et procéder à la jura. Ils sont
alors pris de court: «suspendió por entonces su ejecución ver venir el gran
concurso de indios naturales por la calle de San Agustin que entra en esta
Real Plaza, venian delante de ellos con diversas invenciones y danzas a su
usanza de ellos que entretenian […]. Después de todo se seguía con regio
y ostentoso aparato don Miguel de Urbina, cacique, representando la persona del Gran Cazonzi», et accompagné d’une nombreuse suite. Il monta,
de sa propre autorité, sur l’estrade, «y puesto de rodillas rindió su corona
y cetro a los pies de su Magestad». Ce magistral coup d’éclat réalisé, il
s’installa à la place qui lui avait été fixée.31 Entre temps, il s’était octroyé
une préséance sur les gouvernants espagnols, sans que ceux-ci puissent réagir. Comment discuter une version nouvelle de la «donation» faite au
Monarque —cette fois par le Catzonci? Comment s’incommoder de l’intrusion indigène alors même que c’était son passé indien qui légitimait les
droits de Patzcuaro sur sa rivale?
A Guadalajara eut lieu une scène encore plus complexe, avec des clivages entrecroisés, qui encore en 1747, à l’occasion de la proclamation de
Ferdinand VI, était présente dans les esprits. Les autorités indiennes des
deux pueblos (ou barrios), faubourgs de la ville, Analco et Mexicalcingo,
réussirent à monter sur l’estrade, avec l’accord des gouvernants espagnols,
et elles furent autorisées à prêter publiquement serment. Mais se posa alors
le problème de la préséance. Le président de l’Audience trancha avec un
jugement de Salomon: les deux communautés crièrent à la fois «Viva el
Señor Don Felipe Quinto muchos años», et purent descendre de l’estrade,
satisfaites.32 D’où aussi le succès que prennent, avec le temps, ces rituels
31 Reproduit dans Enrique Soto González, 1991, p. 23.
32 Bibliothèque Publique de L’Etat de Jalisco (BPEJ), Archivo de la Real Audiencia, C-148-9,
Testimonio de la relación de la jura celebrada en esta capital por la exaltación al trono de S. M. el
Señor Don Fernando Sexto, f. 13r.
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PROCLAMATIONS ROYALES ET INDIENS AU XVIIIE SIÈCLE
auprès des Indiens (et autres). En 1761, les jésuites se plaignent qu’étant
arrivés à Silao le 20 octobre, pour une mission itinérante, «el dia de la
comunion de los grandes nos hizieron estos mucha falta por haverse venido
a las fiestas de la Jura de el Señor Carlos Tercero, que se hizo por aquellos dias en Guanajuato».33
Ainsi, il semble bien y avoir eu un éveil de l’appétit de reconnaissance
parmi les élites indiennes, même s’il fut largement muselé ici (Lima),
énoncé furtivement là (Mexico), dévoyé en d’autres lieux (Guadalajara),
mais finalement clairement exprimé ailleurs (Patzcuaro). Les contextes
eurent donc leur importance, et «le coup de force» —comme nous l’avons
nommé— de Patzcuaro n’est qu’une des possibilités offertes, variables
avec la géographie, mais aussi avec le déroulement du siècle.
Mondes de privilèges, mondes de frontières:
des participations contrastées
La gêne, voire la compression ou la frustration que pouvaient encore
ressentir en 1701 les élites indiennes de Mexico, Lima, Puebla durant la
proclamation n’eurent pas la même dimension dans des espaces où ces aristocraties pouvaient s’honorer d’avantages, voire de privilèges. Mais cela
impliquait tout à la fois une histoire prestigieuse, une attitude ambiguë pendant la Conquête, le souci de perpétuer des droits chèrement acquis.
Au XVIe siècle les ambassades répétées auprès du Souverain permirent aux communautés indiennes de maintenir le lien, de vivifier les relations et acquis. Au XVIIe, comme beaucoup d’autres choses reliées à la
Métropole, tout cela fut distendu, se mit à languir, même si demandes,
envoyés (procureurs) et cédules royales se croisaient sur l’Atlantique. Dès
1701, la jura, elle-même chargée d’un poids plus lourd, plus expressif, permettait de revitaliser la mémoire, les alliances et les privilèges, et cela au
profit de quelques anciennes principautés indiennes.
Le message fut particulièrement clair à Texcoco: il suffit pour en
mesurer la portée de transcrire le titre de la relation imprimée de Joseph
Francisco de Isla, Buelos de la Imperial aguila tetzcucana. A las radiantes
luzes de el luminar mayor de dos espheras […] D. Phelippe Quinto.34 On y
33 Annuas de las missiones, p. 32.
34 Imprimé à Mexico, 1701, 51 pp. Il, partiellement reproduit par Alfonso Mola, 2002, pp.
2158-2164.
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perçoit l’alliance entre l’aigle mexica qui personnifie Texcoco, et l’astre
hispanique (et impérial), et que symbolise l’extraordinaire blason donné
par Charles Quint à la ville en 1551 —un condensé d’écriture glyphique—
, et qui est reproduit au revers de la page de titre:35 il faut projeter tout cela
dans l’éternité, grâce à la célébration, sa relation et l’imprimerie.36 Bien
entendu Moctezuma et surtout Netzahualcoyotzin sont dans le cortège de
la jura, mais surtout les gouverneurs indiens accompagnent la municipalité
créole, notamment
Cacique noble Don Gabriel de Ayala
Tilma, armador, calzon, viste ropage,
Governador actual es (descendiente
De Reyes un Pendon lleva eminente.
Malgré tout, au moment du serment, c’est l’alférez real (espagnol) qui
a le rôle déterminant. E peut-on évoquer la récupération du charisme historique de Texcoco vetus par ses élites créoles? En partie.
En la matière l’aristocratie indienne de Tlaxcala avait les reins plus
solides, et un art de la mise en scène et de l’auto-valoration plus
consommé. Elle sut le démontrer, une fois de plus en 1701. La proclamation sera l’occasion de faire revivre le contrat passé avec la Couronne: après
que l’Histoire soit passée par le lac Léthé («centro del mayor olvido»),
oy renace la fama
al generoso incendio de la llama.37
Le décor de la proclamation était simple et efficace, sur deux niveaux:
en bas une Indienne —personnifiant Tlaxcala— était entourée des quatre
chefs de la ville, alliés de Cortés, qui
quatro coronas de oro
offrecian a su alteza con decoro
35 Reproduit dans Tovar de Teresa, 1988, t. I, p. 12.
36 «Su applicación la estara acordando a todos siglos en la temporal eternidad de los moldes
[… el autor] haze un servicio obsequioso a su republica describiendo eloquente sus leales efectos, que
essa es la ciencia mas provechosa a las ciudades».
37 Fac-simil de En acreditadas observaciones de affectos, con que la muy Noble, Insigne, y
Leal Ciudad de Tlaxcala manifesto desempeños […] en el crecido jubilo a la jura de la Catholica
Magestad de nuestro Rey, y Señor Don Phelippe Quinto, Puebla, 1702, dans González Acosta, 2000,
pp. 148-149.
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PROCLAMATIONS ROYALES ET INDIENS AU XVIIIE SIÈCLE
—nouvelle version de la «donation» !Au-dessus se trouvaient les effigies
des quatre premiers Philippe rois d’Espagne. Entre les deux ensembles on
avait placé le portrait du nouveau roi.38 Si dans le rituel, la première place
revient aussi au gouverneur espagnol, qui prête en premier le serment, les
élites indigènes ne sont pas cantonnées dans le rôle de simples figurants:
le gouverneur tlaxcaltèque —qui accompagne comme son ombre son
alter-ego espagnol—, à son tour, brandit l’étendard royal, aux quatre horizons.39 Aucun coup de force ne fut nécessaire ici, à la différence de
Patzcuaro: les Indiens morts (aux côtés de Cortés) venaient à la rescousse
des vivants.
Et cela en plein accord avec les autorités et les élites espagnoles,
qui finalement profitaient aussi, dans leurs diverses négociations, de
l’aura du passé indigène, du rappel de cette mythique «donation». Que
se passait-il, à l’inverse, là où cette histoire ne pouvait pas vivifier le présent, là où les Indiens morts étaient anonymes, ou pire des «barbares»?
Les Indiens vivants étaient alors politiquement morts, et les créoles se
servaient d’eux comme simple repoussoir, au mieux comme agrément
festif. C’est bien entendu les juras sur les frontières que nous évoquons
ici. Ces liturgies royales se sont aussi perpétuées dans ces univers depuis
le XVIe, sans doute avec moins de moyens, mais peut-être avec plus
de force, compte tenu de la mobilisation plus intense des esprits, et
d’une militarisation accentuée.40 Mais l’accent est alors le plus souvent
mis sur les honneurs funèbres, et les descriptions de proclamations restent limitées.41
Ainsi en 1711 on prit soin de livrer à l’imprimerie de Mexico la relation de la proclamation que fit Durango, capitale de la Nouvelle Biscaye,
au prince des Asturies, le futur Luis I. Outre le manque de moyens que
compense «el estremo de amor, y la lealtad» et la tournure tout à fait classique —et hispanique— des festivités (loas, feux d’artifice, combats
feints, toros), qu’y apprend-t-on? On fit aussi intervenir, comme note
locale, exotique et distinctive tout à la fois, les «escuadras de indios
comarcanos», Tepehuanes et Apaches, avec leurs armes et leurs tambours.
Ils étaient le rappel des victoires passées, des sacrifices encourus dans la
38 Reales preceptos executados, pp. 154-162.
39 Ibidem, p. 176.
40 On peut penser notamment au Chili, voir les travaux de Jaime Valenzuela Márquez, 1999,
pp. 575-615, et 2001.
41 Elles sont le plus souvent ensevelies dans les Actas de cabildo, là où elles subsistent.
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défense de la Monarchie, le négatif de tout ce qui était célébré en ces jours
de janvier 1711.42
L’exemple de Salta, qui fit imprimer la double relation des honras
pour Philippe V et la proclamation de Ferdinand VI est encore plus illustratif.43 D’abord par son contexte: le gouverneur est en campagne contre les
Indiens du Chaco lorsqu’il apprend la nouvelle de la mort de Philippe V
(19 juin 1747). Il ne rentre en ville que le 23 juillet, les honras ont lieu le
27: le temps des préparatifs a été bref. L’essentiel de l’attention est reportée sur la proclamation, plus tardive, et qui est longuement décrite, accompagnée de ses festivités étirées sur une semaine. Autre tonalité, propre au
XVIIIe, et qui nous intéresse plus directement, l’accent est mis sur la couleur locale. Parmi les titres dont on pare Ferdinand VI, apparaît celui de
Inga.44 Si les jeux de cañas mettent en scène des españoles galanes et des
Turcs, certains cavaliers se sont déguisés en Indiens, les uns «imitando a
los Indios Aucaes, cuya nación (aunque barbara) no dexa de usar algun
genero de vestuario, si bien es rissible por su despreciable corte y traza, no
obstante, como esta quadrilla havia convertido sus toscas mantas en costosas persianas y ricos encages, era a la vista airosamente agradable». On
aurait pu se croire sur la scène d’un théâtre italien! Mais il y avait aussi de
la tragi-comédie, car la dernière compagnie «imitaba a los indios
Mocobies, cuya nación havita estas immediatas fronteras y es la mas barbara, cruel y sangrienta […]. Esta quadrilla era la que más propiamente
imitaba su nación, assi en los ademanes y trage como en lo ridiculo de
sonajillas y cascabelillos de monte con que adornan sus caballos».45 Dans
l’exactitude et l’attention portées à l’imitation on sent l’importance que
revêt l’ennemi vital, au-delà de la dérision libératrice.
La complexité de cette relation à l’Indien de guerre, dans le cadre
de la jura, qui devient tout à la fois catharsis, expression de loyalisme et
occasion d’entraînement guerrier éclata le dernier jour des festivités à
Salta. Il s’agissait de «hacer vistoso alarde de las estratagemas, arte y
maximas que usan los Indios barbaros de esta frontera en la astuta
guerra». On installa, en vis-à-vis, sur deux côtés de la place, une «tolde42 Orozco, Juan Felipe de: Relación de la plausible real solemnidad con que esta ilustre y leal
Ciudad de Durango, cabeza de esta Nueva Viscaya, celebró la Jura de nuestro principe de Asturias, el
Señor D. Luis Fernando […], Mexico, 1711, description dans Tovar de Teresa, 1988, t. I, p. 47.
43 Reales exequias que celebró la Ciudad de Salta.
44 Ibidem, p. 32.
45 Ibidem, p. 35.
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ria […] formada con mucha propriedad de troncos y ramas», où on installa une cinquantaine d’Indiens tobas et mocobies —les seuls authentiques indigènes «conviés» aux célébrations—, et une estancia de españoles. Les Indiens feignent d’attaquer alors que surgit une troupe
d’Espagnols. S’en suivent captures d’enfants et massacres simulés: avec
quels yeux les contemporains voyaient-ils ces scènes d’un quotidien de
frontière? Pensaient-ils encore à la jura? La relation tendue, tragique, avec
l’Indien avait phagocyté tout le reste.
Les cérémonies, sur la frontière, ne pouvaient-elles avoir que ce goût
amer? Ce serait oublier l’autre versant, non pas tellement le mythe du «bon
sauvage» à la Rousseau —il ne pouvait guère avoir cours dans de tels univers—, mais celui du «sauvage domestiqué», à la jésuite… On dispose ici
d’un document manuscrit exceptionnel, à l’occasion de la coronación de
Charles IV, dans la province de Mojos —partie amazonienne de l’actuelle
Bolivie. En 1790 les jésuites ne sont plus présents dans ce qui fut leurs missions, mais leur empreinte est restée, notamment à travers la maîtrise de la
musique occidentale dont font preuve ces Indiens. En effet, de la proclamation de Charles IV nous sont parvenues —partitions et paroles en langue
indienne— 5 pièces musicales46 qui furent jouées par deux orchestres de 35
musiciens formés de flûtes, violons, violoncelles et harpes. On ne s’appesantira pas sur la portée baroque de tels métissages culturels.
L’analyse des textes des chansons révèle un climat apaisé, où domine
la présence du gouverneur espagnol —héritier des jésuites— «Buenas
noches Señor Don Lázaro de Ribera, queremos alegrarnos, hombres y
mugeres, festejando al Señor D. Carlos IV». Le monarque est beaucoup
plus lointain, presque en filigrane: «si D. Lázaro de Ribera no hubiera
venido trayendonos noticia de él, no lo conocieramos, ni viéramos su
retrato». Incidemment, on a là la confirmation de l’importance que l’effigie royale continue à avoir, comme incarnation du pouvoir absent, pour les
populations américaines, et peut-être plus encore pour les indigènes: «la
señal de que nuestro Rey y Reyna nos quiere(n) mucho es, que el gobernador nos ha traido sus estampas y retratos». Pour le reste, la représentation du pouvoir, héritée des jésuites, est toujours là: «aqui venimos a festejar a nuestro Rey por que Dios lo ha puesto en la tierra que como el nos
govierne […]. Dios lo ha hecho capitan de toda la tierra». On ne s’attendait pas à retrouver une telle profession de foi universaliste dans ce recoin
46 Le tout transcrit par Cárdenas, 1977, pp. 759-773.
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des marges, et à cette date tardive. Il est vrai aussi qu’ailleurs des sentiments beaucoup plus réalistes pouvaient s’exprimer, au détour des proclamations.
Les dividendes d’une présence
Ne soyons pas dupe: ces cérémonies, même au fin fond de
l’Amazonie, ces fêtes coûtaient fort cher «aux pauvres Indiens» comme
aimaient à les appeler par ailleurs les administrateurs. Plus encore, s’agissant des festivités de Mojos, le manuscrit de la relation, les partitions de
musique furent envoyés à Madrid accompagnés de remarquables gravures.
On ne sait trop qui paya. Mais on devine qui entendait tirer profit, directement, de l’ensemble: le gouverneur espagnol. On pourrait multiplier les
exemples de ce type.
En 1728-1729, l’Empire est embrasé par une succession de célébrations qui constituent un des points hauts festifs de la Monarchie au XVIIIe:
les mariages princiers avec la famille régnante de Portugal. Il n’est alors
guère de numéro de la Gaceta de Mexico47 qui n’y fasse référence, s’agissant de l’Espagne, de Mexico, de Oaxaca, voire Tlaxcala où les caciques se
pavanent vêtus à la mode française. Mais dans le flot une nouvelle attire le
regard: les mariages ont été célébrés jusqu’à Zimapan. Les Indiens otomi
de la région en ont sans doute tiré moins de profits, sinon de satisfaction,
que leur alcalde mayor, qui a tenu à le faire savoir, par voie de presse.48
Les Archives des Indes, à Séville, ont conservé divers dossiers se rapportant à la demande présentée, vers 1799, devant le vice-roi, puis devant
le Conseil des Indes, par Don Felipe Bartolome Ramirez, cacique de San
Miguel el Grande, «sobre servicios que hizo en la jura de nuestro actual
catolico Monarca».49 Ils sont accompagnés de deux magnifiques aquarelles
—en fait elles sont quasiment semblables— qui représentent la proclamation de Charles IV à San Miguel, ou plus exactement la participation
indienne à celle-ci, documents fascinants en soi.50 Deux moments distincts
y figurent: le serment prêté sur une estrade néo-classique, sous les portraits
du couple royal, par le cacique habillé à la française, et s’apprêtant à jeter
47
48
49
50
88
Entre les numéros 6 et 20.
Gaceta de México, de février 1729, n° 15.
AGI, Mexico, 1462 et 1796.
AGI, Mapas y Planos, Mexico, 434 et 434bis.
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San Miguel el Grande: jura de Carlos IV por el cacique Felipe Bartolomé Ramírez (1791).
AGI, Mapas y Planos, México, 434.
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des monnaies au menu peuple, et le défilé du cortège indien. Celui-ci apparaît avec une extrême minutie, il est ouvert et fermé par des musiciens, s’y
succèdent gouverneurs indiens habillés à l’occidentale et troupes d’indigènes «à la chichimèque», danseurs avec leurs tambours (teponasqle),
divers rois indiens (chacun avec sa Malinche). Au cœur du dispositif, portés sur des baldaquins, figurent Moctezuma et sa couronne. Et pour que
tout cela n’ait pas une allure trop compassée, on y a associé un petit
Cupidon à cheval, avec ses flèches, symbole de l’amour que ses sujets portent à Charles IV. On est au terme d’un processus multiséculaire, avec la
«folklorisation» de la translatio imperii, ou donation de Moctezuma. La
municipalité créole l’a bien compris, qui après avoir exécuté sur l’estrade
sa propre jura, abandonne les lieux au cacique, sans grandes arrière-pensées. Ailleurs, c’est la milice créole qui se charge de mettre en scène, théâtralement, la double donation de Moctezuma et d’Atahualpa, comme à
Granada, province de Nicaragua, en 1790.51
Le cacique de San Miguel avait-il, sur le moment, d’autres intentions,
que d’afficher son loyalisme? En tout cas, près de huit ans plus tard, il
entend envoyer son addition à la Monarchie. En échange des sacrifices
consentis en 1791, il demande une double faveur: un blason se référant à
l’action glorieuse de la jura —c’est pour cela qu’il fit exécuter les aquarelles, ou mapas—, «y aplicarme dos sitios de ganado mayor en las tierras
realengas que haya en las immediaciones de la villa de San Miguel el
Grande, o en otro qualesquiera parage donde se encuentren». Etait-ce une
preuve de cynisme que de monnayer son élan royaliste, en ce début du
XIXe siècle? Le roi ne le considéra pas ainsi, puisqu’en 1804 il accorda au
cacique les grâces demandées. Faut-il dire que sur les terres riches, animées
du Bajio mexicain, la folklorisation allait de pair avec la monétarisation de
la proclamation, et son appropriation individuelle, vers 1800?
Cette participation indienne aux diverses festivités dynastiques accrut
leur caractère anecdotique: le statut de mineurs qui accompagnait les naturales les mettait à l’abri d’une trop grande retenue. Ainsi on vit se dresser,
en 1714, sur la place de Mexico, une pyramide de victuailles
que franquearon caciques liberales
a la chusma de hambrientos macehuales.52
51 Pedro Ximena, 1974, pp. 133-137.
52 A l’occasion de la naissance du prince Felipe Pedro, cité dans Blanco Alfaro, 1996, p. 636.
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Sans doute avec du retard, mais inexorablement, la présence indienne,
au cœur de la jura, montait aussi au Pérou, et plus précisément encore à
Lima. Le dossier est connu,53 tient en trois dates: 1723 et les festivités pour
le mariage du prince héritier, 1725 et la jura du même Luis I, enfin le couronnement de Ferdinand VI en 1748. L’élite créole et son amour de la
patria chica fut comme le cheval de Troie, permit une meilleure mise en
scène de l’histoire incaïque: par là s’engouffra l’aristocratie indienne de
Lima. La Monarchie laissa faire, puisque la continuité avec la dynastie
espagnole était affirmée: la jura permettait de théâtraliser la collaboration
de la noblesse locale avec la Couronne.
Du moins ce fut la façade, jusqu’en 1748. En fait, les souvenirs ravivés faisaient mal. A propos de la conspiration avortée des Indiens de Lima
en 1750, le vice-roi comte de Superunda devait écrire:
no me parece conveniente que en las públicas solemnidades de proclamación y nacimiento de principes se distingan los indios en gremio separado […] y mucho menos
que se les permita la representación de la serie de sus antiguos reyes con sus propios
trajes y comitiva; memoria que en medio del regocijo los entristece, y pompa que les
excita el deseo de dominar y el dolor de ver el cetro en otras manos que las de su
nación; tres de los que hicieron aquella figura fueron cabezas las más altivas del
levantamiento, y al tiempo de poner las reales insignias manifesto alguno con sus
lagrimas el dolor que ocultaba el corazon.54
En fait le vice-roi devait, par la suite, oublier ses écrits (de 1751), et
en 1759, à l’occasion de la jura de Charles III à Lima, les Indiens purent,
encore, agir en pleine autonomie. Ceci nous permet de disposer d’un autre
document exceptionnel, le seul imprimé décrivant uniquement la participation indienne à une proclamation.55 Par sa modestie même le texte mérite
notre attention. La plume est prudente, remercie «una loable desunion» qui
a séparé, pour la circonstance, «los naturales originarios» des autres «gremios», «deseosos siempre de no equivocar su amor con el de otra lealtad».56
Pour le reste, il a fallu réprimer tout excès (souvenir cuisant de 1748?):
«moderando pues la extension de sus anhelos, hicieron el mayor sacrificio,
en su resignación».57
53
54
55
56
57
On peut se reporter à Périssat, 2002, pp. 248-297.
Superunda, 1982, p. 250.
Fiestas de los naturales de esta ciudad de Lima..,
Ibidem, f. 1v.
Idem.
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De façon significative, le texte n’évoque ni les cérémonies de jura, ni
les festivités réalisées par les autorités et l’élite espagnoles, depuis août
1759. Sans le souci d’une quelconque continuité, ni même de donner son
véritable sens à l’ensemble —loyalisme à un nouveau souverain—, la description commence le 24 novembre, se limite à l’espace de temps festif
accordé aux naturales. Ceux-ci ne sont d’ailleurs pas dupes: ils se savent
otages de la culture dominante, et ils doivent lui donner des gages. En particulier, le 24 novembre, en ouverture, ils représentent, entre autres maquinas, «un corpulento galeon […]. Representaba al que conduxo al Perú a
sus conquistadores».58
Une fois ce geste d’allégeance accompli, la noblesse indienne peut,
dans les jours qui suivent, distiller un peu de hardiesse. Et cela dans deux
directions, en partie contradictoires, mais finalement complémentaires: elle
souhaite se hisser à la hauteur des prérogatives de l’aristocratie créole, mais
aussi manifester son identité propre. Le 25 novembre, les alcaldes indiens
donnent un magnifique spectacle de toros, «vestidos decorosamente de
golilla […]; montados en generosos brutos [...]; hicieron el passeo de la
plaza con la ceremonia acostumbrada». C’est un spectacle inédit, pour
lequel il a fallu obtenir l’autorisation du vice-roi, puisqu’il s’agissait d’égaler la nación española.59
Le 28 novembre le message s’inverse. Les Indiens organisent un cortège ouvert par des danseurs «con todas las demas vestiduras y ornatos
propios de el antiguo uso de la nacion», exécutant des danses guerrières
de «antes de la conquista».60 Suit un char triomphal, où sont personnifiés,
côte à côte «los doze incas […], los principales conquistadores».61
Habilement l’auteur glisse sur les douze incas: n’oublions pas que
Superunda est toujours là, comme vice-roi. Mais le message visuel n’en
était pas moins clair et fort. On pourrait même penser qu’il était tronqué,
et c’était inquiétant: les rois d’Espagne, successeurs des Incas sont quasiment absents. En fait, Charles III et son épouse étaient présents. Mais,
autre hardiesse, ils se manifestaient à travers l’ersatz que constituait un
jeune couple d’Indiens.62
58 Ibidem, fs. 2-3.
59 «Haviendose dignado la benignidad de S. E. de franquear a esta nación el honor de actuar
esta función, con las prerrogativas y decoró con que las executa la española», Ibidem, fs. 4v-5r.
60 Ibidem, f. 6v.
61 Ibidem, f. 7v.
62 Ibidem, f. 8r.
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Comme il fallait faire oublier quelques dérapages, le tout se terminait,
comme il se doit, par un étalage de culture classique, d’emblèmes ayant
maintes fois servi, mais toujours à propos et serviles.63 Peu importe,
puisque, par ces cheminements prudents, l’élite indienne pouvait reconquérir un peu de l’espace social, voire politique qu’elle avait perdu depuis deux
siècles.
«Un air très vieux, languissant et funèbre» (G. de Nerval)
Et si tout ceci nous ramenait à une irrépressible nostalgie? En matière
de faits si complexes, il faut, à nouveau, citer longuement:
... es general y común en los indios la inclinación a sus antiguas bárbaras costumbres, y también a venerar la memoria de sus incas. No están todavia desimpresionados de sus errores, y así, aun en sus fiestas, mezclan siempre aparatos y canciones
lúgubres con analogía a los sentimientos de que se halla penetrado su espíritu.
Aunque son innumerables las Reales disposiciones dirigidas a civilizarlos, y arraigarles la Religión por cuantos medios dicta la piedad, y el más heroico celo, no se
ha conseguido el fin deseado.64
Et si Jáuregui (et Superunda) n’embrassaient pas la totalité du phénomène? Si les Indiens ne pleuraient pas seulement leurs Incas —car alors,
pourquoi ceux de Nouvelle Espagne ne se lamentaient-ils pas en pensant
aux empereurs aztèques?— mais surtout un âge d’or perdu dont Manco
Capac et ses successeurs ne seraient qu’une fraction? De là l’erreur de
Jáuregui, sans doute obsédé —il écrit en 1784— par la barbarie de Tupac
Amaru et autres rebelles: les reales disposiciones avaient, au contraire, si
profondément imprégné les Indiens du XVIIIe que le principal objet de leur
nostalgie était devenu la défunte dynastie —entendons par là «l’autrichienne»—, celle des Habsbourg. Plus encore: Charles Quint, héros
conquérant, protecteur, civilisateur —tutélaire en un mot— était devenu, au
lendemain de 1701, et avec la jura de Philippe «Quint», le cœur d’une
vague nostalgique, recouvrant le continent indien, du Mexique au Pérou.
63 On pouvait lire sur le char triomphal, «El nuevo Mundo, que deseó en vano Alexandro, lo
dió el Cielo a vuestros merecimientos, para que lo sujeteis, y governeis pacificamente, enseñandolo a
reverenciar, y conocer al verdadero Dios», Ibidem, f. 11r.
64 Jáuregui y Aldecoa, 1982, p. 193.
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Ici encore, la fête des naturales de Lima, en 1759, portera témoignage.
C’est vrai, le cortège commence par des danses indigènes, on aperçoit les
douze Incas. Mais quelle est l’image qui clôt le défilé? «En la espalda de
la excelsa popa estaba pintado el Señor Emperador Don Carlos V», en
souverain universel (avec les deux globes), supérieur en cela à Alexandre
lui-même. Et la devise qui l’accompagnait était on ne peut plus claire:
«Bona causa triumphat».65
Notons ici au passage l’importance de la continuité d’une dynastie
(indigène) à l’autre (étrangère) qui imprègne les esprits, les expressions
festives, voire monarchiques et religieuses des Péruviens (Indiens et
créoles) depuis le XVIIe siècle au moins. Ce sentiment est tellement fort
qu’il eut un effet de boomerang jusqu’à Madrid. En 1743, le grand ordonnateur du programme iconographique du Palais Royal, fray Martín
Sarmiento écrivait:
Otra docena de adornos se me ofrece que sé que gustará a muchos, y en especial a
los americanos. Siendo el imperio de México y del Perú las dos principales y más preciosas piedras de la Corona de su Magestad, no parecerá extraño que algunos de sus
emperadores idólatras sirvan de adorno al Palacio, seis a su derecha y seis a su
izquierda».
Ensuite le projet fut restreint, mais Moctezuma et Atahualpa contemplent aujourd’hui le ciel de Madrid depuis des lieux privilégiés.66
La résurgence (ou la persistance) de la symbolique habsbourg, de son
héros, de son idéologie, notamment à travers l’iconographie, et dans le
monde indien dépasse notre propos, restreint aux seules proclamations.67
Précisément tout ceci éclate au cours des cérémonies de 1701: partout,
lorsque le portrait de Philippe V est présenté, il porte l’habit à l’espagnole,
et surtout la toison d’or. On sait qu’à cette date Texcoco exhibe fièrement
les armes données par le César. Bien sûr, à ce moment, et orchestré par les
autorités, il y a le souci d’afficher une continuité, d’ailleurs servie par
d’heureuses coïncidences: Charles et Philippe ont le même munéro, et ils
sont tous les deux fondateurs d’une dynastie, et resplendissants de vertus
guerrières.
Mais ces expressions de continuité durèrent peu: le temps de s’apercevoir que la dynastie Bourbon ouvrait aussi de nouvelles ères, que son
65 Fiestas de los naturales de esta ciudad de Lima, fs. 10v-11r.
66 Cité par Rodríguez G. de Ceballos, en Mínguez (ed.), 2007, pp. 188-189.
67 Voir aussi Calvo, septiembre-diciembre de 2003, pp. 23-41.
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centralisme se heurtait au localisme de plus en plus affiché. Ceci vaut sans
doute pour les créoles. Qu’en pensaient les Indiens? En fait les concepts les
intéressent peu: ils s’accrochent à leurs privilèges, à leurs mythes fondateurs, à leurs traditions, face aux pressions montantes (des grands
domaines, du fisc royal). Un texte pourrait être symptomatique de leur état
d’esprit, accroché à un souverain présent et intemporel à la fois: en 1735
les représentants de la communauté de Tecali écrivent: «usamos de nuestros recursos legales para libertarnos de tantas penciones […], bien sabemos que tenemos Rey, alcalde Mayor y Justicia a quien obedecer como
estamos promptos menos en el particular de recibirle sus repartimientos,
pues tenemos una real y nobísima cédula de su Majestad Cathólica, que
Dios le guarde, que nos favorece».68 Or, à ces divers niveaux, Charles Quint
est présent, et les titulos primordiales,69 fictions historiques du XVIIIe s’appuieront souvent sur son autorité.
Il y avait là un danger pour la nouvelle dynastie, qui risquait de se
trouver dévalorisée dans la mise en perspective. Au fil des ans, ses thuriféraires surent s’en apercevoir, de chaque côté de l’Atlantique. En 17771779, l’Académie espagnole ouvrit un concours destiné à célébrer Philippe
V. Le vainqueur, originaire des Canaries, dressait un parallèle, mais en
inversant les positions et les valeurs:
Carlos V, espléndido, esparcido, ostentoso; Felipe V, franco, moderado, modesto.
Carlos retirándose porque la fortuna le dejaba; Felipe retirándose porque él despreciaba la fortuna; y con todo eso, Carlos se retiró a un Convento para vivir como religioso, y Felipe a un Palacio para morir como Principe.70
En 1790, à l’occasion de la jura de Charles IV à Granada (Nicaragua),
le curé Pedro Ximena, andalou, exalte Philippe V et la dynastie Bourbon.
L’Age d’Or est dans le présent: «¿Qué siglo mas venturoso para las
Españas y Americas, que el actual décimo octavo? Desde sus primeros lustros se nos presenta glorioso».71 Mais de tels propos sont hors de l’orbite
des Indiens, et sans doute aussi des créoles.
Quant à l’aigle bicéphale, symbole habsbourg, il reste récurrent tout
au long du XVIIIe siècle encore. Il est présent sur les médailles frappées à
68 Taylor, 1999, t. II, p. 538.
69 Certains títulos sont signés «Callos quitoc» (Carlos Quinto). Voir, Noguez et Wood
(coords.), 1998, p. 210.
70 Cité par Alfonso Mola et Martínez Shaw, 2000-2001, pp. 43-54, p. 50.
71 Pedro Ximena, 1974, p. 102.
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Lima en 1789, à l’occasion de la proclamation de Charles IV. L’aigle couronné, flottent sur l’océan, enserrant l’écus que Charles V donna à la ville,
et encadré par les deux colonnes du Plus Ultra: veut-on plus de références
impériales habsbourgeoises?72 Mais, dira-t-on, ce n’est pas ici un exemple
indigène. Peut-être, mais par ailleurs nombre d’autres témoignages tendent
à démontrer que les Indiens s’étaient approprié cette icône. Un tableau anonyme du XVIIIe, très certainement réalisé dans l’environnement de la
noblesse indienne, met en scène les armées de Moctezuma et Cortés: audessus des Espagnols flottent les armes de Castille, au-dessus des Mexicas
l’aigle bicéphale, sur fond pourpre.73 Au-delà, et jusqu’à aujourd’hui, cet
emblème, du nord au sud du Mexique (du moins de la Sierra du Nayarit à
Oaxaca) s’est intégré au quotidien, devient un motif de décoration vestimentaire.74
Nostalgie et esthétique archaïsante se soutenaient mutuellement, donnant aux juras auxquelles participaient les Indiens une tonalité particulière, alors même qu’elles s’étiolaient ou changeaient radicalement de sens
dans le cadre hispanique. Cet ensemble de faits fut particulièrement sensible aux heures graves de 1808-1809, à travers l’Amérique: en 1808 pour
l’avènement (?) de Ferdinand VII, en 1809 pour le serment d’obéissance
à la Suprême Junte Centrale. On connaît le débordement de loyalisme de
1808, qui permet de retrouver la force d’un rituel multiséculaire qui tendait à s’alanguir (avec la jura de Charles IV, compassée, laïcisée notamment).75 Mais à Taretan (Michoacan), «la alegria y regocijo general y desaogo (de) sus anttes tristes corazones» furent tels que les habitants —en
majorité indiens, ici— improvisèrent à l’instant une jura, promenant à
travers toute la localité le portrait du roi, «entre festivos vivas, sonoros
repiques». La proclamation formelle aura lieu une quinzaine de jours
plus tard.76
Parce que des erreurs avaient été commises dans la gestion des juras
au long du XVIIIe siècle,77 parce qu’il fallait éviter certains débordements
72 Médaille reproduite sur la couverture de l’ouvrage de Altuve-Febres Lores, 2001.
73 Reproduit dans Los pinceles de la historia, n° de catalogue 67, p. 101.
74 Chez les Huicholes, parmi certains groupes de l’Etat de Oaxaca. Sur une gravure du XIXe,
une indienne de Ayautla porte une cape où s’étale un magnifique aigle bicéphale. Garcia Cubas,
Antonio: «Carta etnografica», 1885, reproduite dans p. 46. Aoyama, 2004, p. 46.
75 Ainsi à Puebla, Enciso y Mendez et Callejo y Saravia, Sinceras demostraciones de jubilo,
1808, 26 pp.
76 Document communiqué par M. Augeron, AGN, Mexico, Historia, leg. 46, fs. 496-499.
77 Voir Calvo, otoño 2005.
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—comme celui de Taretan—, parce que l’heure était à une dramatisation
sobre, le Conseil des Indes, à la fin de 1808, révisa totalement les modalités de la proclamation de la Junte. En fait, pour l’essentiel, la proclamationcommunion unanimiste était remplacée par un long serment de loyalisme à
la Monarchie, prêté sur les Evangiles et le Christ, à titre individuel, au sein
des diverses corporations qui constituaient la communauté, sans nécessité
d’un rassemblement. Cette modalité fut respectée partout, et par (presque)
tous. Mais à Huejotzingo, dans le Mexique central, où les caciques et les
«républicas de naturales de todo el partido» se mêlaient aux «labradores,
comerciantes, personas de distinción de la jurisdicción» on maintint pour
l’essentiel l’ancien rituel, avec la construction d’un estrade située entre les
casas reales et l’hôtel de ville; on y plaça un portrait du Souverain, déposé
là par les autorités et par les «gobiernos y republicas de naturales de los
pueblos». C’est là qu’eut lieu la jura sous sa forme ancienne, au cours de
laquelle on retrouve les gestes de la théophanie —portrait dévoilé au
moment culminant— abandonnés depuis des décennies. La prestation de
serments eut lieu ensuite, dans un espace clos.78
Il y a donc bien comme une fascination du monde indien pour la jura.
Faut-il s’étonner que lorsqu’en 1820 Mexico célèbre sa dernière proclamation royale —celle de la constitution libérale—, un auteur anonyme
(Fernández de Lizardi?) choisisse de la décrire à travers les yeux —et les
paroles— d’un indien? Cela lui permettait une ironie facile sur les humbles
des campagnes, mais aussi de souligner combien il était facile de toucher
la fibre sensible avec une mise en scène, quelques gestes appropriés, des
mots grandiloquents et peu familiers. On obtenait un enthousiasme à peu
de frais:
¡Viva el Coestetución grata,
noestro gra Fernando Siete,
y do Jua Ruiz de Podaca!79
La défense d’un espace rituel conquis
Il serait cependant imprudent de rester sur cette note (créole) d’une
jobardise indienne qui passerait aussi par leur engouement pour tout
78 Document communiqué par Beatriz Rojas, AGNM, Historia, 417.
79 Attribué à Fernández de Lizardi, 1981, pp. 251-257.
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l’apparat de la jura. Il est par ailleurs inutile d’insister sur la persistance
du sentiment loyaliste indigène pendant et après les guerres d’Indépendance.
Situons la proclamation royale dans cette double perspective. En
1701, au moment crucial de son possible renouvellement, les indiens ont
compris qu’elle pouvait devenir un instrument. Pour les élites indiennes,
elle prend place dans leur stratégie de reconquête d’un espace politique: ils
peuvent d’abord singer les élites créoles, et finir —comme à Huejotzingo
en 1809- par lui imposer leur pratique ritualisée. Bien sûr, ce sont des victoires qui tiennent dans un verre d’eau… Mais elles ont d’autant plus d’importance que les créoles désertent sur ce terrain: ni les vertus chevaleresques, ni même Moctezuma ne sont plus à l’honneur au début du XIXe
siècle.80 Pour «la chusma de macehuales», après tout, de médaille cueillie
au vol en pyramide de victuailles, la jura entrait dans la gestion de leur survie et leurs divertissements, bien sûr à titre exceptionnel.
Finalement, au bout de trois siècles, la jura dans sa pédagogie sommaire mais efficace, restait adaptée aux aspirations de la population
indienne, à qui elle contribuait à fixer des repères, de plus en plus complexes. Ainsi, en 1820, l’Indien fictif de Lizardi —ou tout autre publiciste— pouvait déclarer à sa femme, après avoir assisté à la proclamation
de la Constitution:
... pero al güeno de tu esposo
si que no se le pasaba
el deseo de saber breve
de Costetución, boscaba
amigos que le dijieran,
piadosos que le enseñaran,
sos leyes e sus mandados».81
Il cherchait à connaître les arcanes de la Costetución après avoir, pendant des siècles tenté de déchiffrer les vertus du Prince. Rien n’avait
changé? Peut-être la médiation augmentait-elle? Pour lire les qualités qui
resplendissaient sur le visage du Souverain, avait-il besoin «d’amigos», de
piadosos précepteurs? Ailleurs Lizardi lui-même écrivait, à propos des
80 Sinon, il suffit de rappeler le devenir d’un portrait emblématique de l’empereur aztèque,
ayant appartenu à ses descendants, et finalement acheté, pour une somme dérisoire, par l’ambassadeur
américain, en 1825, voir Bustamante, Diario historico, CD-1, 1822-1834, mai 1825, p. 28.
81 Fernández de Lizardi, J.J.: Obras. X. Folletos (1811-1820), p. 253.
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nouveaux droits que la Constitution accordait aux Indiens: «todo es jerigonza que no entienden, enigmas que no alcanzan a descifrar».82
Mais nous ne pouvons conclure par une pirouette cynique et facile à la
façon de Cervantès et son rufian sévillan face au catafalque de Philippe II:
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Toute la documentation ici rassemblée nous apprend que la «religion
royale» (civique si nous ajoutons tout ce qui tourne autour de la patria
criolla) n’est pas un fait mineur. Ce fut une partie essentielle de la cohésion de la Monarchie sur plusieurs continents, à travers deux océans, et
pendant 3 siècles. Bien entendu il y eut des variations: il est probable que
le modèle espagnol évolua plus que l’américain. Une de nos hypothèses
est que la sécularisation du Pouvoir au XVIIIe siècle s’accompagna d’une
valorisation de la proclamation royale face aux honneurs funèbres qui
sentaient l’encens. La jura, plus éloignée de l’air confiné de l’église offre
plus de liberté à qui sait la saisir. Depuis les derniers temps de la
Monarchie des Austrias les élites indiennes ont été soutenues par la
Couronne, se sont vu ouvrir de nouveaux espaces (universités, Eglise).
Pourquoi ne tenteraient-elles pas aussi de se construire une autonomie au
cœur du rituel royal… Bien sûr, cela implique certaines réciprocités, et
les caciques de Tlaxcala, de San Miguel el Grande fêteront la dynastie
bourbon en habits à la française, verseront leur tribut au souvenir de la
Conquête.
C’est ces mêmes Indiens —ou leurs descendants- qui participeront au
soulèvement de Tupac Amaru, à celui de Hidalgo. Mais personne ne nous
garantira qu’ils avaient le sentiment de se battre contre le roi d’Espagne:
Tupac Amaru s’en prenait d’abord à l’administration locale, les rebelles du
Bajío mexicain défilaient sous l’étendard de la Vierge de Guadalupe, en
rien hostile a la Monarchie. Plus tard encore, un autre Habsbourg
(Maximilien) trouva dans les communautés indigènes mexicaines de
fidèles soutiens. C’est une autre histoire? C’est la suite de l’Histoire.
Recibido el 16 de diciembre de 2009
Aceptado el 28 de octubre de 2010
82 Ibidem, p. 405.
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ISSN: 0210-5810
En Legítima Representación:
los firmantes del fallido proyecto de Junta
de La Habana en 1808/
In Legitimate Representation:
the signers of the failed Project of Junta of Havana in 1808
Sigfrido Vázquez Cienfuegos1
y Juan B. Amores Carredano
Escuela de Estudios Hispano-Americanos, CSIC, Sevilla
y Universidad del País Vasco
Durante el verano de 1808 se planteó en La Habana la posibilidad de instaurar una
Junta de Gobierno, al igual que había ocurrido en los dominios españoles en la Península
Ibérica. Diferentes autoridades, especialmente el gobernador y capitán general marqués de
Someruelos y el Cabildo habanero, junto a algunos elementos destacados de la ciudad,
debatieron la instalación de la que hubiese sido primera junta de América. El proyecto
finalmente fracasó, aunque se conservó la lista de aquellos que mostraron su adhesión. Este
documento, apenas sometido a crítica hasta la fecha, es el objeto fundamental de este trabajo, aunque no el único, ya que se tenía constancia de otras personas relacionadas con el
plan que no figuran en el mismo. Con este estudio analizamos la composición social, política y económica de aquellos que optaron por la opción juntista en La Habana.
PALABRAS CLAVE: Cuba; Junta; 1808; Elite social; Firmantes.
During the summer of 1808 in Havana was considered the possibility to restore a governing Junta like it had happened in the Spanish dominions in the Iberian Peninsula.
Different authorities, especially the governor and general captain Marques of Someruelos
and the Havanan town hall, and some outstanding peoples of the city, they debated the
installation of the first Junta of America. The project finally failed, although the list was
conserved with the adhesions. This document, it’s without enough critics until now, is the
fundamental interest of this work, although not the unique one. We have certainty other people was related to the plan, although they do not appear in the document. With this study we
analyzed the social political and economic composition of which they decided for the juntista option in Havana.
KEYWORDS: Cuba; Junta; 1808; Social elite; Signers.
1 Este trabajo ha sido realizado como investigador del programa JAEDOC 2008.
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SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS Y JUAN B. AMORES CARREDANO
Temores, debates y propuestas
El proyecto fallido de establecimiento de una Junta Superior de
Gobierno en el verano de 1808 es, quizás, uno de los hechos más controvertidos para la historiografía con respecto a los primeros años del siglo
XIX en Cuba, y en nuestra opinión uno de los más complicados a la hora
de llegar a entender su verdadero alcance.
Los antecedentes necesarios para comprender la situación en la que
tuvo lugar el que fue primer proyecto juntista de América se articularon en
torno a tres hechos políticos cruciales para la historia de España. La máxima autoridad de la isla, el capitán general marqués de Someruelos,2 hubo
de enfrentarse a estas circunstancias de manera casi autónoma, al haber
quedado muy mermadas las comunicaciones con la Península desde 1805,
año en que los británicos habían demostrado su hegemonía en el Atlántico.3
El primero de estos hechos decisivos, uno de los más bochornosos de
la historia de la Monarquía hispánica, tuvo lugar en octubre de 1807, cuando fue descubierta una trama para derrocar a Carlos IV4 planeada por los
partidarios del príncipe de Asturias y que desencadenó el conocido como
«Proceso de El Escorial».5 El conocimiento de estos sucesos provocó
intranquilidad y desconcierto en las distintas instancias del gobierno en
Cuba, al comprobarse que la autoridad real era cuestionada nada menos
que por el heredero al trono.6 En enero de 1808, cuando la noticia llegó a
La Habana, se hicieron manifiestas las diferencias entre aquellos que se
beneficiaban de las prebendas de Manuel Godoy, como eran el intendente
interino Rafael Gómez Roubaud o el comandante general de Marina Juan
María de Villavicencio —que ordenó la ejecución de una salva triple por el
2 Salvador José de Muro y Salazar (1755-1813), segundo marqués de Someruelos, venía desempeñando desde 1799 el cargo de capitán general de Cuba, mando que comprendía además de los
territorios insulares los gobiernos de La Luisiana (hasta 1804) y las dos Floridas (Occidental y
Oriental), en América del Norte; y al mismo tiempo era gobernador de la jurisdicción de La Habana y
presidente de la Real Audiencia situada en Puerto Príncipe desde 1800.
3 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Papeles de Cuba (en adelante Cuba), 1752,
n.º 132, Someruelos a Gracia y Justicia, La Habana, 9 de enero de 1806. Los informes de las autoridades venían dando cuenta de que continuamente se estaban produciendo apresamientos por parte de
buques de guerra ingleses, o incluso ataques de corsarios franceses. Para tratar de mantener las comunicaciones con la Península Someruelos se vio obligado a usar la vía de los Estados Unidos.
4 Navarro, 2007, pp. 77-87.
5 Archivo Histórico Nacional (en adelante AHN), Fondos Contemporáneos, Ministerio de
Hacienda, 4822, n.º 1742, Carlos IV al Consejo Real, San Lorenzo de El Escorial, 30 de octubre de
1807.
6 Cuenca Toribio, 2006, p. 25.
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
triunfo del Favorito ante sus adversarios políticos—, y aquellos otros que,
como el capitán general Someruelos, eran contrarios a los manejos de
Godoy en la isla: de hecho, este último consideró que no había motivo de
celebración «en un suceso tan funesto».7 Esa rivalidad ya se había manifestado un año antes, cuando el rey instituyó el Almirantazgo para premiar,
una vez más, al Favorito.8 Entonces, Gómez Roubaud y Villavicencio se
destacaron como defensores de los derechos monopolísticos y de las prebendas especiales otorgadas al príncipe de la Paz, mientras que el Gobierno
y Capitanía General se había posicionado junto a los poderes locales (especialmente el Cabildo, pero también el Consulado) en la defensa de los derechos e intereses de los habaneros, afectados negativamente por los nuevos
privilegios de Godoy. El malestar de los perjudicados por esas prebendas
había ido en aumento al comprobarse que el Almirantazgo no aportó los
beneficios que decía defender para el comercio americano, en especial contra las distintas concesiones exclusivas otorgadas a algunos «amigos» del
favorito, que siguieron como hasta entonces.9
El segundo hecho fundamental fue el motín de Aranjuez ocurrido
entre los días 17 y 19 de marzo de 1808; pocas semanas después llegaban
a La Habana los primeros rumores sobre el destronamiento de Carlos IV y
la caída de Godoy.10 En mayo arribaron las primeras noticias que anunciaban «graves sucesos» en España y, a principios de junio, se recibían en
Cuba informes fechados en abril que aseguraban que se producirían grandes alteraciones en la Península;11 aunque la notificación oficial de los
hechos no fue recibida por Someruelos hasta el 9 de junio,12 la noticia circulaba por al ámbito caribeño desde fines de mayo.13 En el cabildo ordina7 Villavicencio y Roubaud fueron acusados de celebrar banquetes en honor del príncipe de la
Paz en los que se brindó por éste antes que por el rey. AHN, Consejos, 21.035, P.C.S., «Deseos de desengaños», El Centinela de La Habana, jueves, 14 de octubre de 1813.
8 Archivo del Museo Naval (en adelante AMN), 0299, Ms. 0582/32, real cédula de 18 de enero de 1807.
9 Ibidem, 1185 F019/15, real cédula para la formación del Almirantazgo, Aranjuez, 27 de
febrero de 1807. En el artículo n.º 34 de los estatutos se hacían referencias directas contra los monopolios, considerando que debían ser eliminados, pero esto no sucedió.
10 AGI, Cuba, 1710, Juan Stoughton, cónsul en Boston, al capitán general de La Habana, marqués de Someruelos, Boston, 25 de marzo de 1808. Respuesta de Someruelos, del 2 de mayo.
11 Ibidem, Stoughton a Someruelos, Boston, 27 de abril de 1808. La respuesta de Someruelos
del 8 de junio.
12 AGI, Cuba, 1746, Someruelos a Guerra, La Habana, 10 de junio de 1808, n.º 2364.
13 AGI, Estado, 57, Benito Pérez, capitán general de Yucatán a Estado, Mérida, 23 de Junio de
1808, n.º 31. La noticia había llegado de forma oficial a Yucatán el 31 de mayo y Pérez hizo que se
difundiera por toda la provincia. En Caracas también circulaba desde fines de mayo, aunque la notificación oficial es del 15 de julio. De Diego, 2007, pp. 201-221, p. 217.
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SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS Y JUAN B. AMORES CARREDANO
rio de 10 de junio, el Ayuntamiento habanero aprobó la sumisión al nuevo
monarca aunque no fue proclamado,14 posiblemente ante la perplejidad
causada por las noticias e incertidumbre en cuanto a qué determinación
tomar.
El tercer hecho fue el traslado de la familia real a Francia y el levantamiento del 2 de mayo contra las tropas francesas en Madrid, noticia que
no fue contrastada oficialmente en La Habana hasta la llegada, el 14 de
julio, del intendente electo Juan de Aguilar. Muy posiblemente fue con la
llegada de éste y el conocimiento de la formación de las primeras Juntas en
la Península cuando empezó a hablarse en la capital cubana de la posibilidad o conveniencia de establecer allí una Junta Suprema;15 en todo caso, las
autoridades de La Habana no quisieron que quedara transcrita la discusión
sobre estos hechos en las actas del Cabildo de la fecha16 sino en una elaborada con fecha de 23 de septiembre de 1808.17 Sólo tres días más tarde de
la llegada de Aguilar, el 17 de julio, Someruelos publicó su proclama
Habitantes de la isla de Cuba, en la que comunicaba la recepción de
«manifiestos, proclamas y bandos publicados é impresos emitidos por la
Junta de Sevilla»,18 animaba a seguir el ejemplo del 2 de mayo madrileño y
daba cuenta de la nueva alianza con Inglaterra.19 Al parecer, tras la publicación de la proclama comenzaron a circular gran cantidad de impresos de
diferentes Juntas peninsulares, que incitaban a una parte de la población a
14 Archivo de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana (en adelante AOHCH),
Actas de Cabildo, 1808-1809, fs. 68-70, Cabildo ordinario, 10 de junio de 1808. El citado Cabildo de
1 de julio de 1808 decidió rendir homenaje a Fernando VII a través del considerado «habanero más ilustre» que se hallaba en Madrid, el director general del cuerpo de artillería. En el mismo libro de actas,
fs. 76-78.
15 AHN, Estado, 59-1, B, n.º 75, Juan de Villavicencio a la Junta de Sevilla, La Habana, 9 de
noviembre de 1808.
16 «Como quiera que sin noticias ciertas en el enunciado del día 15 de julio era preciso obrar
con mucho acierto para evitar los males que eran de temer en este público con tan inaudito suceso, hubo
su presidente gobernador (de) mandar que el escribano saliese de la cuadra, para poder tratar secretamente todo este asunto». AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809, fs. 112-115, Cabildo ordinario, 30 de
septiembre de 1808.
17 Ibidem, f. 114, Anexo al acta del Cabildo ordinario, 20 de septiembre de 1808. Someruelos
presentó el día 23 de septiembre una queja por la falta de referencias en el acta del 15 de julio a las
decisiones tomada aquel día, sin embargo, su petición fue añadida a la del día 20 de septiembre.
18 «Papeles que como lo veréis muy presto, no parecen dictados por los hombres, antes sí inspirados por los ángeles; y papeles por fin, que deben producir necesariamente la vindicación de España
mofada y escarnecida, y la libertad de la Europa entera que yace sepultada en la esclavitud por la propia mano que aflige á nuestros hermanos».
19 AHN, Estado, 59-1, A, n.º 3, Proclama. Habitantes de la isla de Cuba, hijos dignos de la
generosa nación española, redactada por el marqués de Someruelos, La Habana, 17 de julio de 1808.
Vázquez Cienfuegos, 2009a, pp. 279-282.
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solicitar la instalación de una Junta de gobierno propia.20 Quizás para calmar los ánimos y disipar dudas, el 18 de julio de 1808 se acordó en reunión
de Cabildo la conveniencia de la proclamación solemne de Fernando VII,21
cuya celebración se llevó a cabo el 20 de julio.22 En todo caso, es claro que
en La Habana ya había empezado a debatirse qué decisiones debían tomarse ante una situación tan grave e inaudita, y las diferentes autoridades
debieron contemplar como necesaria la instauración de un organismo que
centralizase el poder y salvase las disputas que se habían generado en los
últimos días.
De acuerdo con el relato que, para justificar su actuación en esas jornadas, hizo años más tarde el conocido abogado y dirigente criollo
Francisco de Arango,23 el 26 de julio, un grupo de habaneros, animados por
el capitán general marqués de Someruelos, hizo la representación formal al
Ayuntamiento para la instauración de una Junta Superior de Gobierno.24
Con objeto de contar con un apoyo amplio, decidieron que una parte de los
habaneros más destacados debían suscribir el documento proponiendo el
establecimiento de dicha Junta. Al día siguiente se verificó que había sido
rubricado por setenta y tres personas, algo que se consideró insuficiente.25
En todo caso, el proyecto fue finalmente retirado el mismo 27 de julio ante
la oposición que suscitó entre distintos sectores de la población habanera,
constatando el fracaso del primer proyecto juntista de América.26
El objetivo de este trabajo no es aclarar cómo se ideó el plan juntista
ni su significación histórica en el contexto adecuado (cubano, nacional o de
la Monarquía e internacional), ni las razones de su fracaso, aspectos que
20 Ibidem, n.º 12, Someruelos a la Junta de Sevilla, La Habana, 1 de noviembre de 1808.
21 AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809, f. 87, Cabildo ordinario, 18 de julio de 1808.
22 Ibidem, fs. 89-91, Certificación del escribano Miguel Méndez, 20 de julio de 1808.
23 Ponte Domínguez, 1937.
24 Representación de personas notables de La Habana al Ayuntamiento, el 26 de julio de
1808, para que se organizase una Junta Superior de Gobierno con autoridad igual a la de las establecidas en la Península, La Habana, 26 de julio de 1808. Documento justificativo de anexo al
«Manifiesto dirigido al público imparcial de esta isla» de 29 de septiembre de 1821, de Francisco de
Arango y Parreño. En Arango, 2005, pp. 172-173. También Morales y Morales, 1931, pp. 22-23. La
propuesta es idéntica a la reproducida por Justo Zaragoza, fechada en el 17 de julio de 1808. Zaragoza,
1872, pp. 707-708. Testificaciones. AHN, Consejos, 21034, n.º 1, Informe secreto en juicio de residencia de Someruelos, La Habana, 21 de septiembre de1813.
25 En el momento de la firma Francisco de Arango estimó que se necesitaban al menos doscientas. Francisco de Arango solicita del Ayuntamiento de La Habana varios documentos relativos a
la Representación de vecinos notables en que se pedía el establecimiento de una Junta Superior de
Gobierno, La Habana, 20 de diciembre de 1808. En Arango, 2005, p. 175.
26 AHN, Consejos, 21.035, Documentación sobre el juicio de residencia de Someruelos.
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han sido ya ampliamente analizados en otros trabajos.27 El propósito aquí
es identificar a esos 73 firmantes del plan juntista y el rol o posición que
ocupaban en la sociedad habanera de la época, de manera que podamos
obtener una idea más ajustada sobre qué grupos de dicha sociedad pudieron apoyar el proyecto y comprobar si, como se ha dicho hasta ahora, la
oposición al mismo y su eventual fracaso provino del estamento militar y
otros sectores ligados a la administración colonial.
Los estudios que han tratado este asunto no han hecho hasta ahora un
análisis crítico de los datos aportados por los autores clásicos en relación
con los firmantes del proyecto, quizás porque carecían de todas las referencias con las que hoy contamos. El avance historiográfico producido en las
últimas décadas con los trabajos de Sevilla Soler,28 Navarro García,29
Kuethe,30 Amores,31 González-Ripoll,32 Johnson,33 Zeuske,34 Vázquez
Cienfuegos35, Gonçalvès36 y Piqueras37, junto a la mayor facilidad para el
acceso a fuentes documentales y bibliográficas, nos permite hoy identificar
con mayor seguridad a cada uno de los firmantes de aquel proyecto.
Una aclaración previa sobre las fuentes
La primera dificultad para la realización del presente estudio reside en
la crítica que debe aplicarse al estudio del documento en que consta el proyecto juntista y el listado de los que lo suscribieron. La fuente «original»
más utilizada no ha sido el documento original, reproducido por Ponte
Domínguez en 1947,38 sino la transcripción publicada por José de Arango
27 Vázquez Cienfuegos, 2002, pp. 263-271; 2009(b), pp. 207-224. De manera amplia para
todo el periodo ver del mismo autor Tan difíciles tiempos para Cuba, 2008.
28 Sevilla Soler, 1986 y 1993, pp. 81-100.
29 Navarro García, 1991.
30 Kuethe, 1986, 1998, pp. 209-220 y 2005, pp. 301-318.
31 Amores Carredano, 2005, pp. 189-196; 2009a, pp. 49-88.
32 González-Ripoll, 1999, 2001, pp. 291-306, 2004 y 2005, pp. 343-364.
33 Johnson, 2001.
34 Zeuske, 2007, pp. 356-394.
35 Véase Nota 6.
36 Goncalvès, 2008.
37 Piqueras, 2008, pp. 427-486. Este es el trabajo más reciente y quizás el mejor de todos los
que tratan sobre el proyecto de Junta en La Habana. También participa este autor en el capítulo referente a la vida política entre 1780 y 1878 en Cuba en Naranjo Orovio, 2009.
38 El documento se conserva en la Biblioteca Nacional de Cuba «en un tomo de Papeles Varios
[…] junto a los restantes documentos en el opúsculo editado por Arango y Parreño»: Ponte Domínguez,
1947 (la reproducción se encuentra en páginas centrales sin numerar).
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en 1813, es decir, cinco años después de los sucesos.39 Ese texto de Arango
fue reproducido por Justo Zaragoza en 187240 y por Vidal Morales en
1931.41 Estos dos autores son las fuentes citadas habitualmente y sus reproducciones se han considerado como válidas y hasta la fecha, que tengamos
constancia, no han sido cuestionadas.
La primera consideración a tener en cuenta es que José de Arango era
primo carnal de Francisco de Arango y Parreño, estimado como uno de los
principales implicados en el proyecto juntista, por lo que eso ya debería
hacernos sospechar de los posibles intereses que pudiese tener en la reproducción del documento. En 1821 el propio Francisco de Arango transcribió el plan como documento justificativo de su actuación en los sucesos de
1808, pero no el listado de firmantes,42 aunque dio explicaciones sobre la
rocambolesca historia de la conservación del documento.
Según la descripción más verosímil de los hechos, después de la presentación del plan y recogida de firmas que tuvo lugar el día 26 de julio de
1808, en la jornada siguiente cundió el nerviosismo por la oposición al proyecto que empezaba a hacerse patente, y dos de los firmantes —Juan
Bautista Galainena y Pedro Regalado Pedroso— buscaron al síndico procurador del Ayuntamiento de La Habana, Tomás de la Cruz Muñoz,43 para
que fuesen borradas sus firmas. Con el fin de tranquilizarlos, el síndico
rompió en dos pedazos el documento delante de ellos.44 En la descripción
que sobre el suceso hizo en 1813 Tomás Gutiérrez de Piñeres, furibundo
opositor de los autores del plan, señalaba que fueron varios más lo que
«clamaron porque se rompiera o se borraran sus firmas», aunque sin espe39 AHN, Consejos, 21.035. José de Arango, Anexo al folleto Examen de los derechos con que
se establecieron los gobiernos populares en la Península, y con que pudieron por cautiverio de Sr. D.
Fernando VII, establecerse en la América española donde hubieran producido incalculables ventajas,
entre otras la de precaver las sediciones. Oficina de Arazoza y Soler, La Habana, 1813. El documento
fue copiado del original, siendo anunciado en el Diario de la Habana del 14 de septiembre de 1813.
40 Zaragoza, 1872, pp. 707-708, en donde cita como fuente el texto de José de Arango A los
vecinos pacíficos de La Habana, folleto de 8 páginas, pero publicado en 1821 en La Habana, en la
Imprenta fraternal de los Díaz de Castro, impresores del Consuelo Nacional, plazuela de San Juan de
Dios.
41 Morales y Morales, 1931, pp. 22-23.
42 Representación de personas notables de La Habana al Ayuntamiento, el 26 de julio de
1808, para que se organizase una Junta Superior de Gobierno con autoridad igual a la de las establecidas en la Península, La Habana, 26 de julio de 1808. En Arango, 2005, pp.172-173.
43 Comerciante, miembro del Consulado y hacendado. A principios del XIX se le consideraba «de notorio crédito en este comercio» (AGI, Santo Domingo, 1679, el intendente Viguri a Miguel
Cayetano Soler, 12 de diciembre de 1801). En 1808 aparece como dueño de un ingenio de azúcar con
123 esclavos. Tornero, 1996, p. 27.
44 Representación de personas notables de La Habana al Ayuntamiento.
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cificar los nombres.45 Los trozos del documento fueron guardados por Cruz
Muñoz y a su fallecimiento en 1813, su viuda los entregó a Francisco de
Arango, según él mismo aseguró en 1821.46
Arango confirmó que el papel guardado por Cruz Muñoz no había
tenido «la menor testadura ni signo de adulteración», aunque no dudó en
reconocer que el síndico «hubo de rasgar las tres hojas primeras, a lo largo
de siete pulgadas».47 En definitiva, que el documento fue roto y parece que
lo fue el mismo día 27 de julio de 1808. Arango no dio una explicación
sobre las razones para la manipulación por parte de Tomás de la Cruz. Por
cierto, esa maniobra de nada sirvió a Galainena y Pedroso, pues sus nombres se conservaron.
Esto nos llevó a cuestionarnos por qué entre los firmantes no estaban
los nombres de los que han sido considerados tradicionalmente como los
principales inductores del plan ni de alguno de aquellos que tenemos la certeza de que participó en las deliberaciones previas. Pero antes debemos
hacer una pequeña aclaración de un error repetido hasta hoy día: los firmantes no fueron 73, a pesar de que José de Arango lo asegurase, pues los
dos últimos nombres corresponden a una única firma ya que el firmante,
Juan Bautista Lasala, lo hizo en nombre de Manuel José Díaz; es decir, que
no lo suscribió en su nombre y por tanto sólo fueron 72 los signatarios.48
Los inductores y conocedores previos del plan
La consideración más verosímil es que la propuesta juntista fue redactada, a indicación del marqués de Someruelos,49 por el ecijano Agustín de
Ibarra, mariscal de campo y comandante de las compañías veteranas de
45 AHN, Consejos, 21.035, Folleto de Tomás Gutiérrez de Piñeres, La Habana, 23 de noviembre de 1813.
46 José de Arango, Examen de los derechos, p. 25.
47 Francisco de Arango, Al público imparcial, p. 173. En la reproducción facsímil proporcionada por Ponte Domínguez, aunque con cierto desorden en la colocación de los pedazos reproducidos,
se puede observar la mencionada rotura del papel. Ponte Domínguez, 1947 (páginas centrales sin numerar).
48 Es interesante comprobar cómo en el texto de José de Arango se separan los firmantes con
dobles guiones y con respecto a estos dos nombres sólo están separados por una coma, correspondiendo con las firmas del documento original.
49 Desde nuestro punto de vista no hay duda de que Someruelos fue uno de los promotores
principales, si no el principal, aunque eso es algo que no analizaremos en este trabajo. Véase Vázquez
Cienfuegos, 2008, pp. 231-243.
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artillería,50 que contó con la colaboración de los siguientes: Francisco de
Arango y Parreño, como alférez real del Cabildo habanero;51 José de
Ilincheta, asesor del capitán general; Pedro Pablo de O`Reilly y Arredondo,
conde de O Reilly y comandante del regimiento fijo de La Habana,52 como
alguacil mayor del Cabildo; el síndico procurador del Ayuntamiento, el
comerciante Tomás de la Cruz Muñoz; y el regidor José María Xenes,
según la testificación del propio Francisco de Arango.53 Su primo José aseguró en 1813 que junto a éstos se encontraba el capitán Andrés de
Jáuregui54 como alcalde ordinario de ese año. El memorial iba dirigido al
«Muy Ilustre Ayuntamiento» por considerar que aquella era la más legítima o legal representación de la ciudadanía habanera.55
Para poder aproximarnos a un conocimiento más profundo de los
inductores, ya que tenemos la certeza de que con los documentos conocidos es muy difícil ser concluyentes, debemos remontarnos al 22 de julio de
1808, cuando tras la proclamación de Fernando VII del 20 de julio, tuvo
lugar el Cabildo en el que se tomó la decisión de ir adelante con el proyecto juntista. En aquella reunión estuvieron presentes los regidores Andrés de
Jáuregui, Francisco de Arango, el conde de O’Reilly, Joaquín de Herrera,56
Luis Ignacio Caballero,57 Carlos Pedroso,58 Francisco de Loynaz,59 Tomás
de la Cruz y el conde de Santa María de Loreto60 y se acordó tomar las
50 Kuethe, 1986, p. 160.
51 Zaragoza, 1872, p. 183.
52 Kuethe, 1986, pp. 160-161.
53 Francisco de Arango, Al público imparcial, p. 176.
54 Hijo de Juan Tomás de Jáuregui, un importante comerciante y hacendado. Andrés de
Jáuregui y Aróstegui será diputado a las Cortes Extraordinarias en 1811.
55 El texto dice expresamente «una legítima o la más legal representación de este Público».
Ponte Domínguez, 1947, p. 46.
56 La familia Herrera era una de las más poderosas e influyentes de La Habana. Joaquín
Herrera debía ser el teniente de regidor de uno de sus parientes —José Miguel de Herrera y ZayasBazán, VI marqués de Villalta, y el conde de Gibacoa, regidores perpetuos y con potestad para tener un
teniente para el cargo. Amores Carredano, 2000, pp. 52, 337.
57 Regidor perpetuo de La Habana. Ibidem, p. 70.
58 Carlos Pedroso y Garro, hijo de Mateo Pedroso, uno de los hombres más ricos de La
Habana fallecido en 1800, a quien sucedió como regidor perpetuo. Hacendado azucarero (Tornero,
1996, p. 273). En 1831 se le concedió el título de conde de Casa Pedroso (AGI, Títulos de Castilla, 2,
R. 40).
59 Francisco de Loynaz y Lizundia, teniente de navío retirado e hijo primogénito de la III marquesa del Real Agrado (no le sucedió porque murió antes que su madre). Nieto y Cortadellas, 1954, p.
414.
60 El conde (consorte) de Santa María de Loreto era Francisco de Peñalver y Cárdenas, hermano del I conde de Peñalver y sobrino del I marqués de Arcos (el famoso tesorero Ignacio de
Peñalver). Ibidem, p. 534.
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medidas necesarias para instaurar una Junta en La Habana.61 El texto definitivo, redactado por Agustín de Ibarra,62 sería aprobado por todos los participantes y ratificado por Someruelos.63 Este sería el último documento
contemporáneo a los acontecimientos que cita el proyecto y no hay otras
fuentes disponibles, pues las descripciones oficiales se silenciaron.
Por tanto, parece evidente que al menos estuvieron implicados directamente, además de Someruelos, el conde de O Reilly, Ilincheta, Arango y,
casi sin lugar a dudas, Ibarra y Jáuregui. Por la declaración de Arango y
Parreño, así como por las actas capitulares, todos los demás estaban informados, cuando menos, desde la reunión en Cabildo de 22 de julio.64
Podríamos decir que todos los nombrados fueron los que apoyaron el plan
hasta el último momento, de manera más o menos explícita, con independencia de que aparezcan o no en la lista de los firmantes del proyecto.
En las reuniones también participó y tomó parte en los debates el conde de Casa Barreto, José Francisco Barreto y Cárdenas;65 y muy posiblemente también el procurador público habanero Judas Tadeo Aljovín, el
comerciante catalán Raimundo José Queraltó, así como otros que aunque
quizás habían participado en las deliberaciones previas, finalmente se mostraron opuestos al plan como fue el caso de Manuel Coimbra,66 Juan
Francisco Núñez del Castillo,67 Francisco Sánchez Pando y seguro algunos
61 AOHCH, Actas de Cabildo, 1808-1809, fs. 87-91, Cabildo ordinario, 22 de julio de 1808.
Hemos de señalar que esta es la última referencia al asunto en aquellas fechas, tanto en las actas como
en la correspondencia oficial; al parecer se evitó dejar constancia por precaución.
62 «No tengo comprobante de que fuese el Sr. Ibarra el que la extendiera, ni creo que se echará de menos, toda vez que declaro que tuvo mi aprobación». Francisco de Arango, Al público imparcial, p. 168.
63 Ibidem, pp. 167-168.
64 Ibidem, p. 176.
65 AOHCH, Actas Capitulares originales (1 enero de 1812-diciembre de 1812), libro n.º 83,
Representación del conde de Casa Barreto a Someruelos, La Habana, 27 de julio de 1808.
66 Abogado y asesor del Consulado, puesto que le fue asignado a propuesta de Francisco
Arango al momento de crearse aquella institución (AGI, Santo Domingo, 2190, Arango a Gardoqui,
Madrid, 7 de junio de 1793). Era también teniente de justicia mayor de San Juan de Jaruco (AGI,
Ultramar, 120, N. 7, y 154, N. 87), es decir, hombre de la mayor confianza del conde de Mopox y
Jaruco, famoso entre otras cosas por la contrata exclusiva y millonaria que logró del propio Godoy para
importar harinas de los Estados Unidos, negocio que gestionó Arango como representante de Jaruco en
La Habana. Sin embargo, Coimbra parece que se convirtió más tarde en enemigo del propio Arango:
así lo afirma Francisco J. Ponte Domínguez (1947, pp. 20-21), quien lo incluye «en el séquito de
Villavicencio y de Gómez Roubaud», el comandante de Marina y el intendente interino, enemigos
declarados del famoso habanero. Es difícil conocer la causa de su inquina hacia quien le había aupado
a tal puesto: ¿envidiaba y quizá esperaba suceder a Arango como síndico del Consulado?
67 Hijo del marqués de San Felipe y Santiago, oficial de cuerpo veterano. Kuethe, 1986, p.
161.
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más, contrarios al modo en que se planteaba la Junta o, sobre todo, con el
papel que se les debía asignar y no al hecho de la creación en sí de la citada Junta.68 Otro influyente personaje habanero, Luis de Peñalver y
Cárdenas, obispo electo de Guatemala y hermano del marqués de Arcos,
había sido consultado por su hermano Nicolás sobre si debía ratificar el
documento,69 cosa que finalmente hizo, por lo que el prelado estaba también al tanto. También estuvo presente el brigadier Francisco Montalvo,70 y
hasta tuvo conocimiento el comandante de Marina Juan Manuel de
Villavicencio, pues reconoció haber estado involucrado.71 El intendente
Juan de Aguilar, que acababa de llegar el día 14 de julio, aunque no estaba
tan al corriente de la situación como para participar en las discusiones,
brindó su apoyo decidido a las decisiones que tomase el capitán general,
incluido el plan juntista.72
Ninguno de los nombrados, a excepción de Raimundo Queraltó y
Nicolás de Peñalver, aparecen entre los firmantes ni fueron relacionados
con el proyecto juntista, a pesar de que su conocimiento implicaba que, al
menos por omisión, habían aceptado sus planteamientos. Es decir, que además de los que dejaron plasmada su firma hemos de considerar que hubo
otros 22 sujetos más o menos implicados en la propuesta, todos ellos de
una notable relevancia política y económica en La Habana de 1808.
Si analizamos todos estos datos, de entre las principales autoridades
en La Habana sólo quedó al margen del debate Rafael Gómez Roubaud,
superintendente de Tabacos e intendente interino entre 1803 y 1808. La
otra autoridad importante que aparentemente no participó de una forma
directa en la cuestión de la Junta fue el obispo de La Habana, Juan José
Díaz de Espada. De todos modos tenemos constancia de que tanto Roubaud
como el obispo Espada fueron informados por el conde de Casa Barreto,
aunque no parece que llegaran a formar parte de las reuniones.73
68 Casa Barreto, principal opositor del proyecto, llegó a considerar «lícita y precisa» la instauración de la junta. AOHCH, Actas Capitulares originales (1 enero de 1812-diciembre de 1812), libro
n.º 83, Representación del conde de Casa Barreto a Someruelos, La Habana, 27 de julio de 1808.
69 Ponte Domínguez, 1947, p. 49.
70 AHN, Consejos, 21034, n.º 1, Testificaciones informe secreto en juicio de residencia de
Someruelos: Judas Tadeo Aljovín, La Habana, 21 de septiembre de1813.
71 AHN, Estado, 59-1, B, n.º 75, Juan de Villavicencio a la Junta de Sevilla, La Habana, 9 de
noviembre de 1808.
72 Ponte Domínguez, 1947, p. 44.
73 AOHCH, Actas Capitulares originales (1 enero de 1812-diciembre de 1812), libro n.º 83,
Representación del conde de Casa Barreto a Someruelos, La Habana, 27 de julio de 1808.
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Los firmantes
Después de haber clarificado quienes fueron los inductores y principales implicados no recogidos en el documento, debemos analizar quiénes
eran los firmantes, cuál era su relevancia social y política, y cuáles podían
ser sus intereses, económicos o de otro tipo, en relación con la eventual instauración de una Junta de gobierno en La Habana.
Los diversos autores que han tratado el asunto no siempre han analizado estos aspectos o lo han hecho de manera muy limitada. Así, a la hora
de calificar o situar a los firmantes, Justo Zaragoza aseguraba que se trataba de un grupo de «notables»;74 Ponte Domínguez también hablaba de
«notables»;75 Portuondo del Prado intentó darle un tinte más nacionalista al
afirmar que eran un conjunto de criollos que podía haber dominado la
situación política por «su número y calidad»;76 Leví Marrero, por el contrario, no calificó a los componentes pero consideraba que por su número era
un grupo «débil»;77 Sevilla Soler, basándose en el enfoque clásico de la historiografía cubana,78 los juzga como un grupo de «criollos azucareros»
enfrentados a «comerciantes peninsulares»;79 Kuethe, mejor informado,
considera una exageración hablar de «notables»;80 tesis que apoya Navarro
García, que los describe como gente poco ilustre de la que sólo algunos
podían ser considerados realmente como notables;81 sin embargo, Zeuske
considera que las firmas se buscaron entre las familias más importantes;82 y
para Piqueras no hay duda de que los peticionarios eran «personas notables».83 Como vemos, la calificación más frecuente es la de «notables», un
término ciertamente ambiguo y poco comprometido desde el punto de vista del análisis.
Uno de los problemas al respecto de este asunto ha sido dar una explicación sobre las intenciones o motivaciones reales de los firmantes del proyecto de Junta, para lo que consideramos imprescindible conocer con deta74
75
76
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83
116
Zaragoza, 1872, p. 183.
Ponte Domínguez, 1947, pp. 121-122.
Portuondo, 1965, p. 261.
Marrero, 1990, p. 12.
Guerra y Sánchez, 1952, pp. 18-43.
Sevilla Soler; 1993, p. 83 y 1986, pp. 61-62.
Kuethe, 1986, p. 162.
Navarro García, 1991, pp. 23-24.
Zeuske, 2007, pp. 370-371.
Piqueras, 2008, pp. 442, 454.
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
lle de qué individuos se trata. Desde luego, lo primero en que hay que insistir —aunque haya sido ya advertido—84 es que en el proyecto juntista en sí
mismo no se encuentra ningún atisbo de un enfrentamiento criollo-peninsular; otra cosa es que fuera utilizado posteriormente por un sector concreto de los peninsulares para atacar a los elementos más destacados de la elite criolla, en particular a Francisco de Arango.
En todo caso, se ha de advertir que las adscripciones políticas ligadas
a la condición de peninsular o criollo, tan comunes en los estudios sobre el
periodo tardo-colonial e independentista de los territorios continentales de
la Monarquía, son puestas cada vez más en entredicho por la historiografía
reciente. Y para el caso habanero es especialmente discutible, con familias
que viajaban frecuentemente a uno y otro lado del Atlántico, conservando
durante años los vínculos con la tierra de origen, pero también en muchos
otros casos adaptándose a la tierra de acogida y considerando como propios
los intereses de Cuba. Es el caso, incluso, de muchos funcionaros o servidores de la Corona, civiles y militares, en la isla.85
Sin embargo, resulta significativo que el propio José Arango se preocupara de señalar que, de los setenta y tres firmantes (setenta y dos para
nosotros), cuarenta y seis eran peninsulares y veintisiete criollos,86 como si
quisiera dejar constancia —en medio de la polémica que suscitó su publicitación— de que el proyecto contó con un mayoritario apoyo de los primeros.87
En todo caso, los peninsulares de origen eran clara mayoría con respecto a los criollos, en una proporción de casi dos a uno, lo que desbarataría la idea tradicional del enfrentamiento entre «españoles» y «cubanos» en
el debate entre fidelismo y autonomismo a principios del siglo XIX,88 en el
que este plan juntista se supone que debía ser la primera expresión, por par84 Últimamente por Piqueras, 2008, p. 450. Vázquez Cienfuegos, 2009, p. 222.
85 Este aspecto se olvida con frecuencia por una parte de los estudiosos de la historia de Cuba;
los grandes comerciantes habaneros del periodo estudiado eran en su mayor parte nacidos en la metrópoli pero se hallaban fírmemente afincados en La Habana y convertidos muchos de ellos en hacendados: es el caso de Juan Bautista de Lanz, Pedro J. de Erice, Juan Bautista Galainena, los Martínez de
Pinillos, Lorenzo de Quintana, Gabriel Raimundo de Azcárate, los hermanos Boloix, la familia Cuesta
y Manzanal, etc. Un repaso a la composición de la Junta de Agricultura y Comercio, o del Consulado
de La Habana, o a los socios de la Sociedad Económica, puede dar una idea cabal de lo que decimos
(Véase Amores, 2009, pp. 49-88).
86 José de Arango, Examen de los derechos, p. 27.
87 Esta afirmación la hizo José de Arango en 1813 cuando ya se había iniciado el proceso independentista en el continente y la situación no tenía nada que ver con la de 1808.
88 Vázquez Cienfuegos, 2009, pp. 207-224.
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te del criollismo cubano, del deseo de una mayor autonomía política con
respecto a España. Como afirma Piqueras, lo seguro es que el plan juntista
no fue una maniobra de criollos para conseguir una posición influyente o
para hacerse con el poder.89 Siguiendo la argumentación del mismo autor,
lo verdaderamente determinante es tratar de conocer los intereses que
movían a los firmantes, más que su origen peninsular o antillano.
Hacendados, comerciantes, funcionarios, abogados y eclesiásticos
La presencia de los clanes más poderosos de la isla está perfectamente representada con los apellidos Herrera, Pedroso, Chacón, Peñalver,
Calvo de la Puerta, Montalvo o Cárdenas. Hasta diez de los firmantes llevan alguno de estos apellidos, entre los que se repartían la mayor parte de
los títulos nobiliarios habaneros. Todos estos formaban parte del grupo más
prominente de la «sacarocracia» o grandes hacendados azucareros, los cuales, además de controlar el Cabildo, ocupaban parte de los mandos de los
regimientos fijos y los cuerpos milicianos, y eran miembros destacados de
la Junta de Agricultura y Comercio.90
Muy próximos a estos linajes y emparentados con ellos, aunque por el
momento no titulados, aparecen en la lista otros apellidos como Caballero,
Armenteros, Aróstegui o Jáuregui, que habían cimentado sus fortunas en el
comercio, se habían casado con ricas habaneras y eran, desde hacía décadas, grandes hacendados, además de miembros del Cabildo, como regidores perpetuos (caso de Armenteros, Aróstegui y Caballero) o como alcaldes anuales o comisarios (caso de Jáuregui), y de las otras instituciones
citadas.
Muy cercanos a éstos por su estatus social, aunque nacidos en la
Península, hay que situar a los firmantes Bernabé Martínez de Pinillos, afamado comerciante que alcanzaría el título de conde de Villanueva y padre
del no menos famoso Claudio Martínez de Pinillos, todopoderoso intendente de la isla entre 1825 y 1851; los hermanos Francisco María y Pedro
de la Cuesta y Manzanal, titulares de una de las más poderosas casas
comerciales habaneras y terratenientes; o Bonifacio González Larrinaga,
igualmente gran comerciante y hacendado azucarero, miembro del
89 Piqueras, 2008, p. 450.
90 Goncalvès, 2003, pp. 171-198.
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
Consulado y de la Sociedad Económica y capitán de milicias. Dentro de
este grupo podríamos también situar a Joaquín Garro, Juan Vicente Adot y
José de Flores Isunza, ya que eran mercaderes y hacendados al mismo
tiempo, aunque de fortuna más reciente que los anteriores. Una posición
similar ocuparía José Vicente de Orúe y Gorbea, que había hecho su carrera en las Intendencias de Cuba y Luisiana y se había afincado en La Habana
como hacendado y comerciante desde 1792. En definitiva podríamos asegurar que al menos veintitrés —un tercio aproximadamente— de los infrascritos formaban parte de la auténtica elite social y económica habanera.
Se puede constituir un nuevo grupo con otros veinte firmantes, también comerciantes nacidos en la Península, lo que daría casi otro tercio del
total. Este dato por sí sólo desbarataría la idea de una Junta de «criollos
azucareros» a la que se opusieron «comerciantes peninsulares».91 Al parecer, hasta diez de estos firmantes habían ocupado cargos en la Junta de
Gobierno del Real Consulado,92 y hay que destacar que la Real Compañía
de Comercio de La Habana, institución que podría considerarse más directamente ligada a intereses peninsulares «colonialistas», aparece también en
el listado con la firma de León Ruiz de Azúa, contador de la misma en ese
momento, así como su tesorero José de Axpe. Esto parece demostrar un
interés especial de parte de los inductores del proyecto y de los comerciantes peninsulares por participar en la nueva institución de Gobierno que se
proponía para la isla.
Por otro lado, llama la atención el significativo número de empleados o funcionarios firmantes, un total de once. Algunos de los autores que
venimos citando han sostenido la idea de que entre los opositores al plan
estaban los empleados de la Intendencia, de la Superintendencia de
Tabacos y de la Marina, pues se supone que el plan pretendía la sujeción
de las distintas instancias administrativas bajo la autoridad centralizada de
la nueva Junta,93 un aspecto de gran interés en sí mismo por lo que suponía de ruptura con la tradición de Gobierno del Antiguo Régimen pero
que no es éste el lugar para analizarlo. Sin embargo, no hay la menor duda
de que había varios cargos importantes de estas instituciones entre los que
suscribieron el proyecto. Como hemos visto, Juan de Aguilar, intendente
de La Habana, apoyó el plan. Y entre los firmantes encontramos altos car91 Sevilla Soler, 1993, p. 83 y 1986, pp. 61-62.
92 Piqueras, 2008, p. 453.
93 Sevilla Soler, 1993, p. 83; Kuethe, 2005, pp. 306-307; Piqueras (2008, p. 446) incide en que
el personal de la Intendencia se oponía a la Junta.
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SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS Y JUAN B. AMORES CARREDANO
gos de la Intendencia como los dos administradores generales de rentas
de La Habana, Julián Fernández y Francisco de Isla,94 los contadores de
la misma administración general Pedro de Achaval y Orueta95 y José
Sedano;96 el contador ordenador del Tribunal Mayor de Cuentas Próspero
Amador García,97 y los contadores de la administración de Correos, Félix
López Ayllón98 y Juan Alonso Carriazo.99 Cuando menos llama la atención
que, a pesar de los posibles perjuicios que supuestamente les podría acarrear el plan, el perfil de estos firmantes dentro de la administración colonial fuese bastante alto. Quizá haya que tener en cuenta que algunos de
los mencionados (Fernández, Isla, Achaval, Sedano) consolidaron su
carrera de la mano de José Pablo Valiente, intendente en 1787-1790 y en
1792-1799, bien conocido como un «aliado» de Francisco Arango y
Parreño en la lucha por la liberalización de la economía y el comercio de
la isla.
En cuanto a la Marina, nada menos que su comandante Juan Manuel
de Villavicencio reconoció haber figurado inicialmente como vocal del proyecto de Junta.100 Es posible que fuese de los primeros en mostrar reticencias y hasta oposición,101 aunque es sospechoso que no se arrogase nunca el
papel de haber provocado su fracaso, algo que le hubiese sido probablemente beneficioso.
La idea de una oposición frontal al proyecto de las otras dos instancias de poder relevantes en la isla distintas de la Capitanía General, que
eran la Intendencia y la Marina, está originada en las propias declaraciones
que el capitán general hizo el 1 de noviembre de 1808 a la Junta de
Sevilla,102 pues en el plan apenas se hace una mención a la reunión de las
94 AGI, Ultramar, 151, N. 54.
95 AGI, Ultramar, 154, N. 33.
96 AGI, Ultramar, 151, N. 47.
97 AGI, Ultramar, 127, N. 33.
98 AGI, Estado 27, n. 51.
99 AGI, Correos, 265B.
100 AHN, Estado, 59-1, B, n.º 75, Juan de Villavicencio a la Junta de Sevilla, La Habana, 9 de
noviembre de 1808. Reconocía incluso que había participado «en conversaciones generales» sobre el
asunto, aunque aseguraba que siempre dijo que no formaría parte de ella.
101 Ponte Domínguez, 1947, p. 45.
102 AHN, Estado, 59-1, A, n.º 12, Someruelos a la Junta de Sevilla (el primero no conocía todavía que había cesado en su funciones el 25 de septiembre a favor de la Junta Central), La Habana, 1 de
noviembre de 1808. Explicaba el ya ex capitán general que el plan establecía que debían uniformarse
«las disposiciones de los diferentes ramos que hay en ella cada uno con su jefe respectivo, e independientes los unos de los otros, necesitándose grandes reformas por lo que respecta a los crecidos gastos
que ocasionaron los ramos de Hacienda, superintendencia de Tabacos y Marina».
120
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
«principales autoridades establecidas». Es decir, se trata de una explicación
a posteriori y posiblemente interesada, pues la presencia de estos suscriptores parece desdecir esta oposición, al menos con respecto al proyecto.
En cuanto a la participación del estamento eclesiástico, fueron cuatro
los firmantes de esta condición, dos de ellos con un alto grado de responsabilidad como lo eran Antonio Fonte, cura rector del Sagrario de la
Catedral,103 y fray Tomás Pascual, prior del convento dominico de San Juan
Letrán de La Habana.104 Nicolás Taboada había sido provisor y vicario
general de la diócesis de La Habana entre 1802 y 1807.105 Aunque el obispo Espada quedó aparentemente al margen, el hecho de que firmara su provisor y vicario general sugiere que estaba más que al tanto del proceso: es
bastante improbable que Taboada se prestara a estampar su firma sin la
aprobación de su superior eclesiástico inmediato.106
Un dato también revelador a nuestro juicio es el de la presencia de
hasta siete abogados entre los firmantes. De ellos se ha podido identificar
al doctor Dionisio Vicente Matamoros, abogado de la Real Audiencia de
Puerto Príncipe y catedrático de la Universidad de La Habana; a Luis
Hidalgo y Gato,107 y al principeño Tomás de Palma, que sería síndico procurador del primer Ayuntamiento Constitucional de La Habana en 1812, y
hombre al parecer de la confianza de Someruelos.108 Si hemos de sumar a
éstos, como es obvio, a Francisco de Arango y Parreño, parece claro que
los inductores del proyecto estaban convencidos de que se movían dentro
de la legalidad, igual que ocurrió ese mismo año con los promotores de las
Juntas en la Península y en la mayoría de las capitales americanas.
103 Fernández Mellén, 2006, pp. 79-88.
104 Leiva, 2007, p. 209.
105 Fue secularizado y renunció a sus cargos para casarse con María Felicia de Jáuregui, hija de
María de Aróstegui y de Juan Tomás de Jáuregui, emparentando con dos importantes familias de La
Habana. Nicolás Taboada a Francisco Gil, La Habana, 29 de agosto de 1807, Archivo General de la
Marina Álvaro de Bazán, Expediciones de Indias, 43, 1701, n.º 43.
106 Quisiéramos agradecer la colaboración de Consolación Fernández Mellén en la información
referente a los eclesiásticos por su amplio conocimiento en la materia.
107 Uno de los abogados más prestigiosos de La Habana, a su vez de familia de juristas. Entre
otras actuaciones relevantes, aparece como uno de los que firmaron —junto al conde de Casa Montalvo,
el conde de O’Reilly, Agustín de Ibarra, Francisco de Arango y Parreño, Rafael González y Andrés de
Zayas— las Instrucciones que el Ayuntamiento habanero entregó a Andrés de Jáuregui, elegido diputado para las Cortes Extraordinarias de 1810: Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, Colección
M. Morales, 79.
108 Al menos en dos ocasiones lo escogió como asesor para instruir causas judiciales de esclavos, en lo que parecía ser un «especialista». Amores Carredano, 2009(b), pp. 79-101.
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La cuestión «militar»
Otro tema que se ha planteado por los que se han referido al proyecto
de Junta de La Habana es el del supuesto rechazo de los militares. Los principales defensores de esta «oposición militar» han sido Kuethe y Zeuske.
Para explicar ese rechazo, Kuethe utiliza dos argumentos. En primer lugar,
resalta la importancia del fuero militar, un privilegio de enorme valor social
y jurídico del que gozaban especialmente los criollos jefes de los cuerpos
de milicias, y al que supuestamente eran contrarios los que él considera
principales inductores de la Junta, Arango y el asesor Ilincheta.109 Por otro
lado, destaca la trascendencia del situado, las remesas de dinero enviadas a
La Habana desde México para cubrir los gastos de defensa y administración de la isla, y cuya llegada se pondría supuestamente en peligro con el
plan juntista.110 Zeuske, por su parte, apoya esta tesis y considera que la
oposición militar fue decisiva para el fracaso del proyecto.111 El norteamericano asegura que sólo cuatro oficiales cubanos se unieron al plan: el conde de Gibacoa, jefe de los Dragones de Matanzas; el conde de Casa Bayona
y su hijo Francisco Chacón, ambos del regimiento voluntario de infantería
de La Habana; y don Juan Montalvo O`Farrill, supernumerario en el regimiento fijo de la misma ciudad.112
Sin embargo, habría que señalar varias salvedades que contradicen ese
argumento. En primer lugar, nos parece importante advertir la diferencia
sustancial que existía entre el oficial militar de carrera o veterano y el miliciano. Los defensores del argumento de la oposición militar al proyecto
juntista no parece que lo hayan tenido suficientemente en cuenta. En este
sentido, el supuesto peligro de la desaparición del fuero militar para los
jefes de milicias no era algo que preocupara demasiado a los altos cargos
veteranos, más bien todo lo contrario: de hecho, éstos se venían manifestando abiertamente en contra de los privilegios que, a cambio de dinero, iba
otorgando la Corona a los criollos jefes de las milicias, como el de concederles las coronelías de ejército a los que lo eran sólo de milicias.113 Por tanto, para hablar con propiedad de una oposición militar habría que dilucidar
109 Kuethe, 1986, pp. 165-166.
110 Kuethe, 2005, pp. 307-318.
111 Zeuske, 2007, pp. 370-371.
112 Kuethe, 1986, p. 168.
113 Véanse, por ejemplo, los informes que emite Domingo Cabello, sargento mayor de la plaza de La Habana, y gobernador interino en 1789-1790, acerca de estas pretensiones, AGI, Santo
Domingo, 1252, Cabello a Antonio Valdés, 13 y 18 de octubre de 1789.
122
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
cuál fue la posición de los jefes de los cuerpos veteranos ante la propuesta
juntista. Los defensores de esa teoría aducen siempre que el brigadier de
ejército Francisco Montalvo fue el ejecutor de esa oposición militar. Esta
tesis tiene su origen en los planteamientos de Jacobo de la Pezuela, que
describió de manera dramática la intervención de Montalvo en la reunión
en que se debatía el plan, a la que puso prácticamente fin con una demostración de fuerza.114 Pero esa versión no ha sido contrastada, el propio
Pezuela no da sus fuentes y ninguna de las versiones expuestas por los coetáneos dio cuenta de nada parecido, algo muy extraño en un suceso de tal
gravedad.115 Es más, alguna de las versiones de la época consideran que
Francisco Montalvo conocía el plan e incluso parece que llegó a ser propuesto como presidente de la Junta y que, si intervino para poner fin al proyecto, fue por orden del marqués de Someruelos.116 Desentrañar el verdadero papel de Montalvo en estos sucesos no es un asunto menor, pues en 1808
él era nada menos que el jefe de todas las tropas veteranas y milicianas de
la isla por delegación del mismo capitán general,117 y con posterioridad a
los hechos comentados siguió contando con la especial confianza de
Someruelos.118
La segunda salvedad se refiere al tema del situado. Para la fecha
(1808), este importantísimo subsidio había decrecido enormemente, hasta
el punto de que había dejado de ser, con mucho, el ingreso principal de las
cajas de La Habana, como revelan las cifras siguientes (en pesos):119
114 Según Pezuela, mientras Arango exponía su discurso, el brigadier Francisco Montalvo lo
interrumpió y golpeando la mesa con su espada afirmó que ninguna Junta suprema o provincial sería
instalada en La Habana mientras él viviera y portase su espada. Pezuela, 1868-1878, pp. 384-385.
115 Ponte Domínguez (1947, pp. 51-52 (nota 57), ya denunció esta cuestión, aunque no explicó el papel de Montalvo.
116 AHN, Consejos, 21034, n.º 1, Testificaciones informe secreto en juicio de residencia de
Someruelos: Judas Tadeo Aljovín, La Habana, 21 de septiembre de 1813. En opinión de Sigfrido
Vázquez, que desarrollará en futuros trabajos, Montalvo actuaba a las órdenes de Someruelos.
117 AGI, Cuba, 1747, n.º 2502, Someruelos a Guerra, La Habana, 26 de agosto de 1809.
118 Montalvo fue designado por Someruelos jefe de las tropas que sofocaron el tumulto suscitado contra los franceses en 1809 y en 1812 fue el encargado de acabar con la conocida como sublevación de Aponte. Véase Vázquez Cienfuegos, 2008, pp. 447-448.
119 Los datos de los dos primeros periodos reseñados nos han sido proporcionados por el doctor José Manuel Serrano Álvarez, al que agradecemos esa información. Los del último periodo, de sólo
cuatro años, en AGI, Santo Domingo 1682, 1684, 1685 y 1686: estados de caudales de Cuba de 1801,
1802, 1803 y 1804 respectivamente. La cifra de lo recaudado de rentas de la isla debería incrementarse con otros 2.245.449 pesos «debidos cobrar» y no cobrados en esos años. Hacemos mención únicamente del «situado de tierra», destinado a pagar los costos del ejército y de la administración de la isla,
pero una evolución similar o aún peor tuvieron los destinados a la Marina.
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Periodo
situado de tierra
rentas de la isla
1790-1794
1795-1800
1801-1804
3.114.129
1.945.792
882.935
5.019.322
8.662.234
8.435.986
Evidentemente, el inicio de la guerra con Inglaterra en 1796 produjo
un descenso creciente en la llegada del situado a La Habana, tanto porque
la metrópoli reclamó al virrey de Nueva España todo el dinero que pudiera
enviar como por las dificultades de la navegación.120 Pero lo principal que
revelan esas cifras es que las rentas propias de la isla estaban haciendo
posible cubrir la mayor parte de sus obligaciones presupuestarias sin necesidad del situado. De hecho, para 1810 dejó éste de llegar de modo definitivo. Hacía años, por tanto, que la arribada del situado no podía constituir
una prioridad para los sectores privilegiados —militares, jefes criollos de
las milicias, grandes hacendados y comerciantes—, aunque hasta entonces
sí se habían beneficiado directa o indirectamente de esa inmensa y continuada transferencia de capitales.121
De todas formas, si aceptáramos el considerar como miembros del
sector militar a los jefes y oficiales de las milicias, entonces resultaría que
había mucho más que cuatro oficiales firmantes del proyecto: en concreto,
veintitrés de esos firmantes tenían en ese momento carácter de oficial de
milicias. Y es que, a los jefes criollos de las milicias disciplinadas de la isla
—Sebastián José de Peñalver, coronel,122 Juan Tomás de Jáuregui y
Mayora, capitán,123 el conde de Gibacoa y el de Casa Bayona, Francisco
Chacón, Martín de Aróstegui y Basave y Juan Montalvo O`Farrill, coroneles— habría que sumar otros dieciséis que eran oficiales de las Milicias
Españolas de Voluntarios, un cuerpo miliciano de carácter urbano organizado en la primavera de 1808 ante el temor de un ataque británico124 y que
parece se encontraban perfectamente adiestradas y preparadas para el vera120 En 1801, por ejemplo, no llegó ni un peso del situado, debido al bloqueo de las costas de
Cuba por la armada británica: AGI, Santo Domingo, 1679, el intendente Viguri a Miguel Cayetano
Soler, 12 de diciembre de 1801.
121 Kuethe, 2006, pp. 201-212.
122 Goncalvès, 2008, p. 450.
123 Kuethe, 1986, p. 183.
124 El nombre que Justo Zaragoza (1872, p. 177 y pp. 738-739) dio a este cuerpo —Urbanos
voluntarios de Fernando VII— ha inducido a error a otros autores, interpretándolo como un cuerpo
patriótico que, al estilo del que se organizó en México en el verano de 1808, habría actuado como una
fuerza de presión contra el autonomismo criollo que supuestamente representaba el proyecto juntista.
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no de 1808, según se desprende de la descripción de su estado a finales del
mes de mayo.125 Aunque esas fuerzas no tuvieron que demostrar su destreza al desaparecer la amenaza de un desembarco británico,126 y Francia, aunque también se temió, nunca supuso un peligro real de ese tipo, casi un año
después, cuando en marzo de 1809 hubo un violento tumulto en La Habana
que llegó a poner en peligro la seguridad de toda la ciudad y alrededores,
fueron estas fuerzas y no los cuerpos veteranos o las milicias regladas,
comandadas precisamente por Francisco Montalvo, las que debieron
actuar, demostrando su efectividad.127
En resumen, parece que no hay razones sólidas para argumentar una
supuesta oposición militar al proyecto juntista, tanto si consideramos como
militares sólo a los jefes y oficiales veteranos o profesionales como en el
caso de que se decida incluir en esa categoría a los oficiales de milicias,
disciplinadas y urbanas; en este último caso habría que hablar, por el contrario, de un apoyo casi masivo al proyecto.
Conclusiones
En definitiva, podríamos decir que la intención de los promotores del
plan era lograr un conjunto de apoyos explícitos en el que estuviesen
ampliamente representados los principales estratos de las elites habaneras,
como de hecho se había especificado en el encabezamiento del Plan, redactado antes de que nadie hubiera firmado: «Los vecinos hacendados, comerciantes y personas notables de esta ciudad, que abajo firmamos,...» Una
parte importante de los inductores del proyecto, así como de los suscriptores, eran miembros de la gran elite terrateniente habanera; encontramos a
algunos de los principales cargos de la diócesis; y también estaba muy bien
representado el sector intermedio, pero muy dependiente de las elites, conformado por comerciantes, abogados y burócratas. El número de individuos vinculados a actividades militares podría considerarse como propor-
125 Biblioteca Nacional de España, Varios especiales. Folletos siglos XVI-XIX, 632, 144. A la
bizarría y patriotismo que los naturales de los reinos de Castilla e isla Canarias se han presentado a
tomar las armas y ejercitarse en el manejo de ellas y evoluciones militares formando un cuerpo denominado de Voluntarios Españoles. La Habana, 27 de mayo de 1808.
126 Como señala Piqueras (2008, p. 438), «la amenaza de un desembarco en la isla había tenido en guardia a la población».
127 AGI, Cuba, 1752, Someruelos a Gracia y Justicia, La Habana, 31 de marzo de 1809, n.º 168.
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cionalmente alto y el de nacidos en la Península estaba en una relación de
dos a uno con respecto a los criollos.
De esta forma, una parte de las afirmaciones e interpretaciones hechas
hasta ahora sobre los defensores y opositores al proyecto juntista habanero
parece que deben ser revisadas. El desajuste entre las muy bien elaboradas
tesis sobre la oposición de la Intendencia, Superintendencia, Comandancia
de Marina y del estamento militar en general y el listado del plan juntista
no se debe a una explicación errónea de la situación, sino a la utilización
de ese proyecto juntista como constatación expresa de las diferencias políticas que existían en La Habana y que siguieron existiendo. El proyecto,
por el contrario, se planteó como un solución a una situación grave pero
coyuntural, en la que todas las autoridades y la mayor parte de la elite habanera quiso participar por considerarlo adecuado a las circunstancias,
siguiendo el ejemplo de la Península y en principio dejando a un lado sus
diferencias. Y su fracaso se debió a causas también coyunturales, como el
planteamiento semipúblico que se le dio en medio de una situación de exaltación general de la población, que quizás pudo entender el proyecto en una
clave de ruptura o con intenciones tiránicas, una cuestión que abordaremos
en otro trabajo. Cosa bien distinta es que, una vez concretado el fracaso del
proyecto, éste fue usado como arma arrojadiza en los debates políticos que
surgieron en las fechas siguientes, debates en los que se basan los argumentos que han manejado las tesis aceptadas hasta hoy.
126
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Anexo
Relación de firmantes del proyecto de Junta, por orden aparente de firma128
1. Conde de Gibacoa (II), José María Espinosa de Contreras y Jústiz.
Habanero y hacendado, coronel jefe del regimiento de Dragones Voluntarios
de Matanzas y miembro de la SEAP.129
2. Conde de Casa Bayona (III), José María Chacón y Herrera.
Habanero y hacendado, titular del Señorío de Santa María del Rosario, regidor
perpetuo de La Habana, caballero de Santiago, coronel jefe del regimiento de
Voluntarios de Infantería de La Habana y miembro de la SEAP.130
3. Doctor Martín de Aróstegui y Basave.
Habanero y hacendado, coronel jefe del Regimiento de Voluntarios de
Caballería de La Habana y miembro de la SEAP.131
4. Gonzalo de Herrera Beltrán y Santa Cruz.
Habanero y hacendado, que había sido regidor en 1803,diputado por Cuba a
Cortes en 1813, Primer conde de Fernandina y miembro de la SEAP.132
5. Nicolás de Peñalver y Cárdenas.
Habanero y hacendado, hermano del arzobispo de Guatemala (Luis de
Peñalver y Cárdenas) y del marqués de Arcos y él mismo, más tarde, conde de
Peñalver, miembro de la SEAP.133
6. Marqués de Casa Peñalver, Gabriel de Peñalver y Calvo de La Puerta.
Habanero y hacendado, miembro del Consulado (1795-1797) y prior del mismo en 1803, alcalde ordinario y regidor, miembro de la SEAP.134
7. Pedro Regalado Pedroso y Zayas-Bazán.
Habanero, hacendado, comerciante,135 primo del regidor Carlos Pedroso y
Garro, miembro del Consulado (1795-1797 y 1803) 136 y alcalde ordinario en
1817.137
8. Juan B. de Galainena y Basave.
Habanero, abogado, hacendado y comerciante, miembro de la SEAP y de la
Bascongada.138
128 De muchos de ellos (especialmente los hacendados, comerciantes y funcionarios) se dispone de abundantes referencias, documentales y/o bibliográficas, por lo que sólo incluimos algunas que
aseguren su identificación. Una lista de hacendados en Tornero Tinajero, Crecimiento económico y
transformaciones sociales, pp. 273-277. Los miembros de la SEAP (Sociedad Económica de los
Amigos del País) en Álvarez Cuartero, 2000, pp. 237-295. Los que aparecen como miembros de las
milicias de Voluntarios Españoles levantadas en 1808, en: A la bizarría y patriotismo.Véase nota 125.
129 Nieto y Cortadellas, 1954, p. 251; Kuethe, 1986, p. 168; Amores, 2000, p. 55; Goncalvès,
2008, p. 439.
130 Nieto y Cortadellas, 1954, p. 115; Rosain, 1875, p. 108; Kuethe, 1986, p. 168; Amores,
2000, p. 53; Goncalvès, 2008, p. 437.
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9. José de Armenteros y Guzmán.
Habanero y hacendado, regidor depositario general de La Habana.139
10. Luis de Peñalver y Calvo de la Puerta.
Habanero y hacendado, hermano del marqués de Casa Peñalver. Miembro de
la SEAP.140
11. Florentino Armenteros y Zaldívar.
Habanero y hacendado, hijo de José de Armenteros y Guzmán.141
12. Sebastián José de Peñalver y Barreto.
Habanero y hacendado, coronel de milicias, regidor del Ayuntamiento en 1803
y miembro de la SEAP.142
13. Joaquín Garro.
Habanero, hacendado, pariente de los Pedroso y del conde de Fernandina.143
14. Bernabé Martínez de Pinillos y Sáenz.
Español peninsular (Santander), hacendado, comerciante, miembro del
Consulado (1795-1797) y de la SEAP, conde de Villanueva (1825).144
15. Fray Pablo José de Céspedes.
Religioso, viceprovincial.
16. Julián Fernández Roldán.
Español peninsular, administrador general de Rentas Marítimas de La Habana,
miembro de la SEAP.145
131 Goncalvès, 2008, pp. 103, 189, 432.
132 Piqueras, 2008, pp. 451 y 453; Goncalvès, 2008, p. 442 ; Rosain, 1875, p. 30.
133 Ponte, 1947, p. 49 ; Amores, 2000, p. 498; Goncalvès, 2008, p. 331.
134 Goncalvès, 2003, pp. 176 y 179. Desempeñó esos cargos en otros momentos: Goncalvès,
2008, p. 449; fallecido el 19 de julio de 1812; Rosain, 1875, p. 24.
135 Kuethe, 1986, p. 162.
136 Goncalvès, 2003, pp. 176, 179.
137 Goncalvès, 2008, p. 290.
138 Hijo del comerciante español del mismo nombre que llegó en 1740 a La Habana con Martín
de Aróstegui, fundador de la Compañía de La Habana (AGI, Contratación, 5484, N. 3, R. 11). Primo
de Martín Esteban de Aróstegui y Basave. Nació en 1751 y murió en 1833 (Rosain, 1875, p. 324).
139 Amores, 2000, p. 58. AGI, Ultramar, 128, N. 23. Adquirió del marqués del Real Socorro el
regimiento y depositaría general aneja a cambio de una hacienda de ganado y una casa «alta» en La
Habana valorada en 40.000 pesos (AGI, Santo Domingo, 1976).
140 Rosain, 1875, p. 168.
141 Goncalvès, 2008, p. 308 ; AGI, Ultramar, 128, N. 23.
142 Goncalvès, 2008, p. 450, y 2003, p. 179.
143 El año 1795 compró a Ubaldo de Coca 67 caballerías de tierra por 21.000 pesos (AGI, Santo
Domingo, 1674, n. 532).
144 Goncalvès, 2003, p. 176. Las referencias sobre éste son muy abundantes.
145 AGI, Ultramar, 151, N. 54, y 175, N. 21. Llegó a La Habana desde Guatemala, donde servía en el Tribunal de Cuentas, de la mano del visitador-intendente José Pablo Valiente, y pasó a la
Contaduría de ejército en 1788; en 1800 quedó como contador mayor de ejército (AGI, Santo Domingo,
1679, Viguri a Soler, 11 de agosto de 1800); se hizo cargo de la Administración general de Rentas
Marítimas en 1802.
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
17. Próspero Amador García de Olalla.
Español peninsular (La Rioja), administrador de la renta de Temporalidades de
Cuba (1797), contador ordenador del Tribunal Mayor de Cuentas de la isla
(1806), intendente de provincia honorario (1822).146
18. Dámaso Rorife y Arcedo.
Español peninsular (Vergara, Guipúzcoa), comandante del Resguardo de
Rentas de La Habana.147
19. León Ruiz de Azúa.
Español peninsular, comerciante, contador-administrador de la Real
Compañía de Comercio de La Habana (1807-1811) y miembro del
Ayuntamiento Constitucional de La Habana en 1814.148
20. José de Axpe.
Español peninsular (Madrid), comerciante, tesorero y contador de la Real
Compañía de La Habana (1806-1811).149
21. José González Ferregut.
Habanero, abogado de la Real Audiencia de Puerto Príncipe y síndico general
del Ayuntamiento hasta enero de 1808.150
22. Juan Vicente Adot.
Español peninsular, comerciante y hacendado, fallecido en 1833.151
23. Alonso Romero.
¿De México?, médico y cirujano, miembro de la SEAP.152
24. Doctor Dionisio Vicente Matamoros.
Habanero, abogado de la Real Audiencia y asesor de los Cuerpos de
Ingenieros y de Artillería de la isla de Cuba.
Más adelante fue oidor y
catedrático de la Universidad habanera, miembro de la SEAP.153
25. Pedro María Ramírez.
Español peninsular, comerciante y hacendado, capitán de la primera compañía
de la primera División de naturales de Castilla, de las milicias de Voluntarios
Españoles levantadas en 1808.154
146 AGI, Arribadas, 518, N. 286; AGI, Estado, 18, N. 72; AGI, Ultramar, 150, N. 37; 151, N.
47; y AHN, Estado, 6317, Expediente. 79, 1822.
147 AGI, Ultramar, 327, N. 155. Arrate, 1876, p. 233.
148 AGI, Ultramar, 926, Cuentas de la Administración de la Compañía en La Habana.
149 AGI, Ultramar, 151, N. 42. Cuentas de la Administración de la Compañía en La Habana,
AGI, Ultramar, 926.
150 AGI, Ultramar, 399, Relación de méritos, 1810.
151 AGI, Ultramar, 150, N. 55; Rosain, 1875, p. 43.
152 González-Ripoll, 1999, p. 228. Fue recibido en México como médico en 1783, notable por
su práctica y por haber sido en La Habana el tronco de una familia de condes (sic). Rosain, 1875, p. 40.
153 AGI, Ultramar, 152, N. 12, y N. 24. Rosain, 1875, p. 266.
154 AGI, Santo Domingo, 1676, informe del Consulado de 12 de diciembre de 1796. Kuethe,
1986, pp. 162 y 168.
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26. Juan Montalvo y O`Farrill.
Habanero, teniente coronel supernumerario en el regimiento fijo de La
Habana, hijo de los condes de Casa Montalvo y también miembro de la
SEAP.155
27. José Vicente de Orúe y Gorbea.
Español peninsular (Álava), funcionario de la Intendencia en La Habana y
Luisiana hasta su retiro en La Habana en 1792, miembro de la Sociedad
Bascongada.156
28. Fray Agustín Fernández.
Religioso dominico y catedrático de la Universidad de La Habana.157
29. Manuel González Villarroel.
Español peninsular (Sevilla), comerciante, teniente 1.º de la Quinta división de
naturales de Andalucía de las milicias de Voluntarios Españoles levantadas en
1808.158
30. Antonio Fonte.
Eclesiástico, cura rector del Sagrario de la Catedral.159
31. Francisco María de la Cuesta y Manzanal.
Español peninsular (Sevilla), comerciante y hacendado.160
32. Fray Tomás Pascual.
Religioso, prior del convento de los dominicos.161
33. Félix López Ayllón.
Contador de la administración de Correos.162
155 Nacido en 1778 y fallecido en 1844, era hijo de los condes de Casa Montalvo y nieto de los
condes de Macuriges. Siguió la carrera militar profesional, perteneció a las guardias reales; participó
en la guerra de la Convención, regresando a La Habana con grado de teniente coronel del regimiento
fijo; llegó a ser mariscal de campo de los reales ejércitos. Prior del Real Consulado y director de la
SEAP, caballero de la orden de Montesa. Presidió la empresa «Ferrocarril de Cárdenas», una de las primeras de su clase en Cuba, y fue dueño del primer buque de vapor de la isla, el Neptuno (AGS,
Secretaría de Guerra, 6878, 30). Kuethe, 1986, p. 168; Cadenas y Vicent, 1995, p. 98. Santa Cruz y
Mallen, 1944, p. 227.
156 Nacido en 1740. Llegó con José Antonio de Armona en 1765; oficial 2.º de la administración general de Rentas de La Habana (1765), tesorero general de la misma (1773). contador general de
ejército y hacienda de Luisiana (1784), donde al parecer hizo una gran fortuna de forma dudosa. AGI,
Santo Domingo, 1527, expediente n.º 1269 y AGI, Santo Domingo, 2559, El intendente de Nueva
Orleáns a Diego de Gardoqui, 1792, Oficio N. 7. Martínez Ruiz, 1985. Fundó una bóveda en el conocido como cementerio de Espada, donde fue sepultado en 1810 (Rosain, 1875, p. 38.).
157 Provenía de México, a donde regresó más tarde. Olivera López, 2006, p. 194.
158 AGI, Ultramar, 327, N. 128.
159 Fernández Mellén, 2006, pp. 79-88.
160 Goncalvès, 2008, p. 438 ; Moreno Fraginals, 1978, pp. 266-267. Su hermano Santiago fue
el primer conde de La Reunión de Cuba (Nieto, 1875, p. 443).
161 Leiva Lajara, 2007, p. 209.
162 AGI, Estado 27, n. 51.
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
34. Francisco de Isla.
Español peninsular, administrador general de Rentas de La Habana y miembro
de la SEAP.163
35. José Sedano.
Español peninsular, contador de la administración general de Rentas.164
36. Francisco Hernández.
Español peninsular (Galicia), comerciante, capitán de la Primera compañía de
la Sexta División de naturales de Galicia de las milicias de Voluntarios
Españoles levantadas en 1808.165
37. Pedro de Achaval y Orueta.
Español peninsular (Vizcaya), y contador de la administración general de
Rentas.166
38. Antonio de Frías.
Español (Islas Canarias), comerciante, capitán de la tercera compañía Séptima
División de naturales de las islas Canarias de las milicias de Voluntarios
Españoles levantadas en 1808,167 posible familiar del conde de Pozos Dulces
(Francisco de Frías y Jacott).
39. Manuel José de Atalay.
Español peninsular (San Sebastián, Guipúzcoa), comerciante proveniente del
comercio de la ciudad mexicana de Veracruz.168
40. José Carrera.
En el cementerio de Espada había un sepulcro con la inscripción «José
Carrera, cristiano y benéfico». Falleció el 2 de mayo de 1834.169
163 Llegó a La Habana desde Madrid en 1787, a instancias del visitador-intendente José Pablo
Valiente y fue administrador general de Rentas desde 1793. Archivo Nacional de Cuba (en adelante
ANC), Intendencia General de Hacienda, 948, n. 12; AGI, Santo Domingo, 1672, José Pablo Valiente
a Gardoqui, 8 de enero de 1794; AGI, Ultramar, 151, N. 54. Murió en 1813 (Rosain, 1875, p. 38).
164 Comenzó su carrera en la Intendencia como contralor del Ejército de Operación en 1780 y
pasó luego a formar parte de la plantilla del Tribunal de Cuentas (1787). En 1808 era contador de la
administración general de Rentas y en 1816 ascendió a administrador general, puesto en el que permaneció hasta su muerte, a finales de la década de 1820. AGI, Santo Domingo, 1672, el intendente
Domingo de Hernani a Aparici, 27 de enero de 1791. AGI, Ultramar, 154, N. 33; 131, N. 33; 155, N.
21; 134, N. 29; 159, N. 8.
165 Kuethe, 1986, p. 162.
166 Entre 1796 y 1800 era oficial primero de la secretaría de la Intendencia, con José Pablo
Valiente como intendente. Poco después ascendió a contador de la administración general de Rentas,
cargo en el que permaneció hasta la extinción de este empleo solicitando su regreso a España. AGI,
Santo Domingo, 1675; AGS, Secretaría de Guerra, 6866, 26; AGI, Ultramar, 150, N. 82 y Ultramar,
131, N. 2.
167 AGI, Ultramar, 165, N. 4. Rosain, 1875, p. 406.
168 AGI, México, 2494, N. 105.
169 Rosain, 1875, p. 67.
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41. Joaquín Madan y Gutiérrez.
Habanero, comerciante y negrero, capitán de la primera compañía Séptima
División de naturales de las islas Canarias de las milicias de Voluntarios
Españoles levantadas en 1808.170
42. Juan Puig y Sabat.
Español peninsular (Cataluña), comerciante y hacendado, teniente 1.º de la
primera compañía Tercera División de naturales de Cataluña de las milicias de
Voluntarios Españoles levantadas en 1808 y regidor del Ayuntamiento constitucional en 1812.171
43. José Antonio Vidal y Pascual.
Español peninsular (Villanueva y Geltrú), comerciante, capitán del Cuerpo de
Voluntarios de Cataluña, miembro de la SEAP.172
44. Francisco Chacón y O Farrill.
Habanero y hacendado, coronel supernumerario del regimiento de voluntarios
de infantería de La Habana.173
45. Juan Tomás de Jáuregui y Mayora.
Español peninsular (Navarra), comerciante y hacendado, miembro del
Consulado (1795-1797) y socio de la Bascongada, capitán retirado de milicias
de Caballería, padre de Andrés de Jáuregui y Aróstegui.174
46. Gabriel de Herrera.
Habanero, miembro de la importante familia Herrera.175
47. Nicolás Taboada.
Español peninsular, eclesiástico, provisor y vicario general de la Diócesis,
abogado de los Reales Consejos de la Audiencia de Galicia.176
48. Bonifacio González Larrinaga.
Español peninsular (Bilbao), comerciante y hacendado, miembro del
Consulado, de la SEAP. y de la Bascongada, capitán de la primera compañía
170 Hijo de canario de origen irlandés, fue padre a su vez del primer conde de Madan. AGI,
Ultramar, 155, N. 26, y 131, N. 69. Zárate y Cólogan, 1972, p. 761.
171 Eugenio Martínez, 1999, p. 392.
172 AGI, Ultramar, 331, N. 59. De Anton del Olmet, 1908, p. 341.
173 Hijo único del III conde de Casa Bayona, al que precedió en la muerte. Kuethe, 1986, p.
161. AGS, Secretaría de Guerra, 6850, 8.
174 Su nombre completo era Juan Tomás de Jáuregui Echenique y Mayora, de familia navarra
y emigrado a La Habana hacia 1784; casó con María de Aróstegui, hija de Martín de Aróstegui, fundador de la Compañía de La Habana; dedicado al comercio, se convirtió en un gran hacendado.
Goncalvès, «Los doce primeros años de la Junta Económica», p. 176.
175 Hijo de la marquesa de Villalta y yerno del primer conde de Fernandina. Rosain, 1875, pp.
108-109.
176 AGI, Ultramar, 387, Relación de méritos, 1808; AGI, Ultramar, 27, N. 6. Nombrado oidor
honorario de la Audiencia de Puerto Príncipe, aunque murió en 1816 antes de ejercer.
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
49.
50.
51.
52.
53.
54.
de la Cuarta División de naturales de Navarra y Vizcaya de las milicias de
Voluntarios Españoles levantadas en 1808.177
Doctor José María Sanz.
Abogado.178
Pedro de la Cuesta y Manzanal.
Español peninsular (Sevilla), comerciante, miembro del Consulado (1803),
teniente 1.º de la primera compañía de la Primera División de naturales de
Castilla de las milicias de Voluntarios Españoles levantadas en 1808. Hermano
de Francisco María (firmante n. 31).179
Manuel Zabaleta y Hechavarría.
Español peninsular (Vizcaya), comerciante, teniente primero de la segunda
compañía de la Cuarta División de naturales de Navarra y Vizcaya de las milicias de Voluntarios Españoles levantadas en 1808.
Raimundo José Queraltó.
Español peninsular (Cataluña), comerciante, capitán de la segunda compañía
Tercera División de naturales de Cataluña de las milicias de Voluntarios
Españoles levantadas en 1808, síndico procurador del Ayuntamiento de La
Habana en 1812.180
Félix Crucet.
Español peninsular (Cataluña), comerciante, ayudante de la segunda compañía
Tercera División de naturales de Cataluña de las milicias de Voluntarios
Españoles levantadas en 1808, miembro del Ayuntamiento constitucional en
1814.181
Juan Alonso Carriazo.
Español peninsular (Cartagena), funcionario de la Administración de
Correos.182
177 Uno de los grandes comerciantes de más larga presencia en La Habana, desde 1770
aproximadamente. Acabó emparentando con alguno de los grandes apellidos habaneros. En 1801
compró un ingenio a Domingo de Ugarte por más de 100.000 pesos (AGI, Santo Domingo, 1680,
N 163). Goncalvès, 2003, p. 179. Aparece entre los firmantes del informe del Consulado oponiéndose a la gracia de las harinas al conde de Mopox, 21 de diciembre de 1796, AGI, Santo Domingo, 1676.
178 Formó parte de la Junta de Censura junto a Agustín Caballero, Luis Hidalgo Gato, Rafael
González y el presbítero Domingo Mendoza. Marrero, 1990, p. 350.
179 Goncalvès, 2003, p. 179. Moreno Fraginals, 1978, pp. 266-267.
180 AHN, Consejos, 21034, n.º 1.
181 AGI, Ultramar, 329, N. 106. Félix de Arrate, 1876, p. 233.
182 AGI, Correos, 265B.
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55. Luis Hidalgo Gato.
Habanero, abogado.183
56. Francisco Gómez Pascual.
Español peninsular, comerciante.184
57. José de Flores Inzunza.
Español, comerciante y hacendado.
58. Doctor Ambrosio María de Zuazo.
Español peninsular, abogado, síndico procurador en 1798 y alcalde ordinario
de La Habana en 1800.185
59. José Rubira.
Español peninsular (Cataluña), comerciante, alférez de la primera compañía
Tercera División de naturales de Cataluña de las milicias de Voluntarios
Españoles levantadas en 1808.186
60. Ramón Pascual y Estalellas.
Español peninsular (Villanueva y Geltrú), comerciante.187
61. Victorino Sandoval y Acosta.
Capitán de barco mercante, comerciante, con excepcional actividad negrera
entre 1818-1820.188
62. Ramón de Bustillos.
Español peninsular, alférez de la primera compañía de la primera División de
naturales de Castilla, de las milicias de Voluntarios Españoles levantadas en
1808, regidor del Ayuntamiento constitucional, en 1822.189
63. Juan Nepomuceno Cabrales.
Español peninsular (Asturias), teniente 1.º de la segunda División de naturales
de Asturias de las milicias de Voluntarios Españoles levantadas en 1808.
64. Tomás Gimbal.
Español peninsular (Cataluña) y comerciante.190
183 Amores, 2000, Apéndice 1. Las referencias disponibles por su actividad como abogado son
múltiples. Se dijo de él que había sido «uno de nuestros letrados de más reputación y uno de los Dres.
que más han vivido; falleció el 2 de junio de 1833» (Félix de Arrate, 1876, p. 326). Un hermano, fraile dominico, fue muchos años consiliario de la Universidad de La Habana (Martínez-Fortún Foyo,
2005). Su familia poseía varias haciendas, ANC, Intendencia General de Hacienda, 9, n. 677, 1789.
184 AGI, Ultramar, 329, N. 64.
185 Pasó a La Habana en 1791 (AGI, Arribadas, 516, N. 100); AGI, Ultramar, 122, n. 32; Félix
de Arrate, 1876, p. 246.
186 AGI, Indiferente General, 2119, N. 47.
187 AGI, Ultramar, 328, N. 48.
188 AGI, Cuba, 169; Moreno Fraginals, 1978, p. 269.
189 Rosain, 1875, p. 201.
190 AGI, Estado, 2, n. 62, Gobernador de La Habana Someruelos, sobre Tomás Gimbal, 22 de
marzo de 1804.
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LOS FIRMANTES DEL FALLIDO PROYECTO DE JUNTA DE LA HABANA EN 1808
65. Pedro Antonio Zamora.
Español peninsular (Galicia), capitán de la Segunda compañía de la Sexta
División de naturales de Galicia de las milicias de Voluntarios Españoles
levantadas en 1808.
66. Manuel de Beretervide.
Español peninsular, comerciante, ayudante de la segunda compañía de la
Cuarta División de naturales de Navarra y Vizcaya de las milicias de
Voluntarios Españoles levantadas en 1808.191
67. Antonio Español.
Comerciante.192
68. José García Caraballo.
Canario de Santa Cruz de la Palma.193
69. José Beato Caballero.
Español peninsular, comerciante.194
70. Tomás de Palma.
Cubano (Puerto Príncipe), abogado, síndico procurador del Ayuntamiento de
La Habana en 1812.195
71. Gonzalo Luis Alfonso González.
Comerciante de considerable fortuna y negrero.196
72. Manuel José Díaz.
Hacendado, firmó en su nombre Juan Bautista Lasala (comerciante).
Recibido el 2 de febrero de 2010
Aceptado el 24 de septiembre de 2010
Bibliografía
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del País en Cuba (1783-1832), Madrid, Real Sociedad Bascongada de los
Amigos del País, Departamento de Publicaciones, 2000.
Amores Carredano, Juan B.: Cuba en la época de Ezpeleta, 1785-1790, Pamplona,
Eunsa, 2000.
191 AGI, Ultramar, R.19, N. 8.
192 Entre los firmantes del informe del Consulado de 21 de diciembre de 1796, AGI, Santo
Domingo, 1676.
193 Diario de las discusiones y actas de las Cortes, 1812, pp. 320-321.
194 AGI, Contratación, 5529, n. 2, r. 84.
195 AHN, Consejos, 27331, Exp. 27; AOHCH, Actas Capitulares originales (1 enero de 1812diciembre de 1812), libro n.º 83, 780r.
196 Goncalvès, 2088, p. 334. Moreno Fraginals, 1978, p. 264.
Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 105-139. ISSN: 0210-5810
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Amores Carredano, «Liberalismo ilustrado y liberalismo político en Cuba: en torno a Francisco de Arango y Parreño (1764-1837)», en Chust, Manuel y
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Los inicios de la enseñanza del Derecho
Constitucional en el Chile decimonónico:
el Liceo de Chile y el Colegio de Santiago
(1828-1831)/
The Beginnings of the Teaching of Constitutional Law
in the nineteenth Century in Chile: the Liceo de Chile
and the Colegio de Santiago (1828-1831)
Rodrigo Andrés Pérez Lisicic
Universidad de Atacama, Chile
La enseñanza del Derecho Constitucional en Chile tiene su origen en dos establecimientos de educación privada: el Liceo de Chile y el Colegio de Santiago. Sus rectores
eran, respectivamente, el gaditano José Joaquín de Mora y el sabio venezolano Andrés
Bello y ambos colegios contemplarían los primeros programas sobre Derecho
Constitucional en Chile. Pero el triunfo de los conservadores sobre los liberales (Batalla de
Lircay) desarticula el centro de formación liberal más importante de la República y el ideario educativo de los conservadores, mejorando la posición de la educación pública representada por el Instituto Nacional.
PALABRAS CLAVE: José Joaquín de Mora; Andrés Bello; Liceo de Chile; Colegio de Santiago; Derecho
constitucional; Derecho público.
The teaching of Constitutional Law in Chile has its origin in two private education’s
institutions: the Liceo de Chile and the Colegio de Santiago. Their presidents were Jose
Joaquin de Mora, from Cadiz, and the Venezuelan scholar Andres Bello, respectively. Both
schools included the first academic programs in Chilean Constitutional Law. The victory of
conservatives over liberals, at the Battle of Lircay, disarranged the most important liberal
academic institution of the Republic, and the academic project of conservatives, improving
public education’s position, embodied on the Instituto Nacional.
KEYWORDS: Jose Joaquin de Mora; Andres Bello; Liceo de Chile; Colegio de Santiago; Constitutional
Law; Public Law.
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RODRIGO ANDRÉS PÉREZ LISICIC
Introducción
La presente investigación1 aborda el momento en el que se inicia en
Chile la enseñanza formal de la asignatura de Derecho Constitucional. Con
la inauguración del Instituto Nacional en 1813 —primer establecimiento
del naciente Estado Nación chileno—, la enseñanza de la citada materia
adquiere un lugar público con la reforma a su plan de estudios de 1832.
Durante el periodo de la Reconquista española (1814-1817), el Instituto
Nacional es clausurado por decreto del general del Ejército Nacional español Mariano Osorio, un 17 de diciembre de 1814. Reinstaurado el ideario
independentista del Estado chileno bajo la vigencia de la Constitución de
1818, el Instituto Nacional es reinaugurado en 1819 por el director supremo Bernardo O’Higgins, sin que, nuevamente, se haya contemplado enseñanza alguna de la Constitución chilena. Otro tanto ocurre con la existencia de las Constituciones de 1822 y 1823, respecto de las cuales no hubo
iniciativa como para haber estimulado reforma alguna en el Instituto
Nacional que instaurase los estudios políticos en Chile. Es curioso que un
hombre ilustrado y republicano como Juan Egaña, que ostenta, entre otros
honores, el haber sido el más importante ideólogo no sólo del Instituto
Nacional en 1813, sino además de un proyecto de Constitución chilena
hacia 1811 y padre de la Constitución de 1823, no haya propuesto la enseñanza del Derecho Constitucional patrio en los planes de estudios del principal establecimiento educacional chileno.2
Esto no deja de ser una paradoja. ¿Por qué razón está ausente la enseñanza del Derecho Constitucional en un establecimiento como el Instituto Nacional, baluarte del novel republicanismo chileno, y cuyos ideólogos —en especial Juan Egaña— constituyen, además, destacados
ideólogos políticos, capaces de organizar institucionalmente al Estado en
función de normas constitucionales? El Instituto Nacional no logra concretar reforma alguna para incorporar la enseñanza del Derecho Político o
Constitucional en el plan de estudios jurídico. Por el contrario, sus escasas
asignaturas iniciadas en 1813 siguen la inercia ininterrumpidamente mucho
1 La colaboración que se ofrece al lector constituye resultado parcial de una investigación
mayor. El proyecto se intitula Orígenes de la asignatura de derecho constitucional en la enseñanza
decimonónica chilena (1813-1889), código DIUDA 221154, financiado por la Dirección de
Investigación y Postgrado de Universidad de Atacama, Chile.
2 Sobre la influencia de Juan Egaña en la fundación del Instituto Nacional véase Amunátegui
Solar, 1889, capítulos VII, IX y X; Labarca, 1939, pp. 71 y siguientes; Silva Castro, 1953, pp. 5 y
siguientes; Serrano, 1994, pp. 45 y siguientes.
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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL, CHILE, 1828-1831
tiempo después de haberse consolidado la independencia política chilena.
Hasta 1828, la enseñanza del derecho —parafraseando a Bañados
Espinosa— conserva los mismos hábitos, las mismas tradiciones y el mismo estado de civilización.3
Lo que no pudo ser realizado por la educación pública, se logra en la
enseñanza privada del Liceo de Chile y del Colegio de Santiago. Cada uno
de estos establecimientos de educación responde a distintos proyectos políticos que entre los años 1827 y 1829 se disputan la conducción del país.
José Joaquín de Mora, fundador del Liceo de Chile, pertenece a la confianza del gobierno liberal del general Francisco Antonio Pinto. El presbítero
Juan Francisco Meneses, fundador y primer rector del Colegio de Santiago,
y la figura de Andrés Bello, sucesor de Meneses, responden al ideario conservador de la República de Chile. Tienen la dicha estos dos centros de educación de haber inaugurado la enseñanza formal de los estudios de Derecho
Constitucional.
José Joaquín de Mora y el Liceo de Chile
Con la llegada de José Joaquín de Mora (Cádiz, 1783 - Madrid, 1864) a
la ciudad de Santiago un domingo 10 de febrero de 1828,4 se inicia en Chile
un fugaz, pero fecundo, periodo de discusiones teóricas e intensos debates
políticos que giran en torno a principios que definen la esfera público-privada bajo la cual debe construirse y consolidarse la República chilena.
José Joaquín de Mora polemiza con los más distinguidos intelectuales
de su tiempo en Chile: Juan Egaña y Andrés Bello. El primero defiende la
institución colonial del mayorazgo cuando ésta era abolida por la Consti3 Bañados Espinosa, 1889, p. 2. Este profesor es el primero de la disciplina en Chile que
incorpora en su texto de estudio la historia de la enseñanza del Derecho Constitucional patrio. Varias
décadas después seguirán su ejemplo los profesores de la Universidad de Chile Verdugo Marinkovic y
García Barcelatto, 2004, tomo I, pp. 15-19. Del mismo modo, véase Verdugo Marinkovic, Pfeffer
Urquiaga y Nogueira Alcalá, 1994, tomo I, pp. 3-7.
4 Mora llega a Chile desde Buenos Aires, acompañado de su esposa Françoise Delaunneux.
En 1826, el matrimonio Mora Delaunneux había arribado a la capital porteña procedente de España con
la compañía del napolitano Pedro de Angelis, bajo la orden del presidente Bernardino Rivadavia. La
inestabilidad política que experimentó el gobierno de Rivadavia fue la ocasión para que Pinto requiriera la presencia de Mora en Chile. En Buenos Aires dejó a su discípulo argentino Florencio Varela, con
quien sostendrá una interesante correspondencia epistolar en la que se daba cuenta tanto del viaje como
de la estancia de Mora en Chile y, asimismo, de las razones que justificaban su viaje a la República chilena. Sobre dicha correspondencia véase Mora, 1936, pp. 35-66; y también detalles de esa correspondencia en Amunátegui Solar, 1927, pp. 195-208.
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RODRIGO ANDRÉS PÉREZ LISICIC
tución liberal de 1828.5 Andrés Bello, por su parte, traba con Mora un
intenso debate acerca de literatura y educación6 justo en el momento en que
se afianza políticamente el conservadurismo chileno. Al servicio del
gobierno liberal de Francisco Antonio Pinto, Mora es nombrado un 11 de
febrero de 1828 oficial mayor auxiliar del Ministerio de Estado.7
El ilustre gaditano es recordado por su activa participación en la
redacción de la citada Constitución de 1828 y por la fundación y breve sostenimiento del Liceo de Chile. La influencia de Mora en esa Carta Magna
chilena fue decisiva a propósito de las cláusulas sobre tolerancia religiosa,
libertad de imprenta, no reelegibilidad del presidente de la República, bicameralidad del Congreso y abolición de los mayorazgos. En la Revista de
Historia de América, número 43 correspondiente al mes de junio de 1957,
el crítico literario e historiador Raúl Silva Castro sostiene como tesis que
José Joaquín de Mora no constituye el más destacado ideólogo de la
Constitución de 1828 y que tal error se debe al prestigioso biógrafo del
gaditano Miguel Luis Amunátegui Aldunate. Abierta la polémica, no tarda
en aparecer la apología de Mora efectuada por Ricardo Donoso en
Cuadernos Americanos, número 100 de México, 1958, y que luego reprodujera en la Revista Chilena de Historia del Derecho, número 1, de 1959.8
5 Donoso, 1946, pp. 131-134. Este autor sintetiza las ideas expuestas por Egaña, 1828 y
Mora, 1828.
6 El locus clasicus de esta polémica es Ávila Martel, 1982, el cual aporta valiosa información
que no recopila Amunátegui Aldunate, 1888, como son las polémicas trabadas en El Mercurio, de
Valparaíso, o El Popular, de Santiago de Chile, prensa en la que discurre el fuego cruzado entre Andrés
Bello y José Joaquín de Mora sobre la legitimidad de sus respectivos establecimientos de enseñanza o
acerca de la mayor o menor competencia con la que se desarrolla la enseñanza de las letras y las humanidades. De sumo interés es Poblete, 1999-2000, pp. 145-171. Este profesor del Departamento de
Literatura de Universidad de California-Santa Cruz, muestra como los discursos de ambos publicistas
inciden en la configuración de distintas y, a veces, contrapuestas ideas de la esfera público-privada bajo
la cual se construye el Estado chileno (pp. 151-153). De gran interés son los énfasis destacados por
Poblete en relación a los debates filológicos que dirige el «grupo-Bello» contra Mora y el modo cómo
se produce la contra carga de éste último (pp. 155 y siguientes). El valor que ofrece el estudio del profesor Poblete reside en su tesis central: el debate sobre estilo de la lengua es de naturaleza políticosocial, pues se piensa que corrupción de la lengua e influencia de la literatura es una cuestión de corrupción de las costumbres (p. 166).
7 Amunátegui Aldunate, 1888, p. 93.
8 Silva Castro (1957, pp. 109-113) contrasta la afirmación de Amunátegui Aldunate —que
tanta influencia ha ejercido en la historiografía posterior en orden a señalar la paternidad de la
Constitución de 1828 al español J. J. de Mora— con las afirmaciones de Luis Galdames y, especialmente, con las del propio Mora expresadas en diversas cartas dirigidas a su amigo argentino Florencio
Varela en el transcurso de 1828. Silva Castro no sólo duda de la autoría de Mora respecto de dicho texto constitucional, sino también sobre la paternidad de la redacción del periódico El Constituyente, órgano literario en el que se tiene oportunidad de comentar los avances de la Constituyente de 1828. Del
mismo modo que el historiador Diego Barros Arana, Silva Castro piensa que la paternidad de tal redac-
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Fundamentalmente, la apología de Donoso respecto de la paternidad de
Mora sobre la Constitución liberal chilena de 1828 descansa en la influencia que tiene el pensamiento del gaditano acerca de la libertad de imprenta, la tolerancia religiosa y la cuestión de los mayorazgos, temas tratados
en la repetidamente citada Constitución.9
Sobre el financiamiento del Liceo de Chile
Esta institución constituye una obra singular en la historia de la enseñanza preparatoria y universitaria decimonónica chilena.10 Apenas instalado en el país chileno, Mora se empeña muy temprano en armar su proyecto educativo y en el periódico La Clave, números 69 y 70 de 12 y 15 de
abril de 1828, informa a la opinión pública de los principios con arreglo a
los cuales pretende establecer una casa de educación.11 Adelanta en este
prospecto las materias a enseñar gradualmente, el uniforme que deberán
vestir los estudiantes, la administración del tiempo, el régimen de castigos
y premios a que da lugar el comportamiento valioso o no de los pupilos.
También se anuncia el régimen de los alimentos y los fines práctico-morales de la relación alumno/profesor que ha de perseguir el comedor. Por último, agota este prospecto las condiciones económicas que permiten la
manutención diaria de los estudiantes.12
ción pertenece al escritor chileno Manuel José Gandarillas. Por el contrario, la apología de J. J. de Mora
es efectuada por Donoso (1959, pp. 13-24), quien opina que la convicción de Amunátegui Aldunate
sobre la paternidad de la Constitución de 1828 la obtiene del escritor Ramón Briseño, 1862, quien afirma que la Constitución liberal es obra de Mora. También piensa Donoso que no es necesaria una «severa inspección» de las afirmaciones de Amunátegui Aldunate en su biografía de Mora, bastando únicamente un examen de las ideas sobre derecho público del propio Mora. Donoso utiliza las mismas
fuentes empleadas por Silva Castro para sugerir la afirmación de sus tesis.
9 Donoso, 1959, p. 17.
10 La más completa recopilación documental escrita en el siglo XX sobre el Liceo de Mora
pertenece a Stuardo Ortiz, 1950. Tal obra se compone de una Introducción entre las páginas 5 a 7 y el
resto, de la 8 a la 146, son 101 documentos de gran interés para el conocimiento de lo que fue la génesis, desarrollo y lamentable ocaso de este destacado Liceo. El libro de Stuardo presenta un solo inconveniente: carece de índice, lo que dificulta el acceso directo a los documentos recopilados por el autor.
Tratándose de las referencias bibliográficas del Liceo de Chile en el ochocientos, destaco de nuevo la
biografía escrita por Amunátegui Aldunate.
11 El texto completo se encuentra reproducido en Stuardo Ortiz, 1950, pp. 9-11. El prospecto
está firmado por José Joaquín de Mora el 12 de marzo de 1828.
12 En carta fechada en 11 de mayo de 1828, dirigida a Florencio Varela, Mora le expresa su
real ambición: «(...) quiero formar oradores, economistas, buenos hombres públicos, que tanta falta
hacen en este país, y hasta vengan profesores de Europa, tengo que desempeñar yo solo las cátedras de
francés, elocuencia y economía política». Reproducido en Ibidem, p. 12.
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El Liceo de Chile es una empresa de carácter privado, pero con un significativo apoyo del gobierno liberal del vice-presidente Francisco Antonio
Pinto. El 27 de agosto de 1828 Mora se dirige por escrito al citado gobernante solicitando algún edificio público carente de destino y que permitiera el funcionamiento del Liceo. Para estos efectos, fue el propio Mora
quien propuso al vice-presidente que la obligación de pagar renta por el
inmueble fuera retribuida con el compromiso firme de
(...) educar y mantener gratuitamente los jóvenes que V.E. designe, o lo que es lo mismo a tener en el colegio un número de becas a favor del Estado para que el Gobierno
las distribuya entre los sujetos de su preferencia (...).13
En la misma fecha, el señor Pinto, con la firma de su ministro del
Interior Carlos Rodríguez, decreta ceder al Liceo de Chile el edificio de La
Maestranza, comisionándose al citado ministro para que acuerde con José
Joaquín de Mora el respectivo contrato de arrendamiento.14 El 10 de septiembre de 1828 firman ambos el acuerdo legal, que contiene seis cláusulas. Destacan las dos primeras, pues se fijan diez años de arriendo del
inmueble contados desde la fecha del contrato y el precio del alquiler equivalente a 2.000 pesos por diez meses, resolviéndose dicha contraprestación
con diez becas de las que dispondrá el Gobierno
(...) debiendo nombrar las personas que han de obtenerlas, sin poder alterar dicho
número durante los diez años estipulados.15
Pero el Liceo de Chile tendrá otras dos importantes fuentes de financiación. El gobierno de Francisco Antonio Pinto decreta el 10 de octubre
de 1828 ceder al proyecto de Mora veinte becas que habían sido concedi13 Ibidem, pp. 13-15.
14 Ibidem, p. 15. Este autor, en nota al pie, recuerda que el edificio de la Maestranza se situaba en la vereda oriente de la actual Avenida Portugal (ex Calle de la Ollería), entre las calles Marcoleta
y Rancagua, lo cual corresponde a las dependencias de la Universidad de Chile.
15 Ibidem, pp. 15-16. Con fecha 11 de septiembre el vice-presidente Pinto aprueba el contrato
de arrendamiento y lo refrenda, además, con la firma del ministro de Hacienda Francisco Ruiz Tagle.
El 1.º de octubre de 1828, los citados vice-presidente y ministro firman el decreto por el que designan
las diez becas otorgadas por José Joaquín de Mora en retribución por el pago del precio de alquiler del
inmueble cedido por el gobierno. Los beneficiarios son: Manuel y Ambrosio Rodríguez, hijos de
Ambrosio Rodríguez y de Carmen Bustamante; a Gervasio, Adriano y Francisco de Paula Borgoño,
hijos del brigadier José Manuel Borgoño; a Juan Esteban Campino, hijo de José Antonio Campino; a
Manuel Muñoz Urzúa, hijo de Manuel Urzúa y de Tomasa Gamero; a Francisco y Pedro de la Lastra,
hijos del brigadier Francisco de la Lastra; y a Narciso Guerrero, hijo de Ramón Guerrero» (p. 17).
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das por un decreto de 28 de noviembre de 1827 en favor del ciudadano José
Melián, quien proyectaba establecer un colegio para niños en la ciudad de
Santiago. Tal empresa del señor Melián había fracasado y en aquel decreto de 1827, el gobierno no sólo disponía proveer veinte becas a distribuir
entre las ocho provincias del país, sino que ordenaba a la Tesorería General
pagar 4.000 pesos «(...) para el transporte de los profesores que han de
traerse de Europa». Esos cuatro mil pesos, en el decreto de 1828, se destinaron al propósito de ayudar a los gastos «(...) en las primeras atenciones
del establecimiento» de José Joaquín de Mora.16
Sin embargo, el más importante apoyo económico al Liceo de Chile
tuvo como fuente el propio Congreso Nacional. El 11 de noviembre de
1828, el Ejecutivo dirigía al Senado del Congreso Nacional un proyecto de
ley en el que se solicitaba la autorización para conceder cuarenta y dos
becas al Liceo de Chile. El presidente del Senado respondió al vice-presidente Pinto concediendo las cuarenta y dos becas al Liceo de Chile.17 Pero
agregaba algo más la nota parlamentaria. Si bien el Congreso está consciente de la importancia de apoyar a iniciativas que, como el Liceo de
Chile, cultiven el amor y verdadera adhesión a la ley entre los ciudadanos,
esperaba del gobierno no sólo una reforma del Instituto Nacional, sino también igual actitud benéfica para con el primer establecimiento público de
enseñanza nacional.18
16 El decreto de 28 de noviembre de 1827 aparece reproducido en nota al pie número 4 en
Ibidem, p. 18. Las veinte becas dispuestas por el gobierno para estudiantes de las provincias se distribuyeron así: dos para cada una de las provincias de Chiloé, Valdivia, Concepción y el Maule; tres para
cada una de las provincias de Colchagua, Santiago, Aconcagua y Coquimbo. El decreto firmado por
Pinto y Rodríguez es también refrendado por Francisco Ruiz Tagle, ministro de Hacienda.
17 Como anécdota, el presente investigador no puede obviar un dato de relevancia para la cultura atacameña. Entre los estudiantes favorecidos con una de las cuarenta y dos becas se encuentra el
gran escritor costumbrista, filósofo y poeta José Joaquín Vallejo, Jotabeche, destacado alumno del
Liceo. Su nombre es propuesto al vice-presidente Pinto por el diputado de la provincia de Coquimbo
Buenaventura Marín. El Ejecutivo, a través del ministro Rodríguez, notifica al director del Liceo de
Chile un 26 de marzo de 1829 que el vice-presidente otorga la gracia «al joven Joaquín Vallejo». Véase
Stuardo Ortiz, 1950, pp. 49-50.
18 Es una opinión frecuente entre los estudiosos de la enseñanza decimonónica chilena que la
protección dada por el gobierno de Pinto al Liceo de Chile fue en claro desmedro del Instituto Nacional.
En este sentido lo trata Ávila Martel (1982, p. 24), agregando que tal protección al Liceo creo un núcleo
de oposición a aquel establecimiento que, como recuerda también Serrano (1994, p. 51), provoca la
ardiente oposición del presbítero Meneses, rector del Instituto Nacional, que junto al sector conservador, fundan el Colegio de Santiago. También Labarca (1939, p. 84), sostiene la desprotección en que
había quedado el Instituto Nacional con la coexistencia del Liceo de Chile y el Colegio de Santiago
entre 1828 y 1831.
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RODRIGO ANDRÉS PÉREZ LISICIC
Sobre los estudios generales y el curso
de derechos en el Liceo de Chile
En el transcurso de 1828, Mora publica su Plan de estudios del Liceo
de Chile. Es el texto consultado en la presente investigación con el fin de
conocer las materias ofertadas para la enseñanza general que imparte Mora
en su Liceo de Chile. Este establecimiento educacional abrió sus puertas un
16 de enero de 1829,19 pese a que el prospecto indicaba que su apertura fue
el 1.º de enero de aquel año.20
Dos son las áreas de conocimientos que el citado Liceo propone a los
estudiantes: estudios literarios y estudios científicos y la duración de estas
enseñanzas sería de cinco años. Los estudios literarios estaban a cargo de
José Joaquín de Mora y se realizaban por la mañana; los estudios científicos, a cargo de Andrés Gorbea, tenían lugar durante la tarde. El plan de
estudios era el siguiente:21
Primer año.Estudios Literarios bajo la dirección de don José Joaquín de Mora.
Por la mañana. Gramática latina. Traducción francesa por el sistema de Hamilton.
Dos veces por semana, Geografía descriptiva.
Estudios Científicos bajo la dirección de don Andrés Gorbea.
Por la tarde. Aritmética, Álgebra, Geometría especulativa y Trigonometría rectilínea;
una vez por semana, en el último semestre, lección y práctica de la Geometría aplicada.
Segundo año.Gramática latina. Gramática francesa y continuación de la traducción por el sistema
de Hamilton. Dos veces por semana Historia sagrada, y de los imperios antiguos.
Secciones únicas; cálculos de combinaciones, permutaciones y probabilidades; ecuaciones superiores; series; Trigonometría esférica; uso de los globos; Geometría aplicada a las tres dimensiones.
Tercer año.Sintaxis latina aplicada a la lectura de los autores. Literatura francesa. Dos veces por
semana. Historia Griega.
Cálculo diferencial, integral y de las variaciones; Estática, Dinámica; Fortificación
pasajera y permanente.
19 Baeza Marambio, 1944, p. 59.
20 Plan de estudios del Liceo de Chile, con algunos pormenores sobre su ejecución y sobre la
disciplina del establecimiento, 1828, p. 1.
21 Ibidem, pp. 1-2.
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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL, CHILE, 1828-1831
Cuarto año.Lectura razonada de autores latinos. Gramática castellana analizada. Dos veces por
semana Historia Romana; dos veces por semana en los últimos seis meses, Economía
Política.
Hidrostática, Hidrodinámica, Magnetismo; Óptica y Principios de Astronomía y
Perspectiva.
Quinto año.Lectura razonada y análisis de autores latinos, españoles y franceses. En los seis primeros meses Elocuencia castellana, y literatura española; en los otros seis Ideología.
Dos veces por semana, Épocas de la Historia Moderna, según los sistemas de Koch y
de Müller.
Química; cuerpos inorgánicos, cuerpos organizados vegetales y animales; Análisis
químico.
De dicho programa no se infiere un estudio sistemático de la política
y de sus instituciones más relevantes. Al momento de explicarse con detalle cuál es el alcance de los «Estudios literarios», el director del Liceo José
Joaquín de Mora afirma:
En una escuela práctica proporcionada a sus conocimientos, tendrán frecuentes ocasiones de aplicar las teorías que hayan aprendido. No sólo compondrán discursos
escritos sobre puntos de moral, de gusto y de historia, sino que discutirán entre sí
cuestiones de Derecho y de política, aprovechándose a veces de las ocasiones que les
suministren los trabajos de la legislatura nacional. Esta práctica, común en las universidades inglesas, ha sido el semillero de muchos grandes oradores y eminentes hombres públicos.22
Por otra parte, José Joaquín de Mora organizó un curso general de
derechos, el cual difunde a través de un prospecto que circuló durante el
mes de abril de 1829. Las materias o asignaturas del citado curso se distribuían en tres años y, en dicho plan, la enseñanza del Derecho
Constitucional —que he destacado en cursiva— se inicia en el primer año
de los estudios. Véase el contenido del prospecto a continuación:23
Se abrirá en el Liceo de Chile un curso general de derechos bajo la inmediata dirección de don José Joaquín de Mora. Durará tres años, en los cuales se distribuirán del
modo siguiente los diferentes ramos de esta enseñanza:
22 Ibidem, p. 4.
23 El programa del curso general de derechos se encuentra en el Capítulo VIII de la obra de
Amunátegui Aldunate, 1888, pp. 171-172. Un extracto del prospecto del curso general de derechos de
Mora, que contiene sólo las materias o asignaturas, se encuentra en Baeza Marambio, 1944, p. 59, pero
adolece de descuido en la cita del programa.
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RODRIGO ANDRÉS PÉREZ LISICIC
Primer año.- Derecho Natural, de Gentes, Constitucional y Romano, sirviendo de
texto a las explicaciones del profesor, las obras de Burlamachi y Vattel; la
Constitución de la República y la Instituta de Justiniano. Para todo lo relativo al
Derecho Internacional y Marítimo, se hará uso de las doctrinas de Azuni y Peuchet,
que se miran en las naciones cultas como oráculos de esta parte de la legislación.
Segundo año.- Derecho Patrio o explicación de todas las leyes civiles y criminales que
rigen en nuestro actual sistema judiciario comparándolos con los que han adoptado
los pueblos más célebres e importantes de la época presente.
Tercer año. Derecho Canónico y Economía Política. El primero será un extracto de lo
más puro que encierra una ciencia extraviada de su verdadero objeto por el espíritu
escolástico, y un resumen de las disposiciones más aplicables a las instituciones políticas que nos rigen. La economía política se enseñará por el tratado de Jacobo Mill,
añadiéndose lo más sensato y positivo que comprenden los otros economistas que han
escrito antes y después.
Como el objeto de este curso es formar letrados útiles, se empleará en él la lengua
nacional, que es la que se usa en los tribunales de nuestro país. El curso de derechos
será el único del Liceo en que se admitan externos; y para cortar toda comunicación
entre éstos y lo interior de la casa, se tendrá la clase en las piezas exteriores que antes
ocupó la capilla de Loreto. Los externos pagarán cuatro pesos mensuales. Los jóvenes que entren al Liceo en calidad de alumnos internos para seguir el curso de derechos, podrán tomar parte en los otros ramos de instrucción que se cursan en el establecimiento.
Los propósitos que Mora tenía en mente en relación al curso de derechos eran de orden superior, que en absoluto se agotaban con la enseñanza
al interior del Liceo. El gaditano concibió su curso de estudios jurídicos
como Curso de derechos del Liceo de Chile, aplicable a todas las nuevas
repúblicas de América,24 resolviendo la publicación de una obra que permitiera su difusión. Mora decide publicar siete tomos o cuadernos del curso
de derechos: El primer tomo se destina a la enseñanza del Derecho Natural
y de gentes; el segundo, a la enseñanza del Derecho Romano; el tercer y
cuarto tomos, reunidos, versaban sobre Derecho Civil y Criminal; el quinto estaba pensado para la enseñanza del Derecho Comercial; el sexto tomo,
dedicado a la enseñanza del Derecho Canónico; por último, el séptimo se
concibió para la enseñanza de la Economía Política y del Derecho
Constitucional. La Clave de Chile contiene una breve descripción de las
materias del tomo 7.º sobre Economía Política y Derecho Constitucional.25
24 Ver Mora, 13 de agosto de 1829, p. 34, acompañando a estos efectos el índice de materias
de cada uno de los siete tomos. Se ha tenido a la vista el original que consta de cuatro páginas, numeradas de la 31 a la 34, el que se cita junto con la referencia recopilada por Stuardo Ortiz, 1950,
pp. 61-65.
25 Ibidem.
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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL, CHILE, 1828-1831
Tomo 7.º
Economía política y derecho constitucional
Primera parte. Exposición del tratado de economía política de Mill, con las doctrinas
de Smith, Say, Ricardo, Jovellanos, Storch, Maccullofih, y otros. 2.ª Teoría del derecho Constitucional, aplicada a la Constitución de Chile. Apéndice.- Ensayo de un
curso de lógica legal, o reglas de raciocinio en materias de legislación y de jurisprudencia.
A diferencia de los extensos descriptores que Mora dedica a otras
materias como el Derecho Natural, el Derecho de Gentes, o el Derecho
Civil y el Derecho Penal, el de Derecho Constitucional es extremadamente pobre, como se puede apreciar. Tampoco ha sido de utilidad recurrir a
una rica fuente de información de la época como son los programas de exámenes, en los que se estilaba informar a los estudiantes del temario de cada
asignatura sujeta a evaluación final. De este modo, en el Programa de los
exámenes públicos en el Liceo de Chile en los días 8, 9 y 11 de febrero de
1830 no se halla referencia alguna a los contenidos de Derecho
Constitucional. Únicamente se detallan los contenidos a evaluar de las asignaturas de Derecho Natural y Derecho de Gentes, señalando los alumnos
que «responden» tales materias: Buenaventura Cousiño, Aniceto
Cordovez, José Rojas, Manuel Guzmán, Manuel Quiroga, Juan Nicolás
Álvarez, Joaquín Bravo, Joaquín Álamos, Fernando Herrera, Diego Tagle,
José Antonio Valdés, Manuel Rojas y Manuel Allende.26
Si el Derecho Constitucional y el Derecho Romano son materias del
primer año de estudios del curso especial de derechos, ¿por qué razón no
aparecen en la convocatoria de febrero junto al Derecho Natural y al
Derecho de Gentes? Es posible que tales materias no se hubieran enseñado
a tiempo como se tenía previsto, no habiendo razón para evaluarlas en la
fecha de exámenes fijada por el Liceo de Chile.
La obra es publicada parcialmente. Los suscriptores del primer tomo
recibirían su distribución a partir del 1.º de enero de 1830. Sin embargo,
hubo que esperar hasta el 1.º de abril de aquel año para ver el cuaderno
publicado. El segundo tomo, sobre Derecho Romano, logra su publicación
mucho más tarde y, según Miguel Luis Amunátegui, la obra se usó en tres
universidades bolivianas hasta 1865. Los cinco restantes cuadernos no se
publican, con lo que jamás se podrá saber el contenido y orientación de los
26 Stuardo Ortiz, 1950, pp. 67-82. El temario de la asignatura de derecho natural se encuentra
en pp. 67-69, y el de derecho de gentes en pp. 69-71.
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RODRIGO ANDRÉS PÉREZ LISICIC
estudios del Derecho Constitucional pensado por Mora.27 No cabe duda que
los acontecimientos políticos —la derrota de los liberales en la batalla de
Lircay en 1829— restan a Mora la tranquilidad requerida para la conclusión editorial del curso de derechos.
Colegio de Santiago: Antecedentes
El Colegio de Santiago se funda en la necesidad del sector conservador de oponer resistencia a la empresa educativa y liberal de Mora y apoyada por el propio gobierno de Pinto, en desmedro —como se dijo— del
Instituto Nacional. Se trata de una empresa privada, financiada por el mercader y siniestro Diego Portales Palazuelos,28 quien logra reunir, con el
esfuerzo e impulso inicial de Pierre de Chapuis, a un distinguido grupo de
profesores de origen francés. Chapuis los reclutó en Francia —donde forma la Sociedad Educacional— y en Brasil y llegaron al puerto de
Valparaíso el 8 de diciembre de 1828, a bordo del buque de la marina francesa L’Adour.29 Unos días más tarde, Chapuis publica un Aviso en la
Gaceta de Chile número 12, donde da cuenta sobre los antecedentes del
grupo contratado en París y de cuáles son las bases de la sociedad educacional que ha de regir en Chile. A través de dicho documento se conocen
los nombres de los profesores miembros de esa sociedad parisina. Estos
eran: Juan Antonio Portes, doctor en letras humanas, profesor de filosofía
y de economía política; Claudio Gay, doctor en ciencias, profesor de física, química e historia natural; José Coupelon, bachiller en letras humanas,
27 Amunátegui Aldunate, 1888, p. 174.
28 Diego Portales Palazuelos destaca por sus tácticas maquiavélicas en política, antes y después de haber obtenido el poder tras la Batalla de Lircay, en la que triunfan los conservadores para
derrocar y despojar del gobierno a los liberales —civiles y militares— leales al ex vicepresidente
Francisco Antonio Pinto. El 30 de julio de 1830, en pleno apogeo del gobierno conservador, expulsa
del país a su amigo liberal Pierre de Chapuis. Véase al respecto Ávila Martel, 1982, p. 28. Una mirada
atenta y crítica, que revela los horrores ético-políticos de Portales y su obra, se encuentra en el historiador chileno Salazar Vergara, 2007, p. 25, donde el autor sostiene que el orden portaliano no responde a los intereses ni de las clases productoras, ni de las clases asalariadas. Especialmente véase de la
obra de Salazar Vergara su «Capítulo VI Culminación de los procesos revolucionario y contrarrevolucionario (1828-1837)», pp. 315-412, donde el autor reconstruye históricamente la red de ardides del
estilo político portaliano, concebido para fomentar la represión policial y carcelaria, como asimismo
para la creación de leyes secretas que autorizan la existencia de policías secretas y ejecuciones políticas sin juicio previo.
29 En el Capítulo III de Ávila Martel, 1982, pp. 27-30, se encuentra una referencia con mayores detalles sobre la empresa educacional de Chapuis.
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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL, CHILE, 1828-1831
profesor de retórica, literatura griega, latina y de geografía; Luis Teodoro
Morinière, bachiller en letras humanas, licenciado en Leyes y profesor de
bellas letras, de derecho romano, derecho natural y derecho de gentes, además de historia; por último, Francisco de Lubin Gillet de Laumont, profesor de mineralogía y matemáticas.30
Hacia el mes de febrero de 1829, Pierre de Chapuis es apartado de la
empresa educacional. En su reemplazo, Diego Portales incorpora al presbítero Juan Francisco Meneses, quien a la sazón era rector del Instituto
Nacional. Este presbítero fue el primer rector del Colegio de Santiago,
correspondiéndole su instalación y apertura el 16 de marzo de 1829.
Durante su breve rectorado no existe fomento alguno para la enseñanza de
los estudios políticos o constitucionales. Hay que tener en cuenta que si
Meneses no había promovido esos estudios siendo rector del Instituto
Nacional, no existía razón plausible para que los impulsara ocupando el
mismo cargo máximo en el Colegio de Santiago, al cual accedió más bien
por los estrechos vínculos de amistad que mantenía con Diego Portales,
que por el interés de innovar significativamente la enseñanza chilena.
En diciembre de 1829, el rector Meneses acepta participar en el
gobierno conservador31 y, poco tiempo después, resulta elegido rector de la
Universidad de San Felipe, cargo que desempeña hasta el día de la extinción de esta Casa de Estudios en 1838. Hacia 1831 asume también la función de secretario de la Convención que redacta la Constitución de 1833.
Posteriormente, luego de iniciadas las actividades de la Universidad de
Chile en 1842, Meneses asumiría el decanato de la Facultad de Leyes en
1846, ocupando este puesto hasta el año de su muerte ocurrida en 1860.
Los estudios generales en el Colegio de Santiago
El Colegio de Santiago inició sus actividades en marzo de 1829, disponiendo su rector Meneses un Reglamento interior y un Cuadro de ejer-
30 El Aviso aparece publicado el 31 de diciembre de 1828. Reproducido por Ávila Martel,
1982, p. 56.
31 Juan Francisco Meneses fue secretario general de la Junta de Gobierno integrada por José
Tomás Ovalle (presidente), Isidoro Errázuriz y José María Guzmán. El decreto de nombramiento de
su nombramiento es de 8 de enero de 1830; sin embargo, actuó de hecho desde la fecha misma de
instalación de la citada Junta, ocurrida el 24 de diciembre de 1829. Véase Valencia Avaria, 1986,
p. 465.
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cicios para los alumnos del establecimiento.32 El Reglamento tenía el sello
personal del presbítero, pues partía como punto de inicio de la máxima de
que la «religión es la base esencial de toda buena educación», determinándose a partir de este principio los ritos oratorios al inicio y término de cada
clase, así como el contenido que debía observar la clase elemental y todas
las demás de aquellos alumnos que estudiaban gramática: historia del viejo y nuevo testamento, en la primera; y disertación de memoria de algunos
versículos en latín de la historia sagrada, en las segundas. Se agrega a esta
inspiración el compromiso del rector Meneses en dictar los sábados de cada
semana las explicaciones sobre algún punto de la doctrina cristiana. En lo
demás, el reglamento interior del Colegio de Santiago establecía obligaciones muy estrictas para los alumnos,33 un régimen de castigos y premios y
de disposiciones generales que versaban nuevamente sobre conducta estudiantil y relación de los profesores con las familias de los alumnos.
Por otra parte, el cuadro de ejercicios ordena el horario de estudio de
cada materia o asignatura, que se extiende desde las siete de la mañana hasta las diecinueve y treinta minutos, de lunes a sábado.
Sobre los estudios generales que ofrece el Colegio de Santiago, es
necesario determinar dos momentos. El primero de ellos, corresponde al
plan de estudios bajo el rectorado de Juan Francisco Meneses. El segundo
momento, se vincula al plan de estudios que Andrés Bello propone para el
Colegio de Santiago apenas iniciado su periodo rectoral.
El rectorado de Meneses se inicia con un plan de estudios que la
sociedad de profesores del Colegio de Santiago da a conocer a la opinión
pública durante el mes de enero de 1829, intitulado Prospecto del Colegio
de Santiago,34 al que adicionan un Cuadro de ejercicios para cada día de
la semana. Éste último es distinto del que ordena publicar Meneses el 11
de marzo de 1829 y que, a diferencia del anterior, no contempla la enseñanza de la mineralogía. En todo lo demás, se corresponde con las materias
contempladas en el prospecto del mes de enero, cambiando únicamente el
horario y organización de los estudios.
32 Reglamento interior del Colegio de Santiago, 1829. Lo firma Meneses con fecha 11 de
marzo de 1829. Reproducido por Ávila Martel, 1982, pp. 75-76. El Cuadro de ejercicios para cada
día de la semana, 1829, anexo al Reglamento anterior, aparece reproducido por Ávila Martel, 1982,
pp. 76-77.
33 Verbi gratia, el modo como los estudiantes entran y salen de sus salas de clases, reglas sobre
decencia en el vestir y limpieza corporal rigurosa, o reglas sobre el deber de sumisión, respeto y perfecta obediencia a los profesores.
34 Prospecto del Colegio de Santiago, 1829. Reproducido por Ávila Martel, 1982, pp. 59-68.
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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL, CHILE, 1828-1831
El Prospecto de enero de 1829 divide la enseñanza en tres áreas de
formación: la enseñanza elemental, la enseñanza de las humanidades y
bellas letras y, por último, la enseñanza de las ciencias.
La primera —de nivel elemental— comprende la historia sagrada,
gramática latina, geografía elemental, aritmética, escritura y dibujo. Todo
ello en un primer año. En el segundo año, se ejercitan los estudiantes en la
traducción de autores latinos, iniciándose en el estudio de la lengua griega.
Complementan su formación en esta fase con la continuación de sus lecciones de aritmética, dibujo y de escritura. En el tercer año, se inicia la formación en las humanidades y bellas letras, que se prolonga hasta un cuarto
año. En su aplicación, durante el primer año de estas humanidades se explican las obras de Quinto Curcio, Tito Livio, Virgilio y Ovidio; también las
fábulas de Esopo y el nuevo testamento en griego. Al mismo tiempo, continúan sus lecciones de aritmética y de dibujo, cesando las clases de escritura. En el segundo año de las humanidades (cuarto año de los estudios) los
alumnos aprenden las obras de Salustio, Tácito, Cicerón, Horacio, Luciano,
Jenofonte y Homero. Destaca en esta fase la enseñanza de la retórica, a través de la composición de narraciones en latín y en español. Para estos efectos, se continúa con la enseñanza de la versificación latina y del dibujo.
Finalmente, el Prospecto de enero de 1829 detalla la enseñanza de las
ciencias. Los saberes que se incorporan al estatus de las ciencias en el plan
de estudios son la filosofía, la economía política, el derecho romano, las
matemáticas, la geografía, la historia, la historia natural y la física junto a
la química. El Cuadro de ejercicios del Colegio de Santiago rotula a estas
materias como «cursos especiales».
La filosofía comprende la metafísica, la lógica y la moral. Respecto
de la economía política, el Prospecto exige que se estudien algunas verdades sobre esta ciencia obtenidas por diversos autores a lo largo de la historia como Platón, Aristóteles, Quesnay, Montesquieu, Condillac, entre
otros, para luego abordar el sistema de economía que proponen Jean
Baptiste Say y Adam Smith, «los únicos que han hecho de esta ciencia una
doctrina completa», según reza el prospecto.
La enseñanza del derecho romano se limita a la exposición de su historia, su legislación bajo los reyes, los cónsules y los emperadores, abrazando la compilación de Justiniano para enseguida comparar esa legislación romana con la moderna de algunos pueblos.
En cuanto a las matemáticas, se divide su enseñanza en tres años.
Durante el primero de ellos, se abarcan la aritmética, el álgebra, la geomeAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 141-162. ISSN: 0210-5810
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tría y la trigonometría. Durante el segundo año, finaliza la enseñanza del
álgebra, se inicia su aplicación a la geometría y culmina con el estudio de
la estadística. El tercer año se destina a la enseñanza del cálculo integral y
diferencial.
En relación a la geografía, se explican los fenómenos que derivan del
movimiento de los cuerpos celestes, para en seguida abordar el estudio de
las costumbres, los usos, la religión y la política de los diferentes lugares
que se describen en la asignatura. De este modo, la geografía se divide en
física, moral y política. Se agrega a esta enseñanza la demostración de la
confección de las cartas marítimas más exactas del momento.
La enseñanza de la historia comprende la historia antigua (origen de
las sociedades humanas, cultura egipcia, asiria, griega y romana hasta su
declinación), la historia del bajo imperio o Edad Media (los tiempos de
Constantino y la grandeza de Bizancio) y la historia moderna (desde
Carlomagno hasta el estudio particular de la historia de los pueblos más
considerables de Europa). Por otra parte, la enseñanza de la historia natural abraza tres disciplinas como son la zoología, la botánica y la mineralogía.
Concluye la formación científica con la enseñanza de la física y de la
química. La primera se enseña en los cinco primeros meses del año; la química, en los meses restantes.
En el próximo apartado de esta investigación se explica el contenido
del plan de estudios que adopta el Colegio de Santiago el año en que
Andrés Bello asume su rectorado. En ese nuevo plan aparece la enseñanza
del Derecho Constitucional.
El estudio del Derecho Constitucional en el nuevo
plan de estudios del Colegio de Santiago
Los estudios políticos se iniciaron bajo el rectorado de Andrés Bello,
con la denominación Ciencia de la Legislación. El 2 de marzo de 1830,
aparece publicado el Prospecto del Colegio de Santiago, con las firmas de
Andrés Bello (director del Colegio) y los profesores societarios H.
Beauchemin, J. Coupelon, Claudio Gay y Théodore Morinière, fechadas el
1.º de febrero de 1830.35 Bello no sólo asumía el cargo de director, sino que
35 Ibidem, pp. 88-94, donde ofrece el Prospecto íntegro.
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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL, CHILE, 1828-1831
también trabajó como profesor de las asignaturas de Lengua y Literatura
Castellana y la de Legislación.
Los estudios generales bajo el nuevo plan de 1830 se organizaban en
tres áreas de conocimiento. En primer lugar, las llamadas «Letras y Bellas
Artes», que comprendían gramática castellana (en un año), gramática latina (en tres años), latinidad superior (en dos años), retórica (en un año), lengua francesa (en dos años) y lengua y literatura castellana (un año). En
segundo lugar, se ofrecía un área de «Ciencias», incluyendo filosofía (un
año), legislación (un año), matemáticas (un primer año de aritmética y un
segundo de álgebra y geometría), geografía (un año dividido en dos secciones, donde la última de ellas se componía de cuatro ramos) e historia natural (un año repartido en tres partes, zoología, botánica y mineralogía). En
tercer lugar, el Colegio de Santiago ofrecía cursos de «Bellas Artes», comprendiendo arte de escribir (materia que pueden cursar los estudiantes de
las clases de latinidad), dibujo y música. Además de estos estudios principales, el Colegio de Santiago otorgaba «una importancia particular» a la
instrucción religiosa, la que, según se indica, se consagraba el sábado por
la tarde de cada semana, a cargo del capellán del Colegio, quien daba las
lecciones «sobre las verdades fundamentales de la religión, y sobre la historia sagrada». Por último, el Colegio de Santiago contemplaba una
«Escuela de Primeras Letras», a cargo de los señores Domingo Acevedo y
Pedro Douet, donde enseñaban a leer, escribir, contar y catecismo.
Tratándose de la asignatura de Legislación o Ciencia de la legislación,
el folletín in comento entrega un descriptor de sus contenidos, como se
observa a continuación.
En este curso se explicará la teoría de la legislación, reduciendo a un cuerpo de doctrina la de las obras del ilustre Bentham, sin perder de vista lo que se ha escrito sobre
este interesante asunto por Filanguieri, Beccaria, Montesquieu, Benjamin Constant y
otros célebres publicistas de nuestros días. El principio de utilidad, desenvuelto con
precisión, conducirá a la análisis del bien y el mal político, a la refutación de los sofismas que suelen oscurecer la discusión de las materias legales, y al examen de algunas máximas abstractas, cuya exageración o errada inteligencia ha extraviado no
pocas veces el espíritu de reforma, y malogrado las revoluciones. A la luz del mismo
principio se observarán los elementos de los varios sistemas constitucionales, su espíritu y tendencia; se examinarán los derechos y obligaciones civiles; se establecerán
las máximas reguladoras del código penal, de la constitución de los juzgados para la
averiguación de los hechos y para la imparcial aplicación de las leyes; y en fin, de la
economía política y de la administración fiscal. Estas materias se explicarán y discutirán verbalmente, y se concentrará la sustancia de ellas en un resumen dialogado, que
se dictará por escrito.
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Andrés Bello es el fundador en Chile de esta asignatura de clara
influencia benthamiana. Está compuesta de materias como la teoría del
Derecho o de la justicia, el Derecho Político o Constitucional, el Derecho
Civil, el Derecho Penal y la Economía Política. El programa de esta materia es el antecedente inmediato de la asignatura de Legislación Universal,
que inaugura el Instituto Nacional a través de su plan de estudios de 1832.
También allí Andrés Bello será su profesor. Para esa fecha este famoso
polígrafo integra en la asignatura sólo el Derecho Civil, el Constitucional y
el Penal.
Las materias correspondientes al Derecho Constitucional de aquella
asignatura de ciencia de la legislación se encuentran en el Programa para
los exámenes de los alumnos de la clase de principios generales de legislación, de 1831, del Colegio de Santiago. El Programa convoca a estos
exámenes a cinco estudiantes: J. Domingo Aguirre, Pedro Nolasco Cruzat,
Vicente Bascuñán, J. Ignacio Errázuriz y J. Manuel Errázuriz.36 Al Libro II
del Programa Andrés Bello le denomina Derecho político, aunque se trata
más bien de un tradicional programa de derecho constitucional. Consta de
diez apartados o unidades temáticas. La primera de ellas se intitula Origen
de los gobiernos; la segunda, Causas que mantienen de hecho la sumisión
de los súbditos al gobierno; la tercera, Razón en que se funda la obligación
de obedecer al gobierno; la cuarta unidad se denomina Libertad civil; la
quinta, Diferentes especies de gobierno; la sexta, Soberanía del pueblo; la
séptima unidad, De la legislatura; la octava, Poder ejecutivo; la novena
unidad temática, Federaciones y, por último, la décima unidad se denomina De la opinión pública.
Conclusiones
La enseñanza del Derecho Constitucional chileno surge de los proyectos de educación privada liberal y conservador. El primero de ellos, representado por la figura de José Joaquín de Mora y la instalación de su Liceo
de Chile; el segundo, financiado por el mercader Diego Portales
Palazuelos, gira en torno a dos personalidades como son Juan Francisco
36 El Programa para los exámenes del Colegio de Santiago aparece publicado como prospecto por la Imprenta de la Opinión, en 1831. El texto que se utiliza en esta investigación es el compilado
por Ávila Martel, 1982, pp. 96-109. Consta el prospecto de cuatro libros: principios generales (p. 96),
derecho político (p. 100), de los derechos y obligaciones civiles (p. 104) y delitos y penas (p. 106).
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LA ENSEÑANZA DEL DERECHO CONSTITUCIONAL, CHILE, 1828-1831
Meneses y Andrés Bello, los rostros institucionales del Colegio de
Santiago.
La incorporación de la asignatura de Derecho Constitucional en los
planes de estudio de la enseñanza privada adquiere carta de ciudadanía de
manos de Mora y de Bello. Esto es una paradoja de la cultura jurídico-política chilena, pues habiendo una praxis política y un conocimiento de las
formas constitucionales desde los primeros años de la República, los protagonistas de dichos procesos políticos se muestran indiferentes en relación
a la enseñanza de la Constitución al momento de decidir acerca de los contenidos relevantes para la formación jurídica de los juristas. La influencia
de un intelectual como Juan Egaña se concentra más bien en la redacción
de textos constitucionales que en la enseñanza jurídica del derecho de la
Constitución. Existe un divorcio entre el proceso político tendiente hacia la
consolidación de un gobierno independiente —preocupado de la constitucionalización de la actuación política— y la necesaria ideologización del
pueblo en torno al valor político de una Constitución.
En esto radica la importancia del aporte de Mora y Bello, que fractura ese divorcio entre política y enseñanza de la política, el divorcio entre
Constitución y enseñanza del derecho de la Constitución.
Si la hipótesis de investigación es que las fuerzas políticas liberales
hacia 1828 tenían como propósito enfatizar, a través de la enseñanza del
Derecho Constitucional, los derechos del pueblo, por una parte, y por la
otra, que las fuerzas políticas conservadoras hacia 1829 planteaban realzar,
también a través de la enseñanza del derecho de la Constitución, los derechos del soberano o del gobierno, entonces no resulta del todo posible responder a tal hipótesis a partir de los materiales investigados. La razón de
ello es la ausencia de un programa de estudios de Derecho Constitucional
en el Liceo de Chile, o bien de un programa de contenidos convocados para
el examen final de la asignatura. Lo único disponible son escuetas referencias contenidas en el plan de estudios del Curso de derechos del Liceo de
Chile y en la propuesta de contenidos del libro séptimo del mismo curso,
que nunca se publicó. En aquel plan de estudios, únicamente se establece
el texto de la Constitución de la República para la enseñanza del Derecho
Constitucional. En cuanto al contenido del libro séptimo del Curso de
Derechos, se afirma que la enseñanza del Derecho Constitucional se arregla conforme a la teoría constitucional aplicada a la Constitución de la
República. Con el pesar del presente investigador, es una pérdida para la
tradición liberal chilena el que Mora no haya explicitado su metodología y
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RODRIGO ANDRÉS PÉREZ LISICIC
dogmática del citado Derecho Constitucional en los planes y programas del
Liceo de Chile. No es suficiente saber que la obra de Jeremy Bentham
influye en la doctrina constitucional del gaditano pues Andrés Bello también la tiene, además de la que recibe de Benjamin Constant, como él mismo declara. En este sentido, Bello es más cuidadoso que Mora, toda vez
que logra informar sobre los contenidos de la enseñanza del derecho constitucional en el prospecto publicado para la realización de los exámenes
finales del Colegio de Santiago, junto al de todas las demás asignaturas. No
ocurre lo mismo con el prospecto de esta clase de exámenes del Liceo de
Chile, en la que queda excluida la prueba o examen final del Derecho
Constitucional o, lisa y llanamente, nada se dice sobre el particular. ¿Qué
debemos pensar? ¿Qué Mora jamás enseñó Derecho Constitucional en el
año de 1829? ¿O que simplemente omite el gaditano transcribir en el prospecto la convocatoria para los exámenes finales de esa materia? A diferencia de lo que ocurre con la asignatura de Derecho Constitucional, respecto
a las de derecho romano y derecho de gentes, Mora entrega a los estudiosos de la historia de la enseñanza del derecho una valiosa información, rica
en contenidos y en la adopción de tradiciones teóricas.
Recibido el 16 de enero de 2010
Aceptado el 25 de marzo de 2011
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enero-junio, 163-189, Sevilla (España), 2011
ISSN: 0210-5810
Las escuelas étnicas de la comunidad francesa.
El caso argentino, 1880-19501/
The ethnic schools of the French community.
The Argentine case, 1880-1950
Hernán Gustavo Otero
IEHS, Universidad N. del Centro de la Provincia
de Buenos Aires, Tandil, Argentina
A partir de documentación diplomática inédita de Francia, el texto reconstruye las
características y la evolución de las escuelas francesas de la Argentina durante el periodo
1880-1950. Para ello formula una definición analítica y operacional del concepto de escuelas étnicas e indaga las razones de la debilidad de las escuelas francesas, distinguiendo las
vinculadas a la situación premigratoria (niveles de alfabetización y nacionalización de los
emigrantes, políticas de Francia en Latinoamérica) y a la posmigratoria (evolución del sistema público de enseñanza de la Argentina, fractura de clase de la comunidad migratoria,
expectativas de retorno, etc.).
PALABRAS CLAVES: Escuelas étnicas; Comunidad francesa; Argentina.
Based on unpublished French information, this text analyses the main characteristics
and the historical evolution of French schools in Argentina between 1880 and 1950. It
begins by establishing an analytical and operational definition of the concept of ethnic
schools, and proceeds to study the causes of the weakness of these institutions, distinguishing between those related to pre-migratory conditions (such as levels of illiteracy and of
adoption of French national identity by emigrants, French policies towards Latin America)
and those taking place after migration (the evolution of the Argentine public education system, the class cleavage inside the immigrant community, the expectation of return-migration, etc.).
KEYWORDS: Ethnic schools; French Community; Argentina.
1 Agradezco los comentarios de Alicia Bernasconi, Carina Frid, Lucía Lionetti y de los árbitros anónimos.
163
HERNÁN GUSTAVO OTERO
Introducción
Las escuelas étnicas constituyen un tema esencial de los estudios
migratorios por su vinculación con, al menos, tres problemas: su relación
con otros esfuerzos desplegados por las comunidades, en particular el
movimiento asociativo; su papel como lugar de socialización de la segunda generación de inmigrantes mediante la incorporación de pautas culturales del país de origen; y su carácter de indicador de la integración migratoria en el clásico debate entre las teorías del Pluralismo Cultural y el Crisol
de Razas.2 Partiendo de esta problemática general, el presente estudio busca subsanar la ausencia de trabajos sobre las escuelas francesas a partir del
análisis de fuentes estadísticas y diplomáticas francesas no utilizadas hasta
el presente.3
El primer problema consiste en recortar un objeto de análisis –las
escuelas étnicas— que, como es habitual en los estudios migratorios, tiende a confundirse con aspectos más generales del país receptor como la presencia extranjera y la historia de la educación en la Argentina. Los educadores franceses ocuparon, en efecto, un lugar destacado en el colosal brain
draim europeo que acompañó a la emigración de masas. El flujo de educadores estuvo compuesto por quienes contaban con calificaciones formales
pero también por aquellos que, sin tener títulos específicos, desempeñaron
ese papel en un país cuyo acelerado proceso de modernización demandaba
un número creciente de educadores. A ello se sumó la francofilia cultural
de las elites políticas e intelectuales nativas durante la segunda mitad del
siglo XIX y la influencia que tuvo el sistema de enseñanza francés en la
Argentina, visible en los contenidos, en la selección de textos obligatorios
y en las orientaciones ideales de la escuela secundaria. La influencia de los
educadores franceses en este país constituye, en suma, un tema amplio y
heterogéneo debido a la pluralidad de situaciones que los tuvieron como
protagonistas y que conviene distinguir analíticamente.
2 Los méritos y límites de ambas teorías son analizados en Devoto y Otero, 2003, pp. 181227. Una síntesis general de los debates sobre escuelas étnicas en Thernstrom, Orlov y Handlin, 1980,
pp. 303-319. Los franceses fueron el tercer grupo migratorio hasta 1914, aunque con proporciones muy
inferiores a italianos y españoles. La presencia gala pasó de 32.336 inmigrantes en el censo de 1869 a
94.098 en 1895 y declinó a 79.491 en 1914. Para un análisis del origen regional y de las causas de la
emigración francesa a la Argentina, aspectos que exceden los límites del presente texto, ver Otero,
2005.
3 Aunque rica en hipótesis, la producción sobre escuelas étnicas en la Argentina es aún escasa y se refiere a daneses, judíos y, sobre todo, italianos. Las únicas excepciones para el caso francés son
Lassalle et al., 1998, y de modo bastante más marginal, Sofer y Szchuman, 1975, pp. 334-359.
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LAS ESCUELAS ÉTNICAS DE LA COMUNIDAD FRANCESA. CASO ARGENTINO, 1880-1950
Un primer grupo incluye a las figuras que actuaron en las instituciones
públicas argentinas, abiertas por definición a todos sus habitantes y sin distinción de orígenes nacionales. Enumerar a la totalidad de los educadores
galos que se desempeñaron en este rubro excede desde luego los fines de
este trabajo; baste recordar, en cambio, a los principales referentes. Dejando
de lado a quienes ingresaron al país durante la etapa rivadaviana, fuera de
nuestro periodo de observación, se destacaron, en primer término, los educadores asociados a la experiencia de Justo José de Urquiza en la provincia
de Entre Ríos, donde brillaron las figuras de Alberto Larroque (1819-1881),
rector del Colegio de Concepción del Uruguay y hacia el final de su vida
miembro del Consejo Nacional de Educación, y del polifacético exiliado
republicano Alexis Peyret (1826-1902), quien dictó clases en esa institución
y en la Universidad de Buenos Aires. En segundo término, el polo tucumano
brilló con las figuras del también exiliado Amadée Jacques (1813-1865),
docente del Colegio San Miguel entre 1858 y 1862, rector del Colegio
Nacional de Buenos Aires y miembro de la Comisión del Plan de
Instrucción General y Universitaria para la República Argentina, cuya
redacción se le atribuye; y de Paul Groussac (1848-1929) quien, entre otros
cargos, trabajó a partir de 1871 como profesor del Colegio Nacional de
Tucumán durante más de diez años.4 Por último, en el caso porteño, debe
mencionarse a Raúl Legout, docente del Colegio Modelo de Buenos Aires,
director de la Escuela Superior Catedral al Sur, vicerrector del Colegio
Nacional de Buenos Aires, subinspector de Escuelas de Provincias, profesor
y rector del Colegio Nacional de Jujuy, inspector nacional de escuelas del
Consejo Nacional de Educación y miembro del Congreso Pedagógico de
1882. A esas figuras, cuyas trayectorias vitales se asocian a múltiples puntos de la geografía nacional, debe agregarse un sinnúmero de educadores
que desarrollaron su trabajo en el ámbito público por poseer títulos franceses habilitantes (profesores de escuelas normales, por ejemplo) o porque sus
competencias técnicas, profesionales o linguísticas (el contar con el francés
como lengua madre constituía un capital evidente para la enseñanza de ese
idioma) los habilitaban para la docencia. Esta fue ejercida de modo permanente o como una ocupación refugio en momentos específicos del ciclo de
vida, como lo evidencian las trayectorias de personajes tan dispares como
4 Para referencias biográficas de los educadores franceses en la educación pública argentina,
ver Páez de la Torre, 1979, pp. 41-44, y De la Croix-Riche Chanet, 2004, pp. 728-749. El director de
la Biblioteca Nacional, Paul Groussac, ha recibido mayor atención; ver sobre el particular la semblanza hecha por Clemenceau, 2002 [1911], pp. 57-60, y sobre todo Bruno, 2005.
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HERNÁN GUSTAVO OTERO
Charles Sourigues (1805-1870), agrimensor de la Colonia San José en Entre
Ríos, el sabio Martín de Moussy (1810-1869) y el citado Paul Groussac. 5
Un segundo grupo de educadores estuvo compuesto por miembros de
las congregaciones religiosas de origen francés. La llegada al país de estas
órdenes experimentó dos picos importantes: a partir de la década de 1880
y, con mayor intensidad, desde las leyes francesas de supresión de la enseñanza religiosa y de separación de la Iglesia y el Estado de 1905 (ley Émile Combes) que dieron lugar a la emigración de unos 30.000 congregacionistas.6 Entre las múltiples órdenes arribadas a la Argentina se destacaron
los Padres Bayoneses, llegados en 1856 como respuesta a una invitación
del obispo de Buenos Aires originada en la necesidad de asistencia espiritual a las familias vascas; dos años más tarde, el padre Diego Barbé fundó
el Colegio San José, atendido luego por la Congregación del Sagrado
Corazón de Jesús de Betharram. Otras fueron los Padres Lazaristas (llegados en 1859), los Misioneros de la Inmaculada Concepción de Lourdes o
lourdistas, congregación fundada en Francia en 1848 y llegada a la
Argentina en 1890, que creó, entre otros, los colegios de San Miguel en la
capital y del Sagrado Corazón de Jesús en Tucumán; y los Hermanos
Maristas de la Enseñanza (Champagnat) arribados en 1903. Entre 1854 y
1914, llegaron al país 28 órdenes y congregaciones religiosas de varones y
38 de mujeres, prevaleciendo las francesas entre las primeras en cuanto a
docencia y las italianas en lo relativo a la acción misional.
La importancia educativa de estas congregaciones fue enorme, aunque
poco estudiada hasta el momento, pero resulta menos clara su impronta
étnica, la cual, sin embargo, no puede ser descartada a priori. Entre las
razones para no hacerlo se encuentra el lugar de origen de estas instituciones, que tenía una evidente connotación étnica, tanto francesa, como regional, ya que la mayoría provenía de las mismas zonas del sur del Hexágono
de las que eran oriundos los inmigrantes. Para aquellos recién llegados que
profesaban el catolicismo, este se moduló basándose en referencias regionales y en ciudades emblemáticas de la religiosidad popular como Lourdes
o Betharran. Asimismo, muchos inmigrantes priorizaron las escuelas de las
congregaciones también por su origen nacional y no sólo por razones pura5 El propio Groussac señalaba esta situación al sostener en El Monitor de la Educación
Común (17 de noviembre de 1882, p. 190) que «la enseñanza ha sido hasta ahora la playa más ó menos
hospitalaria donde todos los náufragos de la existencia levantan su tienda de un día, su abrigo provisorio», citado por Bruno, 2009, p. 345.
6 Duclert y Prochasson, 2007, pp. 202-208.
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LAS ESCUELAS ÉTNICAS DE LA COMUNIDAD FRANCESA. CASO ARGENTINO, 1880-1950
mente confesionales, aunque estas fueran en general compartidas, especialmente por aquellos que se oponían a las medidas laicas de la Tercera
República.7 Las escuelas religiosas tuvieron asimismo un enorme rol en la
difusión del idioma francés gracias a la presencia de sacerdotes-maestros
de ese origen, y debieron desempeñar en tal sentido un papel análogo, aunque probablemente menos influyente que el ejercido por los salesianos en
la preservación del idioma italiano.8 Su orientación confesional favoreció
además la superación del sesgo de clase que, como veremos, caracterizaba
a las escuelas laicas de la comunidad. Sin embargo, y a pesar de esas referencias, los colegios de las congregaciones impartían una educación en
español de acuerdo con contenidos que, según los informes consulares y las
encuestas sobre instituciones francesas realizadas por el Ministère des
Affaires Étrangères en 1912, 1930 y 1950,9 eran acordes con las currículas
oficiales argentinas y dieron prioridad a una línea educacional de corte confesional y no étnica. Más importante aún, se dirigían a un público plurinacional en el cual la mayoría de los alumnos eran argentinos, sin que la presencia francesa fuera en ellas destacable, salvo excepciones como los
colegios religiosos de la colonia averyonesa de Pigüé fundada en 1884.10
Por último, puede argumentarse que el hecho de que la población fuera en
su mayoría católica contribuyó a que las escuelas religiosas francesas
tuvieran en la Argentina un papel menos activo y militante de preservación
étnico-religiosa que las comunidades francesas instaladas en países con
predominio protestante, como los Estados Unidos, o con un sustrato francófono que debía ser preservado, como en Canadá,11 y que las comunida7 Ese era el caso, por ejemplo, de muchos católicos aveyroneses instalados en Pigüé. Véase
Andreu et al., 1977, p. 258. No hay que olvidar que el Vaticano condenó en 1875 la frecuentación de
escuelas públicas y que ello debió influir en los sectores católicos más militantes de las comunidades.
8 Rósoli, 2000, pp. 237-260. Sobre italianos ver también los trabajos de Frid de Silberstein,
1985 y 1992; y Favero, 1985.
9 Statistique Générale de la France (en adelante SGF), 1915 y 1935; Institut National de la
Statistique et des Etudes Économiques, 1955 (de aquí en adelante Encuestas del MAE).
10 Las escuelas de las congregaciones francesas son analizadas por el jesuita Lhande, quien
discute la tesis de la supuesta indiferencia religiosa de los emigrantes vascos en el nuevo mundo y, de
manera más dispersa, por otros autores. Ver Lhande, 1984 [1910] y Dussaut, 1966. Estudios más sistemáticos son los de González, 1979, pp. 89-122, y Auza, 2005.
11 El caso canadiense tuvo dos especificidades notables: el papel del clero como agente de
encuadramiento del flujo migratorio y la coexistencia de comunidades francófonas de diferente origen.
El cierre de las escuelas católicas en Francia en 1903 originó la emigración de unos 2.000 religiosos al
Canadá entre 1900 y 1914, que buscaron recrear allí comunidades católicas basadas en las colonias de
emigrantes. Por ello, la Iglesia tuvo allí una defensa militante de la francofonía y de una específica versión del catolicismo (la ideología de la survivance no exenta de nacionalismo) muy diferente al caso
argentino. Ver Quintal, 1990; y Frenette, 2002.
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HERNÁN GUSTAVO OTERO
des no católicas de Argentina, fueran de confesión protestante (británicos,
alemanes y daneses) o judía.
Una tercera categoría remite a la Alianza Francesa, fundada en París
el 21 de julio de 1883, que contó con una filial en Buenos Aires a partir de
1893. Al igual que la Dante Alighieri o el Instituto Goethe, su objetivo fue
el de difundir la lengua y la cultura del país de origen a la población en
general y no sólo a los descendientes franceses. La sede porteña fue fundada por el doctor François Simon, junto a personalidades y empresarios
franceses y argentinos, y tuvo como primer presidente a Alexis Peyret. En
una primera fase estimuló la enseñanza del francés en los colegios de la
capital; a partir de 1896 preparó exámenes, para luego dar cursos y transformarse progresivamente en una verdadera escuela de idioma, lo que convirtió a la red de Argentina en la más importante del mundo hacia fines de
la década de 1920. La Alianza tuvo un gran desarrollo entre 1910 y 1930 e
inició luego una «fase de decadencia o de esclerosis paralela al debilitamiento de la colonia francesa». La situación comenzó a revertirse en la
inmediata posguerra gracias al Comité pour le Rayonnement Français que
sacó a la institución de su aislamiento y logró aumentar el número de alumnos y de filiales en todo el país.12 La encuesta del Ministère des Affaires
Étrangères de 1950 dio cuenta de la existencia de 53 filiales agrupadas en
una Federación con un total de 10.000 alumnos. Esta encuesta, que a diferencia de las anteriores permite conocer la nacionalidad de los adherentes
a la institución, muestra que apenas el 10 % de los mismos eran por ese
entonces franceses, aunque la proporción fuera más alta en lugares emblemáticos de colonización gala como San Rafael (43 %), en la provincia de
Mendoza, y Pigüé (97 %), en la de Buenos Aires.13 Dentro de este grupo se
pueden incluir también los esfuerzos del Estado francés en el ámbito de la
educación superior como la creación del Instituto Francés de Estudios
Superiores en 1942, destinado al público en general.14
Un cuarto grupo fue el de las escuelas privadas no confesionales, objeto central del presente texto, pero que no siempre tuvieron un carácter étnico
12 Archives du Ministère des Affaires Étrangères (en adelante AMAE), Note sur la colonie
française d’Argentine, Buenos Aires, 21 de octubre de 1949, Roger Monmayou au MAE, pp. 208-237,
p. 223.
13 Elaboración propia en base a los casos de filiales con datos completos, Encuesta del MAE
de 1950, pp. 356-357.
14 El Instituto fue fundado por Robert Weibel-Richard y Roger Callois. Según la encuesta del
MAE de 1950, p. 57, tenía 1.000 alumnos y contaba con el patronato científico de las Universidades de
Paris y Bordeaux.
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LAS ESCUELAS ÉTNICAS DE LA COMUNIDAD FRANCESA. CASO ARGENTINO, 1880-1950
evidente. Por citar un ejemplo, las instituciones fundadas por Adolphe
Soulié y Madame Soulié en La Plata (la École Saint-Louis y la Institution
Nôtre Dame para señoritas), a pesar de sus nombres, captaron a un público
muy amplio en el que predominaban los hijos de las familias argentinas de
alto poder adquisitivo de la ciudad y de su zona de influencia.15 Estos casos
no eran la excepción ya que muchas escuelas con nombres y directores franceses estaban destinadas a un público heterogéneo y, como lo muestran sus
avisos, ostentaban su origen francés como elemento de propaganda en virtud del prestigio con que eran miradas por la sociedad argentina.
En este grupo se incluyen las escuelas primarias y secundarias de
carácter étnico, cuya definición, a los fines del presente estudio, incluye
cuatro aspectos esenciales: a) surgieron de iniciativas de actores comunitarios locales (lo que deja de lado a las escuelas religiosas); b) se orientaban
a la preservación de la cultura francesa; c) recibían subsidios del país de
origen; y d) contaban con una proporción significativa de alumnos oriundos de Francia o de padres franceses. La coexistencia de estos rasgos es de
vital importancia para el mantenimiento y la reproducción de la comunidad
migratoria ya que remite al decisivo aspecto de la socialización de los hijos
de inmigrantes en la cultura de la nación de origen.
Al igual que en el asociacionismo, con el que el tema tiene estrecha
vinculación en la medida en que ambos constituyen piezas centrales del
entramado comunitario, el estudio de las escuelas étnicas afronta los riesgos de subestimar o sobrestimar la real importancia del fenómeno. La
ausencia de análisis basados en modelos endógenos, es decir consagrados
al funcionamiento interno de las instituciones educativas, y los límites de
las fuentes actúan en el mismo sentido.16 Con todo, el riesgo de sobrestimación de la impronta étnica de las instituciones es, en principio, el más evidente ya que buena parte del esfuerzo educativo realizado por instituciones
total o parcialmente «francesas» no siempre tuvo los rasgos étnicos definidos precedentemente, razón por la cual el relevamiento que aquí se propone tiene un sesgo alcista.
15 Sobre Madame Soulié y algunas escuelas «francesas» de La Plata, ver el bello texto de
Lassalle et al., 1998. Su trayectoria personal (institutriz en familias ricas como los Sánchez Sorondo,
maestra de escuelas privadas y de escuelas públicas, miembro del núcleo fundador del Colegio
Nacional de Santa Rosa, La Pampa) es ilustrativa de las múltiples posibilidades de inserción y de movilidad social de los educadores extranjeros.
16 El estudio endógeno permitiría conocer las formas de reclutamiento de los docentes y del
personal directivo, los montos de las cuotas, lor requisitos de admisión de los alumnos, los programas,
contenidos, recursos didácticos y valores transmitidos, las características de los edificios, etc.
Lamentablemente, las fuentes necesarias para este tipo de estudio son inexistentes en el caso francés.
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Las escuelas étnicas: características y evoluciones
Si centramos nuestra mirada en las escuelas primarias y secundarias
no confesionales susceptibles de ser caracterizadas como étnicas, la imagen
que emerge con toda claridad es su menor presencia y desarrollo en relación a otros esfuerzos de la comunidad como el asociacionismo en sus múltiples formas (sociedades de protección a los inmigrantes, de beneficencia,
de socorros mutuos, recreativas, deportivas, culturales y regionales).17
Las primeras referencias consistentes sobre el particular datan de la
década de 1880, momento en el que Émile Daireaux (1843-1916), abogado francés y referente de la comunidad por su tarea periodística en L’Union
Française y Le Courrier de La Plata, menciona la existencia de «escuelas
numerosas» cuyo carácter étnico no era evidente ya que «se contentan de
ser universitarias, a la moda del país, y de preparar a los niños a los exámenes que el Estado exige a cada grado de la enseñanza primaria, secundaria
o superior».18 Al igual que las sociedades de socorros mutuos, los emprendimientos más importantes estaban en las principales urbes del Litoral y
sobre todo en la ciudad de Buenos Aires. Allí fueron creados el Colegio
Rollin (1878) y el Carlomagno (1880). En torno al cambio de siglo surgieron los colegios Central, Francés y Pueyrredón. Otras fundaciones de la
capital fueron el Orfanato Francés, dirigido por las Damas de la
Providencia (con más de 60 alumnos); San Carlos, escuela francesa mixta;
y el Colegio Victor Hugo (1887) que, según su publicidad, daba clases en
francés, pero también en castellano, inglés, italiano, griego, etc. El carácter
étnico de este colegio resulta más claro si se considera que fue colocado a
principios del siglo XX bajo el patronato de la Legación de Francia en
Buenos Aires y que en 1908 recibió subsidio del gobierno francés.19
Fuera de la capital se destacaban el Colegio Richelieu de La Plata,
cuyo director, Rodenet, demandó en 1888 libros y mapas al Ministerio
17 Sobre el particular ver Otero, en prensa.
18 Daireaux, 1889, p. 36. Por su parte, la información consular, que tiene un alto subregistro
probablemente por incluir sólo a los franceses matriculados en los Consulados, consigna que para 1885
había en la capital 1.530 alumnos franceses que «frecuentaban las escuelas públicas o particulares»,
AMAE, Affaires Diverses Politiques (en adelante ADP), 1815-1896, Tomo II.
19 En 1908 el colegio Victor Hugo recibió una subvención de 400 francos del MAE. Esas ayudas no eran regulares ya que en 1902 se insistía desde París sobre la imposibilidad de otorgarle una subvención anual. Centre des Archives Diplomatiques de Nantes (en adelante CADN), College Victor
Hugo, Carton 68. Para mayor coherencia, los nombres de las instituciones que aparecen en el texto han
sido castellanizados.
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LAS ESCUELAS ÉTNICAS DE LA COMUNIDAD FRANCESA. CASO ARGENTINO, 1880-1950
de Instrucción Pública de Francia,20 y el Colegio Francés de Córdoba.
A mediados de la década siguiente se crearon en Tucumán el Colegio
Carlomagno (1894), que hasta 1897 fue de enseñanza primaria exclusiva
para varones, y el Colegio Francés (1895), que daba clases en francés y
castellano y comprendía un curso superior de niñas con una sección especial de labores. A ellos deben sumarse la Escuela Francesa de Santa Fe,
perteneciente —según la encuesta de 1912— a una sociedad de franceses,
suizos y belgas, y la Escuela Francesa de Rosario.21 También había centros
educativos en otras ciudades de la provincia de Buenos Aires donde la
presencia francesa era significativa, como Bahía Blanca, Chascomús,
Coronel Pringles, Pigüé, etc. El último caso resulta nuevamente emblemático ya que contaba con al menos cuatro establecimientos de origen francés hacia 1913.
La distribución geográfica observada ratifica que los principales
emprendimientos fueron realizados, al igual que en las asociaciones, en las
grandes urbes como Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Córdoba y Tucumán
y en enclaves de colonización francesa como Pigüé. Las ciudades intermedias, en cambio, no se destacaron en este plano, como lo ilustra el caso de
Tandil, núcleo urbano representativo de la provincia de Buenos Aires que
nunca tuvo una escuela francesa pero sí una mutual bastante activa desde
1894 (la Sadi Carnot). Todo indica en suma que en ese tipo de espacios el
socorro mutuo era una necesidad sentida por las comunidades pero que no
ocurría lo mismo en el plano educativo.22
Las escuelas étnicas fueron más importantes en las colonias rurales
que contaban con una proporción significativa de franceses o, en términos más generales, francoparlantes, lo que permitía la inclusión en los
establecimientos de belgas y de suizos de lengua francesa. El carácter
fundacional de esos espacios, en los que todo estaba por hacerse, se verifica claramente en los proyectos de fundación de las colonias que, además del Concejo Municipal o de organismos análogos, preveían entre sus
primeras medidas la creación de una escuela. De modo emblemático, el
20 AMAE, Renseignements sur la population scolaire française, 1886, ADP, Carton 2, 18151896, Tomo II.
21 La información disponible para 1918 da una lista algo diferente de los principales colegios:
«La Salle, Lacordaire, Saint Joseph, Pueyrredon, Sadi Carnot, Charlemagne, l’Enfant de Jesus,
Fenelon, Rollin», y aclara que «de todos modos en ellos la enseñanza en español es obligatoria»,
CADN, Cuestionnaire au cónsul de France à Buenos Aires Mr. Gaussen, 18 de noviembre de 1918,
Carton 105.
22 Otero, 2005, pp. 107-115.
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primer contingente arribado a la colonia de Pigüé contó entre sus miembros a la maestra Julie Bras, egresada de la Escuela Normal de Rodez
(Aveyron). La creación de la primera escuela francesa de Pigüé, en la que
daba sus cursos Bras utilizando la lengua francesa, reforzó la cohesión
social y étnica del grupo colonizador inicial. Sin embargo, no todos los
descendientes de franceses de la colonia iban a esa escuela,23 a lo que se
suma que —tarde o temprano, pero en general muy pronto— el Estado
argentino impuso en esos espacios la educación pública. Así, desde 1893
(apenas nueve años después de la fundación de la colonia), Pigüé contó
con una escuela primaria del Estado provincial, cuya enseñanza era
impartida en español, a la que se agregó una segunda en 1908. Con ligeras variantes, lo mismo ocurrió en otras colonias donde la presencia francesa era importante. En la de San José (Entre Ríos), por ejemplo, «se
enseñó en francés durante más de cuatro años, hasta que el gobierno provincial nombró maestros oficiales, pasando a hacerse súbitamente en castellano a pesar del pedido de la comuna, en 1862, para que la educación
fuera bilingüe».24
Visto el problema en clave diacrónica, el auge de las escuelas francesas ocurrió, al igual que en las asociaciones, hacia el Centenario de la
Revolución de Mayo. Si bien el Censo de Sociedades Mutuales de 1913,
editado como parte del III Censo Nacional del año siguiente, sólo da cuenta de tres escuelas francesas dependientes de asociaciones de ese origen
(Minerve, 1879, en la Capital Federal; la Sociedad Francesa de Tucumán,
1893; y la Mutuelle Mabilleau, 1912, de Resistencia, Chaco), esa cifra se
halla claramente subestimada, en buena medida porque refleja únicamente
el esfuerzo educativo de las mutuales.25 La encuesta del MAE de 1913, en
cambio, resulta mucho más precisa ya que menciona 16 instituciones educativas, reflejadas en el Cuadro 1.
23 No todos los franceses enviaron sus hijos a esa escuela, como lo evidencia el caso de la
familia Champredonde, en Roberto Champredonde: «Los Champredonde en Argentina», mimeo, 2002,
p. 17. Por otra parte, los hijos de franceses pobres no concurrían a ningún tipo de establecimiento, como
lo muestra el bello diario de la inmigrante Anaïs Vialá en Di Liscia y Lassalle, 2002.
24 Guionet, 2005, p. 132.
25 Las sociedades mutuales extranjeras no ejercieron gran influencia en este rubro, ya que de
las 214 asociaciones censadas en la capital argentina en 1913 solo 21 contaban con escuelas. Estas
cifras son cuestionables ya que se refieren únicamente a las escuelas dependientes de mutuales. Los
propios censistas consideraban que la información no era confiable ya que detectaron 29 escuelas italianas pero «según informaciones de fuente particular, hemos sabido que son más de cincuenta»,
«Sociedades de socorros mutuos. 1913», en Borea, 1917, p. 96.
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LAS ESCUELAS ÉTNICAS DE LA COMUNIDAD FRANCESA. CASO ARGENTINO, 1880-1950
CUADRO 1
INSTITUCIONES EDUCATIVAS FRANCESAS EN LA ARGENTINA, FINES DE 1912
Año de fundación
Total de alumnos
% de alumnos con
padres franceses
Capital Federal
Colegio Central
Colegio Carlomagno
Colegio Francés
Colegio Pueyrredón
Colegio Rollin
Colegio Victor Hugo
Institución Francesa
1897
1880
1904
1904
1878
1886
1883
120
230
48
533
154
300
72
22
0
56
4
31
28
39
Provincia de Buenos Aires
Colegio Rivadavia (Bahía Blanca)
Colegio Comercial (Chascomús)
Colegio del Niño Jesús (Pigüé)
Colegio Carlomagno (Pigüé)
Colegio de las Naciones (Pigüé)
Escuela Sagrada Familia (Pigüé)
Colegio Francés (Coronel Pringles)
1911
1897
1888
1900
1909
1905
1898
155
85
55
56
85
296
65
11
14
51
71
71
32
29
Provincia de Santa Fe
Escuela de la Alianza Francesa (Rosario) 1912
Escuela Francesa de Santa Fe (Santa Fe) 1900
356
106
9
68
2716
22
Institución
Total
Fuente: elaboración propia en base a Encuesta del MAE, 1913, p. 182. La última columna expresa el
porcentaje de alumnos con padres franceses en el total de alumnos de cada establecimiento.
Con la excepción de las más evidentes, como el Colegio Victor Hugo
y la Escuela Francesa de Santa Fe que «recibían débiles subvenciones del
gobierno francés»,26 la información disponible no permite precisar el
carácter étnico de muchas de ellas, pero el dato relativo a la asistencia de
alumnos «hijos de padres franceses», crucial en nuestra definición de
escuelas étnicas, posibilita un acercamiento sugerente. Según la encuesta,
«los hijos de franceses no forman más que una pequeña fracción [de los
establecimientos de enseñanza], los hijos nativos son mucho más numero26 AMAE, Service des Oeuvres Françaises à l’Étranger, Buenos Aires, 25 de junio 1920,
Carpeta Amérique, 1918-1940, Argentine (14), Propagande, 1914-1921, p. 133.
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sos».27 Sin embargo, el Cuadro admite una lectura más matizada ya que
el Centenario muestra tanto un grado importante de Pluralismo Cultural
—es decir una proporción no desdeñable de alumnos de origen francés en
escuelas que por tal razón pueden considerarse étnicas—28 como el hecho
de que la mayoría de los estudiantes no pertenecían a esa nacionalidad y
de que existía, por tanto, una suerte de crisol al interior de los mismos
colegios. El promedio general (22% de alumnos de padres franceses en las
16 instituciones) esconde asimismo casos donde la presencia francesa era
superior al 50% (como el Colegio Francés de Buenos Aires, el del Niño
Jesús y el Colegio de las Naciones, ambos de Pigüé, y la Escuela Francesa
de Santa Fe), que repiten los hallazgos pluralistas obtenidos sobre el movimiento asociativo. El cuadro permite también otra lectura más general: si
se tiene en cuenta la población escolar potencial de alumnos con al menos
un progenitor francés de cada jurisdicción, la proporción de personas de
ese origen que iban a las escuelas étnicas resulta insignificante.
Lamentablemente, la ausencia de datos en las encuestas siguientes no
permite un análisis semejante para 1930 y 1950.29 Con todo, sus redactores
consideraban que en la Argentina, al igual que en otras partes del mundo,
se asistía entonces a una tendencia paradógica: el aumento del número de
escuelas y de alumnos a pesar de la reducción de los tamaños de las comunidades ocurrida tras la Gran Guerra. Un signo, y acaso también un factor,
de ese dinamismo es suministrado por las subvenciones del gobierno francés, que se hicieron más amplias (en relación a la cobertura de instituciones, no necesariamente en las sumas recibidas) en la década del veinte
como parte de los planes de propaganda francesa de la primera posguerra
que corresponden a lo que Pelossi ha definido acertadamente como el
«mesianismo cultural francés».30
27 Encuesta de 1912, pp. 159-160. Otros establecimientos del siglo XX fueron el Pasteur, el
Colegio Francés de Monsieur Crespin, AMAE, Note sur la colonie française….
28 El razonamiento se basa en el concepto de núcleo étnico (Otero, en prensa), definido como
la proporción de personas que, dentro de un agregado estadístico indiferenciado (por ejemplo la «población francesa»), forma parte de la comunidad migratoria. El concepto permite una medición complementaria y comparativa con otros indicadores estadísticos de la integración migratoria como la exogamia y la segregación espacial. El núcleo étnico obtenido sería probablemente mayor si se pudiera contar
con la nacionalidad de los abuelos de los alumnos.
29 La encuesta de 1930 menciona cuarenta establecimientos franceses sin diferenciar laicos y
religiosos, aunque estos últimos constituyen una mayoría evidente, con un total de 10.000 alumnos;
doce de ellos estaban en Buenos Aires, siete en Rosario, cuatro en Pigüé y cuatro en Santa Fe.
30 Pelosi, 1999. Hacia fines de la década de 1910 las subvenciones se distribuían del siguiente modo: Alianza Francesa de Buenos Aires, 7.750 francos; Colegio Victor Hugo, 1.000; escuelas francesas de Santa Fe y de Tucumán, 1.500; compra de libros en Buenos Aires, 1000, AMAE, Subventions
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A las instituciones subsidiadas se sumaron entonces la Alianza
Francesa de Buenos Aires y la Escuela Francesa de Tucumán, cuya piedra
fundamental había sido colocada por Georges Clemenceau en su visita de
1910. La ayuda del Estado de origen era completada en muchos casos,
como el Colegio Francés de Buenos Aires, con el apoyo económico de
miembros francófilos de la elite argentina.31 Esas ayudas sugieren asimismo que, al igual que las sociedades de socorros mutuos, las escuelas atravesaban dificultades financieras crecientes, a lo que no debió ser ajena la
fragmentación de la oferta educativa en un contexto de fuerte reducción de
los flujos y del tamaño de la comunidad francesa de la Argentina.
La decadencia de las escuelas étnicas comenzó a ser evidente a partir
de la década de 1930 como lo sugieren, entre otros registros, las respuestas
del Comité de Sociedades Francesas de Buenos Aires al cuestionario destinado a la elaboración de las propuestas para el V Congreso de Franceses
en el Extranjero. En un extenso documento, Jean-Pierre Passicot, presidente del citado Comité, informaba que las preguntas hechas tenían «un interés muy relativo» ya que
los diversos colegios franceses que existían en el pasado en Argentina han desaparecido uno tras otro, por la imposición de enseñar unicamente en español, y de seguir
exactamente los programas de enseñanza del país, que difieren muy sensiblemente
de los de Francia. Fuera de los establecimientos congregacionistas que en razón de
las dificultades de reclutamiento de personal docente francés, como consecuencia de
la supresión de los noviciados, no pueden acordar a la enseñanza del francés el lugar
que ocupaba antes en sus programas, no hay en Buenos Aires más que dos colegios
franceses administrados por particulares, uno de importancia relativa, el otro de
menor importancia aún. Los niños enviados a Francia, sea de colegios congregacionistas, sea de colegios laicos, se encontrarían desorientados por la diferencia de los
programas.
de propagande accordées sur le chapitre J aux postes diplomatiques et consulaires en Amérique, 17 de
mayo 1921, Correspondance Politique et Comerciale (CPC), 1914-1940, Série B: Amérique, Dossiers
Généreaux, Carton 206. A fines de la década siguiente, el embajador insistía en la necesidad de mantener «las subvenciones relativamente modestas que solicito» y que las mismas «sean integralmente
acordadas, fueran cuáles fueran las dificultades financieras de la hora actual». Argumentaba asimismo
que la gran mayoría del crédito pedido se aplicaba a «obras de propaganda intelectual que no podríamos dejar periclitar sin atacar, al mismo tiempo, y de manera grave, la influencia francesa aquí»,
AMAE, Subventions aux oeuvres françaises pour 1927 sollicittées par l’Ambassadeur Georges Picot,
Buenos Aires, 21 de febrero de 1929, Série B: Amérique, Argentine: (16) Propagande, 1923-1929, pp.
122-124, 144-146.
31 Véase «Sejour en France de ancien Ministre de l’Agriculture de la République Argentine»,
que fue garante financiero de la creación del Colegio Francés de la capital. AMAE, Buenos Aires, 17
de enero 1936, Amérique 1918-1940, Argentine (86).
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Coherente con ese diagnóstico, Passicot se mostraba favorable al
«envío de niños a estudiar a Francia», sobre todo de hijos de franceses que
no estuvieran instalados definitivamente en el país, «lo que ayudaría a conservar en esos niños un espíritu francés que pierden casi siempre aquí por
la frecuentación de sus camaradas de la escuela argentina, devienen más
argentinos que estos últimos y se glorifican de ello».32 Los informes de las
dos décadas posteriores repiten ese diagnóstico incluso para el emblemático bastión de Pigüé. Resulta interesante contrastar a este respecto las críticas de sectores de la sociedad argentina que demandaban una mayor presencia de la educación estatal con la visión de los líderes comunitarios y los
agentes consulares que, por el contrario, la consideraban particularmente
exitosa.
Hacia 1950 la decadencia era palpable en los colegios laicos,33 pero
también en los congregacionistas. A pesar de que la mayoría de estos últimos continuaba teniendo su institución madre en Francia, la encuesta de
1950 señala que «un gran número de los aproximadamente 250 establecimientos religiosos pertenecientes a más de 30 congregaciones […] no
puede ser considerado como francés en el sentido estricto del término».34
La mayoría de los directores eran entonces nativos y la educación ofrecida conforme a los programas argentinos, sin lugar especial para el idioma francés, cuya enseñanza devino facultativa en las escuelas secundarias a partir de 1941. Desde la década del treinta, los colegios religiosos
se enfrentaban asimismo a considerables problemas de reclutamiento,
provocados por la disminución de la llegada de religiosos y por el envejecimiento y «argentinización» (sic) de los sacerdotes existentes en el
país. Ese panorama se agravó hacia fines de la década del cuarenta,
momento a partir del cual los profesores debían «ser obligatoriamente
argentinos y con diplomas argentinos, razón por la cual los franceses no
juegan ningún rol».35
32 AMAE, Réponses du Comité des Societes Françaises de Buenos Aires, F. Lecroq (secretario), J. Passicot (presidente), Série B Amérique, Argentine: (17), Propagande, 1930-1937, pp. 30-41.
33 Para 1950, el Colegio Pasteur de Buenos Aires seguía los programas oficiales argentinos,
con solo una hora de francés por día y tenía una «acción limitada»; la Escuela Francesa de Santa Fe,
por su parte, ligada a la Compañía Francesa de Ferrocarril, se hallaba también en dificultades por «la
compra de la compañía por el estado argentino y la partida de numerosas familias [que] hacen prever
un debilitamiento de la escuela que ha sido incorporada a la Alianza Francesa», AMAE, Note sur la
colonie… p. 223.
34 Encuesta del MAE, 1950, p. 58.
35 AMAE, Note sur la colonie…, p. 225; AMAE, (43), Établissements religieux français
(1945-1951), Serie B Amérique, 1944-1952.
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LAS ESCUELAS ÉTNICAS DE LA COMUNIDAD FRANCESA. CASO ARGENTINO, 1880-1950
La debilidad del tejido escolar comunitario tuvo asimismo evidentes
efectos en la rápida adaptación lingüística de los inmigrantes, hecho destacado por todos los observadores contemporáneos sobre el que no podemos detenernos aquí. De modo consecuente, el desconocimiento del
francés coadyuvó, junto a otros factores, a la pérdida de identidad de la
segunda generación, como lo puso de manifiesto la respuesta de los argentinos hijos de franceses a la movilización militar de la Gran Guerra en
1914, prácticamente insignificante en relación a la de la primera generación de inmigrantes.36
Los límites de las escuelas comunitarias: razones y conjeturas
La menor presencia del tejido escolar francés genera numerosos interrogantes, tanto más porque contrasta con la notable capacidad asociativa de
este colectivo. Una prueba adicional en tal sentido la suministra el hecho de
que las escuelas nunca dieron lugar a organismos de segundo grado, como
ocurrió con el movimiento asociativo (creación del Comité de Sociedades
Francesas de Buenos Aires en 1902 y de la Federación de Mutualidades
Francesas de la Argentina en 1913) y con las escuelas de la comunidad
judía, que se nuclearon en un Consejo de Educación en 1935.37 Diversos son
los factores que permiten arribar a una explicación de conjunto.
El primer factor decisivo fue el progresivo desarrollo del sistema estatal de educación a partir del Primer Congreso Pedagógico Argentino (1882)
y de la sanción de la Ley de Educación Primaria de 1884 que, en sintonía
con el espíritu laico y positivista de la Generación del Ochenta, estableció la
enseñanza pública, obligatoria, gratuita y laica. La ley definió asimismo un
modelo de integración republicana, de clara inspiración francesa, que hizo
de la escuela un instrumento unificador al servicio de la nación, necesidad
sin duda imperiosa en la heterogénea población argentina nacida de la preexistencia de comunidades indígenas y del aluvión migratorio. Además de
esta filiación ideológica, cabe destacar la cuasi simultaneidad de las discu36 Un ejemplo, entre muchos, proveniente de un agregado militar francés: «...los padres hablan
español incluso cuando son ambos franceses, hay pocas escuelas y su organización parece defectuosa
sobre todo en lo relativo al reclutamiento de profesores», CADN, Capitain Salats, Buenos Aires, rapport del 29 de mayo de 1915, Carton 104. La misma opinión tenían autores contemporáneos como
Clemenceau, 2002 [1911]; Papillaud, 1909; Serret, 1915. Los efectos de la movilización militar de
1914-1918 son analizados en Otero, 2009.
37 Zadoff, 1994.
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siones argentinas y francesas ya que la Ley 1420 fue sancionada sólo tres
años después de la ley francesa del 16 de junio de 1881 que promulgó la gratuidad escolar, y apenas dos años más tarde que la ley del 28 de marzo de
1882 que estableció la enseñanza primaria obligatoria y laica.38
Este marco general definió un contexto de integración republicana a
través de la educación pública que desembocó, de modo bastante natural
dadas las premisas de base, en una fuerte desconfianza hacia las instancias
de socialización que pudieran desafiar el monopolio estatal en la enseñanza primaria y secundaria. Ello implicó crecientes instancias de control y de
competencia del sistema público frente a las opciones alternativas existentes: las escuelas religiosas, en su gran mayoría católicas, y las escuelas de
las comunidades migratorias, dos frentes de lucha que, gracias a la acción
de las congregaciones emigradas, tenían también puentes entre sí.39
La creación de organismos altamente centralizados como el Consejo
Nacional de Educación en 1880 y la sanción de la Ley 1420 favorecieron
el acelerado proceso de creación de escuelas públicas y el control del funcionamiento de las escuelas étnicas. A partir de 1888 se pusieron en marcha programas educativos de alcance nacional orientados, al igual que en
el modelo francés, por la clara finalidad política de transformar a la escuela en agente activo de la nacionalidad argentina en construcción. Otros
hitos de esa evolución fueron la exigencia a los maestros extranjeros de
revalidar sus títulos en las escuelas normales del país (1889); el proyecto
de ley de Nicolás Avellaneda sobre el uso exclusivo de la lengua nacional
en todas las escuelas primarias (1896); el plan de enseñanza secundaria del
38 A pesar de ello, y dada la no separación entre Iglesia y Estado que caracteriza al caso argentino, la «neutralidad de la escuela desde el punto de vista confesional», en las célebres palabras de Jules
Ferry, tuvo mayores retrocesos en la Argentina (por ejemplo, la influencia de contenidos moralizadores de inspiración religiosa en asignaturas como instrucción moral y cívica o la restauración de la enseñanza religiosa en las escuelas llevada a cabo por Perón en 1943) que en Francia. Sobre el proceso de
construcción histórica de la laicidad y el rol patriótico asignado a la escuela pública en este último país
durante la Tercera República, ver Baubérot, 2000.
39 Las críticas a las escuelas comunitarias comenzaron en 1881 con los artículos de Domingo
F. Sarmiento en el diario El Nacional contra las escuelas italianas y se intensificaron a fines de esa década. El argumento central era que las escuelas comunitarias se habían convertido en instrumentos de formación de la nacionalidad italiana, lo que podía alimentar las ambiciones coloniales de ese país. Las
difíciles relaciones entre las escuelas étnicas y el gobierno argentino y los mecanismos puestos en práctica por este último para la construcción de la nacionalidad argentina (escuela pública, proyectos de
naturalización de los inmigrantes, creación de símbolos y de una liturgia patriótica, etc.) son analizados en el importante libro de Bertoni, 2001. La autora insiste en la influencia que habría tenido el el
modelo prusiano para la emergencia —a partir de 1880— de una concepción cultural y esencialista de
la nacionalidad argentina, pero pasa por alto la importancia del modelo francés en el plano educativo.
Sobre la evolución de la educación en Argentina ver asimismo Spalding, 1972, y Puiggrós, 1990-1991.
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LAS ESCUELAS ÉTNICAS DE LA COMUNIDAD FRANCESA. CASO ARGENTINO, 1880-1950
presidente Roca en 1901 que, al igual que los precedentes, prescindía de la
enseñanza religiosa en la escuela secundaria; la ley Láinez (1905), que estipuló que la Nación —por intermedio del Consejo Nacional de
Educación— podía instalar escuelas primarias en las provincias que así lo
solicitaran (ya que hasta entonces el federalismo de la Constitución limitaba la ley de educación común 1420 al ámbito de la Nación) y la ley de
1917, que impuso la obligatoriedad de maestros argentinos para permitir el
funcionamiento de escuelas étnicas, exigencia que en la práctica venía siendo planteada desde antes por el Consejo Nacional de Educación. Este conjunto de medidas generales, más otras en igual sentido sancionadas por las
legislaturas provinciales, dieron carnadura progresiva a las disposiciones
de la ley de 1884, si bien su implementación total constituyó un proceso
largo y complejo que se extendió, cuanto menos, hasta la década de 1940.40
La extensión del sistema público de enseñanza —tanto en su capilaridad institucional como en su modelo de integración de inspiración francesa— era, por otra parte, un rasgo argentino del que los diplomáticos franceses dieron cuenta en repetidas ocasiones. Así, por ejemplo, en 1899, en
momentos de auge del flujo migratorio francés, el cónsul de Rosario envió
una carta al Ministerio de tutela en la que emitía su opinión negativa sobre
la creación una escuela francesa subvencionada promovida por Mr.
Courau, director de la Compañía Francesa de Ferrocarriles de Santa Fe.
Más allá de que esa institución fue creada al año siguiente, el cónsul fundamentaba su opinión en que «sería mejor invertir en el imperio colonial»,
y que otras creaciones («una guardería, una biblioteca pagada por el director de la compañía de ferrocarriles, un atelier de aprendices») le parecían
más urgentes y relevantes. Pero sobre todo sostenía que «dada la cantidad
de gente de la colonia esa escuela sería inútil» y que ese colegio «no tendría nada de francés ya que la enseñanza sólo puede ser dada en base a los
programas del Ministerio de la Instrucción Pública de la provincia [y que]
las escuelas primarias y normales, secundarias y superiores del gobierno
provincial son todas gratuitas y suficientes para las necesidades de la
población».41 Con ligeras variantes, las razones esgrimidas por el cónsul
(en esencia, la necesidad de invertir en otras áreas del imperio francés y la
40 La escuela pública convivió en efecto con instituciones particulares que la asistieron y completaron, entre ellas las religiosas, pero también otras como las redes educativas de las Damas de la
Beneficencia. Ello permite matizar, aunque no invalidar, las interpretaciones tradicionales que veían al
sistema público como altamente centralizado y eficiente en su capacidad de imposición ideológica.
41 AMAE, Projet de fondation d’une école française subventionnée, 19 de septiembre de
1899, Correspondance Commerciale et consulaire (CCC), Santa Fe, 1896-1900.
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inconveniencia de apoyar proyectos que no podrían competir con la educación pública argentina) serán una constante de la política francesa en la
Argemtina durante las décadas siguientes.42 Este tipo de consideraciones
podría explicar asimismo la ausencia de críticas de las leaderships comunitarias francesas a la política educativa del Estado argentino, ampliamente documentadas en cambio para el caso italiano.43
Más allá de las consideraciones ideológicas inherentes al cargo (muy
claras en lo relativo a la prioridad otorgada al imperio colonial), las interpretaciones consulares se basaban en los hechos ya que la proporción de
analfabetos entre la población de 14 años y más pasó de 64,6 y 78,1% en
1869 a 12,1 y 15,2% en 1947, para varones y mujeres respectivamente. A
pesar de esos avances, no debe perderse de vista que las cifras de excluidos
del sistema educativo siguieron siendo altas en las provincias alejadas
durante la primera mitad del siglo XX e incluso, como lo señala Bjerg, en
los ámbitos rurales de provincias ricas como Buenos Aires, donde la recurrencia a maestros particulares constituía una práctica sistemática.44 A pesar
de ello, y contrabalanceando con peso abrumador el conjunto de capilaridades étnicas de las comunidades, la escuela pública argentina tuvo un
papel decisivo en la tarea de «nacionalizar» a la enorme legión de argentinos hijos de inmigrantes. Así, por ejemplo, el censo de 1904 (uno de los
relevamientos porteños que mejor contabilizó ese aspecto) puso de manifiesto que la población escolar (6 a 15 años) de la ciudad de Buenos Aires
tenía un nivel muy elevado de asistencia a la escuela pública, la cual monopolizaba el 95 % de la oferta educacional.45 Estas cifras testimonian la
importancia de la acción del Estado, actor fundamental del proceso de integración de la población extranjera en el caso argentino, gracias al papel
integrador de una escuela pública de notable expansión y cobertura, y que
impulsaba un ritual patriótico de significativa capacidad de homogeneiza42 Otro ejemplo en tal sentido es la nota que desaconseja a un tal Monsieur Bernar su proyecto de crear un colegio francés en Buenos Aires, AMAE, 31 de diciembre de 1886, CCC, Buenos Aires,
1884-1886, Tomo 13, p. 421.
43 Así lo sugiere la exhaustiva tesis de Raquillet sobre Alfred Ébelot, personaje central de la
comunidad en la década del ochenta. La autora destaca la ausencia de críticas de los líderes comunitarios franceses a la política educativa argentina, la activa militancia de Ébelot a favor de la laicización
de la enseñanza en ese país y la filiación discursiva que este destacado periodista estableció entre el
debate francés y el argentino. Puede hipotetizarse en consecuencia que la inspiración gala del modelo
educativo argentino desarticuló las eventuales críticas de las leaderships francesas, en el caso de que
hubiera existido una preocupación sobre el particular. Ver Raquillet, 2005, pp. 242-251.
44 Bjerg, 1997, pp. 251-280.
45 Para mayores detalles sobre este punto ver Otero y Pellegrino, 2003, pp. 81-112.
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ción cultural. Como lo ha mostrado Bertoni, la liturgia patriótica puesta en
marcha a fines de la década de 1880 fue creciendo en las décadas siguientes hasta convertirse en hegemónica a partir de la designación en 1908 de
José María Ramos Mejía al frente del Consejo Nacional de Educación.46 El
papel de esa liturgia fue percibido muy claramente por los visitantes franceses del Centenario, en particular por Georges Clemenceau y Jules
Huret,47 quienes dejaron vívidas descripciones de los rituales patrióticos de
la educación pública del periodo (como el canto del himno, el saludo a la
bandera celeste y blanca, la mitología de los héroes nacionales, las fiestas
cívicas, etc.) y del alto peso de los matrimonios mixtos (en particular de
hombres franceses con mujeres argentinas), que también contribuían a la
«argentinización» de los hijos de esas uniones.
Un segundo factor de la debilidad del tejido educativo comunitario se
vincula con la composición social de los franceses de Argentina que, como
lo señalara oportunamente Bourdé, era particularmente heterogénea e
incluía a estratos de muy diversa fortuna y educación.48 La presencia de
cadres de las importantes empresas francesas y de personas de gran fortuna —es decir la clase alta de la comunidad que tenía nutridos contactos con
la madre patria o que realizaba allí séjours más o menos prolongados y frecuentes—, favoreció el envío de los hijos a instituciones educativas de
Francia, aspecto sobre el que existen múltiples ejemplos biográficos pero
que resulta imposible de medir estadísticamente.49 Esta práctica debió hacer
menos imperiosa la necesidad de contar con instituciones de carácter étnico, al menos para aquellos sectores medios y altos que hubieran sido, precisamente, los más capacitados para promoverlas. Lo mismo ocurría con
los franceses de buena posición social que, por encontrarse en lugares aislados del país o en zonas rurales, recurrían a institutrices y educadores franceses, como lo ilustra el caso de la familia Larminat en la Patagonia.50
46 Una visión crítica de la profundización del ritual nacionalista en las escuelas a partir de la
reforma Ramos Mejía —«idea de clara matriz jacobina de transformar el patriotismo en religión»— se
encuentra en Escudé, 1992.
47 Clemenceau, 2002 [1911] y Huret, 1913.
48 Bourdé, 1974.
49 Las familias de modestos recursos no estaban interesadas en el envío de sus hijos a estudiar
a Francia, como lo muestra el escaso éxito de algunas convocatorias promovidas por los Consulados en
la década del veinte, CADN, Comité d’éducation des orphelins de guerre et fils de Français à l’étranger: Circulaire sur les pupilles de la nation, aide des consulats pour le recrutement d’enfants de français residant à l’étranger issus des milieux defavorisés, 1920, Carton 99, dossier 1539.
50 Ver De Larminat, 2004, pp. 22 y ss., que narra asimismo la decisión del autor –nieto del pionero francés- de seguir sus estudios superiores de ingeniería en la Universidad de Buenos Aires en vez
de hacerlo en una institución de Francia como le había sido recomendado (pp. 41-42).
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Otro elemento central en el mismo sentido fue que la fractura de clase en la adhesión étnica a las instituciones educativas era mucho mayor que
la que existía en la afiliación a las entidades asociativas. Si bien los datos
disponibles son fragmentarios, todo indica que los que asistían a las escuelas étnicas eran los hijos de los sectores más integrados a la comunidad por
su pertenencia laboral a empresas francesas. La Escuela Francesa de la
Compañía de Ferrocarriles de Santa Fe constituye nuevamente el ejemplo
más notorio de esa situación. Diversos observadores ratifican este sesgo
social. Así, Serret, autor de una obra periodística y de propaganda sobre las
condiciones de inmigración en Argentina, señala que entre los múltiples
trabajos que realizó en su periplo rioplatense también fue docente, lo que
le permitía afirmar con conocimiento de causa que los alumnos del colegio
francés en el que dictaba clase eran en general los «hijos de familias de la
clase alta de la colonia».51 Desde luego, la inversa de esta proposición no
era necesariamente verdadera ya que muchos hijos de padres franceses de
buena posición concurrían a las escuelas del Estado, como lo ilustra el caso
del futuro presidente de la República Carlos Pellegrini, hijo del ingeniero
francés Carlos Enrique Pellegrini, quien cursó sus estudios en el Colegio
Nacional de Buenos Aires. Análogamente, las familias francesas de orígenes más modestos enviaban sus hijos principalmente a la escuela pública,
que además era gratuita.
Tan importante como la fractura social fueron las expectativas de
retorno de los inmigrantes —expectativas que, en buena medida, replicaban las diferencias de clase— ya que los cadres de las empresas que contaban con regresar a Francia, enviaban a sus hijos a las escuelas étnicas en
mayor proporción que aquellos que pensaban quedarse definitivamente en
la Argentina. Ese fue, por ejemplo, el caso del Colegio Francés de Buenos
Aires, frecuentado sobre todo por «hijos de franceses o de extranjeros establecidos temporariamente y en menor grado por hijos de franceses establecidos definitivamente, en fin por algunos jóvenes argentinos de buena
familia».52
En la misma clave argumentativa, los proyectos de creación de un
liceo francés, necesidad señalada desde principios del siglo XX, resultan
ilustrativos del dilema planteado por las fracturas de la estructura social,
tanto argentina como de la comunidad. En un pormenorizado proyecto de
51 Serret, 1915, p. 70.
52 AMAE, Note sur la colonie, p. 222.
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1910, su autor, Monsieur Morel, consideraba que la iniciativa era factible
pero que, dados los costos que supondría, el liceo sólo podría captar a los
hijos de las familias «ricas e influyentes» de la clase alta argentina y no a
la mayoría de los hijos de la colonia francesa o de origen francés, «generalmente de condición media». Siguiendo el modelo de las escuelas alemanas de Buenos Aires, Morel consideraba que sería mejor orientar el liceo a
la preservación cultural de los hijos de la colonia, para luego lamentar que
si bien los «precios cerrarán la puerta del liceo francés, con pocas excepciones, a los hijos de las familias francesas o de origen francés», la iniciativa sería de todos modos oportuna para desarrollar la influencia francesa
en la Argentina. En cualquiera de los dos casos «el liceo debería tener en
cuenta los programas argentinos y completarlos».53 La posibilidad de que el
colegio se orientara de preferencia a la alta burguesía argentina era ilustrada asimismo por una nota del diario La Nación del 12 de octubre de 1911,
en la que se mencionaba que sus patrocinadores no eran franceses en su
gran mayoría sino notables argentinos como Carlos Octavio Bunge, el ex
ministro de Finanzas Piñero, Rodolfo Rivarola y Juan Agustín García,
entre otros. Un nuevo proyecto de 1921 preveía la creación de un liceo
franco-argentino basado en el modelo del de Sao Paulo en Brasil, es decir
con administración franco-argentina, con capitales de los dos países y con
subvenciones de los dos gobiernos.54 A pesar de estos y otros proyectos, el
Liceo Franco-Argentino «Jean Mermoz» de Buenos Aires no fue creado
hasta 1964, fuera de nuestro periodo de observación, siguiendo el modelo
del de Sao Paulo, e inaugurado con la presencia del general Charles de
Gaulle.
Otro factor influyente en la menor importancia de las escuelas étnicas
debió vincularse con rasgos propios de la experiencia premigratoria de los
53 CADN, Rapport au Ministre de France E. Thiebaut à Buenos Aires et au MAE, Buenos
Aires, 19 de enero de 1910, «Project de création d’un lycée français à Buenos Aires, 1909-1911, Carton
83. Para esos años, Clemenceau, 2002 [1911], p. 59, señalaba que una de las preocupaciones principales del polifacético Paul Groussac era la de crear un liceo francés en la capital con el apoyo de ambos
gobiernos.
54 AMAE, Service des Oeuvres Française à l’Étranger, 25 de junio 1920, Carpeta Amérique,
1918-1940, Argentine (14), Propagande, 1914-1921, p. 133. Casi al mismo tiempo, el Informe de René
Viviani de 1921 se oponía a la creación de un liceo francés argumentando que primero debería evaluarse la experiencia del liceo de Brasil, que sería una empresa extremadamente costosa, que sólo serviría
para «educar a los hijos de franceses y a algunos argentinos que permanecen fijados en su país», y que
los profesores franceses terminarían por ser «absorbidos por el medio». En su opinión, la fórmula más
eficaz y menos costosa consistía en favorecer los intercambios universitarios entre ambos países. Véase
AMAE, Rapport Viviani, Carpeta Amérique, 1918-1940, Argentine (14), Propagande, 1914-1921.
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migrantes franceses, cuyo nivel de alfabetización era muy superior al de
italianos y españoles, aunque menor que el de ingleses y alemanes. El paso
por la escuela pública francesa, sobre todo a partir de las decisivas reformas laicas y universalistas introducidas por la Tercera República, debió
hacer que la necesidad de nacionalizar a los inmigrantes en la cultura de
origen fuera para las elites comunitarias francesas mucho menos imperiosa que para las italianas. La tardía unificación de Italia, el alto grado de
analfabetismo de los emigrantes y la necesidad de crear en ellos un sentimiento nacional italiano fue una preocupación central de ese joven Estado
y de las leaderships de ese origen de la Argentina, sobre todo a partir de la
pérdida de poder —en la década de 1880— de los sectores republicanos y
anticlericales de inspiración mazziniana.
Conclusiones
Llegados a este punto, y dejando de lado las conclusiones parciales de
cada apartado, pueden esbozarse algunas conclusiones mayores. En relación al problema de la integración de los inmigrantes europeos, el análisis
de los núcleos étnicos de las escuelas sugiere la imposibilidad de zanjar el
debate a partir de los términos dicotómicos y simplistas que, en el pasado,
opusieron a los partidarios del Pluralismo Cultural y del Crisol de Razas.
En tal sentido, los registros temporales y espaciales reconstruidos sugieren
claramente la existencia de momentos y de espacios más típicamente «pluralistas» y momentos y espacios más cercanos al Crisol.
Visto en términos temporales, el auge de las escuelas étnicas se situó
entre 1880 y la década previa al Centenario. A partir de la primera posguerra y, sobre todo, de la crisis de 1930, las dificultades financieras de las instituciones y la creciente ingerencia y expansión del sistema educativo
público crearon condiciones más difíciles para su desarrollo. El debilitamiento de las escuelas laicas fue más precoz que el de las escuelas congregacionales por la diferente capacidad de los actores involucrados (esfuerzos privados en el primer caso, instituciones bien organizadas y de carácter
internacional en el segundo), por el tipo de público al que atendían (una
comunidad migratoria en retroceso y progresivamente envejecida versus un
público amplio y plurinacional) y por el tipo de discursos que fomentaban,
favorecido —en el caso de las escuelas religiosas— por su carácter universalista y, a partir de los años treinta del siglo XX, por la recuperación del
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catolicismo en la Argentina. Con todo, su carácter étnico demanda, al igual
que muchos otros aspectos, nuevas investigaciones.
El análisis espacial, por su parte, confirma que las condiciones de
posibilidad del pluralismo eran mayores en las grandes ciudades como
Tucumán, Córdoba, Rosario y, sobre todo, la capital del país, hallazgo que
resulta coherente con otros indicadores de la integración migratoria como
la exogamia, la afiliación al movimiento asociativo, la segregación espacial
y la persistencia idiomática.
Las elevadas proporciones de hijos de inmigrantes fuera del núcleo
étnico alertan asimismo sobre la importancia decisiva que tuvieron otras
formas alternativas de formación de identidades –en este caso, las escuelas
públicas, pero también las instituciones religiosas- que han recibido poca
atención por parte del Pluralismo. La escasa presencia de hijos de inmigrantes en las escuelas francesas limitó así la función de reproducción cultural intergeneracional de esos espacios y facilitó la integración a la sociedad argentina, como lo puso de manifiesto el rechazo de la segunda
generación a la movilización militar durante la Gran Guerra.
La comunidad francesa de la Argentina, al igual que otros grupos
migratorios, desplegó un esfuerzo educacional considerable que, a pesar
de sus logros, no alcanzó sin embargo el desarrollo que tuvo su vigoroso
movimiento asociativo. Ello fue así por unas razones que se vincularon
tanto con las condiciones premigratorias —el alto grado, en comparación
con otros colectivos, de alfabetización y nacionalización de sus emigrantes— como postmigratorias. Entre estas últimas se destacó, a partir de la
década de 1880, la puesta en marcha de un modelo republicano de integración de inspiración francesa que centró sus esfuerzos en la creación de
un sistema público de enseñanza obligatoria al servicio de la construcción
de la nacionalidad argentina. El desarrollo de este modelo, tanto en el plano ideológico como en el legal y material, redujo considerablemente el
margen de acción y la utilidad misma de las escuelas étnicas, y contribuyó a desarticular las eventuales críticas de las leaderships francesas de
matriz republicana.
Igualmente relevantes fueron la fractura de clase existente en el grupo migratorio y las diferentes expectativas de retorno, factores que confinaron las escuelas étnicas al reducido ámbito de los sectores sociales altos
de las grandes ciudades o de lugares más cercanos al modelo de enclave
étnico como la colonia aveyronesa de Pigüé. La permeabilidad del Estado
en la incorporación de educadores franceses durante buena parte del perioAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 163-189. ISSN: 0210-5810
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do analizado posibilitó asimismo su ingreso a la educación pública argentina, desalentando su inserción en la educación étnica.
Por otra parte, los planes franceses de expansión en Latinoamérica
puestos en marcha tras la Gran Guerra dieron prioridad a la difusión de la
cultura francesa, en particular el idioma, entre la población argentina en
general. Este objetivo, al igual que su diagnóstico de base —la reducción
del tamaño y la pérdida de dinamismo de las comunidades francesas allí
instaladas y el avance de la influencia de otros países, en particular
Alemania y Estados Unidos—, alteró las prioridades de Francia y reorientó los esfuerzos hacia la propaganda, en detrimento de las instituciones
educativas comunitarias, si bien éstas nunca habían contado con un apoyo
demasiado significativo.
Por último, aunque la reconstrucción de los núcleos étnicos presenta
también problemas heurísticos considerables, constituye una vía alternativa para el estudio de las escuelas étnicas, sobre todo cuando, como en el
caso del colectivo francés, no se dispone de las fuentes necesarias para
acceder al funcionamiento interno de esas instituciones.
Recibido el 04 de mayo de 2010
Aceptado el 08 de noviembre de 2010
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«Racialist and Reformist Clues in the Invention
of a Continental Nacionalism. El porvenir
de la América latina (1911), by Manuel Ugarte
Margarita Merbilhaá
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Nuestro trabajo indaga en la retórica del diagnóstico contemporáneo sobre las sociedades latinoamericanas en el ensayo de Manuel Ugarte, El porvenir de la América latina.
Para ello se detiene en su vinculación con la matriz evolucionista y en la adopción de una
perspectiva racialista respecto de los aspectos sociales contemporáneos que el autor se
propone estudiar. Aparecen a su vez, en esta retórica, otros abordajes que entran en tensión
con el paradigma cientificista mencionado, que incluyen principios igualitarios ligados al
socialismo del autor. Estas contradicciones son reveladoras de los debates que, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, tuvieron como núcleo problemático la necesidad de
pensar el espacio latinoamericano en el marco de los cambios derivados de los procesos de
modernización en América Latina, y teniendo en cuenta, a la vez, la nueva hegemonía de
los Estados Unidos posterior a la derrota española de 1898.
PALABRAS CLAVE: Racialismo; Latinismo; Intelectuales latinoamericanos; El ensayo a comienzos del
siglo XX.
In this work, we analize the rethorics of contemporary diagnostic on Latin-american
societies in Manuel Ugarte’s essay, El porvenir de la América latina. Thus, we focus on its
belonging to the evolutionary scientific paradigm, and the adoption of a racialist perspective on regards to the contemporany social aspects that the author intends to study. It is also
possible to observe, in this rethorics, other aspects that are in tension with this paradigm,
such as equality ideas, related to the author’s socialism. Those contradictions reveal the
debates. from the end of XIXth century and XXth century, in wich the Latin-american space
had to be conceived in reference to its modernization’s processes, as well as to the recent
American hegemony, after the 1898 Spanish defeat against the USA.
KEYWORDS: Racialism; Latinism; Latinamerican intellectuals; The essay in early XXth century.
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Este trabajo se propone analizar la retórica del diagnóstico contemporáneo sobre las sociedades latinoamericanas en el ensayo de Manuel
Ugarte, El porvenir de la América latina (1911). En particular explora el
modo en que dicha retórica se inscribe en el paradigma cientificista que
predominaba en el contexto de los debates sociológicos europeos, latinoamericanos, y en concreto argentinos, focalizados en una hermenéutica del
presente. Esto puede verse, por un lado, en la lectura evolucionista1 que
Ugarte (1874-1951) imprime a su interpretación del curso histórico del
subcontinente americano; y por el otro, en el enfoque racialista adoptado,
fuertemente hegemónico en la sociología positivista argentina en formación, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.2 Sin embargo, tal como
intentaremos mostrar, el discurso sociológico positivista que da marco a la
descripción de las «repúblicas sudamericanas» desde una perspectiva de
conjunto, como anuncia Ugarte en el prólogo, presenta ciertas tensiones.
Éstas son reveladoras de sus intentos por mantener los análisis dentro de los
patrones que garantizaban la cientificidad del estudio, introduciendo a la
vez principios igualitaristas que resultaban contrarios a cualquier idea de
jerarquía, tanto respecto de los individuos como de las naciones, y que surgían claramente de las adhesiones socialistas del autor. Nuestro análisis se
detendrá en estas tensiones derivadas de dichas perspectivas, y se ocupará
1 Oscar Terán (2008, pp. 139-140) observa los efectos culturales, antes que científicos, de la
teoría biológica darwiniana de la «evolución» en tanto «sucesión de especies que se alternan en su desarrollo» por adaptación al medio cambiante, dado que dicha teoría recibió leves variaciones al ser aplicada al estudio de las sociedades y, en particular, «al cruzarse con la idea entonces dominante de ‘progreso’ «. En efecto, en la teoría de Darwin, dice Terán, no hay «evolución o progreso sino simplemente
supervivencia de hecho de una especie favorecida, por razones genéticas enteramente azarosas (…)».
Sin embargo, para el autor, el efecto ya no científico sino cultural de la teoría darwiniana residió en
cuestionar severamente el dogma creacionista judeo-cristiano inscrito en el Génesis bíblico. Como se
verá, el ensayo de Ugarte utiliza este repertorio evolucionista darwiniano para entender el proceso de
conformación de las sociedades hispanoamericanas.
2 Según Carlos Altamirano, entre 1890 y 1916 «la sociología en la Argentina marcha entre
dos polos: el naturalista y el psicológico (…). En esos años los razonamientos de la ciencia social se
incorporaron al bagaje intelectual de las elites, junto con la idea de que esa ciencia no podía ser ignorada en un país que iniciaba su carrera en dirección al industrialismo. Ciencia del cambio controlado
(el progreso), la sociología debía ser a su vez una ciencia del orden (…). Esta misión general atribuida
a la sociología no sólo era una idea corriente de la cultura positivista, sino que estaba en consonancia
con la visión que los grupos intelectuales tenían de su papel dentro del régimen liberal-conservador»
(Neiburg y Plotkin, 2004, p. 37). Manuel Ugarte pertenece a la generación siguiente a la de los «profesores» que inauguraron la ciencia social en Argentina (José Ramos Mejía, Juan Agustín García, Ernesto
Quesada, Rodolfo Rivarola, José Nicolás Matienzo y José Ingenieros) y no comparte con ellos el ethos
de profesor o científico. Como veremos, es desde su residencia en París y como consecuencia del incremento de su actividad política cercana al Partido Socialista Argentino, cuando comenzará a escribir
sobre «problemas sociales».
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a la vez de la construcción identitaria del espacio latinoamericano presente en el estudio, la que se revela esencial en el periodo posterior a la derrota española de 1898 frente a los Estados Unidos.
Este ensayo de 1911 consolida una línea de la escritura que Ugarte
había esbozado primero en su libro Visiones de España (1904),3 donde él
se autodefinía como un viajero que había tomado «apuntes» surgidos de su
observación de la sociedad española contemporánea. Pocos años después,
Las enfermedades sociales (1907) inauguraba su comprensión del presente y del proceso de modernización en América Latina a partir de un método y una retórica cientificistas que resultaban ya bien diferentes de las crónicas periodísticas que el escritor iba compilando luego en libros.4 En este
sentido, dicho estudio implicó un abordaje universalista que producía simbólicamente la inserción de los problemas americanos en el orden occidental contemporáneo. Fue de este modo como Ugarte sorteaba los diagnósticos fatalistas respecto de las sociedades latinoamericanas. El enfoque
universalista que mencionamos se basaba en la idea de que existían patologías similares en países «latinos» y «sajones», en las potencias imperiales
tanto como en las ex colonias, que buscaban frenar el curso del progreso.
En el escritor que nos ocupa, dicha perspectiva era tributaria de dos discursividades: por un lado, el paradigma positivista y por otro, el internacionalismo propugnado por las socialdemocracias europeas —menos en
Alemania que en Francia e Italia—.5 Al mismo tiempo, el discurso de circunstancia sobre la decadencia latina aparece reorientado en ese ensayo,
cobrando un sentido específico en el contexto del intercambio intelectual
del continente, pues es por esta vía como será pensada la identidad latinoamericana, en tanto parte del espacio simbólico de la latinidad y opuesta a
los Estados Unidos, país que se representa en términos de conjunto de
acciones y valores propios de lo «anglosajón».
Este mecanismo es común a un amplio espectro de intelectuales latinoamericanos con posiciones ideológicas, presupuestos filosóficos y programas políticos muy diversos en el entresiglo; después de José Martí, aparece en César Zumeta, José Enrique Rodó, Manuel Ugarte, José Varona,
Alcides Arguedas, Carlos Arturo Torres, Rufino Blanco Fombona y Fran-
3 Ugarte, 1904; del mismo autor, 1907 y 1911. Se ha analizado más extensamente el libro de
1904 en Merbilhaá, 2007, pp. 241-264.
4 Ugarte, 1902 y 1905.
5 Véase Tarcus, 2007, p. 174.
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cisco García Calderón.6 Aunque ellos construyeron respuestas muchas
veces divergentes con respecto a la «cuestión americana», dicha problemática funcionó aglutinando a estos intelectuales, que pasaron a conformar
una red nada homogénea y un espacio contencioso en torno a la identidad
hispano/latino/americana.
La caracterización de sus países a partir de los procesos modernizadores en algunas zonas de la región y del nuevo escenario surgido de las intenciones, cada vez más visibles, de dominio de los Estados Unidos, la búsqueda de definir la identidad latinoamericana en el marco de los debates
europeos en torno a la latinidad y finalmente, la necesidad de acentuar el
rumbo de las transformaciones sociales y políticas en un sentido de renovación más radical, son algunos de los núcleos problemáticos que reaparecen y se profundizan en el libro de Ugarte que proponemos analizar aquí,
El porvenir de la América latina (1911). Dedicado a cuestiones sociológicas, en él se consolidan los temas que serán predominantes en la trayectoria de este intelectual, durante las décadas que van de 1920 a 1940: en primer lugar, la defensa de un espacio subcontinental (que autoriza y
reactualiza el discurso unificador de Simón Bolívar) y la necesidad de su
unificación como modo de afrontar las ofensivas imperialistas norteamericanas y hasta europeas;7 en segundo lugar, la brega por soluciones reformistas para los problemas sociales y políticos de las repúblicas latinoamericanas. Intentaremos dar cuenta del modo en que, en este ensayo, a fin de
dar un fundamento riguroso a sus ideas, Ugarte expone una reflexión en
torno a la identidad latinoamericana recurriendo al paradigma de la «cultura científica»,8 pero al tiempo exhibe una mayor presencia de categorías de
análisis provenientes del pensamiento socialista finisecular.
Lo primero que puede verse es el organicismo y el evolucionismo persistentes en el enfoque. Al mismo tiempo, sin embargo, cabe observar que
el libro construye una toma de posición verdaderamente heterogénea respecto de los estudios enmarcados en la sociología positivista argentina, los
6 Sin mencionar los escritos de Ugarte, los del resto de los intelectuales son, respectivamente: Continente enfermo (1899); Ariel (1900); «El imperialismo a la luz de la sociología» (1906); Pueblo
enfermo (1910); Idola Fori (1910); La Evolución política y social de Hispano-América (1911); Las
democracias latinas de América (1912) y La creación de un continente (1913).
7 Uno de los pocos nombres de autor que figuran en el libro es precisamente el de Simón
Bolívar, mencionado en una nota: «Una de las proposiciones presentadas hace un siglo por Bolívar al
Congreso de Panamá, estipulaba que las repúblicas latinas debían considerarse ‘como aliadas y confederadas’» (Ugarte, 1953, p. 95, n. 1).
8 El término ha sido acuñado por Terán, 2000.
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cuales proponían políticas conservadoras frente a los desafíos aportados
por los nuevos modelos de gobierno republicano basados en el sufragio
universal y, en general, ante cualesquier perspectiva igualitarista o de independencia económica, rechazando el acceso de los sectores populares al
ejercicio de los mismos derechos que las clases dominantes. En cuanto a
esto último, se revelan incluso posiciones propias de un socialismo reformista, legibles en la invención de una geografía utópica (la patria grande)
y hasta ucrónica («la América latina es quizá la promesa más alta que ofrece el porvenir al mundo entero […] tiene que reservar a sus habitantes —y
a la humanidad toda sobre la cual irradia su producción— las sorpresas más
puras y más inverosímiles»).9
El libro, en su edición de 1911,10 está dividido en tres partes. Los diez
capítulos de la primera se distribuyen siguiendo un criterio de clasificación
de los pobladores del continente según su origen étnico, a excepción del
primero, dedicado al «Descubrimiento», y del último, sobre la «raza del
porvenir». De este modo, en cada uno se describe sucesivamente a los distintos grupos presentes en el territorio americano, siguiendo una linealidad
histórica. En la segunda parte, titulada «La integridad territorial y moral»,
el autor procede a una caracterización de la América Latina basada en la
distinción y descripción de «las dos Américas», a un diagnóstico de los
problemas y amenazas del presente (invasión, penetración comercial,
influencia cultural visible en el discurso panamericano que Ugarte desarticula) y finalmente, al esbozo de soluciones unitaristas, como defensa de la
soberanía de las repúblicas latinoamericanas. En la tercera parte («La organización interior»), va quedando atrás la intención sociológica del estudio
a medida que Ugarte expone un programa de modernización política en el
9 Ugarte, 1953, p. 318. Fue consultada la primera edición de El porvenir de la América latina que se encuentra sólo en la Biblioteca Nacional de España, y cotejada con la de 1920, en la que se
sustituye el calificativo «latina» por «española» tanto en el título como en el cuerpo del libro. El autor
lo aclara en el prólogo de dicha edición, a la vez que afirma que se trata de una reedición de su libro
anterior fechado en 1911. En este trabajo, las páginas citadas corresponden a la edición de El porvenir
de América latina compilada por Jorge Abelardo Ramos (1953).
10 El libro fue reeditado en 1920 con un cambio, ya desde el título, en el término con que
designaba al subcontinente. En el prólogo a esta reedición, lo justifica por considerar el primer título
«un poco vago» y porque el nuevo «mejor expresa el pensamiento del autor» (Ugarte, 1920, p. XIX),
lo que apoya nuestra hipótesis de una motivación fuertemente circunstancial, dada por la cuestión de la
latinidad, tanto en los debates europeos finiseculares entablados en torno suyo, como en su aplicación
a las discusiones promovidas alrededor de la identidad americana. Esto, en despecho de que hacia los
años 1930 se haya constituido una larga tradición cimentada en el concepto de América Latina, que
resignificaba los sentidos que habían circulado en el periodo de entresiglos. Hacia 1930, Ugarte optará
incluso por el término de Iberoamérica.
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plano nacional, de transformación progresiva de las instituciones, con una
clara impronta socialista en la que aflora sin embargo una ética republicana no siempre coherente con dicha doctrina.
De modo general, volviendo a lo que hemos observado antes, el
aspecto más complejo de El porvenir de la América latina,11 desde el punto de vista retórico, gira en torno a la adopción del paradigma positivista
que hacía confluir un enfoque historicista inspirado en el darwinismo
social, con una perspectiva antropológica psicológica centrada en la caracterización racial, divulgado por Le Bon. Como es sabido, el desarrollo de
dicho paradigma se venía consolidando, desde fines del siglo XIX, en los
estudios sociológicos de varios miembros de la elite letrada mayores que
Ugarte, como Ramos Mejía, Ernesto Quesada, Juan Agustín García, Carlos
Octavio Bunge o José Ingenieros, a los que el autor lee y llega incluso a
reseñar. En sus trabajos, ellos habían aplicado nociones lebonianas y lombrosianas a las sociedades locales.12 Pero inclusive, la clasificación y tipificación de los distintos pobladores se entronca también con la tradición sarmientina del Facundo.13
La explicación en términos del componente racial de la población
americana responde entonces a las condiciones de posibilidad del discurso
psico-antropológico derivado de la antropología fisiológica leboniana,
omnipresente en los debates europeos y cuya recepción en Argentina se
remonta a los comienzos de la ciencia social. Basta recordar al respecto que
el patrón analítico que asociaba el estado psicológico de un pueblo a factores biológicos sintetizados en la noción de raza ya configuraba, en la primera década del siglo XX, la doxa sociológica de la época. Además, circulaba tanto en Europa como en América no sólo en los ámbitos
universitarios y en revistas especializadas sino en la prensa masiva (piénsese en los artículos de Césare Lombroso, Max Nordau o Enrico Ferri para
La Nación de Buenos Aires).
11 Optamos por referirnos al libro bajo su primer título teniendo en cuenta que fue el que
Ugarte finalmente fijó (en la reedición de 1920) y porque, además, permite recuperar las oscilaciones
entre los dos adjetivos usados, puesto que en esa edición hay tramos en los que figura la referencia a lo
«latino», además de a lo «español».
12 Me remito a los trabajos ya citados de Terán (2000 y 2008) y Altamirano (2004).
13 En el final del libro, Ugarte se apoya incluso en Sarmiento y se refiere a la necesidad de
superar los «residuos bárbaros […] difundiendo la ilustración (sic)» en «nuestras repúblicas», para lo
cual cita el diagnóstico del autor de Conflictos y armonías de las razas en América (sin indicar el libro),
relativo al «aspecto general de barbarie e incuria […] de las poblaciones del interior de Argentina, a las
que contrasta con las colonias […] alemana o escocesa […] del territorio» (Ugarte, 1953, pp. 155-156).
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Tomando como marco la circulación de esas ideas dominantes, es
posible comprender las operaciones interpretativas que aparecen en El porvenir de la América latina. Esto se observa ya en la siguiente advertencia
del autor: «Pero antes de formular previsiones abordemos en esta primera
parte el problema de la raza, examinando los diversos componentes en
notas brevísimas, para deducir después, en síntesis, la orientación general».14 Por una parte, entonces, el tratamiento ugarteano de la cuestión de la
raza según los parámetros de la antropología positivista se evidencia sobre
todo cuando el autor se dedica a definir la identidad del continente basándose en el examen de la composición racial de las poblaciones. Por otra
parte, dicho examen se completa, de acuerdo al presupuesto historicistaevolucionista, con un estudio del proceso de constitución de la raza americana, a punto tal que los rasgos etnográficos de ésta se combinan con la
idea de una lenta constitución que aún no había culminado.
Pero además, cuando el ensayista busca caracterizar a los distintos
pobladores del suelo americano, gravita —aunque de manera atenuada—
una hermenéutica de las razas dada por la asignación de determinados atributos morales a cada una de las categorías de pobladores que, como se ha
dicho, habían sido clasificados de acuerdo a su origen étnico; el análisis
evidencia entonces cierto sesgo esencialista respecto de los caracteres americanos:
Base y origen de la nueva variedad que se acumula, el español aclimató en resumen
las grandes cualidades de firmeza y resolución que le dieron el predominio, pero no
dejó, ni en germen, la perseverancia, la inventiva y la independencia que en algunas
regiones empieza a determinar el triunfo actual. Estas características se han superpuesto, como veremos más adelante, bajo la presión de inmigraciones múltiples.
(…) Porque, contrariamente a lo que ocurre en ciertos países —Alemania, por ejemplo, dividida como un mueble, en cajones que corresponden a cada grupo— en la
América latina todos los líquidos, sea cual sea su densidad, se confunden en el mismo vaso. Las diversas variedades no se hallan apriscadas en las provincias. Y el mestizo y el extranjero se codean en todos los puntos del territorio, acentuando una promiscuidad que hace más visibles las discordancias.15
Al mismo tiempo, Ugarte toca un punto central de los análisis sociológicos positivistas de la época, expresado en la cuestión del mestizaje, es
decir, la mezcla de razas heterogéneas, que aparecía como un rasgo parti14 Ibidem, p. 4.
15 Ibidem, p. 10 (cursiva nuestra) y p. 13. Nótense, en relación con el paradigma de la cultura
científica, las metáforas provenientes de la química para explicar fenómenos de formación poblacional.
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cular del continente, más aún, como la causa de sus males o su debilidad.
En su tratamiento de la raza, el autor se aparta de la estigmatización del
mestizo concebido como un híbrido entre razas incompatibles, del que
derivaba su debilidad y por ende, como una traba insuperable para la evolución adecuada de las sociedades americanas. Esto era propio, por ejemplo, del racialismo positivista duro de Carlos Octavio Bunge en Nuestra
América (1903).16 La caracterización del mestizo resulta, en cambio, para
el autor que nos ocupa, más oscilante o contradictoria:
Condenados a vivir entre dos contradicciones, con los atavismos indolentes de su origen y muchos de los orgullos del europeo, postergado en ciertas repúblicas por el
blanco como inferior, considerado en otras por el indio como espúreo, el mestizo
vegeta y se multiplica en zonas vagas que su misma falta de ilustración hizo quizá
fatales...
Pero dentro de la mezcla hirviente de la futura raza sudamericana, el
mestizo será uno de los elementos más aprovechables si, rompiendo la
ignorancia que lo encorva, le hacemos levantar la frente y lo elevamos a la
igualdad.17
Sus ideas se acercan más bien, como veremos más adelante, a las que
José Martí había expuesto veinte años antes en sus conferencias «Nuestra
América» (1891) y «Madre América», cuando postulaba cierta ruptura con
respecto al determinismo biológico aplicado a los análisis del continente.
Asimismo, el autor va forjando en el ensayo la idea de un proceso
abierto de mezcla, o de una raza inconclusa, lo que está en consonancia con
la matriz evolucionista. Construye así un concepto inclusivo de identidad
nacional, que incorpora tanto al mestizo como al inmigrante, valorando a
ambos positivamente, en un sentido similar a las posiciones del socialismo
argentino que reclamaban la nacionalización de los inmigrantes. De este
modo, Ugarte articula la cuestión del mestizaje con la cuestión nacional,
interviniendo también en uno de los debates centrales durante el
Centenario.18
Otro de los modos en que Ugarte va atenuando las consecuencias fatalistas de los análisis basados en la distinción entre tipos psico-biológicos, o
16 Véase el caso del discurso racial de los intelectuales mexicanos, vinculados al positivismo,
Francisco Bulnes y José Vasconcelos, que analiza Manuel Vargas en Granados y Marichal (comps.),
2004, pp. 159-176.
17 Ugarte, 1953, pp. 13 y 16 respectivamente.
18 Bertoni, 2001, pp. 163- 212 y 307-316.
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a analizar la conquista española como un proceso histórico, puede verse en
el propósito historicista de su estudio expresado en su intención de trazar
una «historia social» americana desde la conquista hasta el presente y sus
implicaciones. En este sentido, su lectura evolucionista de la constitución
del subcontinente americano, responde a la idea hegeliana de un espíritu
humano en marcha hacia la superación y puede verse en las variables socioeconómicas que introduce a lo largo de su estudio. Ugarte llega incluso, en
ciertos momentos de su indagación, a introducir variables y enfoques inspirados en el materialismo histórico.19
Un racialismo oscilante
Tal como hemos adelantado, Ugarte se refiere a la cuestión de la raza
en la primera de las tres partes de El porvenir de la América latina, precisamente intitulada «La raza». Los capítulos que dedica a describir a los
distintos pobladores americanos corresponden a «Los indios; los españoles; los mestizos; los negros; los mulatos; la variante portuguesa; los criollos; los extranjeros inmigrados». En cada uno de ellos, no se detiene en
aspectos biológicos (contrariamente a un Bulnes o un Bunge) —sangre,
color de piel—, sino que, por un lado, el estudio procede abstrayendo
dichos «rasgos morales» para establecer el «tipo local»; y por el otro, deja
entrever la influencia de la categoría comtiana del medio en sus análisis,
al señalar continuamente las circunstancias históricas que habían dado
origen a la conformación de los caracteres morales de la población latinoamericana. En esto puede verse la filiación positivista del modelo de
análisis implícito en el ensayo: los mulatos son «más orgullosos y más
altivos que los negros, menos preparados para la lucha que los españoles
(...) fueron una fuerza irresoluta, áspera e impotente que flotó al azar de
los reflujos»; y, «como los mestizos, vivieron una situación incierta»;20 los
indios, fueron víctimas de la «atmósfera viciada de la esclavitud», del
19 En nuestra tesis doctoral (2009) sobre la trayectoria intelectual y literaria de Manuel Ugarte,
analizamos otros movimientos argumentativos del ensayo a través de los cuales el escritor explora problemas contemporáneos. Por un lado, la cuestión del peligro de invasión norteamericana y la definición
de la identidad subcontinental firmemente basada en el discurso latinista, que le permitía reforzar la
oposición con Estados Unidos. Por el otro, en el marco de los debates acerca de la cuestión social, nos
detenemos en las soluciones reformistas en las que se evidencia el programa socialista al que se adhiere Ugarte por entonces.
20 Ugarte, 1953, pp. 20-21.
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«alcohol» y la «ignorancia» a que los sometieron las «muchedumbres
invasoras»,
...se dejaron morir con la resignación de los pueblos del Asia, porque el americano
tiene mucho del fakir. Después de haberlo esperado todo de las fuerzas celestes, en el
derrumbamiento de sus dioses, vencido y despreciado en su propia casa, sin que nada
en la naturaleza contestase al llamado impotente de su angustia, el indio se convirtió
en hoja que los vientos llevaron a su capricho.21
Al adoptar el punto de vista de la raza, sobre todo en esta primera parte de su libro, asume el enfoque psico-antropológico que funcionaba como
la condición de cientificidad de todo estudio que se propusiera analizar las
sociedades contemporáneas y así predecir su porvenir. Si, tal como se ha
visto, el recurso a la noción de raza está presente, las descripciones de los
distintos pobladores del continente no están basadas estrictamente en rasgos biológicos. Puede decirse entonces que, por «efecto de la imposición
simbólica»,22 el tratamiento raciológico funciona principalmente, en
Ugarte, como garantía misma de cientificidad de los análisis sobre los fenómenos sociales e históricos.
Aun así, no escapa por momentos a las típicas caracterizaciones psico-raciales del mestizo, propias de Juan Agustín García o Carlos Octavio
Bunge. La mezcla parece alcanzar, en su visión, ciertos rasgos de carácter;
por ejemplo, el tipo mestizo es definido como contradictorio, entre las
«orgullosas fierezas del indio» y el «acatamiento de la domesticidad en que
se desarrolla» (p.14). Sin embargo, al mismo tiempo, circunstancias como
la falta de instrucción y la «conciencia de su estado» de sometimiento funcionan como causas explicativas de la condición subalterna de los mestizos, quedando atrás cualquier explicación biologicista sobre un primitivismo insuperable.
Una argumentación semejante aparece cuando Ugarte caracteriza a la
población negra y mulata. Allí entran en tensión la tipificación centrada en
la raza —en la que está implícita una idea de jerarquización—, con una tendencia en sentido contrario, que no se adhiere del todo a ésta por sostener
principios igualitaristas. En este sentido, destaca, por una parte, el papel
clave de dicha población en las guerras de independencia. Por otra, explica su ubicación «en la base» (p. 19) de las sociedades latinoamericanas y
la diferencia insuperable entre sus países de origen y el continente señalan21 Ibidem, p. 7.
22 Bourdieu, 1980, p. 22.
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do las circunstancias históricas que determinaron su lugar subalterno. Así,
aun cuando considera la diferencia de color como criterio descriptivo necesario a los fines de su estudio científico, el autor no la asocia a ninguna tara
biológica que desencadene degradaciones morales. Introduce más bien
explicaciones económicas y sociológicas (señalando por ejemplo, con una
retórica moralista, la lógica de acumulación capitalista); no sólo eso sino
que identifica valores y presupuestos de la cultura dominante respecto del
otro social. En referencia a los esclavos africanos, afirma así que:
Y aquellas muchedumbres inmensas que la avaricia de los hombres precipitó sobre
el Nuevo Mundo, modificadas por el ambiente, multiplicadas por los años, diseminadas por las revoluciones, pero invariablemente atadas al origen, prolongaron, primero políticamente y después étnicamente, en plena democracia, la situación inicial. Se
habían extraviado en la tierra.
El país en que trabajaban y nacían era una patria de adopción. Formaban un haz
aparte que no podía confundirse porque llevaba el distintivo en la cara. El hijo del
extranjero emigrado es criollo al cabo de una generación. Nadie logra descifrar su
procedencia. ¿Pero quién arrancaba al negro su nacionalidad aparente?23
Por último, este mismo enfoque puede verse en la caracterización de
los extranjeros inmigrados, cuya presencia en Hispanoamérica atribuye
Ugarte a consecuencias generales de la industrialización europea, a las
luchas obreras (en este sentido, se refiere a la «persecución y de búsqueda
de libertad»), sin dejar de señalar aspectos de la subjetividad individual
como los «gustos o veleidades de aventura». Contra la tendencia a entender el proceso inmigratorio del último tercio del siglo XIX en el Río de La
Plata, como resultado exclusivo de políticas estatales, propia de intelectuales argentinos cercanos a los grupos dirigentes que depositaban además sus
esperanzas de progreso en ese factor y podían incluso dudar del éxito de
dicho proceso por su desconfianza hacia la población nativa, Ugarte prefiere explicarlo invocando circunstancias socio-económicas vinculadas a la
nueva división internacional del trabajo y a la propia expansión capitalista.
Pero a la vez, desde un punto de vista interno, considerará la presencia de
los inmigrantes en función de su carácter de fuerza de trabajo y como factor de progreso antes que como una amenaza para la tradición argentina y
la unidad espiritual de la nación. Atenderá a una interpretación económica
y clasista de la historia argentina, que hace extensiva a otros países sudamericanos, sobre todo los más desarrollados. Las oscilaciones en torno a la
23 Ugarte, 1953, p. 20, subrayado nuestro.
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categoría de raza también se registran en el modo en que aparece sustituido por otros como «grupo social»,24 «agrupaciones» o «componentes de
una sociedad».
Entonces, aunque se proponga estudiar los fenómenos sociales contemporáneos en Hispanoamérica, y para ello se base en presupuestos racialistas, Ugarte no se adhiere completamente a las implicaciones políticas
concretas que generalmente éstos encerraban. Este uso fluctuante de explicaciones inspiradas en el determinismo racial, aparece aun cuando las
nociones empleadas contengan un sentido culturalista más que biológico.
Dicho sentido derivaba del sentido renaniano de raza que, tal como ha sido
mostrado por Todorov,25 por más que remitiera los fenómenos a causas
dadas por disposiciones morales, no abandonaba la visión determinista.
Estas disposiciones, en efecto, obedecían a una clasificación que giraba en
torno a la categoría de raza, a la que se asociaba una serie de sentimientos,
valores, religiones y lenguas.
Cabe recordar que el distanciamiento de Ugarte respecto de esta
noción había aparecido en escritos anteriores, tanto en algunas crónicas de
1901 como en Las enfermedades sociales (1907) y en un discurso pronunciado ante el Ayuntamiento de Barcelona en mayo de 1910, cuando se refería críticamente al «semi-prejuicio de las razas». En esa conferencia sobre
las «Causas y consecuencias de la Revolución Americana», del 25 de mayo
de 1910, Ugarte lo exponía en los siguientes términos:
Yo no he creído nunca que nuestra raza sea menos capaz que las otras. Así como no
hay clases superiores y clases inferiores, sino hombres que por su situación pecuniaria han podido instruirse y depurarse y hombres que no han tenido tiempo de pensar
en ello, ocupados como están en la ruda lucha por la existencia; no hay tampoco razas
24 Ibidem, pp. 23, 21 y 35, respectivamente.
25 Todorov (2001, pp. 195-211) muestra con exhaustividad el modo en que la doctrina racialista está vinculada al surgimiento del «cientifismo iluminista» de Diderot a Buffon. Un momento posterior, que culmina en el pensamiento racialista, se ubica en la segunda mitad del siglo XIX y está basado
en los desarrollos de Taine, Gobineau y Renan. Todorov, señala que Renan dio al término un tratamiento
complejo haciendo un uso ambiguo de la raza al asociarle un rasgo lingüístico y relanzar así el concepto:
«puesto que con él (y algunos de sus contemporáneos), ‘ario’ y ‘semita’ dejarán de ser términos usados
para designar familias de lenguas, para aplicarse a las ‘razas’, es decir a los seres humanos». Al mismo
resultado llevarán, como veremos, los trabajos de muchos contemporáneos y sucesores, como Hippolyte
Taine o Gustave Le Bon. Gobineau, que cree que las razas están fundadas en las diferencias de sangre,
constituye una excepción en esa segunda mitad del XIX. Pero este cambio en la noción no hace que
Renan y Le Bon dejen de ser racialistas (el caso de Taine es distinto): simplemente transponen los prejuicios comúnmente vinculados a la raza, al plano de la cultura. Y, aunque sea cultural y ya no físico, el
determinismo que profesan no es por ello menos inflexible. Al ser miembros de una raza, dirá Renan, no
podemos escapar a su dominio; la educación no sirve de mucho» (pp. 200-201).
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superiores ni inferiores, sino grupos que, por las circunstancias particulares en que se
desenvolvieron han alcanzado mayor volumen y grupos que, ceñidos por una atmósfera hostil, no han podido sacar a la superficie toda la savia que tienen dentro».26
De esta manera, en sus análisis asoma cierta percepción según la cual
las explicaciones racialistas implican una condena para Hispanoamérica y
que, por lo tanto, deben ser superadas o evitadas para redimir al continente de su supuesta inferioridad.
No sólo eso sino que por momentos Ugarte tiende a formular un programa más moderno de inclusión de los sectores populares. Reclama, por
ejemplo, para los mestizos, iguales derechos ciudadanos, denunciando la
trampa de que para elegir representantes se les exija una instrucción que no
se les ha brindado:
Porque, aunque los contratos sociales de los diferentes Estados sólo reconocen hombres libres, se puede decir que, en realidad,la mayoría de los mestizos no lo son (…) Se
acuerda al mestizo, como al indio y como a todos, la facultad de elegir representantes
‘a condición de que sepa leer y escribir’. Algunos ven en ello una habilidad para empujarlos a las escuelas. Y en cuanto se refiere al porvenir, acaso tengan razón. En lo que
toca al presente, sólo se consigue privar de sus derechos a una categoría de hombres.27
En general, entonces, Ugarte cuestiona las tesis fatalistas fundadas en
determinaciones climáticas o raciales, tendiendo a considerar las dimensiones culturales en la conformación de las sociedades coloniales.28 Señala factores económicos al enmarcar históricamente la ferocidad de la conquista en
el «régimen feudal» y la «edad sanguinaria» de aquella época (p. 5). Invierte,
incluso, el tópico de la barbarie y, no exento de cierto miserabilismo, contrapone las «almas de hierro» de los «heroicos aventureros […] hijos de un
siglo que dignificaba la matanza» con la «solidaridad y altruismo del indio»
(p. 5). La caracterización de la conquista en esos términos contrasta fuertemente con la visión dominante entre los intelectuales latinoamericanos:
Vino después el atentado más lamentable que recuerda la historia, grandes rebaños
sumisos removieron la tierra que les pertenecía y la sangraron para hacer brotar ríos
de oro en beneficio de virreyes y monarcas extranjeros […] La esclavitud se estableció de lleno en el continente (p. 6).
26 Ugarte, 1978, p. 12.
27 Ibidem, p. 15.
28 Remitimos al análisis de Nuestra América (1903) de Carlos Octavio Bunge y su idea de la
mezcla racial como elemento explicativo de los males americanos desarrollado por Carlos Altamirano
en «América Latina en espejos argentinos», 2005, pp. 109-114. Más adelante volveremos sobre este
artículo.
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El modo más decisivo en que Ugarte va en contra del fatalismo racialista hegemónico proveniente de la tesis de Gobineau, Renan y Le Bon, es
afirmando el carácter inconcluso de las naciones americanas y señalando el
«porvenir de la raza», una percepción que sin duda era intensificada por las
transformaciones de los procesos de modernización en el Río de La Plata.
Así, ante el diagnóstico de la transición de una etapa económica hacia otra,
dentro de un supuesto proceso paulatino de socialización, la América latina, como se la nombraba entonces, encerraba los mejores augurios.
Precisamente en torno a esta cuestión girarán las conclusiones del libro,
como veremos más adelante.
Si repasamos, como hemos dicho antes, el contexto de los trabajos
sociológicos positivistas en Argentina, de hecho, ni La ciudad indiana de
Juan Agustín García, ni menos aún Nuestra América de Bunge, ponen en
duda los presupuestos sobre la desigualdad de razas ni el carácter irremediable de las taras ambientales.29 Ugarte se acerca aquí al Martí de Nuestra
América (1891), cuyo cuestionamiento del racialismo cientificista había
tenido un carácter marginal entre los pensadores latinoamericanos de fines
del siglo XIX y se había pronunciado desde una posición deliberadamente
ajena a la mirada sociológica positivista.30
En efecto, aunque Ugarte no mencione a Martí, aparecen las mismas
líneas retóricas generales de la conferencia de Nuestra América:31 por un
lado, el poeta cubano despliega una argumentación que aspira a alcanzar
una perspectiva universal por contraste con una estrechez simbolizada en el
29 Aunque no mencione a estos escritores, podemos reconocer sus postulados en las alusiones
de Ugarte (Ibidem, p. 10): «Algunos arguyen que desde el punto de vista del porvenir hispanoamericano debemos felicitarnos de ello. Pero hoy no cabe el prejuicio del hombre inferior. Todos pueden alcanzar su desarrollo si los colocamos en una atmósfera favorable. Y aunque las muchedumbres invasoras
han minado el alma y la energía del indio, no hay pretexto para rechazar lo que queda de él. Si queremos ser plenamente hispanoamericanos, si queremos ser los argentinos, los chilenos, los mexicanos de
hoy, si queremos situarnos y alcanzar significación definitiva en el tiempo y en el mundo, el primitivo
dueño de los territorios tiene que ser aceptado como componente en la mezcla insegura de la raza en
formación» (subrayado nuestro).
30 Ver el análisis de Nuestra América de Martí, en Julio Ramos, 1989, pp. 229-243.
31 Martí, 1980. No hay en el ensayo de Ugarte una referencia explícita al poeta cubano, lo que
no implica que lo desconociera teniendo en cuenta la omnipresencia de sus ideas, cuanto menos en la
forma del «rumor intelectual» (Bourdieu, 1991, p. 201). Esta omisión puede explicarse, por un lado,
porque las ideas de Martí formaban parte de tópicos ya habituales en torno a los destinos americanos y
a las definiciones de Estados Unidos. La ausencia de toda mención al poeta cubano también puede responder a un deseo, típico de la época, de postulación de discursos marcadamente actuales en los que
las referencias se valoraban por su carácter inmediatamente contemporáneo. En este sentido, téngase
en cuenta que habían pasado dos décadas desde la publicación de la conferencia de Martí.
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carácter «aldeano», oposición que está en la base de la mirada de Ugarte
sobre el continente. Por otro lado, cuestionando la dicotomía sarmientina,
defiende a «indios» y mestizos basándose en la tensión entre la naturaleza
y el carácter inauténtico y artificial, que se sobreimprime al antagonismo
entre el hombre natural / el gobernante o intelectual. Su fe en el progreso
exalta, como lo hace Ugarte, la vertiginosa modernización de algunas repúblicas americanas, al tiempo que considera que el origen de los problemas
del continente se halla en la organización colonial, cuestionando cualquier
forma de determinismo racial y de racismo («No hay odio de razas, porque
no hay razas...», p. 17), y resaltando la «identidad universal del hombre» en
la misma página. José Martí traza una historia de América atendiendo a su
constitución múltiple, aun cuando la parte «pensante» sea atribuida a los
blancos y el sostén, a la religión del conquistador: «Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo de las naciones», (p.12). Exalta el acontecimiento independentista y lamenta la persistencia de residuos coloniales. Como aparecerá
luego en el ensayo de Ugarte, Martí presenta un diagnóstico alarmado pero
optimista respecto del presente. Por último, figura la recurrente consideración respetuosa de la pujanza de Estados Unidos, la alerta contra «el gigante de las siete leguas» (p. 10), la necesidad de una «marcha unida» de
los hijos de América y de renovación de sus formas de gobierno y, finalmente, una apuesta al desarrollo americano y a que éste sea mostrado,
ostentado fuera de sus fronteras, como una estrategia para conquistar el respeto del Norte.
El propio sociólogo José Ingenieros, quien a partir de 1911 revisaría
sus postulaciones, había tenido su momento «bioeconomicista» y sostenido, en «La evolución sociológica argentina» (1901), la inferioridad racial
de los pobladores originarios del Río de La Plata, de sus descendientes y
de la población de origen africano, a los que consideraba vencidos por la
«raza blanca».32
En La ciudad indiana (1900), Juan Agustín García, por su parte, en
su liberalismo, señalaba la problemática de la «teocracia pura» del gobierno jesuítico, aunque la justificara en base al presupuesto de las jerarquías
raciales, por su capacidad «práctica» de haber «permitido transformar a los
indios en hombres civilizados. Por lo menos fue el único que triunfó
32 Terán, 1986, p. 61. Véase también Tarcus, 2007, pp. 442-443 y el capítulo II de Degiovanni,
2007.
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durante siglo y medio, y si se hubiera persistido, todo ese litoral sería hoy
un país próspero y bien poblado, con su raza hecha a la nueva vida, su
existencia histórica asegurada» (p. 364). De la misma manera, tildaba de
«ingenuidad infantil» el que se juzgara con el criterio contemporáneo esa
época, cuando se trataba de «tribus bárbaras, más o menos lascivas y
homicidas» (p. 364).
La descripción sintética que hace Ugarte de cada uno de los grupos
que componían las sociedades latinoamericanas, inspirada en las nociones
cristalizadas, provenientes de la antropología-psicológica de Le Bon, no
redunda en las mismas conclusiones que las de La ciudad indiana, libro
que él había leído con interés y elogiado el mismo año de su publicación.33
Puede conjeturarse que el entusiasmo por el libro de Juan Agustín García
estaba probablemente ligado a la consideración del «factor económico»
que éste proponía, inspirándose en Achille Loria y Karl Marx, para explicar el proceso histórico argentino hasta el siglo XVIII, como lo ha demostrado Horacio Tarcus.34 Esto sucedía en el mismo momento en que Ugarte
descubría las doctrinas socialistas en publicaciones europeas, cursos y congresos (como el Congreso de Sociología de París, de 1901, al que probablemente asistió). Entre los cursos, pueden mencionarse los de las
Universidades populares socialistas a los que se refiere el autor en alguna
crónica, y en un ámbito más académico, las clases sobre filosofía moderna
en el Collège de France, hasta 1904, a cargo de Gabriel Tarde, uno de los
pocos sociólogos que aparecen citados en sus escritos y, en particular, en el
libro que nos ocupa.
Apartándose de La ciudad indiana, el estudio de Ugarte desanda las
equívocas jerarquías raciales y llega a atenuar considerablemente los rasgos negativos con que se estigmatizaba a los pobladores indígenas y
negros. Si persisten rasgos distintivos como elementos explicativos de las
prácticas culturales en sentido amplio, éstos se atribuyen a la acción del
medio antes que a factores raciales. Así, por ejemplo, la herencia de los
españoles se alojó en el «hueso de la nacionalidad», dejando a los gauchos
la «llaneza y el amor propio», el sentido de la hospitalidad, el horror a la
hipocresía y la grandilocuencia.
33 Ugarte: «El teatro argentino en Europa», Crónicas del bulevar, 1902, pp. 251-263. El libro
de García es destacado como ejemplo de progreso intelectual visible en el desarrollo incipiente de una
«rama netamente criolla de la literatura nacional» (p. 261). La crónica apareció primero en El Tiempo
de Buenos Aires en noviembre de 1900.
34 Tarcus, 2007, pp. 468-474.
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También Juan Agustín García recurre a caracteres morales, a los que
denomina «sentimientos», para estudiar la historia de la conformación de
la sociedad colonial rioplatense. Así, intenta demostrar el modo en que bajo
el «régimen antiguo», «un conjunto de sentimientos», «el culto nacional
del coraje, el desprecio de la ley, la preocupación exclusiva de la fortuna,
la fe en la grandeza del país, [que] imprimen rumbos fijos a la sociedad»,
determinaron los rasgos de una «sociedad» cuya particularidad consistió en
estar desde el comienzo en «lucha» con sus «instituciones» (p. 365). Buen
exponente del pesimismo de las elites porteñas ante lo que vivían como un
desajuste entre el ideal de civilización, de orden y progreso, y la percepción
de una heterogénea composición social y precariedad institucional de las
repúblicas sudamericanas, García concluye su libro lamentando la persistencia de esa situación en el presente, y pintando un oscuro panorama:35
Ahora como antes, las iniciativas privadas, el deseo de cooperar en la felicidad y progreso de la República, se traducen en donaciones cuantiosas para fundar iglesias y
monasterios. Ahora como antes la tierra está en poder de unos pocos, dueños de la
casi totalidad del área disponible, de lo mejor y de más fácil cultivo, un serio obstáculo par a la expansión y progreso futuro del país. Ahora como antes, se deprimen los
estudios superiores... (...). Si esto sigue, y parece que seguirá, no sería extraño que
alcanzáramos el parecido en las formas y entonces habríamos caminado un siglo para
identificarnos con el antiguo régimen.36
Igualmente podemos volver sobre Carlos Octavio Bunge, otro exponente de las explicaciones basadas en las determinaciones del medio, el clima y la composición étnica, que se vale de la psicología de la raza para trazar un retrato lapidario de la política criolla y de las instituciones
republicanas. Altamirano se ha referido a su ensayo Nuestra América como
un ejemplo de «la mezcla de naturalismo y psicologismo» (p. 109) característica de lo que se entendía entonces por ciencia social. El autor contrasta esta hermenéutica social con la propuesta de Ugarte que, según él, introducía «razones de índole política» (p. 118) en lugar de las interpretaciones
de la psicología positivista. Ahora bien, a la luz de lo que venimos analizando, tal vez convenga afirmar que si bien es cierto que Ugarte busca sustraerse a las implicaciones no deseadas de dichas interpretaciones, su estu35 Mientras que los caracteres locales que García releva son impugnados por él, cuando
Ugarte señala determinados rasgos morales en los pobladores, éstos no son tan claramente sometidos a
una crítica, como hemos visto en el caso de los negros, los mestizos y los mulatos.
36 Ugarte, 1911, p. 366.
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dio no deja de estar marcado por este modelo, como pudo verse a lo largo
de nuestro análisis de El porvenir de la América latina.37
No es azaroso, entonces, si para ilustrar su hipótesis que, sin lugar a
dudas, tiene cierto grado de verdad, Carlos Altamirano invoque, no el ensayo de Ugarte de 1911, sino un discurso, ya citado, que pronunció en 1910
en el Ayuntamiento de Barcelona, en el que nuestro autor discute explícitamente el modelo psicológico-racialista: «el desgano de buena parte de
América no se explica a mi juicio, ni por la mezcla indígena, ni por los atavismos de raza que se complacen en invocar algunos».38
Como venimos analizando, en el libro de 1911, las variables psicoantropológicas y aquellas basadas en factores económico-evolutivos, esgrimidas alternativamente, apuntan a construir una identidad continental que
el autor entiende como inconclusa o en proceso de formación. Este
diagnóstico −que será abordado en la tercera y última parte de su ensayo−
le permite situar en el futuro una etapa final que estaría marcada tanto por
la unificación de las repúblicas latinoamericanas como por la consolidación
del proceso de socialización de los medios de producción, dado por el establecimiento de reformas sociales. Sólo en este sentido debe entenderse su
idea de una raza cuya unidad no ha concluido,39 proceso paralelo al de las
sociedades en formación. De este modo, al ser ubicados en el porvenir,
quedan homologados, por un lado, el destino económico y político de los
países latinoamericanos, imaginado como promisorio y según el cual
dichas repúblicas se adaptaban al rumbo universal de toda la humanidad y,
por otro lado, el destino de «los americanos» como raza inacabada conformada, según el modelo leboniano, por capas sucesivas que se cimentaban
y en cuya base estaba el componente español, o como «tipo que se acumula» (p. 46). Este modelo geológico y hasta biologicista (en el que la población americana se define en la metáfora de los sucesivos estadios de la
especie), acerca el devenir de la América española al de las civilizaciones
europeas que proponía la psicología antropológica leboniana. En el pensamiento de Ugarte, esto tiene una consecuencia importante pues funciona
37 Tal vez preocupado por marcar la diferencia entre ambos autores, Altamirano no tiene en
cuenta la presencia recurrente de la matriz de pensamiento racialista que también opera en el libro de
Ugarte.
38 Citado por Altamirano, 2005, p. 118.
39 Esta idea estaba muy presente en la «cultura científica» de la época: aparece en Las multitudes argentinas de Ramos Mejía, en el libro ya citado de Bunge y en Ingenieros (ver Terán, 2000). Lo
que parece más novedoso en Ugarte es que esta creencia se articula con su fe en el proceso de socialización paulatino de las sociedades humanas y en la proximidad temporal de su realización.
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como un criterio suplementario de distinción respecto de la conformación
de la población norteamericana.
Así, dispuesto a definir la especificidad latinoamericana, el ensayista
hace explícita una «objeción» respecto de su idea de la confluencia de razas
como virtud específica del subcontinente. Precisamente, dicha objeción
está dada por el hecho de que la «originalidad nacional» de los Estados
Unidos se hubiera alcanzado «sin recurrir a la mezcla con las razas aborígenes» (p. 41). Con una llamativa audacia retórica, hará de tal refutación la
base de la diferencia entre los procesos del Norte y del Sur:
Ni hemos apriscado a las razas en determinados territorios, ni tenemos carpet-baggers que organicen feedmen’s offices y susciten sociedades de Ku-klux-klan. Además,
hay que contar con lo que en los Estados Unidos no existe, con la casta intermedia
que atenúa los choques, facilitando la refundición. Por eso es por lo que, lejos de
alentar la tendencia orgullosa que podría inclinar a algunos a excluir ciertos componentes de nuestras formación definitiva o a considerarlos como elemento vergonzoso o incómodo, debemos proclamar las lejanas parentelas, aceptando en bloque la
historia de nuestro grupo social. […] con las necesarias modificaciones de la época
y del medio, continuadores celosos de sus antepasados, los pueblos sólo alcanzan su
osificación y su plena audacia cuando establecen el equilibrio interior, nivelan las
asperezas y de un extremo a otro de su historia y de su conjunto sienten la rítmica palpitación de una voluntad que no se interrumpe ni se desmiente. Lo que fortifica a las
naciones es la unidad de la raza. […] Cuando en América del Sur, donde nadie odia
al negro, ni al indio, ni al judío, se habla de contrarrestar el empuje de los anglosajones, todos comprenden que la mejor manera es sacar los músculos indispensables de
nuestras propias características.40
Observemos que Ugarte parece apuntar a una futura integración social,
y celebra el mestizaje. Traza una «evolución social» que parte del componente español y se detiene luego en «influencia del pensamiento francés»
tras la independencia, fenómeno que se señala como «segunda conquista».
En esto se basará Ugarte para sostener la necesidad de una separación entre
las dos Américas a partir de las «particularidades latinas» supuestamente
insoslayables del subcontinente. Y así sella un relato armonioso de la «cálida» América latinizada, inasimilable a la del Norte, síntesis entre España,
Francia e Italia, y que ha sabido «fraterniza[r] con las razas aborígenes»,
razón por la cual «ostenta una unidad y una fisonomía excluyente que la
separa de una manera fundamental de la fría América del Norte…».41
40 Ugarte, 1911, pp. 43-44, cursiva nuestra.
41 Ibidem, p. 50.
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Dicho relato, que por momentos esbozaba una refutación de las interpretaciones basadas en la creencia y fundamentación científica de una desigualdad entre razas, según las cuales las taras de las razas inferiores que
conformaban los sectores populares explicaban los atrasos del continente,
termina muchas veces en la negación voluntarista del problema («nadie
odia al negro, ni al indio»). Se trata de una verdadera proeza retórica, pues
borra, con un fin altruista, la existencia misma del otro social. El intento
por refutar los presupuestos de la inferioridad racial42 resulta significativo
en la medida en que, por un lado, era divergente respecto del sentido común
de la época, que revestía fundamentos pretendidamente científicos, como
así también respecto de la mayor parte de los intelectuales positivistas. Por
otro lado, pone de manifiesto el modo en que, aun en un momento de fuerte hegemonía cientificista, el racialismo era sometido a cierta objetivación
de sus presupuestos. Dicha reflexión se lleva a cabo, en este ensayo,
mediante la consideración de aspectos político-ideológicos, uno de los
modos en que se ponía en crisis el paradigma positivista. Así es como
Ugarte pondrá en relación, por ejemplo, el lugar subalterno de la población
mulata con las sucesivas etapas de la historia americana, señalando supuestos «avances» y hasta innovaciones americanas en el borramiento progresivo de los «prejuicios» asociados a la posibilidad de «ascenso» social de los
mulatos. Esta tendencia a la «emancipación» de dicho grupo es también
leída en clave evolucionista como «victorias del espíritu nuevo»43 que
encontraron en América el suelo propicio para su desarrollo, donde una vez
más están depositadas las esperanzas de emancipación universal: «La
América española marchó así a la vanguardia del soplo emancipador que
tiende a atenuar las desigualdades y a devolver a todos los hombres su dignidad dentro del Estado».44
La recuperación historicista
Más allá de los desacuerdos ideológicos que pudieran suscitar entre
sus contemporáneos, el voluntarismo de Ugarte antes señalado, o aun los
42 Más allá de la posición fundacional de José Martí, entre las versiones que ponían en duda
estas concepciones en la misma época que Ugarte, puede mencionarse el caso del mexicano A. Molina
Enríquez.
43 Ugarte, 1959, p. 67.
44 Ibidem.
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argumentos igualitaristas, éste basa su estrategia en la ideología del progreso formulada en base a la retórica evolucionista que le permite a los hechos
que describe un carácter de necesidad histórica irremediable. Esta idea evolutiva aplicada a los fenómenos sociales encontraba en el pasado indicios
del porvenir e, inversamente, construía una predicción en torno al futuro,
partiendo de signos progresivos seleccionados en el pasado de las civilizaciones. Enunciada en términos generales, la versión socialista de la fe en el
porvenir implicaba el sabido mecanicismo, que Angenot describe desde el
punto de vista de su lógica cognitivo-argumentativa, como «razonamiento
de las grandes esperanzas»45 sustentado en el «porvenir de un no-todavía,
en la promesa de un orden de cosas que será radicalmente distinto y mejor»
(p. 359). Angenot define esta lógica de la «prueba por el porvenir», como
«una de las formas de la racionalidad moderna, la de los grandes males y
los grandes remedios que tiene por último fundamento una ficción, una
conjetura convertida en certeza demostrada, una fe en el porvenir» (p. 359).
Es esta lógica la que opera cuando Ugarte imagina, en el ensayo de
1911, un espacio geopolítico a constituir formado por las repúblicas latinas
de América. Cabe aclarar, al respecto, que el sintagma América latina
suponía en el entresiglo, significados vinculados con el tópico de la oposición entre la latinidad y lo anglo-sajón. En la utopía continental ugarteana,
además, la carencia de siglos de historia (según el patrón occidental) se
convierte en una virtud del continente, utopía que busca hacer confluir un
tiempo y un espacio nuevos. Si Ugarte sabía que, a finales de la primera
década del siglo XX, en Europa las perspectivas de salvación humana se
dilataban y volvían difusa, esto no le llevaba a concluir que algo semejante podía ocurrir también en Hispanoamérica. Precisamente, contra las interpretaciones en términos de los atrasos de dicho subcontinente, la misma
incertidumbre del proceso europeo le hacía creer y postular que el advenimiento del nuevo orden social latente tendría lugar fuera del viejo continente; esto, sin que dejara de percibir con reparos la posibilidad de que
América Latina estuviera orientada efectivamente hacia los cambios esperados. Así, afirma la necesidad de, por un lado, rediseñar la geografía continental ensanchando las fronteras del presente, y por el otro, imponer ciertas reformas, o profundizar, en los países más modernizados, las tendencias
progresivas ya activadas. En este marco se entiende su interpelación a «los
europeos», que parece estar destinada a argumentar en favor de la igualdad
45 Angenot, 2008, p. 360.
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universal del subcontinente y del carácter occidental de sus procesos históricos, en particular el de los sudamericanos. Su razonamiento no deja de ser
paradójicamente deshistorizante:
En cuanto a la pereza y la incapacidad para la lucha que algunos europeos nos atribuyen, basta echar una ojeada sobre la América del Sur para comprender la verdad. Los
levantamientos que nos reprochan sólo son manifestaciones palpables de un empuje
creador. La nacionalidad data de ayer y tiene que pasar por las mismas agitaciones
que Europa. No han de maravillarse de la inquietud de nuestras costumbres los que
edificaron su Constitución alzando barricadas y decapitando reyes. Y en lo que respecta a la actividad industrial, todavía insegura, tampoco nos la pueden echar en cara
los que antes de alcanzar el brillo de hoy vivieron la indecisión de quince siglos. (…)
La infancia turbulenta y bulliciosa no es quizá, después de todo, más que un síntoma
prometedor, porque los pueblos, como los estudiantes indisciplinados, son precisamente los que más altas posiciones conquistan en el porvenir.
Si se mantiene la integridad étnica, política y territorial del conjunto y si continúa sin
tropiezo la elaboración en que estamos empeñados, se puede decir que el nuevo grupo que se incorpora a la fermentación mundial alcanzará una importancia inverosímil
a causa de su número y de la amplitud de la zona en que desarrollará su acción…
(pp. 49-50)
En este fragmento puede verse una de las implicaciones políticas del
libro, antes señalada, según la cual la argumentación asignaba un destino
promisorio a Hispanoamérica que redundaba en una inserción de la especificidad americana en Occidente. Esta focalización en lo particular se
correspondía con un inicio de distanciamiento respecto del eurocentrismo
dominante en los estudios sociológicos y etnosicológicos. Su perspectiva
dinámica respecto de la cultura local lleva a que, por momentos, aparezca
invertida la percepción positiva respecto de las consecuencias culturales de
la conquista sobre el Viejo Mundo.
Emblemáticamente, en este ensayo, la definición de los distintos
pobladores en base a la fijación de tipos según su origen étnico corre paralela, a otra perspectiva. En efecto, los capítulos dedicados a los distintos
pobladores no sólo responden, como ya dijimos, a un ordenamiento sucesivo temporal (desde los indios hasta los inmigrantes), sino que están
enmarcados por el acontecimiento de la conquista («Capítulo I: El descubrimiento») y por un anuncio predictivo («Capítulo X: La raza del porvenir»), traduciendo una filosofía de la historia basada en la lógica evolucionista del progreso continuo. Ugarte sigue, además, una perspectiva
evolucionista presentando la irrupción de la Edad Media en América como
un acontecimiento negativo, verdadero accidente en un «mundo maleable
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en plena aurora»,46 antes que como el resultado de relaciones de fuerzas
sociales inscritas en una continuidad histórica, como en el Viejo Mundo.
Según esta lógica evolucionista, en la que cabe constatar cierto debilitamiento de la consideración racial determinista, una primera falla en la cultura americana derivaría de la interrupción del desarrollo histórico natural
de la «atmósfera social del Continente» (p. 1) pero también de la instauración, en suelo americano, de un orden que ya era anacrónico en la propia
Europa, el feudalismo. Esto redunda para el ensayista, en la paradójica
novedad y vejez de América: la Edad Media, aunque ya haya sido «cerrada por la Historia», no se impone por natural evolución sino por la fuerza,
y da lugar a un mundo que nace viejo, marcado por la tara —en clave organicista— de la etapa de «barbarie» feudal:
Lejos de ser un mundo verdaderamente nuevo donde, al margen de la historia, sin la
presión de los cadáveres, reaccionaban los hombres contra el pasado para crear una
vida inédita, las vastas extensiones vírgenes resultaban, privadas de todo contralor,
una agravación gigantesca de la barbarie social de Europa. Al ser transplantados al
desierto, los vicios cobraron una frondosidad rara. El aire se inficionó y el mundo
maleable que surgía en plena aurora tuvo el estigma de la vejez antes de darse cuenta de la vida.47
Mientras señala y condena los crímenes cometidos por la conquista,
esto último poco frecuente en la época, Ugarte no deja de celebrar la «noble
victoria del espíritu humano, la remoción formidable de todo lo existente»
(p. 2). Sigue aquí una argumentación dialéctica que interpreta dicho accidente de la historia como una de las paradojas acarreadas por el progreso,
en una línea de análisis que circulaba en el pensamiento socialista desde
que Marx la había esbozado al analizar las consecuencias del imperialismo
británico en la India.48 Este argumento fundado en la razón de progreso aparece también cuando Ugarte describe los orígenes de la población africana
en América:
En el espacio de tres siglos atravesaron el mar quince millones… Pero los crímenes
de la esclavitud son como los de la conquista. Nuestras libertades eran sueños. Las
Casas justificó el delito. Y hasta la Revolución Francesa, después de proclamar los
derechos del hombre, se detuvo más tarde amedrentada ante el límite (p. 17).
46 Ugarte, 1953, p. 2.
47 Ibidem, p. 32, cursiva nuestra.
48 Quizás Marx lo hiciera con menos cinismo histórico que el de sus intérpretes de la Segunda
Internacional, si tenemos en cuenta la elocuencia de su denuncia de la barbarie británica, en sus artículos para el New York Daily Tribune a comienzos de 1850 (Tarcus, 2007, pp. 39-41).
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La argumentación se completa con otra lógica propiamente moderna,
que podría definirse como contraria al anacronismo que llevaría a evaluar
con los valores del presente, las acciones de otros momentos de la historia:
Pero los que entonces empujaban aquellos rebaños [de conquistadores] eran incapaces de razonar. Ante los hombres de mentalidad más elevada que hoy los juzgan desde las alturas de la historia, resultan también en cierto modo una raza subalterna. Los
únicos que podían comprender eran los príncipes, los cortesanos o los sacerdotes. Y
si nadie protestó fue porque a favor de esos magnates se conquistaban territorios y se
hacía correr un estremecimiento de pavor sobre el mundo (p. 18).
En este sentido, al analizar la conquista de América, Ugarte también
observa el impacto de la naturaleza americana sobre los hombres europeos
y subraya resultados positivos en la revelación de la existencia de «otro
mundo»: una desarticulación de las «creencias» que quedaron «en ruinas»,
«una ventana abierta sobre la libertad» (p. 2), una «apertura de los poetas
hacia el ensueño» y una renovación dada por el descubrimiento de «ritos
insospechados, pájaros desconocidos, tesoros inverosímiles, razas nuevas».
El detalle más revelador de esta mirada dislocada respecto del punto de vista eurocéntrico, casi antideterminista, puede verse en el señalamiento que
hace nuestro autor de la ceguera del conquistador, movido por la rapacidad
del oro, que le había impedido discernir, en las tierras del Sur, otras riquezas imposibles de ser codificadas por él como la riqueza de la tierra o la
«gradación de los climas, la prodigiosa extensión» (p. 3).
A partir de esto es posible sostener que el otro hilo que organiza el relato de los orígenes americanos, esto es la interpretación materialista basada
en el evolucionismo, parece estar destinada a intervenir sobre las lecturas
del presente. En efecto, según dicho relato, el régimen feudal había vuelto
imposible que la prosperidad local se organizara en torno a las riquezas de
cada región; sin embargo, el curso evolutivo había avanzado silenciosamente, sin que interviniera ningún elemento subjetivo, hacia la prosperidad presente, la que se había alcanzado merced al «separatismo» de 1810:.
Porque cuando vemos salir de los puertos del Sur los enormes navíos mercantes que
van a dispersar por el mundo el excedente de riqueza de ciertas repúblicas, cuando
admiramos las pirámides de trigo […], cuando el ferrocarril nos conduce durante días
y días a través de llanuras feraces y cultivadas y cuando asistimos al arribo de las multitudes que vienen de los cuatro puntos cardinales deslumbradas por la prosperidad y
el fasto de la tierra nueva, comprendemos que la victoria regional irradia sobre la
especie y que el hervidero vivificador de esas ciudades populosas, la facilidad con que
cunde en ellas el progreso y la vorágine de las improvisaciones que las arrebata des-
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de que el separatismo les dio una personalidad como la conquista les dio un territorio, pueden hacer en el porvenir de la América hispana algo así como una oasis y una
mano extendida (p. 4).
Al proponer un panorama histórico del poblamiento de América destinado a comprender el presente, en cuya base está la idea del carácter
inconcluso de estas sociedades en las que el progreso debe aún seguir su
curso, Ugarte interviene en los debates surgidos en torno a la identidad
nacional alejándose del «movimiento patriótico» finisecular estudiado por
Lilia Bertoni.49 Así puede entenderse que introduzca, antes del noveno
capítulo sobre «Los extranjeros inmigrados», un examen minucioso de los
usos del término «criollo», en el que historiza sus sentidos a partir de las
transformaciones económicas sucedidas tras la Independencia pretendiendo dar cuenta de la variedad de realidades que el término registraba, y
resaltando el carácter relativo e inconcluso de su significado.
Respecto de la cuestión «nacional», esto es el modelo de nacionalidad
que estaba implicado en su reflexión sobre la inmigración, las posiciones
de Ugarte estaban cerca de la concepción hegemónica de la nación, que
Lilia Bertoni definió como «liberal y cosmopolita, expresada en la Constitución Nacional y en leyes fundamentales, como la de ciudadanía de 1869
y la de inmigración de 1876».50 Según la autora, la nación se entendía como
«cuerpo político basado en el contrato, de incorporación voluntaria, que
garantizaba amplias libertades a los extranjeros y ofrecía tolerancia para el
desenvolvimiento de sus actividades económicas o culturales» (p. 166). Sin
embargo, la defensa ugarteana del sufragio de los extranjeros iba aun más
lejos que estos principios y expresaba una reacción ante el rechazo del
derecho de voto para éstos durante la convención de 1899, en coincidencia
con la posición de los socialistas que se habían pronunciado en favor de una
naturalización de los trabajadores extranjeros.
Ugarte opera así cierto distanciamiento respecto de las ideas dominantes y cristalizadas, expresando una mirada crítica respecto de la organización de las sociedades, vinculada a su adscripción socialista. En este sentido debe leerse la interpretación economicista y clasista de la «evolución»
de éstas en Hispanoamérica, propuesta en el capítulo mencionado:
49 Bertoni, 2001.
50 Ibidem, pp. 165-168. La autora ha señalado que hacia 1890 el modelo liberal-contractualista
entra en conflicto con otra concepción que se va imponiendo a través de un sector nacionalista compuesto por «un conjunto heterogéneo y variable» (p. 166) formado por dirigentes políticos e instituciones culturales, en el que estaban implicados escritores como Manuel Gálvez y Leopoldo Lugones y que «asume
de manera activa la defensa de una concepción esencialista y excluyente de la nación» (p. 166).
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El primitivo criollo [la ‘elite social’ que realizó la independencia] arrastró a sus esclavos a la guerra, embanderó a los aborígenes y utilizó el descontento de las masas que
aborrecían la dominación, ignorando que al cabo de los años esos elementos llegarían a ser tan ‘criollos’ como él. La evolución ha seguido su curso y hoy nos encontramos ante un mar donde las corrientes de preeminencia de las sociedades coloniales se
han perdido, para dar lugar a recientes jerarquías económicas que metamorfosean el
conjunto, imponiendo nuevas divisiones y acercamientos inesperados. De suerte que
el grupo y la palabra sobreviven su antigua significación.
Por eso conviene delimitar una vez por todas lo que hoy podemos entender por criollo. La definición resulta, como ya hemos dicho, difícil porque muchos que han nacido fuera del país lo son, y otros que han nacido en él, mueren tan extranjeros como
sus padres. Sin embargo, estas mismas comprobaciones señalan un indicio, dejando
suponer que nuestra nacionalidad, insegura todavía en un país donde se superponen
las mareas humanas, puede residir […] más que en el origen, en la modalidad de
espíritu y en cierta suma de particularidades. (p. 32 —cursiva nuestra).
[…]Hay lugares donde los naturales sólo han sufrido la influencia de una nacionalidad. En las capitales, donde las diversas capas se superponen, el tipo es más complejo y equidistante. De aquí que nos encontremos en presencia de un nombre que se
aplica a Estados diversos, que tienen a menudo serias diferencias entre sí. Un arriero
de Caracas, un pelao de Zacatecas, un negro de Cuba, un colombiano de pura descendencia española, un gaucho de la Pampa, un descendiente de suizos y un calabrés
arraigado en Buenos Aires son hoy igualmente criollos. De lo cual parece deducirse
que la palabra se aplica a varias especies principales.51
Como en otros escritos del autor, puede observarse en este párrafo el
recurso a una retórica básicamente cientificista, amparada en el tono neutral
y en la acumulación de referencias, «indicios» y deducciones. Esta parece
estar destinada a autorizar su toma de posición respecto de debates de la elite letrada y dirigente en cuya base estaba la preocupación por la cuestión
social: el de «cosmopolitas» y «nacionalistas» respecto de los inmigrantes o
el suscitado en torno al criollismo. En otras palabras, su discurso controla
argumentaciones que explicitarían una polémica o confrontación con
dichos debates, prefiriendo ampararse en la fuerza de las cosas y en la certeza surgida de la confianza en las leyes de la evolución aplicadas a lo social.
En verdad, estaba abordando una de las cuestiones más candentes que,
como hemos visto, ocuparon a los letrados entre el fin de siglo y el
Centenario de la Revolución de Mayo. En el fragmento citado puede verse,
además, que busca convencer al lector acerca del carácter dinámico de las
nuevas repúblicas que resultaban de procesos económicos imparables e
insoslayables, poniendo en evidencia la imposibilidad histórica de definir a
los criollos amparándose en lo que en el texto aparece como el «origen», es
51 Ibidem, pp. 32-33, cursiva nuestra.
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decir, la vieja forma de organización patriarcal que los procesos de modernización venían debilitando. Por eso la referencia a las nuevas realidades que
el término criollo denotaba en el presente, termina con una descripción de las
formas recientes de organización económica y la consiguiente complejización que había acarreado. Al mismo tiempo, la oposición entre «origen» y
«espíritu», presente en este párrafo, responde a un cuestionamiento de los
postulados elitistas que otorgaban jerarquía a los viejos habitantes frente a
los recién llegados, provenientes tanto de clases subalternas, como de otros
países (de este modo, para él, el criollo podía ser tanto mestizo como inmigrante). Asimismo, en la noción de «espíritu», resonaba una búsqueda de
homogeneidad de los habitantes de una sociedad, a la vez que se afirmaba un
lugar común de la época, esto es la necesidad de fundar la personalidad
nacional en atributos que no fueran de orden meramente económico.
Por último, el fragmento apuntaba a pensar en términos de procesos
de construcción nacional que fueran abiertos, o que no se dieran por concluidos. Esto lleva a Ugarte a pensar el presente como un momento de transición en el que aún están operando las transformaciones sociales, lo que
traduce otra forma de presentar un porvenir incierto, desterrando diagnósticos apocalípticos y aceptando la creencia en el progreso continuo.
De alguna manera, su argumento supone un determinismo objetivista
que lo lleva a conjeturar que si los cambios habían sido tan complejos, el
sentido de la historia seguía la dirección que habían tomado. Pero a la vez,
le permitía responder, entre otros debates, a una cuestión conflictiva como
la de los extranjeros inmigrantes, que al igual que en Ingenieros, pasaban a
ser concebidos por él como factor de progreso, puesto que les asignaba una
función en el nuevo orden económico y social contemporáneo. Así, para
defender la necesidad de que se les conceda derechos de «ciudadano elector» aun cuando en Europa lo mismo no se diera en el viejo continente, se
apoya en el argumento según el cual
...las repúblicas improvisadas, […] deben precisamente a ese inmigrante la mayor
parte de sus progresos. Porque la riqueza de nuestros territorios, su habitabilidad y su
porvenir son en gran parte la obra de los aventurados obreros de la civilización que,
buscando campo a su iniciativa, han ido a dejar lo mejor de su personalidad en las tierras nuevas» (pp. 37-38).
En buena ley le corresponde en los asuntos internos una parte de
influencia proporcionada a la actividad que pone al servicio del país. La
nacionalidad y el espíritu autóctono tienen ya el vigor necesario para absorber esa fuerza sin peligro de disolución y sin disminución (p. 38)
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Aquí Ugarte parece tener en cuenta el conservadurismo de los
«nacionalistas». No debe olvidarse, en efecto, que el reclamo en favor de
la nacionalización de los inmigrantes constituía un reclamo del socialismo
argentino.52
* * *
En conclusión, es posible afirmar que El porvenir de la América latina de Manuel Ugarte echa luz sobre algunas modalidades de la recepción
latinoamericana de la cultura científica occidental, particularmente, en el
caso de un miembro de la generación siguiente a la de los letrados positivistas del subcontinente. En este sentido, hemos intentado mostrar que el
propósito del ensayista de describir las repúblicas sudamericanas en conjunto para extraer de eso una síntesis de todas ellas, se lleva a cabo a través
de una retórica cientificista que funcionaba otorgando legitimidad a las ideas esbozadas. El análisis de los resortes interpretativos del ensayo nos permitió detectar el modo en que las categorías de raza, medio y evolución
social respondían a los imperativos epistemológicos de la sociología positivista contemporánea, y cruzaban enfoques biológicos y morales acerca de
las poblaciones, con una perspectiva historicista inspirada en el darwinismo social. Sin embargo, en muchos tramos del estudio, es posible observar,
por un lado, un distanciamiento respecto de los presupuestos jerarquizadores implicados en el racialismo leboniano, mediante el cual Ugarte ponía
en cuestión las lecturas conservadoras de muchos letrados latinoamericanos. Al respecto, hemos señalado que al abordar la cuestión de la raza, por
ejemplo, Ugarte reafirmaba lo que venía predicando en libros y crónicas
anteriores, para desarticular los relatos apocalípticos contemporáneos respecto del subcontinente. Por otro lado, también el historicismo se teñía de
ideas alternativas, sin duda vinculadas al socialismo del autor, cuando éste
se detenía en el desarrollo de las fuerzas productivas o en la consideración
de lo que hoy llamaríamos las nuevas formas de la organización internacional del trabajo, para comprender el fenómeno inmigratorio o para pensar
reformas capaces de encauzar los procesos modernizadores de los países
latinoamericanos en un sentido emancipador y de mayor justicia social. En
cierto modo, Ugarte se dota de una retórica cientificista para dar fundamentos a un programa político basado en un reformismo socialista.
52 Véase al respecto Camarero y Herrera (eds.), 2005.
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Finalmente, en el contexto de los diagnósticos fatalistas acerca del
continente americano, otra singularidad de su discurso residió en la representación de las sociedades más modernizadas de Latinoamérica como
espacios en proceso de constitución, y dotadas de un destino prometedor,
un «oasis» para la toda la humanidad. Así es como el autor llega a proclamar uno de los objetivos del libro, a saber, el llamado a la unión regional,
al que se defiende en base a la idea de una misión del Nuevo Mundo en el
curso de la Historia:
Al acortar la distancia entre las repúblicas, defenderemos hasta en sus raíces el espíritu que nos anima. Porque no es sólo la independencia de un pueblo lo que hay que
salvar; es una civilización que comienza a definirse. El alma de la raza reverdece en
el nuevo Mundo y los latinos de América experimentan el deber de salvaguardar lo
que debe nacer de ellos; como los de Europa sienten la obligación de dar atmósfera a
lo que puede ser acaso la prolongación brillante de una hegemonía (p. 115).
De este modo, puede afirmarse que una de las consecuencias de la
reflexión ugarteana acerca de la especificidad latinoamericana, fue la inscripción legitimadora del continente en el escenario occidental.
Paradójicamente, esto dio lugar a una lógica situada en los límites del etnocentrismo y del eurocentrismo fundantes de las miradas clásicas sobre el
Nuevo Mundo. En efecto, esta concepción del espacio americano situada
dentro de los parámetros de la modernidad europea, otorgaba, sin embargo,
un rol decisivo y privilegiado a los países de la región respecto de los destinos de la propia humanidad, para decirlo en los términos de la época.
Como se desprende del fragmento que citamos, este nuevo espacio geopolítico ampliado y unido (al que unos años más tarde Ugarte designaría
como «la patria grande»), así como su sentido histórico, se presentaban
como el lugar más propicio para que se implementaran reformas destinadas a hacer avanzar la lenta marcha universal hacia la socialización de los
modos de producción y el colectivismo final. Éste es uno de los primeros
esbozos de un tópico, el del continente latinoamericano como utopía y promesa de un mundo mejor, que reaparecerá, en las décadas siguientes, con
diferencias, en pensadores como Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes o
muchos intelectuales republicanos españoles exiliados en México.53
Recibido el 19 de octubre de 2009
Aceptado el 03 de noviembre de 2010
53 Piénsese en las revistas Cuadernos americanos y El hijo pródigo, en la década de 1940.
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ISSN: 0210-5810
Contra «la tiranía del mostrador».
La campaña de la prensa y los trabajadores por
el descanso dominical en Tucumán del entresiglo/
Against the «counter tyranny».
The Press’ and Workers’ Campaign for Sunday Rest
in Tucumán at the Turn of the Century
Vanesa E. Teitelbaum
Instituto Superior de Estudios Sociales
CONICET-UNT). Argentina
Este estudio pretende contribuir al análisis de la conformación de la cuestión social
y obrera en el Tucumán del entresiglo XIX a XX y, en particular, al papel que desempeñaron en estos procesos dos actores claves y muy poco explorados: las sociedades de trabajadores y la prensa. Con ese propósito, el artículo presta especial atención a la campaña
por el descanso dominical que articuló las propuestas y reclamaciones de El Orden, uno de
los principales diarios de la época, con las demandas encabezadas por las sociedades
mutuales y gremiales que reclamaban este derecho.
PALABRAS CLAVE: Cuestión social; Cuestión obrera; Prensa; Asociaciones de trabajadores; Descanso
dominical
This study seeks to contribute to the analysis of the building process of the social and
working issue in Tucuman at the turn of the century. Focus is particularly placed on the role
that two rarely studied key actors played in the processes: workers’ associations and the
press. It is with this purpose that the article pays special attention to the campaign for
Sunday rest which articulated proposals and complaints in El Orden -one of the main newspapers of the time- with demands made by benefit societies and unions claiming such right.
KEYWORDS: Social Issue; Working Issue; Press; Worker’Associations; Sunday Rest.
223
VANESA E. TEITELBAUM
Este trabajo busca explorar el papel que desempeñaron las sociedades
de trabajadores, y en especial la prensa, en los procesos de construcción de
la cuestión social y obrera en Tucumán del entresiglo.1 Más particularmente, en las páginas que siguen intentaré avanzar en el lugar clave que considero alcanzó el diario El Orden en la construcción y difusión de una agenda de temas encaminada a mejorar múltiples facetas de la cuestión social
en la provincia. Dentro de un extenso abanico de reclamaciones y denuncias sobre la situación que afectaba a los trabajadores, se destacó la demanda por el descanso dominical. En efecto, desde los primeros años del novecientos y hasta su sanción como ley en 1907, puso en difusión campañas a
favor de esta medida, apoyando al mismo tiempo las iniciativas de las
sociedades de peluqueros y dependientes de comercio que luchaban por
conseguir este derecho.
El recorte temporal elegido se inicia aproximadamente en 1896,
cuando se abolieron las leyes de conchabo, sistema laboral coactivo establecido para todos los individuos de ambos sexos que carecían de renta
propia o de ocupación lícita capaz de garantizarles su subsistencia,2 y finaliza en 1907, con la ley de descanso dominical. Durante este periodo, argumento, tuvieron lugar algunas transformaciones significativas en las percepciones acerca del papel del Estado ante la problemática social y
especialmente laboral. Sin desplazar del todo las premisas paternalistas,
moralizadoras y liberales,3 algunas voces provenientes del campo intelectual, político, profesional y gremial, comenzaron a clamar por un papel
más activo de las autoridades en el terreno de lo social y laboral.4 En ese
contexto, cobraron impulso las discusiones y propuestas que abogaban por
1 Una primera versión de este trabajo se discutió en el 53.º Congreso Internacional de
Americanistas, celebrado en México del 19 al 24 de julio de 2009.
2 El análisis de las leyes de conchabo se encuentra especialmente en Campi, 1993 y Bravo,
2000, pp. 31-61. Más adelante se expondrán en este trabajo algunos rasgos que caracterizaron la definición y el funcionamiento de este sistema laboral coactivo.
3 Juan Suriano se refiere al predominio de la visión liberal que implicaba una política social
sin la participación del Estado o que admitía solamente su intervención a través del control y reglamentación. A su vez, señala cómo el mundo del trabajo se estructuraba mediante un sistema de obligaciones y tutelas morales dirigido a los trabajadores, a quienes se consideraba como menores de edad, individuos irresponsables e incapaces de resolver sus problemas básicos de subsistencia, a través del
patronato filantrópico (Suriano, 2001, pp. 123-147 y pp. 127-128). Las percepciones sobre los trabajadores en Tucumán en Bravo, 2004, pp. 31-61.
4 Daniel Campi señala la inflexión producida en el discurso social en Tucumán en ese periodo, cuando se vislumbraron agudas críticas sobre las condiciones de vida de los trabajadores, así como
propuestas que otorgaban al Estado un papel muy diferente al de mero regimentador de los trabajadores que había desempeñado hasta entonces. En tal sentido, analiza las miradas de intelectuales, como
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elevar el nivel de vida de los trabajadores, haciendo especial hincapié en
los temas de vivienda, condiciones laborales, situación de las mujeres trabajadoras, papel de las madres y el problema del trabajo infantil. Estos
tópicos englobados en lo que genéricamente se denominó como «cuestión
social» generaron proyectos, discursos y alternativas que devenían de diferentes ámbitos profesionales, así como de diversas coordenadas ideológicas y políticas, pero que tenían en común la problemática de los trabajadores y sus condiciones de vida.5
Como ya ha sido señalado en la literatura sobre el tema, en
Argentina, entre finales del siglo XIX y especialmente al despuntar la nueva centuria, el aumento de la protesta social y especialmente obrera, actuó
como el principal detonador de estos debates que involucraron a un conjunto heterogéneo de voces,6 como las de médicos higienistas, funcionarios del Estado, intelectuales, líderes religiosos y dirigentes políticos.7
Menos estudiado pero no menor fue el papel desempeñado en la construcción de la cuestión social por las sociedades mutuales que —siguiendo a
Juan Suriano— reclamaron medidas sociales básicas como la cobertura
médica y la ayuda solidaria. Por su parte, la prensa adquirió un lugar primordial en la difusión y puesta en marcha de la cuestión social al asumir,
como sostiene este autor, la responsabilidad de dar a conocer y poner en
locución una amplia gama de problemas sociales que abarcaban desde las
condiciones de hacinamiento de la vivienda popular hasta el estado sanitario de la población.8 A pesar de la importancia de la prensa en la enunciación y difusión de la cuestión social, prácticamente no existen trabajos
históricos que aborden este tema; las pocas excepciones provienen de los
Julio P. Ávila, que se pronunciaron, no sin contradicciones, por un papel más activo del Estado en el
terreno laboral. Campi, 2005, pp. 123-146 y Campi, 2004. Sobre el papel de los médicos higienistas en
la conformación de las primeras medidas de política social en la provincia de Tucumán en los años del
tránsito entre los dos siglos, Teitelbaum, 2009, pp. 41-68.
5 Aportes teóricos para el estudio de la cuestión social en Rosanvallón, 1995 y Castel, 1997.
Para un tratamiento del tema en Argentina se pueden consultar, en especial: Zimmermann, 1995,
Falcón, 1999-2000, Lobato, 1999-2000, Masés, 1999-2000, Rafart, 1999-2000 y Suriano 2004a.
6 En especial, sigo a Suriano, que otorga un lugar destacado al conflicto social en la emergencia y desarrollo de la cuestión social, la cual —según propone— surge en la década del 70 pero
adquiriere plena visibilidad en la agenda pública hacia comienzos del siglo XX (Suriano, 2004a,
pp. 1-29).
7 En esa dirección, resultaron esenciales los artículos de González Leandri y Armus, que
prestaron especial atención a la mirada médica sobre la cuestión social en Buenos Aires, y el de Lobato
centrado en la legislación femenina y el trabajo infantil (González Leandri, 2004, pp. 217-243, Armus,
2004, pp. 191-216 y Lobato, 2004, pp. 245-275).
8 Suriano, 2001, pp. 123-147 y Suriano, 2004b, pp. 33-58.
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aportes que se abocaron especialmente a las ciudades de Buenos Aires y
Rosario, tal como señala Suriano.9
En esa perspectiva de análisis, este estudio pretende contribuir al análisis de la conformación de la cuestión social y obrera en Tucumán y, en
particular, al papel que desempeñaron en estos procesos dos actores claves
y muy poco explorados: las sociedades de trabajadores y la prensa. Con ese
propósito, y tras una breve caracterización de la industrialización, urbanización y normativa laboral en la época, trataré de avanzar en el examen del
diario El Orden, que reclamó respuestas por parte del Estado para mejorar
las condiciones de vida y de trabajo y, paralelamente, alentó a los trabajadores a constituir asociaciones, percibidas como una vía eficaz para fortalecer sus demandas. En esa tónica, el trabajo incluye también una reconstrucción somera sobre el movimiento asociativo de los trabajadores que
adquirió mayor impulso entre mediados de la década de 1890 y especialmente al despuntar la nueva centuria. Posteriormente, el artículo se enfoca
al examen de un aspecto puntual: la lucha por el descanso dominical, campaña que articuló las propuestas y reclamos de El Orden con las demandas
encabezadas por las sociedades mutuales y gremiales que reclamaban este
derecho.
La ciudad y el trabajo en Tucumán del entresiglo
En Tucumán, durante la segunda mitad del siglo XIX y, especialmente hacia 1880, en el periodo de «auge y consolidación» de la industria azucarera, aumentó el requerimiento de mano de obra para las distintas tareas
de la zafra y la recolección de la caña. Al calor de este desarrollo agroindustrial que desplazó actividades de corte artesanal, ganadero y agrícola
hacia la producción mayoritaria de un cultivo —la caña de azúcar— se
constituyeron nuevos poblados que transformaron el paisaje agrario e
impactaron en el medio urbano.10 Esta industrialización basada en la especialización azucarera promovió un aumento considerable de la población y
alentó la urbanización y la modernización. En efecto, la población de la
9 Suriano, 2004b, pp. 43-44. De los pocos trabajos que abordan esta temática, me apoyo especialmente en los de Prieto, 2000, pp. 105-119 y Prieto, 2004, pp. 63-87.
10 Retomo y amplio la descripción realizada en Teitelbaum, 2009. Sobre la industrialización
azucarera en Tucumán véase, en especial, Guy, 1981; Girbal De Blacha, 1991; Bravo, 2008; Campi,
2002 y Sánchez Román, 2005.
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provincia se incrementó de 108.953 habitantes, registrados en el Primer
Censo Nacional de 1869, a 215.742 computados en el Segundo Censo
Nacional, en 1895. Durante ese periodo se implementaron reformas y
mejoras edilicias y se introdujeron algunas innovaciones claves del «progreso» y la «modernidad». Estas transformaciones y avances tecnológicos
se manifestaron sobre todo en la capital y centro administrativo y comercial de la provincia, la ciudad de San Miguel de Tucumán, en donde surgieron nuevas casas de depósitos y emisiones de dinero (como los bancos de
Tucumán, de San Juan y de la provincia de Tucumán), se establecieron nuevos medios de comunicación, como el telégrafo en 1873, la empresa de
teléfonos en 1880 y el ferrocarril en 1876, que modificó completamente la
fisonomía de la urbe y dio paso a la creación de nuevos sectores urbanos
alrededor de las estaciones ferroviarias. Además, en la década de 1880 tuvo
lugar la construcción de bulevares, la apertura de todas las calles del radio
urbano y la inauguración del alumbrado eléctrico. Más tarde, en 1898, el
gobierno de Lucas Córdoba implementó el sistema de agua corriente en la
ciudad. En el municipio capital se registró a su vez el principal aumento de
la población que se incrementó en un 96% entre los dos censos nacionales:
de 17.438 habitantes registrados en 1869 pasó a 34.306 en 1895.11
A pesar de estas mejoras, las condiciones de vida de la población
revelaban serias deficiencias, especialmente graves en las clases populares
que habitaban mayoritariamente en viviendas precarias, casi siempre ranchos, localizadas en espacios signados por la ausencia de servicios públicos e infraestructura sanitaria.12 En ese contexto, es factible comprender
que, en consonancia con la situación observada en otras provincias argentinas, especialmente graves en algunas regiones como el Norte, los trabajadores en Tucumán se enfrentaran, en su mayoría, a problemas derivados de
la falta de salubridad, la carencia de servicios y el hacinamiento habitacional. Asimismo, y tal como ya ha sido señalado por la literatura sobre el
tema en Argentina, la excesiva duración de la jornada laboral, los accidentes, la inestabilidad y la debilidad en el salario constituyeron los rasgos más
11 Breves Contribuciones del Instituto de Estudios Geográficos, 1988; Curia de Villeco y
Bolognini, 1992; Saltor, 1993, pp. 33-61 y Fernández, 2004.
12 Fernández, 2005 y Teitelbaum, 2009. En tal sentido, resulta importante anotar que los procesos de planificación y modernización se limitaron al sector central de la ciudad, en donde la edificación era completa y los servicios de luz eléctrica y agua corriente se hallaban extendidos. Por el contrario, en el espacio urbano restante de ella proliferaban los terrenos baldíos y carentes de servicios
(Bravo y Teitelbaum, 2009, p.68).
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típicos que afectaron al mundo del trabajo tucumano en la época,13 caracterizado por la heterogeneidad y segmentación.14
Uno de los rasgos centrales que definieron el universo laboral en
Tucumán, en especial de los peones y jornaleros, fue el establecimiento e
impulso a una serie de normativas y leyes de compulsión al trabajo expresadas en las disposiciones contra la vagancia. En ese marco, se situó el
Reglamento General de Policía de 1877, que en su definición como vagos
incluía a todos los individuos de ambos sexos que carecían de oficio, renta, sueldo u ocupación, a los que teniendo un oficio no lo ejercían habitualmente y a aquellos que disponiendo de una pequeña renta frecuentaban
casas de juego y tabernas. De acuerdo a lo estipulado por este Reglamento,
quienes resultaban acreedores a la clasificación como vagos debían ocuparse al servicio de algún propietario o industrial mediante un acto legalizado
a través de la papeleta de conchabo, en la cual tenía que anotarse la ocupación del trabajador y el patrón asignado. Tal como sostiene María Celia
Bravo, dentro de las características que imprimía esta normativa a las condiciones de trabajo se encontraban, por ejemplo, las referidas a la duración
de la jornada laboral, la cual se prolongaba de sol a sol, con descansos de
dos horas a medio día en los meses de verano y una hora los restantes
meses del año, y la facultad del patrón de aplicar castigos «moderados»
para corregir las conductas indisciplinadas de los jornaleros.15
Siguiendo también a Bravo, interesa señalar que en 1888 «el ordenamiento laboral se desvinculó del reglamento de policía con la sanción de la
primera ley de trabajo en la provincia, denominada «De Conchabos», que
13 Un panorama general de la situación que enfrentaban los trabajadores argentinos, en
Suriano, 2007, pp. 67-95. Para Tucumán, Fernández, 2005 y Bravo y Teitelbaum, 2009.
14 En Tucumán, el Distrito Capital albergaba un mundo del trabajo caracterizado por su segmentación y heterogeneidad, que iba desde los trabajadores por cuenta propia a los dependientes en los
distintos establecimientos que existían en la ciudad. Dentro de los oficios existentes, se encontraban los
sastres, los zapateros, los talabarteros y los impresores, pero los más numerosos eran aquellos vinculados con la construcción —albañiles, carpinteros y cortadores de material—; los referidos a la alimentación —panaderos, cocineros, licoreros y queseros— y los concernientes a la metalurgia, como herreros, fundidores y hojalateros. El proceso de desarrollo económico, modernización y urbanización
propició, además, el aumento de empleados de comercio y de ocupaciones relacionadas con el transporte, como cocheros, carroceros y ferroviarios. Por otra parte, las fábricas de azúcar y de alcohol instaladas en la zona rural del departamento Capital brindaban trabajo a un contingente numeroso de peones y obreros, tanto para el laboreo en la fábrica, como para el cultivo, cosecha y acarreamiento de
materia prima. En el caso del trabajo femenino, éste involucraba a las fábricas, labores a domicilio —
mujeres costureras, cigarreras, alpargateras, etc.— y ocupaciones relacionadas con el servicio doméstico, como planchadoras, criadas y lavanderas (Bravo y Teitelbaum, 2009, pp. 68-69).
15 Bravo, 2000, pp. 31-61.
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ratificaba la coacción de la fuerza de trabajo pero, a su vez, introducía algunas modificaciones importantes». En esa línea se situaron, por ejemplo, la
inclusión de un monto salarial para ser excluidos de la categoría de vagos,
la abolición de los castigos corporales como mecanismo correctivo y el
establecimiento del descanso dominical, con excepción de las épocas de
cosecha y del tipo de servicio.16
La abolición en 1896 de la «Ley De Conchabos» significó un cambio
fundamental en las condiciones de trabajo. Sin embargo, como señala
Bravo, la clausura de este régimen coactivo no trajo aparejada la transformación del resto de las modalidades laborales, como por ejemplo la duración de la jornada de trabajo.17 Por otra parte, resulta importante subrayar,
según explica esta historiadora, que desde la derogación del conchabo en
1896 y hasta el año 1907 las iniciativas legislativas en materia laboral fueron prácticamente nulas.18 Este vacío legal en esa temática se cubrió indirectamente a través de las ordenanzas municipales. Así, durante este periodo, el accionar del Estado provincial en el terreno laboral se circunscribía
a la vigilancia de los establecimientos mediante las inspecciones del
Consejo de Higiene. La municipalidad, por su parte, establecía las normas
sobre el funcionamiento de los servicios y establecimientos comerciales y
productivos, con lo cual regulaba tangencialmente los oficios y ocupaciones urbanas.19
Tomando en cuenta estos señalamientos quisiera proponer que durante esta etapa inaugurada con la desaparición del conchabo obligatorio se
fueron gestando los cambios que llevaron más tarde a la sanción de las primeras leyes sociales y laborales en la provincia. Las reivindicaciones y propuestas de las sociedades gremiales y de ayuda mutua, así como las cam16 Idem. No está de más anotar, tal como propone Campi, que si bien en el resto del territorio
argentino en el siglo XIX se aplicaron mecanismos compulsivos similares, el caso tucumano presentaba características singulares debido a los atributos de Tucumán que, en contraste por ejemplo con la
campaña de Buenos Aires y de Córdoba, no era un espacio de fronteras abiertas. «Tampoco ofrecía
mayores posibilidades de acceder de alguna manera al usufructo de las tierras públicas. No era, menos
aún, un territorio escasamente ocupado. Por el contrario, era la provincia argentina más densamente
poblada y a un nivel excepcional. […] Tucumán poseía, además, un sector agrícola-ganadero muy
diversificado, con gran presencia de pequeñas y medianas explotaciones, lo cual otorgó a su evolución
económica, social y política una singularidad que todavía conserva frente a las otras provincias noroestinas, la que, según observadores de la época, brindó durante el auge azucarero a industriales y grandes
plantadores la posibilidad de apoyarse sobre un sector social de medianos y pequeños productores para
solucionar el problema de la mano de obra.» (Campi, 1993).
17 Bravo, 2000.
18 Idem.
19 Bravo y Teitelbaum, 2009.
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pañas emprendidas por la prensa, revelan algunas de las prácticas emprendidas en esta dirección.
El Orden y la cuestión social/obrera
Una revisión de la prensa, en particular de El Orden, principal diario
de Tucumán durante el periodo estudiado,20 revela la influencia creciente
que a finales del siglo XIX y especialmente al despuntar la nueva centuria,
adquirió el tema del trabajo y los trabajadores. En sintonía con lo observado en otras provincias de Argentina, como Buenos Aires y Santa Fe, desde
los primeros años del novecientos, a partir del crecimiento del conflicto
social, entendido especialmente como obrero,21 los artículos publicados por
este diario asignaron un espacio cada vez mayor a los problemas que afectaban al mundo laboral. Estos temas, abordados de forma sostenida, contribuyeron a delinear una agenda de denuncias y quejas sobre las deficientes
condiciones de vida y de trabajo en Tucumán del entresiglo, en donde
El Orden interpelaba a los particulares, pero sobre todo a las autoridades
públicas, a revertir y mejorar la situación de las clases populares.22
Esta apreciación nos remite directamente al análisis de un tema central de este trabajo: la conformación de la cuestión social/obrera y el papel
que desempeñó la prensa en este proceso. Pero antes de continuar con el
análisis propiamente dicho resulta importante anotar que El Orden, fundado el 14 de noviembre de 1883 por el político y periodista tucumano
Ernesto Colombres, fue no sólo el diario más importante en Tucumán
durante la época revisada sino también el de más larga vida, ya que incluso aparecía en 1948, aunque muy disminuido.23 Con relación a su tenden20 De carácter vespertino, El Orden fue además la primera publicación que apareció desde sus
inicios como diario, aunque no aparecía ni los domingos ni los días festivos. (García Soriano, 1972, pp.
30-39).
21 Suriano, 2004b, pp. 1-29. Rojkind, 2008/2009, p. 16.
22 Para este trabajo, examiné sistemáticamente los números de El Orden desde mediados de la
década de 1890 a finales del año 1911. En esa fecha el diario cambió su formato: redujo su tamaño y
aumentó el número de páginas.
23 Como señala García Soriano, en una vida de unos 65 años pasaron por sus columnas numerosos equipos de redactores y de periodistas. «Puede decirse que la historia del periodismo tucumano
desde 1883 hasta 1930, periodo floreciente de este vespertino, está en sus columnas», afirma este autor,
y añade que en sus páginas colaboraron los más destacados periodistas tucumanos y en sus columnas
se debatieron todos los grandes problemas de la provincia (García Soriano, 1972, pp. 30-39). La importancia de El Orden, por su continuidad y pervivencia, se combinaba con su singularidad, ya que sin perder su matriz facciosa logró superar la efímera vida característica de la prensa del siglo XIX (Lenis y
Hernández, 2008).
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cia política interesa subrayar que El Orden transitó de órgano de expresión
que respaldaba al gobierno provincial a portavoz de la oposición. En el
periodo que nos ocupa, es decir en los años del tránsito entre los dos siglos,
el diario apoyó en una primera etapa al gobierno de Lucas Córdoba —entre
1895-1898— y a su partido oficial «Unión Provincial» que respaldaba el
mandato del presidente Roca. Entre 1901 y 1904, Córdoba volvió a gobernar la provincia. Sin embargo, como explica M.C. Bravo, hacia 1902-1903,
se fracturó la «Unión Provincial», fuerza política que hasta entonces había
sido hegemónica, y los escindidos crearon un nuevo partido, la «Unión
Popular», integrado por la mayoría de los industriales azucareros enfrentados con el gobierno de Lucas Córdoba. Órgano de expresión de esta nueva
corriente política fue El Orden, que recrudeció sus críticas al «luquismo»,24
y se enroló abiertamente en la oposición al roquismo.
Resulta claro, entonces, que los intereses políticos motivaron buena
parte de los discursos de El Orden. En particular, el propósito de impugnar
al gobierno en un contexto tensado por la fractura del bloque dominante
actuó como un detonante clave en sus denuncias y sus propuestas. Desde
esa óptica podemos leer las reclamaciones y los apoyos que brindó este diario al mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo en la provincia.
Tal como se desprende de la documentación analizada, el hacinamiento habitacional, la insalubridad y la falta de higiene en los espacios laborales y de vivienda y la ausencia de servicios públicos en los barrios y lugares alejados del centro de la ciudad, en donde habitaban las clases
populares, fueron algunos de los principales tópicos tratados en las páginas
de El Orden, que exhortaba a los empresarios, y sobre todo a los gobernantes, a intervenir para mejorar estos defectos. Paralelamente, el diario cuestionó el oneroso costo de los alquileres y el aumento de los precios en los
artículos de consumo, que afectaban en forma especialmente aguda a los
sectores populares. También se apoyó en los datos obtenidos de las oficinas públicas del gobierno para advertir acerca del número de inmigrantes
que llegaban a la provincia y de la necesidad de ofrecerles trabajo en los
ramos que requerían mano de obra. A esta información se le sumaban las
investigaciones y las notas sobre el aumento de la desocupación.25
24 Alusión directa a Lucas Córdoba. Sobre su gobierno y la ruptura del bloque hegemónico,
véanse Bravo, 1991 y Bravo, 2004.
25 El Orden, 5/6/1900, 13/8/1901, 14/8/1901, 19/8/1901, 23/8/1901, 28/8/1901, 5/10/1901,
11/11/1901, 29/11/1901, 29/3/1902, 31/3/1902, 31/10/1902, 22/11/1902, 26/11/1902 y 4/12/1902.
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Respecto a las condiciones de trabajo en la ciudad de San Miguel de
Tucumán, El Orden publicó numerosos artículos en los cuales cuestionaba la prolongada extensión de la jornada laboral, la insuficiencia de los
salarios y el incumplimiento de los acuerdos patronales. Un renglón aparte dentro de sus críticas lo ocuparon las narraciones sobre la situación que
afectaba a los peones y jornaleros que laboraban en los ingenios azucareros, localizados en el municipio capital y en las áreas rurales de la provincia, sobre todo en el departamento de Cruz Alta. Los defectos de insalubridad y falta de higiene en los espacios de vivienda y de trabajo, los
abusos y el maltrato de los patrones, los problemas derivados de las deudas de jornales e insuficiencia de los mismos y la extensión abusiva de los
horarios de trabajo formaban parte de las denuncias de este diario sobre
los trabajadores del azúcar. En tal sentido, exigía al gobierno que interviniera para solucionar la perjudicial situación de los peones y jornaleros de
los ingenios.26
En consonancia con las discusiones nacionales en materia de regulación del trabajo, El Orden acompañó sus críticas a la situación del trabajo y los trabajadores, tanto urbanos como rurales, con una serie de propuestas y de reclamos específicos. De esta forma, asignó un lugar
prioritario a la defensa de una legislación protectora frente a los accidentes de trabajo, la reglamentación laboral de mujeres y niños en las fábricas, el derecho al descanso de los obreros un día a la semana y la importancia de edificar viviendas populares que se ajustaran a los cánones de
la higiene y la modernidad.27 Por esta vía, El Orden se erigió en una voz
clave que subrayaba la necesidad de promover una mayor intervención
del Estado en el terreno laboral. Instando al gobierno a superar su pasividad en materia de legislación y protección al trabajo, lo exhortaba a ocu-
26 Por ejemplo, El Orden, 27/9/1899, 29/1/1903 y 19/3/1902. No está de más anotar que la
dureza de los regímenes de trabajo en las empresas azucareras atrajo la atención no sólo de la prensa
local sino también de los semanarios y diarios nacionales, que dedicaron abundantes artículos a denunciar la explotación obrera en los ingenios del Norte argentino, y particularmente de Tucumán. Más allá
de los sesgos que podían revelar estos discursos acerca de la situación de los peones azucareros, lo que
me interesa, en rigor, es apuntar que los mismos formaron parte de un tópico recurrente de políticos,
intelectuales y líderes obreros, en particular de aquellos que militaban en las filas del socialismo y el
sindicalismo.
27 Ibidem, 25/2/1901, 3/6/1902, 7/6/1902, 9/6/1902, 12/6/1902, 27/6/1902. A partir del año
1906, este diario dedicó un amplio espacio a denunciar el estado de las edificaciones que albergaban a
las clases populares e inició una activa propaganda para reclamar la construcción de casas para obreros, tema estudiado antes en Teitelbaum, 2009.
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parse de la cuestión social y de una de sus aristas más visibles: la cuestión obrera.28
Finalmente, quisiera proponer que la atención concedida por el diario
a los problemas que enfrentaban los trabajadores, así como la difusión de
las principales propuestas para corregir y mejorar diversos aspectos vinculados con las condiciones de trabajo, deben enmarcarse en un clima político-ideológico que superaba el espacio acotado de la provincia. De hecho,
este mismo tipo de discurso impregnaba las narraciones de la prensa en
otros escenarios del país. En tal sentido, y como bien lo sugiere Suriano,
«por sensibilidad social, por interés comercial o por oposición política a
gobiernos de turno, es posible suponer que la prensa haya sido una de las
principales demandantes de respuestas por parte del Estado para resolver
diversos aspectos de la cuestión social». 29
Las sociedades de trabajadores y la prensa
Tal como sucedía en la capital del país y en las principales provincias
argentinas, al despuntar el siglo XX aumentó el protagonismo y visibilidad
de los trabajadores en los espacios públicos de San Miguel de Tucumán y
sus alrededores. En especial, el crecimiento del conflicto social y laboral de
las clases trabajadoras ocupó un lugar destacado en la escena provincial e
impactó en la opinión pública de la época. La lucha por reducir la jornada
laboral, el reclamo por los salarios adeudados o demasiado bajos y la crítica a los malos tratos e incumplimiento de los acuerdos por parte de patrones, se inscribieron en el horizonte de protestas de los trabajadores que
recurrieron a distintas estrategias de lucha, tales como los petitorios, las
huelgas, las manifestaciones y los paros.
28 Ibidem, 19/3/1902, 4/8/1902, 22/11/1902 y 3/12/1902. En esa tónica, resultaron sugerentes
los análisis de Agustina Prieto sobre el tratamiento de la prensa a la cuestión obrera en la ciudad de
Rosario. Como señala esta historiadora, a finales de 1901 el incremento del conflicto obrero provocó el
«descubrimiento» de la «cuestión obrera». Según Prieto, «tras el descubrimiento de la emergencia de
esa particular faceta de la `cuestión social`, las masas obreras fueron objeto de un interés que excedió
con creces la preocupación generada hasta entonces por sus supuestas proyecciones sobre el estado
sanitario del conjunto de la población». En 1904, «los trabajadores tuvieron un protagonismo que los
colocó de manera más contundente que en 1901-1902 en el centro de la escena pública. La prensa se
abocó de lleno a la cuestión social hizo de las multitudes obreras uno de sus grandes temas» (Prieto,
2000, pp. 105-119).
29 Suriano, 2004b, pp. 33-58.
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En gran medida, estas prácticas provenían de las sociedades de trabajadores que se formaron especialmente entre 1895 y 1905. Durante una primera etapa que podemos situar aproximadamente entre los años 1895 y
1899, el grueso de las asociaciones de trabajadores se conformó bajo los
principios del socorro y la ayuda mutua. A partir de este objetivo principal
las sociedades contemplaron además un extenso abanico de actividades que
variaban, por ejemplo, según el contexto de su surgimiento, la naturaleza
de su conformación y el perfil de sus socios.30
Dentro de la trama asociativa se destacaron las organizaciones católicas, en especial los círculos de obreros formados desde 1895, que desempeñaron un papel importante en la sociabilidad y cultura popular. Sin
embargo, con la excepción del apoyo otorgado a los dependientes de
comercio en su petitorio a favor del descanso dominical, los católicos no
participaron activamente, al menos durante el periodo que recorre este trabajo, en las prácticas de protesta y lucha gremial.31
En 1899 se crearon asociaciones mutuales que reunieron a los trabajadores a partir de la localidad, como el Centro de Socorros Mutuos de
Aguilares y el Centro de Trabajadores de Socorros Mutuos de Monteros. 32
En esa fecha también se estableció la «Sociedad de Socorros Mutuos de
Mujeres», auspiciada y dirigida por el Centro Cosmopolita de
Trabajadores,33 institución forjada en 1897 que alcanzó un lugar destacado
dentro de la constelación de organizaciones de trabajadores, al posicionarse como un lugar de encuentro clave para las prácticas de sociabilidad y
cultura del mundo del trabajo.34 En efecto, un recorrido sistemático por las
páginas de El Orden reveló la significativa presencia del Centro
Cosmopolita de Trabajadores, que apoyó y promovió diversas actividades,
como veladas, conferencias y festivales que desarrollaron los trabajadores
y,35 asimismo, funcionó como el espacio articulador y coordinador de la
mayoría de las demandas de las asociaciones obreras. A través de este centro obrero, los dirigentes provenientes del reformismo liberal y especial30 Al respecto, fueron iluminadores los trabajos de Hilda Sabato sobre las asociaciones en
Argentina durante la segunda mitad del siglo XIX. En particular, Sábato, 2002, pp. 99-167.
31 Bravo y Teitelbaum, 2009.
32 Archivo Histórico del Tucumán, Sección Administrativa (en adelante AHT, SA), V. 255,
1899, V. 256, 1899 y V. 293, 1903.
33 Ibidem, V. 249, 1899.
34 Sobre la creación del Centro Cosmopolita de Trabajadores, El Orden, 3/11/1897 y desde el
28/10/1898 al 19/11/1898.
35 Ejemplos en ese sentido se pueden ver en los artículos de El Orden, desde el 3/11/1897 al
24/10/1906.
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mente del socialismo y el anarquismo —tendencias que no sin conflictos y
tensiones convivieron en su interior— dedicaron sus esfuerzos a convocar
y reunir en sus filas a un vasto y heterogéneo contingente del mundo del
trabajo que utilizó sus recursos materiales y simbólicos en la lucha contra
los patrones y poderes públicos.
Durante los primeros años del siglo XX, la participación de los líderes obreros vinculados al socialismo se incrementó en las actuaciones del
Centro Cosmopolita de Trabajadores y esto se reflejó, por ejemplo, en las
reiteradas visitas de dirigentes socialistas nacionales y algunos dirigentes
extranjeros que llegaban a la provincia en giras de propaganda política. En
ese marco cobraron vigor las asociaciones gremiales y de resistencia. Así,
entre 1902-1903 y 1905 surgieron las sociedades gremiales de oficiales
peluqueros cocheros, mozos de hoteles y confiterías, carpinteros y herreros
y anexos. A su vez, se formaron las sociedades de albañiles y anexos y la
de sastres, reorganizadas al poco tiempo como sociedades de resistencia.
En ese periodo, también, se constituyó el gremio de panaderos, que reemplazó probablemente a la antigua Sociedad Protectora de Socorros Mutuos
de Panaderos, creada en 1889.36
Estas asociaciones se reunían por lo general en el local del Centro
Cosmopolita de Trabajadores. En 1904 se creó el Centro Socialista y, tal
como se desprende de las fuentes consultadas, desde comienzos de 1905,
especialmente a partir de mediados de ese año, las actividades sociales, culturales y gremiales de los trabajadores se realizaron desde ese ámbito cuya
adhesión al partido socialista era manifiesta.37
Finalmente, quisiera mencionar el lugar destacado que ocupó en esta
trama asociativa la Sociedad de Empleados de Comercio, creada en 1903 y
refundada al año siguiente con el nombre de Unión Dependientes de
Comercio.38 Esta asociación gremial y de socorro mutuo no integró el
Centro Cosmopolita de Trabajadores ni posteriormente el Centro Socialista
pero recibió el respaldo de dichos espacios obreros en las demandas que
formuló, como la referida al descanso dominical que se analizará en el próximo apartado.
36 AHT, SA, V. 183, 1889.
37 Bravo y Teitelbaum, 2009.
38 Para 1905, la mayoría de los oficios y ocupaciones urbanas contaba con una sociedad gremial. Además de las mencionadas en el trabajo, otros gremios de trabajadores que se formaron en la
ciudad de San Miguel de Tucumán durante el periodo señalado fueron, por ejemplo, las de mozos de
mano; obreros municipales y empleados públicos.
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Pero antes de comenzar con el análisis propiamente dicho de esta
temática me gustaría subrayar la importancia de la prensa como una de las
principales fuentes de información sobre las prácticas asociativas. En particular, la lectura del diario El Orden permitió reconstruir el movimiento
asociativo de los trabajadores, en la medida que sus páginas registraron sistemáticamente la conformación de mutuales, gremios y centros obreros.
Asimismo, este diario publicó a lo largo del periodo estudiado artículos
sobre las asambleas de socios que celebraban las sociedades, noticias acerca de las protestas y de los eventos recreativos y culturales que desarrollaron muchas de estas asociaciones e, incluso, notas que revelaban los conflictos y tensiones que podían desplegarse al interior de estos espacios.
Como ya ha sido señalado por la bibliografía sobre el tema, tanto para
Argentina como para otros países de America Latina, durante el periodo se
produjo una estrecha ligazón entre la prensa y las asociaciones que utilizaron sus columnas para publicitar y fomentar sus actividades. Por su parte,
la prensa, sobre todo aquella que respondía a los principios liberales de la
época, instaba a los trabajadores a movilizarse y enfatizaba la importancia
de la asociación en el mundo laboral.39 No me voy a detener mucho más en
este punto. Solamente quisiera sugerir que este vínculo no resulta tan extraño si tenemos en cuenta las transformaciones que desde mediados del siglo
XIX experimentaba el ámbito periodístico. Los diarios se posicionaron
como foros claves de la expresión y construcción de ideas y, junto con las
instituciones surgidas en el seno de la sociedad civil, como clubes y asociaciones, contribuyeron a forjar una opinión pública cada vez más insoslayable.40 En ese contexto, las asociaciones de trabajadores eran percibidas por
un amplio sector del mundo público como espacios de aprendizaje de prácticas cívicas y valores morales.
De acuerdo con estas consideraciones podemos interpretar los discursos de El Orden, que exhortaba a los trabajadores a participar y aunar sus
esfuerzos para formar sociedades, percibidas como lugares propicios para
la moralización y el desarrollo de hábitos democráticos. En especial, el diario destacaba la importancia de las asociaciones gremiales al considerarlas
una vía eficaz para luchar por derechos y mejoras laborales.
39 En tal sentido, fue muy sugerente el análisis de Di Stefano, 2002, pp. 23-97. Para otros contextos latinoamericanos, me permito citar el trabajo sobre las asociaciones de trabajadores en México,
en especial, Teitelbaum, 2008.
40 Teitelbaum y Gutierrez, 2008a, pp. 127-158 y 2008b, pp. 587-605.
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Nuestro diario ha exhortado siempre a las clases obreras a formar asociaciones gremiales que sean una garantía contra los abusos de los patrones y presten el apoyo
colectivo a los asociados que se resistan a sufrir las arbitrariedades y tiranías en las
fábricas o talleres.
Desgraciadamente el espíritu de asociación no ha tomado aún, entre nosotros, el desarrollo que alcanza en los países europeos y en las mismas ciudades del litoral.
Nuestros obreros proceden, por lo general, individualmente, esterilizando así sus
esfuerzos cuando quieren defender sus derechos.41
A pesar de esta crítica sobre el desinterés y escaso desarrollo del
movimiento asociativo de los trabajadores en la provincia, el diario mencionaba en ese mismo artículo publicado en 1903 algunos casos que debían «servir de ejemplo y estímulo a los trabajadores», como los peluqueros
y más tarde los tipógrafos, quienes fueron «iniciadores de un movimiento
simpático en defensa de sus intereses» y habían constituido un poderoso
gremio para defenderse de los abusos de sus patrones.42
Dos consideraciones. Por un lado, no estaba tan equivocado el diario
en sus quejas si tenemos en cuenta que fue a partir de 1902, pero especialmente entre 1903 y 1905, cuando adquirió mayor impulso la formación de
asociaciones gremiales en el mundo del trabajo. Por otro lado, y si bien
dejaba fuera de su narración algunas otras muestras relevantes del accionar de los trabajadores en favor de sus derechos, tenía razón al destacar la
importancia de peluqueros y tipógrafos en el horizonte de prácticas asociativas y de protesta gremial, ya que estos fueron muy activos en la época bajo estudio en la lucha por mejorar sus condiciones de trabajo. Tal
como se desprende de la documentación revisada, los tipógrafos conformaron en 1893 una de las primeras sociedades de trabajadores de Tucumán sobre las cuales tenemos noticias, la Sociedad Unión Tipográfica, que
llegó a ser una de las sociedades de oficio más prestigiosas de la época;
incluso fue una de las pocas asociaciones de trabajadores que consiguió
fundar un periódico propio y realizó esfuerzos a favor de establecer un
panteón. Asimismo, la sociedad de los tipógrafos organizó abundantes
veladas de recreación y cultura, al tiempo que impulsó distintas protestas
contra los patrones y poderes públicos.43 Sobre los peluqueros trataré en el
siguiente apartado.
41 El Orden, 9/6/1903.
42 Idem.
43 AHT, SA, V. 206, 1894. El Orden, 4/3/1903.
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Las campañas a favor del descanso dominical
Al igual que sucedía en otras provincias argentinas, dentro de los conflictos obreros desarrollados en Tucumán a lo largo de la primera década
del XX una de las demandas más fuertes fue la del descanso dominical.
Esta reclamación aglutinó a numerosos gremios de trabajadores y contó
con el apoyo de la prensa, que avaló y fomentó estas iniciativas. ¿Cómo se
consiguió el descanso dominical?, ¿cuál fue el itinerario recorrido para
alcanzar la sanción de la ley? y ¿qué alcance tuvo la misma?, fueron algunas de las inquietudes surgidas al analizar esta temática hasta ahora muy
poco transitada por la historiografía provincial. Sin la pretensión de agotar
el tema con estas páginas, quisiera destacar que fueron las sociedades gremiales y mutuales, como la de peluqueros y, más tarde, los dependientes de
comercio, quienes iniciaron la demanda por el descanso hebdomadario desde comienzos del novecientos.
En marzo de 1902 los oficiales peluqueros se reunieron en el Centro
Cosmopolita de Trabajadores con el fin de formar una sociedad de socorros
mutuos y de resistencia. El objetivo principal de esta asociación era conseguir medidas favorables al gremio, tal como el cierre de las peluquerías los
domingos en el perímetro de cuatro cuadras de la plaza Independencia
(principal paseo público de la ciudad de San Miguel de Tucumán en la época estudiada). Esta iniciativa contó con el respaldo de El Orden, que exhortó a los patrones a adoptar dicha resolución al asegurar que la misma no
podía perjudicarlos en tanto el cierre de los locales fuera general.
Paralelamente, el diario convocó a los trabajadores que laboraban
como dependientes de comercio a sumarse a la campaña que se llevaba a
cabo en Buenos Aires a favor del descanso dominical. Con el fin de apoyar
el meeting y el petitorio al Congreso que estaban organizándose en la capital del país, puso sus columnas a disposición de los trabajadores de
Tucumán. Pero esta invitación no contó con la recepción esperada y, tal
como reclamaba esta fuente, los apoyos se manifestaron únicamente en
algunas casas de comercio que comenzaron a reducir sus horarios de trabajo, cerrando sus locales a las ocho de la noche para brindar descanso a los
empleados y disminuir las horas de labor.44
En octubre de 1902 los esfuerzos de los peluqueros cristalizaron en la
conformación definitiva de una sociedad gremial que reunía en su interior
44 El Orden, 5/3/1902, 16/4/1902, 20/8/1902, 23/8/1902, 16/10/1902 y 22/10/1902.
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a oficiales y patrones con la consigna central de luchar por la defensa de
sus intereses comunes. En esa dirección, buscaban adoptar todas las medidas que pudieran beneficiar a los trabajadores de peluquerías, a los dueños
de los locales y a sus clientelas, tal como era —argumentaban— el cierre
dominical a las 12 horas de ese día. Para ampliar y fortalecer su reclamo,
la Sociedad de peluqueros decidió incluir en su petición a los ramos de
bazar y sombrerería. Asimismo, resolvió dirigir una nota al Consejo
Deliberante, por intermedio del intendente de la municipalidad, en donde
solicitaba la ordenanza de descanso dominical. Posteriormente, los comerciantes minoristas de tienda se sumaron a esta campaña y enviaron una nota
al Consejo Deliberante en la misma línea que los peluqueros.45
Presentado así mismo como el principal impulsor de la campaña por
el descanso dominical, El Orden elogiaba el respaldo obtenido en toda la
provincia al asegurar que no sólo en la ciudad de San Miguel de Tucumán,
sino también desde el interior, llegaban evidencias de participación y apoyo a esta demanda. Por ejemplo, los dependientes de comercio de Lules se
habían dirigido por escrito al diario para adherirse a la solicitud de sus colegas capitalinos y pedirle que activara su propaganda en la campaña, en donde, según aseguraban los trabajadores, «no hay humanidad por parte de
nuestros patrones, quienes por lucrar más no cierran sus puertas los días
domingos y festivos ni uno solo durante el mes».
En ese contexto, y como la resolución del Consejo Deliberante favorecería únicamente a los empleados de comercio del municipio capital, El
Orden explicaba la necesidad de extender los beneficios de esta medida a las
villas de campaña, ya que allí, la «tiranía del mostrador es aún más terrible
que en esta capital», decía en una clara sintonía con las palabras utilizadas
por los dependientes de Lules. Para alcanzar este propósito, exhortaba a los
trabajadores a formar una asociación gremial que reuniera a los dependientes de comercio de la ciudad de San Miguel de Tucumán y a los de la campaña. De esta forma, lograrían unificar sus reivindicaciones y solicitar a los
patrones y a las autoridades las medidas más justas.46 Esta propuesta, formulada a partir de una consideración compartida por diversos sectores de la
época que sostenía que los trabajadores debían luchar por sus derechos y no
esperar en cambio recibir todo ya hecho, revelaba la importancia asignada
por el diario a la protesta obrera a través de los gremios.
45 Ibidem, 23/10/1902, 25/10/1902, 27/10/1902 y 28/10/1902.
46 Ibidem, 18/11/1902.
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Dos años después, el anhelo de El Orden de integrar a los dependientes de comercio de Tucumán en una misma asociación fue parcialmente
cumplido. Así, a mediados de 1904, el diario registró en sus columnas que
los dependientes de comercio de las ciudades de Monteros, Concepción y
otros puntos de la provincia habían enviado cartas para solicitar el ingreso
a la Unión Dependientes de Comercio de San Miguel de Tucumán y destacar al mismo tiempo su adhesión a la campaña por el descanso dominical.47
Estas muestras de respaldo formaron parte de la influencia que adquirió para entonces la lucha por ese descanso hebdomadario. Retomaré este
tema un poco más adelante en este mismo apartado. En este momento me
interesa señalar que finalmente, las Ordenanzas municipales sobre el cierre
dominical se dictaron y el 21 de noviembre de 1902 El Orden anunció que
las mismas entrarían en vigencia el domingo siguiente. La pena prevista
para los infractores era una multa de 50 pesos la primera vez y de 100 pesos
en las siguientes.48
Al despuntar el año 1903, por su parte, los dependientes de comercio
mayorista iniciaron sus trabajos para conseguir esta resolución, llegando a
un acuerdo con los patrones para no abrir las casas de comercio los domingos y festivos. Por otra parte, en el interior de la provincia también se evidenciaban adelantos en favor del descanso dominical. Tal fue el caso de lo
sucedido en Monteros, cuando el gobierno municipal dictó una Ordenanza
para ofrecer este beneficio al gremio de dependientes de comercio. Esa
medida, por supuesto, contó con los elogios de El Orden que, en una suerte de síntesis de su postura con relación al tema que nos ocupa, afirmaba:
«la intervención de los poderes públicos en la reglamentación del trabajo,
es una de las principales conquistas que nos ha legado las postrimerías del
siglo XIX y obtendrá su completa sanción en la presente centuria».49
Pero más allá de estos avances, lo cierto fue que las ordenanzas municipales y los acuerdos conseguidos con los patrones no siempre se respetaban. En ese contexto, El Orden se hizo eco de los reclamos de los trabajadores advirtiendo acerca del incumplimiento por parte de algunos
propietarios de la normativa y de los acuerdos para cerrar las casas de
comercio en los horarios y días estipulados.
Paralelamente, los trabajadores, con el apoyo del diario, canalizaron
sus esfuerzos para alcanzar la sanción de una ley de descanso dominical
47 Ibidem, 9/6/1904 y 10/6/1904.
48 Ibidem.,21/11/1902.
49 Ibidem,10/1/1903 y 13/1/1903.
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por parte del Ejecutivo provincial. Así, durante el año de 1904, al calor del
crecimiento y consolidación de la sociedad Unión Dependientes de
Comercio, presentaron un proyecto de ley a la Legislatura.50 Esta petición
contaba con la aprobación de la mayoría de los patrones.51 Además, los
dependientes de comercio habían realizado gestiones para conseguir el
apoyo de grupos católicos a través de notas dirigidas al Obispado y a los
padres franciscanos y dominicos. También buscaron el aval de la Sociedad
Sarmiento, espacio clave de la difusión de ideas liberales y principal asociación cultural del periodo estudiado.52
Dos años después, sin embargo, el proyecto seguía sin resolverse. En
consecuencia, apoyándose en los adelantos conseguidos por la capital
argentina, que había sancionado en agosto de 1905 la ley de descanso
dominical,53 la Unión Dependientes de Comercio envió en abril de 1906
una solicitud a la Cámara de diputados de Tucumán para que incluyera en
sus sesiones extraordinarias el proyecto presentado sobre descanso dominical que se encontraba en las Cámaras para su sanción definitiva.54 Pero la
ley continuaba sin dictarse. En ese marco, El Orden publicó en noviembre
de ese año un artículo titulado «Legislación obrera», en el cual exhortaba a
los legisladores a activar el tratamiento de los aspectos relacionados con la
cuestión obrera y sancionar las leyes necesarias para favorecer a los trabajadores, dentro de las que se encontraba la del descanso dominical.55
Para concluir, interesa señalar que, de forma similar a lo que sucedía
en otras provincias del país, la reivindicación del descanso hebdomadario
concitó la atención pública sobre todo en los momentos de su discusión
legislativa.56 Sin embargo, y como sostiene Ricardo Falcón en su trabajo
50 Ibidem, 21/9/1904.
51 Ibidem, 18/6/1904.
52 Ibidem, 20/871904.
53 Ibidem, 25/8/1905. Esta ley presentada en la Cámara de Diputados de la Nación por el
socialista Alfredo Palacios, se promulgó tras duros debates acerca de su alcance y sobre el pago del
sueldo o jornal de ese día. Como señala Alejandra Landaburu, la ley contó con los elogios del diputado tucumano Ernesto Padilla, representante de las elites azucareras y futuro gobernador de la provincia
(Landaburu, 2005).
54 El Orden, 20/4/1906.
55 Ibidem, 6/11/1906.
56 En tal sentido, y como señala Ricardo Falcón para la ciudad de Rosario, dos momentos fuertes de estos reclamos tuvieron lugar en 1904 —en consonancia con las discusiones generadas alrededor del proyecto de Código de Trabajo y luego en torno a la sanción de una ley sobre descanso dominical para la Capital Federal— y 1906, en el marco de la sanción de una ley similar en la provincia de
Santa Fé (Falcón, 2005, pp.77-78). La reivindicación del descanso dominical en Rosario puede verse
también en el estudio de Prieto, 2000, pp. 110-111. Para Neuquén, Mases, Frapiccini, Rafort y Lvovich,
1994, pp. 88-90.
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sobre la ciudad de Rosario, en la práctica, «al margen de las disposiciones
legales, el descanso dominical se fue imponiendo a través de convenios
particulares de distintos gremios». De esta forma, y a pesar de la oposición
de algunos comerciantes, sobre todo de los propietarios de locales que consideraban perjudicial el cierre de sus establecimientos los domingos cuando podían engrosar sus ganancias (por ejemplo los dueños de cafés y restaurantes), el descanso semanal que había sido «impulsado originariamente
por el movimiento obrero, será luego aceptado por la mayoría de los
empresarios y por los poderes públicos».57
En gran medida, estas consideraciones pueden aplicarse para el caso
de Tucumán, en donde finalmente el respaldo de los propietarios a la reclamación por el descanso dominical fue clave para alcanzar la concreción de
esta medida. Aunque todavía quedan diversos aspectos que explorar sobre
esta temática, me interesó destacar en estas páginas el papel desempeñado
por la prensa, en particular por el diario El Orden, que avaló y fomentó las
iniciativas de los gremios en su lucha por alcanzar este derecho. En tal sentido, argumento, las prácticas de protesta desarrolladas por las sociedades
gremiales y mutuales de trabajadores, en articulación con la prensa, ocuparon un lugar central en el camino hacia la legislación laboral.
1907: sanción de la ley, festejos y movilización
El 22 de julio de 1907 el poder ejecutivo provincial sancionó la ley
de descanso dominical y unos días después, el 25, la promulgó.58 De acuerdo a lo previsto, la ley tenía que entrar en vigencia en la segunda quincena de agosto, contexto en el cual se desarrolló el meeting organizado por
El Orden y los dependientes de comercio para festejar la promulgación de
esa ley. Esta reunión tuvo lugar en San Miguel de Tucumán el día 25 de
agosto y comenzó con las palabras del secretario de la Unión
Dependientes de Comercio. Posteriormente se oyeron los discursos de
renombrados líderes obreros locales, como el tipógrafo Daniel Villagrán y
dirigentes del Centro Socialista, como Horacio Stabile y Antonio F. López.
También hablaron en esa reunión los representantes de la sociedad de
obreros peluqueros. Según aseguraba el diario, todos los oradores fueron
57 Falcón, 2005, pp.78-79.
58 La Legislación laboral en Tucumán, 1969, p. 245.
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muy aplaudidos por los numerosos gremios de trabajadores que se dieron
cita en la celebración.59
De acuerdo con el decreto del 7 de agosto que reglamentaba la ley de
descanso dominical, quedaban excluidos de este beneficio los trabajadores
de establecimientos que vendían artículos de primera necesidad —restaurantes, fondas y casas de comida—, los que laboraban en mercados de
comestibles y puestos de carne, aves, pescados, legumbres, frutas, carbón
y leña, los ocupados en tambos y lecherías, los empleados de almacenes
que vendían exclusivamente comestibles, los trabajadores de fiambrerías,
pastelerías, bombonerías, confiterías, dulcerías, chocolaterías, casas expendedoras de café y boticas. Asimismo, se prohibía el descanso dominical
para el reparto de carne, pan, leche, hielo, etc.60
Los límites establecidos por la ley, que circunscribía a un segmento
muy específico de trabajadores el beneficio de este derecho, generaron
protestas y movilizaciones. En ese contexto se situó la huelga de los oficiales panaderos declarada a comienzos de septiembre de ese año. Según
advertían estos trabajadores, el artículo 2.º de la ley estipulaba que, en caso
de trabajar los obreros o dependientes el domingo, les sería compensado
ese día con otro de la semana. En ese marco, ellos reclamaban un aumento del sueldo para costear por su cuenta un reemplazante durante los días
previstos por la ley de descanso dominical. Tal como aseguraban los panaderos, el incremento del salario les permitiría disfrutar del beneficio de la
ley y llegar a un acuerdo con los patrones, en tanto tenían previsto discutir y acordar para darse el descanso entre todos con tal de no suspender el
trabajo. Este argumento, vertido en un pliego que entregaron a los patrones, fue al parecer exitoso; en el transcurso del conflicto los huelguistas
recibieron el apoyo de los panaderos del interior —Concepción, Lules y
San Pablo— y, al parecer, la huelga terminó con un acuerdo parcial entre
las partes.61
Unos días después, la Federación Obrera local, de impronta anarquista, y la Confederación del Trabajo en Tucumán, encuadrada dentro de los
postulados del socialismo, organizaron un meeting para apoyar la ley
vigente de descanso dominical y pronunciarse en contra del decreto reglamentario que restringía el alcance de esta medida.62 La convocatoria reali59
60
61
62
El Orden, 26/8/1907.
La Legislación laboral en Tucumán, 1969, pp. 247-249.
El Orden, 2/9/1907, 6/9/1907, 7/9/1907 y 9/9/1907.
Ibidem, 5/9/1907.
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zada por esas organizaciones logró gran repercusión entre las sociedades
gremiales de la provincia. Así, comprometieron su participación los gremios de dependientes de comercio, panaderos, mozos, sastres, peluqueros,
alpargateros, carpinteros, albañiles, constructores de carruajes y ferrocarrileros. Asimismo, se adhirieron la sociedad de dependientes de comercio de
las ciudades de Monteros y de Concepción.63
El resultado fue una amplia movilización en los espacios públicos de la
ciudad de San Miguel de Tucumán que comenzó con la reunión de los trabajadores en la plaza La Madrid, en donde impartieron discursos algunos dirigentes obreros. Luego, los manifestantes recorrieron las calles acompañados de una bandera roja y una pequeña banda de música y posteriormente se
detuvieron en distintos puntos del centro de la ciudad para escuchar las
palabras de otros representantes de las sociedades gremiales. Según narraba
El Orden, los trabajadores recibieron el aplauso de los habitantes que los
saludaban desde los balcones, puertas y veredas. Tal como estaba previsto
en la organización de esa reunión, el recorrido concluyó frente al local del
sindicato de mozos, en donde habló uno de los dirigentes de la Federación
Obrera local, Tomas Delgado,64 un conocido líder de las prácticas anarquistas en la provincia,65 así como el autor de la única publicación libertaria
sobre la cual tenemos noticia para el periodo revisado.66
Finalmente, la columna de manifestantes se disolvió y una comisión
de trabajadores se dirigió a la legislatura para entregar a los diputados una
nota en donde solicitaban el mantenimiento de la ley vigente de descanso
dominical. Asimismo, pedían que se conservara la disposición prevista en
dicha ley según la cual se prohibía la venta de bebidas alcohólicas los
domingos y días de fiesta. De acuerdo con la sociedad Unión Dependientes
63 Ibidem, 7/9/1907.
64 Ibidem, 6/9/1907, 7/9/1907 y 9/9/1907.
65 De acuerdo con la lectura sistemática de la prensa provincial disponible para el periodo
1895-1911, una de las pocas evidencias sobre el accionar anarquista en Tucumán fue la velada y conferencia dedicada a las clases trabajadoras que se desarrolló en el Teatro Belgrano unos días después
de la movilización por el descanso dominical. Este acto, de carácter libertario, fue organizado por la
Federación Obrera Local y comenzó con las palabras de Tomás Delgado. Posteriormente, se presentaron el Coro de la Federación y el Orfeón Libertario. La velada contó también con declamaciones y poesías, así como con los discursos de dirigentes provinciales y delegados de la Federación Obrera
Regional Argentina (FORA), de naturaleza anarquista. Al respecto, Ibidem, 27/9/1907.
66 Tal como propone Santiago Bilbao, Tomas Delgado fue probablemente el único autor de los
artículos que salieron en el número único de la revista Germinal, publicación que apareció el 1 de mayo
de 1908 editada por la Federación Obrera Local Tucumán (Bilbao, 2004, pp. 143-151). Según la investigación que realicé hasta este momento, esta revista constituye una de las escasísimas referencias existentes sobre las prácticas anarquistas en Tucumán durante la época estudiada.
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de Comercio, que se adjudicaba la representación de todos los gremios y
del «pueblo obrero en general», esta medida era completamente favorable
porque contribuiría a disminuir la ebriedad que afectaba a los obreros y a
sus familias, especialmente en algunas poblaciones del interior de la provincia, en donde —argumentaba— era también la causa de delitos. «Se ha
visto por primera vez en Tucumán en las plazas públicas obreros acompañados de sus familias, reemplazando la taberna con el paseo honesto»,
señalaban los dirigentes de esta asociación.67
Aunque este tema escapa ya a los fines propuestos en el trabajo, interesa mencionar que las expresiones que destacaban el compromiso de los
trabajadores con el comportamiento basado en el honor y la moral se relacionan estrechamente con los reglamentos de las asociaciones mutuales de
trabajadores que repudiaban el ejercicio de hábitos deshonestos y desarreglados, como la embriaguez y las riñas, considerados motivos de expulsión
de los socios y de exclusión de cualquier beneficio del socorro y la asistencia médica.68
En fin, las campañas a favor del descanso dominical reunieron a los
trabajadores en un amplio movimiento de protesta que incluyó peticiones a
los patrones, solicitudes a las autoridades, notas de adhesión en la prensa,
manifestaciones y huelgas. En ese contexto, y tal como intentó exponer, la
reclamación iniciada hacia 1902 por las sociedades de peluqueros y de
empleados de comercio articuló la movilización de la mayoría de las asociaciones gremiales y mutuales de la provincia en los momentos de sanción
y reglamentación de la ley, en 1907, cuando los trabajadores de las distintas corrientes que organizaban el mundo laboral, como el socialismo y el
anarquismo, se dieron cita en los espacios públicos de la ciudad.
Para concluir, quisiera agregar que la ley 923 de descanso dominical
de 1907, si bien restringía el beneficio de este derecho a un segmento del
mundo del trabajo, fue la primera ley específicamente laboral. Hasta el año
1923 no se sancionaron y promulgaron otras leyes laborales: la ley 1346,
que establecía la jornada máxima de trabajo, y la ley 1348 del salario mínimo.69 Pero la sanción de la ley de descanso dominical no fue tampoco un
hecho aislado; formaba parte de las propuestas difundidas entonces para
67 El Orden, 9/9/1907.
68 A modo de ejemplo, se pueden mencionar el Reglamento de la Sociedad de Panaderos de
1889 y los Estatutos de 1899 de la Sociedad Argentina de Socorros Mutuos de Obreros, institución
nacida en 1877 (AHT, SA, V. 183, 1889 y V. 255, 1899).
69 La Legislación laboral en Tucumán, 1969, pp. 245-251.
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mejorar la situación de los trabajadores en un contexto signado por el
ascenso de los representantes del reformismo social a posiciones legislativas. En tal sentido, resulta importante mencionar la inclusión de un artículo en la Constitución provincial de 1907, por el cual se obligaba a la
Legislatura a reglamentar el trabajo de la mujer y los menores en las fábricas y otros establecimientos laborales.70 En esa fecha también se dictaron
leyes sociales, como la del Monte Pío Civil, que en el marco de la
Seguridad Social establecía un fondo de jubilaciones y pensiones para los
funcionarios, empleados y agentes civiles de la administración,71 y la ley de
Amparo del Hogar, por la cual se declaraban exentas del pago de contribuciones las pequeñas y medianas propiedades.72
Consideraciones finales
Fue en torno del 1900, al calor del crecimiento de la protesta social,
especialmente laboral, cuando la «cuestión obrera» cobró influencia y visibilidad en el espacio público. En ese contexto, y en sintonía con lo que
sucedía en Buenos Aires y en otros puntos del país, el diario El Orden
exhortaba a la sociedad y, principalmente, al gobierno, a atender diversos
aspectos relacionados con las deficientes condiciones de vida que afectaban a los grupos populares. La carestía de vida, el incremento de los alquileres, el aumento en los precios de los artículos de consumo, el hacinamiento habitacional y la precariedad e insalubridad de las viviendas recorrieron
así las páginas del diario que clamaba por la intervención de quienes, se
entendía, debían ocuparse de resolver y corregir estos problemas sociales.
A su vez, un conjunto extenso de tópicos que aludían específicamente a las condiciones de trabajo formaron parte también de las narraciones
de El Orden, que publicó abundantes artículos, investigaciones y crónicas
para denunciar la desocupación, la explotación del trabajo obrero en los
ingenios, la extensión excesiva de la jornada laboral, la debilidad de los
salarios y el incumplimiento de los acuerdos patronales.
70 Bravo, 2004, pp. 56-58.
71 Idem. De esta forma, y tal como la autora citada señala, se beneficiaba a un sector importante de los trabajadores urbanos, sobre todo de la ciudad de San Miguel de Tucumán, que concentraba el mayor número de personal del Estado.
72 Ibidem, p. 58. Con lo cual se favorecía, de acuerdo a Bravo, «a una franja de propietarios
humildes, que sólo incluía a un segmento del artesanado urbano y a los pequeños propietarios rurales».
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CONTRA «LA TIRANÍA DEL MOSTRADOR» EN TUCUMÁN DEL ENTRESIGLO
Revertir este cuadro desfavorable de la situación de los trabajadores
implicaba que el gobierno debía asumir un papel más activo en el terreno
laboral y, en esa dirección, establecer instituciones y leyes específicas. De
acuerdo con estas consideraciones, y en consonancia con los debates de
carácter nacional que tenían lugar, el diario difundió los pasos emprendidos a favor de la reglamentación del trabajo, especialmente de mujeres y
niños, el dictado de una legislación sobre accidentes de trabajo, la sanción
del descanso dominical y la construcción de viviendas obreras. En ese contexto, exhortaba al gobierno de Tucumán y a los trabajadores a respaldar y
favorecer estos avances en el ámbito provincial. En especial, durante el
periodo que recorre este trabajo, asignó un lugar destacado a la demanda
por el descanso dominical, un reclamo prioritario de los trabajadores en la
primera década del siglo XX.
Como vimos, desde 1902 y hasta su sanción como ley en el año 1907,
las sociedades de peluqueros y empleados de comercio encabezaron las
demandas a favor del derecho hebdomadario. El Orden respaldó sus reivindicaciones y acompañó mediante una cobertura sostenida las distintas estrategias a las que recurrieron los trabajadores para alcanzar este derecho, tales
como las solicitudes enviadas al Consejo Deliberante para que dictara las
ordenanzas municipales sobre el descanso dominical y las demandas realizadas a los diputados provinciales con el fin de acelerar la sanción de la ley.
Definido así mismo como el principal impulsor de la campaña por el
descanso dominical, El Orden publicó numerosos artículos que subrayaban
la importancia de este derecho y, al mismo tiempo, instaban a los gremios
de trabajadores, a los propietarios de los establecimientos comerciales y de
servicio, y primordialmente al gobierno, a respaldarlo. Según sus concepciones en torno al papel del Estado y de los trabajadores frente a la cuestión social, y en especial laboral, tres instancias eran claves. Por un lado,
los trabajadores debían organizarse y luchar por sus derechos y, en ese sentido, la defensa de los intereses obreros mediante asociaciones gremiales
era fundamental. De acuerdo con estas consideraciones, podemos interpretar el impulso que otorgó el diario a la formación de asociaciones en el
mundo del trabajo, percibidas como herramientas claves para la defensa y
el adelanto de los trabajadores. Por otro lado, era necesaria la participación
activa de quienes regían los destinos de la provincia y, en esa dirección,
demandó a las autoridades la elaboración y sanción de leyes e instituciones
tendientes a mejorar las condiciones de vida y de trabajo. En esos parámetros podemos situar los reclamos del El Orden para que el gobierno proAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 223-252. ISSN: 0210-5810
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mulgara la ley de descanso dominical y la promoción y el apoyo otorgado
a la lucha gremial a favor de este derecho. Finalmente, era importante,
según el diario, conseguir el compromiso de otros actores sociales, especialmente de los grupos propietarios y patrones. Es decir, los dueños de los
locales tenían que apoyar estos temas y cumplir los acuerdos y la normativa correspondiente al descanso dominical.
Los festejos que trajo aparejada la sanción de la ley de 1907, así como
la movilización originada a partir de los descontentos frente al decreto
reglamentario que restringía el alcance de este beneficio a un segmento del
mundo laboral, recibieron los apoyos de El Orden, lo cual no resulta nada
extraño teniendo en cuenta su promoción constante al establecimiento del
descanso dominical. Por otro lado, y tal como se infiere de la documentación analizada, podemos proponer que la movilización del año 1907 se erigió en un momento clave de las prácticas de los trabajadores y reveló la
visibilidad y organización que adquirieron entonces estos grupos. En primer lugar, el meeting organizado por el diario y los dependientes de comercio en agosto de ese año, reunión en la cual participaron también los peluqueros y el Centro Socialista, evidenció las estrechas vinculaciones entre
las asociaciones a partir de una demanda articuladora. Unos días después,
en septiembre del mismo 2007, las organizaciones que reunían a los trabajadores bajo la impronta del anarquismo y el socialismo, como la
Federación Obrera local y la Confederación del Trabajo en Tucumán, convocaron también a una reunión pública con el doble objetivo de expresar,
por un lado, el apoyo a la ley de descanso dominical y, por el otro, repudiar
el decreto reglamentario que acotaba el beneficio de este derecho. Estas
consignas, que lograron movilizar a un numeroso contingente de asociaciones obreras de la capital y del interior de la provincia, las cuales acudieron
a los espacios públicos de San Miguel de Tucumán para participar del meeting, demostraron también la vinculación entre los gremios tucumanos y
permitieron entrever la presencia de un movimiento obrero que había transitado un itinerario de crecimiento y organización a lo largo de la primera
década del siglo XX.
Dos breves reflexiones para concluir. La primera tiene que ver con la
importancia de la prensa como fuente y, especialmente, como un actor destacado en los procesos de construcción de la cuestión social y obrera.
Como se intentó exponer en estas páginas, según el diario El Orden, el
mejoramiento de las clases trabajadoras sólo podía lograrse mediante el
compromiso de los actores sociales involucrados. En esa tónica, interpeló
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a los sectores empresariales y propietarios, reclamó respuestas por parte del
Estado y alentó a los mismos trabajadores a fortalecer y unificar sus esfuerzos para alcanzar una respuesta satisfactoria frente a sus demandas laborales. En el caso puntual del descanso dominical revisado en este estudio
otorgó un lugar prioritario al Estado, al reclamar la promulgación de disposiciones y leyes específicas dirigidas a mejorar la situación en el trabajo. En
segundo lugar, quisiera sugerir que el reconocimiento del derecho al descanso dominical, si bien no alcanzó a la fuerza laboral en su conjunto,
constituyó un primer paso en el itinerario complejo y no exento de contradicciones que implicó el camino hacia la legislación laboral.
Recibido el 13 de octubre de 2009
Aceptado el 04 de abril de 2011
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Los nacionalistas católicos de Cabildo
y la educación durante la última
dictadura en Argentina/
The Catholic nationalists of the Cabildo and education
during the last dictatorship in Argentina
Laura Graciela Rodríguez
Universidad Nacional de La Plata/CONICET
de Universidad Nacional General Sarmiento, Argentina
El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) diseñó y aplicó una serie de medidas desde el Ministerio de Cultura y Educación y buena parte de ellas
recibieron la atención de los redactores de la revista Cabildo. Los responsables de esta
publicación se reconocían como los máximos exponentes del nacionalismo católico argentino, ideología de derechas y antisemita que teñía decididamente todas sus interpretaciones
sobre lo que ocurría. En el presente artículo analizaremos cuáles fueron sus opiniones respecto a la política educativa.
PALABRAS CLAVES: Nacionalistas católicos; Revista Cabildo; Última dictadura; Argentina.
The Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) designed and implemented a
series of measures from the Ministry of Culture and Education and most of them received
the attention of the drafters of the Cabildo publication. Those responsible for this publication were recognized as the greatest exponents of the Argentine Catholic nationalism, ideology of right and anti-Semitic that strongly subjects all their interpretations of what was
happening. In this article we’ll discuss what their views on education policy were.
Keywords: Catholic Nationalism; Publication Cabildo; Last dictatorship; Argentina.
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LAURA GRACIELA RODRÍGUEZ
No creo en la democracia, no creo en el sufragio universal,
no creo en la soberanía del pueblo,
no creo en el constitucionalismo moderno (…)
Me produce una infinita náusea todo esto.
¿Por qué no cree en la democracia?
Por que soy católico y un católico coherente no puede ser democrático
por que el primer acto democrático de la historia
crucificó a Jesucristo y dejó en libertad a un delincuente.
(Antonio Caponnetto, director de Cabildo, julio de 2009).1
Entre 1930 y 1966 se organizaron en la Argentina cinco golpes militares que estuvieron intercalados con regímenes democráticos de distinto
tipo. El 24 de marzo de 1976 los integrantes de las tres Fuerzas Armadas
organizaron el sexto asalto a un gobierno elegido constitucionalmente, al
tiempo que se sucedían otros golpes de Estado de similares características
en los países del Cono Sur Latinoamericano (Brasil, Chile y Uruguay). En
comparación, la última dictadura militar en Argentina fue la más cruenta de
la región. Los organismos de derechos humanos calculan que hubo alrededor de 30.000 «desaparecidos», denominación que define a las personas
que fueron secuestradas por las fuerzas de seguridad y de las que no se supo
el paradero durante mucho tiempo. Lo cierto es que la mayoría fue torturada en aproximadamente 340 centros clandestinos de detención distribuidos
en todo el país, y/o asesinada. Un gran porcentaje ha sido identificado
como trabajador de fábrica y militante sindical y casi el 6 por ciento del
total como docente.
Como se ha indicado, el autodenominado Proceso de Reorganización
Nacional (1976-1983) diseñó y aplicó una serie de medidas desde el
Ministerio de Cultura y Educación, buena parte de ellas analizadas por los
redactores de la revista Cabildo. Los responsables de esta publicación se
consideraban los máximos exponentes del nacionalismo católico argentino,
ideología de derechas y antisemita manifestada decididamente en todos sus
análisis sobre lo que ocurría. En este trabajo pretendemos continuar con
nuestras investigaciones sobre la política educativa durante el Proceso, el
análisis de las trayectorias de los distintos funcionarios civiles que ocuparon
la cartera y sus vínculos con el mundo católico. Buscaremos ir más allá de
los discursos que pronunciaron, reconociendo quiénes escribían sobre educación y qué vínculos tuvieron con funcionarios del gobierno dictatorial.
1 http://lahoradejuancruz.blogspot.com/2009/07/entrevista-antonio-caponnetto.html, visitado
el 4 de mayo de 2010.
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Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 253-277. ISSN: 0210-5810
LOS NACIONALISTAS CATÓLICOS DE CABILDO Y LA EDUCACIÓN EN ARGENTINA
La bibliografía sobre las relaciones entre la Iglesia católica y el
Proceso, se ha centrado en las posiciones que tomaron sus distintos integrantes frente a las violaciones de los derechos humanos.2 Sobre el nacionalismo católico de Cabildo se han escrito varios artículos que plantean
distintos aspectos que van desde los orígenes en 1973, hasta fines de los
años ochenta.3 De estas investigaciones y de su lectura se desprende que la
publicación no estaba especializada en temas educativos, sin embargo, sus
redactores se dedicaron de manera bastante regular a esas cuestiones, especialmente durante el periodo de la presidencia del teniente general Jorge
Rafael Videla (1976-1981). En línea con el catolicismo más tradicional, los
de Cabildo decían tener una larga lista de «enemigos», tales como «el liberalismo y el marxismo en todos sus matices, la masonería y el judaísmo, los
intereses venales y el conformismo egoísta y utilitario, el progresismo religioso y la pacatería, la pederastia intelectual, los partidócratas, los espíritus cobardes, la mediocridad y la envidia».4 Partiendo de estas bases,
Cabildo aspiraba a «ser un instrumento activo de la plena restauración
nacional».
En líneas generales fueron muy críticos de las medidas económicas
liberales y acusaron a la Junta de carecer de una línea política e ideológica
definida.5 En materia educativa, los nacionalistas pretendían que el gobierno le otorgara el control total de la educación a la Iglesia Católica, como
había ocurrido en España durante la dictadura de Franco, a quien admiraban. Para ello se tenía que derogar la Ley de Educación N.º 1420 del año
2 Mignone, 1986; Mallimacci, 1996, pp. 181-218; Zanatta, 1998, pp. 169-188; Di Stefano y
Zanatta, 2000; Obregón, 2005, pp. 259-272.
3 La revista nació en mayo de 1973, ocho días antes de la asunción del presidente peronista
Héctor J. Cámpora. Luego de la muerte de Juan Domingo Perón en julio de 1974 la publicación fue
apareciendo con distintos nombres como El Fortín y Restauración. El tono antidemocrático y antiperonista de sus artículos llevó a que fuera clausurada tres veces por el gobierno de María Estela Martínez
de Perón. Después del golpe militar de 1976, Cabildo retomó su actividad desde el número 1 y anunciando una «segunda época». Ver Orbe, 2008; Orbe, 2009; Saborido, 2005, pp. 235-270; Saborido,
2004, pp. 117-129; Saborido, 2004, pp. 209-223.
4 Cabildo, N.º 26, agosto 1979, interior de tapa. Como ha señalado Martín Obregón, los obispos argentinos, frente al Concilio Vaticano II se dividieron en tres grandes grupos. Por un lado estuvieron los tradicionalistas, que eran los más intransigentes y se mantuvieron cerca del Vicariato Castrense
para las Fuerzas Armadas. Por otro lado, se encontraban los obispos conservadores que habían tomado
conciencia de la imposibilidad de una vuelta atrás después del Concilio. Fueron el sector más numeroso y por eso mismo, se caracterizaron por una mayor vaguedad desde el punto de vista ideológico. Los
dos se diferenciaban a su vez, de los renovadores que se mostraron más tolerantes a la renovación conciliar y también presentaron diferencias internas. Obregón, 2005, pp. 42-46.
5 Al igual que en el gobierno peronista, uno de sus números fue prohibido. Ver Saborido,
2005, p. 250.
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LAURA GRACIELA RODRÍGUEZ
1884 que establecía la educación laica, gratuita y obligatoria. Hacia el final
del Proceso nada de esto se concretó, lo que agudizó los ataques.
En el presente trabajo pretendemos mostrar que este grupo, a pesar de
haber sido particularmente crítico de Videla, estuvo lejos de permanecer
aislado de la arena política; varios de ellos integraron las estructuras del
Ministerio de Cultura y Educación y tuvieron cierta influencia en determinadas áreas de esa cartera. Ahora bien, este artículo está conformado por
tres apartados. En el primero, veremos que los nacionalistas católicos elogiaron una serie de medidas que se llevaron a cabo durante los dos primeros años de gobierno: la intervención a los colegios, la censura de libros, el
contenido de un documento que avaló la represión en el ámbito educativo
y el cierre de carreras en la Universidad. Sin dudas, estas acciones formaban parte de su propia agenda educativa. Al igual que en otros temas, se
dedicaron a criticar a Videla por «equivocarse» al nombrar a los ministros
de esa etapa y por ceder a las presiones de los «reformistas».
En el segundo apartado caracterizaremos las relaciones que mantuvieron Antonio Caponnetto, uno de los «especialistas» en educación, y sus
aliados, con el tercer ministro del Proceso, el católico conservador Juan
Rafael Llerena Amadeo. Aunque la mayoría de las notas estaba sin firma,
Caponnetto escribió casi todos los artículos o bien convocaba a sus conocidos a redactarlos. Señalaremos que él y sus colaboradores estaban vinculados a distintas dependencias del Ministerio y particularmente al Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET). Estas
relaciones se vieron fortalecidas durante la gestión de Llerena Amadeo y
les permitieron organizar distintas actividades educativas desde las cuales
difundieron su ideología más allá de Cabildo. En el último apartado estudiaremos cómo evaluaron la gestión de Llerena Amadeo. Previsiblemente,
dijeron que su mandato fue el mejor de los tres, pero que no pudo cumplir
con la agenda de los católicos porque Videla le impuso «limitaciones» de
diverso tipo.
Los ministros Bruera y Catalán (1976-1978). Elogio a la represión
El Ministerio de Cultura y Educación fue ocupado por cinco ministros
civiles y durante dos periodos por el ministro del Interior, el general Albano
E. Harguindeguy, todos ellos alineados en las filas de los católicos conservadores. Las disputas entre los integrantes del gobierno hicieron que la car256
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tera educativa resultara la más inestable de todas durante la presidencia de
Videla. Los de Cabildo dieron a conocer varios comentarios en este sentido, mientras transcurrían las gestiones de los tres primeros mandatarios:
Ricardo Pedro Bruera, Juan José Catalán y Juan Rafael Llerena Amadeo.
Siguiendo la idea de que «era imposible ignorar el papel que jugaban
la cultura y la educación en los planes de la revolución marxista», desde los
primeros meses del Proceso las fuerzas de seguridad comenzaron a intervenir colegios públicos y privados católicos. La Iglesia protestó en privado
por estas medidas, ya que si bien en líneas generales las autoridades religiosas apoyaban estas acciones, lo que reclamaban al gobierno era que fuera la propia institución la que investigara y sancionara las transgresiones en
sus establecimientos.6
Durante la gestión del ministro Ricardo P. Bruera, uno de los casos
más resonantes fue la intervención al colegio San Miguel de la Capital
Federal. A través de la agencia oficial Telam se dio a conocer un comunicado de la Unión de Padres de Familia adonde se acusaba a los sacerdotes
responsables de la conducción de ese establecimiento, de haber realizado
«una abierta apología de la subversión» y elogiar a sus «máximos dirigentes».7 El comunicado estaba firmado por un «padre de familia», Alejandro
Cloppet, y en él se señalaba que «lamentablemente», en enero de 1976, un
grupo de sacerdotes había asumido el control y aprovechó la oportunidad
para imprimir «volantes de la organización subversiva declarada ilegal en
el año 1975». Terminaba afirmando que dicha Unión de Padres nunca fue
reconocida por el superior de la Orden y que a los hijos de muchos de sus
miembros se les negó la reinscripción al finalizar ese año lectivo. En este
caso, la intervención fue ordenada por el director de la Superintendencia
Nacional de Enseñanza Privada (SNEP). Dicha medida fue apelada por los
sacerdotes e, inesperadamente para los sectores más intransigentes, la justicia dictaminó la suspensión de la orden.
Cabildo se ocupó de este hecho y tituló la nota como «Otro Fallo
Lamentable».8 Sostenía que la justicia había dictado una sentencia «a contrapelo de las necesidades del país y con aparente olvido de que el estado
de guerra interna requería una especial concepción del derecho y una adecuada aplicación de sus normas concretas». El juez a cargo, el doctor
6 Verbitsky, 2006.
7 Clarín, 22 diciembre 1976, p. 10.
8 Cabildo, N.º 10, septiembre 1977, p. 8.
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Cermesoni, dictó un nuevo pronunciamiento que, aseguraba, «tendría gravísimas consecuencias en el campo cultural de la lucha antisubversiva».
Explicaba que ese juez no sólo había dejado sin efecto la intervención del
registro de alumnos del colegio San Miguel, sino que también había rechazado el recurso de amparo presentado por los padres de alumnos de ese
centro, cuya inscripción les había sido negada. Según creía el responsable
de la nota, el problema era que estos jueces tenían limitada su visión por
las «anteojeras del liberalismo y del positivismo jurídico» y por el camino
de la «ciega aplicación de la ley», y al final terminaban siendo «cómplices
inconscientes de la subversión».
En el mismo número, el cronista criticaba por ese tema al presidente
y al director de la revista del conservador Consejo Superior de Enseñanza
Católica o CONSUDEC. En el artículo «CONSUDEC y la Subversión en
la Enseñanza Privada» volvía a decir que el Estado, en el cumplimiento de
obligaciones elementales, debía «extremar su celo en la detección y eliminación de los focos de adoctrinamiento subversivo en la Enseñanza
Privada».9 De acuerdo a la revista, el problema fundamental era que el
CONSUDEC no quería aceptar que existía una extendida «penetración»
entre sus filas. La subversión había elegido a la Iglesia y a sus instituciones
educativas como «terreno predilecto de su siembra ideológica y de su
accionar práctico», y esto «nos había llevado a poner especial énfasis en el
problema de la subversión en la enseñanza católica». El redactor advertía
que las familias católicas todavía «sentían una falsa seguridad en relación
con sus hijos, presumiendo que sólo el hecho de asistir a un colegio católico o de formar parte de una organización juvenil de la Iglesia les garantizaba una total inmunidad frente al contagio subversivo». Por su parte, el
director del periódico Consudec escribió una nota rechazando estas acusaciones vertidas por Cabildo.10
Seguidamente, se publicó una solicitud de la Unión Argentina de
Defensa Educación Católica o UADEC, que tenía a Eduardo Caminotti
como secretario y a Luis G. Bedzent como presidente. Allí argumentaban
que el Estado debía salvar al país con una verdadera Ley de Educación que
volviese a los valores de la familia, a la Patria común y a la existencia
de Dios.11
9 Ibidem, pp. 43-46.
10 Sobre el periódico Consudec durante el Proceso y esta polémica con los de Cabildo, ver
Rodríguez, 2010a.
11 Cabildo, N.º 10, septiembre 1977, pp. 46-48.
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En la misma página apareció uno de los pocos artículos sobre educación firmados por Antonio Caponnetto, adonde se declaraba a favor de la
censura de un texto católico. Se mostraba de acuerdo con el arzobispo de
La Plata, monseñor Antonio Plaza, y el gobernador de la Provincia de
Buenos Aires, el general Ibérico M. Saint Jean, quienes habían prohibido
la circulación del libro Dios es fiel, de la hermana Beatriz Casiello.12 El
conflicto se había dado porque, tanto el Equipo Episcopal de Catequesis
como el Equipo Episcopal de Teología, evaluaron positivamente el contenido del texto y aseguraron que no contenía ninguna afirmación errónea ni
negacion alguna de la Doctrina Católica. De hecho, a partir de este dictamen, Dios es fiel sólo se prohibió en la Provincia de Buenos Aires y no en
el resto del país.13 Caponnetto se dedicó a apoyar enérgicamente a Plaza y
a mostrar el «parafraseo imbécil de naderías marxistoides» que había en el
libro. Para ejemplificar, mostraba que en una parte se le proponía al alumno el siguiente ejercicio: «Escribe una carta a los pueblos ricos que gastan
dinero en armas, para que se acuerden de sus hermanos». Finalizaba preguntándose hasta cuándo las autoridades eclesiásticas iban a consentir
«tanto desparpajo» y si estaban esperando que «seamos fusilados por curas
bolcheviques».
Un tiempo después, la revista publicó otra nota más vinculada al cierre de colegios, esta vez en la Provincia de Córdoba. Se llamaba: «Córdoba:
el Ocaso de los Brujos» y, a diferencia de lo que había ocurrido en el colegio San Miguel, Cabildo elogiaba la medida que había tomado el Gobierno.
La Secretaría de Cultura y Educación de esa Provincia acababa de decretar
la clausura y el cierre definitivo del instituto privado de enseñanza primaria «Leo Bovisio».14 Según Cabildo, el fundador era Santiago Bovisio, creador de la Orden de los Caballeros Americanos del Fuego (CAF) que
actuaba como Ordecon (Comunidad de Ordenados). En la revista se decía
que esa escuela estaba en manos de una «poderosa y tenebrosa organización judeo masónica panteísta, ocultista, esotérica, mágica, teosófica y
cabalística, vinculada a Estados Unidos e Israel, entre otros». La secta del
CAF «destilaba una religiosidad esotérica negadora de la capacidad del
hombre para llegar al conocimiento de Dios mediante la teología y la Fe, al
reemplazar a ésta por la magia y atentatoria del Ser Nacional por subver12 Ibidem.
13 Invernizzi y Gociol, 2002.
14 Cabildo, N.º 21, diciembre 1978, pp. 29-30.
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sión ideológica, destructiva de la raigambre histórica del Ser Argentino».
Cabildo y sus lectores «aplaudían y felicitaban por esa acción a las autoridades de la provincia mediterránea», ya que «ha ganado en Córdoba otra
batalla»: la de «erradicar de su comunidad educativa este foco subversivo
enquistado desde hacía treinta años».
Además de intervenir colegios y censurar libros, el ministro Bruera
ordenó intervenir también las universidades, declaró cesantes a cientos de
profesores y mandó cerrar distintas carreras, entre ellas las de Sociología,
Psicología y Antropología.15 Haciéndose eco de estas medidas, en la revista se dio a conocer un artículo denominado «Antropología y Subversión»,
adonde se sostenía que «era sabido» que en 1955 «el marxismo bien pensante de los Romero y los Risieri Frondizi» comenzó la tarea de «demoler
las bases más firmes de nuestra auténtica nacionalidad» y sentó las bases
de tres carreras que serían «las piezas clave de esa estrategia disolvente: las
de Sociología, Psicología y Antropología».16 A esta altura del Proceso, se
preguntaban, «¿quién podría ignorar que esas ‘profesiones’ aparecían sintomáticamente repetidas en el currículum de los guerrilleros?» Por ejemplo, la Antropología, tras la excusa de que era materia que tenía como campo de observación y estudio a las poblaciones marginadas, resultaba un
«campo propicio para reclutar e instruir a sus huestes subversivas y soliviantar a los pobladores de esos lugares». Asimismo, los antropólogos
aprovechaban los viajes de investigación pagados por el Estado para «vender piezas arqueológicas» y «comprar armas».
El redactor de Cabildo felicitaba al ministro por haber clausurado esas
tres carreras en varias universidades. Sin embargo, advertía que había dejado abierta Antropología en Buenos Aires (UBA), Misiones y Comahue,
adonde aún continuaban «agazapados en cargos docentes, elementos altamente comprometidos con la subversión apátrida». También hacía notar
que varios de los profesores declarados prescindibles en la UBA fueron
«inmediatamente contratados en otras universidades». En este sentido, el
cronista afirmaba que, si bien Bruera era un «técnico» y un «anodino»,
había tenido buenas ideas para la universidad, pero fue Videla quien «mandó congelar todo lo que pudiera irritar al reformismo y congeló los proyectos que pudieran dar lugar a descontentos pasibles de ser capitalizados por
los enemigos del gobierno».17
15 Sobre la política universitaria del Proceso, ver Rodríguez y Soprano, 2009.
16 Cabildo, N.º 16, mayo- junio 1978, pp. 30-31.
17 Cabildo, N.º 41, marzo 1981, pp. 24-25.
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Si al ministro Bruera los nacionalistas católicos le reconocían algún
mérito, fueron mucho más críticos con su sucesor Catalán. A poco de asumir el cargo, este ministro dio a conocer la Resolución N.º 538 que disponía la distribución, en todos los establecimientos educativos del país, del
documento denominado Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos
a nuestro enemigo. El manuscrito se había hecho para facilitar la «comprensión del fenómeno subversivo que vivía la Argentina de esos días» y
a los fines de «explicar en forma directa y clara los principales acontecimientos sucedidos y de brindar elementos de juicio sobre el accionar del
marxismo».
Los de Cabildo elogiaron entusiasmados su contenido, decían que se
trataba «del mejor documento oficial jamás redactado por el Estado
Argentino y relativo a la subversión marxista».18 Los había «sorprendido»
por la «seriedad, la agudeza, la franqueza, la lucidez y la veracidad» con
que había sido escrito, pero creían que el ministro había «hecho un sub uso
del documento», ya que la distribución en los institutos de enseñanza fue
«harto deficiente». El columnista se preguntaba si esto había sido por un
defecto de la burocracia típico de la gestión de Catalán, o bien era «un fino
sabotaje a su distribución». Lo cierto, continuaba, era que muchos colegios
y profesores de la Capital y del interior del país todavía lo desconocían, y
lo más grave era que a ninguna universidad nacional o privada se le había
hecho llegar un solo ejemplar de este folleto.
Concluía que esto no podía ser casual y que seguramente Catalán
había dictado alguna consigna de no distribuirlo en general, y en particular
a las universidades. De acuerdo a su punto de vista, el problema estaba en
que el ministro había sido dirigente de la Federación Universitaria
Argentina en Tucumán cuando «la izquierda» copó la universidad después
del derrocamiento de Perón. Era «evidente que el texto provenía de los
militares y que no había sido escrito por civiles y mucho menos por
Catalán», a quien le endilgaba «ambiciones electoralistas» y por esos motivos habría prohibido la difusión del folleto en las universidades, porque
«calculaba que eventualmente con esos actores iba a tener que buscar un
acuerdo en el futuro». Remataba su nota con la frase: «No hay nada peor
que un político con mentalidad electoralista metido en un gobierno de facto». En síntesis, el nombramiento de Catalán había sido el principal «error»
de Videla.
18 Cabildo, N.º 18, septiembre 1978, pp. 31-32.
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Después de los mandatos de Bruera y Catalán, hubo un periodo en el
que el presidente de facto no encontraba sustituto para el Ministerio de
Cultura y Educación (cuestión que ya había pasado cuando le pidieron la
renuncia a Bruera). Mientras asumía por segunda vez como suplente el
general Albano Harguindeguy, las especulaciones sobre quién sería el futuro mandatario eran frecuentes en la prensa.
En la revista aprovecharon esta situación para criticar una vez más a
Videla. Publicaron una nota que se titulaba «La Sencilla y Ardua Búsqueda
de un Ministro», adonde comentaban que el gobierno llevaba mes y medio
sin encontrar ministro de Educación y que los militares no se ponían de
acuerdo con el nuevo mandatario, «no porque no alcance el grado de excelencia que ese cargo requiere, sino porque no da justo en el grado de mediocridad que se le exige».19 De acuerdo con el cronista, el candidato podría
«ser un figurón más o menos bobo que se pone en manos de las trenzas
administrativas y se dedica a decir vaguedades por televisión, entre otras
cosas». Lo mejor que podrían hacer «sería congelar la vacante de la cartera, o, en todo caso, mandar un sargento que vigile el cumplimiento de los
horarios y la limpieza de las paredes y vaya tirando hasta que llegue el
gobierno de probeta que la Reorganización parecería proponerse constituir
en su democrático heredero». Por este camino, apuntaba, no había garantía
de que «a la primera de cambio el campo de la Educación no vaya a ser
copado nuevamente por la izquierda». A dos años y medio, el proceso en
el sector educativo y cultural era «cuando menos desconcertante». En el
plano de la cultura pasaba lo mismo y esto podía provocar «una nueva
embestida del terrorismo cultural».
Los nacionalistas y el CONICET
Luego de las dos breves gestiones de Bruera (marzo 1976 - abril/mayo
1977) y de Catalán (junio 1977- agosto 1978), la cúpula militar escuchó los
consejos de la jerarquía eclesiástica. Los cardenales Pironio, Primatesta y
Aramburu se reunieron con Videla y le sugirieron que pusiera a Juan Rafael
Llerena Amadeo al frente de este Ministerio. Llerena Amadeo era un católico conservador, de profesión abogado, pertenecía a la Corporación de
Abogados Católicos «San Alfonso María de Ligorio», una de las organiza19 Cabildo, N.º 19, octubre 1978, p. 5.
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ciones de profesionales de laicos que había creado la Iglesia Católica en los
años treinta y de la cual eran miembros varios funcionarios del Proceso.
Había sido subsecretario de Educación del ministro José Mariano
Astigueta (1967-1969) durante la presidencia del general Juan Carlos
Onganía en la dictadura anterior. Colaboraba con el diario La Nación, trabajaba como profesor de las universidades Católica Argentina y del
Salvador, y desde 1976 era secretario académico de la Facultad de Derecho
de la Universidad Nacional de Buenos Aires o UBA.
Antonio Caponnetto y su grupo estaban vinculados con Llerena
Amadeo por afinidades ideológicas -estaban del lado de los católicos preconciliares- y por medio de una estrecha y compleja trama de institutos y
fundaciones privadas que funcionaron en el CONICET, en las áreas de
«Ciencias Sociales» y «Ciencias Humanas y Morales». Ellos eran responsables del Instituto de Ciencias Sociales (ICIS), la Fundación Argentina de
Estudios Sociales (FADES), la Asociación para la Promoción de Sistemas
Educativos no Convencionales (SENOC), la Asociación para la Promoción
de los Estudios Territoriales y Ambientales (OIKOS) y el Instituto
Bibliográfico Antonio Zinny (IBIZI), a cargo del profesor de historia Jorge
Clemente Bohcziewicz. En 1977, el entonces abogado y profesor de la
UBA, Juan Rafael Llerena Amadeo, había contribuido con aportes monetarios a la creación de la SENOC y luego formó parte del directorio. Estas
buenas relaciones no estuvieron exentas de tensiones, en tanto Llerena
Amadeo estaba estrechamente relacionado con las autoridades católicas del
CONSUDEC, a quienes Cabildo había atacado, como vimos en el apartado anterior.
Cuando Llerena Amadeo era ministro, Caponnetto y sus aliados organizaron un «curso de perfeccionamiento docente» que había sido aprobado
por la Superintendencia Nacional de Enseñanza Privada (SNEP) del
Ministerio de Cultura y Educación. Es decir, a diferencia de otros cursos
que se ofrecían en la revista —por ejemplo, los de Historia Argentina de
Federico Ibarguren—, éste otorgaba puntos a los docentes del Sistema. El
curso se llamaba «Corrientes pedagógicas contemporáneas: su incidencia
en la tarea escolar»20 y perseguía los objetivos de esclarecer acerca de las
teorías pedagógicas modernas, sus aciertos, carencias y desajustes; comprender la repercusión en la vida escolar de aquellos desajustes y carencias;
analizar críticamente y revisar las áreas pedagógicas de la enseñanza
20 Cabildo, N.º 23, marzo- abril 1979, p. 2.
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media; estudiar los fundamentos de la pedagogía católica; ejercitar y resolver problemas vinculados a: textos, planificación, disciplina, contenidos y
metodología de estudio.
Las exposiciones teóricas estaban a cargo de Antonio Caponnetto
(ICIS- FADES): «Actual Panorama Pedagógico. El caso de las Ciencias
Sociales» ;21 el padre José Luis Torres- Pardo: «La catequesis moderna»;22
Jorge N. Ferro (SENOC): «La enseñanza de las Humanidades»; Rafael L.
Breide Obeid (OIKOS): «La enseñanza de las Letras»; Juan Carlos Montiel
(SENOC): «La enseñanza de las Ciencias Naturales»; Witold R.
Kopytynski: «La enseñanza de las Ciencias Exactas» y Roberto J. Brie
(ICIS-FADES): «Concepción Católica de la Pedagogía». De los «trabajos
prácticos» se encargaban el doctor Edgardo Palavecino, Antonio
Caponnetto y Juan Carlos Montiel.
Los docentes interesados en dicho curso debían inscribirse en el
Instituto de Promoción Social Argentina (IPSA), al cual estuvo vinculado
el nacionalista admirador de Santo Tomás de Aquino, Carlos Alberto
Sacheri, muy relacionado con el grupo de Verbo, que fue presidente de la
organización filo nazi «Ciudad Católica» y trabajó en el CONICET y en la
Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura (FECIC).23
Antonio Caponnetto era profesor de Historia egresado de la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA y trabajaba como docente en la Facultad
de Derecho de la misma universidad. En los años del Proceso fue becario
del CONICET con sede en ICIS-FADES, y cumplía funciones de tesorero
en FADES, cuyo presidente era el filósofo Roberto José Brie, quien además
era su director de beca. En ocasiones, Antonio escribía con su hermano
Mario, quien estaba casado con la hija de uno de los máximos representantes de esta corriente ideológica, Jordán Bruno Genta.24
Mario Caponnetto era médico graduado en la UBA y había realizado
los cursos que dictaba su suegro. Integraba la FECIC y, junto a Brie, la
SENOC. Pertenecía al Consorcio de Médicos Católicos, a la Corporación
21 Caponnetto también daba cursos de «formación doctrinaria para jóvenes», entre ellos el de
Introducción al pensamiento nacionalista.
22 El padre Torres Pardo nació en España y llegó al país en 1968. Con la ayuda de los monseñores Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín creó en Rosario el Instituto Cristo Rey en 1980 integrado por
«sacerdotes y hermanos coadjutores» y la Legión de Cristo Rey, formada por laicos en sus dos ramas:
masculina y femenina, conocida por sus posiciones extremas.
23 Sobre Sacheri, ver Ranalletti, 2009, pp. 249-280.
24 Sobre Genta, ver Senkman, 2001, pp. 275-320; Ferrari, 2009. Genta y Sacheri fueron asesinados en 1974 por grupos armados de izquierda.
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LOS NACIONALISTAS CATÓLICOS DE CABILDO Y LA EDUCACIÓN EN ARGENTINA
de Científicos Católicos y a la Sociedad Internacional Tomás de Aquino
(SITA). El abogado y profesor en letras, Breide Obeid, de OIKOS, era
empleado de planta del Ministerio de Cultura y Educación y trabajaba en
el área universitaria, como profesor de la Universidad Católica Argentina,
además de formar parte de la SITA. Jorge Norberto Ferro era egresado en
Letras, profesor en la Universidad Católica de La Plata, becario de CONICET, con sede en SENOC, y especialista en literatura española medieval.
Juan Carlos Montiel, profesor de Biología, egresado de La Plata y vinculado al SENOC, era propietario y director de un colegio secundario,
privado y católico ubicado en el distrito de San Miguel, provincia de
Buenos Aires.
Todos ellos solían escribir, no tanto en Cabildo sino en revistas católicas afines al Proceso, entre ellas Verbo, Mikael y Estrada.25 Otros conocidos nacionalistas católicos que pertenecían a OIKOS, como Patricio
Randle o Aníbal D’Angelo Rodríguez, publicaron en Cabildo en más de
una ocasión. Como pudo apreciarse, una figura clave de este grupo fue
Roberto José Brie, egresado de Filosofía por la UBA, que había sido profesor de Sociología, Filosofía y Metodología de la Investigación en varias
universidades nacionales y en la Católica de La Plata. Durante la dictadura
de Onganía, entre 1966 y 1969, fue decano de la Facultad de Filosofía de
las Universidades Nacionales del Litoral y de Rosario (1966-1969). Cursó
estudios de doctorado en Alemania y era integrante de la Sociedad Tomista
Argentina.26 La importancia de Brie residía en que fue uno de los principales responsables del destino de los dineros del CONICET, ya que en esos
años integró el Comité Ejecutivo y el Directorio.
Los representantes de estos institutos organizaron con subsidios del
CONICET diversas actividades como simposios, jornadas o encuentros
adonde exponían a un público numeroso sus posturas acerca de lo que
había que hacer en el campo educativo. De la misma manera, con esos
dineros financiaron sus propias publicaciones. En suma, el CONICET costeó, durante los años del Proceso, buena parte de las actividades de los
nacionalistas católicos. Una vez finalizada la dictadura, las autoridades del
25 Sobre la revista Verbo ver Scirica, 2006. Sobre Estrada ver Rodríguez, 2010; acerca de la
revista Mikael ver Doval, 2001, pp. 121-146.
26 http://cablemodem.fibertel.com.ar/sta/prof_dr_brie.htm, visitado el 2 noviembre de 2009.
Sobre Brie y su actuación en la Universidad, ver Apaza (2009); acerca de la participación de Brie en
grupos nacionalistas ver Orbe (2008). Sobre la política del CONICET durante el Proceso, ver
Bekerman (2008).
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CONICET en democracia denunciaron a los responsables de estos y otros
institutos por malversación de fondos públicos.27
Dijimos que Caponnetto se autodefinía como un «especialista» en
educación. Había escrito varios artículos en Cabildo y en otras revistas y
en mayo de 1981 publicó un libro que sintetizaba su trabajo de los años
anteriores; se llamaba Pedagogía y Educación. La crisis de la contemplación en la Escuela Moderna, y sus editores fueron Cruz y Fierro. En
Cabildo se anunciaba que Juan Carlos Montiel presentaría la obra el 22 de
mayo.28 En la solapa se aclaraba que el autor tenía publicados otros manuscritos como «Las falsificaciones históricas», «Aportes para una historia del
Modernismo en la Argentina» y «La ciudad y la Virgen». Se decía que
reflejaban sus «inquietudes religiosas, históricas y del pensamiento histórico hispanoamericano». Caponnetto le dedicaba el libro a Jordán Bruno
Genta y explicaba que pretendía mostrar que la única «Pedagogía verdadera» era la «Pedagogía de los Arquetipos» planteada por Genta.
En la siguiente edición de Cabildo se publicó un comentario en la
sección fija denominada «Libros», ubicada en las últimas páginas. El
autor, Álvaro Riva, sostenía que la tesis «central y sencilla del libro» era
que la educación «debía rescatar la interioridad del hombre para elevarlo
hasta Dios y ello por miedo de la contemplación. Esto pondría en movimiento los mecanismos más íntimos y más misteriosos de la personalidad
humana y limpiaría al Hombre Moderno de las bajezas de su formación y
lo liberaría del proceso de desacralización que lo iba cercando hasta asfixiarlo».29 Este libro, como otros textos de los nacionalistas católicos que
se publicaron en esa época, circularon como material de lectura obligatoria en distintas instituciones educativas, varias de ellas dependientes de las
Fuerzas Armadas.
27 Informe sobre investigaciones de hechos ocurridos en el CONICET (Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas). Período 1976-1983, Buenos Aires, EUDEBA, 1989. El ex
ministro Ricardo P. Bruera fue nombrado director de un nuevo instituto del CONICET, el Instituto
Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IRICE) creado en julio de 1977. Bruera también fue denunciado por malversación. Es preciso señalar que en 1992 Antonio Caponnetto entró a
carrera del CONICET con sede en el IBIZI como investigador adjunto con dedicación exclusiva y continúa hasta hoy. Después de la muerte de Curutchet, Caponnetto asumió como director de la revista
Cabildo y lo sigue siendo en la actualidad. Es decir, la relación de los nacionalistas católicos con el
CONICET ha continuado en democracia.
28 Cabildo, N.º 42, marzo 1981, pp. 33-34.
29 Cabildo, N.º 43, junio 1981, p. 34.
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LOS NACIONALISTAS CATÓLICOS DE CABILDO Y LA EDUCACIÓN EN ARGENTINA
La Ley Universitaria y la asignatura Formación Moral y Cívica
De todos los ministros del Proceso, Llerena Amadeo fue el que más
tiempo duró en el cargo —dos años y casi cuatro meses—. Dadas sus afinidades con los nacionalistas católicos, resultó el único mandatario que
recibió elogios por parte de los redactores de Cabildo. Bajo su gestión concretó tres medidas que fueron comentadas en la revista: la sanción de la Ley
Universitaria, el cierre de la Universidad Nacional de Luján y la creación
de la materia Formación Moral y Cívica.
A principios de 1979 el ministro hizo circular un anteproyecto de Ley
Universitaria. A los fines de contribuir al debate, la revista publicó un
«Programa Mínimo de 20 Puntos para la Educación Argentina» elaborado
por el geólogo Raúl Alberto Zardini,30 un peronista de derechas que había
sido nombrado decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA
durante la gestión del ministro peronista Oscar Ivanissevich y del rector
Ottalagano. En julio de 1975 la organización armada Montoneros puso una
bomba en la casa de Zardini, según señalaban, en represalia por la persecución a militantes de esa agrupación en la Universidad. Durante el Proceso,
fue director del Departamento de Ciencias Geológicas de la Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y estaba al frente de un proyecto
financiado por el CONICET.
En el Programa Mínimo, el geólogo dedicaba la mitad de los puntos
al «problema de la universidad». Con respecto a los niveles primario y
secundario, proponía, entre otras cosas, prohibir la educación mixta para el
colegio secundario (igual que hizo el franquismo) y establecer la doble
escolaridad. Por un «problema de dignidad nacional», Zardini decía que
había que rechazar todo intento de financiamiento por parte de organismos
o instituciones internacionales. Creía que la Universidad había sido «casi
sin interrupción desvirtuada y transformada en el verdadero botín del marxismo» y por esa razón se debía «detener el crecimiento desmesurado».
Tenía que ser gobernada en los asuntos académicos por los profesores bajo
rígidas y claras pautas gubernamentales; los docentes serían seleccionados
por sus pares; debían aumentarse las dedicaciones exclusivas y eliminar las
simples y había que «erradicar totalmente la idea del concurso». Los profesores exclusivos debían quedar habilitados para ejercer tareas de «asesoramiento privado», como una forma de enriquecer los conocimientos y vincularlos con la industria.
30 Cabildo, N.º 22, febrero 1979, pp. 31-32.
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En medio del debate público sobre una nueva norma para la Universidad, el redactor de la revista escribió: «El problema de la universidad No
es Legal sino Real».31 Después de repasar las posiciones de distintos especialistas que se habían ido manifestando en el diario La Nación, el responsable de la nota explicaba que el proyecto no parecía de ningún modo peor
que los anteriores, ya que «era una ley típicamente convencional y positivista que no iba a desterrar el marxismo de los claustros» ni buscaba una
verdadera renovación de todo el sistema de enseñanza superior como la que
reclamaba el país. Las universidades «tenían hipertrofia algunas y dispersión de otras, descontrol generalizado, carencia de investigación y saber
creador, exigua dedicación tanto docente como estudiantil, etc. etc.».
Finalizaba citando las palabras del arquitecto Patricio Randle, que había
pronunciado en la Fundación para la Acción Social y Económica (FASE)
de Córdoba. Allí había dicho que no podía creer que los militares, «que no
temieron exponer su pellejo en el campo de batalla se sintiesen inseguros
en el terreno universitario». La ley no servía y «Dios y la patria os demandarán por haber perdido esta preciosa oportunidad». Una vez sancionada en
abril de 1980, los de Cabildo seguían opinando en el mismo sentido.
Al igual que en otros regímenes autoritarios, los funcionarios argentinos consideraban que las universidades eran «demasiadas».32 Con el objetivo de disminuir el número, en diciembre de 1979 Llerena Amadeo cerró
la primera casa de estudios ubicada en la ciudad de Luján, en la Provincia
de Buenos Aires. La medida generó expresiones de rechazo incluso de los
sectores aliados al Proceso y la presión fue de tal magnitud, que el ministro debió suspender sus intenciones de llevar a cabo otros cierres.33
Respecto a la clausura de la Universidad Nacional de Luján, la revista calificó de «excelente» la medida, que buscaba cumplir con la «labor de higienización intelectual del país, tan necesaria y tan vital para evitar que se
repita el ciclo de marxistización de la juventud del cual estamos saliendo».34 De acuerdo a su versión, cuando a Llerena Amadeo le dijeron «que
continuase clausurando universidades como la de Lomas de Zamora o la de
Catamarca u otras más que, al fin y al cabo, eran tan lamentables o más que
la de Luján», el ministro contestó «Seré un poco loco pero no soy tonto».
31 Cabildo, N.º 26, agosto 1979, pp. 28-31.
32 Los ideólogos del franquismo también creían que el número de universidades era excesivo;
ver Morente Valero, 2005, pp. 179-214.
33 Respecto a este episodio del cierre de Luján, ver Rodríguez y Soprano, 2009.
34 Cabildo, N.º 41, marzo 1981, pp. 24-25.
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El columnista explicó que el mandatario debió abandonar esta medida por
culpa de Videla, quien no la había apoyado lo suficiente.
En relación con la nueva materia de Secundaria, Formación Moral y
Cívica, Antonio Caponnetto firmó una nota titulada «En torno a Formación
Moral y Cívica».35 La inclusión de la materia fue elogiada por distintos grupos de católicos, como los nucleados en el CONSUDEC. Sin embargo, la
aparición de esa asignatura fue muy criticada por organizaciones judías,
evangélicas, laicas y de editorialistas de diarios como La Nación. Las distintas voces cuestionaban los contenidos católicos e incluso hubo versiones
que aseguraban que Llerena Amadeo implementaría seguidamente la asignatura «Religión». Debido a estas polémicas que tuvieron una gran cobertura de la prensa, el ministro tuvo que modificar algunas partes de los programas y salir a desmentir que se pretendiera introducir la enseñanza
religiosa.
En esa nota, Caponnetto retomaba los viejos argumentos que los católicos venían esgrimiendo desde los años treinta. Decía que este problema
generado por la implementación de Formación Moral y Cívica sólo era
inteligible «dentro del contexto total de la educación argentina». Ella fue
concebida desde el éxito del Liberalismo en 1853 «como el instrumento
más idóneo para la distorsión de la Inteligencia». Se trataba de «asegurar la
dependencia física mediante la entrega metafísica a la ideología triunfante». Afirmaba que «la Identidad Nacional, substancialmente católica, debía
atomizarse hasta su desaparición». El laicismo escolar sirvió eficazmente a
estos propósitos, desde entonces, «se convirtió en la bandera de todos los
enemigos de Dios y de la Patria».
Caponnetto recordaba que la mayor «desgracia» fue la Ley 1420, que
el católico José Manuel de Estrada calificó de «inicua e impía». A causa
de la sanción de esa norma, los docentes «llevaban en la frente el estigma
1420, a modo del 666 apocalíptico». Los programas de Formación Moral
y Cívica no imponían religión alguna, pero exponían con valentía, y ése
es su gran mérito, «los principios rectores de la Doctrina Católica, que,
insistimos, son los principios del Orden Natural vivificados por la
Revelación». Caponnetto consideraba que habían acusado a la materia de
«confesional, nazicatólica, católica de derecha, preconciliar, inquisitorial,
maléfica o sectaria». Todas estas expresiones fueron publicadas en los diarios La Nación, La Prensa, Buenos Aires Herald, La Luz, la Sociedad
35 Cabildo, N.º 26, agosto 1979, pp. 23-26.
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Hebraica, la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas o DAIA y
la revista Símbolo. Según él, «hasta los evangelistas habían adherido envalentonados». Si esto seguía así, pensaba, «mañana lo harían los mormones
o tal vez, el Ejército de salvación organice una protesta». El artículo continuaba con insultos explícitos hacia los judíos. En el mismo tono se
encontraba un artículo firmado con las iniciales de M. C., que coincidían
con el nombre de Mario Caponnetto, hermano de Antonio. Se llamaba «El
laicismo, un Viejo Mal Argentino» y concluía, entre otras cosas, que los
ataques a la materia debían ser considerados como «la nueva estrategia de
la subversión». Defendía la asignatura, ya que sus contenidos revelaban
«un oportuno retorno a las fuentes clásicas y cristianas de nuestra cultura» y eso era un signo alentador.
Antonio escribió otra columna titulada «Más sobre Formación Moral
y Cívica».36 Volvía sobre el tema porque se había convertido en uno de los
«núcleos álgidos del panorama nacional y constituía un asunto de política
internacional». Dos objetivos «perseguían sus impugnadores»: evitar «la
cristianización de la enseñanza pública y acusar al gobierno de las Fuerzas
Armadas de violar con esta asignatura los derechos humanos por ser discriminatoria, totalitaria, etc.». Explicaba que «No han sido las escuelas católicas como tales las que han engendrado guerrilleros, sino las escuelas católicas laicizadas por agentes marxistas, corrompidas sistemáticamente con
instrucciones precisas del Comunismo Internacional». Terminaba diciendo
que la materia debía seguir dictándose tal como estaba. En un recuadro
comentaba las palabras de monseñor Laise, obispo de San Luis, en las que
se pronunciaba contra «el laicismo masónico» y reivindicaba la enseñanza
de la religión en las escuelas públicas.37
A principios de 1980 Alonso Quijano escribió «Cosas Veredes
Sancho…», en referencia a una supuesta propaganda con la que la
Asociación de la Mutual Israelita Argentina o AMIA venía proponiendo
una educación judía para la patria.38 Seguía admitiendo que con los programas de la materia Formación Moral y Cívica, el Ministerio había dado un
paso seguro en el recto camino, pero sería inútil llevar a Cristo a las escuelas, si en la calle seguían mandando «los mercaderes de la desintegración
nacional».
36 Cabildo, N.º 27, septiembre 1979, p. 7.
37 Para conocer otras intervenciones de Laise, ver Obregón, 2006, pp. 131-153.
38 Cabildo, N.º 30, diciembre 1979-enero 1980, p. 7. Respecto al antisemitismo explícito de
la revista, ver Saborido, 2004, pp. 209-223.
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En mayo de 1981 se anunciaba en la revista que el citado obispo de
San Luis dictó una «clase magistral» inaugurando la Escuela de Servicio
Social «Pío XII» de la Universidad Católica de Cuyo.39 Delante del gobernador, ministros provinciales, jefes aeronáuticos y distintas autoridades,
Laise afirmó que «la ley 1.420 dejó frutos nefastos para el país, siendo una
de sus consecuencias la subversión marxista que asoló a nuestra patria».
Con la ley se produjeron «deformaciones que en un régimen de enseñanza
católica, donde se inculcara a los jóvenes los principios de la moral cristiana, nunca se hubieran producido». Terminaba asegurando que «Esas consecuencias nefastas» venían del siglo pasado, «a consecuencia de la incoherencia de los gobiernos liberales y masónicos».
En marzo de 1981 se publicó una nota sin firma titulada «Educación:
Balance de 5 años».40 Después de volver a criticar las gestiones de los dos
primeros ministros, el artículo se dedicaba a elogiar a Llerena Amadeo
y criticar a Videla. Según Cabildo, el primero era «un hombre de formación católica que cumplió una gestión discreta dentro de las limitaciones
impuestas por la mediocridad generalizada del gobierno del Proceso y
acentuadas por el manoseo de un primer ministro y los dislates de un
segundo titular». Durante su ministerio, «por lo menos se impidió la comisión de graves errores que podrían haber sido fatales» y se «puso una
barrera a la infiltración de ideas e iniciativas de dudosa intención».
Lamentablemente, seguía, en materia universitaria «el gobierno perdió
la oportunidad sugerida por Bruera de proceder a una amplia reorganización».
Seguidamente, el analista pasaba a comentar el estado de la Secretaría
de Cultura, que dependía del Ministerio de Cultura y Educación. Sostenía
que el país necesitaba una «infraestructura mínima pero sólida basada en
pocos buenos museos, bibliotecas, archivos históricos, o sea lo que no se ve
pero que constituye el único acervo sobre el cual se pueden desarrollar las
auténticas actividades culturales». Terminaba con un balance sobre la gestión de la Secretaría de Ciencia y Tecnología, que había sido creada por
Perón y estaba llena de «activistas de ultra izquierda» y el gobierno debió
«pasar la escoba» por allí. Ponderaba a uno de sus máximos funcionarios,
Fermín García Marcos, porque había terminado con la intervención al
CONICET y había nombrado a un «Directorio digno y capaz», entre cuyos
39 Cabildo, N.º 42, marzo 1981, p. 11.
40 Cabildo, N.º 41, marzo 1981, pp. 24-25.
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miembros se hallaba, recordemos, el director de beca de Caponnetto,
Roberto Brie.
En uno de los últimos intentos de los nacionalistas católicos de elaborar una propuesta de gobierno, a principios de 1982 dieron a conocer los
Principios Doctrinarios del Movimiento Nacionalista de Restauración.41 El
documento tenía los apartados de «Política institucional», «Política
social», «Política económica», «Política exterior y defensa nacional» y
«Política cultural y educativa». En este punto afirmaban que concebían a la
Cultura como la proyección de la acción del hombre sobre las cosas y sobre
su propio ser, conforme «al orden natural de su inteligencia, elevado hacia
el Orden Sobrenatural por la Gracia Divina». Respecto a la educación,
argumentaban que en todos los niveles tenía que ser «católica y jerárquica»
y que en el nivel elemental debía ser gratuita y obligatoria. En la enseñanza post primaria y secundaria el Estado debía promover y orientar a los
jóvenes según sus vocaciones intelectuales, profesionales y laborales,
siguiendo la «primacía de la formación integral de la persona sobre la mera
acumulación de conocimientos». En la educación superior había que devolverle a la Universidad su carácter fundamental de «Escuela de Sabiduría
ordenada en la búsqueda de la Verdad y a la formación de profesionales
idóneos y necesarios que la nación requería». Finalizaba asegurando que
«el Nacionalismo no debía renunciar a su objetivo de extirpar de nuestra
Nación la peste del laicismo y con ella la Ley de Enseñanza Laica, devolviendo a la educación el sentido religioso que le es esencial y, además, propio de nuestra tradición».42
Reflexiones finales
Es preciso recordar que los nacionalistas católicos de Cabildo fueron
sólo uno de los tantos grupos de derecha que venían actuando en el país
desde los años veinte y cuyas complejas ramificaciones se pueden observar
hasta los años de la última dictadura.43 En este artículo pudimos apreciar
que los de Cabildo estaban lejos de ser figuras aisladas de la política del
41 Cabildo, N.º 49, enero 1982, pp. 18-23.
42 Ibidem, p. 23.
43 Sobre la derecha y el nacionalismo en la Argentina, ver, entre otros, Navarro Gerassi, 1968;
Buchrucker, 1987; Rock, 1993; Devoto, 2002; Lvovich, 2003; McGee Deutsch, 2003; Senkman, 2001,
pp. 275-320; Lewis, 2001, pp. 321-370.
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momento y participaron activamente de las cuestiones internas que se dieron en el gobierno dictatorial.
Del lado de la Iglesia, después de los conflictos ocasionados por el
Concilio Vaticano II, buena parte de la jerarquía eclesiástica lo desconoció
y saludó la llegada de un golpe cívico-militar en 1976. Los nacionalistas
tomaron partido y coincidían en todo con los sectores tradicionalistas más
intransigentes representados por monseñor Plaza y monseñor Laise.
Asimismo, tuvieron una actitud ambigua con los responsables del CONSUDEC, quienes se encontraban dentro del arco amplio de los católicos conservadores.
Las ideas programáticas de este grupo reflejaban una continuidad de
las formuladas por la Iglesia desde los años treinta. Estaban de acuerdo con
que el «enemigo» de todos los «males» argentinos era la Ley de Educación
N.º 1420 y que este «problema» se solucionaría con su derogación y la
implantación de la enseñanza católica en todos los niveles de enseñanza.
Esta propuesta se vio cumplida en parte cuando se impuso la educación
católica en algunas Provincias en los años treinta y con carácter nacional a
partir de 1943.44 Como han señalado otros investigadores, después de su
pelea con el peronismo en 1954, la Iglesia cambió de estrategia y procuró
incorporar a las estructuras del Estado a intelectuales laicos formados en
sus asociaciones, con la intención de expandir el sistema privado de enseñanza creando sus propias instituciones, aunque un sector nunca perdió la
esperanza de reeditar la alianza de los años cuarenta.45
Durante el Proceso, a este planteamiento histórico de la Iglesia, los
nacionalistas le agregaron algunos puntos. Estaban de acuerdo con la intervención a las distintas instituciones educativas y especialmente a las católicas, el cierre de carreras y de universidades públicas, la vigilancia a los
docentes, la censura de libros y se pronunciaron en contra de la educación
mixta en la secundaria. Además, tuvieron sus propias ideas sobre cómo
debía ser el funcionamiento interno de la Universidad. En este trabajo
vimos que los nacionalistas católicos no sólo plasmaron estas nociones en
la revista, sino que ejercieron cierta influencia en el CONICET y desde allí
difundieron sus creencias a través de los proyectos de investigación radicados en los institutos, tesis, artículos, libros y conferencias. Esos textos continúan circulando en ciertas universidades y establecimientos militares.
44 Acerca de estos años, ver Caimari, 1995; Di Stefano y Zanatta, 2000.
45 Ver Krotsch, 1989; Mallimaci, 1996, pp. 181-218; Bianchi, 2002, pp. 143-162; Devoto,
2005, pp. 187-204; Zanca, 2006.
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Los analistas del periodo han mostrado que la última dictadura logró
producir cambios profundos y, simultáneamente, varios de sus objetivos
más ambiciosos no pudieron ser concretados o debieron ser revisados a
causa de los múltiples conflictos que se dieron al interior de la Junta
Militar, entre los militares, y entre éstos y los civiles que integraban el
Gobierno.46 En suma, de todos los ministros que ocuparon la cartera, tanto
la Iglesia como los de Cabildo pusieron sus esperanzas en Llerena
Amadeo, quien era un laico perteneciente a sus propias corporaciones. Al
finalizar el Proceso, los nacionalistas no pudieron concretar el viejo anhelo de tener una nueva ley de educación y debieron contentarse con ciertas
materias.47 En definitiva, las mencionadas cuestiones internas entre los funcionarios, entre otras causas, terminaron por clausurar definitivamente este
último intento de los católicos.
Recibido el 08 de abril de 2010
Aceptado el 28 de octubre de 2010
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2003; Quiroga, 2004; Pucciarelli, 2004; Águila, 2008; Canelo, 2008.
47 Sólo en la provincia de Santiago del Estero se impuso la enseñanza católica en las escuelas
públicas. La medida se anunció a mediados de 1976 y generó comentarios críticos en algunos diarios
nacionales. A principios de 1982 se dio a conocer que en la provincia de Catamarca se daría educación
católica en los jardines de infantes. Esta noticia también originó repudios de diversas asociaciones.
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Artículos
Anuario de Estudios Americanos, 68, 1,
enero-junio, 283-314, Sevilla (España), 2011
ISSN: 0210-5810
Francisco Javier Alegre (1729-1788):
una aproximación a su obra teológica/
Francisco Javier Alegre (1729-1788):
an approach to his theological work
Inmaculada Alva Rodríguez
Universidad de Navarra, España
Los Institutionum theologicarum libri XVIII de Francisco Javier Alegre son poco
conocidos. Esta obra supone un intento de renovar la decadente escolástica, con los nuevos métodos de la teología positiva e histórica. Su originalidad e interés radica en el diálogo que mantiene con los filósofos ilustrados.
La descripción de su contenido y, sobre todo, el estudio de las fuentes que utiliza,
muestran un hombre de amplias y variadas lecturas y remiten al ambiente de renovación
cultural que impregnó la vida cultural del Virreinato de Nueva España. Refleja también el
entorno intelectual de los jesuitas asentados en Italia tras la expulsión y extinción de la
Compañía de Jesús.
PALABRAS CLAVE: Francisco Javier Alegre; Jesuitas americanos; Expulsos; Fuentes; Teología.
Little is known about Institutionum theologicarum libri XVIII by Francis Xavier
Alegre. This work represents an attempt to renew decadent scholasticism, with the new
methods of positive and historical theology. What makes this text original and interesting is
its dialogue with the Enlightenment philosophers.
The description of the content and, above all, the study of the sources he relied on,
shows a man of wide reading and points to an ambience of cultural renewal that permeated the cultural life of the Viceroyalty of New Spain. It also reflects the intellectual environment of the Jesuits who settled in Italy after the expulsion and suppression of the Society of
Jesus.
KEYWORDS: Francisco Javier Alegre; American Jesuits; Exiles; Sources; Theology.
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INMACULADA ALVA RODRÍGUEZ
La teología del siglo XVIII se desenvolvió en medio de grandes dificultades. La crítica ilustrada a la religión provocó un sentimiento de inferioridad y una actitud defensiva hacia la cultura de las luces. Por otra parte, la decadencia en que estaba sumida la teología escolástica barroca,
aislada y envuelta en sus viejos problemas, impedía el desarrollo de un instrumento adecuado para responder a una mentalidad nueva y, con ella, a
problemas también nuevos.
En cierta manera, puede decirse que el espíritu de la Ilustración
impulsó el deseo de cambio entre los teólogos, sabedores de que se habían
removido los cimientos sobre los que estaba asentada la teología, al ser preterido el cultivo de la metafísica y de todo saber que no procediera de la
experiencia. En cualquier caso, las intenciones de renovación teológica
habían comenzado ya a finales del siglo XVII con la introducción de la teología histórica y positiva ejerciendo una influencia que corre pareja a la de
la Ilustración, aunque de forma más lenta.
Por eso resulta interesante estudiar la teología de Francisco Javier
Alegre (1729-1788),1 pues supone un intento de dar respuesta, desde la
escolástica, a algunos temas discutidos en su tiempo, situándose en una
actitud de diálogo (y también de confrontación) con los autores ilustrados.
Es uno de los últimos intentos de ofrecer un sistema teológico completo
que abarcara todas las verdades de fe, porque ya desde el siglo anterior se
había iniciado el proceso de las especializaciones teológicas que precisamente culminaría en el XVIII.
Acercarse a la obra de este jesuita implica también aproximarse al
ambiente cultural, floreciente y lleno de vitalidad, del Virreinato de Nueva
España, abierto a las influencias ilustradas y con grandes impulsos renovadores. En esta tarea ocupa un lugar fundamental la Compañía de Jesús,
convirtiéndose muchos de sus miembros en abanderados del nuevo movimiento cultural que también se extendió a la teología.
1 Francisco Javier Alegre (1729-1788), nacido en Veracruz, ingresó en la Compañía de Jesús
en 1747. Enseguida destacó por sus prodigiosas capacidades intelectuales y su saber enciclopédico.
Dedicó su vida al estudio de la teología, la filosofía, la historia, las lenguas y a la enseñanza en los
Colegios de Yucatán y México. Formó parte de una corriente de renovación de la enseñanza en el
ambiente cultural de Nueva España. El decreto de expulsión de los jesuitas de los territorios españoles
en 1767 y la posterior extinción de la Compañía de Jesús en 1773 le llevó a afincarse en Italia, destino
final de muchos exjesuitas. Vivió en Bolonia hasta su muerte en 1788, dejando una abundante obra
como La Historia de la Compañía de Jesús de la Provincia de Nueva España, traducciones de obras
clásicas o trabajos de física y geometría.
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El objetivo de este trabajo es realizar un acercamiento a la obra teológica de Francisco Javier Alegre, de la que se conocen algunos temas.
Alegre se sentía fundamentalmente teólogo y a esta tarea consagró los últimos años de su vida, con el objeto de dejar a la posteridad un instrumento
útil para confirmar los dogmas de la fe cristiana y responder a las cuestiones planteadas por los ilustrados.
La fuente principal de esta investigación han sido los Institutionum
Theologicarum libri XVIII. Esta obra, amplísima, impresa en los años
1789-1791, no ha sido traducida al castellano de forma completa. Gabriel
Méndez Plancarte y Mauricio Beuchot tradujeron y publicaron algunos
fragmentos, relativos a las leyes y el origen del poder. Más reciente es la
traducción y estudio crítico realizado por el mismo Beuchot, junto con M.ª
del Carmen Rovira y Carolina Ponce, de una parte importante de esta obra
teológica.2
En líneas generales, Institutionum es una obra de carácter enciclopédico —escrita en un latín sencillo y elegante— que pretende abarcar toda
la teología, acercándose en estilo a las antiguas Summae y alejándose de la
forma de los tratados, que Alegre detestaba. Es un trabajo de gran erudición en el que se exponen importantes temas de la teología, añadiendo las
nuevas aportaciones de la teología positiva, con más protagonismo de los
Padres de la Iglesia y de la Sagrada Escritura. La obra se ocupa también de
las controversias filosóficas modernas y procura alcanzar soluciones.
Precisamente, el conocimiento que muestra de los filósofos recientes, los
recentiores, le otorga cierta originalidad y supone un intento de diálogo con
los problemas planteados por la cultura de su tiempo. En este sentido, se
puede hablar de Alegre como un moderno, al apartarse de la línea seguida
por la llamada tercera escolástica, encerrada en viejos problemas que ya no
interesaban a nadie.
En su tiempo la obra suscitó un gran interés, pues era conocida la erudición y sabiduría de este ignaciano. Suponía además una novedad respecto a la producción teológica del momento. Aunque muchos le dedicaron
grandes elogios, en otros provocó también mucha desilusión, pues no quedaban suficientemente realzados los teólogos jesuitas y, sobre todo, porque
2 Méndez Plancarte, 1991, pp. 41-57; Beuchot, 1995, pp. 189-205: traduce el tratado de las
leyes (prefacio y prop. I); Beuchot, 1996, pp. 75-89: comenta el tratado del hombre (libro VII, prop. III
y IV), el de la guerra justa (libro VII, prop. XXIII) y el de las leyes (libro VIII, prefacio y prop. I);
Rovira Gaspar y Ponce Hernández, 2007, pp. 100-425: está traducido el prefacio de Institutionum y los
libros VI (prop. XIX y XXI), VII (prop. III, IV y X), VIII (prop. IX), XI (prop. X) y XVIII (prop. VI).
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la línea seguida por él era claramente tomista y no suarista.3 Un signo más
de su independencia de criterio en la redacción de esta obra.
Intención y objetivos
Alegre escribió los Institutionum movido por su amor a la Iglesia y el
deseo de defender la fe de los ataques sufridos durante el siglo XVIII.
Había pasado aquel momento en que creía que la doctrina católica podía
ser compatible con las nuevas ideas ilustradas. En su exilio italiano, tomó
un contacto más directo con la Ilustración francesa e inglesa, percatándose
del marcado carácter anticatólico de autores como Voltaire, Wolff, Hobbes
o Rousseau. Aunque se sentía cercano a ellos en determinados temas, como
el de la libertad, los derechos de los pueblos, las leyes, la soberanía popular, etc., era también consciente de que la diferencia sobre los puntos de
partida y los planteamientos resultaba demasiado grande para lograr una
conciliación. Su espíritu ecléctico le movía a aceptar algunas de las conclusiones de estos filósofos, e incluso incorporarlos a su propio razonamiento,
pero siempre después de dejar bien claras las diferencias que los separaban.
Otro de sus objetivos era revitalizar la teología escolástica, muy desprestigiada incluso entre los católicos. Existía, desde principios del siglo
XVIII, un movimiento de rechazo hacia esta disciplina, que ciertamente
había decaído. Alegre reconocía la necesidad de renovarla y purificarla de
sus defectos, pero se resistía a desechar un modo de hacer teología que
había producido obras tan admirables como la de Aquino. Valoraba el
esfuerzo de la escolástica por hacer razonable la fe y la forma como reflejaba la profundidad de los misterios, al dar lugar a diferentes escuelas y
opiniones teológicas.
Los destinatarios de su obra aparecen claramente en la dedicatoria y
en el prefacio, al dirigirse a los enemigos de la Iglesia, a los obispos y a los
jóvenes sacerdotes. Esta variedad de receptores manifiesta el carácter apologético y pedagógico de su libro.4 Es interesante subrayar el tono con que
Alegre se dirige a sus futuros interlocutores, advirtiendo a los primeros de
3 Decorme, 1941, p. 226, afirma: «Fue, sin embargo, (la obra) una decepción y pena para sus
compañeros mexicanos…, tomista hasta los tuétanos, puestos en la penumbra los grandes teólogos de
la Compañía, no parece sino que las ruinas del cuerpo habían debilitado las energías de una voluntad
que siempre se había sobrepuesto a los recuerdos ingratos».
4 Alegre, 1789-1791, p. III.
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que, a pesar de sus ataques, la Iglesia no será demolida; llamando a los
obispos a atender a su responsabilidad de Pastores, como sucesores de los
apóstoles y transmisores de la ortodoxia de la fe;5 y animando, por último,
a la «juventud eclesiástica» a ejercitar su razón en el estudio y profundización de los misterios de la fe.6
Al final de su texto, Alegre expone los fines perseguidos con estos
libros: confirmar los dogmas de fe; defender la teología escolástica de las
injurias y críticas a que se veía sometida; y exponer de un modo sencillo y
amable las verdades de fe.7 Estos objetivos explican la estructura y extensión de los temas, así como determinadas ausencias o la exhaustividad con
que se argumentan otros asuntos.
Los nuevos tiempos exigían una nueva manera de plantear la defensa
de la fe católica. Los desgastados razonamientos no podían ya con la nueva mentalidad. Se veía necesario un apoyo más directo en las fuentes, como
pedían las nuevas perspectivas de la teología positiva e histórica que desde
Petau se venían imponiendo. Esto quería decir que la tarea de confirmar los
dogmas exigía clarificar las fuentes y limpiarlas de toda sospecha de falsedad. No se trataba tanto de hacer uso del ingenio y de la razón, non modo
via et ratione accurate argumenta premerem, sino de acudir a las Sagradas
Escrituras, al magisterio de la Iglesia y a los escritos de los Padres.8
La reivindicación de la teología escolástica
Algunos teólogos católicos, representados por Petau y Thomassin,
propugnaban una teología con más erudición histórica, apoyada en los
escritos de los Padres. Bien es cierto que no estaban en contra de la teología especulativa en cuanto tal y veían necesario que ésta se apoyara también en una sana filosofía, pero acusaban a la escolástica de haber caído en
5 Ibidem, p. V: «Vestrum igitur hoc opus est. Causa fidei agitur, cuius vos Magistri estis et
custodes: Causa gregis agitur, cuius vos estis Pastores: Causa Christi, cuius vos estis Vicarii: Causa
Ecclesiae, in qua vos supremno Capiti assidetis Judices».
6 Ibidem, praefatio, p. 6.
7 Ibidem, libro XVIII, prop. XI, n. 14: «Dogmata fidei potissimum confirmare; Theologiae
Scholasticae dignitatem et decus a conviciis et reprehensionibus vindicare; faciliusque, et amabilius, ut
ita dicam, illius studium Candidatis reddere, qua potui diligentia et contentione praestare studui».
8 Ibidem, libro XVIII, prop. XI, n. 14: «id a me exigebat, ut contra adversarios,…, sed ut ea
haurirem a limpidissimis fontibus, a Sacra Scriptura, a Decretis Conciliorum et Summorum Pontificum
et a Patrum Scriptis».
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discusiones ociosas que hacían perder de vista el verdadero objeto de esta
ciencia.9 La escolástica también era atacada por los filósofos ilustrados, a
quienes esos argumentos de razón nada decían, porque se referían a temas
que no se podían demostrar empíricamente.
Esta clase de teología de finales del siglo XVII y del XVIII era lo que
se ha llamado la tercera escolástica o teología barroca, que nada tiene que
ver ya con la medieval o la del periodo tridentino. Alejada de la realidad,
continuaba enredada en problemas de razón, sutilezas y distinciones, en las
que el recurso a los Padres o las Escrituras era muy pobre o meramente
decorativo.
Alegre reconocía las limitaciones y defectos de la escolástica de su
siglo, pero también apreciaba la rigurosidad de su sistema lógico, que permitía argumentar racionalmente y profundizar en el conocimiento de los
dogmas y los misterios de fe. Le parecía que seguía siendo un método válido, aunque con necesidad de ser renovado. En este sentido Beuchot afirma
que en el caso de Alegre, y de otros jesuitas coetáneos como Clavijero y
Abad, «no se dio, como podría parecer, una abjuración de lo escolástico y
una adopción completa de lo moderno. Fue una transición paulatina y bastante equilibrada en comparación con la modernidad europea».10
El padre Alegre se lamentaba de los ataques que esta disciplina recibía desde los más variados frentes: Erasmo y Vives se ríen de esta teología,
dice Alegre con amargura, y los nuevos filósofos como Mirabeau, Voltaire,
Hobbes, etc., la odian y detestan. Pero más grave le parece el ataque de los
católicos coetáneos (a los que llama payasos), que se han sumado a las críticas de los enemigos de la Iglesia sin conocer la verdadera razón y origen
de la escolástica.11
Con esta obra se proponía dar razón de su importancia y dignidad. No
se trataba tanto de complicadas elaboraciones intelectuales sino de escribir
también con el corazón: «no con elaboradas apologías, que muchas ya han
sido escritas por hombres sapientísimos, sino con obras hechas con ardor,
de modo que al escribir temas teológicos, aparte los defectos que otros
admiten en este tipo de obras».12
9 Mondin, 1996, pp. 489-490.
10 Beuchot, 1996, pp. 113 y ss. En este sentido, ver también Aspe, 2007, pp. 13-14. María del
Carmen Rovira elabora una interesante síntesis de este grupo de jesuitas innovadores: Rovira, 2007,
pp. 43-59.
11 Alegre, 1789-1791, praefatio, p. 3.
12 Ibidem, libro XVIII, prop. XI, n. 15.
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Se propuso llegar a este fin por medio de tres objetivos. Por una parte, veía necesaria una vuelta a Santo Tomás, pero al verdadero Tomás y no
a las interpretaciones que de él se habían hecho. Todo su texto refleja una
rendida admiración al Aquinate, «lengua e instrumento de los Padres». Lo
consideraba el más grande de los teólogos, tanto «que si alguien después
de él ha de ser contado segundo, debe ser tenido próximo a éste, pero próximo con largo intervalo».13 Deseaba imitar sus virtudes al hacer teología,
su respeto y originalidad al escoger los escritores o la modestia al impugnarlos.14 Pretendía utilizarlo, no interpretando, y por tanto oscureciendo su
doctrina, sino haciéndolo brillar y acomodando su estilo a los tiempos
modernos.15
Su segundo objetivo suponía cuidar el estilo de la obra para demostrar que no era propio de la escolástica la oscuridad y complejidad del lenguaje. Por eso se proponía escribir de modo elegante, con la adecuada
erudición que el tema necesitase y sabiendo alternar la frase ligera con la
argumentación precisa y con la dialéctica según lo pidiera la entidad de la
materia.16 La escolática no implicaba discutir por el mero placer de hacerlo, sino que era «aquel género de teología que consiste en, presupuesta la doctrina de la fe, explicar y aclarar cada artículo de la fe a través de
imágenes adecuadas, las definiciones de las palabras a través de divisiones exactas y las cuestiones más sutiles a través de argumentaciones
dialécticas».17
El hecho de que las cuestiones no atentaran contra la fe, sino que fueran medios de explicar mejor los misterios, provocaba esa variedad de opiniones y escuelas, que se daba también en las materias profanas. Por eso,
se quejaba de que lo que era habitual en otras disciplinas, pareciera innece13 Ibidem, praefatio, p. 10: «ut sit quis post ipsum secundus numerandus sit, proximus huic,
longo sed proximus intervallo haberi debeat».
14 Ibidem, p. IV. En su alabanza a Santo Tomás, Alegre está explicando las características de
una buena teología. Así dice de él que: «neminem Catholicorum rem Theologicam plenius, pressiusque
tractasse ac locupletius, neminem aut definisse strictius, aut dividisse subtilius, aut explicuisse dilucidius, aut confirmare nervosius, aut defendisse robustius. Neminem Scripturas aut evolvisse diligentius,
aut exposuisse simplicius, aut aduxisse congruentius. Neminem Graecos et Latinos Patres aut trivisse
frequentius, aut allegasse opportunius, aut tractasse reverentius. Neminem Philosophos, atque omnis
generis profanos authores aut nucleasse accuratis, aut intellexisse rectius, aut Ecclesiasticae doctrinae
servire, fecisse felicius. Neminem adversarios fidei sive Paganos, sive Haereticos aut correxisse modestius, aut confutasse efficacius».
15 Ibidem, p. VI: «Sanctum Thomam non e medio sublatum, sed florentem, docentem, regnantem,…, atque ad praesentia tempora acommodato stylo, ac methodo loquentem exhibeo».
16 Ibidem, praefatio, p. 6; libro XVIII, prop. XI, n. 15.
17 Ibidem, praefatio, p. 3.
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sario en teología.18 Por supuesto, esta profundización tenía sus límites y él
mismo declaraba la importancia de abordar todas esas cuestiones con
sobriedad, sin pretender ir más allá de la capacidad y fuerzas de la razón,
ni perderse en cuestiones abstractas, confusas o muy complejas, las cuales
surgían más de la curiosidad o del mero placer de razonar, que del deseo de
explicar los misterios.19
Proponía, por tanto, una escolástica renovada, firmemente asentada en
Aquino y conectada, en consecuencia, con los Padres. Suponía también la
apertura hacia nuevas tendencias filosóficas, en la medida que eran compatibles con la fe, y la huida de viejas cuestiones de escuela. Su intención en
esas cuestiones discutidas era poner las diversas opiniones, incluida la
suya, para que el lector escogiera la que más le convenciera.20
La exposición de la doctrina
La obra de Alegre tenía también un claro carácter pedagógico. Su
deseo era hacer más fácil y amable el estudio de la teología,21 siendo este
otro de los aspectos que condicionan su estructura. Una manifestación es el
intento de hacer presente la conexión entre las verdades de fe. Por eso, en
el prefacio de cada libro suele haber una pequeña recapitulación de los
temas estudiados relacionándolos entre sí y preparando lo que se verá a
continuación. Presentaba un modelo escalonado en el que las verdades
demostradas y afirmadas eran el soporte de las siguientes.
Consideraba que el estudio de la teología sería más fácil en la medida
en que ésta fuera depurada de aquellos temas innecesarios que hacían su
estudio lento y tedioso, además de utilizar un lenguaje adecuado a la seriedad y dignidad de lo que se estaba tratando. Para expresar mejor esta idea,
Alegre comparaba la teología con una matrona a la que se le quitaban los
adornos que ya no eran propios de su dignidad y que más le pesaban que
adornaban.22
18 Ibidem, p. 5: «Ergone Philosophia, Jurisprudentia et Rabbinica Theologia laudabitur
Scholastica, christianorum Scholastica Theologia damnabitur, contemnetur, expuetur?».
19 Ibidem, p. 6.
20 Ibidem, libro XVIII, prop. XI, n. 15.
21 Ibidem, libro XVIII, prop. XI, n. 16.
22 Idem: «quemadmodum, si a gravi et pulcherrima Matrona tollas crepundia, quae ea non tam
ornant, quam onerant, illamque instruas eo, quae eius decet gravitatem, ornatu».
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Veía la necesidad de introducir los recursos utilizados por las ciencias
humanas y entrar en diálogo con las ideas de su tiempo, de modo que el
estudio de la ciencia teológica se hiciera más atractivo. Algo de lo que se
sentía capaz por haber dedicado muchos años de su vida al estudio de todo
tipo de materias. Antes de escribir esta obra había sido conocido como historiador, filólogo, filósofo y también hombre de ciencia. Le parecía que su
labor era similar a la que realizaron los hebreos cuando escaparon de
Egipto llevándose los útiles, vajillas e instrumentos egipcios para su acomodo personal y culto a Dios. Del mismo modo era legítimo utilizar las
riquezas de gentiles y profanos para el honor y la dignidad de Cristo y de
la Iglesia.23
Estructura de la obra
La tercera escolástica se identifica por tres caracteres metodológicos
que también aparecen en este libro de Alegre: la conservación del método
dogmático, en cuanto que significa la afirmación de los grandes principios
doctrinales por encima de interpretaciones de escuela; la tendencia a la sistematización de toda la especulación teológica y la organización pedagógica de la teología en forma enciclopédica.24
La estructura de la obra revela la concepción de la teología que tenía
Alegre. Son dieciocho libros contenidos en siete volúmenes. El primer
volumen es una introducción a la obra, dividido en tres prolegómenos que,
como se verá, tiene por objeto fundamentar las proposiciones que se enuncian en el resto de los libros. Los demás volúmenes ofrecen una versión
histórica de los temas teológicos desde la exposición de la esencia divina
hasta la vida eterna, meta del hombre en la tierra.
Los fundamentos de la obra teológica
La intención de Alegre era colocar bien los fundamentos del edificio
teológico que iba a construir. Los cimientos exigían dejar claros tres pun23 Idem: «vindicari eodem jure a Christiano homine Gentilium et Profanorum divitias ad
Christi et Ecclesiae honorem et decus posse et debere».
24 Congar, 1946, columnas 432-434.
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tos: la autenticidad de los libros sagrados, frente a los protestantes; la autoridad de los romanos pontífices y de los obispos frente a los regalistas y
protestantes, y, por último, realizar una crítica de los escritos de los Padres,
que permitiera utilizar los libros auténticos.25
Quería ofrecer una sólida visión de la fe cristiana, que mostrara la
cohesión de las verdades entre sí, y la fortaleza de sus argumentos y pruebas. Esta es la función de los tres prolegómenos que introducen la obra propiamente dicha y que exponen los presupuestos fundamentales, como eran
la autoridad del papa y de los concilios. Proporcionaba además a los teólogos un instrumento adecuado en el que apoyar sus afirmaciones y rebatir a
los que utilizaban esas mismas fuentes para defender ideas contrarias o desautorizar a los Padres. De ahí, la breve noticia de los papas, concilios y
herejías al inicio de la obra, puesto que son argumentos utilizados tanto por
los católicos como por los enemigos de la fe, para defenderla unos, para
atacarla los otros.26
Lo primero que deseaba dejar claro era la autoridad del romano pontífice. De hecho, la obra arrancaba con la declaración solemne del nombramiento de Pedro como vicario de la Iglesia, nombrado por Cristo. La primera piedra quedaba así explicitada aunque más tarde, en su capítulo
correspondiente, se procediera a su demostración rigurosa (quod postea
multis probabitur, nunc supponimus).27 Este propósito explica la ausencia
de aspectos negativos al exponer la breve historia de los papas. Se trataba
de reflejar aquellas cosas que se referían a la fe. Por eso, al hablar de
Clemente XIV sólo dice que suprimió la Compañía de Jesús, pero no hace
ningún juicio de valor. Sin embargo, cuando alude a Pío VI, el último que
reseña, deja aflorar levemente su agradecimiento porque favoreció la permanencia de los jesuitas en Rusia y se ocupó de que el último general de la
Compañía, Lorenzo Ricci, fuera enterrado con los debidos honores. Vivat
et bonis faveat, le desea al final de este prolegómeno.28 A la breve historia
de los papas sigue una relación de los concilios celebrados en la Iglesia y
que constituyen también una fuente indispensable para conocer las verda25 Alegre, 1789-1791, libro XVIII, prop. XI, n. 14.
26 Ibidem, prolegomenon I, n. 1.
27 Ibidem. La declaración del primado de Pedro se expresa con una gran solemnidad: «Jesus
christus Dei filius, Simonen Joannis flium, Andreae fratrem, Bethsaidae in Galilea natum, novo nomine insignivit suique in terris Vicarium, et Ecclesiae ab se instituendae caput futurum promisit… Petrum
igitur primum Christi in terris Vicarium fuisse et Romanam Ecclesiam instituisse, authoritatemque
suam in sui Episcopatus succesores derivasse».
28 Ibidem, p. 118.
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des de fe. Unida a la importancia de los concilios y la autoridad de los
papas está la de los obispos. Tres puntos que argumentará detalladamente
en el libro XI.29
Es interesante llamar la atención sobre el esfuerzo de Alegre para realizar una labor crítica de las obras de los Padres. Este esfuerzo muestra a
un teólogo en consonancia con el espíritu de su tiempo, en el que la historia está teniendo un valor cada vez más ascendente, y lo conecta con los
intentos, aún muy incipientes, de desarrollo de la teología histórica. En esta
labor de revisión y depuración acude a los mejores críticos en el prolegómeno III que dedica a esta tarea.30
Los prolegómenos contienen también una breve relación de herejes y
herejías y, finalmente, un catálogo de escritores eclesiásticos por siglos. En
general, en la larga relación de los escritores eclesiásticos sólo da unos
pocos detalles biográficos y enumera sus obras más importantes. Apenas se
detiene a hacer una valoración crítica, excepto en el caso de Santo Tomás,
al que alaba por la «estabilidad de sus principios, consecución, conexión y
uniformidad de sus doctrinas, su candor, modestia e inimitable simplicidad
de estilo, la mesura, la propiedad y elección de las palabras, la agudeza y
solidez de sus argumentos, la claridad en la respuesta, la brevedad al definir, la sutileza a la hora de distinguir».31
Demuestra la amplitud de sus lecturas, de sus intereses y la cantidad
de obras bibliográficas y prontuarios que manejaba con un claro deseo de
exhaustividad. Incluye también autores de la tradición oriental como
Gregorio Palamas o Nicolás Cabasilas y, por supuesto, aparecían teólogos
del ámbito americano como Pedro de Ortigosa32 o Juan José Eguiara y
Eguren.33 Aunque en principio no aparecen juicios valorativos, a veces aflo29 Ibidem, libro XI y libro XVIII, prop. XI, n. 14.
30 Ibidem: «In III Prolegomeno Patres viritim, singulorumque Scripta ex celebriorum
Criticorum judicio recensui, atque probata et vera ab spuriis, ac dubiis separavi».
31 Ibidem, prolegomenon III, p. 354.
32 Pedro de Ortigosa, nacido en Ocaña en 1546. En 1577 empezó a dar clases en el Colegio
Máximo de México y en la Universidad. Fue teólogo y consultor del III Concilio Mexicano. Escribió
varias obras de teología entre las que destacan De fide, spe, et caritate, De angelis y De sacra theologia. Murió en 1626. Un estudio de la vida y obras de este teólogo puede verse en Saranyana, 1999, pp.
342-351, 412-416.
33 Juan José de Eguiara y Eguren (1969-1763), natural de México. Ocupó la cátedra de
Teología en la Real y Pontificia Universidad de México de 1724 a 1747, en que se jubiló de la docencia, aunque continuó en esa Universidad como rector, al ser nombrado en 1749. Fundó con su hermano la «Nueva Imprenta de la Biblioteca Mexicana». Su obra teológica más importante es la Selectae
Dissertationes Mexicanae aunque es más conocido por la Bibliotheca Mexicana, un diccionario alfabético de autoridades novohispanas. Saranyana, 2005, pp. 220-229.
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ran algunos en los que se puede detectar cierta amargura. De hecho, podemos sentir su antipatía hacia Bayle o Spinoza, su desencanto por Petau, su
indiferencia hacia Álvaro de Cienfuegos, cuya obra tradujo, pero también
cierta admiración por Leibniz.
Esta parte de fundamentos continúa en los cuatro primeros libros, centrados en Dios y en su revelación, es decir, dónde se encuentra y en qué
estado se halla, y en el décimo, sobre Jesucristo. Primero Dios, cuya existencia puede ser demostrada por la razón, así como sus atributos. Esto es lo
que Alegre desarrollará a lo largo de veinticuatro proposiciones. La demostración racional de la existencia de Dios es el presupuesto básico para estudiar lo que conocemos de Él por la razón: que es uno, simple, perfectísimo,
inmenso, todopoderoso, feliz, providente, justo, causa de todas las cosas, su
conocimiento y su voluntad. El último tema que enlaza con los siguientes
libros será la demostración de que la revelación no repugna a la razón, aunque no pueda demostrarse. Afirma de todas formas que, en cierto sentido,
la revelación era necesaria.
Los libros segundo al cuarto están dedicados a la Palabra de Dios.
Pasa revista, en primer lugar, a cada uno de los libros del Antiguo
Testamento y ahí estudia su autenticidad y expone quién es el autor de cada
uno cuando se conoce. Determinado el canon de la Biblia, realiza en el
libro tercero un examen crítico sobre las distintas versiones de las Sagradas
Escrituras: el estado de los códices griegos y judíos, la versión de los setenta, las versiones latinas, orientales y protestantes, señalando los aciertos y
errores de unas y otras. También dedica este libro a demostrar la necesidad
de la interpretación de la Biblia, porque ésta no es clara por sí misma, y
desarrollará los distintos sentidos que se encuentran en los pasajes bíblicos.
El cuarto libro versa sobre la Tradición. Con argumentos de razón demuestra su necesidad y autoridad.
El libro décimo, aunque separado de éstos, responde al mismo planteamiento de fundamento de la teología. Dedicado a Jesucristo Redentor,
revelador y revelación al mismo tiempo. Por eso en la primera parte se
habla de Cristo, plenitud de la revelación, el Mesías anunciado en las
Escrituras, y de los evangelios y cartas que componen el Nuevo Testamento
donde está contenida la palabra que nos ha transmitido. Por tanto, guarda
relación con el libro primero que trata de Dios y con el segundo que estudia la canonicidad del Antiguo Testamento. La segunda parte se refiere ya
a lo que Jesucristo nos ha revelado acerca de sí mismo. De este modo,
como él mismo dice, «establecida la existencia y autoridad de la divina
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revelación, ahora ha de ser emprendido el estudio de las cosas que hay en
estos libros sagrados».34
Los misterios revelados en el Antiguo Testamento
El hombre es el centro de esta sistematización teológica. Pero como
el propósito es estudiar el contenido de lo que Dios ha revelado, se tratan
en primer lugar, en el libro quinto, el mundo y los ángeles. Se nota una clara preferencia por la creación espiritual, pues el mundo sólo le ocupa las
cinco primeras proposiciones de las veintiséis que componen el libro. De
hecho, Alegre consideraba que lo material y corpóreo no era objeto de la
teología,35 y es posible además que quisiera destacar la existencia de seres
espirituales para contrarrestar el materialismo.
Las cuestiones sobre el mundo son pocas y sencillas. Se centran en
demostrar la creación del mundo por Dios de la nada, que tuvo un principio, que no es necesario y que es uno. Esta última proposición muestra su
gusto por la astronomía y el conocimiento que tenía de los últimos hallazgos científicos en ese campo. Los ángeles tienen un amplio tratamiento.
Estudia su naturaleza inmaterial, el modo de conocimiento y su voluntad
libre. Se entretiene en exceso en dilucidar los grados y jerarquías entre ellos
y por último explica quién es el ángel de la guarda y los demonios.
A partir del libro sexto comienza Alegre su estudio sobre el hombre.
Establece una separación entre el hombre en estado natural, libro sexto;
elevado al orden sobrenatural, libro séptimo, y el hombre caído, libro noveno. Esta distinción es quizá un lastre de cierta teología postridentina en su
intento por resolver algunas de las cuestiones agitadas por la crisis luterana y, particularmente, por las «soluciones» propuestas por Miguel Bayo.
Aunque en el libro octavo expone su opinión de que no se pueden separar
ambos órdenes en el hombre.
El citado libro sexto explica el origen del hombre, la naturaleza del
alma y demuestra la existencia de una voluntad libre. Discute aquí con los
filósofos ilustrados y trata de mostrar la falsedad e incoherencia de sus afir34 Alegre, 1789-1791, libro V, praefatio.
35 Ibidem, libro V, prop. V, n. 23: «Atque haec satis de Opificio Mundi in genere dicta sunt.
Nunc ad singulorum operum, quae propius ad Theologicam considerationem pertinent, discussionem
accedamus». También en el prefacio del libro VI explica que sólo se ocupará del alma y sus operaciones y virtudes, porque el cuerpo no compete a los teólogos.
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maciones. Pero la mayor parte del libro se centra en el desarrollo de las virtudes morales e intelectuales. Son los dones con los que Dios ha dotado a
la naturaleza humana y que el hombre puede hacer crecer con el ejercicio.
La fortaleza, prudencia, justicia y templanza son explicadas junto con sus
virtudes derivadas y vicios opuestos. La justicia le lleva a hacer una consideración sobre el origen y naturaleza del poder, donde se pronuncia en contra de la esclavitud.36
El hombre elevado al orden sobrenatural es la materia del libro séptimo. En primer lugar, estudia el principio de esa vida sobrenatural, que es
la gracia. Tratar este tema supone explicar la acción de la gracia en el hombre y dilucidar lo que éste puede hacer con o sin ella, para salir al paso de
las controversias escolásticas y de las posturas de Bayo, de los protestantes
y de Jansenio. Aclarados estos asuntos se centra en las virtudes infusas y
dones del Espíritu Santo que vienen con la gracia. También dedica algunas
proposiciones a los frutos del Espíritu y a las gracias extraordinarias como
las locuciones, profecías y milagros. Al hablar de la paz, fruto del Espíritu
Santo, deriva de ésta una proposición en la que trata del derecho a la guerra.37 Como en el caso del origen del poder, parecen un poco fuera de lugar
en una parte de carácter más espiritual.
La otra ayuda que el hombre ha recibido de Dios es la ley.38 Este libro,
el octavo, va precedido de un largo prefacio, en el que demuestra la necesidad de que la ley natural esté fundamentada en la divina y la imposibilidad de considerar ambos derechos de forma autónoma, como las nuevas
corrientes del derecho estaban defendiendo. Esta introducción precede y
sitúa lo que se va a tratar en el libro. En primer lugar, las definiciones: la
ley, la ley eterna y la ley natural. A continuación, el lugar donde el hombre
puede encontrar más claramente esa ley: está contenida en las Escrituras y
resumida en el Decálogo. Examina algunos mandamientos, como el segundo, para hacer ciertas consideraciones sobre la naturaleza del juramento, o
el séptimo y la obligación de restituir. Las últimas proposiciones se refieren a la necesidad y origen de las leyes, las competencias del legislador y
la diferencia entre derecho natural y derecho positivo.
El último libro, el noveno, se ocupa del hombre caído. Defiende la
posibilidad y realidad del pecado en el hombre, justifica que las distincio36 Ibidem, libro VI, prop. XI.
37 Ibidem, libro VII, prop. XXIII.
38 Ibidem, libro VIII, praefatio: «interna Dei gratia et favore adjutum, lege ac divinis praeceptis eruditum».
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nes tradicionales sobre el pecado, mortal y venial, personal y original, son
distinciones que responden a la realidad de la cosas y no sutilezas escolásticas. El mayor número de proposiciones está centrado en la naturaleza y
consecuencias del pecado original, la remisión de los pecados y la predestinación. La última proposición enlaza con el tema del siguiente libro, si el
hombre por sí solo puede ofrecer una satisfacción proporcionada a Dios. La
respuesta negativa conduce a la necesidad del Redentor, que será ya objeto
de la próxima parte.
Los misterios revelados en el Nuevo Testamento
El primer libro de esta parte, el décimo, tiene una función doble, como
ya hemos visto. Está conectado con los primeros libros dedicados a las
fuentes de la verdad cristiana, puesto que en él se analizan los libros del
Nuevo Testamento, su canonicidad y veracidad y se demuestra que Cristo
es el Mesías prometido a los profetas, que había de venir a sacar al hombre
de su estado de pecado.39 Una vez expuestos los fundamentos de estos nuevos misterios, trata en este mismo libro los temas propiamente cristológicos, apoyándose en los concilios de la antigüedad. La verdadera divinidad
y humanidad de Cristo, la distinción de las dos naturalezas en la única persona del Verbo, la maternidad y virginidad de María y la Encarnación son
los temas desarrollados por Alegre de una forma bastante tradicional.
Cristo, plenitud de la Revelación, le lleva a considerar en las dos últimas
proposiciones que la religión cristiana es la más antigua, la verdadera y la
más eminente porque es la única que tiene a Dios por autor.
Después de Jesucristo, lo más lógico es estudiar la Iglesia,40 tema de
los libros once y doce. En el primero tratará la Iglesia en general y, sobre
todo, su cabeza. Los asuntos que aquí se examinan van dirigidos a los protestantes y a los regalistas. Por eso, tiene gran interés en demostrar la visibilidad de la Iglesia, quiénes pertenecen verdaderamente a ella y las notas
de la verdadera Iglesia. Pero el tema más importante es el de la autoridad,
que ocupa la mayor parte de las proposiciones. Primero demostrar que la
Iglesia tiene potestad legislativa, en segundo lugar de qué modo y por quié39 Ibidem, libro X, praefatio.
40 Ibidem, libro XI, praefatio: «de Ecclesia, quam acquisivit Sanguine suo, opportune venit
instituenda tractatio».
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nes es detentada. En cuatro proposiciones se justifica y explica el Primado
del papa y finalmente establece la autoridad y utilidad de los legítimos concilios. Como puede observarse, lo que se refleja es una concepción muy
juridicista de lo que es la Iglesia.
El interés del libro doce radica en el estudio que se hace de los miembros de la Iglesia, en particular, clérigos, monjes y laicos.41 Claramente el
lugar principal de esta exposición lo ocupan los pastores, pero centrado
sobre todo en justificar su autoridad sobre los fieles. Distingue también
cada uno de los siete órdenes sagrados, testimoniando su antigüedad. En
una larga proposición defiende y explica la autoridad que tienen los obispos por derecho divino, donde se sitúa en un justo medio entre el regalismo y el ultramontanismo.42 Los religiosos son tratados en seis proposiciones en torno a los consejos evangélicos y a las diversas congregaciones y
estados de perfección que existen en la Iglesia. Se habla de los laicos en un
escolio de la proposición diecinueve sobre los estados de perfección y, en
breves líneas, se explica que el término viene de la palabra laos, que significa pueblo, y remite al libro en el que habla de las virtudes.43 No considera que sea necesario decir más sobre los laicos.
Antes de pasar a estudiar los sacramentos de la Nueva Ley y los mandamientos de la Iglesia, que forman un bloque coherente, Alegre reúne en
un solo libro, el decimotercero, los misterios contenidos en el Símbolo de
la fe, misterios revelados a la Iglesia, que le quedan por explicar y no encajan en la estructura de los otros libros: la Santísima Trinidad y la resurrección de la carne. Es un libro breve en el que expone los temas que le interesan de ambos misterios. En realidad nos ofrece una síntesis de los
problemas tratados en la antigüedad y las soluciones de los concilios sobre
la unidad y distinción de personas. También se preocupa de expresar que es
un misterio que no repugna a la razón y su fundamentación en las Sagradas
Escrituras. Las tres proposiciones finales son argumentaciones de razón
sobre la resurrección de los muertos.
Los siguientes libros nos hablan del culto instituido por Cristo, el nuevo sacrificio y los sacramentos de la nueva ley. Por eso demuestra, en pri41 Ibidem, libro XII, praefatio: «Et primum quidem de Clericis, qui prae reliquis Christi fidelibus, in sortem Domini vocati sunt, tum de Monachis, qui medium veluti locum, inter Clericos et
Laicos tenent, ac demun de Laicis, sive Ecclesiam plebe».
42 Ibidem, libro XII, prop. XIII: «Jure divino Episcopi Presbyteris Superioris sunt».
43 Ibidem, libro XII, prop. XIX, scolion III: en realidad hace referencia a un tratado de
Belarmino en el que lo único que interesa de los laicos es saber si pueden dedicarse a los negocios o
ser jueces. Alegre considera que estos temas ya se han visto al hablar de la justicia en el libro VI.
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mer lugar, que la misa es verdadero sacrificio, instituido por Jesucristo. En
este mismo libro está contenido el estudio de los sacramentos en general,
junto con los de la iniciación cristiana. La Eucaristía es la que recibe un tratamiento más detallado para defenderla de los ataques protestantes. Los
otros cuatro sacramentos se agrupan en el libro decimosexto. El análisis es
muy parecido en todos ellos: la institución por parte de Cristo, que los define como sacramento de la Nueva Ley, la materia y la forma del sacramento, ministro y sujeto. Al terminar de estudiar cada uno se colocan al final
los cánones de Trento sobre ese sacramento. La Confesión contiene también un detenido estudio sobre la virtud de la penitencia y la eficacia del
dolor de atrición en polémica con jansenistas y protestantes.
El penúltimo libro explica los preceptos de la Iglesia, justificando primero su antigüedad y santidad. Da pie para señalar las fiestas religiosas y
la eficacia de algunas costumbres, como el ayuno y la limosna. Especial
interés tiene la argumentación de los diezmos y primicias para el sostenimiento de los ministros de la Iglesia y como una manifestación de culto a
Dios. El libro decimoctavo se refiere a la vida futura, pero trata en realidad más temas que tienen cierta relación con éste. En primer lugar explica los diversos lugares donde van las almas después de la muerte: purgatorio, limbo, infierno y cielo. Una vez descritos, siguen unas proposiciones
sobre la intercesión de los santos, la invocación a éstos y el culto a las imágenes y reliquias. Este libro acaba con una explicación sobre las canonizaciones.
Las fuentes del autor
Nos encontramos ante una obra de enorme erudición por la abundancia y variedad de las fuentes utilizadas. También es cierto que esta abundancia nos hace plantearnos si realmente manejó todos los autores que cita.
Es posible que recurriera a prontuarios y que conociera algunas obras indirectamente a través de otros escritores. Pero no se puede dejar de lado la
enorme capacidad para la lectura y desmedido afán de saber que caracterizó a Alegre. El conocimiento que muestra de muchos teólogos y filósofos,
como Tomás de Aquino, San Agustín, Tournely, Alexandre, Belarmino,
etc. es bastante completo. Si a esto unimos las referencias de sus contemporáneos, puede darnos ciertas pistas y admitir la idea de que una parte
importante de las obras que citaba constituyeron una fuente directa de su
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teología.44 Porque, además, Alegre no se conformó con exponer el pensamiento de los escritores, sino que acometió toda una fase previa de examen
y verificación de las fuentes para emplear sólo aquellas que presentaban
garantías de autenticidad, como ya se ha visto. Contaba con los trabajos de
Roberto Belarmino o de Natal Alexandre para seleccionar las obras patrísticas fiables, aunque en su época los maurinos ya habían iniciado la edición
crítica de los Padres.45
Sagrada Escritura
Alegre la usa muy frecuentemente. Es obvio que la Biblia constituye
para él un lugar teológico primero y fundamental. No obstante, a veces es
más un apoyo a sus argumentos, que una fuente a partir de la cual construye
el razonamiento. Utiliza las Escrituras con cierta coherencia. Así las citas
del Antiguo Testamento son más abundantes en la primera parte, mientras
que conforme se adentra en los libros que pertenecen a los misterios revelados a la Iglesia, aumenta el uso del Nuevo Testamento. También es cierto
que en algunos temas en los que dialoga con los antiguos filósofos o los ilustrados —como el alma, el conocimiento de Dios o las leyes— apenas aparecen fuentes bíblicas, porque se acude más a los argumentos de razón.
Las cuestiones que tienen un mayor fundamento escriturístico son la
de la gracia, sobre todo en su relación con la libertad, y la demostración de
que Jesucristo es el Hijo de Dios.46 Pero aparece sobre todo en las centradas en la Iglesia y los sacramentos. Es aquí donde se adopta el esquema de
comenzar con las citas bíblicas para exponer el tema y ya después pasar a
los argumentos de los Padres, de los autores eclesiásticos o de razón. Puede
verse en las proposiciones que demuestran la visibilidad de la Iglesia o su
indefectibilidad;47 la necesidad del sacrificio de la misa o la potestad de la
Iglesia para remitir los pecados.48
44 Maneiro y Fabri, 1989, pp. 206-207: Fabri cuenta dos famosas anécdotas que muestran la
amplitud de sus lecturas. Una de ellas ocurrió al parecer en Italia, donde un hombre cultivado lo llevó
en Fano a su rica biblioteca personal para ponerle a prueba, «mas Alegre le mostró que todos aquellos
autores los había visto y repasado antes muchas veces en México, dándole prolija razón de cada uno de
ellos».
45 Precisamente los benedictinos de San Mauro se dedicaron a establecer la autenticidad de
documentos patrísticos de tal modo que «el rigor erudito y la preocupación por la exactitud de las citas
y referencias constituyen la característica principal de su escuela». Saranyana, 1996, p. 128.
46 Alegre, 1789-1791, libro VII, prop. VI; libro X, prop. X.
47 Ibidem, libro XI, prop. II y VI.
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Los libros más utilizados son el Génesis, los Salmos, seguidos por
Sabiduría y Eclesiastés. Los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel tienen
también representación. Del Nuevo Testamento hay una marcada preferencia por los evangelios de San Mateo, San Juan y por las cartas de San Pablo.
Fuentes clásicas
La formación humanística de Alegre, propia de los jesuitas, le permitió tener un profundo conocimiento de los sabios clásicos griegos y latinos.49 Valoraba, por tanto, lo que éstos aportaron al conocimiento del
hombre. Además era una forma de demostrar que la razón podía acercarse a muchos temas. Estaba claro que había todo un campo común para
cristianos y no cristianos y era importante demostrar que temas como la
existencia de Dios, la inmortalidad del alma o la ley natural no eran invenciones cristianas, sino que formaban parte del patrimonio de la humanidad. Más en una época en la que el gusto por lo clásico se imponía con
nueva fuerza.
Esto explica el abundante uso que hace de autores como Platón,
Aristóteles, Cicerón y Virgilio, sobre todo en los libros que tratan la existencia de Dios y sus atributos, el mundo, el hombre y sus dones naturales.
En el libro VIII, acerca de las leyes, se apoya en Platón, Aristóteles y
Cicerón para demostrar la existencia de una ley natural. La Física de
Aristóteles y Las leyes de Platón son el fundamento de sus argumentaciones para la demostración de la existencia de Dios. También se apoya en
Homero, Hesiodo, Virgilio y Pitágoras para explicar los atributos divinos
como la infinitud, la omnipotencia o la inmensidad. Las dudas de Cicerón
sobre la existencia de los dioses se convierten en una prueba contra los que
afirman que el conocimiento de Dios es evidente.50
Dialoga con Epicuro, Lucrecio y Horacio, quienes niegan la omnipotencia y providencia divina.51 Demuestra Alegre una gran habilidad para
hacerlos hablar entre sí, como por ejemplo, a Demócrito y Aristóteles acer48 Ibidem, libro XIV, prop. I; libro XVI, prop. I.
49 Navarro, 1983, p. 86; este autor afirma que «el Padre Alegre fue entre todos (los jesuitas
mexicanos de su generación) el de mayor preparación, el de más amplia cultura greco-latina y el de más
versatilidad».
50 Alegre, 1789-1791, libro I, prop. I, nn. 1, 4.
51 Ibidem, libro I, prop. XIV, n. 12
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ca del destino y la predeterminación del hombre.52 Con esta confrontación
aprovecha para mostrar que Aristóteles supo ya expresar verdades de orden
natural, que luego serían confirmadas por la Revelación. Fundamenta en
Platón, Aristóteles, Pitágoras o Cicerón la afirmación de la espiritualidad
del alma, aunque se separa de ellos en la creencia de la transmigración o en
cómo entiende Platón la unión entre el cuerpo y el alma. Utiliza a Epicuro
o Lucrecio para detectar las raíces de los pensadores materialistas de su
tiempo, a los que consideró meros repetidores de los antiguos.53
Teniendo en cuenta que la formación humanística de los jesuitas se
centra en el ideal humano propuesto por los clásicos, es lógico que se acuda a ellos para desarrollar el tema de las virtudes humanas, tanto intelectuales como morales. En este caso los autores utilizados son Tito Livio,
Marcial y Macrobio.54 Así, el citado libro VIII tiene como fuentes a Platón,
Aristóteles, Plutarco, Cicerón y Séneca. Son la base para la explicación de
la ley natural y la defensa ante las acusaciones que se hicieron a los escolásticos de haber infectado los preceptos naturales con otros de carácter
religioso para tener sometidos a los hombres.55
Por último, las representaciones de los poetas clásicos como Virgilio
y Homero sobre la vida después de la muerte son también una fuente
importante, pues Alegre considera que la creencia universal en una vida
eterna reflejada en esos cantos es uno de los argumentos más convincentes
sobre la existencia de la vida futura.56
Los Padres de la Iglesia
El concilio de Trento había resaltado, de forma muy particular, y en
polémica con Lutero, el valor de la Tradición como fuente privilegiada de
la Revelación.57 Sin embargo, Alegre utiliza esa Tradición después de
tomar sus precauciones: asegurar la procedencia de las obras, examinar
concienzudamente las fiables, y, por último, hacer un trabajo de crítica para
52 Ibidem, prop. XX, n. 5.
53 Ibidem, libro VI, prop. II; prop. III, n. 4, 7.
54 Ibidem, prop. VI.
55 Ibidem, libro VII, praefatio: «Late de hoc argumento inter veteres Philosophos Plato per
libros duodecim et Marcus Tullius per libros tres. Multa sparsim in libris Ethicorum tradidit Aristoteles,
tum Plutarchus ac Seneca».
56 Ibidem, libro XIII, prop. VIII; libro XVIII, prop. IV.
57 Denzinger, 1973, nn. 1501, 1597.
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determinar las materias en las que no era necesario seguirlos, e incluso
podían estar sujetos a error. Las precauciones que muestra, sin embargo,
manifiestan que no es un mero seguidor de modas, sino que su elección responde a un método de hacer teología. Es más, a veces reprocha a algunos
teólogos se muestren más abiertos a aceptar argumentos de los Padres y a
rechazar por sistema los de autores escolásticos, cuando quizás vienen a
decir lo mismo.58
Es muy grande y variado el número de Padres que recoge en sus páginas. Según Fabri,59 parece que aprendió a utilizarlos siguiendo las orientaciones del libro del dominico Natal Alexandre, Expositio Litteralis et
moralis Sancti Evangelii y Commentarius litteralis et moralis in Epistolas
Sancti Pauli Apostoli. El mismo Alegre cita mucho a este autor como fuente de su obra teológica.60 Esto hace pensar, junto con la forma que tiene de
citarlos, que muchos de ellos no los manejara directamente sino a partir de
algún elenco como el de Belarmino, Baronio o Alexandre.
El método utilizado es el dialéctico. Aunque las fuentes patrísticas
pueden aparecer para ilustrar una idea, normalmente el autor expone sus
argumentos haciéndolos hablar con otros herejes o escritores ilustrados.
También es frecuente que aporte argumentos que contradicen la proposición de Alegre o de otros Padres, para luego aclararlos, o si es una cuestión
debatida, dejarla abierta. Los Padres son, en primer lugar, una de las fuentes para el estudio de la formación de los dogmas y de las herejías de los
primeros siglos de la Iglesia. Con este fin acude a Ireneo, Tertuliano,
Epifanio, Agustín y Teodoreto.61
San Agustín es el autor que más aparece. En algunas materias se basa
en él como la máxima autoridad, como en la de la gracia o el conocimiento en Dios.62 Junto con Santo Tomás, fundamenta la mayor parte de los
58 Alegre, 1789-1791, libro V, prop. II, n. 3: El autor se queja de que Petau asienta admirado
ante la clara argumentación de Metodio de Olimpia acerca de la creación del mundo de la nada y rechace el razonamiento escolástico como dificultoso, cuando en realidad están argumentando de la misma
forma.
59 Maneiro y Fabri, 1989, pp. 213 y ss.: «adquirió tal facilidad para leer aquellos, que podía
perfectamente encontrar los lugares que le eran necesarios y consultar los Padres que más le interesaban para cualquier asunto y en cualquiera de sus obras».
60 El dominico Natal Alexandre (1639-1724) era un autor de referencia en esta época. Destaca
por sus historias eclesiásticas y de Sagrada Escritura. Ocupó un lugar eminente en la facultad de
Teología de París, lo que le llevó a jugar un papel importante en los asuntos eclesiásticos de su tiempo.
Se le atribuyeron tendencias jansenistas y galicanas, acusaciones de las que siempre se defendió con
firmeza. Véase Mandonnet, 1909, col. 769-772.
61 Alegre, 1789-1791, prolegomenon II, p. 257.
62 Ibidem, libro I, prop. VIII, n.4; libro VII, prop. V, n. 12.
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temas. Su labor de crítica previa tiene en cuenta que es el autor al que más
libros falsos se le han atribuido. Por eso, procura atenerse a los que han sido
seleccionados como auténticos por Belarmino y Alexandre.63 Trata también
de aclarar aquellas afirmaciones que no han sido bien interpretadas, como
las relativas al estado natural y sobrenatural del hombre y la acción de la
gracia. La guía segura es siempre Tomás de Aquino, porque, según él, «la
Summa de D. Tomás no es otra cosa que Agustín sintetizado». Las cuestiones más oscuras, afirma, hay que leerlas desde el Doctor Angélico, como
el Antiguo Testamento hay que leerlo desde el Nuevo.64 Son muchas las
obras que Alegre maneja de este autor, entra las que destaca De Civitate
Dei, De libero arbitrio, De genesi ad litteram, Epístolae y Sermones.65
Otros Padres utilizados son Juan Crisóstomo,66 Jerónimo, Orígenes y
Ambrosio de Milán, posiblemente no sólo por la evidente autoridad de
estos escritores, sino también por la variedad de temas que trataron.
También constituyen un gran apoyo para las afirmaciones teológicas
Gregorio y León Magno, además de Basilio y Gregorio Nacianceno.
Algunos van apareciendo en función de los temas específicos que trataron.
Así, Cipriano es importante en las argumentaciones sobre el primado del
papa, quiénes pertenecen a la Iglesia o temas de sacramentos; Hilario de
Poitiers aparece como gran exégeta y aportando su sentido de la Iglesia
como misterio. Para estos temas acude también a Ireneo de Lyon o Juan
Damasceno. De modo más esporádico Alegre recurre a otros como
Fulgencio de Ruspe, Atanasio, Gregorio de Nisa, Justino, Tertuliano,
Dídimo el Ciego, Gelasio, Minucio Félix, Máximo el Confesor, Eutimio,
Teofilacto, etc.
63 Ibidem, prolegomenon III, p. 196: «Nullus est Patrum, qui plures de divinis rebus libros
scripserit, nullus, cui tot fuerint libri falso adscripti, quam Agustinus, quum propter argumentorum
diversitatem, tum propter ingenii splendorem et nominis celebritatem. Nimis propterea longum esset,
ac lectori injucundum de singulis discurrere, praecipue quum Bellarminus, Doujatius, Natalis, per
tomos singulos legitima Augustini opera ab adscititiis discreverint.
64 Ibidem, libro VII, prop. V, n. 13: «Quidquid verae Theologiae in Scholastica D. Thomae
Summa continetur (…) usque ad ipsorum articulorum fundamenta, ex Agustino ita mutuatum est,ut
quemadmodum Novum Testamentum nihil est aliud, quam Vetus revelatum…ita S. Thomae Summa,
ubi Theologiam pro magna parte tradit, nihil sit aliud, quam Agustinus contractus, certaque proportione naturalibus principiis alligatus».
65 Otras obras de San Agustín que cita y utiliza son: Enchiridion ad Laurentium seu liber de
fide, spe et caritate; De anima et eius origine; De perfectione iustitiae hominis. También alude con frecuencia a Adversus Manicheorum, pero no especifica a cuál de los libros contra los maniqueos se refiere.
66 Es interesante leer la crítica histórica que refleja sobre los textos del Crisóstomo y las discusiones que hubo en su época sobre la autenticidad de algunas de sus obras, como los Comentarios al
Evangelio de San Mateo. Alegre, 1789-1791, prolegomenon III, p. 289.
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Por último, hay que destacar la inclusión de algunos Padres hispanos
como Orosio, Prudencio, San Paciano de Barcelona y San Isidoro. Es posible que Alegre tuviera cierto conocimiento de ellos por el hecho de proceder de la misma cultura.
Escritores eclesiásticos
Autores medievales
El uso de Santo Tomás en este texto es tan amplio que podemos hablar
de una obra tomista. Alegre lo advertía ya desde las primeras líneas, en la
propia dedicatoria, donde manifestaba una rendida admiración al Aquinate
por considerarlo piedra importante del pensamiento teológico. Expone
detenidamente su pensamiento, incluso lo copia. Explica las partes oscuras,
lo defiende frente a los ataques de otros teólogos católicos y utiliza sus
argumentos contra protestantes y filósofos ilustrados, demostrando con
esto su firme creencia en la perennidad de la teología aquiniana, por su
capacidad de responder a los problemas planteados varios siglos
después.En las controversias de escuela siempre prefiere su explicación,
porque le parece más sencilla y adecuada frente a las especulaciones de
Luis Molina o Francisco Suárez.67 Las obras más utilizadas son la Summa
Theologiae, la Summa contra gentiles y De veritate. Pero también se
encuentran referencias de De malo y De potentia.
El resto de autores medievales utilizados es en general escaso.
Aparecen, sobre todo, en los libros I, V, VI y XIII. Excepto en algunos
casos, debió utilizar algún elenco que le permitiera sacar los ejemplos adecuados. Los que tienen un tratamiento más extenso son Boecio y San
Anselmo. Es posible que leyera De consolatione philosophiae, por el conocimiento amplio que refleja de él, en lo referente a los atributos divinos, la
existencia del mal y el misterio de la Trinidad.68 Alegre cita también obras
de Boecio que no se encuentran en las relaciones de escritos de este filósofo, como De libero arbitrio y Proslogion. Es posible que fueran atribuidas
a Boecio en el siglo XVIII.
67 Ibidem, libro I, prop. X., nn. 14-15. Después de haber mostrado las explicaciones de Molina y
Suárez sobre el conocimiento de Dios, en el tema de la ciencia media o de la distinción en Dios de la ciencia de las condiciones o la simple inteligencia, dice preferir a Tomás de Aquino: «Si ergo cum D.Thoma
loqui volumus, oportet horum mere conditionarum scientiam ad simplicem intelligentiam reducere».
68 Ibidem, props. II, X, XV, XVI y XX; libro XIII, prop. V.
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Anselmo de Canterbury es un autor muy querido para Alegre por su
esfuerzo en demostrar racionalmente la existencia de Dios. Es utilizado
sobre todo para explicar el conocimiento de Dios y, en especial, cómo es
compatible su conocimiento de las cosas futuras con la libertad. También
lo encontramos en el libro sobre el pecado, uniendo sus argumentos a los
de Santo Tomás. Los libros citados son Concordia praescientia Dei cum
libertate, el Proslogion y De libero arbitrio.69
También parece conocer a Pedro Lombardo, por Melchor Cano, ya
que siempre aparecen unidos en las argumentaciones. Lo mismo ocurre con
otros autores, como San Bernardo, del que se limita a repetir frases célebres que ilustran el razonamiento.70 Con esta misma intención, más ilustrativa que argumentativa, hace uso de Buenaventura, cuyos libros no aparecen citados de un modo muy identificable. El hecho de que una sus
afirmaciones a las de Petau hace pensar que tal vez tomara las citas de este
último.71 Hugo de San Víctor, Juan Duns Escoto, Beda, Ricardo de San
Víctor, son otros teólogos que aparecen en la obra de Alegre, aunque su
presencia es escasa.
Es interesante, aunque no son escritores eclesiásticos, el conocimiento
que muestra de Avicena y Averroes, quienes aparecen en las proposiciones
dedicadas a explicar la naturaleza y propiedades del alma. Como no cita
obras, lo más probable es que los conozca a través de la de Santo Tomás,
pues estos filósofos siempre se vinculan a los argumentos del Aquinate.72
Autores de los siglos XVI al XVIII
La cantidad de fuentes utilizadas es mayor respecto a los anteriores,
no sólo en cuanto el número de autores, sino también porque su uso es
mucho más amplio. En el caso de algunos escritores como Cayetano,
69 Ibidem, props. VIII y X; libro VI, prop. IV, n. 21; libro IX, prop. VIII, n. 3.
70 Ibidem, libro VI, prop. IV, n. 9: Alegre está tratando si el libre arbitrio permanece después
del pecado original y se apoya para argumentar en una cita del Tractatus de gratia et libero arbitrio de
Bernardo de Claraval: «Manet ergo etiam post peccatum liberum arbtrium et si miserum, tamen integrum. Et quod se per se homo non sufficit a peccato excutere, non liberi arbitrii signat destructionem,
sed duarum reliquarum libertatum (a peccato nimirum et miseria) privationem».
71 Ibidem, prop. III, n. 14: hablando de la inmortalidad del alma, si es una propiedad natural o
sobrenatural, cita una imagen de Buenaventura en la que compara de esta forma: igual que el árbol de
la vida es causa de la inmortalidad, así el sacramento es causa de la gracia; prop. IV, n. 19: se une a la
afirmación de Tomás de Aquino sobre la voluntad libre del hombre.
72 Ibidem, libro V, prop. I; libro VI, prop. II, nn. 12-14.
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Belarmino o Suárez, ya no se reduce a frases ilustrativas sino que se expone detalladamente su argumento o se les hace dialogar con otros teólogos.
Aunque su uso nunca es tan extenso como el de Agustín o Tomás de
Aquino, las fuentes principales de los Institutionum se puede decir que forman parte del cañamazo que sustenta la obra de Alegre.
Hay que distinguir a los autores utilizados por sus tratados dogmáticos, y que son fuente para los desarrollos teológicos, de los historiadores
de la Iglesia o de la teología, que se convierten en un instrumento indispensable para conocer las obras y el pensamiento de muchos autores cuyos
libros no podía Alegre tener delante. Del grupo de historiadores destacan
sobre todo Cesare Baronio, Natal Alexandre y Melchor Cano. El primero,
Baronio (1538-1607), historiador de la Iglesia y autor de Anales eclesiastici, permitió a Alegre elaborar la introducción dedicada a las herejías.73
Mucho más utilizado fue el dominico francés Natal Alexandre (16391724), ya citado,74 autor de varias obras de historia de la Iglesia y al que
Alegre considera una autoridad a la hora de discernir la autenticidad de las
fuentes patrísticas o de la Sagrada Escritura. Sus textos son de gran ayuda
para elaborar los prolegómenos y están en la base de los demás libros de
los Institutionum, sobre todo los que se refieren a la Sagrada Escritura o la
Tradición. Su opinión suele ser tenida en cuenta en los libros sobre el mundo, la Iglesia o los sacramentos. Casi nunca lo contradice, excepto en sus
interpretaciones de Tomás de Aquino, e incluso le atribuye un galicanismo
moderado que respeta.75
Melchor Cano y su De loci theologici tiene también una presencia frecuente, aportando datos para los temas históricos. Es un libro de referencia
al que Alegre generalmente remite, en especial los apartados que tratan de
Dios y sus atributos, la Iglesia o los sacramentos. Acerca de las fuentes que
utiliza para escribir sobre la autenticidad de las Sagradas Escrituras, afirma
que de este tema trataron con mucha erudición Natal Alexandre, Melchor
Cano y Belarmino.76 Otros autores citados como suministradores de datos
de historia de la Iglesia son Luis Gotti,77 una de cuyas obras, De vera
73 Ibidem, prolegomenon II, p. 257. Estudios sobre la vida y obra del cardenal Baronio se
encuentran en Ingold, 1910, col. 426. Pero sobre todo en Jedin, 1982.
74 Alegre, 1789-1791, prolegomenon II, p. 257.
75 Ibidem, prolegomenon II, p. 257; prolegomenon III; libro II, praefatio.
76 Ibidem, libro I, prop. XXIII, libro II, praefatio; libro III, prop. XII; libro XVI, prop. III.
77 Coulon, 1915, cols. 1503-1507: Luis Gotti (1664-1742), dominico, fue muchos años profesor de filosofía en Salamanca y en Bolonia hasta que obtuvo la cátedra de teología en esta última ciudad. Destaca por sus obras apologéticas y de controversia, en especial contra el calvinismo.
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Christi Ecclesiae, utilizó Alegre. Junto a ésta empleó la de Bernard Lamy,
el Apparatus biblicus.78
Roberto Belarmino, Denys Petau y Honorato Tournely,79 pertenecen a
este primer grupo que hemos mencionado. Tienen una presencia mayor en
la obra de Alegre, puesto que lo acompañan durante gran parte de sus argumentaciones y sus nombres aparecen en los prefacios de cada libro, que es
donde suele citar a sus fuentes. Su afinidad con Belarmino es casi absoluta, excepto en algunas interpretaciones de Santo Tomás de las que disiente.80 Utiliza sus dotes de controversista para oponerlo a los pensadores ilustrados, a los protestantes o a los filósofos antiguos. De hecho la única obra
suya que utiliza es Controversiae. Su presencia se hace más patente en los
tratados sobre la Iglesia, la religión o los sacramentos. También, junto con
Natal Alexandre, en los libros II, III, IV sobre la Sagrada Escritura y la
Tradición. Por lo general, su pensamiento está muy desarrollado, casi se
diría que lo copia. El frecuente recurso a Petau y Tournely evidencia que
fueron también fuentes de su teología, aunque a ambos les reprocha su desprecio por la escolástica.81 Petau aparece de modo tan frecuente como
Belarmino, aunque sus razonamientos no están expuestos con la misma
amplitud. Utiliza sobre todo su Theologica dogmata. Alegre acude a él para
casi todos los temas, excepto en el libro de las Leyes, y es posible que
muchos argumentos de los Padres los extrajera de esta obra de Petau que
hemos citado.
Recurre a Tournely para determinados temas dogmáticos, como el de
los ángeles, para responder a los ateos y los defensores de la religión natural y para el sacramento de la Penitencia.82 También es una autoridad en el
tema de la relación libertad-gracia. Alegre expone la solución adoptada por
78 Bernard Lamy (1640-1715), sacerdote oratoriano y profesor de teología, tuvo una producción literaria y científica muy amplia. A partir de 1687, a petición de sus superiores, se dedicó a escribir obras eclesiásticas. La más señalada fue el Apparatus biblicus, pero también preparó otras en el
campo de la historiografía. Carreyre, 1924, cols. 2550-2552.
79 Honorato Tournely (1659-1729), profesor de La Sorbona, combatió con energía las tesis
jansenistas. De 1725 a 1729 publicó un curso de teología que le ganó una gran reputación, las
Praelectiones theologicae de gratia Christi, quas in scholis sorbonnicis habuit Honoratus Tournely. En
esta obra abordó la debatida cuestión de la gracia y adoptaba una fórmula de equilibrio entre gracia eficaz y gracia eficiente que fue muy criticada. Su teología procura tratar los temas desde las nuevas perspectivas de la teología histórica. Carreyre, 1946, cols. 1242-1244.
80 Alegre, 1789-1791, libro XIII, prop. V: por ejemplo en el tema del influjo moral de la
gracia.
81 Ibidem, praefatio, p. 5; libro I, prop. XVIII; libro V, prop. II, n. 3; libro VI, prop. III,
nn. 12-13; libro X, prop. I.
82 Ibidem, libro I, prop. I y XXIII; libro V, prop. X; libro XVI, prop. II.
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éste, pero no la comparte porque le parece muy semejante a la de Jansenio,
aunque partan de planteamientos distintos.83 Conoce sobre todo sus Praelectiones Theologicae. Al igual que Alexandre, lo propone como modelo
de galicano moderado, al explicar la potestad de los obispos.
Un uso menor tienen Cayetano, Suárez, Molina y Azor, que aparecen
para explicar los temas en que destacaron estos teólogos o las controversias
en que estuvieron inmersos. Así ha de citar a Luis Molina y a Suárez cuando habla de la ciencia de Dios, de la distinción entre gracia suficiente y gracia eficaz, del hombre en estado natural o elevado al fin sobrenatural. Suele
disentir de sus opiniones y los cita para poner de relieve el acierto de las
soluciones aportadas por Aquino,84 lo que manifiesta su distanciamiento de
la línea suarista propia de los jesuitas. De hecho acude casi a regañadientes a Suárez para tratar la relación entre las leyes civiles y el derecho natural, porque es quien le aporta los argumentos necesarios para contestar a
Grocio y Pufendorf.
Cayetano es utilizado mucho menos, aunque tiene también cierto peso
como fuente en el tema del estado de justicia original o de los sacramentos.
Su carácter es secundario, detrás de Belarmino o Petau, y ni siquiera aparece en la relación de fuentes que precede a cada libro, ni tampoco nombra los
libros de éste que utiliza, más bien lo contradice a veces en las interpretaciones que Cayetano hace del Aquinate. Es muy probable que no fuera un autor
que utilizara de primera mano.85 Por último cabría hablar de Azor y sus
Institutiones morales, fuente para los temas en torno a las capacidades del
hombre en el terreno sobrenatural y para las materias de moral y su relación
con la ley. Cuando Alegre tiene que hablar del probabilismo se inclina más
por las tesis probabilioristas, apoyándose para argumentarlas en Azor.86 Es,
por otra parte, algo lógico si se tiene en cuenta que el regalismo borbónico
persiguió con ahínco a los autores probabilistas. El probabilismo había sido
asumido corporativamente por la Compañía, mientras que la Santa Sede
83 Ibidem, libro VII, prop. V, nn. 12-13: «Ovum ovo similius non est, quam est Janseniana
argumentatio Tournellianae; sed tamen ex longe diverso principio uterque argumentatur».
84 Ejemplos de esos temas en los que Alegre disiente pueden verse en Ibidem, libro V, prop.
II; libro IX, prop. XIV; libro XIV, prop. III.
85 Ibidem, libro I, prop. XX, nn. 11-12; en estos números, Alegre explica de forma muy prolija los fallos de la argumentación de Cayetano sobre la providencia al interpretar a Tomás de Aquino.
86 Resulta interesante la inclusión de Juan Azor (1559-1603) porque su obra supuso un cambio en el planteamiento metodológico de la teología moral. Ibidem, libro VIII, prop. XIV: sobre la conveniencia y licitud de la interpretación de la ley. En esta proposición Alegre pasa revista a los sistemas
morales. Sobre este tema, que tuvo mucha influencia en el futuro desarrollo de la moral, puede verse
Pinckaers, 2000, pp. 314-321; Molina, 1994, pp. 128s.
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promovió el probabiliorismo, sobre todo desde Benedicto XIV. Alegre,
como es habitual en él, se inclina por las posturas moderadas.
También refleja algunos de los problemas suscitados por el jansenismo y expone resumidamente las doctrinas de Jansenio y Quenell sobre la
libertad del hombre, el valor de la penitencia o el dolor de atrición. Muestra
un gran conocimiento de Jansenio, pero no cita el Augustinus. Quizá los
conociera a través de los que refutaron sus errores, como Petau y Tournely.
Por una parte, lo incluye en el prolegómeno dedicado a los herejes, pero en
las cuestiones acerca de la gracia expone sus tesis, de las que disiente, y lo
considera un teólogo «de nombre no pequeño».87
Escritores protestantes
Propiamente no podemos hablar de fuentes protestantes, porque es
bastante posible que Alegre no manejara las obras de estos autores directamente. Sólo nombra algunos libros de Lutero escritos en latín, porque
expone con cierto detalle su contenido al explicar la postura protestante.
Estos son De captivitate Babiloniae y un opúsculo en contra de la Misa,
desarrollados sobre todo en el libro XIV dedicado a explicar la Santa Misa
como el sacrificio de la Nueva Ley.88
Lógicamente las posturas de Lutero y Calvino aparecen en los libros
sobre la Sagrada Escritura y la Tradición, donde Alegre discute con ellos
sobre la necesidad de interpretar los libros sagrados.89 También refleja la
visión pesimista que los dos tenían del hombre, incapaz de hacer actos
moralmente buenos, o el concepto que transmiten de ley natural.90 Junto a
los nombres de Lutero, Calvino o Zwinglio aparecen también los argumentos de otros autores protestantes menos conocidos como Brenz, fiel seguidor de Lutero, o Juan Cocleo.
La presencia de los escritores reformados es igualmente evidente en
los libros dedicados a los sacramentos (libros XIV a XVI). En ellos, aparte de ser expuesta de manera desarrollada la doctrina protestante sobre los
sacramentos, se hace un estudio sobre su necesidad, la presencia real en la
87 Alegre, 1789-1791, prolegomenon II, pág. 241; libro VII, prop. V, n. 12: «sed hoc negat
Augustinus, et cum Augutinus, Bellarminus, Tounellius, Jansenius et alii non exigui nominis
Theologi».
88 Ibidem, libro XIV, prop. V.
89 Ibidem, libro III, prop. XII y XVI.
90 Ibidem, libro VI, prop. IV, n. 23; prop. IX, n. 4; libro VII, prop. IV.
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Eucaristía, la validez de la misa como sacrificio y el valor de la Penitencia
o la Unción de enfermos. Se confronta con los argumentos de Belarmino,
Aquino o Suárez, para terminar con los cánones de Trento sobre esos sacramentos al final de cada libro.
Autores racionalistas e ilustrados
Hay varios temas en los que Alegre expone el pensamiento ilustrado
y muestra el conocimiento que tiene de sus obras, directamente o a través
de otros. Ya es admirable este esfuerzo por conocerlos y dar respuesta a los
interrogantes que planteaban. Aunque hay voluntad de aprovechar lo que
se pueda, en general, se distancia de la mayor parte de sus tesis.
Cuando en los prolegómenos Alegre elaboró la relación de herejes y
herejías a través de los siglos, al detenerse en el siglo XVIII, los dividió en
tres grupos: los deístas, los materialistas y los francmasones. Su deseo de
modernidad le llevó a querer buscar en su pensamiento ideas compatibles
con la fe cristiana, pero la mayor parte de las veces no tuvo más remedio
que discutir con ellos e incluso descalificarlos. También, en cierta manera,
los subestima. De hecho una frase que aparece con relativa frecuencia es la
de considerarlos más tontos que malvados.91
Los temas en los que aparecen las ideas racionalistas e ilustradas son
los relativos a la existencia de Dios, la espiritualidad e inmortalidad del
alma, la religión natural, la libertad del hombre, la ley natural, el hombre
social por naturaleza o la superioridad de la religión cristiana. En casi todos
estos problemas aparecen los razonamientos de determinados autores como
Bayle, Spinoza, Voltaire, Hobbes y Rousseau. Parece conocer en profundidad el pensamiento de estos filósofos, aunque sólo cita las obras de Bayle
(Dictionnaire historique et critique), de Spinoza (Tractatus theologicopoliticus) y dice haber utilizado un tratado de Rousseau sobre la desigualdad de los hombres.92
91 Ibidem, prolegomenon II, p. 243: «Mihi quidem hi ex eorum videntur genere hominum esse,
de quibus dixit Aristoteles vanos potius censendos esse, quam malos». O unas líneas más adelante los
llama: «curiosa sectantes, auribus prurientes, Paganae antiquitatis admiratores, et Naturae sacerdotes,
nubes sine aqua, quae omni vento doctrinae circumferuntur, venales scriptores nescientes neque quae
loquuntus, neque de quibus affirmant».
92 Ibidem, libro VI, prop. II, n. 16. El tratado puede ser un discurso que Rousseau envió a la
Academia de Dijon, Discours sur l’origine de l’inégalité parmi les hommes. Véase Vilanova, 1992,
p. 207.
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El pensamiento de Voltaire sobre el alma humana está tan desarrollado que con toda posibilidad debió leerlo.93 Aunque afirma que estudió la
doctrina de este autor sobre el alma en su tratado de metafísica, es probable que se refiriera a su Dictionnaire philosophique porque el Traité de
métaphysique no llegó a ser publicado. De hecho, sigue los razonamientos
que Voltaire expone en el apartado sobre el alma.94 Esta obra debió aportarle, además, el conocimiento de otros autores ilustrados de los que Voltaire
habla. Glosa la defensa que éste hace de Locke y de sus ideas acerca del
alma.95 Bayle y Spinoza reciben un tratamiento bastante negativo, el primero es llamado con frecuencia impiorum huius temporis Philosophorum
Patronus y al segundo lo considera el príncipe de los ateos.96
Christian Wolff también es citado con amplitud, no sólo para exponer
sus argumentos en contra de la inmortalidad del alma o de su materialidad,
sino que aprovecha para incluirlo en una ocasión que parece dar la razón a
Tomás de Aquino al hablar de la Providencia, siendo su Theologia naturalis
la obra que utiliza.97 También cita y expone puntos de la obra de Malebranche
De la recherche de la vérité. Junto a éstos encontramos además los nombres
de Helvecio, Descartes, al que llama el Soñador, Mirabeau y Collins.
Para los temas de ley natural, de las leyes en general y sobre el origen
del poder, que se tratan en algunas proposiciones del libro VI, VII y en el
libro VIII, utiliza a Rousseau, Pufendorf, Grocio, Hobbes, Montesquieu y
Thomasius. No está de acuerdo con ellos en la separación que establecen
entre ley natural y ley divina y tampoco en su negativa a considerar inmutable la ley natural. Sin embargo, pueden observarse puntos en común en
muchos otros aspectos acerca del origen del poder o de las leyes positivas.
De Pufendorf conoce De iure naturae et gentium libri octo. 98
Además de estos autores citados expone el pensamiento de Tindal,
Huet, Locke y Saint-Evremonde sobre la religión natural o racional y con93 Alegre, 1789-1791, libro VI, prop. II, n. 16; Decorme, 1941, p. 225: el autor dice claramente que «es el único jesuita que sabemos de cierto haya leído a Voltaire».
94 Vilanova, 1992, p. 202; Voltaire, 1995, pp. 85-114.
95 Alegre, 1789-1791, libro VI, prop. II, n. 16.
96 Pierre Bayle ocupa un lugar destacado en la obra de Alegre, porque éste lo veía como la personificación del ateísmo. Siempre ataca muy duramente sus doctrinas, sobre todo sus tesis sobre una
moral natural atea.
97 Alegre, 1789-1791, Libro I, prop. XX, n. 3: «Haec D. Thom., quem vide, ubi multis probat,
divina providentia malum ab rebus non omnino excludi, cuiusque doctrinam hac in re sublimem et solidam appellat Christianus Wolfius, (Th. Nat. pág. 2, parr. 493) non ille summus Catholicae doctrinae et
Scholasticae Theologiae admirator».
98 Ibidem, libro VIII, praefatio.
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tiende con ellos para demostrar que la religión cristiana no sólo es superior
a las demás religiones, sino que es la única verdadera.99 Un último autor
que cita, y que parece no sólo conocer sino también admirar, es Leibniz.
Aunque aparece en pocas ocasiones, siempre es en sentido positivo y pone
su actitud ante la filosofía como un ejemplo a imitar.100
Recibido el 11 de febrero de 2010
Aceptado el 08 de febrero de 2011
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99 Ibidem, libro I, prop. XXII y libro X, prop. XXI.
100 Ibidem, libro VIII, praefatio, p. 5: «Recte enim de Jure philosophanti, quod monuit
Leibnitius, (ep. ad Mol.), non tantum humanae tranquillitatis, sed etiam divinae amicitiae ratio habeatur, cuius possessio nobis duraturam felicitatem spondet».
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ISSN: 0210-5810
Castillero Calvo, Alfredo: Cultura alimentaria y globalización. Panamá,
siglos XVI a XXI. Panamá, Editora Novo Art, 2010, 397 pp.
La lectura de una obra cuya gestación ha transcurrido durante casi
cuarenta años resulta hoy tan inhabitual que, cuando sucede, se convierte
en todo un evento tanto para el mundo académico como para ese público
amplio y culto que demanda una historiografía seria pero asequible. Tales
son los principales rasgos de esta Cultura alimentaria escrita por uno de los
modernistas más señeros de Panamá. De la conjunción de estos dos elementos, reflexión invertida en la obra y madurez de su autor, ha surgido una
aportación muy notable sobre la historia de la globalización alimentaria
desgranada a través de ese hilo conductor —y capricho geográfico del planeta— que es el istmo panameño. El resultado es una combinación de historia global, historia continental e historia regional (pues adjetivar de
«nacional» la realidad panameña sería inapropiado al menos hasta comienzos del siglo XIX) que funde las corrientes económicas, sociales y culturales que han afectado a occidente para ofrecer una explicación de los cambios experimentados en la dieta de los pobladores de Panamá entre la era
de los descubrimientos y la actualidad.
Las fuentes referidas por Castillero son diversas y recogen desde los
documentos más «objetivos» de los archivos (sobre todo los de carácter fiscal) hasta los más discutibles, pero insoslayables, de las memorias, los
libros de viajes, los recetarios, la iconografía (con una excelente muestra de
imágenes gracias a la calidad de la edición) y hasta los propios testimonios
orales recabados por el autor entre su medio familiar. Este método se adapta al objeto de estudio hasta reflejarlo en toda su extensión, ya que de algún
modo la historia de los alimentos se ubica entre los imperativos de la naturaleza, los dictados del comercio y, desde luego en este caso, la subordinación colonial, pero también es consecuencia de tradiciones culturales (que
en ocasiones se intentan trasplantar aunque resulte costoso e incluso imposible hacerlo), de opciones poco racionales desde la óptica del beneficio o,
simplemente, de haber sucumbido a un sabor o a un olor tan seductores
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
como adictivos. Historiar lo que las sociedades han convertido en alimentos implica analizar también lo que han rechazado por tales, de manera que
es entre la antropología, la ecología, la historia con documentos y la percepción de lo subjetivo donde se abre espacio una obra compleja como la
que comentamos.
Seguidor del academicismo de los Annales —el mismo autor invoca
al inicio su apego por la «historia total»—, la obra se atiene a lo largo de
sus diecinueve capítulos a un esquema cronológico que recorre básicamente tres grandes etapas: el periodo colonial, la Revolución Industrial entre
1850 y 1950, y la actual y última globalización de entre 1950 y 2000. Pero
lo más notable del texto son las incursiones en los aspectos estructurales
que han condicionado, que no determinado, la evolución alimentaria de
Panamá. A la cabeza de estos, claro está, figura la geografía, esto es, el
papel de nexo que Panamá ha jugado entre los océanos Atlántico y Pacífico
y entre las dos Américas, la del norte y la del sur; y, más allá de estos cuatro puntos inmediatos, entre todas las ramificaciones que la primera globalización del siglo XVI causó y conectó, lo que en la práctica supuso que
casi todas las corrientes del mundo afectaron al enclave panameño. Sin
embargo, Castillero explica cómo esta situación de aparente privilegio no
libró a Panamá de su consecuencia más nefasta: la consagración del istmo
como zona de paso y, de resultas, su dramático y crónico desabastecimiento. Lo que no significa que Panamá se hundiera en la hambruna, salvo contadas excepciones: si en unas épocas, como durante el largo siglo XVI, el
ganado vacuno traído por los españoles se reprodujo hasta hacer necesaria
su matanza para frenar la caída de su precio, en otras hubo que recurrir al
plátano local como primer recurso de subsistencia, al menos entre los grupos menos favorecidos. Con el tiempo llegarían también el arroz y el maíz,
el cerdo y el azúcar, el café y los frijoles. Naturalmente, cada estrato social
se alimentaba de distinta manera —como bien señala Castillero Calvo— y
en este sentido el capítulo dedicado a la dieta del alto clero y los virreyes
resulta magnífico. Pero errará quien atribuya en exclusiva esta sucesión de
ciclos de abundancia y escasez al orden colonial impuesto por la Corona
española, ya que en toda la Europa moderna —por no hablar de la misma
metrópoli— se sucedieron periodos críticos con similares resultados de
peste y contracción demográfica. Todo lo más, el caso panameño devino
una variante de un modelo general incapaz de hacer frente a las crisis que
él igualmente generaba. De hecho, Castillero subraya que hacia 1650 la
«revolución ecológica» plasmada en la sobreproducción de proteína animal
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en América no sólo compensó la catástrofe demográfica de la conquista,
sino que llevó a pensar a los europeos —y todo indica que así fue— que en
el Nuevo Mundo la gente vivía más y comía mejor. Y esto mientras la
retención de la plata americana en el Perú y México (más que la caída de
su producción, como indica Castillero) hundía la feria de Portobelo en la
década de 1640 y la vida financiera panameña se descoyuntaba por un largo tiempo. Una paradoja más de la colonización.
Más allá de estos aspectos, el autor dedica especial atención al caso
específico de la ciudad de Panamá, que tan bien conoce. Pues si el istmo en
general estaba al servicio de los tráficos intercoloniales (e intracoloniales),
la ciudad en particular también lo estaba y en ocasiones de un modo que la
convirtieron en zona vulnerable a los ataques enemigos. El de 1671 efectuado por los ingleses devastó la urbe, lo que obligó a su traslado y refundación a escasos kilómetros de la primera dos años más tarde, una prueba
más de la vitalidad y determinación imperiales de España pese a sufrir una
coyuntura nada halagüeña. Que la defensa de la segunda Panamá contara
más que la carencia de agua que siempre padeció en su nuevo emplazamiento, expresa también el sometimiento del territorio y su población a los
designios militares de la Corona y a un sistema de tráfico ya entonces
demasiado rígidamente implantado como para soñar con desafiarlo. Lo
interesante, sin embargo, es la constatación de cómo la nueva Panamá logró
resistir hasta hoy y animar, de paso, la historia de la dieta del país al convertirse ya para siempre en el punto generatriz de las sucesivas modas (y
oleadas) alimenticias que irradiarían hacia el resto del istmo, desde la motivada por la fiebre del oro californiano a mediados del ochocientos hasta la
globalización gastronómica actual.
Pero ¿existió, en definitiva, una historia de la alimentación susceptible de identificar como «panameña»? Quizás sí, pero sólo en un sentido
muy vago y para periodos bien acotados. La obra de Castillero demuestra,
por ejemplo, que mientras lugares como la ciudad de Panamá se hallaban
desde 1600 inmersos en la globalización de mil y un productos, sin embargo subsistían enclaves pobres y aislados («no conectados», por usar la terminología de la historia global) como el del campo chiricano durante la
mayor parte de la colonia y al que el autor dedica un capítulo. Todo no se
pudo, ni seguramente se quiso, globalizar. De ahí el riesgo de considerar
«panameño» lo que en realidad era un hábito estrictamente de la capital de
Panamá, pero quizás no del país; y de ahí también que se eche de menos no
haber profundizado más en el impacto —si tal existió— de la separación
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de Panamá respecto de Colombia en 1903 para todo lo referente a los patrones alimenticios del —ahora sí— nuevo país. No todas las naciones latinoamericanas conocieron dos independencias, como fue el singular caso
panameño. Pero si, como Castillero recoge, la clave de su libro anida en
desentrañar la relación entre cultura alimentaria e identidad nacional,
entonces tenemos algunas cuestiones para las que habrá que seguir buscando respuestas y, sin la menor duda, será por esta gran obra por donde habrá
que comenzar.—RAFAEL VALLADARES, CCHS, CSIC, Madrid.
Celaya Nández, Yovana: Alcabalas y situados. Puebla en el sistema fiscal
imperial, 1638-1742, México, El Colegio de México, 2010, 402 pp,
anexo estadístico, tablas, gráficos, fuentes y reproducción desplegable
de un mapa de la ciudad de Puebla en 1698.
La publicación de Alcabalas y situados, de la doctora Yovana Celaya,
es, sin lugar a dudas, una gran noticia para todos los interesados en la fiscalidad de la Edad Moderna. Y lo es por muchas razones. En primer lugar,
cabe destacar la exhaustiva investigación en fuentes primarias en la que se
basa, fruto a su vez del planteamiento sólido y bien trabado de la que fue
su tesis doctoral (germen del trabajo que aquí nos ocupa). En segundo
lugar, como deja ver con claridad el título, el planteamiento de la obra busca situar el caso de estudio de la fiscalidad de las alcabalas de Puebla en un
marco que desborda con mucho el ámbito local, para insertar los avatares
de aquella renta tanto en el marco novohispano como en el conjunto de las
fiscalidades que se desarrollaron en el vasto imperio hispano. De esta forma, el resultado supera, de forma muy convincente, la tan artificiosa barrera académica e historiográfica que se ha empeñado en distinguir entre una
Historia Colonial de América y una Historia Moderna de España. En nuestra opinión, buena parte del atractivo del libro de la doctora Celaya y de sus
más rotundos logros proceden de esa amplitud de miras.
Pero sin duda hay mucho más en este trabajo. Por ejemplo, su lectura nos adentra en las características que confirió al sistema de percepción
de las alcabalas la ubicación de la ciudad de Puebla en la estructura mercantil mexicana. En este sentido, la doble dependencia de la fluidez del
mercado poblano respecto a la regularidad de las flotas del pacífico —el
galeón de Manila— y atlánticas —las arribadas desde la Península Ibérica
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a Veracruz— es un elemento clave. Además, en estrecha relación con esto,
la autora se interesa por el destino de la recaudación de las alcabalas, es
decir, por la inversión de los recursos procedentes de las alcabalas poblanas por medio del sistema de situados. Una característica que, por otro
lado, confirió peso político a los gestores de la renta —algo particularmente claro en el caso del Cabildo de la ciudad mientras ostentó su administración—. Otro elemento de gran interés es el estudio de los límites espaciales de la fiscalidad. Es decir, la relación fiscal entre la ciudad, su agro
y las comunidades o villas que ocupaban el espacio rural poblano. Esta
bajada al detalle de la percepción tributaria viene en buena medida de la
mano de la interesante exposición de la diversidad de sistemas de cobro
que caracterizó el desenvolvimiento histórico de la alcabala en Puebla. En
particular, resultan de gran interés las aportaciones de la autora respecto al
mudable balance entre cobro por repartimiento y cobro por viento, según
la condición de vecinos o forasteros de los principales tributarios.
Esta amplitud de miras le lleva a introducirnos también en la estructura, composición y conflictos de los grupos sociales que actuaron como
agentes implicados, de una u otra forma, en la recaudación de la alcabala,
abarcando tanto a los miembros del gobierno local como a los productores
agrícolas, sin olvidar a los comerciantes, pieza clave del sistema de cobro
a lo largo de todo el periodo. Unos agentes múltiples cuya consolidación
como elementos del sistema fiscal hispano situó sus aspiraciones e intereses políticos en primera línea de las disputas que se produjeron en torno al
cobro y gestión de esta renta, poniéndolos en contacto tanto con las autoridades virreinales como con las metropolitanas.
Desde el punto de vista del desarrollo argumental, la obra se articula
sobre un esquema ante todo cronológico. Es aquí, al hablar de la estructura del libro, donde podemos incluir la única crítica de cierta entidad respecto a este trabajo. Crítica, como decía Walter Benjamin (Sobre la fotografía,
Valencia, Pretextos, 2008 [1928], p. 11), entendida como «la única que despierta en el lector el apetito de un libro». En concreto, hay dos aspectos
relativos a la articulación del discurso que podrían haber sido resueltos de
forma más satisfactoria. En primer lugar, en ciertos pasajes la organización
del material se nos presenta sometida de forma muy rigurosa al ajuste cronológico que ciñe los capítulos, opción expositiva que parece responder a
una dosificación de la información que por momentos dificulta el seguimiento del hilo argumental. Dicho de otro modo, en ocasiones la necesidad
autoimpuesta de respetar el límite cronológico de los capítulos lleva a la
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autora a fraccionar determinados razonamientos, lo cual trunca la secuencia histórica de los procesos analizados. Procesos cuya resolución queda a
veces situada a muchas páginas de distancia del epígrafe que los abordó.
Por otra parte, también como una consecuencia de esta cierta rigidez del
plan expositivo del libro, ciertas conclusiones parciales propuestas por la
doctora Celaya Nández se repiten en algunos apartados a modo de premisa y conclusión.
Adentrándonos ya en la presentación de las partes de que se compone
la obra, ésta arranca, a modo de segunda introducción, con una síntesis de
los logros que la renovada Historia de la Fiscalidad está aportando a nuestro
conocimiento de la estructura política y económica del Imperio hispano. Un
repaso que abarca desde la fiscalidad de la Castilla del siglo XVI a su adaptación en la Nueva España, sin olvidar las aportaciones del arbitrismo del
siglo XVII ni las contribuciones del reformismo —tanto el borbónico como
el del reinado de Carlos II— ante la necesidad de allegar nuevos recursos
económicos. Sobre esta base, que ya anuncia riqueza de matices en la investigación, el libro se despliega cronológicamente en tres grandes etapas sucesivas, además de una cuarta de transición. La primera corresponde, casi con
exactitud, a todo el siglo XVII, un periodo en el que las alcabalas de Puebla
estuvieron arrendadas por el Cabildo de la ciudad a través del sistema de
cabezón o encabezamiento, por medio de contratos suscritos con la Junta de
Hacienda del Virreinato de la Nueva España. Se trata, sin duda, de una etapa
esencialmente estable, pese a las subidas de 1632 y 1638, tanto en el volumen de lo recaudado como en la falta de discrepancias de gran calado entre
los contribuyentes, el Cabildo, las autoridades virreinales y la metrópoli. En
este sentido, resulta de gran interés el análisis que realiza la autora de las
diversas negociaciones que tuvieron lugar en la renovación de los contratos,
que permitieron a la larga un refuerzo de la posición de los capitulares
poblanos como interlocutores políticos y fiscales.
Sin embargo, ya en la década de 1680 comienza una etapa de transición, caracterizada por los problemas de este sistema de cobro con las
autoridades virreinales, consecuencia de la falta de elasticidad del ingreso
—derivada, por su parte, de la excesiva duración de los periodos de arrendamiento (quince años)— ante el aumento de las exigencias de la Corona,
necesitada de más fondos para invertir en los situados que redundaban en
la defensa imperial. Ello dio lugar, en primer lugar, a una pugna entre el
Ayuntamiento y los abastecedores de bizcochos y, en segundo, a la entrada
en escena, como actor político significativo, del grupo de los comerciantes
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poblanos. En esta situación, el Cabildo se esforzó por retener el arrendamiento de las alcabalas, tanto frente al interés de ese grupo de comerciantes por hacerse con el arrendamiento como frente a la voluntad metropolitana de imponer un comisario para sanear el sistema y hacer rendir más las
alcabalas. Al fin, el Consejo de Indias envió a don Juan José de Veytia y
Linaje —contador de la Contaduría virreinal y sobrino del famoso tratadista— con el cargo de juez superintendente para administrar las alcabalas en
Puebla en nombre de la Corona. Una solución que, entre otras cosas, implicó la segregación, de hecho, de la administración de esta renta del control
virreinal. Ante los buenos resultados que se anunciaban, la labor de Veytia
se vio reforzada por la enorme ampliación de sus poderes, que incluyeron,
entre otras cosas, su nombramiento como alcalde mayor de la ciudad angelopolitana(1699). Así, pese a la temporalidad que solía ser característica de
estas comisiones, la de Veytia se desarrolló a lo largo de un cuarto de siglo
(1698-1722).
Este juez superintendente se enfrentó a una doble tarea: hacer rendir
más aquella renta —por medio de la gestión directa a base de cobrar las
operaciones mercantiles susceptibles de tributar, para lo que hubo de crear
un sistema de garitas y un cuerpo de vigilantes- e invertir correctamente
procedido de las alcabalas poblanas. En este último sentido, la inversión de
la renta se repartió, a lo largo del siglo XVII, entre el situado de Filipinas
—concretamente en el pago de un batallón para defender el archipiélago y
en la provisión de pertrechos para el Galeón— y las necesidades defensivas de Veracruz. Una forma de preasignación de los recursos que dio lugar
a connivencias abusivas entre los administradores de la renta y los grandes
propietarios del rico agro poblano, una distinción personal ésta que, por lo
demás, muchas veces no existió, al ser los regidores ellos mismos propietarios o parientes cercanos de terratenientes. En todo caso, también en esta
cuestión la llegada de Veytia coincidió con un cambió en el destino del procedido de la alcabala poblana, que en adelante se destinó mayoritariamente al sostenimiento del fuerte de San Agustín, en Florida.
Por último, el lapso cronológico que abarca esta investigación se cierra con el estudio de la vuelta al sistema de arrendamiento de las alcabalas
de Puebla, tras el repentino fallecimiento, en 1722, del citado juez superintendente, cuyos últimos años de administración se desarrollaron en condiciones complicadas. Sobre todo porque el comisario había perdido el apoyo tanto de la metrópoli como del virrey. En todo caso, la incapacidad de
Veytia para traspasar su cargo a un sobrino dio como resultado un nuevo
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arrendamiento, que en este caso corrió a cargo de un grupo de comerciantes que logró hacerse con la representación de la comunidad de mercaderes
poblana.
Como balance general, el libro de la doctora Celaya nos parece un
verdadero modelo de investigación. Un acierto sin paliativos que demuestra cómo la aspiración de plantear una historia fiscal que, partiendo de estudios de caso específicos, pueda compartir un lenguaje científico común con
quienes se dedican a cuestiones similares sobre, por ejemplo, Castilla la
Vieja, Chile o Filipinas, es ya una realidad llamada, sin lugar a dudas, a
ofrecernos una imagen muy sofisticada y completa de la articulación de
poderes que se dio en el seno del Imperio hispano de la denominada
Edad Moderna.—LUIS SALAS ALMELA, Escuela de Estudios HispanoAmericanos, CSIC, Sevilla.
Cuadriello, Jorge Domingo: El exilio republicano español en Cuba, prólogo de Alfonso Guerra, Madrid, Siglo XXI, 2009, 619 pp.
¿Cómo se vivió la Guerra Civil española en Cuba? ¿Qué acogida recibieron los exiliados que arribaron a la Isla durante y tras la contienda?
¿Cuál fue su actitud ante el triunfo de la revolución de 1959? El investigador del habanero Instituto de Literatura y Lingüística «José Antonio
Portuondo Valdor» Jorge Domingo Cuadriello (La Habana, 1954) ha dedicado más de quince años a responder a estas y otras muchas preguntas en
el volumen aquí reseñado. En él Jorge Domingo hace gala de una apabullante erudición sustentada en una dedicación y esfuerzos evidentes, que
quedan patentes a lo largo de las más de seiscientas páginas que componen
el estudio.
De un modo acertado, Jorge Domingo lo ha dividido en dos mitades.
Mientras que en la primera de ellas recompone los vínculos entre Cuba, la
Guerra Civil y los exiliados que se establecieron o, simplemente, pasaron
por aquel país; en la segunda mitad, recopila y reestructura buena parte de
la información ofrecida anteriormente a través de un diccionario bio-bliográfico de los republicanos españoles exiliados en Cuba, amén de incorporar otras secciones complementarias.
El autor ha puesto de manifiesto su interés por el destino del exilio
republicano español en obras anteriores como Los españoles en las letras
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cubanas durante el siglo XX: diccionario bio-bibliográfico (Renacimiento,
2002), Españoles en Cuba en el siglo XX (Renacimiento, 2004), Una mirada a la vida intelectual cubana (1940-1950): a través de la correspondencia que se conserva en el archivo literario del Instituto de Literatura y
Lingüística «José Antonio Portuondo y Valdor» (Renacimiento, 2007), o la
edición del reportaje bélico de Carlos Montenegro, Tres meses con las fuerzas de choque: división Campesino (Renacimiento, 2010).
Refiriéndonos ahora específicamente a El exilio republicano español
en Cuba, entre los aportes más significativos de las contribuciones de Jorge
Domingo al estudio de esta parcela del saber pueden subrayarse dos aspectos. Por un lado, el hecho de destacar la repercusión de las actividades y
proyectos acometidos por los expatriados al llegar a suelo cubano. Aunque
se ha prestado una esmerada atención a la evaluación de la presencia republicana en países como México, resultaba necesaria una obra que insistiera especialmente en el caso cubano.
Por supuesto que, en este sentido, existen precedentes bibliográficos.
Por citar sólo unos pocos ejemplos, Consuelo Naranjo Orovio ya se había
aproximado en 1988 a estas cuestiones en su interesante Cuba, otro escenario de lucha. La Guerra civil y el exilio republicano español. Más recientemente, Nydia Sarabia se centró en el exilio femenino en Perfiles. Mujeres
de la Guerra Civil española en Cuba (Ediciós do Castro, 2006). En cuanto a la labor de los escritores y artistas, han aparecido distintas publicaciones especializadas en ellos como Manuel Altolaguirre. Tres revistas del exilio: Atentamente, La Verónica, Antología de España en el recuerdo
(Residencia de Estudiantes, 2003), que incluye reproducciones facsimilares y un estudio introductorio de James Valender; o El exilio artístico español en el Caribe: Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico: 1936-1960 (Ediciós
do Castro, 1999), de María del Pilar González Lamela. De hecho, el mismo Cuadriello, junto con Róger González, dio a conocer en 1998 el volumen Sentido de la derrota: (Selección de textos de escritores españoles exiliados en Cuba), donde encontramos creaciones de Manuel Altolaguirre,
Juan Chabás, Juan Ramón Jiménez, Lino Novás Calvo, o de María
Zambrano, entre otros.
El segundo aspecto que desearía destacar está relacionado con el afán
totalizador con el que el autor se acerca al caso del exilio republicano español en Cuba. De este modo, junto con el resumen de las actividades creativas desarrolladas por escritores, periodistas, actores o músicos, Jorge
Domingo recupera en su admirable empeño el impacto de otros españoles
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
en ámbitos tan dispares como la medicina, el sacerdocio, la pedagogía, el
ejército o el deporte. Tan sólo hace falta ojear la completa sección titulada
«La labor de los exiliados españoles en Cuba» para comprender lo sobresaliente que fue el papel jugado por este colectivo en el devenir de los más
variados aspectos de la vida cubana.
Del mismo modo, se revisa la situación a la llegada de los exiliados
de unas entidades tan importantes para la comunidad española residente en
la Isla como fueron los centros regionales. Siguiendo esta línea, el autor
analiza las diversas acogidas que se les propiciaron a catalanes, gallegos o
andaluces en sus respectivos centros, las cuales quedaron marcadas por las
posturas ideológicas predominantes en cada una de estas instituciones.
Además de unirse a las tradicionales entidades colectivas de carácter
español, los recién llegados se agruparon en torno a nuevas instituciones
vertebradas frecuentemente alrededor de sus preferencias ideológicas. En
este sentido, destacaron la comunista Casa de la Cultura, que entró en pugnas regulares con el Círculo Republicano Español. El estudio de estas asociaciones remite a su vez a otra faceta interesante de este exilio, que atestigua su vitalidad y dinamismo. Me refiero a las publicaciones periódicas en
las que participaron los transterrados, ya fueran creaciones propias o que
existieran previamente en la Isla. Dentro de estas últimas sobresalían en la
Cuba de las décadas de 1940 y 1950 revistas de amplia difusión como
Bohemia o Carteles. Por ejemplo, en ellas asumieron cargos relevantes los
narradores Lino Novás Calvo y Antonio Ortega. Igualmente, las asociaciones donde se agruparon los exiliados mostraron sus discrepancias a través
de sus respectivos órganos impresos, como fue el caso de Nosotros (Casa
de la Cultura), Voz de España (Círculo Republicano Español) o, en cuanto
a las controversias dentro de la comunidad catalana, La Nova Catalunya
(Centre Català) y Per Catalunya. Por otro lado, no está de más destacar que
fue en Cuba donde surgió la primera publicación periódica de los exiliados
republicanos, que llevó por nombre Nuestra España (1939-1941).
Curiosamente, esta publicación mensual se imprimía en los talleres La
Verónica, de Manuel Altolaguirre, quien a su vez estuvo al frente de la cuidada revista literaria homónima.
Las fichas de todas las publicaciones que tomaron posiciones prorepublicanas a partir del estallido de la confrontación bélica española forman parte de los útiles apéndices de la segunda parte del libro. Es en esta
sección donde también se localiza el ya mencionado Diccionario bio-bliográfico de los exiliados residentes en la Isla. A la nómina de estas persona326
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
lidades se suma la de quienes pasaron más brevemente por ella, entre los
que se encuentra a Rafael Alberti, Francisco Ayala, Santiago Carrillo, Luis
Cernuda, Diego Martínez Barrio, o a José María Ots Capdequí.
En fin, Jorge Domingo Cuadriello ofrece en El exilio republicano
español en Cuba un excelente recuento de uno de los capítulos de esa fascinante y desgarradora historia de la España errante. En sus páginas los lectores se toparán con figuras tan singulares como el aviador y poeta Alberto
Bayo, quien entrenó a Fidel Castro en México; el actor, cantante y masón
granadino Antonio Palacios; o el genial pelotari Segundo Cazalis Areitio.
Sin duda, estamos ante una contribución imprescindible para todos aquellos especialistas que quieran conocer más profundamente la relación de
Cuba con el exilio provocado por la Guerra Civil española.—EMILIO JOSÉ
GALLARDO SABORIDO, University of Nottingham, Reino Unido.
García González, Armando: Cuerpo abierto. Ciencia, enseñanza y coleccionismo andaluces en Cuba en el siglo XIX. Sevilla, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, Universidad de Sevilla,
Diputación de Sevilla (Colección América), 2010, 432 pp., índices
general y onomástico, anexo documental y de láminas, cuadros e ilustraciones.
Cuerpo abierto. Ciencia, enseñanza y coleccionismo andaluces en
Cuba en el siglo XIX, fue accésit del premio Nuestra América 2009 que
convocan la Diputación de Sevilla, la Universidad de Sevilla y el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y se suma a la ya larga lista de publicaciones galardonadas en dicho certamen. Haberse sometido con
éxito a la evaluación del jurado de uno de los principales premios americanistas y compartir la mención con otros consagrados historiadores y científicos sociales que la obtuvieron antaño, autores de obras consideradas clásicas es, sin duda, laudatio suficiente de presentación de este libro. Hay que
añadir, además, que se trata de una investigación firmada por un reconocido especialista en la historia de la ciencia en América y España y particularmente en Cuba, y escritor de trabajos también clásicos de tal temática y,
por tanto, nada menos que lo que cabría esperar de su currículum.
Armando García González, por citar sólo algunos de sus trabajos más
importantes, es coautor, con Pedro M. Pruna, del libro Darwinismo y socieAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 317-378. ISSN: 0210-5810
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
dad en Cuba (Madrid, CSIC, 1989); ha escrito, junto a Consuelo Naranjo
Orovio: Medicina y racismo en Cuba. La ciencia ante la inmigración
canaria en el siglo XX (Santa Cruz de Tenerife, Casa de la Cultura Popular
Canaria, 1996) y Racismo e inmigración en Cuba, siglo XIX (Madrid, Doce
Calles, CSIC, FIM, 1996); junto a Raquel Álvarez publicó: En busca de la
raza perfecta: Eugenesia e higiene en Cuba: 1858-1858 (Madrid, CSIC,
1999) y Las trampas del poder: higiene, eugenesia y migración. Las relaciones Cuba-Estados Unidos, 1900-1940 (Madrid, CSIC, 2006), y en compañía de José Luis Maldonado: La España de la ciencia y la técnica
(Madrid, Acento, 2002). Y entre sus obras destacan, asimismo, las ediciones del Ensayo político sobre la isla de Cuba de Alexander von Humboldt,
que también firman Miguel Ángel Puig-Samper y Consuelo Naranjo
Orovio (Aranjuez, Doce Calles, 1998), o la traducción y estudio introductorio de La estructura de los arrecifes de coral de Charles Darwin (Madrid,
CSIC, Catarata, 2006).
El sentido de esta sucinta relación curricular no es en modo alguno
estético, sino mediático, pues tiene como fin, además de presentar al autor,
resaltar el principal valor de Cuerpo abierto. Ciencia, enseñanza y coleccionismo andaluces en Cuba en el siglo XIX, y por el que ha merecido reconocimiento y publicación. Es la obra un estudio social de la ciencia en la
historia de la isla antillana y de España, calidad que sólo es posible si se
conocen bien los procesos y los debates de la historiografía al respecto, sus
grandes cuestiones y la necesaria discusión y el conocimiento que se espera y es posible a partir de una investigación como la que aquí se reseña.
Analiza García González la enseñanza práctica de la Medicina en
Cuba, y especialmente de la Anatomía, la Cirugía y la Obstetricia desde
fines del siglo XVIII hasta los inicios del siglo XX. Investiga el autor cómo
tal actividad se realizó en ciertas instituciones clínicas que se fueron creando y desarrollando a la par, sobre todo en los hospitales Militar de San
Ambrosio, de San Francisco de Paula y de San Juan de Dios, y se detiene,
además, en la aportación de una serie de figuras relevantes, criollas y españolas, y entre estas últimas en la de varios galenos oriundos de Andalucía,
pues fueron nacidos en esa región española algunos de los personajes que
más contribuyeron al avance de la ciencia, la educación y divulgación
médicas en la Gran Antilla y tanto en la época colonial como en los primeros años tras la independencia del país después de la intervención estadounidenses que puso fin al dominio español en 1898. Los individuos que
merecen especial atención son Francisco de Paula Alonso y Fernández,
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
Nicolás José Gutiérrez, José Antonio Benjumeda, José de Lletor
Castroverde, Cayetano Aguilera, Miguel Rodríguez Ferrez, José Díaz
Benito y Francisco de Córdoba.
Sostiene García González que el desarrollo científico-educativo de la
Medicina en Cuba procedió de la combinación de la labor docente y clínica, materializada en la formación y enriquecimiento de gabinetes, museos,
colecciones y jardines zoo-botánicos y, por tanto, en la interrelación de
dicha disciplina médica, de la Biología, animal y vegetal, la Botánica y la
Farmacia. Por esa razón es relevante detenerse en el análisis de dichas
colecciones, en cómo se confeccionaron, en sus propósitos y utilidad, con
la dificultad, que al ser descubierta se convierte en objeto de estudio y en
una tesis colateral del libro, de que muchas de las primeras reunidas en la
isla no solieron quedarse en ella. Destaca el autor que tal situación, sin
embargo, fue cambiando con el tiempo y según fueron avanzando las ciencias en la Gran Antilla lo usual comenzó a ser que si permaneciesen en ella.
Colecciones taxonómicas de Historia Natural, humanas, animales y
herbarias, de cultivos, que con el tiempo en muchos casos fueron formando museos y jardines, junto a los archivos y bibliotecas, fueron en Cuba,
como en el mundo entero, herramientas esenciales para el desarrollo de la
ciencia médica, de su enseñanza, de su práctica y de la divulgación del
conocimiento. Por eso es preciso analizar cómo la confluencia de los procesos históricos y del avance de la disciplina explican el impulso que en
cada momento gozaron tales colecciones en sintonía con el de la educación
y el de las instituciones en que les dieron cobijo y en que se realizó su labor.
A tales menesteres dedica el autor el grueso de la investigación junto con
el referido estudio específico de la acción de las personas que estuvieron
tras ellos y los acompañaron, de su experiencia, elemento imprescindible
también en el avance el conocimiento y, por ende, en la preparación y el
uso de los medios que a ello coadyuvan. Ya se señaló, además, que la prioridad que en este caso se otorga a varios galenos nacidos en Andalucía y
que ejercieron su profesión en la isla antillana, no es baladí, sino fruto de
la constatación de que tales individuos fueron responsables de la creación
de las primeras cátedras de ciencia, del primer museo anatómico, de la
introducción de la anatomía y cirugía prácticas en la isla, o autores de los
primeros descubrimientos acerca de sus aborígenes precolombinos.
Sin menospreciar el valor intrínseco que para la historia de las ciencias tiene el análisis de las colecciones que plantea el autor, la principal
aportación del libro para el conocimiento histórico es el abordaje del tema
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
en vinculación con los procesos más generales de la historia de Cuba y en
relación reciproca; es decir, tanto por lo que el estudio puede aportar a la
misma como por el hecho de que las causas que determinaron su evolución
fueron externas al objeto mismo investigado. Esto es especialmente importante para explicar, por ejemplo, las dificultades económicas que sufrieron
las instituciones clínicas y educativas en Cuba, y también las que padecieron los médicos y científicos por la implicación de algunos de ellos en los
proyectos políticos reformistas de la relación colonial de la isla con
España.
En el debe del trabajo, sin embargo, se echa en falta rigor en aspectos
formales. Habría sido conveniente una introducción que detallase su estructura y su metodología, presentase con más detenimiento el estado de la
cuestión y sus aportaciones al mismo, puesto que son esas cuestiones su
principal valor. Igualmente, en el apartado específico de conclusiones, además de una síntesis de los procesos abordados dentro de la historia general
de Cuba y de su relación con España, habría sido necesario insistir más en
la contribución del estudio a la historia de la Medicina y las ciencias en la
isla. Por otro lado el libro carece de un apartado bibliográfico, su apéndice
documental no está indexado y carece de títulos que faciliten el acceso y la
compresión de los materiales que contiene. En general, finalmente, se echa
en falta también más análisis comparado, sobre todo cuando la obra está
firmada por un autor que, como se ha mencionado, ha cotejado en otras
ocasiones el caso cubano con el de España, Estados Unidos y otros países
americanos. Sin embargo estas dolencias no empañan el valor de Cuerpo
abierto. Ciencia, enseñanza y coleccionismo andaluces en Cuba en el siglo
XIX, sin lugar a dudas, un buen ejercicio de investigación histórica.—
ANTONIO SANTAMARÍA GARCÍA, Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
CSIC, Sevilla.
González Cruz, David: Propaganda e información en tiempos de guerra.
España y América (1700-1714), Madrid, Sílex Universidad, 2009,
304 pp.
La cuestión de la publicística durante los conflictos bélicos, los diversos canales de propagación (noticias y propaganda) y las diversas formas
en que ésta cala en el tejido social y político, ha venido concitando la aten330
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
ción de los especialistas desde los estudios pioneros de los sesenta del siglo
pasado hasta nuestros días. Y lo que es más, la Guerra de Sucesión ha sido
abordada recurrentemente desde hace varias décadas, en especial en el
ámbito de la Corona de Aragón, por la singularidad del eco de los discursos propagandísticos en el área (archiduque Carlos, rey de los catalanes).
Ahora bien, el mérito del autor consiste en la ardua tarea de tejer las informaciones desde un plano multifocal, que integra no sólo los reinos peninsulares sino también el resto de los reinos que conforman los dominios de
la Monarquía Hispánica en Europa (Nápoles, Milán, Flandes) y América.
Se trata, pues, de un ejercicio de historia comparada, avalado por la profesionalidad de este autor modernista, de prolífica y variada producción académica, que ha venido dedicando sus trabajos más recientes a los diferentes mecanismos y procesos de comunicación social utilizados por el poder.
Tras una brillante introducción en la que el autor pone de manifiesto
la actualidad del tema a través del análisis de los artículos periodísticos
publicados al hilo de los conflictos bélicos afgano e irakí, que muestran las
tácticas de influencia en la opinión pública y que le permiten establecer un
interesante parangón, tanto con las estrategias de justificación de la guerra
como ‘causa justa’ o ‘legítima defensa’, como con la propaganda para comprar voluntades o exaltar los sentimientos nacionalistas (mostrando su
intemporalidad pues son tan válidas en las guerras recientes como durante
el enfrentamiento dinástico de Austrias y Borbones), se aborda un extensísimo capítulo primero en el que se pasa revista al amplio abanico de vías
seguidas por ambos contendientes «para persuadir, convencer, manipular y
aunar voluntades en torno a unos objetivos políticos y militares en una
doble dirección: […] el conjunto de la población civil y […] las fuerzas
armadas» a través de la acción coordinada de las instituciones al servicio
de la Corona y de los eclesiásticos con influencia en su feligresía, constatando la dualidad en la recepción de la publicidad entre América (fundamentalmente pro-borbónica) y el resto de los territorios hispánicos (con
mayor o menor presencia de una u otra facción según los avatares de las
coyunturas bélicas).
A través de una prosa fluida, clara, elegante y precisa se nos introduce en el lenguaje del poder, así como en sus estrategias e instrumentos de
comunicación social tendentes al control y vigilancia de las informaciones
que pudiesen redundar en la evolución de la opinión pública en los reinos
hispánicos hacia uno u otro bando dinástico. Un vocabulario generalmente
destinado a calar en una amplia capa de población y no sólo dirigido a unos
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
cenáculos instruidos, de ahí que la propaganda se redacte en formatos de
breve extensión, con expresiones directas, sencillas, sin florituras ni cultismos, a ser posible en el idioma del territorio, expresamente concebido para
ser comprendido incluso por las clases subalternas, analfabetas en su
mayoría pero acostumbradas a las lecturas colectivas en público. Las vías
de transmisión del mensaje publicitario, como ya se ha apuntado, fueron
múltiples y David González efectúa un meticuloso recorrido por los instrumentos publicitarios creadores de opinión pública.
El capítulo segundo se dedica al valor publicitario de la figura del
monarca en sí, de los retratos del rey (estatuas, óleos, grabados, medallas
conmemorativas, monedas), tanto realistas como idealizados, introduciéndonos en el poder del símbolo y el símbolo del poder, parafraseando a
María Ángeles Pérez Samper, muy en la línea de la construcción de un rey,
puesta de manifiesto por Peter Burke (The Fabrication of Louis XIV, Yale
University Press, 1992 y Madrid, Nerea, 1995) en referencia, precisamente, al abuelo de Felipe V. Tal vez este capítulo hubiera quedado más redondo si se hubieran tenido presentes algunos de los trabajos de autores del
mundo de la Historia del Arte que se han ocupado del estudio de la simbología del poder, de los programas iconográficos de las monarquías, de las
formas de la propaganda política a través del arte para reforzar la imagen
pública del rey (Mínguez, Víctor: Los reyes distantes. Imágenes del poder
en el México virreinal, Castellón, Universidad de Castellón, 1995; o José
Miguel Morán Turina: La alegoría y el mito: la imagen del Rey en el cambio de dinastía (1700-1750), Madrid, Tesis doctoral inédita, 1982).
El capítulo tercero es el más interesante para los americanistas al versar sobre los activistas y agentes difusores de la propaganda y brindarnos
noticias acerca de las medidas arbitradas por Felipe V para interceptar los
papeles sediciosos con ‘discursos imperiales’ susceptibles de ser portados
por los clérigos y religiosos que se embarcaban rumbo a la América
Hispana y que suponían un riesgo ante la posibilidad de difundir ideas que
neutralizasen la adhesión a la dinastía borbónica. Por otra parte, se ofrecen
casos de colaboracionismo borbónico entre las autoridades eclesiásticas
que se involucran celosamente en identificar y neutralizar a aquellos sujetos de su diócesis sospechosos de difundir propaganda desafecta.
Asimismo, las autoridades civiles se aplicaron a vigilar que no se produjesen actividades subversivas en su demarcación, pudiéndose constatar también delaciones falsas fundamentadas más en ajustes de cuentas y envidias
que en conatos reales de infidencia entre individuos bien posicionados en
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
la administración colonial. Finalmente, se abordan las acciones directas de
los activistas filoaustríacos en tierras americanas. En esta línea, se da noticia del envío, por parte del gobernador de Jamaica, de emisarios secretos a
Cuba con el fin de crear un partido austracista en 1702, así como se deja
constancia de las acciones, más conocidas, llevadas a cabo por los holandeses desde Curaçao con el protagonismo incuestionable del religioso
capuchino Bartolomé Capocellato (más conocido como conde de Antería),
del jesuita bohemio Miguel Schabel (1704) junto al fraile Agustín de
Caicedo, cuyo radio de acción llegó hasta el Virreinato de Nueva España,
espacio en el que Salvador José Mañer prepararía la conspiración que sería
desactivada por el virrey Albuquerque (1706).
El capítulo cuarto se dedica a la veracidad informativa en el contexto
bélico y al uso de los engaños como armas de guerra. Como ejemplo, se
aporta la difusión de falsas realidades, como la propagada por el clérigo
austracista Lorenzo Sánchez sobre los seis mil indios conjurados en Nueva
España en tiempos de la contienda. Mientras que el siguiente capítulo se
ocupa del control de la información y de la propaganda subversiva y las
consiguientes medidas arbitradas para neutralizar la entrada a través de las
costas americanas tanto de ideas como de acciones hostiles de los aliados.
Aunque he de señalar que los casos ofrecidos entran más bien en la esfera
de actos de piratería o contrabando que en la de una actuación de confidentes naturales americanos al servicio de ingleses y holandeses. El último
capítulo trata de los discursos concernientes al perdón, el castigo y la
recompensa a personas o colectivos que se hubiesen distinguido por su
lealtad a la Corona, pese a que este apoyo se pudiera volver en su contra si
cambiaba la situación política.
Ahora bien, en mi opinión, por lo que respecta a los Virreinatos del
Nuevo Mundo se echa en falta una contextualización de la aún poco conocida realidad americana durante la Guerra de Sucesión a la Corona de
España y que aportaría mayor relevancia a los casos puntuales que oportunamente se van desgranando a lo largo del texto, ya que orientaría al lector
sobre la importancia de los aspectos reseñados y no le daría pie a pensar
que el título, por lo que respecta al ámbito americanista, promete más de lo
que ofrece. Así, nos hubiera sido esclarecedor hacer una rápida mención a
que, si bien se tienen noticias de simpatías y hasta de pronunciamientos
austracistas en aquellas latitudes, su estrecha localización geográfica, su
limitado apoyo social y sus menguadas consecuencias, impiden la consideración de que tales hechos constituyan una página relevante dentro del conAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 317-378. ISSN: 0210-5810
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
flicto sostenido por ambos pretendientes. América resulta así más bien un
escenario proclive al enfrentamiento entre las potencias que apoyaban las
aspiraciones de los Austrias (ingleses y holandeses) y los Borbones (españoles y franceses), tanto mediante enfrentamientos navales (Santa Marta,
isla de Barú y Cartagena de Indias) como mediante intermitentes acciones
corsarias (Bahamas, Saint Kitts y Nevis, Montserrat, saqueo de Guayaquil,
captura del galeón de Manila), o mediante acciones por tierra (Florida,
Apalaches, colonia de Sacramento), ya que estaba en juego la recomposición de la hegemonía política a escala mundial.
No obstante, la amplia bibliografía oportunamente manejada y la prolija variedad de documentación, que se extiende a un minucioso barrido de
fuentes americanas, permite constatar la fidelidad de las provincias americanas a la dinastía borbónica, así como el éxito de la política de prevención
sanitaria para impedir la infección del territorio con las ideas pro-austracistas, de modo que la mayor parte de las noticias aportadas se circunscriben
a los puertos (especialmente Portobelo, Cartagena de Indias, Santa Marta,
La Guaira y La Habana) por su proximidad a las colonias de titularidad
holandesa e inglesa (Curaçao y Jamaica), desde donde se intentan introducir opúsculos, estampas con retratos del archiduque, zarzuelas, panfletos,
etc. y se intenta intimidar a las autoridades de la plaza con la presencia de
la escuadra inglesa del Caribe.
Ante la inexistencia de prensa periódica editada en tierras americanas
durante los años de la guerra y la ausencia de bipartidismo al permanecer
las provincias americanas fieles a Felipe V, el profesor González Cruz ha
de realizar verdaderos y encomiables esfuerzos para intentar ofrecer las dos
caras de estas tendencias. En mi modesta opinión, unos procesos judiciales
de delito de sedición, aislados, no permiten hablar de focos de disidencia
generados en tertulias realizadas en el ámbito de domicilios privados y sin
concurrencia de personalidades con influencia en la población. Asimismo,
no me parece oportuno el ejemplo de la india María de la Candelaria y las
referencias recurrentes al levantamiento de los indios cendales en los diversos capítulos, ya que tienen unas connotaciones bien distintas a las de la no
aceptación de la persona de Felipe V por decantarse por la otra opción
dinástica y cuya oportunidad de inclusión o no se la hubiera brindado la
obra de Juan Pedro Viqueira Albán (María de la Candelaria, india natural
de Cancuc, FCE, México, 1993; e Indios rebeldes e idólatras. Dos ensayos
históricos sobre la rebelión india de Cancuc, Chiapas, acaecida en el año
1712, CIESAS, México, 1997).
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
En resumen, una obra que se lee con gran interés y que tiene la virtud
de compatibilizar la síntesis organizada de los trabajos que le han precedido con su propia y ambiciosa investigación, aportando una serie de casos
particulares de indudable valor, por la escasez de información acerca de los
mismos, para aquellos investigadores que se muevan por las procelosas
aguas de la publicística antiborbónica en el ámbito americano.—MARINA
ALFONSO MOLA, UNED, Madrid.
Grützmacher, Lukasz: ¿El Descubridor descubierto o inventado? Cristóbal
Colón como protagonista en la novela histórica hispanoamericana y
española de los últimos 25 años del siglo XX, Biblioteka Iberyjka,
Varsovia, 2009, 260 pp.
Este apretado volumen Lukas Grützmacher, profesor de la Universidad de Varsovia, nos invita, en un apasionante recorrido, a revisar las
diferentes visiones que la novela histórica ha dado sobre la figura de
Cristóbal Colón en estos últimos años, como se desprende del título de la
obra. Mas el libro, en su conjunto, no es sólo eso sino que también nos
presenta un amplio análisis sobre su objeto de estudio. Desde el punto de
vista formal, el autor ha dividido su trabajo en dos partes bien diferenciadas. En la primera, bajo el epígrafe general «Todos los contextos», se examina en primer lugar el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo
en varias novelas históricas. Unas tratan del almirante, a veces utilizado
como un pretexto para comentar otros asuntos (El naranjo y Las dos
Américas de Carlos Fuentes y El Mar de las lentejas de Antonio Benítez
Rojo) y otras están dedicadas a novelas sobre distintos conquistadores
(Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, Lope de Aguirre y Álvar
Núñez). A esta introducción siguen dos capítulos en los que, desde un
punto de vista teórico, el autor plantea las diferentes posturas de los novelistas al disponerse a escribir una novela preguntándose si, en un planteamiento inicial, estos tratan de reconstruir un pasado o de deconstruirlo.
Un asunto sobre el que tratará más adelante al analizar pormenorizadamente las novelas objeto de su estudio. Como no podía ser de otra forma,
esta primera parte se completa con una presentación de la figura de Colón
como personaje histórico; la controversia suscitada en las Celebraciones
del Quinto Centenario que, como bien señala, influirá en las distintas
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
posiciones ideológicas de diversos autores, y dos epígrafes en los que
nuestro reseñado analiza las más recientes corrientes del pensamiento
hispanoamericano que enfrentan la «historia oficial» y la «historia
novelada».
En la segunda parte, que lleva por encabezamiento general, «Todos
los rostros de Colón», se realizan siete análisis de otras tantas novelas sobre
el genovés: cuatro hispano americanas (El arpa y las sombras, de Alejo
Carpentier; Los perros del Paraíso, de Abel Posse; La vigilia del
Almirante, de Augusto Roa Bastos y Las puertas del Mundo, de Herminio
Martínez) y tres de autores españoles (No serán las Indias, de Luisa López
Vergara; Colón a los ojos de Beatriz, de Pedro Piqueras y El último manuscrito de Hernando Colón, de Vicente Muñoz Puelles). Aunque en el estudio de todas ellas Grützmacher sigue un mismo esquema: estructura y contenido de la novela, el uso o abuso de cada escritor a la historiografía
colombina y la imagen final del conquistador que deja traslucir cada novela, la extensión que el autor de esta obra reseñada dedica a los novelistas
latinoamericanos es más amplia que la consagrada a los escritores españoles. El autor se disculpa señalando, y tiene razón, que aquellos han sido
objeto de multitud de artículos sobre sus novelas y de diversas interpretaciones que reseña con pulcritud y, políticamente correcto, no quiere advertirnos que entre estos ha escogido a autores más sobresalientes, aunque
todos ellos sean escritores de excelente pluma.
A Grützmacher le preocupa analizar la frontera entre el discurso literario y el historiográfico y se empeña, con éxito, en demostrar —frente a
las teorías de Hayden White— que esa frontera condiciona los planteamientos de los novelistas cuyas obras estudia. Y, desde esta perspectiva,
resulta especialmente interesante la distinción que observa entre los planteamientos de los escritores latinoamericanos y los de los españoles. Aún
con ciertas diferencias, para el autor, en definitiva, «las novelas históricas
resultan completamente anacrónicas y, paradójicamente, ahistóricas».
Surge así una «historia postoficial» como una proyección de lo políticamente correcto en el pasado que resulta falsa.
A diferencia de la mayoría de los profesores de literatura a los que tan
sólo les interesan las características literarias de las obras que estudian,
nuestro autor señala que el escritor debe mantenerse a lo largo de toda la
obra en una postura coherente, eligiendo entre la convención de la novela
histórica tradicional y la metaficción historiográfica para no caer, escribiendo a tontas y a locas, en disparates.
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¿El Descubridor descubierto o inventado? Todos los autores de novelas sobre Colón pretender revelar algo nuevo sobre su figura e interpretarlo presentando un ser coherente. Para nuestro autor, casi ninguna de las
obras analizadas lo consigue. Así El último manuscrito de Hernando
Colón, de Vicente Muñoz Puelles, y Colón a los ojos de Beatriz, de Pedro
Piqueras, no son novelas convincentes. La primera por anacrónica e inverosímil y la segunda por superficial. El pabellón español se salva gracias a
No serán las Indias, de Luisa López Vergara, de quien dice que «hace un
relato interesante». Tampoco salen muy bien parados los escritores latinoamericanos y así el Colón que presentan Roa Bastos en Vigilia del
Almirante, Herminio Martínez en Las puertas del mundo y Alejo
Carpentier en El arpa y la sombra de, le resulta discutible y fruto de los
prejuicios de los propios autores. Frente a éstos, Grützmacher alaba con
entusiasmo Los perros del Paraíso, de Abel Posse, que, parodiando la versión estereotipada del descubridor, logra crear un personaje coherente. Yo
no sería tan dura. En efecto, la novela de Posse es excelente pero también
lo es la de Carpentier, para mí sin lugar a dudas la más lograda de cuantas
se han escrito sobre el genovés.
Como decía más arriba, el título de esta obra es engañoso, pues contiene más cosas de lo que promete; con todo el material reunido y poco
más, el profesor Grützmacher podía haber publicado un par de libros. Falta
añadir que el volumen incluye una excelente y amplísima Bibliografía, no
siempre citada en el texto, que resulta muy útil. Se trata de un libro denso,
tal vez demasiado apegado a la historiografía, que merece ser leído a fondo.—CONSUELO VARELA, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, CSIC,
Sevilla.
Haußer, Christian: Auf dem Weg der Zivilisation. Geschichte und Konzepte
gesellschaftlicher Entwicklung in Brasilien (1808-1871), Stuttgart,
Franz Steiner Verlag, (Beiträge zur Europäischen Überseegeschichte
Band 96), 2009, 349 pp., bibliografía.
En su tesis doctoral, que recibió el premio Martin Behaim de la
Sociedad de Historia Transmarítima (Gesellschaft für Überseegeschichte)
en el año 2008, Christian Haußer analiza el concepto de civilización en el
Brasil entre 1808 y 1871. Se concentra fundamentalmente en la época en
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
la que la corte portuguesa se había instalado en Río de Janeiro y en las primeras cinco décadas del Imperio Brasileño, que en ese entonces se independizó. Refiriéndose al método de la historia conceptual de Reinhard
Koselleck, el autor indaga en la «civilización» —uno de los «términos básicos del lenguaje político-social» (p. 51)— como concepto que iba a caracterizar decisivamente el siglo XIX en el Brasil. Para comenzar, en una
introducción muy detallada, Haußer se acerca a la «civilización» dentro de
un marco histórico e historiográfico muy amplio. Aquí, además de localizarla en la historiografía de la historia de las ideas, se dedica principalmente al conflicto entre influjos brasileños y foráneos, centrándose sobre todo
en influjos del Atlántico norte. Él diagnostica un desinterés constante en
cuanto a la investigación de estrategias de desarrollo endógenas y explica
esta carencia con una idealización del «desarrollo» noratlántico, que durante gran parte del siglo XIX fue «el camino de la civilización» (der Weg der
Zivilisation, como dice el título). Ahora su libro plantea el historizar y relativizar este camino a la modernidad. Más allá del mero enfoque de historia
conceptual, también se pone la meta de investigar «el radio de influencia
[del concepto de civilización], y por lo tanto la cuestión, de hasta qué punto tal civilización tuvo efecto como fuerza de modelación lingüística» (p.
52). Sin embargo, cuando describe su procedimiento salta a la vista el
hecho de que éste al final no se despega tanto de lo que él llama «anticuada historia de las ideas», que había «elevado [a estas ideas] a fuerzas autónomas en el proceso histórico» (p. 50). En el texto que sigue inmediatamente se pone de manifiesto (o por lo menos se vislumbra), de qué manera
la «civilización» pudo desarrollar sus fuerzas de servir como modelo, a
saber, mediante actores (linguísticos): A los autores de los textos y discursos analizados los localiza Haußer biográficamente, con todo detalle, en
sus contextos históricos y explora sus influencias lingüísticas sobre sus
entornos.
La primera parte de su estudio, que consta de tres subcapítulos y que
se dedica a los «logros» de la época colonial, la comienza Haußer con un
análisis de la historiografía colonial respecto al Brasil. Partiendo con la
História da província Santa Cruz a que vulgarmente chamamos Brasil, de
Pero de Magalhães de Gândavo y publicada en 1576, las obras aquí estudiadas tenían como meta principal el representar al Brasil como un país
atractivo para la inmigración y con un «futuro prometedor» (p. 64). En el
segundo subcapítulo se plantea mostrar como los habitantes del Brasil, los
«indios», fueron incorporados dentro de conceptos del mundo y de la his338
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
toria jalonados por el cristianismo y la Antigüedad europea: a saber, como
retrógrados que, sin embargo, al mismo tiempo habrían sido capaces de
lograr un cierto status social «más alto», definido por los propios europeos. De esta forma, se integraba a los indios bárbaros y, por tanto, paganos
—pero no a los esclavos deportados de Àfrica— en la historia cristiana
escatológica imaginada como un proceso continuo y, simultáneamente, se
legitimaba el papel elitista y educador de los portugueses. Partiendo de
tales bases, en el periodo tardíocolonial, el término de la civilidade en el
sentido de urbanidad y cortesía, se abrió camino al lenguaje de los políticos reformistas portugueses describiendo un estado ideal por alcanzar. Al
inicio era utilizado sólo frente a los indios y, al mismo tiempo, sólo muy
rara vez como término para describir un movimiento histórico en evolución.
Al comienzo de la segunda parte del libro el autor esboza de modo
compacto y comprensible el establecimiento de la filosofía ilustrada de la
historia en Europa, la que si se despegó de la historia escatológica pero, al
mismo tiempo, siguió propagando la estructura lineal del pensamiento.
Una importancia central en este pensamiento habría adquirido la «imaginación de la historia como un proceso infinito del continuo perfeccionamiento humano» (p. 93). Siguiendo su argumentación, la uniformidad y universalidad que se adscribía a este proceso, hicieron que se jerarquizaran todas
las sociedades según sus «diferentes niveles de cultura» (p. 94). En el año
1756, Mirabeau (el mayor) introdujo el moderno concepto de civilización,
que en las lenguas latinas paulatinamente se estableció como esencia y
meta del pensamiento ilustrado de perfectibilidad, sin que mientras tanto
perdiera sus más antiguas connotaciones. Detrás de Sousa Coutinho y
Azeredo Coutinho, fue sobre todo el traductor de Burke, el político y sabio
José da Silva Lisboa, quién cimentó esta «civilización» en el lenguaje brasileño, como Haußer expone de manera concluyente y con un gran conocimiento bibliográfico. Después de 1807-1808, es decir desde la llegada de
la corte portuguesa, el Brasil se había vuelto centro de la monarquía e
igualmente de los debates público-discursivos alrededor de posibles reformas. En la obra de Lisboa y también de otros las «imaginaciones del futuro desarrollo del Brasil» (p. 118) se condensaban en la idea de una «civilización» propulsada por los propios seres humanos.
La tercera parte se ocupa de la consolidación de tal concepto dentro del
nuevo entorno político, a saber, en el Estado nacional que se independizó en
1822. A partir de aquí el texto y la argumentación se pueden leer con mucha
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fluidez, aunque el haber añadido introducciones y conexiones de capítulos,
además de una orientación más intensa para el lector, hubiesen contribuido
a mejorar de vez en cuando la legibilidad. Aquí Haußer primero demuestra
que en el nuevo Imperio se sentía una urgente necesidad de tener una historia nacional, que cumpliera con las exigencias de una nueva historia, una
historia filosófica que anudara el pasado con el futuro. Hubo en ese entonces
muchos autores contemporáneos que sí escribían obras historiográficas,
pero a las cuales incluso ellos mismos, como por ejemplo Lisboa o Luiz
Gonçalves dos Santos, negaban «el carácter de una historia» (p. 125). Ellos
listaban acontecimientos de manera cronológica para preparar una
«Historia del Brasil», pero nunca (o apenas) los interpretaron como un proceso de desarrollo civilizatorio que diera una identidad a la Nación.
Siguiendo la idea ilustrada de perfectibilidad, tal historia de desarrollo no
debería solamente explicar el pasado sino también mostrar una lógica conexión con el presente y el futuro. Así ofrecería una «verdadera sabiduría de
vida» (p. 157) en el sentido utilitarista o ser Magistra vitae, respectivamente, según Cicerón. Este papel tampoco pudieron cumplirlo las historias
regionales o demás obras de autores franceses (por ejemplo Jean Denis) o
ingleses (Robert Southey o John Armitage). Aparte de la falta de carácter
filosófico, el principal problema para los contemporáneos fue la mala situación respecto a las fuentes. Por eso el Instituto Histórico e Geográfico
Brasileiro (IHGB) fundado en 1838, por un lado, se encargó de la colección
de fuentes y, por otro, de operar como plataforma de debate. Luego de que
ya los iniciadores del Instituto, Januário da Cunha Barbosa y José da Cunha
Matos, hubiesen constatado la falta de una «historia general y filosófica del
Brasil» (p. 141), en el año 1840 y bajo su primer presidente José Feliciano
Fernandes Pinheiro, el IHGB convocó a un concurso para resolver la cuestión de cómo debería ser escrita esta historia. A pesar de que los plazos de
entrega fueron prolongados, al final sólo hubo dos envíos, pero los escritos
presentados por el botánico bávaro y sabio universalista Carl Friedrich
Philipp von Martius —que ya anteriormente había tenido bastante renombre
en Brasil por su obra geográfica— resultaron plenamente convincentes.
Basándose en fuentes, se proponía «revelar estas fuerzas y nombrarlas
según sus efectos, que [eran] decisivas [para] el desarrollo histórico del pueblo brasileño» (p. 182). Según su planteamiento, el rasgo específico del caso
nacional-brasileño dentro de la historia universal, consiste en el encuentro
biológico, pero sobre todo socio-cultural, de tres diferentes «razas», que
produciría casi inevitablemente un «desarrollo continuo».
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
En el cuarto capítulo Haußer describe cómo los planes esbozados por
Martius fueron realizados y, sobre todo, cómo se los conectó con el concepto de civilización que estaba por imponerse. Al final, a mediados de la
década de 1850, la obra básica largamente anhelada fue publicada por el
sabio universalista Francisco Adolfo Varnhagen bajo el nombre História
Geral do Brasil. Aquí Varnhagen declara al «concepto de civilización...
como método central de interpretación del pasado brasileño» (p. 220). Aun
siendo criticado sobre todo por su menosprecio de las capacidades civilizatorias de los indígenas —compartiendo, según Haußer, una larga tradición
de pensamiento— en aquel tiempo su Historia fue juzgada como una
«insuperable interpretación global» (p. 220). Una idea de civilización de tal
manera aplicada —así lo expone Haußer de modo contundente en el segundo subcapítulo— abría al mismo tiempo la vista al futuro y tuvo también
un fuerte impacto político, sobre todo respecto a las cuestiones de los
indios y de la esclavitud.
El resumen concluyente, por un lado, ofrece una síntesis de los resultados, y, por el otro, una crítica metodológica que abre un marco temporal hasta el siglo XX. En este sentido se centra sobre todo en la relación
entre conceptos o el lenguaje en general y su efectividad «hacia fuera».
Con el movimiento de abolición, con la política inmigratoria y en cuanto
a los indios, pero también con el positivismo y con la ideología del branqueamento, él menciona distintos ejemplos político-sociales en los que el
concepto de civilización ejerció una influencia de larga duración. Haußer
constata, resumiendo, que «para poder surtir efectos», la «civilización» sí
«quedó dependiente de acontecimientos extradiscursivos, pero que ella a
su vez, los intentó propulsar e influenciar» (p. 312). En esta frase, sin
embargo, al mismo tiempo se revela —según mi punto de vista— un
aspecto fundamentalmente crítico no sólo de su obra, sino también de toda
la historia conceptual: A la «civilización», en cierta manera, le es asignado el papel propio de un actor, los acontecimientos únicamente ocurren,
pasan pero, en cambio, los actores mismos no tienen casi importancia dentro de los planteamientos del autor. Aún si éstos sí aparecieran en su relato concreto, sería precisa una crítica más intensa de Koselleck. Como ya
lo hizo durante todo el estudio saturado de fuentes, también en estas últimas páginas el autor subraya sus amplios conocimientos alrededor de los
conceptos de civilización y de historia, que se extienden mucho más allá
del Brasil decimonónico, pues abarcan debates de la Antigüedad, la Edad
Media y el Renacimiento, como también del marco europeo-atlántico en
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
su conjunto. Su exposición, que reflexiona y de tal modo relativiza el propio trabajo y método y, por lo tanto, el propio presente —un aspecto
lamentablemente muy raro en tales estudios— una y otra vez incentiva al
lector a la propia reflexión, sobre todo respecto a nuestros conceptos contemporáneos del tiempo. Es precisamente también mediante la perspectiva atlántica —un enfoque sumamente enriquecedor de la actual historiografía alemana sobre América Latina— cuando el análisis gana en calidad
reflexiva. No obstante, se pone nuevamente de manifiesto que, al criticar
la pretensión ilustrada de normatividad noratlántica-europea, este método
de procedimiento intensifica de forma indirecta el discurso del atraso latinoamericano. En este sentido, los estudios sobre la «cientifización de la
historiografía» reinvindicados por Haußer deberían aportar resultados
importantes, destacando entre ellos la tesis doctoral de Florian Heintze que
se leerá próximamente en la Universidad alemana de Erfurt, con el titulo,
todavía provisional, de: Los discursos de la historia en el Perú decimonónico entre proyecto nacional y circulación transatlántica de conocimientos. Los conceptos de historia y la historiografía en la prensa, la literatura y la ciencia (1791-1881).—SEBASTIAN DORSCH, Universidad de Erfurt,
Alemania.
Hilton, Sylvia L. y Van Minnen, Cornelis (eds.): Political Repression in
U.S. History, Amsterdam, VU University Press, 2009, 242 pp.
Este volumen se centra en la estrecha y aparentemente paradójica
relación que ha existido siempre entre represión política y democracia en
la historia de Estados Unidos desde finales del siglo XVIII hasta nuestros
días. La represión política es un concepto muy elástico que depende en
gran medida de la ideología personal de quien juzgue. Lo que para unos
puede constituir un ejemplo de represión puede traducirse para otros en
legítimo ejercicio de la autoridad gubernamental en aras del bien común.
Ésta y otras cuestiones afines se analizan con detalle y desde distintas
perspectivas en esta colección de ensayos. Los editores, Sylvia L. Hilton
(catedrática de Historia de América de la Universidad Complutense de
Madrid) y Cornelis van Minnen (director del Roosevelt Center de
Middleburg y catedrático de Historia de América de la Universidad de
Ghent) han conseguido que este volumen, que versa sobre diversos temas
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y cubre un periodo de más de doscientos años, haga gala de una notable
coherencia interna. A ello contribuye la magnífica introducción de la que
ambos son autores, que comienza por establecer que represión y democracia no son, necesariamente, conceptos incompatibles sino que un cierto
grado de represión no constituye una anomalía en los regímenes democráticos si se apela a la necesidad de proteger la estabilidad social y la seguridad personal, el orden constitucional, o la unidad, identidad y seguridad
nacionales. El problema fundamental surge cuando el gobierno u otros
agentes sociales hacen uso de la demagogia e instrumentalizan altos principios morales e intereses nacionales para fines ilegítimos. Van Minnen y
Hilton, basándose en un amplio aparato crítico teórico y señalando ejemplos entre los ensayos de este volumen, analizan la naturaleza de la represión política, los distintos agentes responsables de su aplicación, los argumentos empleados para justificarla y las víctimas contra las que se ha
dirigido, tanto en un sentido individual como colectivo, entre quienes destacan disidentes ideológicos o minorías raciales, étnicas y religiosas.
Subrayan, además, que entre los medios más efectivos de represión política encontramos el propio sistema legal y la capacidad de influir y controlar a la opinión pública.
Los trece estudios monográficos de los que se compone esta obra son
presentados en orden cronológico. Abre el volumen Serge Ricard con
«Suppressing Dissent in the Early Republic: Adams, Jefferson, the Alien
and Sedition Acts, and ‘The Revolution of 1800’». Este autor afirma que
fue a finales del siglo XVIII cuando por primera vez en la historia de
Estados Unidos un conflicto internacional, concretamente con Francia,
conllevó un importante recorte de libertades de carácter interno. Ricard
analiza cuatro leyes (especialmente las denominadas Alien y Sedition Acts),
aprobadas en 1798 por los federalistas en el Congreso y rubricadas por el
presidente John Adams, que posibilitaron amordazar a la prensa, encarcelar a los oponentes políticos y deportar a los extranjeros. Dichas leyes han
de enmarcarse en un contexto en el que los federalistas, manipulando el
patriotismo con el fin de movilizar el sentimiento popular, acusaron a los
partidarios de Jefferson de radicalismo, conspiración, sedición y subversión. A pesar de ello, Thomas Jefferson ganó las elecciones de 1800, algo
a lo que se referiría años después como una «revolución» pacífica gracias
a la cual la Constitución había sobrevivido indemne.
En el segundo estudio, «Repression and Exclusion as Keys to Liberty
and Democracy: the Political Thought of James Fenimore Cooper»,
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Thomas Clark analiza la contradictoria figura de este conocido autor, al que
presenta como representante del pensamiento democrático republicano,
inspirado en Jefferson y Jackson, de las décadas de 1820 y 1830. Clark sostiene que el escritor creía, de acuerdo con dicho pensamiento, en la inevitabilidad de las desigualdades y las jerarquías sociales y que aceptaba la
idea de que la democracia y libertad de unos se tenía que apoyar en la
exclusión y represión política de muchos, especialmente americanos de origen africano e inmigrantes extranjeros. Dicha creencia se ha de entender en
el contexto del miedo casi paranoico y endémico en los Estados Unidos a
la corrupción de la nación, especialmente a través de conspiraciones internas ligadas a maquinaciones foráneas, miedo que constituye uno de los
hilos conductores de este volumen y que se recalca también en los ensayos
de Melvyn Stokes, Catherine Lejeune y Ole O. Moen.
Adam Fairclough sostiene en «Political Repression during
Reconstruction. A Louisiana Case Study. Natchitoches, 1866-1878» que la
represión política en Estados Unidos no se ha basado tanto en métodos violentos como en otros más sutiles, hasta el punto de que podrían definirse
como «de guante blanco». Como estudio de caso Fairclough se centra en la
represión que se vivió en Luisiana, concretamente en la ciudad de
Natchitoches, durante los años de la Reconstrucción. Los periódicos demócratas presentaron a la White League como un grupo de cruzados solitarios
que intentaban defender sus legítimos derechos frente a sus opresores, los
republicanos norteños, a los que sometieron a la mayor impotencia mediante una intensa presión social. El proceso desembocó en la pérdida del derecho al voto de una parte importante de la población negra y el ascenso de
la ideología de la supremacía blanca.
La naturaleza represiva de la presión social que se ejerció contra un
sector de la sociedad sureña es también objeto del siguiente ensayo,
«Southern White Reaction against Interracial Cooperation, 1900-1930»,
de Mark Ellis. A través de la prensa, los libros, los sermones, etc., se asoció el ser partidario de la reforma racial con la deslealtad y la traición.
Como consecuencia, los blancos moderados se censuraron a sí mismos con
el fin de evitar ser objeto de reacciones sociales que podían ir desde la mera
desaprobación o desprecio hasta la intimidación por parte del Ku Klux
Klan.
En «Repression at Home, Liberation Abroad: Wilsonianism and
American Anticommunism, 1912-1920», Alex Goodall analiza el papel que
jugó el presidente Woodrow Wilson en el desarrollo del anticomunismo
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norteamericano. Por una parte Wilson afirmaba que los Estados Unidos
tenían la misión de promover la libertad y la democracia en el mundo, pero,
paradójicamente, no quiso actuar contra los bolcheviques apelando a la
autodeterminación nacional rusa. Esta postura contrastaba vivamente con
la política que el presidente adoptó en la esfera doméstica contra la izquierda radical, a la que consiguió doblegar mediante nuevas leyes que aumentaron el poder federal de una manera drástica y la utilización de las fuerzas
armadas para restringir o neutralizar sus actividades. La represión política
en un nivel doméstico se convirtió, pues, en un componente necesario en la
misión de la nación de promover la libertad en el mundo.
Daniella Rossini, en «Censorship in World War I. The Action of
Wilson s Committee on Public Information», profundiza en la naturaleza
represiva del gobierno de Wilson y se refiere a una institución creada por
éste durante la primera guerra mundial con el fin de influir en la opinión
pública, el CPI (Committee on Public Information). A través de la censura
de la prensa, los libros, el cine, etc., y de un esfuerzo propagandístico basado en la promoción de imágenes positivas de los Estados Unidos, se fomentaron determinadas actitudes antidemocráticas entre la población hasta crear, en la práctica, una «dictadura de la mayoría».
Kevern Verney aborda en «Double ‘V’: Walter White, the National
Association for the Advancement of Colored People (NAACP) and World
War II, 1939-1945» el tema de la autocensura o limitación voluntaria de
la libertad de expresión, consecuencia de una forma más sutil de represión.
Como estudio de caso este autor analiza cómo Walter White, presidente de
la NAACP, impuso la autocensura entre los miembros de su asociación
durante los años de la segunda guerra mundial, un conflicto bélico durante el cual se agudizó la conciencia de discriminación racial entre los afroamericanos. White forzó, pues, una política pragmática en la NAACP para
evitar que se les acusara de falta de patriotismo, de modo que se subordinaron los legítimos objetivos de la organización al esfuerzo bélico estadounidense.
En «The Long Silencing of the Spanish Memoirs of U.S. Ambassador
Claude G. Bowers», María Luz Arroyo Vázquez profundiza en el tema de
la autocensura como forma de represión política. En su reflexivo y muy
bien argumentado artículo, Arroyo muestra cómo Bowers, embajador en
Madrid entre 1933 y 1939, fue autor de unas memorias, My Mission to
Spain: Watching the Rehearsal for World War II, que no consideró conveniente publicar hasta 1954. La autora analiza con detalle las circunstancias
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
y causas del retraso en su publicación, así como las reacciones que provocó, tanto en España como en Estados Unidos. En un principio Bowers, de
acuerdo con el presidente Roosevelt, que fue quien le había designado
embajador y del que era amigo personal, renunció a publicar My Mission
durante la segunda guerra mundial porque en ellas criticaba la postura no
intervencionista de las naciones democráticas durante la Guerra Civil en
España, culpando en gran medida a Chamberlain de la derrota del gobierno de la Segunda República española. Los tiempos no le parecieron propicios, pues, para provocar un conflicto entre los Estados Unidos y uno de sus
principales aliados. Tras la guerra, y a pesar del beneplácito del presidente
Harry S. Truman, Bowers volvió a postponer «voluntariamente» la publicación de su obra porque se le indicó que debía ser aprobada por el
Departamento de Estado. En los inicios de la Guerra Fría, se produjo un
acercamiento estratégico entre los Estados Unidos y Franco y, tras la firma
de los importantes acuerdos de septiembre de 1953, el citado embajador se
sintió liberado de su responsabilidad y publicó My Mission. Arroyo concluye de modo convincente que Bowers es un ejemplo de autocensura voluntaria en aras de lo que entendió como el bien común pero también víctima
de una sutil forma de represión política.
Ellen Schrecker argumenta en «Political Repression and the Rule of
Law. The Cold War Case of William Sentner» que la historia de Estados
Unidos se ha caracterizado porque las políticas y acciones más represivas
se han enmarcado y se enmarcan dentro de los límites de la ley. Como estudio de caso Schrecker describe la represión que entre 1952 y 1954 ejerció
el FBI sobre William Sentner, miembro del partido comunista y destacado
líder sindical, y su esposa Antonia, una inmigrante, en el contexto de la
Guerra Fría. Schrecker nos muestra con detalle, a través de una pareja
sometida a la maquinaria represiva del estado pero refiriéndose también a
situaciones comunes en las décadas de 1960 y 1970, hasta qué punto la
legislación ha constituido un método habitual y tradicional de controlar a
la disidencia, criminalizándola y convirtiéndola en blanco de otras formas
de represión.
También en el contexto de las teorías de conspiración e histeria popular de la época de la Guerra Fría, Melvyn Stokes analiza la represión y censura en los estudios cinematográficos durante 1952-1953 en «The
Inquisition in Hollywood: Representation on/behind the Screen». Stokes
afirma que los intereses de la House Committee on Un-American Activities
(HUAC) coincidían con los de los directivos de los estudios de Hollywood,
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decididos a reprimir la combativa militancia sindical en el sector cinematográfico. Dichos directivos adoptaron la estrategia de acusar a quienes se
oponían a ellos de «anti-americanos» o «comunistas». Se trata, pues, de un
ejemplo de cómo en el ejercicio de la represión podían colaborar fuerzas
públicas y privadas.
Clive Webb, en «Clear and present Danger? White Racists and the
Right to Freedom of Speech», analiza la controversia surgida en torno al
derecho de los racistas blancos a la libertad de expresión en la década de
1970. Un ejemplo de ello fue la campaña de J.B. Stoner en el Senado en
1972. Stoner utilizó un tipo de discurso que resaltaba la supuesta victimización blanca con el fin de crear desorden público y posicionar a las elites
conservadoras en contra de ciertas minorías étnicas. Dos organizaciones de
derechos civiles -la NAACP en defensa de los derechos de los afroamericanos y la ADL en defensa de los de los judíos- acudieron a los tribunales
para que se restringiera la libertad de expresión de Stoner por amenazar la
seguridad y/o la igualdad de derechos de otros ciudadanos y por daño psicológico, pero su petición fue desestimada. Webb destaca el cambio que se
produjo en el seno de estas organizaciones desde la defensa a ultranza de
la libertad de expresión en los años 50 y 60 a la búsqueda de la censura
gubernamental en 1970, cambio que asocia a un intento fallido de utilizar
el poder del Estado para silenciar a oponentes políticos.
Los dos últimos ensayos de esta obra describen diversas formas de
represión política vigentes en nuestros días. En «U.S. Immigration
Legislation since 9/11: Social Control and/or Political Repression»,
Catherine Lejeune ofrece una sugerente reflexión sobre la creciente legislación que desde la década de 1990 se ha promovido en los Estados Unidos
para limitar los derechos civiles de los extranjeros y de los inmigrantes ilegales en nombre de la seguridad nacional. Dicho proceso ha sido posible
gracias a que las autoridades han sabido instrumentalizar el miedo a una
amenaza externa inminente que durante la Guerra Fría se había relacionado con el comunismo y que desde 1990 se identifica con el terrorismo
internacional. Lejeune afirma que las últimas leyes de inmigración constituyen un instrumento del Estado para reprimir a quienes se opongan a su
política. La forma más grave de represión es la deportación de inmigrantes
ilegales pero también existe un tipo de represión interna entre los ciudadanos estadounidenses que consiste en la autocensura. En la misma línea, Ole
O. Moen argumenta en «Free Speech vs. Fear: A Constitutional Ideal and
the Tyranny of the Majority in the American Tradition» que la sensación de
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inseguridad ha moldeado históricamente tanto el gobierno como la sociedad de los Estados Unidos, una nación inmadura sometida al «síndrome del
hombre fuerte». Se trata de una paranoia endémica y especialmente intensa en lo referente a un posible debilitamiento de la unidad nacional. Moen
documenta numerosos casos de legislación represiva de la libertad de
expresión en las décadas de 1920 y 1930, durante la era McCarthy, la guerra de Vietnam y, por último, en la reacción que se ha promovido contra el
terrorismo internacional desde 2002.
En definitiva, nos encontramos ante un libro rico en contenidos, perspectivas y propuestas, a la vez específico y panorámico, que nos ofrece en
su conjunto una excelente contribución a la documentación histórica y al
debate sobre un tema tan candente como el de la represión política. La
magnífica introducción supone un valor añadido a un conjunto de estudios
rigurosos y muy recomendables.—MARÍA EUGENIA SÁNCHEZ SUÁREZ,
UNED.
Iriye, Akira y Saunier. Pierre-Yves (eds. generales): The Palgrave
Dictionary of transnational history from the mid-19th Century to the
present day, Jane Carruthers, Donna Gabaccia, Rana Mitter, Mariano
Plotkin, Patrick Verley (eds. asociados), Gran Bretaña/Estados
Unidos, Palgrave Macmillan, Macmillan Publishers Ltd, 2009,
XLI+1226 pp., índice de abreviaturas (p. XXII), bibliografía al final
de cada entrada.
Reseñamos aquí otra aportación de esta prestigiosa Editorial de lengua inglesa, que tanta ayuda presta a profesores, investigadores, estudiosos
y alumnos sobre las distintas disciplinas académicas. En este caso trata de
acercarse no sólo a la historia en sí, por siglos, países, grandes áreas, o
regiones supranacionales, sino a la historia de las conexiones y circulaciones entre personas, asociaciones, ideas, fondos, muchas veces planteadas
incluso por encima de los Estados, los Gobiernos y otras fórmulas oficiales de la época contemporánea, desarrollando también profundizaciones
sobre aspectos de este tiempo como la Guerra Fría y la Comunidad
Europea.
El Palgrave Dictionary of Transnational History ha sido redactado
por unos 350 especialistas de 25 países, y en sus entradas aparecen temas
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de numerosas disciplinas que ayudan a la mejor comprensión de una historia de aspectos del mundo contemporáneo. Por eso son muy de agradecer
los índices listados por orden alfabético (pp. XXXVII-XLI), ya que facilitan al lector la búsqueda del nombre y del tema de interés, a veces incluso
con dos entradas ante la distinta denominación para un mismo aspecto
(como WTO y GATT, por ejemplo), así como unos diagramas gráficos (pp.
XXVI-XXXVI), que ayudarán al usuario a profundizar en los temas y territorios que se estudian en este diccionario, siguiendo esas fórmulas. En ese
mismo esfuerzo por agilizar la consulta, las personas aparecen primero por
su apellido, seguido del nombre y los libros por el primer sustantivo de esa
cita, dejando al final el artículo.
Respecto a la docencia en concreto, este Dictionary resulta útil para
responder a dudas, planteamientos y discusiones de la historia transnacional con los alumnos, por ejemplo, al conectar identidades, derechos individuales y derechos humanos, religiones y regímenes políticos en su ideología y características, recorriendo así un amplio arco de lo individual a lo
colectivo, o a la inversa, que beneficiará sin duda a los estudiantes. Como
explica el propio doctor Akira Iriye, uno de los dos co-editores generales
del Dictionary, esta obra de consulta incluye 450 artículos, que se unirán a
los libros de texto, enriqueciendo así las posibilidades de los docentes y
también de sus alumnos.
Como un adelanto de lo mucho que este Dictionary aporta, se recogen
a continuación entradas en las que el continente americano, las asociaciones e incluso personalidades nacidas en él aparecen expresamente citados,
partiendo de la propia palabra América (pp. 33-37): Argentina and psicoanálisis; Economic Commission for Latin America and the Caribbean
(ECLAC); Guevara, Ernesto («Che»); Inter-American Commission on
Women; Mexican Revolution; Museum of America (Museo de América), en
la que se trata la evolución de los tipos de museos; Panama Canal; Pax
Americana; Prebisch, Raúl; Wilson, Woodrow, entre otros. Todo esto no
quiere indicar que la presencia de las tierras, gentes, sistemas, partidos e
instituciones políticas, sociales, económicas, culturales y otras no ocupen
un papel destacado en esta obra.
Concluimos esta reseña animando no sólo a la consulta sino también
a la elaboración de futuros textos de este carácter, siempre bienvenidos y
necesarios.—MARÍA JUSTINA SARABIA VIEJO, Universidad de Sevilla y
Escuela de Estudios Hispano-Americanos, CSIC, Sevilla.
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Lacueva Muñoz, Jaime J.: La Plata del Rey y sus vasallos. Minería y metalurgia en México (siglos XVI-XVII), Escuela de Estudios HispanoAmericanos, CSIC/ Universidad de Sevilla y Diputación de Sevilla,
Sevilla, 2010, 428 pp.
La plata del Rey y sus vasallos. Minería y metalurgia en México
(siglos XVI y XVII), de Jaime J. Lacueva Muñoz, es el segundo libro publicado por su autor sobre los metales preciosos en la América colonial. Ya en
Los metales de las Indias. Rescates y Minería en los inicios de la
Colonización (Sevilla, 2010), Lacueva mostraba su rigor académico, su
despejado talento y su dominio del tema, anunciándose como prometedora
autoridad en la materia. Su nueva obra se basa en la que fue su tesis doctoral, presentada el año 2008 en la Universidad de Sevilla, que obtiene el primer premio del Concurso de monografías “Nuestra América”, convocado
anualmente por la Diputación de Sevilla, la Universidad de Sevilla y el
CSIC, bajo cuyo patrocinio se publica. El prólogo a la obra, extenso y comprehensivo, además de justificadamente elogioso, es de la propia directora
de la tesis, la profesora Manuela Cristina García Bernal.
Como toda buena tesis doctoral, esta obra se apoya en una exhaustiva
investigación documental y bibliográfica, en este caso y por la naturaleza
del tema, sobre todo en documentación de archivo de carácter cuantitativo
y fiscal. Para ello, Lacueva Muñoz ha emprendido una impresionante búsqueda multiarchivística a la que ha consagrado seis largos años de fatigas
y dedicación. Ha aprovechado más de un centenar de legajos del Archivo
General de Indias, así como decenas de legajos del Archivo de la Caja Real
de Zacatecas, del Acervo Histórico del Palacio de Minería, en México, y
una nutrida bibliografía. Manejar una documentación tan vasta y compleja
supone un auténtico desafío, pero Lacueva ha sabido superar la prueba exitosamente gracias al dominio de una rigurosa metodología, a la inteligente
estructuración de la obra en dos partes (la organización de la producción y
el volumen de la producción) y a la sutileza de sus argumentaciones. De esa
manera, ha podido sustentar en bases sólidas, novedosas aportaciones sobre
aspectos insuficientemente estudiados, y profundizar tanto a nivel macro
como microeconómico distintos aspectos de la importante problemática de
la producción metalífera en la Nueva España.
El tratamiento inteligente y prolijo de este copioso y en gran parte
desconocido material, le ha permitido al autor atreverse a cuestionar ciertas tesis hace tiempo establecidas sobre la crisis de la producción minera
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
de mediados del siglo XVII, y el papel que desempeñaron los dos métodos de beneficio utilizados en la producción de la plata, acaso una de las
contribuciones más importantes de este libro. Siendo el tema de la producción argentífera novohispana tan esencial para la comprensión de la emergente economía-mundo y de la primera globalización del planeta, así como
la relación de la plata con la primera crisis de alcances globales, se comprende la importancia de esta nueva obra. Cabe asegurar que su consulta
será indispensable para cualquiera que esté seriamente interesado en la
materia.
El rigor de esta investigación se refleja en la excelente calidad de los
dos mapas sobre las regiones mineras, los nueve cuadros, las diecinueve
tablas, veinticinco gráficas y ocho apéndices, donde Lacueva realiza un
riguroso análisis cuantitativo de la producción metalífera, la recaudación
fiscal y las relaciones comerciales vinculadas a la minería, e ilustra diáfanamente los distintos aspectos de esta problemática, tanto desde el punto
de vista coyuntural como estructural. Aunque su principal foco de estudio
es el gran centro minero de Zacatecas, también incluye en su análisis la
producción de otros centros mineros, como San Luis Potosí, Guanajuato o
Pachuca. Al concentrar su interés en un periodo concreto —los siglos XVI
y XVII—, sobre todo entre el despegue de la producción y la crisis de
1630-1640, y luego el repunte de la minería en la segunda mitad de ese
siglo, el autor alcanza nuevos niveles de análisis sobre las fases de auge,
crisis y recuperación del sector minero, y el papel decisivo que desempeñó
la producción minera en la articulación del territorio y la creación de espacios económicos internos, siendo como lo fue el motor fundamental del
proceso colonizador.
Lacueva Muñoz dedica especial atención a los procesos técnicos de la
producción minera, tanto de la extracción misma de la plata, como de su
beneficio mediante la amalgamación con mercurio o por fundición del
metal; a los problemas asociados al abasto del mercurio (que debía importarse de España o de Perú); a la mano de obra y a la inversión de capital.
Analiza exhaustivamente la cuestión de la rentabilidad, la calidad de la
maquinaria empleada, y las ventajas o desventajas de la amalgamación, o
de la fundición. Al hacer este análisis, este autor demuestra, contra lo que
se ha considerado hasta ahora, que el beneficio de la plata por amalgamación con mercurio fue poco económico y eficiente, aún cuando era el método más avanzado de la época y, asimismo, que la plata que se benefició por
fundición fue mucha más de la que se creía.
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Apoyado en las abundantes evidencias documentales a su alcance,
Lacueva desafía la tesis convencional sobre la crisis de la minería de la
década de 1630. De acuerdo a esa tesis, la crisis de las décadas de 16301640, se produce, por un lado, a causa de la disminución de los intercambios entre América y Europa y, concomitantemente, de la caída de la producción minera, a la que contribuyó el deficiente abasto de mercurio. Uno
de los argumentos de Lacueva se apoya en el análisis de los distintos
niveles de eficacia técnica y económica de los dos métodos de beneficio
de la plata empleados —el de amalgamación por mercurio y de fundición
del metal. El autor argumenta, y lo respalda cuantitativamente, que al
disminuir el abasto de mercurio y reducirse la capacidad de producción
de la plata por amalgamación, las minas de Zacatecas, entonces las más
importantes de Nueva España, entraron en crisis y decayeron. Agrega, sin
embargo, que la producción de otros reales de minas no disminuyó sino
que se mantuvo y aún aumentaron las explotaciones, como en Durango y
Guadalajara, gracias a la amplia experiencia que se tenía en el beneficio
por fundición, por lo cual la supuesta crisis metalífera realmente no se
produjo. O bien, que esta crisis afectó a Zacatecas pero no así al resto de
Nueva España. De hecho, más tarde, la propia Zacatecas volvió a recuperarse y nuevamente despegar, gracias a que también se benefició de
esta nueva tendencia en los métodos de explotación, y a las incitaciones
que produjo la recuperación de la actividad minera regional en el conjunto de la economía. De esa manera habría sido la deficiente comprensión
de la aplicación o frecuencia del uso de ambos métodos de beneficio del
metal lo que ha contribuido a la errónea interpretación de la crisis. Se
trata de una sustentación sólida y por demás sugerente, aunque este debate, tan decisivo tanto para comprender la época como los alcances de
la primera globalización, seguramente no concluirá así y su discusión
continuará.
En fin, nos encontramos con una obra magnífica, bien escrita, respaldada por una investigación agotadora, inteligentemente estructurada y
argumentada, que la coloca a la par de obras ya clásicas como la de Peter
Bakewell sobre la minería mexicana, o de Merving Lang sobre la producción y abastecimiento del mercurio. Se trata pues, de una aportación
excepcional que enriquece significativamente un tema tan esencial para la
comprensión de la historia colonial del Nuevo Mundo.—ALFREDO
CASTILLERO CALVO.
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Anu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 317-378. ISSN: 0210-5810
HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
Luque Azcona, Emilio José: Arquitectura y mano de obra en el Uruguay
colonial: sobrestantes, herreros, carpinteros, albañiles y picapedreros. Zaragoza, Libros Pórtico, 2010, 219 pp., mapas y fotografías del
autor.
Tras la publicación en 2007 de su libro Ciudad y poder: la construcción material y simbólica del Montevideo colonial (1723-1810), el autor
presenta una nueva obra, a través de la cual profundiza en algunos aspectos abordados con anterioridad, a la vez que amplía su interés a otros puntos del territorio uruguayo. Se trata de un exhaustivo trabajo sobre los oficios de la construcción durante el periodo colonial articulado en dos
apartados:
El primero, concebido como un estudio introductorio, incluye una
breve aproximación a la arquitectura erigida en la Banda Oriental; un capítulo tardío de la edilicia hispánica en América, poco conocido y del que se
conservan contados vestigios. En su análisis, se destaca la importancia de
las obras defensivas, tales como los fuertes de San Miguel y de Santa
Teresa, o el complejo de fortificaciones trazado por el ingeniero Domingo
Petrarca para Montevideo. Una parte significativa de la mano de obra reunida en este territorio fue convocada al calor de estas obras militares, a las
que habría que sumar algunas otras civiles y religiosas de gran interés, en
las que se manifiesta la vigorosa difusión del neoclasicismo, ya imperante
en la cercana Buenos Aires. Así lo ilustran las dependencias del Cabildo de
Montevideo, realizadas por Tomás Toribio, o la fachada de la Iglesia Matriz
de la misma ciudad, cuya reforma —según el autor— podría haberse planteado con el concurso del propio Toribio.
Tras dibujar la realidad arquitectónica de la Banda Oriental, este apartado se completa con un análisis de conjunto sobre los oficios relacionados
con la erección de dicho patrimonio arquitectónico. Sobrestantes, herreros,
carpinteros, albañiles y canteros constituyen un cuerpo laboral muy heterogéneo, marcado por un nivel de capacitación limitado y una actividad irregular. A pesar de su modesto perfil, sobre estos grupos descansó una aventura constructiva esencial para el desarrollo histórico de la sociedad
uruguaya. Emilio José Luque traza las líneas maestras de estos grupos, rastreando el origen diverso de sus miembros, así como el desarrollo de sus
actividades en su tierra de acogida. Los horarios de trabajo, los salarios y
algunos detalles técnicos aparecen recogidos certeramente en un texto que,
por su interés, hubiera podido alcanzar un mayor desarrollo.
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
El segundo apartado, abarcando la mayor parte del libro, presenta una
Relación de profesionales de la construcción empleados en Montevideo y
otros puntos de la Banda Oriental (1723-1810). Se trata de un trabajo minucioso, con más de setecientas cincuenta entradas ordenadas por oficios, entre
los cuales los de la carpintería y la albañilería son los más numerosos.
Considerando el hecho de que el autor se ha centrado en la mano de obra, no
incluyendo a los arquitectos e ingenieros responsables de los grandes proyectos, así como las limitaciones de la documentación disponible, esta nómina
no ofrece grandes, ni jugosas biografías. No obstante, aunque en muy contadas ocasiones se ha podido esbozar un perfil biográfico completo de estos
profesionales, en su conjunto, las noticias aportadas sobre su origen, lugar de
trabajo, nivel de cualificación, salario y otras consideraciones conforman un
fresco excepcional sobre la realidad social y constructiva de estos territorios
y, en particular, del Montevideo colonial. Para su elaboración se consultaron
los fondos del Archivo de Simancas (Valladolid), el Archivo General de
Indias (Sevilla), el Archivo General de la Nación de Argentina (Buenos
Aires), el Archivo General de la Nación de Uruguay (Montevideo) y el
Archivo del Instituto de Historia de la Arquitectura de la Universidad de la
República Oriental de Uruguay (Montevideo). La cuidada recopilación de un
material tan diverso le otorga un valor inestimable a esta obra, enriquecida
con varios mapas y fotografías realizados por el propio autor; una obra que,
de este modo, se suma a toda una serie de relaciones de profesionales de la
construcción en el mundo hispánico, las cuales convendría reunir en una sola
base de datos, para un uso más cómodo y completo de las fuentes disponibles.
Por todo lo dicho, nos parece necesario destacar el interés de este nuevo y riguroso trabajo de Emilio José Luque Azcona, el cual desborda
ampliamente los límites de la historia de la construcción, para ofrecer nuevos datos a otros especialistas ocupados en el estudio de las sociedades
coloniales de la América Hispana.—JUAN CLEMENTE RODRÍGUEZ ESTÉVEZ,
Universidad de Sevilla.
Opatrný, José: José Antonio Saco y la búsqueda de la identidad cubana,
Praga, Universidad Carolina de Praga, Editorial Karolinum, 2010,
229 pp.
Josef Opatrný, director del Centro de Estudios Ibero-Americanos de
la Universidad Carolina de Praga, es uno de los mejores especialistas euro354
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peos en Historia de Cuba. La obra que aquí comentamos viene a ser la culminación de sus trabajos sobre la historia de la cultura política del Caribe
hispánico y los orígenes de la nacionalidad cubana, entre los que destacan
su más conocido libro Antecedentes históricos de la formación de la nación
cubana (Praga,1986) y sus estudios sobre Pedro de Santacilia. El trabajo
comienza con una densa y eficaz síntesis de los antecedentes políticos, económicos e ideológicos referidos al ámbito atlántico en la época de las revoluciones (c. 1760 a 1825), en la que se enmarca el proceso de formación
del Estado y la Nación en América Latina.
Al adentrarse en la temática de la formación de la conciencia nacional en Cuba, comienza su estudio con la figura de Francisco de Arango y
Parreño, resaltando la apuesta del famoso abogado y hacendado habanero
—líder político-intelectual del criollismo cubano entre 1790 y 1830— por
el liberalismo económico y el realismo político, en contraste con otros líderes hispanoamericanos. Opatrný se pregunta qué entiende Arango por
«nación» y «patria», concluyendo que este abogado identifica la nación
con el Estado soberano (p. 42), y en consecuencia no distingue entre nación
cubana y nación española. A diferencia de lo que ocurrirá con José Antonio
Saco, que se mueve en una época diferente, para Arango no existen otras
«naciones» que las potencias europeas, en tanto que su mundo es el de las
décadas finales del siglo XVIII y primeras del XIX. Sin embargo, apunta
Opatrný, a medio plazo, la diferencia de intereses económicos entre los
grupos ligados a la metrópoli y las elites cubanas acabará marcando el
rechazo a la identidad entre cubano y español, lo que, sin embargo, no será
el caso de Saco. Y respecto al concepto de patria, Opatrný advierte cómo
Arango distingue claramente entre la patria «verdadera», su tierra natal, «a
la que ama y adora», y la «madre patria», que describe como la «nación
cultural» (p. 45). En todo caso, para Arango el mejor destino para su patria
isleña fue ser una provincia ultramarina de España, afirma Opatrný. Pero
Arango habla siempre en nombre de un sector social determinado y minoritario, la burguesía criolla o, como mucho, la población blanca de la isla,
y por ello no quiere imaginar otro estatuto político para Cuba. El triste
espectáculo que ofrecían las primeras repúblicas americanas le confirmaron en su idea.
Pero el tranquilo mundo de Arango se vio sacudido —como el de toda
la América española— por la crisis de la Monarquía y el triunfo inicial de
liberalismo político (1808-1814) en el mundo ibérico. Aunque en Cuba esa
primera sacudida fue hábilmente conducida y controlada por el gobernador
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Someruelos (como ha estudiado Sigfrido Vázquez), en un nivel más profundo se estaba preparando la base intelectual de la nacionalidad cubana.
Aquí entra en juego la figura del padre Félix Varela, mentor intelectual de
la generación que primero se planteó la independencia de Cuba. Aislado y
casi desconocido quedó entonces el primer proyecto constitucional para
una Cuba independiente, el de Joaquín Infante, quien por cierto portaba una
ideología socio-racial idéntica a la de Arango, que excluía radicalmente a
los negros de la ciudadanía política.
Si en esa primera fase revolucionaria del mundo hispánico Cuba no se
vio especialmente afectada, la segunda, la del Trienio liberal, se convertirá
en una breve pero intensa etapa en la que el liberalismo radical parece
explosionar en la isla. Pero alejándose de otras menos avisadas, acierta
Opatrný al elegir la interpretación que califica al llamado «liberalismo
exaltado» de esos años en Cuba como una tapadera demagógica del grupo
en realidad más reaccionario, el de los comerciantes peninsulares cuya pretensión, desde dos décadas atrás, no era otra que arrebatar a la elite hispano-criolla dirigida por Arango el control del comercio insular. Frente a esos
falsos liberales surge el primer liberalismo criollo moderno, representado
por los diputados cubanos elegidos para las Cortes en 1820, muy especialmente el padre Varela, autor principal del famoso proyecto de un gobierno
autónomo —o descentralizado, según Piqueras— para las provincias de
Ultramar.
Después de explicar la posición de Cuba en el complejo contexto
internacional de la década de 1820, el autor pasa a un interesante análisis
del pensamiento de Félix Varela tras su salida forzosa de España y su exilio en los Estados Unidos, pensamiento que queda reflejado especialmente en El Habanero. Desengañado de los liberales españoles, Varela se
declara ya abiertamente por la independencia y desarrolla el concepto de
patriotismo como su fundamento ético-político. Aquí no vemos al Varela
de sus Lecciones de Filosofía, sino al filósofo moral formado en la doctrina aristotélico-tomista, de donde obtiene su concepto del patriotismo
como virtud política. En este sentido, el sacerdote condicionaba la independencia de su patria al sincero propósito de sus elites por mejorar las
condiciones sociales, políticas y económicas, es decir, a un ejercicio efectivo de la virtud del patriotismo, algo que no encontraba en la mayoría de
sus compatriotas. Y por lo mismo, Varela rechazaba la independencia
«desde afuera», anticipándose así a su discípulo Saco en su rechazo al
anexionismo. De esa manera, los textos de Varela en El Habanero cons356
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tituyen el mejor programa independentista cubano en la primera mitad del
XIX; sin embargo, ese programa tendría escaso eco entre sus discípulos
en la isla, más pendientes de sus intereses de clase que del bien de su
patria.
Y por fin llegamos a Saco. Opatrný nos introduce en el pensamiento del gran bayamés a través del análisis de los textos menos utilizados
por la historiografía. Es interesante comprobar hasta qué punto, en sus
textos iniciales dedicados a problemas sociales y económicos de la isla,
pero también en otros posteriores, coincide Saco con las propuestas de
Arango y Parreño, pero con una diferencia clara entre los dos: el segundo no manifiesta nunca esa angustia que se percibe en Saco ante el «peligro de la raza africana». Mientras Arango aconsejaba en 1828 invertir en
la educación de los negros, Saco y sus contemporáneos sólo vieron en
ellos una raza bárbara que era necesario extinguir en la isla. En esto, como
en tantas otras cosas, el hacendado demostró un sentido más «nacional»
de la situación y el desarrollo de su patria que los «liberales» cubanos de
las generaciones siguientes, más directamente influidos por el creciente
racismo del liberalismo occidental. De hecho, las soluciones que Saco
propone para extirpar la vagancia no son liberales sino autoritarias
(p. 104); y es que el liberalismo doctrinario de la generación de Saco, a
pesar de su ethos romántico y radical, no deja de ser el hijo natural del
absolutismo ilustrado.
A partir de 1830 veremos al auténtico Saco, el polemista, género en
el que realmente destacó pero que, por lo mismo, le condujo a ganarse
fácilmente la enemistad de los poderosos; en eso mismo se mostró como
un romántico y, al tiempo, como un intelectual honesto más que como un
político. Fue precisamente su primera gran polémica, la que mantuvo en
1829-1830 con Ramón de la Sagra —con el que, sin embargo, tanto coincidía sin reconocerlo—, lo que le llevó a ser considerado como el portavoz del reformismo y autonomismo cubano, representado por el grupo de
literatos y poetas en torno a Domingo del Monte que, como Saco, fueron
discípulos aventajados de Varela en el seminario de San Carlos: un grupo de hijos de familia que se pueden permitir viajar y dedicarse a la literatura gracias al patronazgo de familiares y amigos que, irónicamente,
hicieron su fortuna con el comercio negrero y la plantación esclavista.
A pesar de estas contradicciones vitales —de las que no se libraba Saco,
como oportunamente recuerda Opatrný (p. 156)— estos ensayistas y poetas serán los creadores de una primera conciencia de nacionalidad o cubaAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 317-378. ISSN: 0210-5810
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nidad, insertándose así de forma plena en el movimiento romántico de la
época. El libro se centra a partir de aquí en un extenso resumen analítico-interpretativo de aquellos textos de Saco menos atendidos por la historiografía. Así, Opatrný destaca que, ya en 1832, el bayamés expresó su
oposición a la trata esclavista en su extenso comentario a la obra del
Robert Walsh sobre el Brasil, mostrando por primera vez su «horror»
ante el dato estadístico que confirmaba la supremacía de la raza africana
en Cuba, lo que definía como la mayor amenaza para la misma existencia de la patria. La crítica de Saco a la trata y a la esclavitud misma como
antihumana tiene sólo una motivación real, el racismo: lo único que él
quiere es ver libre a su patria de gente de piel oscura; salvar a Cuba era
liberarla de la población africana. Mucho nos recuerda todo esto a la
visión que Bolívar tenía del indio y la población indígena, y es que también en esto se muestran los dos como hijos aventajados de la Ilustración
europea.
Llegaba así, poco después, el momento de la oposición de los directores de la Sociedad Económica a la fundación de la Academia de Literatura
por Del Monte y sus amigos, que es parte de un conflicto de tipo generacional entre criollos, de una naturaleza distinta al que mantuvieron luego
con el odiado capitán general Tacón. Éste aprovechó la polémica para provocar el exilio de Saco. La torpe política del gobernador «liberal» y su
secuela inmediata, la exclusión de los diputados ultramarinos por las
Cortes «progresistas», a lo que siguió la dura crítica de Saco y Del Monte
a este giro radical de la política de Madrid hacia la isla, constituyen el punto de inflexión a partir del cual surge un auténtico partido liberal propiamente cubano.
El extenso análisis de dos textos del bayamés de estos años decisivos
(el «Examen analítico…», criticando la decisión de las Cortes en 1837, y
el Paralelo entre la isla de Cuba y algunas colonias inglesas) llevan a
Opatrný a concluir categóricamente que Saco fue un firme independentista, aunque opuesto, por prudencia y realismo, a una revolución de independencia (p. 150). Pero el Paralelo, como bien afirma el profesor checo
siguiendo a Moreno Fraginals, refleja el momento pasional de Saco, que le
lleva a caer en patentes inexactitudes históricas en relación con las colonias
británicas en América. Y también se equivocó Saco en su «Examen analítico» al criticar ferozmente el sistema fiscal-comercial cubano: aunque
también exageraba, parece que su enemigo Tacón acertaba al afirmar que
los hacendados de esta isla pagaban menos impuestos que los de cualquier
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otra colonia europea. La nueva «vuelta de tuerca» que aplicará el liberalismo español a Cuba a partir de 1851, tras la caída del intendente Villanueva,
se basaba en la fundamentada convicción de que la isla nunca había contribuido al Estado en proporción a su riqueza.
Resulta irónico que los dos enemigos irreconciliables (Tacón y Saco)
tuvieran en realidad el mismo concepto de la raza negra y, en cierta forma,
coincidieran en su incongruencia vital: así como Tacón se enriqueció ilícitamente con la trata negrera, Saco era sostenido por la fortuna de antiguos
negreros y hacendados esclavistas. En última instancia, la demagogia abolicionista británica estaba al servicio de los industriales ingleses, enriquecidos con un sistema laboral inhumano. Precisamente las tensiones producidas por los agentes del abolicionismo inglés en la isla aceleraron la
política oficial de fomento de la población blanca. Sin embargo, en este
contexto, el conocido como Informe fiscal de Vázquez Queipo afirmó que
no existía una alternativa real a corto plazo a la mano de obra esclava, lo
que dio la oportunidad a Saco para meterse de nuevo en polémica, su terreno preferido, con su Carta de un cubano a un amigo suyo… Al entrar en
el análisis de este opúsculo, Opatrný señala con acierto que esos escritos de
Saco de los años treinta y cuarenta tuvieron más importancia política que
aquellas otras obras posteriores por las que es más conocido, como la
Historia de la esclavitud.
Saco era enemigo de la trata, pero no un abolicionista. Consideraba
esa institución superada en el plano económico y contraria al principio de
igualdad que defendía como liberal, pero su opinión sobre la raza negra fue
siempre despiadada. Así se comprueba también en su escrito «La supresión
del tráfico de esclavos africanos en la Isla de Cuba», de 1845, donde parece que esa especie de temor y odio se había incrementado tras la experiencia de La Escalera, no por el temor a un triunfo de los negros en una eventual guerra de razas, sino por el grado de destrucción que causaría, como
ocurrió en Haití. En este contexto sitúa Opatrný la rotunda oposición de
Saco a cualquier revolución de independencia en Cuba, porque siempre
abocaría al desastre, sobre la base de su convicción en la enemistad radical
entre blancos y negros. Lo que Saco pretende es una Cuba española, pero
con una relación «moderna» con la metrópoli, que permitiera a los blancos
cubanos —los únicos cubanos en realidad para Saco— el derecho a participar en la toma de decisiones para la isla.
Finalmente, Opatrný aborda la posición de Saco sobre el anexionismo, la última «batalla» del bayamés, aunque ahora no polemiza con los
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
viejos líderes criollos, ya desaparecidos, ni con las autoridades españolas,
sino con sus propios compañeros y amigos. La relación con los Estados
Unidos y la cultura anglosajona estuvo siempre presente en el pensamiento de Saco, afirma Opatrný, que, una vez más, resume y comenta aquí sus
textos menos conocidos sobre esta temática, en concreto las referencias que
encuentra en Paralelo…, Carta de un cubano a un amigo… y en la Réplica
a Vázquez Queipo. Para Saco, una Cuba que formara parte de los Estados
Unidos daría lugar a la desaparición de la raza-cultura hispana, la auténticamente cubana para Saco, y eso le convirtió en un decidido anti-anexionista. Además, la isla sólo podría llegar a ser estadounidense a través de un
conflicto armado con España y/ o con alguna de las otras potencias, lo que
ocasionaría la tan temida revolución social y la destrucción. Este mismo
argumento es el que desarrolla en Ideas sobre la incorporación de Cuba a
los Estados Unidos, de 1848.
Para Opatrný, en ningún contexto desarrolló Saco su concepto de
cubanidad como en éste de la polémica anexionista. Al sostener con decisión —frente a su amigo Gaspar Cisneros Betancourt— que la anexión
supondría la pérdida de la nacionalidad cubana, confirmaba hasta qué punto identificaba raza, cultura y nacionalidad; ésta última se contenía en
«nuestro antiguo origen [raza], nuestra lengua, nuestros usos y costumbres,
y nuestras tradiciones», a lo que en otras ocasiones sumaba «nuestra religión»; es decir, todos los elementos incluidos en el concepto de nación proveniente del idealismo alemán y que adoptó el liberalismo romántico europeo. Al distinguir entre nación (política) y nacionalidad (nación cultural),
la Cuba de Saco vendría a ser un pueblo sin Estado, una nacionalidad sin
nación. Opatrný acaba su excelente obra señalando cómo este concepto
cultural de nacionalidad desarrollado por Saco fue asumido después de él,
y del fracaso del anexionismo, por una buena parte de la intelectualidad
criolla, mostrando como un ejemplo la obra de Pedro Santacilia, un autor
al que conoce muy bien.
En definitiva, este magnífico libro del que, sin duda alguna, es uno de
los mejores especialistas actuales en la Historia de Cuba del siglo XIX,
resulta una lectura imprescindible para el que quiera conocer a fondo el
pensamiento de José Antonio Saco y comprender mejor el complejo proceso de formación de la nacionalidad cubana.—JUAN B. AMORES
CARREDANO, Universidad del País Vasco, y SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, CSIC, Sevilla.
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Quintero Rivera, Ángel G.: Cuerpo y cultura. Las músicas «mulatas» y la
subversión del baile, Madrid, Editorial Iberoamericana, 2009, 394
pp., ilustraciones.
El investigador puertorriqueño Ángel Quintero, catedrático en el
Centro de Investigaciones Sociales de la Universidad de Puerto Rico, ha
centrado su producción científica en el Caribe y está considerado como uno
de los grandes sociólogos latinoamericanos. Es autor de numerosos libros
como ¡Salsa, sabor y control! Sociología de la música «tropical» (1998),
Vírgenes, magos y escapularios (1998), La otra cara de la historia (1985)
o Conflictos de clase y política (1977), en los que ha trabajado con profundidad y acierto temas como la religiosidad popular, el baile y la música o
las culturas campesinas y las clases populares.
En Cuerpo y Cultura pretende examinar la historicidad de los significados socioculturales del baile en la América «mulata», especialmente en el
Caribe. Un Caribe entendido como espacio relacional de sociedades que se
han distinguido por su insistencia, pasión y creatividad danzarina, y cuyas
músicas bailables y sus bailes mismos han tenido repercusiones amplias y
evidentes de carácter internacional. Este baile que no es sólo un entretenimiento, sino una memoria heredara de otras geografías y otras épocas y que
en el marco americano concreto se transformó en una forma de resistencia
contra la dura realidad que experimentaban cotidianamente los esclavizados.
El autor nos relata como desde el siglo XVII la ideología de la
«modernidad occidental» ha querido imponer en su expansión colonial la
idea de una radical separación entre mente y cuerpo, donde se concibe la
razón como lo humano al tiempo que se expulsa al cuerpo del ámbito del
espíritu. Esta separación se monta, a su vez, en la distinción entre lo humano como sujeto y la naturaleza como objeto sobre el cual se actúa. En el
marco de esta separación, «la civilización se identificará con la razón;
mientras naturaleza —entre ella, las «pasiones» del cuerpo, sus urgencias
y ¡hasta su expresividad!- como barbarie».
Quintero pretende rescatar y asumir la separación entre ese cuerpo y
mente, que se ha convertido en un pilar fundamental en los estudios sociales vinculados, entre otros, a la raza o al género y en lugar de profundizar
entre la dicotomía de lo humano y lo natural, visualiza a ambas como esferas interactuantes de una misma realidad.
El libro Cuerpo y cultura se estructura en cinco ensayos que toman
las más importantes músicas bailables de la América «mulata»: paseo
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
—merengue —jaleo; pero aunque tenga esa forma, se apunta algo que
sobrepasa al baile como objeto de estudio. El autor profundiza sobre las
formas no conscientes, nos habla desde el baile y no del baile y nos presenta al cuerpo (y su naturaleza) como sujeto, como generador de cultura, de
expresividad, comunicación y elaboración estética.
La obra se abre con un «Paseo», que se subtitula «Baile y ciudadanía»,
inspirado en la composición de William Cepeda y Choco Orta, Bomba
Corazón. Nos sirve para introducir la temática y las tesis centrales del libro.
Presenta el papel central del baile en la conformación de identidades sociales a través de las cuales se configuró el mundo civil en los países caribeños,
como Puerto Rico; música para ser bailada y no sólo escuchada.
En «Merengue» profundiza sobre la teoría de la música mulata, exponiendo de manera más sistemática y amplia esa dinámica hibridación enriquecedora que ha llegado incluso a superar, en los últimos años, la división
entre lo erudito y lo popular. Pretende presentar una historia social abarcadora de esas danzarias músicas mulatas desde las primera contradanzas del
siglo XIX hasta el reggaeton de comienzos del XXI, pasando por la afrocaribeña habanera, el jazz afronorteamericano, la rumba y el bolero afrocaribeños, el tango afroconosureño y la samba afrobrasileña, los afronorteamericanos rock y hip-hop, la bosanova brasileña, el pop tropical, el
calypso, reggae, beginne, soul, salsa y jazz latino del Caribe y las músicas
sincopadas de Gershwin, Villa-Lobos, Lecuona y Piazzola, entre otros.
El cuadro anterior, amplio, nos introduce en investigaciones más específicas que se presentan en el «Jaleo. Polirritmo a tres tiempos...» y que
representan diversos acercamientos al estudio de la relación entre música,
baile y sociedad.
En «Primer Repiqueteo del Jaleo. El Merengue de la Danza. Orígenes
sociales del baile en pareja en el Caribe», donde el autor se basa sobre todo
en fuentes escritas, se examina minuciosamente el origen del baile en pareja en el Caribe, cómo fue surgiendo su sonoridad, sus maneras correspondiente de expresividad corporal, para después analizar las relaciones de clase, raza y género en la formación de las culturas cívicas y concepcionales
nacionales respectivas.
En «Segundo Repiqueteo del Jaleo. ¡Saoco! O el swing del soneo del
Sonero Mayor. La memoria del ritmo en la improvisación salsera», fundamenta su investigación en el estudio etnográfico, para lo que va a utilizar
sobre todo entrevistas grabadas. Profundiza, a través de la relación canto,
poesía y baile, en la necesidad de dramatizar el swing y nos lleva a media362
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
dos del siglo XX, cuando las transformaciones desarrollistas de Puerto
Rico, como afirma el propio Quintero, «…tornaba más transparente la
importancia de una de las problemáticas centrales de los conglomerados
humanos en la modernidad: la relación entre comunidad y sociedad, que
manifestaba de manera dramática la combinación de intensidad barrial y
mediática de Cortijo y su combo.»
En «Tercer Repiqueteo del Jaleo. Salsa, migración y globalización.
Las luchas por la hegemonía desde la cultura», utiliza como base documental los estudios de los análisis estadísticos del más completo catálogo
comercial de grabaciones de salsa, incluyendo cuadros estadísticos sobre
discografía, procedencia de directores y cantantes, etc. En este apartado
vuelve a trabajar sobre la relación entre la expresión vivencial barrial y la
difusión internacional, a través del estudio de la globalización de la salsa,
y pretende una aproximación cultural continental. Nos resalta la labor que
cantantes como Willie Colón, Tato Conrad o Stacey López, entre otros
muchos, hicieron contra la colonización cultural y la simplificación de la
concepción de la cultura como nacional en su sentido territorio-nación; asimismo, señala la importancia de la subversión —domestica y cotidiana—
de los bailes de esa obra de fusión americana que, según él, ha tenido la
osadía de llamar «mulatería».
Como hemos comprobado Ángel Quintero —desde la música y el baile— nos propone una historia social del Caribe que va desde la esclavitud
al neoliberalismo globalizador y analiza la historia de los países Caribeños,
no como dependientes o rezagados del mundo europeo sino como resistentes a la cultura colonizadora. La música y el baile como depósito cultural
acumulado que se impone a la conceptualización del centralismo europeo,
como se puede observar en la separación cuerpo-mente, y que incide directamente en una visión más amplia que conlleva un modelo explicativo descentralizador.—ALBERTO J. GULLÓN ABAO, Universidad de Cádiz.
Samudio A, Edda O. y Robinson, David J.: «A Son de Caja de Guerra y
Voz de Pregonero». Los Bandos de Buen Gobierno de Mérida
Venezuela 1770-1810, Caracas, Academia Nacional de la Historia,
colección «Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela» 268,
2009, 396 pp.
En las últimas décadas varias investigaciones se han adentrado en el
estudio de una de las manifestaciones del derecho indiano local, relegadas
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
hasta entonces: los bandos de buen gobierno. El trabajo sobre estas fuentes
ha sido el punto de partida para que estudiosos de distintas disciplinas,
como la historia social y la historia del derecho, entre otras, se centren en
el ordenamiento urbano de la América española, como disparador para analizar cuestiones tales como el disciplinamiento social y familiar, la administración de justicia, la seguridad pública, el ordenamiento edilicio, etc.
La obra que reseñamos comienza con un estudio preliminar centrado
básicamente en lo que los autores denominan «El espacio público en la ciudad colonial hispanoamericana», que deducimos apuntó a servir de introducción y de ubicación temporal y geográfica a los bandos que se presentan en la segunda parte, denominada «Bandos de buen gobierno: de la
teoría a la práctica en Mérida». Es en esta segunda parte donde se estudia
el contenido de los bandos que integran el «Libro de solicitudes de los
Procuradores Generales al Ayuntamiento de la ciudad de Mérida. 17761801» y los «Cuadernos de Bandos de Buen Gobierno, y otros en el tiempo de los escribanos, Chavez, Pirela y Almarza», que comprenden el periodo 1786-1810. La obra finaliza con un listado de la amplia bibliografía
consultada y un apéndice documental, consistente en la transcripción de los
bandos consignados en el «Libro…» y en los «Cuadernos…».
El estudio preliminar —efectuado tomando como fuente básicamente
una vasta bibliografía y pocas fuentes documentales— se ocupa de los
diversos tipos de espacios: públicos, semipúblicos y privados, así como de
las actividades llevadas a cabo en ese contexto. Contrariamente a lo que se
espera de un estudio preliminar, la información que se presenta no coincide en algunos casos con el contexto geográfico y temporal de los bandos
que se analizan en la segunda parte —Mérida en el lapso 1770-1810—.
A ello habría que agregarle errores gramaticales y confusiones en los nombres y apellidos de los autores nombrados en algunas citas a pie de página.
La segunda parte —basada en el análisis de los bandos— analiza el
origen, características y contenido de los bandos en general, para pasar luego a ocuparse de cuestiones tales como el Cabildo, la ciudad y los intentos
ordenadores y de control de las autoridades, las normativas urbanísticas, la
salud pública, la seguridad, las fiestas, juegos y bebida, los abastos, la indigencia, entre otros temas.
Tal como lo señalan los propios autores en las consideraciones finales, la investigación realizada a través de los bandos permite adentrarse en
«patrones de comportamiento, en procesos cotidianos y en la conformación
de un imaginario social que determinó la conducta de la elite y del resto de
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
la sociedad de Mérida colonial, con las consecuencias que tuvo para unos
y otros en los inicios del proceso independentista». También a criterio de
Samudio y Robinson, «reflejan la injusticia, la inequidad, la indigencia, los
vicios, la discriminación hacia la mujer y el hombre plebeyo».
El trabajo reseñado es una excelente demostración del provecho que
los investigadores —cualquiera que sea el enfoque— podemos sacar de la
utilización de este tipo de fuentes locales, elaboradas por instituciones y
autoridades, que nuevamente según los propios autores, concentraron «la
acción política en las ciudades» y reglamentaron «las relaciones en todos
los órdenes de la vida citadina». Sin embargo pensamos que los bandos de
buen gobierno dados a conocer por Samudio y Robinson podrían ser de
mayor utilidad para los investigadores, si los autores hubieran avanzado en
la elaboración de un índice de nombres de personas y de materias, tal como
lo han hecho otros que han trabajado sobre las mismas fuentes.
De cualquier manera, creemos que el principal aporte del trabajo que
reseñamos consiste en demostrar una vez más que fuentes de derecho local
como lo son los bandos de buen gobierno constituyen una inagotable mina
para los estudiosos del periodo indiano.—VIVIANA KLUGER, Universidad
de Buenos Aires, Argentina.
Santamaría García, Antonio; Naranjo Orovio, Consuelo (eds.): Más allá
del azúcar: política, diversificación y prácticas económicas en Cuba,
1878-1930, Aranjuez, Doce Calles, 2009, 314 pp.
El libro aquí reseñado presenta como gran valor propio el esfuerzo por
explicar aquellos aspectos de la historia de Cuba que han quedado sepultados por las características dominantes de la economía cubana: el azúcar, el
tabaco y la esclavitud. Para ello los autores han realizado un importante trabajo basado en el estudio de archivos locales y nacionales, así como en el
avance que en las últimas décadas ha tenido la historiografía tanto cubana
como española. El grupo de investigación del Instituto de Historia del
CSIC, dirigido por Consuelo Naranjo Orovio, en los últimos años ha venido desarrollando un trabajo muy significativo para el avance en el conocimiento de la historia de Cuba en particular, y del Caribe en general, del que
Más allá del azúcar es un nuevo ejemplo de los numeroso aportes de dicho
grupo en este campo.
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
La conocida como «sacarocracia» cubana, definida como principal
poder económico de la isla durante el siglo XIX y afianzada en el poder
político en el siglo XX, ha creado una serie de estereotipos, muy persistentes hasta la actualidad debido a la canonización de una historiografía que
ha magnificado la importancia del azúcar hasta velar otras realidades de la
Historia de Cuba. La monopolización que esta producción ejerció sobre
aquella realidad y la transformación que causó en la isla, forjó distorsiones
que han afectado a los estudios realizados desde entonces.
Los distintos capítulos de esta obra nos muestran como, a pesar del
proceso de creación de un modelo político, económico, social y cultural
basado en el azúcar, y de su peso específico casi absoluto, esta producción
no fue la única alternativa económica. Tanto autoridades como emprendedores privados plantearon opciones alternativas y proyectos reformistas, en
ocasiones con la intención de evitar el peligro del monocultivo, diversificando la producción. Las propias insuficiencias de abastecimiento de las
plantaciones e ingenios incentivaron actividades económicas complementarias, así como la demanda propia de las ciudades y otras poblaciones cuya
población requería de diferentes servicios por su crecimiento también relacionado en gran medida con la actividad azucarera, así como para satisfacer sus crecientes necesidades. Es más, la mayoría de la población de la isla
estuvo relacionada con estas actividades distanciadas en su objeto de las
grandes plantaciones o ingenios, especialmente en los ámbitos alejados del
gran centro que era La Habana. En definitiva que el mundo rural que dominó todo el resto de la isla tuvo una economía mucho más diversificada y
compleja. Los trabajos aquí expuestos se preocupan de mostrarnos las
alternativas de diversificación que tuvieron lugar en Cuba, así como de describir la heterogeneidad en la actuación de las elites y las diferencias en las
necesidades e incluso orígenes de los principales de la sociedad cubana,
que determinaron en parte sus alianzas económicas o planteamientos políticos, así como sus deseos de reformas.
Como se esfuerza en destacar Consuelo Naranjo Orovio, la gran elite
azucarera, que basaba su riqueza en la mano de obra esclava, ligó sus intereses a un poder colonial que comprendió que el manteniendo del status
colonial cubano requería de políticas que beneficiasen a esa importante
grupo. Por su parte, aquellos que optaron por la diversificación y que también fueron partidarios del uso de mano de obra libre y blanca, se situaron
en tendencias políticas proclives a una situación de mayor independencia.
Las políticas coloniales debieron por tanto realizar un difícil equilibrio para
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
no provocar la fractura durante gran parte del siglo XIX. En 1841 se llegó
a una población en Cuba en la que los esclavos excedían al número de blancos. Las autoridades comprendían este desequilibrio como extremadamente peligroso. Un caso especialmente importante en los estereotipos creados
fue el temor a las rebeliones protagonizadas por la población de color,
hábilmente manipulado por la elite azucarera y que en si mismo ayudó a
crear las bases de la sociedad esclavista, que a su vez era necesaria ante la
especialización económica. Por ello el régimen colonial trató de establecer
políticas que fomentasen un mayor equilibrio con las sucesivas inmigraciones de peninsulares y canarios en busca de un blanqueamiento de la población. Sin embargo, estos aportes blancos sirvieron para engrosar las filas de
aquellos que pretendían una mayor autonomía. Naranjo Orovio aprovecha
este trabajo para volver a hacer hincapié en la utilización que las autoridades hicieron en su beneficio del «miedo al negro», uno de sus aportes más
destacados a la historiografía cubanista.
El estudio de Antonio Santamaría García dedicado a la especialización, composición y renta de la economía cubana y su relación colonial con
España, aporta nuevas informaciones sobre el desarrollo de las industrias
azucareras en el periodo entre 1878 y 1898. El tiempo iniciado tras la
Guerra de los Diez Años y la posterior separación definitiva de España
estuvo marcado por una serie de reformas motivadas por la crisis del sistema esclavista cubano y la alta concentración de las exportaciones cubanas
con los Estados Unidos. El aumento de la competencia y el desarrollo de
políticas proteccionistas obligaron a una modernización y transformación
de los ingenios cubanos por medio de una mayor mecanización. En conclusión, Santamaría considera que las políticas españolas del momento a estudio fueron racionales y ajustadas a las circunstancias históricas.
El capítulo desarrollado por Óscar Zanetti profundiza en la cuestión
de las relaciones comerciales entre Cuba y España más allá de la separación entre ambos países. Como explica este autor, los productores y comerciantes españoles continuaron acudiendo al mercado cubano a pesar de no
contar con la protección con la que habían contado en tiempos de la colonia. Zanetti considera, por una parte, que las razones para el mantenimiento de esta relación se encuentran en la competitividad de algunos productos españoles. Por otra parte, la existencia de una demanda cubana de estos
artículos fue debida a que en la población había un componente muy
importante de emigrantes españoles que solicitaban productos de su tierra
de origen.
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Martín Rodrigo y Alharilla dedica su trabajo a los trasvases de capitales antillanos en las obras del Ensanche de Barcelona. Pone de manifiesto como los capitales de las empresas azucareras revirtieron en esta importante obra que significó la modificación de la estructura de la capital
catalana, señalando que también tuvieron su importancia los réditos de los
servicios financieros, el transporte y hasta el tráfico de esclavos.
Por su parte, la tristemente desaparecida María Antonia Márquez,
explica en su capítulo dedicado a las empresas y empresarios cubanos la
creación y crecimiento de las industrias menores, es decir, aquellas no
encargadas del tabaco o el azúcar. Para ello nos ilustra con los casos de las
familias Crusellas (dedicados a los perfumes y jabones) y Herrera (industria cervecera y del hielo), entre otras. Esta autora muestra especial atención en los efectos del tratado Foster-Cánovas, firmado por los Estados
Unidos y España en 1891, en vigor hasta 1895.
El trabajo de Leida Fernández Prieto está centrado en el estudio de la
modernización tecnológica de la agricultura cubana entre 1878 y 1920, con
lo que complementa en parte el trabajo de Antonio Santamaría. La autora
muestra, apoyándose en un extenso estudio de la historiografía existente,
los deseos de los agricultores cubanos de aumentar la productividad de sus
tierras y que les llevó a aplicar métodos científicos que mejoraron la rentabilidad.
Alejandro García dedica su apartado al Oriente cubano y al cultivo del
banano, permitiendo mostrar en este libro un panorama más amplio de la
isla de Cuba. Este territorio, siempre alejado de la gran industrialización
azucarera, sirvió para una propuesta económica novedosa y de un éxito
similar al del azúcar y el tabaco en otras regiones. El caso poco conocido
del guineo ó banano, como ha manifestado el doctor García, tuvo un desarrollo excelente y de una gran importancia económica en el noreste de la
isla, en torno a la ciudad de Baracoa.
Para terminar, Mercedes Valero, en el último capítulo del libro reseñado, da cuenta del caso particular de la industria sericícola y la explotación de la morera como cultivo asociado, como un ejemplo de los distintos
proyectos de diversificación productiva cubana a finales del siglo XIX y
principios del XX.
En conclusión, se trata de una visión amplia de la historiografía actual
sobre la economía cubana entre 1878 y 1930, de la que los autores de este
libro forman una parte muy destacada, que sin olvidar la importancia del
azúcar, ha comenzado a estudiar situaciones económicas, sociales y cultu368
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
rales tangentes a la realidad predominante, con lo cual se está completando un cuadro más exacto de la isla de Cuba en este periodo crucial de su
historia.—SIGFRIDO VÁZQUEZ CIENFUEGOS, Escuela de Estudios HispanoAmericanos, CSIC, Sevilla.
Saranyana Closa, Josep-Ignasi y Armas Asín, Fernando: La Iglesia contemporánea en el Perú (1900-1934). Asambleas Eclesiásticas y
Concilios Provinciales, Pontificia Universidad Católica del
Perú/Instituto Riva-Agüero/Universidad de Navarra, Lima 2010, 220
pp., apéndices documentales.
La historiografía ha sostenido repetidamente que las asambleas eclesiásticas son un lugar privilegiado para tomar el pulso a la vida de la comunidad cristiana y de la sociedad del territorio que abarcan. Este estudio es
un buen paradigma metodológico en esa línea.
Josep-Ignasi Saranyana, profesor ordinario de la Facultad de Teología
de la Universidad de Navarra, y director de la revista «Anuario de Historia
de la Iglesia», de esa Facultad, desde su fundación hasta el 2009, y
Fernando Armas, profesor de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos (Lima), realizan en esta obra un análisis agudo de las Asambleas
eclesiásticas y de los VII y VIII concilios provinciales limenses (1909/1912
y 1927) en el contexto amplio de la situación socio-política y económica
del Perú.
Para ello han abordado por vez primera la documentación romana del
Archivo Secreto Vaticano y del Archivo de la Congregación del Concilio,
incorporada actualmente al Archivo de la Congregación del Clero y aún no
trasladada al Archivo Secreto Vaticano, y las fuentes conservadas en la
Biblioteca del Colegio Pío Latinoamericano. Emplean también fondos del
Archivo del Cabildo Metropolitano de Lima.
Los autores muestran que algunas de las asambleas episcopales tuvieron carácter conciliar, aunque se camuflaron bajo la condición de una mera
reunión de obispos. Con ello eludieron la presión del Patronato nacional
que regía en el Perú y el severo control del Ministerio de Justicia, otorgando Pío X la dispensa de las formalidades conciliares el 27 de febrero de
1906. Cuando descendió la presión gubernamental, los obispos pudieron
celebrar dos concilios, aunque continuaron con la tradición de reunirse adeAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 317-378. ISSN: 0210-5810
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
más trienalmente en asamblea episcopal, como disponían los decretos del
Concilio Plenario de América Latina, celebrado en Roma en 1899.
Esta monografía presenta una panorámica del país durante las llamadas Reconstrucción Nacional (1883-1895) y República Aristocrática (18951919), dominada la segunda por una oligarquía económico-social urbana en
alianza con los jerarcas gamonales serranos. Ambos grupos se consideraban
católicos, pero era el suyo un catolicismo ritualista y epidérmico al margen
de la doctrina social católica y de los derechos humanos. Frente a la Iglesia
enarbolaban los derechos patronatistas. Este fue el contexto socio-político
en el que se celebró el VII Concilio provincial limense, celebrado en 1909,
aunque ratificado en 1912. Saranyana y Armas explican con detalle por qué
ese concilio tuvo que ser refrendado por otro posterior.
Los prelados peruanos tuvieron muy presentes los decretos del
Concilio Plenario de América Latina. De este modo demuestran, frente a la
opinión historiográfica más generalizada, que el Plenario tuvo una notable
repercusión en la vida eclesial de América latina a través de numerosas
asambleas eclesiásticas celebradas en la zona (p. 35). La conferencia general del Episcopado latinoamericano de Río de Janeiro (1955) constató que el
Concilio plenario de América Latina «aún hoy día constituye la base primordial del desarrollo de la vida eclesiástica y espiritual del continente»
(p. 36).
Muy interesante, por poco conocida, fue la Asamblea episcopal de
1911, que se convocó a petición de Pío X y fue pilotada desde el Vaticano
por la Congregación consistorial. Roma deseaba una reforma radical de
vita et moribus del clero. Para ello presentó a los obispos peruanos un «plan
detallado para la reforma del clero y de los seminarios», con una carta del
romano pontífice, paternal y cariñosa, pero enérgica y firme. El asunto más
controvertido y difícil incluido en el citado plan era centralizar la formación sacerdotal en un seminario de nuevo cuño, establecido en Lima. Son
muy interesantes las discusiones de los obispos sobre la cuestión (especialmente el tema de la salubridad de la ciudad de Lima). Las siguientes asambleas episcopales, de 1915 y 1917, continuaron tratando las mismas cuestiones. Algunos informes episcopales sobre la situación del clero peruano,
presentados por los obispos, especialmente el memorial escrito por el obispo de Huánuco, en 1915, justifican la preocupación de Roma.
De interés el estudio que hacen los autores de diversas iniciativas de
Monseñor Emilio Lissón Cháves, primero obispo de Chachapoyas y después arzobispo de Lima, y la aclaración de su misteriosa dimisión en 1931.
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Señalan que esta dimisión no fue principalmente exigida por Pío XI cuando cayó el presidente Leguía, dadas las estrechas relaciones del prelado
Lissón con el presidente, ni siquiera por la mala gestión financiera (que
había llevado a la quiebra la finanzas diocesanas), sino porque el citado arzzobispo limense pretendía crear una asociación o sodalicio clerical (contra
el parecer de los demás obispos), obligatorio para los clérigos, que implicaba, además una cierta equiparación del clero secular al clero regular, y
que tenía incluso repercusiones en el régimen económico de los sacerdotes
diocesanos. Con todo, es preciso reconocer que la vida de Monseñor Lissón
Cháves —muy conocido de los americanistas por sus estudios sobre la
documentación del Perú conservada en el Archivo General de Indias— fue
muy ejemplar, aceptando la decisión romana (de la cual nunca se le dieron
explicaciones) con una conformidad admirable. Ahora está abierto su proceso de canonización.
Enriquecen la edición cuatro apéndices documentales: los documentos de convocatoria de la Asamblea de 1911 y los acuerdos alcanzados en
ella por los obispos, y una breve exposición de la estructura de la archidiócesis de Lima, desde 1551 hasta 1927.
Bien escrito, de sugestiva lectura. Es libro de referencia obligada para
los historiadores de la Iglesia en el Perú, y de consulta para los que trabajen la historia de la Iglesia en América Latina. Los historiadores del Perú
contemporáneo encontrarán enfoques válidos para sus estudios. También
será útil para los alumnos de Historia de la Iglesia en el Perú en facultades
de Teología y en Seminarios.—ELISA LUQUE ALCAIDE, Universidad de
Navarra.
Van Duzer, Chet: Johann Schöner’s Globe of 1515: Transcription and
Study, Philadelphia, American Philosophical Society, 2010, 217 pp.
Muchas son las formas de abordar el material diverso que entra dentro de los parámetros de la historia de la cartografía. De uno u otro modo,
los mapas, los globos, los atlas y otros objetos cartográficos han llamado la
atención no sólo de los especialistas en la materia, esto es, historiadores de
la cartografía, sino también de académicos, investigadores e infinidad de
interesados en el mundo de los mapas que han llegado a ellos por otros
derroteros. Cuando esto es así, la mayoría de los historiadores de la cartoAnu. estud. am., 68, 1, enero-junio, 2011, 317-378. ISSN: 0210-5810
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
grafía no tardan en denunciar el trato injusto, superficial e insignificante
que estos documentos sufren por parte de quienes no pertenecen a su círculo de conocimiento, un grupo privilegiado de historiadores que, no sin
faltar a la verdad, hicieron de la lectura de mapas una profesión bien merecida. Pero, sin embargo, este punto de vista pudiera parecer injusto para
quienes tienen el derecho de hacer análisis más generales no sólo porque
no conocen bien el terreno, sino porque además sus objetivos son bien distintos. En ocasiones, los mejor conocidos como outsiders no buscan otra
meta que sobrevolar el territorio como esos ojos alados de los mapas históricos que a vista de pájaro observan la superficie de la tierra desde una posición privilegiada.
De acuerdo con esta idea, como en todas las ramas del saber, cabe la
posibilidad de abordar un tema, bien desde una perspectiva más generalista o bien desde una óptica mas específica. La cartografía no podía ser
menos. Este rodeo pretende explicar a mi juicio una de las mayores aportaciones de la obra que aquí reseñamos, Johann Schöner’s Globe of 1515:
Transcription and Study, y sin duda su gran virtud: quedar al margen del
eterno debate entre los que se acercan a los mapas sin necesidad de profundizar en su contenido para dar a conocer una idea de mayores dimensiones
y los que no entienden la historia de la cartografía sin un examen exhaustivo de aquellos materiales que han perdurado tras el paso de los años. En
otras palabras, el autor, Chet Van Duzer, lejos de cualquiera de estas vertientes, ofrece un trabajo tan ordenado como arduo, tan directo como sofisticado, tan ordenado como complejo, que tiene mucho que enseñar tanto a
los historiadores de la cartografía como a los interesados que coquetean
con su objeto de estudio. El modo honesto y delicado de abordar el problema supera los límites de quienes quedan dentro o fuera de la disciplina. Los
señores y señoras de la historia de la cartografía y sus tantos amantes periféricos encontraran en este libro, por un lado, un ejemplo ineludible de
cómo obtener la mayor rentabilidad cognoscitiva de aquellos objetos de la
cultura material y, por otro lado, de cómo el provecho de este legado contribuye a la comprensión de una época.
Con este cuidado y ejemplar análisis del globo de 1515 -y por tanto
del texto descriptivo que lo acompaña, Luculentissima quaedam terrae
totius descriptio- del tan reputado cosmógrafo, astrónomo y matemático
alemán Johann Schöner, Van Duzer pone a disposición del especialista y
también del amateur una nueva herramienta, sin apenas precedentes, con la
que profundizar en uno de los momentos más emblemáticos de la historia
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de la cartografía, las décadas inmediatamente posteriores al descubrimiento de un Nuevo Mundo y la recepción del dogma geográfico de Ptolomeo,
y donde figuras como el propio Shöner, Martin Waldseemüller o navegantes y descubridores europeos se convierten en los protagonistas principales
de la historia. No abundan los trabajos monográficos de estas características, donde, a partir de un objeto singular, podemos vislumbrar cuáles son
las características de una buena representación cartográfica en el
Renacimiento europeo o, al menos, cómo levantar un globo terráqueo en la
primera mitad del siglo XVI y cuáles eran los aspectos más significativos
para producir conocimiento geográfico en esta época.
La obra de Van Duzer constituye el primer estudio detallado del globo
de Schöner de 1515, del cual han sobrevivido dos ejemplares, ambos en
Alemania, uno en el Historisches Museum de Historia de Frankfurt am
Main y otro en la Herzogin Anna Amalia Bibliothek de Weimar. A través
del libro se puede comprobar un examen comparado de ambos, así como de
los fragmentos de husos del globo (gores) —segmentos en forma de Luna o
de tajadas que se encajan en la superficie del globo— adquiridos por la
Library of Congress de Washington. Este tipo de aproximación, afirma Van
Duzer, ha aportado al menos seis conclusiones particulares sobre el globo
de 1515 que no cabe desdeñar de cara a futuros estudios sobre aquellos
objetos olvidados que duermen hoy en museos, archivos y colecciones de
todo el mundo. El autor transcribe y comenta cada uno de los topónimos,
leyendas e imágenes que se encuentran sobre el globo —por lo general,
leyendo de norte a sur y siempre hacia al este— y que, según sus palabras, le
han llevado inexorablemente al estudio de fuentes gráficas, textuales y cartográficas que, a su vez, le han permitido arrojar más luz sobre la relación
del globo con otros mapas, globos y libros del periodo. Algunos de estos trabajos coetáneos fueron el célebre mapa de Waldseemüller de 1507 y la enciclopedia ilustrada Hortus sanitatis de 1491, dos de los materiales que más
influencia ejercieron sobre Schöner y otros cartógrafos contemporáneos.
En definitiva, con Johann Schöner’s Globe of 1515 Van Duzer vuelve a
allanar el trabajo de quienes ven en la cosmografía renacentista el núcleo de
sus investigaciones. Como hemos intentado poner de manifiesto, se trata de
algo más que un simple libro de topónimos que no sólo aporta un considerable cuerpo de imágenes y, lo que es aún más importante, un estimable volumen de notas —que, sin duda, resultarán de interés para el historiador de la
cartografía moderna—, sino que además narra una historia de la geografía
conocida a principios del quinientos, una historia del oikoumene en 1515.
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
En resumen, este estimulante trabajo cubre un hueco importante en la historia de la cartografía del siglo XVI en general y del Nuevo Mundo en particular.—ANTONIO SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Universidad Carlos III, Madrid.
Viforcos Marinas, María Isabel y Campos Sánchez-Bordona, María
Dolores (coords.): Otras épocas, otros mundos, un continuum.
Tradición clásica y humanística (ss. XVI-XVIII), Tecnos-Universidad
de León-Instituto de Humanismo y Tradición Clásica de la
Universidad de León, Madrid, 2010, 520 pp.
Los estudios sobre humanismo hispano y su proyección americana
gozan ya de una amplia tradición en el panorama académico actual. En las
últimas décadas, algunos centros españoles se han destacado además en
este tipo de investigaciones y la Universidad de León es buen ejemplo de
ello. En este caso, han sido las doctoras María Isabel Viforcos y María
Dolores Campos, pertenecientes a este Estudio leonés, las que han tomado
con acierto el testigo que dejara hace años, desgraciadamente, don Gaspar
Morocho Gayo para ofrecer a la comunidad universitaria un nuevo título,
por lo demás tan bueno como los anteriores a los que nos vienen acostumbrando. Por este motivo, el aplauso de su acogida es aún mayor e incluso
doble. Por un lado, porque demuestra que los estudios humanísticos siguen
gozando de buena salud, frente a un panorama tan poco halagüeño; por
otro, porque confirma que el grupo humano que se formó en estas lides junto al doctor Morocho continúa, no sin esfuerzos, dando frutos tan granados
años después de su marcha.
Como en otras ocasiones, también esta nueva monografía está conformada por diversos y variados estudios de distintos especialistas, ordenados
en un principio en torno a dos grandes ejes, El humanismo y los humanistas, de un lado, y La tradición clásica y humanística, de otro, que se disponen luego en diferentes secciones o capítulos. Tres acogen cada una de las
dos partes en que se divide el volumen. La primera comienza con una sección centrada en algunas reflexiones teóricas acerca del humanismo español; el segundo apartado abre sus miras al ámbito europeo, mientras el tercero, por último, se centra en algunos nombres propios, como fray Luis de
León, Lorenzo de Zamora o Alonso de Herrera, entre otros.
La segunda parte se abre con un capítulo titulado «Imprenta y literatura», que recoge estudios de diversa temática como la picaresca y la tradición
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
clásica o los primeros impresos de la época. Lo sigue un apartado compuesto
por cinco trabajos que se ocupan del estudio del arte más significativo de
aquel entonces. La monografía se cierra, como viene siendo habitual, con la
transmisión del humanismo y la tradición clásica al otro lado del Atlántico.
Por último, el volumen se completa con un apartado de fuentes bibliográficas y con un índice onomástico y toponímico, que facilitan su consulta y que
hacen de este estudio, en definitiva, un tratado redondo y completo. Pero
veamos con algo más de amplitud cada uno de los trabajos que lo componen.
José Luis Paradinas es el encargado de abrir el tratado con un estudio
en el que coquetea con la difícil definición de términos como «humanista» y
«humanismo». El autor lo tiene claro en este sentido: el humanismo fue un
movimiento de renovación intelectual centrado en los saberes del hombre,
frente a los de la naturaleza, que se desarrolló entre el siglo XIV y el XVII,
en el que ya la ciencia moderna terminó por deponer los antiguos saberes.
Francisco J. Andrés Santos se adentra en la España del siglo XVI para
buscar entre los humanistas del momento la presencia de ideas que componen el denominado «republicanismo» y el posible influjo que este humanismo republicanista pudo tener entre los gobernantes del XVI. Por su parte, el estudio de Álvarez del Palacio atiende a la importancia del cuerpo y
la educación corporal, por la que se preocuparía la pedagogía humanista,
como demuestra el autor con los tratados dedicados a la educación de príncipes, hasta el punto de que el cuerpo toma una nueva dimensión en la
sociedad renacentista.
En el segundo capítulo, el profesor Stefan Schlelein se ocupa en un
principio de las dos vías principales de difusión del humanismo italiano en
Europa: el contacto directo y las lecturas, para estudiar luego lo que el propio autor llama «microhistoria» de dos humanistas, cuyas biografías permanecen aún llenas de lagunas: Juan de Lucena y Hernando Alonso de
Herrera. El trabajo de Salvador Rus estudia el pensamiento aristotélico y
las obras de sus comentaristas, quienes llevaron al aristotelismo a una posición preeminente en la historia de la cultura occidental. Tras repasar la historiografía contemporánea, analiza por último la corriente aristotélica en
los siglos XV-XVII.
La investigación de María José Redondo completa el capítulo segundo.
Su estudio arranca con la nueva percepción del paisaje que Petrarca describe
en la carta que envía al monje agustino Dionisio da Borgo, aunque el verdadero interés de la autora se centra en aplicar a la sociedad la nueva relación
que se establece entre el hombre y su entorno natural, y comprobar cómo se
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
materializa en la conformación de las villas y jardines de la época, como
representación del humanismo renacentista en la España del siglo XVI.
El capítulo tercero contiene cinco trabajos dedicados al estudio de
diversos humanistas y sus obras principales. En el primero de ellos, María
Asunción Sánchez Manzano continúa la línea de anteriores investigaciones
y sigue ahondando en la figura de Alonso de Herrera como editor de los
Rhetoricorum libri quinque de Jorge de Trebisonda, de gran importancia
para la renovación de la retórica europea. Lo sigue el estudio de Sergio
Fernández López, quien se ocupa de los comentarios bíblicos de diversos
humanistas y del uso que estos hicieron de algunas biblias judeorromances
para componerlos. Fue el caso de Lope García de Salazar, fray Luis de
León, Arias Montano, Francisco de Quevedo y algunos otros.
La investigación de María de la Luz García Fleitas y Belén González
Morales escudriña los mecanismos que sirvieron para articular la imagen
de la mujer en obras como La Perfecta Casada de fray Luis de León.
Fueron dos fundamentalmente: la zoolatría y la misoginia. Otros muchos
libros ayudaron también a conformar el ideal de esposa cristiana y en todos
ellos la mujer solía salir mal parada. Un lugar destacado en este sentido
ocupa la obra Institución de la mujer cristiana de Juan Luis Vives, al que
también se presta atención aquí.
Por su parte, Cecilia Blanco Pascual centra su estudio en la figura de
Benito Arias Montano y en su tratado De varia republica sive commentaria in librum Iudicum, publicado en 1592. La autora ofrece diversas interpretaciones de este tratado para demostrar que, por un lado, Montano se sirve de la traducción como técnica de comentario, y por otro, que el texto
hebreo tiene una presencia evidente en sus interpretaciones. El capítulo se
cierra con el trabajo de Antonio Reguera y Raúl López, que continúan allanando el camino a los interesados en la figura del biblista Alonso de
Zamora con esta serie de estudios, que los propios autores se encargaron de
iniciar hace ya algunos años. La investigación abarca dos importantes facetas de este escritor cisterciense: la biográfica y la bíblica.
La segunda parte de la monografía se inicia con el estudio de Avelina
Carrera de la Red, que traza la historia de los inicios de la imprenta en
Barcelona. Aunque los primitivos talleres, regentados en su mayoría por
maestros impresores alemanes, no duraron mucho, los libros que salieron
de aquellas prensas demuestran el interés de los gobernantes catalanes por
revisar a través de ellos la moralidad cívica establecida, sirviéndose del
exemplum de la Antigüedad, como pone de manifiesto la autora.
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
Antonio M.ª Martín Rodríguez y Mónica M.ª Martínez Sariego tratan
en sendos estudios el teatro humanístico latino impreso en Inglaterra entre
mediados del siglo XVI y la primera mitad del XVII. El primero se centra
principalmente en el caso de la tragedia Philomela, que, como advierte
Martín Rodríguez, utiliza como fuente principal Las metaformosis de
Ovidio, aunque también encuentra en ella ecos de Séneca, Tácito o Plauto.
Otra de las piezas dramáticas inglesas que utilizó como fuente principal a
Ovidio fue el drama neolatino Iphis, de Henry Bellamy, del que se ocupa
Martínez Sariego. En el estudio, se determina el tratamiento que Bellamy
dio al material ovidiano y se explican además sus principales innovaciones
técnicas.
Cierra el capítulo cuarto el trabajo de Jesús M.ª Nieto Ibáñez, donde se
abordan las hondas huellas que el humanismo, con su bagaje de tradición
clásica, fue dejando impresas en las narraciones picarescas del Siglo de Oro.
En sus páginas se dan cita obras como El Lazarillo de Tormes, El Guzmán
de Alfarache, El Buscón y muchas otras, cuyos prólogos son desmenuzados
por Nieto Ibáñez en busca de esa impronta clásica y humanística.
El capítulo quinto se centra en el estudio del arte de la época y está
compuesto por cinco trabajos. Los tres iniciales se interesan por el mismo
ámbito artístico: la numismática. El primero de ellos, de Ana Castro
Santamaría, analiza el importante fondo bibliográfico sobre medallas del
siglo XVI que conserva la Universidad de Salamanca, lo que considera una
muestra más de la erudición humanística. También Joaquín García Nistal
destaca el papel de la bibliografía numismática y medallística por la que se
interesaron en España afamados personajes como Ambrosio de Morales, en
la que García Nistal encuentra no solo un elemento pedagógico, sino también un elemento propagandístico de la realeza.
Por último, María Dolores Campos Sánchez-Bordona destaca el papel
que desempeñaron las monedas como objetos que ayudaban a preservar la
memoria de la Antigüedad, lo que demuestra con las obras de Francesco
Doni o Sebastiano Erizzo. Esta premisa da pie al estudio de otros humanistas interesados por las medallas, para concluir luego con el análisis de los
medallones esculpidos. Cierran esta sección los estudios de Carlos Pena
Buján y Pilar Díez del Corral. El primero indaga en las relaciones que se
establecieron a lo largo del siglo XVI entre el rey Felipe II y el Salomón
bíblico, extendidas a la propia arquitectura, puesto que el Monasterio de
San Lorenzo el Real de El Escorial llegó a considerarse un reflejo del templo salomónico, una tradición que recogería luego Juan de Caramuel en su
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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Architectura civil recta y oblicua. El segundo se encarga del cuadro la
Venus frígida de Rubens, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de
Amberes. Se trata, como explica Díez del Corral, de una reinterpretación
que hace Rubens del aforismo latino sine Cerere et Libero, Venus friget,
formulado por Terencio en El eunuco.
El último capítulo se titula «Al otro lado del Atlántico» y lo componen
otros cinco estudios. El primero corresponde a Jesús Paniagua Pérez, que
indaga en la influencia de Plinio entre los tratados de temática americana
compuestos por diversos autores del siglo XVI. Bartolomé de las Casas o
Alejandro Geraldini son algunos de ellos, si bien el culmen americano de la
obra de Plinio llega con Jerónimo de Huerta en el siglo XVII. Germán
Santana se ocupa luego de la tradición clásica en algunos historiadores de
Nueva España, particularmente en Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y su obra
Historia de la nación chichimeca. Se trata de un libro de marcado carácter
novelesco, influido por la Biblia y la Crónica General de España, y cuyos
componentes clásicos son analizados minuciosamente por el autor.
Las narraciones sobre Hernán Cortés del cronista López de Gómara y
del licenciado Núñez ocupan a María del Carmen Martínez. En ellas,
Gómara describió sus hazañas, sus victorias y sus derrotas; Núñez, en cambio, destacó sus gestiones en la corte, que creyó fundamentales para su
ascenso. Dos obras, en definitiva, con una misma temática y con narraciones semejantes, aunque, como destaca la autora, con propósitos distintos.
Ponen colofón a la monografía los estudios de María Isabel Viforcos
Marinas e Isabel Arenas Frutos. El primero indaga en la vida e inquietudes
intelectuales del obispo de Nicaragua fray Benito Rodríguez de Valtodano.
Es esta segunda parte la que más llama la atención a la autora y, por supuesto, al lector, pues no deja de resultar asombrosa la cantidad de libros de los
más diversos intereses que Valtodano consiguió reunir en su biblioteca.
Cierra el volumen el texto de Isabel Arenas sobre los editores de sor Juana
Inés de la Cruz. En este último trabajo, la autora indaga en la biografía y
labor editora de J. Ignacio de Castorena y Ursúa, así como en el destacado
papel de la virreina consorte marquesa de Laguna y condesa de Paredes,
como persona influyente en la cultura de la época.
En definitiva, nos encontramos ante un nuevo volumen conformado
por un valioso conjunto de estudios relacionados con el humanismo, la tradición clásica y su proyección americana, cuya lectura no sólo resultará grata al lector interesado en la temática, sino también, me atrevería a calificar,
de obligada consulta.—SERGIO FERNÁNDEZ LÓPEZ, Universidad de Huelva.
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Crónicas y noticias
Anuario de Estudios Americanos, 68, 1,
enero-junio, 381-389, Sevilla (España), 2011
ISSN: 0210-5810
Crónicas
Comer en tiempos de guerra: de la Independencia
a la Revolución Mexicana
Zacatecas, México, 19 y 20 de agosto de 2010
En el marco de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, la Universidad
Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», el Consejo
Zacatecano de Ciencia y Tecnología y el Instituto Zacatecano de Cultura
«Ramón López Velarde», convocaron el simposio Comer en tiempos de
guerra: de la Independencia a la Revolución Mexicana. Realizado los días
19 y 20 de agosto de 2010, este evento buscó profundizar en las tradiciones
y símbolos identitarios asociados a una forma de ser y percibir la vida
Con este propósito, diversos especialistas en los campos de la historia
y la antropología, abordaron el análisis de la producción e intercambios de
materias primas, herencias culturales y mestizaje, técnicas y elaboración de
alimentos en el periodo que transcurrió entre el inicio de la Independencia
(1810) y el de la Revolución (1910) en México. Por la naturaleza del tema,
algunos trabajos echaron mano de antecedentes en la época prehispánica y
novohispana y de continuidades en el siglo XX, sin perder el objetivo de
mostrar la importancia del XIX, tan cargado de posturas nacionalistas,
mudanza política, conflictos militares pero, sobre todo, de la inaplazable
necesidad de comer, en la guerra o en la paz, en la ciudad y en el campo,
en la opulencia o en la miseria.
¿Cómo se resolvió esa exigencia? Los escenarios de México son
diversos: desde selvas tropicales en el sureste hasta desiertos ingentes en el
norte, el territorio se despliega en litorales, riveras, montañas, planicies,
dando como resultado soluciones múltiples para la obtención y la preparación de la comida. El contexto geográfico, sin duda, es un elemento fundamental en el análisis; pero la guerra, el desabastecimiento, el abandono de
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CRÓNICAS
las actividades productivas, la obstrucción de circuitos comerciales y rutas
de comunicación, jugaron un papel preponderante para moldear patrones
culinarios y momentos de estrechez, dejando como única alternativa sobrevivir con lo existente en el entorno.
Este simposio mostró los efectos diferenciados de la lucha armada en
el territorio mexicano y su peso en la gastronomía de cada región. En las
áreas estratégicas para el paso de los ejércitos, la población sufrió, con
mayor crudeza, el desabastecimiento o la destrucción de alimentos. En contraparte, hubo regiones que quedaron prácticamente excluidas de los combates —casi siempre por su ubicación en el territorio—, cumpliendo el
papel de zonas de abasto de mediano y largo alcance.
El conocimiento ancestral en el manejo de la flora y la fauna local
favorecieron, especialmente, a las familias de condiciones más humildes,
quienes a través de la recolección y la cacería en su hábitat complementaban los a veces magros resultados de la agricultura y ganadería, expuestas
a los cambios de fortuna dictados por la guerra. El empleo de técnicas de
conservación de hortalizas, legumbres, frutas, productos pecuarios y lácteos, en muchos sitios de la joven República Mexicana marcó la diferencia
no sólo para el abasto de sus ciudadanos y los habitantes de las zonas rurales, sino hasta las posibilidades de triunfo o derrota de los ejércitos.
El enfrentamiento armado, la tensión social, la violencia individual y
colectiva, incidieron en los procesos productivos, en el ritmo cotidiano de
comunidades, haciendas, pueblos y ciudades, al grado de alterar los sistemas de trabajo agrícola y ganadero, el acopio y distribución de bienes alimenticios. En otras palabras, los acontecimientos que dieron vida al
México Independiente y al México contemporáneo, ejercieron un poderoso efecto en la vida local, moldeada a lo largo de cientos de años a partir
del aprovechamiento del entorno y su transformación en la comida de la
población rural y urbana.
No obstante las dificultades de esa realidad, hubo respuestas frente a
la escasez. Las memorias del simposio tienen como objetivo plantear una
visión panorámica de las prácticas alimenticias, productos y expresiones
socioculturales, en las diferentes cocinas regionales de México. Para ello,
destacados investigadores aportaron trabajos desde una perpectiva específica de las regiones mexicanas.
En torno a Sonora, Sinaloa y Baja California, Ernesto Camou Healy,
del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo A. C., presentó
«Algunas hipótesis sobre alimentación y cultura en el noroeste durante el
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
siglo XIX», en donde resalta la identificación de esa región con el consumo de carne de res seca, así como de pescado y marisco procedente de tan
amplio litoral. Las dificultades en esa centuria procedieron no de la gesta
independentista sino por la guerra contra los apaches, los intentos por independizar a Sonora, los conatos de invasión estadounidense y las hostilidades contra la población china. El consumo de productos locales para una
amplia población campesina e indígena y la ingesta de lo más granado de
la cocina europea en las mesas de las minorías acaudaladas, son reflejos
de ese periodo. La consolidación del trigo como sustento diario, la variedad de caldos, gorditas, atoles y dulces, se complementó con la recolección
de frutos estacionales como los quelites, las verdolagas, el chiltepín y las
uvalamas, entre otros.
Una de las antiguas rutas del norte de México, «El Camino Real de
Tierra Adentro (Aguascalientes, Zacatecas, Durango y Chihuahua)», fue
abordada por José Francisco Román Gutiérrez y Leticia Ivonne del Río
Hernández, de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Este itinerario mostró su relevancia no sólo en la etapa novohispana sino además durante el
siglo XIX, y su vitalidad, a partir de la migración internacional, llega hasta nuestros días. Desde el descubrimiento de vetas de plata, junto a la
rápida aparición de asentamientos mineros, las haciendas agrícolas y ganaderas, las misiones y los presidios fueron dando forma a modelos de subsistencia que, en medio del semidesierto, aseguraron la alimentación a las
continuas oleadas poblacionales que se movían en función de la bonanza
minera y la expansión de la frontera. Más que en la Independencia, fue
durante la Revolución Mexicana cuando se vivieron los momentos más
fuertes de crisis alimentaria en esta región, al ser escenario de los principales combates y el desplazamiento de gran cantidad de tropas, necesitadas
de continuo abasto, a través del ferrocarril.
Por su parte, sobre la región de Colima, Jalisco y Nayarit, el planteamiento de José Miguel Romero de Solís, del Archivo Histórico del
Municipio de Colima, incursionó en las consecuencias de un conflicto no
resuelto entre el Estado y la Iglesia, que resurgió en la década de 1920: la
guerra cristera. «Qué gallinas ni qué gallinas, largamos todo: Comer en
tiempos de la Cristiada», nos ilustra sobre las necesidades y posibilidades
de supervivencia de grupos que resistieron un nuevo modelo de política y
la relación directa —y siempre conflictiva— entre guerra y comida. A través del testimonio directo de un testigo de esos acontecimientos, percibimos la fuerza de una sabiduría popular que se ha apropiado de su entorno
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CRÓNICAS
y es capaz de sobrevivir con lo que la recolección, la pesca y la cacería le
brindan. Lo valioso de esta aportación es el cuadro evocador que plasma de
la dieta y vida cotidiana de los campesinos del occidente de México.
«Michoacán y Guerrero: espacio económico, prácticas de consumo y
cultura alimenticia en el siglo XIX», de José Alfredo Uribe Salas y María
Teresa Cortés Zavala, de la Universidad Michoacana de San Nicolás
Hidalgo, nos revela una zona fértil, dinámica, en ascenso productivo
mediante la consolidación de grandes haciendas agrícolas, ganaderas y
agroindustrias en ese tiempo. Con el arribo del ferrocarril, la energía eléctrica y la fuerza hidráulica, procesar harinas, granillo y salvado fue una
empresa en expansión, lo mismo que los trapiches y las fábricas de aguardiente. Pero sus beneficios no se reflejaron en una mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población, alimentada con maíz, frijol, calabaza, chile y, ocasionalmente, con carne de aves, venados, conejos, iguanas
y otros animales silvestres. Las combinaciones y el mestizaje gastronómico dieron pie a una cocina regional tradicional en donde resalta la originalidad culinaria de Guerrero y Michoacán: el primero caracterizado por la
ruralización y consumo local; el segundo con una mayor variedad y capacidad en la oferta gastronómica vinculada a los espacios urbanos mejor
desarrollados.
José Antonio Arvizu Valencia y Gerardo Ortiz González, de la
Universidad Autónoma de Querétaro y de Kellogg’s de México, respectivamente, participaron con el trabajo titulado «Secular y vernáculo: antojenario en la perspectiva gastronómica de entre guerras en Querétaro y
Guanajuato», una disertación a favor del antojito que alimenta y se disfruta, además de conducirnos a los referentes regionales e históricos, donde el
ingenio artesanal provee de los cacharros para su manufactura rápida en la
vía pública. El antojenario se refiere al antojito ancestral originado en la
simbiosis cultural, en continua transformación, poniendo a disposición de
todo tipo de viandantes —misioneros, mineros, comerciantes, funcionarios, tropas y pueblo llano—, en su paso obligado por esta región y su vasta tradición de mercados, puestos callejeros, fondas, merenderos, posadas,
cenadurías y paradores, alimentos exquisitos por su especial preparación
y presentación.
Felipe Carlos Viesca González y Alejandro Tonatiuh Romero
Contreras, de la Universidad Autónoma del Estado de México, abordaron
«La cocina del Distrito Federal y los estados de México y Morelos durante
el siglo XIX». Resaltan la geografía lacustre suministradora de pescado
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
blanco, mariscos, crustaceos y otros: jumiles, charales, ranas, tortugas, ajolotes, salamandras, larvas de libélula, cangrejos, camarones, culebras, gusanos, chinches de agua, insectos, patos, gansos, etc., junto con un conocimiento de la flora regional que dio por resultado una cocina específica,
enriquecida con los productos que llegaron a raíz de la presencia española
en tierras mesoamericanas. El pulque, bebida tradicional proveniente del
maguey, tuvo un lugar relevante en esta región, en donde siguió permeando
la distinción entre los alimentos de las clases altas y las menos favorecidas.
La guerra impactó definitivamente en el litoral del Golfo de México,
afirma Guy Rozat Dupeyron, investigador del Centro INAH Veracruz,
Unidad Xalapa, en su trabajo titulado «Transformaciones en el consumo
alimenticio entre 1810 y 1840 en Veracruz y Tabasco». Siendo una puerta
al Atlántico y al Caribe, la región estuvo sometida a la presencia de gavillas de insurgentes o militares durante el movimiento de independencia.
Plantea que antes del grito de Dolores, el pan podía considerarse cotidiano
en la alimentación urbana; después, el maíz sembrado en el entorno sustituyó al trigo, de difícil traslado y conservación en un clima tan húmedo y
caluroso, aunque el autor hace una precisión: la trilogía mesoamericana
(maíz, frijol y chile) nunca fue desplazada del todo. La carne de res y de
borrego fue sustituida por carne de cerdo, gallinas, patos, conejos, etc., de
difícil fiscalización, lo mismo que el pescado y el marisco, fundamentales
en la gastronomía tabasqueña y veracruzana. El exotismo se refleja en platillos como la tortuga en sangre, pochitoque en verde, iguana al chirmol y
pejelagarto asado, que remiten a una antigua cocina olmeca.
Finalizó el simposio con la participación de Andrés Fábregas Puig y
Conchita Santos Marín, de la Universidad Intercultural de Chiapas, abordando el estudio del sureste mexicano, la península de Yucatán, donde el
maíz tiene una significación no sólo nutricia sino además religiosa. Su trabajo denominado «Y quedó mestiza la cocina», ubica al maíz como elemento fundamental de platillos y bebidas, en conjunción con elementos
singulares de esa pródiga región como las hojas de chaya, el mumu, el epazote, el achote y multitud de hongos comestibles, así como las posibilidades de consumo carnívoro ejemplificado en el manatí, chilbeck, armadillo,
caracoles, danta, tepescuintle y un gran inventario que se complementa con
los sabores de la gastronomía española (cerdo, res, junto con el trigo, frutas de Castilla, etc.). Los pueblos indígenas siguen siendo un factor vigente en la composición gastronómica, uso de ingredientes y formas de consumo, con una tradición centenaria.
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CRÓNICAS
Este primer encuentro reveló la riqueza de la gastronomía mexicana
aún en tiempos de guerra. En algunas regiones, literalmente, se obtiene alimento debajo de las piedras, de los cactus, de los charcos; pero esas realidades no sólo tienen connotaciones económicas, sino además un conocimiento acumulado que llega a perderse en la noche de los tiempos. La mesa
elegantemente organizada, el olor hechicero del puesto de la calle, la
paciente espera del cazador ante su presa, las expectativas del agricultor
ante la evolución de su siembra, la satisfacción después de un gran banquete y la terrible desesperación ante la imposibilidad de comer, son todas
manifestaciones de una sociedad que, a lo largo del siglo XIX y comienzos
del XX, buscó la satisfacción del estómago y del paladar al mismo tiempo
que se fraguaba la emergencia de México como Estado y como Nación.
Además de la publicación de las memorias del Simposio, decidieron
los participantes dar continuidad al tema de la historia de la alimentación
en un nuevo evento que tendrá lugar en la Universidad Intercultural de
Chiapas en el año 2012.
JOSÉ FRANCISCO ROMÁN GUTIÉRREZ
Universidad Autónoma de Zacatecas, México
Congreso Internacional
«Las Cortes de Cádiz, la Constitución de 1812
y las independencias nacionales
en América y el Mediterráneo»
Valencia, 8-10 de septiembre de 2010
En septiembre de 1810 abrieron sus sesiones las Cortes de Cádiz, a lo
largo de las cuales se desarrolló una importante tarea legislativa, que tuvo
su máxima expresión en la promulgación de la Constitución de 1812. A
doscientos años del inicio de esas Cortes, era oportuno auspiciar la reflexión sobre la influencia de ese texto constitucional en la historia política de
España, de la Europa mediterránea y de los países iberoamericanos. Con tal
motivo se celebró en la ciudad de Valencia —entre los días 8 y 10 de septiembre del pasado año y bajo la dirección general del doctor Antonio
Colomer Viadel— el Congreso Internacional Las Cortes de Cádiz, la
Constitución de 1812 y las independencias nacionales en América y el
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
Mediterráneo, que estuvo organizado por la Universidad Politécnica de
Valencia (UPV), el Instituto de Iberoamérica y el Mediterráneo, la
Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC) y
la Asociación Española de Americanistas (AEA). Constituía este Congreso
el XIV de los organizados por la Asociación Española de Americanistas.
El desarrollo de las actividades congresuales tuvo lugar en dos espacios distintos de la Universidad Politécnica de Valencia: el Edificio Nexus
y la Facultad de Administración y Dirección de Empresas. En este último
se simultanearon las sesiones, desarrollándose tanto en el Salón de Actos
como en el Salón de Grados. En ellas, durante los tres días que duró el
Congreso, desgranaron sus ponencias investigadores y profesores de uno y
otro lado del Atlántico, con presencia de especialistas de España, México,
Perú, Argentina, Uruguay, Colombia, Italia y Bélgica.
La conferencia inaugural corrió a cargo de don Antonio Bar Cendón,
catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia, bajo
el título de «La Constitución de 1812 y su huella en el actual constitucionalismo español y Latinoamericano», dedicada a reflexionar sobre la
amplia trascendencia de este texto constitucional, y que se prestó como
sugerente introducción al tema general del Congreso.
La reunión científica estuvo organizada bajo dos ejes temáticos, de tal
manera que los trabajos de los ponentes —aproximadamente unos 70—
fueron distribuidos en dos grandes mesas o secciones, una dedicada a las
Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 y otra a las Independencias
Nacionales en América y el Mediterráneo y sus antecedentes. A su vez,
cada una de estas áreas temáticas se subdividió en cinco grupos de trabajo
para tratar de cubrir los distintos espacios, las peculiaridades y la complejidad de cada una de ellas, si bien estas subdivisiones no se articularon bajo
títulos que delimitasen su ámbito temático concreto.
En el caso del primer eje temático, las ponencias, en número superior
a treinta, perfilaron las variadas esferas de la realidad constitucional presentada a debate. De manera que se abordaron distintas cuestiones, desde
la plasmación de los principios liberales en la Constitución de 1812, sus
antecedentes e influjos y la caracterización del texto legal, hasta llegar a
una reflexión en términos de repercusiones, influencias y vigencias.
Pasando por aportaciones que abordaron, atendiendo al propio texto constitucional, aplicaciones y conceptos jurídicos (legislación electoral, aspectos judiciales, derechos fundamentales, derecho civil y un amplio etcétera),
diversos aspectos económicos (fiscalidad, libertad industrial) o conceptos
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CRÓNICAS
políticos (como el de ciudadanía o revolución liberal). Hubo algunos acercamientos a figuras destacadas de las Cortes, tanto americanas como peninsulares. También se consideró la relación de la Constitución con algunos
grupos subalternos o la actitud de la Iglesia tras los debates de las Cortes.
No faltaron tampoco algunas reflexiones sobre el papel del Reino de
Valencia y sus diputados en las Cortes de Cádiz.
La segunda sección sobre el proceso de independencia de los territorios pertenecientes a la Corona española en América, así como el surgimiento de los movimientos nacionalistas y republicanos en el
Mediterráneo, contó con un número similar de ponencias de la más variada temática. Un grupo de investigadores expusieron cuestiones relativas a
la situación de América durante el siglo XVIII, e incluso anterior. Por otro
lado, el nacionalismo americano, los planteamientos liberales y algunos
proyectos constitucionales estuvieron presentes en diversos de los trabajos
expuestos, así como las posturas realistas. Otros estudios giraron en torno
a asuntos económicos (crisis fiscal y financiera), guerra o hechos específicos del movimiento emancipador hispanoamericano y su contexto más
inmediato. A ese conjunto de temas cabría añadir otros aspectos particulares que ayudaron a profundizar en la temática general: notas sobre religiosidad, aportes desde la historia de la ciencia y apuntes historiográficos.
Dentro de esos ejes temáticos, fue analizada la realidad de distintas
áreas geográficas, desde España a otras partes de Europa, así como distintos territorios del solar americano, desde el norte de Nueva España hasta el
Río de la Plata, pasando por Centroamérica y el Caribe y los Virreinatos de
Nueva Granada y del Perú.
Además de las actividades científicas el programa del Congreso se
completó con actividades culturales intercaladas a lo largo del evento. Con
éstas, los congresistas pudimos, de un lado, disfrutar con la brillante puesta en escena del grupo de baile de la Universidad Complutense de Madrid,
que dirige la doctora Emma Sánchez Montañés, y de otro, recrearnos en los
acordes musicales surgidos de las manos del grupo de Cámara de la
Universidad Politécnica de Valencia. Y, finalmente, visitar y apreciar lugares emblemáticos de la ciudad en el paseo organizado en autobus turístico.
En el transcurso del Congreso, y durante la tarde del día 9, también se
celebró en el Salón de Actos de la Facultad de Administración y Dirección
de Empresas de la UPV, la asamblea anual de la Asociación Española de
Americanistas. Entre sus puntos principales cabría reseñar la aprobación de
la propuesta de la doctora Gabriela Dalla Corte de celebrar en Barcelona el
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HISTORIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA AMERICANISTAS
próximo simposio en septiembre de 2011. Asimismo, por parte del doctor
Arturo de la Torre se presentó un informe sobre la evolución de la página
web (www.americanistas.es) y el proceso que se sigue con la digitalización
de las actas de los congresos y simposios organizados por la AEA. Y también los doctores Antonio Gutiérrez Escudero y Juan José Sánchez Baena
(presidente y vicepresidente de la AEA, respectivamente) expusieron la
alta valoración alcanzada por la revista digital de la Asociación,
Naveg@mérica, atendiendo a los índices de calidad exigidos a una publicación científica de esta índole.
Finalizadas la exposición y discusión de las ponencias de la jornada
del viernes 10, tuvo lugar el cierre del Congreso, donde la falta de una conferencia de clausura fue suplida con la firma de dos convenios: el primero
entre el Instituto Intercultural para la Autogestión y la Acción Comunal
(INAUCO), representado por su director el profesor Colomer Viadel, y la
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (México), representada por el
director general de esta Universidad en nombre de su rector, el profesor
Jorge Mario Quintana Silveyra. Y un segundo convenio entre el Instituto de
Iberoamérica y el Mediterráneo, representado asimismo por su director el
doctor Colomer, y la Sociedad Académica Santanderista de Colombia,
representada por su presidenta, la doctora Cecilia Fernández de Pallini.
Por último, no podemos dejar de citar el extraordinario trato y esfuerzos de nuestros anfitriones valencianos, un buen hacer compartido con el
conjunto de especialistas que participaron con sus trabajos. Indispensable
para el éxito de este encuentro científico ha sido además que, en un tiempo récord, acaba de editarse un libro con parte de las ponencias presentadas al Congreso. La obra, un grueso volumen de 744 páginas, está coordinada por el doctor Antonio Colomer Viadel y lleva por título Las Cortes de
Cádiz, la Constitución de 1812 y las Independencias Nacionales en
América (Valencia, 2011, ISBN 978-84-614-9259-6). De manera casi
inmediata disponemos así de los resultados de las últimas investigaciones
sobre estas cuestiones, circunstancia que nos permitirá un acercamiento de
primera mano, en esta ocasión, a unas materias en boga dentro del actual
quehacer americanista con motivo del bicentenario de la Constitución de
1812 y de las independencias de los países hispanoamericanos.
ISABEL M.ª POVEA MORENO
Universidad de Granada
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Colaboradores de este volumen
ALFONSO MOLA, Marina
Universidad Nacional de Educación a
Distancia, España.
ALVA RODRÍGUEZ, Inmaculada
Universidad de Navarra, Pamplona, España.
AMORES CARREDANO, Juan B.
Universidad del País Vasco, Vitoria-Gasteiz,
España.
CALVO, Thomas
El Colegio de Michoacán, Zamora, Mich.,
México y Université de Paris OuestNanterre, Francia.
CASTILLERO CALVO, Alfredo
Colegio Panameño de Historiadores,
Panamá.
DORSCH, Sebastian
Erfurt Universität, Erfurt, Alemania.
FERNÁNDEZ LÓPEZ, Sergio
Universidad de Huelva, Huelva, España.
GALLARDO SABORIDO, Emilio José
University of Nottingham, Nottingham,
Gran Bretaña.
GULLÓN ABAO, Alberto J.
Universidad de Cádiz, Cádiz, España.
HONOR, André CABRAL
Universidade Federal de Minas Gerais,
Belo Horizonte, Brasil.
KLUGER, Viviana
Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires,
Argentina.
LUQUE ALCAIDE, Elisa
Universidad de Navarra, Pamplona, España.
MERBILHAÁ, Margarita
Universidad Nacional de La Plata, La Plata,
Argentina.
OTERO, Hernán Gustavo
IEHS, Universidad N. del Centro de la
Provincia de Buenos Aires, Tandil,
Argentina.
PÉREZ LISICIC, Rodrigo Andrés
Universidad de Atacama, Copiapó, Chile.
PORRO GUTIÉRREZ, Jesús María
Universidad de Valladolid, Valladolid,
España.
390
POVEA MORENO, Isabel María
Universidad de Granada, Granada, España.
RODRÍGUEZ, Laura Graciela
Universidad Nacional de La Plata,
CONICET de Universidad Nacional General
Sarmiento, Argentina.
RODRÍGUEZ ESTÉVEZ, Juan Clemente
Universidad de Sevilla, Sevilla, España.
ROMÁN GUTIÉRREZ, José Francisco
Universidad Autónoma de Zacatecas,
Zacatecas, México.
SALAS ALMELA, Luis
Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
CSIC, Sevilla, España.
SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Antonio
Universidad Carlos III, Madrid, España.
SÁNCHEZ MORENO, Francisco Javier
Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
CSIC, Sevilla, España.
SÁNCHEZ SÁNCHEZ, M.ª Eugenia
Universidad Nacional de Educación
a Distancia, España.
SANTAMARÍA GARCÍA, Antonio
Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
CSIC, Sevilla, España.
SARABIA VIEJO, María Justina
Universidad de Sevilla y Escuela de
Estudios Hispano-Americanos, CSIC,
Sevilla, España.
TEITELBAUM, Vanesa E.
Instituto Superior de Estudios Sociales
(CONICET-UNT), Tucumán, Argentina.
VALLADARES RAMÍREZ, Rafael
Centro de Ciencias Humanas y Sociales,
CSIC, Madrid, España.
VARELA, Consuelo
Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
CSIC, Sevilla, España.
VÁZQUEZ CIENFUEGOS, Sigfrido
Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
CSIC, Sevilla, España.
VILA VILAR, Enriqueta
Academia Sevillana de Buenas Letras,
Sevilla, España.
ÚLTIMAS PUBLICACIONES
DE LA
ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANO-AMERICANOS
457 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 64, núm. 1.—Sevilla, 2007.—400 págs., 24 ×
17 cm.—34,42 euros.
458 CARLO ALTIERI, Gerardo A.: La Audiencia de Puerto Rico (1831-1861).—Sevilla,
2007.—496 págs., 24 × 17 cm.—22 euros.
459 VÉLEZ GARCÍA, Juan Ramón: Angélica Gorodischer: fantasía y metafísica.—
Sevilla, 2007.—253 págs., 23 × 15 cm.—Col. Difusión y Estudio.—15 euros.
460 LUQUE AZCONA, Emilio José: Ciudad y Poder: La construcción material y simbólica del Montevideo Colonial (1723-1810).—Sevilla, 2007.—356 págs., 24 × 17 cm.—
16 euros.—(AGOTADO).*
461 MORENO JERIA, Rodrigo: Misiones en el Chile Austral: los jesuitas en Chiloé.—
Sevilla, 2007.—450 págs., 24 × 17 cm.—20 euros.—(AGOTADO).*
462 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 64, núm. 2.—Sevilla, 2007.—400 págs., 24 ×
17 cm.—34,42 euros.
463 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 65, núm. 1.—Sevilla, 2008.—400 págs., 24 ×
17 cm.—35,35 euros.—(AGOTADO).*
464 SÁNCHEZ COBOS, Amparo: Sembrando ideales. Anarquistas españoles en Cuba
(1902-1925). Colección Universos Americanos, n.º 1. Sevilla, 2008.—440 págs., 24 ×
17 cm.—19,00 euros.—(AGOTADO).*
465 MORONI, Marisa: Juez y parte. La administración de justicia en la Pampa Central,
Argentina (1884-1912). Colección Universos Americanos, n.º 2. Sevilla, 2008.—207
págs., 24 × 17 cm.—19,00 euros.—(AGOTADO).*
466 SONESSON, Birgit: Vascos en la Diáspora. La emigración de la Guaira a Puerto Rico
(1799-1830). Colección Difusión y Estudio, n.º 12. Sevilla, 2008.—161 págs., 23 ×
15 cm.—11,00 euros.
467 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 65, núm. 2.—Sevilla, 2008.—400 págs., 24 ×
17 cm.—35,35 euros.
468 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 66, núm. 1.—Sevilla, 2009.—400 págs., 24 ×
17 cm.—36,41 euros.
469 BERNABÉU ALBERT, Salvador (coord.): El Gran Norte Mexicano. Indios, misioneros y pobladores entre el mito y la historia. Colección Universos Americanos, n.º 3.
Sevilla, 2009.—398 págs., 24 × 17 cm.—22 euros.—(AGOTADO).*
* Estos libros se encuentran agotados en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos pero
pueden adquirirse en el Departamento de Publicaciones del CSIC en Madrid.
470 DI LISCIA GARDELLA, M.ª Silvia y LLUCH FIORUCCI, Andrea (eds.): Argentina
en exposición. Ferias y exhibiciones durante los siglos XIX y XX. Colección Universos
Americanos, n.º 4. Sevilla, 2009.—268 págs., 24 × 17 cm.—19,00 euros.—(AGOTADO).*
471 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 66, núm.2.—Sevilla, 2009.—400 págs., 24 ×
17 cm.—36,41 euros.
472 PRIEGO MARTÍNEZ, Natalia: Ciencia, historia y modernidad: La microbiología en
México durante el Porfiriato. Colección Difusión y Estudio, n.º 13. Sevilla, 2009.—
205 págs., 23 × 15 cm.—20,00 euros.—(AGOTADO).*
473 GALLARDO SABORIDO, José Emilio: El Martillo y el Espejo: directrices de la política cultural cubana. Colección Difusión y Estudio, n.º 14. Sevilla, 2009.—285 págs.,
23 × 15 cm.—19,00 euros.
474 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 67, núm.1.—Sevilla, 2010.—400 págs., 24 ×
17 cm.—36,41 euros.
475 BERNABÉU ALBERT, Salvador (coord.): Poblar la inmensidad: sociedades, conflictividad y representación en los márgenes del Imperio Hispánico (siglos XV-XIX).—
Sevilla, 2010.—550 págs., 21 × 14,7 cm.—22,50 euros.
476 Anuario de Estudios Americanos. Vol. 67, núm.2.—Sevilla, 2010.—400 págs., 24 ×
17 cm.—36,41 euros.
477 BARRETO VELÁZQUEZ, Norberto: La amenaza colonial. El imperialismo norteamericano y las Filipinas 1900-1934. Colección Universos Americanos, n.º 5, Sevilla,
2010.—335 págs., 24 × 17 cm.—22 euros.
478 LÓPEZ BADANO, Cecilia: La novela histórica latinoamericana entre dos siglos. Un
caso: Santa Evita, cadáver exquisito de paseo por el canon. Colección Difusión y
Estudio, n.º 15. Sevilla, 2010.—234 págs., 23 × 15 cm.—20,00 euros.
EN PRENSA
CARLO ALTIERI, Gerardo A.: El sistema legal y los litigios de esclavos en indias (Puerto
Rico, siglo XIX). Colección Difusión y Estudio.
ROSE, V. Sonia; SCHMIDT, Peer, y WEBER, Gregor (coords.): Los sueños en la cultura
iberoamericana (siglo XVI-XVIII). Colección Estudios Americanos.
GIOBELLINA BRUMANA, Fernando: La jurema y otras yerbas. Estudios sobre el campo
religioso brasileño. Colección Difusión y Estudio.
Para consulta y pedidos dirigirse a:
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C/. Alfonso XII, 16. 41002–SEVILLA
Telf. 954501120 - Fax 954500954
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Albuquerque NM 87131-0001 USA
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NUEVAS NORMAS PARA LA ENTREGA DE ORIGINALES
1. A la entrega de los originales en papel se adjuntará una hoja en la que debe figurar: título
del trabajo en castellano y en inglés separados por una barra (tanto en el título como en el
resumen y palabras clave, si la primera lengua empleada es otra distinta del castellano, éste
se empleará en segundo lugar), nombre completo del autor (o autores), dirección, teléfono,
correo electrónico y población, así como su situación académica y el nombre de la institución científica a la que pertenece. En caso de ser candidato a doctor, deberá incluir un certificado de su director/directores, detallando el título de la tesis y la fecha en que haya sido
aceptado ese proyecto. Dicha hoja contendrá también un resumen del trabajo en castellano
e inglés que no debe exceder de 400 caracteres cada uno, y las correspondientes palabras
clave, también en castellano e inglés o la otra lengua empleada. El autor se quedará siempre
con una copia del original, ya que la revista no se hace responsable en caso de pérdida.
2. Los trabajos podrán ser examinados por los especialistas del Consejo de Redacción y del
Consejo Asesor. Luego se someterán al sistema de evaluación externa de pares y «doble
ciego», aplicándose la misma norma a los artículos que integren los dossiers. Todos deben ser
originales e inéditos y no estar presentados simultáneamente para su edición en ninguna otra
publicación. Tendrán una extensión máxima de 25 a 30 páginas (DIN A4) por una sola cara, a
doble espacio y sin correcciones a mano, escritos en Times New Roman, tamaño 12 en texto
y 10 en párrafos textuales sangrados y en notas. Cada hoja tendrá entre 30 y 35 líneas, con una
anchura de entre 60 y 70 espacios. Las páginas irán numeradas correlativamente, así como las
notas, que se situarán al final (número de caracteres entre 45.000 y 73.500). Cada artículo
deberá llevar una bibliografía final, siguiendo las indicaciones incluidas en el apartado 9.
Esto dará lugar a que sean reducidas las notas, para evitar repeticiones de datos.
3. El original deberá ir acompañado del correspondiente soporte informático PC en uno de los
siguientes tratamientos de textos: Microsoft Word o en el formato estándar Rich Text Format
(RTF), así como otra versión en PDF. Se enviará dentro del sobre con el texto en papel, así
como, en caso necesario, a la dirección electrónica [email protected]. La decisión final
se le comunicará al autor, incluyendo la posible reforma del texto ante las opiniones de los
evaluadores, que obligarán al envío de un segundo doble archivo (Word-RTF y PDF). En el
caso de ser aceptado, el tiempo transcurrido entre la llegada del artículo y su publicación es
de un año, aunque éste puede extenderse en función de las respuestas de los evaluadores
y la programación de la Revista. Al final de cada artículo se incluyen las fechas de recepción y aprobación.
4. Si, excepcionalmente, se incluyen mapas, gráficos, figuras, etc., serán originales y se presentarán aparte. Se recomienda que las fotografías sean en blanco y negro y de la mejor calidad para evitar pérdida de detalles en la reproducción. Todos irán numerados y llevarán un
breve pie o leyenda para su identificación; se indicará, asimismo, el lugar aproximado de
colocación. Los formatos electrónicos aceptados serán TIFF, EPS o PDF con fuentes incrustadas. La resolución mínima será de 300 ppp y 8 bits de profundidad de color para las imágenes de grises, y 1.200 ppp para las de un solo bit, en el tamaño que se pretenda que aparezcan publicadas. Téngase en cuenta que la impresión será en una sola tinta, sobre todo en
gráficos, para diferenciar bien los tonos de grises.
5. Las notas irán reducidas: Apellido/s autor, fecha de edición (en caso de varias publicaciones
de éste en un mismo año, se unirán a esa fecha las letras a, b, c…, para evitar confusiones)
y a continuación los números de volumen o tomo, número y página o páginas usadas, sin
incluir sus iniciales (v. t., n.º o núm., p./pp. Ejemplo: Traffano, 2001a, 10-15.
6. Las citas documentales deben comenzar por el archivo o institución correspondiente, sección y legajo, tipo de documento, lugar y fecha, pero eliminando las palabras innecesarias
(sección, legajo, etcétera), poniendo comas de separación. Ejemplo: AGI, México, 24, salvo
en la primera cita de cada Archivo o Biblioteca, en la que se desarrollará el nombre completo, poniéndose a continuación las iniciales entre paréntesis, sin puntos intermedios.
Ejemplo: Archivo General de Indias (AGI).
7.
8.
9.
10.
11.
Las notas virtuales, además de la dirección completa y demás datos, deben incluir al final
la fecha de consulta.
Las fechas deben desarrollarse al completo tanto en el texto como en las notas. Ejemplo:
Madrid, 23 de enero de 1560.
La bibliografía final se atendrá a las siguientes normas:
a. De libros: autor (apellidos, nombre): título en cursiva, lugar, editorial y año de edición,
número de los tomos o volúmenes, si la obra comprende más de uno, sin incluir las
iniciales v., vol., t., etc. Ejemplo: Traffano, Daniela: Indios, curas y nación. La sociedad indígena frente a un proceso de secularización: Oaxaca, Siglo XIX, Turin, Otto
Editore, 2001.
b. De artículos en revistas: autor (apellidos, nombre): título del trabajo entrecomillado, título de la revista en cursiva, número del volumen (y de otras subdivisiones si las hubiese),
también sin ir precedidos de las letras previas, lugar y fecha de edición y páginas primera y última. Lo mismo que en las citas de Archivo, se pondrá el nombre completo de la
revista la primera vez, usando después sus iniciales sin puntos intermedios o título abreviado reconocido, como en el caso de esta revista Anu. estud. am. Ejemplo: Aguirrezabala, Marcela: «Mujeres casadas en los negocios y el comercio ultramarino entre el
Río de la Plata y la Península a fines del siglo XVIII», Anuario de Estudios Americanos
(Anu. estud. am. desde segunda cita de esta revista), LVIII-1, Sevilla, 2001, 111-133.
c. De artículos en volúmenes colectivos: autor (apellido, nombre): título del trabajo entrecomillado, el editor/es, compilador/es, director/es: título del volumen en cursiva, sólo el
número del volumen (y de otras subdivisiones si las hubiese) y título general de la obra
si forma parte de una colección, lugar, editorial y año de edición, páginas primera y última, igualmente sin incluir p./pp. Ejemplos: 1. Fraile, Pedro: «Ciencia y utopía: Ramón
de la Sagra y la Isla de Cuba», en Peset, José Luis (coord.): Ciencia, Vida y Espacio en
Iberoamérica, 3, III, Madrid, CSIC, 1989, 209-241. Y 2: Terán, Óscar: «El pensamiento finisecular (1880-1916)», en Lobato, Mirta (dir.): El progreso, la modernización y sus
límites (1880-1916), V de Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2001, 327-364.
Las opiniones y hechos consignados en cada artículo son de exclusiva responsabilidad de
sus autores. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas no se hace responsable en
ningún caso de la credibilidad y autenticidad de los trabajos.
Los originales de la revista Anuario de Estudios Americanos, publicados en papel y en versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo
necesario citar la procedencia en cualquier reproducción parcial o total.
ADVERTENCIAS
— En el texto, desarrollar todas las abreviaturas empleadas.
— No utilizar negritas, y las cursivas sólo en palabras de especial interés en el contenido de
cada artículo o de otro idioma.
— Cuando se repitan en el artículo citas de una misma obra o trabajos de un mismo autor, remitimos a lo indicado en el apdo. 5. NO usen abreviaturas Op. Cit., Vid. o Cif.
— En caso de las mismas citas en notas seguidas o continuas, se utilizará Ibidem cuando incluya alguna variante, e Idem si es exactamente igual a la anterior.
— Es conveniente la utilización de minúsculas en las iniciales de cargos (alcalde, capitán...),
títulos (conde...), tratamientos (licenciado...), dejando el uso de las mayúsculas para los
casos de instituciones relevantes.
— En las citas bibliográficas, el nombre y apellido irán en letra normal, no mayúscula, seguidos de dos puntos.
— Las referencias bibliográficas han de ir siempre en notas y no en el texto.
— Los incisos entre guiones deben siempre —como en este ejemplo— marcarse con doble
guion.
— Sólo se admitirán originales que se atengan estrictamente a las normas.
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