EL SUFRAGIO UNIVERSAL (1855)

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EL SUFRAGIO UNIVERSAL
(1855)
(Publicado en "El Tiempo", número 39, 25 de septiembre de 1855).
Desde que por la Constitución de 21 de mayo, vigente, se reconoció
en todos los varones granadinos, mayores de 21 años, el derecho de
sufragio para el nombramiento de los principales funcionarios de la
República; y después de que, hecho el primer ensayo en las elecciones
de 1853,se vio que por este medio varias opiniones e intereses contrarios al principio republicano y al progreso social, alcanzaban una
influencia amenazante; muchos sinceros partidarios de la República
se alarmaron y han parecido dispuestos a echar pie atrás, restringiendo
de nuevo el derecho para dejarlo únicamente a aquellos ciudadanos
a quienes suponen capacidad e independencia. Y daban pábulo a estas
pretensiones los fraudes escandalosos cometidos a virtud de la ley
que lo reglamentó y que no ,pudo menos de ser muy defectuosa en
su principio. Ahora mismo, al observar el movimiento eleccionario de
algunas provincias, especialmente el de aquellas en que existen esas
poblaciones de indígenas embrutecidos por el régimen antiguo que
obedecen como ovejas a los que se disfrazan de pastores, muchos patriotas distinguidos, entre ellos el aventajado redactor principal de
El Pueblo de Medellín,l parece que desfallecen en la esperanza dever
consolidada la República y asegurado el progreso de la sociedad, habiendo de' aceptar la institución del sufragio, es decir, el poder de
las montoneras, de cuya capacidad se duda para ejercerlo competentemente. Con tal motivo hemos creído de nuestro deber consagrar algunos momentos al examen de esta cuestión, que es cardinal, procuNúmero 13 del 30 de agosto. Y también el Jefe superior del Jatmo en el pro-
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yecto de coDltltuc16n.
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rando afirmar el derecho, inspirar fe en la institución y demostrar
que no se puede alterar en 10 más mínimo esta base, sin cambiar todas
las condiciones de la República democrática.
"Grande habría sido el error de los republicanos", dice un hístoriador de la revolución de febrero de 48 en Francia, "si cuando pedían el
reconocimiento del sufragio universal se hubiesen lisonjeado con la espetanza de obtener inmediatamente resultados satisfactorios. En cuanto a mí, he pensado y escrito siempre, que en el estado de dependencia
y de ignorancia en que vegetan las poblaciones agrícolas, había locura
en esperar que hubiese desde Juego elecciones inteligentes y libres.
Mas no es por el interés del momento que debe medirse la importancia de los principios que rigen las sociedades. El sufragio universal
necesita que se le ilustre; pero es de esencia de esta institución perfeccionarse a medida que los pueblos se instruyen, que su inteligencia
se despierta y dilata, que su vida política se desenvuelve. El sufragio
universal, por otra parte, reposa sobre la noción del derecho, y en el
solemne reconocimiento de ese derecho hay un hecho político de la
mayor trascendencia". El caso ha sido el mismo en Nueva Granada;
solo que aquí han sido más felices los prímeros pasos, que son los
peligrosos; y que una vez que los hemos dado no nos puede arredrar
el porvenir, porque es de esencia del sufragio perfeccionarse a medida de su uso.
Proclamando la República como la ley o el régimen que ha de
constituir nuestra existencia política, hemos proclamado el principio
de libertad y de autocracia individual; o lo que es lo mismo: el dereeho de cada uno a ser el regulador exclusivo de sus acciones, su propio
legislador, su soberano; y hemos consagrado como el primero de nuestros dogmas que el mejor juez de los intereses propios es el individuo
mismo. Así, hemos debido comenzar por estatuir lo que constituye esa
autocracia individual, es decir, los derechos del individuo, o sea el uso
de sus facultades inmanentes y consiguientes a las necesidades que el
Creador le impuso; estos son los derechos y libertades, de industria,
de pensamiento, de comunicación, de locomoción, de creencia y de
culto, de enseñanza y asociación, etc., los cuales deben ser del dominio exclusivo y absoluto del individuo, como ser moral, libre e independiente. Pero como el hombre no vive aislado y hay intereses que
son comunes a muchos individuos; como hay que reglar las relaciones
que deben existir entre esos diferentes individuos, y esas relaciones
afectan a todos, síguese de aquí que todos deben contribuir a determinar esas relaciones, y el derecho de cada uno es de todo punto
incuestionable a asistir a ese reglamento. De ahí el derecho al sufragio,
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ya que los negocios no pueden resolverse directamente por todos los
interesados. Así, no se puede disputar el derecho de cada uno de los
miembros independientes de la asociación a tomar parte en el Gobierno, o mejor dicho, en la administración de los negocios que afectan a
la comunidad, y una parte igual.
La Constitución no hizo, pues, sino reconocer un derecho que era
indisputable y que debió ser reconocido desde 1810, o desde 1821 al
proclamarse la República como la ley del país; porque era preciso consagrar al fin la verdad del sistema, y dar una base permanente y fija
al orden social. Los legisladores no podían, por satisfacer exigencias.
egoístas, dejar de reconocer el derecho de cada uno, pues habrían faltado a su deber.
Esto sentado, examinemos las objeciones que se oponen, y apreciemos los resultados obtenidos para ver si debemos amedrentarnos
delante del porvenir.
Los que combaten el sufragio universal, que no dejan por eso de
ser republicanos o que por serlo temen, dicen: -"Sí, es indisputable el
derecho de cada ciudadano o de cada miembro de la asociación a tomar
parte, aunque sea solo por el voto, en la administración o gestión de
los negocios de la comunidad; pero es en el caso de que tengan capacidad para ejercer el derecho y puedan, por consiguiente, hacer de él
un uso conveniente". Sufragio o voto quiere decir, voluntad, volición,
facultad de querer esto o aquello, poder de discriminación para escoger entre lo bueno y lo malo, entre lo útil y lo pernicioso; pero semejante capacidad no puede presuponerse en los nueve décimos de los
habitantes de un país como éste, sujeto antes al régimen embrutecedor
de la Colonia, y al cual un clero al servicio del poder temporal propinaba las máximas más serviles y absurdas, al propio tiempo que lo
mantenía bajo la disciplina del látigo y de la doctrina. Sabido es,
además, como lo sienta el historiador de las Repúblicas de Italia, que
"la esclavitud abate tanto al hombre que concluye por hacérsela amar.
Por todas partes aparecen las naciones apegadas a sus gobiernos en
razón misma de sus imperfecciones: lo más vicioso se quiere más, y
a nada oponen los pueblos una resistencia más obstinada que a aquello
que los pone en el camino de sus adelantos morales". Nuestra historia
misma ha comprobado este aserto. La raza indígena, que fue la más
oprimida, la más explotada, por los mandarines y los clérigos del tiempo de la Colonia, fue la que opuso una resistencia más tenaz a la independencia del país, y es la que bajo el imperio del sufragio universal
está resistiendo más. en los curatos, al desarrollo y perfección de la
idea republicana. Poner los destinos del país en manos de poblaciones
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que acaban de salir de aquel régimen, sobre quienes pesa aquella ignorancia condensada adrede para ser explotada por los mandarines
y. maestros de doctrina, es una insensatez que si no conduce al régimen monárquico nos someterá maniatados a la influencia del Papa o
del Padre General de los Jesuitas. Lo que ha acontecido en Francia,
dice bastante 10 que puede esperarse del sufragio en pueblos semejantes: el sufragio allí ha servido para sepultar la República e inaugurar una nueva era de Césares; aquí no podemos lisonjearnos de
salir mejor librados.
A primera vista esta observación parece .incontestable. Muchas
veces nos la hemos hecho nosotros mismos y ha titubeado nuestra
convicción; pero reflexiones detenidas nos han demostrado que es más
especiosa que sólida.
En primer lugar, si aceptáramos su fuerza, tendríamos que convenir en que la República democrática es imposible entré nosotros. Si
la República ha de ser el gobierno de todos por todos, o más bien, el
gobierno de cada uno por sí mismo, y conviniésemos en que la mayoría no está en la posibilidad de gobernarse por sí misma sino que
persiste en ser gobernada por el Cura, deberíamos despedirnos del
régimen democrático y proclamar una dictadura con el encargo de
prepararnos para la forma republicana; pero esa dictadura acabaría
por confiscar nuestros derechos aprovechándose de nuestras buenas
disposiciones, como se aprovechaba Tiberio de las de sus Senadores.
No: nos dicen los adversarios en esta cuestión. No se necesita de una
dictadura, basta declarar que el derecho de tomar parte en los negocios
de la comunidad tiene por base la inteligencia, y que mientras el voto
de cada cual no sea una verdad, es decir, mientras no pueda creerse
que expresa la voluntad libre del votante, no es admisible; recíbase el
voto de todos los que puedan dar razón de él, y tendremos que la
República puede marchar sin faltar a la verdad de su naturaleza y
sin los riesgos a que la exponen los votos de esas montoneras estultas,
que con la fe del carbonero son máquinas al uso de los dependientes
de Roma.
A esta nueva observación se contesta que el derecho no viene sino
de ser miembro de la comunidad, de estar sujeto como todos a las leyes
que dicte la mayoría, contribuyendo para los gastos com:unes;que si
un labriego estulto mata o roba es castigado con la misma pena con
que sería castigado el primer publicista del país, y que así el derecho
no puede en ningún caso disputarse a cualquier miembro aunque sea
el último mendigo o carbonero; que eso de hacer depender el derecho
de la capacidad es 10 más arbitrario y vago y daría lugar a m:ayores
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fraudes que los que ahora se cometen. En efecto, ¿cuál es la medida
de la capacidad de los individuos para hacer uso del sufragio? Nadie
puede determinarla, porque apenas puede haber una cosa más sujeta
a disputa que 10 que se llama capacidad intelectual: en ella hay tales
gradaciones y diferencias, que sería añadir mayores dificultades a la
cuestión de reglamentar el sufragio; poetas e historiadores hay que
son absolutamente incapaces para ocuparse en lös negocios propios
de los cabildos, y aun en todas las cuestiones económicas; y hay hombres que no sabiendo leer ni escribir comprenden con mucha precisión
las cuestiones que se refieren a la vida económica y pueden servir
muy útilmente; más comprenden las cuestiones políticas y tienen
más despreocupación las masas de las costas y de los valles ardientes,
que muchos de los gamonales, abogados y clérigos de los pueblos de
la región fría. Saber leer y escribir no indica sino que se ha dado un
paso en el camino del saber; pero sin esas nociones, por el trato, por
la propia observación según el teatro que se ocupe, se pueden y se
tienen muchas veces más ideas que cuando aquellas nociones no se
han aplicado a cosa alguna. Carlomagno, que reconstituyó el imperio
romano, según el abate Velly, no sabía escribir ni su nombre, y muchos reyes y muchos nobles y muchos hombres que han ejercido una
vasta influencia en la marcha de las sociedades en otra época, y que
han sido hasta protectores de las ciencias, como el mismo Carlomagno,
no sabían escribir, ¿cómo, pues, haríamos de esto la medida de la capacidad intelectual?
Además. Según sea el voto que haya de darse, puede el votante
tener mayor o menor idoneidad. ¿Se trata de votar por miembros del
cabildo o por alcalde parroquial? Pues es seguro que hasta el último
labriego que conoce perfectamente a sus convecinos puede dar un
voto acertado. Pero si se trata de votar por ..miembros del Congreso
o de la Corte Suprema, entonces con saber leer y escribir no se puede
responder de dar un voto concienzudo en un país donde cuesta tanto
trabajo que los habitantes. de una provincia conozcan a los de la otra,
donde el periodismo apenas comienza a fundar su imperio.
Por poco que se medite se convendrá en que restringir el sufragio
a solo aquellos en quienes puede presuponerse capacidad, presentaría
mayores dificultades y complicacionesque las que presenta el absoluto
o universal consagrado por la Constitución, fuera de que se salía del
derecho, que es el mejor punto de partida que puede adoptarse en todo
caso para salir avante en las complicacionespolíticas. Sería, desde luego, indispensable comenzar por establecer juntas examinadoras de la
capacidad de los electores y escritores de ciencia constitucional, que
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tenemos y que han sido Secretarios del Tesoro, que serían declarados
inhábiles para votar, por no saber escribir o hacer letras ...
No; no hay que pensar en abandonar la noción sencilla del derecho que viene simplemente de ser miembro de la comunidad, en
calidad de ser libre, con derecho perfecto a gobernarse a sí mismo, sin
sujeción de ninguna especie a otro. Este punto de partida es claro y
nos conducirá, como todo 10 que es justo, a resultados satisfactorios.
Toda otra regla es arbitraria y vaga, desnaturaliza el sistema y no
mejoraría, sino que antes bien complicaría la situación. Dados felizmente los primeros pasos y armados nosotros de la verdad, ¿quién
puede disputarnos el porvenir? Desgraciado el partido que desespere
del progreso de su fuerza moral contando con el uso ilimitado de la
palabra y de la imprenta!
¿y quién podría hoy privar de este derecho político a los que ya
están en posesión de él? ¿Qué Congreso elegido por el sufragio universal se atrevería y con qué derecho, a semejante parricidio? La cuestión pudo ser materia de discusión antes de la sanción de la Constitución actual; pero hoy, reconocido y puesto en práctica el derecho, la
discusión se ha cerrado y debido cerrarse, porque no hay ni posibilidad de volver atrás. Treinta años llevamos de proclamada la República
democrática, pretendiendo que el pueblo elegía sus funcionarios, pero
en realidad eligiéndolos el poder militar que dominaba, o algunos
círculos oligárquicos, y nuestros hombres públicos no se resolvían a
proclamar y practicar el gran principio que debe servir de ancha
y segura base a la República democrática, por todos esos sofismas de
falta de capacidad en las masas, falta de propiedad otras veces, etc.;
mas cuando el Presidente Obando, al encargarse del Poder Ejecutivo,
en abril de 1853, dijo al Congreso que reformaba la Constitución:
"borrad esa condición oligárquica, vaga y arbitraria de saber leer y
escribir para ejercer los derechos políticos y reconoced éstos en todos
los hombres libres del país", el Congreso no tuvo qué contestar; la
voz del derecho 10 dominó, y el sufragio universal fue reconocido después de treinta años de preparación.
Hoyes la ley primordial del país que ningún poder puede retocar,
porque es la soberanía misma, y sean cuales fueren las dificultades
que el antiguo régimen oponga a la bondad de los primeros frutos que
debe producir; el partido liberal que, sin duda, tiene la conciencia de
que sus doctrinas son las que encierran la verdad política y las destinadas al triunfo definitivo por medio de la discusión, debe estar plenamente seguro de que a la larga esta institución es la que le asegura
su influencia. No hay sistema mejor para hacer la educación política
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de los pueblos que el de ponerlos a la obra en que quiere formárseles.
Ningún pueblo se educa en abstracto, es funcionando que acaba por
aprender. El sufragio educa a los pueblos, y los abusos mismos del clero
y de los propietarios de tierra aceleran las más veces la independencia e instrucción. Una o dos veces van los feligreses o los colonos, como
corderos, a depositar en las urnas las papeletas que el párroco o dueño
de tierras les han entregado; pero a la tercera ya empiezan a murmurar, ya empiezan a poner condiciones y acaban por dictar la ley, especialmente si hay patriotas que por la imprenta y de palabra prediquen constantemente la doctrina del derecho y de la utilidad. No hay
que arredrarse por los primeros reveses; eso debía suceder, estaba en
el orden lógico de los acontecimientos; pero tras de esos reveses se
ven venir triunfos permanentes que nada podrá arrebatarnos.
En nuestra opinión se exagera mucho el poder de los curas y de
los propietarios de tierras en las elecciones bajo el sistema del sufragio
universal. Verdad es que ellos podrían sacar partido de sus respectivas
posiciones; mas, afortunadamente, hay motivos que los retraen. En
unos y otros existe por sobre el deseo de influir, el de enriquecer, el
de sacar el mayor provecho posible del curato o de la tierra y este
deseo es opuesto a aquél. El cura que quiere influir tiene que comenzar
por hacerse querer y respetar, y para esto necesita antes que todo
mostrarse desprendido, generoso, caritativo; pues de otro modo se
hace odioso, entra en pleitos con los gamonales y acaba por no poder
influir. Lo mismo le sucede al dueño de tierras. Si quiere disponer
de muchos votos en las elecciones, es necesario que no cobre un alto
arrendamiento, que permita a los colonos rozar sus montes, y muchas
veces pagar el jornal del día de la votación; en la escasez de brazos
que hay para la agricultura, los propietarios no pueden abusar de la
situación de sus colonos, sin graves inconvenientes. Y como la mayoría de los curas y de los propietarios no son hombres para quienes
importe mucho influir en las elecciones, supuesto que ellas hayan de
aparejarles sacrüicios, las abandonan totalmente. Esto vistas las cosas
es abstracto, que haciendo aplicación a los partidos, el hecho es que
estas influencias se promedian. Si bien es cierto que la mayoría de
los curas pertenece al partido conservador, la mayoría de los propietarios de tierra pertenece al partido liberal, especialmente los pequeños propietarios que son los más numerosos; de ahí viene que si los
curas ganan bajo el sufragio universal las elecciones de Bogotá, Tunja
y Antioquia, nada pueden en Vélez, Socorro, Pamplona, Casanare,
Mariquita, Ocaña, Mompós y toda la costa atlántica, amén de que
se encuentran muchos clérigos liberales, y cabalmente los más inteligentes, los más sociables, los más generosos y de más noble carácter,
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los que por lo mismo son más aptos para influir, que pertenecen al
partido liberal, con toda abnegación y que, por tanto, prestan grandes
servicios.
Bajo el sistema de sufragio universal hemos perdido las elecciones
de carácter nacional como las de Ministros de la Suprema Corte, pero
téngase presente que las mayorías del Congreso las obtuvo el partido
liberal desde el primer ensayo, pues sin la infame suposición de los
3.800 votos de Guayabal, y sin las arbitrariedades de la legislatura de
Neiva, las diputaciones de Neiva y Mariquita, en el Congreso, habrían
pertenecido al partido liberal, y con ellas ambas mayorías; y que ahora
mismo, sin embargo de que la rebelión del 17 de abril ha sido explotoda en vasta escala para dominar en sentido clerical las elecciones,
los resultados no han sido tan deplorables como había motivo para
temer que lo fuesen; que al favor del sufragio universal las masas de
Antioquia y el Sur empiezan a sacudir la oprobiosa abyección en que
han estado, y que antes de poco esas poblaciones que ahora dan mayoría a los conservadores los sepultarán para siempre, haciéndoles expiar
sus abusos y sus crímenes; y en fin, que basta echar una rápida ojeada
por la República para descubrir que empieza el espíritu público a conmover hasta a las últimas clases, y que muy en breve tendremos hondamente impregnada la sociedad de un sentimiento activo de mejora
y perfección y de un santo amor a la República democrática, justa y
magnánima. No hay que temer sino a la vacilación y al miedo. Sigamos
perfeccionando el sufragio y saturando la atmósfera con nuestras doctrinas; y si Felipe II decía cuando trataba de la exterminación de los
herejes: "el tiempo y yo", nosotros a nuestro turno diremos: "el tiempo, la imprenta, el sufragio universal y nosotros".
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