Resumen Abstract Chile-Perú: crisis de la equidad tardía1

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Revista Fuerzas Armadas y Sociedad • Año 20 • Nº 1 • pp. 17-29
Chile-Perú: crisis de la equidad tardía
1
José Rodríguez Elizondo
Facultad de Derecho, Universidad de Chile
Resumen
En este artículo se detallan los episodios clave de la relación chileno-peruana
durante el último periodo del presidente Toledo. Para Rodríguez Elizondo, la
propuesta de delimitación marítima del presidente peruano correspondió a un
plan con dos propósitos: convencer a bolivianos y chilenos de que el protagonismo
del Perú en el tema de la mediterraneidad de Bolivia era intransable, y fortalecer
su autoridad nucleando a los peruanos en contra del enemigo proverbial.
Para el autor, la sobrerreacción chilena a la nueva ley, la falta de previsión ante la
llegada de Fujimori y otros episodios de tensión han determinado durante la
última etapa del gobierno de Lagos un distanciamiento de las relaciones bilaterales.
Palabras Clave: Chile, Perú, Relaciones Internacionales.
Abstract
In this paper Jorge Rodriguez Elizondo explain the key episodes of the ChileanPeruvian relation during the last period of Toledo’s term. For the author, Toledo’s
proposal about Maritimes boundaries corresponded to a plan with two purposes:
to convince Bolivians and Chileans that the prominence of Peru in the theme of
the Mediterranean feel of Bolivia wasn’t be waived, and to fortify its authority in
a very complex internal context. For Elizondo, the Chilean reaction, the lack of
foresight before the arrival of Fujimori and other episodes of tension determined
the distance between Lagos and Toledo’s Administration.
1
El siguiente texto es parte del más reciente libro de José Rodríguez Elizondo: Las crisis
vecinales en el gobierno de Lagos. El extracto corresponde a la situación complicada de la
redelimitación marítima y a la llegada de Fujimori, que cierran la parte dedicada a las
relaciones con el Perú.
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Dossier
Keywords: Chile, Peru, International Relations.
José Rodríguez Elizondo
Tras el episodio del suspiro a la limeña, el proceso contra Luksic estaba llegando a su clímax judicial y el tema se planteó en la primera reunión
formal del Comité Empresarial Chile-Perú, constituido el 2004 en el marco de la Cumbre de APEC. Hernán Sommerville –jefe de la delegación
chilena– explicó eufemísticamente que se trataba de “densificar” las vinculaciones, para que cuando lleguen situaciones difíciles y complejas “este
Comité pueda facilitar una rápida solución a estos temas”2.
Pero ni los empresarios unidos pudieron producir un nuevo intermedio de cariño. Los buenos espíritus se estaban resignando a la hegemonía de
los malos, y Edmundo Pérez Yoma había pronosticado, en Santiago, que “lo
peor estaba por venir”. Eso escarapeló el alma de los internacionalistas chilenos y algunos dijeron que el frustrado cónsul en Bolivia estaba “echándole
pelos a la sopa”3. De ahí que las preguntas sobre si ¿tratará Toledo de establecer, unilateralmente, las líneas de base que corresponden a la delimitación
marítima que pretende el Perú? Y una vez logrado, ¿tratará Toledo de ocupar
el espacio marítimo reivindicado, para que la crisis ascienda al nivel en que
pueden intervenir los militares?4, eran atingentes.
La respuesta a la primera interrogante comenzó a esbozarse el 27 de
septiembre de 2005, en Lima. Ese día, el consejo de ministros de Toledo
acordó definir la frontera marítima con Chile, por medio de una ley orgánica denominada “Lista de las coordenadas de los puntos contribuyentes del
sistema de líneas de base del litoral peruano”. Para ese efecto debía fijarse
una línea fronteriza marítima “equitativa” que reemplazara la del paralelo
que se origina en el hito N°1, contemplada en la Declaración sobre Zona
Marítima de 1952 y el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima
de 1954 (firmados por Chile-Ecuador-Perú), y ratificada por una costumbre de más de medio siglo.
Toledo seguía la doctrina elaborada por Torre Tagle, según la cual los
instrumentos citados están plenamente vigentes, pero no tienen el carácter
de tratado fronterizo marítimo (aunque respecto a Ecuador se respeta la
tesis del paralelo). Sobre esa base discriminatoria, las nuevas coordenadas
debían proyectar el litoral peruano hacia el suroeste –según la tendencia de
2
3
4
Diario Financiero, 8/09/2005.
Mi editora Verónica Matte, siempre práctica, insertó la frase en una franja sobre una
nueva edición de mi libro Chile-Perú el siglo que vivimos en peligro. A su juicio, aunque escalofriante, venía de perillas. Por mi parte, creí prudente prever por dónde podía estallar “lo
peor”. Lo hice el 15 de junio, mediante dos interrogantes relacionadas.
La Nación Domingo, 15/05/2005.
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Chile-Perú: crisis de la equidad tardía
su perfil–, de modo que el mar peruano se superpusiera al chileno bajo la
forma de un triángulo. La equidad consistía en dividir simétricamente ese
triángulo, mediante una bisectriz. Como se trataba de un juego de suma
cero, el Perú ganaba tanto espacio marítimo como el que perdía Chile (10.280
millas cuadradas, según cálculo de El Mercurio, y 37.900 kilómetros cuadrados según cálculo de Perú 21). Una vez aprobada la ley, la autoridad técnica
peruana levantaría una cartografía que reflejara ese incremento y el Presidente la oficializaría por decreto supremo.
Posiblemente fue una sorpresa para Lagos, pues él esperaba, más bien,
que se efectivizara la demanda peruana ante la Corte Internacional de Justicia
de La Haya. La iniciativa de Toledo lo encontró sin estrategia alternativa y
otra vez debió apelar a una reacción espontánea y por etapas. La primera se
produjo recién el 17 de octubre, cuando Toledo y Pedro Pablo Kuczynski
(PPK) firmaron y enviaron al Congreso peruano el proyecto de ley. Fue una
reacción de contrariedad en sordina, imperceptible para la opinión pública.
La segunda vino ocho días después, cuando la comisión de Relaciones Exteriores del Congreso aprobó el proyecto por unanimidad. Esta vez sonó, urbi et
orbi, como una sirena de alarma llamando a tomar posiciones.
SOBRERREACCIÓN
DE
LAGOS
Lagos activó, al efecto, una batería de protestas contra el gobierno
peruano, por vía diplomática y mediática. En lo medular, su mensaje decía
que Chile seguiría ejerciendo y defendiendo su soberanía sobre el espacio
marítimo. Sobre tal base, el calificativo “inaceptable” figuró en todos los
comunicados intercambiados entre ambas Cancillerías. La chilena lo usaba
porque el Perú estaba legislando para producir efectos sobre el espacio
marítimo nacional. La peruana, porque Chile no podía objetar una ley que
el país se daba en virtud de su soberanía propia.
Simultáneamente, Lagos dispuso se congelara la negociación en curso sobre un Tratado de Libre Comercio (TLC) con el Perú, anunció que
pediría un pronunciamiento especial a la OEA, dispuso información especial para los embajadores de los Estados Unidos y del Reino Unido y despachó emisarios a Ecuador, Brasil, Argentina y Bolivia. Convocó además a
los comandantes en jefe del Ejército, Armada y Fuerza Aérea y al ministro
de Defensa Jaime Ravinet. Este, consultado sobre un eventual plan de contingencia, respondió que “las Fuerzas Armadas siempre han estado preparadas para defender nuestro territorio”.
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José Rodríguez Elizondo
La impresión, que trascendió internacionalmente, fue que se trataba
de la crisis más grave del período. Quizás por ello, el neutralísimo gobierno
suizo decidió dejar sin efecto una venta de 93 tanques Leopard II, concertada con el Ejército chileno hacía más de siete meses5.
El gobierno peruano, por su parte, suspendió su participación en la
ronda de negociaciones del anillo energético, para demostrar que el gas
de Camisea podía ser un elemento de contrapresión. Además –y esto era
totalmente previsible–, los gobiernos que recibieron a los emisarios chilenos se conformaron con darse por informados, incluso el de Ecuador.
Haría falta una posterior gestión del canciller Walker y del propio presidente Lagos, para que el gobierno de Alfredo Palacio se alineara expresamente con la posición chilena, mediante Declaración Conjunta del 1 de
diciembre.
Por último, el despliegue del gobierno chileno ayudó a que el Congreso peruano aprobara el proyecto de ley el 3 de noviembre, sin mayor
debate y por unanimidad. Los congresistas entendieron que Chile había
respondido a la estrategia de Toledo no con una contraestrategia, sino con
“un gallito”… y no pudieron sino actuar en consecuencia.
En medio de toda esa agitación, los militares chilenos y peruanos
lucieron tranquilos. Casi flemáticos. La Armada peruana, según todas las
informaciones, siguió respetando el statu quo limítrofe y solo autorizaba a los
pesqueros a llegar hasta el paralelo defendido por Chile. El contraalmirante chileno Percy Richter, jefe de la Cuarta Zona Naval, lo confirmó, al decir
que ningún buque de la Marina peruana había traspasado el paralelo 18°
21’03’’, tras la aprobación de la ley de coordenadas y que la cantidad de
pescadores peruanos que entraron en aguas chilenas “siguiendo al pescado” estaba dentro de lo normal. Agregó que tenía un contacto fluido con
las autoridades marítimas peruanas y que “de ocurrir situaciones complejas,
que se requiera resolver con criterio, la solución aparece”. El mismo día de
la aprobación de la ley, el general Cheyre y su homólogo peruano, el general Luis Alberto Muñoz, se reunieron en Buenos Aires, en el marco de la
Conferencia de Ejércitos Americanos (CEA). Aunque lo normal es que hayan hablado del momento que vivían sus países, Cheyre dijo, a su regreso,
que solo trataron temas profesionales y que “los militares estamos preocu5
Como dato anecdótico, el presidenciable de la UDI, Joaquín Lavín, aprovechó el clima
creado para abordar una goleta en Arica y lanzar una arenga patriótica: “…este mar
costó la vida de nuestros héroes, es el futuro para nuestras próximas generaciones y
¡este mar no se toca!”. La Segunda, 03/11/2005.
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Chile-Perú: crisis de la equidad tardía
pados de la integración, cooperación y la paz”. Llamó a no mezclar lo militar con lo político y lo diplomático6.
ESQUEMA
TETRAFÁSICO
Quizás lo más novedoso del período fue que esta vez hubo una crítica chilena abierta que sobrepasó el alineamiento de la clase política, expresada en los dos grandes diarios y por casi todos los analistas independientes.
La Tercera editorializó planteando que, al margen del oportunismo
político interno de Toledo, “lo deseable sería que La Moneda no
sobrerreaccionara”7. El Mercurio habló de “señales erráticas, atribuibles al
vértigo que ocasiona la situación y el protagonismo comunicacional exhibido por el Mandatario”8. Entre los analistas, uno de los más severos fue el
general (R) Ernesto Videla. En un boletín de distribución restringida, dijo
que “el Presidente Lagos no solo asumió un rol protagónico sino que, además, hizo declaraciones y tomó decisiones que tensionaron las relaciones,
llegando a generar una psicosis de guerra”.
En la base de todas las críticas estaba el esfuerzo del gobierno por
“multilateralizar” el nuevo conflicto, pidiendo apoyo a la OEA y a otros
gobiernos, a contrapelo de la tesis bilateralista que aplicaba respecto a Bolivia. Consultado sobre el punto, el ministro del Interior, Francisco Vidal, se
limitó a responder que “el conductor de la política exterior es el Presidente
y él decide la forma como se van enfrentando cada uno de estos temas”9.
Pasado el clímax, Lagos se autodistendió. Hizo trascender que no habría
solicitud de intervención a la OEA y que solo había tratado de informar a
otros gobiernos sobre el punto de vista de Chile. Llamó la atención respecto a la continuidad de los canales diplomáticos establecidos –ninguno de
los dos embajadores había sido llamado a informar– y expresó su confianza
en los títulos jurídicos del país. También pidió la colaboración de la prensa
para calmar los ánimos exaltados. En esta línea de retractación tácita, envió
el siguiente “mensaje de tranquilidad” a los chilenos: “Lo que he visto en
estos días respecto de una situación compleja que se ha desarrollado con
Perú no me ha agradado. No me ha agradado el carácter sensacionalista
6
7
8
9
La Segunda, 4.11.05.
La Tercera, 1.11.05.
El Mercurio, 6.11.05.
El Mercurio, 1.11.05.
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José Rodríguez Elizondo
que a ratos tiene un conflicto respecto del cual Chile ha dicho su palabra, el
Presidente de Chile ha dicho su palabra y la palabra de Chile se escucha y
se respeta” 10.
Por una parte, esto reiteraba el esquema tetrafásico de las crisis mayores: iniciativa de Toledo, sobrerreacción de Lagos, recapacitación de Lagos
y distensión en un nivel más bajo de amistad. En lo general, este esquema
confirmaba la obsolescencia de la diplomacia vecinal administrativista de
Chile y el peligro del manejo personalizado de la política exterior. En lo
específico, ocultaba la lógica (y la debilidad) de la iniciativa legal peruana.
Por otra parte, de haber contado la Cancillería chilena con especialistas alertas y con acceso a un Presidente receptivo, quizás se habría previsto
que la ley de coordenadas era la segunda fase de la etapa geopolítica del
año anterior. Esa mediante la cual Toledo levantó la redelimitación marítima como una señal, para que los bolivianos entendieran que, si querían
mar soberano, no tenían que dirigirse solo a Chile.
A esas bases deficitarias de Chile, se sumó la sorpresa individual.
Posiblemente Lagos nunca imaginó que la impenetrabilidad de Toledo podía lindar con la temeridad. Tal vez presumía que su frágil piso político
interno le impediría audacias mayores, respecto a un tema técnicamente
encapsulado. Si ambos estaban de acuerdo en enfrentar un pleito en La
Haya y habían delegado el procedimiento previo en sus Cancillerías, no
parecía viable un nuevo ataque desde el mismo flanco.
Sin embargo, Toledo ya había descubierto, como Mesa, que la
impulsividad de Lagos lo inducía a malas improvisaciones. Pudo prever,
entonces, que una sobrerreacción de este le permitiría dos éxitos simultáneos: convencer a bolivianos y chilenos de que el protagonismo del Perú en
el tema de la mediterraneidad de Bolivia era intransable, y fortalecer su
autoridad nucleando a los peruanos en contra del enemigo proverbial. De
paso, esos mismos éxitos le permitirían eludir el debate interno sobre el
mérito y la oportunidad de la ley de coordenadas. Hubo método en el
exabrupto de Toledo.
10
La Segunda, 4.11.05.
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LA LEY COMO “PROPUESTA”
Lagos pudo reducir la eficacia de ese juego si, en vez de reaccionar de
inmediato contra la peligrosidad estratégica de esa ley, hubiera hecho claridad
–por cierto, a través de los medios– sobre su invalidez epistemológica y la futileza de su objetivo táctico. Lo primero, pues nadie en su sano juicio jusfilosófico
podría acatar una ley extranjera ex post facto, que persiga recortar dominio territorial o marítimo propio. Cualquier alumno de Derecho sabe que:
•
Si el incremento terrestre u oceánico de un país disminuye el espacio de otro, debe ser consentido por este.
•
A falta de consenso, se produciría un juego suma cero, violatorio de
la legislación internacional, comenzando por la Carta de la ONU.
•
Como no está escrito que las fronteras “deben ser” equitativas,
ningún país está obligado a aceptar una norma ajena que busque
“partir la diferencia” en aras de la equidad.
En cuanto al objetivo táctico de esa ley, fue el de aumentar el volumen
de los argumentos jurídicos peruanos, ante el eventual pleito en La Haya.
Quizás por estimar que los de Chile eran superiores, y dada la ausencia de
norma peruana previa que definiera las coordenadas del límite pretendido,
Toledo y sus asesores optaron por una ley ad hoc. Esto equivale a “preconstituir
prueba”, como dicen los abogados de tribunales. Es decir, a inventarla cuando no existe. Notablemente, el abogado peruano Javier Valle Riestra –ex
líder aprista, ex Primer Ministro de Fujimori, que suele definirse como “el
más antichileno de los peruanos”– parece aceptar esta interpretación. Entrevistado por una revista, dijo que el principio de la equidistancia –que está en
la base de la ley de coordenadas– es simplemente “una propuesta”. Ello
porque “si Chile dice el paralelo y nosotros decimos equidistancia, tendremos que apoyarnos en elementos internos para nuestro combate externo”.
De esto resultaría que la ley de Toledo “es una cosa preparatoria del camino
hacia el Tribunal de Justicia Internacional de La Haya”11.
¿Significa lo señalado que, además, la sobrerreacción de Lagos fue
gratuita? En ningún caso. El presidente chileno pudo ser criticado porque
su reacción no tuvo método o careció de un padrón estratégico. Pero nadie
podría decir que estuvo huérfana de causa. Desgraciadamente, el riesgo
estratégico que creó la ley de coordenadas dista de ser un pasatiempo de
11
Entrevista de Magdalena Ossandón, revista Cosas de 11.11.05.
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José Rodríguez Elizondo
juristas. Puede ser una “propuesta” ante un tribunal, como quiere Valle
Riestra, pero también contiene el peligro previsto en mayo: el de que nacionalistas extremistas o el mismo Toledo, mediante otro exabrupto, traten
de ocupar el espacio marítimo reivindicado, con o sin nueva cartografía y
decreto aprobatorio. Ello activaría las órdenes y los reflejos de la policía
marítima chilena, desencadenando una dinámica de resultados imprevisibles. En tal hipótesis, el tironeo Lagos-Toledo dejaría de desarrollarse al
borde de una cornisa solo política.
Como ningún militar –chileno o peruano– puede descartar ese escenario en sus previsiones profesionales, quiere decir que Toledo levantó un
peligro donde no lo había. Al hacerlo, mostró una temeridad similar a la
que exhibió cuando descalificó el rol de Chile como garante del Protocolo
de Río de Janeiro. Si entonces desvalorizó el Acuerdo de Paz de 1998 con
Ecuador, esta vez abrió una nueva ventana al revanchismo, sustitutoria de la
que cerró el Acta de Ejecución del Tratado de 1929.
Agreguemos que esa conducta de Toledo muestra una extraña simetría con la del Fujimori que produjo contra Chile el fiasco de las Convenciones de Lima, en 1993, y condujo a su país a una guerra técnicamente
perdida contra Ecuador, en 1995.
EL PARTO DE LA ABUELA
Si no fuera por la tragedia que significó para su país, Alberto Fujimori
sería un personaje de la picaresca o del realismo mágico. Baste recordar su
fuga a Japón el año 2000 –siendo Presidente de la República–, su renuncia
al cargo por fax, desde Tokio, y su asunción de la nacionalidad japonesa
que le correspondía por herencia familiar.
Para reciclar ese talante extraordinario, el hombre dedicó los cinco años
siguientes a diseñar una estrategia que le permitiera volver al Perú y recuperar
la Presidencia. Proclamó sus intenciones apenas Toledo comenzó a descender
en las encuestas. Apostaba a que mientras más débil estuviera el presidente
peruano, menos operante sería la orden de captura internacional de Interpol.
Aunque existan peruanos que le dan la gran ventaja de subestimarlo,
Fujimori es un excelente estratego. Aprovechando sus aptitudes de matemático, suele confeccionar en su computador escenarios con variables múltiples y cronogramas rigurosos. Siendo un desconocido, ello le sirvió para
apoyarse en Alan García y propinar una severa derrota electoral a Mario
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Vargas Llosa, uno de los escritores más famosos del mundo. También le
sirvió para calcular que su autogolpe de 1992 no tendría resistencia significativa y que podía ser reelegido en 1995. Por lo demás, ese año le fue fácil
derrotar a Javier Pérez de Cuéllar, ex Secretario General de la ONU, aunque parte del costo fuera una guerra con Ecuador, que le permitió monopolizar titulares y pantallas durante la campaña.
Lo último no implica, sin embargo, que su excelencia en el campo de
la estrategia equivalga a un juicio moral positivo. Fujimori fue un Presidente inescrupuloso sobre la base de una exótica mezcla de viveza criolla, prolijidad asiática y audacia de tahur. Esa mezcla, batida por Vladimiro
Montesinos, lo llevó a violar los derechos humanos y a desinstitucionalizar
el país. En esa línea, corrompió al Poder Judicial, las Fuerzas Armadas y el
nuevo Congreso. También entró a saco a Torre Tagle, destituyendo a 117
diplomáticos y ejerció el terrorismo de Estado. Los cientistas políticos peruanos hablan de su paso por la Presidencia como se habla del huracán
Katrina. Todo esto a propósito que, en el clímax de la crisis de la
redelimitación marítima, los chilenos experimentamos sus habilidades en
vivo y en directo. El domingo 6 de noviembre, pasadas las 15,30 horas,
comenzó a circular la noticia de que Fujimori estaba en Santiago. Había
llegado en un vuelo privado desde Tokio, con escala técnica confirmada en
Tijuana (y sospechada en Atlanta). Para mayor precisión, estaba instalado
en el Hotel Marriott. Al saberlo, volví a recordar el viejo dicho rioplatense:
“estamos lucidos, éramos doce y parió la abuela”.
Esto significaba que, en el cálculo de Fujimori, la alta tensión entre
Chile y el Perú lo beneficiaba. En ese contexto de crispación, él podría
instalar su plataforma política del retorno y el presidente chileno (tal vez)
podría protegerlo, para fastidiar a Toledo. De no darse así las cosas, el presidente peruano no podría llamarlo para decirle, confianzudamente, “oye
pues, Ricardo, apáñame al Chino y me lo mandas al toque”.
Además, el pétreo invitado sabía que el Poder Judicial chileno no es de
extradiciones fáciles. Bajo el gobierno de Salvador Allende denegó la del jerarca nazi Walter Rauff, y ahí estaban los casos de sus ex colaboradores Eduardo
Calmell del Solar y Daniel Borobio, ya instalados como plácidos residentes en
Chile. A mayor abundamiento, el solo proceso de extradición haría disminuir
la lista de delitos por los cuales se le acusaba en el Perú. La justicia chilena exige
que se trate de delitos homologables y con pruebas sustentables.
En el rubro “detalles”, el más elaborado fue su opción por un avión
privado que llegaba a Santiago a un hangar especial, un domingo por la
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tarde, cuando las oficinas públicas están cerradas y los policías inexpertos
duermen la siesta. Antes había obtenido pasaporte en el consulado peruano de Tokio; dejado instrucciones a Satomi, por si precisaba apoyo diplomático japonés, y formado un equipo de viaje con camarógrafo incluido.
Todo esto le permitió descansar en Tijuana, ser filmado cuando sobrevolaba
el espacio aéreo del Perú –con el permiso de la autoridad aeronáutica– y
llegar sonriente al aeropuerto internacional de Santiago. Aquí pasó su pasaporte peruano al funcionario de turno y este se lo timbró con un golpe seco.
El caso reveló, por lo menos, serias deficiencias en los sistemas nacionales de información e inteligencia de México, Perú y Chile. Pero, claro
está, deficiencias previstas y eventualmente inducidas por Fujimori. Basta
señalar que Luis Machiavello, embajador del Perú en Japón, se enteró al
día siguiente, por llamada telefónica de Torre Tagle. “Qué pesadilla”, dicen
que dijo. José Antonio Meir, el embajador peruano en Santiago, estuvo más
cerca de la noticia, pues fue él quien se la contó al canciller chileno. Paradójicamente, yo mismo me enteré antes que los dos, gracias a un llamado
telefónico de Rodrigo de Castro, director del diario La Nación.
A esa altura –alrededor de las 17 horas– la información oficial chilena
quería crear la impresión de que todo había sido fríamente calculado. Debido a
tecnicismos legales, los policías chilenos no habrían podido detener ni retener a
Fujimori en el aeropuerto, pero astutamente lo siguieron hasta el hotel.
Esa tendencia exculpatoria se mantuvo hasta que la candidata presidencial de la Concertación, Michelle Bachelet, alzó su voz públicamente,
para decir que lo sucedido era impresentable. Entonces se dispusieron los
sumarios correspondientes, pues la negligencia policial –para calificar los
hechos con suavidad– había sido ostensible. Y no solo eso. También había
birlado al gobierno la opción de impedir el ingreso de Fujimori, ahorrándose los problemas que vinieron y que vendrán.
ORDALÍA PARA CHILE
Ante el hecho consumado, el gobierno chileno hizo de la necesidad
virtud. La judicialización del caso amortiguaría el choque eventual con el
Perú. No sería el poder político, sino el poder técnico el que decidiría si
Fujimori era o no culpable de los delitos que se le imputaban en su país.
En cualquier caso, el proceso de extradición sería una ordalía. En
medio de la mayor crisis de la relación bilateral, el Estado chileno debía
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Chile-Perú: crisis de la equidad tardía
definir un problema del Estado peruano que tocaba el núcleo de su poder.
Del fallo de la Corte Suprema dependería el fortalecimiento o el debilitamiento de un Presidente en ejercicio y el éxito o el fracaso de un ex Presidente que quería desplazarlo.
La situación carece de precedentes en nuestra historia. Lo más parecido es lo que sucedió entre Chile y la justicia británica, cuando Pinochet
fue detenido y procesado en Londres a instancias de Baltazar Garzón. Entonces el Primer Ministro Tony Blair estuvo en una situación similar a la de
Frei, primero, y Lagos después, ya que ese proceso afectó puntos y actores
sensibles de nuestro sistema político. Digamos, para ilustrar la semejanza,
que Fujimori aprecia ser comparado con el ex gobernante chileno. “A mí
me dicen Chinochet”, se ufanó en una ocasión.
La diferencia estuvo en que, a esa altura de los hechos, Frei y Lagos
tenían altos índices de legitimidad y el general estaba saliendo del escenario
político. Fujimori, por el contrario, dista de ser un cadáver político. Su posición en el escenario del poder peruano equivale a la que tuvo Pinochet
hasta que abandonó la Comandancia en Jefe del Ejército, en 1998. Entonces, la fuerza política del general era el gran soporte de las derechas unidas,
las cuales convocaban a casi un 25 por ciento del electorado.
La conclusión es que, salvo fenómenos imponderables, el Estado de
Chile se encuentra ante un peligroso juego de suma variable. Si extradita a
Fujimori, ganará el respeto de los demócratas peruanos y el repudio de los
fujimoristas; si no lo extradita, invertirá el orden de los factores. Pero, mientras estén pendientes ambas posibilidades, la sociedad peruana no enviará
señales contundentes. Es como si temiera o deseara, al mismo tiempo, que
el extraditable de hoy sea el Presidente de mañana.
La iconografía confirma ese sentimiento ambivalente. Como Franco
hasta su muerte física y Pinochet hasta su muerte política, Fujimori aún luce
sonriente en las oficinas y salones de quienes alguna vez se fotografiaron
con él. Ese lugar en las “fototecas” indica que “el Chino” todavía transfiere
estatus. En Chile parece creerlo nada menos que el líder centro-derechista
Sebastián Piñera, quien dijo “no” a Pinochet en el plebiscito de 1988. Es lo
que sugiere un notable acierto fotográfico del diario La Tercera, captado en
su oficina principal. La imagen de Fujimori está sobre su escritorio, junto a
las de Frei Montalva, Frei Ruiz-Tagle, Felipe González “y varias otras figuras internacionales”, como dice la nota pertinente12.
12
La Tercera, Reportajes, 27.11.05.
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José Rodríguez Elizondo
EN EL NOMBRE DEL PADRE
Como no todo puede ser cien por ciento pésimo, el “fujimorazo”
chilensis contribuyó a acelerar la llegada de la distensión. Según las pautas
del esquema tetrafásico, el día del aterrizaje de “el Chino”, Lagos se dio el
placer maligno de no atender telefónicamente a Toledo. Este debió hablar
con el canciller Walker, asumiendo que todavía estaban en la fase dos de la
crisis. Luego vino la Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, donde
ambos siguieron sin acercarse. Pero como no hay amurramiento que dure
cien años, en la reunión coreana de la APEC se les vio conversando, sin
signos visibles de acritud. Allí tocaron la situación de los límites marítimos y
el caso de Fujimori, señal de que habían pasado a la fase tres. Pero ahí
mismo saltaron a la fase cuatro, pues, según sus voceros, dijeron estar decididos a que esas situaciones no empañen la relación de sus países. Como
corroborando ese tibio retorno al cariño, acordaron retomar las negociaciones del TLC y reencontrarse en las reuniones del anillo energético13.
Casi simultáneamente –el 28 de noviembre– llegaba a Lima, tras dos
intentos frustrados, el comandante en jefe del Ejército chileno, general
Cheyre. Fue recibido con honores por su homólogo peruano, el general
Muñoz, y aprovechó la oportunidad para donar e instalar un busto de
O’Higgins en el Panteón Nacional de los Héroes del Perú. En ese acto,
realizado al día siguiente, pronunció un discurso de gran contenido simbólico y muy alusivo a la contingencia. Tras advertir que la dimensión intelectual del padre de la patria “es desconocida incluso en mi país”, puso el
énfasis en su ideario integracionista y su especial relación con el Perú. Eso le
permitió concluir que, en un mundo interdependiente, “el progreso de un
pueblo va aparejado con la estabilidad y progreso de sus vecinos” y que
“los comandantes en jefe debemos ser particularmente conscientes y fieles
al llamado de nuestros padres fundadores”.
Al día siguiente, la Sala Penal de la Corte de Apelaciones del Perú
resolvió que el caso contra Andrónico Luksic estaba prescrito, acogiendo la
tesis de la defensa. Tras las señales de los presidentes y los militares, era el
flanco judicial de la distensión.
13
El Mercurio, 20.11.05.
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José Rodríguez Elizondo
[email protected]
Abogado, periodista y profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Chile. Columnista de La Tercera (Chile), La
Vanguardia (Barcelona, España) y Caretas (Perú). Diecinueve libros publicados
(filosofía jurídica, ciencia política, reportajes, ensayos y narrativa). Miembro del
Consejo Asesor de Políticas de Defensa. Ha vivido en Alemania, Perú e Israel.
Fue Jefe de Subdepartamento en la Contraloría General, Fiscal de la Corporación
de Fomento de la Producción (CORFO), Primer Director del Centro de
Información de las Naciones Unidas para España (1986-1991), Director de
Asuntos Culturales e Información del Ministerio de Relaciones Exteriores (19911994) y embajador de Chile en Israel (1997-2000). Sus últimos libros publicados:
El Papa y sus hermanos judíos (2000), Chile: un caso de subdesarrollo exitoso (2002) y
Chile-Perú: el siglo que vivimos en peligro. Premio Rey de España 1984 por la mejor
labor informativa. Premio América del Ateneo de Madrid, 1989, por ensayo
Crisis de las izquierdas en América Latina; Premio Internacional por la Paz, 1992, del
Ayuntamiento de Zaragoza, por ensayos sobre derechos humanos. Profesor
honorario de la Sociedad de Estudios Internacionales, España. Asesor de la
Fundación Seminario de Investigación para la Paz, de Zaragoza, España.
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