SEMANARIO CIENTÍFICO, L I T E R A R I O Y ARTÍSTICO Año Vil ESPAÑA Un año . 12'50 ptas. Un semestre. . . . 6'50 • Numero suelto. , . . 0"26 » P0RTÜ(5AL Suscrición pagadera semaualmenie f'.ada uiimero . . . .SO reís. CUBA T PUERTO RlCd Un año 5 pesos oro. En el resto de América fijan el precio los señores corresponsales. EXTRANJEKO Un año. . . . . . 18 pesetas. C H A N Z O N E T A S (dibujo de E. Bau) Núm. 31? 50 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA SUMARIO TsxTO: Madrid, por'PememñoT.—Mademoiselle Norma leontlnuaeión), por Vicente Blasco Ibáíiez.—Xa tribu del Tocata, por Vicente Coloraflo,—Eí centinela de la vida, p o r U. González Serrano.—£a visita del primo, por Carlos Felices Andújar.—^ media noc/ie, por Ramón del Valle de la Peña.—4 una mujer (poesía), p o r José M," de la Torre. —Nuestros grabados.—Lo que gusta á las mujeres (continuación), p o r Jacinto Labaila. GRABAD03: Chanzonetas.-í'arts: Los Archivos Nacionales. Hotel Carnavalct. Hotel Lamoignon.—Recuerdos de Tarragona,—ÜZ arte español: La última tonadilla. Paréntesis cariñoso.—El Maghreb; Tánger.—Modas.-Londres; Representaciones infantiles en el siglo xvi.—Valencia: Fachada del palacio del marqués de Dos Agnas. MADRID B a t a l l a de a c a d é m i c o s —El n u e v o c u a d r o d e l p i n t o r Moreno C a r b o n e r o . - U n a velada.—Un aniversario.—La s i e r p e c i i l a . f N los círculos de la juventud literaria se pide á grito herido la disolución de la Academia. Los diarios liberales respiran indignación. Comelerán ha sido elegido académico. Pérez Galdós tendrá que esperar á que otro académico tenga la amabilidad de morirse dejando el correspondiente sillón vacío. Dicen los que disculpan la elección del Sr. Comelerán, gramático desconocido, que en la Academia no se necesitan glorias nacionales, sino personas que sepan hacer diccionarios.—Pero, entonces, —exclaman los partidarios de Galdós,—¿por qué no están ya en aquel instituto García Blanco, nuestro primer hebraísta; Camús, nuestro primer humanista; Bardon y otros?—El Sr. Comelerán resulta elegido por haber defendido errores de la Academia y por haber sido recomendado del Sr. Cánovas del Castillo. A la votación han concurrido, pues, veinticuatro académicos, faltando á causa de su enfermedad los Sres. Alarcón, Gabino Tejado, Arnao y Galindo; y por ausencia el padre Mir y D. Cayetano Fernández. Estos hubiesen votado al Sr. Comelerán. Los Sres. Martos, Echegaray Castro y Serrano, y Benot, que son académicos, no han tomado posesión de sus cargos, y por lo tanto no han podido favorecer con sus simpatías al Sr. Pérez Galdós, como lo hubiesen hecho, sin duda ninguna. D. Tomás Rubí, que no asiste á las sesiones desde hace un año, y que está muy delicado de salud, fué á votar por el Sr. Comelerán. Don Luis Fernández Guerra parece que se puso bueno con el mismo propósito únicamente. La lucha ha sido ardientísima, y quizás marque en la Academia alguna división para lo futuro. Han votado en favor del Sr. Comelerán los Sres. Cánovas, Catalina, Madrazo (D. Pedro), Guerra y Orbe (D. Aureliano), Guerra y Orbe (T>. Luis), Rodríguez Rubí, Saavedra, Barrantes, Tamayo, conde de Cheste, Cañete, conde de Casa Valencia, Pidal (D. Alejandro) y marqués de Valmar. Favorecieron al Sr. Pérez Galdós los votos de los Sres. Núñez de Arce, Castelar, Valera, Campoamor, Zorrilla, Balaguer, duque de Rivas, marqués de Molins, Menéndez Pelayo y Silvela (D. Manuel). _ Al Sr. Comelerán no le ha votado ningún liberal: en cambio al Sr. Galdós le han votado cuatro conservadores. Pasen estos datos á la historia. Se han comentado todas estas circunstancias con apasiommiento. La opinión ha manifestado un grandísimo interés en este conflicto. Todos aquellos que procuran quitar importancia á los acadftiicos y á la Academia, demuestran con su misma violencia la importancia que les conceden. :li teniendo en cuenta que los candidatos solicitan ellos mismos su elección se reconociese que merecen por este solo hecho ser desde- ñados y nadie se ocupase de ellos, bien pronto la Academia y los académicos perderían su prestigio. De poco sirve menospreciar las cosas por las que manifestamos interés y pasión. Las injusticias se repiten, pero se batalla cada vez con más entusiasmo. Por muy despreciable so tiene el pertenecer á un cuerpo donde sólo triunfa el pandillaje; pero combatimos frenéticamente por que nuestro candidato obtenga un puesto que no le honra. Hay en esto un gran contrasentido. Los conflictos académicos son de difícil solución, porque la Academia es un cuerpo de dos naturalezas: ella, en efecto, confecciona diccionarios y gramáticas; ella es, al mismo tiempo, una especie de Olimpo literario. Gramáticos y literatos son diversos: poetas hay que no han abierto la gramática en su vida; gramáticos existen que sólo saben escribir correctas necedades. Habría que dar un solo carácter al instituto, ó fundar dos diferentes. Quizás fuese lo mejor establecer una oficina nacional donde pudiesen ingresar cuantos son especiales en materias del habla, y un Atocha donde se agrupasen las celebridades literarias de la patria. Los unos trabajarían y cobrarían razonables sueldos: los otros tendrían el deleite de contemplarse en su recíproca grandeza y el de ser admirados por el inmenso vulgo. Por supuesto, gratis. Entretanto insisto en que no debemos tomar estos asuntos con tanto calor: ya se sabe que la influencia da el sillón; que los grandes hombres de Estado, jefes de los partidos, designan los candidatos, los imponen. Esto hace posible el ingreso de cualquier español en la Academia: abre el campo á todas las ambiciones. Nadie pierde y todos ganan en ello. Se han visto cosas raras, sin embargo, en esta elección. Marcelino Menéndez Pelayo ha votado á Galdós, y esto ha bastado para que los periódicos que no le reconocían mérito por su talento, se lo reconozcan j^a por su independencia. D. Manuel Silvela no tenía simpatías entre los liberales: hay ya quien le encuentra digno de compartir la presidencia de la república con Ruiz Zorrilla. Y es que aquí todos llevamos á todo nuestro carácter arrebatado, impresionable, voluble, é incurrimos en los mismos defectos que censuramos. En fin, goce de la codiciada y disputada plaza el Sr. Comelerán: su nombre queda ya como famosa representación de la sabiduría indigesta y del compadrazgo sin pudor. Tal vez la opinión se equivoque y sea con él injusta. Pero no hay remedio: así como nadie le puede quitar ya su sillón, nadie le quitará ya el estigma universal. Así las academias se renuevan y así el mundo marcha. Y vamos á otro asunto, porque éste ya es viejo. Ño ha sido colocado aún en el sitio que ha de ocupar definitivamente en el Senado, y su salón de conferencias, el cuadro de Moreno Carbonero que representa la Entrada de los catalanes y aragoneses en Gonstantinopla al mando de Boger de Flor. Este cuadro debe formar pendant con el de Pradilla La rendición de Granada. Hablaré del mérito artístico de esta pintura en otra crónica, limitándome por hoy á dar una idea de la composición ideada por Carbonero. El pintor representa la escena fuera de Gonstantinopla, en el Boucoleon, sitio imperial que recibía este nombre del grupo escultórico colocado sobre el monumento, que representa un toro vencido por un león. El emperador Andrónico Paleólogo I I , apellidado el Viejo, que compartía el gobierno con su hijo Miguel, está sentado en la silla gestatoria empuñando el labarum. Figura su hijo á la derecha, y lleva en la mano la cruz griega como cetro. Alrededor de los emperadores hay diferentes personajes, entre los cuales están el própose, spartiarios, generales, obispos, eunucos y otros. En el fondo aparece la guardia imperial á caballo. Roger de Flor, á caballo con las insignias de megaduque, es decir, con el gorro y cetro de los héroes de Homero, se des- taca en el centro. Viene saludando con el gorro. Delante va el escudero con la cota de malla de su señor en la mano, y á la izquierda un ostiario, funcionario encai'gado de las presentaciones oficiales, que ha salido á recibir á Roger y que vuelve con él, montado sobre un caballo blanco, al estilo de los caballos del Parthenon. £1 tipo del ostiario, como los del grupo de la corte bizantina, tiene un sello de afeminación que contrasta con el aire de los almogávares que siguen á Roger. Delante de los aragoneses, á la derecha de su capitán, va un caballero aragonés, con la bandera de San Jorge, patrón de este pueblo; y delante de los catalanes, armados de sus arcos y venablos, machetes y broqueles, marcha un adalid ó guía con la bandera de las barras. En el fondo del cuadro, y á lo lejos, vese el templo de Santa Sofía, el Hipódromo, parte del palacio imperial y los jardines del Mesozeplón. La armada ha echado el ancla en la Propóntide ó mar de Mármara, y el camino por donde vienen los almogávares está cubierto de laureles en homenaje á sus victorias. El cuadro lo empezó Carbonero en París, donde el autor ha hecho los e.studios de indumentaria sobre los textos de la Biblioteca Nacional, y lo concluyó en Málaga, en la plaza de toros, sitio escogido por él para lograr el efecto de luz abierta que estimaba ser el propio de la escena. El cuadro no ha venido precedido del interés y de los elogios que otros lienzos que figuran en el Senado. El público aficionado procura verle, sin embargo, y algunos críticos han manifestado ya sus opiniones. Humildemente, sin pretensiones, daré pronto la mía. No encuentro asunto que pueda relacionarse sin violencia con los que figuran en esta crónica, si no es la velada que se celebró últimamente en el Ateneo. Leyeron Manuel del Palacio, Velarde y Zorrilla. La novedad de la noche, sin embargo, fueron algunos sonetos que recitó Rodríguez Correa. También leyó este ingeniosísimo autor algunos preciosos cantares. Zorrilla leyó un poema, El Soliloquio, poema en que el anciano ensalza las glorias y progresos de nuestro siglo, demostrando así que su genio, cantor, en otros días, de la tradición, fulgura con nuevas voces para mostrar á las nuevas generaciones el camino del porvenir. El público le tributó entusiastas aplausos. Estos viejos que no envejecen por dentro, son como esas grutas recubiertas por dentro con fresco musgo y donde el agua límpida, serena, fresca y luminosa, eternamente gotea. Los teatros no han presentado obra de novedad é importancia. Para conmemorar el aniversario del natalicio de D. Pedro Calderón de la Barca, se representó anoche, en el Teatro Español, El Alcalde de Zalamea, esa obra esencialmente moderna, que justifica al célebre espectador que en una de sus representaciones gritó frenéticamente:—¡El autor! ¡Que salga el autor! Es un drama que los antiguos aficionados no podemos ver ya sin tristeza, recordando los tiempos en que Valero y Romea, y la Teodora y la Hijosa, y Mariano Fernández y Morales y Zamora, lo representaban en aquellas mismas tablas._ Yo me encuentro más viejo por dentro que Zorrilla: cuando recuerdo aquellos tiempos teatrales, me siento incapaz de elogiar el presente ni de esperar en el futuro. Al concluir la representación hubo lectura de poesías, como es de cajón. Cada día tiene su petardo correspondiente, si bien rudimentariamente construido, y fabricado con relativa benevolencia. No hay que lamentar aún desgracias personales. Los agentes de la autoridad han preso á varios individuos, pero la opinión no da importancia á estas prisiones. Se cree que sea uno solo el autor de los petardos, y de aquí la dificultad de que pueda descubrírsele, La lectura del telegrama barcelonés en que se anunciaba haber estallado un petardo de dinamita en el escritorio de los comerciantes hermanos Batlló, produjo en Madrid profundísimo horror. Los tiempos presentes, grandes para el bien, lo son de igual manera para el mal. Y el bien y el mal van de tal modo 51 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA fatalmente unidos, creciendo en iguales proporciones, que la humanidad acepta el uno y se resigna al otro, protestando tan sólo contra los malvados. Los sabios inventan los instrumentos, pero no han inventado la maldad. El ciimen es muy antiguo. Adán dormía en el Paraíso, y por entre sus labios entreabiertos \se entró una sierpecilla y se escondió en el fondo de su corazón. Sacad esa sierpecilla del corazón del hombre y empedrad las calles con dinamita. FERNANPLOR --^- y con cara feroche oían, en representación de la justicia, elucubraciones de abogado y declaraciones de testigos; y en un rincón, medio perdido en la sombra, se veía alguno que otro señor totalmente afeitado y con el sombrero puesto, á quien los maliciosos suponían una profesión que por lo sagrada no estaba en consonancia con aquel espectáculo. Aquel público jamás estaba quieto. Se agitaba furiosamente, hacía crujir las sillas, daba golpes sobre las mesas, aullaba, silbaba, aplaudía, pedia la repetición de un couplet, tiraba sombreros á la escena y daba vivas si alguna mujer de vida airada entraba en el café. Allí habían desaparecido las conveniencias sociales: el caballero estaba ausente para de- Dos estudiantes mantenían un diálogo desde ambos estremos del café: —¿Cuándo sale esa Norma? —Dentro de un instante: el programa marca que en el número siguiente. Trascurrió un buen rato. Mademoiselle Alice, una gordinflona pesada y de rostro innoble, que con sus ademanes hacía pensar en un gendarme vestido con faldas, terminó su couplet y se retiró del tablado en medio de los silbidos y de los gritos del público. Reinó después un silencio á que no estaba acostumbrado el recinto del café. Sólo se oían las voces de los camareros que con las bandejas llenas de vasos correteaban por entre las mesas, y el chasquido de das cápsulas proce- MADEMOISELLE NORMA (CONTINTJACIÓN) El salón tenía la forma de un cuadrilátero regular, y todo su pavimento estaba ocupado por mesas de mármol y sillas de madera negra que, agrupadas sin orden ni concierto, formaban callejones y estrechos desfiladeros, por los que pasaban con harta dificultad los espectadores que iban entrando, no sin causar grandes incomodidades á los que ya estaban sentados. Al lado mismo de la puerta de entrada se abría el escenario ó tablado, nicho que parecía escavado en la pared y que apenas si mediría unos 5 metros cuadrados. Aquel escenario presentaba siempre la misma decoración: una puertecita que por lo pequeña parecía hecha para liliputienses, adornada con un cortinaje rameado; las paredes vestidas de un papel oscuro con flores de oro y dos mecheros de gas. En los momentos de descanso entre las dos partes del concierto, caía un pequeño telón que cerraba el bocaporte, y el cual era una obra eminente de un pintor de brocha gorda que había amontonado todas las filigranas y rameado que le había sugerido su imaginación para que acompañaran dignamente las siguientes palabras, pintadas bien oblicua ú horizontalmente: Gran café de la Alegría. Se sirven cenas á precios económicos. Bebidas y licores de todas clases. Al pie del escenario estaba la orquesta, que, con más cornetines y trompas que instrumentos de cuerda, rugía como una bestia cansada, siempre que acompañaba algún couplet. Frente al tablado estaba el mostrador del café, con su dependiente echado de codos sobre el mármol y entregado á la lectura de un periódico, y su anaquelería, en forma de pirámide, cargada de botellas que, bañándose en la luz del gas, descomponían sus rayos dándoles el color de los líquidos que encerraban. El salón estaba partido en uno de los lados por una verja de madera, tras la cual también había mesas, sillas y divanes. Aquello era lo que D. Celestino llamaba pomposamente el foyer. Allí iba á sentarse la adolescencia que deseaba adornarse con el título de calavera y la vejez gastada con las lides galantes, y por allí circulaban las cantadoras escotadas, con sus trajes hasta la rodilla y haciendo gala de su impudencia. Algunas veces llevaban el cigarrillo en la boca, daban graciosas coces á sus adoradores y hacían toda clase de brutales monerías. El público que llenaba el café era tan digno de ser discreto como el salón. No se veían blusas ni gorras en la concurrencia, pues el precio ^^ la entrada no permitía el que tomara parte en el espectáculo la clase popular. Estudiantes, vagos decentes, jugadores y militares vestidos de paisano, venían á constituir ^1 núcleo de aquel público. Además de éstos, en una mesa hablando acaloradamente y gesticulando como energúmenos, ^f Veían algunos periodistas que en sus redacciones, con la pluma en la mano, tronaban con la inmoralidad social y los espectáculos que pervierten ; en otra estaban dos ó tres caballeros •le graves rostros, vestidos de americana y hongo, que por la mañana se envolvían en su toga. P A R f S : LOS A R C H I V O S N A C I O N A L E S jar más libre al hombre; y la clase media, la burguesía acomodada, se mostraba tal como era en la satisfacción de sus goces y en sus alegrías, sin dársele un ardite las preocupaciones del mundo que la encadenaban apenas salía á la calle. Entraban en el café viejos de aspecto venerable, que se saludaban con algunos amigos guiñándose el ojo como para indicar la magnitud de su picardía y la jugarreta que hacían á sus esposas é hijas acudiendo á aquel sitio; y no era extraño que un severo suegro se encontrara con su yerno, y, hallándose los dos al descubierto, acabaran por darse palmaditas en la espalda y beber como dos camaradas, riéndose al mismo tiempo de los escrúpulos de su familia. Hacía una hora que había empezado el espectáculo, y el público iba llegando al período álgido de su agitación. La atmósfera estaba cargada del humo sucio de los cigarros, que empañaba las luces de los mecheros y hacía palidecer los colores y confundirse los contomos á alguna distancia. dente del tiro al blanco instalado junto al salón. De pronto la música rompió á tocar: los violines chirriaron, el director, sin dejar de llevar el compás con la diestra, aporreó el piano con su mano izquierda; los cornetines rugieron, el contrabajo murmuró, sonaron dos ó tres estridentes golpes de bombo y platillos, y, levantándose el cortinaje rameado, saltó al escenario con la rapidez de la tromba un bulto azul y blanco. II Cuando llegó al borde del tablado, se apoyó con la punta de un pie, hizo una pirueta y dirigió un gracioso saludo á los espectadores. Era un píllete con faldas, un verdadero tipo parisiense, mezcla extraña de la vivacidad de la ardilla, de la malicia de la mona y del instinto del perro; un Grabroche, pero con un rostro hermoso. V I C E N T E BLASCO IBÁÑEZ (Se continuará) -il'Mia.C OE •—7?' TARRAGONA: P u e r t a de San A n t o n i o . - C r u z del t é r m i n o , en la p u e r t a de San A n t o n i o . - P u e r t a ciclópea del paseo de San Antonio. Arco.de B a r á . - T o r r e de los Esclplones. (Dibujo de A. Ruiz) LA ULTIMA T O N A D I L L A (cuadro de Nicoi.ís MijfA, dibujo de P. y iValor) LA ILÜSTBACION IBÉRICA 54 LA T R I B U D E L T O C A T U David Livingstone, en la relación de sus via- ! jes al África Central, dice que la tribu del To- | catú, compuesta de hombres feroces y antropó- ; fagos, fué conocida en la antigüedad por griegos i y romanos, como lo prueban: 1.° el conser- j var en medio de sus gritos inarticulados la palabra tañante, participio activo de presente, : con el que se designa á Júpiter, si bien la pronunciación, después de tantos siglos, no se conserva pura, confundiéndose con las de atlante, cargante, y otras que participan de igual sonido; ; y 2.0, una reliquia de inmenso valor arqueo- | lógico, á la que profesan gran veneración, la cual consiste en una cajita de pulgada y media ! en cuadro, de colores vivos, entre los que pre- \ dominan el amarillo y el rojo, con el león de | Hércules y varias inscripciones borrosas. \ la noche á la mañana y siguió adelante su camino. Después de un largo día de marcha y poco antes de la caída de la tarde, desfallecido de hambre, cansado de andar y sin saber dónde le habría llevado la suerte, vióse Frasquito de pronto rodeado de una manada de negros, mezcla de hombres y bestias, los cuales componían la terrible y antropófaga tribu de Tocatú, en la que hasta entonces no había penetrado hombre blanco. E n los primeros instantes el chiclanero fué contemplado con la timidez que, aun á las mismas fieras, inspira lo ignorado; pero una vez pasada la primera impresión, prorrumpieron en espantosas manifestaciones de júbilo. Los tocatús vieron en su huésped un manjar exquisito, el plato del día; y la boca se les hizo agua, ni más ni menos que á un gourmand enragé, después de prolongada abstinencia, se le van los ojos tras un delicioso guiso. .V. ii fiu w •m 1 ' : v>^ ' ' <•. ^¿JJBCJ»'" i •^/¿gl ' _—ou,„- •"^^ "^ jrJÁ ,©-. . ^ ^ ^ • H S ^ fT' - Ín4ii.f .tr r:,)- sacó con gran solemnidad una caja de cerillas, encendió un fósforo, lo mantuvo algún tiempo entre el índice y pulgar, y, por último, se lo arrojó al negro que acababa de darle tan significativa prueba de cariño. La impresión fué prodigiosa. Los tocatús al ver surgir de improviso la llama, quedaron mudos, inmóviles y aterrados; y cuando la cerilla cayó sobre la cabeza del salvaje y le abrasó los pelos, éste, gruñendo oraciones y súplicas á lo que parecía, se puso de rodillas y besó el suelo repetidas veces. De heefteak, vino Frasquito á convertirse en un dios. No echó en saco roto, la improvisada divinidad, el efecto producido; y para dar una más terrible prueba de su omnipotencia y tenerles á raya, prendió fuego á unas hierbas, amenazando con la destrucción del mundo. Entonces los tocatús, llorando como débiles mujeres, hundieron la cabeza en el polvo; y Frasquito, echando rayos y truenos, pasó por entre ellos dando coces como si fuera un dios verdadero. Desde aquel punto los más miedosos y cobardes tomaron su defensa, le elevaron un templo, se constituyeron en sacerdotes de su culto, é hicieron en su honor sacrificios de frutos y animales, que el muy tunante se comía con gran regodeo. Pero entre los fieles había también ateos, cuyos estómagos é instintos les impelían á la rebelión y al sacrilegio. Júpiter, que no las tenía todas consigo, andaba ojo avisor, y al menor síntoma echaba mano de la caja de cerillas, con la que les daba en las narices, gritando con toda la fuerza de sus pulmones: —¡De Cascante! ¡Cascante! Así vivió algún tiempo, hasta que, no quedándole más que un fósforo y observando que la impiedad cundía, decidió escaparse, como lo efectuó, olvidándose de llevar consigo la caja salvadora. Cuando al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, los fieles acudieron al sacrificio y hallaron el templo vacío, lejos de imaginarse la verdad, lo achacaron á milagro, pensando que el dios Cascante se había subido al cielo en cuerpo y alma; lo que vino á ser artículo de fe y cuestión de dogma en la nueva religión del cascantismo. A este prodigioso suceso siguieron grandes fiestas religiosas, que terminaron con ayunos y solemne procesión de la divina reliquia, la cual colocaron en un altar, entonando himnos de alabanza al dios Cascante. PARÍS: HOTEL C A R N A V A L E T Hasta aquí Livingstone. En cuanto al Júpiter del Tocatú, las relaciones de esta tribu con César y Alejandro, y la alhaja arqueológica que veneran, dejando á un lado el aparato científico, la gravedad histórica, las tradiciones venerandas, las respetables creencias religio.sas y las debidas consideraciones sociales, lo cierto y positivo es lo siguiente: Por causas que se ignoran, aunque se supone fueron disensiones conyugales, un andaluz, de carácter emprendedor y aventurero, salió de Chiclana, y, andando andando, se fué á Cádiz, en cuyo puerto se embarcó con dirección á las Canarias, de las que pasó al África, internándose en este territorio. Con grande ingenio y mayor audacia, vivió algún tiempo entre las tribus salvajes, comunicándose con ellas por medio de la mímica. La existencia que llevaba no era muy divertida ni agradable, antes por el contrario, expuesta á peligros y desventuras. El cante y baile flamencos le salvaron en muchas ocasiones, y aun llegó con sus peteneras á hacerse dueño y señor de una ínsula de cafres vestidos al natural. Pero el andaluz, que se llamaba Frasquito, no era ambicioso, y, en vez de fundar una dinastía entre aquellos bárbaros, les abandonó de Se acercaron á él, le olieron, y, con una confianza que hizo temblar á Frasquito, le desgarraron la ropa hasta la cintura. Pasáronle las manos por la espalda, por el pecho y los costados, y, ante aquella blancura y suavidad de la piel, dieron grandes saltos y gritos de alegría, formando corro alrededor del estupefacto viajero y girando en torno suyo asidos de las manos. Frasquito, comprendiendo su situación, aprovechó un instante de silencio y cantó unas seguidillas, pensando adormecer sus instintos; pero á los tocatús todo se les volvía enseñar los dientes, que parecían piedras de molino, así como los colmillos, más grandes que la Giralda. Haciendo de tripas corazón, Frasquito recurrió al baile, y, acompañándose con las palmas y la voz, se hizo y deshizo en mil piruetas, cuyas provocativas actitudes excitaron más y más el apetito de la tribu. Un entusiasta se acercó, mejor dicho, saltó sobre él, y, estrechándole entre los brazos, le dio un mordisco en el hombro, del que le arrancó un buen pedazo, haciéndole ver las estrellas, que aun no habían salido. Avisado por el dolor, y convencido de que con tales hotentotes no había cante ni baile posibles, se echó mano al bolsillo del pantalón, El origen de la religión de Tocatú, de sus relaciones con griegos y romanos y de la joya arqueológica que veneran, es, con ligeras variantes, la historia de no pocos héroes de la tierra. V I C E N T E COLORADO -V EL C E N T I N E L A DE LA VIDA Allá donde se mueve el pensamiento humano en regiones intermedias entre la luz y las sombras, y entrevé pero no percibe con entera discreción, en las extensas penumbras que bordean el espacio iluminado de la cultura, la imaginación y el arte, eternos soñadores dominados por la nostalgia visionaria é idealista, avanzan y retroceden para volver, como la ola, á adelantarse y de nuevo recogerse. En semejante labor, la ciencia, ve, conoce, descompone palpa, y el arte presiente, adivina, sintetiza; ambos persiguen el mismo fin y los dos encuentran valladares por el pronto insuperables, quién sabe si accesibles en lo porvenir. E n toda la amplísima esfera de la cultura hu- 55 LA ILUSTBACION IBEiiíOA mana, ciencia y arte van, marchan y progresan, á veces paralelamente, en ocasiones coincidiendo, ya adelantándose vino de los dos, pero representando siempre ambos energías colectivas que contribuyen á que el hombre forme conciencia de sí mismo y de la realidad que le rodea. Pero la asidua colaboración de la ciencia y del arta adquiere relieve y plasticidad, superiores á toda otra esfera, en la del mar insondable de la sensibilidad. Tan pronto como el análisis científico penetra á través de alguno de los intersticios de la sensibilidad, sentando hechos y estableciendo conexiones para precisar leyes, el arte reviste, con su vegetación tropical, las nuevas verdades de todo aquel aparato seductor de que es fuente inagotable la imaginación fecunda de individuos y pueblos. Ha intentado, por ejemplo, y en parte conseguido, el análisis científico, determinar algunas de las condiciones del dolor como estado de perturbación y desequilibrio de la sensibilidad en su relación con el medio ambiente; ha puesto de relieve la mayor riqueza expresiva del dolor comparado con el placer; ha observado que la pena y la contrariedad acusan una petición inconsciente de auxilio y ayuda, que con el dolor se contrae la parte afectada como si instintivamente se pretendiera mostrar menor superficie á la impresión desagradable, mientras que el placer dilata el órgano satisfactoriamente afectado. En seguida el arte, montado en el Pegaso de la imaginación, ha invadido el terreno de las conjeturas, y, dominado por la preocupación teleológica, ha interpretado semejantes datos, atribuyéndoles una frialdad trascendente, que implica por lo menos el olvido de la complexión de lo real cuando no sirve de indicio para colegir que el vicio antropomórfico, concibiendo la realidad al modo de la nuestra, subyuga aún á las inteligencias más claras, quién sabe si por efecto de su misma constitución; pues aun aquellas que á toda hora, y sin oportunidad ni sazón, hacen gala de un po'-ú sitivismo de moda y de un vuelo ras' -;; trero, obedecen á la necesidad tan ;_'i~-~ gráficamente expresada por Schopen1^- \ hauer cuando define al hombre un ani•'; mal metafísica. '; De largo abolengo es semejante empeño, perseguido por la ciencia y por el arte, atribuyendo una finalidad al dolor, de que son ejemplos la virtud curativa que se le ha atribuido, la influencia que aun hoy se le reconoce en falsos métodos de educación (la letra con sangre entra), y el alcance que se le concede para el destino ulterior de la vida en determinadas doctrinas morales y religiosas (ascetismo)La fruta del árbol prohibido del Paraíso, el pecado original, los tiempos fabulosos y heroicos de todos los pueblos, el talón de Aquiles, el fuego do Prometeo, etc., son otros tantos mitos de maldición y ensayos explicativos del dolor, tocados todos ellos de la radical impotencia con que el hombre blasfema contra lo inefable é inexplicable que le circunda. Representan contestaciones (que no lo son aunque lo parezcan) de la imaginación al eterno grito con que inquiere la criatura el enigma de la existencia: ;por qué se sufre'? No cede, antes bien persiste, la inteligencia huelan a en este su incesante afán explicativo; y si Se derrumban antiguas concepciones y desaparecen mitos, se reanuda de nuevo la obra, y siempre, constantemente, se están ensa3'ando nuevas y más generales, cada vez también más comPren.sivas explicaciones del origen del dolor, en *odo tiempo solicitadas por el instinto de la cu''•osidad, pero hoy vivamente exigidas como ne- cesidad urgente ante elprogresivo desarrollo alcanzado por el pesimismo. E s conveniente (nada huelga en la ruda labor del pensamiento) examinarlas y tenerlas en cuenta como otras tantas etapas que recorre el pensamiento humano á través de esta larga peregrinación, formando gradualmente conciencia de si mismo y de cuantos objetos le afectan y solicitan. Pero impone la circunspección (ley propia detoda crítica) notar repetidas veces que todo lo real es complejo, complejísimo, mucho más de lo que suponemos; y además que las hipótesis y conjeturas, en que expresa sus audacias la concepción humana, reducen casi siempre, por la tendencia unificadoi'a del entendimiento, la realidad á términos simples y genéricos, como si estuviera hecha de nitivo del pensamiento ínterin los hechos observados no sean en mayor número, pierdan su apariencia contradictoria y autoricen justificadamente la inducción, que excede del orden de la realidad inmediata al de la exterior y trascendente, factor por lo menos tan importante como el primero en la serie de los fenómenos complejos de la sensibilidad. Mientras ignoremos en qué consiste el cambio físico-químico de un nervio ó de una célula que sufre (base orgánica de todo dolor moral), sólo obtendremos definiciones descriptivas del dolor, sin percibir su índole propia, qiie no excedo, para el análisis actual, de un estado sujetivo ó hecho de conciencia máxime si se observa que, á veces, únicamente la intensidad de las sensaciones separa el placer P A R t S : HOTEL L A M O I G N O N una pieza \\ obedeciera á plan preconcebido por nosotros mismos. De la falta indicada adolece la teoría, en parte sólo verdadera, patrocinada por Richet (V. La Douleur. Etude de Psicologíe physiologique) cuando afirma que el dolor, como aviso de una perturbación ó desequilibrio, que exige ser rectificado, es el centinela de la vida, ó la vanguardia que, en función saludable, nos obliga, mediante crueles advertencias, á'cuidar de nuestra propia conservación. Consecuencia obligada de semejante relación, comprobada en hechos de la sensibilidad fisiológica, lo mismo que de la psíquica y moral, es la finalidad inmanente que revelan el conseusus orgánico y la racionalidad psíquica, reaccionando ante los excitantes dolorosos (sacando fuerzas de flaqueza) y gravitando por tendencia inconsciente hacia el equilibrio de la sensibilidad, de que son pruebas la salud fisiológica y la tranquilidad del ánimo. Pero la trascendencia teleológica, á que se siente inclinado con sus anhelos de síntesis y generalización el arte, no queda suficientemente comprobada, ni qtiedará como progreso defi- del dolor. Asi, por ejemplo, se nota que no existe abismo alguno, ni línea divisoria bien acentuada, entre el placer y el dolor, y que la delicadísima urdimbre de la sensibilidad se halla constituida por gradaciones y matices que pasan de lo placentero á lo doloroso en regiones intermedias ó placeres dolores (los sabores agridulces, el ridículo, la melancolía, etc.). Sin extender la mirada intelectual á consideraciones de otra índole, aun debemos insistir, admitiendo la parte de verdad que contiene la teoría indicada, en la racesidad de rechazar todo intento de personificación abstracta que pretendiera atribuir á la naturaleza la cualidad consciente; puesto que si el dolor se muestra como centinela de la vida, es á veces traidor á su consigna. Si males, por ejemplo, que no son graves van acompañados de grandes dolores (los del parto normal, el dolor de muelas, etc.), otros de suma gravedad (males i n t ^ o s , casi todas las intoxicaciones) toman cuerpo y producen terribles efectos sin el aviso d e ^ n dolor correspondiente. Además el consensus orgánico es tan complicado en su estructura, y en oca- V I S T A DE T A N G E f '^'='SDE LA R A D A P U E R T A Y M I N A R E T E DE LA M É Z Q U . T A MAYOri M E Z Q U I T A DE A I S A G U A TfÍA M E R C A D O DE LA Z U E C A , í I N T E R I O R DEL E D I F I C I O ANEJO AL FARO D E L CABO E S P A R T E L "^"^UROS.-CARAVANA MARRUECOS: T A r " ' ^ ^ (de fotografía) P U E R T A DE LA M E Z Q U I T A MAYOR 58 LA ILUSTRACIÓN IBEEIOA siones tan diferenciado en su funcionalismo, que más difíciles, y se verifican, sin embargo, á peofrece motivo para que persistan errores de gra- dir de boca. Ahí está, por ejemplo, la niña de ves consecuencias en la localización del dolor los Castrillos, que no tenía sobre qué caerse dolores de cabeza que son producidos por su- muerta, y, á pesar de esto, se casó con uno que ciedad de estómago, y aun desequilibrios de la es marqués ó conde... ó caballerizo de la real sensibilidad moral, nostalgias, que no se refie- casa... algo así... en fin, un personaje. Y todo ren á su causa real). ¿por quéV Porque la chica es bonita. Pues miParece, por tanto, justificado reargüir contra ren Vds.: á esto no le gana nadie á Consuelo, toda pereza y abandono, exigiendo de la indivi- eso no. Ya lo dicen muy claro su madre y su dualidad fisiológica y moral que provoque ince- abuela y todos los de la familia. Y lo que es sosantemente las reacciones adecuadas, á fin de bre este punto no exageraban, porque D.^ Trique el oscuro indicio que ofrece el aviso del do- nidad miraba á su hija muy imparcialmente y lor se convierta en consciente y previsor, y aun, veía sus defectos. ¡Ya lo creo si los veía! Ella en los casos en que falta su escrutadora inter- no era como otras madres que tienen la pretenvención, se supla semejante falta, merced á sión de creer que sus hijas, sólo por serlo, ya experiencias repetidas, por la previsión conscien- parecen poco menos que ángeles bajados del cielo. Y luego, vaya V. á ver. ¡A ciialquiera te de nuestra racionalidad. No será lícito que el análisis científico do un cosa llaman bonito estas gentes! lado, ni la tendencia sintética de otro, rebasen los límites que ya d e j a m o s indicados, convirtieudo precipitadamente á nna inducción trascendental lo que sólo está justificado como inferencia inmediata. Dentro de ella queda el dolor ó conciencia del mal sentido como asunto eternamente nuevo para la • investigación experimental y como tema jamás agotado para las especulación reflexiva. A una y otra les ha de seguir exigiendo la ley propia de la inteligencia (el plus ultra) lo que cada cual puede y debe ofrecer: á la primera, hechos, hechos y hechos, y á la segunda interpretación cada vez más circunspecta y ordenada de estos mismos hechos. Sólo de esta suerte, colaborando á la par la especulación y la experiencia, caminando con pies de plomo, pero sin perder de vista, al menos como exigencia, la ínter, ijj,! pretación racional; ensanchando la •base de sustentación y elevando cada vez más la mirada, podremos cumplir la exigencia tan bellamente expresada por el poeta como símbolo del progreso de la cultura: «Vengan hechos y hechos, pero al i n t e r p r e t a r l o s miremos arriba, apuntemos á los cascos.» U. GONZÁLEZ SKRHANO -r- LA VISITA DEL PRIMO T e a - g o w n (Bata-te) —Vamos, niña: prontito eso, que es tarde y debe llegar de un momento á otro. E s Todos estos pensamientos y estas cavilacionecesario que todo lo encuentre preparado: ¿sa- nes de la buena señora no la impedían ocuparbes? Mira: pon ahí, en ese clavo, junto á la cabe- se en el arreglo de la habitación con nna acticera de la cama, la relojera... anda; y en ese otro vidad espantosa, mareante. ¡Qué agitación! ¡Qué el espejo para que tu primo se peine y se arre- movimiento! ¡Qué de ir y venir, y qué de vuelgle la corbata. ¡Jesús! ¡No puedo cenias prisas! tas para acá y para todos lados! Y al mismo Bien podía haber avisado con anticipación, por- tiempo, como si fuera una máquina á la que que ahora ¡claro! se nos echa todo encima... A hubieran dado cuerda, no dejaba de hablar y ver, tráete dos sillas del comedor. No te en- hablar, y colooar sillas, y desdoblar ropas, y limtretengas ahora en mirarte al espejo, que lugar piar cuadros, mesas, todo, porque todo lo limtendrás después. ¡Ay, qué cabeza la mía! ¡Pues piaba escrupulosamente. Parecía el ideal de la no se me ha olvidado sacar sábanas limpias del mujer activa y trabajadora en medio de sus armario! ¡Si es lo que estoy diciendo á cada atributos: escoba, plumeros, trapos... ¡la mar de momento! Estos trotes no son para mí, porque cosas!... Y dale qne le das al polvo y á la basuya me voy poniendo vieja y lo que me convie- ra, y esto quito y aquello coloco, hasta dejar el ne es el descanso y la quietud, y... ¡Nada, nada, cuarto brillante y aseado como un espejo y que me está fastidiando Felipitol arreglado y bonito como un camarín de Virgen. D.a Trinidad, pues así se llamaba la respetaSu hija Consuelo la ayudaba en esta tarea. ble señora con quien hemos entrado en conoci- Entre las dos iban á poner aquello que ni pinmiento, no se daba punto de reposo. Y el caso tado. ¡Que fuera allí... que fuera allí quien quino era para menos: esperaba á su sobrino Feli- siera, á ver si era posible hacerlo mejor ni más pe, el hijo de su hermano Anselmo, el acaudalado pronto! Pero ¡claro! lo que ellas decían:—Despropietario de Extremadura á quien tantos fa- pués de todo, ni siquiera se fijarán en que esto vores debía. Un sobrino rico es una esperanza cuesta trabajo. ¡Como si arreglar una habitación cuando se tiene una hija casadera, i Si D.» Tri- fuera la cosa más sencilla del mundo! ¡Vamos, nidad lo pudiera pescar para su hija Consuelo! que hay cosas...! ¡Qué más querrían todos ellos! Después de todo Y D.» Trinidad empezaba á incomodarse sólo no tendría nada de particular. Otras cosas hay al imaginar que podía haber una persona que no quedara perpleja ante su talento casero, como ella le llamaba. Y luego ¡en tan poco tiempo! ¡Con tiempo hubieran hecho prodigios! Pero, nada, habían preparado la habitación de prisa, en un momento, porque no tuvieron más remedio que hacerlo así. —Parece mentira,—decía la respetable mamá de Con.suelo,—parece mentira que no nos haya avisado hasta hoy: ¿no es verdad? Debía haber escrito con anticipación. Pero no: pone un telegrama diciendo: Hoy llego, y ya tiene V. á Periquito hecho fraile. Y gracias á que ha salido todo bien; porque yo, hija mia, te digo que no sé cómo he sacado fuerzas para tanto. ¡Ay, Jesús! ¡Jesús! ¿A que no sabes lo que le ha pasado anoche á D. Ventura, el vecino del principal? ¡Tiene gracia! ¡Ja, ja, ja! ¡Tiene gracia! Yo me he reído mucho. Toma, Consuelo, esta toalla, y ponía en su sitio. Eso es: así está bien. Pues sí: figúrate que el pobre hombre traía una borrachera de padre y muy señor mío, y en lugar de meterse en su casa subió al segundo y se coló en el cuarto de la Pepa. ¡ Calcula tií! Ella quiso echarle á la calle; pero D. Ventura se empeñó en acostarse en su cama, y ¡que si quieres! no hubo medio de convencerle. Quita, niña: no tires de ese tapete, que vas á hacer alguna barbaridad. ¿No puedes estarte quieta hasta que te mande otra cosa? ¡Ah! Pues verás. Cuando estaban en esto llega el marido de la Pepa, que es muy bruto, como sabes, y, ahora le tomo y ahora le dejo, le dio una de bofetadas y golpes que lo dejó medio muerto en la escalera. ¡Qué cosas, hija mía, qué cosas se les ocurren á algunas personas! Pues, mira, no me da lástima: que se fastidie por torpe. ¡Cuidado con meterse en un cuarto que no es suyo á dormir la borrachera y á desalojar el estómago, porque lo que es la escalera la ha puesto perdida! Y, natural, mente, hoy le tienes en la cama hecho un atúnsin poderse mover. ¿Te parece que pongamos las fundas en las butacas? Sí: es lo mejor. ¡Bonitas las pondría si no las tuvieran! Si la criada no estuviera enferma nos hubiera ayudado, y ya estaría esto concluido; pero no hay más remedio que aguantarse: ¡qué le vamos á hacer! Y el sereno empeñado en llevarlos á todos á la cárcel. ¡Qué risa! Hubieran hecho un pan como unas hostias. El hombre era más duro que una piedra. A ver: arrima el sofá a l a pared. Más. Así: déjalo ya. Yo, hija de mis entrañas, no espero reír más en todos los días de mi vida. ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Qué gracia ha tenido todo eso! Ven acá y empuja un poquito la cama. ¡Ay! ¡Maldito sea el demonio! Me he cogido el brazo contra la pared. Ayúdame, Consuelo, ayúdame. Tira de aquí, de la mano, fuerte. Más. ¡Ay! Me parece que se me ha encogido un músculo. ¡Esto era lo único que me faltaba! Vamos, ya se me va quitando el dolor. Es un calambre; debe ser un calambre. ¡Caramba, y cómo duelen los condenados! —¿Quieres que hagamos la cama, mamá? —¡Ah! Es verdad. Vamos. ¡Si ya no sé donde tengo la cabeza! Consuelo estaba mal: se le conocía en la cara. ¡Qué mareo! Todo el día trabajando en aquel maldito cuarto. Y, sobre todo, aunque ella no lo confesaba, la charla de su madre la tenia aturdida. ¡Ya no podía más! Si aquello duraba mucho tiempo no respondía de su estómago, y... vamos, que no respondía. ¿Por qué no la habían de dejar mirarse al espejo? ¡Qué fastidio! ¿Si querría su mamá que se presentase ante su primo hecha una facha? Pues no: no pasaba por eso; que no pasaba, ¡vaya! ¿No era una vergüenza que Felipe la viera como una fregona? Si, señor, lo era; pero no había más remedio que estar allí á vueltas con el polvo y las telarañas. —¿A que no sabes,—decía D.a Trinidad,— quién vino esta mañana? ¿No? Pues FogatiUas, ese caballero amigo de tu padre. Se conocen desde solteros y la han corrido juntos. ¡Valientes perdidos eran los dos entonces! Espérate: pondremos el colchón de rayas azules encima: es más bonito y luce más. Deja. ¡Uny! Ya está. Pues LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA si: vino á preguntar por la salud de todos, y especialmente por la de tu padre. También me preguntó por Julieta, esa viuda socarrona que parece una mosquita muerta; pero lo hizo con un tono... Tira, tira de ahí, de la sábana, de aquella punta. Ya está bien. Si, con un tono bastante extraño. Y ¿qué opinas tú de esa señora? Porque á mí se me figura que no es todo oro lo que reluce. Ya ves, á mí no me importa ni quiero meterme en vidas ajenas; pero ¿qué quieres que te diga? Hay cosas que la interesan á una. ¡Esta viuda es más reservada y más...! No cuenta á nadie una palabra. ¿Te ha dicho á ti algo? ¡Ca! ¡Bueno fuera! Sin embargo, yo creo que aquí hay gato encerrado. ¡No sé! ¡No sé! En fin, no murmuremos, porque eso es un vicio muy feo, y á mí no me gusta cortarle la piel á nadie. Y á todo esto ¿qué hora será? Voy á enterarme, porque ya no debe faltar mucho para las seis, y á las seis llega el tren. Al momento vuelvo. Espérate, y concluiremos de arreglar el cuarto. Consuelo aprovechó aquella tregua para mirarse al espejo, y que no se encontró del todo fea lo demuestra la sonrisa que apareció en sus labios, sonrisa de satisfacción y de orgullo. Verdaderamente estaba muy bonita. Su carita, blanca y fresca y sonrosada; su boca pequeña, alegre, incitante; sus grandes ojos negros, brillantes y juguetones; no me dejarán mentir. Pero debía arreglarse un poco, porque sus gracias no lucían con aquel traje de sirvienta de casa pobre. Sí, señor: y ella misma lo comprendía, y por eso se desesperaba y se... —¡Consuelo! — ¡Voy! ¿Para qué me querrá mi mamá ahora ? Y mientras se dirigía al encuentro de su madre, pensaba, con la mayor inocencia, por supuesto: —¡Qué ganas tengo de que llegue mi primo! ¿Será guapo? ¿Será elegante? ¿Será listo? No sé por qué me figuro que sí; y, es más, me parece que le voy á querer mucho, porque ya sin conocerle le quiero bastante. —Ya puedes ir pensando en arreglarte un poco: ¿sabes, Consuelo? Dentro de un cuarto de hora estará aquí Felipe, y es necesario que te presentes con alguna decencia. Anda. Yo terminaré, mientras llega, lo que queda que hacer. ¡Ah! Ponte la falda negra: ¿comprendes? Cierra bien la puerta por dentro, hermosa. ¡Qué contenta va! Estas muchachas son atroces. En tratando de adornarse, todo les parece bien. ¡Qué coquetas. Dios mío, qué coquetas! ¡Han llamamado! ¿Serán ellos? ¡Caramba! Pues si es Julieta. ¿Qué tal? Muy bien: ¿verdad? ¿Y la familia? Perfectamente también: ¿no es eso? Me alegro. Siéntese V., siéntese V. —¡Jesús, qué calor! ¡Vengo ahogada! Esto no se puede resistir. ; No ha llegado aún el huésped? —No, pero ya no puede tardar. Mi esposo ha ido á esperarle, y... ¡Suena un coche! Ellos son, sí, ellos son. ¡Consuelo! ¡Consuelo! ¡Ya están aquí! —¡Tía! ¡Tía!—gritó desde abajo Felipe con toda la fuerza de sus pulmones. Y subió la escalera saltando los peldaños de cuatro en cuatro. La historia no recuerda en sus páginas abrazo más apretado ni más cariñoso que el que se dieron tía y sobrino. A poco más se ahogan mutuamente. Hubo después un diluvio de preguntas y contestaciones. ¡La mar y sus arenas! ¿Cómo estaba su mamá y su papá y su hermanita Amalia? ¡Dios mío! ¡Cómo se alegraba ella de que todos estuviesen buenos! —Pero, vamos á ver,—decía Felipe,—díganme Vds.: ¿cuál es mi prima? Esta: ¿verdad? ¡Caramba! ¡Qué bonita! Vamos, ¿tú no me das un abrazo? Te avergüenzas: ¿no es eso? Pues no debe ser así, porque por algo somos primos. ¿No es cierto, tía? —Sí, todo lo que tú quieras. Hoy no se te puede negar nada. Vienes muy delgadito, hijo. ¡Qué mal te cuidan en tu casa! —No diga V. eso. Si estoy delgado es por naturaleza; pero á mí se me figura que aquí me voy á poner gordo, créanlo Vds., al lado de una chica tan mona como Consuelo. ¡Ay, prima, prima! Me parece que para mi seguridad personal tienes demasiados atractivos. Todos estaban verdaderamente contentos. A Consuelo se le iban los ojos detrás de su primo. No se había equivocado. ¡Qué guapo era y qué listo y qué distinguido! ¡Valía mucho más que Alejandro y que Arturo y que el otro! No, y lo que es á él no le había desagradado su primita. ¡Quite V^. de ahí, hombre, pues si era una pintura la niña! ¡Qué expresión en los ojos! ¡Qué gracia en las lineas de la boca, y qué cuerpecito tan elegante, tan aristocrático y tan bien formado! Aquello valía un imperio; sí, señor; y se quedaba corto. —¡Vaya! ¡Vaya! Todos tan buenos. Me alegro tanto... Pero ¿dónde han puesto Yds. mi cuarto? Lo digo porque quiero asearme un poco y mudarme de ropa, y... etcétera. Vamos, Consueli- 59 A MEDIA NOCHE Allá iban, jinete y espolista, envueltos en una nube de polvo que, oscureciendo sus contornos, los velaba en las poéticas nieblas de lo incierto, cuyo misterio acrecentaban más y más la hora, el sitio, lo solitario del camino, el aspecto triste del paisaje, la misma lejanía, mayor á cada instante, en que se columbraban aquellas dos sombras que cruzaban veloces por la llanura inhóspita que, semejantes á espíritus negros desprendidos por la muerte, atravesaban volando los vencejos, que se dibujaban por oscuro sobre el fondo sangriento de los celajes del ocaso, que parecían presagiar algo funesto. Al salir de la espesura de Framil, cuyos últimos ramajes sombrean en parte la encrucijada que forman dos malos caminos de herradura, si bien uno de ellos mucho más solitario y temeroso, tiró el jinete de las riendas al caballo, y lo paró, dudando entre cuál de los dos elegiría; y el espolista, que corría delante, parándose á su vez y mirando alternativamente á una y otra senda. —¿Por qué mano echamos?—preguntó en su dialecto. —Por donde sea más cerca, — contestó el otro después de un instante, como si entonces acabase de decidirse. —Como más cerca, es por bajo,—repuso el mozo señalando el más solo de los descaminos;—pero por Céltigos se evita pasar de noche la honza del molino. ¡Que tiene una sana!... ¡Madre de Dios de Eradomín! ¡ Qué sona tiene! Volvió á dudar el de á caballo, y tras un momento de silencio á preguntar: —¿Cómo c u á n t o más podrá haber por uno que por otro lado? —Lo que hay... Por eso aun le es un buen pedazo. —¿Habrá tanto c o m o de aquí al molino? —Haberá bien. —Es mucho,—dijo resueltamente el jinete. Y S o m b r e r o s y c u e r p o s d e invierno sin más detenerse, echó por el más s o l o d e los to: ¿quieres guiarme tú? Después de todo, con- dos caminos que atraviesan la llanura, la cual tigo voy á cualquiera parte, y... en fin, más vale cubre una hierba desmedrada y seca que le da un aspecto de triste monotonía, interrumpida callar. Estas palabras produjeron efecto instantá- apenas por los sauces que á lo lejos marcan la neamente. Julita, la viuda, soltó la carcajada linea irregular del rio, y acrecentado entonces con estrépito; Consuelo se puso colorada como por las nieblas que al caer de la tarde se levanun tomate, y D.»- Trinidad... ¡caramba!... doña tan siempre de la ribera. Trinidad se sonreía maliciosamente como si las —Pique bien, pique bien: á ver si aun tenebromas de su sobrino le hicieran á ella cosqui- mos luna para pasar la honza,—gritó el mozo, llas en el corazón. que se había quedado un tanto atrás observan—Conque, dime: ¿me acompañas?—repitió do el aspecto del cielo y el dilatado horizonte, en el cual aparecían ya muy desvaídos los arreboFelipe. —Deja, deja: no seas inocente,—exclamó la les del ocaso. Pronto se perdieron, ala bajada, en lo oscuro señora de la casa.—Yo te conduciré á tu habitación. Allí tienes de todo: ¿sabes? Pero si te de la trocha, que desde allí sombrean hasta la hace falta algo, llamas. ¡Anda, hombre, anda! calzada vieja añosos y copudos álamos que an¡No te embeleses tanto mirando á iu prima, que tes llegaban más allá de la casa solariega de unos hidalgos que llamaban los Quintañones, lugar tendrás para todo! Y echó á andar, murmurando para sus ena- dos de los cuales, aunque muy vagamente, recuerdo j'o todavía, porque hace muchos años guas: —Decididamente: atrapar á un sobrino rico, que ya no existen ni ellos ni su nido. —Vaya prevenido por lo que pueda saltar,— cuando es joven y el cebo es una muchacha bonita, no es tan difícil como yo me creía. Y lo dijo al jinete, en tono quedo, el espolique, cuanque es esta vez hay pesca segura. ¡Ya lo creo do atravesaban el robledal del molino. —No hay cuidado. si es segura! ¡Como que el pez se ha tragado ya —Hayle, y bien que lo hay. Una vez, era uno, el anzuelo! así de la misma conformidad de vMede, porque más poco tenía temor, y en la misma puente le CARLOS F E L I C E S ANDÓ.IAR P A R É N T E S I S C A R I Ñ O S O (cuadro dp L. Álvarez) LONDRES: D I S C U S I O N E S P U B L I C A S DS N I Ñ O S EN EL SIGLO X V I 62 salieron dos hombres y robáronle todo sin dejarle casta, y no lo mataron por milagro divino. —Eso son cuentos de una vez... —Tan cierto le es como que todos nos hemos de morir. Hará ahora, de esto, un suponer...— y se interrumpió, lanzando una exclamación de susto que hizo estremecer al jinete y le previno. Moviéronse las zarzas de un seto separadas con fuerza, y una sombra negra saltó en mitad del camino y dio el alto con voz bronca y de resuel- \ ta amenaza, enarbolando una hoz que, suspen- I dida sobre la cabeza del viajero, brilló un momento con acerados siniestros resplandores, sólo \ comparables con aqTiellos otros tan rápidamente \ difundidos por el inesperado fogonazo que se \ siguió inmediatamente, iluminando con azulada . sulfúrica vislumbre el rostro zaino y barbine- i gro de un hombre que tenía asidas las riendas | y que se tambaleó y cayó pesadamente. Enea- i britóse el caballo, chispearon las piedras, se ha- \ blaron atropelladamente los dos hombres, y se | perdieron en una revuelta del camino, que pres- ¡ to abandonaron por otro de ruedas junto á la I iglesia de Bradomin,que está en la hondonada, i Y allí se detuvieron un momento para dejar I paso á un arriero que iba medio dormido sobre I sil muía, arrebujado en una manta amarillenta. —Puedes volverte con el caballo: yo desde aquí bien me pongo del otro lado, con pasar la barca,—dijo á media voz el jinete. —Más mejor (salvo su parecer) es llegar á Céltigos y luego volver por la vereda, que es el camino más cierto. —No, no: si recelas algo, aun alcanzas á ése. Monta si quieres: todavía se ve.—Y señalaba al arriero, que lentamente descendía por la honda trocha, cubierta de hojas muertas del anterior otoño. Obedeció el espolista; y, ya sobre la silla, se inclinó para hablar un momento con el viajero, el cual, terminado el coloquio, que fué breve, se hizo a u n lado para dejar paso al caballo, y murmuró, llevándose un dedo á los labios: —De lo de esta noche, ni esto. —Descuide,—repuso el mozo alejándose. ¿Quién era aquel hombre que quedaba parado en mitad del camino? ¿A dónde ibaV Yo no os lo podré decir. Tal vez fuese un emigrado; tal vez huyese á Portugal. El caballo que montaba era pinto, y de semejante color no recuerdo por toda aquella tierra otro alguno que el del abad de Eramil, tío del famoso señorito del Pazo de Quintañones, del cual se susurraba si pertenecía á la facción, y que entonces andaba muy perseguido. Probable es que fuese él. Dio el mozo alcance al arriero, á tiempo que empezaban á caer gruesas gotas, que á los dos obligaron á espolear las cabalgaduras. Soplaba en ráfagas el viento, estremeciendo los álamos del camino, que cabeceaban tristemente, inclinando sus copas al suelo; y á un lado, en un claro del ramaje que iluminaba la luna, descubríase el molino, que se destacaba y sobresalía por oscuro. Era éste de aspecto sospechoso y siniestro, y estaba colocado en una revuelta; de manera que sorprendía, y siempre harto desagradablemente, á todos cuantos la senda por primera vez atravesaban. Sentada al pie del postigo, que aun permanecía abierto en hora tan desusada, estaba una viejezuela, tocada con un mantelo y rezando medrosamente, mientras se hallaba, á no dudarlo, en espera de algo. —¿Está Brión?—preguntó el arriero cuando estuvo cerca. —No le está,—contestó la vieja suspirando. —Salió poco ha en busca del rapaz, que se marchó al serán y no ha parecido más. —Tendrá por ahí algún divertimiento. —¡Ojalá tuviera! —Y diga,—continuó el otro;—¿han pasado estos días muchos macidans? —Pasáronle muy bastantes. —¿El Ginesin también? —-También, mas paréceme que ya pudo ser otra vegada; pero no me dé mucho creto, porque no estoy cierta. —¡Me valga Dios!—dijo contrariado el ai'rlero, Y espoleando la muía otra vez, y con mayor prisa, emprendió el camino. LA ILÜSTBACION IBÉRICA —Si me mira por ahí á ese enemigo de hijo, mándemelo,—gritó apenada y por postrera vez la vieja. Pesadas nubes encapotan el cielo, sobre el cual recortaba su oscura silueta, allá muy en la hondonada, la iglesia de Bradomín, cuya única campana sonaba lentamente con el toque del nublado. Percibiase de un modo vago y misterioso el rumor de la corriente que alimenta el molino y en ocasiones semeja alarido de can que ventea la muerte ó gemido de hombre á quien quitan la vida, y el airoso creciente de la luna se dibujaba todavía en el cielo, cuando de pronto una de las cabalgaduras se detuvo espantada y poco faltó al jinete para dar en tierra. Tendido en mitad del camino, y muerto, á lo que parecía, estaba un mocetón alto y moreno. Tenia una hoz asida fuertemente con la diestra, descalzos los pies, que parecían de cera; la boca llena de sangre, los ojos ya vidriados é inmensamente abiertos, desfigurado por una herida en el rostro, chamuscada la barba, que era muy negra y muy hirsuta; y contraídos y sin color los labios. —¡Es el Chupen!—dijo asombrado el arriero.—¡El hijo del molinero de ahí!—Y, cambiando repentinamente de tono, preguntó al mozo, el cual estaba en extremo demudado: —¿A qué hora has pasado tú por aquí? —Cedo,—repuso aquél con voz no muy segura. Miróle su compañero á la cara, y con sonrisa socarrona y picara exclamó: —¡Estás tú bueno! Y refrenó la muía para subir la cuesta. RAMÓN DEL V A L L Í : DE LA PÍ:XA Á UNA MUJER Me mirabas, cual siempre, indiferente; tenías en tixs labios una flor: ¡estrella entre celajes purpurinos que contemplaba yo! Tus perlas trituraban lentamente su tallo, entre prisiones de carmín agostando su esencia con la esencia que brotaba de ti. Gayó la floi': despareciste al punto. Yo sobre aquel despojo me lancé, i Su tallo dulce y cálido guardaba un mundo de placer! Si alguna vez, mujer, has adorado con la pasión con que te quiero yo y han sellado tus labios con un beso de celestial sabor, comprenderás la dicha inexplicable que la pobre alma mía pudo hallar al aspirar la esencia de tu boca con portentoso afán. ¡Tuve en mis labios el calor de un beso... hasta que aquella flor se marchitó! ¡Es la sola alegría en este mundo que me ha dado tu amor! J O S É M . » D E LA TOKRE cio de los Archivos Nacionales, que es un verdadero archivo en sí mismo; tantas son las historias que se han "desarrollado entre sus muros, como sabe todo el mundo al hablarse del Hotel Soubise, que así se llamaba antes. Es obra del siglo XIV. El Hotel Carnavalef, calle de Rambuteau, palacio del tiempo de Catalina de Mediéis, fué construido por u n a familia breKma llamada de Kemevoy, de donde, por corrupción, Caruavalet. Vivió allí Mme. Le Sevigué, y está destinado hoy á Museo Histórico. Contiene muchas esculturas de Juan Goujon. El Hotel Lamoignon, finalmente, es u n magnífico palacio del ítenacimiento, digno de detenida visita. BKCCERDOS DE TARRAGONA La puerta de San Antonio, de imponente aspecto, abierta en la muralla romana y entre las enormes moles del muro ciclópeo, fué labrada en 1640, bajoelreinadodeFelipeIV, diciendo mucho en favor de la pomposa concepción de su proyectista. A igual fecha pertenece la atrevida y esbeltísima Cruz del término, que se levanta frente á ella. No cabe ser tan preciso en lo tocante á quiénes construyeron la puerta ciclópea, una de las dos que subsisten todavía. Lo más corriente es suponer que fué obra de alguna colonia de pelasgos, por su completa semejanza con las murallas de Tirinto y de Micenas en la Argólida, bien que no faltan otros que quieren las hubiesen edificado los aborígenes de Italia, y aun se ha dicho si serla cosa de los fenicios. La primera opinión parece la más probable. Si fueron pelasgos, procedentes de la Tirrenia, ó Etruria, como se llamó después, la cosa debió ocurrir hará unos 3,300 años. Mucho más moderno es el arco llamado de liará, hermosísimo arco triunfal que un ciudadano romano, sumamente adinerado, llamado Liciano Sura, se dio el gustazo de mandar edificar á costa de su bolsillo. Imposible parece que u n a obra tan magnífica, tan elegante, tan grandiosa, fuese idea de un simple particular, bien que desempeñó tres veces el cargo de cónsul bajo el imperio de Trajano. Levántase este gallardísimo arco á unas 2 leguas de la capital, en medio de la carretera de Barcelona. La torre famosísima de los Escipiones ha hecho devanar los sesos á muchos arqueólogos. Es realmente una construcción eminentemente fúnebre, á cuyo efecto contribuye la vecindad de u n a rocosa playa y el solitario pinar en cuyo centro se levanta. No creo yo, en manera alguna, que fuese destinada á enterramiento de los ilustres generalesdelloma, muertos el uno cerca de Linares y el otro en el corazón de Sierra Morena, antes bien tongo para mí que quizás podría buscarse u n a etimología, bien estrafalaria, lo confieso, al nombre que la torre lleva; y es que como Tarragona fué durante mucho tiempo un montón de ruinas, habitadas solamente por pescadores, podrían éstos haber dado á la playa contigua al monumento, el nomhíe de plalja deis sipions, y por extensión á la torre. No aseguro nada, sin embargo; pero conste que los jibiones que se pescan en Tarragona son exquisitos de verdad. KL ARTE ESPASOL L. Alvarez, Nicolás Mejía No se atribuirá, sin duda, á espíritu de nacionalidad el que tributemos los más calurosos elogios á esa obra, pues no los ha recibido escasos en el extranjero. Paréntesis cariñoso es un cuadro de género á lo Fortuny, aunque sin la menor reminiscencia de la manera de este pintor insigne, pero con la semejanza del colorido y de los toques. La pareja es simpática en extremo, y los accesorios están discretamente agrupados sin que eclipsen lo principal, lo cual no sucede siempre. A igual época corresponde el lindísimo cuadro de don Nicolás Mej la i a i t í í i m a tonadilla, cantada p o r u n abate á u n a de las más hechiceras damiselas del tiempo del señor don Carlos m . Es de admirar la gracia de las actitudes y la perfección con que están reproducidos los ropajes, todo lo cual hace de este cuadro una obra tan simpática como hábilmente pintada. EL MAOUREB: NUESTROS GRABADOS CHANZONKTAS Dibujo de E. Bau Figura llena do expresión, jovial,honesta. Conviene propagar esa elase de tipos que nos libran de los eternos modelos descocados, harto propagados por desgracia. LOS ARCHIVOS N A C I O N A L K S . - HOTEL •HOTKL CARNAVALET LAMOIGNON Por más que París haya cambiado casi completamente de faz en lo que va de siglo, por cansa de las incesantes demoliciones y nuevas construcciones que se han realizado y realizan, quedan todavía en pie muchos palacios y monumentos de otras épocas, especialmente en el Marais, que son un atractivo más entre los muchos que posee laprimera ciudad del mundo. Así, por ejemplo, puede admirarse aún el pala- T.4NGER ¡Cuántos recuerdos {nada más que recuerdos, y no queramos ser quijotes), evoca el nombre de Tánger, Tandja de los marroquíes! iQuiera Allah que por largos siglos continúe disfrutando de prosperidad igual á la que al presente goza la antigua capital de la Mauritania Tinfeitana! Tánger, al O. do Ceuta, en el extremo NO. del África, es, vista desde el mar, una ciudad de magnífico aspecto, construida en forma de anfiteatro, rompiéndose á sus pies las olas del Atlántico. Está rodeada de murallas que no son precisamente como las de Metz, por más que no le faltan buenas defensas marítimas. Sus numerosas calles, menos una, son sumamente estrechas y tortuosas, en relación con lo que exige el clima. Las casas son bajas, sin lujo alguno exterior: u n a vez dentro es otra cosa. Hay que decir que la gente es buena y hospitalaria. La mezquita mayor es espaciosa y bonita, con u n elevado minarete revestido de mosaico. T>a Zueca ó Socco es u n a grande esplanada irregular, refúda enteramente con la horizontalidad, donde se reúnen toda suerte de tratantes, chalanes, saltimbanquis, fanáticos, iiA ILUSTBACION IBÉRICA etcétera, y desde cuyo punto se divisa perfectamente el cementerio, situado en lo alto de una colina. Cercanas al 8occo están también las casas de los europeos, ocultas entre la tupida verdura de la vegetación. La mezquita de ,-lísajriía está en el centro de la ciudad, y ostenta un gracioso minarete flanqueado por la tradicional palmera. La Farola se levanta á 28 kilómetros de Tánger en el cabo Espartel, y de fijo la recuerdan bien cuantos han hecho el viaje de las Antillas á algiín puerto del Mediterráneo, pues es la primera tierra que se ve después de quince dias de no contemplar sino cielo y agua. La población es muy mezclada, haljiendo allí árabes, moros, judíos y numerosos europeos, en especial españoles y alemanes. En la actualidad tenemos allí u n a iglesia, un hospital y u n a escuela de medicina, io cual basta. No queramos, en efecto, meternf'S á destripacuentos. En Marruecos, en aquella tierra salvaje, hace diez años no se ha registrado ningún robo ni homicidio, y el viajero puede hacer el viaje desde Tángerá Marruecos sin temor alguno á atracadores, petarderos, secuestradores ó taruguistas, ¡Qué gusto vivir en aquella tierra! r.ONDEES: BEPEESENTvíCIONES INFANTILES EN EL SIGLO escrito en su limpio escudo la palabra leal,— contestó, á las anteriores frases de la esposa del ministro, el severo Montalván. —Te creí hombre de gran corazón, y veo... que en ti domina la fantasía,—contestó Lola como picada en su amor propio. — £ n mí sólo domina el deber,—contestó Fernando. —j Te empeñas en que haga pedazos el ídolo que fabricó mi imaginación durante doce años! —exclamó Lola con verdadero sentimiento. —Destrózalo, amiga mía, ya que nos i^rohibe nuestra religión adorar ídolos falsos. Lola dejó caer con abatimiento la cabeza sobro el pecho y calló, pero dos lágrimas de fuego empañaron el brillo de sus hermosos ojos. Fer- XVI Antes de Sakespeare y sus inmediatos predecesores, tenia el drama inglés por sus más celebrados representantes compañías infantiles que generalmente daban sus funciones en la corte ó en los palacios de los embajadores. Durante los reinados de Enrique Vil, Enrique VIH y María Tudor, estos espectáculos estuvieron muy en predicamento; pero llegaron á su apogeo en t i t m p o de Isabel, cabiéndoles á aquellos actorcülos el honor de estrenar muchas comedias de BenJonson. Nuestro grabado se refiere a u n a de las representaciones infantiles e n l a c o r t e de Enrique VIII. V A L E N C I A : PORTADA D E L PALACIO D E L MARQUÉS DE DOS AGUAS Dibujo de Pedro Ferrer Este palacio es uno de los mejores ejemplares del estilo barroco que pueden estudiarse en nuestro país, donde fué introducido p o r el gran Eibera. Sin duda que el estilo barroco es una viciosa adulteración de las formas greco-romanas, y que la exornación es enfática, emperifollada, conyencionallsima; pero, en medio de todo, empareja muy bien con el carácter de la época y no deja de ofrecer cierta grandeza y fastuosidad. LO QUE GUSTA Á LAS MUJERES p o r J A C I N T O LABAILA (CONTINUACIÓN) —Lola, no tengas de mi ese concepto: soy un pigmeo y me ci'ees un gigante. Si continúas apreciándome asi, tendré que solicitar de tu esposo mi destino en Ultramar, como pensaba, y me veré precisado á separarme de ti, cuando acabo de tener la satisfacción de encontrarte después de doce años de ausencia,—contestó Montalván manifestando de lleno la nobleza de los sentimientos de su corazón, —¿Crees que vas á inspirar celos á Alberto? —le preguntó Lola atribuyendo á móvil menos digno las anteriores frases de Fernando.—Los hombres políticos viven absorbidos por la pasión avasalladora que les domina. La mujer propia, la familia, el hogar, no existen pai'a ellos: no tienen tiempo para ocuparse de estas bagatelas, que les son indiferentes y que constituyen la felicidad de la mujer. Los hombres políticos se ríen del sentimiento, porque han suprimido el corazón y viven entregados á la liebre de un mundo artificial, donde pai-a brillar sólo necesitan cabeza firme, actividad, voluntad flexible, y... nada más. Soy tan libre como una viuda: mi esposo no tiene tiempo para ocuparse de raí, y me deja sola y entregada á la tentación del gran mundo, sin poner cortapisas á mis voluntades ni á mi independencia; y yo, que siento un hon• do vacio en mi alma, me consagro por aburrimiento á los vanos placeres del lujo y de la vanidad. Bien puedes comprender, Fernando, que un marido como el mío es imposible que sea celoso. —No lo puedfi ser; pero el amigo íntimo está en el caso de evitar la ocasión de que el recuerdo encienda una hoguera que abrase un día el honor, que para él es sagrado; debe oponerse a que se le tenga por traidor, ya que siempre ha A b r i g o de Piel de f o c a ^ . 63 departamento,—dijo el ministro á su condiscípulo.—Ambos salieron, atravesaron varias habitaciones hasta llegar á una sala que terminaba en una alcoba, elegantemente amueblados, y al llegar allí se pararon. —Te instalas aquí y me dispensas que te deje, porque es hora de que acuda al ministerio. —Saldré contigo. —Te llevaré en el coche á donde desees ir. —Quisiera visitar á Matilde de Santiponce. Sé por Lola que vive en Madrid, pero yo ignoro su domicilio. —¡Demonio! ¡Pronto os habéis ocupado de ella! i No es extraño! ¡ Como luíste el defensor de su honra in illo tempore! — ¡También tú lo sabes! —¡Toma! Ella me lo ha repetido varias veces, como lo refiere á todo el mundo. Con t u carácter novelesco sabes sacar de quicio á todas las mujeres. Tu modo de ser es á propósito para trastornarlas la chaveta. —No desatines, Alberto; pues cuando todavía permanezco célibe, debes comprender que mi decantado partido con ellas no existe más que en vuestra imaginación. —Eso no: no te has casad o porque prefieres ser b u e y suelto. Te pudiste casar con mi mujer, y habrás podido contraer m a t r i m o n i o con otras muchas, acaso de mejores condiciones que ella. —Vamonos, Alberto, que debes hacer ya falta en el ministerio,—dijo, en vez de replicar, Fernando, como terminando el diálogo. —Sigúeme, pues. Ambos amigos bajaron la escalera y subieron en el carruaje, que partió con celeridad. Al llegar á la calle del Arenal, que era donde vivía Matilde, se detuvo el coche y se despidieron los amigos del modo siguiente: —A las siete se come en casa: te esperamos Lola y yo. —No haré falta. —Hasta luego. —Adiós. IV nando lo observó, y en silencio se dijo tristemente: —¡Es mi destino dar vida, contra mi voluntad, á amores imposibles! III Del ensimismamiento en que quedaron sumidos los dos ex amantes vino á sacarlos Alberto, que alegremente penetró en la habitación, diciendo: —Lola, espera en tu gabinete íntimo la marquesa del Valle, á la que he dejado allí hojeando tu álbum de retratos. Fernando, tienes preparadas tus habitaciones y van á traerte el equipaje. Voy al ministerio, pero no te obligo á salir de casa: te quedas si no quieres salir conmigo. Levantando la cabeza y sonriendo Lola al oir á su esposo, contestó inmediatamente: —Voy á ver á la marquesa. Fernando, ya lo sabes: esta es tu casa, y dispon de ella como gustes. —Me congratulo de convencerme de que sois mis verdaderos amigos,—contestó Montalván. —Hasta luego,—dijo Lola sonriendo y saliendo con ligereza de la liabitación. —Ven conmigo á tomar posesión de tu Fernando de Montalván quedó solo y subió á la casa que habitaba la mujer por quien arriesgó la vida y de la que huyó, digámoslo así, para que no creyese que se sacrificaba con la idea de alcanzar una envidiable recompensa. Iba, después de doce años, á recibir las gracias que Matilde anheló darle á su debido tiempo como testimonio del íatimo agradecimiento que por él sentía; iba además extemporáneamente para probarla que sólo el deber le indujo á salir á su defensa y que deseaba verla cuando era inoportuno buscar premio á su acción meritoria, ó cuando el premio se había ya purificado del sabor de delito. Meditando en lo anterior, llamó ala puerta de la habitación, le abrió un criado y le condujo á un lujoso gabinete, después de tomar la tarjeta que Fernando le entregó. Quedó éste solo algunos momentos, esperando á la dueña de la casa. Contrariado al conocer que Lola le quería como en lósanos juveniles que fueron amantes, y entristecido por la grave situación que le creaban para el porvenir haber perdido su fortiina y tener que morar en casa de su antiguo amigo y de la esposa de éste, enamorada todavía de él, como acertadamente presumió sin ser presun- LA ILU8TBACI0N IBEEICA 64 tuoso; le asaltó de repente el pensamiento de visitar á Matilde, que cinco años atrás había hecho honda impresión en su alma, para comprender en la primera entrevista si ésta podía joven hechicera y millonaria, acostumbrada al trato de los dandys de la aristocrática sociedad. Adem'ás, la ruina de su patrimonio era de gran peso para inclinar el platillo de la balanza en ojos de Fernando con el esplendor de su belleza, como ciega la luz del sol que penetra de repente por una ventana, al que antes estaba á oscuras. Matilde Santiponce, que tomó asiento al lado de Montalván, rayaría acaso en los veinticinco años á pesar de haber sido compañera de colegio de Lola y á pesar de ser viuda hacía ya treinta y seis meses. Fué precoz en todo: en su desarrollo y en su casamiento. A pesar de esta precocidad, parecía aún una niña. Nadie, al ver la frescura de su tez, la diafanidad ingenua de sus grandes ojos, el espeso cabello rubio dorado, que peinaba según el ritual de la moda y que se ensortijaba sobre la frente, más por tendencia natural que por artificio de la peinadora; nadie, al ver la tersura de sus diminutos labios húmedos y rosados como las flores al rayar el día, nadie, repetimos, creería, á no saberlo, que Matilde había visto flores más de diez y seis primaveras, porque su fisonomía jovial y candorosa á la vez, de cuyo tinte participaba el conjunto armónico de sus facciones, subyugaba por la frescura, por el color, por el contomo y por la expresión. Fernando palideció al ve'rla, como si los cinco anos pasados ausente de ella hubiesen añadido nuevos atractivos á su hermosura, y como si la pasión naciente que le obligó á huir de su lado cuando estaba ligada por sagrados vínculos, hubiese crecido en intensidad al volver á ver á su inspiradora libre de ellos. Matilde, risueña, ligera y con espontánea alegría, entró en el gabinete, se sentó al lado de Fernando, y exclamó: —¡No vuelvo en mí de la sorpresa! |V. en Madrid! ¡V. en mi casal \ V. venir á verme! —El tono de las exclamaciones me prueba que no he sido importuno tomándome esa libertad,—contestó Montalván alegremente. —¡Importuno! ¡El salvador de mi honra, el que casi sin conocerme arriesgó por mí la vida! Cinco años hace que busco en vano la ocasión de manifestarle mi agradecimiento. —Ese deseo recompensa con creces la acción que me dictó el deber. ¿Para qué mayor premio que la gratitud que leo en su semblante? —Gratitud que durará en mí toda la vida. Pero ¿cómo supo V. que vivo en Madrid? —Por Lola. (íSe cmitiiiuará) DEL DR. AYER M E D A L L A DE ORO KN LA E X P O S I C I Ó N U N I V E R S A L DE BARCELONA V A L E N C I A : F A C H A D A D E L P A L A C I O DEL M A R Q U É S DE DOS A G U A S ser para él el áncora de salvación capaz de sujetar la nave que iba á ser azotada jjor tremenda borrasca. Meditaba en lo que acabamos de exponer, pero desconfiaba del éxito, creyendo que su personalidad insignificante y envejecida, más por derroche excesivo de sentimiento que por los años y por los vicios, sería desagradable á una ^ contra suya y uno de los poderosos motivos que le hacían tener desconfianza, que iba en aumento á medida que pasaban los minutos de espera, interminables para él, como lo demostraba al sacar infinidad de veces el reloj con ligeras intermitencias de un segundo. Por fin interrumpió su soledad una esbelta mujer que entró en el gabinete y que cegó los AVISO IKTEBESANTE A LOS SEÑOBBS SO^SC'RITORES Y COHI^ESFONSALES \^ L a s r i q u í s i m a s t a p a s h e c h a s exproí'eso p o r iiidicacióii d e e s t a c a s a p a r a /y L a I l u s t r a c i ó n I b é r i c a , l a s h a l l a r á n e n el t a l l e r d e e n c u a d e m a c i o n e s de /; MoNSEKBAT EsTEBAN: Calle d e l P a s e o d e G r a c i a , n . ° 1, Barcelo % i Cura radlcalmenle la escrófula, herpes, erupciones, llagas, eiifermeilades Immorales y todas las afecciones de la piel por crónicas y rebeldes que sean. Piiriflca la sangre y vigoriza el sistema. Tomada á tiempo y con constancia, evita los ataques apopléticos y todas las enfermedades que tienen su origen en la fuei za y superabundancia de la sangre. Las í ( eminencias médicas la prescriben con gran éxito. . . Los incrédulos pueden consultar con su doctor, ü e A venta eu todas las farmacias y droguerías. yJ ÍÜÍIIÍi'ISTKÁWÓN; Cortes, 365-371. Ramón Molina», cditor.-Rcserrados los derechos de propiedad artística y literaria.-Las reclamaciones en Madrid, al representante de esta casa D. Manuel Pía y Valor, Apodaca, 10. ?". ->í( I N S É R T E S E Ó NO, NO SE D E V U E L V E N I N G Ú N ORICJINAL )f<- BSTABLSoiMiKNTü TiPüLiTOGEAFioo Di La I l u s t r a c i ó n I b é r i c a : CALLE D Í LAS OOETES, NOM." 365 A 371.—B-AÜCELÜNA