Núm. 31? - Hemeroteca Digital

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SEMANARIO CIENTÍFICO, L I T E R A R I O Y ARTÍSTICO
Año Vil
ESPAÑA
Un año
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Un semestre.
. . . 6'50 •
Numero suelto. , . . 0"26 »
P0RTÜ(5AL
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f'.ada uiimero . . . .SO reís.
CUBA T PUERTO RlCd
Un año
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los señores corresponsales.
EXTRANJEKO
Un año. . . . . .
18 pesetas.
C H A N Z O N E T A S (dibujo de E. Bau)
Núm. 31?
50
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TsxTO: Madrid, por'PememñoT.—Mademoiselle
Norma leontlnuaeión), por Vicente Blasco Ibáíiez.—Xa tribu del Tocata, por Vicente Coloraflo,—Eí centinela de la vida, p o r
U. González Serrano.—£a visita del primo, por Carlos Felices Andújar.—^ media noc/ie, por Ramón del Valle de
la Peña.—4 una mujer (poesía), p o r José M," de la Torre.
—Nuestros grabados.—Lo que gusta á las mujeres (continuación), p o r Jacinto Labaila.
GRABAD03: Chanzonetas.-í'arts: Los Archivos Nacionales.
Hotel Carnavalct. Hotel Lamoignon.—Recuerdos de Tarragona,—ÜZ arte español: La última tonadilla. Paréntesis
cariñoso.—El Maghreb; Tánger.—Modas.-Londres; Representaciones infantiles en el siglo xvi.—Valencia: Fachada del palacio del marqués de Dos Agnas.
MADRID
B a t a l l a de a c a d é m i c o s —El n u e v o c u a d r o d e l p i n t o r
Moreno C a r b o n e r o . - U n a velada.—Un aniversario.—La s i e r p e c i i l a .
f
N los círculos de la juventud literaria se
pide á grito herido la disolución de la Academia. Los diarios liberales respiran indignación. Comelerán ha sido elegido académico. Pérez Galdós tendrá que esperar á que otro
académico tenga la amabilidad de morirse dejando el correspondiente sillón vacío. Dicen los
que disculpan la elección del Sr. Comelerán,
gramático desconocido, que en la Academia no
se necesitan glorias nacionales, sino personas
que sepan hacer diccionarios.—Pero, entonces,
—exclaman los partidarios de Galdós,—¿por qué
no están ya en aquel instituto García Blanco,
nuestro primer hebraísta; Camús, nuestro primer humanista; Bardon y otros?—El Sr. Comelerán resulta elegido por haber defendido errores
de la Academia y por haber sido recomendado
del Sr. Cánovas del Castillo.
A la votación han concurrido, pues, veinticuatro académicos, faltando á causa de su enfermedad los Sres. Alarcón, Gabino Tejado,
Arnao y Galindo; y por ausencia el padre Mir
y D. Cayetano Fernández. Estos hubiesen votado al Sr. Comelerán. Los Sres. Martos, Echegaray Castro y Serrano, y Benot, que son académicos, no han tomado posesión de sus cargos, y
por lo tanto no han podido favorecer con sus
simpatías al Sr. Pérez Galdós, como lo hubiesen
hecho, sin duda ninguna.
D. Tomás Rubí, que no asiste á las sesiones
desde hace un año, y que está muy delicado de
salud, fué á votar por el Sr. Comelerán. Don
Luis Fernández Guerra parece que se puso
bueno con el mismo propósito únicamente.
La lucha ha sido ardientísima, y quizás marque en la Academia alguna división para lo
futuro.
Han votado en favor del Sr. Comelerán los
Sres. Cánovas, Catalina, Madrazo (D. Pedro),
Guerra y Orbe (D. Aureliano), Guerra y Orbe
(T>. Luis), Rodríguez Rubí, Saavedra, Barrantes, Tamayo, conde de Cheste, Cañete, conde
de Casa Valencia, Pidal (D. Alejandro) y marqués de Valmar.
Favorecieron al Sr. Pérez Galdós los votos
de los Sres. Núñez de Arce, Castelar, Valera,
Campoamor, Zorrilla, Balaguer, duque de Rivas, marqués de Molins, Menéndez Pelayo y
Silvela (D. Manuel).
_ Al Sr. Comelerán no le ha votado ningún
liberal: en cambio al Sr. Galdós le han votado
cuatro conservadores.
Pasen estos datos á la historia.
Se han comentado todas estas circunstancias
con apasiommiento. La opinión ha manifestado
un grandísimo interés en este conflicto. Todos
aquellos que procuran quitar importancia á los
acadftiicos y á la Academia, demuestran con su
misma violencia la importancia que les conceden. :li teniendo en cuenta que los candidatos
solicitan ellos mismos su elección se reconociese que merecen por este solo hecho ser desde-
ñados y nadie se ocupase de ellos, bien pronto la
Academia y los académicos perderían su prestigio. De poco sirve menospreciar las cosas por
las que manifestamos interés y pasión. Las injusticias se repiten, pero se batalla cada vez
con más entusiasmo. Por muy despreciable so
tiene el pertenecer á un cuerpo donde sólo
triunfa el pandillaje; pero combatimos frenéticamente por que nuestro candidato obtenga un
puesto que no le honra.
Hay en esto un gran contrasentido.
Los conflictos académicos son de difícil solución, porque la Academia es un cuerpo de dos
naturalezas: ella, en efecto, confecciona diccionarios y gramáticas; ella es, al mismo tiempo,
una especie de Olimpo literario. Gramáticos y
literatos son diversos: poetas hay que no han
abierto la gramática en su vida; gramáticos
existen que sólo saben escribir correctas necedades. Habría que dar un solo carácter al instituto, ó fundar dos diferentes. Quizás fuese lo
mejor establecer una oficina nacional donde
pudiesen ingresar cuantos son especiales en
materias del habla, y un Atocha donde se agrupasen las celebridades literarias de la patria.
Los unos trabajarían y cobrarían razonables
sueldos: los otros tendrían el deleite de contemplarse en su recíproca grandeza y el de ser
admirados por el inmenso vulgo. Por supuesto,
gratis.
Entretanto insisto en que no debemos tomar
estos asuntos con tanto calor: ya se sabe que
la influencia da el sillón; que los grandes hombres de Estado, jefes de los partidos, designan
los candidatos, los imponen. Esto hace posible
el ingreso de cualquier español en la Academia:
abre el campo á todas las ambiciones. Nadie
pierde y todos ganan en ello.
Se han visto cosas raras, sin embargo, en esta
elección. Marcelino Menéndez Pelayo ha votado
á Galdós, y esto ha bastado para que los periódicos que no le reconocían mérito por su talento, se lo reconozcan j^a por su independencia.
D. Manuel Silvela no tenía simpatías entre los
liberales: hay ya quien le encuentra digno de
compartir la presidencia de la república con
Ruiz Zorrilla.
Y es que aquí todos llevamos á todo nuestro
carácter arrebatado, impresionable, voluble, é
incurrimos en los mismos defectos que censuramos.
En fin, goce de la codiciada y disputada plaza
el Sr. Comelerán: su nombre queda ya como famosa representación de la sabiduría indigesta
y del compadrazgo sin pudor. Tal vez la opinión
se equivoque y sea con él injusta. Pero no hay
remedio: así como nadie le puede quitar ya su
sillón, nadie le quitará ya el estigma universal.
Así las academias se renuevan y así el mundo
marcha.
Y vamos á otro asunto, porque éste ya es
viejo.
Ño ha sido colocado aún en el sitio que ha de
ocupar definitivamente en el Senado, y su salón
de conferencias, el cuadro de Moreno Carbonero que representa la Entrada de los catalanes y
aragoneses en Gonstantinopla al mando de Boger
de Flor. Este cuadro debe formar pendant con
el de Pradilla La rendición de Granada. Hablaré del mérito artístico de esta pintura en otra
crónica, limitándome por hoy á dar una idea de
la composición ideada por Carbonero. El pintor
representa la escena fuera de Gonstantinopla, en
el Boucoleon, sitio imperial que recibía este nombre del grupo escultórico colocado sobre el monumento, que representa un toro vencido por
un león. El emperador Andrónico Paleólogo I I ,
apellidado el Viejo, que compartía el gobierno
con su hijo Miguel, está sentado en la silla gestatoria empuñando el labarum. Figura su hijo á
la derecha, y lleva en la mano la cruz griega
como cetro. Alrededor de los emperadores hay
diferentes personajes, entre los cuales están el
própose, spartiarios, generales, obispos, eunucos y otros. En el fondo aparece la guardia imperial á caballo. Roger de Flor, á caballo con
las insignias de megaduque, es decir, con el
gorro y cetro de los héroes de Homero, se des-
taca en el centro. Viene saludando con el gorro.
Delante va el escudero con la cota de malla de
su señor en la mano, y á la izquierda un ostiario,
funcionario encai'gado de las presentaciones oficiales, que ha salido á recibir á Roger y que
vuelve con él, montado sobre un caballo blanco,
al estilo de los caballos del Parthenon. £1 tipo
del ostiario, como los del grupo de la corte bizantina, tiene un sello de afeminación que contrasta con el aire de los almogávares que siguen
á Roger. Delante de los aragoneses, á la derecha
de su capitán, va un caballero aragonés, con la
bandera de San Jorge, patrón de este pueblo; y
delante de los catalanes, armados de sus arcos
y venablos, machetes y broqueles, marcha un
adalid ó guía con la bandera de las barras. En
el fondo del cuadro, y á lo lejos, vese el templo
de Santa Sofía, el Hipódromo, parte del palacio
imperial y los jardines del Mesozeplón. La armada ha echado el ancla en la Propóntide ó mar
de Mármara, y el camino por donde vienen los
almogávares está cubierto de laureles en homenaje á sus victorias.
El cuadro lo empezó Carbonero en París,
donde el autor ha hecho los e.studios de indumentaria sobre los textos de la Biblioteca Nacional, y lo concluyó en Málaga, en la plaza de
toros, sitio escogido por él para lograr el efecto
de luz abierta que estimaba ser el propio de la
escena.
El cuadro no ha venido precedido del interés
y de los elogios que otros lienzos que figuran en
el Senado. El público aficionado procura verle,
sin embargo, y algunos críticos han manifestado
ya sus opiniones. Humildemente, sin pretensiones, daré pronto la mía.
No encuentro asunto que pueda relacionarse
sin violencia con los que figuran en esta crónica, si no es la velada que se celebró últimamente en el Ateneo. Leyeron Manuel del Palacio,
Velarde y Zorrilla. La novedad de la noche, sin
embargo, fueron algunos sonetos que recitó Rodríguez Correa. También leyó este ingeniosísimo autor algunos preciosos cantares.
Zorrilla leyó un poema, El Soliloquio, poema
en que el anciano ensalza las glorias y progresos de nuestro siglo, demostrando así que su
genio, cantor, en otros días, de la tradición,
fulgura con nuevas voces para mostrar á las
nuevas generaciones el camino del porvenir. El
público le tributó entusiastas aplausos. Estos
viejos que no envejecen por dentro, son como
esas grutas recubiertas por dentro con fresco
musgo y donde el agua límpida, serena, fresca
y luminosa, eternamente gotea.
Los teatros no han presentado obra de novedad é importancia. Para conmemorar el aniversario del natalicio de D. Pedro Calderón de la
Barca, se representó anoche, en el Teatro Español, El Alcalde de Zalamea, esa obra esencialmente moderna, que justifica al célebre espectador que en una de sus representaciones gritó
frenéticamente:—¡El autor! ¡Que salga el autor!
Es un drama que los antiguos aficionados no podemos ver ya sin tristeza, recordando los tiempos
en que Valero y Romea, y la Teodora y la Hijosa, y Mariano Fernández y Morales y Zamora,
lo representaban en aquellas mismas tablas._ Yo
me encuentro más viejo por dentro que Zorrilla:
cuando recuerdo aquellos tiempos teatrales, me
siento incapaz de elogiar el presente ni de esperar en el futuro. Al concluir la representación
hubo lectura de poesías, como es de cajón.
Cada día tiene su petardo correspondiente,
si bien rudimentariamente construido, y fabricado con relativa benevolencia. No hay que lamentar aún desgracias personales. Los agentes
de la autoridad han preso á varios individuos,
pero la opinión no da importancia á estas prisiones. Se cree que sea uno solo el autor de los
petardos, y de aquí la dificultad de que pueda
descubrírsele, La lectura del telegrama barcelonés en que se anunciaba haber estallado un
petardo de dinamita en el escritorio de los comerciantes hermanos Batlló, produjo en Madrid
profundísimo horror. Los tiempos presentes,
grandes para el bien, lo son de igual manera
para el mal. Y el bien y el mal van de tal modo
51
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
fatalmente unidos, creciendo en iguales proporciones, que la humanidad acepta el uno y se
resigna al otro, protestando tan sólo contra los
malvados.
Los sabios inventan los instrumentos, pero
no han inventado la maldad.
El ciimen es muy antiguo. Adán dormía en
el Paraíso, y por entre sus labios entreabiertos
\se entró una sierpecilla y se escondió en el fondo de su corazón. Sacad esa sierpecilla del corazón del hombre y empedrad las calles con dinamita.
FERNANPLOR
--^-
y con cara feroche oían, en representación de la
justicia, elucubraciones de abogado y declaraciones de testigos; y en un rincón, medio perdido en la sombra, se veía alguno que otro señor
totalmente afeitado y con el sombrero puesto, á
quien los maliciosos suponían una profesión que
por lo sagrada no estaba en consonancia con
aquel espectáculo.
Aquel público jamás estaba quieto. Se agitaba furiosamente, hacía crujir las sillas, daba
golpes sobre las mesas, aullaba, silbaba, aplaudía, pedia la repetición de un couplet, tiraba
sombreros á la escena y daba vivas si alguna
mujer de vida airada entraba en el café.
Allí habían desaparecido las conveniencias
sociales: el caballero estaba ausente para de-
Dos estudiantes mantenían un diálogo desde
ambos estremos del café:
—¿Cuándo sale esa Norma?
—Dentro de un instante: el programa marca
que en el número siguiente.
Trascurrió un buen rato. Mademoiselle Alice,
una gordinflona pesada y de rostro innoble,
que con sus ademanes hacía pensar en un gendarme vestido con faldas, terminó su couplet y
se retiró del tablado en medio de los silbidos y
de los gritos del público.
Reinó después un silencio á que no estaba
acostumbrado el recinto del café. Sólo se oían
las voces de los camareros que con las bandejas llenas de vasos correteaban por entre las
mesas, y el chasquido de das cápsulas proce-
MADEMOISELLE NORMA
(CONTINTJACIÓN)
El salón tenía la forma de un cuadrilátero regular, y todo su pavimento estaba ocupado por
mesas de mármol y sillas de madera negra que,
agrupadas sin orden ni concierto, formaban callejones y estrechos desfiladeros, por los que
pasaban con harta dificultad los espectadores
que iban entrando, no sin causar grandes incomodidades á los que ya estaban sentados.
Al lado mismo de la puerta de entrada se
abría el escenario ó tablado, nicho que parecía
escavado en la pared y que apenas si mediría
unos 5 metros cuadrados. Aquel escenario presentaba siempre la misma decoración: una
puertecita que por lo pequeña parecía hecha
para liliputienses, adornada con un cortinaje
rameado; las paredes vestidas de un papel oscuro con flores de oro y dos mecheros de gas.
En los momentos de descanso entre las dos
partes del concierto, caía un pequeño telón que
cerraba el bocaporte, y el cual era una obra eminente de un pintor de brocha gorda que había
amontonado todas las filigranas y rameado que
le había sugerido su imaginación para que
acompañaran dignamente las siguientes palabras, pintadas bien oblicua ú horizontalmente:
Gran café de la Alegría. Se sirven cenas á precios económicos. Bebidas y licores de todas clases.
Al pie del escenario estaba la orquesta, que,
con más cornetines y trompas que instrumentos
de cuerda, rugía como una bestia cansada, siempre que acompañaba algún couplet.
Frente al tablado estaba el mostrador del
café, con su dependiente echado de codos sobre
el mármol y entregado á la lectura de un periódico, y su anaquelería, en forma de pirámide,
cargada de botellas que, bañándose en la luz del
gas, descomponían sus rayos dándoles el color
de los líquidos que encerraban.
El salón estaba partido en uno de los lados
por una verja de madera, tras la cual también
había mesas, sillas y divanes. Aquello era lo
que D. Celestino llamaba pomposamente el
foyer.
Allí iba á sentarse la adolescencia que deseaba adornarse con el título de calavera y la vejez
gastada con las lides galantes, y por allí circulaban las cantadoras escotadas, con sus trajes
hasta la rodilla y haciendo gala de su impudencia. Algunas veces llevaban el cigarrillo en
la boca, daban graciosas coces á sus adoradores
y hacían toda clase de brutales monerías.
El público que llenaba el café era tan digno
de ser discreto como el salón. No se veían blusas ni gorras en la concurrencia, pues el precio
^^ la entrada no permitía el que tomara parte
en el espectáculo la clase popular.
Estudiantes, vagos decentes, jugadores y militares vestidos de paisano, venían á constituir
^1 núcleo de aquel público.
Además de éstos, en una mesa hablando acaloradamente y gesticulando como energúmenos,
^f Veían algunos periodistas que en sus redacciones, con la pluma en la mano, tronaban con la
inmoralidad social y los espectáculos que pervierten ; en otra estaban dos ó tres caballeros
•le graves rostros, vestidos de americana y hongo, que por la mañana se envolvían en su toga.
P A R f S : LOS A R C H I V O S N A C I O N A L E S
jar más libre al hombre; y la clase media, la
burguesía acomodada, se mostraba tal como era
en la satisfacción de sus goces y en sus alegrías,
sin dársele un ardite las preocupaciones del
mundo que la encadenaban apenas salía á la
calle.
Entraban en el café viejos de aspecto venerable, que se saludaban con algunos amigos guiñándose el ojo como para indicar la magnitud
de su picardía y la jugarreta que hacían á sus
esposas é hijas acudiendo á aquel sitio; y no era
extraño que un severo suegro se encontrara con
su yerno, y, hallándose los dos al descubierto,
acabaran por darse palmaditas en la espalda y
beber como dos camaradas, riéndose al mismo
tiempo de los escrúpulos de su familia.
Hacía una hora que había empezado el espectáculo, y el público iba llegando al período
álgido de su agitación.
La atmósfera estaba cargada del humo sucio
de los cigarros, que empañaba las luces de los
mecheros y hacía palidecer los colores y confundirse los contomos á alguna distancia.
dente del tiro al blanco instalado junto al salón.
De pronto la música rompió á tocar: los violines chirriaron, el director, sin dejar de llevar
el compás con la diestra, aporreó el piano con
su mano izquierda; los cornetines rugieron, el
contrabajo murmuró, sonaron dos ó tres estridentes golpes de bombo y platillos, y, levantándose el cortinaje rameado, saltó al escenario con
la rapidez de la tromba un bulto azul y blanco.
II
Cuando llegó al borde del tablado, se apoyó
con la punta de un pie, hizo una pirueta y dirigió un gracioso saludo á los espectadores.
Era un píllete con faldas, un verdadero tipo
parisiense, mezcla extraña de la vivacidad de la
ardilla, de la malicia de la mona y del instinto
del perro; un Grabroche, pero con un rostro hermoso.
V I C E N T E BLASCO IBÁÑEZ
(Se continuará)
-il'Mia.C OE
•—7?'
TARRAGONA: P u e r t a de San A n t o n i o . - C r u z del t é r m i n o , en la p u e r t a de San A n t o n i o . - P u e r t a ciclópea del paseo de San Antonio.
Arco.de B a r á . - T o r r e de los Esclplones. (Dibujo de A. Ruiz)
LA ULTIMA T O N A D I L L A (cuadro de Nicoi.ís MijfA, dibujo de P. y iValor)
LA ILÜSTBACION IBÉRICA
54
LA T R I B U D E L T O C A T U
David Livingstone, en la relación de sus via- !
jes al África Central, dice que la tribu del To- |
catú, compuesta de hombres feroces y antropó- ;
fagos, fué conocida en la antigüedad por griegos i
y romanos, como lo prueban: 1.° el conser- j
var en medio de sus gritos inarticulados la
palabra tañante, participio activo de presente, :
con el que se designa á Júpiter, si bien la pronunciación, después de tantos siglos, no se
conserva pura, confundiéndose con las de atlante,
cargante, y otras que participan de igual sonido; ;
y 2.0, una reliquia de inmenso valor arqueo- |
lógico, á la que profesan gran veneración, la
cual consiste en una cajita de pulgada y media !
en cuadro, de colores vivos, entre los que pre- \
dominan el amarillo y el rojo, con el león de |
Hércules y varias inscripciones borrosas.
\
la noche á la mañana y siguió adelante su camino.
Después de un largo día de marcha y poco
antes de la caída de la tarde, desfallecido de
hambre, cansado de andar y sin saber dónde
le habría llevado la suerte, vióse Frasquito de
pronto rodeado de una manada de negros, mezcla de hombres y bestias, los cuales componían
la terrible y antropófaga tribu de Tocatú, en la
que hasta entonces no había penetrado hombre
blanco.
E n los primeros instantes el chiclanero fué
contemplado con la timidez que, aun á las mismas fieras, inspira lo ignorado; pero una vez
pasada la primera impresión, prorrumpieron en
espantosas manifestaciones de júbilo.
Los tocatús vieron en su huésped un manjar
exquisito, el plato del día; y la boca se les hizo
agua, ni más ni menos que á un gourmand enragé, después de prolongada abstinencia, se le van
los ojos tras un delicioso guiso.
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sacó con gran solemnidad una caja de cerillas,
encendió un fósforo, lo mantuvo algún tiempo
entre el índice y pulgar, y, por último, se lo
arrojó al negro que acababa de darle tan significativa prueba de cariño.
La impresión fué prodigiosa.
Los tocatús al ver surgir de improviso la llama, quedaron mudos, inmóviles y aterrados; y
cuando la cerilla cayó sobre la cabeza del salvaje y le abrasó los pelos, éste, gruñendo oraciones y súplicas á lo que parecía, se puso de
rodillas y besó el suelo repetidas veces.
De heefteak, vino Frasquito á convertirse en
un dios.
No echó en saco roto, la improvisada divinidad, el efecto producido; y para dar una más terrible prueba de su omnipotencia y tenerles á
raya, prendió fuego á unas hierbas, amenazando
con la destrucción del mundo.
Entonces los tocatús, llorando como débiles
mujeres, hundieron la cabeza en el polvo; y
Frasquito, echando rayos y truenos, pasó por
entre ellos dando coces como si fuera un dios
verdadero.
Desde aquel punto los más miedosos y cobardes tomaron su defensa, le elevaron un
templo, se constituyeron en sacerdotes de su
culto, é hicieron en su honor sacrificios de frutos y animales, que el muy tunante se comía
con gran regodeo.
Pero entre los fieles había también ateos, cuyos estómagos é instintos les impelían á la rebelión y al sacrilegio.
Júpiter, que no las tenía todas consigo, andaba ojo avisor, y al menor síntoma echaba mano
de la caja de cerillas, con la que les daba en
las narices, gritando con toda la fuerza de sus
pulmones:
—¡De Cascante! ¡Cascante!
Así vivió algún tiempo, hasta que, no quedándole más que un fósforo y observando que
la impiedad cundía, decidió escaparse, como lo
efectuó, olvidándose de llevar consigo la caja
salvadora.
Cuando al día siguiente, en las primeras horas
de la mañana, los fieles acudieron al sacrificio y hallaron el templo vacío, lejos de imaginarse la verdad, lo achacaron á milagro, pensando que el dios Cascante se había subido al
cielo en cuerpo y alma; lo que vino á ser artículo de fe y cuestión de dogma en la nueva religión del cascantismo.
A este prodigioso suceso siguieron grandes
fiestas religiosas, que terminaron con ayunos y
solemne procesión de la divina reliquia, la cual
colocaron en un altar, entonando himnos de alabanza al dios Cascante.
PARÍS: HOTEL C A R N A V A L E T
Hasta aquí Livingstone. En cuanto al Júpiter
del Tocatú, las relaciones de esta tribu con César y Alejandro, y la alhaja arqueológica que
veneran, dejando á un lado el aparato científico, la gravedad histórica, las tradiciones venerandas, las respetables creencias religio.sas y
las debidas consideraciones sociales, lo cierto y
positivo es lo siguiente:
Por causas que se ignoran, aunque se supone fueron disensiones conyugales, un andaluz,
de carácter emprendedor y aventurero, salió de
Chiclana, y, andando andando, se fué á Cádiz,
en cuyo puerto se embarcó con dirección á las
Canarias, de las que pasó al África, internándose en este territorio.
Con grande ingenio y mayor audacia, vivió
algún tiempo entre las tribus salvajes, comunicándose con ellas por medio de la mímica.
La existencia que llevaba no era muy divertida ni agradable, antes por el contrario, expuesta á peligros y desventuras.
El cante y baile flamencos le salvaron en muchas ocasiones, y aun llegó con sus peteneras á
hacerse dueño y señor de una ínsula de cafres
vestidos al natural.
Pero el andaluz, que se llamaba Frasquito,
no era ambicioso, y, en vez de fundar una dinastía entre aquellos bárbaros, les abandonó de
Se acercaron á él, le olieron, y, con una confianza que hizo temblar á Frasquito, le desgarraron la ropa hasta la cintura.
Pasáronle las manos por la espalda, por el
pecho y los costados, y, ante aquella blancura y
suavidad de la piel, dieron grandes saltos y gritos de alegría, formando corro alrededor del
estupefacto viajero y girando en torno suyo asidos de las manos.
Frasquito, comprendiendo su situación, aprovechó un instante de silencio y cantó unas
seguidillas, pensando adormecer sus instintos;
pero á los tocatús todo se les volvía enseñar
los dientes, que parecían piedras de molino, así
como los colmillos, más grandes que la Giralda.
Haciendo de tripas corazón, Frasquito recurrió al baile, y, acompañándose con las palmas
y la voz, se hizo y deshizo en mil piruetas, cuyas provocativas actitudes excitaron más y más
el apetito de la tribu.
Un entusiasta se acercó, mejor dicho, saltó
sobre él, y, estrechándole entre los brazos, le
dio un mordisco en el hombro, del que le arrancó un buen pedazo, haciéndole ver las estrellas,
que aun no habían salido.
Avisado por el dolor, y convencido de que
con tales hotentotes no había cante ni baile posibles, se echó mano al bolsillo del pantalón,
El origen de la religión de Tocatú, de sus relaciones con griegos y romanos y de la joya
arqueológica que veneran, es, con ligeras
variantes, la historia de no pocos héroes de la
tierra.
V I C E N T E COLORADO
-V
EL C E N T I N E L A DE LA VIDA
Allá donde se mueve el pensamiento humano
en regiones intermedias entre la luz y las sombras, y entrevé pero no percibe con entera discreción, en las extensas penumbras que bordean el espacio iluminado de la cultura, la
imaginación y el arte, eternos soñadores dominados por la nostalgia visionaria é idealista,
avanzan y retroceden para volver, como la ola,
á adelantarse y de nuevo recogerse. En semejante labor, la ciencia, ve, conoce, descompone
palpa, y el arte presiente, adivina, sintetiza;
ambos persiguen el mismo fin y los dos encuentran valladares por el pronto insuperables,
quién sabe si accesibles en lo porvenir.
E n toda la amplísima esfera de la cultura hu-
55
LA ILUSTBACION IBEiiíOA
mana, ciencia y arte van, marchan y progresan,
á veces paralelamente, en ocasiones coincidiendo, ya adelantándose vino de los dos, pero representando siempre ambos energías colectivas
que contribuyen á que el hombre forme conciencia de sí mismo y de la realidad que le rodea.
Pero la asidua colaboración de la ciencia y
del arta adquiere relieve y plasticidad, superiores á toda otra esfera, en la del mar insondable
de la sensibilidad. Tan pronto como el análisis
científico penetra á través de alguno de los intersticios de la sensibilidad, sentando hechos y
estableciendo conexiones para precisar leyes,
el arte reviste, con su vegetación tropical, las
nuevas verdades de todo aquel aparato seductor de que es fuente inagotable la
imaginación fecunda de individuos y
pueblos.
Ha intentado, por ejemplo, y en
parte conseguido, el análisis científico,
determinar algunas de las condiciones
del dolor como estado de perturbación
y desequilibrio de la sensibilidad en
su relación con el medio ambiente; ha
puesto de relieve la mayor riqueza expresiva del dolor comparado con el
placer; ha observado que la pena y la
contrariedad acusan una petición inconsciente de auxilio y ayuda, que con
el dolor se contrae la parte afectada
como si instintivamente se pretendiera
mostrar menor superficie á la impresión desagradable, mientras que el
placer dilata el órgano satisfactoriamente afectado. En seguida el arte,
montado en el Pegaso de la imaginación, ha invadido el terreno de las
conjeturas, y, dominado por la preocupación teleológica, ha interpretado semejantes datos, atribuyéndoles una
frialdad trascendente, que implica por
lo menos el olvido de la complexión de
lo real cuando no sirve de indicio para
colegir que el vicio antropomórfico,
concibiendo la realidad al modo de la
nuestra, subyuga aún á las inteligencias más claras, quién sabe si por efecto de su misma constitución; pues aun
aquellas que á toda hora, y sin oportunidad ni sazón, hacen gala de un po'-ú
sitivismo de moda y de un vuelo ras' -;;
trero, obedecen á la necesidad tan
;_'i~-~
gráficamente expresada por Schopen1^- \
hauer cuando define al hombre un ani•';
mal metafísica.
';
De largo abolengo es semejante empeño, perseguido por la ciencia y por
el arte, atribuyendo una finalidad al
dolor, de que son ejemplos la virtud
curativa que se le ha atribuido, la influencia que aun hoy se le reconoce en
falsos métodos de educación (la letra
con sangre entra), y el alcance que se
le concede para el destino ulterior de la vida
en determinadas doctrinas morales y religiosas
(ascetismo)La fruta del árbol prohibido del Paraíso, el
pecado original, los tiempos fabulosos y heroicos de todos los pueblos, el talón de Aquiles,
el fuego do Prometeo, etc., son otros tantos mitos de maldición y ensayos explicativos del dolor,
tocados todos ellos de la radical impotencia con
que el hombre blasfema contra lo inefable é
inexplicable que le circunda. Representan contestaciones (que no lo son aunque lo parezcan) de
la imaginación al eterno grito con que inquiere
la criatura el enigma de la existencia: ;por qué
se sufre'?
No cede, antes bien persiste, la inteligencia huelan a en este su incesante afán explicativo; y si
Se derrumban antiguas concepciones y desaparecen mitos, se reanuda de nuevo la obra, y siempre, constantemente, se están ensa3'ando nuevas y más generales, cada vez también más comPren.sivas explicaciones del origen del dolor, en
*odo tiempo solicitadas por el instinto de la cu''•osidad, pero hoy vivamente exigidas como ne-
cesidad urgente ante elprogresivo desarrollo alcanzado por el pesimismo. E s conveniente (nada
huelga en la ruda labor del pensamiento) examinarlas y tenerlas en cuenta como otras tantas
etapas que recorre el pensamiento humano á
través de esta larga peregrinación, formando
gradualmente conciencia de si mismo y de cuantos objetos le afectan y solicitan. Pero impone
la circunspección (ley propia detoda crítica) notar repetidas veces que todo lo real es complejo,
complejísimo, mucho más de lo que suponemos;
y además que las hipótesis y conjeturas, en que
expresa sus audacias la concepción humana,
reducen casi siempre, por la tendencia unificadoi'a del entendimiento, la realidad á términos
simples y genéricos, como si estuviera hecha de
nitivo del pensamiento ínterin los hechos observados no sean en mayor número, pierdan su
apariencia contradictoria y autoricen justificadamente la inducción, que excede del orden de
la realidad inmediata al de la exterior y trascendente, factor por lo menos tan importante
como el primero en la serie de los fenómenos
complejos de la sensibilidad. Mientras ignoremos en qué consiste el cambio físico-químico de
un nervio ó de una célula que sufre (base orgánica de todo dolor moral), sólo obtendremos definiciones descriptivas del dolor, sin percibir su
índole propia, qiie no excedo, para el análisis actual, de un estado sujetivo ó hecho de conciencia
máxime si se observa que, á veces, únicamente
la intensidad de las sensaciones separa el placer
P A R t S : HOTEL L A M O I G N O N
una pieza \\ obedeciera á plan preconcebido por
nosotros mismos.
De la falta indicada adolece la teoría, en parte sólo verdadera, patrocinada por Richet (V.
La Douleur. Etude de Psicologíe physiologique)
cuando afirma que el dolor, como aviso de una
perturbación ó desequilibrio, que exige ser rectificado, es el centinela de la vida, ó la vanguardia que, en función saludable, nos obliga, mediante crueles advertencias, á'cuidar de nuestra
propia conservación. Consecuencia obligada de
semejante relación, comprobada en hechos de la
sensibilidad fisiológica, lo mismo que de la psíquica y moral, es la finalidad inmanente que revelan el conseusus orgánico y la racionalidad
psíquica, reaccionando ante los excitantes dolorosos (sacando fuerzas de flaqueza) y gravitando por tendencia inconsciente hacia el equilibrio
de la sensibilidad, de que son pruebas la salud
fisiológica y la tranquilidad del ánimo.
Pero la trascendencia teleológica, á que se
siente inclinado con sus anhelos de síntesis y
generalización el arte, no queda suficientemente comprobada, ni qtiedará como progreso defi-
del dolor. Asi, por ejemplo, se nota que no existe abismo alguno, ni línea divisoria bien acentuada, entre el placer y el dolor, y que la delicadísima urdimbre de la sensibilidad se halla
constituida por gradaciones y matices que pasan de lo placentero á lo doloroso en regiones
intermedias ó placeres dolores (los sabores agridulces, el ridículo, la melancolía, etc.).
Sin extender la mirada intelectual á consideraciones de otra índole, aun debemos insistir,
admitiendo la parte de verdad que contiene la
teoría indicada, en la racesidad de rechazar todo
intento de personificación abstracta que pretendiera atribuir á la naturaleza la cualidad
consciente; puesto que si el dolor se muestra
como centinela de la vida, es á veces traidor á
su consigna. Si males, por ejemplo, que no son
graves van acompañados de grandes dolores
(los del parto normal, el dolor de muelas, etc.),
otros de suma gravedad (males i n t ^ o s , casi
todas las intoxicaciones) toman cuerpo y producen terribles efectos sin el aviso d e ^ n dolor
correspondiente. Además el consensus orgánico es tan complicado en su estructura, y en oca-
V I S T A DE T A N G E f '^'='SDE LA R A D A
P U E R T A Y M I N A R E T E DE LA M É Z Q U . T A
MAYOri
M E Z Q U I T A DE A I S A G U A
TfÍA
M E R C A D O DE LA Z U E C A , í
I N T E R I O R DEL E D I F I C I O ANEJO AL FARO D E L CABO E S P A R T E L
"^"^UROS.-CARAVANA
MARRUECOS: T A r " ' ^ ^ (de fotografía)
P U E R T A DE LA M E Z Q U I T A
MAYOR
58
LA ILUSTRACIÓN IBEEIOA
siones tan diferenciado en su funcionalismo, que más difíciles, y se verifican, sin embargo, á peofrece motivo para que persistan errores de gra- dir de boca. Ahí está, por ejemplo, la niña de
ves consecuencias en la localización del dolor los Castrillos, que no tenía sobre qué caerse
dolores de cabeza que son producidos por su- muerta, y, á pesar de esto, se casó con uno que
ciedad de estómago, y aun desequilibrios de la es marqués ó conde... ó caballerizo de la real
sensibilidad moral, nostalgias, que no se refie- casa... algo así... en fin, un personaje. Y todo
ren á su causa real).
¿por quéV Porque la chica es bonita. Pues miParece, por tanto, justificado reargüir contra ren Vds.: á esto no le gana nadie á Consuelo,
toda pereza y abandono, exigiendo de la indivi- eso no. Ya lo dicen muy claro su madre y su
dualidad fisiológica y moral que provoque ince- abuela y todos los de la familia. Y lo que es sosantemente las reacciones adecuadas, á fin de bre este punto no exageraban, porque D.^ Trique el oscuro indicio que ofrece el aviso del do- nidad miraba á su hija muy imparcialmente y
lor se convierta en consciente y previsor, y aun, veía sus defectos. ¡Ya lo creo si los veía! Ella
en los casos en que falta su escrutadora inter- no era como otras madres que tienen la pretenvención, se supla semejante falta, merced á sión de creer que sus hijas, sólo por serlo, ya
experiencias repetidas, por la previsión conscien- parecen poco menos que ángeles bajados del
cielo. Y luego, vaya V. á ver. ¡A ciialquiera
te de nuestra racionalidad.
No será lícito que el análisis científico do un cosa llaman bonito estas gentes!
lado, ni la tendencia sintética de
otro, rebasen los límites que ya
d e j a m o s indicados, convirtieudo
precipitadamente á nna inducción
trascendental lo que sólo está justificado como inferencia inmediata.
Dentro de ella queda el dolor ó
conciencia del mal sentido como
asunto eternamente nuevo para la •
investigación experimental y como
tema jamás agotado para las especulación reflexiva. A una y otra les
ha de seguir exigiendo la ley propia de la inteligencia (el plus ultra) lo que cada cual puede y debe
ofrecer: á la primera, hechos, hechos y hechos, y á la segunda interpretación cada vez más circunspecta y ordenada de estos mismos
hechos. Sólo de esta suerte, colaborando á la par la especulación y la
experiencia, caminando con pies
de plomo, pero sin perder de vista,
al menos como exigencia, la ínter, ijj,!
pretación racional; ensanchando la
•base de sustentación y elevando
cada vez más la mirada, podremos
cumplir la exigencia tan bellamente expresada por el poeta como
símbolo del progreso de la cultura:
«Vengan hechos y hechos, pero al
i n t e r p r e t a r l o s miremos arriba,
apuntemos á los cascos.»
U. GONZÁLEZ SKRHANO
-r-
LA VISITA DEL PRIMO
T e a - g o w n (Bata-te)
—Vamos, niña: prontito eso, que
es tarde y debe llegar de un momento á otro. E s
Todos estos pensamientos y estas cavilacionecesario que todo lo encuentre preparado: ¿sa- nes de la buena señora no la impedían ocuparbes? Mira: pon ahí, en ese clavo, junto á la cabe- se en el arreglo de la habitación con nna acticera de la cama, la relojera... anda; y en ese otro vidad espantosa, mareante. ¡Qué agitación! ¡Qué
el espejo para que tu primo se peine y se arre- movimiento! ¡Qué de ir y venir, y qué de vuelgle la corbata. ¡Jesús! ¡No puedo cenias prisas! tas para acá y para todos lados! Y al mismo
Bien podía haber avisado con anticipación, por- tiempo, como si fuera una máquina á la que
que ahora ¡claro! se nos echa todo encima... A hubieran dado cuerda, no dejaba de hablar y
ver, tráete dos sillas del comedor. No te en- hablar, y colooar sillas, y desdoblar ropas, y limtretengas ahora en mirarte al espejo, que lugar piar cuadros, mesas, todo, porque todo lo limtendrás después. ¡Ay, qué cabeza la mía! ¡Pues piaba escrupulosamente. Parecía el ideal de la
no se me ha olvidado sacar sábanas limpias del mujer activa y trabajadora en medio de sus
armario! ¡Si es lo que estoy diciendo á cada atributos: escoba, plumeros, trapos... ¡la mar de
momento! Estos trotes no son para mí, porque cosas!... Y dale qne le das al polvo y á la basuya me voy poniendo vieja y lo que me convie- ra, y esto quito y aquello coloco, hasta dejar el
ne es el descanso y la quietud, y... ¡Nada, nada, cuarto brillante y aseado como un espejo y
que me está fastidiando Felipitol
arreglado y bonito como un camarín de Virgen.
D.a Trinidad, pues así se llamaba la respetaSu hija Consuelo la ayudaba en esta tarea.
ble señora con quien hemos entrado en conoci- Entre las dos iban á poner aquello que ni pinmiento, no se daba punto de reposo. Y el caso tado. ¡Que fuera allí... que fuera allí quien quino era para menos: esperaba á su sobrino Feli- siera, á ver si era posible hacerlo mejor ni más
pe, el hijo de su hermano Anselmo, el acaudalado pronto! Pero ¡claro! lo que ellas decían:—Despropietario de Extremadura á quien tantos fa- pués de todo, ni siquiera se fijarán en que esto
vores debía. Un sobrino rico es una esperanza cuesta trabajo. ¡Como si arreglar una habitación
cuando se tiene una hija casadera, i Si D.» Tri- fuera la cosa más sencilla del mundo! ¡Vamos,
nidad lo pudiera pescar para su hija Consuelo! que hay cosas...!
¡Qué más querrían todos ellos! Después de todo
Y D.» Trinidad empezaba á incomodarse sólo
no tendría nada de particular. Otras cosas hay al imaginar que podía haber una persona que
no quedara perpleja ante su talento casero, como
ella le llamaba.
Y luego ¡en tan poco tiempo! ¡Con tiempo
hubieran hecho prodigios! Pero, nada, habían
preparado la habitación de prisa, en un momento, porque no tuvieron más remedio que hacerlo así.
—Parece mentira,—decía la respetable mamá
de Con.suelo,—parece mentira que no nos haya
avisado hasta hoy: ¿no es verdad? Debía haber
escrito con anticipación. Pero no: pone un telegrama diciendo: Hoy llego, y ya tiene V. á Periquito hecho fraile. Y gracias á que ha salido
todo bien; porque yo, hija mia, te digo que no
sé cómo he sacado fuerzas para tanto. ¡Ay, Jesús! ¡Jesús! ¿A que no sabes lo que le ha pasado anoche á D. Ventura, el vecino del principal? ¡Tiene gracia! ¡Ja, ja, ja! ¡Tiene gracia! Yo
me he reído mucho. Toma, Consuelo, esta toalla, y ponía en su sitio. Eso es: así está bien.
Pues sí: figúrate que el pobre hombre traía una
borrachera de padre y muy señor mío, y en lugar de meterse en su casa subió al segundo y
se coló en el cuarto de la Pepa. ¡ Calcula tií!
Ella quiso echarle á la calle; pero D. Ventura
se empeñó en acostarse en su cama, y ¡que si
quieres! no hubo medio de convencerle. Quita,
niña: no tires de ese tapete, que vas á hacer alguna barbaridad. ¿No puedes estarte quieta
hasta que te mande otra cosa? ¡Ah! Pues verás.
Cuando estaban en esto llega el marido de la
Pepa, que es muy bruto, como sabes, y, ahora le
tomo y ahora le dejo, le dio una de bofetadas y
golpes que lo dejó medio muerto en la escalera.
¡Qué cosas, hija mía, qué cosas se les ocurren á
algunas personas! Pues, mira, no me da lástima:
que se fastidie por torpe. ¡Cuidado con meterse
en un cuarto que no es suyo á dormir la borrachera y á desalojar el estómago, porque lo que
es la escalera la ha puesto perdida! Y, natural,
mente, hoy le tienes en la cama hecho un atúnsin poderse mover. ¿Te parece que pongamos
las fundas en las butacas? Sí: es lo mejor. ¡Bonitas las pondría si no las tuvieran! Si la criada
no estuviera enferma nos hubiera ayudado, y
ya estaría esto concluido; pero no hay más remedio que aguantarse: ¡qué le vamos á hacer!
Y el sereno empeñado en llevarlos á todos á
la cárcel. ¡Qué risa! Hubieran hecho un pan
como unas hostias. El hombre era más duro
que una piedra. A ver: arrima el sofá a l a pared. Más. Así: déjalo ya. Yo, hija de mis entrañas, no espero reír más en todos los días de
mi vida. ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Qué gracia ha tenido
todo eso! Ven acá y empuja un poquito la cama.
¡Ay! ¡Maldito sea el demonio! Me he cogido el
brazo contra la pared. Ayúdame, Consuelo, ayúdame. Tira de aquí, de la mano, fuerte. Más.
¡Ay! Me parece que se me ha encogido un
músculo. ¡Esto era lo único que me faltaba! Vamos, ya se me va quitando el dolor. Es un calambre; debe ser un calambre. ¡Caramba, y
cómo duelen los condenados!
—¿Quieres que hagamos la cama, mamá?
—¡Ah! Es verdad. Vamos. ¡Si ya no sé donde
tengo la cabeza!
Consuelo estaba mal: se le conocía en la cara.
¡Qué mareo! Todo el día trabajando en aquel
maldito cuarto. Y, sobre todo, aunque ella no lo
confesaba, la charla de su madre la tenia aturdida. ¡Ya no podía más! Si aquello duraba
mucho tiempo no respondía de su estómago, y...
vamos, que no respondía. ¿Por qué no la habían de dejar mirarse al espejo? ¡Qué fastidio!
¿Si querría su mamá que se presentase ante su
primo hecha una facha? Pues no: no pasaba por
eso; que no pasaba, ¡vaya! ¿No era una vergüenza que Felipe la viera como una fregona?
Si, señor, lo era; pero no había más remedio
que estar allí á vueltas con el polvo y las telarañas.
—¿A que no sabes,—decía D.a Trinidad,—
quién vino esta mañana? ¿No? Pues FogatiUas,
ese caballero amigo de tu padre. Se conocen desde solteros y la han corrido juntos. ¡Valientes
perdidos eran los dos entonces! Espérate: pondremos el colchón de rayas azules encima: es más
bonito y luce más. Deja. ¡Uny! Ya está. Pues
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
si: vino á preguntar por la salud de todos, y especialmente por la de tu padre. También me
preguntó por Julieta, esa viuda socarrona que
parece una mosquita muerta; pero lo hizo con
un tono... Tira, tira de ahí, de la sábana, de
aquella punta. Ya está bien. Si, con un tono
bastante extraño. Y ¿qué opinas tú de esa señora? Porque á mí se me figura que no es todo
oro lo que reluce. Ya ves, á mí no me importa
ni quiero meterme en vidas ajenas; pero ¿qué
quieres que te diga? Hay cosas que la interesan
á una. ¡Esta viuda es más reservada y más...!
No cuenta á nadie una palabra. ¿Te ha dicho á
ti algo? ¡Ca! ¡Bueno fuera! Sin embargo, yo creo
que aquí hay gato encerrado. ¡No sé! ¡No sé! En
fin, no murmuremos, porque eso es un vicio muy
feo, y á mí no me gusta cortarle la piel á nadie.
Y á todo esto ¿qué hora será? Voy á enterarme,
porque ya no debe faltar mucho para las seis, y
á las seis llega el tren. Al momento vuelvo. Espérate, y concluiremos de arreglar el cuarto.
Consuelo aprovechó aquella tregua para mirarse al espejo, y que no se encontró del todo
fea lo demuestra la sonrisa que apareció en
sus labios, sonrisa de satisfacción y de orgullo. Verdaderamente estaba muy bonita. Su
carita, blanca y fresca y sonrosada; su boca
pequeña, alegre, incitante; sus grandes ojos negros, brillantes y juguetones; no me dejarán
mentir. Pero debía arreglarse un poco, porque
sus gracias no lucían con aquel traje de sirvienta de casa pobre. Sí, señor: y ella misma lo
comprendía, y por eso se desesperaba y se...
—¡Consuelo!
— ¡Voy! ¿Para qué me querrá mi mamá
ahora ?
Y mientras se dirigía al encuentro de su madre, pensaba, con la mayor inocencia, por supuesto:
—¡Qué ganas tengo de que llegue mi primo!
¿Será guapo? ¿Será elegante? ¿Será listo? No
sé por qué me figuro que sí; y, es más, me parece que le voy á querer mucho, porque ya sin
conocerle le quiero bastante.
—Ya puedes ir pensando en arreglarte un
poco: ¿sabes, Consuelo? Dentro de un cuarto de
hora estará aquí Felipe, y es necesario que te
presentes con alguna decencia. Anda. Yo terminaré, mientras llega, lo que queda que hacer.
¡Ah! Ponte la falda negra: ¿comprendes? Cierra
bien la puerta por dentro, hermosa. ¡Qué contenta va! Estas muchachas son atroces. En tratando de adornarse, todo les parece bien. ¡Qué
coquetas. Dios mío, qué coquetas! ¡Han llamamado! ¿Serán ellos? ¡Caramba! Pues si es Julieta. ¿Qué tal? Muy bien: ¿verdad? ¿Y la familia? Perfectamente también: ¿no es eso? Me
alegro. Siéntese V., siéntese V.
—¡Jesús, qué calor! ¡Vengo ahogada! Esto no
se puede resistir. ; No ha llegado aún el huésped?
—No, pero ya no puede tardar. Mi esposo ha
ido á esperarle, y... ¡Suena un coche! Ellos son,
sí, ellos son. ¡Consuelo! ¡Consuelo! ¡Ya están
aquí!
—¡Tía! ¡Tía!—gritó desde abajo Felipe con
toda la fuerza de sus pulmones. Y subió la escalera saltando los peldaños de cuatro en cuatro. La historia no recuerda en sus páginas
abrazo más apretado ni más cariñoso que el que
se dieron tía y sobrino. A poco más se ahogan
mutuamente.
Hubo después un diluvio de preguntas y contestaciones. ¡La mar y sus arenas! ¿Cómo estaba su mamá y su papá y su hermanita Amalia?
¡Dios mío! ¡Cómo se alegraba ella de que todos
estuviesen buenos!
—Pero, vamos á ver,—decía Felipe,—díganme Vds.: ¿cuál es mi prima? Esta: ¿verdad? ¡Caramba! ¡Qué bonita! Vamos, ¿tú no me das un
abrazo? Te avergüenzas: ¿no es eso? Pues no
debe ser así, porque por algo somos primos.
¿No es cierto, tía?
—Sí, todo lo que tú quieras. Hoy no se te
puede negar nada. Vienes muy delgadito, hijo.
¡Qué mal te cuidan en tu casa!
—No diga V. eso. Si estoy delgado es por naturaleza; pero á mí se me figura que aquí me
voy á poner gordo, créanlo Vds., al lado de una
chica tan mona como Consuelo. ¡Ay, prima, prima! Me parece que para mi seguridad personal
tienes demasiados atractivos.
Todos estaban verdaderamente contentos. A
Consuelo se le iban los ojos detrás de su primo.
No se había equivocado. ¡Qué guapo era y qué
listo y qué distinguido! ¡Valía mucho más que
Alejandro y que Arturo y que el otro! No, y lo
que es á él no le había desagradado su primita.
¡Quite V^. de ahí, hombre, pues si era una pintura la niña! ¡Qué expresión en los ojos! ¡Qué
gracia en las lineas de la boca, y qué cuerpecito tan elegante, tan aristocrático y tan bien
formado! Aquello valía un imperio; sí, señor; y
se quedaba corto.
—¡Vaya! ¡Vaya! Todos tan buenos. Me alegro
tanto... Pero ¿dónde han puesto Yds. mi cuarto?
Lo digo porque quiero asearme un poco y mudarme de ropa, y... etcétera. Vamos, Consueli-
59
A MEDIA NOCHE
Allá iban, jinete y espolista, envueltos en
una nube de polvo que, oscureciendo sus contornos, los velaba en las poéticas nieblas de lo incierto, cuyo misterio acrecentaban más y más
la hora, el sitio, lo solitario del camino, el aspecto triste del paisaje, la misma lejanía, mayor
á cada instante, en que se columbraban aquellas
dos sombras que cruzaban veloces por la llanura inhóspita que, semejantes á espíritus negros
desprendidos por la muerte, atravesaban volando los vencejos, que se dibujaban por oscuro
sobre el fondo sangriento de los celajes del
ocaso, que parecían presagiar algo funesto.
Al salir de la espesura de Framil, cuyos últimos ramajes sombrean en parte la encrucijada
que forman dos malos caminos de herradura, si
bien uno de ellos mucho más solitario y temeroso, tiró el jinete de las
riendas al caballo, y lo
paró, dudando entre cuál
de los dos elegiría; y el
espolista, que corría delante, parándose á su vez
y mirando alternativamente á una y otra senda.
—¿Por qué mano echamos?—preguntó en su dialecto.
—Por donde sea más
cerca, — contestó el otro
después de un instante,
como si entonces acabase
de decidirse.
—Como más cerca, es
por bajo,—repuso el mozo
señalando el más solo de
los descaminos;—pero por
Céltigos se evita pasar de
noche la honza del molino.
¡Que tiene una
sana!...
¡Madre de Dios de Eradomín! ¡ Qué sona tiene!
Volvió á dudar el de á
caballo, y tras un momento de silencio á preguntar:
—¿Cómo c u á n t o más
podrá haber por uno que
por otro lado?
—Lo que hay... Por eso
aun le es un buen pedazo.
—¿Habrá tanto c o m o
de aquí al molino?
—Haberá bien.
—Es mucho,—dijo resueltamente el jinete. Y
S o m b r e r o s y c u e r p o s d e invierno
sin más detenerse, echó
por el más s o l o d e los
to: ¿quieres guiarme tú? Después de todo, con- dos caminos que atraviesan la llanura, la cual
tigo voy á cualquiera parte, y... en fin, más vale cubre una hierba desmedrada y seca que le da
un aspecto de triste monotonía, interrumpida
callar.
Estas palabras produjeron efecto instantá- apenas por los sauces que á lo lejos marcan la
neamente. Julita, la viuda, soltó la carcajada linea irregular del rio, y acrecentado entonces
con estrépito; Consuelo se puso colorada como por las nieblas que al caer de la tarde se levanun tomate, y D.»- Trinidad... ¡caramba!... doña tan siempre de la ribera.
Trinidad se sonreía maliciosamente como si las
—Pique bien, pique bien: á ver si aun tenebromas de su sobrino le hicieran á ella cosqui- mos luna para pasar la honza,—gritó el mozo,
llas en el corazón.
que se había quedado un tanto atrás observan—Conque, dime: ¿me acompañas?—repitió do el aspecto del cielo y el dilatado horizonte, en
el cual aparecían ya muy desvaídos los arreboFelipe.
—Deja, deja: no seas inocente,—exclamó la les del ocaso.
Pronto se perdieron, ala bajada, en lo oscuro
señora de la casa.—Yo te conduciré á tu habitación. Allí tienes de todo: ¿sabes? Pero si te de la trocha, que desde allí sombrean hasta la
hace falta algo, llamas. ¡Anda, hombre, anda! calzada vieja añosos y copudos álamos que an¡No te embeleses tanto mirando á iu prima, que tes llegaban más allá de la casa solariega de
unos hidalgos que llamaban los Quintañones,
lugar tendrás para todo!
Y echó á andar, murmurando para sus ena- dos de los cuales, aunque muy vagamente, recuerdo j'o todavía, porque hace muchos años
guas:
—Decididamente: atrapar á un sobrino rico, que ya no existen ni ellos ni su nido.
—Vaya prevenido por lo que pueda saltar,—
cuando es joven y el cebo es una muchacha bonita, no es tan difícil como yo me creía. Y lo dijo al jinete, en tono quedo, el espolique, cuanque es esta vez hay pesca segura. ¡Ya lo creo do atravesaban el robledal del molino.
—No hay cuidado.
si es segura! ¡Como que el pez se ha tragado ya
—Hayle, y bien que lo hay. Una vez, era uno,
el anzuelo!
así de la misma conformidad de vMede, porque
más poco tenía temor, y en la misma puente le
CARLOS F E L I C E S ANDÓ.IAR
P A R É N T E S I S C A R I Ñ O S O (cuadro dp L. Álvarez)
LONDRES: D I S C U S I O N E S P U B L I C A S DS N I Ñ O S EN EL SIGLO X V I
62
salieron dos hombres y robáronle todo sin dejarle casta, y no lo mataron por milagro divino.
—Eso son cuentos de una vez...
—Tan cierto le es como que todos nos hemos
de morir. Hará ahora, de esto, un suponer...—
y se interrumpió, lanzando una exclamación de
susto que hizo estremecer al jinete y le previno.
Moviéronse las zarzas de un seto separadas con
fuerza, y una sombra negra saltó en mitad del
camino y dio el alto con voz bronca y de resuel- \
ta amenaza, enarbolando una hoz que, suspen- I
dida sobre la cabeza del viajero, brilló un momento con acerados siniestros resplandores, sólo \
comparables con aqTiellos otros tan rápidamente \
difundidos por el inesperado fogonazo que se \
siguió inmediatamente, iluminando con azulada .
sulfúrica vislumbre el rostro zaino y barbine- i
gro de un hombre que tenía asidas las riendas |
y que se tambaleó y cayó pesadamente. Enea- i
britóse el caballo, chispearon las piedras, se ha- \
blaron atropelladamente los dos hombres, y se |
perdieron en una revuelta del camino, que pres- ¡
to abandonaron por otro de ruedas junto á la I
iglesia de Bradomin,que está en la hondonada, i
Y allí se detuvieron un momento para dejar I
paso á un arriero que iba medio dormido sobre I
sil muía, arrebujado en una manta amarillenta.
—Puedes volverte con el caballo: yo desde
aquí bien me pongo del otro lado, con pasar la
barca,—dijo á media voz el jinete.
—Más mejor (salvo su parecer) es llegar á
Céltigos y luego volver por la vereda, que es el
camino más cierto.
—No, no: si recelas algo, aun alcanzas á ése.
Monta si quieres: todavía se ve.—Y señalaba al
arriero, que lentamente descendía por la honda
trocha, cubierta de hojas muertas del anterior
otoño. Obedeció el espolista; y, ya sobre la silla,
se inclinó para hablar un momento con el viajero, el cual, terminado el coloquio, que fué
breve, se hizo a u n lado para dejar paso al caballo, y murmuró, llevándose un dedo á los labios:
—De lo de esta noche, ni esto.
—Descuide,—repuso el mozo alejándose.
¿Quién era aquel hombre que quedaba parado en mitad del camino? ¿A dónde ibaV Yo no
os lo podré decir. Tal vez fuese un emigrado;
tal vez huyese á Portugal. El caballo que montaba era pinto, y de semejante color no recuerdo
por toda aquella tierra otro alguno que el del
abad de Eramil, tío del famoso señorito del Pazo
de Quintañones, del cual se susurraba si pertenecía á la facción, y que entonces andaba muy
perseguido. Probable es que fuese él.
Dio el mozo alcance al arriero, á tiempo que
empezaban á caer gruesas gotas, que á los dos
obligaron á espolear las cabalgaduras. Soplaba
en ráfagas el viento, estremeciendo los álamos
del camino, que cabeceaban tristemente, inclinando sus copas al suelo; y á un lado, en un
claro del ramaje que iluminaba la luna, descubríase el molino, que se destacaba y sobresalía
por oscuro. Era éste de aspecto sospechoso y siniestro, y estaba colocado en una revuelta; de
manera que sorprendía, y siempre harto desagradablemente, á todos cuantos la senda por
primera vez atravesaban. Sentada al pie del
postigo, que aun permanecía abierto en hora tan
desusada, estaba una viejezuela, tocada con un
mantelo y rezando medrosamente, mientras se
hallaba, á no dudarlo, en espera de algo.
—¿Está Brión?—preguntó el arriero cuando
estuvo cerca.
—No le está,—contestó la vieja suspirando.
—Salió poco ha en busca del rapaz, que se marchó al serán y no ha parecido más.
—Tendrá por ahí algún divertimiento.
—¡Ojalá tuviera!
—Y diga,—continuó el otro;—¿han pasado
estos días muchos macidans?
—Pasáronle muy bastantes.
—¿El Ginesin también?
—-También, mas paréceme que ya pudo ser
otra vegada; pero no me dé mucho creto, porque
no estoy cierta.
—¡Me valga Dios!—dijo contrariado el
ai'rlero, Y espoleando la muía otra vez, y con
mayor prisa, emprendió el camino.
LA ILÜSTBACION IBÉRICA
—Si me mira por ahí á ese enemigo de hijo,
mándemelo,—gritó apenada y por postrera vez
la vieja.
Pesadas nubes encapotan el cielo, sobre el
cual recortaba su oscura silueta, allá muy en la
hondonada, la iglesia de Bradomín, cuya única
campana sonaba lentamente con el toque del
nublado. Percibiase de un modo vago y misterioso el rumor de la corriente que alimenta el
molino y en ocasiones semeja alarido de can
que ventea la muerte ó gemido de hombre á
quien quitan la vida, y el airoso creciente de la
luna se dibujaba todavía en el cielo, cuando de
pronto una de las cabalgaduras se detuvo espantada y poco faltó al jinete para dar en tierra.
Tendido en mitad del camino, y muerto, á lo
que parecía, estaba un mocetón alto y moreno.
Tenia una hoz asida fuertemente con la diestra,
descalzos los pies, que parecían de cera; la boca
llena de sangre, los ojos ya vidriados é inmensamente abiertos, desfigurado por una herida
en el rostro, chamuscada la barba, que era muy
negra y muy hirsuta; y contraídos y sin color
los labios.
—¡Es el Chupen!—dijo asombrado el arriero.—¡El hijo del molinero de ahí!—Y, cambiando repentinamente de tono, preguntó al mozo, el
cual estaba en extremo demudado:
—¿A qué hora has pasado tú por aquí?
—Cedo,—repuso aquél con voz no muy segura.
Miróle su compañero á la cara, y con sonrisa
socarrona y picara exclamó:
—¡Estás tú bueno!
Y refrenó la muía para subir la cuesta.
RAMÓN DEL V A L L Í : DE LA
PÍ:XA
Á UNA MUJER
Me mirabas, cual siempre, indiferente;
tenías en tixs labios una flor:
¡estrella entre celajes purpurinos
que contemplaba yo!
Tus perlas trituraban lentamente
su tallo, entre prisiones de carmín
agostando su esencia con la esencia
que brotaba de ti.
Gayó la floi': despareciste al punto.
Yo sobre aquel despojo me lancé,
i Su tallo dulce y cálido guardaba
un mundo de placer!
Si alguna vez, mujer, has adorado
con la pasión con que te quiero yo
y han sellado tus labios con un beso
de celestial sabor,
comprenderás la dicha inexplicable
que la pobre alma mía pudo hallar
al aspirar la esencia de tu boca
con portentoso afán.
¡Tuve en mis labios el calor de un beso...
hasta que aquella flor se marchitó!
¡Es la sola alegría en este mundo
que me ha dado tu amor!
J O S É M . » D E LA TOKRE
cio de los Archivos Nacionales, que es un verdadero archivo
en sí mismo; tantas son las historias que se han "desarrollado entre sus muros, como sabe todo el mundo al hablarse
del Hotel Soubise, que así se llamaba antes. Es obra del siglo XIV.
El Hotel Carnavalef, calle de Rambuteau, palacio del
tiempo de Catalina de Mediéis, fué construido por u n a familia breKma llamada de Kemevoy, de donde, por corrupción,
Caruavalet. Vivió allí Mme. Le Sevigué, y está destinado hoy
á Museo Histórico. Contiene muchas esculturas de Juan
Goujon.
El Hotel Lamoignon, finalmente, es u n magnífico palacio
del ítenacimiento, digno de detenida visita.
BKCCERDOS DE TARRAGONA
La puerta de San Antonio, de imponente aspecto, abierta en la muralla romana y entre las enormes moles del muro ciclópeo, fué labrada en 1640, bajoelreinadodeFelipeIV,
diciendo mucho en favor de la pomposa concepción de su
proyectista. A igual fecha pertenece la atrevida y esbeltísima Cruz del término, que se levanta frente á ella.
No cabe ser tan preciso en lo tocante á quiénes construyeron la puerta ciclópea, una de las dos que subsisten todavía. Lo más corriente es suponer que fué obra de alguna
colonia de pelasgos, por su completa semejanza con las
murallas de Tirinto y de Micenas en la Argólida, bien que
no faltan otros que quieren las hubiesen edificado los aborígenes de Italia, y aun se ha dicho si serla cosa de los fenicios. La primera opinión parece la más probable. Si fueron
pelasgos, procedentes de la Tirrenia, ó Etruria, como se llamó después, la cosa debió ocurrir hará unos 3,300 años.
Mucho más moderno es el arco llamado de liará, hermosísimo arco triunfal que un ciudadano romano, sumamente adinerado, llamado Liciano Sura, se dio el gustazo de
mandar edificar á costa de su bolsillo. Imposible parece que
u n a obra tan magnífica, tan elegante, tan grandiosa, fuese
idea de un simple particular, bien que desempeñó tres veces el cargo de cónsul bajo el imperio de Trajano. Levántase este gallardísimo arco á unas 2 leguas de la capital, en
medio de la carretera de Barcelona.
La torre famosísima de los Escipiones ha hecho devanar
los sesos á muchos arqueólogos. Es realmente una construcción eminentemente fúnebre, á cuyo efecto contribuye
la vecindad de u n a rocosa playa y el solitario pinar en cuyo
centro se levanta. No creo yo, en manera alguna, que fuese
destinada á enterramiento de los ilustres generalesdelloma,
muertos el uno cerca de Linares y el otro en el corazón de
Sierra Morena, antes bien tongo para mí que quizás podría
buscarse u n a etimología, bien estrafalaria, lo confieso, al
nombre que la torre lleva; y es que como Tarragona fué durante mucho tiempo un montón de ruinas, habitadas solamente por pescadores, podrían éstos haber dado á la playa
contigua al monumento, el nomhíe de plalja deis sipions, y
por extensión á la torre. No aseguro nada, sin embargo;
pero conste que los jibiones que se pescan en Tarragona son
exquisitos de verdad.
KL ARTE
ESPASOL
L. Alvarez, Nicolás Mejía
No se atribuirá, sin duda, á espíritu de nacionalidad el
que tributemos los más calurosos elogios á esa obra, pues
no los ha recibido escasos en el extranjero. Paréntesis cariñoso es un cuadro de género á lo Fortuny, aunque sin la menor reminiscencia de la manera de este pintor insigne, pero
con la semejanza del colorido y de los toques. La pareja es
simpática en extremo, y los accesorios están discretamente
agrupados sin que eclipsen lo principal, lo cual no sucede
siempre.
A igual época corresponde el lindísimo cuadro de don
Nicolás Mej la i a i t í í i m a tonadilla, cantada p o r u n abate á
u n a de las más hechiceras damiselas del tiempo del señor don
Carlos m . Es de admirar la gracia de las actitudes y la perfección con que están reproducidos los ropajes, todo lo cual
hace de este cuadro una obra tan simpática como hábilmente pintada.
EL MAOUREB:
NUESTROS GRABADOS
CHANZONKTAS
Dibujo de E. Bau
Figura llena do expresión, jovial,honesta. Conviene propagar esa elase de tipos que nos libran de los eternos modelos descocados, harto propagados por desgracia.
LOS ARCHIVOS N A C I O N A L K S . - HOTEL
•HOTKL
CARNAVALET
LAMOIGNON
Por más que París haya cambiado casi completamente de
faz en lo que va de siglo, por cansa de las incesantes demoliciones y nuevas construcciones que se han realizado y realizan, quedan todavía en pie muchos palacios y monumentos de otras épocas, especialmente en el Marais, que son un
atractivo más entre los muchos que posee laprimera ciudad
del mundo. Así, por ejemplo, puede admirarse aún el pala-
T.4NGER
¡Cuántos recuerdos {nada más que recuerdos, y no queramos ser quijotes), evoca el nombre de Tánger, Tandja de
los marroquíes! iQuiera Allah que por largos siglos continúe disfrutando de prosperidad igual á la que al presente
goza la antigua capital de la Mauritania Tinfeitana!
Tánger, al O. do Ceuta, en el extremo NO. del África, es,
vista desde el mar, una ciudad de magnífico aspecto, construida en forma de anfiteatro, rompiéndose á sus pies las
olas del Atlántico. Está rodeada de murallas que no son
precisamente como las de Metz, por más que no le faltan
buenas defensas marítimas. Sus numerosas calles, menos
una, son sumamente estrechas y tortuosas, en relación con
lo que exige el clima. Las casas son bajas, sin lujo alguno
exterior: u n a vez dentro es otra cosa. Hay que decir que
la gente es buena y hospitalaria.
La mezquita mayor es espaciosa y bonita, con u n elevado
minarete revestido de mosaico.
T>a Zueca ó Socco es u n a grande esplanada irregular, refúda enteramente con la horizontalidad, donde se reúnen
toda suerte de tratantes, chalanes, saltimbanquis, fanáticos,
iiA ILUSTBACION IBÉRICA
etcétera, y desde cuyo punto se divisa perfectamente el cementerio, situado en lo alto de una colina. Cercanas al 8occo están también las casas de los europeos, ocultas entre la
tupida verdura de la vegetación.
La mezquita de ,-lísajriía está en el centro de la ciudad, y
ostenta un gracioso minarete flanqueado por la tradicional
palmera.
La Farola se levanta á 28 kilómetros de Tánger en el cabo
Espartel, y de fijo la recuerdan bien cuantos han hecho el
viaje de las Antillas á algiín puerto del Mediterráneo, pues
es la primera tierra que se ve después de quince dias de no
contemplar sino cielo y agua.
La población es muy mezclada, haljiendo allí árabes, moros, judíos y numerosos europeos, en especial españoles y
alemanes. En la actualidad tenemos allí u n a iglesia, un hospital y u n a escuela de medicina, io cual basta.
No queramos, en efecto, meternf'S á destripacuentos. En
Marruecos, en aquella tierra salvaje, hace diez años no se
ha registrado ningún robo ni homicidio, y el viajero puede
hacer el viaje desde Tángerá Marruecos sin temor alguno á
atracadores, petarderos, secuestradores ó taruguistas,
¡Qué gusto vivir en aquella tierra!
r.ONDEES: BEPEESENTvíCIONES INFANTILES EN EL SIGLO
escrito en su limpio escudo la palabra leal,—
contestó, á las anteriores frases de la esposa del
ministro, el severo Montalván.
—Te creí hombre de gran corazón, y veo...
que en ti domina la fantasía,—contestó Lola
como picada en su amor propio.
— £ n mí sólo domina el deber,—contestó
Fernando.
—j Te empeñas en que haga pedazos el ídolo
que fabricó mi imaginación durante doce años!
—exclamó Lola con verdadero sentimiento.
—Destrózalo, amiga mía, ya que nos i^rohibe
nuestra religión adorar ídolos falsos.
Lola dejó caer con abatimiento la cabeza sobro el pecho y calló, pero dos lágrimas de fuego
empañaron el brillo de sus hermosos ojos. Fer-
XVI
Antes de Sakespeare y sus inmediatos predecesores, tenia
el drama inglés por sus más celebrados representantes compañías infantiles que generalmente daban sus funciones en
la corte ó en los palacios de los embajadores.
Durante los reinados de Enrique Vil, Enrique VIH y María Tudor, estos espectáculos estuvieron muy en predicamento; pero llegaron á su apogeo en t i t m p o de Isabel, cabiéndoles á aquellos actorcülos el honor de estrenar muchas
comedias de BenJonson. Nuestro grabado se refiere a u n a
de las representaciones infantiles e n l a c o r t e de Enrique VIII.
V A L E N C I A : PORTADA D E L PALACIO D E L MARQUÉS
DE DOS AGUAS
Dibujo de Pedro Ferrer
Este palacio es uno de los mejores ejemplares del estilo
barroco que pueden estudiarse en nuestro país, donde fué
introducido p o r el gran Eibera. Sin duda que el estilo barroco es una viciosa adulteración de las formas greco-romanas, y que la exornación es enfática, emperifollada, conyencionallsima; pero, en medio de todo, empareja muy bien
con el carácter de la época y no deja de ofrecer cierta
grandeza y fastuosidad.
LO QUE GUSTA Á LAS MUJERES
p o r J A C I N T O LABAILA
(CONTINUACIÓN)
—Lola, no tengas de mi ese concepto: soy un
pigmeo y me ci'ees un gigante. Si continúas
apreciándome asi, tendré que solicitar de tu esposo mi destino en Ultramar, como pensaba, y
me veré precisado á separarme de ti, cuando
acabo de tener la satisfacción de encontrarte
después de doce años de ausencia,—contestó
Montalván manifestando de lleno la nobleza de
los sentimientos de su corazón,
—¿Crees que vas á inspirar celos á Alberto?
—le preguntó Lola atribuyendo á móvil menos
digno las anteriores frases de Fernando.—Los
hombres políticos viven absorbidos por la pasión avasalladora que les domina. La mujer propia, la familia, el hogar, no existen pai'a ellos:
no tienen tiempo para ocuparse de estas bagatelas, que les son indiferentes y que constituyen
la felicidad de la mujer. Los hombres políticos
se ríen del sentimiento, porque han suprimido
el corazón y viven entregados á la liebre de un
mundo artificial, donde pai-a brillar sólo necesitan cabeza firme, actividad, voluntad flexible,
y... nada más. Soy tan libre como una viuda: mi
esposo no tiene tiempo para ocuparse de raí, y
me deja sola y entregada á la tentación del gran
mundo, sin poner cortapisas á mis voluntades
ni á mi independencia; y yo, que siento un hon• do vacio en mi alma, me consagro por aburrimiento á los vanos placeres del lujo y de la vanidad. Bien puedes comprender, Fernando, que
un marido como el mío es imposible que sea celoso.
—No lo puedfi ser; pero el amigo íntimo está
en el caso de evitar la ocasión de que el recuerdo encienda una hoguera que abrase un día el
honor, que para él es sagrado; debe oponerse a
que se le tenga por traidor, ya que siempre ha
A b r i g o de Piel de f o c a
^ .
63
departamento,—dijo el ministro á su condiscípulo.—Ambos salieron, atravesaron varias habitaciones hasta llegar á una sala que terminaba en una alcoba, elegantemente amueblados,
y al llegar allí se pararon.
—Te instalas aquí y me dispensas que te
deje, porque es hora de que acuda al ministerio.
—Saldré contigo.
—Te llevaré en el coche á donde desees ir.
—Quisiera visitar á Matilde de Santiponce.
Sé por Lola que vive en Madrid, pero yo ignoro
su domicilio.
—¡Demonio! ¡Pronto os habéis ocupado de
ella! i No es extraño! ¡ Como luíste el defensor
de su honra in illo tempore!
— ¡También tú lo sabes!
—¡Toma! Ella me lo ha
repetido varias veces, como
lo refiere á todo el mundo.
Con t u carácter novelesco
sabes sacar de quicio á todas
las mujeres. Tu modo de ser
es á propósito para trastornarlas la chaveta.
—No desatines, Alberto;
pues cuando todavía permanezco célibe, debes comprender que mi decantado partido
con ellas no existe más que
en vuestra imaginación.
—Eso no: no te has casad o
porque prefieres ser b u e y
suelto. Te pudiste casar con
mi mujer, y habrás podido
contraer m a t r i m o n i o con
otras muchas, acaso de mejores condiciones que ella.
—Vamonos, Alberto, que
debes hacer ya falta en el
ministerio,—dijo, en vez de
replicar, Fernando, como terminando el diálogo.
—Sigúeme, pues.
Ambos amigos bajaron la
escalera y subieron en el carruaje, que partió con celeridad.
Al llegar á la calle del
Arenal, que era donde vivía
Matilde, se detuvo el coche y
se despidieron los amigos del
modo siguiente:
—A las siete se come en
casa: te esperamos Lola y yo.
—No haré falta.
—Hasta luego.
—Adiós.
IV
nando lo observó, y en silencio se dijo tristemente:
—¡Es mi destino dar vida, contra mi voluntad, á amores imposibles!
III
Del ensimismamiento en que quedaron sumidos los dos ex amantes vino á sacarlos Alberto,
que alegremente penetró en la habitación, diciendo:
—Lola, espera en tu gabinete íntimo la marquesa del Valle, á la que he dejado allí hojeando
tu álbum de retratos. Fernando, tienes preparadas tus habitaciones y van á traerte el equipaje.
Voy al ministerio, pero no te obligo á salir de
casa: te quedas si no quieres salir conmigo.
Levantando la cabeza y sonriendo Lola al oir
á su esposo, contestó inmediatamente:
—Voy á ver á la marquesa. Fernando, ya lo
sabes: esta es tu casa, y dispon de ella como
gustes.
—Me congratulo de convencerme de que sois
mis verdaderos amigos,—contestó Montalván.
—Hasta luego,—dijo Lola sonriendo y saliendo con ligereza de la liabitación.
—Ven conmigo á tomar posesión de tu
Fernando de Montalván quedó solo y subió á
la casa que habitaba la mujer por quien arriesgó la vida y de la que huyó, digámoslo así,
para que no creyese que se sacrificaba con la
idea de alcanzar una envidiable recompensa.
Iba, después de doce años, á recibir las gracias
que Matilde anheló darle á su debido tiempo
como testimonio del íatimo agradecimiento que
por él sentía; iba además extemporáneamente
para probarla que sólo el deber le indujo á salir
á su defensa y que deseaba verla cuando era
inoportuno buscar premio á su acción meritoria,
ó cuando el premio se había ya purificado del
sabor de delito.
Meditando en lo anterior, llamó ala puerta de
la habitación, le abrió un criado y le condujo
á un lujoso gabinete, después de tomar la tarjeta que Fernando le entregó.
Quedó éste solo algunos momentos, esperando
á la dueña de la casa.
Contrariado al conocer que Lola le quería
como en lósanos juveniles que fueron amantes,
y entristecido por la grave situación que le creaban para el porvenir haber perdido su fortiina
y tener que morar en casa de su antiguo amigo
y de la esposa de éste, enamorada todavía de él,
como acertadamente presumió sin ser presun-
LA ILU8TBACI0N IBEEICA
64
tuoso; le asaltó de repente el pensamiento de
visitar á Matilde, que cinco años atrás había
hecho honda impresión en su alma, para comprender en la primera entrevista si ésta podía
joven hechicera y millonaria, acostumbrada al
trato de los dandys de la aristocrática sociedad.
Adem'ás, la ruina de su patrimonio era de gran
peso para inclinar el platillo de la balanza en
ojos de Fernando con el esplendor de su belleza, como ciega la luz del sol que penetra de repente por una ventana, al que antes estaba á
oscuras.
Matilde Santiponce, que tomó asiento al lado
de Montalván, rayaría acaso en los veinticinco
años á pesar de haber sido compañera de colegio de Lola y á pesar de ser viuda hacía ya
treinta y seis meses. Fué precoz en todo: en su
desarrollo y en su casamiento.
A pesar de esta precocidad, parecía aún una
niña. Nadie, al ver la frescura de su tez, la diafanidad ingenua de sus grandes ojos, el espeso
cabello rubio dorado, que peinaba según el ritual de la moda y que se ensortijaba sobre la
frente, más por tendencia natural que por artificio de la peinadora; nadie, al ver la tersura de
sus diminutos labios húmedos y rosados como
las flores al rayar el día, nadie, repetimos, creería, á no saberlo, que Matilde había visto flores
más de diez y seis primaveras, porque su fisonomía jovial y candorosa á la vez, de cuyo tinte
participaba el conjunto armónico de sus facciones, subyugaba por la frescura, por el color, por
el contomo y por la expresión.
Fernando palideció al ve'rla, como si los cinco
anos pasados ausente de ella hubiesen añadido
nuevos atractivos á su hermosura, y como si la
pasión naciente que le obligó á huir de su lado
cuando estaba ligada por sagrados vínculos, hubiese crecido en intensidad al volver á ver á su
inspiradora libre de ellos.
Matilde, risueña, ligera y con espontánea alegría, entró en el gabinete, se sentó al lado de
Fernando, y exclamó:
—¡No vuelvo en mí de la sorpresa! |V. en
Madrid! ¡V. en mi casal \ V. venir á verme!
—El tono de las exclamaciones me prueba
que no he sido importuno tomándome esa libertad,—contestó Montalván alegremente.
—¡Importuno! ¡El salvador de mi honra, el
que casi sin conocerme arriesgó por mí la vida!
Cinco años hace que busco en vano la ocasión
de manifestarle mi agradecimiento.
—Ese deseo recompensa con creces la acción
que me dictó el deber. ¿Para qué mayor premio
que la gratitud que leo en su semblante?
—Gratitud que durará en mí toda la vida.
Pero ¿cómo supo V. que vivo en Madrid?
—Por Lola.
(íSe cmitiiiuará)
DEL DR. AYER
M E D A L L A DE ORO
KN LA E X P O S I C I Ó N U N I V E R S A L DE BARCELONA
V A L E N C I A : F A C H A D A D E L P A L A C I O DEL M A R Q U É S DE DOS A G U A S
ser para él el áncora de salvación capaz de sujetar la nave que iba á ser azotada jjor tremenda borrasca.
Meditaba en lo que acabamos de exponer,
pero desconfiaba del éxito, creyendo que su personalidad insignificante y envejecida, más por
derroche excesivo de sentimiento que por los
años y por los vicios, sería desagradable á una
^
contra suya y uno de los poderosos motivos
que le hacían tener desconfianza, que iba en aumento á medida que pasaban los minutos de espera, interminables para él, como lo demostraba
al sacar infinidad de veces el reloj con ligeras
intermitencias de un segundo.
Por fin interrumpió su soledad una esbelta
mujer que entró en el gabinete y que cegó los
AVISO IKTEBESANTE A LOS SEÑOBBS SO^SC'RITORES Y COHI^ESFONSALES
\^
L a s r i q u í s i m a s t a p a s h e c h a s exproí'eso p o r iiidicacióii d e e s t a c a s a p a r a
/y L a I l u s t r a c i ó n I b é r i c a , l a s h a l l a r á n e n el t a l l e r d e e n c u a d e m a c i o n e s de
/; MoNSEKBAT EsTEBAN: Calle d e l P a s e o d e G r a c i a , n . ° 1, Barcelo
%
i
Cura radlcalmenle la escrófula, herpes, erupciones, llagas, eiifermeilades Immorales y todas las
afecciones de la piel por crónicas y rebeldes que
sean. Piiriflca la sangre y vigoriza el sistema. Tomada á tiempo y con constancia, evita los ataques apopléticos y todas las enfermedades que tienen su origen en la fuei za y superabundancia de la sangre. Las í (
eminencias médicas la prescriben con gran éxito. . .
Los incrédulos pueden consultar con su doctor, ü e A
venta eu todas las farmacias y droguerías.
yJ
ÍÜÍIIÍi'ISTKÁWÓN; Cortes, 365-371. Ramón Molina», cditor.-Rcserrados los derechos de propiedad artística y literaria.-Las reclamaciones en Madrid, al representante de esta casa D. Manuel Pía y Valor, Apodaca, 10. ?".
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I N S É R T E S E Ó NO, NO SE D E V U E L V E N I N G Ú N ORICJINAL
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