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Ciencia
¿Impostores
de la ciencia?
¿Impostores
de la ciencia?
David Zurdo
Aunque se podría hablar largo y tendido de toda
clase de imposturas intelectuales, este artículo se va a
centrar en los científicos impostores que, a lo largo del
tiempo, han adquirido una notoriedad basada en sus
engaños y embustes. Algunos de estos científicos gozaron de enorme prestigio y una talla mundial; los hay
incluso galardonados con el premio Nobel. Hubo quienes inventaron los resultados de sus experimentos, e
incluso quienes inventaron, sin pudor alguno, tanto los
experimentos como los resultados. Pero no todos fueron desenmascarados con facilidad: algunos recibieron
becas y subvenciones, premios y reconocimiento, o
hasta la aplicación de sus ideas en prolongados períodos de tiempo. Incluso los hubo que acertaron con sus
prácticas fraudulentas. La verdad es que hay de todo.
Prepárese. Vamos a hacer un pequeño viaje por la
senda más torcida de la historia de la ciencia, así que
póngase cómodo y disfrute de las mentiras de quienes
mejor supieron mentir.
NN
Figura 1. Algunos científicos merecerían estar
en el laboratorio del profesor Bacterio
Autores científico-técnicos y académicos
57
Insisto en que estas páginas van a estar dedicadas
a los científicos que engañaron al mundo, pero no
puedo evitar hacer aquí algunos comentarios
colaterales. Supongo que todos recordamos el
episodio de aquel “artista” alternativo y contestatario que, con ayuda de unos amigos, logró colgar
un cuadro suyo en la sala principal del museo
Gugenheim de Bilbao. Hasta que fue retirado, el
cuadro estuvo varias horas en la sala, con cartelito
y todo, sin que ningún visitante se apercibiera del
engaño. Después apareció el artista en un vídeo
asegurando que su pintura era absurda, y sólo
tenía como fin demostrar que el arte moderno es
una estafa, algo en lo que cualquier persona con
la debida promoción puede destacar (y destacará,
¿ ?
¿Impostores de la ciencia?
lo era “Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformacional de la gravitación cuántica”.
La revista aceptó el artículo y lo publicó en 1996.
sin duda, a costa de los sesudos mentecatos que,
de pronto, han decidido entender de arte). Bien,
pues la reacción del mundo del arte, con el “culo
al aire” por esta demostración, y tratando de evitar que su jugoso negocio se resintiera, ha sido
comprarle el cuadro y admitirle en su selecto
grupo de “auténticos” artistas. ¡Enhorabuena!
Poco después, Sokal publicó otro artículo en la
revista Lingua Franca, en la que reconocía que su anterior artículo era un engaño, un texto con el único fin de
poner al descubierto la impostura que se estilaba en
muchos estudios culturales. El revuelo fue, como se
podía esperar, mayúsculo. En palabras de Edison Otero:
El mismo autor de este artículo (para servirles), que
es un bromista redomado, tiene una imagen suya de respetable tamaño colgada en una galería de ilustres de un
lugar muy conocido y “culto” de Madrid, pero de cuyo
nombre no quiero acordarme. En dicha foto, que es un
aceptable montaje, aparezco vestido de emperador del
Imperio Austrohúngaro, con varias condecoraciones y
posando en los jardines de mi palacio. Nadie se ha dado
cuenta de la broma. En ese mismo lugar, también he
puesto, con ayuda de otros “locos” de mi calibre, una
chapa dorada en un enorme busto que, vergonzosamente, no tenía identidad. La inscripción de esta chapa reza:
“Phoulanus María Detall, 1869-1936”; esto es: Fulano de
Tal. Lleva ya más de un año sin que, igualmente, nadie
se haya dado cuenta de la broma, y eso que hasta un
copetudo ministro ha dado una conferencia en la sala en
la que el busto se encuentra bien a la vista.
“En verdad, todo el experimento Sokal es algo sorprendente y admirable. Digamos que los medios
intelectuales, tan dados a ceder a las modas de
turno, requieren de tiempo en tiempo una operación de higiene conceptual, de sometimiento de la
charla a los cánones del rigor lógico, de la consistencia y del contraste con la evidencia disponible”.
No debemos olvidar que estas imposturas se repiten
cada día en la televisión, el cine, las revistas culturales,
los diarios, y en los lugares más insospechados ¡Y no
son una broma! En cambio sí que son una buena forma
de llenar las cuentas corrientes, mezclando en la coctelera la basura con la cultura, si es que la cultura es algo
distinto del poso que, en cada uno, queda después de
asimilar (que no sólo adquirir) los conocimientos.
Figura 2. Alan Sokal
Según Sokal y Bricmont, muchos científicos han
abusado de conceptos que no conocen bien o que no
entienden completamente, e incluso los tergiversan en
beneficio de la defensa de sus planteamientos. Un caso
flagrante lo constituye el abuso de teorías como la
Relatividad, la Cuántica, o del Caos sin la necesaria
autoridad intelectual. Uno de los hechos que denuncian los autores en su libro es el exceso de “erudición
superficial”, que lleva a la charlatanería. Es una práctica común en nuestro mundo de “cultura”, en el que se
llama intelectual casi a cualquiera.
Eso sí: la tontería es un derecho, y no vamos a
negarlo ni aquí ni ahora.
El “Experimento Sokal”
Hace cuatro años, dos físicos de prestigio reconocido,
como son Alan Sokal (Universidad de Nueva York) y
Jean Bricmont (Universidad de Lovaina), publicaron juntos un libro titulado precisamente “Imposturas intelectuales”, cuyo objeto era desmontar las falsedades de muchas
figuras notables e intocables del mundo intelectual. En
1995, Alan Sokal envió un artículo escrito por él, repleto
de abstrusas reflexiones, pensamientos de complejidad
incomprensible y citas cultas, a la revista Social Text, de
gran prestigio en la cultura de los Estados Unidos. Su títu-
En este mismo sentido, el autor italiano Federico di
Trocchio escribió un libro hace diez años titulado “Las
mentiras de la ciencia”, en cuyo texto de contraportada
se dice lo siguiente:
Los científicos engañan desde siempre, y no sólo los
mediocres; entre la nómina de falsificadores nos
encontramos con los nombres de prestigiosos pre58
Autores científico-técnicos y académicos
¿ ?
¿Impostores de la ciencia?
Claudio Tolomeo
mios Nobel y con los creadores de la ciencia
moderna. [...] Desde que la ciencia pasó de vocación a profesión, se engaña por dinero: para poder
financiar investigaciones, proyectos, instituciones, o
por el mero afán de lucro, gracias al cobro de
patentes. El fraude científico ha pasado a ser un
hecho habitual, y para combatirlo se han creado
comisiones investigadoras especializadas.
Claudio Tolomeo está elevado en un pedestal por sus
trabajos científicos, llevados a cabo en el siglo II de nuestra era. De hecho, el título de su más famosa obra, el
Almagesto, viene a significar ago así como “la más grande obra escrita”. Si no se hubiera perdido la costumbre
de divinizar a las personas, probablemente Tolomeo
hubiera sido un candidato ideal para subirse a los altares.
En el prólogo de esta misma obra, Di Trocchio afirma, no sin una buena dosis de humor, que:
Claudio Tolomeo realizó un catálogo de estrellas
muy detallado e importante, el más amplio y preciso de
la antigüedad. Pero lo cierto es que lo copió sin pudor
ninguno del gran astrónomo Hiparco de Nicea, que
vivió un par de siglos antes que él. Y ni tan siquiera se
molestó en agregar las estrellas que Hiparco no pudo
incluir por haber realizado sus observaciones a diferente
latitud de Alejandría, ciudad ésta donde Ptolomeo trabajaba, aunque sí corrigió los valores por el efecto de la
precesión de los equinoccios. Bueno, algo es algo...
El engaño siempre ha sido un arte. Desde hace algún
tiempo se ha convertido también en una ciencia. Propongo denominarla “engañótica” o mejor aún, como
sugiere Tullio de Mauro, “engañología”. Se trata de
una disciplina de vanguardia que no constituye una
materia de enseñanza, pero que ya forma parte de la
cultura de los científicos profesionales.
Pero este caso, el de apropiación de ideas, e incluso
el salto a la fama por algo que no pertenece a uno,
como en los casos de Bell o Gallo, ha ocurrido en
muchas otras ocasiones que ya iremos viendo.
Figura 3. Federico di Trocchio
Otros importantes autores que se han centrado en
el “arte de engañar” de los científicos, o en desenmascararlos, son William Broad, Ned Feder, Allan Franklin,
Alexander Kohn, Jan Sapp, Walter Stewart y Nicholas
Wade.
Hasta los más grandes han engañado
Sería un error pensar que las imposturas científicas
las llevan a cabo únicamente los investigadores menos
brillantes. A lo largo de la historia podemos encontrar
grandes mentes que han falseado los resultados de sus
experimentos o que han mentido abiertamente. Lo
más curioso es que, en ocasiones, estas falsedades no
han conducido a errores sino, muy al contrario, a
teorías correctas y cruciales para el desarrollo de la
ciencia. Entre los nombres más conocidos podemos
citar a Isaac Newton, Galileo, Gregor Mendel, Claudio
Tolomeo, John Dalton o Robert Millikan.
Autores científico-técnicos y académicos
Figura 4. Claudio Tolomeo
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¿ ?
¿Impostores de la ciencia?
Galileo Galilei
Tampoco hay pruebas de ninguna clase de que otro
de los famosos experimentos de Galileo, el de la torre
inclinada de Pisa, se llevara a cabo más que en la imaginación del hombre de ciencia. Aristóteles creía que dos
cuerpos arrojados al vacío desde una misma altura y
simultáneamente llegarían al suelo en un tiempo que
dependía directamente de su peso. Así, un cuerpo el
doble de pesado que otro llegaría a su destino el doble de
rápido que este último. No es así, pero tampoco sucede
como afirmó Galileo. En presencia de una atmósfera, la
forma y dimensiones de un cuerpo afectan al tiempo que
invierte en su caída. Galileo acertó, pues en condiciones
ideales tarda lo mismo en llegar al suelo una pluma que
una bola de hierro, pero no lo demostró empíricamente.
En tiempos de Galileo primaba aún la concepción
aristotélica del mundo. Es curioso resaltar que Galileo
supone para nosotros, en nuestra época, un modelo de
científico experimental. Casi podríamos decir que es el
padre –o uno de los padres– del empirismo. Pues bien,
él despreciaba en cierta medida la experimentación y
daba mucho más valor a sus razonamientos que a ésta.
Afirmaba que si la razón podía demostrar algo, esto
quedaba demostrado, se probara mediante la experiencia o no.
A este respecto, el famoso experimento del barco
que pretendía demostrar la relatividad galileana, nunca
se llegó a realizar. Este principio dice que los fenómenos físicos suceden de la misma manera en tierra o a
bordo de un navío que se mueva con una trayectoria
rectilínea e uniforme. Y tenía razón. Así es como ocurre. Si se lanza un grave desde lo alto del palo mayor
de un barco que cumpla las condiciones anteriores,
éste caerá justo al pie del palo, y no se verá afectado
por el desplazamiento del barco respecto a tierra firme.
Galileo afirmaba:
Quizá, sin embargo, la más famosa mentira sobre
Galileo sea su más famosa frase: “Y sin embargo se
mueve”, que al parecer jamás salió de su boca.
Isaac Newton
Aparte de la bajeza personal de Newton, que es
cosa probada, también hay que aceptar que se trata de
uno de los más grandes científicos de la historia de la
humanidad. Sus contribuciones son tantas y tan importantes que parece mentira que tal hombre existiera
realmente. No obstante, Newton no se mantuvo al
margen del “arte de engañar”. Tenía tal confianza en
su mente que le importaba bien poco variar los resultados de una experiencia con el fin de que se ajustaran a
la teoría que él antes había enunciado.
Yo, sin hacer esta experiencia, estoy seguro de que
el efecto será como os digo, porque es necesario
que suceda así.
Un caso muy interesante es el que refiere a la evaluación y medición de la velocidad del sonido. Newton
empleó las leyes de propagación de ondas para efectuar un cálculo teórico de esta velocidad, y obtuvo un
valor de 295 metros por segundo. No se decidió a
comprobar empíricamente este resultado hasta que se
enteró de que dos científicos franceses lo habían intentado, obteniendo valores demasiado dispares entre sí:
182 metros por segundo y 449 metros por segundo.
Newton realizó su experimento con la ayuda de un
péndulo que le permitió medir el tiempo que tardaba
en percibir el eco de un sonido reflejado en una pared
a más de cien metros de distancia. Obtuvo una velocidad del sonido en la horquilla de 280 y 330 metros por
segundo, lo que era coherente con su valor teórico de
295 metros por segundo.
Pero otros científicos fueron realizando mediciones
cada vez más precisas, y la velocidad del sonido quedó
Figura 5. Galileo
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Autores científico-técnicos y académicos
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¿Impostores de la ciencia?
elevada por encima de los 300 metros por segundo. De
hecho, la medida más exacta arrojó un resultado de
348 metros por segundo, es decir, más de cincuenta
metros por segundo sobre el valor calculado por Newton. Éste, a sabiendas de que aquel valor era muy fiable, modificó la densidad del aire en la ecuación
mediante la que evaluó la velocidad del sonido, y también introdujo un factor relacionado con la influencia
del vapor en el aire. Así llegó a hacer concordar su cálculo teórico con la medición empírica.
Cuando
NNot
ota
a un periodista científico felicitó en cierta
ocasión a Niels Bohr por la excelente concordancia de sus observaciones y el valor de la constante de Rydberg, Bohr respondió: “Naturalmente.
Yo mismo los he hecho corresponder a la fuerza”.
Robert Millikan
En lo que respecta a la Ley de Gravitación Universal, la más famosa enunciada por Isaac Newton, éste
probablemente se la robó a Robert Hooke, que se la
había contado sin pensar en que su idea peligraba.
Hooke es célebre por la teoría de la elasticidad, el fenómeno de la combustión y el descubrimiento de la células vegetales. Newton elaboró el aparato matemático
de la gravitación, que Hooke aún no había realizado.
Incluso la leyenda de la manzana, que supuestamente
inspiró la teoría en la mente de Newton, parece ser
falsa.
En 1924, Millikan recibió el premio Nobel por la
determinación de la carga del electrón, que fue considerada la mínima unidad física de carga eléctrica. Para
evaluarla, Millikan desarrolló un experimento en el que
empleaba un vaporizador y minúsculas gotitas de aceite. En sus trabajos analizó un total de ciento cuarenta
gotas, pero cuando publicó sus resultados sólo incluyó
cincuenta y ocho, porque eran las que se ajustaban al
valor que él buscaba de antemano.
Además de esta adecuación de resultados (o, mejor,
omisión de datos “molestos”), Millikan al parecer le
robó la idea a un brillante alumno suyo, al que nunca
reconoció sus méritos, y que en realidad fue responsable de que el experimento funcionara. Este se llamaba
Harvey Fletcher, y tuvo el acierto de cambiar el vaporizador de agua que Millikan utilizaba inicialmente por el
de aceite. Así, las gotas se evaporaban más lentamente
y el experimento pudo llevarse a término.
Para terminar con Sir Isaac, también podemos
recordar otro de sus hurtos famosos: el que perpetró a
costa del matemático alemán Leibniz, esto es, el cálculo diferencial e integral. Aunque en este caso hay que
reconocer que la arrogancia del alemán tuvo mucho
que ver con que Newton se le adelantara, ya que le
envió una carta con sus ideas creyendo que no las
entendería. ¡Vaya si las entendió!
El mismo Newton, aceptando en parte –aunque de
un modo velado– la contribución de otros a su gloria
científica, afirmo: “Si he llegado a ver más lejos, es
porque me subí a hombros de gigantes”.
Figura 7. Millikan
El químico John Dalton mintió en lo que se
NNot
otaarefiere a los experimentos que le permitieron
demostrar su ley de proporciones múltiples.
Quizá nunca llevó a cabo los experimentos o, lo
que parece más probable, eliminó los resultados
que no cumplían con la teoría.
Figura 6. Newton
Autores científico-técnicos y académicos
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¿ ?
¿Impostores de la ciencia?
Apropiación de ideas: el caso del teléfono
Hace poco tiempo, el Congreso de los Estados Unidos aclaró una controversia que llevaba más de un
siglo sin resolverse. Todos sabemos que el teléfono fue
inventado por Alexander Graham Bell, ¿verdad?...
Pues no es así. Realmente se lo debemos a un científico italiano, emigrado a América, que no pudo costearse la renovación de la patente a causa de los gastos de
una enfermedad. Su nombre era Antonio Meucci, y su
historia es la siguiente.
Figura 9. Bell
Meucci había nacido en Florencia, pero la pobreza
le obligó a hacer las Américas. Primero se estableció en
Cuba, concretamente en La Habana, donde desarrollo
un invento que llevaba más de diez años intentando
conseguir, y que se basaba en la capacidad de transformar las ondas de sonido en impulsos eléctricos, su
envío a través de un cable, y la ulterior vuelta a ondas
de sonido en destino. A su invento lo llamó “Teletrófono”, y solicitó la inscripción del mismo en la oficina de
patentes de Nueva York en 1871.
Una mentira muy cara
La falsedad científica se ha hecho acreedora en
ocasiones de muy severos castigos. Durante la Primera
Guerra Mundial, los heridos en el frente precisaban
atención médica rápida y efectiva, lo cual no siempre
se conseguía. En 1916, se publicó en Gran Bretaña un
artículo en que el doctor James Shearer anunciaba un
invento suyo que consistía en un instrumento para
radiografiar a los heridos con más eficacia que los
rayos X, ya que permitía supuestamente obtener imágenes de los efectos de los proyectiles en los tejidos.
El doctor Shearer era un médico estadounidense
que servía en el ejército británico, y la noticia de su
descubrimiento causó una gran agitación en las comunidades científica y militar. Pero cuando se analizó en
detalle su invención, ésta se reveló completamente inútil. Las radiografías que el doctor Shearer había aportado como ejemplo de sus capacidades no eran más que
radiografías normales manipuladas por él.
Figura 8. El primer teléfono de Meucci
A los dos años, Meucci estaba enfermo, y no pudo
afrontar el costo de la renovación de la patente, que
ascendía a diez dólares. Ya recobrado, y sin perder los
ánimos, en 1874 decidió presentar el invento a la compañía de telégrafos Western Union, que no se interesó
mucho por la idea y hasta llegó a decir que se había
perdido el informe en que se explicaba con detalle.
Por su rango de sargento del ejército, el doctor Shearer tuvo que comparecer ante un consejo de guerra, en el
que fue condenado a muerte. La corte marcial decretó
que debía ser fusilado, aunque luego se conmutó la pena
por cadena perpetua y trabajos forzados. Shearer no
cumplió en realidad más que un breve fragmento de esa
condena, pues murió tan sólo un año después.
En 1876, Meucci se enteraba por la prensa de que
su invento era un éxito, aunque se le atribuía a Alexander Graham Bell, casualmente patrocinado en sus
investigaciones por la Western Union. Como no podía
ser de otro modo, en el siglo en que los románticos se
daban tiros en la sien por amores no correspondidos,
Meucci murió amargado y en la más absoluta miseria
en 1889.
El descubrimiento de la estreptomicina
La estreptomicina es un antibiótico descubierto en
1944 por el microbiólogo norteamericano de origen
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Autores científico-técnicos y académicos
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¿Impostores de la ciencia?
ruso Selman Waksman, lo que le valió la concesión del
premio Nobel de medicina en 1952. Hasta la llegada
de la estreptomicina, el único antibiótico que se
conocía era la penicilina descubierta por Fleming dieciséis años antes.
El “Caso Breuning”
El caso protagonizado por el psicólogo Stephen
Breuning abrió los ojos de las autoridades judiciales, y
puso de manifiesto que la falsedad entre los científicos
estaba a la orden del día. Si anteriormente hemos
hablado de hombres de ciencia que echaron mano de
ciertos engaños para llegar a conclusiones acertadas,
con Breuning tenemos que enfrentarnos a un tipo que
sencillamente se inventó unos experimentos y elaboró
con ellos una terapia médica igualmente ilusoria.
La idea de Waksman fue realizar cultivos de hongos para comprobar si alguno era capaz de producir
sustancias antibióticas que tuvieran efecto contra las
bacterias patógenas, y puso a sus estudiantes a analizar cuidadosamente los cultivos en su busca. Uno de
ellos, llamado Albert Schatz, se dio cuenta de que un
hongo denominado Streptomyces producía un antibiótico que lograba acabar con el bacilo de Koch, es
decir, la bacteria que produce la tuberculosis, así
como con los bacilos responsables de otras diversas
enfermedades.
Las cosas sucedieron del siguiente modo: en 1979,
Breuning consiguió fondos para investigar los fármacos
psicotrópicos y sus efectos en el retraso mental. Hasta
1984 realizó y publicó diversos estudios en que se
ponía de manifiesto que las terapias utilizadas hasta
entonces eran inadecuadas. La fría exactitud de los
números demostraba que tenía razón. En tan poco
tiempo, Breuning era ya conocido y respetado por la
comunidad científica.
Aunque Waksman escribió un artículo acerca del
descubrimiento que firmó junto con Schatz, el premio
Nobel y los réditos de la patente de la estreptomicina
fueron exclusivamente –e injustamente– exclusivos del
primero. Mientras Waksman fundó un importante instituto de microbiología, Schatz acabó como un simple
profesor de instituto en Suramérica.
Pero una indiscreción de sus esposa, en 1983, constituyó el principio del fin de sus embustes. Un investigador, llamado Robert Sprague, que fue quien le hizo
conseguir sus primeros fondos de investigación en
1979, se dio cuenta de algo que era imposible, pero
que la esposa de Breuning, cándidamente, afirmaba
sin pudor alguno, ignorante de lo que podía implicar.
En los experimentos de su marido se incluían ciertos
datos cuyo porcentaje de concordancia superaba lo
verosímil, ya que se trataba de una apreciación visual,
hecha por varias personas distintas, de ciertos síntomas
de los pacientes.
Sprague empezó a sospechar. Lo que le hizo darse
cuenta del enorme engaño –que inclusive había llevado a que en casi todos los hospitales de los EE.UU. se
emplearan terapias ficticias inventadas por Breuning–,
fue el análisis de unos cuadernos de experimentación
en que el afamado y joven psicólogo recogía datos
que excedían los días laborables del año, y que, según
él, habían sido tomados cada jornada en un cierto
lugar cuando él vivía a centenares de kilómetros de
distancia.
Figura 10. Waksman recibiendo el premio Nobel en 1952
El monje austriaco Gregor Mendel cometió fraucon los resultados de sus célebres experimenNNot
otaade
tos con guisantes, aunque eso no lo convierte
en un estafador. Aunque su trabajo estuvo olvidado durante medio siglo, hoy se le considera el
padre de una importante rama de la ciencia, la
genética, perfectamente establecida.
Autores científico-técnicos y académicos
No fue hasta 1987 cuando la comisión de investigación, creada al efecto por el Instituto Nacional de la
Salud de los Estados Unidos, llegó a un veredicto. La
dureza con Breuning no resultó inferior a la que destinó a la Universidad de Pittsburg, por sus intentos de
echar tierra sobre el caso.
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¿Impostores de la ciencia?
Es conclusión unánime de este comité que Stephen
E. Breuning, de un modo consciente, con intencionalidad y reiteradamente se ha involucrado en
prácticas desviadas y ofrecido resultados falsos de
investigaciones realizadas con fondos públicos; que
no ha realizado las investigaciones que describe, y
que únicamente se ha estudiado experimentalmente a algunos sujetos de la totalidad descrita en los
informes; que nunca se ha aplicado la rigurosa
metodología que aparece en dichos informes. El
doctor Breuning ha descrito también con falsedad,
consciente o inconscientemente, los lugares en que
las investigaciones se llevaron a cabo. A la luz de
todos estos hechos, este comité concluye unánimemente que el doctor Stephen E. Breuning es responsable de una conducta científica profundamente desviada.
Figura 11. Robert L. Sprague, el hombre que
desenmascaró a Breuning
Aparte de que Breuning fue llevado también a los
tribunales de justicia, el mayor efecto que tuvo su caso
fue la creación de comisiones específicas, establecidas
por el Congreso de los EE.UU., cuyo cometido ha sido
desde entonces investigar los fraudes científicos.
El virus del SIDA
Veamos ahora otro caso vergonzoso. Implica nada
menos que a un investigador médico que estuvo a
punto de ser galardonado con el premio Nobel por un
descubrimiento que nunca realizó. Su nombre es
Robert Gallo, y durante algún tiempo creímos que él
había descubierto el virus que provoca el Síndrome de
Inmunodeficiencia Adquirida, es decir, el SIDA.
Como curiosidad, Breuning fue condenado por la
justicia ordinaria a devolver al Estado más de ciento
cincuenta mil dólares, a sufrir dos meses de arresto
domiciliario, a doscientas cincuenta horas de servicios
comunitarios y a una inhabilitación de cinco años para
ejercer como investigador.
No fue demasiado caro, ¿verdad? Nada en comparación con el médico de la máquina radiográfica del
que ya hemos hablado. De hecho, en la actualidad
ejerce su especialidad en el Rochester Center for Behavioral Medicine, y podemos encontrar en Internet el
siguiente texto sobre él:
En 1979, dos médicos de California catalogaron la
nueva enfermedad. Sus síntomas eran aumento de la
temperatura corporal, astenia, pérdida de apetito, adelgazamiento e inflamación de las glándulas. En esto se
asemejaba a la mononucleosis, que es una enfermedad
producida por un herpes virus del llamado grupo
gamma. Ésta puede desembocar en hepatitis, meningitis o neumonitis, aunque se la considera benigna si se
trata a tiempo y correctamente.
Dr. Breuning is a 1977 graduate of the Illinois Institute of Technology. He is a fully licensed Psychologist and certified nationally as a Master Addictions
Counselor and a Criminal Justice Specialist. Additionally, in Michigan he is certified as an Addictions
Counselor. He has held executive management and
faculty positions at the University of Pittsburgh
School of Medicine (Department of Psychiatry),
Clarion University of Pennsylvania, and Western
Michigan University. His primary interests are with
adolescents & adults in the areas of ADHD,
Anxiety, Addictions, Depression, Eating Disorders,
Chronic Fatigue, Fibromyalgia, and Health &
Fitness.
En cuanto al doctor Gallo, había saltado a la palestra científica en 1978 con su detección del retrovirus
que causa uno de los tipos de leucemia más letales en
seres humanos. Cuatro años después logró aislar otro
virus de la misma familia, y cuyos efectos eran también
similares. Con esto hay que reconocer que Robert Gallo
es un investigador en toda regla, lo cual no le exculpa
de lo que sucedería después y que él había de protagonizar. Un engaño que a punto estuvo de encumbrarle al
Olimpo, pero que antes bien le hundió en el fango.
Queda, no obstante, un mínimo resquicio para la duda
sobre si lo que hizo fue intencionado o, como él mismo
aseguró posteriormente, se debió a un desafortunado
error del que no se consideraba responsable.
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Autores científico-técnicos y académicos
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¿Impostores de la ciencia?
Al parecer, en 1983 los investigadores franceses que
llevaban a cabo sus experiencias en el Instituto Pasteur
de París informaron al laboratorio de Gallo de su descubrimiento de un virus que habían aislado a partir de
un enfermo de SIDA que falleció poco tiempo antes.
Gallo, de hecho, estaba investigando por otra vía diferente, la de los retrovirus, lo cual le hizo pasar por alto
el verdadero agente patógeno que provoca el síndrome. Aun así, dándose cuenta del descubrimiento de los
competidores franceses, Gallo organizó una rueda de
prensa que le sirvió para anunciar que él había descubierto el virus, al que denominó HTLV-3. Pero resultó
que este agente era el mismo que el de los investigadores del Instituto Pasteur, al que sencillamente se le
había cambiado el nombre.
Cuando se destapó la verdad, Gallo tuvo que
retractarse y reconocer que:
Puedo únicamente confirmar aquello que sospechábamos: fue un accidente que produjo la contaminación de uno de nuestros preparados. El virus del Instituto Pasteur era extremadamente potente y colonizador. Invadió muchos de nuestros cultivos. No
teníamos necesidad de robar el preparado a otros.
Cada virus posee su propia firma y se puede diferenciar con mucha precisión de otros. Esta estúpida
polémica ha sido provocada exclusivamente por
motivos de patentes y dinero.
El premio Nobel James Watson, galardonado por
su
NNot
ota
a descubrimiento de la doble hélice del ADN en
1962, publicó seis años después un libro biográfico
en el que reconocía que él mismo y sus colegas pertenecían a un modelo de científico moderno, competitivo hasta los últimos límites y sin ninguna clase
de escrúpulos. Para conseguir su gran descubrimiento, Watson se había comportado como un ser
dispuesto a todo. Utilizó a su atractiva hermana
para seducir a Maurice Wilkins, un científico a cuyo
laboratorio quería pertenecer. Aprovechó la amistad
con Peter Pauling para espiar a su padre Linus, premio Nobel y competidor directo en sus investigaciones. Y también obtuvo información secreta sobre
otros de sus adversarios científicos a través de un
contacto en la comisión oficial que había examinado la investigación. A muchos de sus colegas los
muestra, además, como seres mezquinos, llenos de
defectos y hasta como auténticos estúpidos.
La poliagua
La historia de este fraude comenzó en 1968, cuando la marina militar de los Estados Unidos emitió un
informe dirigido a las autoridades científicas en el que
se mencionaban las investigaciones rusas sobre una
nueva clase se agua. Ésta, a la que su descubridor, el
científico Nikolai Fediakin, denominaba “agua anómala” se formaba por condensación de vapor en capilares
de cuarzo, y tenía una densidad mucho más alta que el
agua convencional. Su viscosidad rozaba la de la gelatina de petróleo y se congelaba tan sólo a cuarenta grados de temperatura. Su más importante propiedad era
que no alcanzaba el punto de ebullición.
La noticia conmocionó enseguida a los científicos
estadounidenses, que se pusieron manos a la obra
para reproducir por su cuenta una sustancia similar. De
ello se encargó el químico Ellis Lippincott en la Universidad de Michigan. Cuando su equipo de investigación
replicó el experimento y obtuvo su “agua anómala”,
Lippincott decidió rebautizarla como “poliagua”.
Pero no quedó ahí el asunto. El mismo investigador
consiguió explicar la disposición atómica responsable de
la alta densidad de la poliagua y su viscosidad superior a
la del agua convencional. Incluso hubo un físico de la
Universidad de Princeton, llamado Lelan Allen, que
llegó a desarrollar una teoría cuántica sobre el particular.
Figura 12. Gallo
En el juicio subsiguiente, Gallo quedó absuelto de
todos los cargos de fraude y hurto científico. Pero los
franceses siguen insistiendo en que este juicio no fue
más que un intento doméstico de limpiar la cara de la
ciencia estadounidense.
Autores científico-técnicos y académicos
Por su parte, la prensa –siempre moderada–, transportó al público la noticia del nuevo descubrimiento o,
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¿Impostores de la ciencia?
mejor dicho, del redescubrimiento americano del
“agua anómala” rusa. El Times de Nueva York informó
de que la poliagua serviría en breve para impermeabilizar prendas de vestir, refrigerar los motores de los
automóviles y lubrificarlos, para evitar la corrosión de
los metales y hasta como conservante del plasma sanguíneo. La revista Nature también publicó un artículo
en que sembraba la alarma ante el futuro uso excesivo
de la poliagua, que se aseguraba tenía la propiedad de
absorber el agua convencional, lo que, según la revista,
podría llegar a deshidratar por completo la Tierra.
En 1989 dos científicos anunciaron que había
logrado la fusión fría en su laboratorio. Eran dos químicos de la Universidad de Utah, Martin Fleischmann y
Stanley Pons. Como es natural, la comunidad científica
se mostró escéptica, ya que el proceso que siguieron
los supuestos descubridores era conocido y no podía
generar más que una mínima cantidad de energía,
poco menos que despreciable.
Según Fleischmann y Pons, era posible provocar la
fusión nuclear sin las altísimas temperaturas –superiores al millón de grados centígrados– que induce la reacción en, por ejemplo, el Sol. Los dos químicos empleaban una celda electrolítica de agua pesada, sales y un
par de electrodos. Estos eran dos varillas de metal, una
de titanio o paladio (que consumen el hidrógeno) y la
otra de cualquier otra clase de metal.
El fraude empezó a quebrarse en 1969. En ese año,
el científico ruso Tal’roze denunció que la poliagua
contenía sustancias grasas ajenas a su supuesta naturaleza. En 1970, Rousseau y Porto publicaron un artículo
en la revista Science mediante el que demostraron que
la poliagua era en realidad una combinación de silicona, sodio, calcio, potasio, cloratos, sulfatos, fosfolípidos
y, por supuesto, agua convencional.
Muchos laboratorios del mundo trataron de reproducir el descubrimiento de Fleischmann y Pons sin
resultados positivos. Se demostró que no funcionaba y
que todo era un fraude. Quizá los dos químicos de Salt
Lake City no fueron conscientes del engaño, que se
atribuye a un colaborador suyo, pero la realidad desbarataba la fusión fría con total claridad.
A raíz de estas denuncias, Lippincott reconoció poco
después que no estaba seguro de que sus anteriores
análisis fueran del todo correctos, y Allen aceptó que su
modelo atómico de la poliagua carecía de fundamento.
Para 1973, el “agua anómala” había quedado reducida
al absurdo: la poliagua nunca había sido real.
Las pruebas y la investigación del hecho dieron luz
sobre los motivos del fraude. Todo se debió a una gran
maniobra económica para obtener fondos de investigación de los organismos oficiales: la Universidad de
Utah consiguió cinco millones de dólares que ya nunca
pudieron ser totalmente recuperados.
Figura 13. Espectrografía por infrarrojos de la
poliagua y el agua convencional
La fusión fría
Figura 14. Fleischmann y Pons
La posibilidad de reproducir el proceso de fusión
nuclear, a temperaturas normales para nosotros, es una
quimera a la que muchos científicos han sacrificado sus
mentes, su tiempo y sus esfuerzos. La verdad es que
conseguir la “fusión fría” acabaría con nuestros problemas energéticos de una vez por todas y para siempre,
por lo que resulta lógico que el tema interese. Pero una
cosa es que interese y otra muy distinta que sea posible.
Serge Voronoff
El cirujano ruso Serge Voronoff gozó de fama mundial, hasta su muerte en 1951, gracias a un método de
rejuvenecimiento inventado por él. Este método se
basaba en realizar transplantes de testículos de mono a
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Autores científico-técnicos y académicos
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¿Impostores de la ciencia?
sus pacientes, aunque su éxito no estuvo más que en la
imaginación de aquellos y en una hábil campaña propagandística orquestada por el mismo Voronoff.
brillo, andares cansinos y rechazo a todo esfuerzo físico,
carecía de apetito y solía quejarse de frío incluso cuando hacía buen tiempo.
Serge Voronoff nació en Rusia en 1866. Aún joven
–a finales del siglo XIX– se trasladó a Francia, donde
sirvió como cirujano en el hospital militar de París.
También fue, posteriormente, director del laboratorio
de biología de la escuela de Hautes Études y director
de cirugía experimental en el Collège de France. Había
obtenido la nacionalidad francesa en 1897 y en 1933
le condecoraron con la Legión de Honor.
En la intervención, Voronoff injertó a France los testículos de un gran mono cinocéfalo, divididos en ocho
partes, alrededor de sus propios testículos. Seguramente
más por efecto de su deseo de sentirse mejor que por la
operación, el escritor mejoró de salud y de ánimo.
Según el diario médico de Voronoff, a los veintitrés días
experimentó su primera erección después de diez años
de impotencia. Al parecer, las erecciones se presentaron
después con mucha frecuencia, podemos suponer que
con gran júbilo de France. Es cierto que su aspecto
mejoró, pero Voronoff exageró al escribir en su diario:
Cuando falleció, con más de ochenta años, muchos
se sorprendieron. Eran los miembros de la alta sociedad que creían en Voronoff, y que confiaban en que su
afirmación de que no moriría antes del año 2000 sería
cierta. Pero eso no era más que una parte de su estrategia para promocionar su método de rejuvenecimiento, por demás lleno de riesgos para la salud y de utilidad bastante dudosa.
“Se produjo un cambio completo y sorprendente.
Su cuerpo se enderezó, los músculos del rostro
recobraron su fuerza, el ojo se hizo vivaz y, a pesar
de las canas, muestra un asombroso aire de juventud, de vigor y de energía.
Después de experimentar en más de cien ocasiones
con animales, Voronoff efectuó su primer transplante
de testículo animal en un ser humano en 1920 –es
decir, un xenotransplante–, a un paciente de cuarenta y
cinco años que había perdido ambas glándulas por
una extraña operación de la época, mediante la que se
pretendía curar la tuberculosis. Pero el injerto de Voronoff no funcionó, al igual que sucedió con su siguiente
paciente. En ambos casos se produjo la necrosis. Sin
embargo, a la tercera fue la vencida, al menos en lo
que se refiere al éxito del transplante, ya que el individuo aceptó varios fragmentos de testículo de mono
aunque sin mejorar su vigor sexual.
Sí, podríamos creer que todo aquello era sorprendente. Pero la psicología hace mucho, al igual que
otras técnicas que permiten hacer pasar algo por lo que
no es. Este fue el caso de un adinerado hombre inglés,
también paciente de Voronoff, y que nos permite comprender dónde se hallaba la estafa (una estafa que,
entre otras cosas, hizo rico al ruso). En una conferencia, ante un público rendido, el médico presentó al
paciente después de la intervención. Su aspecto era,
para tener setenta y cinco años, bastante bueno: el
pecho alto, el pelo bien cortado y peinado, las arrugas
disimuladas por el maquillaje. Todo ello contrastaba
con las fotografías mostradas previamente, en las que
aparecía dieciocho meses antes, con el pelo largo,
canoso y desaliñado, expresión de abatimiento, encorvado bajo un abrigo y con aire deprimido.
La propaganda mueve montañas, ¿no es cierto?
Aunque, en el colmo de la desvergüenza, el mismo
Voronoff dijo una vez: “El progreso de la humanidad
tiene este precio: genio y trabajo”.
Figura 15. Un coronel británico retirado mostrando su
vigor después del implante de unos testículos de mono
Poco después, Voronoff tuvo la inmensa suerte de
tener como paciente al célebre dramaturgo Anatole
France. Cuando lo trató, éste tenía sesenta y un años, y
mostraba un aspecto lamentable: senilidad precoz,
mejillas caídas, profusas arrugas, ojos mortecinos y sin
Autores científico-técnicos y académicos
Figura 16. Voronoff
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¿Impostores de la ciencia?
todo esto no fue más que una mentira, ya que el
paciente, años después, no se reconocía en absoluto
en el caso descrito por Freud en sus textos científicos.
En una librería virtual de Internet he encontraun ejemplar antiguo de una obra de VoroNNot
a
otado
noff. Se anuncia de la siguiente manera:
No es ésta la única vez en que Freud alteró los
resultados de sus análisis clínicos o los falseó. En uno
de sus casos suprimió las referencias al carácter despótico del padre de un paciente para atribuir así su paranoia a las tendencias homosexuales que éste mostraba.
En otra ocasión, Freud afirmó que cierta revelación,
descubierta en la psique de un paciente, le había llevado a comprender el modo de curarlo, cuando dicha
revelación no la supo hasta tiempo después de haberlo
atendido (por cierto, se trataba del porqué un hombre
llamado Ernst Lanzer sentía la imperiosa necesidad de
dejar abierta la puerta de su casa entre las doce y la
una de cada noche, antes de estarse luego un rato
mirándose los genitales).
Medicina
Voronoff, Sergio. La futura ciencia de vivir
(Estudio de los medios de fortalecer la energía
vital y prolongar la vida).
Barcelona. Minerva S.A. (h. 1920). 1ª ed. Un
vol. 8º. 234 pág+2 hojas+retrato del autor+41
láminas fuera de texto. Tela de la época. Algunas manchas de óxido pero buen ejemplar.
Y también he encontrado algo más raro aún: un
cóctel que, al parecer, surgió durante los experimentos de Voronoff. Este punto no he podido
confirmarlo, pero pongo de todos modos a su
disposición la receta de la bebida, cuyo nombre
es bastante poco seductor:
MONKEY GLAND
3/5 ginebra
2/5 zumo de naranja
2 golpes de granadina
2 golpes de absenta
Sigmund Freud
No hace muchos años pudo demostrarse que los
más famosos casos clínicos de Freud, que le sirvieron
para elaborar el edificio del Psicoanálisis, fueron alterados e incluso, en algunas ocasiones, modificados con
inverecundas falacias. Quizá la mayor es la que, según
él, le hizo descubrir el “Complejo de Edipo”. Freud aseguraba que fue la exploración interior de su propia
mente la que le dio luz sobre el problema, lo cual ha
quedado rebatido mediante el atento estudio de sus
documentos y notas. Nunca sufrió una inclinación edípica, y lo más probable parece ser que, sencillamente,
se inspirara en el mito griego para elaborar la teoría.
Figura 17. Freud
El caso más curioso –y hasta gracioso, aunque
rayano en la grosería– de invención por parte de Freud
de un análisis clínico se refiere a un caso conocido
como el del “hombre de los lobos”. Freud se refiere a
él, llamado Sergei Pankejeff, como “un joven de salud
delicada desde que sufrió a los dieciocho años una
infección blenorrágica, y que cuando empezó el tratamiento psicoanalítico, años después, era absolutamente incapaz de cuidar de sí mismo, lo que le hacía
depender para todo de los demás”. Pero según Freud
el origen de los problemas de Pankejeff radicaba en
Freud trató –y pretendió haber curado– a un niño
llamado Hans mediante su idea del complejo de Edipo.
Este niño sufría un miedo patológico por los caballos,
tan profundo que no se atrevía siquiera a salir de su
casa. Freud aseguraba que consiguió descubrir que el
pánico provenía del complejo de castración asociado al
de Edipo, y afirmaba también haberle curado. Pero
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Autores científico-técnicos y académicos
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¿Impostores de la ciencia?
una grave dolencia neurótica que se había instaurado
bajo la forma de una histeria de angustia poco después
de cumplir los cuatro años de edad, y que se convirtió
posteriormente en una neurosis obsesiva de contenido
religioso (¡vaya!).
del padre, comprendiendo la esencia de la cosa y su
significado”.
La estupidez hereditaria
A pesar de que Freud, que trató a Pankejeff a principios de los años diez del siglo XX, afirmó haberle curado gracias a la compresión de su dolencia, una periodista descubrió muchos años después que en realidad
nunca había llegado a sanar. Ni mucho menos. Sin
embargo, en sus memorias, Pankejeff afirmaba que
estaba curado. Al parecer lo había hecho para satisfacer
a Mauriel Garner, muy interesado en demostrar que
Freud estaba en lo cierto en sus investigaciones; para
satisfacerle y para satisfacerse a sí mismo, ya que todo
fue cuestión de dinero... A los psicoanalistas no les agradaba la idea de que el caso más famoso del padre de la
técnica que les daba de comer fuera descubierto como
un fraude evidente. Así que Pankejeff cobraba una
especie de salario de la Fundación Sigmund Freud, a
cambio de mantenerse en el anonimato.
Veamos ahora un caso cuyas connotaciones llegan
al punto de lo inadmisible; aunque quizá no tanto por
el responsable en sí de las investigaciones como por la
difusión e influencia que sus ideas, basadas en completas falsedades, tuvieron hasta los años setenta del siglo
XX. Se trata de la historia de Cyril Burt, hijo de un
primo de Charles Darwin que fuera promotor de las
pruebas mentales y precursor del estudio científico de
las huellas dactilares.
Burt se convirtió en titular de la primera cátedra de
psicología de Inglaterra, hecho que tuvo lugar en 1907.
La labor más importante que acometió en su nuevo
puesto fue tratar de demostrar sus ideas acerca de que
la inteligencia de un individuo depende de factores
hereditarios. Y para probarlo, lo mejor era estudiar
parejas de gemelos idénticos separados el uno del otro
en su nacimiento o a temprana edad. Como los gemelos idénticos poseen la misma herencia genética, Burt
podría así averiguar si el ambiente distinto afectaba a
la inteligencia o ésta únicamente dependía del patrimonio innato.
Después de trabajar con más de medio centenar de
parejas de gemelos del tipo que él necesitaba, Burt
anunció que había demostrado una clara e incuestionable correlación entre la herencia genética y la inteligencia. Por tanto, quedaba claro que la educación y el
ambiente sólo influyen mínimamente en las capacidades intelectuales de los seres humanos.
Figura 18. El “hombre de los lobos”, Sergei Pankejeff
(a la derecha), con su familia en Odessa
Las sospechas de que Burt había hecho trampa
comenzaron precisamente por la gran cantidad de
gemelos que se mostraban en sus investigaciones. Los
gemelos idénticos que cumplan la condición de haberse criado por separado son, lógicamente, escasísimos,
pero eso no parecía haber afectado a Burt. Por otro
lado, los resultados de sus estudios fueron exactamente
los mismos a lo largo de los años, lo cual es estadísticamente imposible, pues debía haberse dado alguna
variación aunque se debiera sencillamente a factores
residuales.
De hecho, la interpretación que Freud llevó a cabo
sobre un sueño de Pankejeff, tenido por éste a los cuatro años de edad, es increíblemente absurda, y llega al
extremo de la desvergüenza científica. El sueño consistía en lo siguiente: se abría la ventana de la habitación de Pankejeff niño y enfrente, en un nogal, veía
varios lobos blancos sentados en las ramas. Para
Freud, la interpretación era esta: el sueño tenía relación
con una experiencia real del paciente que, cuando
tenía un año y medio, contempló a sus padres protagonizando “un coito por detrás repetido tres veces”, en el
que “pudo ver los genitales de la madre y el miembro
Autores científico-técnicos y académicos
No fue hasta 1974 cuando las experiencias de Cyril
Burt fueron completamente desechadas, y demostrada
su falsedad. Pero, hasta entonces, sucedieron algunos
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¿Impostores de la ciencia?
hechos bastante lamentables. En Inglaterra, por ejemplo, el Gobierno adoptó una prueba basada en sus
planteamientos, y cuyo objeto era establecer qué niños
debían orientarse hacia la educación superior y cuáles
hacia la inferior. O el caso de un profesor de Harvard,
que llegó a elaborar una teoría acerca de la correlación
entre riqueza e inteligencia, que venía a decir que los
pobres lo eran por ser más estúpidos, de manera que
sus hijos tenían más posibilidades de ser también estúpidos. En cambio, los hijos de los ricos gozaban de una
herencia superior –no sólo económica–, y estaban
poco menos que predestinados a perpetuarse en la
riqueza gracias a su mayor inteligencia. Lo que no
queda claro es cómo explicaba que los pudientes tengan también hijos subnormales.
pana de cristal un pequeño fragmento de corazón de
pollo, tomado en estado embrional, al que se añadía
plasma sanguíneo diluido en agua, y puesto todo a
incubar a temperatura controlada de 39 grados centígrados. Once de los cultivos murieron transcurridos
apenas dos meses. Otros cuatro duraron más, pero
también acabaron por morir en poco tiempo. Sólo uno
siguió reproduciéndose de un modo que parecía indefinido, y de hecho lo estuvo haciendo hasta 1946.
Para que las células se alimentaran, Carrel había
decidido que se aportara a los cultivos lo que él denominaba “jugo embrional”, que no era otra cosa que
extracto de embrión de pollo. Nadie pudo sospechar –y
Carrel mismo no lo sabía– que ese jugo embrional llevaba consigo unas células idénticas a las de los cultivos, por lo que éstas resultaban sustituidas y no eran
realmente inmortales.
La persona encargada de aquellos cultivos era el
ayudante de Carrel, Albert Ebeling. Pero las sospechas
recaen sobre un técnico de laboratorio que odiaba a
Carrel por sus inclinaciones fascistas, y que posiblemente intentó desacreditar al científico mediante la falsificación de sus investigaciones. Esto, como en tantos
otras casos, seguramente no quedará nunca esclarecido del todo.
Figura 19. Burt
Las células inmortales
En este caso de fraude científico se vio involucrado el
nombre del premio Nobel francés Alexis Carrel, aunque
ni él tuvo responsabilidad en el engaño ni se relacionó
con las investigaciones que le valieron el prestigioso premio. Todo fue obra de uno de sus ayudantes de laboratorio, pero Carrel creyó haber descubierto un método
que transformaba a las células en inmortales. Y no sólo
eso: mediante la reproducción in vitro durante treinta
años de células cardiacas de pollo, éstas no morían ni
presentaban rasgos de envejecimiento, por lo que Carrel
llegó a afirmar que el envejecimiento y la muerte no son
fenómenos necesarios, sino contingentes.
Figura 20. Carrel
El eslabón perdido, hallado
Perdón por el chiste tan malo que he hecho en el
título de este epígrafe, pero no he podido evitarlo. La
historia de los eslabones pedidos que unen, como en
Los experimentos comenzaron en 1912 con dieciséis cultivos. Estos consistían en colocar en una cam70
Autores científico-técnicos y académicos
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¿Impostores de la ciencia?
una cadena, al hombre actual con un antepasado
común de éste y del mono, es realmente cómica.
algunas muelas, además de otros restos no humanos,
como dientes de hipopótamo y cuernos de mamíferos
extinguidos. Se hallaron también algunas toscas herramientas primitivas. Al analizarse los restos humanos,
datándose a partir de los demás elementos de la excavación, se concluyó que el cráneo y la mandíbula eran de la
misma criatura, lo que hizo a los científicos llegar a la
conclusión de que se trataba de un ser casi humano, pero
con esqueleto simiesco. Es decir: el eslabón perdido.
A principios del siglo XX se demostró que uno de
los científicos más respetados de Alemania, el profesor
Ernst Haeckel, había cometido fraude en sus figuras de
embriones, con las que pretendía demostrar el origen
común de las especies. Para exponer la similitud entre
los embriones de hombre, mono y perro, usó tres
embriones que de hecho eran idénticos, porque pertenecían a la misma especie de perro. Y lo mismo había
hecho con tres embriones de perro, pollo y tortuga. En
su obra “Antropogenia o historia de la evolución
humana”, Haeckel describió con precisión los veintidós
eslabones que unían al hombre actual con un antepasado común a la especie de los monos, al que denominó “monera”. Entre los eslabones de la cadena
encontramos el “hombre alalo”, que no era capaz de
articular lenguaje oral, al Arquiprimas o al muy próximo a nosotros Homo stupidus.
El engaño llegó a convertirse en el mayor hallazgo
fósil realizado en la Gran Bretaña, motivo de orgullo
para los altivos hombres de ciencia ingleses, e incluso
el lugar donde se efectuó se convertiría en centro de
peregrinaje al ser declarado monumento nacional en
1950. Sorprende pensar cuántos años duró la falacia,
hasta que en 1953 se descubrió y el “Hombre de Piltdown” se desmoronó. Doyle había logrado que su
broma alcanzara las más altas esferas de la ciencia de
su país a lo largo de cuarenta años.
Como dato curioso dentro de los datos curiosos, el
escritor incluyó entre los restos fósiles el pie de un palo
de cricket –deporte al que era muy aficionado– tallado
y reconvertido en una especie de utensilio primitivo.
Tampoco esta broma dentro de la broma hizo “saltar la
liebre”. Una vez más, la ciencia era víctima de la estafa.
Figura 21. Haeckel
Ahora bien, si hay un caso verdaderamente curioso, y hasta divertido, es el que tuvo en jaque a la ciencia británica por espacio de demasiados años, y que al
parecer no fue más que una broma de Arthur Conan
Doyle, el creador del famoso detective Sherlock Holmes. Este fraude es conocido como el “Hombre de Piltdown”, y se inició en 1912, cuando un conservador del
departamento de geología del British Museum, llamado Arthur Woodward, y el abogado Charles Dawson,
apasionado de la arqueología y la geología, anunciaron haber encontrado el “eslabón perdido”.
Figura 22. El bromista Conan Doyle
En 1990, un joven de veintinueve años, estudiante
de
NNot
aahistoria antigua, encontró en Zubialde, a unos
ot
veinte kilómetros de Vitoria, la entrada de una gruta
en la que se hallaron setenta y cinco pinturas rupestres. Aunque varios de nuestros compatriotas científicos pronto confirmaron la veracidad del descubrimiento, el fraude se descubrió al analizar concienzudamente la composición de las pinturas, pues se
encontraron restos de estropajos y brochas modernas.
Se trataba de los restos fósiles de un ser humano,
encontrados cerca de la localidad de Piltdown, en Sussex,
en una cantera de grava. La piezas principales estaban
constituidas por un cráneo, un trozo de mandíbula y
Autores científico-técnicos y académicos
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¿Impostores de la ciencia?
la experiencia, anunció a la comunidad científica su
descubrimiento. O eso o él mismo fue el que protagonizó el fraude, pues se descubrió poco tiempo después
que las almohadillas de los sapos se debían en realidad
a la inyección subcutánea de tinta china.
El fraude de los sapos parteros
En los años veinte del siglo XX, el biólogo austriaco
Paul Kammerer intentaba demostrar la teoría llamada
lamarckismo, que se refiere a los caracteres adquiridos
en la evolución de las especies. Esta teoría está hoy
totalmente desterrada, pero Kammerer se lanzó a
investigar con sapos parteros de una variedad que se
reproduce en tierra, poniéndolos a vivir en agua. Esperaba así que, tras varias generaciones, a los sapos de
tierra les salieran una almohadillas de color negro en
sus patas anteriores, que les sirven a los de agua para
aparearse en ese ambiente resbaladizo.
Al parecer fue uno de sus ayudantes quien había
cometido el fraude, quizá con intención de beneficiar a
Kammerer, o puede que con afán destructivo. El caso
es que la carrera de éste quedó desacreditada completamente, y su buen nombre como investigador deshonrado. Paul Kammerer se suicidó en 1926, amargado y
desesperado por todo lo sucedido.
A modo de conclusión
Por mucho que nos sorprendamos con estas prácticas impropias de personas honradas, e incompatibles
con el debido altruismo del científico, debo reconocer
que, en lo que respecta a mí, seguiré confiando más en
los hombres de ciencia que en la práctica totalidad del
resto. El motivo es tan simple como el siguiente: al
menos al científico se le puede atrapar en su engaño,
pero no es tan fácil hacerlo con filósofos, escritores,
profetas, videntes, periodistas, políticos, curanderos...
(los junto a todos intencionadamente). En nuestros
tiempos, en los que todo el mundo parece tener una
opinión, yo decido reservarme la mía. Fórmese usted
la que más le convenga, pero no piense que su médico
le va a engañar la próxima vez que lo visite; o que
todos los nuevos descubrimientos son una majadería.
Figura 23. Kammerer
Tras varias generaciones, Kammerer comprobó con
satisfacción que las almohadillas habían surgido efectivamente en sus sapos. Y antes de comprobar y repetir
Figura 24. Sitio web de The Online Resource for Instruction in Responsible Conduct of Research (http://rcr.ucsd.edu)
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