La LOE no cree en la enseñanza de la religión

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La LOE no cree en la enseñanza de la religión.
No reconoce la asignatura de religión como equiparable a las demás materias
fundamentales.
Jorge Otaduy
Profesor agregado de Derecho Eclesiástico en la Universidad de Navarra
“www.aceprensa.com”
19-04-2006
044/06
En el trámite final de aprobación de la Ley Orgánica de Educación (LOE) en el Pleno del
Congreso, el pasado 6 de abril, uno de los temas que han salido peor parados es el de la enseñanza
de la religión. Venía del Senado transformada, por obra del PP y la estratégica colaboración de CiU,
en una asignatura que podía cursarse con arreglo a diversas opciones, confesionales y no
confesionales, en condiciones académicas iguales, a todos los efectos. En el texto finalmente
aprobado, después de una referencia genérica al ajuste con lo dispuesto en el Acuerdo con la Santa
Sede, se garantiza la inclusión de la religión católica como área o materia en los niveles que
corresponda –es decir, de infantil a bachillerato–, así como también que todos los centros deberán
ofrecerla y que tendrá carácter voluntario para los alumnos.
Lo que se dice es correcto, pero insuficiente. Y a partir de ahí arrancan los problemas. Si se
compara el texto de la disposición adicional segunda de la LOE, a la que acabo de referirme, con el
contenido del Acuerdo de España con la Santa Sede, enseguida se constatan algunas ausencias
clamorosas. En primer lugar, la nueva ley educativa no reconoce la asignatura de religión como
equiparable a las demás materias fundamentales; además, el silencio del legislador hace temer que no
se tomarán las medidas –como impera expresamente el Acuerdo– para que el hecho de recibir o no
recibir la enseñanza religiosa no suponga discriminación alguna de los estudiantes en la actividad
escolar. Estas dos omisiones erosionan gravemente la dignidad académica de la asignatura e incluso
ponen en cuestión el futuro de esta enseñanza.
Sería ingenuo esperar que el texto mejore en las normas de desarrollo. Está más que
comprobado que el PSOE no cree en la enseñanza religiosa escolar tipificada en el Acuerdo con la
Santa Sede. Su modelo responde, más bien, a la idea de una formación religiosa diluida en la
educación en valores y de carácter transversal (aunque el fracaso de la transversalidad –cuando se
pretende transmitir unos contenidos en serio– haya conducido ahora a convertir en obligatoria la
nueva Educación para la Ciudadanía).
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La necesaria observancia –al menos formal– del Acuerdo con la Santa Sede, de la Ley
Orgánica de Libertad Religiosa y del propio artículo 27.3 de la Constitución, sobre el derecho de los
padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral conforme a sus convicciones –que los
socialistas se obstinan en ignorar, como si nada tuviera que ver con la enseñanza religiosa en los
centros docentes– hace que el modelo de enseñanza diluida de la religión no pueda prosperar. En
cualquier caso, parece que el Gobierno se encuentra decididamente resuelto a lograr que la
asignatura de religión no sea evaluable, ni computable, y que carezca de alternativa académica. A la
vista de esta situación, es bastante probable que dentro de no mucho tiempo estemos discutiendo el
problema del horario de la asignatura: es decir, si procede o no que ocupe la primera o la última hora
de la jornada, para evitar "el perjuicio" que de otro modo se ocasionaría a quienes no elijan la
religión. Parece que es la vuelta de tuerca que se operará en la materia.
El régimen del profesorado
El régimen del profesorado de religión se aborda en la disposición adicional tercera de la
LOE. Se mantiene la fórmula de la relación laboral con la Administración autonómica, vigente para
todos los profesores de religión desde 1999. Lo nuevo es la voluntad de uniformar, a todos los
efectos, el estatuto de estos docentes con el régimen laboral común. En este sentido, la nueva norma
no hace ninguna referencia a las especificidades propias de la prestación laboral de los profesores de
religión.
Reconoce, desde luego, el carácter ineludible de la propuesta del candidato por parte del
Obispo –como establece el Acuerdo con la Santa Sede–, que se renovará automáticamente –esto es
nuevo– cada año. Desaparece, en consecuencia, el contrato anual y se favorecen fórmulas de
estabilidad en el empleo. La solución parece correcta, siempre que se entienda que el automatismo
actúa en el caso de que no haya oposición del Ordinario. Automatismo significa, entonces, que no
hará falta expedir anualmente el documento formal de propuesta –el envío de la lista al
Departamento de Educación–, pero que queda abierta la posibilidad de la no propuesta, de acuerdo
con las causas que contempla el Derecho canónico.
El acceso al destino tendrá lugar, dice la nueva norma, "mediante criterios objetivos de
igualdad, mérito y capacidad". La fórmula, tal como se encuentra literalmente expresada, me parece
difícilmente compatible con el Acuerdo con la Santa Sede. El desarrollo reglamentario tendría que
abordar más claramente este aspecto, para encontrar el modo de incorporar a esos indeterminados
criterios objetivos ciertas competencias del Ordinario. Pienso que una fórmula de destino
estrictamente unilateral, por parte de la Administración educativa, no sería aceptable para la Iglesia.
Tendría que abrirse espacio, como mínimo, a algún tipo de acuerdo con la jerarquía.
La remoción, determina lacónicamente la norma, se ajustará a derecho. Una vez más hay que
subrayar la insuficiencia de los términos legales que, por eso mismo –y mientras un adecuado
desarrollo reglamentario no desactive la amenaza– no pueden estimarse correctos. No se discute el
tenor literal de la afirmación, pero hubiera sido deseable una referencia expresa a que el marco de
referencia de la finalización de la relación laboral es todo el derecho, también el Acuerdo con la
Santa Sede, que, como equiparado a un Tratado internacional, es norma interna del ordenamiento
español. Es un argumento que puede entender perfectamente un juez, aunque algunos pretendieran
interpretar el texto de otro modo.
La referencia a la judicatura, al término de estas líneas, me parece oportuna, porque no es
improbable que asistamos en un futuro próximo –como hemos conocido en otras etapas de nuestra
historia reciente– a un cierto proceso de "judicialización" de la materia relativa a la enseñanza
religiosa escolar.
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