Osvaldo Aguirre La ruta de un mito Geografías

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autor : Osvaldo Aguirre
La ruta de un mito
Geografías imaginarias. El relato de viaje y la construcción del espacio patagónico, de Ernesto Livon-Grosman, Rosario, Beatriz Viterbo, 2003, 202
páginas.
En Primer viaje en torno al globo Antonio Pigafetta narró los trabajos y los días de la expedición de Fernando de Magallanes, la primera en circunnavegar el mundo partiendo del
Océano Atlántico. Entre otros sucesos, dio cuenta de un encuentro cuyas irradiaciones llegan a nuestra época. La actual costa del sur argentino les ofreció un buen puerto y
decidieron instalarse para pasar el invierno de 1520. “Transcurrieron dos meses antes de que avistásemos a ninguno de los habitantes del país –relató Pigafetta-. Un día en que
menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca... Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura”. La anormalidad de esos
seres desconocidos estaba reafirmada por el tópico del mundo al revés: “parece que su religión se limita a adorar al diablo”, aseguró el cronista. No era la primera vez que se
hablaba de la existencia de tales criaturas en América; lo decisivo fue que allí se celebró un bautismo: “Nuestro capitán dio a este pueblo el nombre de patagones”. Más que una
región, acababan de descubrir un espacio literario: la Patagonia.
Ernesto Livon-Grosman parte de esa crónica para situar su lectura de un conjunto de textos que, según advierte, no han sido analizados en el marco de la tradición que conforman.
Los relatos de los viajeros argentinos e ingleses que recorrieron la Patagonia, dice, sedimentan en su acumulación, sus citas, entredichos y homenajes, un doble mito: “el de la
región como un territorio primigenio y tierra de nadie, y el de ese territorio como parte integral de la nación”. El recorrido consta de tres momentos: las expediciones inaugurales
que establecen las bases de esos discursos y que aquí son analizadas a través de los textos de Pigafetta, el sacerdote jesuita Thomas Falkner y Charles Darwin; las exploraciones de
científicos, militares y funcionarios argentinos en el marco de la incorporación de la Patagonia y cuya referencia insoslayable es el perito Francisco P. Moreno; los viajes de
escritores y pensadores, donde la captación del paisaje revierte en una revelación personal, como muestra William H. Hudson en Días de ocio en la Patagonia. El último período,
argumenta Livon-Grosman, cae en el dominio de la ficción (en él podrían inscribirse incluso, dice, textos de narradores actuales): los relatos de viaje se desentienden de las
funciones que antes se atribuyeron o les adjudicaron.
Los géneros literarios, dice Borges, dependen menos de una serie de reglas que de la forma en que son leídos. El relato de viaje ostenta además un estatuto ambiguo, comparable al
de la autobiografía, ya que puede partir de la ficción para llegar al documento, recurre tanto a mediciones y cálculos como a la imaginación, atraviesa el discurso de la literatura y la
historia. La narración de Pigafetta, en su tiempo, pudo ser considerada casi como un informe científico; ahora es casi parte de la literatura fantástica. Esa distancia parece
constitutiva del relato de viaje; por más pretensiones que se arrogue, es en última instancia la narración de un sujeto tomado en un punto determinado de su historia y moldeada por
un horizonte de expectativas personales. Si en la modernidad se produce “la metaforización del territorio patagónico” entonces el recorrido termina por cerrar un círculo. Porque la
ficción está inscripta desde el principio: el término Patagonia deriva, según rastreo de María Rosa Lida, de un personaje de las novelas de caballería muy popular en el siglo XVI y
connota lo monstruoso: es una figura humana con rostro de perro, donde lo humano cuenta sólo para dar relieve a lo animal. Como dice Livon-Grosman, hay una inversión de la
visión platónica: el nombre constituye a la cosa, “Pigafetta construye el territorio antes de su relevamiento y establece las bases para el mito a partir del cual la Patagonia se
explora”.
Thomas Falkner, a su vez, pudo escribir una Descripción de la Patagonia (1774) sin haber conocido la región, ya que no avanzó más allá del sur de la provincia de Buenos Aires,
donde recolectó informes de indígenas. El malentendido parece haber sido recurrente en esos diálogos, que llevaron al jesuita a situar una cordillera en el medio de Santa Cruz y
anotar el río Camarones, “pero sospecho que es imaginario”. El texto de Falkner fue reducido y alterado por el editor inglés, habiéndose perdido el original, lo que duplicó el
equívoco; y por añadidura a partir de su relato de relatos se trazó un mapa. En The Voyage of the Beagle (1839), Darwin agregó circunstancias fabulosas: los indígenas de Tierra del
Fuego, dijo, eran caníbales. Esta observación fue el resultado de su imposibilidad de comprender (y de escuchar) a ese otro que aparecía ante su mirada; la antropofagia connota la
negación de la condición humana y para el científico inglés pudo ser verosímil en sujetos que andaban desnudos (como se sabe, untaban su piel con grasa, lo que los protegía del
frío; similar ignorancia manifestaron los salesianos que exhortaron a los fueguinos a cubrirse). Darwin asociaba dos fenómenos en su concepto de esos “primitivos”: presunto el
canibalismo de que se hacía objeto a los ancianos y la carencia de lenguaje (creyó, erróneamente, que el yámana estaba compuesto por unas cien palabras).
La particularidad de la Patagonia aparece como pregunta en los textos de los viajeros. No se trata de algún misterio: lo que hay es que no hay nada, lo que hay es el desierto. Ese
espacio vacío es un motivo para la imaginación; genera la angustia y la preocupación por ocuparlo, tanto en el terreno de lo imaginario (con las leyendas sobre la Ciudad de los
Césares o el reino de Trapalanda, que subsisten hasta fines del siglo XIX, por ejemplo en los galeses que acompañan a Luis Jorge Fontana en su exploración del oeste de Chubut y
sueñan encontrar oro) como en lo real. El hecho de que la Patagonia apareciera vacía generó el temor, desde mediados del siglo XIX, de que otro la ocupara, otro que por eso
mismo se tornaba amenazante, peligroso, y se constituía en enemigo. Por supuesto que se trataba de una construcción retórica, dado que la región estaba poblada por aborígenes. De
aquí surgen los viajes de militares y científicos argentinos que tratan de extender las fronteras del territorio (desde la provincia de Buenos Aires) y a la vez las del conocimiento.
Los argentinos agregan una dimensión política al relato de viaje: sus excursiones son, de acuerdo al autor, un complemento de la “conquista del desierto”. La identidad nacional
aparece ligada al exterminio de la población aborigen. La constitución de un estado central hegemónico, dice Livon-Grosman, excluyó a los indígenas y los condenó a la
desaparición; el terreno estaba preparado por los testimonios de los viajeros que observaron el “desierto” patagónico. La lectura de los textos de Moreno es uno de los tramos más
intensos, en un ensayo que por otra parte contiene numerosas sugerencias y desarrollos en un área (la crítica) que respecto al objeto en cuestión, sí, parecía tierra de nadie. El rol de
la escritura en la relación entre Moreno y los indígenas, el análisis de la colección y el museo en la búsqueda del perito y la interpretación del lugar que asume en relación a Roca
son algunos de esos pasajes.
Para justificar su recorte, Livon-Grosman dice que ha elegido los relatos fundadores del mito de la Patagonia. La decisión más arriesgada, quizá, fue dejar de lado como objeto
central Vida entre los patagones, de George Ch. Musters (1871), el primer extranjero que atravesó la región y en consecuencia cuestionó parte de los relatos que entonces
circulaban y sobre todo los prejuicios sobre los indígenas. Ese texto (uno de los mejores, en términos literarios, de la serie), no obstante, aparece como referencia para apuntar otra
particularidad de estos relatos -la percepción de la Patagonia como territorio independiente y que en consecuencia podía ser anexado por quien lo ocupara- y para subrayar la
diferencia entre los motivos y las visiones de los viajeros ingleses y los criollos (que planteaban la desaparición de la población indígena como condición necesaria de la
civilización). A partir de Moreno, en fin, “el viaje a la Patagonia adoptará un tono de carácter individual y el tono de los viajeros se volverá progresivamente más y más nostálgico”.
En el mismo movimiento, cuando parecía conocida hasta en sus rincones más alejados, la Patagonia se refuerza como mito para apostar al porvenir, “como el repositorio del futuro
de la nación”.
“¿Por qué estos áridos desiertos han echado tan profundas raíces en mi memoria? ¿Por qué no hacen otro tanto las verdes y fértiles Pampas, superiores a las extensiones
patagónicas?” La pregunta de Charles Darwin sitúa una cuestión central: esa contradictoria fascinación ante un paisaje desolador persiste como el motivo más poderoso para
emprender el (relato de) viaje.
(Actualización abril - mayo - junio - julio 2004/ BazarAmericano)
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