Segunda semana - Diócesis de Barbastro

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Diócesis de Barbastro-Monzón
«Contaron cómo había abierto a
los gentiles la puerta de la fe»
(Hch 14, 27)
El encuentro que da un nuevo
horizonte a la vida
«Tú tienes palabras de vida eterna»
(Jn 6, 68)
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Segunda Semana de Cuaresma
“Tú tienes palabras de vida eterna”
Comenzamos cantando y rezando
Empezamos, como la semana pasada, haciendo con
pausa la señal de la cruz y, después, escuchamos el salmo
8 ―«Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en
toda la tierra!»― en la versión musical de Manzano.
A continuación, recitamos este desahogo que San
Agustín nos dejó en sus “Confesiones”.
¡Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí;
yo, fuera.
Por fuera te buscaba
y me lanzaba sobre el bien
y la belleza creados por ti.
Tú estabas conmigo
y yo no estaba contigo ni conmigo.
Me retenían lejos las cosas.
No te veía ni te sentía, ni te echaba de menos.
Mostraste tu resplandor
y pusiste en fuga mi ceguera.
Exhalaste tu perfume,
y respiré, y suspiro por ti.
Gusté de ti, y siento hambre y sed.
Me tocaste, y me abraso en tu paz.
(San Agustín)
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
Para germinar y desarrollarse, la fe, como las
plantas, necesita un clima propicio: el clima del
encuentro con Jesucristo; un encuentro íntimo, amigable y cordial, veíamos la semana pasada. Pero hay
un riesgo: quien se encuentra con Jesús pronto se
da cuenta de que está ante el Dios vivo, cara a cara
con Él, y la cercanía del Santo sobrecoge. Entonces
surge la tentación de alejarse y quedarse a solas
consigo mismo, con las cosas, con las amistades...,
con quienes uno se hace la ilusión de estar más
seguro. Ceder a esta tentación desbarataría nuestro
camino hacia la fe.
Apártate de mí, que soy un pecador
En su relato evangélico, Lucas narra la llamada
que Jesús hace a sus primeros discípulos después
de la pesca milagrosa (Lc 5. 1-11). La pesca fue
abundante y a pleno sol, en contraste con el estéril
trabajo de toda la noche anterior. Simón, de oficio
pescador, al igual que sus compañeros, sabía que no
se puede pescar a pleno sol y menos aún si durante
toda la noche los peces se han resistido a entrar en
las redes. Cuando Jesús, después de enseñar a la
gente desde la barca de Simón, le dice: «Rema mar
adentro, y echad vuestras redes para la pesca», la
respuesta es la de un profesional que sabe cuándo
se puede pescar y cuándo no: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
nada». Mas el profesional se siente condescendiente
con aquel rabino que entiende poco del arte de pescar, y decide hacerle caso: «pero, por tu palabra,
echaré las redes», ya que te empeñas...
El resultado abruma y sobrecoge a Simón y a
sus socios. Se dan cuenta de que están ante Dios en
persona, el Dios santo, y se debaten entre la admiración, que les atrae hacia Jesús, y la conciencia de
ser unos pobres hombres, que les aleja de él. Simón
se considera indigno de estar en pie junto a Jesús
porque ha coqueteado con su autosuficiencia de
pescador experimentado y ha dudado cuando le
pidió que echase las redes. Así que se echa a sus
pies y le ruega: «Señor, apártate de mí que soy un
hombre pecador». Sólo la comprensión de Jesús y su
llamada: «No temas; desde ahora serás pescador de
hombres», logra tranquilizarle y convertirle en discípulo: «Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron».
Este relato nos hace ver que en el encuentro creyente hay siempre un momento sobrecogedor. No es
un encuentro cualquiera, sino con el Dios vivo, ante
el que siempre tenemos que reconocer que nuestros
labios y nuestro corazón son impuros. Un encuentro
de tal densidad nos puede parecer irreal o incómodo, por lo que estamos tentados de mirar hacia otra
parte y seguir con lo de siempre. Simón, antes de
consentir en la llamada de Jesús, quiso quedarse
como estaba: «apártate de mí», déjame en paz con
mis redes y mi competencia en el arte de la pesca; tu
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
presencia me perturba; mejor que te apartes y me
dejes.
Pero, si queremos abrir nuestro corazón a la fe,
hemos de atrevernos a encontrarnos con este Dios
vivo, hecho carne e historia humana en Jesucristo.
Él, a pesar de nuestros miedos, pone su mano sobre
nosotros y nos dice, como al vidente del Apocalipsis:
«No temas, soy yo» (Ap 1, 17).
Un nuevo horizonte en la vida
La multiplicación de los panes fue otro signo que
despertó admiración y entusiasmo hacia Jesús en
muchos judíos. El relato de este episodio, tal como
lo narra el evangelista Juan (6, 1-71), nos puede
ayudar a dar un paso más en el encuentro creyente.
Jesús siente verdadera preocupación por las
necesidades de la gente: les da pan cuando están
hambrientos y cura a sus enfermos. Pero quiere evitar que los árboles les impidan ver el bosque; por eso
no deja que lo proclamen rey e interpreten su misión
como un poder en competencia con los poderes de
este mundo. En cambio, les incita a trabajar «no por
el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del
hombre». Jesús, pues, apunta hacia otro pan que
puede saciar toda clase de hambre, apunta a la salvación que él proporciona: una liberación total de las
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
esclavitudes humanas, incluida la de la muerte, algo
que parece imposible a los hombres. Se trata de un
“pan” que sólo puede ser apetecido por el que tiene fe.
Cuando ellos le preguntan «¿Qué tenemos que
hacer?» para conseguir ese alimento, la respuesta de
Jesús es muy precisa: «Que creáis en el que él ha
enviado (...) Yo soy el pan de vida. El que viene a mí
no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed
jamás. (...) Esta es la voluntad de mi Padre: que todo
el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo
lo resucitaré en el último día». Pero de nuevo hace su
aparición la dificultad, que ya hemos visto, para
entregarse abiertamente en los brazos de Jesús, la
objeción del realismo: «¿No es este Jesús, el hijo de
José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?
¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?».
Hay que saber ir más allá
Jesús ofrece una experiencia de plenitud, pero
hay que ser capaz de ir más allá del signo que despierta el interés; no deben quedarse en la utilidad
material que la multiplicación de los panes les proporciona, sino que han de reconocer al que Dios ha
enviado en aquel Jesús, al que tienen por hijo del
carpintero, y entrar en profunda comunión con él:
hay que «comer su carne», porque «el que me come
vivirá por mí».
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
En este relato, como en la vida diaria, muchos
de los que oyeron el mensaje se apartaron.
Prefirieron la seguridad inmediata que da lo “razonable” y lo material frente a la promesa de liberación. ¡Cuántas veces los israelitas añoraron en el
desierto las seguridades de Egipto y renegaron de
Moisés y de Dios, que les habían sacado de la esclavitud!
Este episodio nos hace ver que no se llega a
creer si no se siente la nostalgia de una vida en verdad y en plenitud, tal como Jesús ya lo advirtió
cuando dijo: «Si permanecéis en mi palabra, seréis
de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la
verdad os hará libres» (Jn 8, 31). El consumismo
moderno aparece como un potente riesgo para la fe,
porque llena al hombre de cosas que no le sacian,
pero le entretienen y adormecen, impidiéndole
arriesgarse en busca de la plenitud.
Con la deserción de aquellos judíos y de tantos
hombres y mujeres actuales contrasta la confesión
de fe de Pedro en nombre de los Doce: «Señor, ¿a
quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo de Dios». Pedro reconoce a Jesús como plenitud para la vida del hombre. Este es el paso definitivo en el camino iniciado con el encuentro con Jesús,
una vez superado el sobrecogimiento que ha supuesto encontrarse en la presencia del Dios vivo.
Es ahora cuando el creyente se siente iluminado
por el Espíritu de Jesús en la mente y en el corazón,
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
y con esa luz es capaz de ver la otra cara de la vida,
la que está más allá de las apariencias inmediatas.
Por eso, los Padres de la Iglesia llamaron al bautismo sacramento de la iluminación, porque, como
decía San Justino: «el espíritu de quienes reciben
esta enseñanza es “iluminado”. Habiendo recibido
en el Bautismo al Verbo, la “luz verdadera que ilumina a todo hombre”, el bautizado se convierte en
“hijo de la luz” y en “ser luz” él mismo».
Esta luz que nos capacita para ver la vida con
los ojos de Jesús es un don e impulsa al testimonio.
Los que han sido iluminados en la mente y el corazón
por la Palabra del Señor no pueden callar lo que han
visto y oído. Esta iluminación nos hace «redescubrir
la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo
de comunicar la fe», tareas a las que nos ha convocado el Papa en este Año de la fe.
Para la reflexión personal o en grupo
v ¿Alguna vez me he sentido sobrecogido ante la
presencia de Jesús? ¿Cómo he reaccionado en
esos casos?
v En los momentos de dificultad o de duda, ¿me
he atrevido a decirle a Jesús: «Tú tienes palabras de vida eterna»?
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
v ¿Siento necesidad de plenitud o prefiero la
“seguridad” que ofrece el consumismo y la
mediocridad?
Oración y canto de despedida
Vosotros que escuchasteis la llamada
de viva voz que Cristo os dirigía,
abrid nuestro vivir y nuestra alma
al mensaje de amor que él nos envía.
Vosotros que invitados al banquete
gustasteis el sabor del nuevo vino,
llenad el vaso, del amor que ofrece,
al sediento de Dios en su camino.
Vosotros que tuvisteis tan gran suerte
de verle dar a muertos nueva vida,
no dejéis que el pecado y que la muerte
nos priven de la vida recibida.
Vosotros que le visteis ya glorioso,
hecho Señor de gloria sempiterna,
haced que nuestro amor conozca el gozo
de vivir junto a él la vida eterna. Amén.
(Liturgia de las Horas)
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
Cristo
Cristo
Cristo
Cristo
nos
nos
nos
nos
da
da
da
da
la libertad;
la salvación;
la esperanza;
el amor.
Cuando luche por la paz y la verdad
la encontraré.
Cuando cargue con la cruz de los demás
me salvaré.
Dame, Señor, tu Palabra.
O ye, Señor, mi oración.
Cuando siembre la alegría y la amistad,
vendrá el Amor.
Cuando viva en comunión con los demás,
seré de Dios.
Dame, Señor, tu Palabra.
Oye, Señor, mi oración.
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“Tú tienes palabras de vida eterna”
Guía para orar durante la Cuaresma
Para la segunda semana
Del 24 de febrero al 2 de marzo
Jesucristo es Dios
El encuentro con Jesucristo es especial, único,
sorprende siempre, porque Él es Dios. Dejemos lo
que nos retiene para seguirle y detrás de cada paso
estará la confianza y la seguridad de tener la anchura de la verdadera libertad. En el camino del seguimiento a veces nos puede parecer que no vemos
nada claro; pero Él va delante y lleva la luz.
Lecturas para orar con el Evangelio:
Domingo, 24 de febrero:
Lunes, 25 de febrero:
Martes, 26 de febrero:
Miércoles, 27 de febrero:
Jueves: 28 de febrero:
Viernes: 1 de marzo:
Sábado: 2 de marzo:
Lucas 9, 28-36
Lucas 9, 37-43
Marcos 4, 35-41
Mateo 16, 13-20
Lucas 5, 17-26
Lucas 8, 40-56
Juan 11, 1-44
Oración para esta semana:
Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Tú eres el Maestro de la humanidad.
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Tú eres el Redentor.
Tú eres el camino de la historia y del mundo.
Tú eres el compañero y el amigo de nuestra vida.
Tú eres el pan, la fuente de agua viva
para nuestra hambre y nuestra sed.
Tú eres el pastor, nuestro guía,
nuestro ejemplo y nuestra fuerza,
nuestro hermano.
Tú nos eres necesario
para ser salvados y elevados al orden sobrenatural.
(Pablo VI)
Consejos para meditar la Palabra de Dios
v Lee atentamente, sin prisa, con algunas pausas.
v Lee tratando de escuchar a Dios, como de persona a persona.
v No te preocupe tanto entender “qué quiere
decir el texto que estoy leyendo” cuanto de
preguntarte: “¿qué me dice Dios con esta
palabra?”
v Es bueno atreverse a quitar el nombre propio
que aparece en el texto (por ejemplo, Zaqueo,
Simón, Juan, Santiago...) y sustituirlo por tu
propio nombre para sentir que puedes estar
tú mismo en esa situación.
v Cuando reces los salmos, piensa que también
los rezaron Jesús, María, José, los Apóstoles y
tantos santos y creyentes sinceros a través de
los tiempos. Trata de ponerte en el lugar de
Jesús y, con sus sentimientos, dirige a Dios
las palabras del salmo.
v Trata de aplicar a tu vida la Palabra que estás
orando y busca cómo puede influir en ti para
ir cambiando tu modo de pensar y de actuar.
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