Tomo II, Núm. 43, 26 de octubre de 1840

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SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
E SPA Ñ A
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PIN TO RESC A .
Z L C A S T IL L O D I A O C IL A m .
l n huestes mn6ulmin»5 desdi lis lerique (hoy M onlnrque), MonlOIe, el Pontón (hoy
orillas del T ijo b u l» el otro Udo del Ge- puente de D. Gonzalo) y Castil-Anzur, lugares todo, de­
—'
nil por Daestris iraiss vencedoras, la fendibles por I. naturaleza y por el arte, de las irrupcio­
guerra se encrudeció entre ambos pueblos, pugnando el nes estrenas, y pontos de contacto con los limites de
infiel por recobrar el usurpado señorío, y el castellano vatios estados poderosos, cu vos concejos y pendones,
por lauzar del suelo de sus mayores la raza proterva de auxiliándose mutuamente en lo» mayores peligros, ar­
Jos Lijos del Islam. Las villas y castillos fionlerizos al rancaron en diferentes encuentros á los infieles los des­
reino de Granada opusieron fuerte dique á la saña de los pojos de sus victorias, 6 reprimieron sus álgaras por el
prim eros, abriendo campo i los segundos en que ejer­
citar sus virtudes militares, sus planes de conquista, y P ' Muerto San Fernando y corriendo los años de 125S,
mas de una vez sus enconos y peculiares venganzas; que D. Alonso el Sábio su hijo trocó el señorío de Cabra,
incorporado recientemente á sn corona, con el de Agui­
de todo nos enseña la historia de aquellos siglos.
Poley, villa fuerte y poderosa, asentada sobre las la! ó Poley , propio á la sazón del concejo y ciudadI de
minas del Ipagro de los griegos, á siete leguas de Córdoba Córdoba, según nos muestra el privilegio rodado de Vabácia el Sur y en el corazón de Andalucía, fue reputada lladolid , fecha 5 de febrero del mismo año. El objato
punto importante desde su conquista por Fernando 111 de esta permuta parece fue. el otorgar nueva merced de
en 1240. A ello contiibuia no poco su posición geográ­ los estados de Poley por juro de heredad perpéluo á fa­
fica y la antigua fortaleza erigida por los romanos en la vor de D. Gonzalo Yanez Dobinal, rico-hombre porluparte oriental de la pobla’cion, capaz aun de resistir á "uds. de la antigua familia de los Agui.res o Aguilares
los embates del enemigo, siempre que intentase invadir de aquel reino, y aventajado en armas no menos que se­
la frontera. Esta tazón, unida á las circunstancias del ñalado en lealtad y buenos servicios i los reyes de Cas­
país , pingüe por su riqueza agricola, determinaron al tilla Pero tan raras prenda» en tiempos turbados y aza­
santo rey á conservarla en su corona, cediendo en tanto roso» no quedaron exentas de lunares, que empanaron
el señorío de algunos de los lugares som etid o s,! los su lustre. Aceptada I. merced del »«Borio de A ^ d e r
maestres, prelados y rico-hombres que le ayudaron y por D. Gonzalo, y prestado el juramento de fidelidad á
airvicron en esta guerra. El del castillo de Poley com­ D. Alonso, vióse con escándalo poco después , que alzada
prendía un vasto territorio, en el cnal babia edificados la bandera de rebelión por el m ían» D- S « * 1*«. y co­
varios fuertes de menor importancia, que, andando los municando el fuego i estas provincias, quebrantó el p ri­
tiempos convirtiéronse en otras tantas villas ó ciudades, mero sus palabras, rompió los lasos de gratitud que padepositarías de sus primitivos nombres. Eran estos, MonS e g u n d a s è n e __ T omo II.
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mfrlidas
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SEMANARIO PÍNTORESCO ESPAÑOL.
cite príncipe, siguiéndole despucs; liaste que, por los (
años de 1283 trabada una sangrienta refriega entre las
gentes de D. Sancho y los moroí de la Viga de Granada,
con grave riesgo de la vida de sn gefe Don Gonzalo,
ansioso de libertarle, se internó en la lid , y cayó alra
vesado por los golpes de los contrarios: castigo terrible,
pero justo, de su anterior alevosía.
Sucedióle en el estado un hijo suyo del icismo nom­
bre y de notable fama, asi por sn valor corno por su ri­
queza, el cual adoptó para sí y dio por blasón ó su si­
lla de Aguilar un tfgoi'.a negra en campo de plata y las
barras del condado de Barcelona, de cuyos señores des­
cendía por línea de hembra. Muerto este en 1 3)2, he­
redóle su hijo primogénito D. Gonzalo, de quien tanto
nos dicen las historias. Acompañado de su hermano Fer­
nán González de Aguilar, sirvió á D. Alonso XI en su
minoría, adquiriendo ambos grao loa do buenos vasallos
y capitanes valerosos. Pero las turbulencias de Andalucía
y la rebelión de Córdoba contra los tutores, á cuya ca­
beza estaba el adelantado de la Frontera I). Juan Pouce,
señor de Cabrera, los envolvieron en la común desgracia:
pues personándose el rey en aquella ciudad , como supie­
se los desmaneado D . Ju a n , y las injusticias, robos y
cohechos de Di Sánchez, gobernador de J .c n , que ayu­
dado de los Agoilares mantenía secretes tratos con el rey
moro de Granada, lu'zolos juzgar, y condenó al primero 4
ser degollado, precipitando al segundo por el puente del
Guadalquivir. Temerosos de igual suerte los hermanos
Aguilares, pasáronse 4 los infieles, cenctrl4ronse coa
el rey Jusef, y lomaren la vuelta de su estado, en el
que hicieron la guerra 4 su soberano I-güimo : mas aper­
cibido con tiempo D. Alonso, partió con buen golpo de
los sayos contra Aguilar, el cual sin esfuenzo ni comba­
te so entregó, solicitando los rebeldes el peidon del mo­
narca. Olvidando este en apariencia la ofensa, dejóles ir
libremente en su compañía, dando 4 poco eu le batalle
del Salado el mando de U retaguardia 4 D. Gonzalo de
Aguilar, juntamente con D. Pedro Nuñez. Pero como su
comportamiento eu ella no desmintiese la anterior con­
ducta, fue arrestado y preso de órdeu del rey en la tor­
re de Csrlagona , donde morid , dejando un hijo peque­
ño que buyd 4 Portugal. Fernán González su lio tomó
posesión del estado; pero 4 poco murió también i manos
de los infieles, yendo 4 socorrer 4 los cristianos sitiados
en aquella torre.
Entonces D. Alonso agregó 4 la corona el señorío de
Aguilar, año de 1343, quedando así unido hasta el rei­
nado de D. Pedro, el cual, por los de 13S2, lo donó á
su ayo y favorito D. Alonso Fernandez Coronel, con la
gracia de rico-hombre. Muy mal correspondió D. Alon­
so 4 esta gracia; porque desavenido con Alburqnerqne
4 poco tiempo, volvió zas armas contra el rey , hacién­
dose fuerte en su castillo de Aguilar. Mas D. Pedro le
cercó allí, y al cabo de algunos meses se rindió la villa,
ue fue entrada á saco ¡ después la fortaleza con sns
efensores, en l.° de febrero de 1353 , en cuyo dia fue­
ron delante del castillo decapitados, D. Alonso Fernan­
dez Coronel, su sobrino D. Pedro, con otros deudos y
cómplices de sn delito: con esto volvió tercera vez el es­
tado 4 la corona; pero el rey lo dió nuevamente, tres
■ños después, al Maestre «le Calatrava D . Martin López
de Córdoba, del cual es bien sabido qne murió defendien•do los hijos y tesoros de D. Pedro en el cerco de Carmona en 1370; ó mejor, que fue de sus resoltas preso y
degollado en Sevilla de orden del rey D. Enrique, en el
citado año.
Su muerte1dejó vacante el señorío de Aguilar, cuya
posesión solicitaron porfiadamente D. Bernardo de Ca­
brera y D. Gonzalo Fernaudez de Córdoba, alguacil ma­
yor de esta ciudad,. U cual había mantenido con bizarro
denuedo por D- Enrique , durante su ausencia en Fran­
cia, y libertado del asedio de las huestes de! rey su her­
mano. Ambos alegaban deudo con los primitivos Aguilares , y aun lo había muy cercano D. Bernardo de Ca­
brera ; prevaleció sin embargo el derecho de la privanza
al de la sangre, y D. Gonzalo obtuvo el estado, si bien
por pora y simple merced , que uo por parentesco, ni
por herencia de familia. En 30 de julio de 1370 se des­
pachó carta reul 4 su favor, y desde entonces hasta
nuestros dias lo lian poseído sus descendientes los mar­
queses de Pliego y condes de Feiia. Hoy anda en los
duques de Medmtceli, juntamente con sus castillos jr
aledaños, reducidos, como va dicho, 4 otros tantos pue­
blos do notable riqueza y vecindario.
Fortaleció, reedificó y ensanchó D. Gonzalo su villa
de Aguilar, y para mayor defeusa erigió sobre el antiguo
baluarte romano, desmantelado y casi destruido desde la
remitencia de Don Alouso Coronel, un espacioso é inespngnable castillo , no menos célebre por la estructura so­
lidísima de sus obras esteriores, que por su bella arqui­
tectura.
Sobre un cuadrillero ó estribo de sillería, antiguo
cimiento de la fortaleza de Ipagro, arranca el lienzo de
muro y frente meridional del castillo, de 240 pies de
lougitud, ol cual se baile sostenido por dos anchos cubos
circulares, y un» torre cuadrada que defiende toda la
parte oriental, y principalmente la puerta situada cerca del
ángulo, que la enlaza coa la fachada del mediodía. Admira­
ble por su sólida construcción sobro un tajido peñasco,
ofrecen sus muros por algunos sitios masas enormes do
cercs de cuatro vares de espesor: y como si aun todavía no
bastase tan bien meditada defensa 4 icsguardsr la entra­
da de cualquier asalto imprevisto, adelántase el lado iz­
quierdo y i respetable distancia del muro interior un ba­
luarte, circular también, coronado de almenas, penetra­
do con aspilleras, y defendido de un foso, ti cual servia
de barbacana 4 la fortaleza, dominando las obres citerio­
res el circuito autiguo y parte do la población derrama­
da en le prójima vertiente de la colina. Esta torro tuvo
sn entrada única por el muro meridional, y te baila á Su
vez dominada por el torreón circular do la izquierda, en­
tre el cual y la puerta hay practicadas garitas salientes,
sosteaidas en vistosos remates, sobresaliendo entre bus
labores águilas rapantes, Símbolo del estado de aquel
nombre. Este signo y los detnrs blasones de los primeros
Aguilares fueron colocados por Don Gonzalo de Córdoba
sobre la puerta principal del castillo, donde subsistían
todavía en 1782.
Los demas lados esteriores de él guardan la misma
proporción, alternando los torreones ó cobos en loe án­
gulos con las garitas intermedias, siendo tal la prolijidad
del arquitecto de esta obra que para que cada una de
sus partes correspondiese »1 lodo, czornó los cubos con
festones, cadenas, hojas y goirnaldas en relieve del mas
acabado gusto.
La distribución interior, aunque casi borrada por la
mano del tiempo y el vaodalismo de la ignorancia, se de­
ja bien conocer: después de pasado el ámbito ó soportal
abovedado, dentro del cual giraban las puertas, nótese el
lugar que debió ocupar la escalera , y b4cia la mitad del
muro los machones y arcos de sillería qne sostenían el
pavimento del salón del homenage, situado hácia la parte
de oriente en la misma torre cuadrada de que va becba
mención. Tiene este de largo cerca de 75 pies por SO de
anchura, y aun se notan eo sus frentes los estribos de la
grande ojiva que le cerraba, y los junquillos ó aristas
SEMANARIO PINTORESCO ESPAKOL.
cruzando en opuesta» direcciones Licia la clave princi­
pal. Tres ventanas, casi borradas hoy, hubieron de dar
luz á Un grandiosa estancia ; la una sobre la puerta, la
otra sobre el patio grande del Castillo, y la tercera tu
la misma torre oriental, llácía el lado del sur corre ons
galería, destinada sin dada en su parte baja i lo* deparlamculos donde se alojaba la guarnición, y en el segundo
piso & los de los dueños y su servidumbre. Entre la ga­
lería y el grau salón so encuentra el palio, de proporcio­
nadas y vastas dimensionra, de 110 pies de largo, y cer­
ca de 85 de ancbo , el enal enlazaba las habitaciones me­
ridionales con las septentrionales del castillo por pasadi­
zos, destruidos boy totalmente. Ocupan su centro dos
algives, largos como de 2-í pie» por 13 de anchura, en
el mas deplorable estado, obstruidos de escombros, y
quebrantadas ó hundidas sus bóvedas de ladrillo por los
enormes sillares derrumbados de la fortaleza, sillares que,
mas bien qne el transcurso de los siglos, lia desprendido
una órden bárbara y antinacional; una medida q u e , so
prelesto de mejorar el piso de las aceras de Ib villa, dió
en tierra cou un monumento ilustre do las arles, testigo
dé nuestras glorias, teatro de sucesos importantes, y
cuna de varones eminentes. Cuando el presbítero Don F er­
nando I.opcz de Cárdenas esciibia sus apuntes de la his­
toria do Aguilar (1) (de donde liemos estrsetado estas
noticias) & fines del pasado siglo, el castillo de Aguilar se
eocontriba habitable , casi ¡utactos sus muros, útiles sus
torres, y digno do ser visitado; boy, gracias á una re ­
prensible despreocupación mas funesta que todas las
inocupaciones de la antigua aristocracia española , es soo un estéril mentón de ruinas, blanco de la ingratitud
y olvido de la generación presente.
M. DE LA CÓRTE.
3 33
profesor, su imaginación , su sensibí'idad y el estudio que
ha debido hacer del hombre moral, única fuente del idea­
lismo, y de la sublimidad del pensamiento dominante en
la ejecución de su obra. No por eso se emienda que nues­
tras doctrinas artísticas desechan , de cuadros que no sean
históricos , lis condiciones que eu eslos exigimos; pero si
bien rabe en los retratos el estudio GlosóGco que de ellos
debe hacerse, siempre seiá en menor escala, y con re­
lación á una condición espresa , cual es la semejanza, de
la que ningún artista puede ni debe desentenderse.
Dejando para después consideraciones de natnrsleza
análoga á la de las presentes, pasemos á dar alguna idea
de las obras mas acabadas de la esposicion de este año.
El cuadro que sin dispula campea á la cabeza de to­
dos es el del seJor Tejco, compuesto de retratos de fa­
milia, de cuerpo entelo y tamaño natural. La composi­
ción está bien cnteudida; tiene sencillez y buen efecto;
su dibujo es correcto y severo, cual era de esperar de un
profesor que se distiuguc siempre por esa aventajada cua­
lidad: buen partido en los paños, con esceleotc efecto en
la sedería; entonación vigorosa y reposada en lo general;
dureza en algunos tonos poco jugosos de las carnes, con
especialidad en la cabeza de la señora: la Ggura de su es­
poso es la que ludamos mejor dibujada y piulada.
A la inmediación de este cuadro babia otros dos de
familia de menor tamaño que el tercio del natural, pin­
tados en París por Don Cárlos Rivera. I.ss Gguras tienen
buena casta Ja color; mas no nos atreveremos á decir
otro tanta del pais quo les sirve de fondo; en este uo
vemos bastantemente estudiada la variedad y rl reposo
convcnieula de tonos paro un pais quo sirve de fondo i
una composición. Tal vez tenga en ello mucha parte la
premura con que se boy* ejecutado; y á la verdad no
dejan de udverlirso en la misma algunos accidentes que
dan bástanlo valor á semejante sospecha. De todas mane­
ras , no liemos bailado en estos dos cuadrilos la mino
H E L IA S A R T E S .
maestra quo pintó la marcha al suplicio de Don Rodrigo
Calderón.
EHPOSlCtO.H DE LA ACADEMIA DE SAS »EIIVANDO.
En la misma sala se veia un busto do mármol blanco,
bastante bien trabajado por Don Francisco Pcrez, retra­
to de la difunta marquesa de Santa Coloma.
Muy pocas obras ocupaban la salí de entrada, otros
años llcnn de las pre entallas por los señores académicos.
tristísimas rcllexiooes nos conduciría la
pública osposicion do pintura y vrcullura Lo mas notable que en ella babia, era un basto eu yeso de
nuestro cólebte Calderón, ejecutado por Don Sabino Me­
que acaba de variGcarsccn las salas de la
dina ; no grupo igualmente en y e s o , mitad del natural,
Academia , si tratásemos de meditar sobre las causas que
han debido influir en la 06cesiva escasez de obras presen­ que represeula á Cuín matando (con la vulgar quijada de
quo no habla la Sagrada Escritura) i su hermano Abel.
tadas eu ella. Pero esas reflexiones, por mas dolorosas
Este grupo, ejecutado por Don Francisco Elias, descu­
que fuesen, no alcanzarían á remediar un mal positivo y
bre las felices disposiciones del autor, y la utilidad que
evidente, un oiaJ que descubre el estado de desaliento en
que hace algunos años se eucuentran las bellas arles en podrá sacar de los modelos del antiguo que para ello ba
consultado, si acierto, como es de esperar, á conocer los
España; y por cierto que las declamaciones filosóficas no
primores del arte que en aquellos se eocierrsu. Del mis­
bastarían para sacarlas del estado de postraciou en que
mo autor es también un bajo relieve en yeso, que si no
las vemos, ni para allanar los obstáculos quo á su fomento
se oponen. Baste saber, por lo mismo, que la efposicion nos equivocamos representa i Priamo á los pies de Aqnide este año ha sido sumamente pobre, no solo cu el nú­ Ics, pidiéndole el cadáver de Héctor. Composición difícil
para un bajo relieve, y muy delicada por la fuerza de
mero , sino en la calidad de las obras presentadas.
expresión que debe animar el rostro de esos dos perCortísimo es el cstálogo de Isa que merezcan hacer de
ellas mención honoríGca; coa el seulimieuto ademas de socagcs.
En la sala inmediata llamaba solamente la atención
n o bailar, entre l.s que están eu ese caso, uiuguna perte­
nn cuadro al olio de la señorita W tii, que no sabemos lo
neciente al género historial; á ese góuero que descubre á
toda luz la eslemiou de los conocimientos artísticos de uoI)( que representaba, pintado con bastante ligereza y diafa­
nidad de tintas, aunque un poco frias: uoa vista de la
casa que habitó en Segovia Juan Bravo , uno de los gefes
(I) Este n isnutciílo exilie hoy en poder de un lugctu i ñ de las comunidades de Castilla en el siglo X V I, pintada
eionadu . natural y iccinu de esta villa.
con
bastante verdad y buen efecto por el señor Akrial; y
E l diseño que va por cabcia del artículo presente fue tacado
el interior del salón de embajadores de la Alhambra, eje-,
en presencia de su o rig in a l, (al como existe actualm ente, en
mayo de 1839,
catado á la aguada por Don Manuel Ruis de Ogarrio, en
I
340
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
cual do sabemos qué cota H a mas digna da admiración,
ai la rigorosa exactitud con que están ejecutados los ¡n— írrahlri adornos, grecas y leyendas arábigas de dis*
tintos colores y matices que resaltan en el dibajo, ó la
incomparable paciencia y fatigosa constancia de que es
■seaester hallarse provisto para llevar á cabo tan impro­
be trabajo. Obra de raro mérito que siempre b a rí honor
á los conocimientos del Sr. Ogarrio.
Sentimos de todas veras no poder Lacer mención de
varios cuadros que hallamos al paso hasta llegar al gabi­
nete de retratos de la academia, eo el qne habla uno, de
que hablaremos abora ; porque asi aquellos, como la ma­
yor parle de los colocados en las restautes salas hasta la
salida, darían motivo á largas censuras artlsticrs, con
particularidad los 1res únicos cuadros que represeulaban
•acetos histéricos; ademas de no saber si sus autores se
conformarían con ellas, é ti nuestro buen deseo seria
equivocadamente interpretado de otra manera. Sabemos,
t i , apreciar como es debido los esfuerzas de un artista
qne desea adelantar en su profesión ; sabemos también
qne debe errar en sus ensayos, y hasta sabemos respetar
•sos mismos errores que á su tiempo sirven de útilísima
lección al mismo que los cometié. Si hay en efecto talento
y disposición en el artista , el estudio y la práctica le euaeñarán el camino del acierto; no es menester desalen­
tarle anticipadamente con un cúmulo de observaciones y
captas que no pueden ser abarcados ni comprendidos
ana vez. Repelimos que respetamos hasta los errores
de un principiante, porque tal vez se oculta detras de
•Uos un artista eminente. Estos motivos nos obligan á
guardar silencio respecto de esos cuadros para detenernos
en uno pequeño pintado por el Sr. Alcnza, tan conocido
j a como imitador del célebre Goya.
Ese cuadro representa un sacerdote que va á adminis­
tra r el santo viático, sin duda á algún pobre, según las
pocas luces que lleva, y la clase de personas que le acom­
pañan. Toque libre y fácil, que es la mauera peculiar
del autor ; suma verdad en loa caractères de los parsonages, y agradable efecto de claro-oscuro por el gusto y
tono vigoroso de Rerobract. Son también del mismo pro­
fesor varias aguadas y dibujos de plum a, ejecutados con
la ligereza, buen efecto y gracia que tan diestramente
•abe emplear siempre que pinta escenas populares.
En la sala de la biblioteca liabia dos cuadritos del se­
ñor Romero; el uno era retrato de un sacerdote, pintado
con bastante verdad en las tintas: el otro representaba
una jéven sentada , á quien un mancebo sorprende por
detras, tapándola los ojos con las manos. Estos dos cua­
dros pertenecen i la escuela particular del señor Gutiér­
re z , de quien acaso el autor será discípulo. El segando de
estos dos cuadros nos llamé la atención por la trasparen­
cia y jugo de sus tintas, especialmente en las carnes , y
por las buenas máximas en la distribución del claroescuro.
Nuestras doctrinas, que nunca son exclusivas en nin­
guna materia, nos conducen á aplaudir lo que esencialOMntc es bueno, aunque lo hallemos en una escuela dis­
tinta de la nuestra. He aquí por qué en la manera espe­
cial de la actual escuela de Sevilla, nos agrada esa casta
de color que, sin ser la de Murillo, como pretenden sus
discípulos, participa sin embargo de las buenas máximas
de la antigua escuela en cuanto al ambiente, entonación
y blandura de sus tintas ; y solo desearíamos un poco
mas de limpieza en estas, y mas corrección eo el dibujo.
Eo la misma sala se ha espueslo una copia de un cua­
dro de Horacio V crnet, ejecutada en París por el señor
O rtega, uno de los jévenes que sobresalen entre nosotros
por sus grabados en madera. El asunto versa sobre uua
«I
r
anécdota ocurrida entre Miguel Angel y Rafael, en oca­
sión de encontrarse estos dos grandes artistas eo una de
las escaleras del Vaticano. Julio I I , protector de ambos,
apetece en lo alto de estas, imponiendo silencio á sus
cortesanos para escuchar la contienda de los dos célebres
rivales (I).
La composición es buena, con bellos y bien distribui­
dos grupos, excelente dibujo según el gusto de la escuela
romana. Pero se advierte escesiva dureza en las tintas, y
sobre lodo absoluta falta de perspectiva aérea ; porque
careciendo de ambiente la composición, sus diversoeplanos é términos se vienen adelante como si estuvieran
en uno mismo todas las figuras que entran en ella.
Con este motivo no podemos menos de -hacer una
observación importante acerca del estado de la pintura
entre nosotros. Demasiado apegados á seguir la escuela
romana y la fraocesa, no tan solo eu el dibujo, lo cual
aplaudimos, sino también en el colorido, que para na­
da necesitábamos imitarlo de esas escuelas, hemos aban­
donado las verdaderas y escalentes máximas de color
que nos legaron en sus obras nuestros grandes artistas,
y los principios que les guiaban en el interesante estudio
de la perspectiva aérea; hemos renunciado, eo suma, á
tener una escuela original, una escuela verdaderamente
española, de que actualmente carecemos.
Algunas veces hemos llegado á creer que la causa de
no tener escuela original consista en que varios de
nuestros profesores de pintura han hecho su priocipal
estudio del colorido en Rama y en París. Sabemos muy
bien que la escuela romana, como conjunto de obras
clásicas de pintura y escultura, es la mas á propèsilo
para formar grandes artistas. Pero ¿es indispensable que
estudien en ella el colorido? ¿No bastaría para el objeto
que allí les conduce, limitarse á estudiar el dibujo y la
composición en presencia de los escalentes originales del
antiguo, de Rafael y Miguel Angel? E l estudio del
modelo vivo y de los cuadros de la escuela flamenca , ve­
neciana y española, de que hay abundante copia en
nuestro Museo, ¿no bastaría para formar excelentes co­
loristas? Por nuestra parte no vacilamos en la afirmativa.
En buen hora que vayan á Italia á ensanchar la esfe­
ra de sus conocimientos á viste de los restos de la anti­
güedad y con presencia de los cartones de los artista mas
celebrados, ya que no sea posible adquirirlos para nues­
tras galerías ; pero á lo menos resérvese á su patria la
gloria de haberles dado una escuela de color que será
original, y sin duda mas aventajada, que la imitada por
moda en pais extranjero.
Concluiremos por fin escitando el celo de los señores
que intervienen en las públicas expoiiciones de la Aca­
demia de San Fernando, para que procuren verificarlas
en local mas ventajoso al efecto que se busca en las obras
del arte. Las salas de la Academia, pequeñas, sin pun­
tos de distancia, con luces bajas y de mala calidad, son
lo mas á propèsilo para privar de una parte de su mé­
rito al cuadro de mas bien estudiado colorido.
(I) No podemos meno» de llamar la atención del gobierno aobre la ciorbilancia de loa deiechoi de entrada, impuesto! al cua­
dro de que hablamos. Aunque á punto fijo no poderaoa señalar la
cantidad, tenemos entendido que subid á unos S00 rs. poco roas
ó menos. No alcanzamos por qué á un artista que lia trabajado
una obra , y la trae i su patria tal rea para honrarla con ella, se
le impooe tan asombroso derecho. Y en el caso_ de haber causa
legitima para hacerlo a si, ¿ cuántos miles deberían recargarse i
los cuadros franceses que se introducen en la Península?
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
CUENTO
DZ
u
A lH iH B B i.
(ConcluiiuD. Véase el número anterior )
l.i en.bargo, *1 cabo de algunos instautej creí distioguT, i pesar de la oscuridad,
una multitud de individuos en trape 01 ienfal, unos 4 caballo , ottos i pie, que de los treinta y dos
vientos babian acudido i la embocadura de la sima , como
abejas 4 la puerta de una colmena. Pero mi guia, antes
de darme tiempo i que le pidiese esplicaciou, apretando
los bijares de su caballo, se había lanzado con la multi­
tud en la caverna. Descendimos largo ralo per una senda
tenebrosa en forma espiral, que me parecía iba i condu­
cirnos 4 los antípodas de la montaña. Por fin empezó 4
vislumbrarse ana débil claridad , cu ja causa un podía yo
descubrir: iocierta y pálida al piiucipio como el crepús­
culo del dia, fue aumentándose poco 4 poco , y permitién­
dome reconocer losobgelos que me rodeabao. llabia g r u i ­
das salas embovedadas, talladas en la roca 4 derecha é
izquierda de nuestro camino. En unas le adverlisu mul­
titud de corazas, yelmos, lanzas y cimitarras colocadas
en órden como en loa árleosles; otras contenían equipes y
municiones de guerra. En ana nueva séiie de subterrá­
neos, que le perdían de vista, se dcscubiisn prolonga­
das filas de caballeros simados basta las uñas y con la
lanza en ristre , dispuestos 4 cargar al enemigo ; peí o pa­
recían pslrificados sobre las sillas como otras tantas es­
tatuas. Mas allá estaba la iufanteria en buen órden;
pero también inmóvil. Todos estos guerreros llevaban el
traga y armas como los antiguos moros de Andalucía.
Finalmente llegamos 4 la entrada de una gruta in­
mensa, en cuyaa par edes embutidas de o ro y piala brilla­
ban las m is preciosas pedrerías orientales. A uno de los
asiremos se veia un rey moro sentado sobre un trono que
deslumbraba, rodeado de su corte y de una guardia de
esclavos negros , con sable en mano , mientras que una
numerosa multitud pasaba y se renovaba incessoteiiiente
inclinando la rodilla al llegar delante del tnon:rca. Dúos
llevaban magnificas túnicas flotantes, otros armaduras,
ya bien pulimentadas é intactas, ya abolladas y cubiertas
de orín. Yo entretanto me frotaba los ojos, y la lengua
se me escapaba de la boca. Camarada , dije 4 mi intro­
ductor después de un largo silencio, ¿dónde citamos y
qué significa todo esto?— Todo esto, contestó, es un gran­
de y terrible misterio. ¡Cristiano, tienes 4 tu vista la
córte y el ejército de Boabdil, último rey de Granada.
— ¿Qué diablos me decís? si hace ya algunos centenares
de años que este príncipe y los suyos desterrados del con­
tinente fueron 4 morir miserablemente al Africa.
— Eso es en efecto lo qne se lee en vuestras falsas
crónicas , replicó el moro con desden; pero habéis de
saber que Boabdil y los guerreros que sostuvieren la úl­
tima lucha de Granada están aquí encerrados por uo en­
canto invencible. El rey y el ejército qne salieron de la
Alhambra después de la capitulación de la ciudad, era
on ejército de fantasmas, 4 las que Alá permitió tomar
aquella forma para engañar 4 los monarcas cristianos;
porque no ignoréis, amigo mió, que la España toda es un
pais encantado; qne no bay una caverna ni una torre
antigua que no encierre algunos hijos del profeta sumer­
gidos en un sueño mágico hasta !• espiacion completa de
los pecados por los caaies permitió Alá que la posesión
de este reino fuese temporalmente usurpada 4 los verda­
deros creyentes. Desde entonces una vez al año en la
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víspera de vuestro S. Juan ven suspenderse sn fatal en­
canto desde que se pone ti sol hasta que aparece de nue­
vo; y en este intervalo acorren de todos los ángulos de
España para venir 4 rendir homenage 4 sn soberano , co­
mo habéis presenciado ; y yo mismo he venido como sa­
béis desde Castilla la Vieja donde debo hallarme de snel­
la mañana antes de araaueccr. Esta es una muy corta y
rara distracción ; pero nos coosolimos acordándonos que
está escrito en el libro del destino que 4 la espiración de
nuestro encanto, Boabdil debe descender de la montaña
del sol 4 la cabeza de sos escuadrones, y después de ha­
ber restablecido sn autoridad en Granada, someteré de
nuevo la península 4 la ley musulmana.
— ¿Y cuando sucederá eso? pregunté.— Solo Alá lo
sabe. Hace algunos años hablamos operado que ese día
se acercaba , pero desgraciadamente vino de gobernador
é la Albambra un soldado viejo conocido bajo el Dombre
del comandante Manco , que él con un solo brizo hace
mas daño que los mas espedilos con los des , y qne por
la noche dicen qae duerme coa solo na ojo 4 fin de tener
el otro sobre su fortslezs. Y seguramente en tanto que
semejante hombre ocupe ese puesto y se halle dispuesto
i repeler nuestra primera irrupción, temo que tengan bien
poca esperanza Boabdil y sos guerreros. » Entonces el
comandante Manco ajustó su cinturón . acarició sn vigote , y se estiró sobre so csmspe de forma que parecía
babrr crecido vara y medís.
— «Pero psrs abreviar tan larga historia, y economi­
zar los momentos de V. E ., continuó el soldado, mi com­
pañero después da haberme hecho esta confitara, echó
pie 4 tierra. «Quédate ahí, me dijo , mientras que voy i
inclinarme ante el mirasnamolin » , y se perdió entre la
multitud qne se precipitaba bácia el trono. Luego que roe
vi solo dije para m í, ¿qué liaré? esperar al infiel que
vuelva y me Heve sabe Dios donde, «obro su caballo del
otro mendo? ¿O me escurriré bonitamente de esta cue­
va de espectros para respirar el aire de los vivos? Un
soldado larda muy poco en lomar sa partido, y yo roe de­
cidí por el último. Eo caíalo el cabello, como qne per­
tenecía 4 un eoemigo del reino y de la fé católica , ere
de buena presa seguo las reglas da !■ guerra. Asi qne,
saltando de la grupa 4 la silla, volví bridas, introduje
los estribos moriscos en sus hijares , y le hice tomar roas
que de paso el camino por donde había venido.
Era e m p re sa arriesgada ; porque mientras atravesaba
les salai donde estaban los escuadrones y batallones s r roados, se oyó un fuerte pataleo acompañado de gritos
amenazadores. Piquó de espuela , pero al mismo tiempo
se oia detrás de mi el ruido sordo de nn formidable galo­
pe de caballos , que bacia temblar lodo el subterráneo;
y 4 poco rato fui alcanzado y cnvaello por ana multitud
que me condujo 4 la salida de la caverna desde donde se
dispersó en la dirección de los cuatro vientos eardioales.
En medio de aquel terrible turbión , fui lanzado 4 tierra
sin conocimiento , y cuando volví en mí me bailé sobre
la cima de ana montaña con un caballo árabe al lado y
mi brazo enredado entre las bridas , Io enti me persua­
do que le impidió regresar 4 su guarida en el fondo da
Castilla la Vieja.
« V. E. puede juzgar de mi sorpresa cuando mirando
en derredor, reconocí las producciones y los indicios de
una comarca mocho mes meridioni! qne la ea qne roe ha­
llaba la víspera; con una gran ciudad , torres, palacios,
y una catedral 4 mis pies. Me levanté, descendí de la
montaña con precaución conduciendo del diestro 4 nú
caballo, porque no me atreví i snbír eo él temiendo a l­
gún nuevo sortilegio, y entonces fue cuando eoconlrd
vuestra patrolla, por la qae sape qne roe bailaba delan-
342
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
le de la celebre ciudad de Granada. Tal noticia roe hito
manifestarle mi deseo de ser presentado 4 V . E. para
revelarle los peligros invisibles que le rodean, i fin de
que tome las medidas oportunas para preservar á esta for­
taleza y 4 ludo el reino de las tentatisas del ejército in­
fiel que debe salir nn día de los senos de la montaña
del Sol.
— Está bien , muy bien, dijo el comandante Manco
rascándose la oreja Lomo quien uo sabiendo que pensar
de esta comunicación concordante con la tradición mas
acreditada del peis, trataba de leer en los ojos del fran­
ciscano que por desgracia los tenia cerrados 4 impulsos
del sueño. — ¿Y vos , «roigo , que parecéis hombre de re­
cursos y de imaginación, qué roe aconsejáis contra ese pe­
ligro ? — No lo toca 4 uo simple soldado remontar hasta
su general, y mucho menos uu general de la esperiencia y sagacidad de V . E. ; pero me parece que debería
desde luego cerrarse la entrada de la caverna con una
sólida pared maestra 4 fin do aprisionar en ella 4 Banbdil y su ejército; en seguida , añadió santiguándose devo­
tamente y volviéndose hácia el fraile, se debería consa­
grar solemnemente el lugar por medio de la cruz , do re­
liquias é imágenes de santos en número suficiente para
neutralizar los encantamientos. ¿Qué os parece, reveren­
do padre ?
— Seguramente, contestó el franciscana con tono dis­
traído; porque en aquel momento su atención se habia fi­
jado sobre una borla de oro que pendí» por debajo do la
casaca del soldado. Se acercó.de repente, y 4 pesor de la
resistencia de esto, logró poner I» mano sobre una cnormo
bolsa de terciopelo que no parecía desprovista. Desocu­
pada sobre la mesa ilul gobernador deslumbró sus ojos y
los do la coucurrenria nna tica colección do cruces de
diamsntes, de rossrios , do perlas, de monedas antiguos
do oro , muchas de las cuales caytron saltando sobre el
suelo . y no pararon de rodar hasta lo* estreñios de la ha­
bitación.
— - Infamo sacrilego, esclamó el reverendo transpor­
tado de furor 4 vista do los cruces y do los rosarios, ¿que
iglesia ó que capilla has despojado de estos objetos sagra­
dos?— Ni una ni otra , contestó el soldado con serenidad,
cuando sucedió este accidente iba 4 informar 4 S. E. de
que al apoderarme del Cibnllo del infiel habia descubier­
to debajo del orzon de su silla la presente bolsa que yo
suponía podría contener el botín de su» antiguas corre­
rías en tierra de cristianos. « Esta nueva declaración y
el tono con que fue hecha renovaron la perplejidad del
valiente gobernador; pero algunas palabras que en voz
baja le dijo su director esphitonl le hicieron decidirse.
— «C ispita, amigo, dijo entonces al soldado fruncien­
do las cejas ; te equivocas miserablemente si crees dar­
me que temer con tus historias de montañas y de sarra­
cenos encantados.— Yo o» protesto Excino. S r... — Si­
lencio: tu puedes ser soldado viejo; pero has dado con
otro aun inas viejo que lií, y muy poco diípucsto 4 de­
jarse borlar. Hola, guardias, conducid 4 este hombre 4
la torro Bermeja. « La malagueña quiso interceder por
el p reso, pero una mirad» severn del gobernador la
cerró la boca. — ■ V. E. pensará lo que guste con re s­
pecto 4 mí, replicó el soldado con toda su serenidad; pe­
ro no por eso dejsré de suplicarle que tome en conside­
ración el aviso que acaba de recibir tocante 4 la caver­
na de la montaña del.... — Bueno, bueno, perillán; pien­
sa en tus propios asuntos que acaso no llevan buen ca­
mino. Hasta la vista.
Aquí se concluyó el interrogatorio; el preso fue condncido 4 las torres Bermejas, y el cab-llo a las cuadras
de S. E. En cnanto 4 la bolsa del soldado no obstante de
algunas recJaroáeiones del franciscano con respecto 4 lai
santas alhajas que contenía, y 4 su entender pertenecían
i la iglesia , el comandante Manco consignó provisional­
mente el lodo en sus arcas guarnecidas de hierro.
Para esplicar la medida severa empleada contra el
desconocido, nos será preciso decir que las Alpujarras,
montañas inmediatas 4 Granada, se hallaban 4 la sazón
infestadas de bandidos bajo el mando de un atrevido sal­
teador llamado J u a n B o r r a s c o , que por medio de inil
disfraces se introducía hasta eo la misma ciudad para es­
piar Ib salida de convoyes, de mercancías ó de viajeros
bien provistos. Estos rasgos de audacia reiterados babian
llamado I» atención de las autoridades, y provocado de
su parle uua vigilancia rigurosa con respecto do los fo­
rasteros y vagabundos ; de forma que el gobernador de
la Alhauibra se lisongcaba de tener bajo su férula al ca­
pitón de la terrible banda.
No lardó en esparcirse la voz. Todos afirmaban que
el formidable Borrasco , el terror de las Alpujarras ha­
bia caido en poder del comandante Manco. Asi fue que
todos cuantos lubian ó creían haber sido robados por
aquel, acudían 4 las torres Bermeja» para complacerte en
ver al bandido en el fuudo de un calabozo como qnien vé
4 la hiena por entro los hierros de la jaula. Pero ningu­
no ccnoció en él 4 Juan Borrasco, porque aquel terriblo salteador era de una fisonomía feroz y repugnante,
al pmo que la del soldado era cu estremo agradable y
cspresal.a la alegría y la franqueza. Asi es que empezó
4 correr la voz de que eu la relación del último podía h a ­
ber algo de cierto; y un gran concurso de curiosos se
dirijió hacia la monUña del Sol, para registrar la entra­
da do la caverna, y aun algunos so utrevicron 4 descen­
der no se »»be basta que profundidad, pero no osuron decir lo que bnbian visto Sil oido.
La popularidad fue gradualmente oumenténdose en fa­
vor del soldado. Porque los bandoleros , los contraban­
distas y generalmente todos los demas que ejercen otres
industrias do este jaez no suelen llevar entre el pueblo el
sello do reprobación que les imprime la ley ; ion por el
contrario una especie de personeges caballerescos 4 los
ojos de las clases bajas; por consiguiente empezaron muy
luego 4 murmurar contra el rigor que se cjereia »obre
el preso, que concluyó por verte considerado como un
m an ir.
Éste entretanto se consolaba con una mala guitarra,
acompañando con rila su ínagotsblo repertorio de roman­
ces y seguidillas que lo proporcionaba tantos oyentes co­
mo sugetos transitaban por aquel punto. Ademas do esto,
las proposiciones galantes que dirigía 4 las mujeres le ha­
cían parecer hermoso 4 los ojos de estas, y sobre todo
después que se habí» despejado de su barba espesa. La
malsgucfiita de que arriba hicimos mérito no fue I» últi­
ma cu quion bailó simpatía. Después de haber solicitado
tn vano de! ceñudo gobernedor algo menos de rigor en
favor del soldado, resolvió tomar bajo su responsabilidad
este caritativo cuidado , poniendo eD contribución todas
las noches la cocina y la bodega del potentado de la Al­
lí arobra.
Mientras se trnmaba este pequeño complot en lo in­
terior do 1» cindadela, se formaba una tempestad aun mis
terrible en lo tslerior. El franciscano habia dicho algu­
na cosa en cnanto 4 la bolsa del soldado al inquisidor ge­
neral , y este funcionario reclamaba el botín del sacri­
lego para la iglesia, y sn cuerpo para el primer auto de
fé. El gobernador no quería ceder ni lo uno ni lo otro
reivindicando los despojos para el real fisco , y alegando
en cuanto al preso que 4 el le correspondía hacerle abor-
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
c tr d e las almenas como espía apresado ¡unto a' los m u­
ros de la ciudadcla.
La cuestión se acaloró ; el santo oficio sostenía sos
pretensiones, y fijó definitivamente un aia para la entrada
y el libre ejercicio de sus familiares en la Alhambra.—
Que entren, respondió el Manco, ya que todas las puer­
tas los están abiertas ; pero ya veremos cual se dispon­
drá mas pronto ; si la hoguera ó las baterías. Y en se­
guida dió las órdenes correspondientes. — •Salicilica, di­
jo i su ¡óveu ama antes de acostarse , mañana llama á
mi puerta antes del primer canto del güilo ; tengo cierto
asunto que me precisa á vigilar por mí mismo. »
' El gallo cantó, pero nadie fue á llamar á la puerta
del gobernador: ya bacia tiempo que el sol doraba los hie­
los de Sierra Nevada cuando el veterano fue repentina­
mente interrumpido en sus ensueños matutinos por el
sargento de quien hablamos arriba que con el terror im­
preso eu su frente tartamudeaba estas palabras.
— Se fugó!... comandante!... se fugó...
— Se fugó!... ¿Quitín?
— El soldado, el contrabandista, el bandido, el dia­
blo.... ¡que se yo quién es! Su calabozo está vacio y la
puerta cerrada , de suerte que se ignora como ha podido
escaparse : lo que cu definitiva podría probar que ea astanás ó Betcebú !
— ¿Quiño fué el último que le vió ayer?
— Salicilica , que le llevó la cena.
— a Pues llamar á Sancllica inmediatamente, a
Nuevo desastre: la habitación de la doncella estaba
desocupada, y su cama vacia; claro es que se habla fu­
gado con el preao. Esto fue uua puñalada para el coman­
dante Manco ; pero aun le «aperaba otra desgracia. Al en­
trar en su gabiuele bailó su arca estroptad», y de ella le
faltaba la bolsa del aoldado, con mas dos lalrgos de do­
blones que componían toda su fortuita.
Pero ¿quii camino habian tomado los fugitivos? Un
pastor que durante la noche había bajado do la sierra del
Sol declaró que había oido á lo lejos un poco sutes do
amanecer el galope de un caballo acompañado de un dia­
logo interrumpido por algunas carcajadas.
— a Qué visiten las cuadras » esclamò el gobernador
fuera da si.
Asi lo ejecutaron. Todos los caballos ocupaban sus
plazas escepto ol árabe; en su puesto babia una eicarpia
clavada sobre el pesebre, de la que pendió una piel de un
jumento desollado el día anterior, y entre las dos orejas
colocado oo papel en qoe se leían estas palabras. « ¿fe­
gato d e u n so ld a d o v ie jo a l c o m a n d a n te M anco.»
« X T IO IO B B R O .
t r nn ser en el reino animal que no lia
! «do aun descrito por los naturalistas, y
que merece sin embargo fijar un momen­
to 1« atención del observador carioso. Ora se le eleve 1
la dignidad de honA reporqut tiene sus formas, ora se le
coloque en la rata de las fieras porque participa de tu
instinto ; el h o m b r e 'fic r a , ó la fi e r a - h o m b r e , pues am­
bos epítetos le coovietien, es u n . aberración de la a r t a ,
raleza digna de -ser presentada .1 público * acreedor» &
que se la dediqamMMalr» Untas siquiera en no S e m a n a ­
r i o P in to r e s c o .
Eu el corazón de una fragosa sierra, donde no se des­
cubre ninguna humana huella, se encuentra como eos-
343
pendida sobre la vertiente de uo.s descarnadas y antiquí­
simas rocas una choza miserable de paja y espinos, man­
sión donde vegeta una familia salvsge que jamás conoció
los encantos ni los peligros de la sociedad. Un hombre
atezado, miserable, tan inmundo como los auimalcs cu­
ya carne está vedada á loa musulmanes por la ley de sa
profeta, tan destrozado como cualquier drama traducido
por uu escritor de munición, tan cerdoso, en fin, y de
tan fiero aspecto como el oso del Pirineo, yace en el suelo que le sirve de lecho , apoyando la cabeza en nn lobo
recicn degollado, cuya sangre brota aun en abnudancia,
y cuya boca entreabierta deja descubrir los aguzados col­
millos y las hambrientas fauces. Un chicuelo de cuatro
años, forrado de piel de zo n a, juguetea en nn riocon
con seis lobeznos que se sgrupau y encaraman sobre una
cazuela que contiene algunas gotas de leche. El tierno
iufaute, que á primera vista parece hermano de aquellos,
los arrastra de las pBtas, los zambulle en la vasija, los
aprieta y estruja, y se sonríe bárbaramente de verlos
padecer.
Un vestiglo que se escapa á toda descripción, y qne
sin embargo tiene la osadía de titularse mujer, atiza con
trémulas manos una hoguera donde se asan y consumen
Tos ahumados miembros do uu erizo. Al ver las faccio­
nes de la vieja, ¡laminadas por la llama, se creyera des­
cubrir cu ella el gcuio del romanticismo que inspiró i
Víctor Hugo el H a n d e ls la n d i a , y á sus sectarios y dis­
cípulos las m o n str u o sa s novelas y los d r a m a » p a tib u la r io s .
Aquel hombre, pues, que dutrme sobre su victima,
es el cazador de alimañas; el lobezno que retoza con los
lobeznos es su hijo; y el vestiglo que prepara el asado es
la madre del uuo y la mujer del otro. Estos seres salrages viven aislados en medio de la sociedad ; caminan á
oscuras entro las luces del siglo; no pertenecen al pue­
blo ni á la nobleza , ni jamás se ccoparon de gerarquías;
son libres sin haber tenido que conauistar sil libertad;
ricos eu medio de las privaciones y dé la pobreza ; robus­
tos sin conocer á los doctores de la medicina, y felices
porque no tienen p o r v e n ir ni p a s a d o . Elloi ven trans­
currir sus días con la impasibilidad de nn tronco á quien
los año) mutilan la corteza, y no piensan cu el término
de su vida, á la manera que la roca batida por las olas
no imagina que desprendida alguna vez La de rodar has­
ta el abismo de loa mares. Cuarenta años luce que habi­
tan la misma cabaña, que hacen las mismas tareas, que
se alimentan y vegetan del mismo modo. El sol es para
ellos una hoguera que calicDla , y nada mas ; el mundo
solo un monte donde hay erizos y leña ; la vida uo con­
junto de cuatro ó cinco necesidades, de donde brotan
otros tantos placeres. Sos almas no son susceptibles de re ­
tener las impresiones , ni aun casi de recibirlas: se aseme­
jan al agua donde instantáneamente desaparecen Icssulcos
trazados por un remo.
El lo b e r o , padie y patriarca de esta pequeüa tribu,
no es el Robinson de la fábala , ni el salvage del Canadá,
ni el caribe del Africa, y sin embargo participa del as­
pecto, hábitos é inclinaciones de estos tres aeres. No
pertenece i la república humana, y sin embargo cgerce
en ella una-industria con la cual trafica y se sostiene. Bas­
ca á las alimañas, las sigue, vigila b u s movimientos, re ­
conoce sos huellas, las sorprende, las acomete, y las rence. La práctica le ha enseñado las sendas y trochas mas
frecuentadas de la» fieras, las épocas eu que producen sos
«rías, y las guaridas donde las encaman. El tiene una exac­
ta estadística de los habitantes del monte . sabe i punto
cierto el número de loboa que en él se abrigan, con dis­
tinción de sexos y aun de edades; las grutas en que se
, y las horas en q a t las abandonan para buscac-su
344
SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.
sustento. Tin familiarizado está con el trato de estos fe­
roces animales, que pasa cerca de ellos sin echar mano á
sa cuchillo j y cuando alguna vez entre las sombras de
la noche cruza silencioso por las cañadas donde reposan
los rebaños, ladra el mastín , y se estremecen las orejas
teniéndole por una fiera que v i i devorar los recentales.
Como la ley señala un premio i los esterminadores de
animales dañinos, el lo b e r o tiene su principal interés en
el beneficio de esta mina , pero no en su completa esplotacion. Asi es que al apoderarse de los lobatos pcrdo
na la vida á la madre para que pueda rendirle otros fru­
tos, y solo lucha freote i frente con ella cuando la ne­
cesidad le reduce i este estremo.
Terminaré estas ligeras apuntaciones sobre el h o m b re f i e r a , refiriendo una anécdota de su vida; página suelta
que podrá servir para el libro de su historia , si algún
curioso sa ocupase en escribirla. Es el caso que una tar­
de á puestas del sol caminaba el lio ob ero en dirección á
su cabaña, rendido de cansancio, y pesaroso del mal éxito
de sus trabajos de aquel dia ; se sentó á reposar sobre una
piedra , dirigiendo en derredor sus torvas miradas por ver
si descubría alguna raposa de las que á tales horas suelen
andar cazando las descuidadas aves que se retiran á sus
nidos. Largo rato permaneció así sin descubrir ningún ob­
jeto de los que ocupaban su imaginación , cuando repen­
tinamente vé agitarse las ramas de nna parte del rnont«
bajo, percibe las pisadas de un animal que so acerca h icia un grupo de rocas, y le siente escarvar la tierra, sa­
cudirse , y rastrear al parecer sobre la yerba para meter­
se en una caverna. Entonces el hombre de las selvas se
pone en p ie, observa los matorrales y carrascos inme­
diatos, mide distancias, compara alturas, analiza mental­
mente la posición de los objetos, y saca finalmente por
consecuencia que aquella gruta es la guarida de una loba
de poca edad, cuyos veloces pies bau burlado por mu­
cho tiempo su vigilante persecución. No bien concibe es­
ta sospecha , cuando un rayo de esperanza le ilumina:
pone mano i su cuchillo de monte, arroja al suelo el ca­
yado , envuelve el brazo izquierdo en la piel que á pre­
vención lleva siempre sobre su hombro, y se adelanta con
paso firme hicia la entrada de la caverna. Sondea con es­
cudriñadores ojos el interior,'y percibe eo confuso, al tra­
vés de la oscuridad que en ella reina, una pata de la fie­
ra: entonces fuera de lino la ase con violencia, la arras­
tra con hercúleo empnge Licia lí, y cuando iba á herir­
la con el cuchillo , le deja caer de la mam, y lanza un «bu­
llido de terror.... el lobo á quien iba i inmolar era su
hijo, el cual aun en su tierna edad descubría ya el ins­
tinto de su padre de perseguir i las alimañas en sas gua­
ridas.
C. Días.
MADRID: IMPRENTA DE D. TOMAS JORDAN-
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