Este libro ha sido tomado de la Biblioteca Esquife www.esquife.cult.cu Todos los libros aquí presentados se distribuyen con la autorización de las editoriales y los autores y no se permite la reproducción total o parcial de estas obras o cualquier uso de carácter comercial sin consentimiento escrito. El Proyecto Esquife reproduce y publica digitalmente los libros a partir de impresos ofrecidos por las editoriales. No se responsabiliza con la edición y diseño de las obras. Edición: Jesús David Curbelo Diseño e ilustración de cubierta: Raúl Valdés González (Raupa) Diagramación: Onelia Silva Martínez © Francis Sánchez, 2006 © Sobre la presente edición: Ediciones UNIÓN, 2006 ISBN 959-209-736-4 Ediciones UNIÓN Unión de Escritores y Artistas de Cuba 17 no. 354 e/ G y H, El Vedado, Ciudad de La Habana E-mail: [email protected] A Jesucristo y la virgen de la Caridad del Cobre. A Rafael Batalla, el amigo, el sacerdote. Mi alma está llena de recuerdos. APOLLINAIRE ¿Cómo empezaré mis cantos en la noche azul que está llegando? En la gran noche mi corazón saldrá afuera. Las sombras vienen hacia mí sonando. (Anónimo del pueblo pápago) corazón del arpista perfectos oidores, acérquense a mi madero, sinfonía en adarmes. la muerte es un trabajo que no cansa. no muere este cansancio que trabaja por mí del otoño al molar, del patriotismo al sueño. sopla la cortadura al árbol contra el lente y puedo ver y tengo en mi mano esta flor que ha esperado un viejo discurso junto a la hoguera. sea limpia mi náusea, cubra el amanecer en lugar de la chispa que se desprende del durmiente. la forma va a subir, sí volveremos al camino sin báscula de alivios del ojo en noche nueva, sin más luz para azorar murmullos del camino —sostendré el silencio de mi flor otra vez tan medido y esparcible como miedo de sierpes confinado al desierto. ¿sí, verdad que es santo el vacío del corazón? ¿verdad que rozas el miedo a tener tu cabeza tallada en un armario? la carne de la flor no descansa en sus laberintos. puedes vencer la puerta que da al ansia del perfume sin voz con que envolver su atrocidad. sólo es medio kilogramo de carne pasado por el frío, salva: hueco donde dejar la mano después de escribir por qué el frío llena, por ejemplo. coman mi corazón que no adoptó otra burla cuando se consumía en los platillos de la balanza. guías jóvenes y afilados en las utilidades —vidrio blando del oído, música desesperadamente afuera—, mi mano es este idioma que arde junto a la flor. puerta al balcón oigo a través de mi cuerpo el vacío cósmico. mi cuerpo estalla al fondo. piedra al pozo. por sobre la cabeza tiembla el árbol del caos en un perfecto número. árbol de luces vivas. he salido a la noche, a observar las estrellas como un rey destronado que habla a la corte por última vez. me aguarda al final de la casa una vida pequeña y gris como un alacrán. deseché mosto agrio de la verdad sumisa. en vez de hacer distancias, mal actor, he sufrido. se corre el maquillaje, se deshiela heroísmo hereditario entre provincia insulsa y agua falsa. me he dejado inundar por mi dulce veneno. soy todo lo feliz que un ser vivo puede ser. pero no aplica uso ni cambio esta moneda. pero no existe el circo, insondable teatro donde mi hijo —su risa grande— llene la sombra. bajo intermitencia de estrellas quizás muertas espacio malabares, defiendo entre mis dedos el gotear de su risa: ¿cómo un día alcanzarla aquí sin que jamás deje de desprenderse? ciudadela ostentosa da vueltas en el lecho de la aurora latente, mientras se concentra en la superficie, mientras se corrompe el agua de Heráclito fija en una burbuja como mi corazón —de nombre tan gastado por el uso. a mis espaldas, dentro de la casa, se dobla el silencioso árbol de las constelaciones. primavera he tenido mi primera flor. muda en un vaso atravesó la noche como nada hacia el amanecer en que enterré a mi padre. la trajo el loco de Ceballos con manos opacas de limpiar botellas y aún sudaba su olor cuando huí a casa. intento asirla ahora, o lo mismo, imaginar que la siento abiertamente con la ayuda de una rigidez rota a través de mí. odio haber presentido siempre antes de esta ofrenda cómo escarba el viento en las pinturas de pueblos de madera y casi sin nombre. yo prometía órbita a un girasol hacia el taller en el patio, echaba al piso un juego de alicates y buscaba armarlo y desarmarlo estérilmente como niño que interrumpe una conversación. nuestro amor exigía audacia de hombre a hombre para subir al lirio pobre, diariamente: jorobado dormido dentro del campanario. la lid de las estrellas concedía, anunciaba flor intocada desde el sueño de Coleridge. por puente urdido a casa, el de la noche, nunca tuve memoria, cómo podían vestirse estatuas, centros de mesa, cómo el cabello. jamás corté los nombres tan grises y gastados de las flores de un día. jamás pensé un jardín. dentro de esta ignorancia aún acepto el amanecer con todos mis sentidos, incapaz de interrumpirte, padre. he visto una pregunta imposible de ser devuelta. dudo si la felicidad o el dolor serán brisas suficientes para que se acomode como un perfume el aislamiento. sólo aspiro a caber en la mano pequeña que me corta. CASA DE LA ESCRITURA EN LA OSCURIDAD (I) Salgo a escarbar en mi ojo por envidia al cielo giratorio del cernícalo. Por el plazo vidente del musgo a la rocalla. Por una burla más y que hubiera entrado a tiempo a escena rebotan el balón en círculo y soy el centro, un día soy quien siente irse entre sus manos juego anhelante, hondo estampido de una palabra no hecha. Punza un deseo roto y bajo mis pies falta el humus de la escuela que gira y se hunde fértil. Un día soy el que está al centro y debe asir de un salto el balón como quien dice casi colores azul y rojo y cualquier otra sombra de escándalo en la tierra. Otro día soy el fondo del grito que no repercute en la feria ni lleva intención de volver por mí otro día. Mansas todas las manos sobre mi corazón hacen retroceder espinilla madura sobre el tabique de la geisha que danza. Cruza el magnicidio oculto desde el templo al loto. Y gira. A mis espaldas se desnuda y abastece de risa todo amor impalpable. Extraen de mi soledad el país y el hambre como una bandera. Misericordia mi ser, cordial misericordia. Misericordia, cruce de bicicletas sobre cuerda floja, lágrimas, telón. Misericordia mi ser, soldadito dispensador de cuerda, misericordia. Misericordia my casting, recuerda testigo, concuerda castigo. Misericordia espacios, a, sin, por, estar misericordia. Vuelvo a Ceballos después de obedecer ciudades instantáneas. Saltar del tren en marcha, ser acompasado tren que pasa y desposa la fiesta de chispas en la hereje soledad del paisaje, sorprender nueva aldea como en un presente esquizoide como un barco dentro de una bombilla, libélulas y gatos sin pestañear emulaban por la arborescencia, había llovido, era tarde, no quedaban huellas de que jamás volvía a tierra sino a mí en edades imposibles de armar con pinzas en la claridad cuando Ileana seguía esperando allá, sin esquife ni casa, me sentía solo, o sea fuerte bajando del tren, de leer Orígenes: la pobreza irradiante de Arcos, humedad sin tierra embistiendo el aire que escondía el rostro y descubrir cuerpo dentro de mi cuerpo otro que es mayor que yo y los hechos desde el tablero a la cruz. Numeroso como príncipe acostado alzo mi casa con incisiones por donde ver venir astros y raíces, con cuchillo de ónice me abro el pecho de príncipe y extraigo entre brumas espiga de mi sangre, palabra que latir puede sólo unida a otras palabras, selecciono entre el sueño, aparto de las nubes el pájaro de cuya vida depende el árbol de mis venas. Son mis ojos mi casa. Son la puerta y el teocali. Hacia adentro los abro resignado a la luz. Qué descarnada, ingenua, ciegamente haberme ido como una diferencia y donde intuía inconexión volver, descender como todos los ríos por perezas más lastimadas. tarea esta misma mañana volví a dejar la escuela con la camisa sucia y el cabello revuelto. dormido, esta mañana misma de pronto he vuelto. sobre mi espalda el sol repujaba una espuela. angostura del cielo como humedad de tiza hundía entre los dedos sin ver dónde rayaba. ciego el aire por montes de jazmín me aguijaba. ¡qué jinete tan ágil yo era sobre mi risa! cuando mañana vuelva allá, pondré en un vaso ángeles de alas negras y hondas como los rizos de aquella niña alegre que nunca me hizo caso. aprenderé a guardar mis labios en los suyos y a cazar con la astilla de un lápiz más sumisos silencios —¿ya mañana?—, los obesos cocuyos. asunto para un poema del coloquialismo Jatibonico es una ciudad negra y dormida bajo el agua. debieran perdonarme esta visión tantos hombres sin rostro ni salario que daban pico y pala río arriba un junio de un 2002. si aquella presa entonces se dejaba atar en el último instante y nadie era aplastado por la pared de lluvia, nadie perdió la vida, eso no será obstáculo a la verdad, a la belleza. cada portal, el ánfora donde se pudre el óleo de las conversaciones. cada ventana, un viaje, un comercio pospuesto. vajillas sumergidas. cuantos ojos salvaban sus prendas sobre árboles aún buscan un susto igual para volver allí. (llegaron políticos de La Habana, arquitectos, y, como pasa siempre cuando ronda el desplome, se auspició la victoria con gran gasto de luces.) perdonen mi sombría mirada desde el agua. nadie debe cantar. nadie debió volver. aquí ascendía al poder —por la fuerza— el silencio del agua honda, el prestigio del silencio. había llegado el día de empezar otras casas sobre otra colina. el poeta Roberto González Calero, de haberse cortado y apilado las horas como son, quizás no se hubiera prendido fuego desde el cuello a los pies —Jatibonico, 8 de enero de 2003— tan imparcialmente como quien lava un árbol. jamás lo llevarían a las afueras de una ciudad que no podía verlo pasar limpio, dormido. glaucoma pedaleabas dulce / vorazmente. girado como prisma nuevo en mitad del país. deshacías distancias entre asentimiento / colores, fatiga voluptuosa / invulnerable fantasía. le pusiste el candado viejo a la bicicleta y llegaste corriendo a la consulta. “si te esmeras no hay por qué acabar ciego”, adornó en un susurro la especialista. ese día por primera vez mirabas dentro de la cerradura antes de hundir la llave. el camino / el paisaje de regreso hace ruido. veloz fiesta sin rostros. tienes la sensación de que ningún obstáculo claro o gris, cerca o lejos, se deja recordar. cuerpo velado somos los dos cadáveres que deben estar limpios a la vuelta del sol. dos rostros, dos espejos sin presente posible que se buscan, se inventan en la bulla de un sueño. para estar juntos hemos velado altas horas. creíble hubiese sido perder sobre la arena de tu pecho, ofenderte mi sangre derrotada en vez del humo y las palabras. pero mucho más abierto sucede el no saber, no ser, no hallar con qué triángulo de qué calles deseo y soledad forman edicto escurrido en cerveza. incluso si esperases al fondo de una tarde minúscula jamás —tal vez— habrías tenido necesidad de que alguien huyera amándote así, un loco, un borracho sin dinero que en cualquier momento podía sacar un cuchillo. “Beatriz” invoqué dentro del fuego o la cobardía que es la fantasmagórica inminencia del fuego en todas partes. vacuos nombres y máscaras tienen la pervivencia de devolvernos a un estado larval. como una cierva blanca rodando yo a tus pies noches, monedas, y a veces era —Borges— ciego miniaturista. soñaba con un vicio más dable al ostracismo de la verdad o la carne. te defendía del sueño. indecibles esencias por el bosque planeaban menos hijos, la gordura y la nieve, y era infeliz con mi última ilusión de arrastrar tu pureza en la caída y ser real. intocado en el vano de otras puertas me adhiero a mi ignorancia como esclavos llevaban riscos a las pirámides: ni siquiera son míos mis actos más oscuros, hablar poco, la risa, pensar en el suicidio. ahora, cuando siento al hado temiendo si incluir hollín de estas dudas entre acotaciones a diálogos, pensamientos: adornos inferiores, sólo actúo. víctima de la sed estoy soñando solo (estarte conduciendo a algún tipo de lástima) mientras a mis espaldas velas cómo un magnate saca apuntes indiferente: qué he hecho, de qué espacios en blanco se me acusa. prever existas por la misma injusticia improbable con que existo, agrega cierta calma, vigor propio de un onanista en un cine en penumbras. desvarío entonces fuera de mí: sin un nombre, sin un tallo por donde asirte andas La Habana, Oaxaca, el Cairo o el Tíbet en gentíos tan densos como la tempestad, los ojos o el fósforo momentáneo donde a veces tuve participación —¿abrazarme podrías con una mano abierta que cruce la pantalla? pocas, muy pocas novias se me habrá conocido y aún serán menos. nadie. nada. sólo tú entrabas y salías por mi ojos cosidos con espanto. la mano tuya es casi mi mano que dibuja un gran pájaro visto de lejos en la infancia. nos tienen juntos boca arriba sobre una piedra como si el sacrificio fuera hecho desde siempre. sacerdotes de ojos calientes abren caminos en la carne y van salvando partes blandas y partes mudas en un vaso pequeño. la noche ha oído a las mentiras ensañarse con nuestro corazón. vivimos días últimos del mundo lejos de nuestro alcance, sin podernos rozar pétalos de las manos, a esta altura: ¿posible herirnos más? somos los dos cadáveres que deben estar limpios a la vuelta del sol. payaso mis hermanos son más fuertes. caminan solos. aunque creyón quemante oculta a veces pagodas de mi cara, olfato, pupilas, subo tras sus victorias disueltas en el aire. soportan ojeada del tiempo como un brillo que no anduvo en las bocas ni en la estrella. conversaban, cantaban dónde había hambre y sed sólo después de haber rezumado sangre la caja, los zapatos. con mis pies yo hago menos que ellos con un cansino temblor de las pestañas. nuestro olvido común, botón de rosa último. mi alma está previsto que entre y emerja en doble gasa fría. de un martillazo a un nudo o una corneta, encabritándome entre armes y desarmes de jaulas y redes —se negoció así— yo corro, busco, tropiezo por fuera de las bombillas y vuelvo tarde al círculo. irme huyendo delante de mí: estaba escrito que esto da risa. más hermanos silenciosos. más fuertes. ardían sin dar luz. partieron con oblicuas uñas de aves la tira del contrato. Novás. Pavese. Arenas. Storni. ahora tienen su propio asiento, su acto en la oscuridad. CASA DE LA ESCRITURA EN LA OSCURIDAD (II) Esperanzas errantes por la tierra prohibida / mi voz, cabeza hueca apoyo en el saliente, Señor, en la limosna de silencio asequible que rueda al borde del abismo. Entierra aquí toda esperanza, argonauta. No domeñas derecho a llorar pitagórico pasando el corrientazo que hace virar los ojos al cerdo en su excremento caliente. Darwin juega ajedrez, se juega el silencio de las esferas emocionado hasta el punto de esperar hijo idéntico; máquina autosuficiente, entretanto, memoria perfecta vacía, lubrica, espesa, estalla y alígero es sentir cómo gasta el gato vidas sobrantes en saltar atrás a ver la presa desde distintos ángulos: por más que arriba, parto; por más que elijo, elijo. Nuestra libertad roza caída sin fricción común a oscuras celdas. Dentro del cuarto alquilado por Percy Tibbles, carnicero prestidigitador, entallan al bebé ropas cocidas al alba, mujeres dan carmín a cachetes después que lo bañaban con cucharas y esponja, y el traje sin usar queda demasiado ancho. Está creciendo el traje. Prensil la mosca hambrienta vuela cuando alcanza prescindir de tu vómito, ocasional entraña, más latas de refresco vacías sobre el césped: su hambre aún en el aire después que envuelves todo en un nailon y miras temblando por el espejo retrovisor. Habrá centímetros de cables sin chisporretear dentro del cemento, populoso cartílago, sumas, composiciones, voces de lancha a lancha. Inmanencias habrá de piedra sobre piedra y cuerpos intocados zurciendo con desplomes el espejo del día. Callando tienes que irte a darle un rostro a cada eco, chispas, cada cual con su racimo y su transformación ardiente en la sombra, descorazonadas agujas de brújula, túneles, ataúdes colgantes de los Ba, en el alfiletero invisible. Enfant avec uniforme cuidaba cangrejo sin camino en los pies y a veces intentaba sembrarlo entre encinas junto al lavadero porque diera anchas hojas de pacífica sombra. Huía el animal entonces por habitaciones, transformándose huía, era hojarasca, ave de paso, mosca de invierno: sin opinión, parecía nada ex profeso su defensa, adaptabilidad natural hurgando siempre nuevas avenidas más cortas para sobrevivir, Geómetras del abedul o el lagarto de Kingy o dogmas de la reencarnación o la rueda tras la muralla china. Y cuando llegaba al aspecto de perro, mullido, saliva significante y leal pero perro, aprovechaba enfant avec uniforme para saltar sobre él e inmovilizarlo fijando su garganta bajo algo de pasión. Conjunto evolutivo: cercanía del coro ascendente por psiquis del perro atrapado en su naturaleza y el órgano gótico formado entre huesos y uñas en torno a la garganta, producía tercera anécdota, ejército sonámbulo, silencio como un hombre de pie en la sombra para hablar bajo un balcón. Le auxilian cerdos al matadero apuros de la caricia en la piel de bebé que se estira, se adapta y nos lega el negar, discurso excedente, ayunar sobre la hierba lúcidos como latas de refresco vacías. curso órfico a Antonio y Arzola la práctica sexual de robar libros me dio el suplicio para pasar la juventud, dormirme en costas blancas y hacerme siempre al océano con la ilusión de entrar a un laberinto. hurgué el lomo diverso de Dios, voces pesadas y fijas como hojas de inmensas puertas, sin asirlo, porque alguien vigilaba. violé sepulcros, raras ediciones que a través de la ropa, desde cintura abajo, en el pecho, a la espalda, tornaban a la vida. florecían helado fragor de las entrañas y me quitaban la respiración. sólo ese placer, sólo esa oscura corriente me hacía naufragar por ciudades utópicas como Santa Clara, Sancti Spíritus, La Habana. burlé muros de toda antigua biblioteca. bruñía en cada templo el amor incestuoso de las sacerdotisas con sus dioses, la búsqueda de una verdad callada, viva, amoral y dulce. pasó la juventud o está pasando. poco o nada recuerdo el camino en el mar. creo que leí una parte de mis caudales, aunque estoy más seguro de haberlos soñado en los días febriles en que vagué tras ellos. guardo —sí— certeza de que hubo una caricia al menos, un dolor infinito, insaciable como un libro imposible de cerrar. cuerpo del cuerpo necesitas un árbol capaz de alimentarse de ti desperdicios jabón materia en fuga. antes ibas a pie para acercarte un día a merecer el mar —al menos el fondo de su eternidad sin salvación. no. basta con un árbol que recicle tu sangre. poco importa si desde arriba se ve el mar. punto de fuga para díptico de retablo va el dragón a la mano del niño que ilumina abanicos y se deja recordar. se deja perder una pupila bajo bolsa del pecho. “la muerte, cuando es verdad, enamora a cazador y sueño mendicante juntos”, oye el copista de pinceles ligeros. amanece al fondo del paisaje demente tristeza concedida por la ira paternal, imagen execrada de la inocencia. “entre castigo y ocultamiento, el orden”, piensa el de pasos blancos cual cartas al concilio. y todo el tiempo que disponen los bulbos bajo tierra sufre en el pincel suave donde se seca el óleo. un ovillo va haciéndose el dragón en la lanza como si no quedase más espacio entre el fuego y el vientre. sancta sanctorum sólo el infierno se merece. y nos busca. por una extraña esferecidad de las iluminaciones fondeas cómodo no en el límite sino con la más clara conciencia de inconclusa imagen. comensal abotonado, viandante de bien sonríe con ausencia correcta y cifrada y vive para ver el motete de la espuma en las zanjas. tu ilusión se alimenta como un padrastro en la habitación contigua —deseas esa hambre para ti como un hijo de verdad. desfalcas té y vítores para pagar ópera china que cante el grito mudo que te da a escanciar risa. enjundiosa espiritualidad aerodinámica del dinero, es tan falsa tu mano sin aire que lo estruja y más, más falso el ojo. a la playa asciendes linajes del ahorcado, bordear sólo paciencia hasta que se compruebe horizontalidad de la falta de oxígeno, cómo puedes pagarte striptease solo, blanquear tercera orilla. acuestas al país un hijo arrancado como perla a la corona. ¿nada golpea súbito sin que haya sido imaginario? ah prótesis común de virgen madre rancia que salva con sentido la úlcera, el alquiler. inútil gran tintero. y nos buscamos. CASA DE LA ESCRITURA EN LA OSCURIDAD (III) Hazle justicia al caos, a la llameante inocencia que avanza por encima de tu espiga y tu oído en lenguajes nudosos de honda legión romana. Alquiler de esta hermética ciudad pagado en ruinas. Hazle descanso a cada destronamiento. ¿Por qué el hombre sentado alumbra por la pradera furtiva? ¿Por qué comprende el don de escribir sobre agua nombres, oficios nocturnos, sellada ovación que nadie amansaría sin lagrimear el risco? ¿Por qué su arte soberbio, mondos, mansos lingotes descomponiendo en ruidos cada descomposición, ah suspiros que pasan detector de metales, colector de promesas hechas sin tiempo al tiempo, al pez de fuego blanco que desova en las manos, por qué, sábanas, sotos?: desmigaja castillo el esposo en la noche, atleta que se sienta a dar conversación entre enviados de Roma. —¿No vendrá una pregunta como espiga seca inflamándose entre el haz de preguntas? Soy el zócalo de doble silencio, colina zanjada aprisa, todos apilan bloques, ecos de Jericó, aceras rodantes aumentan y se reducen como un jurado. ¿No eras yo, el perro fiel que mordía tu mano, malabarista desentendido de sí por la ilusión de travesear con ojos sin fijarse en el pentagrama? Aquiles, hombre parado, insomne, desliza armadura bajo escoltas del polvo entregado al origen a punta de polvo, y a veces, incluso deponiendo anfiteatros, a pesar del vinagre en la herida que significa esperar sólo en la verdad, el gesto de Galileo que se empoza entre pasiones residuales pero “se mueve” / pero el polvo, convicto: escucha estrellas, el pie casi desnudo como una adolescente encentrando las torres sin tablero. ¿Por qué —toda sucesión festonea un sentido y la expresión vendrá o no, sola—, por qué? ¿Por qué mi flecha aún persigue mi talón aunque he desvelado? ¿Por qué servir dos copas y encender siete cirios pero velar oculta luz de las diferencias? lo que hay oculto en el patio a Iván e Ivel en la otra orilla. respiraba mis huesos callando solo, a gritos para que nadie imaginase un crimen. para que nadie oyese ola sucia en casa rasgué, escarbé el odio hasta extirparle al polvo filamentos negros, sillares de memoria oleaginosa, láminas de cansancio —desvencijado sueño ardiente bajo otra isla que se había ido formando entre plumas y excremento de aves migratorias. tocaba fondo y daba aún más diente en la noche. febril un telegrama era lo último que descendía del manicomio, tras mi fuga, a las naranjas. “paciente no está aquí”, decía el aguacero. “paciente no está aquí”, cloqueaba página agujereada. “sirgador no despierta”, decía el aguacero. pensé en un pensamiento blanco como la línea de flotación de un bote donde cupiese un hombre solo, apretado. con el oro dieciocho, celajes de la boca de abuelo tan sin pies, tan señor bajo las hierbas, pagué una trusa, peine, gafas de sol. más que al viento envilecido o a los guardafronteras solía temerle a amables vecinos sin patio donde cosechar otros bulliciosos cadáveres. he esperado el examen del sol en medio de las calles. el odio que me alquilan se ha vuelto cada vez más insignificante, un poco de ceniza azul en cada pie. vigilo mi memoria deletreando las velas y el descabezamiento del vacío. hice un barco que nunca pudo adaptarse al agua. primer milagro ¿con qué frío han asido mi amor a esta aguja entre almohadas de novia? ¿qué tachaduras de semillas para espulgar mi insomnio en los acantilados domésticos, qué amargura nueva? a la casa han subido extáticos braceros del exilio. a la casa han traído sus mercancías húmedas que pasearon por todos los discursos del reino. nadie compraba. ¿nadie? ¿liviana canción voy a esconder en mis besos? ¿durmiente sonajero de estrellas lavadas cansando el horizonte y encubriendo las formas obscenas de las puertas? me han hecho otros regalos tan grandes, tan casuales, imposibles de contar. ¿puedo arrojar —vigilo— al piso las vasijas? me han hecho los regalos en el idioma impenetrable de gente huraña y pobre, el plato abollado del cielo, el girasol, la curva de la luz cuando va entrando en el agua. idioma ofendido por los rincones, ajeno, peligroso como el perro del hombre que no bebe. ¿no voy a estar allí cuando escarabajos dopados vuelvan por mi quijada? bebo más, en seco: ¿tendré libre el camino a casa para ver por delante rodar mi infancia, el vaso?: ¿y aún habrá boda? como una novia he contado las noches, huecas, duras lentejas, sintiéndolas golpear el fondo. koimetirion lo que sea estoy bajo llave al lado del horizonte hombro con hombro, ningún derrumbe ya me puede asir. ido desde una altura que apenas justifico completamente, empiezo a darme la palabra, segundo vientre de la pulga, mi enorme uña. buhardillas a beber con mártires de la glorieta. llegan al fin en verdes overoles a decir del aire como un animal, como si fueran a hacerse elecciones de pronto para odiar bajo la tierra. pienso apenas espacios. supuro espacios como antenas o semen. ningún espacio que herir ahora que pierdo en todas partes. oigo el temor políglota de la pavesa viuda. alumbrado, pocas gaviotas lloran sobre mí por el único placer de convertirse en sal movida, dinero en el recuerdo. disminuyo oceánicamente hacia todos lados y aunque cierre los ojos ni logro verme pasar entre la eternidad del daño al que me aplico. todo cuanto pudiera aprender a vivir sin ejemplos se reduce a baldear la máscara en flor y juntar el bosque y secarme a la luz de otoño, con la cabeza apoyada en cualquier énfasis, lo que dura la mordida de una pulga. vaciado ya, inútil es que me escupan esos vacíos ardientes de esas formas que lancean a través de un despertar. encarnaría línea quebrada sobre el fango por jugar a planetas. infierno de habichuelas donde conversar a la sombra acerca de los perros mudos que me persiguen, cada doctrina partida, vuelta relámpago: ¿por qué hacer un rasguño en la moneda del deseo antes de devolverla? disciplina matinal o Rodrigo de Triana no estás ahí, tierra. te has vuelto contra mí. pájaro de memoria menos que transparente. sales cuando entro. te petrificas si avanzo como un rayo más, fijo, en la alta rueda. no. ¿por aquel vano lucro de ajar las tardes con amor de atleta dormido al fuego? veo descomponerse agnóstica paridad que decía envolver la chispa de mi cuerpo y llevarla a otra orilla, sucio país más alto. ay tierra de mis ojos. ¿entonces nunca fuiste, breve espuma? sumisiones agujereadas cercan el mar donde iba el tacto. se mueven por instinto, atraídas por ausencia. —¿no?— hubiéramos empezado opima bestia de difusa coronación y sería más fácil mendigar nuestra joya, convencer al rey de que nadie sabe dar silencio sin ver oro. no veo cómo enyugar quimeras en mi diario hacia el punto final. y he aquí que el final de todo eres tú arrebatada al agua, abierta piedra al grito. —¿con qué lealtad me salvas de quien siempre florido te salvó? vendrá un origen como por añadidura al salterio, al bufón puesto en lo oscuro, soledades que a nadie despierten sin espalda. vamos a almohazar desesperación dulce obligada un instante a recordar la espiga. pastaremos ayer juntos oveja y tigre. toda fe cabe menos que la trampa en el aire. toda paloma que asusto, vuelve. no estás ahí, tierra: tierra. CASA DE LA ESCRITURA EN LA OSCURIDAD (IV) Confino blindajes de la respiración del mar, pospuesto ya el motín, a una esquina del lecho, y, sentado, en catálogo inaccesible voy a hundir gérmenes desprendidos del dosel, bozos, bífidos, ávido abecedario con playas donde la noche perdura. Encima de Babel secuestran aviones con abrelatas. Encima del afeite del azar de Pollock desvían más aviones con máquinas espulgadoras tan simples que son para las cejas. ¿Y no vamos a salvar todo lo que hemos sido perdiendo, emociones sin poesía, alvéolos sin sentidos abusadores, antes que se transformen en brevísimas armas? Por la estera desfilan cajas de entrada y salida. Vivo-Dito acuño en la espalda del rastrero que orina afanoso contra las gomas. Ocupo su cargamento. Me aúpa cada hora de apetito ensombreciéndose al borde de las horas. Es la imposibilidad lo único seguramente frágil que puedo ser sin riesgo. Me empujan fuera de la vía con demasiadas señas el orín, la colilla de cigarro aún húmeda, el tránsfuga que cose chanclos, la puta que no ha leído un cuento mordaz donde un hombre puede ser una mariposa que sueña ser un hombre. Me amenazan —a veces— de muerte natural. Van a irse y nunca pueden llevarse un diario oculto para entrar pesadillas a la pasada fiesta. Del camino ni el borde ni el recuerdo del sueño existen. Me amenazan de muerte a veces natural. Vivo-Dito. Bajó el ómnibus por la luna y, en la casa, le circunscribí al cedro del patio o a cualquier cigarra, fue lo que soñé: un ómnibus al final de una cuerda como tilde obligatoria de una palabra esdrújula encima de la casa y de la madrugada. Y creí haber huido tan lejos en mi último viaje para que un candil en la ventana, donde ya no vivía con mi padre al alcance de una escupida caliente, significara un salto evasivo atrás, que él siguiese vivo despierto dentro y su pie lastimado y su caja de destornilladores. Le debía un gran beso o el mar de una palabra. Le pedí, por saber si había vuelto, como si se tratase de un pellizco, un abrazo. Y mientras mi corazón entraba en la adultez de su piel olorosa a filtraciones de aceite, no era un eco, no el miedo descosido de un catálogo en blanco. Antes de la separación, pensé: “Hay que recordarlo y apartarlo todo para escribir”, como en un juego que la fe se hunda tras cada sucesión hasta que permanezcan, y me soltaba y dijo: “Tampoco es la mentira lo que buscas” y desperté con su media sonrisa antes de la separación. pedaleo pedaleo calle arriba con cierto orgullo después de estibar gritos mohosos de mi mujer y extraerle filo momentáneamente a la idea de pagarme un disparo. si estoy libre será porque he salido a sustituir aire, creo, y odiarla, medir desde lejos la ciudad que se pudre y descompone. a través del hueco que deja la idea de una bala pueden verse las burlas más pequeñas. entre Napoleón y yo, por ejemplo, sólo caben circunstancias. mi infancia envuelta en un pabellón de perfumes le está vendiendo el cuerpo a soldados heridos de muerte. pero esta placidez con que brota un castigo por el surco que va dejando el sueño, no es menos sempiterna que el corsé de la virgen o la joroba de Miguel Ángel dormido en el andamio. puede pasar —oyendo a este espejo tullido: algún día me juzgan por mis actos. no seré un expatriado. no estaré boca arriba sobre el cemento como un pájaro con los oídos rotos. aunque nunca dé fruto aún mi destino ha de cumplirse fatal como una flor. ¿qué breve diferencia hay entre mis dos piernas sin rumbo que amargan el vacío de la ciudad y las de aquel chino —pataleó en la horca— cuando detenía avalancha de blindados en la plaza Tihanamen momentánea, simbólicamente? coordino movimientos, me ahogo cielo abajo y vigilo la mirada lívida de Dios, la carroza de fuego o sus dos grandes ventanas vacías por el túnel que va dejando —soplo, a veces hundo los dedos, etc.— este disparo imposible atrás de mi cabeza. habitaciones Ángel Escobar este es el edificio del que habló el señor k. senil penumbra orlada de dios y oficinistas. pájaros ciegos beben melodiosas aristas del boceto de un blanco desierto sin maná. a oficiar nos quedábamos invisible espejismo en la burbuja eléctrica de este grito apagado. ves, nadie aquí nos mira y ya nos han nombrado. oyes último vuelo viril sobre el abismo. crece desde las uñas. gira lleno de puertas. son túneles que llevan siempre a aulas más grandes. temblando contra el eco la voz pequeña blandes. este es el edificio. herida en que despiertas. alzas dentro los ojos y abrazado te expandes en busca de más sombra y más calles desiertas. depósito con la sombra de un prestamista que osaría decirse W. Butler Yeats retomo la escalera interior de mi casa, la caída impracticable de una religión que conduce a primer peldaño, a camino enterrado en la sortija como un ropero que fue el arca, secreto óxido y fermentos de piel y abrigos. palpo en la oscuridad entradas y salidas con que fueron clavadas la madera y la sombra por donde voy urdiendo símbolos contra símbolos. la escalera permuta, creo, con cada roce. mi salud, las estrellas, tapas de libros petrificantes. vanas herencias raudas que han puesto en alto. se curvan engañosas capas de óleo. no te rueden a escoger orificios practicados con un velo para imantar el aire. eternidad, buches de cerveza negra, encía enferma del mar. no vayas a aislarte en tus pasos hasta superar aposentos donde encandila el vaho de cuerpos dormidos. desbancan vena a vena y es que se desea ilustrar molusco, vidrioso vacío entre dos manos. no te rueden a perder cavando como una luz fija cuando todas las playas quiebran y se demoran ante la aguja ciega de tu corazón. paz interior, banderas, barcos si giran en el levante y toda tierra amasada con tu sangre pequeña, que han puesto en alto, obedecen la sierpe de un tiempo que no nos obedece. vacían por la curva de su ímpetu nuevo hilo de voz mientras lanzamos lunas a la novia en el agua. mientras el fuego interroga los ojos que no devuelve el agua. tema para tramoya reserva palco. si aún recuerdas qué amapola, qué invierno en la solapa de tu abrigo iba a ser soplado por el miniaturista como mancha de tinta a usar en nuevos contornos. date oportunidad hasta oír deshacerse luctuosas carretas fuera de diciembre enjundioso. la escena es ancha: tuya. reserva palco. dilatadas palabras en la oscuridad impaciente que espera a alguien de perfil como polvo de huevo, sudores, navajas en el ómnibus, posibilidades más menos: sobrevivir a un hijo, mudar la casa por ligera escudilla. el espectáculo te posee como un último billete estrujado y descolorido en el hueco del catre. vas del sexo al estadio. inflas miedos tan dulces. coses banderas. echas a correr kilómetros por canecas de oxígeno. pasa por las nupcias, pasa la mano al domador que está al saltar cuando anuncia un ala el vendedor de fósforos. se seca el pensamiento aún contigo, enflaquecen linternas y a veces sopla como ratón blanco el monje que te dibuja con pluma de avestruz y codos de muchacha. nueva es la embarcación fúnebre crecida por los ojos. reserva palco. después que no costeabas estadía suficiente y creías limarle indiferencias a la ergástula. deja rodar la tarde en el centro de puesta en escena tragicómica. apenas alcanzas a sostener disfraz con la mano de no pellizcar acertijos donde el frío cantable. ni debes saber dentro de qué bosque se cierra la flor de tu conversación, trazo de pluma al vuelo, agua de amapolas filtradas por la luz y la garra secante. perfil que se torcía sobre el pecho al modo de otra máscara ardiente vendida en la puerta del edificio. mientras el miniaturista no levante su mano del papel la tinta es joven, la escena ancha: tuya. sólo un primer apunte. y tienes libertad de perder y alzarte el cuello del abrigo como enamorado llegando a puerto. reserva palco. quedan laúdes, cajas de instrumentos —para flojo tambor, cinchas de tus riñones—, apoteósicos umbrales acordando la luz de un pétalo tras otro pétalo si ocasionalmente el último cae dentro de la jaula. cita en calle Pizarnik mírame tan parado al fondo del cuchillo el minuto en que bañan las lágrimas del pez. no fui completo un árbol blanco vuelto al revés. iba casi conforme rompiendo dobladillo de angostos y pasados pantalones de lana. me acostumbré a callar aguardando otros ecos, a apurarme sin fechas ni más exangües flecos que intentaba brillarte en la sucia mañana. mírame boca arriba flotando como un grito. la pizarra del cielo más blanca es que mi tiza. he perfumado vísceras de esa flor de grafito con la que sigo estaba helándome solo, en la esquina, aquí. lluvias de ayer soñando van bajo el puente aprisa. rota la noche junta sus labios contra mí. apostilla dejada en el hotel Inglaterra lloro sobre el hombro humeante de los amigos inmortal como el pájaro de ala rota que picotea la nieve en las celosías. larga uña de té de nubes cobija este nombre azaroso y virgen donde van cristalizando delicadamente mis lágrimas y tobillos frotados con rocío. invento hondas ausencias, congestionados pulmones, infinitas rodajas de limón y el caballo ciego de San Jorge ante el desfiladero de mis instintos encabritado. lloro. viejos amigos reservan luces comestibles más holgadas en los bares, invocan, redactan por mí palomas, caleseros desollados de frío. cierta mañana hasta arrastraron al capellán para esquilar su bestia bajo el nogal contrito de mis muslos, donde él mismo nos había prometido infancia, discontinuo collar de perlas naturales. muerden por mí hueca moneda, apuestan al moscardón melifluo de los mingitorios: invento un dolor: una duda: una cita: una adolescencia para mí. amigos cantan rock bajo el mármol del espejo y destrenzan sus puentes, sufren a veces celos y florecen. van de manera sorda mondando mis almendras al resplandor del pánico para curtir mi virginidad. indefensos arrojan colmado al piso el cepo, ripios, vastos y ponzoñosos almohadones de la ortografía. un día van a saber como un relámpago que nunca me atrajo el cirio de la cárcel. después tampoco apuraba redactar con razón o fe, nunca aprendí a lanzar así los dados. menos a la realidad me estaba enviciando, al residuo de vísceras de mi mujer y mi hijo. incluso cuando oraba a Dios como perro sarnoso que me dejase dar un retoño sano. el día que claudiqué a la sombra de trenes, puertas que adosé incluso a la arena de playas con la que hice una trenza con ayuda de un ultraísta. allí sobre el abismo sólo veía venir mano firme en la niebla, alguien súbito con quien asentar y revolver últimos carbones. limpio estaba de sangre, culpable como flecha trémula en la brisa. inmortal pájaro de ala negra agujereado por la nieve, feroces canciones jóvenes. un hilo de té frío íbamos pasando de ojo en ojo, camello cargado de candelabros. después no fue Eurídice, lo blanco de su espalda no era el paso de su amor sobre la ola como mirada fija, soledad del arquero. mentían más aquellos cariciosos jinetes brindándome ventaja en el estadio del atardecer. quemo mis trampas, mis naves provinciales, el reloj de bolsillo y el endecasílabo providencial. lloro. quiero estar llorando aún si alumbra, si se bebe la noche mis tímpanos y quiebra, aunque pueda elegir mejilla más ardiente, capullo de sus manos, la taza de su voz rota en el aire. CASA DE LA ESCRITURA EN LA OSCURIDAD (V) Tu oficio / la orfandad llenaba ayer las plazas. ¿Era con Dios nuestra conversación? Alma y esposo era el cendal de los labios herido sobre imantada pulcritud. “Salvos signos a su pesar engarzan éxodos por exceso”. De la pamela rueda sin vida el pajarillo sobre la mesa como un vals en años juntos. Agraz retorno a casa iba por raíl frío haciendo equilibrio con ojos, canastos de hierba y sal para caballos que estorban en la sombra. Despiertas de bruces en el caracol de la biblioteca, hollado por la lluvia, enfermo sin visajes, cuando esperas de ti pacto mejor que el polen. Ves en ese silencio fehaciente, entre uñas, epidérmicas, tontas orejas del gigante que eres de pronto en medio de una cristalería. Podía miniarse el viento o la maldición en el viento podía darse al telar, la ciencia del mendigo despoblando preguntas como el que alza falda doble sobre una cabecita morada del ángel que afina voces. No dejaba de prestársenos oído aún en cada derrota. Aún en el aislamiento, vocal pulida a sol y lluvia, cráneo de cordero, acordeón de novias, era con el tullido sirgador cuya espalda no se ofrece, sellado exvoto a sed y niebla, combustionada máquina de las postrimerías. Castillo del suicida en el relente era encima y delante, al salto, música. Orquesta encerrada en quien ve y escribe sin tocar. En desuso Tántalo en soledad pasada por el ojo de la aguja hecho briscas. Tiresias provinciano palpa en las noticias por satélite el logaritmo de las apostasías a que es propenso desde un pasado probable como dislocarse hombros. No era el peor oficio. No pasabas de peso si intentabas quedarte a dormir bajo el mar. Pero alguien siega incienso y afina lomo al lápiz. Alguien deja mensajes en la contestadora. Alguien surte las balsas de metal si desbastan el solio de la atmósfera, vomitando agujeros negros, tanto que crecen, cómo se reproducen. Alguien tiene una línea blanca desconocida y no sabe perderla dentro de tanto párrafo. Niño por un raíl frío, alza a veces los ojos. electrodos en los abrevaderos de tarde en tarde la humillación medita con oídos almendrados por la espera. celosas convulsiones descarga que produce memoria a través de círculos un pétalo en el final del pozo. llamado del bosque reducido a eco táctil entre veleidades, vacíos volumétricos que se suceden frente al aprisco hasta arder, hasta aceptar en toda la herradura de la carne martillos del silencio que ilumina, la cura de oírse uno multiplicado, sentir cómo en la espera esparcen mordeduras. hornos de la humillación: arrimo dulcemente clavijas y pebeteros al túnel. ensamblo al verano murmullo infértil y azul por sobre las congojas de los cedros y cirros dados a ser noticias del barco que queremos ver. sombreado o dormido vas a sobreponerte a la gloria que anulaba el tambor, que resistía el golpe sin cambiar de sonido ni de corazonada. portazos como un viento ondulan acordeón de tus abismos. y volverás a tiempo al cine, al trono en última fila donde ni alcanzas a ver ni a oír completamente, hundido como atiendes, salvadas como son otras cabezas juntas en seto de interjecciones, debes traer tu propio ruido si quieres dialogar, con la sed agua propia, con tus ojos hundidos el trapo de palabras y luz en movimiento. te sentarás delante del mantel derramado con manos cruzadas a sentir rostros blancos de la madre y el padre partiendo un pan blanco. alza el martillo en derredor de tu cabeza chispas, cristales, alfileres de silencio golpeado. se alza sobre la sólida palmera de tus hombros y cae como una fuerza más el silencio multiplicándose. montoncito de fósforo cada salud aviesa que va sedando lágrima sin fuste donde oteabas como señuelo en cetrería. capitán de velero comercia risas entre noviciados y a veces, sólo a veces deliran las antorchas como sábana halada entre corvas y omóplatos, vacuidad de estatua desprendida de torsos desechos en la arena. combates demasiado redondos. circos de un solo cuerpo como un puño. debes oprimir con tu quijada el ave, la cáscara de tu éxtasis y bailar para el hielo. es el vacío como gárgola en primavera que echábamos a rodar por una noticia de la felicidad. cristales, embriaguez de primavera, imágenes cayendo, perdiendo otra vez apartadamente. secreta puñalada limpia al rey. la desnudez se tuerce traicionada en mi cuerpo. un pétalo rozando el fin de mi inconsciencia y revienta, levanta más desnudos olvidados a mitad del cuerpo como un eco gigantón que se ahoga, que no da pie en la tarde. nos dejamos censar entre mapas astrales, cábalas de Bizancio y térmicas piscinas. obstruidas novias iban a alfilerar así nuestro sueño de repente. intentamos mirar a un mismo tiempo la moneda de la humillación con nuestras dos caras. las mismas dos caras de la moneda. bajo golpes de equidistante hundimiento se acostumbra el silencio al último peldaño: ¿con qué similitud aprender a alumbrar soberbiamente distintas culpas? entrando a tus heridas serás última inocencia que haga falta si comprendes un círculo, si escuchas como un alma derramada fuera del vaso. deliberación gasté doblez de mis manos en desfogar perfidias de la casta de alcobas heladas con pavo real. inquirí verticalmente a la mujer ceñida por espectros y me adosé a la cruz, al rasgón de vetustas alforjas. nos lo cobrarás todo, dije, a cambio de una visión. cópula que no sé oscila circular tras estrella de almizcles aglutinando fugas de tacto en sentido, de ampolla en ampolla transparente. bordado edredón bajo el que sueño morir como un anfibio pagado a las lavanderas. ¿qué puedes ver tú, mujer de una quijada de hierro en mi corazón? ¿para prevenir sobre polvo este naufragio, esta escama en los ojos que despeja el azar? ¿qué puedes con la flor, el mutismo y los huecos anhelantes en mis rodillas: tú? antiguamente en tiempos de revolución sabía descender escalinata como un acorazado con multitudinario retumbe de existencias empotradas en hambre. sentía dilatarse mi esperma entre mis dedos por la chispa de ver, por la altura de desmontar gavetas acarreando lámparas embebidas en limo. el glóbulo de la expiación atávica porteaba lencerías de tarántula. y acercaba el papiro al fuego, a la mentira, para traducir montes abiertos a ebriedad y hastío de una cornucopia como Dylan Thomas, purgatorios sin playas como cerámica de Matsuo Basho que discuten la cigarra y la luna. palafito mi pecho, colmena de gerundios donde apilar a salvo polen, recuerdos absolutos, minucioso alquiler dentro del agua botada de los ojos como quien sostiene respiración que no le pertenece ante el postigo. trafico mi infancia sin devaluaciones, el cristal de un ropero bajo cerillas y falsas fugas, sin golpearse: después podría inaugurar algodón del azoro, mocedad de montañas cualquier llama hacia mí: será último y más limpio odio que me permita hasta dialogar con abates castrados por el río, infantes palafreneros de barbas duras. será abeja que nadie ha visto donde el olmo. no importa si han metido seis dedos en mi herida sin lucidez, si punzan el heno en las carretas y alambican mi rostro como gotas, mi imagen paralizada. esquivo santiamén, esquivas y pequeñas adivinaciones. en la concha del techo y en las paredes de mi corazón se disimula a veces bien el canto, la joroba del pavo real. ascensores debo aprender a hacerlo todo mal si quiero andar todavía ahí cuando mi criptador cierre ojos de tijera y articule el rocío en la ergástula. duermevela de cuervo justo. suceder anudado, que me deslice por la eviterna sensación —afuera, creo yo. coronable bosquecillo de muérdago si mi otra mejilla crecía como una suela rota y el olvido tan carnicero y culto que invita a anotar consignas en el hielo. lo sabes, creo, debes haberlo oído de otros hijos muertos: son palabras nada más lo que puedes hacer para abrazar la causa de tu amor astillado por cualquier idea —una ofensa. y hacerlo mal. qué hondo convencimiento desde el vano de las reencarnaciones convertirse en un túnel. ¿no oyes falaz antorcha por hilvanar que exonera con renovada isla entre gaviota y gaviota como viejo acordeón? paseante por los fosos colgantes: irse a dormir al trigo bajo tierra, convertirse en el brillo de máscaras sin surgir, sin uso de razón que disputan pupilas del poseso. retorno a tiempo siempre para deberle al dolor allá afuera postales, giras turísticas de náufragos, intemperies por dentro. y no haber mezclado el corno de la lluvia con brindis de terrazas. debo negar la esfera que me aguarda en la cáscara hedionda de la sed y su vano sopor. ni tendré espalda endeble con que taparme el pecho ni en conversar vicios asertivos de la cárcel efímera. para invitarles mal a mi libertad, al silencio que trazo con ala en el asfalto. para despabilar equivocado el vino. para urdir sin memoria las puertas de salida que están disimuladas en mi cuerpo. tercer discurso me falta un hermano. se lo he dejado ver a mi madre, el frío ampuloso /un mar que no hace eco / cierta deformidad entre las plantas de las manos / las plantas de los pies—, no sin sentir vergüenza como el tercero de sus hijos, pobre varón velludo y demasiado blanco bajo la tela. comprendo hasta qué punto ella no era el cuchillo que partía y curaba oscura parquedad interior de las carnes. pero me falta, la acuso —con su perdón. es a veces el miedo inmemorial a desplomarme entre falsos tabiques. esquina de menos entre ladrillos. rectilíneo hueso extraído a mis huesos. su ausencia es cada vez más pobre, cada vez más llena de significados pendientes y absurdamente arde. cuando viejos arponeros descubran esta hendija y ensanchen la noticia por el valle, sin dudas habrá quienes hiendan círculos, quienes despidan palomas contra mí y hagan el mar picado en torno a mi ridículo grano de arena o alpiste, mi hambre de realidad o simpleza. ¿o quizás ya me asaltan? ¿quizás nunca fue accidental mi muerte lenta a mano de amigos aparentemente torpes que lo ensuciaban y rompían todo al pasar al fondo de la casa? bastaría el primer adeudo de una mano empozándome la boca, azul cepa de un cáncer, para poner en orden mi adiós, excluir tantos verdugos inocentes y encumbrarme de un solo paso en la cuchilla, solo. vine a crecer al gran rompecabezas sin un gesto, empalme de un abatimiento que me diese cabida indistinta en el paisaje. —un hermano salvando candados desde dentro sería suficiente. vería bajo mi ropa por qué uso las palabras para hacernos más daño. por qué venderlo en piezas, herir y aislar el cuerpo. vería esta fe tan espejo que se ajusta cobarde como un arado a la tierra. CASA DE LA ESCRITURA EN LA OSCURIDAD (VI) Cantan juguetes luego que han cortado los hilos, crecen sin tiempo al lado del mar que anda de viaje los juguetes que cantan pegándole a un tambor. Un corazón bajado del mar cuando era sordo. No palpites, no bailes para ellos felicidad mezclada, amanecer de pronto al lado de un cuerpo de mujer y un hijo como si el hilo encuevase la arruga de la mano. Muerta el ave en los ojos desea la jaula de una mano donde comer en paz corazón de ave. Buscan salir al día, al mundo los juguetes y pasarán escena de lado a lado como en un suspiro. Ser todo lo humano que no tenga que ser hasta colmar oruga del salto inminente. Buscando por la línea horizontal en el lienzo teñido grave luz viva, entera, que ni acerque ni aleje en transmisión mecánica de poleas a instintos. Para ellos esquiva cualquier aplauso del mar sobre la tierra. Para ellos no descepes la tierra manoseada bajo el corazón que canta sin más tiempo. / Oye, oye el vacío afilarse como agua entre uñas de juguetes, al final de las huellas cual burbujas la externa canción de la libertad / Crece el mar como la promesa de un tambor para la tierra. Como un sentido nuevo nacido al cuerpo crece el mar bajo el cuchillo del sol que muda un sueño. Ante la luz cae un títere como un vestido usado. Por el cielo las aves ruedan sin vida en todas direcciones. Has oído musculatura del armario fluyendo en la noche. “Dos puertas —de un armario— tengo que clavar yo: infancia y noche.” ¿O somos arrastrados, frutos sin semillas, más allá del comienzo sin comienzo del árbol? Stevenson lo vio venir y enconarse como isla en un mapamundi. Brodie el Diácono oía un sueño y clavaba con apuro su horca por piezas, huir por hilos de baba. Al niño le han cantado el corazón sin aletas ni nubes. Falta sobre la palma de la mano aquel fruto. Huyendo entraba fuerte como hombre al armario y sale convertido en un puzzle de burlas, llanto pequeño de juguete para armar. Huyendo es la pureza de un zoo como pelota en las olas y nace, baja del agua sin mojarse. Sensual o mudo delante del niño el horizonte duerme un pájaro con hambre, un corazón que lavan con tierra viejos títeres en el armario, en una canción que se repite. / Oye, oye abrir la vida y deslizarse como agua en defensa del mar, en defensa de todos los que caen y cantan / señal interrumpida morir de verdad, idea simple, deja en blanco en medio del mercado y se siente un nudo como si debiera pagar burlas y golpes tan carne de mi carne y llevarlos a casa, —dios, legumbre de un día—, los gritos y las cáscaras de quienes ven por donde van, celebran sólo el desconocimiento que se les abre y me ciñen como ejército rabioso ante la posibilidad de entrar al yugo. pero no siempre fue así. no siempre tuve que pedir disculpas por la oscuridad. la primera vez era un país sin discurso, estudiosa joroba, violines sus visiones —y durmió oscuridad perfecta como un tazón de cerveza helada en el hueco de mi ciudadanía. iba a ser mi primera mujer, se convirtió en la última puerta que echaría abajo / fuera. única abotonadura. dijo mi hermano cómo yo no sabía pasar la aguja por las cosas. te vas poniendo lento, no atinas por qué irte, ni una castidad en vuelo rasante. ni domingo cortés, dijo, / las cosas / ojo de la aguja sin querer empujó a soñar guerras de África como pliegos del tabernáculo y cualquier nombre rociado allí entre ceniza, tórax cosido a tierra limpia entre tierra incandescente. pero no obtenía desvestirme, leer tan lejos ni tan rápido que viniese a escurrir mi castillo de hierba, mi casa apretada en una clepsidra desde la cocina al televisor pasando por la arruga de la madre bajo colcha doble. morir —la verdad— era otro idioma, contemplación distinta a sumar o restar novias con los dedos, un juego de cubiertos nunca visto en la mesa. idea tan cerrada me hacía disiparme en constelaciones gesticulantes a los costados. abierto deseo vivo. necesité mi llegada: era cuando aceptaba todas las cosas unidas, trabadas entre sí, que no parecían el vaso de una trampa. medía cómo obtener acorde que hiciese rodar campana de la noche sobre mi cabeza. y la certidumbre del recuerdo vibrante como cuerda daba energías para esperar entrasen más animales antes del golpe, se uniesen bajo la campana en su oscuro apetito nuevas cansadas bestias. será después de la serie mundial, pensé. y tuve tiempo para seguir por Radio Martí jonrones de Canseco dándole cielos a Oakland sobre San Francisco. será —pensé después— después, cuando el baseball debute en las olimpiadas. no sin la alegría de esperar despierto la primera noche televisiva por satélite y entrar y salir —hice algo parecido a un croquis— por cordón umbilical y aislante de un zeppelín atado a Cayo Hueso, atado para mí a la sombra blanca de la virgen triste como un beso febril sin dejar huella. podía anticiparme a Juana Borrero y visitar la tierra de jardín donde iban a hundir el lagar de su carne. será —entonces parecía pronto— más tarde, mejor cuando bíceps y tríceps de World Series pasen como una máquina sobre césped de nuestros amateurs borrachos y mujeriegos. y tenía tiempo, aunque parecía que no, / el tiempo / para seguir la aguja con que mi madre fabricaba flores del sueño al piso al sillón a la mesa al sueño: desde el dedo tan negro al botón rojo. el poco tiempo para convertirme en mi hermano y sacarme a pasear / a pasar por las pequeñas horas una obediencia más fina. zona de desastre la madurez, hermanos, se diferencia a una velocidad distinta. distinta al deseo que nos trae en cerco al refrigerador vacío toda la noche como moscas que alteran por la pulpa de un cuerpo. / el cuerpo / herido: vivo o pasado mejor o peor por la memoria. no he dormido ni un solo asesinato entre indomables viajes que me aíslan en haber protestado mediano equilibrio. me transformo, me vendo por provincias —completaría el canto quien se quedase a conversar fuera del templo con todos los jirones de su palabra muerta—: sólo por media libra de carne más oculta. anotaba un mapa donde crecía puente roto, serpiente bajo piedra, y hasta allí no sabía volar, acostumbrarme, encanecer sin un grito / el grito / sin levantar la jarra de agua helada y darle señas al cuerpo que —cómo, por qué— estoy en este lado de mi país también ácimo y febril cambiándome por fósforos y boinas. pero ningún barco va a pasar hambre en mi ventana de Ciego de Ávila. no va a pasar el hambre. ministros no acomodan lomos lanudos sobre espinazo de mi desesperación, en esta i —y sin puntico— que es mi claraboya bajo el atardecer de occidente. garrapateo, raspo, vivo de pie en provincia, tierras inundadas, para ver acercarse los ojos de mis ahorcados y tenerles listo el discurso antes de que duela, hermanos míos, antes de que el habla subterránea penetre devociones y tengan qué deber, de qué gobierno defenderse ante el refrigerador toda la noche detrás / encima / dentro del vacío individual sin nombre —manivela de incienso que giraba revés—, qué palabra tan dura, qué partida líquida y ligada al hueso para dejar continúe creciendo como golpe de luz. hay quien prueba que siempre laboreo y parece pudiesen quitarme así la gota de verdad fabricada, por artificial, cuando sólo aleteo debajo de la bombilla —tú / yo tan gordo en zancos y de espaldas al mar—, solo no duermo. abro y tiro la puerta con la ilusión de ver mi cabeza pasar por el fondo de la jarra de agua caliente. Índice corazón del arpista / 6 puerta al balcón / 8 primavera / 10 Casa de la escritura en la oscuridad / 12 tarea / 15 asunto para un poema del coloquialismo / 16 glaucoma / 18 cuerpo velado / 19 payaso / 23 Casa de la escritura en la oscuridad / 25 curso órfico / 28 cuerpo del cuerpo / 30 punto de fuga para díptico de retablo / 31 sancta sanctorum / 32 Casa de la escritura en la oscuridad / 34 lo que hay oculto en el patio / 36 primer milagro / 38 koimetirion / 40 disciplina matinal o Rodrigo de Triana / 42 Casa de la escritura en la oscuridad / 44 pedaleo / 47 habitaciones Ángel Escobar / 49 depósito / 50 tema para tramoya / 52 cita en calle Pizarnik / 55 apostilla dejada en el hotel Inglaterra / 56 Casa de la escritura en la oscuridad / 59 electrodos / 61 deliberación / 65 ascensores / 68 tercer discurso / 70 Casa de la escritura en la oscuridad / 72 señal interrumpida / 75 zona de desastre / 79