el lenguaje no verbal en una entrevista de trabajo atípica

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EL LENGUAJE NO VERBAL EN UNA
ENTREVISTA DE TRABAJO ATÍPICA
Escrito por Pablo Marín
Reconozco que no sé escribir bien, pero tengo la gran facilidad, que no es
poco, de que en breves instantes, minutos, soy capaz de escribir con rapidez
los recuerdos, imágenes y momentos de mi vida.
Hoy, mi primer día de vacaciones de invierno, aprovechando que el día es
lluvioso y no te invita a salir de casa, me apetece escribir sobre mi reciente
experiencia en una entrevista para dar clases por la tarde en materias
relacionadas con la Comunicación, Marketing, etc., en una Escuela Superior…
En Madrid.
Me levanté con tiempo suficiente para desayunar sin prisas. Tomé café
acompañado de unas tostadas con mantequilla, miel y un zumo de naranja
recién exprimido. Me di una ducha con agua muy cliente para abrir bien los
poros y relajarme. Elegí mi mejor traje y la camisa y corbata adecuadas; los
zapatos inmaculados, como siempre.
En el camino hacia la Escuela fui haciendo un ejercicio mental de todo lo
aprendido en mi larga vida profesional sobre comportamiento humano, así
como de las habilidades de comunicación e intercomunicación, con el fin de
sacar el máximo provecho a la entrevista. Era una ocasión única y, a mis años,
no debía dejar ningún cabo sin atar.
Llegué a la escuela como media hora antes. Tiempo que aproveché para tomar
otro café en la cafetería del Centro, la cual estaba muy animada.
Pregunté en recepción por la persona con la que había quedado y me dijeron
que esperara en una sala que estaba enfrente.
La sala de espera estaba a rebosar.
¡Madre de Dios! No creo que todos estén citados para lo mismo que yo, porque
como sea así me largo - me dije.
No fue así, ya que no habían pasado más de diez minutos cuando una mujer
entró en la sala y se dirigió a mí…
-¿Pablo?
-Sí, soy yo. ¿Cómo me ha conocido entre tantas personas?
-Es fácil, la edad le delata.
Sonreí, reconociendo mi segundo error del día. Cómo pude no haberme
fijado
que todas las personas que estaban en la sala eran jóvenes
estudiantes.
Dicen que los nervios y la impaciencia son muy malas consejeras. Reconozco
que me habían pasado una mala jugada.
-Acompáñeme a mi despacho, por favor- me dijo con un tono de voz muy
profesional.
En ese mismo instante quise salir huyendo, porque todo prometía que sería
una entrevista fría, muy fría. No hacía más de media hora había cometido el
primer y más grave error del día.
Ocurrió nada más entrar en el edificio de la Escuela.
Como iba con tiempo de sobra, como ya comenté antes, me pasé por la
cafetería del Centro, y en la misma barra pedí un café. Curioso, por naturaleza,
miré a mi alrededor y justo a mi espalda estaba ella. La verdad es que me
llamó la atención: En torno a los 45 años, calculé; alta y esbelta; con un traje
chaqueta-pantalón gris muy ceñido al cuerpo que destacaba sus formas bien
cuidadas; sus ojos negros azabaches invitaban a conocerlos.
Fijé mi mirada en la suya y me la supo aguantar. Ahí fue donde me perdí y
olvidé cual era el motivo de estar allí. De manera inconsciente saqué pecho,
ajusté bien el nudo de la corbata, abrí las piernas y adopté la posición de
vaquero y con una sonrisa de oreja a oreja, nada natural, intenté acercarme a
ella para entablar conversación.
¡Qué espanto! nunca mejor dicho, la espanté.
Cómo pude haber cometido tal error, con lo mentalizado que iba para hacer
todo bien desde el primer momento. Pero la presencia de ella me hizo olvidar
uno de los consejos más importantes. <<Una entrevista es como una obra de
teatro; una vez abierto el telón no puedes salirte del guión y el telón,
profesionalmente hablando, se abre cuando abres la puerta de la calle de tu
casa>>.
¡En fin! No había empezado muy bien que digamos.
Caminaba detrás de ella e intenté mirar al frente, no fijándome en su cuerpo y
la sensualidad de su forma de andar. ¡El trasero! totalmente prohibido.
-Subamos en el ascensor, me dijo.
El despacho estaba en la tercera planta.
No sé qué fue peor, porque la cabina no daba para jugar al tenis; más bien lo
digo por el espacio, aparte de su lentitud desesperante... Debido a la
proximidad con mi acompañante, opté por mirar hacia un lateral o al techo, que
no al pecho, que lo tenía a escasos treinta centímetros de mí.
¡Qué mareo! Tanta proximidad, el olor del suave perfume de su cuerpo, sus
pechos tan cercanos y amenazantes... ¡Dios, que momento!
El ascensor, con una sacudida brusca, la cual estuve a punto de aprovechar
como excusa para poner mis garras, perdón mis manos en las..., llegó a su
destino.
Le cedí el paso y caminamos a la par hasta su despacho. Abrió la puerta y
entramos.
La estancia era acogedora, muy acogedora, se notaba que estaba ocupada por
una mujer.
Se dirigió al sofá que estaba al lado de unas grandes cristalera y me dijo- Por
favor, ponte cómodo.
-¿En el sofá?, pregunté.
Sí, así estaremos más cómodos - respondió.
Rápidamente pensé y llevé la situación al momento en que me encontraba. Me
acordé de lo que había leído sobre cómo debes comportarte ante una situación
así. Estaba claro que si te invitan a sentarte en un sofá tienes que relajarte, ya
que el propio asiento lo facilita.
-Vamos a ver, pensé, tienes que adoptar una posición vertical y adelantar el
culete lo suficiente para que las piernas se apoyen en el suelo y que nunca se
queden colgando y, ante todo, mantener un aspecto relajado y natural,
olvidándote de la torpeza cometida en la cafetería.
¡Perfecto, Pablo! Ahora céntrate en la entrevista.
Esperé a que se sentara ella primero.
Se sentó justo en uno de los lados, debido a que el sofá no era muy amplio que
digamos. Adoptó una postura vertical y ligeramente inclinada hacia mi, las
piernas cruzadas, apoyando las manos en su regazo.
Lo tenía claro, había que demostrar los conocimientos adquiridos en cuanto a
formas de comunicación no verbal.
Con la seguridad de que lo bordaría me senté en el lado opuesto con
elegancia, pero con energía, como hombre que soy.
No sé qué ocurrió, pero el caso es que el sofá me tragó y me vi sentado casi a
ras del suelo y con las piernas colgando como un muñeco de trapo. Intenté
reaccionar lo antes posible, pero no podía moverme con soltura debido a mi
sobrepeso. Desesperado me agarré con fuerzas al brazo del sofá para intentar
salir de la situación tan incómoda. Ella me miraba sorprendida con gesto de
circunstancias.
Yo la miraba con gesto de súplica para que me ayudara.
En esto que después de varios intentos fallidos consigo enderezarme
medianamente y, con el fin de no volver a caer de nuevo a los abismos de sofá,
me acerco más a ella intentando ocupar el asiento de en medio, pero con tan
mala suerte que al arrastrar mi trasero por los cojines hundí de nuevo el sofá y
producto de este nuevo naufragio, arrastré a ella conmigo.
Los dos quedamos unidos en las profundidades del sofá, envueltos por los
cojines y con mi cabeza entre sus pechos, donde sentía que me ahogaba en la
tormenta perfecta de mi vida. Quise remar con mis brazos pero mis manos
estaban ocupadas en salir de los remolinos que formaban las ondulaciones de
su cuerpo. Sentí que me faltaba el aire, no podía respirar.
Me mareé en el intento. No sé cuánto tiempo pude estar aturdido, pero el caso
es que cuando me espabilé me encontré con una cálida sonrisa... era ella.
-¿Cómo te encuentras, Pablo? Me dijo con un tono de voz suave y acogedor.
-Bien, ¿Qué pasó? -contesté.
-Nada que no se pueda remediar. No te preocupes.
-Lo siento. ¿Cómo pudo suceder?
-No lo pienses más. No le des más vueltas. Tengo toda la mañana libre, así
que volvamos al inicio de la entrevista.
-No, en el sofá no, por favor, le dije.
-Esta vez nos sentaremos en unas sillas, uno enfrente del otro, me contestó
En una silla... uno enfrente del otro... Me dije.
Me tomé el tiempo necesario para recolocarme la camisa, que se me había
salido un poco, y recordar lo más elemental para encauzar la entrevista. Esta
vez no podía fallar, porque estaba convencido que era el mejor candidato.
Pensé.... Posición erguida, verticalidad en el tronco, pies planos en el suelo;
hay que estar relajados y mirar a los ojos, no huir nunca la mirada...
Tomé posición en la silla y me preparé para la entrevista. Ella estaba sentada
enfrente, a no más de un metro de distancia. Me fije que volvió a cruzar las
piernas con la punta del zapato cerrando el espacio. Rápido cruce yo las mías
y cerré el círculo. Esto empezaba bien.
¡Diooooooooos! Con tanto trajín en el sofá se le había desabrochado el botón
superior de la camisa...
-¿Te sientes mejor? dejo ella con una sonrisa.
Se dio cuenta que la mirada la tenía perdida en otra parte de su cuerpo...
De todos es sabido que el comportamiento o conducta de una persona tiene
origen en el estímulo percibido. Por tanto, mi conducta ante la situación que
estaba viviendo tenía un claro origen que, mucho me temo, se iba a ver
modificado constantemente por el efecto que estaba produciendo en mi tal
estímulo.
Pablo tenía que centrarse en lo que te interesaba...conseguir su objetivo de
trabajo.
Era el momento más peligroso después de todo lo que había ocurrido. Tenía
que pensar que era bueno, muy bueno, en su trabajo y que estaba preparado
de sobra para el puesto que demandaba la Escuela.
Estaba en la primera fase de la entrevista y por mucho peso que tuviera el
estímulo, la fuerza de motivación tenía que ser mayor y recordar que estando
motivado canalizas y diriges todas tus fuerzas hacia el objetivo que realmente
te interesa.
Empecemos de nuevo, como si nada hubiera pasado.
Lo primero que tienes que hacer es ser valiente y enfrentarte al primer
obstáculo.
El problema es que no era un solo obstáculo, más bien dos.
Se armó de valor y le dijo....- Disculpa mi atrevimiento, pero creo que tengo que
decírtelo. -Seguramente, ante tanto ajetreo en el sofá, se te han desabrochado
uno o dos botones de la camisa.
Bajó la mirada y se abrochó un botón.
-Gracias, Pablo - me respondió.
¡En fin! yo seguía pensando que le hubiera hecho falta abrocharse otro más.
Pero yo estaba totalmente centrado en lo mío y no volvería a distraerme con
sus dos estímulos.
¡Vamos con ello!! Utilicemos la comunicación no verbal para conseguirlo.
Recuerda:
Cuerpo abierto.
Gesticulación expresiva.
Contacto visual.
Sonrisa amplia.
Distancia adecuada, sin invadir.
Voz alegre, habla serena y tranquila.
Empatía.
Era evidente que iba a empezar con el guión establecido en cualquier
entrevista.
Yo... esperando para responder.
Pero en ese momento sonó en algún lugar del despacho una cancioncilla que
enseguida reconocí.....Oh mío bambino caro. ¡¡¡Era el sonido de llamada de mi
móvil!!! Estaba sonado por la zona de la escena del sofá. Era evidente que se
me había caído de la chaqueta cuando estaba luchando por salir de los fondos
del sofá y de los dos obstáculos donde tenía puestas mis manos e introducida
mi cabeza.
Dije- Perdón- Intenté levantarme con energía de la silla para localizar el
teléfono y apagarlo, debido a que no se silencia hasta que no acaba toda la
musiquita.
Pero estaba visto que no era mi día.
No sabía que la silla donde estaba sentado era una de despacho y tenía
ruedas, aparte de que estaba con las piernas cruzadas, una posición no
habitual en mi, pero que adopté por motivos de imagen.
El caso es que cuando fui a bajar la pierna hubo un momento en que la silla y
yo nos desequilibramos y las ruedas hicieron el resto. No sé cómo, pero el caso
es que la silla recorrió toda la estancia y fue a chocar contra la pared que tenía
detrás. Yo, fácil de imaginar, acabé encima de ella, que también estaba en otra
silla con ruedas, la cual siguiendo el mismo ejemplo salió disparada con fuerza
contra la mesa y nuevamente nos vimos encadenados en las frías baldosas
del suelo.
No pude ver su rostro, ya que esta vez di con las narices en el suelo y mi
cuerpo quedó encima de ella.
Producto del golpe empecé a sangrar por las narices como cochino de matanza
y me puse, la puse, nos pusimos perdidos de sangre.
¡Qué momento! Quise morirme.
El móvil seguía sonando.
Tardamos un tiempo en incorporarnos, más de lo debido. La verdad es que a
pesar de la sangre que me salía por las narices, no teníamos mucho interés en
deshacer la unión del momento. Yo estaba encima de ella y ahora tenía una
posición dominante que nunca había poseído durante la entrevista y además
me gustaba. Ella no decía nada, ni movió un músculo del cuerpo.
¿Qué hago? me pregunté. Yo estoy bien y ella no dice nada.
Yo no sé cuánto tiempo estuvimos así, pero me dio tiempo para explorar en
todos los archivos de mi memoria lo que recientemente había leído en un libro
sobre el lenguaje no verbal, pero no recordaba que hubiera nada escrito para
salir de un atolladero como este. Sólo recuerdo algo que hablaba de que
cuando dos personas están muy próximas y quieres tener una respuesta
positiva, nos podemos atrever a un contacto físico más directo.
Recuerdo que había varias opciones:
Conducir a la pareja por el brazo a otra sala.
Rozar un brazo con otro, una rodilla con otra.
Pasar la mano por detrás del hombro para acompañar a la mujer a la salida.
Rodear la cintura con el brazo.
Ponerse frente a frente a una distancia mínima.
Besar.
Yo, haciendo caso al libro, ya que la autora de eso entiende, seguí a pie de
letra las instrucciones y como en la situación que estaba no podía acompañarla
de paseo por la sala; el brazo y la rodilla más que rozarlos, los estaba
apretujando; pasar la mano por detrás del hombro no podía, ya que estaban
agarradas al hombro; rodear la cintura con el brazo... imposible, estaba
literalmente encima de ella. Pero ponerme frente a frente a una distancia
mínima sí que podía y así cumplir con la última recomendación... apretarla un
beso.
Después del beso el libro continúa así: A partir del beso, este momento mágico
que pone fin a tantas películas románticas, empieza por una auténtica aventura
por el universo de la piel......
Continuará
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