El proceso es mentira - MOREANA | Abogados y Economistas

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El proceso es mentira. Esbozo de una teoría sobre la naturaleza del proceso. Dr. D. Carlos Fidalgo Gallardo Socio Director de MOREANA | Abogados y Economistas. Profesor Asociado del Departamento de Derecho Penal y Procesal de la Universidad de Sevilla Correo-­‐e [email protected] Twitter @CarlosFidalgoG Comunicación presentada el día 25 de abril en las Jornadas Internacionales “La persona ante el conflicto entre Derecho y Poder”, organizadas por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla en el marco del Proyecto I+D “Derecho y poder político: Análisis histórico y comparado desde la perspectiva de la persona” (DER2011-­‐22560) y celebradas en Sevilla los días 24, 25 y 26 de abril de 2013.* Me parece relevante, al inicio de esta intervención, hacer una breve referencia a la génesis de esta ponencia y al cómo y el porqué de su imbricación en estas Jornadas Internacionales sobre el apasionante tema “La persona ante el conflicto entre Derecho y Poder”. Fue hace ahora en torno a un año cuando el Profesor Bernardo Periñán me propuso ocuparme de un análisis técnico – procesal del proceso a Francisco Camps, ex Presidente de la Generalitat Valenciana, y Ricardo Costa, ex Secretario general del Partido Popular valenciano. Trabajo que tendría su paralelo con otro del que se ocuparía el Catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Pablo de Olavide, D. Vicente Guzmán Fluja, sobre el proceso a Baltasar Garzón del que resultó la definitiva inhabilitación de dicho magistrado para el ejercicio de la función judicial en España. En torno eso no quería llamar la atención sobre el desequilibrio (en rango académico y en dedicación profesional) que suponía contraponer el trabajo de un asociadillo de Procesal y abogado de provincias al de todo un Catedrático de esa disciplina como es el Profesor Guzmán Fluja. Quería más bien elucubrar sobre por qué el Profesor Periñán encargó a quien les habla el análisis del proceso a Camps y al Profesor Guzmán el del proceso a Garzón. ¿Sería una cuestión de presuponer afinidades ideológicas en uno y otro ponente con respecto a los personajes a estudiar, afinidades que nos llevarían a empatizar más con nuestros respectivos objetos de análisis? Como pueden suponer, la anterior pregunta es un simple juego retórico: conociendo el rigor científico que me consta que el Profesor Periñán imprime a todas sus iniciativas, estoy seguro de que no fue esa la razón. Pero espero que coincidan conmigo en que si así hubiese sido, esto es, si la ideología hubiese sido el criterio determinante de la asignación de los respectivos temas, el rigor académico que se supone preside los trabajos que se están desarrollando en estas Jornadas habría quedado comprometido por la inoculación de un cuerpo extraño, de un elemento distorsionante del discurso científico: la ideología y su correspondiente reata de juicios previos, de pre-­‐juicios. No creo que haga falta precisar que rigor académico no implica asepsia ni alejamiento de la realidad. No creo que haga falta aclarar que no es lo mismo operar conforme al método científico formulando una hipótesis, la cual la posterior investigación demostrará o refutará,1 que comenzar * En el presente trabajo utilizaremos las siguientes abreviaturas para referirnos a textos legales españoles: -­‐ CE: Constitución Española. -­‐ C
LOPJ: E: Constitución Ley Orgánica Española. 6/1985 de 6/1985 del Poder Judicial; -­‐ LOPJ: Ley Orgánica 6/1985 de 6/1985 del Poder Judicial; -­‐ LEC: Ley 1/2000 de 7 de enero de Enjuiciamiento Civil; -­‐ EOMF: Ley 5/1981 de 30 de diciembre por la que se regula el Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal. 1 De hecho, con K. POPPER, tendremos que recordar que no es posible hablar de enunciados científicos si éstos no son falsables o refutables. Vid. IDEM, Conjectures and refutations: The growth of scientific knowledge (Londres, Routledge, 1963). Hay edición española: Conjeturas y refutaciones: El desarrollo del conocimiento científico (Barcelona, Paidós, 1994). 1 un trabajo teniendo ya formuladas las conclusiones y forzando los resultados para que encajen en ellas. Simplemente quiero subrayar que, a mi juicio, es precisamente el afán por aprehender la realidad de las cosas, sin pretender encajarlas en esquemas predeterminados, el motor que mueve el verdadero quehacer universitario. Es sobre ese punto de partida sobre el que quiero articular la constelación de ideas que vertebran esta ponencia, a la que, con ánimo provocador, he titulado “El proceso es mentira”. Título como mínimo chocante si se considera que con mi intervención pretendo esbozar y proponer una teoría sobre la naturaleza del proceso judicial. * * * Me van a permitir Vdes. que les confiese que, independientemente de mis afinidades políticas, que como es lógico y legítimo tengo y sostengo, el caso Camps en cuanto tal no me llama especialmente la atención. Quiero decir que los pormenores de la tramitación procesal del enjuiciamiento y final absolución a Francisco Camps y Ricardo Costa por unos supuestos delitos de cohecho impropio no me parece que presente especiales puntos de interés para el estudio científico, más allá de la repercusión que tuvo, para la consideración por el Tribunal Supremo del recurso contra la absolución en primera instancia de los procesados, el anterior acuerdo de la Sala de lo Penal de dicho alto tribunal sentando que en los procesos ante el Tribunal del Jurado, cinco votos (de los nueve posibles) son suficientes para que los jurados declaren no probados los hechos desfavorables a los acusados o para declarar probados los hechos favorables. Como creo que a los promotores de estas Jornadas tampoco les interesa especialmente la mera tramitación de ese concreto juicio, a la vista de que estas Jornadas se celebran en torno al sugerente y ambicioso título de “La persona ante el conflicto entre Derecho y Poder”. En efecto, parece más acorde a los objetivos y pretensiones de estas Jornadas enfocar los temas asignados precisamente en relación con la relación entre Derecho y Política, tantas veces tormentosa y conflictiva, y con esos tristemente frecuentes episodios donde, con mayor o menor intensidad, el Derecho y el Proceso son instrumentalizados para servir a fines ajenos a su naturaleza.2 * * * La simple mención a que puedan existir fines del proceso, derivados de lo que sea su naturaleza; naturaleza y fines que consiguientemente deberán ser tomados en consideración y respetados tanto por el estudioso como por el práctico, es afirmación que encierra una notable carga de profundidad. En efecto, hablar de fines y sobre todo de naturaleza del proceso en el sentido que venimos manejando supone remitirse a unos presupuestos axiológicos y ontológicos que definirían, de forma previa a cualquier construcción legal, jurisprudencial y doctrinal, qué es el proceso y a qué fines sirve (y a la vez y desde la perspectiva inversa, qué no es el proceso y a qué fines no debe servir). Pero hablar de presupuestos, razonar sobre la base de la pretensión de que exista una naturaleza del proceso que determinaría sus fines y a cuya luz deberían valorarse las reglas e instituciones que lo configuran en un determinado lugar y tiempo, ¿no sería precisamente partir de un juicio previo, de un pre-­‐juicio, contradictorio con la pretensión inicial de acercarnos a la realidad del objeto de estudio, en este caso, del proceso judicial? Sin necesidad (al menos en este momento) de pedir auxilio a los profesionales de la Metafísica para que nos ilustren sobre este particular,3 entiendo que no es así. Pues distinto es aprestarse a 2 Precisamente sobre un supuesto histórico de radical instrumentalización del Derecho y el proceso para propiciar la destrucción política de un destacado personaje de la época romana en Cádiz, versa la espléndida monografía del Prof. B. PERIÑÁN GÓMEZ, El proceso contra L. C. Balbo «Maior»: Estudio jurídico (Cizur Menor, Thomson Reuters Aranzadi, 2.011). 3 No deja de ser paradójico, por cierto, que hablemos, y entendemos que con razón, de profesionales de la Metafísica, esa sublime pero escurridiza disciplina filosófica con respecto a la cual el Catedrático de la 2 estudiar el qué, el porqué y el para qué de las cosas partiendo del presupuesto ontológico de que precisamente hay una cosa que estudiar, y otra bien distinta disponerse al estudio con la vista turbada por tintes ideológicos o intereses espúreos, aprestarse a enjuiciar la realidad objeto de análisis provisto de cristales deformantes, en la línea de lo que decía el poeta: “Y es que en el mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”.4 * * * Evidentemente, estos rigores metodológicos no son exigibles por igual al análisis de todas las normas e instituciones jurídicas. Simplificando mucho, podemos decir que hay materias (por ejemplo, las normas que regulan la composición que tiene que tener el producto industrial al que por algún ignoto motivo seguimos llamando leche para poder ser calificada legalmente de entera, semidesnatada o desnatada), 5 para cuyo estudio no es preciso emplearse en abstrusas meditaciones. Pero en tanto en cuanto una norma o institución afecte al modo en que organizamos la convivencia en sociedad no podemos actuar como simples leguleyos. Podría ser que en cuanto juristas nos considerásemos ingenieros sociales.6 Pero incluso si eso fuésemos, y quien les habla duda de que lo seamos o lo debamos ser, igual que los ingenieros – ingenieros deben trabajar respetando escrupulosamente en sus proyectos las exigencias que, con total intransigencia y sin excepción alguna les impone la ley de la gravedad, los juristas tendríamos que tener en cuenta y partir en nuestro trabajo de los datos que en cada momento nos aporten la filosofía, la antropología o la sociología antes de disponernos a pontificar sobre el modo en que el Derecho regula o debería regular esta o aquella cuestión o institución. No olvidemos, siguiendo con el paralelo, que el hecho de que un avión pueda volar no es una excepción a la ley universal de la gravedad, sino una rigurosa confirmación de la misma. En lo que hace al Derecho, prescindir de ese marco conceptual nos llevaría a levantar edificios jurídicos sobre bases falsas, o a llamar jurídico a un trabajo que en realidad sería simplemente político, en el sentido de partidista, y eso en el mejor de los casos.7 Esto es: haríamos lo que en tantas ocasiones hacen nuestros mal llamados tribunales constitucionales, donde aquellos a los que hemos constituido en sumos sacerdotes de los arcanos contenidos en los pliegues de los principios constitucionales, dotados para ello de la ciencia del bien y del mal (eso sí: definidos el bien y el mal por mayoría, y para el caso de empate pudiendo ejercitar el presidente un voto de calidad), van definiendo el contenido de los derechos y libertades fundamentales o van configurando las instituciones básicas para la convivencia.8 Universidad de Sevilla Jacinto Choza dijo con sabia sorna que “la metafísica es mujer”. Cf. J. CHOZA, Amor, matrimonio y escarmiento (Barcelona, Tibidabo Edicions, 1991), p. 19. 4 Del poema de R. de CAMPOAMOR “Las dos linternas”, en Doloras y humoradas (1846). Tan popular es el fragmento citado que fue incorporado, a modo de incitación aflamencada a un carpe diem festivo y bullanguero, a una sevillana del grupo Los Marismeños, en el álbum Vive la vida cantando (Madrid, Hispavox, 1987): “Vive la vida / que en ella nada es verdad / ni mentira / todo es según el color / con que se mira”. Evidentemente, análisis más serios ha habido sobre la problemática filosófica que subyace a lo que ilustres pensadores han calificado de “dictadura del relativismo”, en expresión acuñada por Joseph RATZINGER (luego BENEDICTO XVI) en su Homilía en la Missa pro eligendo Pontifice, Roma, 18 de abril de 2.005, disponible en línea en http://www.vatican.va/gpII/documents/homily-­‐pro-­‐eligendo-­‐pontifice_20050418_sp.html. 5 Orden de 20 de octubre de 1983 por la que se aprueba la Norma General de Calidad para la leche concentrada destinada al mercado interior, y Orden PRE/406/2006, por la que se derogan la Orden de 3 de octubre de 1983, por la que se aprueba la norma general de calidad para la leche pasterizada, la Orden de 3 de octubre de 1983, por la que se aprueba la norma general de calidad para la leche esterilizada, y la Orden de 7 de octubre de 1983, por la que se aprueba la norma general de calidad para la leche UHT. 6 Esa es la concepción que de la profesión de jurista me manifestó que tenía, en una reciente conversación mantenida en torno a la organización de un acto académico, mi admirado e ilustre Catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla D. Luis Humberto CLAVERÍA GOSÁLBEZ. 7 Con la dificultad que supone el hecho de que “a diferencia de lo que ocurre con las construcciones arquitectónicas, la constatación de que una construcción levantada por las Ciencias Sociales está en ruinas no se mueve en el plano de las evidencias palmarias, sino que requiere una previa labor de discernimiento, para la cual la claridad del análisis frecuentemente resulta dificultada por las ideologías y por el peso del contexto cultural”. De mi Estudio Introductorio a W. PIZZI, Juicios y mentiras. Crónica de la crisis del sistema procesal penal estadounidense (Madrid, Tecnos 2004), págs. 20 – 21. 8 No es este el lugar, ni quien esto escribe es la persona adecuada, para hacer un análisis en profundidad sobre lo que sean en la actualidad los tribunales constitucionales (rectius, los órganos judiciales o asimilados a los 3 * * * En este punto, creo que sería procedente poner a prueba la capacidad de análisis objetivo y riguroso que a los aquí presentes se nos supone, antes de proseguir construyendo nuestro argumento. Un ejemplo: consideremos la brutal agresión de que fue objeto un prisionero en un campo de concentración en Alemania en los estertores de la Segunda Guerra Mundial. Unos oficiales lo apalean brutalmente, para seguidamente introducirlo vivo en un horno crematorio. Tras unos minutos lo sacan vivo del horno y vuelven a apalearlo con saña, para repetir el procedimiento una y otra vez (horno, paliza, horno, paliza) hasta finalmente matarlo. Podríamos pensar que tales actos, que no dudaríamos en calificar de criminales e inhumanos independientemente de cuál fuese la legalidad positiva vigente para sus perpetradores, fueron objeto de enjuiciamiento en el curso de alguno de los procesos contra los criminales de guerra de la Alemania nazi… si no fuera porque el agredido fue un oficial alemán y los agresores fueron soldados estadounidenses en la, ejem, euforia del camino triunfal que llevaría poco después a la rendición del Tercer Reich.9 Por cierto que el Fiscal designado por la Unión Soviética para el Tribunal Militar Internacional que juzgó a los grandes criminales de guerra alemanes, el Teniente General Roman Andreyevich Rudenko, tras el proceso pasó a desempeñar la función de Comandante del Campo de Concentración de Sachsenhausen, en la Alemania oriental, lugar donde tras la caída del Muro de Berlín se descubrieron los cadáveres de más de 12.500 víctimas de la era soviética, principalmente niños, adolescentes y ancianos.10 El mismo Rudenko, por cierto, que intentó infructuosamente introducir en la acusación contra los jerarcas nazis en el Tribunal Militar Internacional (el generalmente conocido como Juicio de Nüremberg) la matanza de miles de oficiales y polacos en el bosque de Katyn:11 matanza que en 1990, tras la desclasificación de los archivos soviéticos, reconoció Rusia que había sido llevada a cabo precisamente por la policía secreta de la URSS.12 Ni que decir tiene que, al menos hasta donde alcanza el saber de quien les habla, ni los soldados estadounidenses ni el fiscal ruso fueron sometidos a enjuiciamiento o castigo alguno a consecuencia de los actos que acabamos de relatar. ¿Justicia de vencedores? ¿Simple injusticia? que se ha otorgado o que se han arrogado en los distintos países la capacidad de pronunciarse sobre la constitucionalidad de las leyes y de definir el contenido y alcance de los derechos y libertades fundamentales), y sobre el lugar que ocupen o deban ocupar en los Estados modernos, construidos entre otros sobre los principios de legalidad, representación democrática y separación de poderes. Pero puede servir de ejemplo significativo considerar cómo el Tribunal Constitucional español ha convalidado la redefinición legal del matrimonio en España en su sentencia 198/2012 de 6 de noviembre, sobre la base de considerarse dotado de la capacidad de realizar una “interpretación evolutiva” de los textos constitucionales, que permitiría acomodar estos en cada momento “a las realidades de la vida moderna como medio para asegurar su propia relevancia y legitimidad (…) porque el Tribunal Constitucional, cuando controla el ajuste constitucional de esas actualizaciones [legislativas], dota a las normas de un contenido que permita leer el texto constitucional a la luz de los problemas contemporáneos, y de las exigencias de la sociedad actual a que debe dar respuesta la norma fundamental del ordenamiento jurídico a riesgo, en caso contrario, de convertirse en letra muerta”. Pretensión ésta similar a la que, desde mucho antes, ha venido sosteniendo la Corte Suprema federal estadounidense, y que dio lugar a la intensa polémica doctrinal (¡y política!) entre “originalismo” e “interpretivismo” y sobre la cual puede dar pistas mi trabajo Las “pruebas ilegales”: de la exclusionary rule estadounidense al art. 11.1 LOPJ (Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2003), págs. 220 – 246 y bibliografía en notas al pie. De hecho, a renglón seguido del párrafo transcrito de la STC 198/2012, el Tribunal Constitucional español se pronuncia expresamente contra el originalismo, como no podía ser de otro modo para poder sustentar su potestad de realizar una “interpretación evolutiva” de la Constitución. 9 M. BRZEZINSKI, “Giving Hitler hell”, Washington Post, 21 de julio de 2005, disponible en línea http://www.washingtonpost.com/wp-­‐dyn/content/article/2005/07/21/AR2005072101680_5.html (visitado el 19 de abril de 2013). 10 S. KINZER, “Germans find mass graves at an Ex-­‐Soviet Camp”, New York Times, 24 de septiembre de 1992, disponible en línea http://www.nytimes.com/1992/09/24/world/germans-­‐find-­‐mass-­‐graves-­‐at-­‐an-­‐ex-­‐soviet-­‐
camp.html (visitado el 19 de abril de 2013). 11 Sobre ese acontecimiento histórico es recomendable la película del director polaco Andrzew Wajda, Katyn, 2007. 12 BBC News Online, http://news.bbc.co.uk/2/hi/europe/4102967.stm (visitado el 19 de abril de 2013). Ésta y las dos anteriores citas han sido extraídas de la entrada “Nuremberg Trials” de la edición en inglés de la Wikipedia, http://en.wikipedia.org/wiki/Nuremberg_Trials (visitado el 19 de abril de 2013). 4 * * * Ante la frustración que puede surgir como reacción espontánea ante hechos como los recién relatados, entiendo que es procedente recordar la definición clásica que de Justicia hacía Ulpiano: la constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuere.13 Definición que, es necesario observar, es formulada en términos de virtud, tendencia, idea – fuerza: la Iustitia no es el dar a cada uno lo suyo, sino la constans et perpetua voluntas de hacerlo.14 La Justicia así considerada es por tanto un ideal a cultivar, un objetivo a perseguir. Y como tal ideal, tendencia, objetivo, la Justicia (y el instrumento por medio del cual se pretende realizar en caso de conflicto, el proceso judicial), lleva en sí el germen de su propio fracaso: si es preciso mantener esa constans et perpetua voluntas, es porque, al menos en lo que a la justicia humana se refiere, los concretos procesos judiciales que en un determinado lugar y tiempo se desarrollen conseguirán… o no conseguirán… o conseguirán sólo en parte, alcanzar su finalidad propia de dar a cada uno lo suyo. Y es más, lo harán en un número limitado de casos, que nunca podrán abarcar ni dar un adecuado tratamiento a la totalidad de los conflictos que se produzcan en la sociedad. Sobre los anteriores razonamientos creo que ya se puede aventurar porqué hemos titulado esta propuesta de teoría sobre la naturaleza del proceso con el título “El proceso es mentira”: el proceso es mentira, o puede serlo, en la medida en que es constitutiva y necesariamente un instrumento falible y limitado, que no puede dar respuesta a todos los litigios planteados en sociedad, y que cuando lo intenta (esto es, cuando en un caso concreto se somete al conocimiento de los tribunales un litigio determinado pidiendo las partes que se haga justicia: que se le de a cada uno lo que en Derecho les corresponde), puede marrar en su objetivo, en mayor o menor grado, y con mayor o menor frecuencia. * * * Hasta ahora hemos avanzado dos puntos esenciales en el razonamiento: uno, que pretendemos indagar en la naturaleza del proceso judicial, lo cual implica entender ésta como algo objetivo, susceptible por tanto de estudio y no de construcción artificiosa; dos, que es necesario tener en cuenta el carácter limitado que necesariamente tiene el proceso como instrumento al servicio de ese objetivo de hacer Justicia, de dar a cada uno su derecho, dada la irreductible complejidad y multiplicidad de las realidades y los conflictos que se plantean en cualquier sociedad. Sobre esa base conceptual podemos ya ir exponiendo nuestra aproximación a la naturaleza del proceso judicial (y repárese que omito intencionadamente acompañar el sustantivo naturaleza del adjetivo jurídica), que sería el instrumento a través del cual los tribunales de justicia conocen y en consecuencia declaran, con efectos vinculantes para las partes, la que consideran que fue realidad de los hechos que sirven de sustento a las pretensiones de tutela jurídica deducidas por los litigantes, para sobre esa base (esa declaración de cuál fue a juicio del juzgador la realidad jurídicamente relevante que acaeció) aplicar el correspondiente razonamiento jurídico y adjudicar (ad – iudicare) la controversia, determinar cuál es el Derecho de cada uno, con el respaldo del aparato coactivo del Estado si fuese preciso. Respecto a lo anterior quiero hacer hincapié en dos cuestiones: (a)
Primero, en que la teoría que acabo de proponer es en esencia una concepción del proceso como mecanismo de conocimiento mediato de la realidad de los hechos;15 de los 13 ULPIANO, Digesto, 1, 1, 10 pr.. Sobre las formulaciones previas de tal máxima, “principio muy antiguo en la civilización occidental” según F. BETANCOURT, véase IDEM, Derecho Romano clásico (Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2007), 3ª edición, pág. 143, nota 2. 14 Sobre qué sea lo suyo y sobre la relación entre Derecho y Justicia son tremendamente interesantes las reflexiones contenidas en la obrita de J. HERVADA, ¿Qué es el derecho? La moderna respuesta del realismo jurídico (Pamplona, EUNSA, 2002). 15 Y aquí, de nuevo sin ahondar en cuestiones filosóficas, evidentemente tenemos que partir de una metafísica realista, de considerar que verdaderamente se dieron unos hechos que sustentan (o no) las pretensiones de 5 hechos, se entiende, jurídicamente relevantes para adjudicar la controversia sometida al Juez o Tribunal. (b) Y segundo, en que lo que el Juez o Tribunal declarará no es propiamente la realidad de los hechos, sino la que entienda que es la realidad de los mismos tras haberse desarrollado ante él las oportunas actuaciones de alegación y prueba, y haber aplicado el juzgador no sólo las reglas propias del conocimiento humano sino también las reglas de admisión y valoración de las pruebas aportadas al juicio, Esto es, ante las discrepancias de los litigantes, bien sobre cuál fue esa concreta realidad (aspecto éste que es el que más nos importa a los efectos de este análisis), bien de cuáles fueron las consecuencias jurídicas que el ordenamiento apareja a la misma, la comunidad social dispone un cuerpo al que, en aplicación de unos procedimientos preestablecidos de alegación y prueba, encomienda la labor de declarar la verdad oficial sobre esa realidad debatida. Para sobre la base de esa declaración, decretar la aplicación de la correspondiente consecuencia jurídica de forma vinculante para las partes y con el respaldo del aparato coactivo del Estado * * * Volveremos más adelante sobre ese incómodo adjetivo de oficial que hemos añadido a la no menos turbadora noción de verdad. Pero partiendo de los anteriores presupuestos, a continuación tomaremos pie precisamente del caso Camps y de algunas de las noticias sobre el mismo aparecidas en prensa para seguir ilustrando el razonamiento que nos ocupa. Centrándonos directamente en las vicisitudes de dicho proceso a partir de la absolución en primera instancia de los acusados, el diario El Mundo en su edición de 26 de enero de 2012 daba cuenta de dicha absolución relatando que había sido obra de un jurado popular formado por “seis hombres y tres mujeres”, por “cinco votos a favor, cuatro en contra”. El texto analizaba en sus últimos compases las líneas maestras de la defensa de uno y otro acusado, y concluía que “la estrategia ha funcionado. Para el jurado los dos son inocentes”. La misma publicación recogía la indignación de uno de los principales testigos de cargo, el “sastre” José Tomás, tras conocerse el veredicto, pues entendía que el mismo era “un insulto a la inteligencia”; de ahí, que sobre la base de que él “cree en la justicia, no en el jurado”, pusiese sus esperanzas en la revisión del caso por el Tribunal Supremo, “que es donde creo que va a acabar y confío que es donde se hará justicia” (Diario El Mundo, 25 de enero de 2012). Lo cual, podríamos entender, desfacería el entuerto de la decisión del jurado en un proceso que, según entendió la Fiscalía que estaba obligada a poner de manifiesto en sus conclusiones, “no es un juicio político” (diario El Mundo, 19 de enero de 2012). El tiempo no dio la razón al sastre, en cuanto que, como igualmente reflejó el diario El Mundo el 9 de abril del siguiente año, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo confirmó, por “cuatro votos a uno”, la decisión del Jurado popular de declarar no culpables a Camps y Costa. Examinadas las anteriores noticias a la luz de lo que venimos planteando, me parece que es claro que, tanto el enfoque de las crónicas periodísticas, como las quejas del sastre José Tomás, como posiblemente el marco conceptual con el que el lector medio se enfrentó a dichas noticias, estuvieron muy alejados de la idea del proceso que he enunciado antes como mecanismo de conocimiento mediato de la realidad jurídicamente relevante por los órganos establecidos a tal efecto para, sobre la declaración de una verdad oficial, determinar el Derecho aplicable con el respaldo del aparato coactivo del Estado. Posiblemente para muchos el caso Camps habría sido, por mucho que la Fiscalía defendiese lo contrario, un “juicio político” (como para muchos lo habría sido el caso Garzón), un enjuague desproporcionadamente costoso (sobre eso hicieron hincapié muchos comentaristas y blogueros), o una ruleta donde el azar se expresaba en términos de cinco contra cuatro y cuatro contra uno. tutela jurídica, y que tales hechos son cognoscibles (con todas las limitaciones que para tal cognoscibilidad supone el carácter limitado y falible del conocer humano). Pues si no, no podríamos ni empezar a hablar de proceso judicial en el sentido que nos ocupa, ni me parece que en ningún otro sentido. 6 Reparemos, en efecto, en que las noticias hacían hincapié en la distribución por sexos del jurado popular (“seis hombres y tres mujeres”: ¿qué tiene eso de relevante?) y en la victoria por la mínima de la “estrategia” de los abogados defensores en primera instancia: “cinco votos a favor, cuatro en contra” (“cuatro votos a uno” ante el Supremo). Reparemos en la insistencia de la Fiscalía en sus conclusiones en alejar de los jurados la idea de que se encontrasen ante un juicio político: que el Ministerio Fiscal considerase necesario recalcarlo ya da escalofríos. Reparemos, y en esto no sabemos si la tipografía se alió con el subconsciente del periodista, en que al transcribir las declaraciones de José Tomás la noticia hablaba de justicia con “j” minúscula, elección tipográfica chocante si se considera que en la primera ocasión el sastre manifestaba su fe en el entero sistema judicial (“cre[o] en la justicia, no en el jurado”), y en la segunda hacía referencia a una noción situada más allá del hoy y ahora de un concreto proceso (“en el Supremo … confío que es donde se hará justicia”). Tomando prestado el personaje central de uno de los más conocidos libros de Eduardo Mendoza,16 aun más perplejidad podría causar a un Gurb recién aterrizado en la Tierra analizar la cobertura dada al caso Camps y al caso Garzón por el diario El Mundo, con la de otros medios impresos como El País, Público, ABC o La Gaceta, por mencionar periódicos de distintas, digamos sensibilidades. Especialmente si tuviese que confrontar, más que las crónicas sobre el desarrollo de uno y otro proceso, las reacciones de redactores y columnistas ante los resultados de uno y otro proceso. Pues es sabido que las proclamas de fe en jueces y tribunales (léase “respeto de las decisiones de los jueces” o “acatamiento de las sentencias”) o por el contrario las manifestaciones de desapego cuando no de abierta rebelión contra el sistema judicial (del tipo “justicia politizada” o “casta oligárquica y corrupta”) fueron aplicadas de forma diversa a uno y otro caso según el lugar del espectro ideológico en el que se residenciara la línea editorial de cada medio de comunicación. * * * En este punto fue certera la intuición del periodista Santiago González, al hilo de su crítica a la marea de suspensiones de ejecuciones hipotecarias desencadenada tras la Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 14 de marzo de 2013, cuando dijo de pasada que “siempre he creído en esa convención que llamamos Justicia”.17 Al contrario que en el caso de las declaraciones de José Tomás, aquí el periodista escribía “Justicia” con mayúscula: mayúscula que desentonaba a la luz de la consideración de tan venerable institución (y por extensión el entero sistema judicial) como simple convención. Pero es que lo que llamamos Justicia (esto es, tanto el mismo sistema de Tribunales como las decisiones que del mismo resultan) es verdaderamente una convención: es el resultado de un acuerdo no escrito, pero no por eso menos vinculante para todo el que vive o pretende vivir pacíficamente en sociedad, por el cual, para evitar resolver nuestras discrepancias matándonos unos a otros (es lo que más técnicamente se denomina exclusión de la autotutela), hemos convenido encomendar a un cuerpo de profesionales independientes a los que llamamos jueces la declaración de una verdad oficial (que como dijimos antes no tiene por que ser en todos los casos, y de hecho es imposible que lo sea en todos los casos, la simple y llana verdad de las cosas), y dar por bueno lo que de dicho sistema resulte. Porque efectivamente: las partes podrán haber presenciado o vivido los hechos de forma directa e inmediata y por tanto tendrán un conocimiento más exacto de los mismos (aunque este conocimiento podrá verse deformado por el propio interés y la subjetividad, cuando no simplemente por la mendacidad y los intereses espúreos); planteado el litigio, las partes habrán expuesto ante el órgano judicial las respectivas versiones de lo que consideran jurídicamente relevante; sobre la base de las evidencias incorporadas al proceso, los jueces realizarán una reconstrucción de lo acaecido, hasta donde les es posible con los instrumentos de que disponen; en esa reconstrucción no sólo aplicarán las reglas del conocimiento humano, sino también reglas legales de valoración de prueba que independientemente de su íntima convicción limitarán o 16 E. MENDOZA, Sin noticias de Gurb (Barcelona, Seix Barral, 1991). 17 http://santiagonzalez.wordpress.com/2013/04/17/la-­‐ley-­‐al-­‐sur-­‐del-­‐pirineos/ (visitado el 22 de abril de 2013). 7 condicionarán el modo en que puedan considerar este o aquel hecho como probado (caso señero es la exclusión de pruebas ilícitamente obtenidas ex art. 11.1 LOPJ). De todo lo anterior resultará esa verdad oficial sobre la que seguidamente se procederá a la aplicación de las consecuencias jurídicas previstas en las correspondientes leyes previas. * * * La verdad declarada en el proceso es oficial (y ¡qué mal casan los adjetivos con el sustantivo “verdad”!), en tanto en cuanto la capacidad humana para aprehender la realidad de las cosas es de por sí ontológicamente limitada, como en consecuencia limitados son los instrumentos que el ser humano diseña para llevar a cabo esa tarea. No es ya que el hombre tienda a alterar su percepción de la realidad (o a exponer la realidad de forma sesgada) cuando se entremezclan en su discurrir intereses más o menos legítimos. No es ya que lo anterior se dé con mayor intensidad en el ámbito de los procesos judiciales, donde dos partes propugnan pretensiones divergentes sobre la base de relatos de hechos más o menos distintos.18 No es ya que ante eso el Juez, cuyo conocimiento de los hechos enjuiciados será siempre mediato, tenga que abrirse camino entre la maraña de medias verdades –o mentiras completas— que una u otra parte pueda aducir en apoyo de sus pretensiones antes de llegar a una determinada certeza sobre los presupuestos fácticos de su decisión. No es ya que haya reglas de aportación y valoración de pruebas que, por una u otra razón, puedan hacer que se disocie la convicción íntima del juzgador sobre la verdad de los hechos, de lo que pueda lícitamente declararse probado. Es que cualquier mecanismo que el ser humano diseñe para conocer la verdad (y el proceso judicial es uno de esos mecanismos) siempre estará lastrado por esa falibilidad intrínseca del humano conocer. El proceso es mentira… o el proceso no es más –ni menos— que es ese instrumento que diseñamos de la forma que consideramos óptima para acercarnos todo lo posible a la realidad de los hechos. Sobre esa base, esto es, sobre la base de los hechos jurídicamente relevantes sobre los cuales el órgano judicial haya alcanzado determinado nivel de certeza,19 el Tribunal aplicará la consecuencia jurídica con el respaldo del aparato coactivo del Estado. Pero en última instancia, la verdad declarada a través del cauce del proceso judicial es el lugar donde nos paramos porque nuestra capacidad de conocer no va más allá.20 * * * Esta concepción del proceso, como instrumento intrínsecamente falible de conocimiento mediato por el juzgador de la verdad de los hechos jurídicamente relevantes, no pretende ser un simple ejercicio intelectual, sino que se propone como paradigma sobre la base del cual analizar y 18 Evidentemente, cabe que en un concreto proceso la discrepancia no concurra en lo tocante a los hechos sino sólo en lo referente a las consecuencias jurídicas aplicables a unos hechos no controvertidos. 19 En los Estados Unidos, por ejemplo, rige la regla con respecto a los estándares de prueba (standards of proof) de que el nivel de certeza que el juzgador ha de tener para declarar culpable al acusado de un delito debe superar la barrera del beyond a reasonable doubt (más allá de toda duda razonable); mientras que el nivel de certeza para considerar a una persona responsable de un ilícito civil es el de la preponderance of the evidence (preponderancia de la prueba). Uno y otro estándar suelen expresarse numéricamente diciendo que en el primer caso es necesaria una certeza equivalente al 99% o más, mientras que en el segundo es suficiente el 51%. Esto explica que un acusado pueda ser declarado no culpable de homicidio y absuelto en un proceso penal, para luego ser considerado autor civil de la misma muerte y condenado a indemnizar en un subsiguiente proceso de responsabilidad extracontractual (tort). Así sucedió con la acusación al ex deportista y actor O.J. Simpson de los cargos de homicidio de su esposa Nicole Brown (de la que se había divorciado previamente) y el amante de ésta Ronald Goldman (caso People of the State of California v. Orenthal James Simpson), de la que el acusado salió absuelto tras un proceso cuyas actuaciones en sala se desarrollaron a lo largo de más de ocho meses; para posteriormente ser condenado a indemnizar a los hijos y familiares de Brown y Goldman por una suma total de más de 46 millones de dólares USA. 20 En cierto sentido, a esto se han referido tradicionalmente los procesalistas al distinguir entre verdad formal y verdad material. Sin embargo, a nuestro juicio esa distinción ha sido generalmente formulada de modo superficial, limitándose la mayoría de los autores a desechar la posibilidad de que el proceso alcance la verdad material, y sin extraer las consecuencias que de dicha distinción resultan para el estudio de la naturaleza de los procesos judiciales y de sus diversas instituciones. 8 valorar las distintas normas e instituciones procesales, sean actuales u objeto de propuestas doctrinales o legislativas. Posiblemente, parecidas pretensiones tendrán los autores que, con mayor o menor detenimiento, se han ocupado de proponer y exponer distintas teorías sobre la naturaleza del proceso.21 Pero tengo que confesar que, cuando me llega la hora de explicarlas en clase, generalmente paso de puntillas sobre ellas. Y esto no sólo para que no se me note que no termino de entender buena parte (si no todo) de lo que esas teorías pretenden expresar, sino también porque no termino de ver expuestas las consecuencias que pueden derivarse de las mismas para el estudio del proceso y sus instituciones. Por el contrario, si el sistema de tribunales es considerado como la instancia a la que la comunidad política otorga en exclusiva la potestad de adjudicar las controversias jurídicas para así excluir la autotutela, y el proceso como el instrumento legalmente prediseñado para que esos tribunales reconstruyan y declaren la verdad oficial de los hechos jurídicamente relevantes con el mayor grado posible de certeza, imponiendo a los concernidos con el respaldo del aparato coactivo del Estado la obligación de atenerse a las consecuencias jurídicas que de dicha declaración resulte, podremos analizar las normas e instituciones procesales por referencia a ese marco conceptual y extraer, si procede, las correspondientes propuestas de reforma. Considérese, por ejemplo, que los principios basilares de independencia e imparcialidad de los jueces y magistrados (expresados en la máxima clásica nemo iudex in causa sua), o la derivación de los mismos que constituye el régimen de la abstención y la recusación, persiguen ante todo propiciar que las personas individuales a quienes les corresponda la tarea de enjuiciar un determinado asunto no se vean afectados por la antes mencionada tendencia, inserta en la condición humana, de alterar la percepción de la realidad como consecuencia de verla al trasluz de los propios intereses. Que el principio de igualdad de armas y las consecuencias del mismo que se encuentran reflejadas en diversísimas normas procesales no parte de la falacia de entender que la verdad de los hechos se situaría en un punto equidistante entre la postura del demandante y la del demandado, sino que busca hacer posible que tanto una como otra parte puedan exponer en libertad sus argumentos de modo que el juzgador sea capaz de pronunciarse, con el máximo conocimiento de causa, sobre cuál es la posición más fundamentada: una, otra, o ninguna de las dos exactamente. Que la norma que en el ámbito del enjuiciamiento civil permite al juez sugerir a los letrados proponer pruebas adicionales si considera que las propuestas por las partes pueden ser insuficientes para esclarecer los hechos controvertidos (segundo párrafo del art. 429.1 de la Ley 1/2000 de 7 de enero de Enjuiciamiento Civil), no supone vulneración de la imparcialidad judicial sino contribución al objetivo de que el proceso no marre en su objetivo de acercarse a la realidad de los hechos con un elevado grado de certeza. O que, yendo más allá del recién citado artículo, una norma que permitiese al juez civil decretar de oficio la práctica de pruebas no tendría por qué ir en contra del derecho de defensa ni de la imparcialidad del juzgador, en la medida en que se configurase como la iniciativa del tercero imparcial para posibilitar un esclarecimiento más atinado de los hechos debatidos y por lo tanto un mejor y más certero enjuiciamiento de la controversia: para hacer más posible que del proceso resultase una declaración acertada de qué es lo de cada cual.22 De hecho, esta concepción del proceso nos podría llevar a poner en duda la conveniencia de mantener una aplicación estricta del principio de aportación de parte, que como es bien sabido es uno de los puntales del enjuiciamiento civil español. 21 Por todos y como introducción a la cuestión, A. DE LA OLIVA SANTOS, El proceso civil y su naturaleza jurídica: teorías diversas, en A. DE LA OLIVA SANTOS et al., Derecho Procesal Civil. El proceso de declaración (Madrid, Editorial Universitaria Ramón Areces, 2004) (3ª ed.), págs. 44 – 54. 22 Según alcanzamos a entender, el único supuesto que existe en nuestro proceso civil de práctica de pruebas propiamente de oficio, esto es, por iniciativa del juzgador que no tiene que estar precedida de propuesta de las partes ni seguida de ratificación, consentimiento, o formal proposición por los litigantes, serían las diligencias finales del art. 435.2 LEC: “Excepcionalmente, el tribunal podrá acordar, de oficio o a instancia de parte, que se practiquen de nuevo pruebas sobre hechos relevantes, oportunamente alegados, si los actos de prueba anteriores no hubieran resultado conducentes a causa de circunstancias ya desaparecidas e independientes de la voluntad y diligencia de las partes, siempre que existan motivos fundados para creer que las nuevas actuaciones permitirán adquirir certeza sobre aquellos hechos”. La locución “de nuevo” podría sin embargo dar a entender que incluso en este caso es precisa la previa proposición de la prueba por una, otra o las dos partes. 9 Esta concepción podría igualmente servir, por utilizar un símil tomado de las pruebas de laboratorio, a modo de reactivo para valorar instituciones que, bien ya rigen en nuestro sistema procesal, bien son objeto de propuestas doctrinales o incluso de proyectos legislativos en curso. Consideremos por ejemplo el régimen de las consecuencias procesales de la actividad probatoria realizada de forma contraria a Derecho (lo que en expresión muy deficiente se suele denominar las “pruebas ilegales”),23 que supone la exclusión del proceso de material probatorio que puede allegar datos esenciales para el conocimiento de la realidad enjuiciada y por tanto dificulta, cuando no imposibilita, la reconstrucción cabal de los hechos realmente acaecidos y la aplicación a los mismos de la consecuencia jurídica asociada por el Derecho a los mismos (art. 11.1 de la LOPJ, y sus paralelos en los distintos órdenes jurisdiccionales). Consideremos la introducción en nuestro enjuiciamiento criminal de la institución de la conformidad, como mecanismo de negociación a resultas del cual el acusado “reconoce” la comisión de determinado delito o falta (que quizá no ha cometido), recibiendo como contrapartida la renuncia del Ministerio Fiscal a proseguir la acusación que en estricta aplicación de la ley debería derivarse del hecho de la efectiva realización por el acusado de otros hechos objeto de reproche penal. O consideremos las distorsiones que supondría, en caso de prosperar la reforma actualmente en curso de nuestro enjuiciamiento criminal en el punto concreto de traspasar a los Fiscales la labor instructora de los delitos y faltas, el mantenimiento de una Fiscalía estructurada con arreglo a los principios de unidad y dependencia jerárquica (arts. 124.2 de la Constitución y 2 del EOMF), cuya cabeza, el Fiscal General del Estado, es “nombrado por el Rey, a propuesta del Gobierno, oído el Consejo General del Poder Judicial” (arts. 124.4 de la Constitución y 29 del EOMF), y que aun rigiéndose por los principios de legalidad e imparcialidad (arts. 124.2 de la Constitución y 2 del Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal) cesa “cuando cese el Gobierno que lo hubiera propuesto” (art. 31.1.e del EOMF). Por cierto que no sé si es simple coincidencia, inadvertido contagio por ósmosis, o simple consecuencia de la saturación de series y películas made in Hollywood, el hecho de que las tres instituciones recién mencionadas sean, lisa y llanamente, importaciones directas del enjuiciamiento criminal federal de los Estados Unidos de América.24 * * * Por supuesto, y así lo hemos recalcado, el proceso no es sólo mecanismo de conocimiento y declaración de esa verdad oficial, sino a la vez y sobre su base, mecanismo de adjudicación de la controversia planteada al conocimiento del Tribunal. Pero en cualquier caso, la subsunción de los hechos declarados probados en la norma aplicable opera necesariamente sobre el presupuesto cognoscitivo de la determinación de los hechos que el juzgador considera realmente acaecidos: el razonamiento jurídico opera sobre la previa indagación y declaración de esa verdad, que hemos dado en llamar oficial en cuanto que, se ajuste en más o en menos a lo realmente acaecido, es la emanada del proceso legalmente preestablecido y por un órgano al que se le ha encomendado precisamente esa función. Por eso, una vez que el proceso se ha desarrollado conforme a las reglas que en un determinado momento lo disciplinan (en una o varias instancias, mediante órganos unipersonales o pluripersonales, con las debidas garantías de imparcialidad del juzgador y respetándose la igualdad de armas y el derecho de defensa de las partes, etcétera), una vez que se ha declarado la verdad oficial de los hechos jurídicamente relevantes, y una vez que se ha decretado legítimamente la consecuencia jurídica derivada de los mismos, el Estado (la comunidad política) respalda esa resolución, empleando la fuerza si es preciso. El proceso puede ser falible (y por eso, en ocasiones 23 Que la expresión “prueba ilegal”, “prueba prohibida”, o “prueba ilícita”, como indistintamente se suele decir, es desenfocada, imprecisa, contradictoria y necesitada de revisión, lo argumento en mi monografía ya citada Las “pruebas ilegales”…, op. cit., págs 5 y 9 – 12. 24 En concreto, la exclusionary rule, el plea bargaining, y la configuración del prosecutor. En esto no es baladí considerar que, a pesar de la resonancia e influencia que tiene el sistema procesal estadounidense en propios y extraños, juristas y no juristas, por obra y gracia de la industria cinematográfica, un destacado autor de aquellos pagos descalificó en su totalidad ese sistema como “un caro fracaso”… precisamente en la medida en que muchas de las instituciones que lo configuran han ido relegando el presupuesto cognoscitivo de la determinación de la verdad de los hechos a un lugar secundario, cuando no irrelevante. Vide W. PIZZI, Juicios y mentiras…, op. cit., passim. 10 llegará a conclusiones de hecho que no se ajustarán a lo realmente acaecido), pero es la herramienta de que nos hemos dotado para dilucidar las controversias evitando el recurso a la violencia. En el caso que dio pie a esta ponencia, del proceso ha resultado la absolución de Francisco Camps, y por tanto el “cinco contra cuatro” o el “cuatro contra uno” dejan de ser relevantes: el sistema que nos hemos dado ha llegado a esa conclusión, y el mantenimiento de la paz social exige que la misma sea dada por buena. Cosa distinta, evidentemente, podrán ser las filias y fobias de propios y extraños, de amigos y enemigos, de simpatizantes y de críticos de Camps o de Garzón. Cosa distinta será la acción política que podrá propugnar la introducción de cambios en las leyes procesales para garantizar una mayor garantía de acierto en las decisiones judiciales: garantía que, insistimos, nunca será total por la condición intrínsecamente falible de la capacidad humana de conocer. Cosa distinta será valorar si existen razones que puedan justificar que el proceso conscientemente cierre los ojos ante determinadas evidencias y que por tanto dificulte o incluso haga imposible la averiguación de la verdad de los hechos que sustentan las pretensiones de las partes (el ejemplo señero serían las pruebas ilícitamente obtenidas). Cosa distinta serán los manejos inconfesables que puedan hacerse para alterar mayorías en función de las inclinaciones o tendencias de los componentes de los órganos judiciales (las cuales, insistimos, introducirían un aberrante riesgo de parcialidad en el enjuiciamiento de los litigios).25 La cuestión es que, decidida la cuestión por el órgano judicial competente tras seguirse el procedimiento preestablecido con todas las garantías, la comunidad política pasa o debe pasar página, al menos en lo que hace a la cuestión debatida en el proceso concreto. Se ajuste o no a la realidad la reconstrucción de la realidad realizada por el órgano competente a través del procedimiento legalmente establecido, sea verdad o mentira la declaración de hechos probados (y por extensión, sea verdad o mentira el proceso mismo en cuanto que efectivamente consiga dar a cada uno lo suyo, y no otra cosa), el asunto queda cerrado al nivel judicial. * * * Para terminar, sólo aclararles que no es la anterior una visión positivista o mecanicista, que considere al proceso judicial como simple máquina y a los jueces como ciegos aplicadores de una legalidad que pueda ser aberrante: a la memoria se me viene inmediatamente el llamado Juicio de los Jueces desarrollado en Nüremberg tras la Segunda Guerra Mundial. Es simplemente una visión, una concepción del proceso, que parte de la naturaleza instrumental que éste tiene, y que se apoya en la consideración de que los jueces no son –no deben ser— políticos. Una concepción que parte de la convicción de que, cuando los jueces actúan como si lo fueran, desvirtúan su función, distorsionan lo que se les confió como potestad de servicio transformándola en poder que puede llegar a ser irrestricto, y se erigen sin legitimidad en casi legisladores o en legisladores sin el “casi”.26 Lo cual, a juicio del que les habla, es algo absolutamente contrario a la esencia de un sistema democrático que se articule sobre un sano entendimiento de la separación de poderes y que se rija por el principio de legalidad y el de igualdad ante la ley. 25 Entre estos manejos posiblemente podría incluirse el reciente nombramiento para magistrado del Tribunal Supremo del jurista catalán Sebastián Sastre Papiol, máximo responsable durante décadas de la Asesoría Jurídica de La Caixa, que se incorpora al Supremo justo cuando este Tribunal está empezando a conocer recursos atribuidos a su competencia en relación con las impugnaciones por particulares y PYMEs de productos financieros complejos (permutas de tipos de interés, productos estructurados, participaciones preferentes, etcétera). Sin que esto suponga cuestionar la talla jurídica de Sastre Papiol, no es de extrañar que, ante ese nombramiento, dos de las principales asociaciones de afectados por la comercialización masiva de productos financieros complejos solicitasen la abstención de Sastre Papiol en las deliberaciones del Supremo de 19, 20 y 21 de marzo de 2013 dedicadas, entre otras cosas, a tratar sobre recursos de casación en relación con cláusulas abusivas insertas en contratos bancarios y otros temas similares (vide p. ej. http://asuapedefin.com/2013/03/18/acuib-­‐y-­‐asuapedefin-­‐solicitan-­‐la-­‐abstencion-­‐de-­‐sastre-­‐papiol). 26 Es el caso, a mi parecer, de la Corte Suprema Federal de los Estados Unidos de América. En este punto me remito a mi obra ya citada, Las “pruebas ilegales”…, op. cit., págs. 231 a 246. 11 
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