Revisen mnsient - Hemeroteca Digital

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Revisen mnsient
Año
Bilbao, Octubre 1911
I
Núm.
10
Franz Llszt, por Pelipe Pedrell.
9¡aje de Llszt por Esparta en 1844, por Miguel Salvador.
Rapsodias húngaras, por Franz Liszt.
Sobre la Sociedad Nacional de Música, por Rogelio Villar.
Rifirrafe, por Chanteclair.
MOVITíllENTO MUSICAL EN ESPñÑd V EL EXTRANJERO.-Bayreuth ri Munich (conclusión), por F. Qascue.
Berlín, por P. de Múgica,
París, por Joaquín Turlna.
Noticias.
Publicaciones recibidas.
B n e l p r e s e n t e m e s oelebpa e l m u n d o m u s i c a l e l a n i v e r s a r i o d e l n a c i m i e n t o de L i s z t , y n u e s t r a R e v i s t a n o p o d í a dejar
de a s o e i a r s e A e s t e h o m e n a j e u n i v e r s a l . P o r o s o d e d i c a m o s
l a m a y o r parte de e s t e n ú m e r o al e x i m i o artista.
No se han borrado de mi memoria los rasgos característicos de su fisonomía. Le vi
en Roma. Metido en un carruaje de plaza, pasó como una exhalación por mi lado. Leía
alumbrándose con una bujía. Ni el movimiento del carruaje, ni lo incómodo de la postura, ni la hora eran favorables para la lectura, y sonreí... Volví á verle en París, dirigiendo en San pustaquio su Misa húngara ó de coronación. Vestía un levitón chamarré de quincalla decorativa hasta los pies, y cada vez que el movimiento de la batuta
traducía energías interiores, aquella quincallería del levitón saltaba y temblequeaba
por modo tan cómico que daba pena. Y decíame yo: ¿para qué echará mano un hombre
de tan múltiples talentos, de esos recursos propios sólo de un Dulcamara artista de última
fila? Estuve después en Albano, precisamente en aquella habitación ó lugar de escenas
autobiográficas poco edificantes y me entristeció el recuerdo de los malhadados libros,
escándalo sobre escándalo, que originaron los Souvenirs d' une Cosaque, de Robert
Franz (Olga de Janina).
Afortunada y sesudamente, en el Liszt que para la galería de Les Musiciens Célebres acaba de publicar M. D. Calvocoressi, se pasan por alto con clemente olvido todas esas minucias de grandes hombres, que para sus ayudas de cámara y para los que
no lo son, no se recomiendan, que digamos, por su pequeflez. En el nuevo libro sobre
Liszt sólo se trata de la vida del artista excepcional y meritísimo; del virtuoso; de su
prcqjaganda y creación; de Liszt pianista y compositor; de sus obras sinfónicas; de su
música religiosa tan mal conocida como la sinfónica; y lo que vale más que todo, del
genio y la bondad de Liszt.
De su propaganda he hablado, y este es uno de los más insignes títulos de benefactor de arte que la posteridad deberá á Liszt. ¿Quién como el incomparable Kapellmeis.
ter de Weimar, contribuyó con más eficacia á defender la causa de sus tres más gloriosos contemporáneos, Wagner, Berlioz y Schumann? No se contentó con platónicas
-226audicíones de sus obras, sino que contribuyó á hacerlas respetar, y lo mismo que antes
había hecho con las de Chopin, Paganini, y las primeras composiciones para piano de
Schumann, las explicó, las defendió contra viento y marea, las enalteció en libros ad
hoc, y en artículos y análisis críticos que publicaron, en Francia y en Alemania, diversas revistas y periódicos. Todos recordarán, entre sus principales escritos, su admirable libro Chopin: su profundo estudio sobre Los Bohemios y su Música, que deja muy
atrás á las mismas Rapsodias húngaras que lo inspiraron y que más que Rapsodias,
si por el título húngaras, son, en realidad, Rapsodias-Liszt, llenas de desbordada fantasía, más oriental que húngara: los artículos consagrados respectivamente á Tannhüaser (1849) y Lohengrin (1850): el extenso examen crítico de Harold en Italie, en
donde aborda grandes problemas de estética; los estudios sobre Schumann, sobre Roberto Franz, sobre Rheingold, sobre el Buque fantasma, sobre la mayoría de las
grandes obras ejecutadas en Weimar, etc. Y durante esa labor de vulgarización constante y bien dirigida, sin abandonar un momento la regularidad de las lecciones de
piano, de órgano, de arpa y hasta de trombón, por aquella su aula de generosos altruismos pasaban Hans de Bülow, Bronsard, Klindworth, Tauzig y otros pianistas de gran
renombre, y los organistas Winterberger, Renbke, Qottschalk... Si estos diversos trabajos bastaban para llenar una vida de las más activas, no representaban, sin embargo, todo lo que realizó Liszt durante su estancia en Weimar, así en la producción lírico-teatral como en la música de concierto ó sinfónica, cuyos programas forman una
vulgarización de cultura, así de obras antiguas como modernas, que, realmente, sorprende. ¿Cómo pudo coexistir al lado de esa labor inmensa de amor desinteresado y
celo por las obras de arte, el compositor, uno de los más grandes artistas creadores de
su siglo? Cuando se piensa en la multiplicidad de deberes que su cargo de director le
imponía, en el teatro, en el concierto, en la enseflanza, queda uno sorprendido, y no se
explica bien, cómo pudo inventar y escribir semejante serie de obras, cómo pudo hallar fuerzas para evocar tantas riquezas de invención y maestrías de expresivismo, cómo pudo, en suma, trabajar por la gloria de los más nobles músicos de su época, él,
que por sus obras podía considerarse tan elevado y tan noble como los primeros.
La gestación de las grandes obras de Liszt fué larga y lejanos los orígenes. Su predilección por el gran poeta florentino arranca de la composición de su Fantasía quasi
Sonata, obra que data del año 1837, y que señala cómo por modo extraordinario se asi.
miló la creación dantesca. Traza en 1847 el plan de su Dante-Sinfonia, que termina
ocho años más tarde: la Fausto-Sinfonía sigue el mismo proceso de planteamiento y
terminación, formando una como antítesis de la anterior. Mazeppa (1850) es la relización orquesta), casi sin cambios, de uno de los Estudios de ejecución trascendental
(1838), y cuyo primer germen hállase en sus Estudios en doce ejercicios, com^aesios
en 1826. La Héroide fúnebre (1850) procede de una parte de la Sinfonía revolucionaria, trazada en 1830. Igual proceso de planteamiento y terminación aplazada ofrecen el
poema Ce qu'on entend sur la montagne y Les préludes. En otras ocasiones, Liszt
concebía su música escribiéndola enseguida con toda rapidez; al cabo de un mes de
concebido ejecutó su Orfeo; lo mismo que Prometeo, compuesto en el espacio de cuatro semanas, é Ideáis en contados días.
He de consignar de paso que si Liszt desdeñó poner á contribución su celebridad
para difundir é imponer sus propias obras, no halló entre los maestros y amigos á quienes encumbró, sacando á algunos del olvido, el celo de que fué lan pródigo cuando se
trataba de dar á conocer las obras ajenas. En cuanto al público, comprendió tan mal
sus propias obras como las de Berlioz y las de Wagner. No estaban maduros los tiempos; no han madurado, tampoco, que digamos, para las obras de Liszt, considerado,
todavía, por el público en general, como un pianista fenómeno por el estilo de los que
exhiben ahora sus transcendentales tecleos por las salas de concierto de Europa. El
publico de la época de Liszt no apreció los grandes Poemas sinfónicos; tampoco los
aprecia el de hoy: diríase que uno y otro no le perdonan al gran virtuoso haber ascendido á compositor sin consideración á los usos vulgares establecidos. Y si esto sucede
-227con los Poemas sinfónicos, no hay que decir con qué esquivez y hasta chacota recibe
el público la magna obra religiosa de Liszt. Desconfía de la fe sincera y ardiente que
inspiró su Pater y su Ave María (1846), su Misa de Gran (1855), sus Salmos y sus
Bienaventuranzas, que escribió en 1861, y hoy forman parte de su oratorio Christas;
no cree en los ardores místicos que produjeron La Legenda de Santa Isabel, la Misa
de Coronación, e¡ Cántico de S. Francisco al sol, la antífona Caniantibus organis...
Si la actividad fecunda de Liszt asombra, queda uno maravillado ante su genio excelso de puro músico, que en hecho de grandeza raya tan alto como la bondad ingénita
del hombre. Qsnio de obra enorme y múltiple, genio de audacias creadoras, pocas veces superadas, genio realizador de una perfección humanamente absoluta, que ha ejer-cido en sus contemporáneos una influencia tan capital como la que está llamada á ejercer en sus sucesores; genio, en fin, condenado á la incomprensión y á la indiferencia de
los contemporáneos, que no han hecho á su obra la misma justicia que á las de otros
maestros, como si para las de Liszt y para las de los otros no pudiesen existir dos pesos
y dos medidas, y el libre arbitrio de las apreciaciones individuales, que sería laudable y
aun laudabilísimo, equitativa y justamente, con todos los maestros sin excluir á Liszt.
El ideal de «genio obliga», que desde 1840 asignaba á todo artista sano y sincero,
es el secreto del de Liszt, completado por sus dos más preciadas cualidades, esenciales
y nobles entre todas, la abnegación y la bondad. «Los hechos de la vida de Liszt, lo
mismo que su obra»—escribe M. Calvocoresi al terminar el estudio dedicado al gran
compositor—«son una fuente de ensefianza fecunda: ningún artista pudo proponerse un
más noble ejemplo ni ambicionar más altos destinos.»
FELIPE P E D R E L L .
^iaje de Sisdt por dspaña en m4
(La presencia en Madrid de una gentil y precoz pianista, Pilar Castillo, discípnla de Canuto
Berea, hizo posible en el Ateneo, la celebración de un homenaje á la memoria noble de Liszt. Era
para aquel centro acto tal de veneración,—dedicado á persona tan digna de ella por su robusta vena creadora, por su suprema bondad, por el valor y grandeza de su obra y por su vida, (inagotable
fuente de enseñanza fecunda),—una obligación ineludible, dada su significación cultural. Pilar Castillo narró deliciosamente en el piano un programa extenso, de obras del maestro; 4 mí se me confió la conferencia preliminar, la explicación del homenaje: Obedezco á voces amigas al utilizar parte
de los datos que expuse, variando por completo la forma de mi trabajo, convirtiéndole en un artículo de revista.)
Escribo el día en que se cumple el primer centenario de su nacimiento...—¡22 de
Octubre!—Por el recuerdo de las hazañas, de las grandes obras, de las huellas que en
su vida adulta imprimen en la historia los héroes, los genios, los hombres representativos de cada época, se anotan como fechas faustas las de su aparición en el mundo; al
celebrarlas, luego, devolvemos en agradecimiento el tesoro espiritual que nos legaron
y les debemos!
Tal vez otra fecha debimos anotar: la del 31 de Julio, en que se cumplid el vigési»
moquinto aniversario de su muerte; ¡gran parte de ese cuarto de siglo ha sido precisa
para que la crítica universal, completando su estudio, midiera y pesara de nuevo los
valores todos que interesan en la elaboración del juicio, y hay que establecer que este
actual, resulta tan superior al que antes, del propio Liszt se tenía, que su personalidad
se ha agigantado y hoy es uno de esos héroes, de esos genios, de esas grandes figuras
representativas, á que aludía, el que antes fué,-siempre colocado, claro es, entre los
preclaros y eximios,—una individualidad secundaria en el mundo.
No puedo detenerme en el desarrollo del punto de vista que adopta Mauclair, por
ejemplo, á este respecto: él se fija en lo que representa esa vida y esa obra, como valor de humanidad; él pone de relieve un error que fué común á todos y hoy mismo lo
es alinde muchos,., el hombre mimado por las hadas, paá^ci(i unaextrafía restric-
-228ctón en su suerte: fué (parece un contrasentido), á la vez «universalmente glorioso y
profundamente desconocido». Fué enorme su fama de pianista; el término virtuoso,
parece escrito para él; es el prototipo; ¿quién ha tenido su perfección en el oficio?
¿quién, como él la técnica, los medios, con su alarde, tocando á ío inverosímil y á lo
irracional?... ¡Y el nimbo que la virtuosidad puso á su figura deslumhró á cuantos le
oyeron ó le juzgaron é impidió, por mucho tiempo, que se pudiera ver en él ningún otro
aspecto de su personalidad!... Su mayor enemigo fué, puede decirse, esa suprema destreza!
Así, Liszt-compositor, Liszt compositor serio, genial, innovador, capital en la historia de la música... ¿cuánto tiempo ha tardado en ser proclamado, reconocido?
¡Liszt compositor; su obra de canto, de órgano, de piano, de orquesta; su plan, determinado por la guía de una idea poética; su modo de aplicar el principio de unidad
temática,—verdadera necesidad desde él en los compositores todos, hasta los actuales—, notas estas últimas que explican su libertad de concepción dentro de una fue'rza
de cohesión grande, lograda por fuera de los sistemas clásicos de relaciones simétricas!... ¡Qué trabajo tan interesante el estudio de los medios expresivos que creó en
los dominios de la harmonía, de la melodía, de la instrumentación, que ha legado á sus
contemporáneos y sucesores! ¡El número de los problemas que en sí contienen sus
obras, tanto técnicos como estéticos, hace comprender la cólera de los rutinarios que
le juzgan y la incomprensión de la masa y de los indiferentes.
Es cuestión, también, interesante en su crítica el poco caso que hizo de la suerte
de su propia obra: parece no tener codicia de éxito, ni de fama; ¿sus obras no triunfan?
¿sus conquistas las aprovechan otros?... ¡Es todo el problema del wagnerisrao y Wagner; de lo que Wagner debe á Liszt y aprovecha de Liszt!... ¡Ved si hay materia de
estudio!
¡Cómo no haberla, si limitándonos á Liszt en el piano, tendríamos materia para
largo tiempo!; el estudio del virtuoso y del pianista; el progreso que imprime á sus
géneros de composición y al arte de la ejecución; las obras que constituyen una completa escuela de aprendizaje, etc., etc.; los puntos de vista son inagotables, interesantísimos, dignos de la mayor atención! Y más cuando en Liszt el virtuoso no es el caso
morboso en que generalmente consiste, (que es el virtuoso el hombre que tiene en
juego todos los recursos de expresión y carece de contenido, no tiene nada que expresar, ni qué decirnos...) ¡No! Liszt fué, antes que wV/aoso, pianista incomparable y
artista inmenso; antes de haber conocido al virtuoso del violín. Paganini,—cuyo arte
(es otro punto de crítica) parece ocasionar en él su determinación á la conquista de la
técnica, á la virtuosidad del piano, ¿cuál es su característica?—La de ser el hombre
capaz de comprender, entonces, el último estilo de Beethoven, las nuevas creaciones
de Schumann,—como poseía el secreto del genio de Bach y comprendió luego á Berlioz,—y así predica la buena nueva, quiero decir, las últimas sonatas de Beethoven,
las obras, también, de los románticos é innovadores con fé de apóstol, y Beethoven lo
besa en un concierto público, premiando así su talento...
•
) •
Y ¿qué decir del campo que se abre á nuestra consideración si intentamos conocer
en Liszt al definidor ó juzgador de arte, al consejero, al amigo, al bienhechor?... La
publicación de sus obras de crítica, de su copiosa correspondencia sostenida con distintas personas, de miles de hechos y detalles reunidos por sus biógrafos, ha dado á
conocer tal tesoro moral á las gentes, que Mauclair, á quien os citaba, dice...: «hay que
reedificar la segunda gloria de Liszt; la duradera, la verdadera:... la del virtuoso fué
inmensa... pero murió con él... los músicos han reconstituido el monumento de sus realizaciones musicales; los críticos historian sus hallazgos, pesan sus influencias; pero
- corresponde á la humanidad refundir la estatua de un hombre que es un verdadero i»é-
-229roe (en el sentido de Carlyle, claro es) intelectual y moral!...»—Llama «•tnignifica locura de fusiícia», á su labor de critico bueno, de amigo animador, de consejero que
hoy socorre á Borodín y Moussorgky y mañana á Wagner ó ú Berlioz. ¡Y todo con
perfecto desinterés y nobleza!: «¡No existe, afirma, en la historia de todas las artes, en
todas las épooas, una figura más bella por la abnegación.»
***
Es triste el género de trabajo á que me obligaron las circunstancias que determinaron mi conferencia del Ateneo: en aquella ocasión no podía ser su tribuna una cátedra
(nunca lo hubiera sido ocupándola yo!...); no era aquella noche aquel sitio un lugar de
trabajo; habíamos querido hacer fiesta: hubiera sido torpe el que yo hubiera equivocado mi posición, ensañándome en la benevolencia del público condenándole á una pena
á que no estaba invitado. Pero era triste para mí el no poder, en cuestiones tan interesantes como las enunciadas—y tantas otras como se podrían proponer—, hacer otra
cosa que desflorarlas. Una labor honda, seria, original, intensa, de Ateneo, hubiera
tenido que empezar por el examen completo de los materiales auténticos y por el resumen de todas las críticas y ¡sabéis que si su vida es compleja y su obra extensa, la literatura á que ha dado origen Liszt es abundantísima! ¡No era ocasión de acometer el
programa de estos análisis!
El proceder por síntesis, con una recopilación extractada de los ajenos juicios sintéticos era ocasionada á convertir aquella lectura en la de un artículo de diccionario.
Por eso me propuse hacer nnas cuantas alusiones, como las aquí inserías, y procurar
una nota original y española que ofrecer, es decir, de algo que hiciera relación á Liszt
y á España á un tiempo, que no estuviera tratado en textos extraños, un asunto en el
cual nuestro dato ú opinión, pudiera tener un especial interés para nosotros y para los •
demás. Atrajo, á este propósito, mi curiosidad, primeramente, su ópera en un acto «Don
Sancho ó El castillo del Amor», basado en un libreto de Heaulon y cuyo argumento,
parecía, desde luego, formado por asunto nuestro: rechacé la idea de hacer nada sobre
ello ya que esta obra, qne se estrenó cuando Liszt tenía 14 anos, fué un fracaso y su
valor para nosotros iba á ser uno puramente arqueológico. La leyenda de Lola Montes,
nuestra célebre bailarina, á quien se atribuía en un tiempo, la causa de la ruptura de
las relacciones de Liszt con Madame d'Agoult (madre de sus tres hijos), está hoy poco
acreditada, no tanto después del libro «Lola Montes, an adventuress of the forties*
(Londres, de hace dos años), como por lo que se conoce de la correspondencia entre la
condesa y él, aunque no está todavía publicada.
Figuran en la lista de obras de Liszt algunas como la Rapsodia española. Folies
d'Espagne y Jota aragonesa, y un «Grosses-Concerl-Fantasía uber spanische
Weiseni), que tampoco daban gran asunto de estudio.
Quedaba, tan sólo, su viaje á Madrid en la tournée célebre que comienza el año 43
y que continúa con interrupciones hasta 1845, en cuyo mes de Agosto se encuentra en
Bonn (donde la termina), presente á la inauguración del monumento de Beethoven, pagado en parte con el producto de conciertos organizados por él con este fin. Su estancia en Madrid abarca desde mediados de Octubre hasta primeros de Diciembre de
1844. Los libros que había consultado no reparan sino de pasada en su viaje. No tuve
otro remedio que acudir á la Biblioteca Nacional en donde con trabajo penoso, aun
bien ayudado como estuve, puntualicé las fechas,—por nadie citadas—y busqué cuanto
dijeron los periódicos de la época acerca de Liszt. Los datos que reuní fueron abundantísimos; ellos no aportan, sin embargo, á la crítica universal una luz muy grande.
ninguna adivinación ó anticipación genial contienen; ninguna reflexión nueva; los críticos hacen crónicas en vez de críticas; se asombran del fenómeno sin comprender que
era algo más que un prodigioso ejecutante; más bien sirven estos datos para formarnos
idea de nuestro deplorable estado de cultura musical en aquel momento de nuestra historia, que para darnos á conocer la personalidad, el arte, la transcendencia de Liszt.
Pero sí; acaso sin decirlo nos cuentan que Liszt era un maravilloso observador, de un
golpe de vista certero, de un criterio y lin juicio más seguros aun; sólo un hombre do-
-2áotado de esas cualidades es capaz de darse cuenta, tan pronto, del estado de nuestra
cultura, de hacer para nosotros los programas que hizo; son los programas que corresponden á un público á quien no preocupan más cuestiones de arte musical que las del
bel canto y la ópera italiana; á nosotros, entonces, no nos correspondían las ultimas
obras de Beethoven, ni las novedades de Schtmann, sino las variaciones sobre «Los
Puritanos», los galops cromáticos y las Fantasías sobre «Lucrezia Borgia»...
Y siento también yo acudir á una anticipación de conclusiones; en mi conferencia
las dejé al público: expuse sólo las efemérides salientes de la biografía de Liszt hasta
el momento de su llegada á Madrid; de ellas, aunque escuetas, se desprendía lo que
era Liszt á los 33 años, la labor que había hecho, su preparación y capacidad, su significación en el mundo, su papel fuera de aquí, lo que podía haber hecho ante nosotros
si no se hubiera encontrado con nuestro lastimoso estado. Leí gran copia de documentos (artículos de periódicos, programas, gacetillas) que podían formar un cuadro animado, viviente, de aquella sociedad. . ¡el comentario no era preciso! Tal vez aquí no
podré servir mi propósito de ese modo: he de reducir los textos, los cuales como, no
tienen más valor, acaso, que el de su propia futilidad, y formaban ambiente por lo repetidos ó por trazos rápidos dispersos, pierden en el extracto lo único que pudieran
valer, su potencia evocadora, su ligereza.
Intentaré, no obstante, aquello mismo...
* **
Los antecedentes, los hechos acotados, se reducían á un esquema vulgar y sabido:
Liszt,—hijo de Adam Liszt, que se encontraba á las órdenes del príncipe Esterhazy (el
mismo que tuvo á su servicio como maestro de capilla áHaydn) y que tocaba el violonchelo, el piano, la flauta,—es cuidado, desde pequeño, en su educación musical, por
su padre. Así, aprende las notas antes que las letras, á los seis años. A los nueve es
su preparación tan completa que puede arrostrar al público. En su primera salida ejfr
cuta el concierto de Ries en mi bemol, y hace aquella tarde una improvisación que provoca tanta sorpresa como entusiasmo. Czerny, Salieri, son sus maestros de piano y
teoría musical. Para seguir sus lecciones pasa Liszt en Viena dos años. A Salieri debe
el conocimiento de las grandes obras de Beethoven. En el mismo año, del 22 al 23, es
cuando el propio Beethoven oyó sus obras interpretadas por aquel prodigio de 11 años.
Se traslada á París, en donde hace furor; recibe allí lecciones de Paer. Tras de su
viaje á Inglaterra, el 25, estrena en la Opera el Don Sancho. Varios de sus maravillosos estudios se componen en el año 26. En el 27 ejecuta obras de Beethoven poco
conocidas de los parisinos; el concierto de piano en mi bemol, lo estrena en el Conservatorio, el 1828.
En 1831 aparece Paganini; se afirma su evolución hacia el virtuosismo: arregla los
24 caprichos, que publica en 1839 (entre ellos la conocida Campanella). Ya en 1830
frecuentaba el trato con Berlioz y hacía su maravillosa transcripción de la Sinfonía
fantástica. Liszt se aficiona á Chopin, sin sentirse un momento siquiera, rival suyo;"
lejos de eso, procura propagar sus obras y le consagra un libro en que analiza sus cualidades... Su fama de intérprete de Beethoven es enorme ya. El año 36 es el de su
competencia con Thalberg. Es huésped, luego, de Jorje Sand en Nohant, y en su casa
escribe los arreglos de las sinfonías de Beethoven y de las melodías de Schubert.
El 37 compone los estudios de ejecución transcendental. Antes del 40, su libro
sobre música bohemia, y en este año se hace amigo de iVlendelssohn y Schumann. Por
entonces comienza la amistad con Wagner en París. ¿A qué cansaros ya más? Sus programas (se conocen), ¿sabéis qué contienen?... ¡su repertorio es extraordinario!; ved
las obras: varias fugas y una fantasía de Bach; sonatas y conciertos de Beethoven;
obras de Chopin, Scarlatti, Weber, Mendelssohn y transcripciones. Pasan de 50. Introduce la novedad entonces (que hoy debiera rechazarse como exigencia constante),
de tocar de memoria... ¡Nos bastan estos datos!: El propagador de Bach, Handel, Beethoven, Schumann, Berlioz, etc., llega á nosotros...
* **
-231En «El Laberinto» del 1.° de Noviembre de 1844 encontramos una Revista de la
Quincena, de las que escribía Juan Pérez Calvo. Dice:
cYa está fuera de duda que tendremos compañía de ópera en el teatro de la Cruz y una compañía
de primera clase. Entre las personas que la componen, se encuentran ¡os nombres de la Tossi y la
Gabussi; el magnífico tenor Moriani, que compite con Rubini y el no menos sobresaliente Guaseo.
En los bajos parece que figuran el eminente Salvatori, el incomparable Sales y el aplaudido barítono
Tatti... Parece que la primera ópera que se piensa poner en escena es la Lucia...t
Habla del teatro del Circo y se queja de la falta de novedad de sus programas:
«Hace dos meses que se anunció el baile nuevo La Sery: hace algún tiempo que ponen por nota
los carteles la salida del tenor Bettini con la Oemma; y el resultado es que pasan días y semanas y
semejantes novedades no parecen...»
Alude á una tínica novedad que ha ofrecido «el Circo», advirtiendo que al Liceo se
debe esta conducta, pues á él se debe que el
«Circo liaya sido el teatro afortunado en donde comparezca una notabilidad Europea.»
Es Liszt; la crítica que hace es muy vulgar; se desenvuelve en este terreno:
«A fuerza de estudio, á tuerza de reflexión, amaestrado poruña práctica continua, ha encontrado
cuantos secretos encierra el piano; sólo así puede concebirse qne posea la misma fecundidad para
improvisar que para componer. Si le oís alguna vez le encontraréis siempre acorde en la ejecución
(?) más complieada, y cómo no pierde ni un compás (?); si le observáis de cerca, miradle cómo se encariña con el instrumento que tiene delante, observad su rostro, y en él veréis retratada toda la
fuerza de la sublime inspiración; aquel hombre es el movimiento continuo (¡I), su cabello se agita,
por lo que su imaginación trabaja (¡¡ü); con el cuerpo, con los brazos, con las piernas, con todo,
contribuye 4 dar expresión á sus trabajos. Mientras la fantasía y las grandes imágenes se ven bullir
en su cabeza (¡!) en sus ojos se pinta el ansia de alcanzar lo que no pueden, el ansia sí, porque su
vista no puede seguir el movimiento de sus manos, porque sus manos se agitan de tal modo, que sólo compararse puede con la rueda de un reloj, que impide en sus veloces giros distinguir los dientes... etc».
La crítica notaréis que es tan volcánica como absurda; hay una nota final que conviene trasladar: habla de que admira á todos
«No sólo la ejecución elevada á lo infinito, sino el grande efecto que hace producir al piano, comparable con el de una completa orquesta. Y aquí no podemos menos de dispensar el debido elogio al
constractor de los pianos en que ha tocado Liszt, pues son obra del distinguido fabricante de Marsella, el señor Boisselot»,..
El crítico anónimo de la «Revista de Teatros» (n.° del 6 de Noviembre) dice, acaso
sin intención,—dado lo mucho vulgar que escribe—algo digno de fijar la atención:
«Dotado de una organización poderosa, con un alma ardiente y fogosa, ha sabido trazar á la
ejecución y ala composición musical un rumbo nuevo: el piano que antes no era más que uu instrumento de acompañamiento, ha venido á ser en sus manos un instrumento coneertante»...
Se excusa de analizar...
,
...«nos limitaremos á decir que si el estudio concienzudo y asiduo del mecanismo y de los resortes del instrumento á que se ha dedicado, le reveló efectos hasta ahora desconocidos, sobre las teclas de ese instrumento á que se ha dedicado, su viva imaginación, su ardiente fantasía, le han
abierto un nuevo campo de triunfos. Liszt es el improvisador más fecundo de cuantos se conocen: á
veces se sienta al piano, pulsa al acaso las teclas, se perciben algunas notas, llaman la atención del
auditorio algunas melodías y de repente la inspiración arrebata al artista y bajo sus dedos vibran
cantos con acompañamientos caprichosos y brillantes, modulaciones que transforman de mil modos
su primitivo tema; interpreta con armonioso y valiente estilo las ideas que agitan su alma y las
transmite á sus oyentes, quienes se identifican con el pensamionto del sublime pianista y gozan ó
sufren según el giro de su inspiración»... etc.
El mismo gusto en crítica muestra el anónimo escritor de «La Posdata, periódico
joco-serio» (Folletín: Concierto de Liszt, martes 29 Octubre). Hay algo en sus párrafos, aprovechable, sin embargo:
«Liszt tocó como si estuviera solo abandonado á las sublimes inspiraciones del arte en el retiro
de su gabinete, sus dedos recorrían las teclas jugando, sucediéndose bajo su firme pulsación los caprichos más sorprendentes, las melodías más arrebatadoras; aquella seguridad increíble al atacar
de improviso protundas armonías {!), aquella igualdad de fuerza en todos los dedos de las dos manos y los diferentes cantos producidos simultáneamente con la derecha, acompañados por la izquierda con una sucesión de cadencias brillantes, ora reproduciendo esta mano la parte principal, de modo que no podía imaginarse cuál de las dos la ejecutaba: ora trinando en aquella en graduaciones
4e voz interminables, produjeron un efecto queon vano intentaríamos trasladar al papel. El eutu-
-232siasmo subía de punto cuanto Liszt, transportado por su ardiente fantasía, fogoso, como el genio
del arte, producía, golpeando, al parecer, sobre el instrumento, los más delicados acordes...
»Las siete piezas que ejecutó le valieron innumerables aplausos y en todas ellas supo desplegar
los grandes recursos con que cuenta para escitar el entusiasmo. Su gusto exquisito, su ejecución...
extraordinaria, como principalmente se reveló en la «Fantasía sobre motivos de la Sonámbula», sorprendiendo á los oyentes la duración de aquel brillante trino, ejecutado con los dedos 4.° y 5.° déla
mano derecha, como sirviendo de acompañamiento al canto de los otros tres de la misma mano. Esto
es lo que nosotros, y con nosotros muchos inteligentes, creíamos punto menos que imposible el que
se pudiera llevar i efecto. La Polaca de «Los Pui'itanos», variada con admirable maestría y aquellas
escalas cromáticas ascendentes y descendentes, cuyos ecos llegaban á confundirse entre los magníficos acordes de una novedad primorosa, causaron el más vivo, el más frenético efecto...»
De esta primera impresión es, también, reflejo el artículo del culto D. Ramón de
Navarrete («Heraldo», 30 Octubre). Su juicio es muy de época. De sus párrafos, dedicados al concierto de presentación de Liszt «en los salones de Viliahermosa» (es decir,
el Liceo) son notables y curiosos los primeros:
«La venida del gran pianista á nuestra capital, como la de Rubini, como la de Paulina García,
es uno de esos sucesos que hacen época en la sociedad madrileña. Hasta hace poco, apenas si se ha
dado entre nasotros importancia al piano, y creíamos destinado solamente á facilitar el estudio de
la música ó á servir de orquesta en las tertulias de confianza.»
Añade que si hace 20 aflos se hubiera dicho que sin más que un piano se podía conmover y entretener, la gente se hubiera sonreído incrédulamente...
«Lo repetimos, era sobrado mezquina la idea que teníamos del piano, para imaginar que de tanto pudiera servir; que se hallase dotado de poder semejante, que no fuera instrumento aislado sino
una orquesto completa... Después de algunos infecundos, cuando no perjudiciales ensayos, el señor
Miró, nuestro compatriota, fué el primero á quien le cupo la gloria de amenguar un tanto su desdén, y de conquistar algunas de las simpatías que con la llegada de Liszt se han desarrollado completamente»...
***
Los conciertos de Liszt, según mis datos, se celebran por este orden:
Lunes 28 Octubre de 1844. (Lo anuncia la «Revista de Teatros» (Diario Pintoresco
de Literatura) que se publicaba juntamente con el «Nuevo Avisador».
«El señor Liszt tocará las Piezas siguientes:
1." Parte 1." Sinfonía de Guillermo Tell.
2.° Andante de la Lucía de Lammermoor.
3.° Reminiscencias de la Norma.
2." Parte 4." Fantasía sobre motivos de la Sonámbula.
5." Mazurka de Chofin (sic).
6.° Polaka de Los Puritanos.
7.° Galop cromático. (1)
El jueves 31 Octubre es la salida 6 presentación de Liszt en el Circo. El «Diarlo
de Madrid» lo anuncia, pero, sin duda, el programa no estaba ultimado pues dice: «El
cartel del día explicará las piezas que deben ejecutarse»: No lo he hallado. Los precios
de las localidades eran: Palcos, 80 reales; lunetas, 20; anfiteatros, 24; galerías, 12; entradas generales, 6.
El sábado 2 de Noviembre (también á las 8) es en el Circo el «2.° concierto del señor Liszt». Programa. Parte primera: 1.** Sinfonía dal Zampa, de Heraldo (¿?) i completa orquesta.
2.° Romanza del Giuramento, ópera del maestro Mercadante cantada por al señor
Paulino.
3.° Fantasía de la Norma del maestro Bellini por el señor Liszt.
4.° Romanza del Bravo, del maestro Mercadante, cantada por el señor Ciaballi.
5.° Polaca de «Los Puritanos» del maestro Bellini, por el señor F. Liszt.
(1) Se principiará á las 8 y í\2 en punto. Los billetes en los almacsnes de música de Iradier y en
el de C»rraja, calle del Principe, del de Lodre, carrera de San Gerónimo y en la librería de Monier,
carrwa de San Gerónimo.—Precio 40 reales de vellón.—Los señores socios encontrarán billetes al
precia de 39 reales vellón en la Secretaria del Liceo,
-233Parte segunda: 1 ° Sinfonía del Guillermo Tell á completa orquesta.
2.° Fantasía sobre motivos de Don Giovanni de Mozart, por el señor F. Liszt.
3." Aria del Pirata, del maestro Bellini por el señor Paulino.
4.° Melodía Húngara por el sefior F. Liszt.
tNota.—Las piezas de canto las acompañará al plano don Juan Shoczdopole. Oirá.—Los piano»
son de la fábrica de los señores Boisselot, de lajo, de Marsella, fabricantes de pianos do S. AI. el Rey
de los franceses.»
Al hablar de este concierto se decía en la «Revista de Teatros»: «Parece que la empresa de este teatro da al señor Liszt 2.000 francos por cada función.»
Las gacetillas, aquel día, anunciaban para aquella semana al tenor Bettini en el
Circo, y para el miércoles 6, el baile La Peri «cuyo argumento está tomado de la novela que con el mismo título escribió M. Teófilo Qauthier.»
El 4 de Noviembre se celebra un banquete en la fonda de Qeniays en honor de
Liszt, al cual concurren, entre otros: Albéniz, Eslava, Inzenga, Saldoni, Espin, Iradier,
Sobejano, Rossi, Guelbenzu, Gaztambide, Viñals, Moré; cantantes como Flavio (Puig),
Bettini, Paulino, Ciabatti, Cagigal, el flauta Sarmiento, Cepeda, el violonchelista y
Boisselot, el constructor de Marsella.
La «Revista de Teatros» del 15 de Noviembre publica bajo el epígrafe «Variedades» algunos trozos de
...«un juguete italiano presentado y dedicado al señor Liszt en el banquete artístico: tanto la
poesía como la música son del apreciable sefior don G. Rossi Bnonacorsi, caballero de la orden romana de la espuela de oro, académicofilarmónicode Bolonia, Ñapóles, Parraa y maestro de canto de
esta corte.» (Siguen unos versos).
El tercer concierto del Circo se celebra el 5 de Noviembre. Tampoco he encontrado el programa. A consecuencia de este concierto se habla ya de que en el Liceo «tendría la honra de ser oído por la Reina Doña Isabel II» el maestro. Pero, sin duda, se
adelanta la ocasión de la audición regia pues el «Heraldo» anuncia para el 7 de Noviembre un
...«Sarao musical en Palacio, estando convidados senadores, diputados, autoridades, cuerpo
diplomático, grandeza y otras personas notables.»
La «Revista de Teatros» decía á los pocos días (18 Noviembre):
«Premio al mérito artístico: Parece que S. M. se ha dignado conceder al gran artista Liszt, la
cruz supernumeraria de Carlos III regalándole, al mismo tiempo, un alfiler de brillantes de valor de
mil duros. Igual regalo ha recibido hace poco tiempo, según escriben de Amsterdam, el célebre
violoncellista don Santiago Francisco Méndez, de mano de S. M. la Reinu Teresa de Baviera, por
una composición institulada Eeverie que aquél le había dedicado. A dicho presente acompañaba
una carta sumamente tisonjera.»
,
En 9 Noviembre se anuncia, como 4." y último, otro concierto de Liszt en el Circo.
En el programa hallamos: Primera parte. 1.° Sinfonía de Zampa, del maestro Herold.
2.° Aria de Anna Bolena, Donizetti, cantada por el señor Paulino.
3.° Variaciones sobre un tema de «Los Puritanos», por el señor Liszt.
4.° Aria de la ópera Zaida, de Mercadante, cantada por la señora Ober Rossi.
5.* Marcha húngara y galop cromático por el señor Liszt.
Parte segunda. 1.° Sinfonía Guillermo Tell, á completa orquesta.
2." Dos romanzas de Schubert (sic) cantadas por el señor Paulino.
3.° Fantasía sobre la ópera Lucrecia Borgia del maestro Donnizetti, por el señor Liszt.
4.° Aria de la ópera El Bravo, de Mercadante, cantada por el señor Suzet.
5." Improvisaciones al piano por el señor Liszt. «Todas las piezas de canto las
acompañará al piano el señor Liszt.
El miércoles 13 Noviembre toma parte el «célebre profesor» en un concierto á beneficio de la señorita Brizzi, que se celebró en el rea/ro í/e//"/-/«ape, á las 7 de la
noche. También se ha conservado el programa, que fué como sigue: 1.° Sinfonía á
gran orquesta; 2." Duetto de la Sem'ramide, cantado por las saflorasde Bernardo y
-é34Brozzi; 3.° Sinfonía de Guillermo Tell, de Rossini, tocada al piano por el señor Liszt;
4.° Aria de Roberto, cantada por Ciabatti; 5." PoZ/Joam para piano y coro (sic) inglés, por los señores Liszt y Dachi. Segunda parte: 1.° Sinfonía á gran orquesta; 2.°
Aria de Gli arabi nelle Gallie, de Mayerbeer (¡!) y Wals infernal por el señor Liszt;
4.° Aria de Rossini, cantada por la señora Brizzi; 5.° Daetto al piano de la Norma, tocado por los señores Liszt y Guelbenzu.
El 14 de Noviembre hay noticia de haberse celebrado otro concierto, que se anuncia así:
«Iberia masical y literaria. Hoy jueves dá esta sociedad su primer concierto de la temporada de
invierno de este año: sólo los suscriptores al periódico tienen obción (sic), á los billetes gratis y de
convite para los conciertos: en el de este día (que tendrá lugar en el magnífico salón del Instituto
Español, é. las ocho de la noche), tomará parte el célebre pianista Liszt y otras notabilidades artísticas y literarias de esta corte.»
No sabemos más acerca de este concierto sino lo que el 18 Noviembre decía la «Revista de Teatros», según la cual
...«estuvo brillante. Liszt tocó admirablemente: el distinguido profesor Guelvenzn ejecutó perfectamente con el gran artista un dúo al piano; la Franchesquini, Ciabatti y otros artistas apreciabies cantaron diferentes piezas y leyeron versos los señores Zorrilla, Larraflaga y Villergas.»
El jueves 21 de Noviembre anuncia el «Diario de Madrid» lo siguiente:
«El señor Liszt, antes de dejar á Mrdrid, ha querido manifestar su agradecimiento al público
que tanto le ha favorecido, y á este fin ha solicitado de la empresa (el Circo), el dar una función á
beneficio de los establecimientos de Benefieencia. La empresa, deseando contribuir por su parte &
tan laudable objeto ha puesto á disposición del señor Liszt el local del teatro y todas sus dependencias, señalando para el jueves 21 de Noviembre, el último concierto del señor F. Liszt en la forma
siguiente: Parte primera: 1.° Sinfonía de la ópera «El Nabuco» á completa orquesta.—2.° Aria de
Anna Bolena», cantada por el señor Paulino.—3.° Concierto de Weber, por el señor Liszt.—i." Variaciones de «Pedro el Grande», cantadas por la señora Anglés.—5." Variaciones á dos pianos, sobre motivos de la «Donna del Lago», por los señores Liszt y Guelbenzu.—Parte segunda: 1.° Sinfonía de «Guillermo Tell» á completa orquesta.—2." Reminiscencias de «Lucía de Lammermoor», por
el señor Liszt.—3.° Melodía de Schubert y Romanza de «Don Pascuale», cantada por el señor Paulin.—1." «El Capricho», por el señor Liszt. Dará principio el concierto á las 8. La Junta municipal
de Beneficencia, con objeto de hacer más productivo el beneficio ha dispuesto que se coloq^uen bandejas en los pasillos, para que los señores que gusten puedan depositar su ofrenda. Los billetes se
despachan en la casa de Beneficencia, calle de Atocha, frente á los Desamparados.»
No fué, sin embargo, esta la última vez que dejó oirse Liszt en Madrid. El viernes
22 de Noviembre acudió á dos sitios distintos, al Liceoy á casa de don Pablo Cabrero.
La «Revista» del 26 dice acerca de la sesión dada en «el bello salón de Villahermosa»:
«El gran pianista estuvo admirable en la marcha húngara y en la linda fantasía sobre motivos
de la «Norma». La señorita de Rojas cantó perfectamente con el señor Guallar el bello dúo del «Esnle», y con suma gracia y donaire, las canciones de la «Calesera» y la «Gitana». La señorita de González cantó, también, con acompañamiento de flauta, la romanza de «Tebaldo é Isolina», con esmerado gusto, y lo mismo decimos de las demás piezas concertantes ejecutadas por los socios y socias
de la sección.»
La otra crónica referente á la sesión del mismo día dice así:
«En la noche del viernes se ha verificado en casa del coronel y diputado el señor don Pablo Cabrero, un concierto al que ha asistido una brillante sociedad compuesta de lo más elegante de la
corte, y de distinguidos literatos y artistas españoles y extranjeros, entre los que se contaba el célebre Liszt. Esta sesión musical fué brillantísima, recogiendo entusiastas aplausos cuantos artistas
tomaron parte eu ella. Hacemos sólo mención del admirable efecto que produjo la «Tumba de mi madre», composición música de la señorita doña Paulina Cabrero y en la que el talento de la compositora tan bien ha sabido interpretar las inspiradas palabras del joven poeta señor Romero Larrañaga.»
Un periódico del 4 de Diciembre dice ya que
«Se ha marchado á Córdoba el célebre pianista Liszt, quien seguramente llevará los más gratos
recuerdos de la acogida que ha encontrado en la capital de España.»
En Córdoba debía haberse producido una gran expectación según el parte que dá
un corresponsal. («Revista de Teatros» 17 Diciembre 1844):
«Córdoba: El dia ocho llegó porfiná esta ciudad el célebre Franz Liszt. El presidente del Liceo,
oaompañado de una multitud de socios del mismo, salieron 4 recibirle y lo obsequiaron con un es-
-235plénJido desayuno en que reinó el más vivo entusiasmo. Se ha hospedado en casa del señor don Domingo Pére» de Gazmán. Ayer ha obsequiado el grande artista ó los indicados socios con una comida de tonda, y hoy le devuelven el obsequio, lleváddolo á comer á nuestra deliciosa sierra. Mañana se verificará el concierto en el que el señor Liszt dará muestra de sus brillantes talentos.
Y aquí corto mis notas, prescindiendo de otros comentarios, dada la extensión á
que con lo dicho me he visto obligado; el lector sabrá llevar á término las comparaciones y resultados que me proponía hacer y establecer.
MIGUEL SALVADOR.
Madrid 22 Octubre 1911.
Rapsoóias ñángaras
POR F R A N Z L I S Z T (1)
Tpadaoolón de Bduapdo í. CbavaFrl.
Un día nos encontrábamos en casa de cierto «amateur» de pintura, quien acababa
de recibir un cuadro que comprara en una exposición en donde éste había obtenido un
gran triunfo. Nuestro aficionado era un rico banquero y pregonaba muy alto el elevado
precio á que comprara la pintura, mientras la estábamos examinando.
Representaba el lienzo unos niños pescadores que jugaban á la orilla del mar, for.
mando un grupo que ocupaba como un tercio de la altura del cuadro, el cual prolongábase en sentido de la anchura; el resto del lienzo estaba ocupado por un cielo de una
coloración azul transparente y suave, en la que se destacaban algunos copos de blancas nubes. Eran éstos tan luminosos como el nácar de las perlas más blancas"de Qolconda, en donde cada color del prisma se refleja con igual intensidad, cual si todos p e .
netrasen á la misma profundidad en la blancura de espumosa leche.
Jamás paisajista holandés alguno ha traslado al lienzo con tanta fidelidad un rincón de
su tierra con sus habituales melancolías, sus velos de bruma, sus colores sombríos, sus
inefables elegías, de tonos grises y azulados, como lo hiciera este artista que había
cantado la gloriosa tranquilidad de un día en el Norte, día sin ardores tórridos ni energías exajeradas, pero con sus reflejos más blancos, sus caricias más dulces y su luz
casta y tranquila. Era aquello, con toda realidad, la temperatura fresca, vivificadora,
el ambiente límpido, el brillo casi argentino del sol en estas latitudes. Sobre todo, era
extraordinariamente verdad aquel azul del cielo, ni muy páliáo ni muy intenso, ese azul
transparente que adquiere la tonalidad tan atractiva para nuestros ojos y conocida bajo
el nombre de «azul celeste» que, especialmente en los meses de Mayo y Junio cubre la
bóveda del firmamento como un tapiz tejido de arbesto y cubierto por polvillo de diamantes, ó dejando pasar á través de su tejido, polvo finísimo de oro brillante.
A fuerza de mirar el cuadro se acababa por sentir la presencia deslumbradora de un
. sol que prodigaba sus rayos, pero que daba más luz que calor: una luz que no ofende
nunca á los ojos y que no presenta ninguna mezcla intempestiva de matices de otros
(1) El gran artista Liszt ha sido, durante bastante tiempo, mal comprendido por las gentes. Ello
se debe, en gran parte, á ciertos «grandes» pianistas que han convertido el arte de Liszt en un aero,
batismo insensato. Cierto que entre las obras juveniles del célebre pianista, hay muchas que no son
sino pretexto á la «virtuosidad» más desenfrenada; pero esto es la menor parte de la obra total del
maestro, y es grosero error creer que Liszt fuera un simple mecanlsta como los Kalkbrennei ó los
Thalberg. Liszt era un espíritu distinguidísimo, culto, y muy generoso, especialmente para con los
artistas. Su cultura la prueba—entre otros muchos escritos—el libro Los bohemios y su música en
Hungría, admirable estudio de sociología y de arte. De este libro traducimos el presente capítulo,
que debía ser bien meditado por artistas y diletantes, para que se desvanecieran los errores que
tantas veces perseveran contra Liszt y su obrar—.B. L. Ck,
-236climas, de otras estaciones, ó de otras horas del día; sin orlas anaranjadas, ni manchas
de ocre, como suele quedar en las paletas que han servido alguna vez para pintar las
ricas coloraciones que visten los paisajes de Italia y que brillan en los de Oriente.
Veíase en aquel lienzo uno de esos hermosos días propios de las regiones septentrionales, claro y candido como ios ojos de una mujer pura y sin pasiones; allí, la humedad
del ambiente no queda tan absorbida por el calor, que no deje sentir siempre un aroma
delicado de plantas acuáticas, apenas perceptible para sentidos poco atentos; allí el rocío de la mañana puede quedarse sobre las hojas tupidas de los árboles hasta e! medio
día, mientras una lijera brisa despeja constantemente la atmósfera dándole diafanidad.
En resuman: el pintor había encontrado una manera nueva de representar los lugares
de estas regiones templadas. Al mostrarlas con su fisonomía deprimida, aun á pesar del
aspecto de fiesta que tenían, el pintor las diferenciaba por completo de In norma que
inspiró á los más grandes maestros como los Berghem, los Hobbema, los Ruys-Dael,
los Pott, los Van Cuyp, etc., etc. El artista moderno, al pintar esta naturaleza, reemplazaba el acento de tristeza soñadora y ansiosa—tristeza cuya sombra no desaparecía
por completo; aun cuando él tratase de pintar la alegría de la primavera—por la expresión de una dicha ingenua, inmaculada, tierna y resplandeciente, aunque permaneciendo dentro de las tonalidades pálidas de los sentimientos que representa la turquesa;
sentimientos de dulce emoción, alejados de todo deseo exaltado y de toda pasión febril.
Creíamos encontrar muy feliz á nuestro banquero por poseer aquella encantadora
obra, cuando él mismo interrumpió nuestro pensamiento diciendo: «He aquí el inconveniente de no hacer uno las compras por sí mismo y de fiarse de los periódicos. He pagado este cuadro que ustedes ven á un precto enormemente caro, y esta es la hora en
que pregunto si no he malgastado mi dinero. El grupito ese de los muchachos en primer término, no tiene importancia y todo lo demás ¡no es más que pintara azul! Así,
pues, y para tranquilidad mía, le he escrito una carta al pintor proponiéndole cortar
las dos terceras partes del cuadro y devolvérselas á condición de que me devuelva la
mitad de su importe, quedándome yo con la tercera parte restante del cuadro, por la
mitad del valor de todo él: creo que esto es razonable, Was it non fair?»
Nosotros no supimos contestarle que el artista, probablemente habría empleado diez
veces menos tiempo en trazar unos niños en un trozo de playa que en pintar aquel pedazo de lienzo azul y darle aquella transparencia luminosa de la mañana, en donde ni
la más lijera neblina osa bajar de las alturas ni aun para posarse en los árboles más
elevados; ¡aquel pedazo de tela azul en donde la mirada puede profundizar en las
inmensidades del espacio y—en cierto modo—medir, á la sombra del éter, las distancias entre las pequeñas nubes que nadan á diferentes alturas como peces de plata en
un lago, ó como conchas irisadas en donde van jóvenes tritones remando, guiando, en
alegre juego, jadeantes, empujándose unos á otros, y volviendo á empezar de nuevo!
Alguien de los presentes preguntó al banquero:
—¿Cree usted que el pintor accederá á su pretensión?
—Oh, si no consiente cortaré yo mismo el cuadro, pues me ocupa demasiado sitio
inúlilmente—respondió el rico «amateur».
—Si llega ese caso, envíeme usted ese lienzo azul que usted no quiere—hubo de
decir alguien. Y como quien tal dijese no ha recibido nunca la tela en cuestión, es de
presumir que su propielario se habrá ido resignando á verla ocupar inútilmente aquel
espacio sobre la pared de damasco encarnado, la cual estaba, por lo demás, muy bien
guarnecida.
Porque no se ha de creer que nuestro anfitrión fuese un ignorante que se equivoca
ba groseramente respecto del valor de las cosas; nada de eso. El sabía de pintura bastante más que otros muchos aficionados, y su colección aparecía muy bien seleccionada. Pero un cuadro donde no se ve más qixe pintura azul ¿qué significa?
-'237II
Desgraciadamente, no faltan mecenas ni protectores esclarecidos del arte que
realizan con todas las clases de obras, barbarismos como el que proyectaba nuestro
riquísimo huésped. Por ejemplo: quitar de la música bohemia los intervalos de cuarta
aumentada, ó de ¡éptima disminuida, es lo mismo que pintarle á la marina de mi historia el trozo de lienzo azul. Con este lijero cambio se hace, de una obra poética, tan
sólo una obra pintoresca; de una creación lírica, una creación de género; de un paisaje,
una escena; de una cosa bella, una cosa bonita. Si el arte botiemio fuese producción
de un sólo individuo en vez de serlo de todo un pueblo, su autor preferirla, ciertamente, verlo destruido antes que conservado de tal guisa; como el paisajista holandés, no
hay duda de que antes hubiese preferido ver quemada su obra que privada de su parte
de cielo azul. ¡No hay que olvidar esto!: todo el arte, en general, y toda obra artística,
en particular, no es sino la espléndida morada de un sentimiento que aparece unas veces encarnado en una idea, ó que se presenta otras veces sin ella, y sólo con el valor
de su propia é inmediata irradiación. ¡Y esta impresión propia de la obra de arte se
presenta con mayor firmeza, se ofrece más intensa y es más inmanente, precisamente
en aquellas formas cuya apariencia es la más extraña, cuyo efecto es más típico, porque á nada son iguales!
Si se quiere conservar la música llamada húngara en toda su integridad, para transmitirla fielmente á nuestros nietos, es preciso que se le deje su atmósfera propia, «su
trozo de lienzo azul», y no hay que despojarla de ninguno de sus tres elementos principales: sus intervalos y sus incoherencias, sus ritmos y sus vacilaciones, su fioritura
y su exuberancia. Estos tres elementos sostienen la melodía, que aparece así como una
sirena conducida por tres delfines-esos corceles del mar—, y adquiere un aspecto
muy distinto á cuando se la coloca sobre un pedestal que no ha sido construido para
ella y sobre el cual no puede estar tranquilamente. No conservar de dichos-tres elementos más que uno ú otro aislado, será un error semejante al que cometería quien
pusiese una fachada de palacio estilo Renacimiento en un palacio bizantino, ó al que
colocase una columnata griega ante el templo de una divinidad india. Así, pues, no puede quitarse la cuarta aumentada ni la séptima disminuida á la escala menor de la
música bohemia sin borrarle su carácter supremo, sin mutilarle como si se le hubiese
amputado un miembro vital; ello equivaldría á imaginar un edificio gótico al que se le
hubiese quitado la ojiva, ó un palacio morisco al que se le hubiese hecho desaparecer
el arco de herradura. No habría más buen sentido en quien pretendiese convertir el talud egipcio en línea vertical, ó en aplanar los arcos del portal románico (1), ó en rectificar las puntas retorcidas de un techo chino. A semejante-proceder ¿no le llamaríamos «vandalismo»? porque si nó ¿qué sería del estilo en el arte?
No se puede hacer mejor resaltar el absurdo de estos procedimientos musicales,
sino comparándolos con procedimientos análogos en la arquitectura. Las inconsecuencias que hieren nuestra vista hablan macho más pronto á la gente que no las incongruencias de nuestro arte musical, las cuales se dirigen á un se.itido más sutil y exijan, por lo mismo, un mayor grado de cultura especial é inteligente. La arquitectura y
la música, se encuentran privadas de un prototipo definido: no son artes de imitación,
y no admiten ésta sino de una manera accesoria y muy secundaria (2). Para que las
(1) Estas hermosas frases de Liszt, en pro de la conservación del. carácter nocional en el arte,
nos sugieren el abandono en qne se ha tenido entre nosotros este aspecto público de la Estética. Los
horrores que ac cometieron en el siglo XVII haciendo desaparecer tesoros de arte gótico y árabe
(cuyas mutilaciones monstruosas aún se puede ver en tantos lugares), parecían haberse recrudecido
en elfinaldel siglo XIX gracias á un inconcebible error de «politicismo» agudo. Por el honor de
nuestro Arte fuera de desear una absoluta prohibición, á los políticos de oficio, de relacionarse de
algún modo con las obras de arte públicas ó piivadas.—-B. L. Oh,
(2) Liszt sigue aquí las teorías estéticas más corrientes en su tiempo. Efectivamente, la imita,
ción inmediata, directa, «fotográfica» (si vale-hablar así), no parece propia de estas dos artes. En
-238obras de estas artes puedan ser sanamente juzgadas, deben clasificarse en familias distintas según las naciones y las épocas á que pertenecen. En música, como en arquitec.
tura, se ha convenido en llamar á estas grandes divisiones escuelas, 6 estilos. Cada
estilo posee monumentos que representan del modo más puro su inspiración, y del modo más exacto del pensamiento. Los monumentos que están separados por algún período de tiempo, aparecen unidos mediante las obras de transición, los cuales sirven de
eslabones, mostrándonos al principio muy vivamente la influencia de la escuela de que
proceden, y modificándose luego, cada vez más, bajo la influencia de la escuela que,
mejor ó peor, progreso ó decadencia, empieza á sucederle. Pero también puede haber,
en música como en arquite:tura, estilos que operen como nacidos, por decirlo así, lejos
del camino real que recorre el arte. Crecidos en la sombra, creen'ase que estos estilos
fueron creados por generación expontánea, pues no se ve cómo fueron engendrados.
Así se nos presenta el arte bohemio. Descendiente de un pasado tenebroso que no
se sabría poblar más que de hipótesis, no nos presenta ningún acta de nacimiento; ha
vivido siempre de sus propias fuerzas, no se ha alimentado de savia extranjera, no, ha
sido modificado por ninguna influencia remota, no reclama ningún la«o de consanguinidad, ningún parentesco, ninguna relación con otros más ilustres ó más sabios que él.
Quédese, pues, aislado en el porvenir, como lo estuvo en el pasado. No podría unirse á nada sin perderlo todo; para continuar viviendo debe conservar sus ángulos entrantes y salientes. Si se confundiese con los productos contemporáneos de la música
europea, se anularía á sí mismoj puesto que, como nada de esencial distinguirían sus
obras de los demás, sería cosa de interés muy secundario el distinguir los antiguos temas así degenerados, de entre las menguadas intercalaciones subsiguientes.
Luego que se hubiese quitado á la música bohemia esos intervalos—que, seguramente, habrían de herir á un oído delicado si estuvieran puestos en nuestro estilo, pero que son de un efecto tan admirable en el propio de ella—, no quedaría de dicha música más que un tronco comparable á una estatua sin cabeza, á un tallo sin flor, ó á una
mujer sin mirada.
El arte bohemio no puede conservar un sitio ni tener un nombre en las edades futuras, sino á condición de quedar intacto como una piedra miliaria, como una columna
triunfal, ó como una urna fúnebre, cuidadosamente construidas.
III
Por lo demás, ¡sería cosa muy difícil, quitarle al arte bohemio sus intervalos insólitos, sus modulaciones repentinas, sus ritmos que cambian incesantemente y las fioriture que los recargan, y tratar de conducirlo al dominio común de nuestra música cuotidiana! La dificultad más grande nacería de la importancia que dicho arte concede al
«virtuosismo», y de la casi imposibilidad de encontrar ejecutantes animados por el sentimiento bohemio entre nuestros artistas habituales. La sonoridad de nuestras orquestas tampoco se presta á expresar dicho sentimiento, pues debería ser muy sensiblemente diferenciada de lo que les conceden nuestros actuales usos en la instrumentarigor, la imitación no es arte: es artificio. La pintura ó la escultura, cierto que imitan las formas
exteriores; pero hasta en un busto-retrato es distinta la misión del artista á la de un vulgar «moulage», siendo este último lo que más fielmente y más fríamente imita exteriormente al modelo.
Si por imitación entendemos una adaptación á los medios expresivos de nn arte, de los elementos expresivos que nos ofrece la naturaleza, entonces sí que puede hallarse la tendencia expresivoimitativa en música y arquitectura. Pero esto será á condición de estilizar los medios, es decir, de
asimilarlos, de hacer propio de cada arte, lo que éste haya tomado al objeto que imitó ó en que se
inspiró. Muchas lineas decorativas de la arquitectura egipcia nacen de las líneas del loto y de la
palmera. En música cabe imitar, en cierto modo, el aspecto dmámico de una emoción, de un sentimiento, con los cambios ó acentuaciones rítmicas, melódicas, y harmónicas, de la obra musical.
Cierto que una melodía nunca podrá representar, por ejemplo; un árbol, ó una cara de princesa rubia; pero esto, ya es la imitación servil, absurda, á que se refiere Liszt, y es enteramente antiestética.—JB. L. Ch.
-239cíón, á fin de poder reproducir el carácter encontrado de los timbres y diapasones de
una orquesta de «ziganos». Poseemos—los músicos á la europea—demasiados elementos intermedios, demasiados modos apropiados para las transiciones, demasiadas tintas
neutras ó indecisas; y el empleo frecuente y rutinario de todo esto, ha de contribuir á
borrar ciertas crudezas que son inherentes á la poesía del «zigano».
El instrumento rey de la música bohemia es el violín; el segundo instrumento en importancia es el «cymbalon». El violín ejecutando aislado es pobre; aunque se le multiplicase veinte veces, ello no bastaría para producir la harmonía que amplifican los
otros individuos del pequeño ejército, y del cual es el violín, por derecho propio, el jefe, el héroe, ¡el irnperator! El «cymbalon», por su parte, ofrece maneras demasiado
indisciplinadas para poder juntarse con la sociedad aristocrática de nuestras orquestas.
El piano, por el contrario, (que no podría reemplazar en la orquesta la sonoridad mordiente del «c>mbalon»), reúne varias condiciones las cuales le permiten simular, menos
desfavorablemente que otros instrumentos, la orquesta de nuestros artistas nómadas.
Se presta el piano á los ornamentos más exuberantes, al mismo tiempo que puede hacer resaltar el ritmo gracias á una harmonía bastante rica y á una suficiente dosis de
sonoridad; así, puede colocar sombras profundas en los sitios que las reclamen, haciéndolas servir de contraste para que mejor resalten las claridades intensas, mientras que
la melodía puede ser cantada con tanta más libertad cuanto que los intervalos propios
de las melodías bohemias se aplican perfectamente á los efectos del piano y no le causan el menor estorbo.
IV
Conmovidos, como lo hemos sido desde la infancia, por la música de los bohemios;
familiarizados desde entonces con sus maneras que á ningunas otras se parecen; iniciados poco á poco en el secreto de su sentimiento vivificador; penetrando cada vez
más en el sentido y significado de su forma y en la necesidad en que ésta se halla de
conservar sus excentricidades para no abdicar de su carácter ni perder su personalidad; por todo eso, nos hemos sentido inclinados desde muy pronto, á apropiar algunos
trozos de esta música al piano, el cual nos parece más apto que nuestras orquestas
para traducir las diversas singularidades de aquélla, y para mejor sintetizar la reproducción de las pasiones extrañas que allí ha puesto el «zigano».
Sin embargo: á pesar de haber sometido buen número de trozos musicales á este
procedimiento de transcripción, nunca nos parecía que habíamos podido dar por concluida la tarea. Lejos de ver que decrecía y se agotaba nuestro interés, nos sentíamos siempre más y más atraídos por esta labor, seducidos por el placer de traducir en nuestro
instrumento los elocuentes apostrofes, las lúgubres expansiones, los ensueños, las efusiones y las exaltaciones de esta musa bravia. Cuanto más avanzábamos, más se
aumentaba, sin cesar, nuestra labor, hasta el punto de que no apercibíamos ningún límite. Ante nosotros se levantaba una gran masa de materiales elaborados; era preciso
comparar, elegir, eliminar, dilucidar. Entonces adquirimos la convicción de que aquellos trozos sueltos, esparcidos, eran las partes diseminadas de un gran conjunto, vimos
también que se prestaban perfectamente á la construcción de un todo harmónico que
encerrase la quinta esencia de sus cualidades más notables, el cual pudiéramos considerar - fundados en los argumentos que hemos consignado al comienzo de estas páginas—como una especie de epopeya nacional: la epopeya bohemia, cantada en un lenguaje y en una forma enteramente desusados, como desusado es cuanto hace el pueblo
que la creó.
Desde este punto de vista pronto pudimos ver. sin la menor dificultad, que el sentimiento de poesía, tan abundante, contenido en la música bohemia y que de ella se desprende semejante á odas, ditirambos, elegías, baladas, idilios, dísticos, cantos marciales, fúnebres, amorosos ó báquicos, podía juntarse en un cuerpo homogéneo en una
obra completa, pero dividida de manera que cada canto fuese á la vez total y parte, es
-240decir: susceptible de ser separado del resto y apreciado aparte, independientemente,
sin que por ello quedase desligado de la totalidad, á la cual seguiría unido por la identidad dal estilo, la analogía de la inspiración y la unidad de la forma.
En su virtud, los fragmentos de música bohemia que habíamos publicado anteriormente de un modo aislado, sufrieron un nuevo examen. Fueron revisados, refundidos,
y unidos con otros, á fin de formar un conjunto que, así cimentado, ofrezca una obra
correspondiente—en lo posible—á lo que nos hemos permitido considerar como una
epopeya bohemia.
Claro está que sería una presunción enorme la de que tendríamos si quisiéramos
comparar este trabajo con aquel que, por orden de Pisistrato, realizaron los literatos
atenienses con las glosas puestas á los poemas de Homero, los cuales eran cantados
por los rapsodas de aquel tiempo intercalando en ellos faltas de todo género, con las
que se desfiguraba y se estropeaba la obra maestra; algo así ocurre con nuestros músicos cuando desfiguran y estropean [as obras capitales de la música exótica, al querer
reproducir sus fragmentos. Pero ¿lo pequeño no se hace según el modelo de lo grande?
¿No se encuentra sobre un alfilei, sobre nnaflbia de toga romana—de las que se conservan en el palacio Castellani—las mismas líneas y los mismos acentos que adornan
los más hermosos frisos de los tentplos y de los monumentos más grandiosos? Si aquel
procedimiento se realizó así, téngase á bien excusar la ambiciosa comparación de nuestra colección con aquella de los escoliastas (1) griegos quienes, entre innumerables
versiones y cantos apócrifos de escaso valor, supieron elegir los monumenjos más puros, los más dignos de su autor, limpiándoles de errores gramaticales, de provincialismos, de locuciones comunes que se habían deslizado entre la poesía, y formaron el inimitable poema ¡al que tres mil años, no se han cansado todavía de enaltecer con su admiración excesiva!
Cuando hubimos terminado nuestra obra, no se nos ocultaba que una epopeya bohe^
mia (!) corriese grave riesgo de ser poco comprendida y menos apreciada por el mundo
civilizado en donde queríamos darla á conocer. Tanto más era esto así, cuanto que habíamo intentado dar á este conjunto la consistencia indispensable á las obras de arte que
pretenden figurar (en mayor ó menor grado), dentro del ancho campo en donde se presentan todas las formas artísticas, sin que por ello fierdiese nada esta música del aliento selvático que la anima. Un escritor que publicó en 1853 algunos artículos acerca de
la música húngara en la Neue Zeitschrift für Masik (2) hace notar, y nosotros creemos que con razón, que de entre la infinidad de autores que se han ocupado en transcribir y traducir por centenares de arreglos y de instrumentaciones, los aires bohemios más conocidos, nosotros hemos sido solamente quien por vez primera haya osado
conservar la íntegra sucesión de su escala, en especial la cuarta auméntela, inherente á todas las notas (melodías) cuerdamente impregnadas del genio que ha inspirado
todo el arte de que él mismo ha nacido.
Mr. Czehe, que se interesa macho en el estudio de esta rama del arte, expresa también en sus escritos el pesar que le produce ver esta música estropeada tan frecuentemente por incorregibles correctores de eso que no puede ser corregido sin ser, al mismo tiempo, desnacionalizado y arrojado de su pedestal. Eso sí: cuanto más hemos querido obrar nosotros en favor del arte y de opuesto modo á como obraron nuestros predecesores, menos esperamos un buen éxito por parte del 'público. Por lo demás, el
verdadero artista, el que busca en el arte la verdad por la verdad y la belleza por la
belleza ¿está ulguna vez seguro de haber triunfado? Está demasiado en posesión de su
sentimiento y demasiado poseído por su ideal, para estar nunca contento de la forma
que él mismo le da, ni para encontrar nunca una forma adecuada á la que élsoñó.
Ante el temor de que este arte, tan inmensamente popular en su país, no quedase
demasiado inaccesible para los hábitos de espíritu y de oídos de otras naciones, hemos
(1) Escoliastas: los literatos que tomaron á su cargo recoger y depurar los poemas de Homero,
(2) Nueva Gaceta de la Música. Es la Revista que fundó y dirigió Scbumann,
-241creído que sería útil acompañar esta epopeya sai generis de algunas palabras explicativas, haciéndoles preceder de un prólogo. Pero este prólogo pasó bien pronto los límites á que debía de haberse reducido y no se dejó escribir de una vez. Desde entonces -de esto hace ya seis años—nos ha sido preciso entregar á los azares de la publicidad nuestro volumen titulado Rapsodias húngaras, sfn que nos haya sido posible
agregarle la especie de carta de recomendación de que habíamos pensado proveerle.
Contrariamente á nuestras previsiones, y en virtud de un efecto debido á ese no sé
qué cuya influencia es tanta sobre todas las cosas cuando menos lo esperamos, el público pareció comprender aquella extraña poesía. Y se complació en escuchar con gusto los diferentes cantos, á pesar de que habíamos procurado muy cuidadosamente no
hacerle fácil el acceso y sin trabajo alguno.
Las Rapsodias húngaras tuvieron un éxito, como se dice en la jerga del oficio.
Ellas se explicaron por sí mismas, y ganaron su causa. Mientras que este suceso musical se verificaba sin ayuda de la palabra, se acabó el prefacio comenzado, y hoy se
presenta aquí, en estas páginas, á los oyentes simpáticos, por la nueva epopeya. Estos
(¿la leerán por ventura?) verán que si hemos entretenido largamente á nuestros lectores con ios Bohemios y su música en Hungría, era con la esperanza de facilitar la
adopción de esta música—tan adorada en nuestra patria—en la más elevada esfera del
arte: en la esfera que es común á la humanidad entera y en donde todos los pueblos
beben en las fuentes vivas de donde nace toda la poesía sublime. Esta esfera, que el
progreso de los tiempos parece que ha de extender cada día, recibiendo cada día también nuevos adeptos, fué ya bautizada por Goethe con el nombre de Weltlitleratarí
Literatura universal.
AI publicar una parte de los materiales considerables que tuvimos ocasión de reunir
durante nuestras largas relaciones con los bohemios de Hungría y con los coleccionadores de sus principales temas; así como al transportar estos temas al piano, por considerar á éste el instrumento que mejor podía presentar en su completa identidad el
sentimiento y \a forma del arte moderno, fué preciso dar á aquellos temas un nombre
genérico que indicase el carácter doblemente nacional que nosotros concedíamos á dicha música. Por esto hemos llamado á la colección de todos estos fragmentos Rapsodias húngaras.
Con la palabra Rapsodia hemos querido designar el elemento fantásticamente épico que hemos creído reconocer en aquellos temas. Cada una de estas producciones nos
ha parecido siempre formar parte de un ciclo poético notable por «la unidad de su inspiración eminentemente nacional, en el sentido de que ésta sólo pertenece á un pueblo cuya alma y cuyos sentimientos íntimos expresa perfectamente, sin que en ninguna otra parte hayan sido ellos expresados con tanta claridad, y al mismo tiempo en una
forma asimismo propia de este pueblo y por él creada y practicada.» Estas piezas musicales no narran hechos: es verdad; pero los oídos que sepan escuchar, sorprenderán
en ellas la expresión de ciertos estados de alma en los cuales se resume el ideal de una
nación. Que ésta sea una nación de parias ¿qué le importa al arte? En cuanto ella ha
tenido sentimientos dignos de ser idealizados y los ha revestido con una forma fascinadora de ideal belleza, ha conquistado el derecho de ciudadanía en el arte, aunque no
lo tenga en otra parte alguna. Derecho ideal en una ciudad ideal, él no puede darlos
¡ay! más que esta «sombra de un ensueño»: ¡la gloria!
Por otra parte, hemos llamado húngaras á estas rapsodias, porque no hubiera sido
justo separar en lo porvenir lo que no había estado desunido en e! pasado. Los magya*
res han adoptado á los bohemios como músicos nacionales; se han identificado con sus
sentimientos bravos y generosos así como con las conmovedoras tristezas que tan bien
saben expresar. No solamente se han asociado á ellos en sus Frischka, que celebran
«legrías y festines, sino que han llorado-sus penas escuchando silenciosos y recogidos
-242sm Lassan. El pueblo nómada de los «Ziganos» que, repartido por diferentes países
cultiva en todos ellos su música, no le da en ninguna parte el valor que ésta tiene en
el suelo húngaro, porque en ninguna parte como aquí encontró aquélla la simpática popularidad necesaria á su engrandecimiento. La hospitalidad liberal de los húngaros para con los bohemios, fué tan necesaria para la existencia de su música que ésta pertenece tanto á unos como á otros, pues sin éstos ni aquéllos no podría existir. Si á unos
les hacían falta cantores, los otros tampoco podían vivir sin oyentes. La Hungría puede, pues, reclamar con legítimo derecho este arte como suyo, pues se ha nutrido con
sus trigos y sus viñas, ha madurado bajo su sol y á su sombra, y ha sido aclamado con
la admiración de ella, adornado, embellecido y ennoblecido gracias á sus predilecciones y á su protección; así ha quedado tan íntimamente unido á las costumbres húngaras que se enlaza con las memorias más gloriosas de la patria, tanto como con los recuerdos más íntimos de cada húngaro.
Como una inmortal conquista, está llamado á figurar este arte entre los más hermosos títulos de nuestro país; que su imagen quede, pues, incrustada cual preciosa me;
dalla que se acuñó en país apartado, en uno de los florones de su antigua y magnífica
corona.
FRANZ L I S Z T ,
C o n s e c u e n t e s e n n u e s t r o propósito de h a c e r de n u e s t r a
"Revista,, una tribuna libre, p u b l l e a m o s e s t e n u e v o articulo
d e l s e ñ o r Villar, dejando á s u autor l a r e s p o s a b l l i d a d de s u s
afirmaciones.
SOBRE LA SOCIEDAD NACIONAL DE MÚSICA
PARA LA FILARMÓNICA Y EL CORRESPONSAL DE GIJÓN
Sería en mí una falta de atención no contestar, aunqus sea brevemente, á los amables señores que ocultan su nombre con los seudónimos de «Filarmónico» y «Corresponsal» en el diálogo inserto en el último número de esta REVISTA, á propósito de mi
artículo, pequeño desahogo sobre la Sociedad Nacional de Música, publicado en el
número 8 de la misma.
Voy á comenzar diciendo al Filarmónico que, efectivamente, en mi artículo no concretaba nada, ni era ese mi objeto; le escribí sencillamente para lanzar la idea de la Sociedad, idea con la que simpatiza mucha gente aficionada á la buena música y muchos
profesionales, y que creo de fácil realización, contando con personas que reúnan ciertas condiciones de actividad, inteligencia y entusiasmo. Y hay que fundar esta Sociedad, que es de necesidad apremiante y cuestión de vida ó muerte para la música española y para el arte nacional. Porque, fíjese el culto Filarmónico: con la federación de
las Sociedades Filarmónicas viene enseguida la anulación, la desaparición de nuestros
artistas, ¡y no digo nada de los compositores! si la discreción y el amor á lo nuestro
no ponen coto á la hostilidad, si, señor Filarmónico, á la hostilidad hacia los mismos
españoles, de los señores que componen la Junta directiva de la Filarmónica Madrileña, que es la que da el tono á las Sociedades de provincias, las cuales acabarán por
imitar—quisiera equivocarme—todo lo que hace la de Madrid. ¡Qué incompatibilidad
habrá, señor, en oír lo más notable del extranjero con lo bueno de casa! Suponiendo
qtíe haya algo bueno en España...
Otra cosa: si el éxito de la Filarmónica Madrileña no fuera, en genera!, una cuestión úe moda (tengo el convencimienlo, porque conozco muchos socios, de que á una
gran parte de la Sociedad lo mismo le da oír música española que china; además no
suele asistir á los conciertos, por término medio, ni el cincuenta por ciento de los socios) si no fuera, repito, una cuestión de moda, ¿cree el Filarmónico que dejarían de
asistir á:los conciertos que celebran los cuartetos «Español» y «Francés», los de la
Sociedad de instrumentos de viento y á otros conciertos públicos, cuyos programas
-mssóti excelentes y los precios baratísimos, esos seiscientos aspirantes que figuran cOflátantemente en la lista de la Filarmónica Madrileña?
Debo advertir al Filarmónico que soy socio hace años de la Filarmónica Madrileña,
y que como socio estoy may contento y muchas veces he elogiado, aunque no necesite
de mis elogios, la organización modelo de esta Sociedad, que sería perfecta si no fuera tan sistemática. Pero como músico y músico español...
Ya sé que á esto contestan algunos señores de la Junta directiva, que todo el mundo puede asociarse para lo que estime por conveniente; está bien: por eso insisto é insistiré en la necesidad de organizar una Sociedad para hacer todo lo contrario respecto
á obras y artistas, de lo que hace la Filarmónica Madrileña, que de manera tan injusta
y sistemática procede con sus compatriotas los músicos españoles.
En cuanto á lo que dice el Filarmónico de que los artistas no envían nombres de
autores españoles, en sus programas, nada he de decir por ahora; tiempo habrá. Es un
asunto delicado para tratarlo ligeramente. Mientras no tengan curiosidad é interés los
filarmónicos de provincias por oir obras de determinados autores españoles, no esperen que los ejecutantes (puede haber algnna excepción) envíen firmas nacionales en
sus programas.
Gracias por las ausencias que el Filarmónico y el Corresponsal de Gijón guardan
de este entusiasta de la música y de los músicos españoles y... hasta de las Filarmónicas que realizan, indiscutiblemente, una labor de cultura que todos reconocemos.
ROGELIO VILLAR.
'^«^» •-^"tí-
D e s p u é s de c o m p u e s t o e l articulo del s e ñ o r Villar, r e c l b l m o s d e u n artista, al que r a z o n e s e s p e c i a l e s l e i n d u c e n á firmar con seudónimo, el que insertamos á continuación, en
v i r t u d de l a s m i s m a s c o n s i d e r a c i o n e s e x p u e s t a s e n e l e n c a b e z a d o d e aquél.
Los lectores de la REVISTA conocen el pequeño manifiesto del señor don Rogelio
Villar, en pro de una futura y posible Sociedad Nacional de música. No tenemos á mano el número en que apareció el trabajito ese, pero tenemos «1 del <A. B. C.» correspondiente al 2 de Octubre, que, salvo algunas variantes de escasa importancia, lo reproduce, sin acusar la procedencia.
La buena fe del señor Villar es evidente; no hay que ponerla en tela de juicio... pero el estilo, el tono algo disonante del susodicho manifiesto nos ha sorprendido.
La obra cuya realización preconiza el señor Villar es obra de unión, de concordia y
de orden; es obra patriótica, indudablemente. Pero la manera algo... desaliñada (excúsenos la franqueza) en que el proyecto se nos manifiesta, á pocos ha de seducir; ó á
nadie.
Obra de unión, concordia y orden ha de ser la Sociedad Nacional de Música, y sin
embargo, el manifiesto del señor Villar asesta, con sensible ligereza, tin formidable
palo á las Filarmónicas españolas, olvidando ó no queriendo reconocer—sabe Dios por
qué—que á estas Filarmónicas debemos, casi exclusivamente, cuanto en materia de
música se ha hecho de algunos años á esta parte en España; que en ellas hemos oído
infinidad de obras que conocíamos poco ó nada... y que por ellas, únicamente por ellas,
nos ha cabido el enorme gustazo de admirar artistas que, sin duda, los que no salimos
«de casa», no hubiésemos oído nunca...
Los estatutos de algunas de estas Filarmónicas, á pesar de su bellísima intransí-
-244gencía—y aun quizá por esa intransigencia misma—revelan una cultura en cuanto á
ideas, un progreso en cuanto á ideales y una disciplina en cuanto á hechos, que ni en
sueños creímos nunca realizable en nuestra indómita España. Los programas de muchas de ellas, el modo con que son presentados, su redacción y su contenido, son modelos de orden y de lógica que—nos consta—envidian muchas sociedades extranjeras.
Pero explicable, muy explicable es que estas sociedades opongan á veces cierta resistencia á contratar artistas españoles; nos conocen, saben de qué pié cojeamos... y
no ignoran que únicamente así se librarán de la presión funesta de las influencias oficiales, de las recomendaciones y empeños oficiosos, de las tutelas que de algunos pa.
rénteseos surgen, de los mil y un compromisos que de las relaciones cotidianas, regionales, de barrio y aun de café, emanan, inevitables, las más de las veces, en nuestro
patriarcal país, sobre todo. ¡Algunos ejemplos andan por ahí! Pocos, pero suficientes
para alarmar muy justamente á los directores de esas excelentes Filarmónicas.
Pagan, cierto es, justos por pecadores á menudo. No obstante, en esas «inexpugnables» Filarmónicas han penetrado ya Casáis, Granados, Manen, Viñes, Bordas, etc.; y
en algunas de ellas oiremos este invierno á Nin, Blanco-Recio, etc. ¿Le parece poco al
señor Villar?... Cree él, sinceramente, que quedan muchos más, de los que fuera de
casa han cosechado aplausos, laureles y títulos?...
Las Filarmónicas han satisfecho y siguen satisfaciendo uno de los múltiples aspectos del patriotismo, acogiendo en sus conciertos á los más eminentes de los virtuosos
actuales. Queda tiempo y dinero para los otros... pero créalo, señor Villar, no quedan
muchos más...
Pero patriotismo es también—y patriotismo muy bien entendido—traer á España
elementos extranjeros capaces de abrirnos nuevos horizontes, ofrecernos nuevos puntos de observación, de comparación y de estudi», y no limitarnos á lo nuestro, escaso
y mediano con frecuencia... sea dicho entre nosotros. También eso es hacer patria, señor Villar... Y crea que ahí la moda, el snobismo, el prurito de exhibición nada tienen
que ver. Son, éstos, defectos inherentes á todos los públicos del mundo; no es un privilegio español.
Pero así y todo y aun suponiendo que las Filarmónicas españolas no hubiesen contribuido á mejorar nuestro ambiente—lo que sería una perfecta ingratitud—tamptco hay
que achacar á la falta de ambiente y protecciones oficiales nuestra tradicional pereza,
nuestra secular desidia. Estudiamos poco, hacemos poco, producimos poco y nos quedamos con ello en casita... Así quedó manifestado cuando hace unos meses dos hispanófilos franceses quisieron organizar, en París, unas audiciones de música española;
nadie ó casi nadie contestó al llamamiento que ellos hicieron... Y al fin... tampoco somos tantos en producir algo que valga realmente la pena; muy pocos, aunque ya van
saliendo,.. Y de cuanto hacemos, poco quedará; somos «jóvenes» aún. Antes de alcanzar la forma definitiva, la esencia fija y durable de nuestro nacionalismo, el aspect*
preciso de nuestras construcciones sonoras, ese algo que hará de nosotrosj músicos
ejemplares, originales y realmente españoles, romperemos muchas páginas y aun obras
enteras... Hay algo bueno, muy bueno... pero es poco aún; muy poco... y no precisemos; ¡hay que ser discreto!...
La actitud de las Filarmónicas es perfectamente lógica y aun provechosa; ¿dónde
iríamos á parar si, por ser nuestra, dieran cabida á toda la musiquita que por ahí anda,
encumbrada por unos, ensalzada por otros, elevada al quinto cielo por algunos... y tan
discutidada por muchos... !¡No sería poca la «exhibición» entonces!... ¿Dónde iríamosá
oir, á admirar, á escuchar religiosamente los grandes, los nobilísimos ejemplos que
nos dan ahora esas sociedades?...
Lejos de nuestro espíritu negar ni discutir siquiera la bienhechora influencia de un
buen ambiente; pero es que ya hacemos de esto un estribillo que nos sirve de tapadera
para todo; todo se lo achacamos al ambiente... como ciertos inconformes irascibles
se lo atribuyen todo al gobierno, cualquiera que sea... y no obstante, ¿qué maestros,
-245qué ambiente, qué protecciones oficiales ni oficiosas tuvo Bach, nuestro Padre Eterno?... Las que se hizo él, y pare usted de contar...
Y no hay que darle vueltas; cuando se tiene «algo» dentro no hay quien lo sujete...
pero cuando no, el ambiente sirve lo que un peine á un calvo; para rascarse, y gracias.
Suponiendo, sin embargo, que se realizara y generalizara la aspiración del señor
Villar, y que se convirtieran en Nacionales todas las Filarmónicas, ¿sabe lo que de
ellas surgiría inmediatamente?... Pues discordias, envidias, burlas, mezquindades y
tonterías, como siempre que nos quedamos «nosotros solos». Discordias por derechos
atribuidos á quien quizás no los merecía; envidias para el que obtenga éxito, que ese es
el pago que acostumbramos dar al talento en España; burlas, porque siempre habrá el
tradicional candido... mezquindades y tonterías, porque así lo hacemos todo cuando
nos quedamos «en casa». . y queremos hacer Paaatria... Los ejemplos abundan en
nuestra historia artística, pero si así no fuera, el propio manifiesto del señor Villar
constituye uno de ellos, preciosísimo.
El señor Villar, mal inspirado sin duda, establece en ese manifiesto, dos categorías
de músicos españoles: los de fama mundial y «los que ya van siendo conocidos y admirados fuera de España»... Entre los primeros figuran Pedrell, Casáis, Manen, Granados, Viñes, Morera, Arbós, Lassalle, María Gay, Viñas, Rubio, Malats... Bretón, Quiroga y Sala... ¿Cree realmente el señor Villar que todos estos nombres gozan defama
mundial?... Entonces, ¿dónde empieza y dónde termina el mundo?...
No entraremos á discutir tan delicado punto, por tratarse de amigos nuestros casi
todos, ¿pero no le parece al señor Villar que hay una considerable distancia entre Quiroga, por ejemplo, que acaba de obtener un primer premio de violín en el Conservatorio de París, y que, por consiguiente, empieza ahora su carrera, y Falla, Turina, Ribo
y Nin, que él coloca entre los que «ya van siendo conocidos»?... Falla y Turina son conocidísimos y muy apreciados en Francia; gozan allí en los centros artísticos, de una
casi popularidad honrosa para ellos y para nosotros, españoles. Son dos eminencias
artísticas.
Ribo disfruta, en París, de una muy legítima y antigua admiración. Y Nin es de los
que más renombre ha alcanzado entre los jóvenes, porque su acción ha comprendido
Francia, Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, Suiza, Dinamarca, Polonia... y hasta
Cuba. Ha profesado, además, en París en la «Schola Cantorum», en Bruselas, en la
Universidad Nueva (instituciones de las cuales es hoy profesor honorario) y en Berlín.
¿Cómo es posible además, confundir los nombres de Pedrell, Granados, Casáis,
Arbós, etc., con el de Quiroga, discípulo ayer todavía del Conservatorio de París?...
¿De qué sirve entonces una carrera casi universal, señalada por continuos éxitos, durante largos años, como las de Casáis, Manen y Nin, que son los que actualmente extienden más su actividad como «virtuosos»?...
Si el criterio del señor Villar impera en esa proyectada Sociedad Nacional, ¿cuántos errores como éste tendremos que hacer notar?...
El mismo criterio se manifiesta cuando cita, en el transcurso del mismo trabajo, á
Gayarte, Eslava y Arríela... con Vitoria, Morales y Guerrero... ¿No hay exageración
en ello, señor Villar?...
¿No la hay todavía en la atribución de fama mundial á artistas que sólo cuentan en
su corta historia, un puñado de éxitos regionales de dudosa especie?...
¿No ha de herir esa inesperada y extraña clasificación muchas susceptibilidades?...
Ya lo ve el señor Villar; en cuanto «nos quedamos solos» y trabajamos «pro Patria»
perdemos la brújula. Así su primer grito en favor de la Sociedad Nacional de Música
va acompañado de una mueca de desprecio para las Filarmónicas españolas y de una
clasificación de nuestros músicos que por lo injusta y arbitraria á muchos ha de doler.
•••*•*
'
•
Obra de orden, de concordia y de unión ha de ser una Sociedad Jíacional {de Música, y cuantos á su realización cooperen deben recordarlo. No hay que demolerJpara
construir bien; ni hay que despreciar ó censurar lo hecho para hacer mejor, si mejor
- 246 cabe. Y hay que evitar cuando se solicita la opinión el emitir juicios que puedan extraviarla.
El primer deber de la Sociedad Nacional de Música, si se constituye—y votos hacemos para ello—ha de ser rendir homenaje á la acción útilísima, oportuna, provechosa
é inteligente de las Filarmónicas españolas, y solicitar la adhesión de los músicos españoles, todos, sin excepción, sin pretender establecer de antemano fantásticas categorías donde ejercer puedan su capricho mal informados jueces.
Quedaráie siempre ai seflor Villar el honor—que no le discutimos—de haber sido e
primero en romper una lanza en pro de esta bellísima idea; si saltaron algunas astillas
es cosa que poco importa. Con recogerlas basta. Es lo que hacemos con el propósito
de evitar que otros con ellas se hieran...
CHANTECLAIR.
jffoVittticitto ttitisicsl en apatía y el extranjero
BAYREUTH Y MUNICH
(CONCLUSIÓ.\)
No es posible establecer diferencias entre los cantantes de ambos teatros, sobre
todo desde que, para bien del arte, ha desaparecido cierta separación que en los primeros años del Príncipe Regente, había entre ellos. Hoy, tai línea divisoria no existe.
El seflor Urlus cantó en Bayreuth el Sigmundo y en Munich el Tristan. El Sigfrido
de Bayreuth, Bay, habrá desempeñado el referido papel de Tristan en la representación del 30 de Agosto, en Munich. La célebre cantante Schumann-Heink fué la Erda de
ambos teatros.
Tampoco me atrevo á establecer comparaciones entre los dos directores de orquesta de la Tetralogía. Dirigió la de Bayreuth, Bálling, según nos aseguró un acomodador, porque persiste allí la inexplicable costumbre de no estampar en los carteles el
nombre del Kapellmeister de turno.
El director en Munich fué Lóhse, de Colonia, quien á mi juicio llevó la orquesta con
mayor vigor, á pesar de que El Oro y la Walkiria me agradaron más en Bayreuth. Para calificar á un director se necesita conocer á fondo las partituras y verle en los ensayos. Aquí, en España, se les juzga, en general, muy de ligero, fijándose las gentes
casi exclusivamente en sus movimientos y en el modo de llevar el compás y de marcar
los efectos. No me refiero á las personalidades muy caracterizadas como Richter, el
finado Mottl y otros cuya labor no admite duda alguna por ser reflejo de esa misma
personalidad acentuada de cada uno.
Richter dirigió los Maestros Cantores en Bayreuth. De su labor y en general de
las representaciones de esta hermosa obra y de Parsifal está encargado el conocidísimo corresponsal en Berlín de la REVISTA MUSICAL, mí distinguido amigo señor Múgica, á quien tuve el gusto de encontrar en Bayreuth. Allí lo conocí, en el verano
de 1902.
Me contendré todo lo posible al hablar de los cantantes. No quiero ser pesado y
menos hacerme antipático á los lectores de esta Revista, con detalles innecesarios.
Bary, como incidentalmente he indicado ya, hizo el Sigfrido, en Bayreuth. Dotado
de hermosa y bien timbrada voz, la deja á un lado en el referido papel, para adoptar el
temperamento endiabladamente engolado, que voy viendo es como de precepto en la
interpretación del héroe de la Tetralogía. Casi todos los tenores alemanes, excepción
^ 247 hecha de Burrian, cantan Sigfrido del mismo exacto modo, con un aire especial, qué
en los recitados no líricos toma cierto carácter de pedantismo majadero. No se cómo
explicarlo mejor. Abusan además de lo que yo llamo el ultra-declamado aun en los recitados líricos que, sin embargo, son cantabiles y que deben cantarse y no gritarse, de
modo que se perciban claras y definidas las notas, lo cual dista mucho de suceder con
bastante frecuencia.
Comprendo que á determinados papeles como el de Alberico convenga ese ultradeclamado y aun asi, no olvidaré la magistral manera de interpretarlo de un tal Davison, en Bayreuth, hace unos años. Aquel artista sabía cantar declamando. No me explico que Sigfrido, excepción hecha de la melodía de la fragua, que canta, esté dando
voces más ó menos fuertes durante toda la ópera.
En Munich, cantó Sigfrido, el tenor Kraus, de Berlín. Siempre lo conceptué como
uno de tantos tenores alemanes, exactos, seguros, pero de voz metálica, y huera, y de
muy poca habilidad artística. Ahora está hecho una ruina. Si Bary con su hermoso registro, adopta el que he indicado, puede suponerse de antemano que Kraus exagera
más aun el procedimiento, porque no es capaz tampoco de otra cosa. Fué antes caballero del grito y hoy el grito es lo único que le queda.
La primera vez que oí el Sigfrido fué en Bayreuth. El último dúo, me hizo el efecto
de estar en texitura extremadamente elevada; tales fueron las voces descompuestas y
desaforadas que dieron Kraus y, si mal no recuerdo, la Quibranson, de quien hablaré
enseguida. Miré después la partitura y vi que no había tal cosa. No sabía yo entonces
que la mayor parte de los cantantes alemanes, sea por cuestión de raza, sea por mal
método de canto, sea por falta de intuición artística, no alcanzan las notas agudas con
esa facilidad, aparente ó real, tan agradable al oído, de los artistas latinos, sean italianos, españoles ó franceses.
Así es que, iniciada en ellos la decadencia, son enseguida gentes al agua, porque
no tienen la habilidad envidiable de los latinos para suplir con recursos de buena ley
la deficiencia de facultades y para prolongar así en ocasiones, durante años, su carrera
artística, con gran contentamiento del público.
Aunque no viene á cuento precisamente, creo deber mencionar el Sigfrido que hizo
Burrian, en Munich (no recuerdo la fecha). El y Brunhilda, que era una artista norteamericana, de apellido parecido al mío, cantaron de modo tan admirable el dúo último,
que, por primera y última vez, vi con asombro á aquel público tan correcto, aplaudir
rabiosamente, sin esperar á que la orquesta callase. Pues bien, Burrian no gritaba, sino que cantaba con fe, entusiasmo y arte verdadero.
La benemérita y ya algo veterana Qalbranson, antes citada, parece tener en propiedad el papel de Brunhilda, en Bayreuth. Cantante concienzuda, correcta, segura, impecable, no me satisfizo nunca sin embargo. Parece que canta mecánicamente. No se
busquen en ella los matices de voz, las inflexiones, los detalles, ese algo misterioso é
indefinible, que constituye el arte. Con su voz algo averiada me gustó más la Walker,
en Munich, precisamente por lo indicado, porque hay más arte en ella. Y si hablamos
del accionado, yo se de memoria cuándo la excelente Gulbranson va á emprender una
carrerita á la derecha ó á la izquierda, cuándo va á levantar los brazos en alto como
para cojer el cielo con las manos y cuándo va á dejarlos caer en signo de resignación
dolorosa. Se mueve también á máquina; las recetas escénicas son demasiado visibles y
perjudican á la necesaria ilusión del espectador.
Dispénseme el Rey de los dioses, Wotan, que por una irreverente ligereza no haya
empezado por él, cual corresponde á su muy elevada categoría. Quien tantos tropiezos dio en su vida, perdonará mi falta seguramente.
Cuando falleció en Bayreuth el admirable barítono Bertram, se encargó del papel
de Wotan, Soomer, cantante concienzudo y seguro, que viene desde entonces desempeñándolo, sin interrupción, ó casi sin interrupción. Su homólogo en Munich, Feinhals
es más artista, pero ataca con dificultad las notas altas y desentona con frecuencia,
No sé á quién de esos dos excelentes barítonos dar la preferencia.
-248Ño quiero olvidarme de la prudente y virtuosa esposa de Wotan; no quiero dejar de
aplaudir á la Reuss-Belce, sub-directora artística de Bayrenth. Lo desairado del papel
de Fricka, es causa de que las gentes no se fijen como debieran en la hermosa dicción,
en el elegante fraseo, y en las actitudes trágicas de esa artista de cuerpo entero. He
ahí un buen modelo que imitar. No degenera en el aimibaramiento italiano, pero no cae
en el duro declamado alemán.
¡Qué pequeña parece, recordándola, la Fricka de Munich!
La Reuss-Belce llena, como suele decirse, la escena, mientras la Clairmont, de Munich, parece un personaje de segudo orden, como Froh ó Freia.
Cuando falleció, el aflo pasado, Briesemeister, muchos creyeron que serfa difícil
encontrar quien le reemplazase dignamente en el papel de Loge. El temor era infundado, por fortuna. Prefiero á Hensel, encargado este año en Bayreuth del referido papel, porque es más sobrio de movimientos que Briesemeister y porque declama menos,
ó dicho de otro modo, porque canta más.
Se me figura que en los artistas jóvenes alemanes, hay cierta tendencia á huir de
los excesos del ultra-declamado y de la incomprensible manía de decirlo todo cortado
(haché), de tal modo que la línea melódica no se puede percibir. Tanto se ha hablado
del deficiente estilo y método de canto alemán, que posible es haya hecho efecto en
aquel país, ávido siempre de progresar en todos sentidos. Me alegraré de que no se
trate de una ilusión mía.
No quiero hablar de Walter, el desdichado Loge, de Munich. Tengo idea de que no
es viejo, ni mucho menos. Pues bien, no puede cantar, lo que hace es casi hablar y
francamente, la ópera, sea la melodía breve y larga y de una ú otra estructura, quiere
decir canto. Para hablar y gritar, es preferible ir á la tragedia, ó, como única transacción posible, al melodrama. La misma tendencia citada á huir del amenaramiento declamatorio, he notado en los dos excelentes Albericos; Habich, de Bayreuth y Zador,
de Munich. ¡Dios se lo pague!
Los asiduos concurrentes de Bayreuth saben perfectamente que Hans Brener hace
un Mimé insuperable. No estuvo mal en ese papel el de Munich, Kunh, auuque entre
ambos no quepa comparación ni como cantantes ni como accionado.
Urlus y Knote cumplieron á satisfacción en Sigmundo. Ambos tienen voz hermosa
y franca dicción, sin engolamientos de ningún género. Otro tanto digo de las dos SiegHndas, la Fay, de Munich y la Minnie Saltzmann-Stevens, de Bayreuth.
Ytermino con laTetralogía diciendo que lo mismo las hijas delRhin que las Nornas y
que los coros del Crepúsculo, estuvieron un poquito mejor en Bayreuth que en Munich.
Antes de dedicar dos renglones al Tristan, debo apuntar algo que tiene su importancia y que me suele desagradar en mis modestas críticas. Quien lea ésta, por ejemplo, se formará probablemente una idea equivocada de lo que, en conjunto, son las clásicas representaciones de Bayreuth y Munich. A fuerza de encontrarse con las deficiencias ó defectos que anoto, creerá que las funciones son real mente medianas. No hay tal, sin embargo. En ningún lado, hoy por hoy, pueden oírse las óperas de
Wagner, como en los dos teatros mencionados. Las admirables orquestas, la escena,
el conjunto, la circunstancia de que los papeles menos importantes estén encomendadas á artistas de primera fuerza, todo contribuye á que la emoción sea intensa y duradera, como en ningún otro teatro, ni aproximadamente siquiera.
Lo que hay es que no encuentro para mi resefla la pauta que necesito. Me explicaré. Yo entiendo que cuando las deficiencias ó defectos son pequeños, los renglones invertidos en mencionarlos debíau ser muy pocos; me parece que en cambio las excelencias y elogios deberían ocupar mayor número de cuartillas, para que de ese modOj
queden en la imaginación del lector grabados en la proporción cuantitativa necesaria
con los defectos. No sé si me explico bien todavía, y pondré un ejemplo. Si el lector
encuentra tres páginas relatando deficiencias y una empleada en elogios, tenderá á
opinar que los defectos superan á las buenas cualidades, como 3 á 1, por más que el escritor se empeñe en emplear los términos más adecuados en su resefla.
-249Yo quisiera guardar, en dimensión de lo escrito, la proporción verdadera y no lo
consigo. De ahí que me vea precisado á hacer una vez más la afirmación de que, quien
quiera hacerse cargo perfecto de las obras de Wagner, debe ir á Bayreuth ó á Munich;
de preferencia á Bayreuth. Sólo allí encontrará conjuntos perfectos, en cuanto cabe la
perfección en las obras humanas.
Dos palabras acerca del Tristan en Munich. Admirable orquesta, dirigida por Fischer. E! tenor Urlus, de voz abaritonada y timbre agradable, cantó bien su papel difícil y fatigoso, accionando, al final sobre todo, como actor consumado. Lo mismo digo
de la Weidt en Isolda. Canta con arte y pasión y es una actriz completa. Creo notar en
los artistas de Viena, co.no ella, más calor, más acción, en general, que en los artistas
netamente alemanes. Así la señorita Cahier, de Viena también, dijo admirablemente su
papel de Brangana; hermosa voz, dicción clara, arte, vida, todo lo reúne esa artista
notable. El pobre Van Rooy (Kurwegal) es otra ruina y eso que no tiene más que 41
años. Ha perdido por completo los agudos y aun la parte alta del registro medio. Queda el buen artista, pero no basta, porque constituye otro ejemplo más de lo antes
apuntado; no sabe defenderse y grita desentonado.
***
Me duele tener que declarar que no he podido asistir al ciclo Mozart y que del ciclo
Beethoven no he oído más que la cuarta Sinfonía. Para abarcarlo todo era preciso pasar en Munich un mes y yo no disponía de tanto tiempo.
Otras veces, el ciclo Mozart precedía al de Wagner. Este año han ido mezclados los
tres ciclos, lo cual me parece defectuoso, porque al oir hoy Tristán, por ejemplo, y
mañana Don Juan y al siguiente día Maestros Cantores, se reproducen en el ánimo del
oyente saltos bruscos producidos por escuelas tan diferentes, y esos choques vienen,
como todo choque, en disminución del poder asimilatorio y del poder de emoción del
oyente. A mí me cuesta cambiar rápidamente de maestro; el esfuerzo de adaptación
que he de hacer para ponerme en diapasón con cada uno de ellos, me roba calor, como
sucede en los fenómenos análogos de orden mecánico.
He dicho que asistí al concierto núm. 4 del ciclo Beethoven. Excelente orquesta,
diáfana, transparente y bien equilibrada como son las buenas orquestas alemanas. El
director LOwe, me pareció tener la dosis nerviosa tan útil para estos cargos, pero
contenida, dominada, sin lanzarse á exageraciones y violencias á que tan propensos son
algunos kapellmeisters latinos. El último tiempo ó número de la Sinfonía fantástica,
de Berlioz, que constituía la segunda parte del programa, lo llevó, sin embargo, de modo tal que el ruido formidable me hizo daño en el oído. No comprendo aquel frenesí
en director tan equilibrado.
** *
Los compañeros de viaje, que se quedaron en Munich, después de mi regreso, me
informan que en el ciclo Mozart resultaron muy bien las representaciones de Don Juan
y del Rapto del Serrallo, excepción hecha del tenor Walter, que parece estuvo deplorable. Era de prever.
Entiéndase lo que qiere decir «muy bien». Orquesta excelente, decoraciones y trajes perfectos, esmero absoluto en todos los detalles, y cantantes djscretos nada más,
aunque figuren como primeras estrellas en aquellos reatros. Los artistas alemanes,
salvo alguno que otro, no tienen la maleabilidad, la flexibilidad de voz necesaria para
cantar las obras de Mozart. No saben ligar, lo dicen todo, según dejo señalado, nota
por nota, no saben hacer poríamentos, no tienen, en fin, suficientemente educada la
voz para ese género tan delicado y fino.
Dirigió, me dicen, perfectamente Costolazi el Don Juan, y admirabablemeate
Strauss, El Rapto del Serrallo. En esas condiciones, las deficiencias de los cantantes
no son tales que pueden deslucir sensiblemente el efecto de los hermosos conjuntos.
San Sebastián 14 de Septiembre de 1911.
F. GASCUE.
-á50-
BCRLIN
Esta crónica t¡e.ne que empezar con una nota triste, el recuerdo de la muerte de un
hombre que hizo mucho por el arte en Barcelona, Alberto Bernis, cuyo retrato tengo
ante mí, acompañado del de Sigfried Wagner, que él me envió hace cuatro años. Conócíle personalmente (antes ya nos conocíamos de oídas) en el patio del teatro del
Príncipe Regente de Munich, siendo presentado por Gatti Casazza, á la sazón director
de la Scala de Milán y ahora del Metropolitan de Nueva York. Y presenté yo áambo al
príncipe Luis Fernando (esposo de la infanta doña Paz), cuyo asiento había ocupado yo
la noche anterior en un banquete del palacio de Nymphenburg, en el que había una docena de príncipes. Oímos juntos Meistersinger. Y á poco me escribió; «Recién tuve la
satisfacción de montar los Maestros Cantores con éxito verdaderameníe extraordinario. A nuestro amigo Arana le han hecho una trastada en el Real» (que dirigía más
bien su ahijado y sobrino mío Pepe Bilbao). Un barcelonés me escribe: «Los aficionados están de pésame. No sabemos cómo andará el Liceo. Según se susurra, el nuevo
empresario dará el ciclo del Anillo.» Descanse en paz el célebre director que tanto luchó, en época muy calamitosa, en pro de la buena causa.
Como norma de lo civilizado que es un pueblo, dicen que basta saber cuánto jabón
gasta ó cuántas flores compra (en nuestro país no rige lo segundo), ó cuántas bañeras
cuenta (empieza á haberlas en la casa española). Para calcular U) músico que un pueblo
es, nada mejor que el caso siguiente.
Un comerciante hizo con su familia, cerca de Berlín, una excursión, y cerró la tienda. Aparecen en la habitación, un primer piso, tres caballeros elegantes. Uno de ellos
se sienta al piano, y toca divinamente las piezas del repertorio más moderno, recreando al vecindario, especialmente á mujeres y niños. El segundo, á la ventana, lleva el
canto con la flauta, que manejaba al pelo. No se le veía el ídem al tercero en tanto. Hafiábase ocupado en otra música contante y sonante, registrando cómodas. Reunidas
unas cuantas joyas y embolsados unos cuantos marcos, fuéronse los señores con la
música á otra parte, sin que nadie les dijera una palabra, creyendo ¡os vecinos que fuesen parientes del inquilino. Decimos de una sabida noticia que la conocen hasta las
fatas. Ahora podemos decir que aquí son músicos hasta los ratas.
Empezó con furia el martirio concertil. La primera semana, envió la dirección de
Leonard billetes para cuatro conciertos nada menos, dos de ellos imprescindibles y los
otros interesantes, si bien tres veladas seguidas me hacen temblar. La dirección Wolff
mandó una Hsta, para elegir, de trece conciertos (guerrillas poco importantes); á ninguno fui. La temporada anterior me «comprimí» cuanto pude, y, con todo, pesqué la
segunda concertitis aguda. En la actual, he de comprimirme aún más, porque la salud
está ante todo.
Pero antes de entrar en materia, y aunque peque de largo en la introducción, recordaré /a /awi/Z/a de los instrumentos, de Apell, compositor de hace cerca de un siglo.
El ama de casa toca el violín y lleva la voz cantante. El amo toca el violón, papel tristísimo, figuradamente, sobre todo siendo calzonazos y cuando anda á tropezones. El
Segundo violín lo maneja la doncella, charlatana; pero tiene que acomodarse al primero. El violonchelo tócalo el secretario, que trabaja con el amo, y mejor á veces que él,
pero tiene que hacer cucamonas á la viola, que á su vez echa el ojo al ama, con espantadel contrabajo. Flautas son las hijas. Oboe y clarinete los hijos, que quieren más á
mamá que á papá. El fagot, primohermano del violonchelo, es el ayo de la gente joven, supliendo la autoridad paterna; apenas se la ve sin su compañía. Las trompas son
los amigos de casa, que á menudo desagradan al violón. Las trompetas, los timbales,
los trombones y los chémbalos son los criados de la casa, que aparecen cuando repican
fuerte; pero tienen que andar con pies de plomo, porque es gente levantisca que suele
enfurruñar al primer violín. El director de orquesta es... himeneo, de quien depende
qué piezas se han de tocar, y cómo será el concierto, si constará de alegres alegros ó
de lacrimosos largos. De haber conocido Apell la sétima sinfonía de Mahier, pudo ha-
-É51ber añadido que á veces se alborota el cotarro, y acaba como el rosario de la aurora^
á fagotazos, trombonazos y timbalazos.
Rompió el fuego en la hivernal campaña concertil un avanzado, como es natura!,
Mahler. ¿Conocen algo de él en España? Lo dudo. Roda decía: «En España solemos
vivir en esto de arte con 50 años de retraso.» Y Qascue: «En España varaos siempre
rezagados en arte como en todo.» Aquel añadía que la Orquesta Sinfójiica no se atreve
con él. Yo llevaba oídas ya las sinfonías tercera, cuarta, quinta y sétima, dirigidas respectivamente por Mahier, Strauss, Nikisch y Fried. A la memoria de aquel estaba dedicado el concierto en la Filarmonía, enteramente llena. Como que me sobró un billete
comprado, y se lo disputaron dos damas. ¡Yo metido á revendedor! Pero sin cobrar comisión como antaño en Bayreuth con los billetes del Anillo. Programa: 1. Marcha fúnebre de Beethoven (único intruso), latosamente dirigida; 2. Cinco Heder de muertos infantiles, cantados por Messchaert con arte y corazón; el principio del último recordaba
el comienzo del segundo cuadro de Rheingold, con su ritmo nibelúngico, que Wagner
debió de pescar viajando en ferrocarril; 3. Segunda sinfonía, en que tomaban parte el
Nuevo Orfeón, la Sociedad de Bach, el Coro Sinfónico, y las solistas Dehmlow, contralto, y Hempel. Osear Fried, gran amigo y entusiasta del compositor, estuvo á gran altura, material y moralmente, en su pulpito elevado, y dirigiendo como un maestrazo. Gl
publico, muy contento. La Sociedad de amigos de la música se portó al organizar tal
velada. Sobre la sinfonía, que no es de las de programa, por ser el difunto enemigo de
ellos, no me atrevo á emitir una opinión. Cuando la oiga otra vez, pues está anunciada
para otro concierto, acaso lo haga. Un crítico sentado á mi vera se durmió varias veces, y una de ellas intervino soltando unos ronquidos. Siento no saber en qué publica»
ción escribe sus críticas. Sería cosa de leer la que ha confeccionado sornando y roncando. Empieza la sinfonía tremolando los vioiines, y lanzando á todo empuje contrabajos y violonchelos un tema que parece desgarra el alma; siguen uno de trompas y
otro de vioiines contrastando tremendamente; la humanidad eleva sus quejas al cielo.
En cambio la segunda parte respira paz y jovialidad. La tercera empieza anubarrándose el espíritu, volviendo luego la calma. Costóle trabajo á Mahler decidirse á echar
mano del coro al final, por temor á que le tomaran por plagiario de la novena de Beethoven. Pero resolvióse á ello cuando el entierro de Hans von Bülow, al escuchar el coral de Klopsbock «Resurrección». La catástrofe viene al cabo, la lucha del hombre, y
su vencimiento. Termina la obra con «Resurrección». En el aburrido programa extenso
podrían haber copiado siquiera el ligero estudio que hizo de la Sinfonía Schiedermair,
en su folleto sobre Mahler. Acaso así no se habría dormido mi colateral, quien con otra
lumbrera crítica había antes platicado sobre la original composición, acerca de la que
no se atreven tampoco mis excelsos colegas berlineses á emitir su parecer, por encon»
trarse ante un problema no resuelto. Hay que tentarse la ropa antes de proctaoiar &
Mahler genio. Que habría llegado á serlo, es indudable.
Repito lo de la estación pasada: «Los conciertos de la Filarmónica Madrileña debe»
de ser algo muy estupendo, misterioso, piramidal, sensacional. En la clase de historia,
preguntaba un maestro á un alumno: «¿Cuándo y dónde venció quién á quién?» Yo pregunto: «¿Cuándo tocan quiénes qué?» Parodiemos una canción que berreábamos en
un teatro de aficionados:
Silencio místico
guardan los céfiros,
yArtetayRoda
chitos e s t á n . . .
También repito lo siguiente: «Haré lo que la mayoría de los críticos, escuchar u)i
par de números, y ¡largo! A no ser que se trate de conciertos grandes ó de grandes
conciertos. Permítaseme, además, egotizar y humorizar.
Los dos pequeños primeros fueron ejecutados en las salas Blüthner y KliBdworth'
Scharwenka. Primero, de composiciones suecas: 1. Olsson, Preludio y fuga para ótftano, obra 39 (estreno); 2. Manktell, Sonata para piano y violín, en mí mayor; 3. SjG^eri,
-252órgano, dos leyendas de la obra 46; Preludio y fuga, obra 49; 4. Paterson-Berger, Sonata en sol mayor, para violín y piano. Ni chicha, ni limonáa todo ello. Nada sobresaliente. Pero el organista, Irrgang, muy bien. El violinista Witt, y el pianista, Hoffzimmer, cumplieron.
Segundo concierto chico, de piano, por Wainstein-Muslina: 1. Baeh, overtura
(trascripción de Saint Saens, cuyo nombre, dicho sea de paso, es Santo-Santo, dos
formas de igual palabra latina, como Santo y Sáenz 6 Sanz); 2. Schumann, Sonata,
obra 22 (véase la «Historia de la Sonata», de Gáscue, pág. 247); 3. Liszt, Balada, Estudio de concierto en fa menor, Ab Irato; 4. Liszt, Años de peregrinación, suplemento
á la Italia. Ni fu, ni fa. Fara mí, lo curioso era oir el segundo número, que al día siguiente habría de tocarlo una que sabe lo que se pesca. Interesante fué un fortísimo á
pedal bajo; de la caja del piano, convertida en caja de Pandora, salieron disparados en
tropel todos los sonidos, como chicos de escuela á quienes dan impensadamente asueto
un hermoso día que convida á jugar al toro, á «hacer novillos».
En la Filarmonía, después de uno de los dos reyes de la orquesta, la reina del piano,
Teresa Carrefto. Todo vendido. Un billete comprado sobrante, me lo arrebataron al
punto, también sin ganar un cristo. Yo erré la vocación, creo debí dedicarme á revendedor. Lo pensaré. Mis dos primeros éxitos son seductores. Programa: 1. Chopin, Sonata, ob. 58; 2. Schumann, id. ob. 22; 3. Mac Dowell, id. ob. 59 (celta); 4. Liszt, Estudio en re mayor. Fuegos fatuos (estudio). Rapsodia húngara núm. 6. El público y la crf.
tica, entusiasmados ante ese marimacho que da quince y raya á la mayoría de los pianistas, y'ante la cual son pigmeos las pianistas todas. Es un verdadero genio esa mujer.
Posee además vigor, dulzura, poesía, encanto, toda la gama de matices. Es una maravilla
esa hembra por la que corre sangre española. Aun recordarán muchos paisanos la jira que
hizo por la península con el amigo Toledo, sobre quien hice una necrología que la envié. Con rasgo hombruno me escribió de Australia: «El artículo del cual usted me habla
y que tuvo usted la amabilidad de mandarme, nunca llegó á mis manos, lo cual siento
mucho, pues me habría sido muy grato leerlo. Esperando que su señorita hija haga
progresos con el Sr. Goztatowsky, quedo,» etc. Y luego viene una firma como de varón. Todos deploran que haya dado un solo concierto. Peina canas ya, pero parece estar en toda la lozanía de la vida. Lhéwinne no quitaba ojo de la artista ni un momento.
Mucho habrá aprendido de ella sin duda.
Bien empieza la temporada. Cero, y van tres conciertos de pistón. Dije en la crónica de marzo, (pág. 68) que Schattschneider es un gran director de orquesta. Y de mu.
cho porvenir. De nuevo dio un s oberbio concierto en la Singakademie. Programa: 1.
Ertel, Preludio de la ópera «Qudrum»; 2. Dvorak, Sinfonía en re menor, obra 18, estreno, obra compuesta en 1874 y que parece no satisfizo del todo á su autor, aunque tiene trozos hermosos, llenos de colorido, especialmente el allegro primero; 3. Kaun,
Nocturno, obra 76 núm. 2, estreno, magnífica composición, que valió al autor, sentado
en butacas, ovación estruendosa; id. Intermezzo, ob. 76 núm. 3, también bonita pieza,~
estrenada asimismo; 4. Taubert, tres números de la Suite en re mayor, para instrumentos de cuerda, excelentes composiciones; creo que el autor estaba no lejos de mí,
y que el público no entendió la indicación que hizo el director; 5. Bantock, «Dante y
Beatriz», Poema para orquesta, estreno, pieza de un rcípaje de Mackart, bombástica,
biensonante, perfectamente hecha, impresionista, al pelo interpretada. El director de
la Filarmónica (que era la orquesta en cuestión) no perdió ripio.
Aquí doy fin á la primera crónica. No quiero acudir á muchos conciertos, sino á buenos. De los pequeños diré algo. Y los evitaré cuanto pueda. Pero como á mis paisanos
les interesa saber de algunos artistas, pues no pueden contratar á la Filarmónica, á
directores como Fried y Schattschneider, y á la Carreño, hablaré de ellos.
Permítaseme que corrija la anécdota del número anterior referente á MottI. Así como Sigfried arroja el silbato diciendo «estúpida caña», asi Wagner le envió á paseo á
MottI diciendo que se fuese al cuerno con su «estúpida cerveza», que ni siquiera probó, airado.
-253Dije, en igual número, que acaso echaría mi cuarto á espadas en el estudio deJ colega Gáscue sobre Bayreuth y Munich. Veremos cómo termina. Hasta ahora va la cosa
bien.
Diálogo entre dos que ven crecer la yerba:
—A legua distingo yo si un piano que tocan es de Blüthner ó de Bechstein.
—¡Bah! Yo distingo al punto en el sonido si las cuerdas de un violín son de intestino de borrego macho ó hembra.
DR. P. DE MUGICA.
PARÍS
—Convéncete que su verdadero nombre es «el Navio fantasma».—Es posible, pero
como siempre se le ha llamado «el 6//?He/o/7/as/na!—Pura equivocación, porque la
palabra buque, hace creer más bien en un vapor correo á Buenos Aires con sus dos chimeneas, su salón de baile y su colección de turistas de ambos sexos. Este dialoguillo
teníamos un día el amigo Anónimo y yo, cuando la reprise en la Opera Cómica del
Buque Fantasma .primer acontecimiento musical del año, y para mí, completa novedad.
Navio ó Buque, como el lector guste, tiene en sí dos puntos culminantes; la Overtura
y el coro de hilanderas. Además, tiene un coro de pescadores ó marineros al comenzar
el acto tercero, muy agradable. El resto desciende al nivel IVleyeerberiano, pero de un
Meyeerber más refinado, más culto que el de Hugonotes. Volviendo á la Overtura,
añadiré que es una obra maestra, pero ¿quién no la conoce? En cuanto al coro de hilanderas lo tuve sobre mi cabeza durante una semana. La escena era un verdadero cuadro,
como decoración holandesa; como efectos de luz, media batería iluminada, y por el
lado opuesto sólo la luz que entraba por una ventana; como colocación de figuras y
sobre todo como música simple, harmoniosa, bellísima; ¡y vaya una impresión ésta para
comienzos de una temporada con su cortejo de estrenos agresivos! Como intérpretes
citaré á Renaud, que es un artistazo y á la Chenal con una voz hermosísima. La
Mise en scéne, muy bien como plástica, deja mucho que desear como maquinaria, pues
el buque ni anda ni se hunde; dada la fama de la Opera Cómica, se podía pedir más aún.
Los conciertos han empezado en punta y el primero que abrió calle fué el Cuarteto
Parent, en el Salón de Otoño, con su programa retrospectivo: Chauson, Chabrier y
Lekeu. Dos días después fué Hasselmans el que dio principio á los conciertos de orquesta y bien merece la pena de hablar en detalle de esta nueva asociación. Hasselmans
y Sechiari formaron sus orquestas casi al mismo tiempo y s i ^ e n caminos muy distintos. Son orquestas más pequeñas que las tres antiguas y, como es natural, éstas les
hacen mucha sombra, aun sin querer. Sechiari anduvo trampeando unos años con sus
conciertos por la noche hasta que por fin, como podía haberse tirado por el balcón, se
tiró á hacer la competencia á Lamoureux, Colonne, y Conservatorio nada menos, con
la diferencia de haber publicado de una vez los doce programas que piensa dar en e«
año á la misma hora de las tres grandes orquestas dominicales; porque es lo que dice
un amigo suyo periodista: «¿No es mejor abonarse á un sitio en el que se sabe lo que
se va á oir, que en las otras sociedades donde se está á merced de las sorpresas?».
Hasselmans toma otro rumbo muy distinto, pues aprovecha los resquicios y rendijas
que le dejan las grandes orquestas y en ellos se instala para sus conciertos. Por eso
dio su primer concierto el domingo 8 de Octubre, y como no había otro ese día, se llenó
la sala y el público aclamó al director y á su orquesta, que bien se lo merecieron por
su magnífica interpretación del Fausto de Liszt, y de la España de Chabrier. Esta
España es bien querida de los franceses, con sus sonoridades rutilantes, tan hermosa
como falseada; de ahí las equivocaciones en que incurren algunos críticos al tratar la
música española, lo que me recuerda una anecdotilla de la anterior temporada, y allá va.
Se tocaban en casa de M. Ecorcheville fos Caprichos Románticos, de Conrado del
-254Campo, y antes de empezar pregunta una dama, ya madura, con gran escote y muchas
joyas, á un señor obeso, calvo y también maduro, mostrándole el programa: c'est un
espagnol? Y al responderle afirmativamente el interrogado, la dama pone los brazos
en jarras y exclama contentísima: «0//é^ cagambá!» ¿Qué efecto pudo hacerle á esta
dama que esperaba un fandango, la obra de sentimiento franckista de Conrado del
Campo?
El domingo 15 empezaron sus tareas Lamoureux y Colonne. En la primera, Chevillard nos largó una sinfonía de Guy Ropartz, que aunque no vive en París viene de
cuando en cuando á darnos el opio. Su música me hace el efecto de un d'Indy sin talento ó de un Franck degenerado. También figuraban en el programa la Hiingaría de
Liszt y el Gallo de Oro de Rimsky. Renaud cantó algunos trozos de Don Juan de Mozart. En cuanto á Colonne, se despachó con la 9.^ Sinfonía de Beethoven y la Fantástica de Berlioz, y si se creyó Pierné que la falta de ensayos no se conocía, se equivocó
de medio á medio, pues había poco equilibrio en la orquesta. Esto aparte, se le hizo
una ruidosa y prolongada ovación á Pierné, quizás por los rumores que habían corrido
este verano, de que dejaría la dirección de la orquesta y lo reemplazaría Monteux, por
lo que me decía un músico el otro día: ¿Cree usted eso posible, siendo Monteux un israelita? Argumento ridículo, pues Colonne era también israelita y la dirigió más de
treinta años. La verdad del caso es que Monteux no tiene talla para escalar un puesto
tan alto, y que Pierné en cambio sabe lo que trae entre manos, y su interpretación es
muy interesante, salvo los días en que le entran las murrias y se pone gris.
Y se acabaron los Conciertos por hoy con las promesas de festival Liszt también en
Colonne, Parent que anuncia una sonata de Paul Dupin, el hombre de los ferrocarriles
de quien ya hablé el aflo pasado, y La Dannation de Faust por los Conciertos rojos
en el Trocadero, los cuales, según me notificaron ayer, también quieren meter la cucharada española en sus programas.
Para terminar contaré una historieta de fin de verano y perfectamente impertinente. Y sucedió que me dirigí una tarde á casa de mi editor, á causa de unas pruebecillas
reacias, y estando de charla, me presentó un número de la REVISTA, diciéndome le tradujera aquello. Aquello era el artículo de Villar, que le traduje íntegro y después de
escucharlo atentamente, me dijo atusándose su enorme mostacho rojo: «Entonces en
. España sucede lo contrario que aquí » En efecto,,es así, y por eso mismo hay que apoyar el heroísmo espartano de Villar y fundar esa Sociedad Nacional de Música como la
de aquí, pero una Sociedad amplia, sin trabas, bien europea, y en la que los compositores españoles no sean tratados como reclutas. iAmigo Roda, á ello!
JOAQUÍN T U R I N A .
Paria 20 Octubre 1911.
IVOTICIA^S
La directiva de la Asociación Wagneriana de Madrid ha dado á conocer, por circular á sus asociados, el programa artístico que se propone desarrollar en el próximo invierno. Comenzará sus tareas con un concierto que ha de celebrarse en el Teatro Real
uno de los primeros días de Noviembre, bajo la dirección del eminente maestro Walter
Rabí, con la cooperación de la Capilla Isidoriana y la Orquesta Sinfónica, los que ejecutarán un programa, compuesto enteramente de obras wagnerianas hace tiempo no
ejecutadas en Madrid.
A este concierto seguirán varias conferencias á cargo de eminentes literatos y otros
festivales artísticos que se hallan á estudio de la Directiva.
La circular explica las causas que han impedido obtener el concurso del célebre director Hans Richter y transcribe las cartas en que éste se lamenta de no poder acceder
á los deseos de la Asociación.
Por último, anuncia el abono á ocho miércoles wagnerianos, que tendrán lugar en
el Real, á contar del primer miércoles de la temporada, representándose la Trilogía de
-255El Anillo del Nibelango, por su orden natural, y los restantes dramas wagnerianos que
la empresa ponga en escena durante su temporada artística.
Como puede verse, la Asociación, apenas constituida, da señales de una actividad
digna del mayor elogio.
•"^"©"•~
Nos escriben de Buenos Aires que la temporada que acaba de terminar ha sido importante por el número de conciertos y la calidad de los artistas que en ellos han tomado parte. Los más eminentes virtuosos europeos han desfilado este año por Buenos
Aires, tales como Kubelik, Vecsey, Paderowski, los que han obtenido el éxito y la
cosecha de pesos fuertes á que se hallan acostumbrados. Sin embargo, los inteligentes,
que empiezan á abundar en la capital de la Argentina, no han dejado de observar cuánto hay de convencional y de artificioso en las exhibiciones de estos grandes malabaristas.
En cambio han producido en ellos profunda impresión los conciertos organizados
por la célebre cantante Felia Litvinne y el violinista español Andrés Gaos, los que han
dado una impresión verdadera de puro arte y han sabido conmover á su auditorio por
medios honrados y sinceros La primera es universalmente conocida, pero como habrá
muchos que habrán olvidado á nuestro compatriota Gaos, nos complace mucho consignar
el triunfo de este artista, triunfo que toda la prensa bonaerense proclama como muy
grande y legítimo.
En breve publicaremos más detalles de estas fiestas musicales, pues contaremos con
un corresponsal que nos tenga al corriente del movimiento artístico de la gran capital
sudamericana.
La ciudad de Tortosa celebra los días 28, 29 y 30 del actual importantes féste|(Js'éíl'
honor de su hijo predilecto don Felipe Pedrell, con motivo del homenaje que, como
saben nuestros lectores, organizó el Orfeó Tortosí. Habrá cabalgatas históricas, concursos, bailes y otras diversiones populares.
El acto del homenaje se verificará en el parque con asistencia de las autoridades,
niños de las escuelas públicas, y, seguramente, el vecindario todo de Tortosa, descubriéndose á continuación la lápida colocada en la calle que en lo sucesivo llevará su
nombre. La principal fiesta musical tendrá lugar el día 30 en el teatro, entregándose al
maestro en aquel acto el álbum con miles de firmas de sus admiradores y dando- una
conferencia el conocido compositor y crítico italiano Tebaldini.
Inútil es que digamos el entusiasmo con que la REVISTA MUSICAL se asocia á estos
actos, que son el digno premio de una labor perseverante y de un talento esclarecido.
No es sólo el centenario de Liszt el que se celebra actualmente: los franceses festejan estos días el de Ambroise Thomas, nacido el 5 de Agosto de 1811. Como la fecha
exacta de la conmemoración no era propia para espectáculos teatrales, las grandes escenas parisienses la han celebrado en este mes de Octubre, la Opera Cómica con una
representación de Mignon, la obra que, con el Fausto, detiene el record de los éxitos,
pues alcanzó días pasados la cifra de 1.440 representaciones, y la Opera con Hamlet
que será ejecutada tres veces, el 20, el 25 y el 30 con el barítono Renaud como protagonista.
,
• © •
Con motivo del centenario de Liszt, recuerda Le Menestrel una anécdota relativa á
la entrevista del futuro gran virtuoso (entonces tenía once años) y Beethoven, ya en
los límites de su vida. El mismo Liszt relató el hecho varios años después^ razón por la
cual no puede garantizarse la exactitud del diálogo, aunque subsista el fondo.
«Yo tenía once años, escribe Liszt, cuando mi querido maestro Czerny me condujo
á casa de Beethoven. Le había hablado ya mucho de mí y le había rogado que me oyese^
siquiera una vez; pero Beethoven sentía tal aversión por los niños prodigios que siempre rehusaba enérgicamente el oirme. Sin embargo, se dejó al fin convencer por el infatigable Czerny y le gritó con impaciencia: «tráigame usted á ese chiquillo» .Eran las
diez de la mañana cuando penetramos en la Schwarzspanierhaus donde vivía Beethoven; yo estaba tembloroso y Czerny me animaba lo mejor que podía.
Beethoven estaba sentado junto á la ventana delante de su mesa de trabajo; fios
lanzó una mirada siniestra, dijo algunas palabras por lo bajo á Czerny y se calló; después, á una señal de mi maestro, me puse al piano.
Toque primero una pieza de Ríes. Cuando concluí, Beethoven me rogó que tocara
una fuga de Bach; elegí la fuga en do menor del Clavecín bien temperé.
—¿Podrías transportarme esa fuga?—me preguntó.—Conseguí, felizmente, satisfacer su deseo. Después del acorde final, miré á Beethoven; su mirada se había fijado en
mí. De repente su ceño se desarrugó; una sonrisa iluminó su rostro y aproximándose
á mí: «jah, qué picaro!»—exclamó, tomando mi cabeza entre sus manos—«¡qué diablillo!.»
Estas palabras me devolvieron todo mi valor.—¿Puedo tocar algo de usted? pre-
-256ganté desvergonzadamente. Beethoven me hizo un signo de aprobación. Ejecuté la primera parte del Concierto en do menor. En cuanto hube terminado me besó, estrechándome entre sus brazos y exclamando:—«Tú eres un ser feliz; porque tú podrás dar la
alegría y la dicha á los humanos! No hay nada mejor en la tierra, no hay nada más
hermoso!»
El periódico de donde tomamos esta anécdota hace observar que este último pensamiento era bien digno de Beethoven y que cayó, como buena semilla, en terreno bien
preparado, pues Liszt hizo de él la norma de su vida.
Cuando creíamos pasada de moda, afortunadamente, la institución de los concursos
de orfeones y bandas, hé aquí que la villa de París apela una vez más á este lucrativo
recurso para la atracción de forasteros. El éxito va á ser prodigioso según parece,
pues aunque la inscripción no se cierra hasta el 15 de Febrero próximo, se han apuntado
ya nada menos que 455 Sociedades.
Se clasifican éstas por nacionalidades del siguiente modo: francesas 265, belgas 66,
holandesas 24, italianas 16, españolas 12, austríacas 6, suizas 27, de Alsacia y Lorena
25, del Gran Ducado de Luxemburgo 12 y del Principado de Monaco 2.
-^•-^
Desde hacía 25 años concurría la Orquesta Filarmónica de Berlín á la Kúrsaal de
Seheveningen, donde daba conciertos diarios durante la temporada estival. Ahora cesa
ea estas funciones, habiendo sido contratada para sustituirle la Orquesta Lamoureux,
la cual amenizará en adelante la gran playa holandesa bajo la dirección de Chevillard.
PÜBUCACIONES RECIBIDAS
Jeon Chantavoine. LISZT. Félix Alean. Edüeur. París. Precio; 3 francos
cincuenta.
El centenario de Liszt da actualidad al libro de Chantavoine, cuya segunda edición nos acaba de
remitir la casa editorial. Pertenece este libro á la serie de Los Maestros de la Música, que el editor
publica bajo la dirección del mismo M. Chantavoine y que constituyen una enciclopedia práctica de
un gran interés para los aficionados, dentro de sus proporciones relativamente restringidas.
El libro que ahora nos ocupa traza primeramente la vida de Liszt, aquella vida aventurera de
artista nómada, de creador y de apóstol. Toda esta narración es de un supremo interés y esti avalorada por todas las elegancias de un estilo brillante. Sólo se echa de menos que mientras el autor
se detiene en los amores del maestro con la condesa d'Agoult, deja un tanto en la sombra sus relaciones, tan llenas de espiritualidad, con la princesa de Wittgenstein. Pasa luego el autor á estudiar, analizándola con gran sentido crítico, la obra colosal del compositor, y termina señalando las
influencias sufridas por él y las que ejerció sobre sus contemporáneos y sucesores.
AI llegar á este punto es muy de agradecer á M. Chantavoine qne no se haya dejado llevar á los
deplorables extremos de algunos de sus colegas franceses, que con el designio aparente de ensalzar
á Liszt y el verdadero de denigrar á Wagner, no vacilan en presentar á este como una creación del
patriarca de Weimar, algo asi como el brazo que ejecuta, el simple instrumento de la voluntad de
su inspirador. Chantavoine reduce á sus justos limites la parte que, tanto Liszt como la princesa
Wittgenstein, tuvieron en la evolución estética de Wagner, y se contenta con señalar algunas coincidencias temáticas entre ambos autores, lo que, por otra parte, hace extensivo á varios compositores célebres.
Un catálogo de las obras de Liszt y una lista bibliográñca, completan esta obra digna por todos
C9aceptos de ser recomendada.—I. Z.
ItfOe s e ñ o r e s P r o f e s o r e s de m ú s i o a q u e s e s u s c r i b a n A e s t a
R e v i s t a t e n d r á n d e r e o b o A l a p u b l l e a o l ó n gratuita d e u n
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E u g e n i o J a u r e g u l . Afinador de pianos.—Se hacen toda clase de arregios y
reparaciones en pianos, armoniums y pianolas. Bailen, 19, 2." derecha.
E s c u e l a d e c a n t o . (Método Lamperti).—Dirigida por el tenor Lucio de
Laspinr.—Plaza Nueva, 8 Bilbao
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REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN
BILBAO
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