Tranströmer

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Año XXIII ● N° 1151 ● Montevideo, viernes 30 de diciembre de 2011
Premio Nobel de Literatura 2011
La hora de Tomas Tranströmer
Roberto Mascaró
una revista bilingüe que editábamos
en aquella época]... Pero creo que sería más serio pedirle autorización. No
sé cómo funciona el asunto de los derechos aquí.
—¿Cómo funciona? Llamalo por
teléfono y pedile...
Así de sencillas son las cosas en
Suecia, pensé. Ese día aprendí que
todo pensamiento protocolar, para los
suecos, pertenece al ámbito diplomático o empresarial. Las cosas de la cultura deben ser francas y abiertas... O al
menos así era por los 80, cuando no
había tantos millones de coronas en
juego, como en nuestros alegres tiempos del escritor-empresario, neoliberal
y transnacional. Llamé a Informaciones y pregunté por el número; Tomas
vivía por entonces en la ciudad de
Vesterås, cerca de Estocolmo.
Me respondió él y, para mi asombro, me dijo que pasaría al día siguiente por mi casa, ya que tenía que andar
por esos rumbos. La cosa se había resuelto en pocos minutos. Sin Internet
ni recomendaciones.
(desde Cartagena de Indias)
U
E
N
Ombú
NA MAÑANA de julio de
1981, dos años después de
mi llegada a Suecia, le conté
a mi compañera sueca de
esos tiempos que estaba empezando a
leer poesía nórdica —con serias dificultades, ya que por ese entonces necesitaba de la asistencia del diccionario a cada rato. Yo era en esos tiempos
un poeta inédito y bastante feliz. Pensaba que aunque publicase algo mío
en Suecia algún día, tendría garantizada la indiferencia del público local —
ya que escribía solamente en castellano— cosa que no me quitaba el sueño.
Vivía en una especie de ostracismo lírico que hacía más romántico aún el
oficio del poeta. Claro que a las chicas
les encantaba conocer a un bardo, no
importa qué lengua usase.
—Hay un poeta que me gusta mucho: se llama Tomas Tranströmer.
Ella, que era muy joven y no era
gran lectora de poesía, me dijo:
—Ah, Tranströmer. Es un poeta
muy conocido. Fijate que hasta lo han
citado en los noticieros de televisión...
A cada rato se gana un premio. Para
mí es un poco denso. —Ella prefería a
los poetas trovadores (Dan Andersson,
Mikael Wiehe, Cornelis Wreeswijk), a
los que había conocido bien cuando
era okupa en Estocolmo.
—¿Sabés? Hay un poema de Tranströmer que quisiera traducir. Podríamos publicarlo en Saltomortal [era
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S
T
E
N
Ú
M
NI HÉROE NI LÍDER. Al otro día llegó a
casa. Alto, flaco, canoso, picado de viruela, vestido con extrema sencillez:
frente a mí estaba el gran poeta nórdico nacido en Estocolmo en 1931. Nunca había conocido a un poeta tan informal y tan poco pretencioso, tan alejado del papel de héroe romántico o líder político que asumen tantas veces
los poetas latinoamericanos.
—Este es el barrio de mi infancia
—dijo sin preámbulos—. Yo vivía por
E
R
O
Washington Abdala 5 I Hermann Hesse 9 I Michel Foucault 10 I Luis Sepúlveda 11
Luis Tuya 6 I Eugène Ionesco 12 I Helen Levitt 4 I Arsénico en era victoriana 8
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aquí, calle abajo, y aquí crecí. De manera que llegar a Bondegatan [era el
nombre de nuestra calle] fue muy fácil.
Poco después de este encuentro,
Pepe “Veneno” Alanís abriría un boliche uruguayo a la vuelta de mi casa.
Se llamaba Cono Sur. Creo que allí tocaron varios famosos: Susana Rinaldi,
Los Olimareños. Quedaba ante una
pequeña plaza de barrio. Todo esto pasaba en aquella Suecia que sentíamos
como el fin del mundo, como otro planeta. En la otra esquina, había un trozo de Uruguay. A unas cuadras hacia
la estación de metro Slussen se instalaría Nordan, la editorial sueco-uruguaya que publicó mi primer libro, y también el sello que fundamos con Mario
Romero y Sergio Altesor, Siesta.
—Sin duda, puedes traducir los
poemas que desees —dijo Tranströmer. Yo te autorizo. En Suecia, el
autor es el único dueño de sus derechos de autor: no es posible enajenarlos; es lo que dice la ley.
El poema que yo quería traducir se
llama “Ensamhet” (Soledad) y no lo
traduje en aquellos días, sino este mismo año, para incluirlo en Deshielo a
mediodía (Nórdica Libros, Madrid,
2011). Es el segundo volumen, que
cierra su obra completa, totalmente
corregida:
I
AQUÍ ESTUVE a punto de perecer
una tarde de febrero.
El coche resbaló de lado en el hielo,
avanzó
por la senda contraria. Los coches enfrentados
—sus focos— se acercaron.
Mi nombre, mis bolsillos, mi trabajo
se liberaron y quedaron silenciosos
atrás,
cada vez más lejos. Yo era anónimo
como un muchacho en un patio de colegio rodeado de enemigos.
El tráfico contrario tenía luces poderosas.
Me iluminaban mientras yo conducía
y conducía
en un terror transparente que fluyó
como clara de huevo.
Los segundos crecieron —en ellos se
podía encontrar lugar—,
se hicieron grandes como pabellones
de hospital.
Uno podía casi detenerse
y respirar un instante
antes de ser destruido.
Entonces apareció un apoyo: un grano de arena que ayudó
o un maravilloso golpe de viento. El
coche se soltó
y reptó rápido a través de la ruta.
Un poste fue golpeado y quebrado —
30 diciembre 2011
un tono claro—
voló en la oscuridad.
Hasta que llegó la calma. Yo seguía en
el asiento
y vi que alguien llegaba entre la nevisca
para ver qué había sido de mí.
II
He andado por ahí largo tiempo
en los helados campos de Östgötland.
No se veía a nadie por ningún lado.
En otras partes del mundo
hay quienes nacen, viven, mueren
en continuo tumulto.
Ser siempre visible —vivir
en un enjambre de ojos—
debe dar una expresión particular al
rostro.
El rostro cubierto de arcilla.
El murmullo sube y baja
mientras ellos se reparten entre sí
el cielo, las sombras, los granos de
arena.
Yo tengo que estar solo
diez minutos por la mañana
y diez minutos por la noche.
—Sin programa.
Todos hacen cola hacia todos.
Muchos.
Uno.
(de Tañidos y huellas, 1966).
LA CIUDAD DEL CONDE. Siempre he deseado visitar Montevideo, la ciudad
natal del Conde de Lautréamont... —
nos explicó Tranströmer.
Nos contó lo mucho que había viajado por el mundo, gracias a los festivales de poesía. Pero nunca había estado en América Latina. Creo que aún
está esperando que lo inviten: con los
80 recién cumplidos, sigue viajando
por el mundo como si nada.
Después de aquel día del verano de
1981 solíamos comunicarnos por carta. Publicamos algunos poemas de
Tranströmer en Saltomortal, por su-
puesto. Luego, me fue enviando poemas inéditos y ejemplares dedicados
de todos los libros que iba editando.
(Ahora se puede ver cómo los precios
de esos libres suben y suben, como en
la Bolsa, sin cesar).
Incluso me enviaba libros con versiones de sus poemas en otras lenguas
(inglés, italiano, francés, turco, japonés, indonesio, suahili, árabe, etc.).
Así, fui reuniendo en mi biblioteca filas y filas de obras de Tranströmer,
que aún están allí, casi todas autografiadas por el autor. En 1985 se editó la
antología La nueva poesía sueca, que
hicimos con el poeta tucumano Mario
Romero. En ese libro hay un par de
poemas de Tranströmer. Poco después
decidí editar una antología de su obra.
Se llamó El bosque en otoño y reúne
poemas de todos los libros editados
por Tomas hasta ese momento. Ediciones de Uno de Montevideo publicó el
libro, con tapa naranja y diseño de
Maca. Tranströmer me cedió sus derechos de inmediato. Nunca preguntó
por un contrato ni por una retribución.
Son cosas que ahora recuerdo y que es
bueno que se sepan. Años después se
publicó en Madrid (Hiperión, 1989)
Para vivos y muertos, una antología
ampliada que todavía anda circulando
por ahí, sin que le hayan pagado al
poeta ni al traductor por sus derechos.
Vaya a saber cuántas reimpresiones se
hicieron. Los editores son a veces,
paradójicamente, los peores piratas.
Esas ediciones ya no valen para mí,
porque en la edición reciente he realizado correcciones en casi todos los
poemas. La edición de Nórdica Libros
(2010, 2011) es la única válida y jurídicamente legítima, por voluntad expresa del autor.
Así nació una amistad “a la sueca”.
Una larga y entrecortada relación epistolar, a menudo telefónica. Conocí su
casa en Vesterås; bebimos vino y co-
mimos pescado en su pequeño jardín.
Tomas era psicólogo de profesión y su
área de trabajo se desarrollaba en las
cárceles y hospicios juveniles. Mónica, su esposa, era enfermera, especializada en casos de tortura y abusos. Por
eso hablaba un poco de español, porque atendía a los refugiados que llegaban a Suecia de las cárceles de Chile y
de Uruguay. Es una persona absolutamente inquebrantable: ha permanecido
junto a su esposo después del derrame
cerebral que lo paralizó hace ya más
de veinte años, atendiéndolo y ayudándolo a rehabilitarse. Han hecho milagros. Ella es su esposa, transformada
en enfermera, asistente, secretaria e intérprete.
Siempre me han invitado cordialmente a la cabaña que tienen en la isla
de Runmarö, en el archipiélago que se
extiende por el delta en el cual se encuentra Estocolmo, la “Venecia nórdica”. Por una razón o por otra, nunca
pude visitarlos. Pero conozco bien el
archipiélago. En verano, esta zona adquiere una belleza extraordinaria. Miles y miles de islas, algunas de ellas
privadas, entre las cuales navegan innumerables veleros y barcas de transporte. En Suecia (al menos en otras
épocas), toda familia de obreros o empleados tenía la seguridad de ser un
día propietaria de una sommarstuga
(cabaña de verano) y de un segelbåt
(velero). Dos pasiones de los suecos,
que siempre van coronadas de la bandera color azul con la cruz dorada.
Eran los derechos que la sociedad de
bienestar, construida por la socialdemocracia, había hecho obligatorios...
Era el concepto de Folkhem, el Hogar
sueco. Actualmente, la globalización
ha creado legiones de pobres de materia y de espíritu, también en este país
nórdico. Let´s go, yeah, yeah, al son
de la ruleta planetaria. ¿Estará ya
muerto el romanticismo bucólico y
marítimo de los suecos?
Es el verano, cuando la naturaleza
bulle de verdor y los escasos meses de
calor del verano se pueden disfrutar —
como en un breve paraíso—. Este ha
sido un tema de celebración y de euforia en la obra poética de T.T. Tal vez el
poema “Tábano dorado” sea el ejemplo más cabal de esta euforia estival:
El lución, lagartija sin patas, fluye a
ras de la escalera del zaguán
calmo y majestuoso como una anaconda; la diferencia es
solamente el tamaño.
El cielo está cubierto pero el sol
irrumpe. Así es el día.
Esta mañana, mi amada ahuyentó a
los malos espíritus.
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Como cuando uno abre la puerta de
un oscuro cobertizo del sur
y la luz lo invade
y las cucarachas salen como flechas
rápido rápido hacia los
rincones y suben por las paredes
y ya no están —uno las vio y a la vez
no las vio—:
así la desnudez de mi amada hizo huir
a los demonios.
Como si nunca hubiesen existido.
Pero vuelven.
Con mil manos que conectan mal la
anticuada central telefónica
de los nervios.
bel de Literatura. El gran poeta es un
poeta que ya no escribe. El centro del
lenguaje quedó desactivado. Su poema-río-libro Bálticos-Poema, es a mi
entender una pieza mayor de la poesía
del siglo XX, tanto como lo son La
tierra baldía de T. S. Eliot, Tabacaria de Fernando Pessoa, La hora 0 de
Ernesto Cardenal, o Alturas de
Macchu Picchu de Pablo Neruda (y
hay muchos más, por supuesto). En
Bálticos-Poema describe Tranströmer
un ictus, tal vez de un antepasado
suyo, lo que convierte este pasaje en
una profecía sobre su propio destino:
Es el cinco de julio. Los altramuces se
estiran como si quisiesen
ver el mar.
Estamos en la iglesia de la mendicidad, devoción sin alfabeto.
Como si los irreconciliables rostros de
los patriarcas no existiesen
y el nombre de Dios mal escrito en la
piedra.
Yo vi a un ortodoxo predicador de televisión que recolectó
muchísimo dinero.
Entonces llega el derrame cerebral:
parálisis en el lado derecho
con afasia, solo comprende frases cortas, dice palabras
inadecuadas.
Así, no lo alcanzan ni el ascenso ni la
condena.
Pero la música permanece, sigue componiendo en su propio
estilo,
se convierte en un fenómeno de la medicina en el tiempo que
le queda por vivir.
(de Bálticos-Poema, 1974).
Pero era frágil y necesitaba el apoyo
de un guardaespaldas,
un chico bien vestido con una sonrisa
que le ajustaba como
una mordaza.
Una sonrisa que ahogaba un grito.
El grito de un niño al que los padres
dejan abandonado en
una cama de hospital.
Lo divino roza a una persona y enciende una llama
pero luego se retira.
¿Por qué?
La llama atrae las sombras, estas vuelan crepitando y se
funden con la llama
que sube y se ennegrece. Y el humo se
extiende negro
estrangulador.
Al final, tan sólo el humo negro; al final, tan sólo el devoto
verdugo.
El devoto verdugo se inclina hacia
adelante
sobre la plaza y la multitud, que forman un espejo rugoso
donde puede mirarse.
El mayor fanático es el mayor escéptico. Él no lo sabe.
Él es un pacto entre dos
según el cual el uno tiene que ser visible al cien por ciento
y el otro invisible.
¡Cómo odio la expresión “cien por
ciento”!
A los que no pueden estar sino en su
parte delantera
a los que nunca están distraídos
a los que jamás abren la puerta equivocada para poder así
vislumbrar al Inidentificado,
¡déjalos de lado!
Es el cinco de julio. El cielo está nublado pero el sol irrumpe.
El lución fluye a ras de la escalera del
zaguán, calmo y
majestuoso como una anaconda.
El lución, como si no existiese Administración.
El tábano dorado, como si no existiese el culto a los ídolos.
Los altramuces, como si no existiese
“cien por ciento”.
Siento esa hondura en la que uno es
amo y cautivo, como
Perséfone.
A menudo he yacido en la áspera hierba, allí abajo,
y he visto la tierra abovedarse sobre
mí.
La bóveda terrestre.
A menudo; ha sido la mitad de mi
vida.
Pero hoy me ha abandonado mi mirada.
Mi ceguera ha partido.
El oscuro murciélago abandonó mi
rostro y tijeretea en torno
al luminoso espacio del verano.
(de Para vivos y muertos, 1989).
LA MÚSICA, EL ICTUS, ÚLTIMOS AÑOS.
Tal vez haya sido el ictus o derrame
cerebral que Tranströmer sufrió hace
ya más de veinte años, junto al hecho
de que este poeta sea sueco, los dos
obstáculos que se interpusieron entre
él y el galardón que otorga cada año la
Academia Musical de Suecia —este
es el nombre que le dio su fundador, el
Rey Gustavo Adolfo—: el Premio No-
Como el personaje del poema, él se
convirtió, después del derrame cerebral,
en músico. Desde niño toca el piano, y
esa habilidad la usó ahora, paralizado
del lado derecho, para tocar al piano
obras escritas para la mano izquierda,
ya que existen varias composiciones de
esta índole. Además, varios compositores han escrito piezas exclusivas para
Tranströmer, piezas que ejecuta en los
festivales de poesía que sigue frecuentando, con una voluntad de hierro y entusiasmo por la poesía. El poeta está
afásico, pero la música fluye entre sus
dedos de pianista. Es así, también,
como en la profecía de Bálticos: un fenómeno de la medicina. Una rehabilitación milagrosa. La presencia de la música, que siempre estuvo viva en la poesía de Tranströmer, ahora se ha hecho
parte de sus mañanas, en las que toca en
su piano de cola blanco. La música, que
siempre ha sido tema de sus poemas.
EL AZAR DE UN PREMIO. Cada año, en
estas últimas décadas, muchos hemos
esperado que el jueves de la primera
semana de octubre, según la tradición,
sonase el nombre de Tranströmer
como Nobel. Año tras año nos hemos
hablado por teléfono con su esposa
Mónica para darnos ánimo, en la esperanza de que aparezca la aguja en el
pajar. Muchas veces he afirmado que
todo premio es en principio injusto, ya
que siempre son más de uno los merecedores. Es fácil comprobar que esto
es válido en cualquier concurso, en
cualquier certamen. El Nobel es un
premio que no se salva de este destino. Por eso, muchos piensan: “será el
próximo año”, con total certeza de que
su favorito debería ya haberlo recibido. A mi criterio, este premio debería
ser plural, y debería ser estímulo para
escritores jóvenes, que realmente necesitan el dinero y el prestigio.
Lo que muchos no saben es que
también hay apuestas. Y este año, según rumores bien fundados, hubo una
filtración desde dentro de la hiperhermética Academia, cosa que elevó las
apuestas por Tranströmer considerablemente, durante esa hora crucial del
primer jueves de setiembre.
A mí la noticia me encontró durmiendo, a las 5 de la madrugada, en
una cama de hotel de San Salvador:
no me sorprendió, porque me había
dormido con la certeza de que este
año sería el vencido. Así fue. Yo ni siquiera sabía que uno podía apostar,
como otros apuestan por Peñarol.
Como me hallaba participando del
Festival Internacional de Poesía,
mientras desayunaba con deliciosas
tortillas de maíz fui saludado con efusión por poetas y organizadores.
Fue un placer presentar, junto a mi
poesía, las versiones de Tranströmer
en El Salvador, Guatemala, Honduras,
y en Colombia, donde me encuentro
ahora, participando en el Festival de
Poesía de Cartagena.
CONCENTRACIÓN, DRAMA. No es mi
papel hacer valoraciones críticas de la
obra de Tranströmer. Es una obra demasiado cercana. Como traductor,
siempre he sentido que las obras que
traduzco son bastante mías, que forman parte de mi trabajo en la poesía.
Quien elabora versiones y no transcripciones, no efectúa un servicio,
sino una obra independiente. Una obra
de carácter fantasma, una interpretación, es cierto, pero una obra al fin. La
traducción es un género literario.
Su obra me atrajo desde el principio por su combinación de concentración atravesada de sorpresivo dramatismo (personajes que hablan por boca
del poeta), y por su visión absolutamente contemporánea del mundo.
También su brevedad contribuyó a esa
atracción: Tranströmer ha publicado
apenas catorce poemarios y una autobiografía trunca. Estos elementos, según algunos consejos de Walter Benjamin, como aquel que recomienda al
traductor “permitir que la fuerza de la
lengua original irrumpa en la lengua
de recepción”, han contribuido en mi
fascinación y amor por esta intensa e
impecable obra poética.
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30 diciembre 2011
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