Texto Ponencia - Escuelas Católicas

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X Congreso de SCUELAS CATÓLICAS
escuela con visión
“Educación
laico”
Toledo, 26, 27 y 28 de noviembre de 2009
confesional
en
un
mundo
SEBASTIÁN TALTAVULL ANGLADA
Un Congreso que reúne responsables y educadores de Escuelas Católicas
contiene ya una definición inicial que marca su identidad, aunque estemos siempre en
proceso de búsqueda y hoy tengamos que adoptar una actitud muy humilde para ser
buenos comunicadores. De entrada, quiero valorar vuestra presencia como signo y
testimonio, y este encuentro como una nueva oportunidad que se nos ofrece de
compartir en ambiente de Iglesia el gozo de la fe en el Señor, cuyo Espíritu nos
acompaña siempre para la misión educativa que se nos ha sido encomendada y
hemos aceptado como algo que constituye y anima nuestra identidad cristiana y
ciudadana.
1. EN ESTADO DE MISIÓN
Con la convicción de que somos una Iglesia en misión y que vivimos en un
permanente estado de misión, y por lo tanto, una Iglesia que no es un fin en sí misma
sino que se debe al mundo, pienso que lo que tiene que movernos a la educación
confesional en un mundo laico es la pasión por dar a conocer el Evangelio,
conjugando muy bien la competencia profesional con la coherencia de vida, con el
testimonio. Si la Iglesia existe es para evangelizar y hoy el Evangelio es aceptado no
por la elocuencia de su proclamación sino por el testimonio de quien lo proclama y de
la comunidad a la que representa. Está presente la cuestión de la credibilidad, la del
testimonio silencioso y la del testimonio explícito.
Sin embargo, esto no resulta fácil en las condiciones en las que con frecuencia
es recibido el mensaje evangélico. De una parte está la convicción de quien lo
comunica, pero por otra, la actitud receptiva de quien escucha. Entre emisor y
receptor hace falta una afinada sintonía. Por esta razón es totalmente necesario crear
el clima apto para que esta sintonía sea posible, un clima de acogida, de diálogo, de
búsqueda compartida, de valoración del otro, de conocimiento de sus circunstancias,
de sus deseos e inquietudes, también de sus angustias, miedos y decepciones… En
un momento u otro, todo es recuperable.
www.escuelascatolicas.es/congreso2009
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28030 Madrid
Tel.: 91 328 80 00 / 18
Fax: 91 328 80 01 / 17
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2. LA LAICIDAD, FRUTO DE LA FE
La evangelización, como acto de presencia cristiana en un mundo laico, puede
hoy tener y creo que tiene más vigencia que nunca. Hace poco más de un año, en el
encuentro con los periodistas durante el vuelo a París, Benedicto XVI decía: “Hoy me
parece evidente que la laicidad, de por sí, no está en contradicción con la fe. Diría
incluso que es fruto de la fe, ya que la fe cristiana, desde sus comienzos, era una
religión universal y, por tanto, no identificable con un Estado; es una religión presente
en todos los Estados y diferente de cada Estado […] En este sentido, diría que para
nosotros los cristianos que en este mundo secularizado de hoy, es importante vivir
con alegría la libertad de nuestra fe y hacer visible en el mundo de hoy que es bello
conocer a Dios, el Dios con rostro humano en Jesucristo. Así, pues, mostrar la
posibilidad de ser creyentes hoy y también la necesidad que en la sociedad de hoy
haya personas que conozcan a Dios y, por tanto, puedan vivir según los valores que
él nos ha dado, contribuyendo a la presencia de los valores que son fundamentales
para la construcción y para la supervivencia de nuestros Estados y de nuestras
sociedades”.
Quiero subrayar estas expresiones tan espontáneas y, para mí, programáticas:
• La laicidad no está en contradicción con la fe, más aún es fruto de la fe.
• Para nosotros los cristianos en este mundo secularizado de hoy, es importante
vivir con alegría la libertad de nuestra fe y hacer visible en el mundo de hoy que
es bello conocer a Dios, el Dios con rostro humano en Jesucristo.
• Hemos de mostrar la posibilidad de ser creyentes hoy y mostrar también la
necesidad de que haya personas que puedan vivir según los valores que él nos
ha dado.
3. EL MUNDO LAICO, EL MUNDO QUE DIOS AMA
Desde hace tiempo se hace el esfuerzo de conectar con los valores de la
modernidad y, ahora en concreto, el esfuerzo de situarnos desde nuestra fe en la
realidad postmoderna que vive nuestra sociedad, en muchos momentos nada fácil.
Por eso, considero que la evangelización es un reto que hay que asumir y al que hay
que dar respuesta precisamente en el corazón de la misma realidad humana en la
que estamos inmersos y de la que formamos parte.
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Este mundo laico, esta amplia realidad moderna y postmoderna con sus luces
y sus sombras, es el mundo real que Dios ama. Nos lo dice con toda claridad el
Evangelio de Juan y con ello nos implica totalmente en la actitud cristiana que hemos
de adoptar frente a él, que es también frente a nosotros mismos: “Tanto amó Dios al
mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera,
sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para salvarlo” (Jn 3,16-17).
4. EL PLAN OCULTO DE LA PROVIDENCIA DIVINA
Ésta es la mentalidad que nos inculcó de forma extraordinaria el Concilio
Vaticano II en su conjunto, especialmente en la Constitución pastoral Gaudium et
spes sobre la Iglesia y el mundo contemporáneo. Me gusta citar unas palabras del
beato Juan XXIII en su discurso de apertura, unas palabras programáticas que daban
un giro total de mentalidad y, sobre todo, una llamada para una nueva presencia
cristiana en el mundo: se refiere a las voces de aquellas personas que “en su opinión
la situación actual de la sociedad humana está cargada sólo de indicios de fracaso y
de desgracia… […] Nuestra opinión -dice Juan XXIII- es completamente distinta de la
que tienen estos profetas de calamidades, que prevén constantemente la desgracia,
como si el mundo estuviese a punto de desaparecer. En los actuales acontecimientos
humanos, mediante los cuales la humanidad parece entrar en un nuevo orden, hemos
de reconocer más bien el plan oculto de la providencia divina”.
Nos sirve mucho para nuestra reflexión. Vivir inmersos en un mundo laico no
significa estar de acuerdo con todo lo que en él se desarrolla y acontece, pero sí que
es necesario hacer reaparecer todo lo que en él hay de valor evangélico y de plan de
Dios, aunque éste permanezca “oculto”. Los ojos de la fe, de la esperanza y de la
caridad pueden ayudarnos sin duda alguna a ver más allá y más profundo.
5. “MUCHOS DE ESTA CIUDAD PERTENECEN A MI PUEBLO”
Una opción cristiana confesante en medio de un mundo laico tiene mucho que
decir y sobre todo mucho que hacer. Somos enviados a un mundo que aparece sin
ninguna homogeneidad, ni de raza, ni de cultura, ni de religión, ni de convicción sobre
la existencia, ni de condiciones de vida, y con una crisis no sólo económica, sino
estructural y de valores fundamentales. Es a esta situación humana y social a la que
somos enviados por vocación bautismal, invitados a “ir” allí donde tiene que anidar el
anuncio para que nazca y crezca la Palabra sembrada. Sin embargo, no todos los
bautizados sentimos con la misma vehemencia la energía de este compromiso
evangelizador. Muchos bautizados, pero pocos iniciados. Esta realidad crea una
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cierta inquietud y en muchas de nuestras instancias eclesiales, una cierta
preocupación.
Hay una acción de la Iglesia indiscutible y muchos llegan a la fe. Ya en los
primeros tiempos del cristianismo, se constata que “muchos que oían hablar a
Pablo abrazaban la fe y pedían el bautismo” (Hch 18,8), pero de la misma manera
son conscientes de las dificultades por las que pasa la evangelización y los fracasos
que tienen que asumir. Pero, esta situación no hace que desistan del intento y
prosiguen aún con más fuerza. Fijémonos en este relato “Una noche, el Señor dijo a
Pablo en una visión: “No tengas miedo. Sigue anunciando el mensaje y no
calles, porque yo estoy contigo y nadie podrá hacerte daño, pues muchos de
esta ciudad pertenecen a mi pueblo” (Hch 18,9-10).
Hay muchos en esta ciudad, en nuestro mundo que “pertenecen” al Pueblo de
Dios y muchos otros que pueden pertenecer y esperan una palabra de acogida,
esperan una propuesta y esperan que no se les deje, que se les acompañe en su
proceso de crecimiento hacia la madurez humana y cristiana.
6. “DONDE NUNCA ANTES SE HABÍA OÍDO HABLAR DE CRISTO”
Es impresionante, ya que nos fijamos en el ardor evangelizador de Pablo,
como resalta su actuación entre los no creyentes. También toda una lección para
nosotros. Él mismo da este testimonio: “Como creyente en Cristo Jesús tengo
motivos para gloriarme de mi servicio a Dios. Y no me atrevo a hablar de nada,
aparte de lo que Cristo mismo ha hecho por medio de mí para llevar a los no
judíos a obedecer a Dios. Esto se ha realizado con palabras y hechos, por el
poder de señales y milagros y por el poder del Espíritu de Dios. De esta manera
he llevado a buen término el anuncio del Evangelio de Cristo, desde Jerusalén y
por todas partes hasta la región de Iliria. Pero he procurado anunciar el
Evangelio donde nunca antes se había oído hablar de Cristo, para no construir
sobre cimientos puestos por otros, sino para que sea lo que dice la Escritura:
“Verán los que nunca habían tenido noticias de él; entenderán los que nunca
habían oído de él” (Rm 15,17-21).
Estamos ante una acción en medio de la laicidad que proviene de una
confesión de fe. Un grupo de los que escuchan a Pablo tiene una cierta idea religiosa
y puede conectar fácilmente con su propuesta porque ha habido un trabajo previo.
Pero hay otro grupo, inmenso, que -como dice él- nunca había oído hablar de Cristo.
Hoy nos encontramos con este fenómeno, incluso entre bautizados, y con la gran
dificultad de tener que empezar completamente desde cero en cuanto a la iniciación
cristiana.
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En este sentido, la persona del evangelizador, y concretamente, del educador
cristiano en el conjunto de su vida y su trabajo profesional en un centro, es la clave
mediática para que, como creyente, haga llegar y resonar el mensaje evangélico a
través de su forma de ser y de enseñar. El resultado de la confesionalidad de nuestro
trabajo como educadores cristianos, no proviene directamente de la definición de
titularidad que tiene el centro en el que trabajamos (este es el marco institucional),
sino de la coherencia de vida de cada uno de nosotros. Una confesionalidad que no
se separa en ningún momento de nuestra vida, que es fruto de una opción de
madurez cristiana y vivida con gozo en el corazón de la Iglesia, como comunidad
fundante.
7. PROPUESTA AMABLE HECHA DE SENCILLEZ Y PROXIMIDAD
Como consecuencia de lo dicho, la forma de presencia en un mundo laico,
lejos de ser imposición beligerante, es la de propuesta amable, hecha con la misma
sencillez con la que Jesús se presenta en su medio humano y religioso y, tratando a
todos por igual aunque siempre con la preferencia de los más pobres, sabe situarse
ante los no creyentes y decirles que su palabra es también para ellos. Hay infinidad
de ejemplos en el Evangelio que, meditándolos bien, pueden ser un extraordinario
punto de referencia para cada uno de nosotros en el trato humano, en cualquier
circunstancia de la vida y en nuestra actuación como educadores cristianos.
El hecho de la educación confesional, cuando todo un centro vive de un mismo
proyecto y la pastoral que se lleva a cabo es cogestionada por todos, cada uno desde
su ámbito de especialización y desde su opción de vida en una unidad, es fuente de
credibilidad. No se duda de las personas, ni hay dispersión en la transmisión de
contenidos ni tampoco ambigüedad en las actitudes y comportamientos. Pienso en lo
que ya he citado del encuentro de Benedicto XVI en su viaje apostólico a Francia, a
propósito de la laicidad que, mostrando la posibilidad de creer en Dios, estamos
“contribuyendo a la presencia de los valores que son fundamentales para la
construcción y para la supervivencia de nuestros Estados y de nuestras sociedades”.
Nuestro esfuerzo no va tanto dirigido a mantener una institución a toda costa, cuanto
a transformar desde la fe cristiana, este mundo laico que, por su propia definición,
puede integrar plenamente y para su bien los valores del Evangelio. Para ello y para
que sea realidad, también aquellas palabras suyas ya mencionada en diversas
ocasiones y que para mí son un referente constante a la hora de hablar de la
necesidad de testigos, además de maestros: “para que se dé una auténtica obra
educativa no es suficiente una teoría justa o una doctrina a comunicar. Hace falta algo
más grande y humano, hace falta esta proximidad vivida diariamente, que es propia
del amor…”. Por ello, “la figura del testigo es central en la obra educativa, y
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especialmente en la educación de la fe, que es la cumbre de la formación de la
persona y su horizonte más adecuado: se convierte en punto de referencia
precisamente en la medida en que sabe dar razón de la esperanza que fundamenta
su vida (cf. 1Pe 3,15), en la medida en que está involucrado en la verdad que
propone” (Congreso eclesial de Roma, mayo de 2005).
8. LAICIDAD Y LIBERTAD RELIGIOSA
La educación confesional está en plena consonancia con la realidad de un
mundo laico que tiene su peculiar forma de ser y de actuar. En él estamos todos y en
él hemos de realizar plenamente nuestra misión, ya que la laicidad en su dimensión
más positiva acoge todo lo que va en beneficio de toda la sociedad. Entre muchos
elementos publicados al respecto, he leído la Carta de los valores de la ciudadanía y
de la integración, del Ministerio del Interior de la República de Italia y me parece
sugerente su contenido para ampliar nuestra reflexión. En el párrafo Laicidad y
libertad religiosa dice:
• Italia es un país laico cimentado en el reconocimiento de la plena libertad
religiosa individual y colectiva. La libertad religiosa es reconocida a cada persona,
ciudadano o extranjero, y a las comunidades religiosas. La religión y la convicción
no pueden ser motivo de discriminación en la vida social (n.20).
• Todas las confesiones religiosas son igualmente libres ante la ley. El Estado
laico reconoce la contribución positiva que las religiones hacen a la colectividad y
quiere valorar el patrimonio moral y espiritual de cada una. Italia favorece el
diálogo interreligioso y intercultural para hacer crecer el respeto a la dignidad de la
persona humana, y contribuir a la superación de prejuicios e intolerancia. La
constitución prevé acuerdos entre Estado y confesiones religiosas para regular
sus específicas condiciones jurídicas (n.21).
• Los principios de libertad y los derechos de la persona no pueden ser violados
en nombre de ninguna religión… (n.22).
• La libertad religiosa y de conciencia comprende el derecho de tener una fe
religiosa, o de no tenerla, de ser practicante o no practicante, de cambiar de
religión, de difundirla convenciendo a los demás, de unirse en organizaciones
confesionales. Queda plenamente garantizada la libertad de culto… (n.23).
• El ordenamiento tutela la libertad de búsqueda, de crítica y de discusión,
también en materia religiosa, y prohíbe la ofensa hacia la religión y hacia el
sentimiento religioso de las personas… (n.24).
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• De acuerdo con la propia tradición religiosa y cultural, Italia respeta los
símbolos y los signos de todas las religiones. Nadie podrá considerarse ofendido
por los signos y por los símbolos de religiones diversas de de la suya. Como está
establecido por las cartas internacionales, es justo educar a los jóvenes a respetar
las convicciones religiosas de los demás, sin ver factores de división de los seres
humanos (n.25).
• En Italia no se ponen restricciones al vestido de la persona, mientras sea
libremente escogido y no ofenda su dignidad. No son aceptables formas de
vestido que cubran el rostro porque eso impide el reconocimiento de la persona y
es un obstáculo para entrar en relación con los demás (n.26).
He dicho que me parece sugerente porque propone una relación equilibrada y
positivamente valorativa de la laicidad, en cuanto acepta y reconoce la
confesionalidad como contribución positiva de las religiones a la colectividad humana.
Con relación a los derechos sociales, entre ellos la escuela, la instrucción y la
información, dice:
• … Para una enseñanza adecuada al pluralismo de la sociedad es igualmente
esencial, en una perspectiva intercultural, promover el conocimiento de la cultura y
de la religión de pertenencia de los jóvenes y de sus familias (n.12).
• La escuela promueve el conocimiento y la integración entre todos los
jóvenes… La enseñanza es impartida en el respeto de las opiniones religiosas o
ideales de los jóvenes y de las familias y, en determinadas condiciones, prevé
cursos de enseñanza religiosa escogidos voluntariamente por los alumnos o sus
padres (n.13).
• Se garantiza el derecho de instituciones y de personas particulares de instituir
escuelas o cursos escolares, mientras no discriminen a los alumnos por motivos
étnicos o confesionales, y aseguren una enseñanza en armonía con los principios
generales de la instrucción, y los derechos humanos que corresponden a las
personas. Este tipo de enseñanza impartido a nivel público o privado, ha de
respetar las convicciones de cada uno y tender a unir a los hombres en lugar de
dividirlos (n.15).
Tengamos en cuenta que lo primero que dice este documento es: Italia es uno
de los países más antiguos de Europa y que hunde sus raíces en la cultura clásica de
Grecia y de Roma. Se ha desarrollado en el horizonte del cristianismo que ha
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empapado su historia y, junto con el judaísmo, ha preparado la apertura hacia la
modernidad y los principios de libertad y de justicia.
Viendo, pues, este marco de la laicidad, como hábitat de toda nuestra actividad
humana, me parece ahora, para completar la reflexión, profundizar en la misión que
nos compete precisamente en este marco, misión que conlleva una responsabilidad
que de ninguna manera podemos eludir.
9. OFRECER TODA LA RIQUEZA ESPIRITUAL DE LA IGLESIA
¿Cuál es nuestra misión como escuelas católicas, como colectivo, y como
educadores cristianos, a nivel individual? Nuestra misión es ofrecer y poner a
disposición toda la riqueza espiritual de la Iglesia. Citando de nuevo al beato Juan
XXIII en su discurso de apertura del Concilio, dice: “Es necesario que la Iglesia no
aparte nunca su mirada de la herencia sagrada de la verdad que ha recibido de los
antepasados. Pero, es necesario también que dirija su mirada hacia los tiempos
presentes que contienen situaciones nuevas, nuevas formas de vida en las que se
abren caminos nuevos al apostolado católico. Nuestro deber no es sólo guardar
celosamente este precioso tesoro, como si únicamente nos ocupáramos de la
antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin miedos, a la tarea
que exige nuestro tiempo, siguiendo el camino que la Iglesia está recorriendo desde
hace veinte siglos”.
Los educadores cristianos hemos de tener muy claro que la misión que hemos
asumido supera cualquier actitud voluntarista. Es muchísimo más, ya que de lo que
se trata es de evangelizar. Esto sí que da identidad cristiana en medio de una
situación que no respira en cristiano y muchas actitudes y acciones son vistas
siempre con un cierto recelo. Cierto, este ambiente no favorece para nada el ánimo
de ningún educador. Por eso, necesitamos ser confortados y reconocidos en nuestro
trabajo, teniendo siempre presente que, aunque seamos los más numerosos, no por
eso somos los más escuchados. Juntos hemos de ser mejores testigos, es decir,
hacer que el testimonio colectivo sea de cada vez más un punto convincente de
referencia.
10. QUIEN HA ENCONTRADO A CRISTO, TIENE QUE ANUNCIARLO
Ello nos lleva a la afirmación de que formamos parte de una Iglesia en misión.
“La Iglesia será misionera o no será nada en esta sociedad en la que, como Jesús y
por voluntad suya, está encarnada. Diciendo esto, no queremos en ningún momento
volver a los esquemas de reclutamiento, como en tiempos de cristiandad. Se trata de
la calidad de nuestra fe. Una fe que no queremos vivirla como un producto de uso
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interno o como un mero instrumento de consolación para tiempos difíciles, ni tampoco
como algo destinado sólo a rehacer espiritualmente nuestra vida. Nuestra fe sólo
puede ser viva, vivificadora y, por lo tanto, fecunda, si nuestra comunión con Dios
celebrada en la Iglesia, nos empuja al riesgo del encuentro de los hombres y de las
mujeres con quienes convivimos. “El que ha encontrado de verdad a Cristo, no puede
guardarlo para sí mismo, tiene que anunciarlo” (Juan Pablo II, NMI, 40).
¿Cómo podremos estar realmente adheridos a Jesucristo y a su Evangelio, si
no estamos constantemente preocupados por compartir la riqueza que hemos
recibido?
¿De qué serviría ser cristianos si nuestra fe no tuviera ningún efecto sobre
nuestra vida? Y, por “nuestra vida” hemos de entender no sólo cada una de nuestras
personas en su individualidad, sino también la vida de nuestra sociedad y de nuestro
mundo.
Cristo no convocó a sus discípulos para mejorar su condición de pescadores
del lago de Tiberíades o su práctica en el cumplimiento de los mandamientos. Él los
llamó para ir mar adentro, para avanzar hacia aguas profundas y ser testigos de una
buena noticia dirigida a todos. Si no entramos decididamente en esta misión de
anunciar la Buena Nueva, nos exponemos a no creer que es realmente “buena” y a
no ver que nos afecta. Una fe que no se propone y no se comparte es una fe que se
seca y ya no interesa a nadie, ni tan sólo a los creyentes.
Es cierto que somos las generaciones que ven desaparecer un cierto número
de formas de vida cristiana o de actividades que nos caracterizaban en medio de la
sociedad. Pero Jesús no prometió la eternidad a nuestras modalidades de vida.
Prometió la asistencia del Espíritu Santo a los que envió como testigos en el mundo.
No les prometió ni la aprobación general ni el apoyo de los poderes, sino la
incomprensión y la adversidad.
Las dificultades las conocemos. No son anomalías extrañas que harían la vida
más difícil que en otras épocas. Nuestra gracia es recibir el Espíritu de Cristo para
vivir su Evangelio y anunciarlo a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo y de
nuestras ciudades y pueblos.
Dicen los obispos de Francia en aquella conocida carta pastoral sobre la
“propuesta” de la fe: “Hemos de acoger el don de Dios en unas condiciones nuevas y
hemos de reencontrar al mismo tiempo el gesto inicial de la evangelización: el de la
propuesta simple y decidida del Evangelio de Cristo […] Es necesario que a la
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pastoral de la acogida le siga la pastoral de la propuesta, para la cual la Iglesia no
tenga miedo de tomar la iniciativa…”.
11. ENTONCES, ¿CÓMO EVANGELIZAR?
¿Qué es evangelizar y cómo evangelizar? Me remito a las palabras de Pablo
VI en su Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi: “Anunciar a Cristo a aquellos que
no le conocen”. Se trata, por tanto, de iniciar todo un proceso a realizar en nuestro
trabajo cotidiano, un verdadero proceso que implica: “renovación de la humanidad,
testimonio, anuncio explícito de Jesucristo, adhesión del corazón, entrada en la
comunidad, acogida de los signos sacramentales, iniciativas apostólicas” (n. 24).
Como dice el Concilio Provincial Tarraconense, “todo intento de definición de lo
que es la evangelización, sin embargo, nos deja insatisfechos, concretamente por dos
motivos:
En primer lugar, porque en la evangelización, además de los sujetos y los
medios humanos, intervienen principalmente la fuerza de la Palabra y del Espíritu de
Dios. Por eso, desde la experiencia personal y comunitaria de la salvación de Dios,
que comunica paz, serenidad y gozo profundo, en confluencia con el dolor y el peso
del vivir humano, es como podremos convertirnos en comunicadores de la Buena
Nueva a los hombres y mujeres con los que la vida nos hace encontradizos. Por ello,
es necesario descubrir, contemplar, amar, agradecer y celebrar la presencia que se
produce antes de que nosotros lleguemos a cada persona. Este reconocimiento de la
iniciativa gratuita de Dios puede apaciguar la desazón que nace de nuestro
protagonismo equivocado.
En segundo lugar, porque el hecho de la evangelización no es un mero
proceso mecánico de dar y recibir: la evangelización brota allí donde se establece el
encuentro entre personas, con una relación positiva y con una comunicación
interpersonal. “Cuando hay caridad y amor” se abre la puerta a la Buena Nueva que
viene de Dios. Por eso, podemos decir que “evangelizar es descubrir en el corazón de
cada mujer y de cada hombre la acción y el calor del Espíritu; es establecer las
mediaciones oportunas para que las personas sencillas, y tal vez afligidas, puedan
encontrarse con Dios. Evangelizar es ayudar a rehacer la experiencia de Dios de
mucha gente alejada, experiencia que está intrínsecamente ligada al amor a los
hermanos y, por tanto, a aquella opción preferente por los pobres y por la justicia, que
fue el distintivo de Jesús”.
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12. POR UNA PASTORAL DE LA EDUCACIÓN
Todo lo expuesto nos lleva a unos apuntes finales sobre la misión educativa de
la Iglesia en nuestra sociedad laica, ya que estamos implicados en ambas direcciones
para hacer posible su confluencia en nuestro trabajo diario. Pienso que en nuestros
centros y escuelas católicas, todo se juega entre los frentes de nuestro testimonio
personal y coherencia de vida evangélica, en el ambiente que creamos como
comunidad educativa, profesores, padres y alumnos, y en el trabajo directo en las
aulas, ya que éstas son lugar privilegiado de evangelización.
La misión educativa de la Iglesia a la que libremente nos hemos adherido y en
la que trabajamos, tiene unas exigencias interiores que no podemos eludir:
Una primera exigencia pide un examen de conciencia sobre las relaciones
entre la Tradición católica y lo que llamamos la modernidad, siguiendo el espíritu
renovador del Concilio Vaticano II sobre el diálogo de la Iglesia con el mundo
contemporáneo.
Una segunda exigencia nos lleva a medir y discernir los terrenos de propios de
nuestra misión educativa por parte de nuestra humanidad común, planteando
aquellas cuestiones fundamentales de nuestra existencia y tratando de plantearlas en
el corazón de una sociedad que es ambigua en el planteamiento de sus finalidades.
Una tercera exigencia o tercer elemento constitutivo de nuestra misión, el lugar
de la enseñanza católica en nuestra sociedad laica, aunque las personas que la
componen sean religiosas la mayoría de ellas en su individualidad y formando
comunidades.
Hay que tener presente que responder a estas exigencias supone un
compromiso estable que no se mide a partir de resultados inmediatos y que, al mismo
tiempo, da prioridad a las personas por encima de las estructuras y su
funcionamiento. Un compromiso educativo que es a la vez espiritual y social. De
hecho, se trata de abrir el espíritu a nuevos saberes, de apropiarse una herencia que
se transmite, de contribuir a la construcción de las personas; ello hace que los
jóvenes puedan situarse en el mundo y en la sociedad y encuentren su lugar a partir
de sus opciones reflexionadas y compartidas. Para ello, precisan de nuestra acogida,
de nuestra propuesta y de nuestro acompañamiento.
Será importante la referencia a las tradiciones espirituales de los carismas
fundacionales que constituyen una riqueza en el campo de la espiritualidad cristiana y
el planteamiento de una pastoral de la educación desde la novedad que plantea cada
momento que vivimos en nuestra sociedad cambiante, siempre en transformación.
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Nuestra convicción es que “la fe cristiana en Dios es una novedad que puede dar
sentido a la existencia, sobre todo si ella vive bajo el signo de la confianza de Dios y
de su Alianza indestructible”. La apuesta educativa está por supuesto siempre ligada
a sus apuestas culturales.
La pastoral de la educación tiene entidad propia y la realizan personas que
piden ser reconocidas en razón de su compromiso educativo, tanto en la enseñanza
pública como en la enseñanza confesional católica. En este sentido y porque siempre
la Iglesia ha vivido con este convencimiento, es importante tener en cuenta aquella
afirmación de la Carta a Diogneto: “Los cristianos, como el alma en el cuerpo, están
llamados a vivificar según el Espíritu de Dios todas aquellas realidades en las que
viven, presentes y forasteros a la vez”.
Y con esta doble conclusión:
“A los fieles laicos, de una manera especial, les compete hacer que la Iglesia,
manteniéndose en su identidad, no llegue a ser irrelevante cultural y socialmente, ya
que la fe verdadera tiende a evangelizar todas las culturas y a enriquecerse con sus
valores, purificándolos si es preciso, mediante un diálogo respetuoso y fructuoso”
(Concilio Provincial Tarraconense, 1995, Prefacio). Y, “pide que las diócesis apoyen y
potencien afondo la escuela católica, ya que es un espacio de educación y de
formación de niños, adolescentes y jóvenes y un lugar importante de evangelización
no sólo de cada a los alumnos sino también de cara a sus familias. Que se preste
asimismo idéntico apoyo a los profesores católicos que trabajan en escuelas públicas
y en las escuelas privadas no confesionales” (íbid. E. La escuela católica y los
católicos en la escuela pública, n.8).
“El perfil de las personas consagradas hace aflorar con claridad como se
adecua el compromiso educativo en la escuela y la naturaleza de la vida consagrada.
En efecto, por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua
de la Palabra y el ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones
educativas acumuladas a través de los tiempos por el propio Instituto, consagrados y
consagradas están en condiciones de llevar a término una acción particularmente
eficaz en el campo educativo. Esto requiere la promoción, dentro de la vida
consagrada, por una parte, de un renovado amor por el compromiso cultural que
permite elevar el nivel de vida de la preparación personal y, por la otra, la de una
conversión permanente por seguir a Jesús, camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6). Es un
camino incómodo y fatigoso, pero que permite aceptar los desafíos del momento
presente y hacerse cargo de la misión educativa encomendada por la Iglesia”
(Congregación para la Educación Católica, Las personas consagradas y su misión en
la escuela, 2002, n.29).
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