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LA FAMILIA, EL PRIMER ESPACIO DE EDUCACIÓN
1.- Introducción.
La importancia primordial de la familia en la tarea educativa está recogida en el lenguaje
pastoral, pues solemos decir que está llamada a ser el objeto y el sujeto prioritario de la
evangelización. Aunque esta afirmación parezca pretenciosa, además de ser una afirmación
constante de la Iglesia, se ha convertido en propuesta central del Papa Juan Pablo II.
Ya el Vaticano II nos dijo que "la salvación de la persona y de la sociedad humana y
cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS
47). Los párrocos han de promover la vida cristiana de las familias (ChD 30), ya que la familia
es escuela de apostolado laical (LG 35, AA, 30) y el primer seminario (OT 2).
Dieciséis años más tarde, en plena crisis de la familia que está tratando de adaptarse a
las nuevas condiciones de vida, Familiaris consortio nos insiste en que "los planes de pastoral
orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de
la familia", y en que cada Diócesis y parroquia "debe tomar una conciencia más viva de la gracia
y la responsabilidad que recibe del Señor en orden a la promoción de la pastoral familiar" (FC
70).
El año 1994, el Papa Juan Pablo II nos insiste con fuerza en el mismo tema, afirmando
que "la familia es el primero y más importante camino" de la Iglesia (Carta a las Familias, 2);
y que constituye "la quintaesencia de la actividad de los sacerdotes a cualquier nivel" (Carta a
los sacerdotes. Jueves Santo de 1994).
Estas afirmaciones no han caído del todo en el vacío. De hecho, han ido surgiendo por
doquier movimientos familiares, Delegaciones Diocesanas de Pastoral Familiar, Directorios de
Pastoral Familiar, COFs. Pero todavía no ha entrado de lleno en los colegios. Y quizá ha tenido
algo que ver en esto lo que nos dice Rafael Ruiz: "En España, durante un tiempo muy largo,
hablar de la familia era tabú para la izquierda, porque se asociaba con la exaltación franquista".
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Yo diría que también fuera de España el tema de la familia se consideraba un asunto de las
derechas. Hasta que Tony Blair, con la libertad y el desparpajo que le caracteriza, dijo que "no
podemos dejarle a la derecha el monopolio de temas como la familia y la seguridad" (Cfr El País
Semanal, 2-XI-97, pg 49).
En la actualidad, la familia española es la institución más sólida y más valorada por los
jóvenes: el 75% de quienes están entre los 15 y 29 años la consideran el "lo más importante en
esta vida" (Cfr Id. pg 44).
Por otra parte, se comienza a valorar de nuevo el gran papel de la familia en el desarrollo
de la personalidad global del hijo. "En la familia, dice alguien tan poco propicio a nuestra
tradición cristiana como Fernando Savater, las cosas se aprenden de un modo bastante distinto
a como luego tiene lugar el aprendizaje escolar: el clima familiar está recalentado de afectividad,
apenas existen barreras distanciadoras entre los parientes que conviven juntos y la enseñanza se
apoya más en el contagio y la seducción que en las lecciones objetivamente estructuradas". "Si
la socialización primaria se ha realizado de modo satisfactorio, la socialización secundaria será
mucho más fructífera" (El valor de educar, Barcelona 1997, pg 56).
Muchos estamos convencidos de que la familia está llamada a ser el primero y principal
agente de la educación y de evangelización. Y para ello, tiene que comenzar por ser y por ejercer
de "Iglesia doméstica".
2.- Posibilidades de la familia
Nos vamos a fijar en tres cuestiones: lo que nos dice la Iglesia; las posibilidades reales
de llevar a la práctica eso que nos dice; y las dificultades actuales más importantes.
2.1. La familia, Iglesia doméstica.
En el plano teórico, solemos afirmar con alguna frecuencia que la familia es "la Iglesia
doméstica" (LG 11). Es la Iglesia repartida por las casas de nuestros barrios. Es una comunidad
de vida que se fundamenta en Jesucristo, activamente presente en el amor de la pareja por el
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sacramento del matrimonio. Acoge, vive y personaliza el amor del Padre, manifestado en su
Hijo. Y también ella se deja guiar y rejuvenecer por el Espíritu Santo, que une, la adorna y la
fortalece con sus carismas y la mantiene en comunión. En ella, se vive la comunión con Dios
y y la comunión de unos miembros con otros.
Como "Iglesia doméstica", participa de la misión se la Iglesia. En primer lugar, de la
misión profética: escucha, acoge y proclama la Palabra de Dios con hechos y con palabras. Esta
misión se dirige, en primer lugar, al interior mismo de la familia, entablando un diálogo de fe
en el seno del matrimonio, prolongándolo a los hijos y personas que convivan. Esta misión
profética tiene que llegar al tejido social, a través de las APAS y otras asociaciones.
Participa también de la misión sacerdotal de la Iglesia. Es decir, de la misión
santificadora. Se trata de vivir a fondo las posibilidades del sacramento del matrimonio: ser una
expresión de amor oblativo para el otro; darse desinteresadamente, como Jesucristo se da a su
Iglesia; ser testigo cualificado de que el amor ha sido redimido de todo lo que le impide ser él
mismo. Este amor tiene su fuente en la celebración de la eucaristía, que al hacer presente el
sacrificio de Jesucristo, se convierte en fuente inagotable de amor en la familia.
Finalmente participa de la misión real: es decir, del servicio desinteresado y gratuito
dentro de la familia, pero también hacia fuera. Pero vamos a fijarnos en su interior: la familia
es el único lugar en el que nos aman por lo que somos y no por lo que valemos. Este servicio
entrañable "edifica y construye" la personalidad de los hijos. Ni la guardería, ni la escuela, ni la
parroquia, ni la pandilla podrán dar a la persona ese núcleo armonioso que sólo se recibe en la
familia durante los primeros meses y años de vida. Desde este ángulo, ya está sirviendo a la
sociedad. Pero la familia no puede ni debe quedarse encerrada en sí misma, pues se empobrece
y no cumple con su misión.
2.2. La voz de los expertos
A esta reflexión creyente, se añade cuanto nos dicen la pedagogía, la psicología y la
sociología. En primer lugar, la familia ha sido siempre y sigue siendo hoy el lugar de la
socialización primaria. Vuelvo a citar a Fernando Savater no porque le considere una autoridad
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en el tema, sino porque su testimonio tiene la fuerza de quien está de vuelta de muchos tópicos
contra la familia. "En las familias, dice, el niño aprende -o debería aprender- actitudes tan
fundamentales como hablar, asearse, vestirse, obedecer a los mayores, proteger a los más
pequeños (...), compartir alimentos y otros dones con quienes les rodean, participar en juegos
colectivos respetando los reglamentos, rezar a los dioses... Todo ello conforma lo que los
estudiosos llaman 'socialización primaria' del neófito (...). Después la escuela, los grupos de
amigos, el lugar del trabajo, etc. llevarán a cabo la socialización secundaria..." (Obr cit 56-57).
Es decir, que en la familia se forjan los cimientos de la personalidad: el mundo de creencias
profundas, de valores, de símbolos y de actitudes que configuran nuestro ser.
Por otra parte, esta configuración de la personalidad se va realizando en un clima
afectivo, cálido y alegre, en el que el niño se siente feliz. Y que esto es así, nos lo confirma el
hecho ya citado de que la familia es el valor más cotizado entre los jóvenes. Traducido a la
cuestión que nos ocupa, el niño va adquiriendo un mundo de valores, de creencias y pautas en
un ambiente positivo. Con la adolescencia, es muy probable que ponga en tela de juicio todo lo
recibido. Pero la experiencia satisfactoria en que vivió la fe, le va a facilitar que cuando busque
dentro de sí un sentido para la vida, regrese a aquello que le hizo más feliz. Al menos, como una
hipótesis a tener en cuenta para su reflexión.
Ninguna institución puede sustituir a la familia en esta tarea y ninguna puede competir
con ella, pues la familia tiene la inapreciale ventaja de que ofrece educación religiosa más
afecto, cercanía y confianza. De hecho, son numerosos los jóvenes creyentes que afirman que
el ambiente religioso de la familia ha sido decisivo en su descubrimiento de Jesucristo y del
Evangelio. Especialmente, entre quienes han seguido una vocación religiosa.
Hoy se está dando otro fenómeno curioso, nacido de la necesidad. Siempre recuerdo a
una abuela que me decía, entre la esperanza y el despecho: mis nietos me vengarán. Habían
vivido en casa una fe razonablemente madura y no habían ahorrado esfuerzos para educar a sus
hijos en la fe. Pero pertenecen a esa generación, tan abundante entre nuestros líderes políticos,
que un buen día abandonaron la Iglesia primero, toda práctica religiosa después, y por fin
cualquier inquietud religiosa. Hoy nos miran con aire de superioridad y dicen que son
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agnósticos. Pero muchos de ellos, han tenido que acudir a las abuelas como mano de obra barata,
ya que trabajan ambos cónyuges. Y dichas abuelas se han convertido en las evangelizadoras de
la "tercera generación". Fracasaron con sus hijos y están logrando frutos notables con los nietos.
Y no son pocos los adolescentes que nos llegan a las parroquias, hijos de padres agnósticos,
pidiendo la comunión y el mismo bautismo. Estas abuelas catequistas han sido especialmente
activas en la vecina Francia.
2.3. Dificultades a tener en cuenta
La primera gran dificultad para que la familia sea la educadora de la fe, y el cauce
primero de la evangelización, radica a mi entender en la secularización de la familia.
De muchos hogares, han ido desapareciendo casi todos los símbolos religiosos.
Empezando por los más visibles, como pueden ser el crucifijo, un cuadro de la Virgen o el santo
rosario. Y junto a estos símbolos visibles más materiales, también los relacionados con el
discurrir del tiempo. La Navidad se ha ido convirtiendo en una fiesta de familia; los Reyes
Magos, en papá Noel y se ha sustituido el tradicional belén por un pino. La Semana Santa viene
a ser unas minivacaciones de invierno y se quiere desplazar a la Inmaculada por esa madre laica
que es la Constitución.
Por otra parte, el centro del hogar ya no es la chimenea ni la mesa camilla, donde las
personas se miran unas a otra y dialogan al ritmo lento del corazón; donde los hijos aprenden
la historia de la familia; y donde los abuelos transmiten su sabiduría y su experiencia. Ahora el
centro de la casa es la televisión, que junta pero no une a la familia. Y no sólo dificulta la
convivencia y el diálogo, sino que arroja sobre nuestros hogares toneladas de ramplonería, mal
gusto y dudas sobre los valores del Evangelio. La cuestión es particularmente grave, allí donde
además se ha convertido en la niñera para los pequeños, y en el único compañero de juegos y
entretenimientos para los adolescentes. A todo ello hay que añadir el ritmo frenético de la vida
moderna en las grandes ciudades, que dificulta mucho la comunicación familia, pues faltan el
tiempo y el sosiego necesarios.
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Por otra parte, las parejas jóvenes están más preocupadas por los electrodomésticos y
comodidades de todo tipo, que por la fe. Algunas querrían transmitir a sus hijos la fe, pero les
falta preparación, convicciones hondas y esa experiencia cálida de Dios que puede sustituir en
medida notable la falta de conocimientos. Además, esa sensación difusa de que todo es relativo,
tanto en el campo de los conocimientos como en el de los valores, lleva a que la mínima
educación religiosa que aportan algunos padres carezca de la fuerza necesaria al no verse luego
encarnada en su vida. Dan más bien una ilustración somera que un testimonio vivido con alegría.
Finalmente, el hecho mismo de que la vida de familia no tiene nada de fácil. En ella hay
que integrar la gracia y el pecado, la buena armonía y el conflicto. Si no se tiene en cuenta este
dato, que hoy nos parece evidente y de sentido común, la vida de fe puede quedarse en la actitud
infantil de quien no sabe integrar en la Pascua de la fe la cruz del camino. Para educar en la fe,
no es necesario ser la familia ideal; basta con ser la familia real, dialogante y madura, que no
se deja desmoralizar por sus defectos y pecados en su camino hacia el Reino.
3.- Los tres pilares de la tarea evangelizadora de la familia.
Quizá estéis pensando que me he desviado del tema: la familia como sujeto y objeto de
la evangelización. Y hasta puede ser cierto. También yo he dudado del camino a seguir. Pero al
final, me he decidido por este: descubrir que la tarea evangelizadora tiene que partir de la
familia, especialmente en nuestro mundo occidental. Desde esta convicción, seguramente habrá
que dar más cabida en la parroquia a la pastoral familiar: para que la familia encuentre las
posibilidades de ser ella misma una comunidad de fe; de ejercer de Iglesia doméstica, donde los
esposos se evangelicen mutuamente y sean los primeros catequistas de sus hijos. Como nos dice
el Vaticano II, en la familia, "en esta especie de Iglesia doméstica, los padres han de ser para sus
hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de favorecer la
vocación personal de cada uno y, con cuidado especial, la vocación a la vida consagrada" (LG
11).
"La familia, nos dijo Pablo VI, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y
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desde donde éste se irradia. Dentro, pues, de una familia consciente de esta misión, todos los
miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a sus
hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio
profundamente vivido" (EN 71).
Los movimientos familiares diversos pueden ser un instrumento muy válido en este
momento para llegar, desde los problemas humanos del matrimonio y de la familia, a una
evangelización misionera de otras familias. De momento, me voy a centrar en el papel de la
familia para con sus propios miembros, en lo referente a la educación de la fe. Y he dicho que
debe apoyarse sobre tres pilares.
3.1. Construir sobre valores.
En la familia, el niño comienza por asimilar lo que ve y lo que vive. Igual que su cuerpo
asimila los alimentos, su espíritu asimila cuanto constituye el ambiente humano en que se
mueve, pues el niño tiende a imitar a los mayores. No voy a insistir en la fe, porque la supongo.
Sin fe, ni tan siquiera nos plantearíamos el educar en la fe, que eso es evangelizar.
Empezando por aquellos valores que constituyen la entraña de la familia. En primer
lugar, el amor entrañable entre los esposos y entre los padres y los hijos. Es el clima afectivo
imprescindible para que puedan crecer con serenidad y con alegría, para que se sientan seguros.
Un amor que no niega las diferencias y dificultades, sino que las integra en el proceso normal
de una vida, en la que también al niño, porque se le quiere, se le dice que no en muchas
ocasiones.
Y junto al amor, la confianza, que se concreta en un clima de diálogo abierto, en el que
toda pregunta es posible y toda respuesta tiene la explicación atenta y necesaria. Pero me
permito resaltar como algo básico, por estar muy olvidado, el papel de la escucha y del interés
por el otro; y el papel del juego compartido, como forma de convivencia primaria y gratuita que
facilitan luego la comunicación y el resteto al ser del otro.
En tercer lugar, la ayuda mutua, que se traduce en la atención personalizada y en la
preocupación constante. Parte de esta ayuda consiste en ayudar al otro a ser como es y a
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superarse en su línea, sin pretender forzar su persinalidad para convertirle en "fotocopia". Hoy
se considera prioritario el detectar los elementos positivos que tiene y el dárselos a conocer, pero
con la moderación suficiente para no falsear su personalidad.
Se trata de tres valores humanos que configuran el núcleo más íntimo de lo que es una
familia. Querría añadir también otros valores que si no son específicamente cristianos, están muy
resaltados en el Evangelio. En primer lugar, la alegría, que no es igual que el optimismo. Es la
actitud madura de quien tiene la certeza de que Dios le ama, de que el Hijo de Dios acompaña
siempre nuestro caminar incluso en sus momentos más dolorosos, y de que la muerte ha sido
vencida. Esta alegría tiene, unas veces, el rostro grato y amable del buen humor; otras, la
serenidad de la esperanza; y siempre, la capacidad de vivir el hoy en actitud de sorpresa. Juan
Pablo II ha dicho que "la familia cristiana, hoy sobre todo, tiene una especial vocación a ser
testigo de la alianza pascual de Cristo, mediante la constante irradiación de la alegría del amor"
(FC 52).
Y junto a la alegría, la austeridad. No es fácil, porque hay que nadar contra corriente, y
todo nos invita al derroche y al consumo. Pero en cierta medida, depende de saber
fundamentarla: somos austeros, porque nuestra alegría tiene raíces más profundas que el tener
y el aparentar, pues brota del Señor; somos austeros porque disfrutamos más en dar y en
compartir, que en tener y almacenar; somos austeros porque estamos convencidos que el mundo
es de Dios, que nos le ha dado como nuestro hogar, y tratamos de conservarle en buen estado sin
entrar a saco en él.
Y en tercer lugar, la esperanza. Nuestra cultura está asfixiada por el nihilismo y la falta
de esperanza. Nada sirve para nada, y todo da lo mismo, viene a decir. Sin esperanza es
extremadamente difícil fundamentar una ética y apostar por los demás. Y sin ética, sin moral,
vivimos desmoralizados, como sucede en este momento histórico entre los habitantes de los
países ricos de Occidente: tienen de todo, pero les faltan motivos para vivir. Y cuando se pierde
el sentido de la vida, la persona y la sociedad de desarraigan y se van hundiendo en el vacío. El
Vaticano II nos dice que "la familia cristiana proclama en voz alta tanto las presentes virtudes
del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada" (LG 35)
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Finalmente, voy a reseñar, aunque sea de pasada, algunos valores actuales, que tienen
notable importancia en nuestro momento histórico. También en ellos resplandece la presencia
del Espíritu Santo en nuestro mundo. Pienso en la tolerancia, en la pasión por la justicia y por
la paz, en la importancia de lo gratuito y de la fiesta.
3.2. Recuperar los símbolos religiosos y adaptarlos.
Constituyen el segundo pilar de la tarea evangelizadora de la familia. Bajo este concepto
amplio, podemos fijarnos en realidades diversas que pueden tener un gran poder evocador.
Empecemos por recuperar el contenido cristiano de las fiestas. Y pues estamos en vísperas de
la Semana Santa, pensemos en la manera de aprovechar toda la riqueza de la imaginería
andaluza y de la religiosidad popular para instruir a nuestros niños y ayudarles a descubrir el
sentido profundo de esta representación de la pasión y muerte de Jesús al aire libre.
Dentro de la recuperación creyente de las fiestas, tiene especial importancia la
celebración cristiana del domingo. Comprendo que estamos en una sociedad secular, pero
siempre existen posibilidades de celebrar la santa misa en familia, y hacerlo no con las prisas
de quien pretende quitarse de encima una obligación, sino con la alegría gozosa de quien celebra
la fe. Conviene que se celebre en la comunidad de pertenencia, en la que los cristianos nos
conocemos, nos queremos y anos ayudamos. Es muy importante que los padres vayan con los
hijos y hagan de esta celebración dominical una experiencia grata. Pero domingo abarca mucho
más: la convivencia y el juego, la visita a familiares y amigos, el descanso y la fiesta.
Reservar espacios para la lectura y el diálogo. Puede ser una bonita costumbre para
iniciar a los hijos en el conocimiento de la Biblia. La antigua "Historia sagrada" puede darnos
algunas pautas para profundizar los padres en el conocimiento de la Historia de la Salvación y
para indicarnos cómo dar a los hijos una visión sintética de nuestra fe. La Biblia debería ocupar
un lugar de privilegio en un hogar cristiano, junto con el crucifijo y algún cuadro de la Virgen.
Momentos de especial relieve lo constituyen la celebración de los sacramentos.
Empezando por el bautismo y por la elección del nombre. Tendría que ser, para los padres
cristianos, un momento privilegiado para dialogar del propia camino de fe y de la vivencia del
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bautismo. Otros momentos de capital importancia son la celebración de las primeras
comuniones, con todo lo que conlleva de preparación y de discernimiento para que sea una
auténtica expresión de fe.
3.3. La oración en familia.
Donde la oración cesa, la fe desaparece. Y el caso tremendo de hoy consiste en que no
se reza en la familia, y en que el cristiano medio apenas sabe orar. Todo lo más, se conforma con
recitar algunas oraciones aprendidas, pero se queda en la superficie. Nuestras parroquias han
dejado de ser escuelas de oración en notable medida. Pero hay materiales muy buenos y
abundantes para quien tenga interés por el tema, y resulta fácil participar en cursos sobre la
oración y contar con revistas aporpiadas.
La vida de oración debe comenzar en la pareja. Y la primera dificultad con que se pueden
encontrar es la falta de costumbre a compartir todo lo referente a la vida de fe. A ella, hay que
añadir la dificultad que hay para encontrar en el hogar un lugar apropiado y un clima de relativo
silencio. Si la casa ofrece alguna posibilidad, no estaría mal reservar un espacio para el
recogimiento: para la lectura, la oración y la reflexión. Una vez que se rompe el hielo, todo
resulta sencillo. La variedad puede venir del método utilizado, y del contenido fundamental de
la oración. Una vez que se logre cierta experiencia de Dios, luego será fácil transmitirla.
Es importante que se realice lo que los expertos denominan una ruptura de nivel. Esta
puede lograrse mediante la decoración, siempre sobria y de buen gusto; con los gestos del orante
(ponerse de rodillas, cerrar los ojos, buscar un clima de recogimiento en el que calle hasta el
teléfono); añadiendo elementos musicales. Tiene que notarse hasta de forma intuitiva que Dios
es el Misterio que nos sobrepasa y nos envuelve. Esta sensibilidad, hoy muy descuidada, tiene
una notable importancia para provocar el sentido de Dios en la persona. Especialmente en los
niños.
Cuando los niños son pequeños, todo resulta más fácil. Conviene rezar con ellos al
acostarlos, al iniciar las comidas, al emprender una tarea importante. Resulta más difícil cuando
van siendo mayores. En todo caso, es necesario dialogar y no imponer nada en este campo. Pero
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los mismos hijos brindan la oportunidad para orar en familia: cuando deciden confirmarse,
cuando hay un familiar enfermo, cuando se tiene que tomar una decisión importante. Si lo
aceptan, es preferible que sean ellos qienes preparan la oración y la dirigen.
4.- Ayudar a las familias a ejercer de Iglesia doméstica.
Desde mi punto de vista, es indudable que la evangelización del futuro depende de la
familia. El tema crucial es cómo podemos ayudar a la pareja para que hagan de su hogar una
auténtica Iglesia doméstica. Aquí querría llamar la atención sobre la pastoral familiar.
El riesgo de nuestras parroquias es querer inventar lo que goza ya de gran solera. En la
pastoral familiar hay una larga experiencia, que conviene aprovechar: existen movimientos de
espiritualidad, como los Equipos de Nuestra Señora; movimientos en torno a un carisma, que
tratan de vivir la fe en familia desde un carisma concreto, como los Hogares Don Bosco; y otros,
de carácter eminentemente apostólico, como el Movimiento Familiar Cristiano. Todos ellos
tienen una larga experiencia y materiales muy prácticos para la formación de las parejas.
Respetando la pluralidad de carismas, resulta necesario asociarse para garantizar la continuidad
y para incidir sobre la sociedad con más fuerza.
La primera aportación de estos movimientos va encaminada a la pareja. Mediante su
proceso de iniciación, sus reuniones periódicas y su retiros y cursillos, van dando una formación
cristiana profunda y rigurosa, que redunda luego sobre toda la familia.
Por otra parte, son las familias quienes tienen que afrontar los graves problemas del
cuidado de los mayores, de la educación de los hijos, de los medios necesarios para hacerse
cargo de los niños discapacitados, de los enfermos crónicos... El Estado no les prestará mucha
atención si no se ve presionado por la sociedad. Y esto sólo es posible si contamos con eficientes
organizaciones familiares.
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5.- Conclusión.
El tema es tan amplio como la evangelización. Mi intención ha sido centrarme en el
papel de la familia en la transmisión de la fe. Pero se nos presenta el desafío de cómo preparar
a esas familias. Es aquí donde tenemos que aunar nuestra reflexión y nuestros esfuerzos para
abrir nuevos espacios a la pastoral familiar.
Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga
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