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Sala de Maestros
Maestros en la historia
José Guadalupe Rincón Andrade
Villa de Casas, Tamaulipas, el Macondo que quiere
seguir viviendo
Lejos del lugar donde nací y donde comencé a sentir las primeras
sensaciones de la vida, estimulado y no deprimido por encontrarme
en una de las regiones más prósperas de México y en un lugar
hermoso, por algo llamado La Perla del Pacífico, en ocasiones azotado
por las mismas fuerzas de la naturaleza y la sin razón, debilidad
humana de pocos por fortuna de sus hijos. En una retrospección
histórica, vuelvo a mi niñez y adolescencia y recuerdo con nitidez la
algarabía en nuestra escuela, un edificio de sillar y adobe de cuatro
paredes y techo de palma, unos cuantos niños que éramos los
alumnos, unas mesas largas y bancas donde cabíamos cinco niños en
cada una de ellas, nuestra maestra Sarita Mota Rincón, enseñándonos
a cuadricular con cal la cancha de tierra donde en ocasiones
jugábamos y realizábamos las actividades propias de los niños de un
pueblo que aunque era la cabecera municipal del municipio de Casas,
como Villa contaba con unas cuantas familias., a cuadricular
decíamos para luego a escala hacer el mapa del Continente
Americano y así aprendíamos la Geografía, ubicándonos en cada uno
de los países de América. ¡ Ah, pero que hermosos recuerdos !.
Mis compañeros, los que terminamos juntos la escuela primaria:
Carlos y Beatriz Martínez García, Pedro Yuca y Olivia Vanoye Avalos,
Leonardo y Nicolasa Avalos Balderas, Delia Martínez Márquez y
Antonia Escobedo Sánchez, algunos seguimos adelante y la suerte nos
ayudó, aunque nos alejó de nuestro lugar de origen, encontramos
nuevos espacios, algunos formaron sus familias y a otros nos absorbió
el tiempo en actividades diversas y cuando nos dimos cuenta
estábamos en el atardecer de nuestras vidas.
Sin embargo, recordar nuestra escuela, en nuestros momentos de
nostalgia y de tristeza, el lugar de nuestros sueños, nuestra escuela
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Número 14. (Noviembre 2011) Escuela y globlalización: Fichas del dominó mundial
primaria Lauro Aguirre, significa mucho en nuestro acontecer, ahí
conocimos a excelentes y bien recordadas maestras y maestros a la
profesora Conchita Gutiérrez. Al Profr. Ruíz, a la maestra Josefina
Herrera Martínez y desde luego a quien convenció a nuestro padre,
para que siguiéramos adelante, a quién Villa de Casas le debe mucho
y poco hacen las autoridades, los padres de familia y quienes fuimos
sus alumnos a la Profesora Sarita Mota Rincón quien ya debería de
tener un monumento que perpetuara su memoria.
Qué pequeño era nuestro pueblo, pero que bonito vivían las familias,
cuando escaseaba el agua, recuerdo que en barriles estirados por
mulas burros o caballos la llevábamos desde lejos, esas comidas que
sazonaban nuestras madres con el sabor de los hogares pueblerinos,
jamás las volveremos a saborear, recuerdo a nuestro padre
diciéndole a mi maestra, —ay se lo encargo, no le hace que sólo los
pantalones me entregue—.Esa era la confianza que depositaban en
los maestros nuestros padres, confianza que se ganaban, porque
realizaban su trabajo con cariño, vocación y entrega a la comunidad.
Nuestros padres nos enseñaban las actividades en las que podíamos
apoyarlos, recuerdo que era un niño de ocho o diez años y ya sabía
sembrar maíz y frijol, iba mi padre con el arado tirado por mulas,
abriendo surco y yo detrás de él, cada paso y medio dejando caer uno
y/o dos granos de maíz, llegaba mi hermano a las ocho o nueve con el
lonche y para terminar la tarea e ir a comer los alimentos, dejaba
caer puños de maíz que era la semilla y que traía en el morral en
donde terminaban los surcos, lo que me costaba azotes cuando los
cogollitos comenzaban a crecer.
Y como recordar es vivir, qué bonita exposición de trabajos manuales
realizábamos al finalizar el ciclo escolar, a través de la cuadrícula
hacíamos los diferentes mapas que correspondían al programa del
año que cursábamos, las actividades manuales, nos sirvieron de
mucho porque luego las reproducíamos —cuando ya éramos
docentes los que seguimos esta profesión—.
Los habitantes de entonces de ese inolvidable Villa de Casas, familias
maravillosas que todavía recordamos con esa nostalgia ennoblecida
que envuelve en el recuerdo inocente y cándido de nuestra niñez la
indescriptible sensación que lleva uno dentro cuando por razones
naturales te tienes que alejar de algo.
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Como recuerdo y como homenaje a ellos, padres de amigos,
parientes y conocidos mencionamos a quienes todavía viven mientras
existamos en nuestros recuerdos: a las familias Vanoye Avalos,
Rincón Vanoye, Vanoye Sánchez, Vanoye Rincón, Sánchez Rincón,
Rincón Andrade, Crespo Cruz, Martínez García, Martínez Márquez,
Vanoye Mota, Martínez Rincón, Martínez Avalos, Avalos Balderas,
Mota Rincón, Ibarra Avalos, Lara Vázquez, Escobedo Avalos, Vanoye
Vargas, Mota Vargas, Rincón Vargas etc.
Si hemos de concluir este relato de la misma manera que lo
iniciamos, al término de nuestra educación primaria en el año de
1954, era necesario prepararnos en los meses de julio y agosto y
hasta en eso se preocupó nuestra querida e inolvidable maestra, de
tal suerte que nos llevó a la capital del Estado, Ciudad Victoria,
distante unos cuarenta kilómetros y ahí en la escuela primaria
Victoria, realizamos nuestro curso, con la suerte que al presentar el
examen de admisión en la escuela Normal Rural Lauro Aguirre de
Tamatán, alcanzamos el lugar 25, de quinientos que aspirábamos a
ingresar quedando becados automáticamente durante los seis años
que duró nuestra educación secundaria y profesional.
De los recuerdos chuscos y hasta inolvidables que de esta etapa
conservamos, nunca se borrará de nuestra mente, la hermosa
imagen de nuestra madre que con un dejo de tristeza y melancolía
veía la partida del mayor de sus hijos y la preocupación de nuestro
padre, porque lográramos lo que queríamos para seguir adelante y
así, antes de presentar el examen de admisión, por la tarde-noche de
un día lluvioso del mes de agosto de 1954, salimos de Villa de Casas
rumbo a la capital Ciudad Victoria, con la moral muy en alto por la
nueva experiencia que para nosotros, campesinos humildes y
pueblerinos temerosos era una novedad.
Sin embargo a los cuantos kilómetros que llevábamos de recorrido,
en un camión de redilas que llevaba como carga una vaca, unos
costales de maíz, un puerco, una señora con sus dos hijas, mi padre y
yo, comenzó a tener dificultades, ya que se atascaba en el lodazal
cada kilómetro o kilómetro y medio, de tal suerte que faltando unos
treinta kilómetros para llegar a la capital y unos diez para llegar al
camino pavimentado, ya que ahí estaba el pequeño aeropuerto donde
llegaba La Guajolota, así llamaban al avión de unas cuantas plazas
que unía a Ciudad Victoria con la Capital de la República. Hasta ahí
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llegamos mi padre y yo, con el lodo hasta las rodillas, después de
caminar casi diez kilómetros en la obscuridad varias horas para tomar
un automóvil que salía a las cinco de la mañana cuyo destino era
Ciudad Victoria, así después de tantas peripecias, llegué, presenté mi
examen y heme aquí después de sesenta años contando esta
nostálgica pero sentida experiencia.
Si bien es cierto que la villa de Macondo, la de García Márquez, fue
fundada por José Arcadio Buendía y los miembros de su expedición,
formada por varios amigos, sus esposas, hijos, animales domésticos y
toda clase de utensilios en busca de la salida al mar y un Macondo
soñado por José Arcadio con casas de paredes de espejo, la Villa de
Casas, llamada originalmente Tetillas, nombre que después fue
cambiado por el de Croix en honor del Virrey de la Nueva España, el
Marqués Carlos Francisco de Croix y después en 1872 cambiado por
el de Casas, en honor de Juan Bautista de las Casas, vecino del lugar e
insurgente de la Guerra de Independencia.
Decimos y lo afirmamos que Villa de Casas es el Macondo que quiere
seguir viviendo, porque los mismos sueños de José Arcadio Buendía y
los miembros de su expedición, son los nuestros, los que nacimos ahí
pero que el destino nos llevó a otros lares, los que vemos que las
originales familias de Villa de Casas, han emigrado o por razones
naturales ya se han ido, pero nosotros en la lejanía física pero la
cercanía espiritual, seguiremos recordando a Villa de Casas como
García Márquez a Macondo en sus novelas: Cien Años de Soledad, Los
funerales de Mamá Grande, La mala hora, El coronel no tiene quien le
escriba y La hojarasca.
4/IX/2011
José Guadalupe Rincón Andrade
José Guadalupe Rincón Andrade (Villa de Casas, Tamulipas: 1938) , es Profesor
normalista, Licenciado en Derecho, Maestro en Educación Ambiental, ha sido
Director de diversas Unidades de la Universidad Pedagógica Nacional, Jefe de la
Unidad de Servicios Coordinados en Mazatlán Sinaloa, Regidor Municipal y
actualmente se desempeña como asesor pedagógico Unidad 252 U P N Mazatlán,
Sinaloa.
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